Filosofía Del Hombre
Filosofía Del Hombre
Filosofía Del Hombre
¿De dónde ha salido el hombre? Sin duda, el ser humano no parece haber
existido siempre en la tierra, sino que su vida sobre el planeta no se remonta a
más de unos cientos de miles de años. Aunque a algunos les pueda parecer una
cantidad considerable de tiempo, es enormemente pequeña si la comparamos
con el tiempo que nos separa de la aparición de la vida sobre la tierra (varios
miles de millones de años). La filosofía no deja de preguntarse en nuestro tiempo
sobre el porqué de la aparición del hombre sobre la tierra, sobre las causas que
condujeron a ella y sobre si esta aparición obedece a algún fin determinado. Se
podría pensar que esta es una cuestión a la cual tienen que responder los
científicos con sus investigaciones, y los filósofos no tendrían nada especial que
decir sobre un tema que concierne a los paleontólogos, a los biólogos y
antropólogos. Sin embargo, la cuestión no es tan sencilla.
1.1. La teoría de la evolución Hemos dicho que el problema del origen del hombre
es un problema especialmente acuciante en los dos últimos siglos. Para el
pensamiento tradicional era necesario explicarse de algún modo cómo es que
había llegado a aparecer el hombre en el conjunto de los seres vivos, de tal modo
que así se entendiese a cabalidad el puesto del hombre en el cosmos y el sentido
de sus actividades. Pensemos por ejemplo en el Popol-Vuh: en él se nos narra
la creación del hombre por los dioses, situándolo por encima de los demás seres
vivos y tratando de explicar de algún modo cuáles han de ser las tareas del
hombre sobre la tierra. En términos generales, podemos decir que esta
perspectiva es la que ha predominado en la cultura de la mayor parte de la
humanidad, aunque sin duda con muchos y muy diversos matices. Se ha tendido
a pensar que las distintas especies de seres vivos que encontramos sobre la
tierra han sido siempre tal como las conocemos ahora. Normalmente, se ha
reconocido un orden temporal en la aparición de los distintos seres vivos: tanto
el Popol- Vuh como el relato bíblico del Génesis anteponen el reino vegetal al
animal, y éste al hombre; pero nunca se pensó que el hombre hubiese sido
distinto de como lo conocemos hoy en día. Las especies serian, desde su
creación, radicalmente distintas e independientes unas de otras. También la
ciencia y la filosofía pensaron clásicamente de este modo: las especies
biológicas serían siempre fijas e idénticas a sí mismas desde el momento mismo
de su aparición: es lo que se suele llamar fixismo. Sin embargo, a este modo de
ver las cosas se le irá presentando progresivamente un sinnúmero de problemas.
Los descubrimientos de fósiles que el hombre fue realizando supusieron la
formulación de nuevas preguntas. Muchos de los fósiles que el hombre fue
hallando no correspondían a ninguna de las especies conocidas. La única
explicación era decir que se trataba de "caprichos de la naturaleza," pues en
caso contrario habría que conocer la existencia, en el pasado, de especies que
más tarde se extinguieron. Algunos recurrieron al diluvio universal como
explicación de la extinción de estas especies. Pero la mente de muchos
científicos y filósofos fue concibiendo la posibilidad de pensar una evolución de
la vida sobre la tierra. Podría suceder que esos restos fósiles perteneciesen a
especies intermedias entre las actualmente conocidas, que fuesen algo así como
estadios transitorios, por ejemplo, los reptiles y las aves. Esto significa dejar de
pensar en que los distintos seres vivos habían sido siempre idénticos desde su
creación. Por el contrario, unas especies animales estarían montadas sobre las
otras, es decir, la vida consistiría en una cadena, en un progreso desde los seres
inferiores hasta los animales superiores, entre los cuales habría que incluir al
hombre.
