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Zenia y Las Siete Puertas Del Bosque - Mar Deneb

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ZENIA
y
las Siete Puertas del Bosque
 
 
Mar Deneb
 
 
 
 
© Mar Deneb 2016
 
Diseño de cubierta: Evangelina Becerra Rodero
 
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido
puede ser reproducida, almacenada, transmitida o utilizada en modo alguno sin
permiso previo y por escrito de la autora.
 
 
 
 
Para Enrique,
por brindarme la bella oportunidad
de crear juntos un buen amor…
 
 
 
 
Índice
 
Agradecimientos
1. La Decisión de una Tresla
2. El Comienzo
3. Los Kramitas y un Sueño
4. El Lago Violeta, las Shajas y una Llave
5. Los Hermanos del Firmamento
6. Los Hermanos del Corazón de la Tierra
7. Brances
8. El Árbol de la Bella Sonrisa
9. El Shirim
10. El Fuego
11. El Buen Amor
12. El Enigma
13. Las Puertas de la Vida
14. El Reencuentro y una Despedida
15. Regreso al Hogar
16. Celebrando...
Agradecimientos
 
 
AEnrique, por su gran aliento y empuje en el nacimiento y crecimiento de esta
insólita aventura de las letras, y por ser una insondable fuente de inspiración y
conocimiento.
ALeticia, por sus ánimos y su alegría, y por ser pilar fundamental.
Gracias a los dos por vuestra amistad incondicional, vuestro increíble estímulo y
entusiasmo, y por confiar en mí. Sin vosotros, nada de esto existiría…
ASaraeIrene, por su cariño y apoyo.
AEvangelina, por su generosidad, dedicación, paciencia y profesionalidad.
ARocío, por su inestimable ayuda en la difusión de mis obras, apoyándolas incluso
antes de conocerlas. Amiga de amigos, sus numerosos y decisivos contactos la
convirtieron en el hada madrina de mis palabras.
AManu, por su disposición y afecto, siendo punto clave para dar los primeros
pasos.
APilar, por su ayuda técnica y moral.
AIsabel, por su interés permanente, en la distancia.
AJosé JuanyRafa, por ser muy buenos colegas en este mundo de las letras.
APaco, por ser el primero en introducirme en el universo infinito del libro.
A los escritoresMyriam MillányJosé Carlos Carmona, por su atención y
amabilidad, y por su inestimable información y sus ideas, decisivas en los principios de
divulgación de mis obras.
A mis grandes amigos deLa Comarca, que me animaron y creyeron en mí.
A miFamilia, por apreciar y colaborar en estas nuevas andanzas.
AMarteyZeus, por su nobleza, devoción y comprensión durante mi labor como
escritora.
Y a todos los demás que han insuflado muchas de estas letras.
1. La Decisión de una Tresla
 
 
 
 
 
1
 
Los rayos dorados de luz irisada se derramaban con generosidad desde allá arriba,
desde lo más alto que pudiese alcanzar vista alguna, y formaban un hermoso prisma
multicolor que envolvía de amables brillos de plata cuanto acariciaba, a su paso hacia
la sombría y húmeda tierra, cubierta ya de hojarasca otoñal.
Y ella, como por arte de encantamiento, se encontraba justamente en el mismo
centro de esa figura geométrica que dibujaba el prisma de luz en su base, mirando
hacia arriba pero con los párpados cerrados, embebiendo cada átomo de aquella
bienaventurada luz que la traspasaba de pies a cabeza.
Hasta llegó a sentir cómo su cuerpo, su energía vibrante, todo su ser, se diluía por
sus bordes en aquel entramado lumínico… y ella misma era esa luz.
Por un instante, se sintió reconfortada y confiada; ya no se sentía tan afligida y
desolada. Aquella súbita lluvia de luz le trajo un rayo de esperanza en medio del
brumoso destino de aquellos momentos.
Rodeada de altísimas y altivas hayas, en esta ocasión se le figuraban acogedoras y
hasta protectoras, en su alicaída suerte.
Algo más repuesta, entreabrió sus ojos violeta, para ver un sol cálido tímidamente
asomando por entre el follaje cobrizo que aún se mantenía intacto en muchas ramas de
estos majestuosos árboles, esperando las lluvias del otoño, que arrancarían del todo
sus hojas, dejándolos desnudos y adormecidos.
Y ahora, al volver a mirar entorno suyo, todo tenía otro color, otra textura, no sabría
decirlo. Pero sintió en lo más íntimo de su corazón, que todo iría bien.
«Ya me lo dijo Banlot», pensó.
Frunció su boquita de tresla a la vez que el ceño, en esa expresión tan suya cuando
algo se le iluminaba en su mente y veía una verdad.
«Cambias tu mirada, cambias el mundo», siguió recordando.
Sólo hacía unos instantes era el ser más infortunado de todo el Condado de Tresla,
pero ahora… Ahora tenía esperanza.
¿Cómo había podido cambiar el bosque de esa manera?
- No, el bosque no cambió ni un ápice. Cambió mi mirada… y yo con ella. Ahora veo
matices que mi oscuridad interna me ocultaba -esta vez pensaba en alto.
«Mira las cosas ante ti como cuando ves llover». Banlot de nuevo.
Y lo mejor del caso es que a ella le encandilaba la lluvia. Se regocijaba al
contemplar la fina red de gotitas precipitándose en la tierra. Todo se volvía mágico.
¿Se refería a eso? A la magia de las cosas, a saber verla.
En esta ocasión, entornó los ojos en esa otra expresión tan propia suya, cuando
intentaba sacarle todo el jugo a lo que en ese momento se instalaba en su mente.
En fin, el caso es que ahora veía la situación con más claridad, la que le daba aquel
hechizante haz de luz.
Ya le habían prevenido sobre no alejarse más de lo indispensable de los lindes del
condado, aunque fuese una prolongación del Bosque de Plata, para ella tan entrañable
y familiar; se conocía cada palmo al dedillo.
¿Cómo podían dar un consejo así? Los treslas eran gente de espíritu curioso y
aventurero, y aunque las mujeres treslas solían tener un carácter más apaciguado, por
Dios que no era el caso de Zenia, que era alma libre y nada ni nadie podía,
ciertamente, retenerla por mucho tiempo.
Veía cómo iba pasando el tiempo, discurría su vida plácidamente, sí, pero su mente
inquieta y decidida la instaba una y otra vez a comprobar lo que latía en su corazón:
más allá del condado había algo, debía haberlo, no podía existir éste y nada más.
¿Quién se creía semejante bobada?
Que el miedo los recluía en aquel territorio de fronteras imaginarias, de acuerdo;
que la prudencia no les permitía aventurarse más allá de esas fronteras, de acuerdo;
pero que eso equivaliese a la inexistencia de otras tierras lejos de aquellos lares, eso
era harina de otro costal.
¿Cómo podía ser que ni en los cuentos que escuchó en su niñez se hablase de otra
cosa que no fuese el condado? ¿Cómo podía ser que, por más que indagó y rebuscó
por todos los textos que encontró en bibliotecas o escuelas, no encontró ni la más
mínima referencia a otras tierras? Hablaban sólo de un mar lejano que muy pocos
habían conocido, y ya peinaban canas.
Cómo había cambiado el carácter intrépido de su gente, tornándose monótono y
hasta huraño. Aislaron sus confines del mundo exterior, y su petulancia se hundió en su
mediocridad. Ya nadie recordaba los primeros tiempos de aquella reclusión voluntaria,
pero el ostracismo los sumió en una apagada y cansina existencia.
No obstante y a pesar de todo, un pálpito demasiado fuerte la empujaba lejos de
sus raíces; ella sabía que algo le esperaba más allá de su mundo.
Y por eso fue que un día, sin pretenderlo, esa magia que había en las cosas la
llevó, decididamente, a buscarse en tierras inhóspitas y lejanas…
 
                            
 
La fragancia humeante de su taza de té se le antojó como un bálsamo aromático y
penetrante en aquella tórrida y lluviosa tarde de otoño. Quiso mezclar clavo y jazmín
con jengibre y canela, y ahora las benditas hierbas estaban consiguiendo sosegar su
hastiado corazón.
«Bien», se dijo, «y… ¿adónde iré?».
Los nubarrones acechaban su maltrecha mente, pero no quiso más batallar
tormentas que solían dejarla tan malograda. Aspiró el olor a jazmín, sorbió tan preciado
caldo y se quedó hipnotizada mirando el discurrir de las gotas sobre el cristal irisado de
la ventana. Apenas un último rayo solar se aventuraba, cohibido, entre los hilillos de
agua que se desperdigaban por el ventanal.
Y la noche no se hizo esperar… oscura, lúgubre, negra como el tizón, que hasta la
luna se ausentó en busca de paraderos mejores que alumbrar. Nadie supo con certeza
si un manto cubrió el cielo o si los ladrones de luces se empecinaron como nunca, pero
esa noche ni una sola estrella centelleó.
Sería el efluvio y la calidez que penetraron en su cuerpo tras beber la tisana -no en
vano la había preparado con esmero y una pizca de hechizo- o la sordidez profunda y
aterrante de aquella noche, ella misma lo desconocía. Pero decidió que partiría
definitivamente y sin más demora a la mañana siguiente.
Pero antes, quizá por cautela, quizá por temor, probaría suerte en un breve paseo
matinal para acabar de estar certera, no fuese que así, oteando una primera vez, ya
con convencimiento descubriese lo osado de su propósito.
 
                            
 
Y hete aquí que, al despuntar la mañana y tras un deleitoso y abundante desayuno -
repleto de bizcochitos y pastel de arándanos rojos, cerezas y grosellas silvestres-,
partió a su paseo de introspección.
Pero su corazón necesitó antes ir a verle…
No se explicaba cómo, pero cada vez que algo importante o digno de destacar en
su vida estaba a punto de ocurrir, acababa en aquella casa. Y sin saber muy bien por
qué, su morador le hablaba de cosas que no entendía, pero acaso comprendía, y
parecía que supiese con mayor presteza que ella de sus transformaciones hasta más
íntimas.
Tomó el sendero que le llevaba a su amado Bosque de Plata y, justo a su entrada,
vio una vez más la casa de Banlot.
Toda ella emitía un fulgor dorado que siempre la había invitado a acercarse y
dejarse envolver por su caluroso abrazo. Porque eso es lo que se le representaba
cuando estaba ante aquella morada: que un ser mágico y precioso era su espíritu, y
éste resplandecía más allá de sus paredes.
A pesar de estar toda rodeada de naturaleza, el umbral de la vivienda siempre
ofrecía al visitante sus flores y su verdor. Una puerta de madera de nogal, maciza y
labrada, estaba flanqueada a cada lado por sendos ventanales igualmente de madera
acastañada, cuajados de flores multicolores y de olores dulces. Los muros de piedra de
toda la casa eran níveos para poder reflejar al máximo los tórridos rayos del verano, y
el tejado rojizo se desparramaba en dos simétricos aleros para escurrir bien las aguas
otoñales.
No le había dado tiempo a llamar, cuando la puerta se abrió y, tras ella, apareció
una acogedora sonrisa.
- Mi querida Zenia, te esperaba -dijo, invitándola gentilmente a pasar con un sutil
gesto con la mano.
«Ya ha vuelto a hacerlo», pensó contrariada.
Le desconcertaba, pero a la vez agradaba, las veces que hacía eso: se adelantaba
a sus pasos y respondía como si ella ya hubiese actuado, cuando casi ni había movido
tan siquiera un músculo.
Por la aldea parloteaban toda suerte de chismorreos sobre aquel enigmático
anciano: sobre su origen, sobre los motivos de su llegada y establecimiento entre ellos,
sobre su edad o hasta sobre sus posibles artes mágicas, si acaso pudiesen ellos
definirlas así.
El caso es que, en cuanto apareció por aquellas tierras -hacía ya muchos meses-,
se encariñó irremediablemente con aquella muchacha de mirada asombrosamente
violeta y sonrisa dulce pero profunda… Ella fue la primera lugareña con la que tropezó
en el camino y asistió desinteresadamente a sus primeras pesquisas.
Ella tampoco olvidaría nunca la imagen de aquel viajante de aspecto intrigante, al
que acertó a ver a lo lejos de la senda que conducía a la entrada del poblado.
Su medianamente extensa barba blanca resplandecía con los primeros rayos de la
fresca mañana. Sus largos cabellos de plata -que le caían más allá de los hombros-,
estaban cubiertos por un curioso sombrero que a ella le recordó algún cuento de su
infancia, con ala ancha y corto capuchón ocre. Portaba un bastón de madera rojiza,
pero no aparentaba necesitarlo en absoluto; tal era su porte lozano y jovial. No
obstante, parecía tener cierta edad, aunque ella siempre lo vio tan vigoroso y vivaz que
nunca puso atención cuando los vecinos parlamentaban sobre éste o cualquier otro
asunto relacionado con él, puesto que ella siempre tuvo desde el primer instante una
idea bastante precisa de todo cuanto necesitaba saber sobre aquel caballero.
Aquellos ojos de miel y penetrante mirada la dejaron absorta en cuanto se clavaron
por primera vez en los suyos. Todo su ser se estremeció y, en un segundo, la afilada
idea de que toda su vida estaba a punto de cambiar desde ese mismo instante, ya no le
abandonó, por más que ella a lo largo de aquellos meses la desechara una y otra vez.
En aquella ocasión, y tras aquel primer encuentro de miradas -probablemente,
apenas duró unos escasos segundos, pero a ella se le hicieron largos minutos; es más,
el tiempo, al menos el de ella, se paró y se esfumó-, él rápidamente y con voz
exquisitamente amable le preguntó, tras un cortés saludo, si aquella aldea que se veía
a lo lejos era Larimor, a lo que ella contestó afirmativamente.
Y antes de que se diese cuenta, se estaba ofreciendo de buenas a primeras a
acompañarlo hasta el pueblo, a pesar de que ella venía de allí mismo y en absoluto le
llevaba al destino al que se dirigía aquella fría e invernal mañana. Pero nada le atrajo
más en aquellos momentos que acompañar a aquel señor de capa larga y ocre como
su peculiar sombrero.
Y sólo en ese primer paseo, plantaron una simiente que llegó a germinar, con el
tiempo, en una singular amistad. Y eso que más de un aldeano le prevenía de tan raro
personaje, decían. Pero con él siempre había una fuerza mayor que cualquier otra, que
salía Dios sabe desde dónde en su interior, y que la hacía actuar casi sin pensar, pero
con la mayor certeza del mundo de hacer siempre lo correcto.
De hecho, Banlot tuvo mucho que ver con la decisión final que acababa de tomar la
pasada noche de partir, puesto que todos aquellos meses de encuentros, de largas
conversaciones, de paseos por el Bosque de Plata y de visitas a su acogedora casa,
habían hecho mella en ella hasta el punto de irla transformando en lo que se había
convertido: una joven y bella mujer segura de sí misma y capaz de todo lo que ahora se
propusiese.
Ella comprendía, en el fondo de su alma, que Banlot era el espejo que ella había
necesitado desde siempre para verse a sí misma en lo que verdaderamente era, no en
lo que tantos le habían hecho creer que era. Y también sabía que era tan sólo el
principio de su metamorfosis, puesto que apenas comenzaba a asomar desde su
crisálida.
Le debía mucho a aquel buen hombre. Y a pesar de que partía, una extraña
sensación de que no pasaría mucho tiempo antes de volver a estar con él, se instaló en
ella.
Y allí estaba, una vez más, cruzando el umbral del hogar de Banlot, sin tener mucho
que decir respecto a su plan de ruta, pero con la esperanza de que él le transmitiese lo
que ninguno de sus paisanos: ese apoyo y ese afecto que nunca él le escatimó.
Al entrar en la estancia, un dulce olor a espliego la reconfortó: en una esquina del
espacioso salón, una serpiente de humo zigzagueaba hacia el techo, difuminándose
antes de llegar a él e impregnando toda la habitación de un aroma a flor de espliego
seco y chispeante.
El salón podría decirse que era el corazón de aquel hogar, ya que de él partían las
puertas que daban a todas las demás estancias. El constructor de la casa, sin duda
gran amante de la naturaleza, cuidó que todas sus piezas tuviesen amplios ventanales
con vistas al bosque, de manera que en cada uno de estos espacios uno se sintiese
siempre acompañado por la vida que fluía a borbotones allá afuera.
Cuando Banlot le había preguntado, al llegar a aquellas tierras, por una vivienda
donde poder alojarse por una buena temporada, Zenia cumplió con los cánones
establecidos en la aldea sobre estos menesteres y le informó correctamente de la
disponibilidad de aposentos que había por entonces allí y en los alrededores. Pero una
vez cumplida su tarea informativa, no pudo resistirse a hablarle de la casa abandonada
en el bosque.
A pesar de estar más que desahuciada por los habitantes del lugar -ofrecía un
aspecto bastante deplorable y ruinoso, especialmente en su interior-, no cesaba de
venirle a la mente una insólita imagen de este anciano, al que acababa de conocer,
habitando la casa.
Así y todo, no pudo menos que sorprenderse cuando él exclamó ¡perfecto! la
primera vez que visitó el edificio.
Y perfecta, con toda certeza, acabó siendo aquella casa, tras pocas semanas de
arreglos, reformas y adecentamientos arquitectónicos y ornamentales, que los mismos
paisanos no daban crédito de semejante transmutación. Fue entonces cuando
comenzaron las habladurías sobre aquel misterioso forastero, que sin duda obró algún
tipo de sortilegio con aquellas cuatro paredes.
El sol se colaba ya por los dos ventanales de la entrada, lo que le daba a la sala un
ambiente entrañable y acogedor. En la esquina opuesta al quemador de espliego había
un hogar encendido que crepitaba suavemente, haciendo aún más relajante el lugar.
Zenia se sentó en un rinconcito, cerca de la chimenea, y se quedó absorta
contemplando las pequeñas chispas que saltaban de los maderos que ardían.
Banlot le ofreció una taza de una mezcla de hierbas y flores que él mismo acababa
de preparar, y no pudo negarse, porque aquel hombre siempre tenía a mano el elixir
mágico que conseguía aportarle lo que más necesitaba en cada momento.
Y, ciertamente, ahora mismo necesitaba algo que la reanimase, porque si no, no iba
a ser capaz de dar el siguiente paso.
Una vez se la sirvió, se sentó junto a ella.
- Cómo me fascina ese vestido… Hace juego con el cielo y con tus ojos.
Ella se sonrojó con la ocurrencia; Banlot sabía cómo suavizar un momento de
nerviosismo o tensión.
A ella también le gustaba ese vestido, que además fue tejido por su madre para el
día que cumplió veinte años. Turquesa y violeta combinaban maravillosamente bien en
su estilizada figura, haciendo que las sedas cayesen majestuosamente hasta el suelo.
Algunos de sus ondulados cabellos dorado oscuro le caían hasta el borde del escote,
ofreciendo una imagen encantadoramente femenina.
- Sabes por qué he venido, ¿verdad?
Zenia, en situaciones incómodas, prefería ir al grano y saltarse prolegómenos o
cumplidos.
- Porque crees no tener ni idea de lo que vas a hacer… ¿me equivoco? -respondió
él.
Bueno, en eso había acertado. Que le cayese un rayo ahora mismo si supiese en
este momento qué rumbo tomar en su vida.
- Ni hacia delante ni hacia atrás, Banlot. No sé adónde llevar mis pasos, pero es que
no puedo ya mirar atrás, no puedo levantarme ni un día más para hacer lo mismo que
he hecho hasta ahora.
- Pues ya sabes algo… -el hombre la miró enigmáticamente.
- Pero si no sé qué hacer y no quiero hacer lo que hacía… ¿qué me queda? -la
joven empezaba a estar confusa.
- No, no… -él se quedó pensativo-. Estás equivocada en un detalle, que puede ser
la llave que te dé la luz para comenzar esta nueva etapa. Aunque, en realidad, hace
meses que la comenzaste.
- Un momento, un momento… ¿Cuándo comenzó esta etapa? -ella frunció el ceño.
- Ya sabes que, si estás en este punto, es porque algo anteriormente te fue llevando
a él. ¿O crees que estas cosas ocurren porque sí y de buenas a primeras uno lo deja
todo para aventurarse en no se sabe dónde?
Se sentía cada vez más abrumada y confundida; todo esto era muy engorroso. Ella
sólo quería simplificar las cosas, ¿para qué tanto embrollo y complicaciones?
- Dime cuál es ese detalle en el que estoy equivocada -dijo la muchacha,
poniéndose realmente seria.
- Dices que no sabes qué hacer, pero yo lo que te he dicho es que crees no
saberlo -aclaró él.
Estaba tan cansada… ¿Creer?
- Sé más claro, por favor, Banlot, que no estoy ni para acertijos ni para estrujarme
mucho la mollera.
- No pretendo ofuscarte más de lo que ya estás -le dijo el anciano dulcemente-. Tan
sólo digo que tú ya sabes qué hacer, pero aún no te has dado cuenta porque no dejas
de darle trabajo a tu mente, agotándola.
Era cierto que ya no quería pensar más. Lo miró, invitándolo a que continuase.
- No tengas tanto miedo al futuro, que éste ya llegará y se hará presente. Cada día
tiene su afán, y el afán de hoy es serenarte y reencontrarte, que no es poco, porque
sólo así, calmando y aquietando tu mente y tus caóticos y temerosos pensamientos,
podrás conectar con otra parte de ti que espera calladamente a que le des su turno de
palabra.
- ¿Qué parte? -al menos, empezaba a ser capaz de escuchar.
- Ésa que empieza a escucharme… -contestó él.
Se quedaron mirándose. Y comprendió que no hacía falta hablar mucho más.
Entonces, él acercó su mano al corazón de ella, y le susurró:
- Éste de aquí…
Zenia bajó los ojos y suspiró.
Aunque a veces se reprochaba a sí misma haberse siquiera planteado abandonar
aquella vida -fácil, cómoda y apacible, pero también tediosa y aburrida-, sabía que era
ya irremediable continuar así, y que era cuestión de tiempo que dejase atrás todo
aquello. Nada había cambiado, pero ya no encajaba en aquel perfecto entramado para
el que cada vez sospechaba más que no estaba hecha.
Hasta ahí, no cabía ya duda. Pero ahora se le presentaba ante sí un firmamento tan
vasto de posibilidades, que se perdía en él, y acababa viendo sólo un gran vacío.
Y así pasaron los minutos, en un pausado silencio de miradas ocasionales, llenas
de apoyo y afecto reclamados y generosamente recibidos.
Iba comprendiendo poco a poco lo que era eso de reencontrarse. Era verdad que el
miedo la atenazaba y nublaba sus pensamientos, incluso ahora que iba impregnándose
más y más de la paz del lugar, del sosiego y entereza de aquel ser y, como no, de la
templanza que le aportó el brebaje. Aprovechó, pues, esa incipiente calma y lucidez
para tomar una pequeña decisión.
- Me voy al bosque -dijo-. Al fin y al cabo, era lo que había decidido hacer esta
mañana: hablar con las hayas.
- Todo irá bien, ya verás -la consoló él-. Porque ten presente que, al cambiar tu
mirada sobre las cosas, podrás llegar a cambiar el mundo. Y esa mirada es tan simple
e inocente como la lluvia: mira las cosas ante ti como cuando ves llover.
Se paró un instante, como para dejar que sus palabras calasen en ella tal cual esa
lluvia de la que hablaba, y añadió:
- Bien, nos vemos luego.
No estaba precisamente en sus planes volver a aquella casa, pero como ya conocía
sobradamente el misterioso proceder de su amigo, se despidió con un hasta pronto,
tras darse un breve abrazo.
Y se adentró en el Bosque de Plata, ahora que cada vez iba haciendo más honor a
su nombre a medida que avanzaba la mañana: rayos de plata colonizaban de forma
creciente el espacio, hasta perderse entre la hojarasca.
Y el temor también iba apoderándose nuevamente de aquella cabecita vivaracha y
sagaz, cuanto más se alejaba de la casa de la entrada del bosque y de sus
irradiaciones, y se introducía cada vez más en el espeso hayedo.
Aquel temor ante la incertidumbre comenzó a transformarse en incipiente terror a lo
desconocido y a la soledad que sabía que le esperaba, cuando se dio cuenta de que el
gran vacío que veía no estaba afuera como creía, sino dentro, en su interior, y le
atenazaba hasta el punto de quedársele cogido en la boca del estómago.
Así que desesperada -y aún más por no saber con exactitud por qué lo estaba y
cómo podía estar siendo tan vulnerable-, se detuvo en medio del bosque, alzó los ojos
al cielo y los cerró…
 
