Campesinos de Los Andes, Orlando Fals Borda
Campesinos de Los Andes, Orlando Fals Borda
Campesinos de Los Andes, Orlando Fals Borda
Colección de la Rectoría
de la Universidad Nacional de Colombia
SESQUICENTENARIO
UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA
UNIVERSIDAD
NACIONAL
DE COLOMBIA
Rectoría
RECTOR
Ignacio Mantilla Prada
EDITOR DE LA COLECCIÓN
Gustavo Silva Carrero
DISEÑO DE LA COLECCIÓN
Martha Echeverry y Laura Argüello
PRÓLOGO, EDICIÓN ACADÉMICA Y SELECCIÓN DE ESCRITOS ANTOLÓGICOS
Normando José Suárez Fernández
COORDINACIÓN EDITORIAL
Pablo Emilio Daza Velásquez
Olvidemos el pasado
Trabajemos el presente
Construyamos una patria
Grande y verdadera
Que perdure como hermosa
Libre, justa y ordenada
Con la ayuda siempre, siempre
Del eterno Santo Dios.
* El origen del Himno a la Paz, lo suministra y lo define su autor Orlando Fals Borda: “Crecí en ese
ambiente plácido de la confianza mutua y del dejadismo... Con ese ethos expansivo y tolerante cons-
tituido por valores fundantes integrado por nuestros pueblos originarios. Fui al exterior a estudiar, y
regresé a Barranquilla en 1948 justo a tiempo para sentir el grave impacto del 9 de abril. Respondí a
XI
XII
6 Fals Borda, Orlando, Peasant Society in the Colombian Andes: A sociological study of Saucio (Gainesvi-
lle: University of Florida Press, 1955). Traducción al italiano con el título Colombia: L’uomo e la terra
in un villaggio andino (Milán: Societá Italiana di Sociologia Rurale, 1961).
7 Ver índice.
8 En la versión electrónica del libro se incluye el mensaje a la Junta de Acción Comunal de
la vereda de Saucío, en el Homenaje a Orlando Fals Borda por los cincuenta años de Acción
Comunal en Colombia, junio de 2008, que se constituye en la última intervención pública antes
de fallecer el 12 agosto de 2008.
9 Vizcaíno Gutiérrez, Milcíades, La producción intelectual de Orlando Fals Borda, En Una vida
de compromiso social (Bogotá: ESAP, 2012), pp. 143-160.
10 Archivo de Investigadores de la Universidad Nacional de Colombia, Inventario documental
Orlando Fals Borda, 1644-2002 (Bogotá: Ciudad Universitaria, Secretaria General, Unidad Nacio-
nal de Archivo, junio de 2004).
XIII
XIV
XV
12 Universidad Nacional de Colombia, Antología Orlando Fals Borda. Prefacio de José María Rojas
Guerra (Bogotá: Editorial Universidad Nacional de Colombia, 2009), p. 388.
13 Rojas, José María, Orlando Fals Borda. El fundador de la Sociología en Colombia (Medellín: Univer-
sidad de Antioquia - CEO, 2014).
14 Fals Borda, Orlando, Historia doble de la Costa, vol. 4 (Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1986).
15 Jaramillo, Jaime Eduardo, Antología de Orlando Fals Borda, Ciencia y Humanismo Antología
del pensamiento político, social y económico de América Latina n. ° 26 (Madrid: Agencia Española de
Cooperación Internacional para el Desarrollo - Ministerio de Asuntos Exteriores y de Coope-
ración, 2010).
XVI
16 Los intelectuales orgánicos no se limitan a describir la vida social de acuerdo con las reglas
científicas, sino más bien ‘expresan’, mediante el lenguaje de la cultura, las experiencias y el
sentir que las masas no pueden articular por sí mismas. Gramsci, Antonio, Los intelectuales y
la organización de la cultura, trad. de Raúl Sciarreta (Buenos Aires: Nueva Visión, 1984). Pereira
Fernández, Alexander, Fals Borda: la formación de un intelectual disórgano, Anuario Colombiano
de Historia Social y de la Cultura n.° 35 (2008), pp. 376-411.
17 Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), Una sociología sentipensante para Amé-
rica Latina/Orlando Fals Borda; Víctor Manuel Moncayo (comp.) (Bogotá: Siglo del Hombre y
Clacso, 2009), p. 492.
18 Fals Borda, Historia doble de la Costa, t. III Resistencia en el San Jorge, vol. 4 (Bogotá: Carlos Valen-
cia Editores, 1984), p. 28A ss.
XVII
19 Herrera Farfán, Nicolás Armando y López Guzmán Lorena (comps.), Ciencia, compromiso y
cambio social textos de Orlando Fals Borda, 1ª ed. (Buenos Aires: El Colectivo - Lanzas y Letras -
Extensión Libros 2012), p. 460.
20 “Los rudimentos de una nueva ‘praxiología’ entonces fueron considerados donde el ‘purista’
o praxista autogénico —muy favorecido por los primeros funcionarios extremistas que buscaron
el martirio— se les daba un significado y firmeza al agregar el concepto aristoteliano de ‘frónesis’,
es decir, la sabiduría para determinar los fines o los medios para lograrlo, o ‘buen juicio’. La praxis
cum Phronesis se volvió una regla básica adicional de conducta para los seguidores y activistas de
la IAP.” Fals Borda, Orlando, Continuidad y disidencia entre científicos activistas (2008), p. 6.
21 Borja, Miguel, Pineda Jacinto y Vizcaíno Milcíades, Orlando Fals Borda: una vida de compromiso
social. 1er edición (Bogotá: Escuela Superior de Administración Pública-ESAP, 2009).
22 En 1987 Milcíades Vizcaíno presentó un avance bibliográfico de Orlando Fals Borda, en torno
a su obra, contenida en el opúsculo “Ciencia y compromiso” promovida por la Asociación
Colombiana de Sociología en 1987, pp. 71-82.
XVIII
23 Fals Borda, Orlando, Continuidad y disidencia entre científicos activistas. Los problemas contempo-
ráneos en la aplicación de la sociología al trabajar en la Investigación Acción Participativa (Memphis,
Tennessee: Sociedad de Antropología Aplicada - Premio Malinowski, 28 de marzo de 2008).
24 Fals Borda, Orlando. La Investigación Acción en convergencias disciplinarias (Montreal, Canadá:
Asociación de Estudios Latinoamericanos - LASA Conferencia Conmemorativa OXFAM América
Martín Diskin, 8 de septiembre de 2007).
25 Fals Borda, Orlando, Continuidad y disidencia entre científicos activista (2008), pp. 3-6.
26 Fals Borda, Orlando, La Investigación Acción en convergencias disciplinarias, (2007), pp. 6-7.
27 Fals Borda, Orlando, La Investigación Acción en convergencias disciplinarias (Montreal, Canadá:
Asociación de Estudios Latinoamericanos - LASA Conferencia Conmemorativa OXFAM América
Martín Diskin, 8 de septiembre de 2007), p. 4.
XIX
Por lo tanto siempre he sentido gratitud hacia mis profesores, Lowry Nel-
son30 en Minnesota y T. Lynn Smith en Florida31 —ambos discípulos del
gran Pitirim Sorokin y fundadores la de sociología rural— por haberme
dado sólidos pilares para lo que vendría, aunque nunca me permitieron
conocer otras tendencias intelectuales tales como marxismo o anar-
quismo, ni siquiera con las intuitivas Memorias del Príncipe Peter Kropotkin.
Smith manifestó que no estaba de acuerdo con los procedimientos ni las
técnicas que yo estaba utilizando en Colombia con los campesinos. Claro,
él me veía como un antiguo estudiante PhD formado dentro de las reglas
del paradigma parsoniano de estructura social y equilibrio, y él tenía que
esperar más para ver resultados. Qué pesar Nelson y Smith ambos antes de
28 Fals Borda, Orlando, Continuidad y disidencia entre científicos activistas. Los problemas contemporá-
neos en la aplicación de la sociología al trabajar en la Investigación Acción Participativa (Memphis, Ten-
nessee: Sociedad de Antropología Aplicada - Premio Malinowski, 28 de marzo de 2008), p. 4.
29 Mora-Osejo, Luis E. y Fals Borda Orlando, La superación del eurocentrismo: enriquecimiento del
saber sistémico y endógeno sobre nuestro contexto tropical (Bogotá: Academia Colombiana de Ciencias
Exactas, Física y Naturales, 2003), p. 5.
30 Fals Borda, Orlando. Continuidad y disidencia entre científicos activistas. Los Problemas contemporá-
neos en la aplicación de la sociología al trabajar en la Investigación Acción Participativa (Memphis, Ten-
nessee: Sociedad de Antropología Aplicada - Premio Malinowski, 28 de marzo de 2008), p. 4.
31 Ibid.
XX
32 Fals Borda, Orlando, Continuidad y disidencia entre científicos activistas. Los problemas contemporá-
neos en la aplicación de la sociología al trabajar en la Investigación Acción Participativa (Memphis, Ten-
nessee: Sociedad de Antropología Aplicada - Premio Malinowski, 28 de marzo de 2008), p. 5.
33 Ibid., p. 5.
34 Fals Borda, Orlando, El ethos de Saucío, En Campesinos de los Andes, 5ta edición (Bogotá: Punta
de lanza, 1979), pp. 284-304.
35 Fals Borda, entrevista realizada por Normando Suárez con motivo del lanzamiento de la
Cátedra Latinoamericana Orlando Fals Borda de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia
UNAD. Revista de Investigaciones de la UNAD 6, n.° 2 (2007), pp. 13-19.
XXI
Aquí la vemos otra vez aplicada, porque la idea del paradigma funcional
era analizar las situaciones de equilibrio social, no de conflicto social, o
buscaban una sociedad de ángeles, donde el conflicto se viera como una
disidencia, o como un fenómeno patológico de la sociedad, una desvia-
ción; entonces, un paradigma de ese tipo impedía ver otros ángulos de
la realidad del mundo.38
Entonces, cuando vinimos a Colombia, a la India, a Tanzania, a
México, aquí era guerra, violencia, narcotráfico, paramilitarismo, presi-
dentes abusivos del poder, aquí hay que aplicar otro paradigma distinto,
36 Fals Borda, Orlando, entrevista realizada por Normando Suárez con motivo del lanzamiento
de la Cátedra Latinoamericana Orlando Fals Borda de la Universidad Nacional Abierta y a Dis-
tancia UNAD. Revista de Investigaciones de la UNAD 6, n.° 2 (2007), p. 15.
37 Ibid., p. 16.
38 Fals Borda, Orlando, entrevista realizada por Normando Suárez con motivo del lanzamiento
de la Cátedra Latinoamericana Orlando Fals Borda de la Universidad Nacional Abierta y a Dis-
tancia UNAD. Revista de Investigaciones de la UNAD 6, n.° 2 (2007), p. 17
XXII
39 Ibid., p. 16.
40 Molano, Alfredo, Cartagena revisitada: simposio mundial de 1977, participación popular: retos del
futuro. Compilación y análisis Orlando Fals Borda (Bogotá: ICFES-IEPRI-Colciencias, 1998), p. 3.
41 Ibid., pp. 5-6.
42 Ibid., p. 6.
43 Fals Borda, Situación contemporánea de la IAP y vertientes afines. Ponencia presentada para el
1er Encuentro Internacional de Investigadores en Acción, Universidad Nacional Experimental
Rafael María Baralt, Cabimas Estado Zulia, Venezuela, 22 de junio de 2006.
XXIII
44 Fals Borda, Simposio Mundial de Cartagena: Crítica y Política en Ciencias Sociales, vol. I y II
(Bogotá: Punta de Lanza - Universidad de los Andes, 1977).
45 Fals Borda, Orlando, Historia doble de la Costa, vol. 4 (Bogotá: Carlos Valencia Editores,
1980-1986).
46 Fals Borda, Orlando, Capitalismo, hacienda y poblamiento en la Costa Atlántica (Bogotá: Punta
de Lanza, 1976).
47 Fals Borda, Orlando, Historia de la cuestión agraria en Colombia (Bogotá: Punta de Lanza, 1976).
48 Fals Borda, Historia doble de la Costa, t. I Mompox y Loba (1980), t. II El presidente Nieto (1981),
t. III Resistencia en el San Jorge (1984), t. IV Retorno a la tierra (1986), vol. 4 (Bogotá: Carlos Valencia
Editores, 1980-1986).
XXIV
XXV
57 Santa Cruz de Mompox, El Doce, El Paso del Adelantado, Valencia de Jesús, Valledupar, Badi-
llo, San Juan del Cesar, Tomarazón, Riohacha o Villanueva, Fonseca, Portete, Aruba, Curazao.
58 Ibid., t. I Mompox y Loba, p. 19B.
59 Ibid., p. 26B.
60 Fals Borda, Orlando, Historia doble de la Costa, t. I Mompox y Loba (1980), vol. 4 (Bogotá: Carlos
Valencia Editores, 1986), 27B. Comparar con Apéndice (Anexo) A, “El método y el trabajo de
campo” de Fals Borda, Orlando, Campesinos de los Andes, 5ta edición (Bogotá: Punta de Lanza,
1979), pp. 307-316.
61 Fals Borda, Orlando, Historia doble de la Costa, t. II El presidente Nieto (1981), vol. 4 (Bogotá:
Carlos Valencia Editores, 1986), p. 136A ss, pp. 136B-161B.
XXVI
62 Fals Borda, Orlando, Historia doble de la Costa, t. III Resistencia en el San Jorge (1984), vol. 4
(Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1986), p. 34B, pp. 136B-164B.
63 Fals Borda, Orlando, Historia doble de la Costa, t. IV Retorno a la tierra (1986), vol. 4 (Bogotá:
Carlos Valencia Editores, 1986), pp. 53A y ss. Comparar con el capítulo 1 “De caserío de la suna
a paradero ferroviario - El período colonial” de Fals Borda, Orlando, Campesinos de los Andes, 5ta
edición (Bogotá: Punta de lanza, 1979), pp. 3-30.
64 Fals Borda, Orlando, Historia doble de la Costa, t. IV Retorno a la tierra (1986), vol. 4 (Bogotá:
Carlos Valencia Editores, 1986), pp. 53B y ss.
65 Bergquist, Charles, En nombre de la historia: una crítica disciplinaria de Historia doble de la
Costa de Orlando Fals Borda, Revista Huellas 26 (Barranquilla: UniNorte, 1989), pp. 40-56.
66 Cataño, Gonzalo, Orlando Fals Borda, sociólogo del compromiso. Revista de Economía Institu-
cional 10, n.º 19 (2008), pp. 79-98.
67 Castillo Cárdenas, Gonzalo y Pérez Benavides Isay, La influencia religiosa en la conciencia social
de Orlando Fals Borda (Barranquilla: Corporación Universitaria Reformada, septiembre de 2010).
XXVII
68 Castillo Cárdenas, Gonzalo y Pérez Benavides Isay, La influencia religiosa en la conciencia social
de Orlando Fals Borda (Barranquilla: Corporación Universitaria Reformada, septiembre de 2010),
p. 44.
69 Ibid., p. 46.
70 Fals Borda, Orlando, Campesinos de los Andes, 5ta edición (Bogotá: Punta de Lanza, 1979),
p. 309. Apéndice A.
71 Ibid., p. 307.
XXVIII
Recordemos cómo mis colegas y yo, de países del tercer mundo, fuimos
articulando desde los años de 1970 nuestro pensamiento y acción, combi-
nando, como decíamos, corazón y cabeza para proponer técnicas y proce-
dimientos que satisficieran nuestras angustias como ciudadanos y como
científicos sociales.72
XXIX
75 “Por las razones explicadas en la Parte III (Experiencias teórico-prácticas) de éste libro, se
ha adoptado aquí el término “Investigación Participativa” (IP) como intercambiable con el de
“Investigación-Acción Participativa” (IAP) que hemos usado desde los años 70”, en Participación
popular: retos del futuro. Compilación y análisis Orlando Fals Borda (Bogotá: ICFES-IEPRI-Colciencias,
1998), p. ix, pp. 182-183.
76 Ibid., pp. 172-173.
77 Ibid., p. 182.
XXX
78 “Estas notas personales acerca de la forma como el autor estableció contacto con el vecin-
dario de Saucío son de interés, especialmente para los sociólogos que han de encontrarse en
situaciones análogas en al América Latina. Estas notas también ilustran la manera como fue
ejecutada la investigación sobre Saucío. Ambos procesos —el de construir puentes afectivos y
sociales entre el investigador y la comunidad, y el aplicar un métodos adecuado de investiga-
ción— son sumamente pertinentes en relación con el texto que antecede”. Fals Borda, Orlando,
Campesinos de los Andes (Bogotá: Punta de Lanza, 1979), p. 309 y en la p. 307: El método y el
trabajo de campo.
79 Participación popular: retos del futuro. Compilación y análisis Orlando Fals Borda (Bogotá: ICFES-
IEPRI-Colciencias, 1998). Ibid., pp. 192-196.
XXXI
XXXII
81 Introducción: “El fin del conflicto supondrá la apertura de un nuevo capítulo de nuestra
historia. Se trata de dar inicio a una fase de transición que contribuya a una mayor integra-
ción de nuestros territorios, una mayor inclusión social —en especial de quienes han vivido al
margen del desarrollo y han padecido el conflicto— y a fortalecer nuestra democracia para que
se despliegue en todo el territorio nacional y asegure que los conflictos sociales se tramiten
por las vías institucionales, con plenas garantías para quienes participen en política”. Firmado
en La Habana, Cuba, el 27 de agosto de 2016. Mesa de conversaciones, Preámbulo, pp. 3-4. En
la versión definitiva del Acuerdo Final, firmado el 12/24 de noviembre de 2016, p. 6 de 310 p.
82 Firmado en La Habana, Cuba, el 27 de agosto de 2016. Mesa de conversaciones, Preámbulo,
p. 3. Suscrito el 24 de agosto de 2016. En la versión definitiva del Acuerdo Final, firmado el 12/24
de noviembre de 2016, p. 10 de 310 p.
83 Artículo 64. “Es deber del Estado promover el acceso progresivo a la propiedad de la tierra
de los trabajadores agrarios, en forma individual o asociativa, y a los servicios de educación,
salud, vivienda, seguridad social, recreación, crédito, comunicaciones, comercialización de los
productos, asistencia técnica y empresarial, con el fin de mejorar el ingreso y calidad de vida
de los campesinos”.
XXXIII
84 República de Colombia (Gobierno nacional) y Farc-EP. Acuerdo final para la terminación del
conflicto y la construcción de una paz estable y duradera (La Habana, Cuba: Mesa de conversaciones,
27 de agosto de 2016), pp. 8-297. En la versión definitiva del Acuerdo Final, firmado el 12/24 de
noviembre de 2016, p. 98 de 310 p.
85 Ibid., pp. 88-297.
86 Guzmán, Germán, Fals Borda Orlando y Umaña L. Eduardo. La violencia en Colombia, t. I y II
(Bogotá: Editorial Iqueima, 1962).
87 Fals Borda, Orlando, La subversión en Colombia. El cambio social en la historia, 4ta edición (Bogotá:
FICA-CEPA, 2008).
88 República de Colombia (Gobierno nacional) y Farc-EP. Acuerdo final para la terminación del
conflicto y la construcción de una Paz estable y duradera (La Habana, Cuba: Mesa de conversaciones,
27 de agosto de 2016), 50-87-297. En la versión definitiva del Acuerdo Final, firmado el 12/24 de
noviembre de 2016, pp. 55-98 de 310 p.
89 Comparar la vigencia de la ponencia de Camilo Torres, “La violencia y los cambios socio-
culturales en las áreas rurales colombianas con su enfoque de sociología positivista” (Memo-
rias del I Congreso Nacional de Sociología. Bogotá, marzo de 1961) con la Agenda del “Acuerdo
de diálogo para la paz de Colombia entre el Gobierno Nacional y el ELN (marzo de 2016) con el
siguiente orden de temas: 1. Participación de la sociedad; 2. Democracia para la paz; 3. Trans-
formaciones para la paz; 4. Víctimas; 5. Fin del conflicto; 6. Implementación de lo acordado,
inicio de la fase pública de los diálogos de paz entre el Gobierno y el ELN el 8 de febrero de 2017.
XXXIV
90 Cendales, L., Torres, F. y Torres, A., Uno siembra la semilla pero ella tiene su propia dinámica. Entre-
vista a Orlando Fals Borda. Pregunta: ¿En lo que fue haciendo y trabajando, qué pudo haber dado
cauce a la IAP? Recuperado de Dimensión Educativa.org.co (2004).
91 Fals Borda, A Sociological Study of the Relationships between Man and Land in the Departament of
Boyacá, disertación doctoral (Gainesville: Universidad de Florida, 1955).
92 Cendales, L, Torres, F y Torres A, Uno siembra la semilla pero ella tiene su propia dinámica. Entre-
vista a Orlando Fals Borda. Pregunta: ¿Durante el tiempo del doctorado venía a Colombia? Recu-
perado de Dimensión Educativa (2004).
XXXV
93 República de Colombia (Gobierno nacional) y Farc-EP. Acuerdo final para la terminación del
conflicto y la construcción de una paz estable y duradera (La Habana, Cuba: Mesa de conversaciones,
27 de agosto de 2016), pp. 8-29/297. En la versión definitiva del Acuerdo Final, firmado el 12/24
de noviembre de 2016, pp. 10-12 de 310 p.
94 Ibid.
95 Ibid.
XXXVI
96 Ibid., pp. 11-29. En la versión definitiva del Acuerdo Final, firmado el 12/24 de noviembre de
2016, p. 14 de 310 p.
97 República de Colombia (Gobierno nacional) y Farc-EP. Acuerdo final para la terminación del
conflicto y la construcción de una paz estable y duradera (La Habana, Cuba: Mesa de conversaciones,
27 de agosto de 2016), pp. 30-49/297. En la versión definitiva del Acuerdo Final, firmado el 12/24
de noviembre de 2016, pp. 35-55 de 310 p.
98 Contrastar con el punto uno “Participación de la sociedad”, en Acuerdo de diálogo para la
paz de Colombia entre el Gobierno nacional y el ELN (marzo de 2016).
XXXVII
99 Fals Borda, Orlando, La subversión en Colombia. El cambio social en la historia, 4ta edición (Bogotá:
FICA-CEPA, 2008), p. 11.
100 Participación popular: retos del futuro compilación y análisis Orlando Fals Borda (Bogotá: ICFES/
IEPRI/Colciencias, 1998). Presentación, v-ix. 24, parte IV “El futuro de las convergencias partici-
pativas”, p. 21. Fals Borda, Orlando, La estrella polar del altruismo, pp. 251-255.
101 República de Colombia (Gobierno nacional) y Farc-EP. Acuerdo final para la terminación del
conflicto y la construcción de una paz estable y duradera (La Habana, Cuba: Mesa de conversaciones,
27 de agosto de 2016), pp. 30-49/297.
102 Ibid., pp. 32-35, pp. 36-43 y pp. 44-49/297
103 República de Colombia (Gobierno nacional) y Farc-EP. Acuerdo final para la terminación del
conflicto y la construcción de una paz estable y duradera (La Habana, Cuba: Mesa de conversaciones,
27 de agosto de 2016), pp. 50-87/297. En la versión definitiva del Acuerdo Final, firmado el 12/24
de noviembre de 2016, pp. 56-97 de 310 p.
XXXVIII
104 Fals Borda, Orlando, La violencia en Colombia, Prólogo (Bogotá: Taurus, 28 de abril de 2005).
105 Fals Borda, Orlando, Historia doble de la Costa, t. III Resistencia en el San Jorge (1984), vol. 4
(Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1986), p. 34B, pp. 136B-164B.
106 Fals Borda, Orlando, En defensa de la costeñidad y la paz Caribe: mi gran frustración (Barranquilla:
Periódico El Heraldo, 28 de marzo de 2004) y en Hacia el socialismo raizal y otros escritos (Bogotá:
Ediciones Desde abajo y CEPA, agosto de 2007) y “Me queda la angustia de la continuidad”,
Revista Foro n.° 65 (Bogotá, octubre de 2008), pp. 5-10.
XXXIX
107 Ibid.
108 Ibid.
109 Fals Borda, Orlando, En defensa de la costeñidad y la paz Caribe: mi gran frustración (Barranquilla:
Periódico El Heraldo, 28 de marzo de 2004) y en Hacia el socialismo raizal y otros escritos (Bogotá:
Ediciones Desde abajo y CEPA, agosto de 2007) y “Me queda la angustia de la continuidad”
Revista Foro n.° 65 (Bogotá, octubre de 2008).
XL
El punto cinco del Acuerdo trata sobre las “víctimas”112 del conflicto y las
identifica de la siguiente manera:
110 Ibid.
111 República de Colombia (Gobierno nacional) y Farc-EP. Acuerdo final para la terminación
del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera (La Habana, Cuba: Mesa de con-
versaciones, 27 de agosto de 2016), pp. 50, 87 y 297. En la versión definitiva del Acuerdo Final,
firmado el 12/24 de noviembre de 2016, pp. 124-191 de 310 p.
112 República de Colombia (Gobierno nacional) y Farc-EP. Acuerdo final para la terminación del
conflicto y la construcción de una paz estable y duradera (La Habana, Cuba: Mesa de conver-
saciones, 27 de agosto de 2016), pp. 50, 87 y 297. Capítulo Étnico pp. 180-183/297. En la versión
definitiva del Acuerdo Final, firmado el 12/24 de noviembre de 2016, pp. 124-191 de 310 p.
XLI
113 Ibid.
114 Fals Borda, Orlando, La investigación en convergencias disciplinarias (Montreal, Canadá: Latin
American Studies Association LASA, septiembre de 2007), p. 7.
115 Fals Borda, Orlando, Situación contemporánea de la IAP y vertientes afines. Ponencia presentada
para el 1er Encuentro Internacional de Investigadores en Acción, Universidad Nacional Experi-
mental Rafael María Baralt, Cabimas Estado Zulia, Venezuela, 22 de junio de 2006, p. 114.
116 Las cenizas de Orlando Fals Borda fueron depositadas el 19 de junio de 2014 en el mausoleo
frente a la Capilla de la Sede Bogotá de la Universidad Nacional de Colombia.
XLII
117 Participación popular: retos del futuro. Compilación y análisis Orlando Fals Borda (Bogotá: ICFES/
IEPRI/Colciencias, 1998), p. 210.
118 Ibid., pp. 210-211.
119 Ibid.
120 Participación popular: retos del futuro Compilación y análisis Orlando Fals Borda (Bogotá: ICFES/
IEPRI/Colciencias, 1998), p. 211.
XLIII
121 Ibid.
XLIV
XLVII
XLVIII
XLIX
LI
Lyle N. Mcalister
Profesor de Historia Latinoamericana
Universidad de Florida.
LII
1 Para las finalidades de esta obra, un campesino es la persona rural que, perteneciendo a un
estrato inferior de la pirámide social, está bastante desprovista de educación, tiene un reducido
nivel de vida, emplea sistemas anticuados agrícolas e industriales, trabaja una pequeña extensión
de tierra, ha adquirido costumbres, aspecto y conversación particulares, y que racial o cultu-
ralmente, o desde ambos puntos de vista, es un mestizo. Algunos indígenas aculturados pueden
incluirse en esta categoría, así como los negros que viven en comunidades agrícolas. A menos que
se indique otra cosa, la palabra “campesino” se refiere al tipo central colombiano, habitante de
las montañas, y concretamente al saucita o miembro del vecindario mestizo de Saucío.
LIV
LV
LVI
LVII
LVIII
La presente selección tiene por objetivo suministrar al lector una visión general
del vecindario de Saucío en función de su historia y de su hábitat.
El período indígena
Naturalmente, como las gentes de todas partes, las del grupo de Sau-
cío han estado experimentando modificaciones constantemente. Hace
cuatrocientos años vivían de trabajos agrícolas en granjas dispersas por
las planicies. En esa época se conocían con el nombre de Chocontáes, y
llevaban sobre sus cuerpos la alegre pintura con los emblemas de un
caudillo chibcha. Este caudillo, llamado también “uzaque”, tenía una
fortaleza sobre las colinas de Puebloviejo, situadas a kilómetro y medio
hacia el noroeste de Saucío, con el encargo de defender los dominios de
su señor, el “zipa”, rey de Muequetá, contra las incursiones del “zaque”,
rey de Hunza.2
1 El páramo es una región montañosa elevada, fría y húmeda, usualmente desprovista de ár-
boles y no cultivada, que a la altitud de Saucío presenta una densa vegetación de arbustos, o
simples frailejonales.
2 Pedro de Aguado, Recopilación historial (Bogotá: [Biblioteca de Historia Nacional] Imprenta
Nacional, 1906), pp. 144-146; Juan de Castellanos, Historia del Nuevo Reino de Granada (Madrid:
A. Pérez Dubrull, 1886), vol. I, p. 143. Muequetá era una capital indígena situada donde está
actualmente el pueblo de Funza, a veinticuatro kilómetros al occidente de Bogotá. Hunza era
el nombre indígena de la actual Tunja, capital del Departamento de Boyacá. Los reyes de Mue-
quetá y Hunza rivalizaban por la supremacía sobre el imperio chibcha.
Mapa n.º 1
3 Aguado, p. 207; cf. Ezequiel Uricoechea, Antigüedades neogranadinas (Bogotá: Editorial Minerva,
1936), p. 186.
4 Lucas Fernández de Piedrahita, Historia General de las conquistas del Nuevo Reino de Granada (Bo-
gotá: [Biblioteca Popular de Cultura Colombiana] Editorial ABC, 1942), vol. I, p. 61.
5 Esto puede inferirse de la lectura de la descripción hecha por Piedrahira. Desde la colina de
Puebloviejo es posible ver los caminos y senderos hacia Macheta y Sesquilé, la majestuosa
montaña del Choque hacia el oriente, el valle del río hasta Aposentos, la planicie de Saucío, y
la depresión del río Sisga, en una superficie total de setenta kilómetros cuadrados, aproxima-
damente. Naturalmente, Piedrahita ha podido estar mal informado; pero su relato es el más
detallado de que se dispone en relación con esta historia.
6 Castellanos, vol. I, pp. 69-72; Piedrahita, vol. I, p. 62; Pedro Simón, Noticias historiales de las
conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales (Bogotá: [Biblioteca de Autores Colombianos]
Editorial Kelly, 1953), vol. I, p. 307, vol. II, p. 254.
7 Castellanos, vol. I, pp. 27-39.
8 lbid., vol. I, pp. 56-57. Este campo de batalla está situado cerca de la antigua suna entre Cho-
contá y Machetá. La quebrada de Saucío tiene sus cabeceras en el mismo punto. Un agricultor
de Saucío encontró una “huaca” (tumba indígena, objetos o restos de la época indígena) en Las
Vueltas. Una depresión de la quebrada del Tejar dentro del lugar de la batalla, se denomina
todavía La Carnicería, nombre que le dieron los españoles por los restos humanos encontrados
allí, probablemente de la batalla entre Nemequene y Quemenchatocha. Véase Roberto Gonzá-
lez Cárdenas, Historia de Chocontá (Bogotá, 1924), páginas no numeradas.
9 Castellanos, vol. I, pp. 62-63.
10 Se cree que la ceremonia en el lago de Guatavita es la base originaria de la leyenda de El
Dorado. En ocasiones solemnes, el caudillo de Guatavita cubría su cuerpo ungido con oro en
polvo y se bañaba en las aguas del lago. Los chibchas creían que el espíritu de la esposa infiel
de un jefe se alojaba en este lago en forma de serpiente. Había dado muerte a su hijo y se había
suicidado en este lago después de que el cacique había empalado a su amante (Simón, vol. II,
pp. 163-170).
donde se habían excavado en la roca altares para los sacrificios. Las épo-
cas de siembra y de cosecha eran ocasiones para procesiones y festi-
vidades imponentes presididas por sacerdotes llamados “xeques”. Los
prisioneros de guerra eran entonces encerrados en jaulas e izados a un
mástil, mientras los chocontáes competían en herirlos en los ojos y en
el corazón. Atletas locales corrían por la suna en pos de premios tales
como mantas de algodón, mientras las gentes bebían y bailaban al son
de flautas, pitos, capadores (flautas del dios Pan), maracas, tambores y
otros instrumentos de percusión. Cada quince años un “moja” o joven
propiciatorio para sacrificios, comprado por el uzaque a los “cucas” o
monasterios establecidos, era conducido entre las brumas crepuscula-
res hasta la cima de la colina sagrada para ser inmolado al sol. La sangre
de este chibcha reine Tor era rociada sobre las rocas, donde los rayos del
sol habrían de caer primero a la mañana siguiente.11 Realmente, la suna
tenía un significado muy sagrado para los antepasados de los saucitas.
Pero cada cuatro días la suna de Saucío se convertía también en un
conducto comercial, cuya extremidad estaba aproximadamente a cua-
renta y ocho kilómetros al norte, en Turmequé, en territorio enemigo.12
Las finanzas, como la religión, estaban por encima de las disensiones
políticas. Según Juan de Castellanos, el chibcha se entregaba a las acti-
vidades comerciales con gran gusto: en realidad, los indígenas de la
localidad parecieron al beneficiado de Tunja “menos guerreros que con-
tratantes, pues su mayor felicidad estriba en ferias y mercados que cele-
bran en partes señaladas”.13
Así, provistos de sus artículos agrícolas o de unos pocos objetos de sus
industrias manuales, de maíz para llevar las cuentas en las transacciones,
quizás de una cuerda para medir la circunferencia de las monedas de oro,
así como socorridos por las efigies de dos dioses, varón y hembra, ama-
rradas a sus antebrazos, los chocontáes se dirigían por la suna hacia su
placentero comercio.14
El período colonial
Los primeros rumores se referían a unos seres extraños que podían
correr con rapidez mayor que la de los mejores atletas de la localidad;
tales seres hablaban idiomas desconocidos, tenían barbas y piel blanca,
y habían aceptado tributos de todas clases excepto vidas humanas. Sus
obras asombrosas justificaban la creencia de que los recién llegados
eran nada menos que “hijos del Sol” (suagagua). Cuando los suagagua
llegaron a la aldea de Suesca, a unos treinta y dos kilómetros al sur de
Saucío, delegaciones indígenas de la zona circundante les llevaron varia-
dos tributos.17
Pero esta admiración inicial por los españoles duró poco. A medida
que Jiménez de Quesada se aproximaba a Muequetá, él y sus hombres
dieron amplias pruebas de sus cualidades terrenales. Pronto fue olvi-
dado el día cuando los conquistadores llegando a Guachetá trataron
amablemente a un viejo indígena. Juan Gordo, uno de los “inmorta-
les” suagaguas, había sido apaleado en Suesca y, para sorpresa general,
10
11
en tan poco tiempo? Los indígenas observaron con curiosidad los azado-
nes que los hombres de Quesada utilizaban para desprender la dura cal-
cita. Tomaron nota de que los españoles obtenían magníficos resultados
aunque no lloviera.21 Los chocontáes adoptaron entonces con ansiedad
herramientas útiles tales como la azada de hierro, cultivos como el del
ajo y técnicas tales como la curtiembre.22 Pero la suna no se convirtió en
un verdadero camino real, al estilo europeo, sino hasta cuando el primer
vehículo de ruedas transitó por ella. Este acontecimiento trascendental
habría de ocurrir pronto.23 Junto con la rueda llegó el arado, y con este
los bueyes y otras cabezas de ganado, ovejas y cerdos.
El camino real también trajo un nuevo sistema politicosocial. Desapa-
recidos los zipas y zaques, los chocontáes cayeron bajo la tutela directa
de su uzaque, para entonces llamado por los españoles con la palabra
haitiana “cacique”, quien a su vez rendía homenaje a los miembros de
la raza conquistadora. Tan pronto como el nuevo gobierno se formó en
los antiguos jardines del zipa en Teusaquillo (lugar que había sido bau-
tizado con el nombre de Santa Fe de Bogotá, el 8 de agosto de 1538), el
primer encomendero24 viajó por ese camino hasta las planicies de Saucío
y Chocontá. Su nombre era Cristóbal Ruiz, el mismo soldado que había
sido la primera y más gravemente afectada víctima del “tectec”.25
Sin embargo, don Cristóbal no tuvo tiempo de ejercer nueva venganza
contra sus encomendados, es decir, contra los indígenas que habían sido
puestos bajo su cuidado. Alonso de Lugo, gobernador del Nuevo Reino
21 Aguado, p. 146. Los aborígenes utilizaban utensilios de madera para trabajar en las minas de
esmeraldas y esperaban a que la estación de lluvias ablandara el terreno, para extraer las piedras.
Aparentemente, estos mismos instrumentos de madera y piedra se utilizaban en la agricultura.
22 El ajo de Chocontá se consideraba, aun en la época de Basilio Vicente de Oviedo, como el
mejor del Nuevo Reino. Véase su obra Cualidades y riquezas del Nuevo Reino de Granada (Bogotá:
[Biblioteca de Historia Nacional], 1930), pp. 50, 97. Hasta época reciente los artículos de cuero,
especialmente las sillas de montar, dieron fama al pueblo. Véase Tomás Rueda Vargas, La sabana
de Bogotá (Bogotá: [Biblioteca Popular de Cultura Colombiana] Editorial ABC, 1946), pp. 25, 53.
23 Los primeros vehículos de ruedas fueron construidos por Hernando de Alcocer y Alonso de
Olaya en Santa Fe de Bogotá, hacia 1550. Véase José María Henao y Gerardo Arrubla, Historia de
Colombia (Bogotá: Librería Voluntad, 1952), pp. 179-180. Pero los españoles construyeron carretas
para finalidades varias durante la conquista. Aguado menciona un carro fabricado por Marco
Sánchez Rey cerca de Cartago, durante la expedición de Palenque, realizada por Baltasar Maldo-
nado (Aguado, p. 237).
24 Al encomendero se confiaba el cuidado de los indígenas. Para comprender el sistema de las
encomiendas, véase Silvio A. Zavala, Encomienda indiana (Madrid: Junta para Ampliación de Es-
tudios e Investigaciones Gentílicas, 1935), o Leslie Byrd Símpson, The Encomienda in New Spain:
The Beginnig of Spanish Mexico (Berkeley: University of California Press, 1950).
