Ratzinger (Concilium) 1
Ratzinger (Concilium) 1
Ratzinger (Concilium) 1
OBISPOS
I. FUNDAMENTOS DOGMÁTICOS
Antes de considerar las exigencias pastorales que encierra el concepto de colegialidad de los
obispos, juzgamos conveniente recordar, aunque de manera esquemática, cuál es exactamente el
contenido teológico de esta palabra que desde el comienzo de las deliberaciones del actual
Concilio sobre la Iglesia ha ido saliendo cada vez más a primer plano. A este respecto se ha de
tener en cuenta que el carácter colegial del ministerio episcopal se basa principalmente en dos
hechos históricos.
El primero de estos hechos es el carácter colegial del misterio apostólico, que en un principio
aparece como el ministerio de los Doce, antes de que a raíz de los acontecimientos de
Pentecostés viniera a convertirse en un auténtico ministerio de misión, un "Apostolado" en
sentido estricto. Hoy podemos decir, como un resultado seguro de la exégesis, que de los dos
conceptos, "los Doce" y "los Apóstoles", el primero es más antiguo que el segundo -el cual,
como hemos dicho, se ha de considerar como posterior a Pentecostés-, y además que en un
principio estos dos conceptos no coincidían; es en la teología lucana, relativamente tardía, donde
aparecen identificados por primera vez; de modo que entonces, a partir de las expresiones "los
Doce" y "los Apóstoles", originariamente distintas aunque se interfirieran en el contenido,
surgió la ecuación "los 12 Apóstoles" que fijó en adelante la concepción histórica de la
cristiandad1. Esta afirmación de la exégesis no se reduce a una pura curiosidad de anticuario,
sino que hace posible un conocimiento más profundo de la tarea que el Señor encomendó a
aquellos hombres que El llamó para que fueran sus más inmediatos seguidores. Nos descubre,
en efecto, que el ministerio de estos hombres tenía carácter de signo y era de índole comunitaria.
Tras una historia llena de fracasos y frustradas esperanzas, Israel esperaba, al fin de los tiempos,
la restauración de las doce tribus con que había comenzado y en las que se expresaba su plenitud
cósmica2. El hecho, por tanto, de que Jesús llame a doce es una acción significativa
escatológica: originariamente, la tarea de estos hombres no es en primer término hacer o realizar
algo determinado, sino ser un signo anunciador de que "el fin de los tiempos" está muy cerca, de
que Dios cumple su promesa y congrega al Israel definitivo. La elección del apóstol Matías para
completar el número de doce roto por la traición de Judas hace ver que, incluso en los primeros
momentos después de la resurrección del Señor, el simbolismo escatológico de los Doce seguía
siendo para la naciente Iglesia una parte fundamental en la misión de los que debían pertenecer
al círculo más íntimo de los testigos de Jesucristo. Naturalmente, ahora les incumbe una nueva
tarea: ser testigos de la resurrección de Jesús (Act 1, 22). En la vocación de san Pablo
encontramos ya sólo esta segunda función, concretada ahora por el hecho de que Pablo se siente
llamado a ser testigo para los gentiles; así, la primitiva simbólica israelita de los Doce se
desvanece y comienza a formarse una nueva y más amplia concepción del ministerio3.
Pero volvamos de nuevo por unos instantes a la función primitiva determinada por el carácter
de signo escatológico del número Doce. El carácter de signo y la índole comunitaria de este
primer "ministerio" en el proceso de formación de la Iglesia lo considerábamos demostrado por
el hecho de que el ministerio aparecía unido al número y, por tanto, consistía sólo en la
articulación comunitaria de un grupo de llamados que únicamente en la unidad con los otros
poseían sentido propio. Dicho esto, podemos precisar más añadiendo otras dos nuevas
afirmaciones: el sentido del simbolismo de los Doce es, como señalábamos, la anticipación en
signo del Israel escatológico según la técnica de las acciones simbólicas de los profetas que
conocemos por el Antiguo Testamento4. Pero en ese caso estos hombres no representan sólo a
los futuros obispos y encargados de ministerio; representan también, o mejor, en primer lugar al
"pueblo nuevo" que se llamará "la Iglesia". Sin duda esto crea al especialista de teología
dogmática algunas dificultades, ya que, en los cometidos que Jesús señala a los Apóstoles, no le
será fácil determinar si con ello se dirige sólo a los futuros encargados del ministerio, o si lo
dicho se refiere a los Doce como representantes de todo el pueblo de los fieles. La interpretación
protestante ve aquí fundamentalmente esto último y lo considera como un importante apoyo a su
doctrina del sacerdocio común de todos los fieles. Pero de este modo no tiene en cuenta que ya
en vida de Jesús formaban los Doce un grupo especial y así anunciaban claramente la situación
particular del ministerio. La interpretación católica, en cambio, puede caer fácilmente en el
peligro contrario: olvidar que, en otro sentido, los Doce representan también a toda la Iglesia y
constituyen una unidad de ministerio y comunidad que debemos concebir como otra
peculiaridad fundamental del nuevo ministerio creado por Cristo. Peculiaridad que se halla
estrechamente relacionada con la última característica de que nos vamos a ocupar: el carácter
escatológico de este ministerio.