                            
 
Desde el interior de aquel bienaventurado y hechizante prisma de luz multicolor, tras
aquella esperanzadora lluvia de luz, Zenia volvió a mirar entorno suyo: había llegado la
comprensión. Aunque más que la comprensión, había llegado el momento y nada más.
Así de simple: como las gotas de lluvia.
No quería engañarse, bien sabía que la incertidumbre y el temor aún la rondaban -y
bien sabía también que iba a ser así por un tiempo-, pero cuando el alma redescubre
qué hacer, ya no hay peligros ni inquietudes que la detengan.
Y regresóa por sus enseres, para comenzar definitivamente su viaje.
Al pasar de nuevo por delante de la casa de Banlot, le extrañó verla tan cerrada: no
era habitual en él -ni por aquellas comarcas- cuidar mucho de proteger su vivienda
cuando se acercaba al poblado, pero no le dio mayor importancia.
Continuó su camino hasta la entrada de la aldea, y pensó -y ello le apenó- que
quizá pasaría mucho tiempo hasta que volviese a ver aquellas hermosas casas floridas
de madera que flanqueaban la entrada principal de Larimor, orgullo de sus habitantes,
que estaban convencidos de que la primera impresión para los nuevos foráneos que
arribasen al lugar, es la que cuenta.
Llegó a su pequeña casa.
Aunque su adorada madre le insistiese, una y otra vez, que no era necesario que se
instalase en aquel cuchitril -como ella lo llamaba-, y que podía seguir viviendo con ella
hasta el final de sus días, Zenia ya había tomado su decisión: tener la independencia
que tanto precisaba y anhelaba. Esto había ocurrido hacía ya más de un año.
Su madre, Sternia, y ella habían estado viviendo juntas en la gran casa, propiedad
de la familia de su padre, Lesner, una de las de mayor antigüedad y renombre de
aquella y otras aldeas cercanas. No se podría decir, ni mucho menos, que fuesen
acaudalados, pero gozaban de una buena posición social y económica. Al morir su
padre -Zenia aún era pequeña-, continuaron ocupando la casona familiar, además de
seguir disponiendo de dinero suficiente como para seguir llevando una vida holgada.
Abrió, también por última vez, la sencilla puerta de madera que daba acceso a la
vivienda, más en concreto a un saloncito que hacía las veces de entrada, sala de estar
y comedor. Se sorprendió al ver que había cierta luz en la estancia, pero no le dio
tiempo casi ni de cavilar que pudo haber encendido ella misma aquella vela antes de
salir temprano, cuando escuchó una voz familiar:
- Me alegro de que te haya ido tan bien en tu paseo matutino.
Zenia soltó una carcajada, que le vino como agua bendita para acabar de dejar
atrás por fin tensiones y preocupaciones. Bueno, al menos, por un largo rato.
- Y yo pensando que tus dotes adivinatorias eran las que te habían llevado a saber
que nos íbamos a volver a ver, mi querido mago -era la primera vez que ella lo llamaba
así, aunque su tono estaba ligeramente teñido de un cierto sarcasmo.
Ahora fue Banlot el que se carcajeó.
Se abrazaron entre risas, y él finalmente dijo:
- Mi querida aspirante a brujita -también era la primera vez que él la llamaba de esa
manera, e igualmente entintado de un leve sarcasmo-, si me despedí con un hasta
luego fue porque ibas a volver a esta casa después de tu paseo, como era lógico, a
recoger tus cosas para partir, o a encerrarte para siempre cual cobarde comadreja en
su guarida, ja, ja, ja.
Zenia corrió a coger el primer cojín de pluma que vio más a mano y lo estampó en
la cabezota de Banlot, que no paraba de reírse de su tonto comentario.
Cuando acabaron las risas, él le dijo, ya con un semblante más serio:
- Has de saber que la magia tiene una alta proporción de sentido común, que a su
vez gusta de usar simplemente la lógica.
Y qué bien se sentía ahora… Le parecía que acababa de librar una batalla, pero
había llegado a la victoria.
- Veo que has vencido… -dijo Banlot, reflexivo.
Imposible: no podía saber lo que acababa de pensar.
- Vamos a ver, mago de tres al cuarto -ella puso los brazos en jarra-, ¿me puedes
decir ahora dónde está esa lógica o ese sentido común que se supone que acabas de
utilizar para saber eso?
- Muy fácil -rió él-. Aún no has tenido tiempo de verte en un espejo para reparar en
esa hermosura de rostro, pleno y feliz. A lo mejor tampoco te viste en estos días atrás,
pero yo sí, siempre te veo cuando te miro, y sólo había lucha, batalla tras batalla, la
más encarnizada, puesto que es interna y se batalla a solas.
»Sabía que al final las hayas te protegerían y te ayudarían a volver a ti; sabía que
volverías victoriosa. Y al escucharte reír, confirmé que había vuelto de nuevo mi Zenia.
Se contemplaron por un momento, y ella fue capaz de hacerlo abiertamente, sin
reparo ni condicionamiento, viendo brillar en aquellos ojos la franqueza y nobleza que
lo caracterizaban.
- No creas que tu Zenia tiene las ideas muy claras sobre lo que va a hacer -dijo la
joven lacónicamente.
- Lo suficiente -él intentó transmitirle toda la seguridad posible-. Has decidido tomar
el camino hacia delante, ¿te parece poco? Lo que en estos momentos más necesitas
es confiar en ti misma, porque esa falta de confianza te va a volver loca como la dejes
que siga desbocándose.
- Abundan los momentos en que dudo de mí, sí, y me veo incapaz de hacer tal
hazaña yo sola.
- Poco a poco… irás recobrando la seguridad que necesitas para vivir tu propia vida
y no la de otros.
De pronto, Zenia reparó en un detalle: sabía que su amigo tenía en su poder una
llave de su casa porque ella misma, con plena confianza, se la dio, pero no había
hecho nunca uso de ella hasta entonces. Supuso que se debía a la trascendencia del
momento, y agradeció en lo más profundo que la hubiese esperado dentro de su casa,
porque se estaba dando cuenta de que se sentía tan arropada en estos instantes tan
difíciles…
- Coge todo lo que te vayas a llevar y salgamos de la casa -el momento había
llegado.
Salieron de la aldea, sin que ella pudiese evitar que se le humedeciesen los ojos.
Sabía que volvería, pero no sabía ni cuándo ni cómo, y lo que era peor, no sabía ni
adónde iba. Era aquél un viaje un tanto extraño…
Un nudo se le fue instalando en la garganta, cuanto más se acercaban a los lindes
del bosque.
Al llegar a la morada de Banlot, estaba a punto de explotar en sollozos, pero
sorprendentemente él siguió adelante por el camino que se adentraba en el Bosque de
Plata.
Y entonces, volvió a reparar en un segundo detalle: al salir de casa vio de refilón
que él cogía un bulto, pero como después también llevaba otros de ella que se había
ofrecido a cargar, hasta ahora no se había dado cuenta de que era bastante
voluminoso.
- ¿A dónde vas, Banlot? -le preguntó, cada vez más desconcertada.
- Piensas comenzar el camino desde el mismo Bosque de Plata, ¿no es así? -
respondió él.
- Pero, ¿y tú? Tu casa queda aquí, tu camino acaba aquí.
- No, mi pequeña, mi camino nunca acaba, y menos tratándose de ti… -dijo de
forma intrigante.
- ¿Qué quieres decir? Te comunico que sigo sin estar para acertijos -lo miró
fijamente.
- De acuerdo -le contestó el hombre con una amplia sonrisa-. Durante la primera
parte de tu trayecto, te acompañaré para guiarte y darte algunas indicaciones.
Los fuegos de artificio que llenaban de luces de colores el cielo nocturno de Larimor
cada año en sus fiestas estivales, eran juegos de niños al lado de la luz que iluminó el
rostro de Zenia y del alboroto que sus gritos y risas provocaron en el lugar. Se abrazó
como loca a él y no paró de darle las gracias.
- Vale, vale, que he dicho la primera parte solamente, no te vayas a hacer ilusiones,
¿eh? -él disfrutaba tanto como ella de verla así.
Y también encajó la última pieza: Banlot había cerrado de aquella manera su casa
porque pensaba ausentarse de ella por unos días.
2. El Comienzo
 
 
 
 
 
2
 
Lo que Zenia vivió aquellas primeras jornadas de viaje apenas podría transcribirse
en literatura fiel y ajustada a la realidad y no quedarse en un relato trivial e insuficiente.
Para ella, fueron instantes mágicos e intensos que jamás en su pueblo natal
hubiese siquiera soñado vivir.
Las vivencias que experimentó, los seres que conoció, los parajes que visitó, las
enseñanzas que aprendió, la transformaron definitivamente, y ella comenzó a descubrir
a una mujer que habitaba en su ser, a la que hasta entonces desconocía, y que dejaba
impresionada por su aplomo y madurez.
Ya sólo las primeras horas del día que ella y Banlot partieron, llenaron de luz su
corazón, y le hicieron olvidar la incertidumbre de los últimos días y de la inevitable
llegada de la soledad de su viaje el día que Banlot partiera de vuelta.
Hablaron de tantas cosas, que casi llegó a creer que se trataba de una vivencia más
junto a aquel anciano, al que parecía que nunca se le agotasen las historias que narrar.
Pero él se dio cuenta de su creciente entusiasmo y de cómo aquello podía trastocar
la decisión de ella y a lo que realmente había venido a hacer con su viaje.
Así pues, tras detenerse a almorzar en un pequeño descubierto que avistaron por el
camino, Banlot comenzó a hablarle de otras cuestiones más pragmáticas.
- Esta noche dormiremos al abrigo del bosque. Conozco una cabaña abandonada
que nos servirá a tal efecto. En un solo día sería imposible llegar a ningún sitio habitado
por algún ser hospitalario que nos acoja.
Tras un breve descanso después de comer, continuaron la marcha hasta casi
ponerse el sol, a través de un camino que acá ondulaba, allá se mantenía recto, pero
iba alejando más y más a Zenia de todo cuanto había conocido en su joven vida.
Allá quedaba todo, leguas atrás: su aldea, su gente, su vida y casi hasta ella misma;
ya no podía mirar atrás.
El paisaje que habían recorrido durante todas esas horas no era muy cambiante:
hayas reinantes que cedían aquí y allá espacio a fresnos, castaños y almeces. De vez
en cuando, algún claro iluminado les invitaba a reposar unos instantes, para retomar
con energías renovadas el sendero que, hasta el momento, avanzaba decidido por el
bosque.
 
                            
 
Cuando ya el rojizo del postrero sol de la tarde se tornaba violáceo con sus últimos
rayos, vieron a lo lejos y medio escondida una pequeña construcción, a la derecha del
camino. Se salieron de éste y, campo a través, se acercaron a un pequeño bosquecillo
de castaños, cuyas hojas el incipiente otoño apenas había comenzado a dorar.
Delante de la choza, había un espacio claro sin arboleda ni arbustos donde podía
distinguirse una zona circular, con restos de fogatas antiguas.
- Iré a buscar ramas y leña, para hacer un fuego en el que podamos protegernos del
frío de la noche y cocinar algo que nos caliente el cuerpo -anunció Banlot-. Tú puedes
mientras ir echando un vistazo al interior de nuestro nuevo aposento. La última vez que
anduve por aquí, no parecía faltarle nada a la casa como para pasar en ella una noche
decente.
Efectivamente, la cabaña contaba con, al menos, lo básico para pernoctar: cinco
catres con lechos blandos de paja y una tosca mesa de madera con algunas sillas.
Todo un regalo para cualquier caminante al que le atrapara la noche y cuya única
alternativa fuese el cielo raso.
Se acomodaron como mejor pudieron entre aquellos muros, y terminaron felizmente
la jornada ante un templado y oloroso fuego, conversando agradablemente.
- Banlot -dijo Zenia ya avanzada la conversación-, ¿por qué dijiste esta mañana que
sabías que las hayas me protegerían y me ayudarían a volver a mí? ¿De qué habrían
de protegerme? ¿Qué peligro puede haber?
- ¿Protegerte? -contestó él, pensando la respuesta-. De tu peor enemigo… tú
misma.
- ¿Yo? ¿Yo, un peligro? –preguntó sorprendida.
- Ningún enemigo más audaz ni suspicaz podrás encontrar ahí afuera que el que
habita en uno mismo: nuestras sombras. ¿Y sabes por qué? -ella negó con la cabeza-.
Porque nadie puede llegar a conocerte mejor que tú misma, en lo bueno y en lo malo. Y
la mejor arma siempre es conocer a fondo al enemigo: sus virtudes, pero sobre todo
sus flaquezas.
- ¿Y crees que tanto mal, tanto como el de un enemigo, podría yo hacerme a mí
misma? -no salía de su asombro.
- Los mayores males de nuestra vida no los causa nadie sino uno mismo.
Zenia seguía sin comprender tamaña locura.
- Pero no te confundas, mi querida -prosiguió-. Cuando digo nuestro peor enemigo,
me refiero a esa parte en nosotros ciega e inconsciente, a menudo movida por el
miedo, que nos hace tomar una y otra vez decisiones incorrectas que son lo que
queremos, pero no lo que necesitamos. Piensa, por un momento, que el miedo y casi
terror que llegué a ver en tus ojos te hubiesen vencido y hubieses decidido quedarte en
Larimor. ¿Qué crees que hubiese ocurrido a partir de ahora?
- Uf, no quiero ni imaginarlo… -contestó, pensativa-. Mi vida se hubiese ido
apagando día tras día, y la duda me hubiese carcomido sólo de pensar qué habría
pasado y hasta dónde habría llegado si hubiese partido. Mi vida se hubiese consumido
y yo con ella.
- Y, ¿cuánta gente crees que tiene el valor que has tenido tú de escuchar al corazón
en un momento así y aventurarse en el cambio? Bien poca, me temo. Sólo unos pocos
miran al frente sin miedo (o con él) y se arriesgan a vivir su propia vida, aunque ésta no
encaje en la vida normal que la mayoría vive.
- Pero, ¿y es que a todos se les plantea marchar de casa y dejarlo todo atrás?
- No, no, cada vida es un mundo, una aventura por vivir, un camino por andar, con
todas sus desviaciones y atajos que aprender a caminar -le explicó el anciano-. Y
mientras avanzas, adquieres experiencia, sabia experiencia si te lo propones y abres
bien los ojos y el corazón; experiencia sobre uno mismo, al fin y al cabo. Pero, por
encima de todo, vives, gozas, amas y vas alcanzando la felicidad, porque… ¿acaso no
es eso lo que todos andan realmente buscando?
- Supongo que sí -dijo la muchacha poco convencida.
- Aún eres demasiado joven e inexperimentada. Pero cada tramo del camino que
tomes con el corazón, te irá conduciendo a ese bien estar indescriptible que sólo los
buenos aprendices de la vida llegan a alcanzar.
- ¿Cómo tú? -preguntó ella a bocajarro.
Banlot rió abiertamente con una risa sincera.
- Ay, mi querida aprendiz, preguntas mucho… -le dijo, señalándola con el índice-,
indicio de tus ansias de aprender y conocer, y de que no empiezas mal tu aprendizaje.
»Pero algún día llegará en que no necesites ni preguntar, porque antes de que
formules tan sólo tus preguntas, las respuestas se habrán presentado ante ti a través
de las voces del viento, del murmullo de un río o de un viejo tonto como yo.
Zenia ya sólo miraba las llamas mortecinas del fuego, como buscando en sus
moribundas formas las respuestas a tantos interrogantes que se le apelotonaban en su
cabeza.
- Basta de preguntas y de charlas por hoy -repuso el hombre-. El primer día siempre
es el más agotador, por la emoción del principio.
Se sonrieron con cariño.
A continuación, Banlot se dispuso a acabar de apagar el fuego para dejar sólo las
brasas, y tras darse las buenas noches, entraron en la cabaña a dormir.
 