25 Raimundo Rivas, Los fundadores de Bogotá (Bogotá: [Biblioteca de Historia Nacional] imprenta
Nacional, 1923), p. 295.
12
26 Ibid., p. 199. Dos hijos ilegítimos nacieron de la unión de Molina en Chocontá. Estos mes-
tizos no fueron reconocidos y por eso no pudieron aspirar a la encomienda de su padre. No
obstante, Molina los encargó de la inmensa hacienda de Aposentos que había recibido de las
autoridades entre 1548 y 1550 (véase el capítulo 6). Finalmente, Molina se estableció en Santa
Fe de Bogotá según las reglas de la encomienda y contrajo matrimonio con una de las primeras
damas españolas que llegaron a la llueva capital. Se convirtió en el hombre más rico del Nue-
vo Reino; fue alcalde de Bogotá de 1560 a 1564, y miembro vitalicio del concejo de la ciudad.
Véase Gonzalo Jiménez de Quesada, Memoria de los descubridores que entraron conmigo, en
Clements R. Markham, The Conquest of New Granada (Londres: Smith and Eider, 1912), p. 206.
27 Se cree que la fortaleza de Puebloviejo se incendió poco tiempo después del período de
la conquista. En un mapa levantado por orden de Juan Prieto de Orellana, inspector real que
visitó el Nuevo Reino de 1580 a 1585, Chocontá aparece en su emplazamiento actual y no en el
lugar de Puebloviejo (González Cárdenas, passim). La fecha del traslado se discute; mas parece
que fue antes de 1550 (véase el capítulo 6).
28 B. V. de Oviedo, pp. 50, 97.
29 Rivas, pp. 191 y 192.
13
14
Sin embargo, cuando llegaron los españoles fue necesario para las
partes interesadas, así conquistadores como indígenas, estar provis-
tas de títulos legales sobre las tierras que ocupaban, los cuales títulos
presuntamente emanaban del rey y en última instancia del papa. (Se
debe recordar que Solórzano alegaba que las tierras americanas habían
pasado a la corona de Castilla por simple “accesión”). En consecuencia,
es probable que los indígenas que disfrutaban de las planicies denomi-
nadas “Saucío” obtuvieran reconocimiento para su ocupación de facto
y recibieran, en determinada época del siglo XVI, un instrumento por
el cual se les designara colectivamente como poseedores legales. Posi-
blemente este arreglo se efectuó en 1549, cuando el visitador Miguel
Diez de Armendáriz estableció un “resguardo” en Puebloviejo y Tablón
(véase mapa n.º 1).34 Infortunadamente, hasta ahora no se ha encontrado
ninguna información concreta acerca del origen legal del resguardo, o
tierra de indígenas, de Saucío. Pero existe evidencia de que esta tierra
no estuvo en manos de los españoles en el siglo XVIII: en efecto, se sabe
que un día, en 1758, un vecino de Saucío hacia el sur, el español don
Antonio de Ibáñez, propietario de la Hacienda Tilatá, trató de desplazar
en provecho suyo algunos linderos del resguardo. Los “indios de Saucío”
reaccionaron enérgicamente para defender sus tierras, y lo consiguieron
con la ayuda del oidor Joaquín Aróstegui y Escoto, quien acudió a auxi-
liarlos desde Santa Fe.35
Se fue formando un caserío al lado de la vía dentro del resguardo de
Saucío. Hay documentos del siglo XVIII que se refieren a Saucío como
“pueblo” explicando que allí se recaudaban diezmos periódicamente
esta localidad, con excepción de la palabra Chocontá, ya mencionada, utilizada para referirse
a la comunidad indígena más extensa. [La investigación posterior indica que la palabra puede
ser indígena y que se debe escribir con s: “Sausío”; pero aún no se sabe qué significa en la
lengua chibcha].
34 Documentos privados de la familia Maldonado de Bogotá, Documento A-l, José María Cam-
puzano y Lanz al Corregidor del Partido de Guatavita, Chocontá, enero 16 de 1797, fol. 4 v. En
adelante se mencionarán esos documentos con las iniciales DM (Documentos de Maldonado),
seguidas por las cifras de identificación correspondientes. Estos documentos han sido clasifica-
dos cronológicamente, según las localidades a que primordialmente se refieren: A, para indicar
Aposentos; C, para Cruces; y S, para Saucío.
35 González Cárdenas, passim. El oidor Aróstegui viajó a Chocontá no solo para resolver el
litigio entre los indígenas de Saucío y don Antonio de Ibáñez, sino también para efectuar una
revisión de los títulos sobre las tierras (composiciones) en esta región. (Posesión y deslinde
por el pie de los Aposentos por el lado de los resguardos. Ato Fiero y demás, Chocontá, 5 de
enero de 1797, fol. 20 v.; Posesión y deslinde en los páramos de Chilabá, Chocontá, 26 de enero
de 1797, fol. 24; Medida del hasiento (sic) del pueblo y su resguardo para el lado de Chilabá,
Chocontá, 27 de enero de 1797, fols. 24 V.-25, DM/A-1).
15
entre los indígenas.36 Este caserío era aparentemente el mismo que aún
permanece en medio del valle, donde se encuentran los principales
caminos de herradura y la Carretera Central, y donde están ubicadas
actualmente las dos tiendas y la escuela. Parece, pues, que los indígenas
de Saucío estuvieron en posesión de las tierras de esas planicies durante
toda la época colonial. Estos indígenas formaron un grupo ecológico bien
definido, con un caserío en el centro, en que los vínculos de la propiedad
comunal fueron sumamente importantes. Este proceso de identificación
social ocurrió sin romper los estrechos lazos espirituales, económicos y
políticos que las gentes de Saucío habían tenido siempre con el grupo
original o comunidad mayor de chocontáes, lazos que lograron mante-
ner primero mediante la suna, después por conducto del camino real, y
efectuando por lo menos un viaje semanal hasta la reducción.
Mientras los elementos humanos se adaptaban a las nuevas condi-
ciones, el camino real se convirtió en fuerte instrumento de dominación
española. La suna ya no era más aquella ruta militar, religiosa y comercial
que casi moldeó a los indígenas en una sola nación. Es cierto que el camino
facilitaba los contactos a base de los cuales las dos culturas, europea e
indígena, crecían juntas y adoptaban una nueva forma mestiza. Pero, aun-
que seguía la misma ruta, el camino real superpuesto sobre los antiguos
guijarros redujo drásticamente los contactos que los chocontáes habían
mantenido in extenso. No se les permitía ya más desplazarse a voluntad
a largas distancias lo como lo habían acostumbrado en las épocas de paz
de la preconquista.
El camino conducía a los indígenas de Saucío solo hasta el mercado de
Chocontá, donde rápidamente aprendieron el castellano; los conducía hacia
las haciendas cercanas, donde se les enseñaban nuevos métodos de cultivo
y trabajaban para pagar sus deudas; el camino llevaba a los indígenas, a son
de campana, hasta las iglesias de la reducción, donde adoptaban el cristia-
nismo; el camino les mostraba el rumbo hacia la sede de los corregidores
y de las cajas, donde habían de depositar sus tributos. El camino real, en
fin, tenía objetivos muy concretos, todos ellos relacionados con cuestiones
locales e inmediatas. La comunidad no podía ser abandonada, excepto en
casos de expediciones militares, de mitas o de servicio personal de un via-
jero español. Los chocontáes que se quedaron fueron los sometidos por la
fuerza al nuevo yugo, los que no pudieron huir de los españoles hacia los
páramos septentrionales u orientales, los que prefirieron permanecer en las
36 Notaría Municipal de Chocontá, Legajo 1785, Diligencias y auto concernientes a Pedro López
y los diezmos del pueblo de Sausío (sic), año de 1785, folios no numerados.
16
17
El período republicano
Treinta años más tarde, las barreras del camino fueron derribadas por la ola
de la revolución. La antigua suna recobró su importancia estratégica para
operaciones militares, y Saucío presenció una vez más, como en los tiempos
de Nemequene, el paso de los ejércitos. Eran ejércitos como de langostas,
que vivían de las parcelas y que también engrosaban sus filas con los hom-
bres que encontraban al paso. Los dirigentes de los ejércitos contendientes
no se preocupaban por preguntar a los campesinos acerca de sus preferen-
cias políticas. Los reclutaban mientras marchaban hacia Bogotá y desde ella;
tanto Antonio Nariño en junio de 1812, como su adversario Antonio Baraya,
40 B. V. de Oviedo, p. 97.
18
41 José María Caballero, “En la Independencia”, en Eduardo Posada, ed., La Patria Boba (Bogotá:
[Biblioteca de Historia Nacional] imprenta Nacional, 1902), p. 159.
42 José Manuel Restrepo, Historia de la revolución de la República de Colombia (Besanzon: José
Jacquin, 1858), vol. I, p. 405.
43 González Cárdenas, passim; Henao y Arrubla, p. 455; Adolfo León Gómez, El tribuno de 1810
(Bogotá: [Biblioteca de Historia Nacional] Imprenta Nacional, 1910), pp. 365-366. Neira vivió en
Chocontá de 1819 a 1840. Se levantó en defensa del gobierno de José Ignacio de Márquez, cuando
el gobernador Manuel González, de Santander, se rebeló en 1840. Neira derrotó a González en
Buenavista, hacienda situada no lejos de Bogotá; pero pagó con su vida el precio de la victoria.
44 Eduardo Posada, El 20 de julio (Bogotá: [Biblioteca de Historia Nacional] imprenta Nacional,
1914). p. 343.
45 Aunque los campesinos de esta región continuaron llamándose indios hasta la última par-
te del siglo XIX (estos indígenas han sido identificados aquí como chocontáes), la avanzada
mezcla cultural y racial que se había alcanzado hacia 1810 no parece justificar el empleo de la
palabra “indio” en el sentido originario. Al hacer referencia a la comunidad mestiza más amplia
de que Saucío forma parte, en este libro se emplea el adjetivo genérico “chocontano”. Y en vez
de “indígena”, las palabras “campesino” o “saucita” ya definidas en el prefacio.
46 Posada, p. 343.
47 Caballero, p. 130. Villa era un rango de distinción otorgado a poblaciones; su nivel era inme-
diatamente inferior al de ciudad.
48 Un batallón de caballería de Chocontá que hasta 1816 había luchado al lado de los patriotas,
se sublevó en Ubaté y regresó. Esto ocurrió en abril, al acercarse el ejército español de Morillo.
(Restrepo, vol. I. p. 405).
19
49 Carlos Cortés Vargas, Participación de Colombia en la libertad del Perú (Bogotá: Talleres del Estado
Mayor General, 1924), vol. III, p. 136. Cortés Vargas informa sobre un soldado de Tenza (entonces
bajo la jurisdicción de Chocontá) que fue herido en Ayacucho. De paso, debe tomarse nota de un
sacerdote de Chocontá llamado Ignacio Mariño (1775-1825) que se convirtió en rabioso dirigente
antiespañol. Mariño había sido párroco en los Llanos desde 1799. Cuando estalló la guerra, orga-
nizó guerrillas patriotas, reclutando hombres en su territorio misional. Luchó en Gámeza, Paya,
Bonza, Pantano de Vargas y Boyacá. Cuando se logró la independencia, se asignó a Marino un
cargo minear en Sogamoso. Después regresó a su ministerio pastoral en Guateque primero y des-
pués en Nemocón, Cundinamarca, donde falleció. (Véase Gustavo Otero Muñoz, Album de próceres
de la independencia [Bogotá: Banco de la República, 1953], páginas no numeradas). Un sacerdote
realista, José Torres y Peña, acusó a Mariño de algunos de los actos más sanguinarios perpetrados
durante la guerra (José Torres y Peña, “Santafé cautiva”, en Eduardo Posada, ed., La Patria Boba).
50 Gómez, p. 265 y passim.
51 Hernández Rodríguez, p. 293; Del Escribano Municipal al Juez Cantonal primero, Chocontá,
abril 1 de 1840, fols. 177-177 v. Documentos de Chocontá [en la biblioteca del autor].
20
21
56 Henao y Arrubla, p. 683. Tomás Herrera salió de Bogotá después de que el coronel José
María Meló depuso al Presidente José María Obando el 17 de abril de 1854. Herrera actuó como
presidente constitucional durante dos meses, hasta que el primer vicepresidente José de Obal-
día fue reconocido en Ibagué. La dictadura del coronel Meló solo duró ocho meses.
57 Información personal suministrada por don Juan Porras, fundador de la Hacienda Las Julias
en Saucío y testigo de la mayoría de les acontecimientos en la localidad durante los últimos
sesenta años. Saucío, septiembre de 1952.
22
23
24
25
26
El ambiente físico
Saucío comprende dos valles: uno cruzado por la quebrada de Saucío que
corre en dirección occidental, y el otro por el río Bogotá, que en realidad a
esa altitud es un modesto arroyo que corre de norte a sur hacia la Sabana
de Bogotá. Estas dos corrientes se unen en el caserío.1 Circundando los
dos valles están los cerros de los Arrayanes al occidente, con una eleva-
ción de 2781 metros; El Hato, con 2763 metros; Tibirá, hacia el sur, con
1 Además de la de Saucío, hay otras tres quebradas: El Muchilero, que corre hacia occidente
hasta desembocar en el Bogotá; La Fragua, que corre de sur a norte; y El Cangrejo, tributaria del
río Sisga al sur del caserío (véase el Mapa n.o 2).
27
2727 metros; y el histórico Las Vueltas, al oriente, con unos 2700 metros.
La altitud de las vegas es de 2623 metros. Con excepción de los Arrayanes,
cuya parte superior ha sido desgastada por la erosión, los cerros descien-
den suavemente.
Mapa n.º 2
28
29
más seca, ocurre durante el nadir del sol. Los registros relativos a la
precipitación indican que los meses de diciembre, enero y febrero cons-
tituyen la primera de las estaciones relativamente secas, y los de junio,
julio y agosto la segunda.5
El año 1950 no siguió las características generales de la precipitación
en esta región, aunque los datos registrados confirman la existencia de
las cuatro estaciones alternas de sequía y lluvia.6 Hubo falta de la canti-
dad usual de lluvia en marzo y abril, en tanto que se registró una preci-
pitación excesiva en junio y julio. A causa de esta falta anormal de lluvia
en los primeros meses del año, los agricultores perdieron la mayor parte
de sus cosechas de febrero.
Aunque a solo cinco grados del ecuador, la gran altura de Saucío
determina un promedio anual de temperatura de 15 grados centígrados
(59 grados Fahrenheit) en diciembre, y 22 grados centígrados (71 Fahr-
enheit) en mayo.7 A veces ocurren temperaturas de congelación. Hay un
enfriamiento nocturno anormal quizás producido por una disolución de
las nubes durante el día, así como por precipitación y vientos nocturnos.
En la mañana siguiente a la caída de la temperatura se ven charcos con-
gelados, así como escarcha sobre las hojas y las flores (según su inten-
sidad, los campesinos llaman “heladas” o “nevadas” a estos fenómenos
que, desde luego, son muy dañinos para los cultivos). Finalmente, a
causa de la latitud de Saucío y de las fuerzas reguladoras de los dos
océanos sobre los cuales Colombia tiene costas al norte y occidente, las
temperaturas son isotérmicas. Las gentes de Saucío viven, por decirlo
así, en perenne primavera.
La flora
La vegetación de estas llanuras no es profusa si se la compara con la de los
valles tropicales de los ríos Cauca y Magdalena. Los árboles están amplia-
mente espaciados; solo una vegetación achaparrada matiza el paisaje. Pero
aun en la época de la conquista española estas llanuras y montañas, aunque
30
Tierra pelada en las lomas; en los llanos hay poca leña sino en las ver-
tientes de las sierras a todas partes.8
31
32
estos árboles son difíciles de hallar ahora en las vegas porque han sido
derribados en busca de espacio o para la construcción de cercas, edifi-
cios y la fabricación de carbón vegetal. Pero se encuentran fácilmente
en la región circundante, especialmente en las montañas de La Guajira y
Sisga, a donde con frecuencia van los saucitas en busca de leña.
La introducción de acacias, cipreses y pinos produjo modificaciones
en el carácter del paisaje. Y la importación del eucalipto australiano en
la segunda mitad del siglo XIX alejó aún más al paisaje de sus caracterís-
ticas de preconquista.18 El eucalipto y una variedad análoga denominada
eucalipta sobresalen ahora en el paisaje en Saucío; estos árboles han
resultado ser de gran valor para los campesinos, como medicinales y
como productores de madera.
La fauna
Aunque la flora nativa era imponente, pareció más vívida aún la impre-
sión que produjo en los conquistadores la fauna de Saucío. Las des-
cripciones de animales de la localidad hechas por los cronistas tienen
una fascinación peculiar: recuerdan la admiración boquiabierta ante
lo nuevo que con frecuencia tienen los niños. Aguado dedicó muchos
párrafos de su Recopilación historial a los animales del Nuevo Reino. Escri-
bió sobre los venados, los conejos y los curíes que eran presentados a
los españoles como obsequios.19 Castellanos agregó alguna información
acerca de las aves (patos, palomas y tórtolas).20 Todos estos animales
existen todavía en Saucío, aunque con escasez creciente. Con excepción
de las palomas y las tórtolas, han emigrado hacia las soledades de La
Guajira y Sisga, junto con los pequeños osos, las pumas, los borugos y
los armadillos; los venados están casi extintos. El curí (Amoenio cobaya),
único animal domesticado por los chibchas, es todavía popular entre los
campesinos de Saucío. Muchos agricultores mantienen estos animales
en sus hogares, los engordan y los venden en el mercado o se los comen.
Otros animales de la localidad atrajeron la atención de los historia-
dores. Aguado informó acerca del fara (Didelphis philander), animal que
tiene el aspecto de una gran rata y que devora las gallinas;21 todavía el
18 Manuel Murillo Toro, presidente de Colombia de 1864 a 1866, inició la reforestación de las
altiplanicies orientales con eucaliptos. Véase Luis López de Mesa, Introducción a la historia de la
cultura en Colombia (Bogotá, 1930), p. 10.
19 Aguado, pp. 95, 317 et passim; cf. Piedrahita, vol. I, p. 11.
20 Castellanos, vol. I, p. 187, et passim; cf. Liborio Zerda, El Dorado: estudio histórico, etnográfico y
arqueológico de los Chibchas (Bogotá: Silvestre y Cía., 1883), p. 77.
21 Aguado, p. 436, et passim.
33
34
26 El ganado vacuno y quizás las ovejas fueron importados por primera vez por el gobernador
Alonso Luis de Lugo en 1543 (Castellanos, vol. II, p. 62); viniendo de otra dirección, la isla de
Margarita y los llanos, Fernando Álvarez de Acevedo también introdujo ganado vacuno en el
decenio siguiente a 1540 (Simón, vol. III, p. 124). En 1857 se inició la importación de ganado
vacuno europeo más fino, cuando dos toros Hereford fueron despachados de Inglaterra a Si-
mijaca, Cundinamarca; ejemplares de las razas Durham, Red Poli, Normanda, Charolais, Jersey
y Holstein siguieron en número creciente, en particular hacia la sabana de Bogotá (Evaristo
Herrera, carta a El Tiempo, Bogotá, 30 de septiembre de 1950). Los cerdos constituyeron el al-
macén de comida ambulante de Sebastián de Belalcázar (Aguado, p. 187; Oviedo y Valdés, vol.
II, p. 366). A partir de Quesada, muchos de los conquistadores y primeros pobladores llevaron
caballos, mulas y asnos; estos animales eran necesarios para las expediciones y eran distintivos
de posición social.
27 El padre Juan Verdejo, miembro de la expedición de Federmann en 1538, llevo gallinas a
través de Venezuela y de los llanos (Castellanos, vol. II, p. 62; cf. Rodríguez Fresle, p. 44). Los
indios muzos, al noroeste de Saucío, según se cree, tenían gallinas desde antes de ser domina-
dos por los españoles; en realidad, el conocimiento de la existencia de esmeraldas en su región
se obtuvo cuando en el buche de las gallinas se encontraron estas piedras preciosas. Cuando
los españoles de Avellaneda penetraron en los llanos, comprobaron que los indígenas ya tenían
gallinas, aunque “de las de España” (Aguado, p. 475). Ciertos indígenas del Tolima (Laembite-
me, circa 1550) solo deseaban gallinas blancas y rechazaban las negras o de color (ibid., pp. 342-
342). Véase Sauer (pp. 57-60) con respecto a la información relativa a la gallina precolombina.
28 Leyendo a Aguado se tiene la impresión de que los chibchas no conocían los perros (Aguado,
p. 124 et passim). Y hasta este cronista franciscano menciona a Federmann como al conquista-
dor que por primera vez los introdujo (ibid., p. 186). Estos han podido ser los perros de presa
introducidos también por Belalcázar (Rivas, Los fundadores, p. 139). Con todo, parece dudosa la
exactitud de las observaciones de Aguado, si se considera que en su mayoría los demás indíge-
nas conocían variedades caninas tales como los gozques y guaguas (Oviedo y Valdés, vol. I, p.
390, vol. II, p. 382; Acosta, p. 362).
35
39
4 Emile Durkheim, The Division of Labor, traducción al inglés de G. Simpson (Glencoe: Free Prees,
1947), p. 131.
5 Robert Redfield, The Folk Culture of Yucatán (Chicago: Imprenta de la Universidad de Chicago,
1941); “La sociedad folk”, Revista Mexicana de Sociología (México, D. F.), vol. IV, n.º 4, 1942.
6 William Graham Sumner, Folkways (Boston: Ginn & Co., 1907).
7 Charles H. Cooley, Social Organization (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1910), pp. 23-31.
8 López de Mesa, De cómo se ha formado..., pp. 29, 95-96. Pero se debe observar que este eminen-
te intelectual colombiano, un poco inclinado al determinismo geográfico, estaba pensando más
en Antioquia que en Cundinamarca cuando definió este término.
40
9 Hay muchos vínculos que unen a las gentes de Saucío, y con todo hay también ausencia
de proyectos comunes o de actividades comunales. No hay cooperativas organizadas. No
se celebran reuniones para discutir problemas comunes o intercambiar ideas. Instituciones
tales como el mutirão del Brasil o la minga de Nariño (ayuda mutua y trabajo comunal,
respectivamente) no se han desarrollado o han desaparecido en esta región. Pero estas
carencias parecen deberse más a la ausencia de dirigentes que a características anormales del
propio vecindario.
10 Originariamente, “vereda” significó una senda o un camino estrecho (de la palabra latina
veredus, caballo para distribución del correo). “Vereda” también significaba la ruta de los pre-
dicadores ambulantes. En España existía la costumbre de llamar “vereda” a cualquier carta,
orden o comunicación despachada a cierto número de localidades situadas sobre un camino o
cercanas unas de otras.
11 La palabra “vereda” aparece muchas veces en los Documentos de Maldonado, en los referen-
tes al período comprendido entre 1850 y 1870 o, con más frecuencia, siempre que se menciona
un vecindario se emplean los términos “partido” o “resguardo de indígenas”. En este sentido
“partido” significaba el territorio de una administración, subalterna, pues varios “partidos” for-
maban una provincia. En los Documentos de Chocontá (1644-1856) aparecen con frecuencia las
palabras “comunidad de indígenas”, “sitio” y “estancia”. Todas ellas parecen designar grupos
ecológicos humanos.
12 Hernández Rodríguez, De los Chibchas, p. 68.
41
13 Deslinde y posesión por el llano y pantano de Guangüita, Chocontá, 23 de enero de 1797, fol.
12; Escritura del escribano público del número, Chocontá, 9 de julio de 1788, fol. 37, DM/A-1.
14 lbid., fol. 36 v. DM/A-1; Fray Custodio Castillo al Juez Primero Cantonal, Chocontá, 10 de enero de
1839, fols. 181-189, Documentos de Chocontá.
15 Camilo Pardo Umaña, “Creación de nuestras razas finas”, El Tiempo, Bogotá, 28 de septiem-
bre de 1950; González Cárdenas, Historia de Chocontá.
16 Estos conceptos se amplían en el capítulo 6.
42
43
44
45
23 Los contactos entre los saucitas y las autoridades civiles de Chocontá no son frecuentes,
y hasta son evitados. Todo asunto que haya de tramitarse con ellas (como el otorgamiento
de escrituras o el pago de impuestos) es resuelto por los saucitas en el día de mercado que
reservan para ese fin.
24 Es necesario efectuar estudios en otras regiones para determinar hasta qué punto es aplica-
ble esta definición. Los cambios culturales y sociales pueden medirse en función de las varia-
ciones de los factores incluidos.
46
25 Pueden verse los mapas originales, en color, en Fals-Borda, Saucío..., pp. 24-26. Las aero-
fotografías fueron obtenidas en el Instituto Geográfico, Militar y Catastral, del Gobierno de
Colombia, en Bogotá.
26 Este intento se efectuó sobre la base de observaciones personales y de informaciones del
sacerdote y de otros dirigentes de la localidad. Como no era posible un estudio detallado de
toda la región, desde luego son provisionales los límites indicados para la comunidad de mer-
cado e iglesia.
27 Esta zona fue determinada mediante entrevistas. No solo se reconocieron vínculos con-
sanguíneos (padres, hermanos, primos y otros), sino también los de carácter legal (agnados).
47
48
49
Número y distribución
Hay 356 personas distribuidas en las 77 familias de la vereda de Saucío.1
Como la superficie de esta es de 12,5 kilómetros cuadrados, la densi-
dad de población es de 28,5 habitantes por kilómetro cuadrado (71 por
milla cuadrada).2 No obstante, los pobladores en su mayoría viven en
las vegas del río Bogotá, donde hay casas dispersas a ambos lados de la
carretera. Hay dos núcleos de población. Uno de ellos está en la parte
norte, en la zona de la quebrada del Muchilero, y la otra al sur en el
51
52
Edades
75
70
65
60
55
50
45
40
35
30
25
20
15
10
5
0
10 9 8 7 6 5 4 3 2 1 0 0 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Porcentaje de hombres Porcentaje de mujeres
N=356
Estado civil
No parece prevalecer en Saucío la costumbre campesina de los matrimo-
nios tempranos. El 93 % de las muchachas de edades comprendidas entre
los 15 y los 19 años son solteras y también lo son todos los muchachos.
La edad propicia para el matrimonio parece estar entre los 20 y los 24
años, ya que el 77 % de los varones y el 91 % de las mujeres de edades
comprendidas entre los 25 y los 29 años son casados. El matrimonio en
Saucío significa solamente la ceremonia religiosa; este vínculo nunca es
roto oficialmente, ya que el divorcio no es permitido por las autoridades.
Cincuenta y cinco parejas, que comprenden dos amancebados o perso-
nas participantes en uniones libres, forman el 57 % de la población de 15
años y más, en tanto que los solteros comprenden el 29 % y los viudos y
separados el 14 %. Hay más viudas que viudos: 10 y 7, respectivamente. Hay
53
un pequeño número de varones y mujeres que viven sus vidas sin matrimo-
nio; el varón soltero más viejo tiene 57 años de edad; la soltera más vieja, 42.
Dos parejas están semiseparadas: las esposas viven solas en lugares
aparte, o con sus propias familias. Y hay dos separaciones completas.4
Condición educativa
Los efectos de la educación se miden estadísticamente en el cuadro 1.
La característica más sorprendente que en él se revela es la de que las
niñas superan ligeramente a los niños en materia de alfabetización. El
91 % de las niñas comprendidas entre las edades de 10 a 19 años saben
leer y escribir, en comparación con el 87 % de los muchachos de las mis-
mas edades.5
Cuadro 1. Alfabetización entre la población de 10 años y más en Saucío, por sexos, 1950
% de alfabetización
Edad Varones Mujeres
Total, 10 años y más 69 61
10 a 19 87 91
20 a 39 64 62
40 y más 65 33
54
Situación ocupacional
Los jefes de familia en su mayoría están vinculados a actividades agrí-
colas. Setenta y dos, o sea el 93 %, son agricultores (cuadro 2). Los otros
cinco jefes de familia están dedicados a las siguientes ocupaciones: tra-
bajos mecánicos en la Represa del Sisga, conducción de camiones para
la Represa del Sisga, minería en San Vicente, elaboración de ladrillos en
Las Julias y vigilancia de las líneas telegráficas.
Entre los que se dedican completamente a la agricultura o a la gana-
dería, hay 30 jefes de familia que según las normas censales de los
Estados Unidos pueden clasificarse como empresarios agrícolas. Admi-
nistran sus parcelas propias o tomadas en arrendamiento pagando en
dinero y dedican buena parte de su tiempo a los principales cultivos y a
la cría de ganado vacuno y ovino.
7 International Bank for Reconstruction and Development, The Basis of a Development Program for Colom-
bia: Report of a Mission Headed by Lauchlin Currie (Washington: IBRD, publicación especial, 1950), p. 241.
55
Jefes de familia
Ocupación Número %
Total 77 100,00
Agricultores empresarios 30 38,9
Agricultores con ocupaciones temporales o en parte
26 33,8
de su tiempo
Carpintero (1)
Albañiles (2)
Trabajadores en Represa del Sisga (8)
Mineros (4)
Obreros agrícolas (9)
Tenderos (2)
Trabajadores no agrícolas 5 6,5
(mecánico, conductor de camión, minero, alfarero
de ladrillos y guardia)
Peones de hacienda (concertados) 16 20,8
56
Composición racial
La población de Saucío pertenece a una raza miscegénica. Un lento pro-
ceso de amalgama entre blancos e indios (no se encontraron huellas
visibles de raza negra en esta comunidad) ha producido un tipo físico
denominado mestizo.
8 El número total de trabajadores de Saucío que participaban en 1950 en las obras de la represa
era de 20, entre ellos tres mujeres contratadas como cocineras y sirvientas.
9 En los capítulos 5 y 6 se explica completamente el concepto de concertado.
57
Indio-mestizo 4
Mestizo 43
Mestizo-blanco 30
10 Análogamente, es difícil determinar con respecto a Colombia el alcance de tal mezcla racial,
aunque parece claro que los saucitas pertenecen a un grupo racial que comprende a la mayoría de
los colombianos. El censo de 1938 no averiguó las características raciales de la población. Entre los
cálculos hechos al respecto (por Angel Rosenblat, Pablo Vila y pocos más), el siguiente, de T. Lynn
Smith, puede acercarse a la realidad: blancos, 25 %; indígenas, 7 %; negros, 10 %; mestizos, 33 %; mu-
latos, 25 % (información no publicada, suministrada personalmente al autor en septiembre de 1953).
11 Por simple curiosidad y a fin de comprobar nociones populares al respecto, el autor midió la
estatura y el peso de los varones y mujeres de Saucío en 1950. Participaron en este experimento,
algunas con dudas religiosas sobre si convenía o no ser sometidas a la medición de su peso (véase
el capítulo 14), 287 personas que finalmente confiaron en el autor y se sometieron a la prueba con
58
Fertilidad
El índice de fertilidad (número de niños menores de cinco años por cada
mil mujeres comprendidas entre los 15 y los 44 años) es elevado: 971.
Las familias son numerosas, pues el número medio de nacidos por cada
resignación fatalista. El promedio de estatura de los varones adultos (de 21 años de edad y más)
resultó ser de 1.64 metros (5 pies 4 pulgadas), y el de las mujeres adultas de 1.53 metros (5 pies). El
promedio de peso del varón adulto fue de 60 kilos (132 libras), y el de la mujer adulta de 56 kilos
(123 libras). A causa de la muestra reducida y de la corta duración del estudio, la variabilidad es con-
siderable; pero este pequeño experimento antropométrico en Saucío puede suministrar cierta base
para poner en duda la idea ampliamente difundida de que los campesinos de las montañas colom-
bianas (a quienes los colombianos que habitan en las ciudades llaman “indios”) son anormalmente
pequeños. Esto no parece ser cierto, al menos en cuanto se refiere a los campesinos de Saucío.
Con respecto a la estatura y las características somáticas de la raza chibcha originaria, que tam-
bién forman parte de la misma creencia, Ezequiel Uricochea parece haber sido el primer autor
que afirmó que los aborígenes eran pequeños (Antigüedades neogranadinas, p. 37). No obstante,
los cronistas hacen referencia a indígenas grandes o altos. Véase Aguado, Recopilación historial, p.
211; Aguado, Primera parte de la recopilación historial resolutoria de Sancta Marta y Nuevo Reino de Gra-
nada (Madrid: Espasa-Calpe, 1930), vol. I, pp. 282-283, 433; Castellanos, Historia, vol. I, pp. 133-137;
Simón, Noticias historiales, vol. II, p. 58 et passim. Parece que los aborígenes habían empleado
cierta clase de práctica eugenésica que eliminaba a los mal conformados: véase Ernesto Restrepo
Tirado, Aborígenes de Colombia (Bogotá: La Luz, 1892), p. 98. La siguiente observación de Oviedo y
Valdés (copiada de Quesada) vale la pena de ser señalada: “Los habitantes de la tierra [chibcha]
son de estatura mediana; son más altos que las gentes que viven en la zona de la costa en la parte
en que el río [Magdalena] desemboca en la mar” (Historia, vol. II, p. 388).
12 Don Miguel Triana intentó demostrar que esta aclimatación satisfactoria de los campesinos a
las elevadas altitudes era congénita. Buscó la respuesta en las características somáticas de los chib-
chas; pero infortunadamente se desorientó en medio de disquisiciones inútiles: “...la menor poten-
cia de la bomba cardíaca para conducir la sangre por largos canales... impone el encogimiento de
las piernas y de los brazos, con lo que resulta una figura barriluda y saporra”, etc. Véase su obra: La
civilización Chibcha (Bogotá: [Biblioteca Popular de Cultura Colombiana], Editorial ABC, 1951), p. 51.
13 Ibid., p. 50.
59
madre es de 6,5. Muchas mujeres que emigran dejan a sus hijos al cui-
dado de parientes. Estos dos factores determinan una elevada propor-
ción entre el número de niños pequeños y el de mujeres en edades de
maternidad.14 No obstante, Saucío justifica la expectativa de una elevada
tasa de reproducción para un vecindario rural.
Mortalidad
Siendo conveniente medir la mortalidad en Saucío, no hay otra manera
de hacerlo que la de preguntar a las gentes acerca de los fallecimientos
ocurridos dentro de cierto número de años anteriores. Pero este proce-
dimiento no es fidedigno, pues a los campesinos les es difícil recordar
tales acontecimientos pasados.15 Juzgando a base de observaciones per-
sonales, parece que Saucío es un lugar saludable: hubo solo ocho defun-
ciones durante los dos años de la investigación. Pero es posible que en
otras épocas esta rata de mortalidad aparentemente baja se haya ele-
vado a causa de epidemias y de la falta de asistencia médica adecuada.
Hay motivos para creer que el promedio de vida es bajo. Los naci-
mientos están en manos de comadronas o parteras que son eficaces en
partos normales; pero que no saben qué hacer cuando se presentan pro-
blemas durante el alumbramiento. Análogamente, las madres no han
sido capacitadas para cuidar adecuadamente a sus pequeños. Cierta-
mente, los padres no estimulan el aseo en sus hijos, y esta indiferencia
ante los hábitos de higiene personal se mantiene en toda la vida adulta
y en la vejez. La vivienda y la nutrición son deficientes, y hay ignoran-
cia en cuanto al tratamiento racional de enfermedades. Naturalmente,
todos estos factores conspiran contra las posibilidades de sobrevivir
que tienen los campesinos individualmente.16
Hay muchas maneras diferentes de combatir las enfermedades, que
para los extraños pueden resultar pintorescas. Pero las enfermedades son
dolorosamente reales. Según el doctor Carlos Hernando Jiménez, médico
14 El índice de fertilidad para Colombia en 1938 es de 628, según el Anuario Demográfico de las Na-
ciones Unidas, 1949-1950 (Nueva York: Oficina de Estadística de las Naciones Unidas, 1951), cuadro
10, en que se utilizó una escala de edades de mujeres comprendidas entre los 15 y los 49 años.
15 Setenta familias entrevistadas informaron sobre la muerte de 74 niños en edades compren-
didas entre un mes y 14 años, inclusive, y de 25 adultos en edades comprendidas entre los 15 y
los 75 años, lo que arroja un total de 99 defunciones en 15 años, o unas 7 anuales.
16 La rata de mortalidad en Colombia en 1946 fue de 15,6. Véase el Anuario Demográfico de las
Naciones Unidas, 1948 (Nueva York: Oficina de Estadística de las Naciones Unidas, 1949), cuadro
20, p. 512. Fue de 14,4 en 1951, véase Dirección Nacional de Estadística, Anales de economía y
estadística (Bogotá), n.º 74, abril-junio de 1952, p. 87.
60
La migración
Desde 1938, año del último censo, la población neta de Saucío ha dismi-
nuido. En ese tiempo había 397 habitantes que ocupaban 81 casas. Esta
disminución no puede atribuirse a ninguna modificación de la fertilidad,
ni a ningún aumento inusitado de la mortalidad; su causa principal se
encuentra probablemente en el movimiento migratorio.19
Hasta 1950 habían salido 87 emigrantes de treinta y una familias
(el 44 %), lo que da un promedio de 1,2 emigrantes por familia en todo
17 Entrevista personal, Saucío, abril de 1951. Las enfermedades más comunes encontradas por
el doctor Isaías Ramón Carvajal, médico de las obras de la Represa del Sisga, son de carácter
gástrico y pulmonar. Véanse sus Anotaciones médicas del personal en las obras de la Represa del río
Sisga (Bogotá: Editorial Kelly, 1953), pp. 21-39.
18 Pueden hallarse explicaciones médicas relativas a estas dos enfermedades en Jorge Bejara-
no, La derrota de un vicio (Bogotá: Editorial Iqueima, 1950), p. 73 et passim. Parece que la “rema”
es una afección interna, en tanto que la “peladera” es una enfermedad del tipo de la pelagra.
19 En el molde interaccional de Saucío se incluye para 1950 familias de Veracruz y Cruces,
unidades políticas vecinas. En consecuencia, la disminución neta de la población es realmente
de más de 41 personas.
61
20 En Tabio, la proporción de familias que envían emigrantes era del 30,8 %, y el promedio de
emigrantes por familia era del 0,7 (Smith, Díaz Rodríguez y García, p. 19).