Resulta extraordinariamente difícil precisar en qué consiste este carácter escatológico. En
primer lugar viene a constituir sin duda una referencia al fin del antiguo aión de la opresión y el
fracaso del pueblo de Israel y el anuncio de un nuevo y definitivo pueblo de Dios. Que este
cambio radical no se realizará bajo la forma del fin del mundo y restauración del paraíso, sino
mediante la muerte y resurrección de Jesús y la extensión del mensaje de Dios a los gentiles -la
apertura al conjunto de pueblos de la tierra-, no parece que pudiera deducirse sencillamente,
eliminando toda duda, del mensaje del Jesús terreno; en todo caso, incluso después de Pascua,
los mismos Doce no lo habían comprendido, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles
(1, 6). Sólo bajo la acción del Espíritu de Pentecostés lograron ver la nueva realidad, un pueblo
de Dios fundado no en la descendencia sino en la fe, no en el poder sino en el servicio, y
aprendieron a descubrir en él la nueva realidad "escatológica" de la llegada de los últimos
tiempos. ¿Y no tenemos que aprender también nosotros a entender de nuevo esta nueva
realidad? ¡Es tan ajena a las viejas y hondamente arraigadas concepciones del hombre!5
El hecho de que el Concilio, de acuerdo con la tradición eclesiástica, designe a los Apóstoles
como un "Colegio" debemos considerado como una explicación del carácter comunitario que,
según hemos dicho, poseía el primitivo ministerio de los Doce. Explicación significa en este
caso traducción a una nueva manera de entenderlo: la situación de Israel en tiempo de Cristo
resultó pronto extraña a los fieles procedentes de la gentilidad. Mediante el concepto jurídico de
colegio se intentó expresar el aspecto colectivo original del ministerio apostólico. El Concilio ha
vuelto a esta línea de pensamiento del tiempo de los Padres; pero este pensamiento, para poder
ser entendido rectamente, ha de ser considerado sobre el fondo de los orígenes bíblicos, de cuya
plenitud sólo podía captar una parte.
Con esto venimos al segundo pilar de la doctrina de la colegialidad del ministerio episcopal.
Constituía el primero -repetimos- el carácter "colegial" del primitivo ministerio de los Doce
Apóstoles, que sólo juntos son lo que deben ser: anuncio del Israel de Dios escatológico. Aquí
se podía ahora continuar sencillamente: el ministerio de los Apóstoles es colegial; los obispos
son los sucesores de los Apóstoles, por tanto, se han de concebir también colegialmente, de
manera que el colegio de los obispos viene a suceder al colegio de los Apóstoles, y lo mismo
que cada uno de los Apóstoles tenía una función propia sólo en cuanto unido a los otros, que con
él formaban la comunidad apostólica, así también cada obispo posee su ministerio sólo en
cuanto pertenece al colegio que representa la continuación, tras la muerte de los Apóstoles, del
colegio apostólico. En realidad, este razonamiento viene a ser un resumen esquemático de la
doctrina de la colegialidad de los obispos6. Pero por sí solo no podría bastar para sostener dicha
doctrina, pues en las realidades decisivas de la Iglesia no se trata de razonamientos, sino de
realidades históricas. Por eso, este razonamiento sólo será válido si a la vez explica el proceso
histórico del desarrollo del ministerio eclesiástico en la antigua Iglesia, y este proceso es
precisamente el segundo pilar del concepto de colegialidad.
Obispo
Presbiterio + Diáconos
Comunidad
que se centraliza en el vértice episcopal. Con esto podemos pasar ahora al otro aspecto de la
situación: Las múltiples Iglesias individuales, en cada una de las cuales se realiza la única
Iglesia de Dios y que, sin embargo, todas juntas no son otra cosa que la única Iglesia de Dios, se
hallan unidas entre sí en la horizontal que se expresa en la línea
Con esto hemos llegado por fin a la cuestión de las implicaciones pastorales de la doctrina de
la colegialidad. Intencionadamente hemos escogido la palabra "implicaciones", y no, por
ejemplo, ventajas, aplicaciones, u otras semejantes. Lo pastoral no es simplemente una glosa pía
sobreañadida; aquí lo dogmático "implica" ya lo pastoral. Con otras palabras: el enunciado de la
estructura colegial del ministerio episcopal y con él de la misma Iglesia no es puramente una
teoría para especialistas, sino que como enunciado dogmático está orientado directamente al
hombre, a las realidades de la vida de la Iglesia. En orden a una pastoral fecunda será de gran
importancia en adelante superar la estéril yuxtaposición de puras teorías y simples recetas
pragmáticas, y volver a la unidad original según se nos presenta en la Biblia y en los Santos
Padres, donde encontramos una verdad que desde un principio y en lo más profundo de su ser es
verdad para el hombre, verdad libertadora y salvífica, en la que se unen in disolublemente
pastoral y dogma: la verdad del que es a la vez "Logos" y "Pastor", como supo captar con
agudeza el arte cristiano primitivo, que representaba al Logos como Pastor y veía en el Pastor la
Palabra eterna que señala al hombre el verdadero camino 21. Quizá podamos decir que este es el
primer impulso pastoral que nos llega de la doctrina de la colegialidad: hacemos ver que la
dogmática y la pastoral, bien entendidas, no pueden existir yuxtapuestas, sino íntimamente
compenetradas. Una verdad que en última instancia no dijera relación al hombre no tendría sitio
en la teología, y viceversa, una actividad que en última instancia no viniese de la verdad que nos
fue revelada en Cristo no podría llamarse cura de almas. Naturalmente, en ambos casos existen
zonas límite en las que la relación resulta un tanto distante y confusa; naturalmente no es lo
mismo teoría que práctica, pero teniendo en cuenta la peculiaridad del mensaje cristiano no se
puede mantener un corte radical entre ambos sectores. Intentemos, pues, ahora examinar más de
cerca algunas de las exigencias pastorales que entraña la doctrina de la colegialidad.