                            
 
A pesar de las emociones del comienzo, como bien dijo Banlot, Zenia habíacerrado
los ojos, y al poco caeríaen un sueño profundo que no cesó hasta el amanecer del día
siguiente, cuando un olor dulce se coló por la puerta de la estancia, a la par que un
pequeño carbonero posado en una de las ramas del castaño que suavemente se
cernía sobre el habitáculo, cantaba una canción de amanecer.
Se incorporó rápidamente, en cuanto recordó dónde se encontraba, se desperezó y
comenzó un nuevo día.
Después de un placentero desayuno con los primeros rayos de la mañana -que sólo
Zenia sabía preparar tan exquisito como lo hacía su madre-, se pusieron en curso.
- ¿Por qué recogiste tanta leña? Ha sobrado mucha -dijo Zenia antes de echar a
andar.
- Para el que venga detrás, querida -respondió.
- Cuando llegamos nadie había dejado nada para nosotros -dijo ella un poco arisca.
- No olvides que el techo bajo el que hemos dormido esta noche, tú más que yo por
lo que vi -dijo Banlot con una simpática mueca-, fue construido gracias al tiempo y al
esfuerzo de alguien que anoche nos lo brindó. Si no somos agradecidos con lo que se
nos da, el único mensaje que estamos entregando a la vida es de escasez y roñería, y
estaremos impidiendo que la generosidad se cuele en nuestras vidas.
»Y aun cuando no hubiese leña al llegar, si dejamos leña al irnos, estamos
agradeciendo y ofreciendo, dos magníficas acciones para comenzar la jornada. Si no
vas a hacer un acto noble hasta que a alguien no se le ocurra hacerlo contigo, tu vida
va a ser bastante aburrida…
Torció una sonrisa, cogió sus macutos y se dirigió al camino que dejaron la noche
anterior.
Durante algunas pocas horas, Zenia apenas habló, reflexionando sobre los últimos
diálogos que habían tenido, o más exactamente sobre algunas de las ideas de su
amigo que, para ser sinceros, nunca había escuchado o no había reparado en ellas.
- Hoy llegaremos a Osternor y haremos noche allí -comunicó Banlot, avanzada ya la
mañana-. Conozco alguna posada bastante agradable donde podremos pernoctar sin
problema.
Siguieron el camino bastante silenciosos, lo que sin embargo les vino a las mil
maravillas para poder escuchar las melodías encantadas del bosque: los pájaros tañían
agudas notas con sus alegres gargantas, los árboles susurraban melodías con la brisa
que mecía sus hojas, el río cercano saltaba feliz y musical por su cauce, y las pisadas
de nuestros amigos batían por la crujiente tierra del camino, a veces acompasada por
la hojarasca seca que ya el otoño iba dejando caer…
Tal sinfonía otoñal parecía envolverlos en una bruma invisible y sonora que
impregnaba sus pensamientos.
Tan ensimismados iban en las luces y sonidos del bosque, que no se percataron de
que el, hasta entonces ancho sendero -podían cruzarse ampliamente dos grandes
carromatos a bastante distancia-, ahora comenzaba a menguar por sus laterales, de
forma casi imperceptible pero inequívoca.
De pronto pararon, porque ambos repararon en ello a la vez, ya que incluso la luz
que llegaba libre y directa al suelo iba aminorando a medida que los árboles de los
lindes del camino se iban acercando y tamizando dicha luz. El más sorprendido fue
Banlot, puesto que no recordaba camino alguno tan estrecho ninguna de las decenas
de veces que atravesó aquel bosque.
- No puede ser… -Zenia lo había visto pocas veces tan contrariado-. No podría
asegurarlo, pero yo ya he estado aquí mismo muchas veces y este camino nunca fue
así.
- Lo habrán modificado un poco por alguna razón -comentó la joven.
- ¿Y plantado todos estos nuevos árboles a los lados y crecido, como mínimo, unos
cincuenta años? Son árboles de una cierta edad que deben de llevar aquí arraigados
unos cuantos lustros de años.
Se miraron extrañados.
- Lo único que sospecho es que hayamos tomado alguna desviación que nos ha
traído hasta este otro camino -explicó Zenia.
- No hemos pasado por ninguna desviación, bifurcación o cruce de caminos. Es
más, yo juraría que hasta hace no muchos metros, el sendero que llevábamos era el
que he tomado siempre, en un sentido u otro.
- ¿Y qué hacemos, entonces? -preguntó ella después de un largo rato de silencio-.
Sea el que sea, ¿seguimos adelante por este sendero o adónde vamos?
- No hay mucha alternativa -contestó resignado Banlot-. O volvemos sobre nuestros
pasos, aunque algo me dice que llegaríamos de nuevo al camino habitual pero
simplemente hacia atrás, o seguimos adelante por el único camino que nos hace
avanzar… aunque ya no podría asegurarte si hacia Osternor.
- ¿En qué dirección se encuentra ese poblado?
- Hacia el Nordeste.
- ¿Y nos lleva en esa dirección?
- De momento, sí -Banlot tenía sus reservas.
- Bien. Vayamos, pues… -ultimó Zenia.
Banlot se le quedó mirando, un tanto perplejo, por lo decidido de sus palabras.
Siguieron adelante.
Pero después de unos minutos, puesto que los árboles seguían acercándose más y
más, pegados al camino, ya apenas si podían caminar uno junto al otro.
Finalmente, el sendero desapareció.
- Esto es imposible… -dijo Banlot consternado-. ¿Adónde se fue el camino? No
tiene sentido construir una ruta que acabe así, o que incluso comience así.
A Zenia parecía no afectarle mucho la consternación de su amigo, y seguía
intentando ser más práctica.
- Habrá que seguir adelante, con sendero previo o sin él.
- No me quedo satisfecho, Zenia -cada vez andaba con aspecto más sombrío-.
Prefiero quemar el otro último cartucho antes de aventurarnos por el bosque sin una
dirección exacta.
»Quédate aquí y espera a que vuelva. Retomaré el camino y veré si me lleva
exactamente al que habíamos tomado o adónde, y así comprobaré si es que nos
hemos pasado algún cambio de dirección. No creo que tarde mucho.
Zenia se sentó sobre una gran piedra gris -modestamente tapizada por un musgo
verde traído por las primeras lluvias del otoño-, no lejos del ya inexistente camino, y
esperó.
«Al menos así descanso un poco los pies», pensó, «hasta que sigamos adelante,
porque es lo que haremos: continuar por aquí».
Se sentía tan sosegada, que ni siquiera se dio cuenta de que en tal situación no era
ordinaria esa templanza.
Después de un largo rato, vio a Banlot a lo lejos. Cuando llegó a ella, le dijo:
- No es otro que el camino tomado. De nuevo, dos alternativas o dos direcciones: o
volvemos por donde vinimos y regresamos a la cabaña y de ahí a Larimor, o entramos
en el bosque y sabe Dios qué pasará.
- Pues tan evidente como antes: sigamos adelante. ¿Qué podría pasar?
- Vine a guiarte y conducirte por rutas conocidas por mí para ahorrarte, al menos en
este primer tramo, especialmente este tipo de cosas. Flaco favor te voy a hacer así…
- ¿Y si no viniste sólo a eso? ¿Y si el mayor favor que me has de hacer es
acompañarme en este nuevo tramo desconocido para los dos? Así estamos en
igualdad de condiciones -sonrió ella irónicamente, arqueando las cejas.
- No creo que esta situación sea nada banal -dijo él, cada vez más grave.
- ¿Y quién dice que lo sea? ¿No te has dado cuenta de lo simbólico, precisamente,
de lo que está pasando? -ahora era a ella a la que se le ponía el gesto grave-. El
camino representa mi situación y mis dudas de hace poco más de un día: tenía miedo
de ir hacia adelante, pero ya no podía ir hacia atrás. La decisión correcta y valiente fue
mirar adelante, aunque no hubiese nada y no supiese lo que iba a pasar.
»Bien, me reafirmo en la decisión tomada y sigo adelante, porque ya no podemos
volver atrás, ni a la cabaña ni a Larimor, ya que eso significaría esa vida en la que me
hubiese ido apagando y consumiendo. Si éste es el único camino que nos hace
avanzar, como tú mismodijiste antes, yo quiero tomarlo.
Banlot la escuchaba con atención, sin acabar de salir de su asombro.   
- Como vayas avanzando a esa velocidad en tu aprendizaje de la vida y sus
vicisitudes, antes de que me dé cuenta estás conduciéndome tú a míen los primeros
tramos de las grandes decisiones de mi vida.
- Entonces, ¿seguimos? -Zenia tan pragmática como siempre.
- Sí, sí, claro. ¿Habrase visto? Tú dándome lecciones de simbolismo y encrucijadas
-el anciano se rascaba la cabeza, impresionado.
- ¿Estás dispuesto, pues, a compartir conmigo este primer tramo de aventura de mi
nueva vida?
- Cómo no, mi pequeña, cómo no. Tengo mucho que aprender contigo -dijo el
humilde Banlot.
Y reanudaron la marcha, adentrándose irremediablemente en la maleza y espesura
del bosque…
 
                            
 
Y, ¿ahora dónde? Sin camino, tendrían que cruzar por entre matorrales y
sotobosque, tarea que a veces podía tornarse dificultosa y tediosa.
Banlot avanzaba el primero, desplegando al máximo toda su capacidad intuitiva
para ir sorteando matojos y maleza sin desviarse en demasía de la dirección original.
Era, por supuesto, más agotador para la atención y para las piernas, que ahora tenían
que cuidarse de no pisar en falso ni tropezar con alguna raíz escondida.
Así transcurrió algún tiempo, pero no excesivo, porque Banlot no quiso apurar más
de lo conveniente este nuevo formato de senderismo, si así podría llamársele, porque
allí no se avistaba ni el más mínimo atisbo de sendero. Decidieron, además, que ya era
hora de un buen y recompensado almuerzo.
Desde que comenzaran la nueva ruta atravesando el bosque, no habían
pronunciado ni una sola palabra, y ahora en la comida no parecía haber indicio alguno
de que fuesen a romper esta nueva costumbre.
- Estás un poco taciturno, Banlot -Zenia se atrevió a acabar con el soporífero
silencio-. No deberías preocuparte tanto. Ya sabes lo que sueles decirme: no te pre-
ocupes, mejor ocúpate.
- No, linda, no me preocupo, no creas -respondió con una leve sonrisa-. Es, más
bien, que intento dilucidar cómo vamos a hacer para pasar la noche como no
encontremos de aquí a entonces algo que no sea bosque y más bosque.
- Aún quedan unas horas, seamos positivos -dijo Zenia infundiéndole ánimo-. Tú
acostumbras serlo.
- Me siento, en cierto sentido, responsable de lo que pueda ocurrirte.
- ¿Por qué? ¿Qué tienes tú que ver? ¿Acaso cambiaste tú los árboles de sitio? -ella
le guiñó un ojo-. Si tú eres responsable, yo lo soy más. Recuerda que mi idea era hacer
este viaje yo sola desde el principio. No puedo sentirme más afortunada que contigo a
mi lado, ahora que las cosas parece que se van torciendo.
- Tienes razón, como siempre últimamente -asintió él-. Parece que esta nueva
andadura está teniendo un muy rápido y enriquecedor efecto sobre ti.
- No te mofes de mí, pedazo de tonto, tú tienes la culpa de todo esto y de que me
haya vuelto majareta y ande perdida por los bosques -bromeó Zenia-. Ha sido la
decisión definitiva de cambiar, sólo tomarla, y he empezado a sentir ya el cambio de
por sí, pero en mí misma.
- Cómo me alegro…
Vinieron bien estas palabras para aligerar las cargas, una vez que volvieron a
encauzar sus pasos.
 
                            
 
Cuando el sol iba aproximándose de forma alarmante hacia el horizonte de árboles,
Zenia preguntó:
- El Bosque de Plata, ¿qué extensión tiene más allá de los dominios de nuestra
aldea? ¿Está dentro del condado o va más allá, según tengo entendido?
- Es extenso, sí, bastante extenso… -dijo el hombre, como examinando sus
pensamientos-. Nos queda poco tiempo de luz hasta que se haga totalmente de noche.
Y es evidente que no nos ha dado tiempo de llegar a Osternor, y menos aún a ningún
extremo del bosque. Por el camino habitual ya habríamos arribado o estaríamos a
punto de hacerlo, pero estas horas de caminata no nos han llevado a ningún sitio
habitado.
Se quedaron abstraídos, intentando esclarecer qué hacer y cómo salir de allí.
- El problema no es tanto no haber llegado -continuó- como no saber cuándo lo
haremos, es decir, no sabemos por cuánto tiempo podemos seguir atravesando el
bosque, cuántos días más nos pasaremos sin un rumbo certero.
- ¿Días…? Pero, ¿adónde vamos así?
- Adónde vamos no, Zenia, dónde estamos, que ni siquiera lo sabemos…
Se miraron, ahora sí que muy fijamente los dos.
- ¿Quieres decir que estamos…
- … perdidos? Bueno, técnicamente… sí -intentó bromear como pudo.
Parecía que aquella roca estaba colocada en el sitio pertinente para que Zenia justo
se sentara en ella y comenzaran a llenársele los ojos de lágrimas.
- ¿Y qué vamos a hacer? -sollozó.
Banlot se apresuró a acercarse y, poniendo su mano en el hombro de ella, le
susurró:
- No estamos solos…
Sus brillantes ojos lo contemplaron, pero los de él brillaron aún más.
Se secó las lágrimas, suspiró y comenzó a mirar alrededor, aunque ya las sombras
del ocaso comenzaban a extenderse por el lugar.
Banlot se sentó al lado de ella en la misma piedra, pero no supo qué más decir…
3. Los Kramitas y un Sueño
 
 
 
 
 
3
 
-Ydormir por aquí al raso… ¿es muy duro? -preguntó Zenia con cierta turbación.
- Pues no he tenido esa vivencia antes, aunque si te soy sincero, las experiencias
que he escuchado no son nada agradables.
El silencio sepulcral que se hizo entre ellos no impidió que una rapaz noctámbula
anunciase el preámbulo de la oscura noche que se aventuraba. El ulular del cárabo
hizo mirar a Zenia en la dirección en la que éste se hallaba, lo que hizo que pudiese
reparar en algo.
- ¿No es aquello una luz? Allí, a lo lejos -dijo indicando con el dedo.
Banlot miró, enfocando los ojos, pero no distinguió nada.
- Sí, en aquella dirección. Lo que ocurre es que no está fija, parece que se mueve o
parpadea -aclaró ella.
- Sí, creo que la veo. Pues bien, sería inaudito que el origen de esa luz fuese algún
animal del bosque, así que esperemos que tenga que ver con algún humano.
- Y si no… ¿de quién iba a ser? -preguntó al vuelo Zenia.
- No, nada. Vamos rápido en esa dirección antes de que se pueda apagar.
Allá fueron, cuando ya declinaba tanto el sol, que empezaba a resultarles algo difícil
ver con claridad poco más de unos metros por delante.
A medida que iban acercándose con cautela, más claramente percibían que la luz
se movía, aunque había algo de acompasado en su movimiento.
Cuando estaban sólo a unos cuantos metros, la luz se paró bruscamente, y en un
santiamén, comenzó a moverse rápidamente, alejándose de ellos.
- Espera, espera, por favor -gritó Zenia.
- Ssshhh… -siseó Banlot-. Aún no sabemos qué es. Es mejor seguir siendo
prudentes y no dejarnos ver aún.
- Pero quizá pueda ayudarnos… -protestó ella.
- O tenernos miedo, defenderse y atacarnos -replicó él-. No conoces a las criaturas
del bosque, y algunas de ellas tampoco a nosotros. Y descuida que si es una persona
como nosotros, tarde o temprano le daremos alcance.
Definitivamente, los últimos trazos de luz crepuscular empezaban a sucumbir ante
la oscuridad.
Banlot sugirió buscar aprisa un sitio adecuado para hacer una fogata y poder
acomodarse para dormir, aunque fuese a la intemperie.
Mientras se dedicaban a esta tarea, vieron nuevamente un resplandor, esta vez
más lejano.
- Intentémoslo de nuevo pero, por favor, hagamos el menor ruido posible -pidió
Banlot-. Es evidente que antes nos oyó al acercarnos, y por eso salió corriendo.
Esta vez con más sigilo, fueron acercándose, a la par que descubrían que, en esta
ocasión, la luz se encontraba inmóvil.
De nuevo, les separaban unos metros de aquella intrigante luz. Y empezó a
desplazarse otra vez, pero unos metros más allá se quedó totalmente fija.
Un poco ofuscados y más precavidos todavía, intentaron aproximarse lo suficiente
como para averiguar de qué se trataba aquella luz y, sobre todo, quién la portaba.
- Es un farol -dijo Zenia en un susurro-. Y se ve un bulto junto a él, pero es bastante
pequeño como para ser…
Se quedó sin aliento para continuar, porque toda su atención se quedó prendida en
la imagen que tenía ante sí. Parpadeó varias veces para aclarar sus ojos, no fuese que
la penumbra del bosque estuviese jugándole alguna treta.
A pesar de la mediocre luz que emitía el farol, junto a él, podía distinguirse una
figura de apenas unos palmos, con vestimenta aparentemente humana, que se
encontraba de espaldas y parecía mirar a los lados en actitud de buscar algo.
Zenia, con el corazón en un puño, miró a Banlot por si él estaba viendo lo mismo
que ella: jamás había visto nada semejante, y el miedo mismo no le dejaba creérselo.
Pero le sorprendió, casi tanto como ver a aquel ser, el descubrir que el rostro de
Banlot estaba sereno y miraba fijamente lo que quiera que fuese aquello, y hasta le
brillaban los ojos.
Zenia tragó saliva, y dijo:
- ¿Qué es eso, Banlot? ¿Tú lo sabes?
Se demoró un poco en contestar, pero al final la miró.
- Estate tranquila, Zenia, no hay peligro.
Y se acercó un poco más a la luz, a la vez que le escuchó decir:
- Bere, loha cem pristi.
Ahora sí que se le iba a salir el corazón del pecho a la joven tresla, después de lo
que acababa de presenciar: ese ser se quedó totalmente quieto, como si las palabras
de Banlot lo hubiesen petrificado, tras lo cual se dio media vuelta en un rápido
movimiento, mostrando el rostro mientras fijaba la mirada en ellos.
Esos ojos eran lo más penetrante y oscuro que jamás hubiese contemplado ella, y
el rostro tenía tal expresión de estupor, que era imposible averiguar cuál de los dos, si
ella o él, estaba más atemorizado.
- Loha cem pristi -repitió Banlot-. Loha brida cean. Non pre hue.
Indiscutiblemente, debía haber tropezado con alguna raíz en el camino, caerse y
haberse golpeado la cabeza, sí, aunque no lo recordase. No podía ser de otra manera,
y ya mismo volvería en sí, después de esa visión febril.
Un hombrecito que los traspasaba con su mirada y un Banlot que pretendía
conversar con él en una absurda lengua que hacía hasta que le cambiase el timbre de
su cálida voz. ¿Quién se había vuelto loco aquí, su amigo o ella misma?
Para colmo de males, después de la última frase, incluso empezó a acercarse a
ellos muy despacio… aunque la expresión dura de su rostro se había suavizado
ligeramente.
- Parse, ¿cu bastriero?
«Arrea, si hasta habla. Lo que me faltaba…», pensó horrorizada la muchacha. Su
voz era una peculiar mezcla de sonidos nasales y semiagudos.
Estaba dudosa entre empezar a gritar y no parar, o preguntarle de una vez por
todas a Banlot qué diantre estaba pasando y de qué iba aquél sueño. Pero en su
idioma, claro.
Parece que él, como era cada vez con más frecuencia su costumbre, adivinó su
maremagnum interno y quiso evitarle mayor sufrimiento.
- Ya te dije que no había peligro. Es lógico que estés asustada, pero confía en mí;
ya te explicaré.
Como siempre y a pesar de todo, no se le hizo difícil confiar en él y soltar un poco
su tensión.
Hablaron algo más entre ellos, y aquel pequeño ser volvió a por su luz y comenzó a
caminar. Banlot le hizo un gesto a ella para que los dos siguiesen a aquel
extraordinario personaje.
Zenia ya no se atrevía a preguntar, pero no tardaron mucho en arribar a un pequeño
prado, por lo que se podía apenas adivinar con la luz del farol, donde había una
pequeña construcción habitable de adobe y madera, alumbrada por pequeñas luces
que la rodeaban.
Al llegar, el hombrecillo dio una voz, y al poco salió otra figura semejante pero con
evidente aspecto femenino. Él le habló algo, y su rostro, que en un primer momento
había sido grave y cauteloso, se iluminó con una sonrisa de oreja a oreja.
- Mis queridos viajeros -su voz era igualmente nasal y más aguda aún, pero tenía un
matiz agradable.
¿Cómo…? ¿Empezaba a entender aquel extraño lenguaje? Sin duda, ahora debió
haber sido la rama de un gran árbol con la que se había golpeado esta vez.
- Hablo bastante vuestra lengua -fue entonces cuando Zenia se percató del fuerte y
extraño acento que tenían aquellas frases.
«No puedo creerlo… ¿No tenía suficiente con uno, que ahora encima también hay
mujercitas y se comunican conmigo?», Zenia no podía con tantas emociones.
- Tranquila, querida, todo es muy desconcertante para ti, lo sé, pero no cierres tu
corazón a nada, no te resistas y todo será más fácil.
Uf, menos mal, una voz familiar… y sin acento de ningún tipo.
- Tú quisiste salir de los confines de tu mundo conocido -continuó Banlot-. Quiero
pensar que lo hacías dando por supuesto que podías encontrarte con cosas (o seres)
desconocidos para ti y para tu mundo. Tu aventura, verdaderamente, comienza
ahora…
»Aunque en realidad entiendo que comenzó en el momento en el que nuestro
camino se estrechó… ¿O fueron nuestras mentes?
 