Pero, ¿cómo explicarse este gran movimiento evolutivo desde la primera materia
viva hasta el hombre? ¿Cómo eran posibles tales transformaciones de unas
especies en otras? Una de las primeras explicaciones que hacía coherente la
evolución es la que proporcionó el naturalista francés J. Lamark a finales del siglo
XVIII. Para éste, las especies habrían aparecido por la transformación de unas
en otras, siguiendo dos leyes fundamentales: en primer lugar, la función crearía
el órgano, es decir, un determinado modo de utilizar uno de los órganos, por
ejemplo las extremidades anteriores, produciría, mediante lentas
transformaciones que éste órgano se transformase en una mano en los primates
superiores y en el hombre. En segundo lugar, la ley de la herencia de los
caracteres adquiridos: si el órgano de un animal se ha especializado, esta
especialización se transmitirá a sus descendientes. Evidentemente, el
lamarkismo ya no puede hoy en día ser considerado fácilmente como válido,
pues deja muchas cosas sin explicar: no es nada claro que los caracteres
adquiridos se transmitan a las generaciones siguientes: por ejemplo, el
desarrollo de un determinado músculo en los padres por el ejercicio de un
determinado trabajo no se transmite nunca a los hijos. Hoy sabemos que lo que
se transmiten son los caracteres que pertenecen al código genético, y no lo
adquirido a lo largo de nuestra vida.
Sólo con la publicación, en 1859, del genial libro de Charles Darwin El origen de
las especies triunfó el evolucionismo en la cultura científica y filosófica, a pesar
de la fuerte oposición que provocó en los medios conservadores de su tiempo.
Para Darwin el proceso de la evolución ocurriría del siguiente modo: todas las
especies tienden a multiplicarse mientras lo permiten los recursos alimentarios
de su ambiente. Como estos recursos son limitados, se establece una lucha por
la supervivencia en la cual vencen los individuos más aptos y perecen los menos
capaces. De este modo, los ejemplares que se reproducen tienden a ser siempre
los mejor dotados, de forma que los descendientes son por término medio
mejores que los ejemplares anteriores. Por lo tanto, la evolución sería una
continua lucha por la supervivencia en la cual las especies tratarían
continuamente de adaptarse al medio natural. Como siempre habría una
supervivencia de los mejor dotados; poco a poco las especies irían
transformándose en otras más evolucionadas. El hombre sería, por todo esto, el
último eslabón de la evolución, la especie mejor adaptada a la vida sobre la tierra.
Otras muchas especies, que no habrían logrado adaptarse, habrían
desaparecido a lo largo de la evolución, debido a los cambios climáticos o a las
presiones de otras especies. Nótese que la teoría de Darwin es enormemente
más convincente que la de Lamark, porque da una explicación de la evolución
en base a la transmisión genética de los caracteres de los sobrevivientes, y no
sobre la herencia de caracteres adquiridos, difícilmente transmisibles. De este
modo, el darwinismo se convertía en una explicación coherente de la historia de
la vida sobre la tierra. La evolución sería un gran proceso irreversible Gas
especies u órganos desaparecidos no se recuperan) y progresivo desde la
primera materia viva hasta el hombre. A pesar de que algunas especies habrían
desaparecido y otras se quedarían estacionadas, en el conjunto del proceso se
observa una dirección ordenada de aparición de especies nuevas, y de ascenso
en la calidad vital de las especies. Cada especie nueva muestra una mayor
independencia del medio y un mayor control específico sobre el mismo. En las
especies avanzadas, esto se traduce en un desarrollo progresivo del cerebro,
un continuo aumento de la capacidad cerebral hasta llegar al hombre, el animal
de mayor desarrollo cerebral y de mayor independencia respecto al medio: el
hombre es prácticamente el único animal que se haya extendido sobre todo el
planeta. Mientras que los distintos animales están atados a un medio ambiente
determinado, el animal humano, como vimos, no tiene propiamente un medio
ambiente, sino que está abierto a cualquier medio: tienen un mundo entero ante
él. (Veáse 8.1.) Sin duda, la teoría de Darwin dejaba algunas cosas sin explicar
y ha ido corrigiéndose y mejorándose a lo largo del tiempo. Un problema no
explicado por Darwin era el siguiente: cómo es posible que en un espacio
relativamente corto de tiempo se hayan producido los enormes cambios que
significa el paso desde las primeras células hasta los animales superiores. Los
cálculos exigían períodos de tiempo mucho mayores que no coincidían con los
datos que suministraba la paleontología. Es más, la perspectiva de Darwin
favorecía planteamientos más bien conservadores de lo que ha de ser la vida
humana, como los que desarrolló el filósofo evolucionista Herbert Spencer.