21 Este gran número de familias con emigrantes demuestra que Saucío es una zona de transi-
ción. Sería extremadamente revelador un nuevo sondeo relativo a esta transición, en cuanto a
los 188 niños que todavía estaban en los hogares de sus padres en 1950, después de un deter-
minado período de madurez.
22 La emigración forzada a causa de persecuciones políticas es indudablemente otro factor
importante. La inseguridad en las regiones rurales debida a la guerra entre los partidos ha
estimulado periódicamente el despoblamiento de comunidades campesinas. En su mayoría,
los campesinos desalojados acuden a las grandes ciudades en busca de refugio y anonimidad,
como ocurrió en los años comprendidos entre 1949 y 1953. No obstante, Saucío no ha experi-
mentado esta desorganización. Solamente un campesino se vio obligado a huir de Saucío en la
época de esta investigación, a causa de complicaciones políticas en Chocontá.
62
Ocupación Número
Total 55
Cocineras y meseras profesionales 23
Amas de casa 18
Ventas por menor (mercado y almacenes) 2
Lavandería 2
Modistería 2
Estudiantes (de Las Julias) 2
Otras (una maestra y una menor de 10 años) 2
Desconocidas 4
63
23 Los hombres salen de los campos hacia Bogotá, se dedican al trabajo manual y de artesanía,
y se establecen en los barrios del sur de la ciudad, donde reside una parte considerable de las
clases trabajadoras. (Véase Fals Borda, Saucío..., p. 86).
64
Ocupación Número
Total 32
Agricultura 6
Albañilería 4
Ayudante de camión 3
Obrero de fábrica 3
Empleado de almacén 3
Ventas por menor (mercado y almacenes) 2
Otros (fabricación de ladrillo, electricista, agente de policía, 8
minero, mensajero, soldado, cadenero y un menor)
Desconocida 3
Emigrantes
Destinación Hombres Mujeres Número %
Total 32 55 87 100,0
Bogotá 19 42 61 70,2
Otros municipios de Cundinamarca 9 4 13 14,9
Cajamarca, Tolima 2 2 2,4
Barranquilla, Atlántico 1 1 1,1
Bucaramanga, Santander 1 1 1,1
Cali, Valle 1 1 1,1
Leticia, Amazonas 1 1 1,1
Desconocida 2 5 7 8,1
65
Cuadro 6. Tiempo que los jefes de familia han vivido en sus tierras, 1950
Jefes de familia
Años Número %
Total 70 100,0
Menos de un año 2 2,8
1a9 17 24,3
10 a 19 20 28,6
20 a 29 6 8,6
30 a 39 12 17,1
40 a 49 6 8,6
50 a 59 4 5,7
60 a 69 3 4,3
66
Tenencia de la tierra
De las 1255 hectáreas de la vereda, aproximadamente 376 (o el 30 %)
están divididas entre 42 propietarios, siete agricultores que combinan
la calidad de propietario con la de arrendatario y tres concertados que
tienen también un trozo de tierra de su propiedad. Estas 52 familias,
que viven en sus fincas, constituyen cerca de los dos tercios de todas las
unidades familiares. El resto de la tierra de Saucío, 879 hectáreas, es de
propiedad de terratenientes ausentes que han dejado la administración
directa de sus fincas a concertados residentes en la vereda.
La elevada proporción de propietarios individuales es en parte el
resultado de un prolongado proceso de subdivisión de la propiedad raíz
que ha estado ocurriendo en Saucío desde que el resguardo de indígenas
fue parcelado. Como ha habido muchos compradores y herederos y la
cantidad de tierra disponible ha sido circunscrita en la práctica por las
67
68
Jefes de familia
Clase Tenencial Número %
Total 77 100,0
Propietario 42 54,5
Arrendatario-propietario 7 9,1
Arrendatario 6 7,3
Concertado-propietario 3 3,9
Concertado-arrendatario 2 2,6
Concertado 16 20,8
Permitida 1 1,3
69
que no parecía constituir su intención originaria (Antonio J. Posada F., Economics of Colombian
Agriculture, disertación doctoral, Universidad de Wisconsin, Madison, 1952, pp. 76-88).
3 Se encuentra un examen relativo a otros trabajadores agrícolas en el capítulo 4.
70
4 En Tabio se registró un tipo de compañía para el cultivo del maíz (Smith, Díaz Rodríguez y
García, Tabio, pp. 29-30). Pero no se ha registrado un arreglo de esta clase en Saucío. La com-
pañía se emplea para la producción de cosechas destinadas al mercado, y en Saucío el maíz se
cultiva principalmente para el consumo doméstico.
71
5 La cría de pollos y gallinas ha sido de las ocupaciones más comunes en la economía de los
campesinos e indígenas. Sesenta y siete de las unidades de Saucío, o sea el 87 %, tienen pe-
queños gallineros, usualmente de unas ocho aves de corral. Según el censo agrícola efectuado
por el autor en 1950, había 517 aves que estaban distribuidas de manera muy pareja entre las
familias.
6 Partes pertinentes de una muestra de escritura: “En el Municipio de Chocontá, Departamento
de Cundinamarca, República de Colombia, el 6 de mayo de 1950, ante mí... Notario Público
del Circuito y ante los testigos... compareció el Sr. N. G, mayor de edad... quien declaró que
vende y enajena a perpetuidad a favor del Sr. F. T., también mayor de edad, un lote llamado
La Esperanza, situado en la Vereda de Saucío, adquirido por compra hecha a la Sra. E. Q. el 26
de marzo de 1931, por escritura pública número... Los límites del lote son los siguientes: Por el
pie lindando con tierra de J. P.; por otro lado con tierra perteneciente al mismo señor [J. P.]; al
frente con la carretera central del norte; y al otro lado los lotes del Sr. A. C. con zanja de por
medio. El precio de esta venta es de ... pesos recibidos por el vendedor a su entera satisfacción.
El lote está en poder del comprador, por habérselo entregado debidamente el vendedor...”
[Sigue el registro del pago de impuestos por las dos partes interesadas, y las firmas de los
funcionarios que intervinieron]. (Tomado de documentos privados de don Francisco Torres,
Saucío, agosto de 1954).
7 Véase la obra de Peregrino Ossa V., Medidas agrarias antiguas (Bogotá: Voto Nacional, 1939).
72
Fragmentación de la explotación
El problema de la existencia de varias parcelas separadas que forman una
misma explotación no es agudo. La tercera parte de todas las propiedades
tienen de dos a cinco lotes. Dieciséis agricultores explotan dos parcelas
separadas, cinco tienen tres lotes, y en Las Julias hay una gran zona y
cuatro lotes pequeños no contiguos. La distancia desde los predios prin-
cipales hasta los dispersos lotes varía; pero este problema es de menor
importancia porque las parcelas se encuentran en su totalidad dentro de
los límites topográficos de Saucío.
Parece que esta fragmentación es resultado de un proceso prolongado
de ventas a pequeña escala, causadas principalmente por necesidades
personales. Cuando los agricultores aprovechan ventas de tierras sin
8 El profesor Smith (T. Lynn Smith, “Colonization and Settlement in Colombia”, Rural Sociology,
vol. XII, n.º 2, junio de 1947) formuló una propuesta para el establecimiento de un nuevo siste-
ma de demarcación de tierras basado en el método jeffersoniano de rectángulos. Su proyecto
fue presentado al Congreso Nacional en 1944, patrocinado por el Departamento de Tierras del
Ministerio de Economía Nacional y fue aprobado por la Cámara. Pero la inestabilidad de la
situación política subsiguiente impidió su adopción definitiva.
73
Tamaño de la propiedad
Las dos terceras partes de los agricultores residentes son propietarios,
pero solo de una tercera parte de la tierra disponible. También se debe
esto al desarrollo histórico de las relaciones entre el hombre y la tierra,
y especialmente de la tenencia de las tierras en esta región (véase el
capítulo 6). Una consecuencia ha sido el minifundio o predominio de
predios patológicamente pequeños.
Incluyendo las 252 hectáreas de Las Julias contenidas en la zona de
interacción social de Saucío, el tamaño promedio de las fincas de propie-
tarios de la localidad es de algo más de siete hectáreas. Sustrayendo de
los cálculos la superficie de esta gran hacienda, quedan 51 propietarios
con 130 hectáreas; así el tamaño promedio se reduce a 2,5 hectáreas,
con una mayor frecuencia o tamaño modal de 1,6 hectáreas (cuadro 8).
Incluyendo la tierra tomada en arrendamiento y la pequeña parcela con-
cedida a la permitida, el tamaño promedio de todos los predios explo-
tados en el valle es de 5,6 hectáreas; pero aun con estas cifras la mayor
frecuencia o modo solo se eleva a 1,8 hectáreas.10
Además de los motivos históricos de la existencia de estos minifundios,
hay otros factores humanos que han fomentado la atomización de los pre-
dios. Uno de ellos es la herencia partible, o la costumbre de distribuir una
propiedad por partes iguales entre los herederos. Con el transcurso del
tiempo, a partir de la subdivisión y distribución del resguardo indígena
en 1839, las herencias ya no proporcionan fincas de regular tamaño sino
pequeños lotes; a veces las parcelas heredadas son tan pequeñas que es
difícil ararlas con una yunta de bueyes sin penetrar dentro de la tierra del
vecino. Otra causa de los minifundios es la utilización de la tierra como
recurso en tiempos de crisis. Por ejemplo, con frecuencia los campesinos
se ven obligados a vender pequeñas parcelas a fin de pagar cuentas de
atenciones médicas.
9 Este aspecto de las relaciones entre el hombre y la tierra es sumamente importante en Boya-
cá. Se encuentra un examen completo de este tema, que ha sido considerablemente descuida-
do por los sociólogos, en la obra de Fals Borda, El hombre y la tierra en Boyacá, capítulo 7.
10 El tamaño más frecuente de los predios rurales en Tabio es de 4,5 hectáreas (Smith, Díaz
Rodríguez y García, p. 31). El minifundio se define como una posesión de menos de 5 fanegadas
o 3 hectáreas. Véase Fals Borda, pp. 146, 152-161.
74
75
Utilización de la tierra
Como si estos minifundios no fueran suficientes para producir efectos
económicos adversos en la organización social de Saucío, la propia tierra
no está siendo utilizada de la manera más conveniente. La necesidad de
aumentar la producción agrícola, si el vecindario desea elevar su nivel
de vida, exige una modificación de los métodos de explotación. Cier-
tamente los problemas de Saucío son muchos; pero la mala utilización
habitual de los ricos terrenos de cultivo es evidentemente uno de los
más importantes.
La cría de ganado ha sido siempre la inversión más segura y fácilmente
productiva, y las mejores tierras se dedican a ella. Cerca del 90 % de la
superficie de Saucío se utiliza en pastoreo de ganado o se deja, en potre-
ros sin usar (cuadro 9). Aun los pequeños propietarios residentes en el
valle dedican mayor extensión de tierra al forraje y a la ganadería que
a los cultivos. Solamente los agricultores arrendatarios emplean un sis-
tema de explotación más equilibrado, sencillamente porque parece que
necesitan ingresos más regulares y alimentos para su consumo durante
el año, lo que la cría de ganado por sí misma no les puede proporcionar.
Los concertados, naturalmente, cultivan la tierra con intensidad; pero
en las haciendas ocurre lo contrario. Solamente un décimo de la superficie
de Las Julias está cultivado; el resto de ella está compuesto de pastizales
rotatorios destinados a la alimentación de ganado vacuno y caballar. Los
propietarios ausentes prefieren tener unas pocas cabezas de ganado en
sus tierras y no correr los riesgos de los cultivos. Por regla general los
terratenientes permanecen en sus hogares del pueblo o la ciudad, acom-
pañados por el cómodo conocimiento de que sus terneros serán castrados
y después vendidos como poderosos bueyes, o que sus novillas algún día
serán llevadas a la feria, y que cada una de esas ventas les producirá cinco
veces el costo original. Este proceso lucrativo no exige esfuerzos físicos
agotadores por parte del ganadero; en realidad, ni siquiera necesita plan-
tar alfalfa o cualquier otro forraje para su ganado, que vive y crece acepta-
blemente a base de pasto nativo. Carece de importancia el hecho de que
el menor espacio necesario para la cría de una cabeza de ganado de esta
manera, se calcule en 1,2 a 1,6 hectáreas, ya que hay abundancia de tie-
rras. Si un propietario es lo suficientemente afortunado como para encon-
trar una buena familia de concertados, tendrá lucro seguro cada año, sin
siquiera tener que esclavizarse personalmente con las tareas de la agricul-
tura. Los cultivos agrícolas requerirían su atención constante, repetidos
viajes a la hacienda, fumigación de plantas y empleo de trabajadores. Por
76
Cuadro 9. Superficie calculada y utilización de las tierras en Saucío por grupos de tenencia,
en 1950
Superficie en hectáreas
n.º de Pastos y
Grupos de tenencia Cultivos Total
familias otros
Total 1,119,36 135,9 1,254,53
Hacienda Las Julias 1 220,16 20,23 240,39
Concertados de Las Julias 13 12,15 12,15
Propietarios residentes 51 81,34 48,57* 129,91
Propietarios ausentes 785,08 20,23 805,31
Concertados de
8 8,09 8,09
los ausentistas
Arrendatarios y
15 32,78 25,09 57,87
arrendatarios parciales
Permitida 1 0,81 0,81
77
Utensilios agrícolas
La introducción de herramientas de hierro en el siglo XVI fue indudable-
mente muy ventajosa para los indios chocontáes. Pero desde entonces el
progreso tecnológico ha sido lento: Saucío se halla aún en las etapas del
complejo del azadón y del arado rudimentario.12 Esto puede verse fácil-
mente al estudiar el cuadro 10. El azadón es la herramienta agrícola más
común: el 96 % de las unidades poseen por lo menos uno. Esta herramienta
es básica para la cosecha más importante, la de papas, y presta servicio en
78
Cuadro 10. Utensilios y equipos agrícolas y familias que los utilizan en Saucío, 1950
En los finales renglones del cuadro 10 pueden verse las últimas inno-
vaciones: un tractor en Las Julias, equipo de discos, una bomba de agua
13 Fritz Krüger, “El léxico rural del noroeste ibérico”, Revista de Filología Española (Madrid), Ane-
jo XXXVI, 1947.
79
14 Ibid.
15 Esta romana se basa en el principio de la balanza. Consiste en una varilla de metal de unos
65 centímetros de longitud, con una pesa removible en un extremo, un gancho para el saco
o paquete que ha de ser pesado en el otro y un punto de apoyo en medio, colocado bastante
cerca a la extremidad que sostiene el objeto que ha de ser pesado. La pesa removible puede
ser corrida hasta que la varilla quede paralela al suelo. Las marcas en esta varilla determinan
el peso en libras o en arrobas. La disposición de los puntos de apoyo para los diversos ganchos
puede ser variada, de modo que en una posición admite pesos hasta de siete arrobas, en tanto
que invirtiendo la varilla y cambiando los ganchos es posible pesar objetos más livianos, desde
siete libras hasta una arroba.
80
Medios de transporte
La introducción de los caballos no alivió el papel de los indígenas como
bestias de carga, porque aquellos animales se utilizaban casi exclusi-
vamente como monturas para las personas ricas. Los caballos no per-
dieron su condición aristocrática cuando fueron transferidos al Nuevo
Mundo. Aunque los reyes, presidentes y virreyes expidieron leyes
estrictas contra la utilización de los indígenas para transportar carga (y
protestas enfáticas análogas se elevaron en los primeros tiempos del
período republicano), la situación ha permanecido igual. En Saucío, la
mayor parte del transporte de productos agrícolas hasta el mercado y
desde él se realiza sobre las espaldas y las cabezas de las gentes. Treinta
y dos familias mencionaron sus espaldas como uno de los medios de
transporte de productos agrícolas. Veintiuna manifestaron que utiliza-
ban bueyes. Diecisiete utilizaban camiones cuando estaban disponibles
(con frecuencia había posibilidades de emplear camiones de la Represa
del Sisga). Y trece se valían de las tres carretillas o “zorras” existentes
en el valle, cuando la carga era mayor de cinco arrobas (125 libras). Pero
de las 71 familias que suministraron información, veinticuatro, o sea el
34 %, declararon que empleaban sus espaldas y cabezas con exclusión
de cualquier otro medio. Así, aproximadamente, una de cada tres fami-
lias no utiliza aún completamente la excelente carretera hasta Chocontá
para eludir la pesada tarea que les ha sido impuesta desde la época de
la conquista.
Se emplean zorras para el transporte de materiales pesados, pero en la
mayoría de los casos los propios hombres, y raras veces asnos o mulas,
las arrastran. El propietario de una zorra cobra cincuenta centavos
(US$ 0,20) por carga y emplea tiempo y energía considerables luchando
con la prolongada pendiente desde Saucío hasta Chocontá. No parece
tener ningún interés en comprar un caballo con el cual podría utilizar
mejor su zorra y ciertamente ganar más dinero. Pero aun suponiendo
que el caballo no fuera un animal aristocrático, este agricultor tendría
bastantes impedimentos por falta del equipo adecuado para enganchar
el equipo a la carretilla o aun a los arados.
Hay tres grandes carretas de dos ruedas, pertenecientes a haciendas;
se emplean principalmente para reunir y transportar el estiércol que se
usa como abono. Estas carretas son descendientes de los “carros chillo-
nes” de la colonia, pero difieren de estos en que las ruedas están cubier-
tas con viejas llantas y giran sobre un eje independiente; las carretas ya
81
no son “chillonas”, aunque todavía producen gran parte del ruido a que
originariamente debieron su nombre.
Los jóvenes se interesan en adquirir bicicletas como medio rápido de
transporte a Chocontá y desde esta población, pero cuando se realizó la
investigación solo tres familias poseían vehículos de esta clase. Y, natu-
ralmente, el único automóvil de toda la vereda pertenece a Las Julias.
Por lo demás, el 90 % de las unidades carecen por completo de medios
mecánicos de transporte.
Ganadería
El ganado vacuno y el ovino son los principales en Saucío. Contando los
animales pertenecientes a terratenientes ausentistas, en 1950 había 539
cabezas del primero y 284 del segundo. Pero la distribución del ganado
vacuno era muy diferente de la del ganado ovino. El ganado vacuno es la
cuenta bancaria ambulante de los ricos, en tanto que las ovejas son las
alcancías del agricultor corriente.
Las Julias y un terrateniente ausente, con más de cien cabezas de ganado
vacuno cada cual, y dos residentes del valle, eran propietarios de 385 cabe-
zas, o sea el 71 % del total. La mayoría de los agricultores (58 %) tenía hatos
cuyo número fluctuaba entre una y diez cabezas solamente, en tanto que
otros 26 campesinos, o sea el 36 %, no poseían ganado. El número más fre-
cuente de animales poseídos por una familia es de dos, lo que en parte se
explica por las yuntas de bueyes de propiedad de esas unidades familiares.
Gran número de esos animales son objeto de cría “al aumento”.
Por otra parte, las ovejas son un recurso democrático. En 1950 solo
trece campesinos, o el 19 %, carecían de ellas, mientras los restantes man-
tenían rebaños de 1 a 18 animales. Con todo, los mayores rebaños eran
solo de 14, 15 y 18 ovejas pertenecientes a tres agricultores, y, lo que es
notorio, a ninguno de los hacendados. Pero esos tres rebaños formaban el
16 % del número total de ovinos, en contraste con los cuatro hatos mayo-
res. El número más frecuente de cabezas de un rebaño es de dos, seguido
por la cifra de cuatro. Pero ninguna categoría determinada se aparta del
promedio: en realidad las ovejas, a diferencia del ganado vacuno, están
distribuidas muy parejamente entre las familias, tanto ricas como pobres.
Las ovejas no requieren grandes pastizales; pueden mantenerse en los
pequeños predios rurales, alimentarse en pequeñas superficies de pasto,
82
16 Desde que fueron llevadas por los españoles, las ovejas han constituido un gran recurso
para los indígenas y campesinos. Aparentemente la economía de la región no fue afectada de
manera adversa por estos animales, porque no requerían alimentación o cuidados especiales,
y en cambio suministraban carne, lana y pieles de buena calidad. (Cf. George Kubler, “The
Quechua in the Colonial World”, Handbook of South American Indians [Smithsonian Institution,
Departamento de Etnología Americana, Boletín 143, Washington: Imprenta del Gobierno de los
Estados Unidos, 1946], vol. II, pp. 358-359).
83
84
Debe subrayarse esto último, porque un hombre con azadón solo puede
realizar diariamente una limitada cantidad de trabajo. Las siembras y las
cosechas se realizan en las respectivas épocas; las tareas agrícolas son
efectuadas por un número determinado de personas sobre determinada
superficie de tierra y con utensilios y técnicas primitivas. Pero la mano
de obra y la tierra están balanceadas en Saucío, por inestable que pueda
ser su equilibrio.
En consecuencia, si además de la migración voluntaria una parte
de la mano de obra agrícola fuera removida para su reasentamiento,
y suponiendo que no mejoraran los métodos agrícolas, este equilibrio
funcional podría quedar amenazado y el resultado sería negativo. Segu-
ramente, las parcelas tendrían mayor superficie; pero los propietarios
no podrían explotar esta mayor extensión tan intensamente como sus
pequeñas parcelas originales, y probablemente retornarían a la cría de
ganado si dispusieran del capital necesario. Parece indispensable evi-
tar que esto ocurra, porque la finalidad debe ser utilizar la tierra plena-
mente, con inteligencia y teniendo en mira un objetivo social. En este
caso no se trata de evitar la cría de ganado, sino de que pierda sus carac-
terísticas de mera especulación. En vez de emprender un experimento
que fácilmente podría fracasar, sería mejor para la economía de la región
que se mantuviera el equilibrio actual, permitiendo que las gentes uti-
lizaran intensivamente la pequeña cantidad de tierra de que disponen.
Seguramente sería más sano conservar los pequeños lotes cultivados
por medios rudimentarios como actualmente, que formar parcelas
mayores de las cuales los agricultores no pudieran extraer una produc-
ción máxima, sin mencionar el deterioro económico que resultaría de
sus granjas deficientemente explotadas.
Parte de la respuesta a este problema puede hallarse en una nueva
capacitación para el agricultor, que le indicaría la manera de hacer frente
con eficacia al aumento de la superficie de sus tierras. Porque suministrar
a un saucita una gran superficie de cultivo, posiblemente con maquinaria
para su uso privado, no le convertiría automáticamente en un buen agri-
cultor. Cuando una parcela agrícola crece, el propietario también debe
crecer. Debe aumentar sus habilidades y agudizar la mente, porque enton-
ces tendrá que convertirse en un administrador más responsable de una
empresa capitalista, superando la condición de simple labrador.
Quizás la creciente escasez de brazos en Saucío sea un síntoma salu-
dable. Hasta 1950, o poco antes, la economía rural de ese valle había
girado en torno a una gran abundancia de peones agrícolas. El trabajo
85
86
87
1 Después de leer, por ejemplo, a Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, Pedro de Aguado o
Pedro Cieza de León, no queda duda prácticamente de que los pijaos tenían aldeas nucleadas,
y de que los indios zenúes, taironas, liles, de regiones a menor altura, estaban organizados de
manera análoga. Oviedo suministra detalles muy concretos acerca del poblamiento panche.
Pero cuando los cronistas trataron de describir la situación de los chibchas al respecto, no
fueron tan precisos.
89
2 Véase el desarrollo de este tema en el artículo de Fals Borda, “Los chibchas y la colonización”
en el suplemento literario de El Tiempo, Bogotá, edición del 6 de septiembre de 1953. Nuevas
pruebas, más claras, basadas en registros de archivos, acerca de que el pueblo chibcha tenía
un sistema de poblamiento disperso han sido presentadas en la obra de Fals Borda titulada “A
Sociological Study of the Relationships between Man and the Land”, pp. 71-78, ya citada (cf. El
hombre y la tierra en Boyacá, op. cit.).
3 Aguado, Recopilación historial, p. 120.
4 Acosta, Descubrimiento, p. 302; Triana, La civilización Chibcha, p. 173. Una prueba adicional de
que la región estaba ocupada por los indígenas es el hecho de que el encomendero Molina tuvo
que devolver parte de ella para formar el resguardo local (véase más adelante). “Chocontá”
significa “sementera del buen aliado”.
5 Aguado, p. 155. Tal es el caso de Hunza; los uzaques y los reyes eran enterrados en sitios
secretos, tales como cuevas, montañas y cascadas.
90
6 Piedrahita, Historia general, vol. I, pp. 56, 92-95; Restrepo Tirado, Aborígenes de Colombia, p.
70. La posibilidad de habitaciones rurales predominantemente dispersas en la Chocontá pre-
colombiana ha sido confirmada por los arqueólogos, que no han encontrado basuras estra-
tificadas profundas o claramente definibles en las zonas chibchas que han investigado. Han
llegado a la conclusión de que el nivel superficial de los restos se debe, entre otras causas, a “la
dispersión de las viviendas de la población rural, y a la posibilidad de frecuentes cambios de
las casas”. Igualmente, no se han encontrado muchos indicios en los sitios donde estaban las
“ciudades” chibchas. Véase Emil W. Haury y Julio César Cubillos, Investigaciones arqueológicas en
la Sabana de Bogotá (Tucson: Universidad de Arizona, Boletín de Ciencias Sociales n.º 22, abril
de 1953). Sin embargo, esta ausencia de ciudades está confirmada por los cronistas. Ningún
historiador ha hablado de grandes aglomeraciones humanas entre los chibchas, con excepción
de Lucas Fernández de Piedrahita y Alonso de Zamora, quienes copiaron las autoalabanzas de
Quesada. Ni siquiera los lugares en que existían mercados merecieron mención especial, en
cuanto al número de habitantes.
7 Castellanos, Historia, vol. I, pp. 38, 47, 190. Se encuentran notas al respecto en la obra de
Liborio Zerda, El Dorado (Bogotá: [Biblioteca Popular de Cultura Colombiana], Editorial Cahur,
1948), pp. 142-144.
8 Véanse, por ejemplo, las descripciones de las transacciones en el mercado presentadas por
Castellanos (vol. I, p. 42), y Simón (Noticias historiales, vol. II, pp. 273-275).
9 Aguado, p. 270.
91
92
mente secos, fueron descritos como pantanos por los cronistas (Castellanos, vol. I, pp. 111,
280). Triana también informó acerca de la lenta desecación del lago de Tota, fenómeno que
recientemente ha adquirido graves proporciones. Véase Triana, p. 73; Revista Semana (Bogotá),
vol. XVII, n.º 402, 12 de julio de 1954, p. 13. Véase también Héctor Parra, “Los pantanos de
Fúquene”, Apex (Medellín), n.º 9-10, agosto-septiembre, 1935, pp. 365-370; Joaquín Emilio Car-
doso, “Desecación del valle de la laguna de Fúquene”, Anales de ingeniería (Bogotá), n.º 426-427,
septiembre-octubre, 1928, pp. 273-293.
14 Escritura pública, Camilo Marino Araos a José María Maldonado Neira, Chocontá, 15 de
enero de 1852, folios 8 y 8 v, DM/S-3.
15 Simón, vol. II, p. 244.
93
94
18 Sin embargo, Aguado declaró que una de las buenas señales observadas por los conquista-
dores cuando se aproximaban a Chibchalandia en La Grita fue el humo que surgía de los cam-
pos (Primera parte..., vol. I, p. 145 [Libro 2, cap. III]). Considerando que la altura de esta localidad
es aproximadamente de 1500 metros (4922 pies), se debe hacer una distinción entre esta región
periférica del imperio, que en gran parte estaba situada dentro de la zona de extensos bosques
(véase el capítulo 2) y las mesetas y montañas centrales en que floreció mejor la cultura chib-
cha. Parece que los centros principales de población estaban situados a una altura de 2600 a
2700 metros (unos 8500 a 8800 pies), y por rareza se apartaban más de 100 metros (300 pies)
en relación con esta altura. Según Kroeber, “la utilización [chibcha] del terreno era periférica,
atípica y nunca de importancia política primordial” más allá del nivel de los 18O0 metros (6000
pies) (Kroeber, pp. 888-892).
19 Simón, vol. II, p. 278; cf. Aguado, Recopilación historial, p. 145.
20 Sauer, Agricultural Origins and Dispersals, pp. 40-52, 62-72.
21 Oviedo y Valdés, Historia, vol. II, p. 366. Este fue el testimonio de los capitanes Lebrija y San
Martín.
95
22 José María Ots Capdequí, El régimen de la tierra en la América española (Ciudad Trujillo: Editora
Montalvo, 1946), pp. 43-45.
23 José María Campusano y Lanz al Corregidor de Guatavita, Chocontá, 16 de enero de 1797,
fol. 4 v., DM/A-1. Las escrituras y títulos originarios pertenecientes a Vásquez de Molina fueron
presentados a las autoridades en 1797 por Campusano y Lanz, que entonces era propietario de
Aposentos, a fin de determinar los límites de la hacienda. Las autoridades tomaron nota de
tales títulos y los incorporaron en el documento aquí citado.
24 Esta era una unidad de superficie de 6000 pasos (60 cabuyas o unos 4 kilómetros) de cada
lado, equivalente a unas 1454 hectáreas. La defectuosa descripción contenida en las escrituras
determinó amplias variaciones en el tamaño de estas estancias; véase Luis E. Páez Courvel,
Historia de las medidas agrarias antiguas (Bogotá: Librería Voluntad, 1940), p. 50.
25 Deslinde y posesión por el llano y pantano de Guangüita desde Cuynatoque abajo, Chocotá,
23 de enero de 1797, folios 12-12 v, DM/A1.
26 Se expidieron muchas cédulas por los reyes de España para convencer a los conquistadores
y primeros colonizadores de América de la necesidad de dejar a los indígenas en posesión de
96
las tierras que ocupaban. A partir de 1526 se incluyeron estipulaciones al efecto en todas las
capitulaciones o acuerdos entre el rey y los expedicionarios. La primera cristalización de estas
normas se encuentra en las Ordenanzas de Felipe II dictadas en 1542 y 1573 (Ots Capdequí,
pp. 14-99). En el Nuevo Reino de Granada estas instrucciones encontraron otra manifestación
en las Ordenanzas del presidente Antonio González adoptadas en 1593 “para gobierno y regla
de los corregidores de naturales” (Groot, Historia eclesiástica, vol. I, pp. 516-520). (Inicialmente
el Nuevo Reino fue gobernado por una Audiencia hasta comienzos del siglo XVIII, cuando se
convirtió permanentemente en virreinato; el presidente de la Real Audiencia era designado
por el rey de España).
27 Las reducciones, iniciadas en los primeros tiempos de la conquista en otras partes del con-
tinente, recibieron fuerte impulso en el Nuevo Reino con el presidente Andrés Díaz Venero de
Leiva en 1563 (Groot, vol. I, p. 140); pero muchos indígenas continuaron dispersos en el campo.
En vista de la lentitud con que los indígenas se allanaban a vivir en las aldeas, los reyes de
España expidieron en 1616 y 1735 nuevas órdenes (ibid., vol. I, pp. 525-526). Pero aún en 1802,
Carlos IV insistía en la reducción de los indígenas en aldeas (Posada, El 20 de julio, p. 109).
28 Muchos conquistadores, por ejemplo, Ampudia y Añasco, se dedicaron a esta práctica entre
los guachiconos. La aldea de Sabanalarga fue nucleada a comienzos del siglo XVIII, después
de que “las casas de los [indígenas] desobedientes fueron incendiadas y los naturales fueron
conducidos a las casas que ya habían sido construidas en el pueblo” (Antonio de Berástegui,
“Defensa del virrey Sebastián de Eslava”, Santa Fe, 1 de octubre de 1751, en Posada e Ibáñez,
Relaciones de mando, p. 26).
97
98
suponía que los chocontáes conservarían las tierras que habían estado
ocupando. Los indígenas tenían derecho a sus propios recursos en mate-
ria de “aguas, tierras y bosques, caminos, entradas y siembras y a un
ejido de una legua de longitud, donde mantener su ganado aparte del de
los españoles”.31 Además, los indígenas habían de recibir tierra adicional
para cultivos en común (tierras comunes), para distribución a determi-
nadas familias (tierras a censo) y para el pago de tributos (obligaciones).32
Parece que las tierras originarias indígenas de Puebloviejo y Tablón,
que según se sabe fueron usurpadas por Molina, se convirtieron en el
ejido.33 Y se cree que el valle de Saucío fue una de las tierras comunes o
tierras a censo más pequeñas, que quizás también fueron distribuidas
en el siglo XVI. Las veredas de Cruces, Aguablanca y Retiro de Indios,
que quedan cerca, parecen haber sido concesiones similares.34
De todos los documentos examinados en Chocontá y en otros lugares,
ninguno contiene mayor indicación de que Saucío alguna vez hubiera
pertenecido a un español. Por el contrario, según lo demuestran las
pruebas históricas, los indígenas de Saucío parecen haber permanecido
tranquilos en sus tierras, y hasta haber formado un pueblo o caserío
(véase el capítulo 1). Teniendo en cuenta la aplicación rigurosa de la
ley por Díez de Armendáriz y por el visitador Miguel de Ibarra, quien
31 Manuel Serrano Blanco, Compendio de historia de América (Barcelona: Juan Gili, 1921), vol. II, p.
257; Groot, vol. I, pp. 525, 526.
32 Ots Capdequí, pp. 101, 102.
33 Esta afirmación se basa en el hecho de que la tierra medida por el visitador Miguel de Iba-
rra en 1593 o 1594, para los indios de la región de Puebloviejo-Tablón, tenía una longitud de
43 cabuyas, o 3032 metros (Medida del hasiento del pueblo..., Chocontá, 27 de enero de 1797,
folios 24 v - 25 v, DM/A-1). Este era el tamaño usual de la “legua de los indios”, la cual era dife-
rente de la legua de Castilla, de 60 1/6 cabuyas, o 4180 metros (véase la Novísima Recopilación,
Ley V, Libro IX, Título IX; Páez Courvel, p. 151). La longitud de la legua en cuanto a los ejidos
indígenas dependía del “número de indios y de la bondad o lo estéril de las tierras” (Archivo
Nacional de Colombia, Bogotá, Documento 6159, Santa Fe, marzo 28, 1761, citado por Ossa
[Medidas Agrarias Antiguas, pp. 17-20]). Por este motivo Ybarra otorgó 43 cabuyas a los cho-
contáes, en tanto que en el mismo año solo concedió 25 cabuyas a los machetáes, a más de
once kilómetros de distancia hacia el oriente (Diligencia de medida, Machetá, octubre 15, 1644,
folios 3 v - 4, Documentos de Chocontá). Las cabuyas utilizadas por Ybarra tenían 76 varas de
longitud, “con sus pulgadas”, y cada cabuya era igual a 100 pasos según el padrón de Santa Fe
(ibid., fol. 3). El resguardo de Chocontá fue medido de nuevo, utilizando las mismas medidas
(estipuladas en los documentos) en 1758 durante la visita de Joaquín de Aróstegui y Escoto,
en 1797 por el corregidor Antonio Araos, y en 1839 cuando la tierra fue distribuida finalmente
entre sus usuarios indígenas entre las autoridades de la República.
34 Se debe observar que estas tierras indígenas eran adyacentes al pueblo o reducción, en
tanto que las haciendas de los españoles (Aposentos, Chinatá, Tilatá, Guangüita, Ovejeras y
otras) estaban bastante alejadas del centro indígena (véase el mapa n.º 1).
99
35 La posesión formal de las tierras del resguardo solo se celebró en 1593, o en 1594, cuando
se colocaron mojones y los límites principales del ejido principal fueron fijados y descritos en
escrituras; esta fue la tarea de Ybarra. Cf. Hernández Rodríguez, De los chibchas, p. 185.
36 ¿Era el gobernador el jefe de un clan establecido en una localidad? Hernández Rodríguez ha
presentado la idea de que encomiendas y resguardos se otorgaban sobre la base de la organi-
zación social chibcha, principalmente en consideración a los grupos de clanes; estos últimos se
identificaban por un nombre (ibid., pp. 182-200).
37 González Cárdenas, passim. Es posible reconstruir esto por razón de un conflicto con el
dueño de Tilatá, don Antonio de Ibáñez, en 1758. Sobre esta línea fronteriza se construyó una
cerca de piedra y barro, que todavía es el límite entre Tilatá y una finca de Saucío.
38 La cima de Los Arrayanes se describe como frontera occidental de cuatro de los lotes com-
prados en los años siguientes a 1850 por Maldonado Neira a los indígenas de Saucío (Relación
de varias adjudicaciones de tierras en los resguardos, sin fecha, fol. 1, DM/S-25). Uno de tales
lotes, de propiedad de Felipe Valenzuela, era colindante con la hacienda de Chinata (Escritura
pública, María Paula Valenzuela a José María Maldonado Neira, Chocontá, 21 de octubre de
1865, fol. 1, DM/C-4). Las tierras que rodeaban al resguardo se describieron en esos documentos
como “tierras de blancos”.
100
39 Fernando Aguiar al Juez primero de primera instancia, Chocontá, marzo 23 de 1840, fol. 174,
Documentos de Chocontá. Se solicitó entonces que uno de los arrendatarios del resguardo
fuera lanzado de la tierra por no haber pagado el precio del arrendamiento.
40 Además de la propiedad de Agustín Eraque, quien había nacido en una casa simada dentro
del resguardo de Saucío, en otros lotes comprados por Maldonado Neira se habían edificado
casas. Sin embargo, algunas de ellas pudieron ser construidas después de que se disolvió el
resguardo. En la zona de Puebloviejo hubo un tipo análogo de poblamiento disperso. En 1797
surgió un conflicto que puso de relieve el hecho de que seis familias indígenas habían estado
viviendo por muchos decenios en tierras que ellos creían pertenecientes al resguardo; pero
que después de una medición resultaron pertenecer a la Hacienda de Aposentos (Posesión y
deslinde en los páramos de Chilabá, Chocontá, enero 26 de 1797, folios 23 v - 24, DM/A-1). Igual-
mente, había casas dispersas en la región inmediata, llamada Capellanía de los González (Auto
en favor del capitán Tomás Baños, Chocontá, marzo 13 de 1706, fol. 9 v, DM/A-1).