                            
 
El efecto de aquel crepúsculo, tan lleno de incertidumbres e impresiones, no se
había hecho mucho de rogar y había dejado abatida a la joven tresla que, a pesar de
que su compañero de viajes se había ofrecido a explayarse en sus explicaciones de
todo lo acontecido, ella se excusó y se retiró a dormir.
A la mañana siguiente, cuando despertó con los entretejidos cantos de un mirlo
azabache de pico largo y dorado, recordó los acontecimientos de la noche y se quedó
cavilosa.
Ya no la turbaban como cuando cerró los ojos para dormir. Habitaba en ella una paz
serena que le hacía ver lo que había ocurrido como un sueño soñado, el cual había
acabado asentándose en la realidad: la realidad de su nuevo mundo.
Seguía sin comprender nada, pero ya no era para ella una necesidad; no sabía
cómo había sido, pero todo se había ajustado en su lugar, allá en su interior. Lo que sí
comprendía era que, muy presumiblemente, este tipo de aconteceres iban a propiciarse
en más ocasiones a partir de ahora, que parecía que una caja de Pandora acababa de
abrirse desde que se salieron del camino trazado en el bosque.
O permanecía esa actitud de aceptación en ella o iba a sufrir muchos sobresaltos y
sinsabores a lo largo del nuevo camino, que no le llevarían a ningún sitio. Si había
optado por avanzar en su vida, debía abrirse y darle cabida a todo lo que ésta le
proporcionase ahora: un mundo por descubrir, por lo que ya había podido comprobar.
Cuando se sentó a la mesa a desayunar, pudo fijarse más detenidamente en sus
anfitriones, ya con la clara luz de la mañana y con una mente más lúcida que la que
entró en aquel hogar. Porque no podía denominarlo de otra manera: tal era la calidez y
bienestar que le proporcionaba la casa de Vrajant y Persty, que pasados los primeros
momentos de lógicos recelos, les abrieron sus puertas de par en par.
Ella tenía una cara plácida y dulce, aunque sus rasgos fuesen extraños, como los
de él. A simple vista, tenían ojos bastante juntos, nariz prominente y bocas pequeñas, o
al menos así lo eran proporcionalmente.
Pero lo que más llamaba la atención de Zenia eran sus miradas: no estaba
acostumbrada a recibir esos haces de luz directa en sus pupilas, que parecía como si
no hubiese el menor rastro de sombra en sus ojos a la hora de dirigirlos allá donde
fuesen. Él tenía una expresión más estática y era mucho más reservado, pero hacían
una pintoresca pareja.
 
                            
 
Después del desayuno, Persty los invitó a ver sus huertos y sus frutales, y allí Zenia
vio árboles y frutos que desconocía, a pesar de ser Larimor notable en el condado por
los excelentes productos que se cultivaban en sus tierras.
Tras un largo rato agradable por aquellas tierras, Persty les dijo:
- Bien, voy a dejaros, que he de preparar el almuerzo y las conservas para este
invierno. Además, vosotros tendréis que hablar.
En cuanto quedaron solos, Banlot le comentó:
- Jamás había visto esa mirada en tu rostro, mi chiquilla. Demasiados contratiempos
para ti, ¿no?
- No, no, los justos -contestó ella escuetamente.
- La verdad es que no se me ocurrió que pudiesen pasar estas cosas aquí, en el
Bosque de Plata, si es que es en él en el que nos encontramos aún.
- ¿No les has preguntado?
 - Aunque lo hubiese hecho, posiblemente para ellos tenga otro nombre -respondió
él pensativo-. En fin, ¿no vas a pedirme que te cuente de qué va todo esto?
- Sí, claro, cuando tú quieras, mi amigo. Curiosidad tengo, y mucha -Zenia puso los
cinco sentidos.
- Pues hasta donde yo sé, Vrajant y Persty son kramitas, unos seres que habitan en
algunos bosques, pero siempre en terrenos poco accesibles para nosotros y que pocos
han pisado. De hecho, muchos kramitas ni saben de nuestra existencia,
afortunadamente para ellos.
- Pero tú sí los conoces, ¿verdad? Y hasta hablas su idioma. ¿Eso cómo es?
- Bueno, ésa es otra historia, que acaso algún día ante un buen fuego te relataré…
Y ya sabes de mí más que muchos; las casualidades no existen.
- Sigue, sigue, por favor… -inquirió la joven.
- Esta parejita sí que había visto alguno rondando por aquí, al parecer -prosiguió el
anciano-, pero nunca habían llegado a hablar con ninguno de ellos. Persty conoce
bastante de nuestro lenguaje porque desciende de una familia que antaño llegó a tener
ciertos contactos con humanos, y su padre le enseñó todo lo que sabía, incluso de
nuestras costumbres, bondades y debilidades. Está muy ilusionada por la oportunidad
que le damos de poner en práctica todos sus conocimientos.
- ¿Y qué le dijiste a Vrajant cuando nos topamos con él? -preguntó la muchacha.
- Simplemente lo saludé y le dije que no pretendíamos hacerle daño, que éramos
amigos y que necesitábamos ayuda. Eso fue lo que escuchaste en kram, su lengua,
aunque yo no la hablo ni la mitad de fluido que Persty la nuestra.
- La casa es muy acogedora, aunque algo pequeña para nosotros -ella sonrió-; pero
nos tratan muy bien, especialmente ella.
- Es lo que tiene ver mundo y conocer otras vidas y lugares, aunque sea a través de
tus antepasados: te abre la mente y creces en respeto y tolerancia, siempre que vayas
con el corazón abierto, como me parece que estás haciendo tú también nada más
empezar… A esa mirada me refería.
- ¿Acaso tengo mucha alternativa? -ironizó ella.
- Son gente que vive de la tierra y suelen ser pacíficos y no se meten con nadie -
continuó-. Aman la naturaleza y viven para ella. Son un hermoso ejemplo de equilibrio y
respeto hacia ésta: saben leer a través de los árboles y de los pájaros, de los ríos y de
las montañas, y saben que nada de esto les pertenece, como ellos no pertenecen a
nadie.
- Qué interesante, me gustaría conocerlos mejor -a Zenia se le iluminaron los ojos-.
¿Cuánto tiempo nos quedaremos por aquí?
- Aún no lo sé, quizá dependa de ellos. Ya lo veremos.
- Cuéntame más de ellos, Banlot.
- Ve a verlos directamente: aprenderás y sabrás mucho más así, que si una tercera
persona, por muy ducho que sea en el tema, te cuenta sus percepciones e
impresiones. Tienes la gran oportunidad de conocer y absorber información y sabiduría
de toda una raza de seres, que la mayoría de la gente en toda su vida ni escucharán
nombrar ni sabrán de su existencia.
 
                            
 
Cuando volvieron a la casa, Vrajant ya había salido hacia el valle cercano, por lo
que Banlot fue a su encuentro para conversar con él, mientras Zenia se sentó en la
cocina, viendo a Persty metida en sus cacharros de cocinar.
No se atrevió a ofrecerse como pinche porque imaginaba que sus costumbres
culinarias no iban a ir muy parejas.
- Me dijo Banlot que dejaste tu casa y tu aldea atrás, incluso a tu madre -dijo Persty
con una soltura y naturalidad que pilló bien desprevenida a Zenia.
- Eh… sí… bueno… -balbuceó.
- Oh, querida, no te preocupes, no es necesario que hablemos de eso si te
incomoda.
Zenia se quedó callada. Se sentía extraña en aquel lugar, como fuera de sitio, y por
un instante, sus antiguas preocupaciones cotidianas le parecieron ridículas.
¿Qué hacía allí? ¿Cómo había llegado a parar hasta ese lugar y cómo volverían?
Porque volverían algún día, ¿no era así? ¿Podrían…?
- ¿Qué te preocupa, jovencita? -Zenia se encontró de pronto ante esa mirada dulce
pero imposible de evitar delante de ella; no había escapatoria.
- ¿Yo…? A mí nada, nada -por fin pudo sonreír, a ver si así la dejaba tranquila.
Miró por la ventana y vio los cerezos del huerto allá a lo lejos, meciendo
suavemente sus hojas, ajenos a los pucheros de aquella cocina.
- Mi vida no tiene mucho sentido.
Persty soltó sus avíos de cocinar, limpió sus manos en el delantal, se dio media
vuelta y se sentó en la mesa frente a Zenia, mirándola de nuevo a los ojos, aunque en
aquellos momentos los tenía bajos.
- ¿Y para qué quieres que tenga un sentido?
Esa pregunta la cogió por sorpresa.
- Porque una vida sin sentido no puede llevar a ninguna parte, no vale la pena vivirla
-contestó la joven tresla.
- ¿Y a qué parte quieres ir, pequeña?
De nuevo, la desconcertó.
 - Bueno, no sé, estamos aquí para algo, ¿no? A algún sitio habrá que llegar si
vamos caminando.
- Y para ti, ¿qué es más importante: el camino o el destino al que llegar?
Vaya, no se andaba con rodeos; iba directa a cada asunto.
- Es verdad que sin camino no hay destino pero…
- ¿Y sin destino? ¿Hay camino? -la kramita no dejó que acabase la frase.
- Sí, puede haberlo, pero volvemos al principio: un camino sin un destino al que
llegar… -insistía en su idea porque no había acabado de entender las preguntas de la
mujer.
- No existe tal cosa -Persty le sonrió.
- ¿Cómo? -Zenia estaba algo perdida.
- Que no existe un camino que no te lleve a ningún destino. Todos llevan a alguna
parte.
- Ya, claro -no sabía adónde quería ir a parar, pero seguía en sus trece-. Pero no es
lo mismo saber adónde vas que no saberlo.
Persty se quedó silenciosa.
- Tu preocupación, entonces -dijo-, no es que no vayas a llegar a un destino o que
no tenga un sentido tu vida, sino el no saberlo. ¿Me equivoco?
- Supongo que es eso… -contestó la muchacha ya un poco confundida.
- ¿Sabía tu madre cuando naciste o cuando ibas creciendo en qué te ibas a
convertir al hacerte una mujer? ¿Cómo ibas a ser, cuál sería tu vida…? ¿Lo sabe
ahora?
- No, si te refieres a mi futuro, que no lo sé ni yo -sonrió ella levemente.
- Nunca lo ha sabido ni lo sabrá, y eres su propia hija. Estoy segura de que hubiese
dado lo que fuese por saberlo en cada instante, cómo ibas a ser y qué te iba a
acontecer en cada etapa de tu vida -le brillaban los ojos diciéndolo-. Sin embargo,
¿acaso no saberlo le afectó en lo más mínimo para cuidarte, para protegerte, para
educarte, para amarte y dártelo todo?
Zenia siempre tuvo problemas con su madre desde la adolescencia, porque eran
demasiado diferentes y su obstinación e independencia sacaban de quicio a Sternia,
que era mucho más tradicional y familiar.
Por si fuera poco, su reciente relación con Banlot no había favorecido en nada esta
situación. La mujer reflejaba sus celos con el hombre y no le perdonaba que su hija
emplease mucho más tiempo con él que con ella.
Cuando Zenia le comentó la posibilidad de marcharse de la villa, Sternia se
convenció de que aquel anciano había llenado su ingenua e inexperta cabeza de ideas
descabelladas y sin sentido, y que había sido el promotor de aquella locura.
Pero las palabras de Persty estaban haciendo que se empezase a sentir afectada
porque su madre no formara parte de su nueva etapa, y por haberla dejado sola y
atrás.
- Supongo que el amor por su hija le hacía continuar siempre adelante, fuese donde
fuese yo -jamás lo había visto desde esa perspectiva.
Nunca se había parado a pensar en los sacrificios y los sinvivires que su madre
padeció, especialmente desde que murió su padre, para que a ella no le faltase nunca
nada y creciese sana y feliz.
- Las madres, a menudo, son los mejores ejemplos de vida, aunque no todas sean
así, por supuesto -habló la mujer con seguridad-. Tú lo has dicho: el amor…
Se quedó callada de forma intrigante.
- ¿Qué quieres decir exactamente con todo esto, Persty? -Zenia se atrevió a ser
directa, sin miedo.
- Que el amor por la vida te salvará siempre de toda duda, de todo escollo del
camino, de todo destino… -los ojos de Persty chispeaban vida-. Ama la vida
intensamente, ama cada instante que vives como si fuese tu último suspiro, y un
instante tras otro te llevarán a tu destino, al que la vida misma te lleve.
»Sé tú misma y sabrás en cada momento adónde ir y a qué destino llegar. ¿El
sentido de la vida? El que tú le des, ni más ni menos. Pero no para el futuro, sino aquí y
ahora, a cada instante.
Sus palabras salían con tal tenacidad y apasionamiento, que Zenia quedó
impregnada de su vitalidad y entusiasmo.
Se oyeron unas voces, y Banlot y Vrajant entraron por la puerta trasera de la casa,
que daba directamente a la cocina.
Zenia aprovechó para dar un paseo sola por los alrededores; necesitaba reflexionar
un poco y asentar la conversación con la kramita.
Le pareció escuchar el murmullo sensual de un río y se acercó a verlo. Corría
presuroso en aquel tramo, salpicando las piedras que encontraba a su paso.
Se sentó en una roca junto a la orilla, simplemente a ver pasar el agua. El rumor del
río la envolvía, adormeciéndola un poco.
«¿Conocerá este río su destino? ¿Sabrá que habrá de llegar al mar? No creo… Y él
baja igual de lozano y feliz, deteniéndose lo justo en cada recodo».
En estos pensamientos andaba embebida, cuando le pareció escuchar un tintineo.
Dirigió su mirada a un grupo de grandes arces de vívido follaje rojizo y dorado de
donde parecía proceder ese sonido.
Se levantó y se dirigió hacia allí, movida por la intriga. Alejarse del río y acercarse a
los árboles hizo que el sonido se hiciese cada vez más nítido.
Ya bajo los arces, siguió buscando el origen, cuando creyó ver allá arriba en sus
copas unas lucecitas que se movían nerviosamente, al compás del sonido de unas
sutiles campanitas.
Por más que enfocaba sus ojos, no conseguía ver qué era.
Pero le atraía el sonido, así que se sentó al pie de uno de aquellos arces. El efecto
de esa música era parecido al del río: adormecedor.
Intentaba pensar, pero el peso del sueño era mayor y se le cerraban los párpados.
Finalmente, sucumbió.
Tuvo un sueño muy extraño. Miraba hacia arriba y veía cómo las luces se le iban
acercando, y a medida que lo hacían, se iban transformando en pequeñas figuras
humanas, todas femeninas. El sonido de campanitas lo provocaba un par de alas que
tenían en la espalda y que no cesaban de batir una contra otra.
Cuando llegaron hasta ella, se pusieron a la altura de su cabeza y se echaron a reír
tímidamente.
«¿Quiénes sois?», les preguntó.
«Hemos venido a traerte un mensaje», respondieron todas a coro. Sus voces eran
muy parecidas al tintineo de sus alas, que eran translúcidas y de muy diversos colores
cada una.
«¿Y qué mensaje es ése? Hablad».
Empezaron a cuchichear entre ellas, hasta que una sola por fin habló: «Te
esperábamos. Sabíamos que, más tarde o más temprano, vendrías hasta nosotras.
Hace mucho perteneciste a este mundo, formaste parte de él y te comunicabas con
nosotras. Ahora te requerimos. Tú eres nuestro nexo de unión con los tuyos y te
necesitamos para evitar nuestro exterminio».
No entendía el significado de sus palabras ni recordaba nada de ese mundo, pero
por prudencia sólo les preguntó: «¿Y cómo puedo ayudaros?».
La portavoz continuó: «Necesitarás nuestra llave. Con ella podrás abrir siete puertas
invisibles que encontrarás cerradas a tu paso, a lo largo del camino. Esas puertas te
guiarán a lugares donde habrás de tomar un objeto que te atraiga profundamente. Tras
el último, nos convocarás para resolver junto a nosotras el enigma.
»Hasta entonces, que el valor y la magia sean tus fieles compañeros: el valor para
seguir siempre adelante y la magia para conectar con nuestro mundo cuando sea
necesario».
Revolotearon unos metros por encima de su cabeza y dejaron caer algo, que golpeó
contra su cabeza… Y despertó.
4. El Lago Violeta,
las Shajas y una Llave
 
 
 
 
 
4
 
Fueron pasando los días, sosegados y entrañables, a medida que los kramitas iban
ganando la confianza de sus huéspedes y se iba creando una armonía natural entre
ellos.
Zenia quedó maravillada del profundo y trascendente respeto que aquella gente le
ofrendaba a todo ser viviente que les rodeaba. Recordó las palabras de Banlot la
mañana en la que éste dejó tanta leña en la cabaña, y hasta le parecieron
insignificantes frente a esa actitud vital de sus anfitriones, en cada acto del día a día
con la vida.
Ellos tomaban del mundo animal y vegetal cuanto precisaban para hacer sobrada y
gratificante su existencia, pero devolvían con generosidad e intenso sentimiento a
aquel entretejido precioso de vida que era el bosque.
Agradecían a la madre tierra con cuanto les surtía, cuidando y protegiendo con
esmero toda planta o árbol que estuviese a su alcance. Zenia llegó a ver cómo Vrajant,
aparentemente tosco y poco sociable, se hacía cargo de cualquier vegetal enfermo o
de árboles dañados por el aire o alguna intensa tormenta: él curaba sus heridas como
ellos lo habían hecho antes con él en la enfermedad, con cataplasmas, mejunjes,
ungüentos y brebajes, confeccionados todos con raíces, cortezas, hojas o flores.
A veces también cazaban algún animal, aprovechando cada una de sus partes:
huesos, carne, piel o vísceras, y devolviendo lo restante al ciclo eterno de la vida, para
su descomposición y reasimilación.
Pero lo que tocó hondamente a la joven fue ver con qué exquisita parsimonia y
emoción llevaban a cabo sus actos en estas ocasiones: antes de proceder a tomar los
frutos que la naturaleza les brindaba o prender a algún animal, pedían permiso al
bosque, a la planta, al árbol en el que se cobijaba el animal o a la tierra bajo la que
vivía, para poder recibir la ganancia. Tras la recolección o la caza -siempre ejecutadas
con el mínimo y más breve sufrimiento- sucedía el ritual de agradecimiento,
principalmente hacia el ser que desde su voluntad había ofrecido su vida, su cuerpo,
sus frutos o su cosecha por y para ellos.
El amor que le profesaban a cada ser de vida con los que convivían, se veía
permanentemente plasmado en cada una de sus respetuosas actitudes a lo largo del
día.
 
