El Arte y La Moral-Osvaldo Lira
El Arte y La Moral-Osvaldo Lira
El Arte y La Moral-Osvaldo Lira
RAYMOND ARON
Introducción a la filosofía política. Democracia y revolución
Trad. de R. Molina y R. Sánchez-Mejías
Paidós, Barcelona 288 págs. 1.950 ptas.
En los años de la postguerra fue muy poco leído; era la época de Sartre. El tiempo de
Aron llegaría después: mandarín de la sociología francesa durante más de tres décadas,
filósofo y periodista político de prestigio internacional, prolífico escritor, polemista
incansable, heredero feliz o «descendiente tardío» de la tradición liberal francesa de
Montesquieu y Tocqueville y, según algunos de sus críticos, el representante europeo
más cualificado de la tradición liberal que hoy se conoce por «pluralismo». En opinión
de sus discípulos, Aron fue siempre un pensador difícil de clasificar ideológicamente,
pues era demasiado reformador para la derecha y, para la izquierda, excesivamente
hostil al discurso antifascista. Desde los tiempos de sus primeras polémicas con Sartre,
MerleauPonty y Duverger hasta hoy, Aron ha sido «descalificado» intelectualmente por
conservador, reaccionario e ideólogo de la tecnocracia; pero también es cierto, por otra
parte, que ha sido muy bien evaluado por un amplio sector de la inteligencia
occidental.
La crítica de Aron está en las antípodas de todas aquellas ideologías que «explican» la
realidad a partir de unas cuantas premisas. Nuestro saber sobre las sociedades está en
permanente revisión, entre otras razones, por el constante autocuestionamiento a que
aquéllas están sometidas por los propios individuos que las habitan o componen. Las
consecuencias inmediatas de este escepticismo metodológico son obvias: primero, no
hay un saber último o, lo que es lo mismo, reconocimiento de las limitaciones de
cualquier teórico o «científico» de la sociedad. En segundo lugar, de acuerdo con la
ineluctable relatividad del punto de vista del observador en las ciencias sociales, que
Aron en la mejor línea weberiana teorizó en una obra de absoluta madurez escrita en
plena juventud, Introducción a la filosofía de la historia, su noción de crítica está
siempre abierta. En este momento antidogmático reside, en mi opinión, la eviterna
actualidad del pensamiento de Aron.
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y llanamente una labor de ilustración, lo cierto es que el propio Aron se «disfrazó» de
marxista y llevó a cabo esa peculiar «autocrítica». Por aquí fue, junto a Hannah Arendt
de la que, por lo demás, tanto le diferenciaba, un precedente imprescindible, de la obra
crítica de algunos autores formados en la tradición hegeliano-marxista, por ejemplo,
del Merleau-Ponty de Las aventuras de la dialéctica, o del Lefort lector de Maquiavelo
y crítico del totalitarismo soviético, o del Castoriadis crítico de la filosofía marxista de
la historia y de la teoría de la revolución.
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perspectiva, el pensamiento de Aron ya no limita con la filosofía clásica de la política,
sino que nos encontramos con la reflexión de un filósofo que considera, al modo clásico
(platónico y aristotélico), la política más allá de una constitución o régimen político
restringido, y habla de la política como un modo de vida, un estilo de existencia. La
obra de Aron oscilaría, por lo tanto, entre la reducción de la politeia clásica a una mera
aritmética electoral, y una nueva política que, a pesar de ponderar los límites y
posibilidades de un Estado tecnocrático e industrial, siempre está dispuesta a mediar
en la brecha, abierta por las circunstancias sociohistóricas, entre moral e historia.
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esta filosofía depende de una correcta comprensión de este encaje teórico en las
circunstancias políticas que le tocaron vivir. Sin duda alguna el alojamiento de la
filosofía de Aron en su circunstancia obedece casi siempre a un tipo muy especial de
«racionalidad» prudencial en la mejor línea aristotélica, que si bien critica el
«razonamiento metafísico», la «especulación abstracta», que a veces recuerda lo mejor
de la filosofía política de Burke y de Oakeshott, no termina pactando con las
perversidades que se derivan de esas mismas circunstancias políticas en las que aloja
su pensamiento. El diálogo, pues, entre moral y política, es seguramente la mayor
aportación de toda la obra de Aron al debate de la filosofía política contemporánea, que
tiene en este libro, Introducción a la filosofía política, una prueba de su inteligencia.
Escrito en 1952, como apuntes de clase para ser utilizados en un curso sobre
«Democracia y revolución» de la Escuela Normal de Administración (la famosa ENA de
Francia), en algunos aspectos este libro de Introducción a la filosofía política parece
hoy tan actual y relevante como para la época en que fue escrito. Pues, de alguna
manera, pronosticó lo que más tarde han sido los fracasos de las democracias
populares y, además, diagnosticó algunas de las debilidades de las democracias
occidentales, especialmente en el ámbito de las relaciones entre la libertad política y la
igualdad. Esta obra es una síntesis, un «adelanto», magistral de buena parte de las
ideas del propio Aron; es una verdadera reflexión introductoria sobre el tiempo
histórico de la democracia realmente existente, la liberal de postguerra y el tiempo de
la revolución, también realmente existente en los países del antiguo bloque comunista.