1. El yo y el nosotros en la Iglesia
Si, por una parte, la estructura pluralística de este ministerio aparece relacionada con el
misterio del Dios único en el nosotros de las tres personas, por otra está orientada al nosotros de
la Iglesia entera y es una imagen de su hermandad. Dicho de otro modo: en última instancia
existe colegialidad de los obispos porque existe hermandad de la Iglesia, y la colegialidad de los
obispos sólo adquiere su pleno sentido cuando sirve a esta hermandad y cuando se consuma en
la hermandad y el sentido fraternal. Aquí, a nuestro entender, al trasladar a la práctica de la vida
de la Iglesia las afirmaciones del Concilio surgirá una tarea extraordinariamente importante, de
cuya comprensión dependerá el que la renovación de la doctrina de la colegialidad dé lugar a
una reforma real de la Iglesia. Contra esta doctrina, en efecto, se ha expresado ya en los sectores
protestantes el reparo de que quizá pudiera llevar a una más fuerte clericalización de la Iglesia y
hacer así más profunda la sima que divide a los cristianos separados. Se teme que la
revalorización del episcopado dé lugar a una nueva desvalorización del presbiterado y, sobre
todo, de los laicos en la Iglesia24. Este peligro sólo se podrá soslayar eficazmente si la
"revalorización de las Iglesias a ellos confiadas, si cada obispo particular, incorporado al colegio
de los obispos que dirigen la Iglesia de Dios, se siente por su parte obligado a una unión
fraternal con sus presbíteros y su comunidad. Con otras palabras: la colegialidad de los obispos
sólo adquiere su pleno sentido si cada obispo representa verdaderamente a su Iglesia, y por
medio de él queda introducida verdaderamente en el todo de la unidad eclesial una parte de la
plenitud de la Iglesia
De esta manera podrá entenderse como un importante compromiso el hecho de que la
revalorización del ministerio episcopal no se debe a que cada uno de los obispos se vea
proclamado un pequeño papa, robustecido y exaltado todavía más en sus facultades
monárquicas, sino a que todos ellos son reintegrados de forma más patente a la mutua unión con
sus hermanos, en compañía de los cuales dirigen la Iglesia de Dios. Visto el ministerio episcopal
en esta perspectiva, resulta evidente su carácter de servicio y su profundo sentido pastoral: el
obispo, por una parte, está orientado hacia sus hermanos en el mismo ministerio, pero, por otra,
está orientado a la vez hacia sus hermanos y hermanas en la misma gracia: todos los que con él
están bautizados en el nombre de Jesucristo. Y sólo puede presentarse legítimamente ante sus
hermanos en el episcopado, si viene a ellos siempre en unión fraternal con los que participan en
su misma fe.
Concretemos un poco más estos pensamientos. Teniendo en cuenta todo esto, es inconcebible
el egoísmo de las diócesis o de las comunidades que se preocupan de sí mismas y dejan
tranquilamente las demás al cuidado de Dios y de la Santa Sede. Debe existir, por el contrario,
una responsabilidad común entre todas. Ser católico quiere decir hallarse dentro de una red de
conexiones mutuas 25. Significa, pues, ayudarse mutuamente en las necesidades, aprender lo
bueno de otro y comunicar generosamente lo bueno que se posee; significa un esfuerzo por
conocerse unos a otros, comprenderse y respetarse. Y todo esto no puede quedar reducido a
imperativos morales de carácter más o menos vago. Una importante tarea que ha de realizarse
en los años próximos es la de encontrar fórmulas prácticas de esta intercomunicación y solicitud
mutuas. Insistiremos de nuevo sobre este punto dentro de otro contexto, pero hay un aspecto al
que juzgamos oportuno aludir aquí. La forma más humana y a la vez más cristiana de concretar
ese espíritu de servicio entre los cristianos y sus comunidades que entraña la doctrina de la
colegialidad, es la hospitalidad de los cristianos. Jean Daniélou, que ha escrito unas de las
páginas más bellas sobre este tema, refiere al respecto la experiencia de un amigo chino que
peregrinó a pie de Pekín a Roma. Este pudo comprobar que la hospitalidad decrecía a medida
que se acercaba a su meta. "Mientras estuvo en el Asia Central, las cosas marcharon muy bien;
al atravesar los países eslavos, la situación todavía era sostenible; pero al llegar a los países
latinos, la hospitalidad había desaparecido"26. Nos otros, en cambio, hemos tenido
posteriormente, gracias a Dios, experiencias totalmente distintas. En el Congreso Eucarístico de
Munich, 1960, la hospitalidad de aquellos días creó entre los cristianos vínculos que han
resistido a la acción del tiempo. Pero ¿ no debía ser esto posible también sin necesidad de
semejante apoyo oficial? ¿ No debía aparecer siempre este espíritu de servicio en el ámbito,
previo a toda organización, de las simples virtudes humanas y cristianas? Porque si falta la
espontaneidad de la vida elemental, en vano se esfuerza la habilidad de los organizadores.