41 Hernández Rodríguez, p. 264. Se debe observar que los españoles que aprovecharon este
sistema no eran necesariamente encomenderos; eran sencillamente propietarios que ejercían
la explotación de hombres y tierras. A veces los concertados trabajaban en posesiones privadas
de los caciques.
101
[Concertados son los] que componen la cuarta parte de todos los indios
útiles de paga de demora. . . remunerándolos cada seis meses, y pagando
a cada uno catorce patacones por año, ocho fanegas de maíz en tusa...
cada quince días, y seis pares de alpargatas y un sombrero pasto... Di-
chos concertados han de asistír al trabajo desde las siete de la mañana
hasta puesto el sol, dejándoles tiempo suficiente para que coman a me-
dio día. [Dichos concertados] se han de repartir en las estancias y hatos
de la jurisdicción de tal pueblo, prefiriendo lo más cercano a lo otro y lo
más antiguo a lo moderno... y para que se haya de dar servicio a hato ha
de tener por lo menos doscientas reses vacunas... y las estancias deben
producir más de quince fanegas de trigo o cebada, o en su lugar fanega
y media de maíz, o cinco fanegas de turmas, y porque para sembrar en
el tiempo de las aradas son menester gañanes que sirvan tres meses, se
les han de dar dos gañanes para diez fanegas de sembradura pagándoles
jornal por día.43
42 Se había exigido el pago de jornales por el trabajo, cuando los indígenas fueron declarados
súbditos de la Corona, desde 1542. Se dictaron reglamentaciones de este sistema en 1593 por
Felipe II, en 1598 por la Real Audiencia de Santa Fe, y de nuevo en 1601, con arreglo a una Real
Cédula (Groot, vol. I, pp. 202, 301-302, 524; Hernández Rodríguez, pp. 247, 256).
43 Citado por Hernández Rodríguez (p. 265).
102
44 Citado por José María Arboleda Llorente en su obra, El indio en la Colonia (Bogotá: Ministerio
de Educación Nacional, 1948), pp. 164-166.
103
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105
trapecio de tierra de 25 que limita al sur con el lote destinado a la escuela y al occidente con [la
tierra de] Venancio Castro” (Libro de adjudicación, sin fecha, fol. 1, DM/S-24).
52 Relación de varias adjudicaciones de tierras en los resguardos, sin fecha, fols. 1-1 v, DM/S-23.
53 Escritura pública, Esteban Lota a José María Maldonado Neira, Chocontá, 12 de enero de
1852, fol. 1, DM/S-5.
106
54 “Dicho Felipe Valenzuela entregó a cada uno de sus hijos... una parte de la tierra que le fue
adjudicada para completar, y dispusieron de ella; y a Manuel [un hijo] le entregó toda la por-
ción a que tenía derecho en la parcela principal...” (Escritura pública, Tomasa Torres y otros a
José María Maldonado Neira, Chocontá, 18 de marzo de 1862, fol. 1, DM/S-16).
55 “[María Barbón] recibió como indígena una parcela de tierra para ella y su familia en el sitio
de Saucío... parcela de la cual vende el lote que por derecho propio le correspondió...” (Escri-
tura pública, María Barbón a Ricardo Gómez, Chocontá, 29 de mayo de 1852, fol. 3, DM/S-9).
56 “[Ramón Lota, Rafaela Urbano, Nieves Urbano y Ciriaco Urbano] han acordado por consen-
timiento de todos arrendar... su parte de la estancia que le fue adjudicada a Dionisio Urbano
[padre de ellos] y su familia...” (Arrendamiento por Ramón Lota y otros a José María Maldo-
nado Neira, Chocontá, 3 de noviembre de 1851, fol. 1, DM/S-2) (Ramón Lota era el marido de
Rafaela Urbano).
57 “A mi padre Vicente Chicuasuque [o Chicuasuca] le fue adjudicado un lote para toda la
familia, pero como hasta el presente no he recibido mi parte, en consecuencia pido [al juez]
que ordene se mida dicha tierra, para separar y alinderar la parte que me corresponde, entre-
gándome [dicha tierra], porque necesito disponer de ella” (Bartolomé Chicuasuque al Juez
segundo del distrito, Chocontá, 8 de enero de 1864, fol. 1, DM/A-3).
58 Los Documentos de Maldonado señalan varias casas construidas en los lotes que antes
eran de indígenas. Por ejemplo, la casa en que vivía la familia Colorado Chicuasuque (Escritura
pública, Isidro Colorado a José María Maldonado Neira, Chocontá. 15 de abril de 1852, fol. 1
v, DM/A-5); la casa construida por Crisóstomo Lota en Saucío, que conservó cuando su tierra
fue permutada por la de Agustín Eraque (Escritura pública, Agustín Eraque a Simón Marino,
Chocontá, 12 de febrero de 1852, fol. 2, DM/S-7); la casa de bahareque con techo de paja ocupada
por Ramón Lota en la tierra de Ciriaco Urbano (Escritura pública, Ciriaco Urbano a José María
Maldonado Neira, Chocontá, 23 de marzo de 1858, fol. 2, DM/S-14); dos casas de bahareque
dentro de la parcela de Valenzuela (Escritura pública, Tomasa Torres y otros a José María Mal-
donado Neira, Chocontá, 18 de marzo de 1862, fol. 1 v, DM/S-16); la casa en que se permitió que
permanecieran las hermanas Bergara (Escritura pública, Josefa y Dionisia Bergara a José María
Maldonado Neira, Chocontá, 17 de diciembre de 1866, fol. 1 v, DM/S-19); la casa de bahareque
y paja de María Ascensión Benavides (Escritura pública, Bonifacio Cortés a José María Maldo-
nado Neira, Chocontá, 19 de octubre de 1868, fol. 1, DM/S-21); y otros.
107
59 Véanse, por ejemplo, los relatos que presenta Juan Friede en su obra El indio en lucha por la
tierra (Bogotá: [Instituto Indigenista de Colombia] Ediciones Espiral Colombia, 1944).
60 Arriendo por Ramón Lota a Agustín Bernal, Chocontá, 3 de diciembre de 1851, fol. 1, DM/S-2.
61 Escritura pública, Hermenegildo Lota a José María Maldonado Neira, Chocontá, 12 de enero
de 1852, fol. 1 v, DM/S-4.
62 Escritura pública, Esteban Lota a José María Maldonado Neira, Chocontá, 12 de enero de
1852, fol. 2, DM/S-5.
108
“muy estéril”, motivo por el cual le fue difícil encontrar una persona que
la tomara en arrendamiento.63
Puede parecer que estos saucitas, como muchos otros incluidos en
los Documentos de Maldonado, se hubieran visto obligados a descri-
bir sus tierras como de mala calidad, a fin de justificar su venta a los
precios bajos pagados por los compradores. Mas no parece que tal sea
el caso. José María Maldonado Neira, quien finalmente compró a los
saucitas una parte considerable del sector norte del antiguo resguardo
(véase más adelante) y quien era un agricultor cuidadoso, dejó entre sus
manuscritos una cuenta detallada del dinero que gastó en acondicio-
nar su tierra recién adquirida en Saucío, del número y los nombres de
quienes trabajaron para él con tales finalidades, y hasta del número de
días en que durante cada estación se trabajó en labores de desmonte y
drenaje.64 Además, dos contratos de arrendamiento especificaban cla-
ramente como una de las condiciones, que Maldonado Neira habría de
limpiar las tierras y hacer en ellas otras mejoras.65 Por eso es difícil negar
que muchos campesinos dejaran sus tierras improductivas u ociosas.
Pero, ¿qué más podía esperarse si la ley contemplaba el suministro
de la tierra, como si esta por sí sola fuese una panacea para curar todos
los males de la economía? ¿Dónde estaban los medios necesarios para
utilizar plenamente esa tierra? ¿Dónde estaba el dinero para comprar
semilla y pagar los trabajadores? ¿Cómo podía el campesino disfrutar
de su propiedad, si sus bolsillos estaban vacíos y las herramientas eran
costosas?66 Por eso no es sorprendente que Esteban Lota sostuviera
63 Arrendamiento por Rafael Rodríguez a Manuel González, Chocontá, 19 de junio de 1847, fol.
1, DM/S-18.
64 Lista de los peones que comenzarán a trabajar desmatando en Saucío a siete qq. diarios
desde el martes 13 de los corrientes, Chocontá, 11 de enero de 1857, DM/S-25; Lista de los peo-
nes que en la presente semana han trabajado desmatando en Saucío, Chocontá, 17 de enero
de 1857, DM/S-26.
65 Arrendamiento por Ricardo Gómez como tutor de Tomás Rodríguez a José María Maldonado
Neira, Chocontá, 4 de marzo de 1864, fol. 1, DM/S-17; Arrendamiento por Ramón Lota y otros a
José María Maldonado Neira, Chocontá, 8 de agosto de 1853, fol. 2, DM/S-2. Se debe observar
también que los lotes de la escuela comprados por Maldonado en 1851 fueron descritos como
“medio cubiertos por pantanos, con grandes zanjas, hoyos y matorrales”; fueron “desmontados,
secados y nivelados [por Maldonado Neira] a un costo de 170 pesos” (Escritura pública, Camilo
Marino Araos a José María Maldonado Neira, Chocontá, 15 de enero de 1852, fols. 8-8 v, DM/S-3).
66 Parece que las herramientas eran casi propiedad exclusiva de los hacendados, y que entre
los indios y campesinos eran poseídas en común (Arboleda Llorente, p. 165). Con excepción
de los bordones (vara con punta de acero) y macanas (hachas o martillos de piedra), parece
que los campesinos e indios tenían pocas herramientas de su propiedad (Representación de
Juan Rubio de Contreras, Machetá, 15 de octubre de 1644, fol. 10, Documentos de Chocontá).
109
que era mejor vender la tierra que trabajarla: en efecto, el coste inicial
de explotación de su lote era superior al valor real de la propiedad. La
tragedia de este fenómeno consistía en que la tierra de Lota era todo
el capital de que disponía; finalmente tuvo que entregar la propiedad
como el menor de los males. Más trágico aún fue el caso de Rafael Rodrí-
guez y Ramón Lota, porque sus lotes —que aparentemente eran su único
capital— en realidad eran de mala calidad. Ni siquiera podían arrendar
sus tierras. No es de sorprender, en consecuencia, que los hijos de Lota
estuvieran en la indigencia.
¿Y cómo se portaron las campesinas como empresarios agrícolas?
Un número considerable de quienes vendieron tierras a Maldonado
Neira fueron mujeres. Según el sistema individualista, tenían que con-
tratar trabajadores para labrar sus parcelas, o tenían que realizar ellas
mismas ese trabajo. Lo primero era difícil por falta de dinero efectivo;
lo segundo también, a causa del papel reconocido a las mujeres en la
sociedad campesina. Era previsible que las mujeres tendrían que des-
cuidar sus propiedades, a menos que las cedieran a sus maridos e hijos.
Los registros indican, en verdad, que las mujeres entregaron la tierra a
parientes suyos o las vendieron a extraños. Ya se ha expuesto el caso de
María Barbón. Igualmente, Juliana Quinchua declaró que deseaba ven-
der su tierra, que estaba “cubierta de maleza”.67 Una mujer y su única
hija, pertenecientes a la familia Eraque, incapaces de cuidar sus lotes,
deseaban en 1852 vender una porción de ellos no utilizada.68 Joaquina
Guasca recibió una adjudicación en 1839, heredó otra de la madre de
ella y compró a su padre una tercera; cuando contrajo matrimonio y
decidió vender, se descubrió que “la mitad [de su tierra] estaba cubierta
de maleza”.69
Maldonado Neira hubo de suministrar herramientas a sus trabajadores y llevaba cuenta cui-
dadosa de quienes las recibían; por ejemplo, había barras, palas, picos y azadas (Herramientas
que ha de haber en Saucío por las que han llevado, 18 de mayo de 1857, fol. 3, DM/S-22). Juan
Friede informó que en la región del Cauca era difícil que los indios tuvieran herramientas,
porque estas a veces costaban tanto como un caballo o una casa; los indígenas de Almaguer
se quejaron en repetidas ocasiones de falta de herramientas, en la parte final del siglo XVIII
(Friede, pp. 59-60).
67 Escritura pública, Juliana Quincha a José María Maldonado Neira, Chocontá, 13 de enero de
1852, fol. 2, DM/S-6.
68 Escritura pública, Marcelina Eraque a José María Maldonado Neira, Chocontá, 29 de noviem-
bre de 1852, fol. 1 v, DM/S-8.
69 Escritura pública, Joaquina Guasca a José María Maldonado Neira, Chocontá, 7 de diciembre
de 1855, fol. 2, DM/S-11.
110
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112
ricos con ofertas de venderles sus tierras.73 Este proceso pudo también
funcionar en sentido inverso, es decir, que ciertos hacendados hubieran
podido aprovechar las condiciones adversas de las familias de Saucío para
ofrecerles precios bajos por sus tierras. Mas parece que la fiebre de ventas
suscitada por la ley del 22 de junio de 1850 tuvo más las características
usuales de oferta y demanda que las de mera explotación por parte de los
ricos. No obstante, es innegable que quienes vendieron sus tierras queda-
ron a la larga en peor situación.
La persona que estaba en las mejores condiciones de aprovechar
esta situación era don José María Maldonado Neira, propietario de la
Hacienda de Aposentos,74 cacique político de Chocontá, presidente de
la Cámara Provincial,75 y miembro de una familia aristocrática emparen-
tada con los círculos sociales más elevados de Colombia. Los dos lotes
reservados para el funcionamiento de la escuela en la sección norte
de Saucío fueron el núcleo desde el cual Maldonado Neira se extendió
hasta que pudo formar una nueva hacienda. El jefe político de Chocontá
73 Tal fue el caso de Felipe Valenzuela quien, estando enfermo, vendió parte de su tierra a
Florentino Cortés (Escritura pública, Tomasa Torres y otros a José María Maldonado Neira,
Chocontá, 20 de octubre de 1863, fol. 1, DM/C-3). Y en el caso de la familia Sarmiento: “Cuando
la madre murió, se acordó con dicha Bonifacia y Juan Isidro Sarmiento que [María Norverta
Sarmiento, hermana de ellos) habría de hacer los gastos para el entierro, a cambio de recibir
la porción de tierra de la madre”. (Escritura pública, María Norverta Sarmiento a José María
Maldonado Neira, Chocontá, 17 de septiembre de 1861, fol. 1, DM/S-15). El siguiente recibo
trágico es índice de la sed de dinero en efectivo suscitada por el nuevo sistema agrario, por
el minifundio, y por sus consecuencias de miseria: “Chocontá, 15 de enero de 1865. Yo, Bruno
Rico D., recibí hoy de don José M. Maldonado N. la suma de tres pesos para medicinas y ropa
de Tomás Rodríguez; [estos tres pesos] son para cargar al valor de la Tierra [de Rodríguez]. En
fe de lo cual pido a Eulogio González que firme por mí” (DM/S-27). “Teniendo en cuenta que
varios miembros de nuestra familia han muerto y que necesitamos dinero para pagar algunas
deudas, nosotros [Isidro Colorado y María Braulia Chicuasuque] hemos decidido dar en venta a
don José María Maldonado Neira otra porción de la tierra que nos fue adjudicada, sin incluir el
lote que ya le vendimos el 13 de enero del presente”. (Escritura pública, Isidro Colorado a José
María Maldonado Neira, Chocontá, 15 de abril de 1852’, fol. 1, DM/A-5).
74 Vásquez de Molina y sus hijos disfrutaron de esta hacienda aproximadamente hasta 1680,
cuando los herederos la vendieron al capitán Tomás Baños de Sotomayor. El capitán Baños
la vendió en 1718 al Convento de Predicadores de Bogotá. Los monjes estuvieron en pose-
sión de Aposentos hasta 1788, cuando José María Campusano y Lanz la compró. Después los
Campusanos la arrendaron a José María Maldonado (quien era alcalde de Chocontá) en 1806
y finalmente se la vendieron hacia 1833 (José María Maldonado al Alcalde municipal primero,
Chocontá, 17 de enero de 1832, fols. 1-45, DM/A-1; cf. González Cárdenas, passim). José María
Maldonado legó la hacienda de Aposentos a su hijo, José María Maldonado Neira, quien a su
vez la transmitió a su hijo, José Santos Maldonado. José Santos la vendió en remate a Julio
Rojas, cuyos sucesores la vendieron al actual propietario, don Leonardo Izquierdo.
75 González Cárdenas, passim.
113
114
y por este motivo es difícil saber con certidumbre cuánta tierra pudo
finalmente reunir Maldonado Neira. Sin embargo, sumando las cifras
de que se dispone, había 69 fanegadas (44,51 hectáreas). Agregando las
superficies no especificadas, es probable que la nueva hacienda de Saucío
estuviera compuesto por lo menos de 100 fanegadas (64,74 hectáreas).80 Y
la suma total de dinero fue de 1989 pesos. Naturalmente, este no era un
latifundio. Pero Maldonado Neira había hecho un buen negocio. Había
pagado unos veinte pesos por cada fanegada de tierra que, según los ava-
luadores oficiales, valía de 25 a 50 pesos. Varios individuos le habían ven-
dido tierras, algunos por razones justificadas, otros urgidos de dinero y
muchos porque no podían o no querían limpiar y explotar sus parcelas.
Así, Maldonado Neira pudo formar una estancia en Saucío que era cinco
veces mayor que la adjudicada originariamente a Felipe Valenzuela, y pro-
bablemente cuatro veces mayor que el núcleo de los lotes de la escuela.
Hubiera sido imperdonable que Maldonado Neira, al adquirir esta
tierra, como los campesinos no hubiera hecho nada con ella. Pero las
constancias indican que este gamonal era hombre enérgico que tenía el
dinero, las herramientas y el incentivo necesario para convertirse en un
buen hacendado. Algunas de sus anotaciones dicen:
80 Según información suministrada por don Juan Porras, fundador de Las Julias, unas cien
fanegadas fue la extensión de tierra que compró a José Santos Maldonado en 1896.
81 Relación de lo que hasta [enero de 1856] tengo invertido en la compra y mejora del expre-
sado terreno [de Saucío], enero de 1856, fol. 1, DM/S-1; Lista de los peones..., fol. 1 v, DM/S-26.
115
82 Cerca de piedra en el terreno de Saucío, 10 de marzo de 1857 a 2 de mayo de 1858, fols. 1-6,
DM/S-22. El hacendado suministró todas las herramientas necesarias.
83 Prestado a los neones de Saucío, 5 de abril a 10 de mayo de 1857, fol. 5 v, DM/S-22.
84 “Hay una condición especial: que la casa construida en este lote continúa siendo de propie-
dad de las Bergaras, quienes pueden vivir en ella o destruirla si así lo quieren; esta condición
es personal a ellas, y no podrán transferir (este derecho] a otras personas” (Escritura pública,
Josefa i Dionisia. Bergara a José María Maldonado Neira, Chocontá, 17 de diciembre de 1866,
fol. 1 v, DM/S-19); “El vendedor informa que Ramón Lota tiene una casa de bahareque y paja en
el lote que ahora vende; el comprador negociará con (Lota] lo de esta casa” (Escritura pública,
Ciriaco Urbano a José María Maldonado Neira, Chocontá, 23 de marzo de 1858, fol. 2, DM/S-14).
116
1896, por 15.000 pesos85 a otro activo chocontano, don Juan Porras.86
Negociando inteligentemente en ganado, don Juan reunió una fortuna
considerable. Comenzó por comprar tierra en torno al núcleo de Mal-
donado, aprovechando la costumbre de la herencia partible que tenían
y tienen los agricultores, tal como lo había hecho Maldonado Neira. El
ansia de dinero efectivo por parte de los campesinos no había declinado.
Por el contrario, las guerras civiles habían aumentado la miseria. Don
Juan pudo así aprovecharse de esta necesidad de sobrevivir que tenían
los labradores de la localidad.
El señor Porras concentró sus compras de tierra en la parte situada al
oriente de la carretera y en la vereda de Cruces. Compró lotes de con-
siderable extensión a Joaquín Robayo, Justo Aldana, Ricardo Gómez, la
familia Marín y muchos otros. Los lotes eran mayores que los compra-
dos por Maldonado Neira, con un promedio de unas nueve fanegadas
(6,07 hectáreas) por lote. Hacia 1947 había efectuado ya 31 compras, que
agregaron 187 hectáreas a las que tenía el terreno en 1896. En 1925 don
Juan construyó una hermosa mansión en la finca, se trasladó a ella con
su familia, y la bautizó “Las Julias”, en honor de su esposa y su hija. (Su
esposa, doña Julia Ramos de Porras, había aportado a la familia la gran
hacienda de Manacá [¿la Chinatá original?], adyacente a Las Julias, que
había heredado de sus padres). Para entonces la hacienda había cerce-
nado completamente la zona norte del resguardo del caserío en el sur.
Se debe observar que mientras Las Julias aumentó de tamaño seis veces
entre 1851 y 1950, las fincas restantes de la localidad disminuyeron en
magnitud desde un promedio de 4,86 hectáreas en 1839 hasta uno de
2,43 hectáreas en 1950.
Finalmente, con la ampliación de la principal hacienda local, el sistema
del concertaje se intensificó en Saucío. Los nuevos concertados fueron
los peones de Maldonado Neira: Eraques, Lotas, Barbones, Valenzuelas;
todos regresaron a —o permanecieron en— la tierra de sus abuelos, donde
85 Conviene observar que en cuarenta años la tierra que Maldonado Neira había comprado por
unos 2000 pesos había aumentado de valor siete veces. Este aumento pudo haber sido causado
en parte por inflación. Pero durante los muchos conflictos civiles esta propiedad de Saucío
demostró fácilmente que era un buen refugio para el capital de Maldonado, y definitivamente
una sólida inversión. El valor de cada fanegada aumentó de 50 pesos en el decenio de 1850 (de
20 a 30 pesos no oficialmente) a 80 pesos en 1877 y a 150 pesos en el decenio de 1890 (Escritura
pública, 190 indígenas de Chocontá a José María Maldonado Neira, Chocontá, 12 de octubre
de 1877, fol. 4, DM/A-22). Actualmente en Saucío una fanegada situada junto a la carretera vale
unos 800 pesos (1950).
86 Entrevista personal con don Juan Porras, Saucío, septiembre de 1952.
117
118
119
Papas
El cultivo de la papa merece un examen detenido y cuidadosa atención
porque, junto con el del trigo, constituye el renglón básico en que reposa
la economía del campesino. Esos tubérculos son también el artículo ali-
menticio más importante. Indudablemente, un mejoramiento del cul-
tivo de la papa significaría el mejoramiento de las condiciones de vida y
un mayor bienestar en Saucío.
Como las papas son por lo regular la primera siembra del año, los
campos se aran y laboran en enero y febrero. Si la tierra es “nueva”, por
haber sido utilizada como potrero o haber permanecido en barbecho (las
quemas para eliminar malezas no se practican en Saucío), la capa vegetal
es abierta mediante arados y un pesado rastrillo de madera con dientes
de hierro. Este rastrillo es arrastrado por bueyes por sobre el campo en
direcciones opuestas hasta que el suelo queda bien pulverizado.
121
1 Como su nombre lo indica, una “carga” es la cantidad que transporta un animal de carga con
un saco de producto en cada lado. Como un saco (bulto) por regla general pesa 125 libras, una
carga es igual a 250 libras; pero tratándose de papas, un bulto pesa 130 libras y una carga 260
libras. Otra medida muy común a la que se hará referencia en este capítulo es la “arroba”, de
25 libras.
122
123
2 Véase más adelante lo relativo al método de cálculo del rendimiento. En este capítulo se pre-
fiere el uso de cargas y fanegadas por ser los más usuales en el agro colombiano. Recuérdese
que una fanegada equivale a 0,64 hectáreas.
124
fue de 24 cargas por fanegada [63 bushels por acre]; en los Estados Unidos,
en 1950, de 215 bushels por acre [83 cargas por fanegada]).3 Esta cosecha
reducida fue resultado de muchos factores físicos y biológicos adversos.
En primer lugar, aunque las lluvias regulares no aparecen usualmente
antes de marzo, los agricultores cuentan con lluvias esporádicas favo-
rables a la siembra de papa efectuada en enero o febrero. Esas lluvias
ocasionales no se presentaron en 1950. Cuando finalmente se inició la
primera estación de lluvias a mediados de marzo, las plantas ya habían
perecido en su mayoría. Además, las plantas que sobreviven en cualquier
año sufren de una multitud de enfermedades y de ataques de insectos
que se multiplican en condiciones de humedad. Una plaga particular-
mente dañina es el gusano “muque-chiza” (Heterogomphus dilaticollis). Es
un gusano pequeño, delgado y negro que se aloja en las hojas de la planta
de papa que va devorando alegremente día y noche. Con esta alimenta-
ción engorda y toma un color grisoso. Evidentemente, también comienza
a anhelar comida más satisfactoria, pues pronto desciende al suelo
donde, bajo el nombre de “trozador”, roe los tubérculos y los tallos.4 Y si
bien esta es la plaga principal, los destrozos que causa se aumentan por
los de otros innumerables gusanos de diversas características, todos los
cuales tuvieron una época muy propicia en 1950. Una tercera amenaza,
siempre presente, es la de las heladas, pues hay noches en que la tempe-
ratura desciende hasta el punto de congelación, causando graves daños
a las plantas.
Por no conocer la causa de la gota o tizón tardío, los campesinos de la
localidad atribuyen esta enfermedad a las nevadas. Sin embargo, los fito-
patólogos saben que ella es causada por diversas variedades de un hongo
llamado Phytophthora infestans, que realmente es una grave amenaza.5
Enfermedades de las plantas causadas por virus también son evidentes en
125
6 Una variedad de tocana llevada de Saucío a los Estados Unidos por el autor fue examinada
con respecto a los virus en la Universidad de Minnesota; se encontró virus X, mosaico latente.
7 Sarna, o “sarna polvorienta”, es enfermedad causada por la Spongosporo subterránea.
8 Entre otros, Macrosiphum euphorbiae, Myzus persicae y Eotetranychus telarius. Véase J. G. Hawkes,
Informe sobre la comisión a Inglaterra (Bogotá: Ministerio de Agricultura y Ganadería, abril-mayo,
1950), pp. 3-14.
126
para semilla los mejores tubérculos, sino que, por el contrario, la que se
ahorra para sembrarla es la de peor calidad y de apariencia más raquí-
tica. Evidentemente, se debe investigar si la duplicación de la cantidad
de esta clase de semilla en realidad duplica la cosecha. ¿O se habrán pre-
ocupado tanto los agricultores acerca de la gota que realmente estarán
desperdiciando la semilla?
A veces los campesinos obtienen lo que consideran una buena pro-
porción de aumento: ocho unidades cosechadas por una sembrada (“un
ocho”). En ciertos años esta proporción representa un rendimiento de
unas 62 cargas por fanegada (160 bushels por acre). Pero el producto que
se cosecha es predominantemente pequeño y deformado, como la semilla
plantada. La falta de espacio para crecer y la competencia con plantas
y estolones vecinos parecen estorbar el desarrollo normal de los tubér-
culos. Sin embargo, rendimientos tan elevados como el de 62 cargas o
160 bushels están siendo cada vez más raros; en 1950, año verdaderamente
malo, el rendimiento fue de 16 cargas por fanegada (41 bushels por acre)
y la proporción de aumento fue solo de dos por uno (“un dos”). Cuando
el rendimiento es reducido, los agricultores casi no pueden recuperar la
cantidad de semilla plantada. Y habiendo sembrado por lo menos dos
veces más de lo que se acostumbra en campos mayores —con la esperanza
de obtener así una producción relativamente más cuantiosa— la pérdida de
esos agricultores es dos veces la que hubiera debido ser.
El hecho es que las tres variedades de papa mencionadas pueden
producir plantas normales cuando se siembran a razón de un tubérculo
por cada hoyo; pero la mayoría de los agricultores no cree que esto sea
comercialmente conveniente. No obstante, era y continúa siendo desea-
ble probar y comparar las dos técnicas, y un agricultor, contrariando los
consejos de sus amigos, estuvo dispuesto a someterse a esta prueba. El
primer experimento se inició en julio de 1952.9 En noviembre al llegar la
época de cosecha, ochenta plantas de un surco de una semilla por hoyo
produjeron 26 libras, en tanto que un número igual de plantas del surco
de dos semillas por hoyo dieron un rendimiento de 38 libras. Hubo una
diferencia de rendimiento de 12 libras, demostrativo de que los agricul-
tores evidentemente estaban obteniendo más producción con la siem-
bra de varias semillas. Pero el rendimiento extra de 12 libras no pareció
9 Se sembraron dos hileras, separadas una de otra por la distancia de un metro, una con hoyos
que contenían una semilla y la otra con hoyos que contenían dos. El intervalo entre los hoyos
de la hilera de una semilla se acortó a 25 centímetros, o diez pulgadas, en tanto que en la
otra hilera se empleó la distancia acostumbrada entre planta y planta (40 centímetros o 16
pulgadas).
127
10 Se sembró una arroba: 12 libras y media de tubérculos, uno por uno; otras 12 libras y media
fueron sembradas de dos en dos. El espacio ocupado por las hileras fue de 84 y 50 metros de
longitud, respectivamente, y un surco de un metro las separaba.
128
11 Hay dos clases de esta Conium o arracacha: una de hojas rojas y otra de hojas de color verde
pálido. La arracacha de hojas rojas produce un rizoma amarillo, que es la parte comestible; la
de hojas verdes produce un rizoma rojo.
129
pocos días más tarde,12 y extendido en el suelo para que se seque al sol.
Unos quince días después es desgranado y guardado en sacos, quedando
listo para el consumo en los meses siguientes. Si la cosecha es abundante,
se vende una parte.
La semilla de maíz utilizada en Saucío no es de buena calidad, por
lo cual las mazorcas resultantes son pequeñas y los granos rara vez se
encuentran en hileras rectas y llenas.13 Pero se considera que el maíz es
una cosecha en que se puede confiar. El rendimiento en 1950 fue de 55
cargas por fanegada (15,5 bushels por acre) y la proporción de aumento
fue de 22 por 1. Sin embargo, por cada fanegada se plantaron 62,5 libras
(en los Estados Unidos son aproximadamente dos décimos de bushel
por acre o 18 libras por fanegada). Una vez más parece que esta elevada
proporción de semilla se debe a precaución. Según se expuso antes, los
campesinos siembran de cinco a seis granos en cada hoyo, con la espe-
ranza de que por lo menos broten dos.
Trigo
El trigo se siembra entre mayo y julio, o poco después de la primera
cosecha de papas. La tierra en barbecho, o la tierra que antes se ha des-
tinado a las papas, se voltea sencillamente con el arado. Después de las
dos operaciones de arado, recta y cruce, la tierra se nivela con un pesado
tablón de madera arrastrado por bueyes. Después se trazan melgas con
el arado a tres metros de distancia unas de otras (9,6 pies). Estas divi-
siones cada tres metros se utilizan por el agricultor para facilitar la des-
yerba y como control del voleo de la semilla. Del canto de su ruana lleno
de trigo el labrador extrae la semilla y la arroja con la mano, cubriendo
únicamente el ancho de una de esas divisiones cada vez. La cantidad de
trigo sembrado por fanegada de esta manera es de doscientas libras. (En
los Estados Unidos es aproximadamente de un bushel y medio por acre,
150 libras por fanegada).
12 Por regla general, las cañas del maíz son amontonadas y destinadas a alimentar el ganado;
el rastrojo queda en el campo, junto con los restos de otras plantas de cosechas anteriores.
Toda esta vegetación en descomposición es sepultada con el arado como abono para el año
siguiente.
13 Hay muchas clases diferentes de semilla de maíz, algunas de ellas identificadas por sus
colores —blanco, amarillo, rojo púrpura, negro y “pajarito” (jaspeado)—. Estas variedades se
clasifican como maíz duro y blando. Los agricultores pueden identificar estas dos clases de
maíz por los diferentes tonos de verde de sus hojas.
130
131
15 El tamo y la broza no se desperdician. Acumulados más tarde sobre el terreno de trilla, son
mezclados con estiércol de ovejas y dejados en el lugar para que se descompongan durante
algunos meses, formando un abono muy necesario. Se usa el tamo de trigo también para repa-
rar los techos de las casas.
132
16 En realidad, esta enfermedad es causada por un hongo, Ustilago tritici. La Fundación Rockefe-
ller, en cooperación con el Ministerio de Agricultura, ha emprendido con buenos resultados un
programa de reducción del Ustilago en Cundinamarca. Mejores semillas, tales como la variedad
“menkemen” han sido puestas a disposición de algunos agricultores, aunque en cantidades
muy pequeñas (Revista Semana [Bogotá], vol. XIV, n.º 331, 21 de febrero de 1953).
17 Hay por lo menos cuatro clases de semillas de trigo en Saucío: “barba-colorada”, “arrocero”,
“barceno” y “bola”. Se reconocen por el color y forma del grano. Según los agricultores, el tipo
“bola” es el mejor trigo, con un grano grande y redondo, aunque su espiga es relativamente
pequeña.
133
Cebada
Cuando la bebida tradicional hecha de maíz (chicha) fue prohibida por
la ley en 1948, los campesinos comenzaron a consumir cerveza en gran-
des cantidades. Las cervecerías de Bogotá experimentaron una expansión
prodigiosa a fin de satisfacer esta nueva sed. Pronto se abrieron agencias
locales en pueblos como Chocontá, a fin de estimular el cultivo de cebada
en la localidad y de comprar la cosecha resultante. Por eso el cultivo de la
cebada en Saucío ha recibido cierto impulso recientemente.
Hay dos principales variedades de cebada: la “raspuda” y la “perlada”.
El grano de la primera es grande y su hunche o corteza tiene un extremo
largo y en punta; la segunda es de color más oscuro, y su hunche es
fino. Sembradas de manera análoga a la empleada con el trigo, estas dos
variedades de cebada se plantan un poco más densamente, a razón de
unas 230 libras por fanegada. La época de siembra es el mes de julio;
la cebada comienza a espigar en septiembre y a madurar en octubre; la
cosecha se efectúa en el mes de noviembre. La trilla usualmente se sin-
croniza con la del trigo, y se realiza de la misma manera. La cebada es
atacada por el hongo Ustilago hordei, causante de una enfermedad que los
campesinos también llaman polvillo o “carbón”, a causa del color negro
de las semillas infestadas. Sin embargo, las cosechas de 1950 fueron bue-
nas, de 6 cargas por fanegada (19,7 bushels por acre), y la proporción de
aumento fue de nueve por uno. Este resultado se compara favorable-
mente con los rendimientos en Colombia y los Estados Unidos en 1938
y 1950, respectivamente.
Ajo
Saucío es una de las regiones de Colombia en que el cultivo del ajo,
establecido por los españoles inmediatamente después de la conquista,
ha alcanzado alguna importancia. Ya desde el siglo XVIII esta región era
conocida por su producción de ajo. Todavía constituye para los saucitas
una cosecha en que pueden confiar.
Para las cantidades cultivadas en Saucío, solo es necesario un tra-
bajador que se ocupe de todas las tareas correspondientes. Entierra la
semilla muy junta, en surcos de un metro de anchura aproximadamente,
colocando un diente de ajo cuidadosamente en cada hoyo. Una vez por
mes las plantas son libradas de la maleza, y al mismo tiempo la tierra
situada en torno a cada tallo es aflojada con una estaca o gancho de
134
Otros productos
No son muchos los demás productos agrícolas cultivados en Saucío. Sin
embargo, como en todas las parcelas rurales, se emplean las esquinas
ociosas siempre que es posible. Los saucitas cultivan una variedad satis-
factoria de productos; pero es notorio el poco, interés que tienen por las
hortalizas, los árboles frutales y los forrajes.
Solamente un agricultor se dedica al cultivo comercial de hortalizas.
Con este objeto tiene irrigada una fanegada de su parcela, extrayendo
con bomba el agua necesaria del río Bogotá mediante un motor de
gasolina. Las hortalizas que cultiva son remolacha, zanahoria, lechuga,
rábanos, coliflor, repollo y ahuyama —todas ellas con una producción
135
18 Este agricultor empleaba como abono una mezcla casera de ceniza, estiércol de ganado y
ovejas, óxido de calcio, sulfato de cobre y tamo de trigo.
19 Aunque los árboles del caserío fueron sembrados hace muchos años, no han llegado a pro-
ducir muchas frutas; esto puede deberse a la necesidad de polinización cruzada. (Se remediaría
esta situación plantando más de une variedad).
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137
Cantidad Superficie
Unidad
sembrada Total Total cultivada Rendimiento Proporción
Cultivo de
por sembrado cosechado en por fanegada de aumento
peso
fanegada fanegadas
Papa (Carga) 8 175,0 310 21,9 16,0 1:2
Maíz (Carga) 1/4 4,8 107 19,3 5,5 1:22
Trigo (Carga) 3/4 69,0 281 87,1 3,0 1:4
Cebada (Carga) 3/4 5,3 45 7,2 6,0 1:9
Ajo (Carga) 51/2 19,1 84 3,5 24,0 1:4
138
* Kathryn, H. Wylie, Agriculture of Colombia (Washington: Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, 1942).
† Agricultura Statistics, 1950 (Washington: Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, 1951).
‡ Agricultura Statistics, 1949 (Washington: Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, 1950).
139
141
las paredes del túnel; estas “palancas” se apoyan en las “bancadas” para
sostener el techo.
Cuando la porción de la veta que está en el socavón o entrada queda
cortada (la “copa” de la mina), se inician los trabajos en pleno, general-
mente con obreros extra, contratados. Trabajando a la débil luz de las lám-
paras de carburo, un minero excava con su pica mientras su compañero
recoge el carbón con la pala y lo coloca en una carretilla para llevarlo
fuera. Como el grado de humedad torna el piso traicioneramente res-
baloso, este se cubre con tablaje sobre el cual la carretilla pueda rodar
fácilmente.
A veces los mineros encuentran una corriente subterránea, de volu-
men considerable. Como no hay bombas o mangueras para estas emer-
gencias, una mina inundada generalmente ha de ser abandonada. El gas
que se encuentra en todas las minas de carbón es menos que una even-
tualidad. Por peligroso que sea, algunos buenos mineros pueden traba-
jar dentro de él períodos considerables.
