Tocando Lo Intocable
Tocando Lo Intocable
Tocando Lo Intocable
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Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes
limpiarme.
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Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero,
sé limpio.
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Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquél, y quedó limpio.
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Entonces le encargó rigurosamente, y le despidió luego,
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y le dijo: Mira, no digas a nadie nada, sino ve, muéstrate al sacerdote, y ofrece por
tu purificación lo que Moisés mandó, para testimonio a ellos.
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Pero ido él, comenzó a publicarlo mucho y a divulgar el hecho, de manera que ya
Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en los
lugares desiertos; y venían a él de todas partes.
INTRODUCCIÓN:
Hemos iniciado una nueva serie que tiene que ver con la compasión de Jesús. La
compasión era como el “motor” que lo movía para hacer su tarea. Hoy veremos a
Jesús en un encuentro con un leproso, lo último que haría un rabino. Jesús está
en enseñando en la sinagoga, la cátedra donde se sentaba Moisés, el lugar
predilecto de los escribas y fariseos.
Fue en una sinagoga donde Jesús previamente había leído la profecía que
declaraba su misión y su tarea entre los hombres. Una de aquellas revelaciones
decía que él vino: “A poner en libertad a los oprimidos…” (Lucas 4:18c). Los
maestros de la ley enseñaban lo que la ley decía respecto a la lepra y los presos.
Su énfasis era que ellos tenían que estar fuera. Y los sacerdotes eran los
encargados en declarar inmundo a quien se le detectaba esta terrible enfermedad.
Vea lo que la dice al respecto Levítico 13:1-3. Esto era lo que los rabinos
enseñaban. Esto era lo que el pueblo escuchaba. Los leprosos eran inmundos y
deberían usar una campana que anunciaban su presencia para que nadie se les
acercara. Pero vea este cuadro. Jesús está en la sinagoga. Ahora el comienza
donde los rabinos terminaban. Jesús era más que un rabino.
Él era Dios con nosotros que había venido a poner en libertad a estos oprimidos.
Él hizo algo que ningún otro maestro de la ley haría: tocar lo intocable. Este
hombre tendría que esperar que Jesús saliera de la sinagoga, y allí en presencia
de todos se acercó a Jesús con una gran petición: “Si quieres, puedes
limpiarme. Jesús no le habló de este hombre de Jesús de lo que la ley decía
No podían tocar a otra persona y nadie podría tocarlos a ellos. Su aspecto era
espantoso: ropas sucias, pelo desaliñado; tenían que usar un pañuelo en la boca,
vivían llenos de úlceras y la mayoría de ellos les falta una parte de sus
cuerpos. Carecían de sensibilidad en los dedos de las manos y los pies, por lo que
a medida que caminaban descalzos las piedras afiladas les dañaban los dedos.
Era algo inmundo tener algún contacto con un leproso. Tocarlos era como darle un
abrazo a un cerdo que se acaba de salir del barro. Era algo así como cargar el
fétido cadáver de algún animal. El leproso daba asco. Esto era lo que enseñaban
los rabinos en las sinagogas. Pero allí está un rabino que había venido a buscar y
a salvar lo que se había perdido.
Pues que el pecado nos hace tan impuros como lo hacía la lepra. El pecado nos
hace inmundos, ante un Dios santo y perfecto. A lo mejor usted no ha sentido el
peso de la contaminación que trae el pecado, pero nada es tan real como eso.
Jesús habló, diciendo, que no era lo que entraba al corazón que lo contaminaba,
sino lo que salía de él (Mateo 15:11). Esto plantea, por lo tanto, que mis
pensamientos deben ser puros, mis palabras deben ser puras y lo que hago debe
ser puro.
De no ser así, entonces mi existencia es solitaria, aislada, por más que esté
rodeada de otras personas, porque nuestra impureza llega a ser como la lepra,
nos desfigura espiritualmente hablando. Esto nos pone lejos de nuestro amado
Señor y todos los que más amamos.