Darwin pensaba que las transformaciones evolutivas solamente se podían
producir mediante cambios enormemente lentos: entre cada generación y la
siguiente sólo habría la diferencia que hay entre los mejores individuos de una
generación y los peor adaptados. Los filósofos que, como Spencer, trataron de
aplicar sin muchas críticas la teoría de la evolución a la sociedad, sostenían que
la evolución de las sociedades debería ser también lenta y gradual, sin dar saltos
excesivos que acabarían con la sociedad del mismo modo que un cambio brusco
del ambiente puede hacer perecer a una especie entera: sólo cabe la reforma
lenta, nunca la transformación revolucionaria. La moderna genética ha
contribuido en buena medida a modificar estas concepciones herederas del
primitivo darwinismo y a configurar lo que hoy se denomina el neodarwinismo.
La responsabilidad de la herencia está hoy día perfectamente localizada en el
código genético que los progenitores de toda especie transmiten a sus
descendientes. Ahora bien, en la producción se dan importantes
recombinaciones de genes que pueden provocar alteraciones importantes de la
herencia. Pero todavía más importantes son las mutaciones, es decir, las
alteraciones radicales de la herencia, debidas al influjo de factores extrínsecos
como los cambios de temperatura, las radiaciones, etc. Estas alteraciones de las
notas constitutivas del código genético serían las causantes de la aparición de
ejemplares nuevos que, de sobrevivir a la selección natural, serían los
responsables de la aparición de una nueva especie. La selección natural de
Darwin es, por lo tanto, combinada con la posibilidad de saltos radicales a lo
largo de la evolución. De este modo se explicaría más coherentemente la rapidez
con la cual se ha producido el proceso evolutivo de la tierra. Además, se lograría
una visión más dinámica de la vida, donde ésta aparecería, no como un proceso
lento y gradual, sino enormemente innovador.
Otro problema filosófico, al que también nos referimos puede ser el de los
factores de la evolución. Sin duda, en ello la ciencia tienen mucho que decirle al
filósofo. Pero, recíproca- mente, una idea filosófica de lo que es el hombre (si el
hombre es esencialmente un animal inteligente, o laboral, o lingüístico)
predetermina también en qué factores de hominización (lenguaje, trabajo, etc.)
va a centrar su atención el científico.
Las filosofías racistas de este siglo proclamaban la necesidad de que entre los
hombres siguiese actuando la selección natural: los enfermos, los débiles,
deberían ser dejados a su suerte. Es más, el Estado debería ayudar a la
selección natural impidiendo reproducirse a los individuos con malformaciones
genéticas o con enfermedades hereditarias. Los ho- rrores del nazismo alemán
ilustran muy bien cómo la teoría de la evolución puede servir de base, no sólo
para una filosofía humanista, sino también para las más grandes aberraciones
contra la humanidad.
Sobre el futuro de la evolución hoy más bien suele pensarse que, hasta donde
se puede prever, la evolución se halla detenida en el tipo de hombre que apareció
hace unos 100.000 años sobre la tierra. Desde un punto de vista biológico, no
hay ninguna diferencia sensible entre el hombre de Cro-Magnon y nosotros: sería
difícil encontrar alguna diferencia entre nuestra constitución física y la de aquel
lejano antepasado que habitaba en cavernas y se alimentaba de frutos y de los
productos de su caza. Sin embargo, la diferencia cultural que nos separa de
aquellos hombres es enorme. El hombre pasó de cazador a agricultor,
desarrollando de un modo cada vez más veloz su dominio sobre la naturaleza.
Aparecieron las primeras ciudades y las civilizaciones con división de clases
sociales. Los logros científicos y técnicos fueron convirtiendo al hombre en un
ser cada vez más poderoso y más indepen- diente de los caprichos de la
naturaleza, hasta llegar a las civilizaciones actuales, que siguen, claro está, en
continuo cambio. Parece que, entre nosotros, la evolución biológica ha sido
sustituida por la evolución social y cultural, es decir, por la historia.