Este libro nos acerca a la argumentación de tres grandes obras de Aron, en primer
lugar, según citaba más arriba, a su Introducción a la filosofía de la historia, publicada
en 1938[3], en segundo lugar, ya están contenidos aquí las ideas clave de su gran
ensayo sobre El opio de los intelectuales (1955) y, finalmente, nos pone sobre la mesa
las bases fundamentales de su obra más decisiva, en mi opinión, para estudiar la
política y, sobre todo, la democracia en el próximo siglo, a saber, Democracia y
totalitarismo (1965). Aunque está escrito con un estilo sencillo y elegante (no debe
olvidarse que son notas para ser explicadas a un auditorio no especializado), accesible
por lo tanto a las mentalidades más diversas, este libro es de una extraordinaria
complejidad intelectual, porque el mecanismo de la autocrítica practicado por Aron, a
veces muy en la línea de la fenomenología política, es llevado hasta sus últimas
consecuencias.
Con un espíritu tan didáctico como reflexivo, este libro nos pone sobre la pista de la
cuestión fundamental del debate de nuestra época, a saber, la democracia, sus méritos
e inconvenientes, entre estos últimos no deben descartarse la corrupción y el
totalitarismo. Pero, sobre todo, deja claro que la oposición entre el Antiguo Régimen y
los principios de la Revolución, que fue durante más de siglo y medio la cuestión
fundamental del pensamiento político francés, resulta inviable para entender la
democracia y la revolución fascista y comunista del siglo XX . Aron intenta pensar la
democracia no tanto poniendo en cuestión las ideas de 1789 cuanto observando los
tesoros perdidos en el desarrollo de la revolución, es decir, los ideales de la libertad y
la igualdad mancillados en el proceso revolucionario. Poner sobre nuevas bases la
reflexión política, especialmente para entender los fenómenos democráticos como
opuestos a las revoluciones comunista y fascista, significaba para Aron no sólo dar al
traste con esa oposición del siglo pasado, que aún seguía operando tanto en la
izquierda como en algunos sectores de la derecha menos democrática, sino sobre todo
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volver sus ojos al gran Tocqueville, que fue el primero en darse cuenta de que la
oposición entre Antiguo Régimen y principios de la Revolución no era decisiva. Más
aún, si de acuerdo con Tocqueville puede mantenerse que éstos ya estaban de algún
modo contenidos en aquél, entonces la cuestión decisiva consistirá en saber hasta qué
punto será compatible la igualdad con el mantenimiento de las libertades políticas.
En la senda abierta por Tocqueville aparecía una nueva cuestión para la reflexión
política, quizá la cuestión fundamental todavía hoy de la política, a saber, democracia y
revolución, en un cierto sentido también se podría hablar de libertad e igualdad,
podrían llegar a ser antitéticas. En otras palabras, ¿es posible combinar una sociedad
igualitaria con una liberal? Sólo en las democracias occidentales es posible alcanzar
ese equilibrio, responde Aron, quien argumenta, por un lado, su respuesta a través de
un análisis de las instituciones y no de las ideas de la democracia liberal y, por otro
lado, lleva a cabo un resumen del pensamiento marxista, seguido de una crítica de la
ideología bolchevique y, finalmente, muestra el desastroso funcionamiento de las
principales instituciones de los regímenes llamados con el término «democracias
populares». Con esa respuesta, insisto, Aron no trata de atacar las ideas de 1789, sino
de mostrar la inviabilidad del viejo universalismo revolucionario o, mejor dicho, la
imposibilidad teórica de explicar con este universalismo tanto el desarrollo
democrático como el fracaso revolucionario del marxismo. De ahí que busque en
Tocqueville un orden de explicación de los fenómenos políticos más realista que el del
universalismo doctrinario; la democracia, por ejemplo, ya no se definirá en el plano de
las ideas, que siempre es proclive a la ideología, sino a través de las instituciones, del
sistema o régimen político. La democracia no es otra cosa que la organización de la
competencia pacífica con miras al ejercicio del poder; quizá esta definición no es sino
una manera de decirnos que la democracia es el mejor de los peores regímenes
políticos, una manera delicada y elegante de sustraerle a la idea de democracia toda su
«aureola poética», toda su grandeza espiritual que, en principio, no tiene por qué
confundirse con la llamada despectivamente por Aron su poesía ideológica.
El gran defecto de Aron fue, sin embargo, ser demasiado claro, no haberse ocultado un
poco más detrás de sus razonamientos. Aron fue demasiado transparente para un
tiempo de opacidad. Quizá, por eso, el gran Leo Strauss siga teniendo razón al decir
que el pensador político no puede decir enteramente la verdad; posiblemente, la
infidelidad a la consigna del gran Leo Strauss es el gran límite de la reflexión de Aron,
pues como él mismo reconoció: «Lo que me condena ante la intelligentsia es haber
tenido razón antes de que la verdad se hiciera palpable para los demás. También me
condena el que no está dispuesta a perdonarme que no abra el camino de la sociedad
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buena y que no intente enseñar el método para acceder a ella».
[1] Una muestra de esa atracción por el marxismo son las siguientes palabras en la introducción de su obra
Las etapas del pensamiento sociológico: «Jamás vacilé entre La democracia en América y El capital. Como la
mayoría de los estudiantes y los profesores franceses, no había leído La democracia en América cuando en
1930, intenté por primera vez, sin lograrlo, demostrar para mi propio beneficio que Marx estaba en lo cierto
y que el capitalismo había sido condenado de una vez para siempre por El capital. Pese a mí mismo, continúo
interesándome más en los misterios de El capital que en la prosa límpida y triste de La democracia en
América. Mis conclusiones pertenecen a la escuela inglesa, y mi formación se origina sobre todo en la
escuela alemana».
[2] Aron, R.: Introducción a la filosofía política, trad. de R. Molina y R. Sánchez Mejías, Paidós, Barcelona,
1999.
[3] Cfr. Aron, R.: Introducción a la filosofíade la historia. Completado con textos recientes, 2 vols., trad. de
Alfredo Llanos y Olga M. Menga. Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1984.
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