A partir del siglo XII comenzó a distinguirse en el ministerio episcopal entre ordo y
iurisdictio, potestad de orden y potestad de jurisdicción. La potestad de orden aparece
relacionada con el "verdadero Cuerpo de Cristo" en la EucaristÍa: el sacerdote, en virtud del
orden, al celebrar la santa Misa puede transformar el pan en este "Cuerpo verdadero". La
potestad de jurisdicción, en cambio, estaría relacionada con el "Cuerpo místico de Cristo" 27. Por
esta razón -dicho sea de paso- la teología de la Edad Media se negó a considerar el ministerio
episcopal como un grado independiente de la potestad de orden: el presbiterado otorgaba ya
plenos poderes para transformar el pan en Cuerpo de Cristo, a los que no podía añadirse nada 28.
Esta distinción que nosotros hoy, atendiendo a la teología bíblica y patrística, hemos de
considerar como insuficiente -aunque no rechacemos totalmente su valor-, ha aparecido también
repetidas veces en el diálogo sobre la colegialidad; su revisión, motivada por este mismo
diálogo, lleva consigo consecuencias prácticas de honda repercusión.
Si esta distinción correspondiera perfectamente a la realidad podríamos hacer el siguiente
razonamiento: la potestad de orden se refiere solamente a la acción sacramental, y
especialmente al acontecimiento eucarístico. Este no tiene nada que ver con la colegialidad; la
acción litúrgica del sacerdote en la misa es más bien un acontecimiento que se realiza aquí y
ahora sólo por obra suya. La potestad de jurisdicción, por su parte, ciertamente dice relación a la
Iglesia, pero sólo el Papa tiene jurisdicción sobre toda la Iglesia. Los demás obispos reciben
jurisdicción únicamente para una porción limitada de la Iglesia, en la que (a excepción del Papa)
sólo ellos poseen autoridad competente. Por tanto, tampoco la potestad de jurisdicción se puede
entender calegialmente. Así pues -y esta sería la consecuencia final del razonamiento-, la
colegialidad no está unida a las funciones esenciales del ministerio episcopal, y a lo sumo es un
postulado moral en las eventuales relaciones de los obispos entre sí.
Aquí más que en ningún otro lugar se pone de manifiesto la insuficiencia del esquematismo
de un pensamiento sistemático puramente escolástico (cuya importancia, por otra parte, sigue
siendo indiscutible) ante la complejidad de las realidades eclesiásticas. Así sucede ya, y de
manera especialísima, en la concepción de la sagrada Eucaristía que aquí encontramos. La
Eucaristía, en efecto, no es el acto individual de la transubstanciación que el sacerdote realiza
por sí solo en virtud de un accidente físico existente en él -el carácter sacramental-, sin relación
con los demás ni con la Iglesia. Por su esencia, la Eucaristía es "sacramentum Ecclesiae"; entre
el Cuerpo eucarístico y el Cuerpo místico de Cristo existe una unión tan estrecha que el uno es
inconcebible sin el otro. Entre la multitud de textos que podríamos citar a este respecto
escogemos sólo estas palabras de Guillermo de S. Thierry, en las que se percibe plenamente el
espíritu de san Agustín: "Comer el Cuerpo de Cristo no significa otra cosa que convertirse en el
Cuerpo de Cristo"29. Así pues, lo "colegial" está presente en lo sacramental; más aún, la
Eucaristía es por esencia el sacramento de la fraternidad cristiana. de la unión mutua mediante la
unión con Cristo. Por eso en la antigua Iglesia casi todos los términos que sirven para designar a
la Eucaristía designan también a la Iglesia: koinônía, symfonía, eirênê, agápê, pax, communio
-términos todos ellos que expresan de manera integral el indivisible misterio de Eucaristía e
Iglesia30. Todavía santo Tomás de Aquino, como heredero de la tradición de san Agustín que a su
vez fue simplemente intérprete de la herencia de la antigua Iglesia-, considera la unidad del
Cuerpo místico de Cristo como la "res sacramenti" de la Eucaristía, la auténtica realidad que
ésta opera y significa31. Podemos afirmar que la ruptura entre doctrina de la Eucaristía y
Eclesiología, cuyas primeras manifestaciones tienen lugar en los siglos XI y XII, constituye uno
de los aspectos menos afortunados de la teología medieval -tan meritoria en otras muchas
cuestiones-, pues con ella perdieron ambas su centro. Una doctrina de la Eucaristía sin relación
ninguna con la comunidad de la Iglesia es tan contrasentido como una eclesiología no
estructurada a partir de la Eucaristía como de su propio centro.