Es más, desde los tiempos de Darwin se viene señalando algo que éste no tuvo
suficientemente en cuenta: a partir del momento en que los primeros homínidos
comenzaron a disponer de una cultura rudimentaria, los mecanismos de la
evolución que conducen desde los pitecántropos hasta nosotros ya no son
solamente los de la selección natural. La estructura social y los comportamientos
simbólicos (lenguaje, etc.) parece que fueron un factor importante del desarrollo
cerebral que conduce desde los primeros tipos de humanidad hasta el homo
sapiens sapiens. Es decir, no solamente los cambios biológicos determinaron la
aparición de una cultura humana, sino que, desde el momento de su aparición
actuó como retroalimentación sobre el proceso evolutivo. Por ello, hechos
sociales como la organización de la caza y la fabricación de instrumentos
pudieron ser factores de evolución biológica dentro del género homo. Como ya
veíamos al hablar del origen de la inteligencia, "el trabajo y el lenguaje son los
incentivos más importantes bajo cuya influencia se ha transformado
paulatinamente el cerebro del antropoide en el del hombre" (Engels). Es decir,
en otros términos, el hombre sería el único animal que habría sido capaz, a partir
de sus creaciones culturales, de determinar su propia naturaleza. De nuevo nos
encontramos con la originalidad de la praxis del hombre, transformadora y
creadora, no sólo de naturaleza en general, sino también de su propia
naturaleza, de su propio ser.
2.2. El hombre-máquina
Todo esto, sirve para proporcionar una idea materialista del ser humano. En
primer lugar, el ser humano no sería el fruto de una creación divina; no sería
imagen de ningún dios. Para los antiguos, el hombre se distinguía precisamente
por su parentesco y por su cercanía con los dioses. El hombre podía
comunicarse con ellos, establecer con ellos relaciones de amistad porque, en el
fondo, el hombre había sido creado por los dioses y mantenía con los mismos
un cierto parentesco. Desde el punto de vista del materialismo decimonónico, el
único parentesco que tiene el hombre es el de los animales. Como se solía decir,
el ser humano ya no puede buscar a sus padres y antepasados en el mundo
celestial de los dioses, sino que sus antepasados y sus parientes únicos son los
animales y los seres vivos en general.
La tesis del materialismo vulgar sobre el hombre es, en resumen, la del hombre-
máquina. El ser humano no es más que un mecanismo, todo lo complejo que se
quiera, pero un puro mecanismo determinado en su praxis por factores que él no
domina ni puede controlar. En el fondo, la tesis del materialismo mecanicista es
enormemente conservadora, porque convierte al ser humano en un ser incapaz
de llevar a cabo su propia liberación. El ser humano nunca podría llegar a
emanciparse ni individual ni socialmente, porque en realidad nunca sería dueño
de sí, sino que todo lo que haga a lo largo de sus días estará perfecta y
mecánicamente determinado por factores no humanos. El destino del hombre no
sería la libertad, sino la sumisión a las leyes ciegas y rigurosas que rigen su vida.
Las mejoras que la sociedad puede alcanzar en la historia no serán nunca fruto
de la praxis liberadora de los hombres, sino la consecuencia mecánica del
desarrollo de fuerzas que el hombre no puede controlar libremente. El
materialismo clásico condena al hombre a la pasividad y el fatalismo. (Véase
8.2.)
3. Tesis espiritualista
4. Evolución y creación
Hoy en día las cosas ya son distintas. La mayor parte de los creyentes cultos no
piensan que las Escrituras se hayan de interpretar al pie de la letra, como si la
Biblia quisiese relatar hechos científicos. La Biblia habla literalmente de las
relaciones entre el hombre y Dios,y no de la historia natural de nuestro planeta.
Además, científicos y pensadores cristianos, como Teilhard de Chardin, han
mantenido visiones netamente evolucionistas del universo y de la creación. Para
Teilhard, el proceso de evolución de la naturaleza en su conjunto sería un
proceso de "hominización" desde la materia a la vida, y de ésta al hombre. La
aparición del hombre sería un momento central en la historia del universo, pues
éste en cierto modo adquiriría un centro y un alma. La evolución, además, lejos
de haber terminado, continuaría en la historia de los hombres, conduciendo a
éstos hacia un "punto Omega" que significaría la "cristificación" del cosmos y la
plena reconciliación de la historia. Para Teilhard, en definitiva, el proceso
evolutivo del universo no sería algo incompatible con la creación divina del
mismo sino que, por el contrario, la evolución y la historia humana serían
justamente el lugar donde se desarrolla la creación. La creación del mundo por
parte de Dios, así como la creación del hombre y su historia pueden consistir, a
los ojos de este pensador, en un proceso evolutivo, que la ciencia ha de estudiar.
