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Tocando Lo Intocable

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Tocando Lo Intocable

Texto: Marcos 1:40-45

40
Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes
limpiarme.
41
Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero,
sé limpio.
42
Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquél, y quedó limpio.
43
Entonces le encargó rigurosamente, y le despidió luego,
44
y le dijo: Mira, no digas a nadie nada, sino ve, muéstrate al sacerdote, y ofrece por
tu purificación lo que Moisés mandó, para testimonio a ellos.
45
Pero ido él, comenzó a publicarlo mucho y a divulgar el hecho, de manera que ya
Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en los
lugares desiertos; y venían a él de todas partes.

INTRODUCCIÓN:
Hemos iniciado una nueva serie que tiene que ver con la compasión de Jesús. La
compasión era como el “motor” que lo movía para hacer su tarea. Hoy veremos a
Jesús en un encuentro con un leproso, lo último que haría un rabino. Jesús está
en enseñando en la sinagoga, la cátedra donde se sentaba Moisés, el lugar
predilecto de los escribas y fariseos.

Fue en una sinagoga donde Jesús previamente había leído la profecía que
declaraba su misión y su tarea entre los hombres. Una de aquellas revelaciones
decía que él vino: “A poner en libertad a los oprimidos…” (Lucas 4:18c). Los
maestros de la ley enseñaban lo que la ley decía respecto a la lepra y los presos.
Su énfasis era que ellos tenían que estar fuera. Y los sacerdotes eran los
encargados en declarar inmundo a quien se le detectaba esta terrible enfermedad.
Vea lo que la dice al respecto Levítico 13:1-3. Esto era lo que los rabinos
enseñaban. Esto era lo que el pueblo escuchaba. Los leprosos eran inmundos y
deberían usar una campana que anunciaban su presencia para que nadie se les
acercara. Pero vea este cuadro. Jesús está en la sinagoga. Ahora el comienza
donde los rabinos terminaban. Jesús era más que un rabino.
Él era Dios con nosotros que había venido a poner en libertad a estos oprimidos.
Él hizo algo que ningún otro maestro de la ley haría: tocar lo intocable. Este
hombre tendría que esperar que Jesús saliera de la sinagoga, y allí en presencia
de todos se acercó a Jesús con una gran petición: “Si quieres, puedes
limpiarme. Jesús no le habló de este hombre de Jesús de lo que la ley decía

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sobre la lepra, sino que tomó la iniciativa de sanar al leproso. Esto tenía que ver
con su compasión. Veámosla ahora en este milagro sanador.

I. HAY UN HOMBRE DESECHADO QUE NADIE TOCARÍA


a. Desechado físicamente (vers. 40).
La creencia que la lepra era castigo de Dios eliminaba la compasión y la simpatía
por el leproso. Lo que se sabía era que no había una cura conocida para la lepra,
así que cuando el sacerdote declaraba a un hombre leproso, estaba condenado a
una existencia de sufrimiento psicológico y físico. ¿Cuál era la condición de esta
gente? Por un lado, la ley les prohibía entrar a cualquier ciudad amurallada.

No podían tocar a otra persona y nadie podría tocarlos a ellos. Su aspecto era
espantoso: ropas sucias, pelo desaliñado; tenían que usar un pañuelo en la boca,
vivían llenos de úlceras y la mayoría de ellos les falta una parte de sus
cuerpos. Carecían de sensibilidad en los dedos de las manos y los pies, por lo que
a medida que caminaban descalzos las piedras afiladas les dañaban los dedos.

Era algo inmundo tener algún contacto con un leproso. Tocarlos era como darle un
abrazo a un cerdo que se acaba de salir del barro. Era algo así como cargar el
fétido cadáver de algún animal. El leproso daba asco. Esto era lo que enseñaban
los rabinos en las sinagogas. Pero allí está un rabino que había venido a buscar y
a salvar lo que se había perdido.

b. Desechado socialmente (vers. 40).


Socialmente se podía considerar al leproso como un muerto viviente. En el libro de
Levítico describía la condición de vida que tenía que soportar el leproso, entre
ellas: vagar por lugares solitarios, harapiento y despeinado gritando: “¡Impuro,
impuro!”. De esta manera su morada estaba fuera de lugares habitados (Levíticos
13:45-46), tan parecido al “endemoniado gadareno” quien vivía “entre los
sepulcros”.
La prohibición de vivir entre la gente se mantenía con estricta rigidez. Esa era la
vida de un leproso. Esta persona de acuerdo a la ley debía mantenerse alejada de
los demás. Esto incluía su núcleo familiar más cercano, como su esposa, hijos o
padres. ¿Sabe lo que significa esta separación? Imagínese a la esposa que más
nunca pudo tocar a su esposa o el padre que no pudo abrazar más a sus hijos.

Como la impureza era comunicable, la persona enferma de este mal contagiaba a


otras por medio del tacto. No había que esforzarse mucho para saber que ellos
eran intocables. Este es el cuadro del hombre pecador. Su mundo lleno de
soledad al que lo conduce el pecado, también lo pone aparte de sus muy amados.

c. Desechado espiritualmente (vers. 40).