Teniendo en cuenta todo esto, la tesis de que la potestad de orden está relacionada sólo con el
Cuerpo eucarístico y por tanto no tiene nada que ver con la "colegialidad", habrá de formularse
en sentido inverso: por estar relacionada con la Eucaristía, la potestad de orden se encuentra
totalmente en función de la koinônía, que es a la vez el contenido de la Eucaristía y el término
originario para designar la colegialidad. Así lo da a entender incluso la misma terminología: la
palabra "ordo" era originariamente un término paralelo a "collegium". En la Roma pagana la
palabra "ordo" designaba el orden de clases de Imperio Romano, donde frente al Populus
Romanus estaba el "ordo amplissimus" del Senado; "ordo et plebs", "ordo et populus" son
expresiones corrientes en las que "ordo" designa la corporación de los que rigen el Estado 32. En
la fórmula "nos et plebs tua sancta" del canon de la misa romana hay un eco de esta asociación
-"ordo et plebs"-, y el designar a los obispos como "ordo episcoporum" tuvo aquí su punto de
partida; así se daba expresión a la conciencia de que los obispos forman una clase, una
comunidad, un "colegio". Lo comunitario pertenece ya a la esencia de lo sacramental; el
sacramento no es una magnitud física a la que posteriormente se le añade una potestad de
régimen, sino que es la introducción en una nueva comunidad y estáordenado al servicio de la
comunidad.
Así nos lo hace ver también la estructura misma de la liturgia eucarística. El sujeto de ésta, en
efecto, es el "nosotros" del santo pueblo de Dios, y su lugar íntimo la comunidad de los santos
que encontramos ya en el Confiteor y se nos presenta abiertamente en las oraciones que
encuadran el relato de la institución. La evocación del glorioso cortejo de los santos de la Iglesia
universal, y especialmente de la Iglesia local de Roma, en el Communicantes y el Nobis quoque;
la alusión a Abel -Melquisedec- Abrahán, los grandes tipos del sacrificio de Cristo en la antigua
alianza, en el Supra que; el recuerdo de los vivos y muertos de la comunidad en ambos
Mementos, y finalmente la aparición, ya en la primera oración del canon, del nombre del obispo
local y del obispado común de la sede apostólica de Roma, con la referencia a todos los fieles
que participan en el culto cristiano, son bastante más que un simple ornato, son la expresión
íntimamente necesaria de la koinônía del acontecimiento eucarístico. La aparición del nombre
del obispo de Roma constituye aquí una expresión breve pero representativa de la integración de
la celebración eucarística en el conjunto de la "communio ecclesiarum", mediante la cual la
acción eucarística que se realiza en un lugar concreto queda constituida en verdadera
participación en el Cuerpo indivisible de Cristo, que la Iglesia recibe en común. Por eso el
nombre del obispo de Roma no viene a expresar simplemente el primado del Papa, sino la
recapitulación en él de la comunidad de comunión; y al mismo tiempo representa la colegialidad
de los obispos y la hermandad de las Iglesias.
Todo esto va a abrimos un amplio horizonte de directrices pastorales. Con ello, en efecto, no
sólo queda definitivamente deshecha la rígida oposición entre ordo y iurisdictio, a la vez que se
pone de manifiesto esa íntima compenetración de ambas que da lugar a un nuevo concepto y
realización de las mismas; en un ámbito más amplio viene a resultar de aquí una nueva manera
de concebir lo sacramental, la actitud en la oración e incluso lo que suele llamarse "gobierno" en
la Iglesia. En este campo la teología y la pastoral futuras se enfrentan con grandes problemas, de
los que nosotros no podemos ocupamos aquí, en los estrechos límites de un artículo;
simplemente aludimos a ellos con miras a ulteriores trabajos. Baste por el momento esta
constatación final: al liberar el concepto de colegialidad de la rígida oposición entre ardo y
iurisdictio y poner de manifiesto su raíz sacramental, se viene abajo también la oposición entre
concepción puramente jurídica o puramente moral y se hace visible la figura, auténticamente
cristiana, de una comunidad verdaderamente obligatoria y enteramente condicionada por lo
sacramental. De manera especial volvemos a descubrir así el fondo de la hermandad de los
cristianos, cuya base es el sacramento y dentro de la cual la colegialidad de los obispos
constituye sólo un fragmento que no puede aislarse del conjunto33.
3. Unidad en la pluralidad
Será, pues, importante de acuerdo con lo que hemos dicho que las conferencias episcopales
no se mantengan en una yuxtaposición individualista, sino que vivan en una especie de
perichoresis, para que el movimiento de plurificación ante el que nos encontramos no acabe en
disgregación. El intercambio recíproco tendrá mayor importancia a medida que las Iglesias
locales desarrollen más sus características propias. Naturalmente, en el apoyo y fomento de este
intercambio habrá de enfrentarse también el primado con problemas enteramente nuevos,
desconocidos en tiempos anteriores.