Otra de las técnicas de minería es la utilización de pozos para llegar
hasta los filones. Los obreros descienden por esos pozos, desprenden el
carbón con la pica y llenan con él recipientes atados a un cable de mon-
tacargas. Estos recipientes son levantados y descendidos lentamente,
por medio de una yunta de bueyes unidos por un yugo cornal, que se
mueven hacia adelante y hacia atrás.
El trabajo es lento y tedioso. En plena producción, tres buenos obre-
ros pueden extraer cuatro toneladas de carbón en una semana. Los tra-
bajadores generalmente son empleados por contrato, y se les paga en
proporción al trabajo realizado por todos durante cada semana. Sobra
decir que los ingresos no alcanzan a compensar los riesgos y el duro
trabajo correspondientes. Debe observarse que este sistema anticuado,
peligroso y de poco rendimiento para la minería del carbón es el mismo
que se utiliza en la mayoría de las regiones productoras de carbón de los
departamentos de Cundinamarca y Boyacá.
La fabricación de ladrillos
La mejor arcilla para ladrillos es de color rojo grisáceo, y de ella hay una
buena veta en Las Julias. La familia de un concertado está encargada del
horno o “chircal” de la hacienda. Los miembros de esta familia, como
muchos otros alfareros de ladrillos, excavan en la veta y extraen la arci-
lla para transportarla en carretillas desde la excavación hasta una cavidad
panda, situada cerca de la casa y del horno. Cuando en la cavidad hay arcilla
142
suficiente, se deja entrar agua por un canal construido al efecto (el agua
proviene de una fuente situada a una distancia aproximada de 450 metros),
y la arcilla es mezclada con el agua hasta lograr la proporción adecuada.
Se lleva entonces a la cavidad una yunta de bueyes, para que estos cami-
nen sobre la mezcla dando vueltas, desmenuzándola hasta que no queden
trozos. Cuando no hay bueyes, los concertados tienen que ejecutar por sí
mismos este apisonamiento. Entre tanto, dos trabajadores preparan el patio
donde han de formarse los ladrillos. Moldes de madera con cuatro divisio-
nes, llamados “gaberas”, son alistados para recibir en ellos la arcilla húmeda.
Las gaberas son recubiertas interiormente con arena a fin de evitar que la
arcilla se pegue a ellas. Después de que la mezcla es vertida en las divisio-
nes, un trabajador la aprieta con los puños y la nivela con una paleta de
madera. Cuando siente que la arcilla está firme, retira la gabera con un ágil
movimiento hacia arriba. Trabajando rápidamente, dos trabajadores pue-
den moldear siete mil ladrillos en una semana. Los ladrillos son apilados a
medida que se secan, dejando entre ellos espacio para permitir que el aire
los endurezca más. Cada nivel de ladrillos es colocado en dirección diferente
del que está inmediatamente debajo, técnica que se llama “encarrar”.
Después de transcurrir un mes en que el ladrillo ha estado secándose,
se lleva el carbón para el horno: ocho toneladas de carbón y diez cargas
de madera son necesarias para el horno de Las Julias, que tiene una
capacidad de siete a ocho mil ladrillos. Entonces un trabajador coloca las
piezas secas dentro del horno, dejando nuevamente un pequeño espacio
para que circule el aire entre los ladrillos; con palas se coloca el carbón
dentro, de manera que cubra cada capa de ladrillos para lograr un fuego
bien distribuido. Finalmente, se prende fuego en una pequeña abertura
situada en la entrada inferior del horno. Después de doce a quince días
cocinándose, los ladrillos son extraídos y apilados para despacharlos.
Pero ningún saucita compra ladrillos de estos; casi invariablemente son
comprados por gentes de otras partes.
El mismo procedimiento se emplea para hacer tejas, usando moldes
diferentes. La arcilla es apisonada dentro de gaberas planas. Luego la
tradicional teja cóncava española se fabrica con un molde especial deno-
minado “galápago”.
Aunque la fabricación de ladrillos podría constituir una industria inte-
resante y lucrativa (la veta de arcilla puede atravesar a todo lo largo del
valle), los arreglos a base de los cuales funciona el único horno que hay
en el valle no son enteramente satisfactorios y propicios al progreso. En
realidad, la familia de concertados que fabrica el ladrillo ha comenzado
a desintegrarse, ya que uno de los hijos se marchó a Bogotá, a continuar
143
allí esta misma industria. Las Julias no está obteniendo pleno provecho
de la mina de arcilla. Quizás si la explotación fuera ampliada, industria-
lizada e impulsada para satisfacer más completamente las necesidades
económicas y humanas de la localidad, la industria de fabricación de
ladrillo podría convertirse algún día en un beneficio importante para
el vecindario de Saucío. Evidentemente, tiene buenas potencialidades.
La construcción de casas
Con el comienzo de la fabricación de ladrillos y tejas en chircales, como
la que hemos descrito, se produjo una revolución en las técnicas indí-
genas de construcción de casas. Los chibchas no habían empleado el
barro, sino sencillamente cañas y carrizos, así como plantas análogas
de hojas largas atadas.1 La mezcla de las técnicas indígena y española
parece haber dado origen a las paredes de bahareque, en que se emplean
juntas las cañas y el barro.2 Las construcciones en Saucío han seguido la
forma general de casas cuadradas, calificada como de “estilo colonial”.3
Las estructuras son erigidas principalmente mediante un penoso tra-
bajo manual del propietario y de los miembros de su familia, aunque se
emplean especialistas tales como albañiles y carpinteros. Después de
haberse escogido el emplazamiento de una nueva casa, la tierra limpia
de malezas y desechos, y la tierra dura y negra que queda al descubierto
se utiliza para construir las paredes. Hay tres tipos de paredes para edi-
ficación: de adobe, de tierra apisonada y de bahareque. Desde luego,
todos estos tres métodos pueden combinarse.
Para una pared de adobe, la tierra negra extraída del futuro piso de
la casa es mezclada con agua y paja. Después es amasada con los pies
1 La técnica de apisonar tierra fue iniciada por Antón de Olaya en 1538, en Santa Fe de Bogotá
(Castellanos, Historia, vol. I, p. 274; Groot, Historia eclesiástica, vol. I, p. 74). La fabricación de
tejas Comenzó con Pedro de Colmenares un año más tarde, junto con la confección de adobe,
con toda probabilidad.
2 Aunque Zerda y otros eruditos han sostenido que los chibchas utilizaban cañas y barro para
hacer las paredes de sus construcciones, el autor no ha encontrado hasta ahora ninguna prueba
clara de ello en las fuentes, para apoyar esta afirmación. Castellanos y Aguado solo mencionan
cañas y postes unidos con cuerdas, siendo llenados los intersticios con paja, carrizos y juncos
primorosamente convertidos en esterillas. (Aguado, Recopilación historial, pp. 132, 136, 181, 199;
Castellanos, vol. I, pp. 102-103).
3 La forma de las casas indígenas varió de redonda a cuadrada. Piedrahita dice que en su época
“casi todas [las casas] son cuadradas” (Piedrahita, Historia general, vol. I, p. 27). No obstante,
Gaspard de Mollien describió chozas redondas en la región de Chocontá en 1823. Véase su
Viaje por la República de Colombia en 1823 (Bogotá: [Biblioteca Popular de Cultura Colombiana]
Imprenta Nacional, 1944), p. 68.
144
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Características de la vivienda
El número modal de habitaciones por vivienda es tres. Solo hay tres
casas en Saucío con una habitación, once con dos, y cuatro con cua-
tro (cuadro 13). Una construcción con doce habitaciones, la mayor del
vecindario, pertenece a Las Julias. La medición de estas casas, exclu-
yendo la de Las Julias, presenta un tamaño promedio de 57 metros cua-
drados (16 pies por 36 pies). En relación con los cálculos nacionales,1 las
casas de Saucío son cómodas. Pero debe observarse que la construcción
y la tipología de las casas varían considerablemente de una región a otra
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Cuadro 14. Materiales empleados para las paredes de las casas de Saucío, 1950
Casas
Material para paredes Número
%
Total 77* 100,0
Ladrillo y adobe 1 1,2
Adobe 32 41,6
Tapia pisada 14 18,2
Bahareque 11 14,3
Adobe y tapia pisada 12 15,6
Adobe y bahareque 7 9,1
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Cuadro 15. Materiales empleados en los pisos de las casas de Saucío, 1950
Casas
Material para pisos Número
%
Total 70 100,0
Tierra 56 80,0
Adobe 4 5,7
Tolete y tierra 3 4,3
Madera 2 2,9
Tolete 1 1,4
Combinaciones diversas 4 5,7
150
3 Los juncos se hacen atando los tallos de una planta de una especie de Juncus. Estos tallos
tienen la ventaja de esponjarse y suavizarse después de ser removidos de los pantanos en que
crece el Juncus. Se hacen esteras de la longitud de los tallos y atándolos; tienen aproximada-
mente 1,80 mts. de largo y 1,20 de anchura.
151
4 El tiple es una especie de guitarra con cuatro órdenes de notas de tres cuerdas de metal cada
una. El requinto, que también es de la familia de la guitarra, no se toca formando acordes con
la palma de la mano y los dedos, como ocurre con el tiple, sino con una “pluma” o plectro para
producir melodías.
152
El traje: el calzado
Más de la mitad (el 53 %) de la población de Saucío, de cinco años de
edad y más, carece de zapatos.6 En vez de estos, la mayoría de la pobla-
ción usa sandalias blancas de fique llamadas “alpargatas”. Pero aun estas
se usan por rareza durante las tareas diarias. Los campesinos prefieren
ejecutar descalzos una gran parte de su trabajo; el calzado se usa casi
solamente los domingos y días de fiesta.
153
7 El profesor Paul Hermberg, en un estudio efectuado en 1938 sobre 225 familias obreras en
Bogotá, descubrió que aproximadamente el 66 % de sus salarios se empleaban en alimentación.
Véase Jorge Bejarano, Alimentación y nutrición en Colombia (Bogotá: Editorial Iqueima, 1950), p. 166.
El principio de Engels, según el cual el mejor índice del nivel de vida material de una población
es la proporción de ingresos empleada en alimentos, parece encontrar confirmación entre las
clases trabajadoras de Bogotá y en los campesinos de Saucío.
154
155
156
Dieta y alimentos
Una de las paradojas de la vida en Saucío es la menguada dieta escogida
entre los muchos artículos alimenticios que se cultivan. Indudablemente,
los alimentos indígenas son los que se consumen con mayor frecuencia; la
pastelería, el pan, los huevos, la leche y la carne no han llegado a formar
parte ordinaria de la dieta. Hay abundancia de frutas nativas, tales como
moras, curubas, cerezas y papaya de clima frío, y a ellas se han agregado las
ciruelas, las peras, las manzanas y los duraznos. Con todo, los habitantes de
Saucío no consumen frutas en cantidad considerable; solo ocasionalmente
la localidad, hechos por algunos campesinos de Saucío sobre lo que gastan en cerveza, oscilan
entre el 10 y el 20 % de los ingresos.
157
9 La panela es uno de los artículos más útiles en la dieta del campesino. Esta masa de azúcar no
solo contiene minerales tales como calcio y potasio, sino que también suministra las calorías
que los agricultores necesitan para su trabajo diario; muchos campesinos llevan trozos de pa-
nela en sus bolsillos. La panela también es valiosa para el desarrollo de los niños campesinos.
158
10 Las arepas se hacen mezclando harina de trigo y de maíz con huevos y leche cuajada y tos-
tando la masa resultante. Los envueltos se hacen con harina de maíz, leche cuajada, huevos
y panela; primero se cocinan y después se tuestan a fuego lento. Los tamales requieren más
preparación, porque en ellos se mezclan zanahorias, arvejas, arroz, ajo, trozos de cordero, de
pollo y de cerdo con los otros ingredientes. Para la preparación del mute, el maíz se cuece en
lejía de agua con ceniza, la cual remueve las cáscaras; después de lavarlo completamente, el
maíz es cocido de nuevo hasta que los granos se abren.
11 Las normas higiénicas prescritas por la Ley 34 de 1948 imposibilitaron a las fábricas de
chicha para satisfacer los requisitos mínimos. No obstante, la fabricación de este licor ha pro-
seguido subrepticiamente en veredas aisladas, donde la vigilancia policiva es escasa. Aun en
Bogotá puede comprarse chicha en ciertos establecimientos cuidadosamente ocultos. Ha sido
extremadamente difícil reducir el consumo de esta bebida, especialmente en Cundinamarca,
Boyacá y Nariño, donde estaba más arraigada. Por lo menos en tres intentos anteriores no fue
posible controlar y prohibir su consumo, primero en 1659, después en 1695 y finalmente en
1848 (Groot, Historia eclesiástica, vol. I. pp. 342-448). Y la chicha se sostuvo a pesar de la tem-
prana introducción del aguardiente por los españoles (Henao y Arrubla, Historia de Colombia,
p. 251), así como de la cerveza o “espumita” que fue fabricada primeramente por un inglés a
comienzos del siglo XIX. Véase Ramón Guerra Azuola, “Carreras de Caballos”, Libro de Santafé
(Bogotá: Ediciones Colombia, 1929), p. 227.
159
12 El carácter de la chicha y la manera de fabricarla se han modificado a través de los siglos. Ori-
ginariamente solo se hacía de maíz, fermentado mediante un proceso de cocimiento, tostado
y aireación; el principio azucarado probablemente se obtenía de la caña del maíz. A diferencia
de la práctica en otras tribus, los chibchas no masticaban el maíz, sino que empleaban el met-
latl para moler el grano. Los españoles introdujeron el empleo de melazas de caña intentando
mejorar el vino nativo (Zerda, p. 77).
Por regla general, el procedimiento, tal como fue encontrado en Saucío, tenía las siguientes
características: se molía maíz blando en una piedra, y la harina resultante era humedecida con
melaza de caña diluida o aguamiel; después esta harina era colocada en un barril de madera
para “jechar”, durante quince días, y se le agregaban cunchos. Durante esos quince días el
contenido era transferido de un barril a otro para lograr una buena aireación y fermentación
balanceada.
La masa resultante era depositada luego en una mochila y hervida lentamente durante dos días
y dos noches. A medida que el agua se evaporaba, se vertía más en el recipiente. El resultado
era un semilíquido llamado “masato” que era amasado con las manos en una artesa y envuelto
160
161
Enfermedad y curación
El tratamiento de las enfermedades está en Saucío todavía en gran parte
en la etapa de la cultura “folk”, y como tal debe considerarse dentro
de los factores importantes del nivel de vida. Ya se ha señalado que, si
bien Saucío parece ser un lugar saludable para vivir, hay motivos para
creer que el promedio de duración de vida sea reducido, especialmente
con respecto a la infancia. Algunos de los principales motivos de este
fenómeno son la ignorancia de los campesinos acerca del tratamiento
racional de las enfermedades, su desconfianza de los médicos y su
imposibilidad financiera para comprar medicinas de patente. Por con-
siguiente, la curación depende en gran parte de la eficacia de la medi-
cina popular y de la herbología, así como de la habilidad de curanderos
y comadronas. Muchas enfermedades y achaques son afrontados con
éxito; ciertos tratamientos son sumamente racionales. Pero otros reve-
lan creencias y supersticiones peculiares, algunas de ellas susceptibles
de rastrearse quizás hasta la época de los chibchas.
La idea que más predomina acerca de las enfermedades es la de que
son causadas por malos aires. Por ejemplo, cuando una persona sale de
una casa, con frecuencia se precave contra el viento que corre fuera y
muchas se cubren la nariz con un pañuelo. Cuando el sol está brillante y
tibio, la persona se desacalora antes de entrar a una casa para evitar un
repentino cambio de temperatura. Hay enfermedades frías y calientes,
según la naturaleza del aire que las causa. Es difícil clasificar las enfer-
medades con arreglo a esta dicotomía, pero en general las contusiones,
las heridas, los dolores de cabeza y de estómago, la tos, el reumatismo y
las dolencias similares están relacionadas con aires fríos. La lepra, enfer-
medad rara en la localidad, es también una de esas enfermedades frías
porque puede originarse en tomar baño mientras se está sudando, o en
humedecerse con la lluvia. Por otra parte, las fiebres son siempre seña-
les de enfermedades calientes, o de la transición de una enfermedad fría
a otra caliente.
162
163
164
1 Quizás el primer caso notorio de discriminación ocurrió en 158ó, cuando a un tal Padre Zorro,
hijo del conquistador Zorro y de una indígena, se le negó el ingreso al Capítulo Metropolitano
de la Diócesis de Santa Fe de Bogotá, a causa de su raza. El Padre Zorro hubo de apelar al rey
y al papa a fin de que este obstáculo fuera vencido (Groot, Historia eclesiástica, vol. I, p. 191;
Rivas, Los Fundadores, p. 153).
2 lbid., pp. 156-158.
3 Doña Catalina de Quintanilla, mujer notable, fue una de las cinco hembras arriesgadas que pri-
mero ascendieron hasta Santa Fe de Bogotá con Jerónimo Lebrón en 1540. Contrajo un primer
165
matrimonio con el conquistador Francisco Gómez, del cual tuvo cinco hijos; después de la muerte
de Gómez, vivió con Molina (con quien contrajo matrimonio más tarde) y tuvo dos hijos, Andrés
y Marcos, que, por ser ilegítimos, no pudieron participar en la herencia de la encomienda de su
padre. Finalmente, después del fallecimiento de Molina y de que ella misma por breve período se
convirtiera en encomendera de Chocontá, doña Catalina contrajo matrimonio por tercera vez con
don Baltasar de Villarroel y Coruña (ibid., p. 200).
4 El complejo racial se complicó aún más con la introducción de los negros. Aunque estos últimos
aparentemente no dejaron huellas en la sociedad de Saucío, se sabe que hubo negros llevados
desde las costas hasta las sabanas andinas, y que además fueron registrados en Tunja, Santa
Fe, Vélez, Pamplona y otros lugares no lejanos de Saucío (José Rafael Arboleda, S. J., “The Eth-
nohistory of the Colombian Negroes”, tesis de grado para el título de Master en la Universidad
de Northwestern, Chicago, 1950, pp. 25-27). Los conquistadores llevaron negros con ellos; véase
al respecto el relato de Aguado acerca de la expedición de Avellaneda a los llanos (Recopilación
historial, pp. 440-450 et passim). Jorge Juan y Antonio de Ulloa suministran un recuento completo
de unas ocho mezclas posibles, todas de importancia social en la época colonial, entre blancos,
negros e indios, a saber; mulato, mestizo, tercerón, cuarterón, quinterón, zambo, tente en el aire
y salto atrás. Véase su obra A Voyage to South America, Describing at Large the Spanish Cities, Towns,
Provinces, etc. (Londres: L. Davis & C. Reineros, 1758), vol. I, pp. 31-32.
5 B. V. de Oviedo, Cualidades y riquezas, pp. 96-97. Ni siquiera los resguardos fueron respetados
por la avalancha de colonizadores españoles. Algunos de estos eran agricultores y aparente-
mente les fue muy difícil ganarse la vida. El virrey Manuel Guirior escribía en 1776: “La mayor
parte de las gentes de la clase media viven dispersas en los campos, en las cercanías y al abrigo
de los pueblos de indios, disfrutando de los resguardos de estos y algún corto pedazo de tierra
que les sufraga para vivir miserablemente, sin que puedan observarse las leyes que prescriben
su separación” (Posada e Ibáñez, Relaciones de mando, pp. 149-150).
166
las posiciones dirigentes. Por ejemplo, don José María Campuzano y Lanz,
maestre de campo, caballero de la Orden de Carlos III y capitán de los ejér-
citos de Carlos IV, era en Chocontá el asentista de las alcabalas en el decenio
siguiente a 1770,6 en tanto que el hijodalgo español doctor Miguel Rosillo
era el juez, don Agustín de Torres el alcalde y don José Tomás Lobo Gue-
rrero el notario público.7 El comercio, profesiones tales como la medicina y
el derecho, el sacerdocio y los cargos militares eran actividades exclusivas
de la clase superior, quedando todas las artes y oficios manuales como
inferiores a la dignidad de los bien nacidos. “Los españoles consideraban
el trabajo como indigno de una persona noble: el noble se degradaba tra-
bajando; el trabajo era propio del plebeyo”.8 Esta élite produjo escritores,
poetas, eruditos, sacerdotes y generales sobresalientes hasta el siglo XX.
Constituyeron un grupo brillante que formó su propio Parnaso.
Era difícil entrar a formar parte de esta élite, aun para los españoles
que venían de Europa durante los siglos siguientes a la conquista. No se
hacían nombramientos para cargos gubernamentales a menos que los
candidatos pudieran demostrar que tenían sangre “limpia”, mediante
la verificación de un número determinado de sus antepasados, a veces
hasta quince de ellos.9
La discriminación racial y la conciencia de clase también se desple-
gaban en materias educativas.10 La élite no solo se reservaba los cargos
directivos, sino que sus miembros eran también los beneficiarios exclu-
sivos de una educación liberal. Los saucitas no merecían ni recibían tal
instrucción, porque pertenecían a razas inferiores y porque se creía que
carecían de méritos suficientes, y que de todos modos eran incapaces
de aprender y mejorar. Las escuelas estaban cerradas para esos cam-
pesinos, con excepción de los establecimientos parroquiales comunes
6 Don José de Ezpeleta, Virrey, Gobernador y Capitán General del Nuevo Reyno de Granada al
corregidor del partido de Guatavita, Santa Fe, 11 de noviembre de 1796, fols. 2-3, DM/A-1.
7 González Cárdenas, Historia de Chocontá, passim.
8 Henao y Arrubla, Historia de Colombia, p. 265.
9 Gómez, El tribuno de 1810, pp. 206-208.
10 Entre las preguntas que se formulaban a los testigos que apoyaban la solicitud de matrícula
de una persona que deseara ingresar a alguna de las pocas escuelas (patrocinadas por la Igle-
sia) en Santa Fe de Bogotá hacia 1810, estaban las siguientes: “Si conoce al peticionario, a sus
padres y a sus abuelos paternos y maternos, y si sabe si son nobles, bien nacidos y reconocidos
como tales... Si sabe o ha oído decir que algún pariente de dicho peticionario está ejerciendo o
ha ejercido algún oficio vil o mecánico... Si sabe que algún pariente de dicho peticionario está
manchado como vil o infame, o si dicho pariente pertenece o no a una mala raza, como la india,
la morisca, la mulata o la mestiza”. Véase Carlos Cuervo Márquez, Vida del doctor José Ignacio de
Márquez (Bogotá: [Biblioteca de Historia Nacional] Imprenta Nacional, 1917), p. 6.
167
168
gobernante y su identificación con los españoles, a quienes había destronado. Tuvo la impre-
sión de que “una minoría [los blancos criollos] había sustituido a los españoles en el gobierno;
... los criollos pretenden descender de familias venidas de la península en épocas posteriores
a la conquista” (Viaje..., pp. 4, 141).
14 Posada, El 20 de julio, pp. 40, 87.
15 Ibid., p. 343.
16 Un estudio sociológico de este grupo excepcional demostraría que los presidentes colom-
bianos, en su mayoría, provienen de esta élite, con las probables excepciones de José María
Obando, un hombre que se hizo a sí mismo, Marco Fidel Suárez, de origen humilde, Rafael
Reyes y unos pocos más. No obstante, Marco Fidel Suárez se elevó suficientemente para con-
traer matrimonio dentro del circulo selecto: casó con una hija de María Antonia Borda, prima
del presidente Miguel Antonio Caro. Véase Margarita Holguín y Caro, Los Caros en Colombia
(Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1953), pp. 33, 34. La camarilla Herrán-Mosquera es un buen
ejemplo de la exclusividad de esta élite: Pedro Alcántara Herrán fue presidente de Colombia
de 1841 a 1845; su suegro, el general Tomás Cipriano de Mosquera, fue presidente tres veces;
un primo de Herrán, Francisco Javier Zaldúa, fue también presidente en 1882. Esta camarilla
también suministró dos arzobispos de Bogotá. Otras familias que tradicionalmente han sumi-
nistrado dirigentes del gobierno son la Ospina y la Holguín.
169
17 Los artesanos eran los principales miembros del primer grupo: el de los de ruana. En política
eran partidarios de medidas tales como la elevación de los derechos de importación sobre los
textiles y el calzado, a fin de proteger la naciente industria nacional. Una parte del partido
liberal (los Draconianos) los apoyaba contra la facción de los liberales que entonces gobernaba
(los Gólgotas) (Henao y Arrubla, pp. 667, 683).
170
171
y Louis Guttman.19 Esta escala fue formada con base en las posesiones
materiales y culturales de los campesinos. Cuando los 69 jefes de fami-
lia (excluyendo al hacendado que forma parte de la clase terrateniente)
que suministraron información completa fueron clasificados según su
puntaje, fue visible la existencia de cuatro niveles socioeconómicos
entre los campesinos de Saucío con diferencias estadísticas sumamente
importantes. Constituyen ellos los niveles campesinos Superior, Medio,
Inferior e Indigente.20
Según esta clasificación, las familias de Saucío se distribuyeron así:
Nivel superior 19 %
Nivel medio 17 %
Nivel inferior 42 %
Nivel indigente 22 %
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La escuela
Hasta donde se sabe, la escuela fue organizada inicialmente a comienzos
del presente siglo. Ocupó entonces una de las grandes casas de Hatoblanco
que actualmente forman parte de Las Julias; ulteriormente esta institu-
ción fue trasladada a diferentes localidades, hasta que se estabilizó en su
emplazamiento actual en 1920.3 La escuela es una construcción de techo
de paja, con cinco ventanas, que en otro tiempo fue una tienda, edificada
al lado de la carretera en el centro del valle. El edificio tiene un aula de
clases bien iluminada y dos habitaciones más pequeñas, todas con pisos
de tolete. El lote de menos de media hectárea en que la casa fue construida
sirve de granja experimental.
En 1950 vivía en Chocontá la única maestra de la escuela. Viajaba a pie
o en su bicicleta de ida y regreso diariamente y pocas veces visitaba a
los campesinos. Probablemente a causa de este alejamiento de la vereda,
nunca llegó a convertirse en parte integrante del vecindario de Saucío.
Era versada en artes liberales aprendidas en la Escuela Normal de Bogotá;
pero su dirección no era bien aceptada cuando se trataba de asuntos agrí-
colas. Por ejemplo, al ordenar sembrar papas y habichuelas en un mismo
surco, sus jóvenes estudiantes le observaron que iría a resultar difícil des-
yerbar y cuidar las plantas de papas sin cortar las de habichuelas. Pero el
problema fue resuelto rápida y prácticamente un día cuando uno de los
niños, sin que lo supiera la maestra, trabajó con el azadón en el surco de
las papas, arrancando las plantas de habichuela junto con la hierba. Sobra
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177
Las tiendas
Las dos ventas del caserío sirven como “clubes campestres” de la locali-
dad, donde los campesinos encuentran un recinto destinado a la venta
de bebidas y alimentos. Este sector, que no es muy espacioso, forma
parte de la casa en que vive la familia del propietario. Mientras que
los apartamentos interiores son en parte independientes, este recinto
social está abierto sobre un patio o directamente sobre la carretera. Un
gran mostrador de madera separa a los clientes de la ventera, mientras
que los estantes ocupan toda la pared detrás del mostrador.
4 En otras partes ciertas maestras han llevado esta exigencia a extremos ridículos. Por ejem-
plo, en una escuela de Suesca se exige que las niñas lleven una cinta rosada en el cabello los
lunes, una azul los miércoles y una blanca los sábados. También por parte de las maestras se
condenan acremente los pantalones cortados a la manera de los campesinos, es decir, al estilo
marinero: los jóvenes estudiantes que usan ropa de este tipo son calificados de “matachines”
o “con enaguas”.
178
Las dos familias propietarias practican una división del trabajo para
la administración de sus respectivas tiendas. El jefe de la familia es el
director, el que transporta cerveza y alimentos desde Chocontá y el que
se encarga de que no haya riñas dentro de la tienda; las mujeres adultas de
la casa son colocadas detrás del mostrador, y sirven a los clientes, llevan
las cuentas y reciben el dinero. (Hay un adagio popular que prohíbe tener
cantineros: “Ventera, que no ventero, porque ventero es la ruina; onde’s
ventero el que vende, ni siquier’el diablo arrima”). Además de cerveza y
cigarrillos, que son los principales artículos de comercio, en las tiendas se
venden pan, panela, dulces, velas o espermas y géneros varios.
Las tiendas también suministran mesas y bancas para los clientes.
Pero los campesinos en su mayoría prefieren mantenerse en pie ante el
mostrador durante horas, intercambiando información, haciendo chis-
tes y contando chismes. Otras veces organizan una partida de tejo, para
lo cual las tiendas suministran los discos de metal necesarios, y venden
las bolsitas o “mechas” de pólvora.5 También los de la tienda tienen la
5 El tejo, llamado también “turmequé”, es juego únicamente para varones, organizados en dos
equipos de uno a seis miembros cada uno. Discos de metal de peso variable, a los cuales se
ha dado forma cónica truncada y suficientemente pequeños para ser asidos entre los dedos
índice y pulgar extendidos, se lanzan de un lado a otro del campo, que tiene unos 18 metros
de longitud (20 yardas). El objetivo consiste en golpear pequeñas “mechas” o bolsas planas
de papel llenas de pólvora, generalmente cuatro, que están colocadas sobre el borde de un
anillo de hierro de unas cuatro pulgadas de diámetro. Hay dos de tales anillos, cada uno de
ellos hundido en un plano inclinado de greda situado a cada extremo del campo. Los discos se
lanzan haciendo oscilar el brazo de atrás hacia adelante, al estilo del bolo. Cuando son lanzados
adecuadamente, los discos se elevan graciosamente y caen cerca o sobre el anillo de hierro en
que descansan las mechas de pólvora. Se requiere considerable habilidad y práctica para lanzar
estos discos con estilo y precisión.
Cada equipo gana tres puntos por cada mecha que haga estallar. Si ninguna mecha estalla, se
otorga un punto al equipo cuyo disco hubiese caído más cerca al anillo. El primer equipo que
obtiene nueve puntos gana un juego, y se inicia otro inmediatamente. Se hacen apuestas sobre
el número de juegos que sean ganados y no sobre los puntos acumulados individualmente.
Algunas reglas especiales de este deporte ofrecen alicientes para ganar los juegos. Cuando
un disco cae dentro del anillo de hierro quedando fijo (embocinado), se ganan seis puntos.
Cuando un disco no solo cae dentro del anillo, sino que también produce la explosión de una
o más mechas (moñona), se ganan nueve puntos, es decir, todo un juego. Si el cómputo es de
ocho contra cero y el equipo que no tiene puntos ejecuta una moñona, se le conceden a este
tres juegos completos (viudo). Pero cuando un juego termina por nueve puntos contra cero, el
equipo vencedor gana dos juegos completos en vez de uno (doble). Y cuando tres miembros de
un equipo colocan sus discos más cerca al anillo que cualquiera de sus oponentes, el juego es
concedido inmediatamente al equipo de aquellos (chipolo). Estas reglas sirven para mantener
a los jugadores en constante emoción y ansiedad.
El costo de la cerveza y de la pólvora es distribuido a prorrata según el número de juegos. Cada
equipo paga por los juegos que pierde. Por ejemplo, si el cómputo final es de cinco juegos contra
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tres, y lo consumido vale ocho pesos, cada juego costará un peso; los vencedores pagan tres
pesos y los vencidos cinco. Naturalmente, ese costo es distribuido después entre los miembros
de cada equipo.
6 Camacho Roldán menciona que el tejo se jugaba en 1849 y en años anteriores, pero este juego
es mucho más antiguo (Salvador Camacho Roldán, “Bogotá en 1849”, Libro de Santafé, p. 120). El
tejo es un deporte autóctono del centro de Colombia.
180
181
El mercado
La actividad económica de los saucitas está orientada hacia los merca-
dos que tienen su lugar en la plaza principal del pueblo en Chocontá.
Hasta hace cuarenta años, estos mercados se celebraban los domingos;
pero cuando el municipio se convirtió en parroquia, los padres domini-
canos transfirieron esta práctica para los sábados.
Aunque la apariencia general del mercado es de desorden y caos, hay
procedimientos y costumbres bien establecidos, encaminados a facilitar las
transacciones. Las papas, por ejemplo, son uno de los primeros artículos
que se llevan a la plaza; a veces, si no hay peligro de lluvia, los agricultores
depositan sus cargas en el espacio abierto desde la noche anterior, dejando
a un niño para que duerma junto a ellas. También están las papas entre los
artículos que primero se venden; los compradores son principalmente inter-
mediarios que se pasean por la plaza con gruesos rollos de billetes. Los pre-
cios que se pagan dependen de la cuantía de los productos que estén en la
plaza a las ocho de la mañana, aproximadamente; después de esa hora tienen
fluctuaciones incoherentes. Generalmente los precios tienden a descender
hacia medio día, cuando los agricultores desean deshacerse, prácticamente a
cualquier costo, de los productos que han transportado desde sus casas con
las mayores dificultades.
7 En el pite, se lanza una moneda contra una pared o contra una puerta, de manera que rebote
cayendo a determinada distancia de otra lanzada por un oponente. Esta distancia se mide con
la mano extendida (palma), o por la extensión comprendida entre el pulgar y el índice estirados
(jeme), o con la mano sin abrir los dedos (mano). Pueden hacerse apuestas.
8 Entre los juegos de cartas que se usan en Saucío, quizás el más común es el “veintiuno”. Es
muy parecido a una versión, con tres cartas, del black jack: los jugadores tratan de lograr tres
cartas que sumen veintiún puntos, para ganar. Los ases valen once puntos, y cada figura (rey,
reina, sota) vale diez puntos; rodas las demás cartas tienen el valor del número indicado en
ellas. La combinación de un as y una figura se llama “relancina”, dos ases significan para un
jugador tres descartes, lo que se denomina “chipolo”. Cuando un jugador recibe cartas que
suman doce puntos, todos los jugadores pasan y se barajan de nuevo las cartas.
182
9 El tronche es una institución establecida para demostrar estimación y amistad mutuas des-
pués de cerrado un negocio; implica ofertas recíprocas de cerveza o licor para celebrar los
acuerdos. Se realiza en una tienda, con el protocolo acostumbrado.
183
La Caja Agraria
La aprobación de la Ley 57 de 1931, por la cual se dispuso la organiza-
ción de la Caja de Crédito Agrario, Industrial y Minero, puede ser una
de las medidas más importantes que se hayan tomado para resolver los
problemas rurales de Colombia. La Caja Agraria, como se la denomina
184
185
187
El lenguaje
Mientras los misioneros del siglo XVI aprendían lenta y desesperada-
mente el idioma chibcha, a fin de enseñar el evangelio en la lengua
aborigen, los indígenas aprendieron muy fácilmente el castellano.2 Y lo
aprendieron sin la ayuda de escuelas: las pocas que había eran frecuen-
tadas solamente por los hijos de los caciques. Hacia 1598, los indígenas
estaban utilizando ya el nuevo idioma en los mercados, y cuando los
jesuitas iniciaron sus misiones, comprobaron que las gentes los com-
prendían cuando les hablaban en castellano.3 Esto significa que los chib-
chas de solo la segunda generación después de la conquista ya estaban
hablando el lenguaje del conquistador, a pesar de la falta de oportuni-
dades oficiales para aprenderlo. Parece que al respecto estos indígenas
se automotivaron. Su actitud contrastó notoriamente con la de otros
grupos de indígenas, como los mayas, que demostraron extrema tena-
cidad cultural.
El idioma castellano aprendido por los chocontáes facilitó otros proce-
sos de aculturación, especialmente aquellos en que los indígenas estaban
más egoístamente interesados. Pero, desde luego, conservaron muchas
en el mercado de ropa hecha. Igualmente, todos los sombreros que usan las gentes son fabri-
cados en Bogotá.
2 Groot, Historia eclesiástica, vol. I, p. 226.
3 Ibid., p. 211.
188
4 José Domingo Duquesne, “Descripción del calendario muisca de los indios de Nueva Grana-
da, dedicada en 1795 a don José Celestino Mutis”, en William Bollaert, Antiquarian, Ethnological
and Other Researches in New Granada, Equador, Peru and Chili (Londres: Trübner & Co., 1860), p. 42.
5 Otras palabras chibchas que se usan en Saucío son: chiguacá (una hierba), chitearse (quebrarse),
chuchos, chusque, cuba (pequeño), quincha (colibrí), totear (romper), tunjo (chunso, un ídolo). Cf. Eze-
quiel Uricoechea, Gramática, vocabulario, etc., de la lengua Chibcha (París: [Colección Lingüística Ame-
ricana] Maisonneuve, 1781), p. 208; Rufino José Cuervo, Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano
(París: R. Roger y F. Chernoviz, 1914), pp. 662-664. Muchos ríos y localidades tienen nombres chib-
chas: Bogotá, Chocontá, Machetá, Nemocón, Suba, Suesca, Turmequé, Zipaquirá y muchos otros.
6 Leonardo Tascón, Quechuismos usados en Colombia (Bogotá: Editorial Santafé, 1934), p. 4.
7 Otras palabras comunes provenientes del quechua y que se usan en Saucío son: choclo (ma-
zorca de maíz), coto, cunchos, fique, guache (bravucón), pisco (pavo), pucho (pequeña cantidad,
puñado). Algunos quechuismos son más conocidos generalmente: chirimoya, lulo, paico (hierba),
papa y papaya.
8 Cuervo, pp. 657-659.
9 lbid., p. 660.
189
10 Ibid., pp. 660-662. Otras palabras americanas empleadas en Saucío y para las cuales Cuervo
no encontró lugar de origen concreto son corrosca (estilo de sombrero), chorote, chulo (buitre),
cura (aguacate), guadua, quimba (alpargata), tambre (agua estancada, estanque, pantano) y tusa.