                            
 
A la semana de su estancia, Banlot fue recomendando a Zenia que se mentalizase
para partir en cualquier momento. No entendió el porqué de la noticia de su amigo,
pero por si acaso se fue preparando, haciéndose a la idea.
Fue entonces cuando Persty la invitó gustosamente a pasar la mañana en unos
parajes que quería que conociese.
Los hombres se quedarían trabajando en el pequeño invernadero que Vrajant
estaba construyendo para la recuperación más rápida, eficaz y asegurada de las
plantas enfermas. Aprovechó la ocasión de conocer a Banlot para continuar con el
trabajo, a la vista de las mañas del anciano con las reformas estructurales.
Las dos salieron al amanecer, con los rosados rayos del alba y con el último lucero
que quedaba prendido aún en el celeste cielo adormecido.
A pesar de la escasa altura y el aspecto un tanto rollizo de la kramita, ésta se
adelantaba a menudo a la tresla cuando iban por senderos estrechos y aboscados.
Tras largo rato, pararon a desayunar, el momento más feliz para Zenia,
especialmente desde que habitara tierras kramitas. Sus bayas y frutos variados del
bosque en los dulces que confeccionaba la mujer, se le hacían deliciosos en la boca, y
la crema de mantequilla que hacía Persty se le derretía de placer en el paladar.
Zenia casi empezaba a sentirla como una segunda madre, porque todo cuanto
emprendía Persty iba impreso de una huella maternal, difícil de ignorar.
- ¿Y cuándo volverás a ver a tu hijo?
- Oh, eso nunca se sabe con Alard… -contestó Persty con una sonrisa entintada de
cierta melancolía-. Pero no más de un año cada vez. A veces, pocos meses y nos da
una alegría.
- Me gustaría poder conocerlo algún día -dijo Zenia.
Intentaba imaginar cómo sería, después de tantos datos como tenía de él por las
múltiples conversaciones de Persty, en las que lo nombraba, y por el que no disimulaba
un profundo amor.
- Lo harás, lo harás -contestó palmeando la rodilla de la muchacha-. Bueno,
continuemos, que aún queda un largo trecho antes de llegar a lo que te quiero mostrar.
Continuaron a través de una gran variedad de paisajes: llanas praderas, densas
arboledas, valles profundos y hasta cruzaron un monte.
Cuando iban atravesando una espesura boscosa, pasaron un tiempo rodeadas de
grandiosos árboles, plantas enredaderas y epífitas que trepaban aquí y colgaban allá,
altísimos arbustos y suelo verde y musgoso. No se veía otra cosa más allá de unos
pocos metros.
Zenia no daba crédito de cómo la mujer conseguía ir con esa seguridad por no se
sabe qué camino, que allí todo era verde y más verde, con brillos dorados relucientes
procedentes del poco sol que discurría entre el espeso follaje.
La muchacha se retrasó unos metros -¿de dónde sacaba aquella mujer esa
vitalidad y fortaleza?- y, cuando volvió a mirar hacia delante, no vio a Persty, por lo que
llegó a alarmarse, que aquel no era lugar para perder los pasos.
Avanzó rápidamente por donde creyó que habría pasado la kramita, y ya estaba a
punto de llamarla a gritos porque seguía sin verla después de varios metros, cuando al
pronto la espesura se abrió súbitamente a…
- ¡Oooh…! -exclamó Zenia.
Se olvidó de la kramita, de la selva y del susto.
Sus ojos brillaron y se le aguaron ante tan bello panorama. Jamás vio un paisaje tan
idílico ante sus ojos, ni olió tan encantadores perfumes, ni escuchó tan melodiosos
sonidos…
Un ancho río, que hacía las veces de pequeño lago, cubría todo el terreno del
espacio que la vista podía alcanzar en aquel lugar. Sus aguas tenían un reflejo violeta
que hacía irreal y fantasioso encontrarse en ese extraño pero hermoso paisaje. Sobre
la superficie afloraban grandes hojas verdes de plantas acuáticas, cuyas raras flores
emergían junto a ellas en tonos azules y púrpura.
Alrededor del lago la vegetación era frondosa, húmeda y de un verde muy intenso.
En el extremo izquierdo de la enigmática laguna caía una gran cascada que sacaba
sonidos cristalinos de las rocas por las que se dejaba caer.
De vez en cuando, alguna ave de vivos colores surcaba el cielo con sus trinos,
mientras otras más tímidas cantaban desde los lindes arbóreos del lago.
- ¿Qué te parece, Zenia? -de algún lugar salió esa voz.
Zenia, embelesada en el paraíso en el que se encontraba, buscó el origen de la voz,
para así despertar al contemplar la sonrisa ancha de Persty.
- ¿Esto es real…? -dijo cuando pudo articular palabra.
- Tan real como tú o como yo.
En fin, sería mejor que Zenia no pensase en el día que quizá narrase los hechos
que había vivido hasta ahora, porque de aquella buena mujer, más muchos que pocos
de sus paisanos iban a poner en duda su existencia real.
- ¿Cómo puede existir tal maravilla? -insistió.  
- Ven, conozco un rincón desde donde podremos seguir contemplando el lago y sus
excelencias, y sentarnos a charlar.
La siguió a un punto desde el cual el magnífico salto de agua se encontraba justo
frente a ellas.
- Lo que más intrigada me tiene es el color del agua… ¿Es magia? -preguntó Zenia
con los ojos bien abiertos.
- Ja, ja, ja -rió la kramita-. No dudo que exista la magia, pero todo al fin y al cabo
tiene una explicación, mágica o no.
- ¿Siempre?
- No lo dudes. En este caso, sencillamente se trata de unas algas de agua dulce
que crecen en el fondo de la laguna y que exudan una sustancia rojiza que, con el
reflejo del cielo en sus aguas, da un efecto visual violeta.
- Ah…
Zenia se quedó contemplando el lago, pensando en Banlot y en cómo le diría
también en esta ocasión lo a juego que iba con sus ojos.
- ¿Y esos pájaros que cantan? ¿Y el sonido de la caída del agua? No son normales.
Nunca escuché ese tipo de música tan cristalina, tan hechizante y tan envolvente -los
ojos le resplandecían hablando de ello-. Bueno, nunca…
- ¿Nunca no? ¿Cuándo y dónde más lo oíste? -preguntó Persty un tanto extrañada.
- No, bueno, una vez, pero no era exactamente igual -contestó de forma presurosa
Zenia, sin querer hablar del tema-. Pero dime, Persty, ¿por qué me has traído aquí? Y
además justo cuando ya pronto nos vamos de estas hermosas tierras.
Zenia no podía dejar de mirar a cada instante entorno suya, como queriendo
estampar en su memoria cada palmo de aquel lugar.
- ¿Ya pronto? ¿Cuándo? -preguntó la mujer contrariada-. No sabía nada.
- Es que fue anoche mismo cuando Banlot me lo comunicó, aunque no sé bien por
qué lo dijo, porque no me pareció que tuviese claro cuándo iba a ser.
- En cualquier caso, fíate plenamente de ese amigo tuyo, que sus intuiciones son
muy agudas y ve donde tú, de momento, aún no alcanzas a ver. Eres muy afortunada
de tenerlo a tu lado, y se ve que te aprecia muchísimo. Sigue sus consejos hasta que
puedas valerte por ti misma.
- Lo hago, hasta donde mis temores me lo permiten -sonrió ella.
- Me has preguntado por qué te he traído aquí y voy a contestarte -habló Persty-. No
se me olvida el primer día que andabas tan perdida con tu vida y sus porqués, pero
sobre todo no olvido tus ojos tristes y apagados. Sé que nadie puede sacar de ellos su
propia luz y alegría porque eso sólo te corresponde a ti, pero quisiera contribuir a
enriquecer al máximo tu experiencia de vida, mientras te tenga cerca y a mi alcance.
»Sé además que algunas de estas vivencias te servirán, sobre todo más adelante,
cuando realmente las necesites.
Zenia escuchaba muy atentamente, porque aquel sitio había abierto al máximo sus
sentidos y hasta su mente parecía increíblemente liviana y despierta.
- Dime una cosa… En estos instantes, ¿crees que tu vida tiene sentido? ¿Tienes
algún objetivo? -preguntó Persty.
- ¿Mi vida? En estos instantes la viviría aquí mismo para siempre, en este feliz
lugar. No necesito nada más… -contestó Zenia con una mirada como hipnotizada.
- ¿Y qué te ha hecho tenerlo de pronto tan claro?
- Pues no sé… El lugar, esta paz, esta magia, esta felicidad que siento aquí… Yo
quiero sentirme siempre así de bien y dichosa.
Pasaron unos minutos de regocijo y deleite, tras los cuales Persty volvió a hablar:
- No es el lugar, mi pequeña amiga… Creemos que cuando cambia lo de fuera
cambiamos nosotros, y es justo al revés.
Zenia la miraba sin comprender. Empezaba a sonarle familiar, eso sí.
- Crees que soy yo la que te he traído aquí -continuó-, pero no es así; eres tú misma
la que has creado todo esto para ti.
- ¿Cómo? ¿Yo…? -empezaba el galimatías.
- Esto ya existía, de acuerdo, ¿pero quién tomó el camino de vuestro Bosque de
Plata? ¿Quién decidió partir a lugares desconocidos como éste? Si tú no hubieses
dado ese paso en tu vida, ni nos habrías conocido ni estarías aquí, plena de felicidad.
»Cada decisión que tomamos, a cada instante, nos va llevando por el camino que
vamos eligiendo. No hay camino trazado, lo haces tú al andar allá donde tú quieras ir.
Tú decidiste venir conmigo, no te traje yo.
Zenia empezaba a comprender…
- ¿Quieres decir que yo de alguna manera soy responsable de todo lo que me
pasa?
- De todas las maneras posibles… eres responsable -contestó la mujer.
- Y también soy responsable…
- … de tu felicidad, sí -acabó su frase-. No este lago, ni aquel pájaro o aquellos
sauces. Ellos no te hacen feliz, sino tú por venir aquí a disfrutarlos, porque tú así lo
decides. Ellos simplemente están ahí, vengas tú o no.
- Yo soy feliz porque esto me gusta, y quiero esta felicidad para mí.
- Exactamente. Al final eres tú… vayas donde vayas.
- Soy yo misma…
Una pareja de aves de colas largas voló sobre sus cabezas, y Zenia siguió su vuelo
hasta posarse en las ramas de uno de los sauces péndulos que Persty acababa de
nombrar. Se quedó contemplándolos, y mientras lo hacía, desde detrás de ellos
empezaron a surgir unas pequeñas luces que ella ya había visto antes.
- Mira, Persty -dijo rápidamente señalando en aquella dirección-, ¿ves aquellas
luces pequeñitas?
La mujer kramita miró pero no vio nada.
- Vaya, se han ido o se han apagado -se decepcionó la joven-. Creo conocerlas.
Persty se quedó mirándola muy atentamente.
- ¿Tiene que ver, por casualidad, con lo que dijiste antes de esos sonidos?
Zenia le respondió con la misma mirada atenta, sorprendida de su pregunta y de
que hubiese asociado una cosa con la otra.
- Zenia, creo que tienes algo que contarme…
Ella no sabía si darle importancia o no a aquellas lucecitas, pero al parecer la
kramita quería saber.
- Vaya… Pues son sólo unas luces que vi precisamente aquel primer día, después
de hablar contigo en la cocina, cuando fui a dar un paseo. Había un río y me senté en
la orilla. Desde allí, escuché como unas campanitas a lo lejos…
- ¿Unas campanitas? -la interrumpió la mujer-. ¿Estás segura?
- Sí, sí, de eso sí estoy segura, y de que los sonidos cristalinos de este lugar me lo
han recordado porque se asemejan mucho.
- Vale, ¿y qué hiciste? ¿Viste algo? -Zenia sentía cada vez más la inquietud y
entusiasmo de su amiga.
- Venía de unos arces a lo lejos, y me atraía tanto, que quise levantarme para
acercarme y ver lo que eran.
- Sigue, sigue… ¿Y lo viste?
- Pues no del todo. Llegué, y al mirar hacia arriba, vi esas luces, como las de ahora,
que se movían y hacían esos sonidos. Pero no conseguí distinguir qué eran.
- Ah, ¿no? -dijo Persty consternada.
- No, pero me senté bajo uno de los arces porque no podía dejar de escuchar ese
tintineo, que cada vez me adormecía más y más…
- ¿Y al final te dormiste? -preguntó desilusionada la kramita.   
- Pues sí, y nada más. ¿Significan algo? ¿Qué son? -Zenia estaba intrigada.
- No sé, igual eran luciérnagas -contestó de pasada Persty.
- ¿Por la mañana? Bueno, a lo mejor, y por eso me indujeron al sueño, ja, ja, ja -rió
Zenia-; al ser nocturnas… Creo que fue sólo un instante, pero me dio hasta para tener
un curioso sueño…
- ¿Un sueño? ¿Qué sueño? ¿Por qué no me lo has contado lo primero? -preguntó
la mujer exaltada.
- ¿Qué pasa, Persty? No entiendo tu agitación.
- Tienes razón, preciosa. Debo calmarme un poco. Tú cuéntame y quizás todo
tenga una explicación.
Persty acabó realmente agitada cuando escuchó el breve relato del singular sueño
de Zenia.
- Nunca había hablado con ninguno de vuestra raza -comenzó Persty algo más
calmada-, aunque siempre me preguntaba cuál era la razón por la que mi padre se
esmeró en trasmitirme tantos conocimientos sobre vosotros, y para qué me serviría
todo eso. Pero cuando vosotros dos llegasteis a mi puerta, un alborozo indescriptible
me sobrepasó por dentro, y no sabía el porqué.
»Me he seguido preguntando lo mismo todos estos días y el significado de vuestra
aparición. Puede que, a fin de cuentas, todo esto llegue a tener algún sentido.
- Pero es sólo un sueño, ¿qué importancia pueden tener esas cositas aladas?
- Mucha más de la que tú imaginas -contestó Persty levantándose-. Volvamos
rápidamente, debemos hablar enseguida con Vrajant y Banlot.
- Pero, ¿qué es lo que pasa?
- Lo siento, Zenia, lo hablaremos después con ellos, ahora no hay tiempo que
perder.
Y volvieron todo lo aprisa que pudieron, con una Zenia rezagada que se preguntaba
si no habría sido mejor mantener su boca cerrada, al menos hasta volver, que se
hubiese ahorrado ese camino de vuelta tan presto y traqueteado.
  
                            
 
- ¿Y qué son esos seres alados? ¿Por qué Zenia ha soñado con ellos? -preguntó
Banlot tras saber el suceso del sueño.
Estaban los cuatro sentados a la mesa de la cocina, que acababa siempre siendo el
centro neurálgico de aquella casa. No en balde, los kramitas eran de buen comer y
gustaban de andar a menudo entre cucharas, ollas y cocidos.
- Mi padre me habló de ellas -contestó Persty-, y en alguna ocasión también oí algo
de algunos de nuestros hermanos kramitas. Son shajas, que viven como nosotros en
los bosques, en la parte más alta de los árboles. Casi nadie las ha visto nunca porque
no suelen descender a la parte baja del bosque, ni ellas pretenden dejarse ver.
»Por eso, el hecho de que hayan llegado a contactar con alguien, y más con un
humano, hace que sea especialmente relevante.
- Shajas… -Banlot se quedó pensando-. Creo haber oído esa palabra antes…
- Pero, ¿y qué significado puede tener todo lo que, supuestamente, me dijeron? -
preguntó Zenia queriendo saber de qué iba aquel misterioso sueño.
- Supuestamente no -contestó Persty-. Ellas realmente han hablado contigo.
Cuando alguna vez conectan con alguien, lo hacen a través de sus sueños, porque si lo
hiciesen directamente, asustarían a más de uno…
 - … y más de dos, ja, ja, ja -rió Zenia viéndose a sí misma salir corriendo
perseguida por unas lucecitas voladoras.
- Y también porque los sueños son otra realidad -aclaró Banlot-, en otro plano
existencial diferente al nuestro de ahora mismo, pero realidad, al fin y al cabo.
- Efectivamente -afirmó Persty-. Te dijeron varias cosas… A ver, ¿por dónde
empezamos?
- Por lo de que yo pertenecí a ese mundo -se adelantó Zenia-. ¿Eso cómo va a ser?
Yo he vivido toda mi vida en Larimor.
- Esa pregunta justamente sólo podrás respondértela tú misma… cuando llegue tu
momento de saber o recordar -le respondió la mujer-. Yo no lo sé.
Banlot miraba de forma inescrutable a Zenia.
La kramita prosiguió:
- Lo que sí está claro es que ellas sí parecen conocerte o recordarte y, de alguna
manera, sabían que vendrías a estas tierras y que así podrían comunicarse contigo. Te
ven como una especie de representante de ellas ante los humanos.
- Qué cosa más absurda -para Zenia su sueño no era más que un sueño.
- Deja que Persty acabe de hablarnos de ese sueño -la calmó el anciano-, porque
es la que más puede saber de él y de por qué ha ocurrido.
- Gracias, Banlot -dijo Persty-. Lo que más me preocupa es que utilizasen la palabra
exterminio. Eso significa la desaparición total y absoluta de las shajas, cosa que no
concibo ni sé por qué ni de qué manera podría ocurrir algo así. Y quién o quiénes
podrían querer hacerlo…
- ¿Qué puede suponer que desaparezcan? ¿De qué manera afectaría eso? -
preguntó Banlot para intentar averiguar los porqués.
- Bien, de entrada un bosque es un sistema donde todo está interrelacionado, de
manera que la desaparición de uno de sus elementos afecta a todos y cada uno de los
demás -explicó la mujer-. A unos directamente y a otros no tanto, pero todos se verán
afectados, tarde o temprano, por esa ausencia. En este caso, los que se ven
directamente afectados son los árboles.
- Los árboles… -Zenia no sabía si creerlo o no, pero le preocupaba cualquier cosa
que pudiese tener que ver con ellos.
- Sí, pequeña, sí -continuó Persty-. Las shajas son como los espíritus vitales de los
árboles. Cada una de ellas elige un árbol y lo impregna todo de su energía de vida, le
da todo su ser para que el árbol no sólo crezca y se reproduzca según su fisiología
natural, sino para que vibre en una energía sutil que ennoblece al árbol, emanando una
sabiduría ancestral que exhala entorno suyo y que caracteriza a un bosque cuando
entras en él. Es la magia que vive en los bosques, y todo cuanto forma parte de ellos
queda tocado por su efluvio y el amor que ponen estos seres.
- Oh… -Zenia quiso, ahora sí, creerlo.
Tenía tanto sentido para ella lo que acababa de escuchar… Eso explicaba cómo se
sentía cada vez que daba un paso dentro de su preciado Bosque de Plata. Sus
adoradas hayas parecían comunicarse con ella, arropándola e induciéndole una
claridad mental inusual.
Todos quedaron callados. Persty aprovechó para resumirle a Vrajant, en kram, lo
último que habían estado hablando.
Banlot y Zenia se miraban, y con su mirada se lo decían todo. Parecía que se
avecinaba una auténtica aventura inesperada, con ella como protagonista.
- Si tocan el espíritu de los árboles -retomó la kramita cuando acabó-, lo tocan todo,
porque todos dependemos de ellos, son el alma de la vida en este lugar.
- ¿Quién podría querer algo así? ¿Y cómo pretenden exterminarlas? -preguntó
extrañada Zenia.
- No lo sabemos, de momento -contestó Banlot-, ni para qué quieren hacer tal cosa.
- Bueno, pasemos a la segunda parte del sueño: cuál es tu papel, Zenia, en todo
esto -siguió la mujer-. Aunque tú no lo recuerdes, parece que tienes el don de
comunicarte con ellas (a la vista está) y, por tanto, puedes mediar con los humanos. De
cualquier manera, sobre eso todavía no podemos saber nada. Lo único posible, ahora
mismo, es seguir sus instrucciones.
»Hablan de una llave, pero no sabemos cómo te la harán llegar; ésa es la clave
para empezar. Pero sin ella…
- Os dije que cuando desperté me dolía un poco en la parte alta de la cabeza, y yo
diría que lo que me despertó fue un golpe ahí. ¿Podría ser que me hubiese caído esa
llave para hacerme despertar? -todos miraron con ojos muy abiertos a Zenia-. Yo me fui
y ya está pero…
- ¿Quieres decir que a lo mejor la llave cayó allí, donde te sentaste y te dormiste? -
preguntó Persty.
- Puede ser…
- Pues eso tiene fácil y rápida averiguación -dijo Banlot-. Llévanos allí y sabremos si
es así, y tendremos además la prueba definitiva de que tu sueño es real y de que todo
lo que está pasando no es producto de una invención.
Salieron de la casa y Zenia los llevó hasta el río.
- Desde aquí escuché los sonidos, que venían de allí, de aquellos arces. Vamos…
Todos miraban hacia arriba esperando ver alguna shaja, pero allí no había ni alitas
ni campanitas.
- Creo que fue en este árbol. Busquemos aquí.
Miraron entorno al arce, pero después de una buena y larga inspección, no había
nada entre las hierbas del terreno.
- Pues así no podremos hacer nada… -se lamentó Persty.
Pero Zenia no se inmutó con el comentario y se quedó absorta mirando el suelo.
Justo en ese momento, un ave voló sobre sus cabezas, y ella exclamó:
- ¡La urraca! ¡Es ella quien la tiene!
Los tres la miraron, mientras ella seguía muy atenta el vuelo del pájaro níveo y
azabache.
- Debe tener su nido allí, en el árbol en el que ha desaparecido -dijo.
 Fueron corriendo hacia allá, y Banlot se ofreció a trepar por las ramas del árbol
hasta dar con el nido del ave.
Cuando al poco bajó, transportaba algo en su mano izquierda; lo mostró a todos.
Era, ciertamente, una gran llave de cristal de cuarzo rosado, con incrustaciones en su
base de finas hebras de plata que formaban un exquisito dibujo circular entretejido en
la piedra.
- Parece un mandala… -dijo Banlot observándolo.
Nadie preguntó.
Estaban tan hechizados por el brillo sublime de aquella llave… Ésta reflejaba de
forma enigmática los directos rayos del mediodía, que acababan de incidir sobre ella.
Banlot se la ofreció a Zenia.
- ¿Yo…? No…
- Te la han dado a ti. Tú debes portarla -le dijo la kramita.
La tomó entre sus manos con mucha devoción, porque en aquellos momentos se
sentía tan insignificante ante la excepcional hermosura de aquel objeto…
Continuaron intentando descifrar algo más sobre las misteriosas palabras de las
shajas.
- Sabemos poco más -dijo Persty-, porque yo al menos no tengo conocimiento de
esas puertas invisibles que te encontrarás cerradas. Pero habla del camino, que
imagino será el que continúa en la misma dirección desde la que llegasteis, pero
siguiendo hacia adelante.
- Siempre adelante… -dijo Zenia recordando el sueño.
- Pues entonces, no debemos perder tiempo -dijo Banlot con seguridad-. Mañana
mismo nos vamos. Esta tarde lo organizamos y planificamos todo para poder partir
mañana temprano.
- Bien, ¿y qué os parece entonces si volvemos, tenemos un buen almuerzo y
seguimos hablando? -Persty no pudo contener su vena kramita, amante del buen
tragar.
 