El leproso se consideraba también un desechado espiritual. Si Jesús estaba
enseñando en la sinagoga como nos refiere este texto, este hombre no podía
estar presente donde estaban los “espirituales” porque él era inmundo por su

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condición. Mis hermanos, la lepra ha sido una forma de definir al pecado. Nada lo
describe mejor como esta terrible enfermedad. ¿Cuál es el sentido de esto?

Pues que el pecado nos hace tan impuros como lo hacía la lepra. El pecado nos
hace inmundos, ante un Dios santo y perfecto. A lo mejor usted no ha sentido el
peso de la contaminación que trae el pecado, pero nada es tan real como eso.
Jesús habló, diciendo, que no era lo que entraba al corazón que lo contaminaba,
sino lo que salía de él (Mateo 15:11). Esto plantea, por lo tanto, que mis
pensamientos deben ser puros, mis palabras deben ser puras y lo que hago debe
ser puro.
De no ser así, entonces mi existencia es solitaria, aislada, por más que esté
rodeada de otras personas, porque nuestra impureza llega a ser como la lepra,
nos desfigura espiritualmente hablando. Esto nos pone lejos de nuestro amado
Señor y todos los que más amamos.

II. HAY UN SOLO HOMBRE QUE TOCARÍA LO DESECHADO


a. “Vino a él un leproso, rogándole…” (vers. 40).
Hay una observación que debe ser hecha acá. Este leproso no podía ir a un
sacerdote porque no había sido curado. La ley decía que si la persona recibía
sanidad de su enfermedad entonces se presentaría al sacerdote con alguna
ofrenda para que éste lo declarara sano, por lo tanto, él no podía acercarse a un
sacerdote porque estaba inmundo.

Pero tampoco este leproso podía acercarse a algún rabino porque nadie mejor
que ellos para saber y enseñar acerca de este asunto que la ley decía, y
seguramente eso era parte de las enseñanzas. Pero esta historia cambia. Aquel
hombre en su desesperación tomó la iniciativa de fe y vino a buscar a Jesús. Algo
lo movió a tomar esta decisión tan valiente.

Lo que este sabía que tenía que oír de la gente, pero ahora él mismo rompe esa
barrera y viene a Jesús, rogándole que lo sane, que lo libre de esta opresión. Qué
vio ese hombre en Jesús como rabino que lo motivó a venir a él. Mis amados,
Jesucristo sigue siendo el único hombre que puede tocar lo intocable y sanar lo
incurable.

b. “Si quieres, puedes limpiarme” (vers. 40b).


Esta es la oración más corta y la más poderosa que puede hacer alguien que
desea cambiar su vida. El Señor siempre quiere sanar y salvar al que otros han
desechado. Nada levanta más el deseo del Señor por libertar al cautivo que verlo
acercarse y suplicar por su limpieza.

Esta oración admite un estado que debe ser cambiado. Reconoce que hay sobre
sí mismo un poder que lo esclaviza, una tortura que no puede que persigue todo el
tiempo. Pero, sobre todo, la persona que vive esa condición reconoce que hay un
solo ser que puede cambiar el estado de miseria y de inmundicia donde nos
conduce la vida.

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Pero la oración plantea una decisión que involucra su fe en el Señor. Para nadie
es un secreto que tenemos a mucha gente que sabe que vive en la inmundicia,
pero lo último que quiere es ser sanado. El pecado tiene la característica de seguir
engañando al pecador y hacerle ver que no tiene necesidad de buscar la
salvación.

Spurgeon habló de esto: “Tenemos un buen número de leprosos entre nosotros,


con la palidez de su enfermedad grabada sobre sus frentes… no lamentan su
perversidad, ni quieren ser limpiados de ella”. Algunos de ellos no están fuera del
campamento, pueden vivir con nosotros, pero no desean ser limpiado.

c. “Y Jesús… extendió la mano y le tocó…” (vers. 41).


Un asunto que era altamente conocido entre los judíos era que quien tocara a un
leproso se volvía impuro. Entonces, ¿qué hace Jesús ante esta situación? Vamos
a verlo de esta forma. Jesús tenía el poder para sanar sin necesidad de tocar a la
persona. En algunos casos simplemente dio la orden y la persona fue sanada,
como el caso del siervo del centurión.

Pero el texto dice que Jesús tuvo misericordia de él. La acción del leproso que
reveló una profunda fe lo dominó. Cuando escuchó el ruego de aquel hombre se
acercó para tocarlo y sanarlo. La compasión de Jesús rompe con las ataduras de
los hombres. Él puso a un lado aquella sensación de repugnancia que su cultura le
había inculcado, y extendió la mano para tocar al hombre.

Hay algo que debemos decir acá. Cualquier podía tocar a ese hombre, pero
quedaría inmundo. Pero Jesús no podía ser contaminado por la impureza. Él tenía
tal santidad, que, en vez de ser contaminada por el contacto con la enfermedad,
más bien su santidad invadió la enfermedad y traía la pureza.