Lo importante de las ideas de Teilhard, más allá de la validez de todas sus tesis,
es su convencimiento fundamental de que el teísmo no es incompatible con una
idea positiva de la materia ni tampoco con una concepción dinámica del universo
y de la historia de los hombres. Y es que, en realidad, tanto el materialismo vulgar
como el espiritualismo se caracterizan por una concepción enormemente
negativa de la materia. Para ambas corrientes filosóficas, la materia es, en
definitiva, algo estático, incapaz de innovación, incapaz de dar de sí realidades
nuevas. El materialista mecanicista piensa que, en el fondo, el movimiento le
viene a la materia de fuera: del choque mecánico con otros átomos que se
moverían desde la eternidad. Pero para los materialistas vulgares, los cambios
que se desarrollan en el mundo material no son más que cambios de lugar,
cambios locales. La diferencia entre un perro y un hombre no sería más que una
distribución distinta de los átomos. El materialismo mecanicista es ciego para los
cambios estructurales, es decir, para sistematizaciones nuevas de la materia,
que dan lugar a realidades radicalmente nuevas e irreductibles a las anteriores.
El materialista vulgar se ve obligado a afirmar que no hay espíritu, justamente
porque, si lo hubiese, sería algo radicalmente distinto de la materia. Y si no se
admite que la materia pueda dar de sí realidades radicalmente nuevas, no hay
espíritu: todo es una materia idéntica, combinada en formas diversas: el
materialismo vulgar es, en el fondo, enormemente hilemorfista. Lo que sucede al
espiritualismo es que, en realidad, comparte con el materialismo vulgar su idea
de materia. La materia es también algo negativo y estático, cuyo único cambio
es siempre un cambio local. El espiritualismo es también ciego para la capacidad
que la materia puede tener para dar lugar a realidades nuevas por
sistematización, por un cambio estructural. Por eso entiende que si en la
evolución hay una realidad nueva, como es la inteligencia del hombre, ésta tiene
que consistir en una sustancia radicalmente distinta de la sustancia material: el
espíritu, creado por una intervención especial divina. Desde el concepto actual
de materia que hemos expuesto anteriormente, es más fácil salir de las aportas
del materialismo vulgar y del espiritualismo. La materia no es algo in-
determinado y pasivo, como se ha pensado clásicamente. La materia es
estructura concreta y dinámica. Las realidades materiales, todas ellas, están
intrínsecamente dotadas de la capacidad de dar de sí realidades nuevas. Por
eso no hay una contraposición ni una oposición radical entre el mundo material
(pasivo) y el mundo espiritual (activo). No es este el lugar de plantear el problema
de Dios, al cual nos referimos más adelante, pero es importante caer aquí en la
cuenta de que la materia no tiene por qué ser algo distinto y hasta contrapuesto
a la realidad divina. Esto en el fondo no es más que puro maniqueísmo dualista:
el mundo dividido entre dos principios contrapuestos, uno positivo y otro
negativo. Por el contrario, si la materia consiste fundamentalmente en un
dinamismo estructural, no es contradictorio pensar que las realidades materiales
del mundo son algo que una realidad fundamental, también dinámica, ha dado
de sí. Si Dios es una realidad dinámica, puede ser que el mundo entero no sea
sino lo que esa realidad absoluta ha ido dando de sí. El mundo material no sería
algo contrapuesto a Dios, sino algo radicado en Dios, no separado de él, sino
que éste ha dado de sí, como el agua la fuente. De este modo, la evolución
entera del mundo natural sería un dinamismo contrapuesto o distinto del dina-
mismo de la creación: sería un único y mismo dinamismo. Por ello, contra el
espiritualismo, ya no serían necesarias las intervenciones ocasionales de Dios
en diversos momentos de la evolución del universo, sino que la evolución misma
del universo sería la intervención de Dios, el "dar de sí" de la realidad
fundamento. Con esto no se pretende demostrar la existencia de Dios (ese es
otro tema), sino demostrar que, si Dios existe, no tiene por qué consistir en un
vaporoso espíritu contrapuesto a una también vaporosa materia. Una idea
positiva de las realidades materiales y de sus capacidades de dar de sí da cuenta
cabal de la evolución, y, además, muestra que ésta no sería incompatible con la
creación, en el caso de que se admita la existencia de Dios. Si la materia es algo
positivo, estructurado y dinámico, lo que llamamos "mente," "alma" o
"inteligencia" no tiene porqué ser algo radicalmente contrapuesto a la materia.