                            
 
Durante la tarde, Persty se dedicó a preparar comida para llevar, ayudándola Zenia
para esta ocasión, mientras Banlot y Vrajant hablaban sobre el camino que iban a
tomar, informándole el kramita de todo cuanto pudiese requerir saber sobre aquella
parte del bosque y más allá de éste.
Cuando anocheció, y tras su última cena, Persty invitó a Zenia a dar un breve paseo
por la zona de los huertos.
- ¿Cómo te sientes, mi querida aventurera? -le preguntó Persty cariñosamente
cuando llegaron.
- Nada aventurera, Persty, y nerviosa. No sé lo que va a pasar ni por qué me han
metido en este berenjenal.
- Recuerda que te has metido tú; tú has decidido hacerlo así. Nadie te obliga y
puedes volver a tu casa siempre que quieras.
- No, no quiero, eso no -dijo la joven tresla-, pero empiezo a cansarme un poco de
no saber qué va a pasar mañana.
- Bueno, eso en realidad nunca se sabe… -interpuso la kramita-. Bien, mi niña,
quería estar contigo a solas…
- ¿Y eso?
- … para despedirme tranquilamente de ti. Y porque quería hablarte de algo.
- ¿De qué? -inquirió intrigada Zenia.
- ¿Tú hablas con los habitantes del bosque? -comenzó preguntando.
- ¿Yo, hablar? -la joven se quedó un poco perpleja por la pregunta.
- Bueno, no necesariamente con palabras… o sí. Me refiero a comunicarte de
alguna manera con ellos.
- Yo no, qué va -negó la muchacha.
- ¿Estás segura? Hay varias maneras, y a veces no somos ni conscientes.
- ¿Vosotros sí habláis con ellos?
- Estamos en permanente conexión con ellos, si te refieres a eso.
- No sé a qué me refiero, la verdad -contestó la joven.
 - ¿Qué sientes con las Damas Sabias? -siguió preguntando Persty.
- ¿Quiénes son las Damas Sabias?
- Tus queridas hayas… de tu Bosque de Plata -aclaró la mujer-. Aquí las llamamos
así, porque son magníficas y majestuosas damas que han vivido cientos de años y
cuya sabiduría reluce allá donde se encuentran.
- Ah, pues me siento siempre refugiada y en paz entre ellas… -reflexionó la
muchacha-. En días de neblina parecen seres encantados en la umbría del bosque.
- El haya es la madre y reina de los bosques -manifestó la kramita-. No en vano,
restaura y enriquece el suelo bajo sus pies, provee de alimento con sus hayucos, y
mitiga dolencias con su resina y sus refrescantes hojas. Bajo la cúpula forestal de un
hayedo se respira sosiego, armonía y protección, invitando a la meditación… Suelen
ser predictoras de una maravillosa y floreciente etapa.
- Cuánto sabes sobre ellas, Persty.
- Tú las conoces incluso mejor que yo, porque es con su alma con la que contactas,
y ellas se comunican contigo a través de tu sensibilidad -dijo la mujer-. ¿Y con los
animales?
- Bueno, también me cautivan y provocan en mí cierto magnetismo -sonrió Zenia-.
Cercanamente sólo tengo a mi gata Noraj, pero más parece que es ella la que se
comunica conmigo y la que me entiende, que yo a ella, ja, ja, ja.
- Los grandes animales de los bosques también son insuflados por unos pequeños
y mágicos entes, llamados en este caso lurhams; no lo olvides.
- No…
Cuántas emociones…
- Zenia, escúchame ahora atentamente -la miró dulcemente a los ojos-:
independientemente de lo que hayas sido o hecho hasta ahora, te toca ya dejar atrás
gran parte de eso. Tú has venido con una serie de capacidades, que es hora ya que
empieces a reconocer y utilizar. Sal de tu cascarón de muchacha simple y apocada,
porque eso no es más que una imagen que te han hecho creer de ti misma.
»Créete de una vez por todas todo lo que te está pasando y atrévete a ser valiente
para vivir esta maravillosa historia que estás preparando para ti misma.
- Lo que no me siento es preparada para tantas cosas nuevas para mí sola, Persty,
no puedo… -se le ensombreció el rostro.
- Mi querida jovencita, no estamos solos…
- Eso mismo me dijo Banlot hace unos días, pero no le entendí.
- Alegra esa cara, mi niña, que estamos rodeados siempre de seres protectores que
velan por nosotros con amor… Algún día hablaremos de eso. Ahora lo que debes tener
claro es que, si estás en el punto en el que estás, es justamente porque ya estás
preparada para todo ello. Asume que las shajas te han elegido a ti y sólo a ti, no a mí ni
a Vrajant; ni siquiera al sabio Banlot.
»Es muy importante que escuches a tu corazón a cada instante; y si se te olvida,
pues vuelves a hacerlo una y otra vez. Él te conducirá, principalmente, en los
momentos dificultosos o en las encrucijadas que el sendero te marque.
Quedaron un rato en silencio, Zenia contemplando la bóveda nocturna y
relumbrante. Las miríadas de estrellas componían un tejido de blanca plata que vestía
de gala aquel señalado momento.
- ¿Y por qué me has hablado de comunicarme con los seres de los bosques? -
preguntó la muchacha tresla.
- Porque aún desconoces que tienes ese don, no sólo con las shajas, sino con la
naturaleza toda. Ellas nunca hablan nada en vano, y yo te he visto en el lago cómo
mirabas la vegetación y a las aves que pasaban, hasta al mismo lago. No había visto
antes esa mirada, pero sé que es de intercambio con el ser que miras. Tú no lo sabes,
no eres consciente; sin embargo, estás permanentemente comunicándote. Pero todo
llegará… De momento, sólo quería que lo supieses.
Las rapaces nocturnas cantaban a la luna embarazada, que deshacía esa delicada
red de luces de las estrellas, a su paso por el firmamento.
- Y sí que hablamos con todos ellos -confirmó Persty-; tenemos mucho que
agradecerles. Nosotros les hablamos con palabras y sentimientos, y ellos nos hablan
con sus actos y su propio lenguaje.
- ¿Y es verdad que muchos se ofrecen para morir?
- Ofrecen su vida para nosotros. Por eso, no podemos menos que sentirnos
agradecidos y honrarles mientras viven. Fueron puestos ahí para eso y ellos lo saben.
Son conscientes, desde su nivel, de que siendo ésa su misión, no necesitan poner
resistencia, no más que la del propio instinto de supervivencia. He visto muchos ojos de
animales que destilaban paz, y yo diría que hasta felicidad algunos, por ofrecerse por
nosotros. Hay mucho amor en el bosque, Zenia, si sabes verlo…
La joven quedó realmente impactada por todo cuanto oía y aprendía de la dama
kramita.
- Te deseo una feliz andadura en tu misión -le dijo la mujer-. Espero haberte
ayudado en algo.
- En mucho, Persty, en mucho -Zenia la miró con ternura-. Gracias a ti no echo tanto
de menos a mi madre…
La kramita le dio un amoroso abrazo.
- Sé tú misma -le dijo al oído-: la mujer poderosa que estás llamada a ser… Y
disfrútalo.
- ¿Nos volveremos a ver?
- Sí…
 
                            
 
Una vez entraron de su paseo por la puerta de la vivienda, Vrajant se acercó a
Zenia y le dijo:
- Zenia, krom vajasty ere clam esbor.
Persty tradujo instantáneamente:
- Dice que ese regalo es para ti, con todo su amor.
Zenia miró en el pozo profundo de aquellos ojos, y se turbó.
Le entregó un artefacto, que ella miró con curiosidad: era un pequeño cilindro,
hecho de madera clara de haya, con una de las bases acristalada, en la que podía
verse una hermosa figura geométrica formada por pequeños trozos de huesos, hojas y
flores secas, reposando sobre una leve capa de tierra esponjosa de color marrón rojizo.
Justo en el centro de la circunferencia base y de dicha figura había un pequeño agujero
con una lente.
La otra base estaba también hecha con un cristal transparente pero más pequeño,
rodeado de la misma madera, y no llevaba nada más.
Al mover el tubo, escuchó el sonido del agua que albergaba en su interior, debajo
de su superficie.
A Zenia le pareció tan especial, original y bello a la vez, que sólo pudo decir
gracias.
- Es un a modo de catalejo -le explicó la kramita-. Con él puedes ver de cerca cosas
que están lejos. Lo ha construido él en estos días… para ti.
La emoción traspasaba a la muchacha, que se acercó a él y lo abrazó conmovida. A
pesar de ser un poco huraño, Zenia había llegado a cogerle también profundo cariño, y
sentía de veras dejar de verlo casi tanto como a Persty.
Después del abrazo, Vrajant habló algo con Persty, y ésta dijo a continuación:
- Os desea lo mejor del mundo y que vuestros pasos vayan siempre guiados por la
mano certera de vuestros corazones, nobles y limpios. Aquí tendréis a vuestros amigos
kramitas para lo que necesitéis.
Banlot, igualmente conmocionado, fue a darle otro abrazo, y luego besó tiernamente
a la kramita.
- Muchas gracias por acogernos tan afectuosamente en vuestro hogar todos estos
días -dijo-. Han sido gratos y felices para nosotros. Os tendremos presentes en nuestro
caminar…
Se dieron las buenas noches y se acostaron, puesto que la jornada empezaba
pronta al día siguiente.
 
                            
 
Levantaron antes del amanecer, se prepararon y salieron al camino, para
despedirse por último de los kramitas.
En aquella ocasión, las mujeres no pudieron evitar sus lágrimas, mientras a los
hombres se les tornó entristecido el rostro.
La pareja miró atrás, una vez más, y se dijeron adiós con la mano.
Cuando habían dejado bastante lejos la casa, Zenia soltó lo que desde la tarde
anterior llevaba deseando preguntar a Banlot:
- ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Volverás a casa?
Banlot se paró y la miró con seriedad.
- ¿Qué te hace pensar eso?
- Ibas a acompañarme las primeras jornadas -dijo ella-, incluso cuando todo empezó
a torcerse. Ahora, has acabado tu cometido. Esta historia es mía y sólo me la han
encomendado a mí. Es mi prueba y mi misión, supongo.
La miró con tanto amor…
- Mi dulce Zenia… Eres muy valiente y, sin duda, no te escaseará el valor del que
hablaban las shajas. Tu camino es tuyo y nadie lo andará por ti; pero puedes caminarlo
sola o junto a otros. Si tú me lo permites, nada me haría más dichoso en estos
instantes que andar mis pasos junto a los tuyos en esta nueva travesía. Seguiría
ofreciéndote toda mi ayuda y todo mi apoyo.
- ¿Si yo te lo permito? ¿Lo dices de verdad? ¿Seguirías conmigo? -la excitación la
abrumaba.
- Adonde tu corazón te lleve… -dijo él enternecido.
- Oh, Banlot, echaba de menos tus palabras con tanto kramita de por medio -ella
reía y lloraba a la vez.
Se abrazaron emocionados.
- Pero una cosa te digo -añadió el hombre-: si en algún momento tú has de seguir
sola o yo he de volver o caminar en otra dirección, entonces nos separaremos…
siempre temporalmente.
- Sí, de acuerdo.
- ¿Vamos, pues, a contribuir a salvar a las shajas, los árboles, el bosque y sus
habitantes? -preguntó inflamado el hombre.
- Vamos, vamos…
5. Los Hermanos del Firmamento
 
 
 
 
 
5
           
Acaminar, otra vez, sin saber adónde dirigirse. ¿O acaso sí? A encontrar siete
puertas. Pero eso y nada era muy semejante…
Cuando se detuvieron a descansar para almorzar, después de largas horas de
camino por el gran bosque, se decidieron a definir su plan de ataque.
- ¿Seguimos andando así todo seguido por el camino y nada más? ¿O mejor nos
planteamos alguna alternativa, algún plan? -preguntó Zenia cuando ya reposaban la
comida.
- Aquí tú eres la que dirige la expedición, ja, ja, ja -contestó Banlot riendo.
- Muy divertido…
- No, es broma. Si te digo la verdad, no tengo la menor idea de qué hacer ni hacia
dónde ir, que no sea este camino.
- ¿Qué querrá decir eso de las siete puertas invisibles? Y encima, cerradas. Si son
invisibles, ¿cómo vamos a saber si están ya abiertas o aún cerradas? Esto es un
galimatías. Si al menos tuviésemos alguna pista o alguna señal… -Zenia se encontraba
desalentada.
- A lo mejor las tenemos por el camino, quién sabe… No hay que desanimarse.
La joven seguía pensando y pensando, intentando esclarecer algo.
- Déjalo, Zenia -le dijo el hombre-, por más vueltas que le demos, no vamos a
conseguir mucho.
- Pues yo creo que hay algo que extraer de las palabras de las shajas y que, sin
ello, no será suficiente con recorrer el camino.
- ¿Sí? ¿Tú crees? -preguntó el anciano.
Zenia se dispuso a escribir el mensaje que le dieron, para tenerlo más presente y no
olvidarlo.
- La clave está en averiguar a qué tipo de puertas se refieren, en qué consisten
esas siete -Zenia pensaba en alto-. Quiero decir que, muy posiblemente, estén todas
interrelacionadas entre sí, y serán siete por algo.
- ¿Cómo por algo? -le preguntó Banlot.
- No puedo dejar de pensar que son siete puertas porque están relacionadas con
otros tantos asuntos que son siete. No son siete porque sí.
- Es posible… -dudó Banlot-. Deberíamos seguir.
- Oye, Banlot, y esta noche, ¿dónde dormiremos?
- Espero que para eso también nos llegue alguna señal -contestó él con una media
sonrisa.
Retomaron la marcha.
 
                            
 
Al irse acercando el ocaso, distinguieron muy cerca del camino, en su parte
izquierda, una construcción hecha con maderos, paja y barro. Era como una habitación
abierta por una de sus paredes pero techada.
- Uy, fantástica señal ésta -sonrió Banlot-. Aún es pronto para parar a pernoctar,
pero antes de arriesgarnos a continuar y no encontrar más cobijo, creo que lo más
sensato es parar aquí y hacer noche. Nos apañaremos.
- No lloverá, ¿verdad? Porque podemos inundarnos de goteras aquí -dijo Zenia
cuando examinaron el refugio.
- No, no creo. En estos días aún no han llegado las largas lluvias otoñales.
Se acomodaron como mejor pudieron para hacer noche, y encendieron un fuego
cuando comenzó a oscurecer.
Tras la sabrosa cena kramita, que hizo recordarles a Persty de forma entrañable,
Banlot sacó su preciada y pulcra pipa de hueso, adornada con incrustaciones de nácar,
y se dispuso a fumar una peculiar hierba verde azafranada que humeaba un dulce y
refrescante olor.
Zenia se acordó del catalejo y lo sacó de uno de sus macutos. Lo dirigió al cielo en
busca de estrellas.
- Oooh, mira, Banlot…
El hombre tomó el catalejo y comenzó a mirar el firmamento.
- Qué maravilla… Es un regalo de los dioses tener este milagro cada noche a
nuestra disposición.
Se tumbaron al ras para disfrutar y contemplar mejor aquel paraíso reluciente de
astros y planetas.
Al quedarse prendida de un cúmulo de estrellas perladas allá en lo alto, de las que
siete centelleaban como relámpagos, Zenia dejó de deducir y discurrir, y por un
momento no le importó estar allí, en medio de la nada, sin saber qué hacer ni adónde
ir. Ya sólo sentía la magia de la belleza celeste del firmamento y su mente sólo se
vaciaba más y más, expandiéndose hasta tocar esos puntos luminosos sobre sus
cabezas y embeber hasta el último ápice de energía de plata que derramaban.
No se dieron cuenta del tiempo que transcurrió, hasta que unos lobos, allá en la
lejanía, aullaron todos a coro, y eso los despertó.
- Hora de recogerse a dormir -dijo Banlot poniéndose en pie.
- Buenas noches, amigo.
- Que descanses, princesa de las estrellas…
 
                            
 