III. HAY UN HOMBRE TRANSFORMADO QUE TODOS TOCARÍAN


a. La lepra fue quitado de él… (vers. 41b).
Esta declaración revela el nuevo estado de aquella persona enferma. ¿Qué
sucedió en ese momento? Pues que Jesús restauró al pobre, miserable,
deteriorado y putrefacto y ahora es un hombre nuevo que todos tocarán. Por la
referencia de la sanidad de Naamán se nos dice que cuando fue sanado, después
de zambullirse siete veces en el río Jordán (2 Reyes 5:9-10; 14) su piel llegó a ser
como la de un niño. Mis hermanos, ¿quién no desea tocar la piel de un niño?
Se sabe por la naturaleza de algunos seres que solo los inmundos tocan lo
inmundo. Así actúan los cerdos. Pero este hombre ahora está limpio. El ahora
podrá buscar la ofrenda, tocarla e ir al sacerdote para que él mismo se asegure y
lo declare sano de acuerdo a Levítico 14. Imagínese la escena.
Mientras va al templo, la gente ve en ese hombre a alguien lleno de gozo, con
vestiduras limpias, con un grato olor en su piel y saludando, tocando, a quienes va
encontrando por el camino. Este es un hombre a quien todos tocarán ahora. La
declaración de limpieza por parte del sacerdote hará posible su incorporación a la
sociedad. Jesús hace que los hombres recobren su dignidad.

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b. Recuperado para su hogar.
La peor cosa que vivía un leproso era su soledad. Además de lo terrible de vivir
con una condición infrahumana, con dolores y olores putrefactos, esta persona
vivía todo el tiempo recordando a su familia y al hogar que había perdido.

Los recuerdos de su esposa, los hijos, los hermanos, las reuniones, la vivencia
entre ellos, era una tortura mayor. Los hijos que antes abrazaba ahora tienen que
rechazarlo. La condición emocional y psíquica no podía ser peor. Ahora imagínese
otro cuadro. Piense en este hombre que fue sanado. Véalo regresando a casa
después que el sacerdote le declara sano.

Vea el abrazo de la esposa, de los hijos, de los padres o hermanos. Véalo tocando
la piel de los demás. Véalo limpio de su inmundicia. Véalo restaurado. Esto es lo
que hace la obra de Cristo en el corazón.

Cuando un hombre es sanado de la lepra de su pecado, lo primero que sucede es


que ese hombre regresa a su hogar. Es cual hijo pródigo que estuvo afuera,
viviendo en medio de las algarrobas del mundo, pero ahora ha sido incorporado a
la familia. Jesús vino para traer de regreso a todos los que se habían perdido. Esto
es lo que hace el evangelio.

c. “Pero ido él, comenzó a publicar… el hecho…” (vers. 45).


Cuando alguien es testigo de un milagro en su vida de parte del Señor jamás
podrá ocultar el hecho. Cuando la salud que se recibe es real eso no puede
quedar oculto. Es la gente la que tiene que calificar el nuevo estado de aquel
hombre. Los mejores predicadores son aquellos que han sido testigos del poder
de Dios. Se ha dicho que si nuestros convertidos no pasan la prueba del cambio
no valen nada.

Cuando alguien es tocado por Jesús, su vida tiene que ser otra. Los enemigos
tendrán que reconocer la obra en un hombre transformado. Si Jesús cambia la
vida de una persona, lo que más importa es que todos lleguen a comprobar el
cambio.

Jesús no está tan interesado en que su fama crezca, sino que los demás
comprueben la vida nueva que ahora tienen todos aquellos que han sido tocados
por su gracia. Aunque Jesús le prohibió a este hombre no hablar de lo ocurrido, lo
cierto es que él comprometió la seguridad de Jesús, porque “Jesús no podía entrar
abiertamente en la ciudad…”.

CONCLUSIÓN:
Le voy hacer pensar en algo. Traiga a su memoria un momento muy vergonzoso y
penoso por el que haya pasado. A lo mejor fue en la escuela, cuando eras
diferente de los otros estudiantes y se burlaban de ti. Pudo ser algo que pasó en tu
trabajo, cuando hiciste algo indebido y todos se fijaron. Quizás fue en algún evento

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social, cuando cometiste un algún error. Al final esos momentos pasan y se
acaban.

Aunque la vergüenza es terrible en ese momento, después de cierto tiempo, todos


se ha olvidado y la vida sigue normal. Pero imagina que ese momento nunca se
acabara. En vez de volver a la vida normal, sigues con esa pena y ese sentido de
rechazo toda la vida. Esa era la vida de un leproso.

La persona leprosa, por ley, debía mantenerse alejada de los demás. El pecado es
comparado con la lepra. El pecado convierte al individuo en un ser sin propósito,
alejado de Dios, vacío y viviendo den soledad. Solo el toque de Jesús puede sanar
su condición y traer de regreso a ese hombre a la vida social, familiar y espiritual.
El Señor hace nueva todas las cosas. Amén.

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