11 Cuervo también observó esa temprana cristalización del lenguaje cuando en 1872 escribió las
palabras siguientes: “Confrontando... el estado del castellano en los varios Estados del Nuevo
Mundo y con el habla popular española, ha visto [el autor] que hay un caudal común antiguo, que
no puede ser otro que el habla corriente de los siglos XV, XVI y XVII, llevada por los conquistado-
res y por los colonos que les siguieron, y de que nos dan idea los libros y manuscritos de aquellos
tiempos, en especial de los cronistas de las cosas de América y los vocabularios de las lenguas
indígenas. Este fondo popular ha conservado la mayor parte de sus caracteres propios, mientras
que la lengua literaria y la culta que obedece a su influjo, van cada día alejándose de ellos por la
acción pedantesca de los latinizantes e imitadores de lo extranjero” (ibid., p. XXIV).
12 Las siguientes también son clásicas: aguaitar (esperar), chamiza (hojas y ramas secas para que-
mar), echar menos (faltar o estar perdido), entierro (tesoro), frísol (frijol), huiga (huya [subjuntivo
o imperativo]), su merced (pronombre ceremonioso para “usted”) y váguido (desmayo). (Cf. ibid.,
pp. 166, 303, 466, 516, 608).
190
13 La clase obrera urbana, que en gran parte es población emigrada de las regiones rurales,
y sus descendientes, tienen un lenguaje análogo. La clase baja de Bogotá lo ha adoptado
considerablemente.
14 Otros provincialismos de Saucío: amisticio (amistad), chambiar la cara (punzar a una persona
con observaciones mordaces), chantiar (golpear), delicarse (disgustarse), falcarse (falsear), frioloso
(frío), fucha (riña), infantada (grávida), jubilado (loco), juiciero (ladrón), mana (fuente de agua),
nombrado (prometido), pavana (castigo), pavor (olor), pichosos (ojos), quedado (nombrado, prome-
tido), sacanza (cosecha), tarasca (boca), toy (semilla voluntaria).
191
La música y el baile
De los tres complejos culturales o instituciones no formalizadas que se
examinan, el de la música y el baile parece ser el más débil en su resisten-
cia ante el mundo exterior. Los corridos mexicanos y los porros de Carta-
gena han invadido a Saucío y a Chocontá por medio de los altavoces de la
alcaldía en la plaza de Chocontá (los funcionarios municipales tocan dis-
cos en ellos entre una promulgación y otra en los mercados de los sábados
y en las fiestas), así como por la influencia contagiosa de los emigrantes
cantadores y bailadores que regresan a Saucío con el nuevo mensaje musi-
cal que oyeron y adoptaron en la capital. Hasta la manera separada de bai-
lar las parejas ha comenzado a considerarse como anticuada. No obstante,
los agricultores todavía estiman su tradicional música de cuerdas y sus
bailes alegres y rápidos. Estos complejos culturales son una herencia de la
época colonial de que actualmente gozan todos los colombianos; pero su
preservación debe ser atribuida solamente a los campesinos.
El bambuco, el torbellino, la guabina y el tres forman el tesoro artís-
tico musical de Saucío. Musicalmente, los cuatro son difíciles de distin-
guir; son estilos que pueden considerarse como variaciones del mismo
192
3
4
193
3 3
4 o 4
18 Julián Ribera, Historia de la música árabe medieval y su influencia en la española (Madrid: Editorial
Voluntad, 1927), pp. 107, 260-264.
19 Se sabe que el Padre José Dadey (1574-1660), jesuita italiano, fue el primero en organizar una
escuela de música para indígenas en Cajicá (pueblo en el camino de Bogotá a Saucío), donde se
enseñaba el canto gregoriano; violines y flautas fueron llevados a ella para enseñar a algunos
de esos indígenas a tocarlos. Otro sacerdote, Ignacio María Tordesillas (1736-1789) abrió una
escuela de música y canto para indígenas en Gachetá. El pintor colonial Gregorio Vásquez de
Arce y Ceballos (1638-1711) dibujó ángeles que tocaban tiple; esos dibujos indican el hecho de
que en su época este instrumento ya había sido adaptado de la guitarra (José Ignacio Perdomo
Escobar, “Esbozo histórico sobre la música colombiana”, Boletín Latinoamericano de Música
[Bogotá], vol. IV, 1938, pp. 415-421).
20 En realidad, si se analiza la música popular de otras naciones (el corrido mexicano, el joropo
venezolano, el maxixe uruguayo, la cueca chilena, la mejorana panameña y otras), se encuentra
un sorprendente número de analogías técnicas, que señalan su común origen español.
21 El bambuco se convirtió en la música nacional durante la guerra de la independencia, cuan-
do las bandas militares desfilaron con él desde Venezuela hasta Bolivia.
194
22 Estos instrumentos no se afinan uniformemente con arreglo a las normas de la música eu-
ropea. No obstante, a los campesinos parece agradarles el conjunto resultante, que para oídos
“educados” sería cacofónico, musicalmente disonante y bastante primitivo. Con todo, esta mú-
sica tiene su encanto. En realidad, parece ser la mezcla de una escala pentatónica precolombina
con la escala diatónica de los compositores europeos
23 Los campesinos bailan el bambuco en tres formas: “espaldeao” (espalda a espalda), “hom-
breao” (hombro a hombro) y “derecho” (abierto). El hombre y la mujer ejecutan el baile inde-
pendientemente, pero se entregan a una coquetería mutua, se persiguen, intercambian tími-
das miradas y sonrisas, y utilizan sus sombreros y pañuelos a guisa de desafíos. Los pasos se
ejecutan con gracia, saltando ligeramente y al mismo tiempo lanzando un pie hacia el frente,
y cambiándolo por el otro pie al salto siguiente. El hombre se coloca las manos en la cintura
o detrás del cuerpo. La mujer se levanta la falda para facilitar el movimiento de sus piernas,
con lo cual adopta una posición muy garbosa. Uno de los bambucos más comunes es “El Gua-
tecano” de Emilio Murillo. Con frecuencia los músicos cantan la letra del bambuco mientras
los bailarines saltan.
24 Parece que Perdomo Escobar estaba equivocado cuando dijo que “la primera noticia del
aparecimiento de los aires populares colombianos conocidos hoy, solo se encuentra a raíz de
la epopeya de la Independencia” (Historia..., p. 253). Hay una referencia al torbellino como uno
de los bailes autorizados por el virrey Antonio Amar y Borbón para su baile de recepción en
1804 (cf. Posada, El 20 de julio, p. 74).
25 Si los músicos saben la letra de un torbellino, la cantan. Uno de los favoritos es “Tiplecito
de mi vida”, de Alejandro Wills.
195
Lucerito de la palma,
Decile a la palmerita
Que se baje a los olivos
Que mi amor la solicita.
El hombre que queda viudo
26 Si no hay suficientes mujeres presentes en un baile, los hombres bailan unos con otros; las
mujeres hacen otro tanto si no hay hombres suficientes.
27 El canto de coplas en Saucío es muy semejante al del Valle de Tenza, del cual se ha transcrito
música. Parece que ambos lugares pertenecen al mismo grupo cultural. (Medina y Tamayo,
vol. I, p. XXXII).
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Yo ya no como más
Porque no me da la gana;
Si me dieran aguardiente
Yo cantaría hasta mañana.
Ya se acabó el arbolito
Donde dormía el pavoreal;
Ahora dormir en el suelo
Como cualquier animal.
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Creencias populares
La descripción cultural del campesino no quedaría completa sin com-
prender sus supersticiones y creencias, porque los espíritus y fantasmas
son absolutamente reales para él. En Saucío cualquiera puede relatar
uno o dos cuentos acerca de acontecimientos sobrenaturales que le han
ocurrido, y esas narraciones tienen el sabor rancio de fábulas seculares.
Aunque todos los días pueden aparecer nuevos espíritus, los que están
más arraigados en la mente de los campesinos son tan viejos como el río,
sin edad como el viento y la lluvia, inmutables como los lagos en que
moran, o eternos como las rocas que encauzan su progreso. Los hechice-
ros chibchas no se avergonzarán de sus herederos modernos, los teguas,
que todavía pueden combatir las brujerías con otros actos mágicos.
Ningún nuevo espíritu importante ha aparecido en épocas recien-
tes, ni se han formado nuevas creencias que puedan reemplazar a las
antiguas. Parece que, en su mayoría, los seres mitológicos de Saucío se
28 Añez, p. 35.
29 Las palabras de la primera estrofa de este alegre y rápido torbellino son las siguientes: “Tiple-
cito de mi vida, pedazo de mis montañas, cómo suenan de sentidas tus notas en tierra extraña”.
198
199
31 Un informante explicó que la manera de actuar para descubrir un tesoro encerrado era: “Ante
todo, cuando uno ve que viene una luz, no debe huir; debe esperarla sin moverse, pues de todos
modos el espíritu no se acercará mucho. Después uno debe preguntar: ‘Alma bendita, de parte
de Dios o de parte del diablo, ¿qué necesita?’ Y el espíritu hablará para pedir que en la iglesia se
canten cierto número de misas, cuyo pago le será provechoso en el purgatorio. Finalmente, el
espíritu pide que uno le entregue su sombrero, o la ruana u otra pieza del vestido. La luz lleva
esta pieza flotando en el aire hasta el lugar exacto en que el dinero está enterrado. Y después de
dejar caer el objeto en dicho punto, desaparece”.
“La persona debe comenzar a cavar inmediatamente, pero no debe decir una sola palabra. Ningu-
na otra persona debe acercársele (por este motivo es mejor cavar de noche). Si uno habla, aunque
solo sea para murmurar ‘Qué bueno’, o ‘Ah’, o si otra persona se acerca, se produce un terrible
ruido debajo de la tierra causado por la huida del dinero a un nuevo lugar desconocido”.
“Tan pronto como sean desenterrados la caja, el baúl o las ollas que contienen el tesoro, se
debe arrojar agua sobre ellos. El agua salada es mejor. Entonces se acaba el encanto”.
32 El respeto por los espíritus también se mantiene mediante un espantoso asno negro en Ha-
toblanco y un sacerdote sin cabeza que surge de una alcantarilla debajo del camino.
200
del lecho y salir de sus casas sin temor o aprensión. Pero tan pronto como
el sol se oculta y sobreviene la oscuridad, cuanto menos tiempo pasen
fuera, mejor será, si desean evitar un encuentro personal y repentino con
lo sobrenatural. Acostarse temprano es prudente. Desde luego, hay for-
mas mejores de ofrendar penitencia a Dios, y maneras más agradables de
acomodarse a este mundo, que la de coquetear con espíritus inestables y
a veces severos.
Los principales elementos culturales del animismo de Saucío son los
“encantos” o “mohanes”. Pueden considerarse intrínsecamente como espí-
ritus; pero solo vinculados con fenómenos físicos. Como en la época de
los chibchas, los ríos, los lagos, las montañas y las cañadas son lugares que
ocultan encantos. Estos son todopoderosos. Van al frente de las aguas que
se desbordan en una inundación repentina hasta que encuentran pasajes
rocosos, y regresan a sus palacios por vías subterráneas. Por este motivo
los campesinos creían que la Represa del Sisga no podría resistir el poder
de los espíritus del río, ya que los encantos seguramente no atravesarían
por el nuevo túnel que se estaba construyendo, sino por entre las paredes
del cañón, como de costumbre. (El cañón estaba siendo terraplenado para
construir la represa). Los espíritus del río Sisga habían sido vistos varias
veces por dos ancianos de La Guajira, quienes sostenían que esos encantos
(como otros observados en el río Bogotá) tenían forma de vacas, la pri-
mera vez, y de cerdos, la segunda. Cuando se les preguntó mucho después
por qué la Represa del Sisga aún resistía la oposición de los encantos, los
campesinos respondieron que los espíritus debían haberse mudado. Nadie
indicó por qué motivo. Pero se sabe muy bien: que los espíritus del agua
no solo viajan bajo tierra, sino que también pueden tomar forma humana
y caminar de un lugar a otro (véase más adelante).
Mediante lluvia y viento, los encantos o mohanes impiden que los
hombres se acerquen a sus moradas. Se sabe, por ejemplo, que los espíri-
tus de la montaña del Choque son feroces. En. efecto, ningún campesino
se atreve a escalar esa cumbre, ni siquiera en Viernes Santo, cuando se
cree que allí, en una áurea iglesia subterránea, se canta misa. También
los mohanes se definen como pequeños seres encantados que se con-
vierten en piedras o serpientes cuando son tocados por manos humanas.
Los mohanes parecen ser, en consecuencia, las mismas deidades a que
los chibchas rendían culto, las mismas serpientes en que se convirtieron
Bachué y la cacica de Guatavita en la época precolombina, o aquellas pie-
dras sagradas que representaban al antiguo Hunzahuá, el rey incestuoso.
El dominio de la naturaleza que tienen los espíritus parece ser un eco del
antiguo poder de Chibchacum y de Bochica sobre el viento, la lluvia y las
201
33 Sabedores de esta práctica indígena de rendir culto a los lagos, los españoles y muchos otros
han tratado de recobrar parte de los tesoros sumergidos. Ha habido intentos periódicos de
drenar los lagos de Guatavita, Siecha y otros, que eran sitios de fabulosas ceremonias. Algunos
de estos intentos han tenido éxito en parte, habiéndose descubierto varías suntuosas piezas de
metalurgia indígena. Véase información al respecto en Triana, La civilización Chibcha, pp. 156-
161; Zerda (Edición Cahur, 1948), pp. 15-21; Bollaert, p. 15; Zamora, Historia de la provincia, vol.
II, p. 202.
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En cierta época se organizó una compañía para drenar ese lago. Pero
en las primeras horas del día en que se había fijado el comienzo de los
trabajos, algunos campesinos que se dirigían a Chocontá encontraron
a un anciano que llevaba un pesado fardo a la espalda. Y el hombre
así cargado habló: “Digan a esos pendejos que vinieron a robarme mis
riquezas, que me encontrarán en Pantanitos” (otra zona pantanosa no
muy lejos de la Laguna Negra). Los campesinos quedaron petrificados de
espanto mientras el anciano, que era el propio encanto de la laguna, se
alejó rápidamente con el tesoro a la espalda. Naturalmente, la compañía
fracasó en su intento de encontrar mucho oro en la laguna.
Lo ocurrido en Fúquene es más reciente. Los campesinos de Saucío
dicen que hubo dificultad considerable para construir una parte del
ferrocarril de Zipaquirá a Chiquinquirá, o sea la parte que bordea el
lago de Fúquene. Aunque los rieles fueran tendidos un día, a la mañana
siguiente se descubría la obra destruida. Esto ocurrió varias veces: los
trabajadores siguieron construyendo y reparando en el mismo lugar.
Entonces un día, con su paciencia ya agotada, el encanto del lago apare-
ció ante los hombres en forma humana. “Ustedes están invadiendo mi
palacio”, dijo el espíritu con voz estentórea; y desapareció. Los aterro-
rizados trabajadores decidieron prudentemente trasladar a otra locali-
zación el terraplén del ferrocarril. Se debe observar que en el extinto
idioma chibcha, la palabra fúquene significa “la cama del dios Fu”.34 Qui-
zás el dios Fu todavía tenga su lecho en la laguna, aunque la trepidación
de los trenes que pasan y el sonido penetrante de los pitazos deben
hacer actualmente muy incómoda su antigua morada.
Un ejemplo de antropomorfismo europeo es el relato sobre Piedras
Gordas en Puebloviejo. Estas son tres piedras, una de ellas con una pro-
funda ranura que corre paralela al suelo, y las otras dos de forma aná-
loga a la de los discos de tejo. Se cree que el diablo estaba transportando
con un “cuán” o cordel la piedra de la ranura a Guateque, para construir
un puente. Por el camino se puso a jugar al tejo con tal interés, que
la aurora lo sorprendió en Puebloviejo. El diablo dejó caer las piedras
mientras corría precipitadamente hacia su antro.35
Como resultado de todas estas creencias, los campesinos respetan
profundamente los lagos, las montañas y las rocas. Ningún agricultor
habla nunca de nadar en esos lagos, por ejemplo, y ni siquiera de lavar
allí sus ropas. Cuando los campesinos pasan cerca de Piedras Gordas y
34 Triana, p. 178.
35 Un relato semejante fue registrado por Triana en Sutatáusa (ibid., p. 200).
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como la de no andar sobre los retoños del trigo y espantar a las gallinas
alejándolas de las plantas de papa. También se le acostumbra a tener
respeto por los bienes ajenos.2 Sin embargo, parece adquirir la tendencia
a aprovecharse de las situaciones cuando entra en contacto familiar con
un grupo extraño, especialmente en asuntos económicos. Esta actitud,
desde luego, ha podido resultar del convencimiento de que en la vereda
no hay nada que valga la pena de robar, excepto el ganado y las ovejas
(y estos son difíciles de ocultar), en tanto que en otras partes hay toda
clase de tentaciones.
A los niños les resulta difícil mentir, pero a medida que crecen
adquieren práctica en evitar decir la verdad. Con frecuencia los jóvenes
responden a una pregunta con verdades o falsedades a medias, dando
la apariencia de certidumbre inocente. También dicen “sí” cuando quie-
ren dar a entender “no” sin revelar ningún signo aparente de esfuerzo
mental. Los padres enseñan a los hijos a emplear cierto grado de cautela,
especialmente cuando son abordados por extraños. Los niños general-
mente huyen cuando se acercan personas desconocidas, y tales actos
se justifican tanto por parte de los padres como de su prole: en efecto,
después de todo, las experiencias que muchos campesinos han tenido
con personas extrañas no han sido muy felices que digamos. Cuando
estas personas son de algún nivel social, tales como intermediarios
en las transacciones de mercado, funcionarios del censo, vendedores,
hacendados, inspectores, maestros, médicos, dentistas y abogados, los
saucitas consideran que ellas se dedican a explotarlos y engañarlos. Y en
realidad, al estudiar la historia de las relaciones entre los campesinos y
las clases superiores, resulta evidente que se justifica la cautela con que
los campesinos se acercan a los extraños.3
2 Los habitantes urbanos y las clases superiores consideran generalmente a los campesinos
como a ladrones en potencia. Esto puede ser verdad tratándose de algunos de los que emigran
de las zonas rurales, especialmente después de que se familiarizan con el ambiente urbano. En
Saucío los hurtos son raros, y las gentes parecen esforzarse por conservar una reputación de
honestidad. Quizás lo hacen a causa del control restrictivo de la intercomunicación rural o de
la intimidad y solidaridad que prácticamente comprenden la totalidad de la vereda. Los únicos
ladrones conocidos en Saucío son proscritos sociales. Por eso se compele a los niños a evitar
esa clase de sanción social.
3 Este acondicionamiento histórico se examina en el capítulo 15. AI respecto Miguel Triana
formuló las siguientes observaciones en 1921: “Bajo la mirada escudriñadora del psicólogo, [el
campesino] ofrece interesantes puntos de estudio. Con la gorra descopada en la mano, en hu-
milde actitud, no parece someterse al análisis, pues adopta un semblante hierático, tranquilo y
risueño, tras el cual oculta una incisiva investigación, desconfiada y suspicaz: el observador es
objeto, a su turno, de observación... mientras el [campesino] se sitúa tras de parapeto a mirarlo
con sus ojillos velados y a escucharlo socarronamente, analizando y pensando e interpretando,
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si se quiere con estúpida malicia, cada palabra y gesto. Esas dos inteligencias enfrentadas no se
entienden: el [campesino] piensa que se le engaña y se anticipa a engañar... Aparenta siempre
un suave afecto a su patrón.... diminutivos cariñosos, respeto y hasta oportunos servicios. Pero
se engaña dulcemente quien cuenta con la seguridad de esos amores; pues [el campesino] no
ama a nadie” (La civilización chibcha, pp. 20-21).
4 Este descuido en materia de aseo personal parece ser un elemento adquirido por los cam-
pesinos en la época colonial. Los cronistas están de acuerdo en que los chibchas eran muy
aseados, tanto en sus personas como en sus hogares; en fuentes de agua y arroyos celebraban
ceremonias y con frecuencia habla baño colectivo. Probablemente el aseo personal comenzó a
desaparecer cuando en 1574 los españoles hicieron obligatorio el uso de la ropa; véase Groot,
Historia eclesiástica, vol. I, pp. 154, 507-516; cf. Fals Borda, “Notas sobre la evolución...”, p. 141.
Los indígenas aparentemente continuaron aseando sus cuerpos, pero descuidaron el lavado
de sus nuevas ropas, lo que constituyó un factor de difusión de enfermedades y epidemias.
Finalmente, imitando a los españoles, parece que los indígenas olvidaron considerablemente
la costumbre de limpieza que era notable en sus antepasados.
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Los únicos grupos infantiles de juego que pueden verse son los forma-
dos por hermanos. No hay pandillas y el intercambio social se mantiene
dentro del núcleo de la familia. Son excepciones a esta regla los grupos
escolares y los que se forman en el camino hacia la escuela o desde esta,
así como los que ocasionalmente se encuentran en las tiendas mientras
los mayores juegan al tejo y beben. Sin embargo, tales grupos son secun-
darios en importancia emotiva. La falta de pandillas se debe en gran
parte al hecho de que los niños son ocupados en los trabajos agrícolas de
sus respectivos hogares; tal falta de contactos con niños de otras fami-
lias es quizás uno de los factores que fomentan el individualismo, en el
sentido de egocentrismo, tan evidente en el adulto.
Quizás el día más importante de la última parte de la infancia es el
de la primera comunión. Ese día representa la culminación de la prepa-
ración religiosa que el niño recibe de la madre, cuando ella le enseña a
arrodillarse ante los santos, a descubrirse, a hacer la señal de la cruz y a
rezar los responsos. En efecto, algunas de las primeras palabras que el
niño aprende son “Ruega por nosotros”, las que repite al unísono con
sus hermanos mayores, o “Ave María” que la madre pronuncia frecuen-
temente al hacer las preces. Esta importante preparación se adquiere
ante el altar de la familia, en la sala o en la alcoba, donde la madre reúne
a sus hijos antes de acostarse. De todos modos, cualquier deficiencia en
esta preparación para la primera comunión es corregida en la escuela,
donde se enseñan otras oraciones, la doctrina y el catecismo. Cuando
el niño está listo para la ceremonia, ya habrá adquirido el hábito de ir a
la iglesia todos los domingos, primero con sus compañeros de escuela,
después con sus padres y finalmente solo. También para entonces ya
habrá adquirido las actitudes fundamentales y habrá cimentado la con-
ducta de un buen católico —actitudes y conducta que por regla general
permanecen intactas durante toda la vida de adulto—, tales como el res-
peto por el sacerdote y la Iglesia, el temor y la adoración para con los
santos, una gran confianza en Dios y en sus designios respecto a los
hombres, la guarda fiel de los días santos, la asistencia oportuna a la
misa, la disposición a cumplir la penitencia y la seriedad en el cumpli-
miento de las promesas sagradas.5 De este modo, para el gran día de la
primera comunión y como recompensa bien merecida, el niño es obse-
quiado con ropa nueva, cirios, flores, breviarios y todos los elementos
necesarios para la ceremonia, convirtiéndose así por un momento en el
miembro más importante de la familia.
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Niñita de la mantilla
Que te vas a cautivar:
Cómprate la mantequilla,
Que harto cuero te han de dar.6
6 La mantequilla no es utilizada por los campesinos como alimento, sino para dar masajes y
reducir inflamaciones (véase el capítulo 9).
7 Los aguinaldos son apuestas humorísticas; las candeladas son hogueras que se encienden
en los patios en la noche de la Inmaculada Concepción, a comienzos de diciembre (véase el
capítulo 14).
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8 En este aspecto de la austeridad es donde se observan más vívidamente las diferencias cul-
turales entre el saucita y el campesino de la costa atlántica. El pueblo costeño es efervescente,
habla en voz alta, es efusivo y demostrativo al encontrar amigos, así como de risa fácil.
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Vejez y muerte
Los ancianos trabajan en los campos, llevan los productos agrícolas al
mercado y se embriagan como de costumbre, hasta el día en que enfer-
man sin esperanza de curación. Los viejos son fuertes. Una mujer que
tiene aproximadamente ochenta años de edad visita con frecuencia a
parientes que viven a más de siete kilómetros de distancia, andando
por senderos de montaña; camina en ambos sentidos el mismo día y de
regreso baja cargada con una cantidad de leña para su cocina, suficiente
para el consumo de una semana.
Pero la autoridad de los ancianos disminuye. Como los vínculos
filiales, robustecidos durante los primeros años de las relaciones entre
madre e hijo, son suficientemente fuertes para soportar las crisis y los
problemas a que hacen frente los ancianos, los hijos acuden en su ayuda
siempre que es necesario. En realidad, la organización de la familia es
tal, que los viejos quedan al cuidado de sus respectivos hijos.
La muerte congrega a toda la familia en torno al ataúd. Los campe-
sinos llevan a sus muertos por todo el camino desde sus hogares hasta
Chocontá para enterrarlos con la asistencia espiritual del cura y en tierra
sagrada.10 Se llora y reza mucho. Después del segundo día, el sacerdote
preside la procesión del entierro en Chocontá y a esta ceremonia asisten
amigos y parientes. Al salir el cadáver, en la habitación principal de la casa
se erige un altar en forma de tumba, envuelto en telas negras. Este altar se
conserva durante los primeros nueve días y a veces por un plazo mayor.
Las viudas y las hijas guardan luto riguroso, vistiendo de negro de
pies a cabeza; los hombres usan un botón cubierto de tela negra o una
faja negra en la solapa de la chaqueta. Durante cierto número de meses
se abstienen de visitas y fiestas. La longitud del período de luto varía
según el grado de parentesco con el muerto; usualmente es de uno o dos
10 Esta regla en materia de entierros fue impuesta por primera vez en 1556 por el arzobispo
Juan de los Barrios (Groot, vol. I, p. 493).
226
El mito y la evidencia
Desde su infancia, el campesino de Saucío se encuentra ante una vida
difícil, para la cual debe estarse preparando. Al niño se le enseña, prin-
cipalmente mediante amenazas y castigos corporales, a no pedir mucho
y a contentarse con lo poco que tiene. Al principio, como cualquier
otro niño, es vivaz, curioso, sonriente y emprendedor; como no tiene
juguetes, los fabrica con sus propias manos. Pero a medida que crece,
se le va desanimando de demostrar iniciativa, y comienza a adoptar las
actitudes solemnes y las pautas de conducta de sus padres y hermanos
mayores, actitudes y pautas que opacan la viveza y el ánimo alegre de
los primeros años. También aprende el comportamiento religioso y las
técnicas agrícolas a temprana edad, y las absorbe sin discutirlas.
Hay un intenso egocentrismo. El niño no participa en grupos de jue-
gos con sus vecinos. En vez de jugar en pandilla, hace volar sus cometas
o juega solitario con sus trompos en el patio de la casa. A los diez u once
años de edad abandona la escuela y es obligado a trabajar como peón
agrícola. Siendo ya para entonces un hombrecito, comienza a cuidar de
sí mismo. El secreto y la reserva rodean la mayor parte de sus actos
desde que comienza la adolescencia.
Las muchachas son educadas con la única finalidad de que se convier-
tan en amas de casa. Pasan toda su vida dedicadas al hogar, a unas cuan-
tas tareas agrícolas y a criar los hijos. Tan pronto como una muchacha
contrae matrimonio, queda sometida a la autoridad de su marido, por-
que la familia es patriarcal. La esposa no puede administrar su propio
hogar; de ella se espera principalmente que sea una buena trabajadora
y una compañera fiel.
En materia de conflictos, el campesino parece haber adquirido un
orgullo puntilloso y un sentido de culpabilidad algo cínico. Hiere o mata
sin ningún aparente remordimiento. Su sentido del honor y su orgullo
personal parecen estar siempre en una tónica elevada, y puede tomar
como amenazas acontecimientos de menor importancia o simples pala-
bras o bromas. Es paciente y calmado; pero cuando tales amenazas,
pequeñas o grandes, lo lanzan a la acción, se vuelve ciego, fanático y
con frecuencia cruel. Sin embargo, la lealtad a un partido político que se
hereda en la familia, le garantiza el respaldo de esta.
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11 El último caso de suicidio que los informantes pudieron recordar había acontecido hacia
el año de 1945. La suicida era una muchacha aparentemente abandonada por su amante, que
se lanzó al paso de un tren. Este acto suyo fue considerado perfectamente irracional por los
campesinos, quienes trataron de explicarlo como una consecuencia de haber tomado ciertas
hierbas. Según los campesinos, esta muchacha en realidad no podía saber lo que estaba hacien-
do. Fuera del motivo religioso (pues un católico romano no debe morir sin haber recibido la
extremaunción), la rareza de este mal social en Saucío indica la clase de integración lograda por
el vecindario, a pesar del individualismo de sus miembros. Además, parece que la resignación
tomara el lugar de los deseos que todos saben imposibles de realizar. Las gentes rurales han
aprendido a no esperar mucho de la vida.
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12 Esto ha sido sostenido por algunos sociólogos colombianos, quienes han adoptado las posi-
ciones extremas de Lapouge, Enrico Ferri, Galton y Lombroso, entre ellos Luis López de Mesa
en su Introducción a la historia, pp. 24-27, Miguel Triana (pp. 26-30), Juan C. Hernández en su
Prehistoria colombiana (Bogotá: Editorial Minerva, 1936), pp. 59-60, 91-101, Arcesio Aragón en
sus Nociones elementales, pp. 105-111, Armando Solano en su “La melancolía de la raza indígena”,
obra reproducida en el Suplemento Literario de El Tiempo (Bogotá), noviembre 15 de 1953; y
otros. Estas ideas han sido difundidas mediante artículos de periódicos, cuyos autores han
hecho referencias pasajeras a la “malicia indígena” o a la “melancolía indígena”, sin explicar el
carácter de esa malicia o esa melancolía. “El mal [de la pasividad boyacense] está en la sangre,
en el ancestro unido al paisaje; solo injertándole tejidos vivos podrá salvarse Boyacá para la
patria”, se declaró en uno de tales artículos en El Tiempo, el 14 de febrero de 1951.
Hernández ofreció esta explicación parcial de la “melancolía indígena”: “La tristeza del in-
dio del altiplano [léase campesino] es una tristeza patológica proveniente de la falta de oxí-
geno, unida a la mala alimentación. Esa tristeza tiene todos los caracteres psicopáticos de
una tristeza pasiva: depresión, cansancio, desaliento moral, resignación, abulia”. Véase Juan C.
Hernández, Raza y patria (Bogotá: Editorial Dulima, 1931), pp. 65-66.
229
El marco institucional
Las gentes de Saucío no tienen una capilla ni un sacerdote residente dedica-
dos exclusivamente al bienestar espiritual del vecindario. Todos los saucitas
van al espléndido edificio de la iglesia de Chocontá, cuya construcción fue
iniciada en el decenio siguiente a 1880 por el padre dominicano Fray Calixto
Velver, y que solo fue terminada en 1954 por el Padre Jaime Delgado, párroco
actual.1 El Padre Delgado terminó la estructura levantando dos torres, deco-
rando el interior, embelleciendo las imágenes, comprando altoparlantes para
llevar su voz hasta la plaza, y haciendo otras innumerables mejoras. La iglesia
1 Entrevista personal con don Juan Porras, en septiembre de 1952. González Cárdenas declara
que los padres dominicanos tuvieron un convento en Chocontá desde la época de la conquista
hasta 1910 aproximadamente, cuando el pueblo fue convertido en parroquia bajo la jurisdic-
ción del Arzobispo de Bogotá. Recientemente fue transferido a la jurisdicción del Obispo de
Zipaquirá. Fray Velver demolió el antiguo edificio que había sido construido en el decenio
siguiente a 1560 y destruido en parte por un rayo en 1770. La casa cural, que había sido cons-
truida junto a la iglesia, se incendió durante la misma tempestad y los valiosos archivos que
contenía se perdieron. Esta casa se incendió de nuevo en 1840, año en que se inició la construc-
ción de la estructura actual, de adobe y teja. (Historia de Chocontá, passim).
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2 Parece que Tilatá se ha dedicado tradicionalmente a la cría de ganado bravo. Se sabe que en
la época colonial sus propietarios jesuitas criaban toros de lidia en su hacienda de Tilatá; Pardo
Umaña, “Creación de nuestras razas finas”.
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3 Entre las apuestas y condiciones de aguinaldos, merecen mencionarse las siguientes: “Pajita
en boca” exige que las dos personas lleven permanentemente una paja entre los labios, y si
uno de los que apuestan este aguinaldo es visto por el otro sin dicha paja, el primero pierde
la apuesta. En el aguinaldo de “sí y no”, las personas se comprometen a contestar a todas las
preguntas invariablemente con un “sí” o un “no”, y el que deja de responder según lo estipula-
do, pierde la apuesta. “Dar y no recibir” exige que la persona no acepte nada de su adversario,
quien, por regla general, utiliza a un amigo común para lograr ganar. “Pisar el quicio” exige que
la persona se abstenga de pisar el marco inferior de las puertas por un número determinado
de días. La persona que padece del aguinaldo de “no contestar saludo” debe ignorar cualquier
clase de saludos. Hay muchos otros de estos desafíos humorísticos.
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4 Esta parece ser una supervivencia del rito colonial llamado “yemogoes” o pago de diezmos a
la iglesia en forma de productos agrícolas y pecuarios.
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Reverencia y temor
Para el campesino de Saucío, el espléndido edificio de la iglesia de Cho-
contá es verdaderamente imponente. Los agricultores en su mayoría
viven en chozas donde difícilmente se encuentra algo que pudiera con-
siderarse como una comodidad: así, el contraste entre sus hogares y la
iglesia exalta sus espíritus. El hombre rural se sobrecoge en un profundo
silencio al entrar al santuario. Ningún rasgo expresivo ilumina su rostro.
Devotamente se arrodilla, e inicia luego su rezo, persignándose periódi-
camente. En el momento de la elevación no se atreve a mirar la hostia
eucarística. Las campanas que doblan en ese momento indican a los que
están fuera de la iglesia, en el pueblo y en los campos, que deben sus-
pender lo que estén haciendo, descubrir sus cabezas y orar, hasta que
las campanas tañen nuevamente. Algunos agricultores se arrodillan en
el lugar en que se encuentran y se santiguan.
Muy raramente o casi nunca el campesino trabaja en domingo o en
día de fiesta religiosa. Los trabajadores de la Represa del Sisga contrata-
dos en Saucío no trabajaban en esos días, aunque se les ofreciera sala-
rio doble. Nada es más importante para el campesino que la misa y sus
obligaciones religiosas. Además, en contraste con los días feriados cívi-
cos, los días santos siempre se observan. En su mayoría, los saucitas no
conocen la importancia ni el significado de fechas históricas tales como
el 20 de julio (día de la Independencia) o el 7 de agosto (aniversario de la
Batalla de Boyacá). Si estas conmemoraciones nacionales ocurren entre
semana, los campesinos continúan trabajando como de costumbre, lo
que sería inconcebible si se tratara de un día santo.
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Religión e intemperancia
Aunque los saucitas prefieren ir a misa a ganar dinero adicional por tra-
bajar en día santo, se escapan asimismo hacia las actividades munda-
nas, después de haber asistido a los oficios divinos. Aquellos mismos
hombres devotos y ordenados que cargaron las imágenes de los santos
en una procesión, irán inmediatamente después a una tienda, donde
iniciarán una reunión para beber. Pronto se podrán escuchar entre tra-
gos de cerveza gritos de “¡Viva la Virgen del Carmen!” o “¡Viva Cristo!”
A medida que avanza la noche, la sesión podrá degenerar en una riña;
pero con mayor frecuencia terminará pacíficamente, aunque después de
algunas horas casi desenfrenadas.6
La hermandad aún contemporánea de la religión con el alcoholismo
entre los campesinos, parece provenir de un esfuerzo de los chibchas
por conservar la chicha como bebida ceremonial. Puede recordarse que
esta bebida ha sido declarada ilegal muchas veces, pero sin resultados
positivos. Parece que los indígenas acentuaron cada vez más su tenden-
cia a la embriaguez, a medida que se efectuaba la aculturación de su
religión. Indudablemente, todos los dirigentes que hasta 1948 han pro-
hibido el consumo de la chicha lo han hecho con buenas intenciones;
pero el desequilibrio socioreligioso creado por el primer impacto del
cristianismo español y de los cristianos7 en las ceremonias indígenas, ha
sido y seguirá siendo difícil de corregir.
6 Estas reuniones de “tomata” siguientes a una procesión o misa no son nuevas. Hay constan-
cia de que hasta 1690 los indígenas también se embriagaban después de las procesiones de
Semana Santa, y que lo hacían como parte integral de las celebraciones. El arzobispo Francisco
Cosio y Otero trató de poner fin a esa práctica (Groot, Historia eclesiástica, vol. I, p. 469).
7 Ninguna otra frase describe mejor el cristianismo del primer periodo de la conquista que
la famosa observación del Padre José Cassani de que “los españoles en América vivían como
cristianos sin cristianismo” (citada por Groot, vol. I, p. 23). Y es pertinente citar el siguiente
extracto del “Compendio historial” de Quesada, que es sumamente informativo: “El día de la
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La fe
El saucita tiene completa fe en Dios, en la Virgen María y en los santos,
y las oraciones que a ellos les dirige adquieren forma material al encen-
der cirios. Encender un cirio o una vela es un acto que tiene profundo
significado emocional, que es literalmente el de que mientras ese cirio
se consume frente a una imagen, una pintura o un cuadro sagrado, está
recordando constantemente al santo las peticiones que se le han ele-
vado. Con frecuencia cuando un ser amado está ausente, se enciende
una vela y se coloca en el suelo de la casa, frente a la imagen de un santo.
Los cirios nunca son apagados, sino que arden hasta que se consumen
por sí mismos.
Asunción de Nuestra Señora no era razón caminarlo; lo que se hizo en el entretanto fue que
el General [Quesada] y otras personas principales, se confesaran y comulgaran por ir con más
devoción a robar al cacique de Tunja, e ir más contritos a semejante acto, poniéndose con Dios
de aquella manera, para que no se les fuera el hurto de las manos...” (ibid., pp. 51-52).