Un nuevo amanecer en el bosque…
Con los primeros rayos, despertaron y salieron afuera para preparar un buen
desayuno que les sirviese de reconstituyente tentempié durante las primeras horas del
día.
- ¿Dónde están los árboles de anoche? ¿Y se puede saber de dónde ha salido este
prado? -Banlot enmudeció después de preguntar esto, no dando crédito a lo que tenía
ante sus ojos.
Zenia, sencillamente, no pudo mediar palabra.
- Esto es una locura -Banlot no dejaba de mirar a todos lados-. Primero el camino se
estrecha y deja de existir, y ahora nos acostamos con un paisaje y nos levantamos con
otro. ¿De qué va esto? ¿Estamos soñando todo el tiempo o qué?
Zenia seguía callada y un poco asustada, pero no sabía si más por el estado
alterado en el que se encontraba su amigo o por el mismo cambio de escena.
Ya con más calma y pasada la primera impresión, Banlot empezó a encender el
fuego a partir de las brasas que quedaron de la noche. Zenia se limitaba a mirar, con el
rostro ajeno y silencioso. Veía con qué dominio aquel hombre prendía unas cálidas
llamas que eran muy de agradecer en los albores del día en el bosque.
Se sentía un poco aturdida entre tanto incidente disparatado, pero ahora también
era capaz de captar otros pormayores de la situación. Era afortunada de tener cerca a
alguien como Banlot, fue lo que le dijo la kramita, y en aquella extraña situación más
valoraba aún tener a ese amigo tan cerca.
Se puso a elaborar el desayuno pausadamente, como si al hacerlo así espantase
los traidores pensamientos de perplejidad y decepción, mientras permanecía callada.
Banlot la miró en varias ocasiones, cada vez más atraído por su silencio.
Se sentaron a degustar la comida preparada, y Banlot habló:
- ¿Qué te pasa, Zenia? ¿Por qué andas tan callada? No has dicho ni una sola
palabra desde que hemos aparecido en otro bosque… o no, porque no es ni un bosque
donde estamos. ¿Qué opinas de todo esto?
Zenia lo contemplaba sosegada y casi sonriente.
- ¿Cómo consigues estar tan calmosa? -siguió preguntándole Banlot-. Porque te
adelanto que, además, desde aquí no hay ya camino que seguir. Para variar…
- Si nos concentramos sólo en la parte fastidiosa de los cambios, no conseguiremos
ver nunca ni el significado ni lo beneficioso de tales cambios -Zenia al fin habló-.
Porque los cambios, además de ser oportunidades, son siempre para bien, tarde o
temprano. Si no, no ocurrirían, porque no serían necesarios.
Banlot pestañeaba, una y otra vez, para conseguir reconocer a aquella jovencita
tímida a la que se presentó, camino de Larimor, hacía casi un año. Pero es que apenas
se hallaba, al menos por el momento. Tan madura la veía…
- ¿Tú también has cambiado? ¿Con el paisaje? ¿Eres otra Zenia?
- Sí y no -rió ella-. Claro que soy yo, tonto.
- Uf, menos mal… Por un momento temí que te hubieses quedado en el bosque
aquél, que a saber dónde lo han guardado, porque son hectáreas y hectáreas de
terreno.
- Me alegra ver que empiezas a tomártelo de otra forma -sonrió la muchacha.
- No me queda otra, como tú dirías -le devolvió la sonrisa-. ¿En dónde deambulabas
antes tan silenciosa?
- Pensaba… y no pensaba.
Banlot prefirió callar y aguardar a que ella se explicase.
- Ah, y sí que estamos en el mismo bosque, sólo que ahora su aspecto ha cambiado
bastante. Porque las brasas son las mismas, y el refugio también. Lo demás ha
cambiado, por descontado, pero eso seguro que tiene que ver con las shajas y lo que
hemos venido a hacer. ¿Tú no querías señales? Pues más señal que ésta…
- Desde luego -Banlot arqueó sus espesas y canosas cejas-. ¿Y el no tener ya
camino? ¿Qué hacemos con eso?
- Ya lo veremos. Antes tenemos que resolver otras cosas. ¿Por qué o para qué
crees que nos ha pasado esto?
- Ni la más remota idea -el hombre negó con la cabeza.
- Ya nos ha pasado dos veces. Eso no es normal, no creo que sea casualidad.
- Pero la primera vez fue antes casi de comenzar, y aún no sabíamos nada de
kramitas ni de shajas.
- ¿Y si, en realidad, nuestra aventura empezó entonces? -se preguntó la joven-.
Como tú dijiste… ¿menguaron nuestras mentes?
- Bueno, se estrecharon nuestras mentes, dije. Esto es un poco lioso, querida…
- Hoy te has levantado un poco obtuso, ¿no? -ella lo miró como reprendiéndolo.
- Y tú muy espabilada.
- Si nos sirve para averiguar algo…
- Claro que sí, mujer, no me eches mucha cuenta -dijo el anciano-. Es que me ha
desubicado un poco, nunca mejor dicho, la nueva ubicación.
- Pensemos un poco más… Estoy a punto de averiguar algo -la muchacha seguía
hablando como para sí-. ¿Qué hicimos anoche, antes de acostarnos?
- Mirar las estrellas, nada más.
Zenia recordó el momento mágico y evocador de la noche.
- Ajá… Y cuando empezó a estrecharse el camino, al principio, ¿te acuerdas si
hacíamos o hablábamos sobre algo en especial?
- Creo que no hablábamos -contestó Banlot tratando de recordar-. Llevábamos
mucho tiempo callados, sólo se oían los sonidos del Bosque de Plata.
Ella miraba el fuego de llamas anaranjadas y aterciopeladas, como para inspirarse
en él.
- ¡Ya está…! -exclamó de pronto.
- ¿El qué? -Banlot dio un respingo.
- Bueno, creo que ya sé algo. No sé si nos servirá.
- Habla, habla… -el hombre la animaba con un gesto de la mano.
- Intentaba encontrar coincidencias entre un caso y otro, a ver si así sacábamos
alguna conclusión última -explicó la joven-. Esto es lo que creo: sin querer o inducidos,
en las dos situaciones los dos entramos en una especie de estado mental estrecho (tú
sabrás más de estas cosas), en el que dejábamos de tener pensamientos porque lo de
fuera nos envolvía. Primero el bosque: sus luces y sonidos; y después el cielo: sus
estrellas y sus brillos.
»Eso hizo, en ambos casos, que pudiésemos entrar en otro posible plano
existencial, como lo que explicaste de los sueños. Al final seguimos estando en el
mismo sitio, pero desde otra perspectiva.
- Me maravillas con tus planteamientos, Zenia -el anciano estaba admirado-. Me
estás hablando de una especie de desdoblamiento espacial… y eso hace que vayamos
a otros planos, en los que nos encontramos con kramitas, shajas y, a saber ahora, qué
nos espera…
- Sí, exactamente -confirmó Zenia-. Y la conclusión a la que llego, que es más bien
una pregunta, es: ¿tendrán algo que ver estos pasos a otros mundos, por así decirlo,
con esas puertas de las que hablaban las shajas? Son puertas invisibles que te guiarán
a otros lugares, dijeron. Cuando entramos en ese estado, la puerta correspondiente se
abre y pasamos a otro mundo, a otra percepción, a otro espacio, a otro lugar…
- Increíble… -Banlot no daba crédito-. ¿Cómo has podido averiguar todo eso?
- No dejándome llevar por la preocupación del momento, y escuchando a mi
corazón (como me dijo Persty)… y al fuego.
- Eres una cajita de sorpresas, mi querida tresla -Banlot la abrazó.
- Y en cuanto al nuevo camino, supongo que tendremos que abrirlo nosotros en la
misma dirección que llevábamos ayer -continuó explicándose la joven-. Y veremos este
nuevo mundo qué nuevos seres y experiencias nos trae.
- Seguramente tienes razón, así que seguiremos en aquella dirección -dijo el
hombre señalando con el brazo-. Pero si ya atravesamos el umbral de la primera puerta
y entramos en su lugar correspondiente, ¿qué hay del objeto que debías elegir?
- Buena pregunta… -ella se quedó pensativa.
- ¿Y por qué ocurrió antes de saber siquiera de las shajas y su mensaje?
Tardó un poco en contestar pero, definitivamente, lo tuvo bastante claro:
- Pues para poder asociar, desde el primer momento de esta segunda etapa, es
decir, lo que ha pasado hoy, con aquello. Así, hemos podido deducir enseguida lo que
son las puertas.
Después de la fructífera conversación, fueron recogiendo todo para salir cuanto
antes. Al ir a guardar el catalejo, Zenia se quedó mirándolo, a la vez que comenzaba a
sonreír.
- El catalejo… -dijo.
- ¿Eh? ¿El catalejo? ¿Qué le pasa? -él se dio la vuelta para mirarla.
- El objeto es el catalejo.
- Oh, puede ser.
- No… Es -dijo ella con seguridad-. No podría haber elegido mejor objeto que me
llamase más profundamente de todos los que hubiese visto y tomado en tierras
kramitas. Algo confeccionado a mano con amor por alguien tan especial como Vrajant,
y que acerca a uno lo que está lejos… Sí, si lo hubiese hecho de forma consciente, lo
habría elegido igualmente. Además, si te fijas, es lo único que me he traído de allí.
- Y la rica comida de nuestra Persty, pero ésa va a durar poco -rió el anciano-. No
puedo menos que felicitarte, amiga mía, por tu lucidez y seguridad en todo lo que has
averiguado. Hoy me has superado con creces… aunque conmigo eso no es tan difícil
de hacer, ja, ja, ja.
- Anda que no…
Zenia le dio un empujón, se rieron juntos y echaron a andar.
 
                            
 
No habían caminado demasiadas horas cuando el cielo fue tornándose gris y
nuboso. Las opacas nubes fueron cubriendo y oscureciendo, poco a poco, el cielo claro
que había despertado aquella mañana.
- No vendrá una de esas largas lluvias otoñales de las que hablaste anoche, ¿no,
Banlot? -la muchacha lo miró de reojo.
- Quién sabe… -Banlot movió la cabeza.
- Con eso no contábamos.
- En cierto modo sí, si nos aventuramos en la naturaleza a principios de otoño -
razonó el hombre-. Vienes preparada para la lluvia, ¿no?
- Sí, más o menos. Mientras no haga demasiado frío…
- No, no creo. Aún no.
Cuando ya el cielo se ennegreció totalmente por unas nubes gruesas y pesadas,
comenzó a caer una leve llovizna que hizo que Zenia se cubriese con una capa
encapuchada, protegiéndose de la humedad.
Al poco, todo se iluminó por un instante con una luz argéntea y atronadora, que hizo
que los dos compañeros se mirasen desprevenidos.
Casi a la par, retumbó un estruendo que hizo vibrar todo alrededor.
- ¡Vaya! -exclamó Banlot -. Aquí hasta las tormentas son peculiares. Normalmente
se van acercando lentamente y los truenos se demoran después del rayo, pero esta
tormenta ha llegado con ganas, de una vez y sin avisar.
La llovizna se convirtió en pocos minutos en un buen chaparrón, y los relámpagos y
truenos siguieron acompañándolos un buen trecho.
A pesar de la que caía, continuaron adelante campo a través, por la pradera de la
que partieron pero que pronto se volvió a convertir en suave arboleda.
- Creo que deberíamos parar en cuanto encontremos un sitio donde guarecernos -
dijo el anciano después de un trecho de andar calados hasta los huesos.
 - No seré yo quien te diga que no -la muchacha estaba empapada.
No tardaron mucho en otear un reducido descampado, en el que se levantaban
unas extrañas estructuras de piedra dura como el granito. Cuando llegaron a ellas, la
lluvia empezó a amainar casi bruscamente.
- Cualquiera diría que este sitio hace las veces de un refugio, porque al llegar a él la
lluvia cesa -comentó el hombre.
Apenas chispeaba ya, así que aprovecharon para descansar un poco y curiosear
por el lugar.
Nueve gigantescas piedras alargadas se disponían en torno a una especie de
banco rectangular central.
- ¿Qué es esto? ¿Por qué  y quiénes han dispuesto estas rocas tan grandes así? -
preguntó Zenia admirada por el tamaño.
- Parecen dólmenes, y la piedra central un altar -informó Banlot a la muchacha-.
Son antiquísimos monumentos que se construyeron no se sabe cómo, para rituales
ancestrales relacionados con la muerte y el tránsito al más allá.
- ¿Más allá? ¿Qué hay más allá? -la joven no había escuchado antes nada de
aquello.
- Hay muchas hipótesis sobre eso, y especialmente mucha superstición, que tanto
abunda en estos tiempos.
- ¿Cuál es la que crees tú? -preguntó directa Zenia, como solía acostumbrar hacer.
- Respecto a eso, mi querida, la vida te irá ofreciendo las experiencias necesarias
para averiguarlo, si tienes interés suficiente en conocerlo.
- Pues yo creo que vamos a otro plano, parecido a como nos está pasando a
nosotros ahora -a él le brillaron los ojos al escucharla-. Aquí se respira una paz
infinita…
Suspiró en lo profundo, y Banlot la dejó disfrutar un rato más, antes de decirle:
- Bueno, deberíamos irnos cuanto antes, ahora que parece que ha amainado.
- ¿Por qué tienes siempre tanta prisa por que nos vayamos, Banlot? Parece que no
quieres llegar tarde a… no sé dónde. Si no tenemos ningún sitio en especial adonde ir
excepto las puertas; y para ésas parece que no tenemos ni que desplazarnos.
- Tienes razón, Zenia -reconoció el hombre-. Es porque suelo llevar siempre el
desasosiego de la noche, de cómo encontrar un buen lugar para descansar.
Básicamente para ti, que no estás tan habituada a vivir al aire libre.
- No te preocupes, que igual que todo lo demás, se irá dando poco a poco.
Acuérdate del afán de cada día; irá viniendo.
- De acuerdo. ¿Quieres que nos quedemos un poco más? -le preguntó él.
- Sí, al menos un rato -contestó ella-. Creo que éste es el lugar al que teníamos que
llegar. Hay un magnetismo aquí que me induce a permanecer pegada al sitio.
- ¿Quieres decir que aquí es dónde se encuentra tu objeto? -preguntó Banlot con
entusiasmo.
- Puede ser…
- Y yo queriendo sacarte con celeridad de aquí. Últimamente no estoy nada afinado.
Zenia lo miró con candidez, y le dijo:
- ¿Sabes por qué no estás afinado? -Banlot negó con la cabeza-. Porque si lo
estuvieses, estarías privándome, sin querer, de mi intuición para resolver cada
incógnita que se presenta, puesto que la resolverías tú antes de que a mí apenas me
diese tiempo a planteármelo.
- Qué bondadosa eres, Zenia… Seguramente será así. Se me olvida que ésta es tu
aventura.
- No, es nuestra aventura, sólo que yo soy quizá la protagonista -apuntó la joven.
- Seguro…
Acabó de pronunciar la última palabra, y un esplendoroso arco iris surcó el cielo, al
que por un lateral se le escapaban algunos tímidos rayos dorados.
- Oh, qué hermosura… -exclamó Zenia contemplando la semicircunferencia
multicolor.
Después de una pausa, preguntó:
- ¿Y dices que no se sabe quién construyó esto?
- No exactamente, porque por aquella época los medios que existían no permitían el
desplazamiento de semejantes rocas.
- Y entonces, ¿no hay ninguna explicación posible? Alguien debió hacerlo.
- ¿Por qué te interesa tanto? -preguntó Banlot curioso.
- Porque tengo la impresión de que ahí está el secreto de esta puerta.
Banlot pensó un momento, y dijo:
- Hay una teoría que lo explica con los astros.
- ¿Con los astros? ¿Cómo es eso? -le intrigó a Zenia.
- Bueno, dice que fueron unos seres, que se presentaron desde muy lejos, los que
emplazaron este tipo de construcciones por aquí.
- ¿Desde muy lejos? ¿De los astros, quieres decir? -Zenia estaba más intrigada
aún.
- Sí, de las estrellas, de algún otro planeta;  hermanos del firmamento, los llaman
algunos. Dicen que se encuentran permanentemente cerca de nosotros, velándonos y
ayudándonos. De estas piedras, hasta dicen que las trasladaron ellos de allá, porque
son rocas de una composición que no existe aquí.
- Ellos dejarán, entonces, el objeto que me atraerá profundamente -dijo Zenia con la
mirada perdida en las piedras.
El arco iris desapareció con sus rayos dorados y volvió el cielo oscuro y
encapotado.
En breve, comenzó de nuevo a llover y copiosamente, así que intentaron
resguardarse pegados a uno de los dólmenes, en la pared contraria a la dirección del
viento y de la lluvia.
Antes de que pudiesen darse cuenta, un enorme relámpago zigzagueó con su
potente y enérgica luz en medio del círculo de piedras -al pie del rectángulo que hacía
las veces de altar-, deslumbrando el lugar. A la vez, un fuerte rugido hizo temblar todo
con su potente vibración.
Zenia gritó y se agarró a Banlot, escondiendo la cabeza en su ancho pecho. Él la
abrazó fuerte, arropándola.
Todo duró unos segundos, que a ellos se les hicieron eternos. Cuando acabó, ya no
llovía. Consiguieron amansar su corazón desbocado, y se aproximaron al lugar donde
había caído el rayo.
- Qué cerca cayó… -Zenia aún estaba pálida-. ¿Y si nos hubiese alcanzado?
- La piedra del altar está rota… aquí.
Le faltaba una esquina.
- ¿Qué es eso? -Zenia se fijó en algo en el suelo y fue a cogerlo.
- ¡Cuidado! No lo toques… -Banlot la cogió del brazo-. Aún puede estar caliente, si
lo ha tocado la electricidad del relámpago.
- Qué extraño todo… -Zenia observaba a su alrededor-. Pero sigue habiendo la
misma paz de antes, si no más…
- Lo que más me desconcierta es la facilidad con que aquí viene una tormenta con
su agua y se va, viene un arco iris con su sol y se va, viene un rayo con su trueno y se
va…
- Es que igual éste no es un sitio ordinario…
Zenia se puso a tocar las piedras con curiosidad.
Al cabo de un rato, dijo:
- Voy a coger lo que vi entre la hierba.
Se acercó de nuevo al altar y lo recogió. Se veía que había formado parte del trozo
que faltaba en la esquina.
- Mira, Banlot, qué brillo… Al haberse roto la piedra, puede verse su interior. ¿Has
visto alguna vez algo semejante?
Examinaron el fragmento, que tenía forma de geoda y cuyo interior estaba cuajado
de cristales. Brilló intensamente con la luz del sol, que comenzaba a asomar por el
cielo parcialmente despejado.
- Qué reflejos tiene ahora con el sol… -Zenia seguía con la boca abierta-. ¿Has
visto cómo ha cambiado con la luz solar? Ahora son cuarzos de colores… equivalentes
a los siete colores del arco iris que hemos visto antes: bermellón, anaranjado, ámbar,
esmeralda, turquesa, índigo y magenta.
Iba señalándolos con el dedo.
- ¿Tendrán todos estos dólmenes esos cristales en su interior? -se preguntó Banlot-.
Si lo tienen, como no les da el sol por dentro no se pueden transformar en estos
maravillosos cuarzos.
- Éste es el objeto -sentenció Zenia-. No hay duda, por la forma en que nos ha
llegado, por su belleza fuera de lo normal y por la paz que me transfiere cuando lo
tengo entre mis manos…
El sol radiante lucía ya en un brillante y límpido cielo azul.
- No nos hubiese alcanzado nunca… -dijo Banlot.
- ¿El qué? -preguntó Zenia.
- El relámpago -contestó el anciano-. Iba dirigido justo a la piedra; ése era su
objetivo.
Zenia no dejaba de contemplar y fascinarse con los cristales irisados, pero le
escuchó… y comprendió.
- Los que trajeron estas piedras, o los de su raza -dijo- provocaron el relámpago,
justo ahí, para que la piedra rompiese y pudiésemos capturar un fragmento y ver su
interior, con la luz del astro de nuestro cielo. Los hermanos del cielo nos han dejado el
arco iris…
Zenia guardó la geoda con sumo cuidado en el macuto, al lado del catalejo, ambos
envueltos en sendas finas y delicadas telas de seda y protegidos, junto a la llave
rosada. Al verla, sorprendida preguntó a Banlot:
- ¿Y la llave? Aún no la hemos usado. Y, sin  embargo, ya dos puertas se han
abierto. O las puertas no son lo que creíamos o esta llave no servía para abrirlas.
- Es cierto, no la recordaba. Pues no lo entiendo, francamente. ¿Para qué es esta
llave entonces?
- A lo mejor es suficiente con que la lleve encima -comentó la muchacha.
- ¿Y la primera puerta? Aún no la teníamos -repuso Banlot.
- No lo sé. Supongo que ya nos llegará el momento de entender eso también.
- Bien, continuemos pues.
- ¿Qué te parece si aprovechamos para comer aquí antes de abandonar este sitio?
-sugirió Zenia.
- Excelente idea.
 