JOSEPH RATZINGER
(Münster)
Notas:
1 Véase el estudio de C. Klein, Die zwölf Apostel (1961), especialmente págs. 202 s., donde
se expone esta visión, sólidamente fundada, sobre el tema de los Doce, que resulta
aprovechable, aunque sin admitir las restantes especulaciones, demasiado especulativas para que
puedan convencer. En cuanto a la elección del grupo de los Doce por el Señor, puede
consultarse todavía con provecho K. H. Rengstorf, (apóstolos, ThWNT 1 424-438. Cfr. también
el resumen que ofrece K. H. Schelkle y H. Bacht en LThK 1, págs. 734-738.
2 Cf. R. Schnackenburg, Die Kirche im Neuen Testament (1961) 30; B. Rigaux, Die "Zwölf"
in Geschichte und Kerygma, en: Der historische Jesus und der kerygmatische Christus (Berlín,
1960), páginas 468-486; K. H. Rengstorf, dôdeka, ThWNT II, págs. 325 ss.
3 Sobre el concepto de apostolado en san Pablo, véase Rengstorf, ThWNT I, págs. 438-444.
4 Sobre el significado de las acciones simbólicas en los profetas, cf. G. Fohrer, Die
symbolischen Handlungen der Propheten (1953); G. v. Rad. Theologie des Alten Testaments, II
(1960), págs. 108-111; K. H. Rengstorf, sêmeion, ThWNT VII, págs. 215 s.
5 Cf. H. Schlier, Die Entscheidung für die Heidenmission in der Urchristenheit, en: Die Zeit
der Kirche (19582), págs. 90-107; E. Peterson, Theologische Traktate (1951), págs. 409-429.
(Trad. española, Madrid, 1965).
6 Cf. la exposición de K. Rahner en: Rahner-Ratzinger, Episkopat und Primat (1961), págs.
70-85, cuyas ideas he tomado y aplicado a la teología del Concilio en mi trabajo: Zur Theologie
des Konzils, en "Catholica", 15 (1961), págs. 292-304.
7 4,1.
8 Véase la obra colectiva editada por Y. Congar-B. Dupuy, L'épiscopat et l'église universelle
(1962); Cf. también J. Colson, L'épiscopat catholique. Collégialité et primauté dans les trois
premiers siecles de l'église (1963); J. Hamer, L'église est une communion (1962); W. de Vries,
Der Episcopat auf den Synoden vor Nicäa, en "Theol.-prakt. Quartalschrift", 1963, págs. 263-
277; G. Dejaifve, Les douze Apótres et leur unité dans la tradition catbolique, en "Eph. théol.
Lov.", 39 (1963), págs. 760-778. La "Colegialidad" fue también el tema de un symposio
teológico celebrado en Constanza en Pentecostés de 1964, cuyas ponencias publicará Y. Congar
en la colección Unam Sanctam.
9 Puede encontrarse una documentación abundante en la obra de J. Guyot, Das apostolische
Amt (1961); asimismo en L. Hertling, Communio und Primat-Kirche und Papsttum in der
christlichen Antike, en: "Una Sancta", 17 (1962), págs. 91-125 (reedición completada de este
importante trabajo aparecido por primera vez en 1943, en "Misc. Hist. Pont.").
10 Cf. el desarrollo que de este punto ofrece B. Botte en J. Guyot, op. cit., pág. 81.
11 In lsaiam. hom., 6, 1 GGS 8 (Baehrens), págs. 269, 18 s. Cf. K. Baus, Handbuch der
Kirchengeschichte, 1 (1962), pág. 391.
12 A este respecto puede encontrarse amplia documentación en el trabajo de W. de Vries en
''TheoI.-prakt. Quartalschrift", 1963, páginas 263-277, citado ya en la nota 8; Cf. también K.
Baus, Handbuch der Kirchengeschichte, 1 (1962), págs. 397 s.
13 Cf. Cipriano, Ep. 68, 3-4 CSEL III 2, págs. 746 s.: Copiosum corpus est sacerdotum
concordiae mutuae glutino... copulatum, ut si quis ex collegio nostro haeresim facere...
temptaverit, subveniant ceterí... El término aparece empleado regularmente en Optato de Mileve,
Contra Parm., p. e. 1, 4, CSEL 26, pág. 5, Y otros.
En la edición de las ponencias del symposio de Constanza, J. Lécuyer, ofrecerá una
abundante colección de textos sacados de cartas de los papas del siglo v.
14 La expresión "ordo episcoporum" aparece ya en Tertuliano, Adv. Marc. 4, 5, 2 CChr 1,
551; Praescr. Haer. 32, 1 CChr 1, 212; Cf. también De exhorto casto 7, 2CChr n, 1024 (ordo
sacerdotalis), 7, 5 ibid. (ordo et plebs), y otros. Sobre el concepto de "ordo", véase el interesante
estudio de B. Botte, Presbyteríum et ordo episcoporum, en: "lrenikon", 29 (1956), págs. 5-27.
Podrá encontrarse documentación sobre "fraternitas" y "corpus" en la colección de textos de
Lécuyer (Cf., nota 13).