239
Resignación y fatigabilidad
Uno de los resultados de la completa fe del saucita en Dios es una actitud
de resignación extrema. “Dios lo dio, Dios lo quitó”. Una cosecha buena
este año, una mala el próximo, todo se ajusta a los misteriosos desig-
nios de la Providencia. La conducta consecuente es de un negativismo
terco, con la ausencia del deseo de mejorar de condición, especialmente
si el esfuerzo correspondiente sobrepasa los límites más próximos de la
capacidad física, mental y económica. Por el contrario, los campesinos
se contentan con dejar estas cuestiones a la potencia sobrenatural de
Dios, y encuentran más fácil abstenerse de hacer frente a problemas
concretos. Por ejemplo, los saucitas creen que las epidemias son envia-
das por Dios, y por ese motivo no tratan de hacer algo para contrarrestar
los estragos que aquellas causan. Esta actitud fue la que prevaleció ante
el brote de fiebre aftosa del ganado en 1950. El gobierno nacional ordenó
que todo el ganado fuera vacunado; pero los campesinos de Saucío no se
preocuparon por hacer inmunizar al suyo. Según lo explicaban los agri-
cultores, “Esta enfermedad puede ser la voluntad de Dios”. Por eso se
abstuvieron de la vacunación. Después de todo, ¿no estaba el problema
240
8 Debe observarse que los campesinos de otras regiones de Colombia practican esta clase
de shamanismo. En la Costa Atlántica, en el Sinú y aun en los cercanos llanos, los teguas se
especializan en tratar las enfermedades del ganado; sostienen que curan mediante oraciones
secretas muchas infecciones causadas por gusanos.
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12 Entre los medios más eficaces de presentar el cristianismo a los aborígenes se encontraban
los ritos complicados y vistosos. Zamora escribió: “Y en las [naciones] de los indios obra más
que en todas el buen ejemplo, por ser muy inclinados a ceremonias”. (Historia de la provincia,
vol. I, p. 311). En gran parte esto se debía al natural interés que sentían los indígenas por las
formas externas del cristianismo, religión colmada del prestigio del conquistador que precipitó
al uzaque de Suba a pedir el bautismo pocos días después de la llegada de Quesada. (Aguado,
Recopilación historial, p. 136).
13 “Así como toda la enseñanza se reduce más al aire de la tonada que al sentido de las pala-
bras, solamente cantando saben por sí solos repetir a retazos algunas cosas, pero cuando se
les pregunta sobre algún punto no aciertan a concertar palabra, teniendo de lo poco que saben
tan escasa comprensión y firmeza de su sentido que, cuando se les pregunta quién es la San-
tísima Trinidad, unas veces responden que el Padre y otras que la Virgen María; pero si se les
reconviene con alguna formalidad para fondear sus alcances, mudan de dictamen, inclinándose
siempre a aquello que se les dice, aunque sean los mayores despropósitos”; Jorge Juan y Anto-
nio de Ulloa, Noticias secretas de América (Madrid: Editorial América, 1918), vol. II, p. 27; cf. J. M.
Restrepo, Historia de la revolución, vol. I, pp. XXVIII-XXIX, XXXII.
14 Cuando Fray Bernardo de Lugo compiló el primer diccionario de la lengua chibcha en 1619,
observó dificultades inusitadas de lenguaje. Encontró que muchas palabras cristianas funda-
mentales no tenían equivalente en chibcha: tal fue el caso con la palabra “alma”. La palabra
chibcha más aproximada a “alma” en su significado era fihizca, que significa “aliento”. “Ido-
latrar” era chunsoz-bquyscua traducida al chibcha, pero esta palabra significaba más “fabricar
tunjos de oro” (Uricoechea, Gramática..., pp. XLIX-L).
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15 Véase el capítulo 12. Los chibchas conservaron sus creencias y había manifestaciones públi-
cas de ellas hasta en 1665, cuando fueron prohibidas las “chirriaderas” de San Juan (Groot, vol.
I, p. 427). Hay algunos casos anteriores de franca religiosidad chibcha después de la conquista,
o del nuevo sincretismo, registrados por historiadores: el cacique de Cogua que murió tenien-
do en sus manos un crucifijo hueco, dentro del cual fue encontrada la imagen de Bochica (Si-
món, Noticias historiales, vol. II, p. 253); la ceremonia del manto blanco del “iraca” en 1575 (Pie-
drahita, vol. I, pp. 98-99: Castellanos, Historia..., vol. I, pp. 51-52, 186); la adoración de un ídolo
en forma de pájaro en Ramiriquí (¿el dios Súa?) en 1595 (Groot, vol. I, p. 204); la fiesta de los
“pendones” en 1604 (ibid., p. 237); la adoración de las palmas de Tabio en 1650 (Acosta, p. 273;
Groot, vol. I, p. 327); el templo subterráneo de Iguaque (Triana, La civilización chibcha, p. 159).
16 La Biblia es un libro prohibido. Un agricultor de Saucío tiene un ejemplar de ella, pero lo
oculta en un baúl y nunca lo lee.
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1 La palabra ethos se utiliza en el sentido de “carácter” que tuvieron en mira los griegos, es
decir, el tono distintivo o el efecto expresivo de un grupo, acontecimiento o estado de ánimo
colectivo, así como el poder moral de los modos en el drama clásico. Este término no se emplea
en el sentido de “carácter de grupo” con subsiguientes “temas”, “vinculaciones ideológicas”
y “pautas interactivas” (dominio-sumisión, exhibicionismo-actitud de espectador, agresión-
pasividad, etc.). No obstante, algunas de estas pautas interactivas se estudiaron en los dos
capítulos precedentes.
247
tan pronto como están en condiciones de irradiar las nuevas ideas. Esta
transición pírrica se lleva del vecindario hacia las ciudades a una gran
parte de los jóvenes así como a sus nuevas concepciones, desplazando
a estos que otean horizontes recién descubiertos, en tanto que quienes
permanecen en Saucío son principalmente los menos dispuestos a cam-
biar, las más resignadas víctimas del ethos tradicional.
Según se ha indicado, la familia es una fortaleza de conservatismo.
Pero el ethos de Saucío y el Weltanschauung de sus habitantes parecen ser
principalmente el resultado de la acción combinada de las instituciones
religiosas y políticas en todo el prolongado trayecto de cuatro siglos:
esas instituciones, en efecto, han tendido y aún tienden a ser acaparado-
ras y monopolistas con respecto a los asuntos culturales. No obstante,
tales instituciones no han dejado de lado a la familia. En realidad, han
actuado por medio de ella como grupo primario. Se explicó ya que el
acondicionamiento a los ritos religiosos, la satisfacción con la situación
reinante, el respeto a la autoridad (dominio-sumisión), la ideología polí-
tica, las actitudes de venganza y agresión, así como otras pautas de con-
ducta, son transmitidas, en su más eficaz forma, de padres a hijos. Por
lo mismo, Saucío ha estado condenado a convertirse en una sociedad
casi estancada y pasiva, como resultado de la acción combinada de: (1)
la familia, grupo conservador per se; (2) la influencia penetrante de las
instituciones religiosas que también son conservadoras y que desean
activamente mantener el statu quo; y (3) las situaciones vitales adversas
producidas por las instituciones políticas.
Desde luego, ser conservadoras y cautelosas ante el cambio son
características de las instituciones. Sin embargo, en las sociedades pro-
gresistas se observa que las instituciones conceden un margen para
modificaciones: su inelástico dominio acostumbrado se atenúa. El caso
de Saucío hubiera sido totalmente diferente, si las instituciones polí-
ticas y religiosas de la localidad, al unir sus fuerzas, hubieran dejado
algún margen para estimular el progreso y el cambio. Pero el tipo social
de este vecindario, como el de la China y el del Japón antes de Mutsu-
hito, se ha madurado y endurecido en el aislamiento. Hasta hace poco,
ninguna influencia había sido suficientemente vigorosa, como lo dijo
Cooley,“para horadar su coraza e iniciar un ciclo de transformación”.2
La pintura de este lienzo se completa ahora al tomar nota de la función
que ciertos acontecimientos e instituciones políticas han desempeñado
en la vida de Saucío. Se verá que cuando tales acontecimientos han sido
248
3 Especialmente en los precipicios de Suta, Tausa y Simijaca (Castellanos, Historia, vol. II, pp.
105-116).
4 Aguado, Recopilación historial, p. 207.
249
individuales, así como las ostras cierran su concha. Era esta una actitud
muy diferente de la que confiadamente había desplegado el entusiasta gue-
rrero chibcha que puso a prueba su habilidad como corredor contra el caba-
llo de Lázaro Fonte;5 o del comportamiento del uzaque de Suba que agasajó
a los españoles con positivo agrado, y que fue suficientemente vivaz como
para absorber de manera inmediata algunos de los elementos culturales
que los conquistadores trajeron;6 esta actitud reservada está en contraste
aún más patético con el acto de abierto desafío y de profunda confianza en
sus deidades, representadas por las momias de los antepasados, cuando
Tisquesuza las llevó en batalla contra Quesada.7
Parece que los chocontáes adoptaron conscientemente esta actitud
de disimulo, esforzándose por mantener una reserva mental y social. En
primer lugar, hubo resistencia contra el traslado a la reducción recien-
temente construida, aunque después se encontrase un modus vivendi.
Fue este una especie de resignación hipócrita y una represión de acti-
vidad que llegó a su culminación en la famosa burla de Saquesazipa.8
En realidad, desde luego, esto constituyó para los chocontáes un medio
de defensa y de resistencia colectivas. Para sobrevivir, los aborígenes
tenían que adaptarse a su situación de conquistados, y el temor a equi-
vocarse y a ser castigados ayudó a fomentar entre ellos una falsa acti-
tud de sumisión. Pero los chocontáes al parecer lo hacían con el deseo
íntimo de mantener aspectos de su cultura (lo cual pudieron lograr), y a
causa de la necesidad vital de evitar el disgusto del grupo dominante.9
Para esta finalidad de dominio, las instituciones políticas de los espa-
ñoles encontraron extremadamente útiles las de índole religiosa. El pro-
ceso de aculturación funcionaba mejor cuando ambas cooperaban. Así,
mientras que el derecho español establecía la institución de los corre-
gidores de indios y clasificaba a los indígenas como menores, los sacer-
dotes se ocupaban de ellos como si fueran hijos de Satanás. Mientras la
250
10 J. M. Restrepo, Historia de la revolución, vol. I, p. XXV. Cf. Juan y Ulloa, Noticias..., vol. I, pp.
287, 334-336; George Kubler, “The Quechua in the Colonial World”, Handbook of South American
Indians, vol. II, p. 403.
11 Groot, Historia eclesiástica, vol. I, pp. 316-319.
251
niveles. Pero las perspectivas de la vida entre las clases inferiores siguie-
ron siendo absolutamente deprimentes. Las instituciones políticas, que
se convirtieron en simples canales de tributación y recaudación de
impuestos, no promovieron la creación de industrias importantes en
Chocontá. La diaria rutina de la miseria llevó a la indolencia, como lo
atestiguan muchos informes enviados a los reyes de España por oidores
visitantes y por virreyes.12 Una rígida estratificación sociopolítica para-
lizó la aspiración a mejorar; la ignorancia fue el pegante utilizado por los
alcaldes, los jueces, los recaudadores de impuestos, para mantener a los
chocontáes firmemente adheridos al fondo de la escala social.
Por tal motivo, la idea de sublevación en esta Arcadia era difícil de cap-
tar. Se pensaba que los chocontáes nunca podrían rebelarse: en efecto,
estaban suficientemente inhibidos y condicionados, mansamente aco-
modados, totalmente bajo el control de lo político. Con todo, cuando
en un día de marzo de 1781 llegaron noticias de que un noble chibcha,
descendiente del zipa, había sido proclamado príncipe de Bogotá, los
chocontáes pudieron encontrar fácilmente un escape adecuado para
sus acumulados resentimientos y represiones. Resultó que la manse-
dumbre y la pasividad eran solo epidérmicas. Lo que se había iniciado
en El Socorro como motín de comuneros contra los altos impuestos, se
convirtió rápidamente en un movimiento nativista. Cuando las fuerzas
del príncipe Antonio Pisco y del jefe de los Comuneros, Juan Francisco
Berbeo, llegaron a Zipaquirá en mayo, los chocontáes les enviaron un
contingente bajo el mando de Juan Eugenio Melo.13
Pero unir fuerzas con los Comuneros fue una gran equivocación del
príncipe Pisco, de Melo, de los chocontáes y de los demás seguidores
indígenas. Si hubieran librado francamente una guerra nativista, al estilo
de la de Tupac Amarú, si se hubieran divorciado de los intereses mio-
pes de Berbeo y de los criollos,14 es posible que hubieran podido infundir
252
mayor impulso a su acción. Tal como ocurrieron las cosas, cuando Berbeo
aceptó las Capitulaciones en Zipaquirá, Pisco se encontró solo e impo-
tente; cuando aquel dio orden de desbandarse y regresar a los hogares, el
reinado de Pisco sucumbió. Mas el dirigente indígena había cometido ya
un delito de lesa majestad.
Aunque fracasó, este movimiento nativista fue ciertamente notable.
Los chocontáes se habían reunido en torno a un jefe indígena, habían
besado los estribos de su caballo, le habían seguido en busca de un
mismo fin, espoleados por amenazas de peligros comunes. Si logró algo,
esta rebelión momentáneamente devolvió a los indígenas la conciencia
de grupo que habían perdido desde la época de la conquista.
Pero solo hasta después que la revolución de los Comuneros hubo
terminado, otras actitudes profundamente arraigadas de los chocontáes
se manifestaron con mayor claridad. Aparentemente, esta traumática
experiencia de 1781 dejó tranquilos a los aborígenes.15 De todos los jefes
de los Comuneros, solamente José Antonio Galán, un criollo de Charalá,
tuvo el valor de intentar defender los derechos del pueblo. Estos habían
sido negados cuando las Capitulaciones no fueron aprobadas por el
virrey, y cuando la Real Audiencia de Santa Fe, después de haber jurado
solemnemente no ejercer represalias, adoptó medidas retaliatorias de
carácter alarmante. Infortunadamente, Galán no logró el apoyo de los
chocontáes y de los otros que antes se habían sublevado. Al fin fue cap-
turado por las autoridades, y descuartizado para escarmiento del resto
de los rebeldes.
Parece extraño que solo pocos meses después de la sublevación ini-
cial, los chocontáes hubieran retornado a su pasividad y a su indolencia
tradicionales. Si continuaron acariciando sueños de la antigua grandeza,
cuidadosamente los reprimieron una vez más, para realizar una fácil
vuelta al pasado conocido. Pero la explicación puede encontrarse en dos
factores: la llegada a Santa Fe de nuevas tropas llevadas de Cartagena
se dijo que esos capitanes habían firmado un documento en que declaraban que no eran res-
ponsables de sus actos, pues habían aceptado sus puestos de comando “solo bajo las amenazas
del populacho rebelde” (Galán, “José Antonio Galán”, pp. 246, 310). Según se comprobó, Berbeo
actuaba en busca del cargo de corregidor y juez en El Socorro.
15 La única excepción pudo haber sido la de los indígenas mineros de sal en Nemocón, quienes,
con autorización de Pisco, incendiaron la casa de la administración de las minas y se declararon
únicos poseedores de estas, por derecho de sus antepasados chibchas. Estos indígenas de Ne-
mocón (localidad situada a unos 32 kilómetros al suroeste de Saucío) se aferraron ferozmente
a su “propiedad” y solo fueron lanzados de ella después de encarnizadas luchas con las tropas
llegadas de Cartagena. Véase Luis Orjuela, Minuta histórica zipaquireña (Bogotá: La Luz, 1909),
pp. 295-342.
253
16 J. M. Restrepo, vol. I, p. 28; Galán, p. 295; Joaquín de Finestrad, “El vasallo instruido”, en Los
Comuneros (Bogotá: [Biblioteca de Historia Nacional] Imprenta Nacional, 1905).
17 Gustavo Otero Muñoz, Hombres y ciudades (Bogotá: Ministerio de Educación, 1948), p. 674.
254
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En ese siglo XIX, azotado por las guerras, muchos fueron infortunada-
mente los signos de desajuste y malestar social. Muchos saucitas también
perdieron sus tierras. La pobreza fue el resultado de este individualismo
desorientado e impotente en una sociedad despedazada. Cuando Mollien
pasó por Chocontá en 1823, observó el fenómeno abrumador de la men-
dicidad.19 En 1860, esta situación aún no se había modificado.20 Y cuando
el senador Hiram Bingham, de los Estados Unidos, pasó por Chocontá en
1906, todavía “el camino parecía bordeado de [mendigos]... Sus súplicas
plañideras nos seguían por millas”.21 Tal fue la suerte de la población de
Saucío en el primer siglo de vida independiente de Colombia. Los hábitos,
las costumbres, la capacitación o la ausencia de ella en los siglos anterio-
res, ayudaron a impedir que los campesinos alcanzaran una adaptación
adecuada a la vida democrática; por el contrario, los convirtieron en vícti-
mas de una sociedad que se jactó de ser ilustrada y progresista.
Un individualismo de esta clase, fomentado por las guerras, impuesto
al saucita por los caudillos políticos, o mediante la legislación que estos
aprobaban en el congreso, no fue un paso adelante. Tal individualismo
obligó a que el campesino se refugiara en un pequeño nicho, a fin de
sobrevivir. Con la atomización de su sociedad comunal, para el saucita
el individualismo significó el descubrimiento de los flancos desguarne-
cidos de su mente, el dramático reconocimiento de su impotencia y de
su carencia de habilidad para ejercer la lucha civil. Los campesinos con-
tinuaron siendo fácil presa para explotaciones de toda clase, desde la
económica hasta la de índole política.
257
22 Triana tiene una interesante teoría acerca del origen y la aparición de los gamonales en
Colombia: “Cuando por obra de las circunstancias [el campesino] se hace rico, adquiere alguna
instrucción o llega a alguna posición eclesiástica, social o política... se hace orgulloso y gasta
humos de aristócrata... Un párroco, un general, un gran propietario [de origen campesino],
ejercen su función social con altanería y pompa y se hacen obedecer y respetar autocrática-
mente. El gamonal es de génesis indígena: es el cacique incrustado en el régimen de una Repú-
blica aristocrática”. (La civilización Chibcha, p. 22).
23 Uno de los gamonales de Maldonado Neira, llamado Joaquín, garrapateó en un trozo de
papel dirigido a su jefe lo siguiente: “Las elecciones van bien en todas partes...” Joaquín a José
María [Maldonado Neira], Saucío, 11 de agosto de 1860 (?), DM/S-28. La familia Maldonado in-
tervenía activamente en la política. Maldonado Neira era miembro de la Cámara provincial de
Chocontá en el decenio siguiente a 1850, y parece que ciertos funcionarios del gobierno eran de
la misma familia (Salomón Maldonado, notario público en 1863, y Miguel Maldonado, notario
público en 1878). La autoridad de Maldonado Neira era visible en la forma bastante altiva con
que acostumbraba dirigirse a los funcionarios públicos de Chocontá (José María Maldonado
Neira al Juez parroquial primero, Chocontá, 31 de enero de 1860, DM/A-21). Esta familia trabajó
activamente en favor de la elección de Aquileo Parra como presidente de Colombia en 1876;
Parra era, por matrimonio, miembro de la familia Maldonado.
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Un ethos de pasividad
En resumen, pues, el ethos dórico de Saucío parece ser, en alto grado,
el resultado de experiencias traumáticas sufridas por esta comunidad
durante los períodos históricos de la conquista, la colonia y la república.
Esos fenómenos culturales, causados principalmente por la élite, han
proporcionado un impulso negativo tal, que la situación social y mental
de los saucitas se ha empobrecido. En términos generales, el temor al
otro mundo, la reserva y la hipocresía fueron grandemente acentuados,
el primero por los españoles y los otros dos por los propios indígenas,
durante el período inmediatamente posterior a la conquista. La resigna-
ción, la docilidad y el fatalismo fueron el resultado natural de las inflexi-
bles condiciones creadas en la época colonial. Finalmente, en el período
republicano se estimuló el individualismo mediante el caos y la guerra
civil, así como el fanatismo político por la explotación más completa de la
docilidad. El Weltanschauung de estos campesinos parece ser el resultado
de una acumulación lenta y continuada de esas ocho pautas y actitudes.
En una palabra, el grupo saucita ha desarrollado un ethos de pasividad:
aquella cualidad de moverse solamente cuando se es objeto de una fuerza
externa, o de recibir y soportar con poca o ninguna reacción.
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Finca típica
Imágenes de santos
Herramientas
Agricultura
Sábado Santo
En las tiendas
Arado de chuzo
Hornilla
Balanza romana
para pesar
Transporte desde
el mercado en sábado
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buenos, Saucío parecía ser una región en transición; podía ser interesante
comprobar el alcance de esa transición. La emigración y la movilidad verti-
cal parecían expresar tendencias definidas. Y, lo que es más importante, el
ámbito del posible vecindario y el número de sus habitantes parecían ser
controlables y bien adaptados a la tarea de un solo investigador. Porque yo
sabía que a mí exclusivamente me incumbiría efectuar las encuestas y las
observaciones y todas las demás tareas correspondientes a una investiga-
ción sociológica sobre el terreno, y esto solo en el tiempo que me dejaran
libre mis obligaciones corrientes en las obras de la Represa del Sisga.
Pronto resultó evidente que, como vecindario rural, Saucío era típico
de las regiones andinas de Cundinamarca y Boyacá, hasta el punto de
que tendencias y hechos comprobados en Saucío podían ser índices del
molde sociológico de muchas otras regiones y de sus habitantes. Este
descubrimiento me proporcionó un incentivo para emprender la inves-
tigación. Yo tenía dos propósitos principales: en primer lugar, reunir de
manera objetiva toda la información que fuera posible acerca de este
vecindario; en segundo lugar, analizar los resultados y formar con ellos
un estudio que permitiera captar los problemas de los campesinos como
un conjunto integrado. Pero aun en el caso de que hubiera fracasado en
ambos intentos, pensé que el esfuerzo valía la pena hacerlo.
El método de investigación
Consistía el primer problema práctico en determinar los medios y ele-
mentos para lograr los objetivos. La información directa y el contacto
personal se consideraron indispensables. Así, como núcleo metodoló-
gico, se utilizaron formularios, diarios de campo y observación por par-
ticipación. Tuve la esperanza de trasladarme a Saucío, donde pudiera
vivir con una de las familias de la localidad; y después de cuatro meses
de contactos y visitas, pude hacerlo. De esta manera tuve una buena
oportunidad de estudiar y observar la vida entre los campesinos, prácti-
camente en todos sus diversos matices.
Como el estudio de Tabio por Smith, Díaz Rodríguez y García era la
única investigación en que se habían empleado formularios sociológicos
en Colombia, me pareció lógico utilizar los de dicho trabajo para las pre-
guntas que habían de formularse en Saucío. Analogías culturales entre
Tabio y Saucío (ambas son comunidades andinas con los mismos ante-
cedentes hispano-chibchas) hacían parecer práctica la adaptación de las
preguntas, con solo las modificaciones que fuesen necesarias para satis-
facer las necesidades locales. Los formularios empleados finalmente en
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El trabajo de campo
Ya hacia octubre de 1949 había decidido efectuar el estudio de Saucío.
Pero antes de comenzarlo, consideré que sus cimientos debían colo-
carse muy cuidadosamente. Como forastero, primero me era necesario
establecer rapport con las gentes y ser aceptado por ellas. Así, como paso
inicial, adquirí algunos amigos que pudieran actuar como una especie de
cabecera de puente, desde la cual fuera posible una expansión.
Mi conocimiento personal con algunos obreros de la Winston que tra-
bajaban en la Represa del Sisga y que vivían en Saucío me proporcionó
la entrada que andaba buscando. Uno de estos trabajadores me fue par-
ticularmente útil. Después de haber acumulado ánimo y confianza, a
comienzos de noviembre expliqué claramente mis intenciones a este
exagricultor. Para atenuar el impacto cultural, también le manifesté que
deseaba aprender de él y de su familia la manera de sembrar y de cuidar
los cultivos. Ofrecí mi ayuda para la ejecución física de sus tareas agrí-
colas y me manifesté dispuesto a hacer todo lo que me fuera posible en
la cosecha venidera: esto, según insistí, si las gentes de la localidad me
enseñaban sus técnicas agrícolas.
Contra lo que yo esperaba, este saucita se interesó en el proyecto
y amablemente me invitó a visitar su casa. Allí, vestido con una ruana
típica, botas y pantalones de khaki, tuve ocasión de conocer a su fami-
lia. Aunque para demostrar mis intenciones honorables hice intentos de
trabajar con una hoz que se encontraba cerca, durante mi primera visita
los campesinos no me permitieron ejecutar ningún trabajo en su parcela.
No obstante, a medida que las visitas continuaban, el jefe de esta familia
comenzó a explicarme lo que estaba haciendo, y a enseñarme el empleo
adecuado del azadón para cosechar papas. Evidentemente esta era una
tarea difícil para un oficinista; también la situación fue tensa, si se tiene
en cuenta que corté con el azadón un buen número de tubérculos. Pero
los amigos campesinos no parecieron preocuparse mucho por esto.
En enero de 1950 comencé a realizar visitas semanales a las casas de
este y otros vecinos a los cuales pronto fui presentado. Comencé enton-
ces a formular preguntas acerca de las actividades agrícolas mientras
estas se realizaban. Al comienzo no escribía notas en presencia de los
campesinos; pero después de unos pocos meses de habernos conocido,
nadie atribuía importancia alguna a que yo tomara notas francamente.
Después de que compré una máquina de fotografía, tomé retratos y
entregué copias de estos a los agricultores, las gentes que hasta enton-
ces había conocido se tomaron aún más amistosas. Sobra decir que
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a) Herbología:
Nombre Popular Nombre Empleo
Alpacaya Primum payaca Fermentación de chicha
Ajenjo Artemisa absinthium * Enfermedades del estómago
Hemostático; agen-
Alfiler Erodium moschatum *
te sudorífico
Enfermedades del estómago;
Anicillo Tagetes pusilla *
para dar sabor a la chicha
Barbasco Polygonum hydropiperoides * Hierba ictiotóxica
Birabira Inuleae gnaphalium (?) Agente sudorífico
Borrachero Datura arborea Estimulante y veneno
Enfermedades del estó-
mago; el producto (canela)
Canelo (?)
se emplea para dar sa-
bor al agua de panela
Cargarocío Alchemilla (aff. Aphanoides) * Tos
Chicoria Cichorium intybus Medicina general
Chilco Baccharis polyantha * Medicina general
Enfermedades del hígado;
Chisacá Spilanthes americana
alimento para ganado
Adorno,; fiebres y
Chupahuvo Sedum sieboldii *
hemorroides
Cilantro Coriandrum sativum * Para condimentar sopas
Agente diaforético; para hacer
Cola ’e caballo Equisetum bogotense (?)
escobas cuando está seca
Espiguilla (?) Dolores abdominales
Agente diaforético; para hacer
Eupatoria Stevia bogotensis
escobas cuando está seca
Fumaria Apium leptophyllum * Dolores abdominales
Para condimentar sopas;
Guascas (?)
alimento para ganado
Para finalidades medici-
Higuerilla (aceite) Gunnera, sp. * nales y rituales (ilumi-
nación de imágenes)
Hinojo Foeniculum vulgare Medicina general
Jarilla (?) Medicina general
Dolores de cabeza y de
Jome Heliantheae, sp. *
estómago, resfriados
Aplicación externa a ma-
Lunaria (?)
gulladuras o contusiones
Mano ’e león (?) Medicina general
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c) Frutas:
Cereza Prunus capuli
Curuba Passiflora mollissima
Mora Rubus bogotensis
Uchuva (?)
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e) Pastos y forrajes:
Alpistes Phalaris, sp.
Altamisa Ambrosia artemisaefolia
Brama Bromus inermis
Cajicá (?)
Carretón Trifolium, sp. *
Cerraja Lactuca inthybea *
Kikuyo Pennisetum clandestinum
Lengüevaca Rumex crispus *
Mastranto Salvia palaefolia *
Meona (?)
Pasto azul Dactylis glomerata
Pasto poa Holcus, sp.
Raigrás Lolium, sp.
Rodela Rumex acotosella
Tomate Paspalum, sp.
f) Árboles:
Aliso Alnus jorullensis
Arboloco Polymnia pyramidalis
Arrayán Myrtus foliosa
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campo, se alcanzó por medio del contacto personal y afectivo con los
agricultores de la región, hasta llegar al punto de ganar no solo su amis-
tad sino su confianza y respeto. Sin este trabajo previo de acondiciona-
miento para el cambio social por medio de contactos cuidadosos, no se
habría podido hacer un solo experimento, ni se habrían podido culminar
las observaciones debido a los fracasos que ocurrieron. El autor quiere
expresar su agradecimiento a estos agricultores y al mismo tiempo hacer
resaltar que nuestros campesinos tienen gran madera para recibir y mul-
tiplicar los planes de fomento que se les presenten. Solo que es necesa-
rio proceder con paciencia, respeto, hasta con humildad, y a la vez con
pleno conocimiento de los factores humanos y técnicos que intervienen
en la complejidad estudiada.
Introducción de la guadaña
El primer experimento, y el que tomó mayor tiempo para poder definir
sus ventajas y desventajas en las circunstancias locales, fue la introduc-
ción de la guadaña, antiguo instrumento que desplazó a la hoz para la
recolección de cereales en algunas partes de Europa y el Cercano Oriente
y que alcanzó su cima de popularidad a principios del siglo XIX. Para
entonces ya se estaba usando también en los Estados Unidos de Amé-
rica. Su ventaja principal radicaba en la rapidez con que hacía el corte,
ya que un solo obrero con guadaña podía segar igual espacio de cereales
y en el mismo tiempo que tomaban tres obreros con hoces. Además,
facilitaba el corte de los pastos para el ganado.
Lo curioso del caso es que los antiguos españoles, que la conocían, no la
adoptaron con entusiasmo ni la trajeron a sus colonias americanas, mien-
tras que los italianos, albaneses, yugoeslavos y otros pueblos balcánicos
y mediterráneos sí usaron la guadaña extensivamente y la han seguido
empleando hasta hoy. La razón la dan cortamente Deffontaines y Casas
Torres como una mezcla de actitud religiosa y miopía económica, ya que se
creía que las espigas no debían caer al suelo en la forma inmisericorde del
corte de guadaña, sino ser colocadas con la mano al corte de hoz, como lo
merecía una dádiva de Dios; además, el desperdicio natural del corte con
guadaña, que se debía sacrificar a la rapidez, lo veían como una pérdida
grave, pues era su costumbre no dejar una sola espiga en el terreno. Por
estas actitudes en la madre patria los campesinos colombianos y de otras
partes no llegaron a conocer tan preciada herramienta, aunque, como que-
dará más claro a continuación, pudieron haber existido razones técnicas
que dificultaran de todos modos su adopción.
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dañaba las espigas segadas. Se habría podido asperjar pocos días antes
de la siega; pero esta práctica, que habría aumentado de todos modos
los costos, no fue aceptable. Además, apareció un nuevo factor adverso;
después de la siega se acostumbra entrar ganado al mismo terreno para
que beneficien las hierbas que quedan en pie. La siega con guadaña,
podía implicar la pérdida de pasto con el consiguiente perjuicio en el
levante del ganado. (Este factor también es elemento de resistencia con-
tra las segadoras mecánicas y las trilladoras combinadas).
En segundo lugar, se descubrió que la guadaña no sirve para cultivos
ralos, de poca densidad de tallos y de excesivas variaciones en la altura
de los mismos. Es necesario cultivar variedades espesas y de desarrollo
uniforme para que la guadaña haga bien su corte. Desgraciadamente el
trigo bola empleado por muchos campesinos y en los suelos pobres de
sus minifundios, no presentaba estas condiciones ideales, por lo regular.
En tercer lugar, las faldas sembradas, aunque segables con guadaña,
dificultaban el trabajo de la misma. Muchas veces la punta chocaba con
el suelo; afortunadamente las fincas no eran pedregosas. Fue este factor
uno de los que hizo a un agricultor italiano que vive cerca de Saucío
descartar la guadaña de su tierra, viniendo a adoptar la humilde hoz de
los obreros para sus propias cosechas.
Finalmente, la introducción de la guadaña habría ocasionado una
cadena de cambios en otras prácticas conexas. Como el tamo quedaba
más largo, no se podían amontonar los haces en la forma nítida acos-
tumbrada, picando las puntas de los manojos unos sobre otros. Había
que hacer montones arrimados primero y acostados en forma de círculo
después, como lo demostró el guadañador norteamericano. Además, se
había de amarrar los haces no hacia el pie de los tallos como es la cos-
tumbre, sino por la mitad.
En consecuencia, la introducción de la guadaña solo tuvo un éxito
parcial. Su bajo costo la hizo aceptable, recuperándose con la cosecha
de unas pocas fanegadas de avena. (Una fanegada en Colombia equi-
vale a 6400 metros cuadrados). Su aceptación fue sin reservas como una
herramienta superior a la hoz para el corte de la avena y de los pastos,
y como tal, varios agricultores que aprendieron su uso la han seguido
empleando en sus fincas. Pero la resistencia fue definitiva y justificada
en cuanto a la siega de cereales, aunque subsistieran buenas posibilida-
des en fincas con tierras planas y limpias de maleza y piedras.
Como en experimentos de otras ciencias naturales, lo inesperado
puede ocurrir y tener mucho valor también en las aventuras sociológi-
cas. Con la guadaña sucedió que un día un obrero subió a cortar avena
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La aporcadora-desyerbadora
La forma predominante de desyerbar y aporcar un cultivo de surco
(como el maíz y la papa) la constituye el empleo de obreros con azado-
nes o palas que van arrimando la tierra a las plantas. Como elemento de
ayuda puede emplearse el arado de chuzo, que hacen recorrer por las
zanjas para quebrar un poco la tierra y facilitar así el trabajo del azadón
que debe terminar de todos modos la labor. Según estudios hechos en
Saucío, se necesitan alrededor de 162 horas-hombre para desyerbar o
aporcar un plantío de papas de una fanegada, que con el jornal predomi-
nante en 1957 valdría $ 67,65.
Ya se mencionó el hecho de que, en esta región, como en casi toda
la región fría de Cundinamarca y Boyacá, se ha agudizado la falta de
brazos en el campo. La idea de una máquina aporcadora que facilitara el
trabajo y condujera a ahorro de obreros fue, por lo tanto, bien recibida,
así como también hubo receptividad para los otros utensilios en vista de
la citada urgencia. No obstante, esta necesidad de ahorro no habría sido
suficiente para inducir a ningún agricultor a adoptar cualquier clase de
aparato. En realidad, ya se habían visto algunas aporcadoras costosas,
grandes y pesadas, del tipo antiguo, que solo empleaban los hacenda-
dos. El costo en sí mismo podía ser prohibitivo para los minifundios y
constituirse así en un obstáculo para la adopción.
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La sacadora de papas
La forma más común de cosechar la papa en Cundinamarca, Boyacá y
Nariño (los departamentos más productores de este tubérculo en Colom-
bia), es la del azadón con la ayuda ocasional del arado de chuzo que se
corre de una a tres veces por cada surco para abrirlo y luego recoger las
papas con las manos. En Chocontá se gastan por fanegada de 300 a 400
horas-hombre, con un costo de $ 150 a $ 200 en jornales, dependiendo del
tiempo reinante durante la cosecha. Muchos tubérculos quedan sepulta-
dos y otros cortados por el azadón.
Los agricultores están de acuerdo en que la sacanza de la papa es tarea
pesada y complicada, y recibirían con beneplácito alguna ayuda en este
sentido. Algunos hacendados ya han introducido la sacadora mecánica
de elevadores, tirada por tractores; pero su costo de varios miles de
pesos es prohibitivo para el finquero corriente, y este, por supuesto, no
la ha adoptado, aunque sabe de ella. Solo se justifica esa máquina en
cultivos grandes de papa; ni los que la tienen la arriendan a los demás
productores, en su mayoría minifundistas.
Pero como queda dicho, no todo se resuelve con motores y subsiste
aún el problema de la producción en pequeño. Para los minifundistas y
finqueros modestos se puede pensar en aparatos de tracción animal de
los inventados antes del motor de combustión interna y que pueden ser
muy eficientes. Nos dimos pues, a la tarea de investigar qué herramien-
tas mecánicas se usaban en otros países para sacar tubérculos, antes
de la aparición del tractor. Con la ayuda del profesor T. Lynn Smith,
sociólogo rural de la Universidad de Florida y gran amigo de Colombia,
pudimos dar con un modelo antiguo de sacadora de tracción animal que
todavía fabrica una Compañía norteamericana y que tiene su principal
mercado en las montañas de Tennessee y Arkansas. Se basa su diseño
en el principio de elevación del surco, permitiendo que la tierra y los
tubérculos corran hacia atrás donde unas varillas espaciadas van zaran-
deando, dejando caer las papas encima de la tierra listas para recogerlas.
312
Con base en este diseño, una sacadora de este tipo fue duplicada en
los talleres del Instituto de Investigaciones con el fin de acopiarla al
patrón de la aporcadora. Solo iba a ser necesario quitar las aletas y la
reja de esta para poner en su lugar la nueva reja sacadora y emplear los
mismos bueyes para tirarla. Así el nuevo implemento solo costaba $ 25.
Se hicieron varios ensayos con esta herramienta, que fueron dictando
sucesivas modificaciones hasta que se llegó a un diseño eficiente demos-
trado públicamente en julio de 1957. Por medio de la nueva sacadora el
número de horas-hombre de trabajo se rebajó a 256 por fanegada, con
un costo de $ 125 y con ahorro potencial de por lo menos $ 20 sobre el
método tradicional (el tiempo húmedo no fue muy favorable para la expe-
riencia). En la cavada únicamente, la sacadora hizo en 6 horas-hombre,
lo que seis obreros con azadones hubieran hecho en 48 horas-hombre,
es decir, redujo el tiempo de trabajo en siete veces en comparación con
las herramientas tradicionales. Además, ningún tubérculo salía cor-
tado, la tierra quedaba más mullida facilitando así la escarbada con los
dedos, y al dejar los tubérculos al aire por unos minutos la máquina
permitía que ellos tuvieran mejor clase, pudiéndose escoger y empacar
inmediatamente.