Pero tampoco este leproso podía acercarse a algún rabino porque nadie mejor
que ellos para saber y enseñar acerca de este asunto que la ley decía, y
seguramente eso era parte de las enseñanzas. Pero esta historia cambia. Aquel
hombre en su desesperación tomó la iniciativa de fe y vino a buscar a Jesús. Algo
lo movió a tomar esta decisión tan valiente.
Lo que este sabía que tenía que oír de la gente, pero ahora él mismo rompe esa
barrera y viene a Jesús, rogándole que lo sane, que lo libre de esta opresión. Qué
vio ese hombre en Jesús como rabino que lo motivó a venir a él. Mis amados,
Jesucristo sigue siendo el único hombre que puede tocar lo intocable y sanar lo
incurable.
Esta oración admite un estado que debe ser cambiado. Reconoce que hay sobre
sí mismo un poder que lo esclaviza, una tortura que no puede que persigue todo el
tiempo. Pero, sobre todo, la persona que vive esa condición reconoce que hay un
solo ser que puede cambiar el estado de miseria y de inmundicia donde nos
conduce la vida.
Pero el texto dice que Jesús tuvo misericordia de él. La acción del leproso que
reveló una profunda fe lo dominó. Cuando escuchó el ruego de aquel hombre se
acercó para tocarlo y sanarlo. La compasión de Jesús rompe con las ataduras de
los hombres. Él puso a un lado aquella sensación de repugnancia que su cultura le
había inculcado, y extendió la mano para tocar al hombre.
Hay algo que debemos decir acá. Cualquier podía tocar a ese hombre, pero
quedaría inmundo. Pero Jesús no podía ser contaminado por la impureza. Él tenía
tal santidad, que, en vez de ser contaminada por el contacto con la enfermedad,
más bien su santidad invadió la enfermedad y traía la pureza.
Los recuerdos de su esposa, los hijos, los hermanos, las reuniones, la vivencia
entre ellos, era una tortura mayor. Los hijos que antes abrazaba ahora tienen que
rechazarlo. La condición emocional y psíquica no podía ser peor. Ahora imagínese
otro cuadro. Piense en este hombre que fue sanado. Véalo regresando a casa
después que el sacerdote le declara sano.
Vea el abrazo de la esposa, de los hijos, de los padres o hermanos. Véalo tocando
la piel de los demás. Véalo limpio de su inmundicia. Véalo restaurado. Esto es lo
que hace la obra de Cristo en el corazón.
Cuando alguien es tocado por Jesús, su vida tiene que ser otra. Los enemigos
tendrán que reconocer la obra en un hombre transformado. Si Jesús cambia la
vida de una persona, lo que más importa es que todos lleguen a comprobar el
cambio.
Jesús no está tan interesado en que su fama crezca, sino que los demás
comprueben la vida nueva que ahora tienen todos aquellos que han sido tocados
por su gracia. Aunque Jesús le prohibió a este hombre no hablar de lo ocurrido, lo
cierto es que él comprometió la seguridad de Jesús, porque “Jesús no podía entrar
abiertamente en la ciudad…”.
CONCLUSIÓN:
Le voy hacer pensar en algo. Traiga a su memoria un momento muy vergonzoso y
penoso por el que haya pasado. A lo mejor fue en la escuela, cuando eras
diferente de los otros estudiantes y se burlaban de ti. Pudo ser algo que pasó en tu
trabajo, cuando hiciste algo indebido y todos se fijaron. Quizás fue en algún evento
La persona leprosa, por ley, debía mantenerse alejada de los demás. El pecado es
comparado con la lepra. El pecado convierte al individuo en un ser sin propósito,
alejado de Dios, vacío y viviendo den soledad. Solo el toque de Jesús puede sanar
su condición y traer de regreso a ese hombre a la vida social, familiar y espiritual.
El Señor hace nueva todas las cosas. Amén.