15 Epist. 30, CSEL III, 2, pág. 549. Un breve análisis de esta evolución puede verse en mi
libro Die christliche Brüderlichkeit (1960), que aparecerá pronto en una edición ampliada. Cf.
también mi artículo Fraternité, que publicará próximamente el Dict. de Spiritualité, donde se
expone detenidamente la evolución en la época de los Padres.
16 Más exactamente se trata también aquí de una doble reducción: "hermano" pasa a ser, en
primer lugar, un título que mutuamente se dan los clérigos, p. e., Hilario, Coll. antiar, B. I. 6
CSEL 65, pág. 102; B II, 1, 1 ibid., pág. 105; Genadio, Ep. enc., PG 85, 1617 D; León Magno,
Ep. 13, 2 PL 54, pág. 665; en segundo lugar, pasa a formar parte de la titulatura de los monjes, p.
e., Basilio, Reg. brev. tract., 104, PG 31, 1154 C y otros; Gregorio Niseno, Ep. 238, PG 37, 380
C; Jerónimo, Ep. 134, 2 PL 22, 1162. Puede verse más documentación en mi artículo Fraternité,
citado en la nota 15.
17 En el ámbito cristiano, el título de "collega" aparece por primera vez en San Cipriano, Ep.
22. En Optato de Mileve es ya un término fijo para designar a los hermanos en el episcopado;
por eso, en un esfuerzo por revalorizar el término de "hermano", en los obispos donatistas
distingue al "collega" del "frater": el obispo es collega de los demás obispos por participar con
ellos en el episcopado, se le llama frater por su hermandad en la fe con los demás cristianos; p.
e.: Contra Parm. 1, .. CSEL 26, pág. 6. Más documentación en mi artículo "Fraternité". El
material reunido por Lécuyer (Cf. nota 13) demuestra que en el siglo v aparece todavía de vez en
cuando el término "fraternitas" pero simplemente como un sinónimo de "collegium".
18 Cómo la hermandad de los cristianos tiene su raíz en el Primogénito que los constituye
hermanos, se halla maravillosamente expuesto en Gregorio de Nisa, Ref. cont. Eunomii, págs.
80-83, ed. W. Jaeger. III, págs. 345 s., que sigue aquí la línea de pensamiento de Orígenes (p. e.:
De oratione, 15, 4 GCS 2 (Koetschau), pág. 335). Un desarrollo más amplio del tema puede
verse también en mi artículo Fraternité, y en la nueva edición de Die christliche Brüderlichkeit.
19 1 Cor 15, 5. Idéntica tradición aparece en Lc 24, 34 (pasaje relacionado con Mc 16, 2) y en
Mc 16, 7. El prôtos; con que Mateo, en su lista de los Apóstoles (10, 2-4), introduce a Pedro
pudiera aludir a la misma tradición. Sobre este punto, Cf. E. Seeberg, Wer war Petrus?,
reeditado con otros dos trabajos, Darmstadt, 1961. Sobre la presencia de la idea de "piedra" en el
lenguaje simbólico de Israel, véase la excelente obra de J. Jeremías, Golgotha (Leipzig, 1926),
que ofrece una aportación extraordinaria para entender rectamente la misión encomendada por
Jesús a Simón Pedro. Muy útil es también J. Ringger Das Felsenwort, en: Begegnuns; der
Christen (Festsehrift O. Karrer, editado por Roesle-Cullmann, 1959), págs. 271-347; J. Betz,
Christus-petra-Petrus, en: Kirche und Überlieferung (Festschrift Geiselmann, editado par Betz-
Fries, 1960), págs. 1-21.
20 Cf. nuestro estudio en Rahner-Ratzinger, Episkopat und Primat (1961), págs. 45-52, y
nuestro artículo Kirche, en Läpple-Schmaus, Wahrheit und Zeugnis (1964), págs. 456-466.
21 Cf. V. Hemp, Das Hirtenmotiv im Alten Testament, en: Festschrift für Kardinal Faulhaber
(1949), págs. 7-20; Th. K. Kempf, Christus der Hirt. Ursprung und Deutung einer
altchristliehen Symbolgestalt (1942); J. Jeremías, poimên, en ThWNT, VI, págs. 484-498.
22 M. Schmaus, Perichorese, en LThK, VIII, págs. 274 ss.
23 Un análisis de la antítesis entre la fe en un Dios trino y la teología de la monarquía divina,
favorecida por motivos políticos, puede verse en E. Peterson, Der Monotheismus als politisches
Problem, en: Theologische Traktate (1951), págs. 45-147.
24 G. Maron, "Credo in Ecclesiam"? Erwagungen zu den Arbeiten des Zweiten Vatikanischen
Konzils, en: "Materialdienst des konfessionskundlichen Institus Bensheim", 15 (1954), págs. 1-
8. Este interesante trabajo es de tal vaguedad en sus expresiones concretas que no puede
convencer. El peligroso fantasma de un primitivo "Credo in ecclesiam" es irreal, y además esta
fórmula aparece en los antiguos símbolos, exactamente lo mismo que la de "Credo ecclesiam",
que acaba por imponerse en el apostólico y el niceno. El intento de demostrar que la posición de
San Jerónimo es la auténtica concepción de la primitiva Iglesia y que sólo el párroco es el
equivalente legítimo del antiguo obispo, para de esta manera venir a identificar el concepto
protestante de ministerio con el de la Iglesia primitiva y presentar la fórmula de! Vaticano II
como una peligrosa innovación, ofrece muchas lagunas para que pueda considerársele como una
justa exposición de los hechos. No obstante, el temor de Maron a que aludimos en el texto debe
hacer reflexionar.