La recepción fue hasta cierto punto entusiasta. Desgraciadamente
para entonces el programa de producción y distribución de herramien-
tas del Instituto se había detenido momentáneamente debido a su reor-
ganización y no se encontraron en Chocontá más rejas sacadoras que la
empleada en la demostración. Quizás los seis dueños de aporcadoras la
habrían comprado, por ser la inversión tan pequeña y los beneficios tan
evidentes. Esta falla relieva la importancia de la distribución organizada
en la difusión de elementos nuevos.
Como en toda herramienta inventada por el hombre, el éxito de la
sacadora puede condicionarse a determinados factores. La máquina, en
efecto, trabaja mejor en terrenos secos (lo mismo sucede con el arado de
chuzo y el azadón) y por lo mismo sus posibilidades de ahorro aumentan
en la cosecha de travesía durante el verano de fin de año. Es mejor que no
haya crecido mucha hierba sobre los surcos, y en este caso puede añadirse
a la sacadora un soporte delantero (coulter) para irla cortando. Las posibi-
lidades de éxito también se multiplican cuando el terreno sembrado es
arenoso, pues en esta forma se separan mejor los tubérculos.
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Conclusión
Los experimentos agro-sociológicos sobre la introducción de herramien-
tas mejoradas efectuados en algunas veredas de Chocontá, han permi-
tido la observación de hechos y factores que tienen importancia desde
varios puntos de vista.
En el aspecto agrícola (el sociológico teórico da pie para un estudio
aparte), se puede relievar que existen grandes posibilidades de fomento
por medio de la fabricación, distribución y adopción de herramientas
de la etapa del arado metálico, que permitan una mejor utilización de
la energía humana y animal existente, sin necesidad de acudir necesa-
riamente a motores para tratar de resolver los problemas nacionales de
producción. La lección de otros países debe servirnos en este sentido.
Aún más: esta alternativa es la más indicada para Colombia en el
momento actual, debido a los cortos recursos de capital de los agriculto-
res que suplen la mayor parte de los mercados, a la topografía de las tie-
rras cultivadas, al tamaño predominante de las fincas, a ciertas formas
de tenencia de la tierra y hasta a características peculiares de nuestros
productos agrícolas. Un programa racional de fomento no debe omitir
la posibilidad de mejora en los métodos y herramientas tradicionales,
pues estos son de los factores que intervienen en el proceso físico de la
producción y sin los cuales no se alcanzarían las metas deseadas. No se
debe pensar solamente en razón de fitomejoramiento, ecología y rela-
ciones laborales. Ni tampoco en razón de hacendados y latifundistas.
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La Dirección de esta Revista ha querido dar realce a las tesis del doctor Fals
Borda, reproduciendo su conferencia en Montevideo, y la Ley 20 de 1959,
por la cual se inicia en firme nuestra reforma agraria.
* Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas Físicas y Naturales (Bogotá: 1960), vol. XI,
nº. 42.
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Ley 20 de 1959
por la cual se autoriza a la Caja Colombiana de Ahorros y a las Cajas y
Secciones de Ahorros de los Bancos establecidos en el país para desarro-
llar programas de parcelación y se dictan otras disposiciones.
El Congreso de Colombia
DECRETA:
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Artículo 6º. Para el mejor éxito de las parcelaciones, las entidades que
las adelanten podrán promover o aceptar la formación de cooperativas
de producción y de distribución y venta, a fin de hacer factible para los
parcelarios el empleo racional de maquinaria agrícola, la adopción de
sistemas técnicos de trabajo, la conservación de los productos, el acceso
directo a los compradores, y la obtención de precios remunerativos me-
diante la eliminación de los intermediarios inútiles.
333
Artículo 9º. Los programas que hayan de adelantarse en virtud de los artícu-
los anteriores requerirán la aprobación previa del Ministerio de Agricultura.
Artículo 11º. El monto total de los depósitos que se hagan en las Cajas
y Secciones de Ahorros al crédito de una persona natural o jurídica, en
cualquier tiempo, no podrá exceder de veinte mil pesos ($ 20.000.00)
moneda legal.
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Artículo 16º. Esta ley regirá desde su sanción y deroga las disposiciones
que le sean contrarias.
335
* Introducción a Acción comunal en una vereda colombiana. Su aplicación, sus resultados y su interpreta-
ción, Monografías sociológicas n.º 4 (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Departamento
de Sociología, 1961).
El siguiente título, Clasificación y consecuencias del cambio, es un extracto del inicio del segundo
capítulo de la obra referida.
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1 Véase de Orlando Fals Borda, Peasant society in the Colombian Andes (Gainesville: University of
Florida Press, 1955); La teoría y la realidad del cambio sociocultural en Colombia, Monografía n.º 2
(Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Departamento de Sociología, 1959).
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Transformaciones en el ethos
En primer lugar, no hay duda de que la concepción del mundo, o Weltans-
chauung de los saucitas se ha ampliado y quizás corregido. Sus mayores
contactos con grupos urbanos nacionales y extranjeros están abriendo
nuevos horizontes, dejándolos con una concepción más real de lo que
es el país y de cómo se relaciona su pequeño grupo con el todo nacio-
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2 Esta liberación del campesino de su tradicional tutelaje puede causar resistencias y descon-
fianzas en aquellas instituciones que, como la Iglesia, han tenido un monopolio cultural en los
campos. Los párrocos ilustrados tratarán de crecer en igual medida a como se van superando
sus feligreses, conduciéndolos y animándolos mediante su participación activa o aún con su
genuino interés por el progreso de las gentes. Los párrocos retrógrados, en cambio empezarán
a acusar a los vecinos progresistas de masones y comunistas y a enemistarse con ellos, como
ha sucedido en algunos lugares, lo cual es absolutamente contraproducente para la Iglesia.
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* Participación popular: retos del futuro (Bogotá: ICFES, IEPRI, Colciencias, 1998). Compilación y
análisis de Orlando Fals Borda.
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1 José Félix Patiño (rector), La reforma de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá: Universidad
Nacional de Colombia, 1966).
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2 Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña, La violencia en Colombia. Estudio de un
proceso social (Bogotá: Punta de Lanza, 1962).
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Pobreza y economía
Miguel Samper nos dejó, el primero en América, el reflexivo estudio La
miseria en Bogotá, publicado en 1867. Mientras Domingo Faustino Sar-
miento en Argentina no veía sino bárbaros a su alrededor que había que
civilizar, Samper descubría la realidad de los pobres de la ciudad. Su des-
cripción nos hace recordar lo que hoy sigue ocurriendo entre nosotros.
Oigámosle: “La podredumbre material corre pareja con la moral... No hay
confianza en la administración de la justicia, la inseguridad ha llegado a
tal punto, que se considera como acto de hostilidad el ser llamado rico...
los suicidios aumentan”. Según aquel pionero bogotano de la sociología,
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3 Miguel Samper, “La miseria en Bogotá”, Escritos político-económicos, Tomo I (Bogotá: E. Espi-
nosa G., 1898).
4 Henry George, Progress and poverty (Nueva York: The Modern Library, 1879).
5 Charles Elliott, Patterns of poverty in the third world (Nueva York: Praeger Publishers, 1975).
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Justicia e injusticia
Pasando ahora al otro grave problema de la injusticia económica y
social, retomemos algunas de las ideas que el otro gran pionero, Salva-
dor Camacho Roldán —bisabuelo de nuestra profesora María Cristina
Salazar Camacho— dejó esparcidas en sus Escritos. Allí se destaca, preci-
samente, la conferencia inaugural de la catedra de sociología que dictó
en nuestra universidad en 1872. Fue un acto importante que radicalizó el
estudio de lo social en Colombia, porque hizo competencia y desplazó a
la campaña similar que desde el campo socialcristiano venía haciendo el
dirigente conservador Manuel María Madiedo, cuando publicó en 1860
su conocido texto sobre la ciencia social6.
En aquella histórica y oportuna conferencia —repartida hoy aquí—,
Camacho Roldán reconoce una de las funciones de la sociología como el
“marcar la dirección de las corrientes que la naturaleza del hombre deter-
mina”, entre ellas la lucha por la vida en que se pasa “de la humanidad
6 Manuel María Madiedo, La ciencia social o el socialismo filosófico (Bogotá: Nicolás Pontón, 1863).
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10 Fals Borda, Subversión y cambio social en Colombia (Bogotá: Tercer Mundo, 1967).
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desequilibrios del statu quo, y hagámoslo desde abajo, y desde sus fron-
teras como las del Cesar. Ello parece el más adecuado y eficaz medio
de acción política y social. En fronteras como las del Cesar se concen-
tra mucho del proceso de cambio que nos interesa. Tomémoslo como
punto de partida para la presente convocatoria.
En esta ocasión tan retadora política e intelectualmente, quiero
invitarles a examinar algunas expresiones de la peculiar y necesaria
coyuntura subversiva en que estamos inmersos. Estamos ad portas de
decisiones cruciales sobre nuestra nación y sus componentes, entre ellos
los territoriales. Es necesario intervenir en estos procesos con serenidad
y conocimiento: para ello debe ser útil la universidad. Abrigo la espe-
ranza de que desde Valledupar salga la chispa que ilumine la pradera,
con ideas-acción que despierten y liberen a la población regional y a sus
dirigentes. Creo que tal es también el sentir del colega Normando Suárez
quien tuvo la gentileza de acompañarme. Agradecemos a las directivas
universitarias que facilitaron y coordinaron el encuentro en esta admi-
rable ciudad, uno de los símbolos más preciados de la costeñidad.
La contribución de Normando puede dar a ustedes una medida de
lo que en buena parte podemos estudiar aquí conjuntamente. Él va
a ponernos al día sobre la suerte de los 16 proyectos de ley orgánica
del ordenamiento territorial presentados al Congreso Nacional desde
1994, todos infructuosos. Por supuesto, las principales razones caen
de su peso, por estar ligadas a la supervivencia de rancias maquinarias
políticas nacionales y locales, las mismas que en general mantienen a
regiones como la nuestra en sus crisis de permanente frustración. El de
Normando es un ejercicio indispensable para entender la profundidad
del desastre que representa dicha frustración en términos de goberna-
bilidad, autonomía y progreso real de los pueblos, así como en el uso de
recursos económicos y en la definición de funciones estatales.
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Notas finales
1. En cuanto a la parte tecnocientífica y universitaria que se necesita para
esta gran tarea recomponedora del espacio y del Estado, veamos lo
siguiente. Tenemos 18 subculturas en la Región Caribe que el CORPES
determinó hace una década. Este es el momento de reexaminarlas con
respeto, como ricos factores para la felicidad de nuestros pueblos y el
funcionamiento de la Región. La consigna sigue siendo: unidad en la
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más. Por favor mantengan un ojo fraterno sobre aquel resguardo, y como
lo vienen haciendo las Misioneras Lauritas. Vayan equipos de profeso-
res y estudiantes y otros, doctores y enfermeras, a cuidarlos de vez en
cuando. Si desean, pueden hacerlo en mi nombre, si ello facilita la tarea.
No importa que no me recuerden allí. Pero que sepan que un estudioso
consciente y respetuoso de las vidas y culturas de los ancestros, ya dejó
constancia de su amor por la etnia originaria y por la tierra: la de los gran-
des Chimilas del río Ariguaní, por donde aún corren mis mohanes.
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La Plataforma de 1965
Cuando Camilo Torres creó el Frente Unido de los Pueblos (Fup) en
marzo de 1965, declaró que este sería un “movimiento pluralista para
la toma del poder”. No era un partido político corriente. Era una utopía
novedosa que ha corrido hasta nuestros días. Significaba unir distintas
fuerzas u organismos civiles diversos para hacerlas mover en la misma
dirección, hacia objetivos comunes valorados de transformación radical
de la sociedad.
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El legado de Camilo
¿Cuánto queda todavía de interés en la Plataforma de Unidad Popular
de 1965? Evidentemente, todo o casi todo. Son elementos de valor que
Camilo reiteró en sus otros escritos y conferencias. Su pensamiento
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Palabras introductorias
Deseo iniciar mi intervención con una confidencia personal y con una
respetuosa petición. Resulta que el 18 de mayo pasado, en la espléndida
clausura del 12 Congreso Mundial de Investigación-Acción realizado en
la Universidad de La Salle en Bogotá, delegados de Australia, Gran Bre-
taña y Estados Unidos comunicaron a la audiencia que yo acababa de ser
designado receptor de dos de los galardones más cotizados del mundo
de las ciencias sociales: el Premio Malinowski, de la Society for Applied
Anthropology, y ser seleccionado el Orador de la Conferencia Conme-
morativa Oxfam America Martin Diskin, de la Asociación de Estudios
Latinoamericanos (LASA).
Lo inusitado del asunto fue la simultaneidad de aquellas decisiones.
Fueron como dos centellas que al tiempo cayeron al mismo pararrayo.
Créanme que con uno solo habría sido suficiente para calcinarme, más
aún tomando en cuenta que ambas citaciones se referían por igual al ori-
gen y difusión de la Investigación-Acción Participativa (IAP) alejándose de
la primera escuela psicosocial de Kurt Lewin. Se había pasado a un nivel
más complejo de participación académica, social y política. Aun así, me
invitaban a rememorar y explicar la historia de un proceso de continuidad
y disenso en la acumulación del conocimiento científico, proceso que, por
supuesto, bien merecía tan alto reconocimiento internacional.
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Inicios y convergencias
Recordemos cómo mis colegas y yo, de países del Tercer Mundo, fui-
mos articulando desde los años de 1970 nuestro pensamiento y acción,
combinando, como decíamos, corazón y cabeza para proponer técnicas
y procedimientos que satisficieran nuestras angustias como ciudadanos
y como científicos sociales.
Éramos sociólogos, antropólogos, economistas, teólogos, artistas,
agricultores, educadores y trabajadores sociales. Se trataba, pues, de
un grupo diverso y complejo, algunos de cuyos miembros habíamos
decidido abandonar las rutinas universitarias y dedicarnos a búsquedas
alternas. En la India estaba floreciendo el grupo paisano de Bhoomi-
Sena (Ejército de la Tierra) con sus intelectuales orgánicos Da Silva,
Wignaraja, Rahman y otros; en Brasil, Paulo Freire (1970) y Darcy Ribeiro
se enfrentaban a la dictadura militar y alimentaban la “concientiza-
ción”; en México, Rodolfo Stavenhagen (1971) ponía en práctica su cele-
brado artículo sobre “descolonizar las ciencias sociales”; en Tanzania,
Marja Swantz abría avenidas de estudio popular al talento local; y en
Colombia, el padre Camilo Torres, María Cristina Salazar y otros colegas
ponían las bases de la “acción comunal” y predicaban la línea naciona-
lista con temas de lucha contra el latifundio y por los derechos huma-
nos, así como la búsqueda de raíces históricas de los pueblos. Muchos
de estos pioneros procedían de la docencia y eran educadores populares
que hallaban complementos técnicos en la IAP (Fals Borda y Rahman
1991). A este contingente sentipensante se añadieron después profeso-
res y sindicalistas de países avanzados, como John Elliott y Peter Reason
(2000) en Inglaterra; Stephen Kemmis y Robin McTaggart (2000) en Aus-
tralia con los aborígenes; y Myles Horton en los montes Apalaches de
Tennessee, con grupos mineros empobrecidos (Horton y Freyre 1990).
La interdisciplina fue tomando fuerza y hubo acercamientos margina-
les a veces inesperados. Por ejemplo, además de los educadores, llega-
ron los agrónomos y veterinarios que fueron de los primeros en buscar
y aplicar técnicas de investigación-acción como sociología rural, hasta
su eventual incorporación a los pénsumes académicos. Con los perió-
dicos congresos regionales y mundiales, se fueron acercando los médi-
cos, odontólogos y enfermeras, economistas sociales e ingenieros. Más
recientemente, hubo convergencias con la historia, la literatura y la música.
Entre los matemáticos surgió, con estos contactos, en 2002, una nueva inter-
disciplina: la etnomatemática, cuya principal preocupación era mejorar sus
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Tensiones estratégicas
¿Cómo se realizaron estas convergencias disciplinarias e institucionales,
que explican la expansión actual de la IAP en el mundo? Me parece que
en ello jugaron papel importante el sentido de compromiso con las cla-
ses populares y el efecto orientador de la filosofía de la vida que se iba
desarrollando en la IAP. Valores y actitudes pesaron en los encuentros.
Allí se compartió lo que, en esencia, constituye el meollo de la metodo-
logía de la acción participativa, lo que denominamos “tensiones estra-
tégicas” como un conjunto de situaciones derivadas de tratar de aplicar
el clásico concepto de “praxis”, al que se le fueron añadiendo, herética-
mente, elementos éticos, como explico más adelante.
Se determinaron entonces tres de tales tensiones, bajo el acápite, hoy
más corriente de “praxiología”: 1) entre la teoría y la práctica; 2) entre el
sujeto y el objeto de las investigaciones; y 3) entre la cosmovisión y la
orientación valorativa o filosofía de la vida.
Teoría y práctica
Esta temática era la que más problemas suscitaba entre las disciplinas
interesadas. Partiendo de paradigmas establecidos, más bien cerrados,
deductivos o lineales —como el positivismo de Rene Descartes, el meca-
nicismo de Isaac Newton y el funcionalismo de Talcott Parsons— al
usarlos, no queríamos ver ninguna hipótesis a priori ni ninguna práctica
preestablecida. Aconsejábamos recurrir a un pausado ritmo de reflexión
y acción que permitiera hacer ajustes por el camino de las transforma-
ciones que veíamos necesarias, con participación de los actores de base.
Así empezamos a vislumbrar posibles paradigmas alternos o emergentes.
Como Diskin, no veíamos con bueno ojos el activismo solo o puro,
sino guiado por claros principios ético-políticos. Con los colegas inter-
392
Sujeto y objeto
En la primera etapa de la IAP fuimos tan cuidadosos como los matemá-
ticos en no extender al dominio de lo social la distinción positivista o
dualista entre sujeto y objeto, que puede hacerse mejor en las ciencias
naturales. En especial, en el aprendizaje y en la pedagogía resultó contra-
producente considerar al investigador y a los investigados, o al maestro
y a los estudiantes, o al experto y sus clientes, como polos discordantes
o antagónicos. En cambio, quisimos considerarlos a ambos como perso-
nas vinculadas entre sí por sentimientos, normas y actitudes, con opi-
niones y experiencias diversas que podían ser tenidas en cuenta en los
proyectos, de manera conjunta. Para resolver esta tensión y llegar a una
relación de sujeto a sujeto que fuera horizontal o simétrica, era impera-
tivo que los individuos respetaran y apreciaran las contribuciones de los
otros. El papel clave de los jóvenes resultó tácticamente esencial, como
refrescante vanguardia del cambio. También buscamos que las personas
393
Cosmovisión y orientación
Nuestra experiencia de campo ha tenido la ventaja de facilitar la inte-
racción con la gente del común en sus propios barrios y comunidades.
Si bien los procesos de cambio han sido lentos y multidireccionales,
siempre han constituido una experiencia fascinante, enriquecedora
y emancipadora, una experiencia formativa no solo para los líderes
comunitarios y otras personas interesadas, sino para los investigado-
res, maestros y activistas externos. Nos dimos cuenta de que el espíritu
científico puede florecer en las circunstancias más modestas y primiti-
vas, que un trabajo importante no es necesariamente costoso ni compli-
cado, ni debe constituirse en monopolio de clase o de la academia (Fals
Borda y Rahman 1991).
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Consideración final
De nuevo, gracias a Diskin y a LASA por esta oportunidad de trabajar
juntos por una ciencia útil para los pueblos. El énfasis en el papel de
los contextos culturales, sociales y ambientales puede ayudar a enfocar,
desde una nueva perspectiva, el tema de los paradigmas científicos que
sigue siendo el próximo paso con la IAP, en opinión de muchos. Este es
un desafío para el cual contamos con los presupuestos de la praxiolo-
gía, los de los filósofos posmodernos y posdesarrollistas, además de los
resultados de las convergencias interdisciplinarias.
Al tomar en cuenta estas referencias y el concepto guía de la praxis
con frónesis, descubrimos una veta casi virgen de ricos conocimientos
de las realidades de nuestros pueblos originarios, de nuestras raíces más
profundas, por fortuna todavía vivas. Recordemos que los paradigmas
que han moldeado hasta ahora nuestra formación profesional han sido
constructos socioculturales de origen europeo. Tratamos hoy de inspi-
rarnos en nuestro propio entorno y construir paradigmas más flexibles
de naturaleza holística y participativa. Para llegar a estas metas, la arro-
gancia académica es un obstáculo: debería archivarse.
Hace tres siglos, Juan Bautista Vico delimitó con su crítico bisturí una
“ciencia nueva” para un “nuevo orbe”. Como el mismo autor lo previó,
398
Referencias
Bateson, Gregory. Steps to an Ecology of Mind. San Francisco: Chandlerm,
1972.
Escobar, Arturo. Encountering development: The making and unmaking of the
Third World. Princeton: Princeton University Press, 1995.
Fals Borda, Orlando. “The problem of investigating reality in order to
transform It”. Dialectical Anthropology, 4, n.°1 (1979): 33-56.
Fals Borda, Orlando. “Participatory (Action) Research and Social Theory:
Origins and Challenges”, en Handbook of Action Research, P. Reason
y H. Bradburg (Eds.). Londres: Sage, 2000.
Fals Borda, Orlando. Artículos sobre Socialismo Raizal, CEPA, 1-5. Bogotá:
libardosarmientoa@yahoo.es.
Fals Borda, Orlando y Mohammad Anisur Rahman (Eds.). Acción y conoci-
miento. Bogotá: CINEP, 1991.
Freire, Paulo. Pedagogy of the oppressed. New York: Seabury, 1970.
Gadamer, Hans-Georg. Truth and method. New York: Continuum, 1960.
Horton, Myles y Paulo Freire. We make the road by walking. Philadelphia:
Temple University Press, 1990.
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400
* Human Organization Publications 67, n.° 4, invierno de 2008 (Conferencia del Premio Malinowsky,
2008).
Nota del editor David Griffith (2008): ha sido una tarea triste para mí editar el trabajo del doctor
Fals Borda sin el beneficio de su retroalimentación. El doctor Fals Borda murió entre la reunión
de primavera en la cual pronunció este discurso y el proceso de verlo publicado en la prensa.
Sinceramente espero haber hecho justicia al espíritu de esta comunicación, y pido perdón a sus
muchos, muchos estudiantes, si en alguna parte no lo reconocimos.
1 Dos días después recibí información similar de que había recibido el Premio de Lectorazgo Mar-
tin Diskin de la Asociación de Estudios Latinoamericanos en reconocimiento por el surgimiento
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y desarrollo de la IAP. Esto puede significar una creciente convergencia dentro y entre nuestras
disciplinas sociales, como se refiere a continuación.
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realidades. Así pues, nosotros trabajamos por nuestra cuenta más allá
de los pasillos del aprendizaje, lo cual, considerando todas las cosas, aún
parece ser lo correcto.
Otro motivo, un tanto quijotesco y más utópico, fue deshacer entuer-
tos para mejorar las bases de nuestras sociedades azotadas por la cri-
sis, luchando contra sus injusticias y tratando de erradicar la pobreza y
otras aflicciones socioeconómicas causadas por los sistemas dominan-
tes. Esta fue una lucha difícil, cruel y en ocasiones peligrosa, la cual de
hecho ha terminado, aunque hoy en día puede haber cosas o un nuevo
horizonte, un mundo diferente, tal vez uno más aceptable que aquel que
la vieja generación ha sufrido.
405
en las comunidades entender los problemas con los cuales lidian, com-
binando así la erudición académica con la experiencia común, lo cual
induce cambios incluso en la personalidad del investigador activista. El
uso de dialectos locales ha sido indispensable en este tipo de trabajo.
Nuestro trabajo ha sido estimulado por lecturas teóricas relacionadas
como el holismo de Gregory Bateson, la visión participativa del mundo,
de Peter Reason, e “investigación en simposio” por Stephen Kemmis, y la
teoría del caos (Mandelbrot y Lorenz), sistemas abiertos (Gadamer, Mayr),
sistemas de complejidad (Prigogine y Maturana), quienes trabajaron en la
monografía pionera de Rodolfo Stavenhagen sobre la descolonización de
las ciencias sociales para combatir la dependencia Norte-Sur (Fals Borda y
Mora Osejo 20032). Trabajamos con el fin de entender y explicar nuestras
propias realidades contextuales y entender la solidaridad humana, expre-
sada en grupos aborígenes, negros, y campesinos, quienes tienen mucho
que enseñarnos. Estos grupos se caracterizan por unos fuertes rasgos no
violentos transmitidos desde las épocas precolombinas.
Conclusión general
Actualmente, tanto en el Norte como en el Sur, parece que tenemos
una claridad esencial sobre el principio de la IAP, particularmente en
lo concerniente a su validez y rigor científico, la teoría y la práctica, el
equilibrio entre sujeto y objeto, y los dilemas éticos sobre la ciencia y
la conciencia. Nuestra metodología se enfrenta hoy en día con el reto
creativo de construir un paradigma alternativo en un contexto regional
para entender y valorar las complejidades de las sociedades en cuanto
a sus vínculos orales, características particulares, situaciones actuales
y naturalezas espontáneas. Nuestras sociedades parecen estar descu-
briendo cómo resistir la embestida de la globalización para proteger sus
identidades y vidas como naciones y pueblos autónomos.
Más aún, con la IAP como nuestra tarea científica, tenemos el objetivo
político de la labor no neutral fomentando la dimensión democrática y
espiritual a través de sistemas de vida más satisfactorios. Con este fin,
los eruditos del Norte y del Sur pueden converger como colegas y como
hermanos del alma en la búsqueda de significado.
Este es un gran reto de hoy en día con un nuevo tipo de universida-
des trabajando en comunidades rurales y urbanas en la mayoría de los
2 Orlando Fals Borda y Luis E. Mora Osejo, “A Critique of Eurocentrism”, Action Research, vol.
I, n.º 1, pp. 19-38.
406
407
409
1 Fals Borda, Orlando, Algunos recuerdos de mis primeros años, Notas autobiográficas suministra-
das por Orlando Fals Borda en entrevista a Alexander Pereira Fernández. Orlando Fals Borda:
la travesía romántica de la sociología en Colombia, Revista Crítica y Emancipación n.° 3 (Buenos
Aires: Clacso, 2009).
410
1947
Es diplomado como Bachelor of Arts por la Universidad de Dubuque,
lowa.
1948
El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán le generó un profundo impacto:
1949
Viaja a Bogotá y se vincula por breve tiempo a un proyecto de inves-
tigación rural promovido por la Unesco en el municipio de Vianí,
Cundinamarca.
Inicia su vinculación laboral con la empresa de ingenieros Winston
Brothers contratados por la Caja de Crédito Agrario, Industrial y Minero
para la construcción de la represa del Sisga.
En octubre (1949-1951) decide realizar la investigación en la vereda
de Saucío del municipio de Chocontá —Provincia de Almeidas— en el
departamento de Cundinamarca, ubicado en la región Andina.
1950
Enero: visitas a la vereda de Saucío.
Febrero: adaptación del formulario de la investigación realizada en
Tabio, Cundinamarca.
Julio-octubre: aplicación del formulario a las familias de la vereda de
Saucío.
1951
Visitas a las familias saucitas para confirmar la aplicación del formulario.
411
1952
Viaja a Minneapolis (EEUU), sede de la firma compañía Winston, para
adelantar estudios de maestría en la Universidad de Minnesota: tabula,
analiza y prepara el primer informe de la investigación de Saucío.
Visita a la vereda de Saucío.
1953
Se gradúa de la Maestría en Sociología de la Universidad de Minnesota,
con la tesis Campesinos de los Andes. Estudio sociológico de Saucío, publi-
cado originalmente en inglés, en 1955. Su primera versión en español
es editada en versión monográfica n. º 7 por la Universidad Nacional de
Colombia en 1961.
1954
Visita a la vereda de Saucío para hacer la devolución sistemática de los
resultados de la investigación a los campesinos del vecindario saucita.
1955
Se gradúa de PhD con título Sociología Latinoamericana de la Universi-
dad de Florida, con la tesis publicada dos años después en Colombia: El
hombre y la tierra en Boyacá: bases socio-históricas para una reforma agraria, en
la misma línea de la tesis de maestría Campesinos de los Andes.
1956- 1959
Trabaja como sociólogo rural del Servicio Técnico Colombiano-Ameri-
cano-STACA adscrito al Ministerio de Agricultura.
1958
Promueve la creación de la acción comunal en Colombia a partir de la
construcción de la escuela veredal y de la cooperativa agrícola de Saucío.
Funge como asesor del CINVA de la OEA en Brasil.
Presenta el plan para crear un Departamento de Sociología en la Uni-
versidad Nacional de Colombia.
1959
En la Universidad Nacional de Colombia, luego de crear el primer pro-
grama de sociología con el sacerdote sociólogo Camilo Torres, a través
de la Facultad respectiva se fundaron los Departamentos de Antropo-
logía (con Roberto Pineda y Virginia Gutiérrez de Pineda); Geografía
(con Ernesto Guhl y Miguel Fornaguera); y Trabajo Social (con María C.
412
1967
Funda el Consejo Latinoamericano de Ciencia Humanas (CLACSO).
Preside el II Congreso Nacional de Sociología realizado en Bogotá.
413
1968
En Ginebra, Suiza, asume la dirección del Instituto de Investigación de
la ONU para el Desarrollo Social (UNRISD). Desde esa institución dirige
una investigación internacional sobre cooperativas rurales.
Publica La subversión en Colombia.
1970
Es profesor visitante de sociología en el Instituto de Estudios Latinoa-
mericana de la Universidad de Columbia.
Organiza la Fundación Rosca de Investigación y Acción Social.
Génesis de la metodología de la Investigación Acción Participativa
(IAP), hoy de reconocimiento académico y de aplicación más general,
que inicia su construcción como método en Colombia desde 1970, a par-
tir de las primeras ONG del país: la Fundación Rosca de Investigación y
Acción Social, de la cual fue director hasta 1976.
1972
En 1976 retorna a la tierra del Caribe colombiano de la mano de la Rosca
y se vincula con los agremiados que pertenecían a la Asociación Nacio-
nal de Usuarios Campesinos (ANUC).
La IAP —en gestación en aquellos años—, se articula con otros desa-
rrollos de esta metodología en América Latina y el Caribe, Europa, África
y Asia.
1974
Lanzamiento de la Revista Alternativa por un grupo de intelectuales com-
prometidos con la acción política de izquierdas democráticas, encabe-
zadas por Gabriel García Márquez, Enrique Santos Calderón y Orlando
Fals Borda. El proyecto de la revista entra en crisis por diferencias en la
orientación hacia la clase social a la cual iba dirigido el mensaje, lo cual
generó sendas revistas con el mismo nombre.
1977
Se realiza el primer simposio de Investigación Acción Participativa (IAP)
en Cartagena. Este simposio fue organizado por Fundarco, con la presen-
cia de diecisiete países, venciendo resistencias académicas y ampliando
los campos metodológicos de las ciencias sociales.
414
1979
Publicación del primer tomo de Historia doble de la Costa. Mompox y Loba,
en clave de IAP, superando la teoría y el método para la investigación en
la vereda de Saucío.
María Cristina Salazar Camacho, su esposa, fue detenida y sindicada
de participar en el grupo M-19.
1981
Publica el segundo tomo de Historia doble de la Costa. El presidente Nieto.
En Viena, Austria, es premiado por parte la Fundación Bruno Kreisky
de los Derechos Humanos.
1983
Preside Consejo Latinoamericano de Educación de Adultos CEAAL.
1984
Publica el tercer tomo de Historia doble de la costa. Resistencia en el San Jorge.
Recibe el premio Paul Hoffman de la ONU.
1985
Se realiza el segundo simposio de Investigación Acción Participativa (IAP).
1986
Publica del cuarto tomo de Historia doble de la costa. Retorno a la tierra.
Es elegido miembro honorario de la Asociación Colombiana de Sociolo-
gía de la cual fue fundador.
1987
Retorna a la Universidad Nacional de Colombia y se vincula al IEPRI.
1988
Publica la Insurgencia de las provincias.
1990
Acompaña la desmovilización y entrega de armas del M-19, el cual se
transforma en el movimiento político Alianza Democrática M-19.
415
1991
Es elegido miembro delegatario de ANC en representación de la Alianza
Democrática M-19 y preside la Comisión Segunda de Organización
Territorial.
Es designado secretario general de la Comisión de Ordenamiento
Territorial Constitucional que funcionó hasta diciembre de 1994. Pre-
senta su propuesta regionalización de Colombia a partir de provincias,
asociación de municipios y círculos diputacionales.
1993
Recibe el doctorado Honoris Causa por la Universidad Central de Vene-
zuela. Este diploma se encuentra en la escuela de la vereda de Saucío.
1997
Es coordinador del Octavo Congreso Mundial IAP - Convergencia Par-
ticipativa en Conocimiento, Espacio y Tiempo y del Cuarto Congreso
Mundial de ALARA (1997) realizado en Cartagena con la asistencia de
representantes de 61 países y de Immael Wallestein, presidente de la
Asociación Mundial de Sociología.
1999
Es copartícipe en la creación del Frente Social y Político.
2001
Se recibe, por parte de la Universidad Nacional de Colombia, la dona-
ción del Fondo Documental del profesor Orlando Fals Borda.
2002
Se retira de modo definitivo de la Universidad Nacional de Colombia y
se le otorga la Orden Rector Magnífico Gerardo Molina, que lo consagra
como maestro emérito.
Recibe el premio Nacional al Mérito Científico por Vida y Obra, otor-
gado por la Asociación Colombiana por el Avance de las Ciencias.
2003
Se realiza un concierto Mensaje a Colombia, composición musical escrita
por Fals Borda en 1949 que fue arreglada y ejecutada en el Conservatorio
Nacional de Música de la Universidad Nacional de Colombia el 28 de
mayo de 2003.
416
2005
Electo presidente honorario del Polo Democrático Alternativo.
2006
La Universidad Nacional de Colombia le confiere el Doctorado Honoris
Causa.
El IX Congreso Nacional de Sociología, con la asistencia del presidente
de la Asociación Internacional de Sociología, Michel Wieviorka, realiza
un homenaje a Fals Borda en su carácter de fundador de esta institución
y en calidad de ser el científico social colombiano que ha logrado un
mayor reconocimiento internacional.
Fals Borda deposita las cenizas de su esposa María Cristina Salazar en
el nicho de la capilla de la Universidad Nacional de Colombia.
Promueve la conformación de CEPA e impulsa el lanzamiento de la
revista CEPA.
2007
Recibe el premio Oxfam/Martin Diskin (LASA) y diserta con La Investiga-
ción-Acción en convergencias disciplinarias, escrito para recibir en Montreal,
Canadá, el premio de la Asociación de Estudios Latinoamericana (LASA)
en septiembre 2007.
La UNAD crea la primera cátedra latinoamericana Orlando Fals Borda.
2008
Se le hace un homenaje en el XII Congreso Mundial de Investigación
Acción Participativa (IAP) en la Universidad de La Salle.
Retorna por última vez el 7 de junio de 2008 a la escuela de la vereda
de Saucío para recibir el homenaje por los cincuenta años de la Acción
Comunal.
Escribe un último mensaje a la Junta de Acción Comunal de Saucío.
El último acto público que participó se realizó el 23 de julio en la
Universidad Central en Bogotá, con motivo de la última edición de La
subversión en Colombia.
Fallece el 12 de agosto de 2008 y recibe homenaje póstumo en el audi-
torio Virginia Gutiérrez de Pineda (edificio de posgrado de la Facultad
de Ciencias Humanas) y ceremonia ecuménica en la capilla de la sede
Bogotá de la Universidad Nacional de Colombia.
417
2014
Se hace el depósito de las cenizas de Fals Borda en la sede de Bogotá de
la Universidad Nacional de Colombia.
2017
Homenaje a Orlando Fals Borda en la sede Bogotá de la Universidad
Nacional de Colombia el 9 de junio de 2017 en el marco de los 150 años
de la creación de la universidad y lanzamiento del libro Campesinos de los
Andes y otros escritos antológicos.
Homenaje a Orlando Fals Borda en el 40 aniversario (1977) del 1er Sim-
posio Mundial de IAP y el 20 aniversario del Octavo Congreso Mundial IAP
y del Cuarto Congreso Mundial de ALARA (1997) organizado por Action
Research Network of the Americas (ARNA) a realizarse en Cartagena del
12 al 16 de junio de 2017.
418
Fuentes primarias
Material Inédito
419
420
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Material Publicado
Aguado, Pedro de. Recopilación historial. Bogotá: [Biblioteca de Historia
Nacional] Imprenta Nacional, 1906.
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Cultura Colombiana] Editorial ABC, 1942.
Caballero, José María. “En la independencia”, Eduardo Posada, ed., La
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Fuentes secundarias
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Libros
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L S
López, José Hilario, 112 Saguanmachica, zipa, 7, 91
Saquesazipa, zipa, 250 y n8
M
Maldonado, José María (alcalde), 19,
T
113n74, 169 Tisquesuza, zipa, 8, 11, 250
Maldonado Neira, José María, 31n10,
44, 106-116, 258n23 passim
Mariño, Ignacio, 20n49
V
Melo, Juan Eugenio, 252 Venero de Leiva, Andrés Díaz, 97n27
Michua, zaque, 7
439
441
OTROS ESCRITOS
ANTOLÓGICOS
1. La reforma agraria 321
2. Introducción a Acción comunal en una vereda colombiana 337
3. Prólogo a la edición Taurus (2005) de La violencia en Colombia 347
4. La estrella polar del altruismo 353
5. Cuarenta años de sociología en Colombia:
problemas y proyecciones 357
6. La Región Caribe: ¿todavía se puede? 369
7. Camilo vive: vigencia de su ideario 379
8. Universidad y sociedad 385
9. La Investigación-Acción en convergencias disciplinarias 389
10. Los problemas contemporáneos en la aplicación
de la sociología al trabajar en la Investigación-Acción
Participativa (IAP) 401
CRONOLOGÍA DE ORLANDO FALS BORDA
1925 - 2017
409
BIBLIOGRAFÍA
419
ÍNDICE ANALÍTICO
433
ÍNDICE ONOMÁSTICO
439
442