Puede tratarse, por el contrario, de una sistematización especialmente elevada
de la vida orgánica, como vamos a ver en el siguiente apartado. Es más, esta
realidad nueva, la de la inteligencia humana, puede considerarse, en cierto
sentido, como algo creado por Dios, en cuanto que el dinamismo entero del
cosmos, el dar de sí de todas las realidades, tiene su fundamento último en la
realidad de Dios. Lo importante en este momento es subrayar que no hay
contradicción necesaria entre evo- lución y creación, si se entienden de un modo
adecuado y no dualista las realidades que integran el mundo. Pero ahora es
necesario, en orden a una filosofía de la realidad humana, aclarar más en
concreto cómo la vida orgánica da lugar a la psique (preferimos éste término al
de espíritu, alma, mente, que podemos considerar como equivalente) del
hombre, y cuál es la unidad entre su organismo y su psiquismo. (Véase 8.4.)
5.1. Materia orgánica y psique Como hemos visto en los apartados anteriores, lo
propio del materialismo vulgar es reducir todas las distintas realidades materiales
concretas a un solo y único tipo de materia. En el caso del materialismo
mecanicista decimonónico, este único tipo de materia era la materia atómica,
entendida como corpúsculos dotados de movimiento local. Por el contrario,
vimos que un materialismo a la altura de los conocimientos científicos actuales
habría de tener en cuenta la existencia, no de "la" materia en abstracto, sino de
sistematizaciones muy diversas dentro del mundo de las cosas llamadas
materiales. Por eso, hablábamos de distintas estructuraciones materiales,
dotadas cada una de ellas de pro- piedades originales, surgidas por
sistematización, y que, por lo tanto, no se podían reducir a la suma o a la
agregación de las propiedades de cada una de las notas que entran en un
sistema.
De este modo, se puede distinguir una materia elemental, propia de las partículas
ele- mentales subatómicas, no necesariamente corpusculares; una materia
corporal, propia del mundo corporal (átomos, moléculas), que es la única que el
materialismo vulgar tiene en cuenta; una materia viva, propia de las primeras
sistematizaciones dotadas de una cierta independencia y control específico
sobre el medio, como sucede en los virus y en los viroides; y la materia
propiamente orgánica, propia de los seres vivos celulares o multicelulares. Esta
materia orgánica, a su vez, puede adoptar sistematizaciones distintas y cada vez
más complejas.
Del mismo modo, cualquier actividad psíquica es, al mismo tiempo, una actividad
que afecta igualmente a todo el sistema psico-orgánico. Y esto es muy
importante para conceptuar la actividad humana. Se puede decir que la actividad
psíquica del hombre es actividad-de su organismo, así como la actividad
orgánica es actividad-de su psique. O, dicho de un modo más radical: en el
hombre no hay actividades orgánicas "más" actividades psíquicas, sino que,
propiamente, el sistema de la sustantividad humana desarrolla una actividad
única y estructural: una actividad psico-orgánica.
La unidad entre psique y organismo es algo más radical que una mera unión de
dos sustancias distintas: es la unidad propia de una estructura, de una realidad
sistemática en la cual todos los momentos están constitutivamente vertidos unos
a otros. Esto es muy importante para una filosofía de la praxis. Si uno de los
problemas fundamentales de la filosofía es el explicar el puesto del hombre en
el universo, es decir, el dar cuenta de la actividad consciente del hombre en el
conjunto de la realidad, la filosofía que toma como tema central la praxis humana
da una respuesta que la diferencia tanto del naturalismo y del materialismo vulgar
como del idealismo.
El primero reduce el conjunto de la realidad a ser una expresión de la naturaleza
(o de la materia), de la cual todo brotaría. El idealismo, por el contrario, convierte
a la naturaleza en una mera exteriorización de la razón o del espíritu absoluto.
La filosofía de la praxis afirma, en cambio, una naturaleza humanizada y un
hombre naturalizado, es decir, la íntima imbricación entre el hombre y el universo
donde desarrolla su vida. El ser humano, surgido sin duda evolutivamente de la
naturaleza, era capaz de determinar ésta y de transformarla en una dirección
humana.