25 Y. Congar, Der Laie (1956) Jalons pour une théologie du Laicat, París, 1954),
especialmente páginas 542-549.
26 J. Daniélou, El misterio de la historia (1957), págs. 87s. Todo el capítulo "Deportación y
hospitalidad" es rico en sugerencias a este respecto.
27 Ultimamente se ha ocupado de esclarecer las relaciones entre potestad de orden y potestad
de jurisdicción K. Mörsdorf con toda una serie de trabajos; véase, p. e., Weihegewalt und
Hirtengewalt in Abgrenzung und Bezug, en: "Misc. Comillas", 16 (1951), págs. 95-110; Die
Entwicklung der Zweigliedrigkeit der Hierarchie, en: MThZ 3 (1952), págs. 1-16; son
importantes también las aportaciones de L. Hödl, Die Geschichte der scholastischen Literatur
und der Theologie der Schlüsselgewalt, 1 (1960); el mismo, De iurisdictione. Ein
unveröffentlichter Traktat des Herveus Natalis... über die Kirchengewalt (1959); el mismo, J.
Quidort von Paris, De confessionibus audiendis (1962).
28 Cf. J. Lechner, Die Sakramentenlehre des Richard von Mediavilla (1925). Véanse los
textos en Tomás de Aquino, IV Sent d 24 q 3 a 2 quaestiunc [sic] 2 ad 2; Buenaventura, IV Sent
d 24 p. 2 a 2 q 3, etc.
29 PL 184, 403. Una amplia colección de textos de esta clase y un profundo análisis de toda
la evolución ideológica puede verse en H. de Lubac. Corpus mysticum. L'eucharistie et l'Eglise
au moyen áge (19492). Cf. también J. Ratzinger, Volk und Haus Gottes in Augustins Lehre von
der Kirche (1954). especialmente págs. 188-218.
30 Véase el trabajo de L. Hertling citado en la nota 9. Puede verse también una serie de textos
en la obra colectiva de J. Guyot, citada en la misma nota.
31 S. theol, III q 73 a 3 c: ... res sacramenti est unitas corporis mystici... Cf. ibid. ad 3: ...sicut
baptismus dicitur sacramentum fidei... ita Eucharistia dicitur sacramentum caritatis.
32 Véase la exposición de M. Guy en Guyot, op. cit. (nota 9), pág. 93. Cf. también los textos
citados en la nota 14 y los lugares que bajo la palabra "ordo" agrupa A. Blaise-H. Chirat. Dict.
latin-français des auteurs chrétiens (1954), pág. 584.
33 A esto se refirió insistentemente H. Küng en las Conversaciones de Constanza. V. también
su obra Strukturen del Kirche, 1962.
34 H. Dombois en Begegnung der Christen (Karrer-Festschrift, Cf. nota 19), pág. 395:
"Unidad de la Iglesia e Iglesia de la unidad, según la experiencia histórica, se contradicen de tal
modo que el cipo de la Iglesia de la unidad no puede ser el cipo de la unidad de la Iglesia. Cf.
también H. Dombois, Zur Revision des Kirchengeschichtsbildes, en: Die Katholizität del'
Kirche, editado por Stählin-Asmussen (1957).
35 Este es el esquema del razonamiento en las "Controversiae" de Roberto Belarmino, II, 1,
págs. 1 ss. La serie de encabezamientos de los capítulos siguientes: 1) Cuál es la mejor forma de
gobierno. 2) Prueba de la primera parte: que la simple monarquía es preferible a la simple
aristocracia o democracia... 4) Que, eliminadas todas las circunstancias accidentales, la
monarquía pura merece la preferencia absoluta.
36 Según demuestra el material reunido por Lécuyer (Cf. nota 13), en el siglo v aparece un
uso más particular del término "collegium" junto al uso universal. De los textos que presenta
Lécuyer escojo dos: Celestino 1, Ep. 4 PL 50, 435 c - 436 a: "Massiliensis vero Ecclesiae
sacerdotem... et vestro eum audiendum collegio delegamus". Félix II, Ep. 3, 2 (ed. E. Schwartz,
Publizistische Sammlungen zum Acacianischen Schisma, Munich, 1934, pág. 75, lín. 23-25):
"Ad quam rem de collegio nostro fratres et coepiscopos nostros Vitalem et Misenum...
ordinatione direximus". Según Lécuyer, collegium designa aquí al sínodo de Roma.
37 Véase el trabajo de W. de Vries citado en la nota 8.
38 A este respecto, véase el importante estudio de J. Hamer, Les conférences épiscopales
exercice de la collégialité, en: "Nouv. Rev. Théol.". 95 (1963), págs. 966-969.