                            
 
Tras un apetitoso almuerzo, aún con las viandas que les restaban de la kramita,
reposaron un poco antes de partir.
Se habían acondicionado junto a uno de los menhires, así que al llegar la hora del
descanso, Zenia aprovechó para sentarse delante de la misma piedra, apoyando su
cabeza en ésta. La placidez y quietud del lugar, junto con un aterciopelado sol que
acariciaba su rostro, estaban amodorrándola cada vez más.
«He comido demasiado», pensó. Y ya no hubo más pensamiento, porque cayó
inesperadamente en un sueño profundo…
En él, se vio sentada tal como se encontraba, pero los dólmenes alrededor no eran
de piedra. O sí, pero estaban desprovistos de la capa granítica exterior, de tal manera,
que eran todo cristal, como el interior del fragmento recogido junto al altar.
En ese justo instante, el sol se reflectó en ellos y comenzaron a destellar una luz
irisada por doquier, que salía de sus nuevos cuarzos coloridos.
El sol en los ojos y el cromático espectáculo que Zenia presenciaba la tenían tan
deslumbrada, que no se percató de que, frente a ella, una esbelta figura se le iba
acercando.
Mas en una de las ocasiones, al pasar justo delante del sol, la muchacha pudo
distinguir una silueta en el contraluz.
Todavía más cerca, acertó a ver que llevaba una extraña vestimenta azul claro muy
ceñida al cuerpo y brillante. En el pecho llevaba bordado en hilo de plata un pequeño
círculo y un triángulo circunscrito en él.
Al llegar a ella, vio unos ojos tan luminosos que no podía decirse si eran de algún
color definido. Una voz masculina y profunda salió de sus labios, a la vez que llevaba
una mano al pecho en señal de saludo y reverencia:
«Te saludamos, hermana, bienvenida seas a nuestro espacio de energía». Mostró
ahora con la mano las enormes piedras multicolores.
«Gracias», contestó Zenia llevándose también la mano al pecho en respuesta a su
saludo. «¿Quiénes sois y de dónde venís?», preguntó con acentuado respeto.
«De muy lejos, allá donde tu catalejo apenas puede distinguir. Pero estamos cerca y
sabemos de vuestros esfuerzos para velar por vuestros bosques. Todos somos
hermanos».
«¿Qué venís a comunicarme?», quiso saber la joven.
«Queremos que sepas que has de seguir conduciendo tus pasos como hasta ahora.
Ellos te llevarán, finalmente, a formar parte de la salvaguarda de los árboles, pilares de
la vida en este planeta. Este hecho provocará que tu gente pueda subir de nivel en el
eterno ascenso evolutivo hacia el amor y la confraternidad de los mundos». Calló por
un instante.
Zenia aprovechó la ocasión para preguntar por algo que necesitaba saber: «¿Y
quién o quienes pueden querer la desaparición de la vida?».
El ser la miró con sus ojos refulgentes y contestó: «No estoy autorizado para
responderte a eso, pero te diré que la oscuridad de tu mundo no quiere ni su evolución
ni su acercamiento a la luz, e intentará destruir cualquier atisbo de amor, hermandad y
cooperación. Si se cortan los pilares y la base de la vida, habrá caos, desesperación y
su arma más letal: el miedo». Volvió a callar, pero esta vez Zenia no quiso importunarle
más con sus interrogantes.
«Siete puertas», prosiguió, «que te llevarán a siete objetos simbólicos de los siete
componentes fundamentales del bosque».
Y puso su mano abierta cerca del pecho de Zenia, que se vio inundada por una
energía irradiante y resplandeciente que la atravesó toda, obligándola a cerrar los
ojos…
Cuando los abrió, el ser de luz había desaparecido y las piedras habían vuelto a su
estado granítico y no emitían nada.
Al mirar a su izquierda, vio un Banlot de rostro insondable observándola.
- ¿Qué ha ocurrido? -dijo sonriendo tenuemente.
- Uau, Banlot…
- Que no das para sustos, ¿no?
- Si fuese sólo un susto… Pero son cosas tan inconcebibles y trascendentales las
que me están sucediendo…
Se quedó callada un tiempo, y Banlot así lo respetó.
Respiró profundamente, y le contó a su amigo el sueño.
Cuando terminó, quedaron en solemne silencio.
- Escríbelo, Zenia, para no olvidarlo -dijo él pausadamente-. Ahí tenemos más
información, que nos aclara algunas cosas importantes. Pero veo que el mayor efecto
ha sido sobre ti: tu rostro está transformado. Pareces más fuerte, segura… y luminosa.
- La luz de él…
Banlot creyó que, decididamente, había llegado la hora.
- ¿Quieres que nos vayamos ya?
- Sí, mi querido hermano, sí.
Salieron del mágico círculo de menhires y siguieron adelante, siempre adelante, en
la misma dirección y con el mismo objetivo: seguir abriendo puertas, transitando
espacios y descubriendo objetos ocultos…
6. Los Hermanos
del Corazón de la Tierra
 
 
 
 
 
6
 
Tras caminar lo que quedaba de la tarde y guarecerse de la noche en el hueco de
una monumental roca que encontraron en el camino, amaneció un nuevo día.
Una vez se hubieron desperezado y desayunado, se pusieron a analizar los pasos
que podían dar y qué datos tenían sobre la mesa.
- ¿Qué nueva información tenemos a partir de la segunda puerta y del sueño? -
quiso recopilar Banlot.
- Lo primero, que no estamos solos en esto -contestó enseguida Zenia-. Que ahora,
más que nunca, debemos seguir hasta el final. Y que seguramente sigamos recibiendo
apoyo en nuestra travesía.
- Sí -afirmó Banlot-. Y debemos seguir así, como lo hemos hecho hasta ahora y
como tú decías: caminando y dejando que las cosas pasen y que las señales lleguen.
- Y la clave siguiente está en averiguar cuáles son esos siete componentes
fundamentales del bosque. Y partir de que los siete objetos son un símbolo, una
muestra quizá, de cada uno de esos componentes -dijo la joven pensando cada
palabra.
- Contamos ya con dos componentes -apuntó el hombre-, mas no sabemos aún
cuáles son. Pero tenemos sus dos correspondientes objetos simbólicos: el catalejo y la
geoda.
- Uno construido por un kramita y otro traído desde muy lejos por los hermanos del
firmamento.
Dicho esto, Zenia sacó los dos objetos de su bolsa y los analizó.
- No creo que sea arbitrario que Vrajant construyese este instrumento de esta
forma, con esos elementos decorativos.
Observó la madera de la estructura, los huesos, las hojas, las flores, la tierra… y el
agua al moverlo.
- Um, creo estar próxima, y que este catalejo es el que tiene más información de
todo lo que tenemos hasta ahora -dijo Zenia examinándolo y haciéndolo girar-. Pero ya
lo sabremos.
- Y respecto a la geoda, creo que lo más significativo es que sea el sol el que le
saque los colores irisados a la piedra -añadió Banlot.
- Los kramitas y todo aquello de lo que consta el catalejo forman parte del bosque -
siguió desenmarañando la muchacha-. Y los hermanos y la geoda, aunque no son
originariamente del bosque, tienen mucho que ver y forman parte de él de alguna
manera, fundamentalmente como protectores y cuidadores energéticos que velan por
su continuidad, y por nuestra seguridad y evolución.
Banlot estaba cada vez más perplejo por la firmeza, agudeza y sabiduría de la
joven, y por las palabras que utilizaba.
- Hoy encontraremos la tercera puerta -continuó-. Veremos adónde nos lleva.
No les quedaba otra disyuntiva que volver a caminar sin rumbo fijo aparente hasta
que los acontecimientos, el paisaje o lo que quiera que fuese, se transformase o les
indicase algo nuevo.
 
                            
 
A media mañana, pararon a descansar unos instantes en una verdosa y
encantadora pradera, salpicada de blancas y diminutas flores otoñales, y que les atrajo
para hacer una breve parada. Se sentaron sobre la tierra acolchada de hierba alta y
jugosa, y cuyo frescor, aun a esa hora del día, ya se agradecía.
Zenia se echó y se quedó mirando el impoluto cielo azul intenso. Era un bello día
radiante de otoño, de los que ya pocos iban quedando.
La muchacha sintió la tierra bajo su cuerpo, fresca y llena de vigor y vitalidad.
Los pájaros, que adornaban la suave brisa de la mañana con sus incesantes
gorgoteos, fueron enmudeciendo, hasta que sólo quedó un silencio adormecedor que
empujaba a Zenia hacia abajo, como si la tierra quisiese atraerla a su seno y envolverla
en su perfume, allí, dentro de sus entrañas.
Ella advertía que se iba más y más hacia abajo, hacia dentro, hacia el interior de la
tierra, pero no se asustó; cerró los ojos y se relajó. Sentía una potente energía de vida
alrededor y en su interior, en todo el cuerpo.
Transcurrían los minutos, y apreciaba cómo su cuerpo se recargaba de una potente
y compacta fuerza que la atravesaba.
Al poco, todo cesó y, paulatinamente, los sonidos de las aves volvieron al lugar,
junto a la brisa transparente.
Sintiéndose más vital que nunca, abrió los ojos y la reconfortó el azul perla del cielo.
Miró a su lado buscando a Banlot, y lo vio como dormido. Al incorporarse, él abrió
los ojos y la miró. No necesitaron hablar, porque los dos sabían perfectamente lo que
había ocurrido; era la tercera vez que pasaba.
Ojearon a su alrededor, pero todo aparentaba seguir igual, incluso el camino.
Reanudaron el viaje, los dos silenciosos…
A la media hora, el camino los fue acercando a lo que aparentaba un promontorio
abrupto y pedregoso, allá a lo lejos.
Al llegar a él, vieron que el camino acababa justo delante de lo que aparecía como
la entrada a una cueva.
Se miraron contrariados, y Zenia dijo:
- Adelante, ¿no? Entremos…
- Sí, sí, qué remedio…
Parecía una gruta en lo profundo que comenzaba en aquella cueva rocosa y
desnuda y se alargaba por un pasillo ancho, situado frente a la misma entrada de la
cueva.
Se adentraron en él, y al presto, apenas quedaba ya luz del exterior, así que Banlot
dispuso una tea para alumbrarse en aquel -cada vez más- umbrío y húmedo lugar.
El amplio túnel descendía lentamente a medida que avanzaba.
No se habían adentrado aún demasiado en él, cuando súbitamente escucharon un
tremendo estruendo, y el suelo y hasta las paredes temblaron durante unos segundos.
Banlot sospechó lo peor, y dijo:
- Vamos… rápido… a la entrada…
Y sin mediar más palabra, dio media vuelta y volvió con paso apresurado al inicio de
la gruta. Zenia, no con poca dificultad, lo siguió, o mejor dicho, siguió aquella pequeña
luz que se alejaba cada vez más de ella en el camino de vuelta… hasta que se paró y
pudo darle alcance, viendo un rostro con un matiz de desesperación.
- ¿Qué ha pasado, Banlot? -preguntó Zenia sobrecogida-. ¿Ésta era la entrada?
- Me temo que sí -contestó Banlot apesadumbrado.
- ¿Quieres decir que ha quedado cubierta por estas enormes rocas?
- Eso parece. Y te aseguro que no concibo cómo ni de dónde han podido caer, de
pronto, tantas piedras de este calibre.
- ¿Un pequeño terremoto, quizá? -preguntó cohibida Zenia.
- Esto es bastante raro… -el anciano se mesaba la barba, reflexivo.
- ¿Y si el túnel no tiene salida por ningún otro lado?
- Mejor no pensar en eso, mi pequeña. Con más razón debemos seguir adelante
cuanto antes.
Zenia se sentía aterrorizada ante la posibilidad de haber quedado atrapados bajo
tierra, pero intentó seguir el consejo de él y darle lo menos posible a la mente…
 
                            
 
Siguieron adelante durante alguna hora más y luego también tras el almuerzo, pero
no encontraron ni el más mínimo indicio de salida ni de modificación en el largo
pasadizo, salvo que proseguía descendiendo casi imperceptiblemente.
Cuando ya estaban a punto de desesperar al ver sólo tinieblas y gélidas paredes, el
túnel se les antojó que cambiaba de rumbo o que bajaba bruscamente, porque la
imagen que veían al fondo, hasta donde alcanzaba la luz de la antorcha, era la del
corte del suelo del pasadizo.
A medida que se acercaban, con mesura, a este aparente final del oscuro camino,
iban divisando un espacio mayor tras éste.
En realidad, se trataba de una bajada brusca del túnel -que desde donde ellos
venían quedaba oculta, y esto provocaba un efecto visual de cortado- hacia una
especie de gran gruta, en cuya parte inferior se asomaba un tenebroso lago de aguas
subterráneas.
Descendieron para acercarse a la orilla de la laguna y averiguar si podían disponer
de aquella agua para beberla, puesto que sus suministros de bebidas andaban ya
escasos. Los ríos o manantiales que iban encontrando por los caminos solían surtirlos
en este menester en su mayor medida.
Iban bajando agarrándose con cuidado entre las piedras que conformaban la alta
cueva, ya que el descenso se transformó en rocas y más rocas.
A pesar de la precaución, la humedad de las piedras las hacía muy resbaladizas,
por lo que Zenia dio un traspié, gritó y cayó un par de metros más abajo, golpeándose
a su paso por las afiladas rocas.
Banlot se abalanzó, de un rápido y largo salto, al lugar en el que la muchacha
acababa de caer. Estaba desmayada, así que buscó urgentemente agua en los
macutos e intentó hacerla reaccionar mojando su rostro, no sin antes haberla tendido
sobre el suelo y elevar un poco sus piernas para hacer irrigar la sangre al cerebro de la
joven.
Enseguida volvió en sí, y en cuanto lo hizo, su cara se torció por el dolor.
- ¿Dónde te duele?
- En la mano y en la cabeza.
Él la examinó, y se quedó desconcertado con lo que vio.
- No te preocupes, Zenia, no tienes nada importante -la tranquilizó-. Te has
desmayado del golpe en la cabeza, pero tanto la herida en la frente como la de la mano
están cerradas y ni tan siquiera han llegado a sangrar.
- ¿Cómo dices…? -ella se miró la mano-. Uy, está como cuando una herida lleva
varios días cicatrizando.
- Sí, y en tu frente igual.
Se tocó, y no salía sangre de la brecha.
- ¿Te duele mucho? -le preguntó el anciano.
- No, en realidad sólo un poco -respondió la joven.
- ¿Crees que podremos seguir bajando, o prefieres que esperemos un poco?
- No, no, sigamos.
La ayudó a levantarse con cuidado, y continuaron hacia la laguna, apoyándose la
muchacha en él siempre que era posible.
Justo al llegar, ella dijo:
- Ahí… ahí hay alguien.
Banlot echó una mirada donde señalaba, pero no acertó a distinguir nada.
Se aproximaron a la zona, entre unas rocas bajas, pero nada.
- ¿Qué has visto exactamente? -le preguntó el hombre.
- No, si ver… no he visto nada -contestó ella un poco ruborizada.
- Y, ¿entonces?
- Al ver esas rocas, he recordado que, justo antes de despertar cuando me
desmayé, vi ese mismo sitio y a una persona un poco rara ahí, de pie.
- ¿Un poco rara?
- Verás… Iba vestida diferente a nosotros -respondió ella-. Más próxima al hermano
del firmamento con el que soñé… bueno, o hablé.
- ¿Y qué hacía? -Banlot siguió preguntando.
- Nada. Tenía los ojos cerrados; parecía que estaba concentrado en algo.
Banlot la miraba con ojos brillantes, pero no dijo palabra.
- ¿Qué piensas? -preguntó Zenia al ver su mirada.
- Que ese ser aceleró la curación de tus heridas -contestó él tajante.
Zenia se acercó al agua y miró en ellas el fondo oscuro. Observó luego entorno
suyo el lugar, sintiendo su calma.
Al volver a mirar abajo, vio ahora una figura reflejada en la superficie del agua: un
rostro apaciguado que la miraba con una suave sonrisa. Miró detrás suyo, pero allí
junto a ella no había nadie más.
- ¿Qué has visto? -preguntó el anciano al advertir los gestos de la joven.
- He visto a ese ser de nuevo, pero esta vez no ha sido en un sueño. Ha sido ahora
mismo aquí, reflejado en el agua.
- Está acostumbrándote a él, para que no te asustes -dijo tranquilo el hombre.
- No me asustas… Puedes presentarte -dijo la tresla en voz alta.
Unos segundos después, escucharon una voz melodiosa que dijo:
- Hola, mis hermanos, y bienvenidos.
La voz procedía de un lateral, pero no alcanzaron a ver a nadie.
Se acercaron allí y vieron aparecer, tras una alta roca, una figura humana con una
vestimenta ceñida al cuerpo, de color claro y brillante, en cuyo pecho llevaba el mismo
bordado que el hermano del firmamento, pero en hilos de oro.
Aunque su rostro no era luminoso, desprendía un halo de cordialidad y
magnificencia singulares.
- Hola. Somos… -empezó la muchacha.
- Sé quiénes sois, tranquilos -contestó dulcemente-. Mi nombre es Dulter. Si lo
deseáis, os llevaré con los míos, y allí podréis reposar y recuperaros del camino.
- Gracias -respondió Banlot, y lo siguieron.
Caminaron otro poco más por paisajes rocosos, que apenas se diferenciaban de los
que se hallaban al aire libre, excepto porque desde allí no podía divisarse cielo alguno.
Tanto la zona inicial del lago como los amplios espacios que recorrieron después,
tenían una suave luz azulada que no supieron bien de dónde procedía.
Comenzaron a ver zonas espaciosas con plantas exuberantes que crecían desde
un suelo terroso, cada vez más abundante. Parecía como si todo fuese mudando a un
mundo como el externo, pero en el corazón del planeta.
Finalmente, llegaron a unas insólitas y vastas edificaciones de un blanco luminoso.
Se adentraron, tras traspasar unos grandes ventanales acristalados que hacían las
veces de entrada, y que se abrieron a su paso.
Quedaron impresionados de lo que encontraron dentro, pues era como una
pequeña ciudad, en la que la vida vegetal se difuminaba por cada rincón y cuyos bajos
edificios eran todo albo, reflejando aún más una luz solar de la que seguían
desconociendo su origen. Allí pudieron ver otros humanos como el que les acababa de
guiar hasta aquellos recintos.
Los llevó a un lugar que regentaba un frondoso jardín, en uno de cuyos ángulos
había una pérgola tapizada con enredaderas, con diversos bancos dispersos; todo ello
conformaba una estancia complaciente y agradable.
Enseguida aparecieron dos individuos más, un hombre y una mujer, y Dulter dijo:
- Ellos son Grest y Anxis.
Todos se sentaron y comenzaron a conversar.
- Podéis permanecer aquí cuanto necesitéis -comenzó Anxis, cuyos celestes ojos y
cabello castaño claro hacían su rostro muy bello y femenino.
Su voz, pausada y dulce, continuó:
- Aunque el tiempo apremia… Una vez des con tu objeto, mi querida Zenia,
deberíais partir raudos cuanto antes.
- Aún os quedan tránsitos que recorrer, mis amigos -la voz varonil de Grest resultó
ser la más grave y profunda-. La oscuridad sabe ya con seguridad sobre vosotros, y os
acecha. No permitirá que vayáis traspasando tan fácilmente las puertas.
- Nos quedaremos esta noche a descansar -propuso Banlot-. Y mañana
decidiremos qué hacer.
Zenia, que aún no había dicho nada, preguntó:
- ¿Y cómo saldremos de aquí? La entrada por la que accedimos ha quedado
totalmente bloqueada.
- Lo sabemos -dijo Dulter-. Por eso decimos que la oscuridad sigue vuestros pasos
y comienza a hacer todo lo posible por impediros avanzar o traspasar más puertas.
- ¿Quieres decir que fue ella la que provocó la caída de esas rocas? -preguntó
Zenia asustada-. ¿Y quién es? ¿Cómo es?
- Tranquila, niña, estás a salvo -contestó la mujer-. La llamamos oscuridad para que
podáis entendernos, pero no es exactamente alguien que pueda describirse. La
oscuridad existe porque existe la luz; pero donde hay luz, la oscuridad desaparece.
- No temáis a la oscuridad -prosiguió Grest-, porque ella se alimenta del miedo.
Nada habréis de temer si tenéis presente el objetivo de esta misión y si permanecéis
bien atentos a cuanto pueda acontecer a cada momento. Vuestro corazón, si va limpio
y con amor, os irá llevando a vuestro fin, y nada ni nadie podrán impedir que así sea.
- Mañana veré mi objeto y partiremos -dijo una Zenia segura de sí misma-. Pero
decidnos antes: ¿quiénes sois exactamente y qué papel es el vuestro en esta misión?
Os parecéis a los hermanos del cielo.
Dulter mesó sus largos y lacios cabellos dorados, y contestó:
- Los que llamáis hermanos del firmamento nos son muy cercanos, y trabajamos a
menudo asociados por un objetivo común. Nuestros pasos andan próximos en la
evolución, pero ellos viven más allá, en el exterior, y nosotros aquí, en el interior.
- Es necesario que nuestra ayuda sea dirigida desde fuera y desde dentro -apuntó
Anxis-, para que el planeta pueda seguir dando los pasos evolutivos necesarios para
llegar a la luz. Los pocos de los vuestros que saben de nosotros nos llaman los
hermanos del corazón de la tierra. Tú sabes de nosotros…
Y miró a Banlot.
Zenia se quedó estupefacta, pero no dijo nada.
- Nuestro hermano Shim, quien se comunicó contigo en sueños, querida Zenia -
Anxis continuó-, ya te habló de los siete fundamentos del bosque; ellos pertenecen a
uno de ellos y nosotros a otro. Pensad en lo que hemos hablado del exterior y el
interior. Ved el bosque o cualquier sistema de vida como una red de elementos
interconectados y necesarios cada uno de ellos para la propia vida; reflexionad sobre
los elementos necesarios de ésta.
- Deberíais ir a relajaros -dijo Dulter después de una pausa de silencio-. Aún os
quedan experiencias que vivir, y aquí podréis recargaros de energía y recuperar todas
vuestras fuerzas.
Se levantaron y los condujeron a un agradable habitáculo, con anchas y cómodas
camas, desde donde podía escucharse el rumor de una de las muchas pequeñas
cascadas que había en aquella peculiar pero hermosa ciudad.
Prefirieron no conversar, y tras dirigirse a una estancia donde disfrutaron de una
deliciosa cena, volvieron a la habitación y reposaron sus agotados cuerpos, sus
laboriosas mentes y sus agitados corazones.
 
                            
 
A la mañana siguiente, despertaron totalmente recuperados.
Se reunieron con sus compañeros para el desayuno, y tras ello, Zenia quiso pasear
y recorrer el lugar a su antojo.
Luego de ver bellos edificios, estanques, vegetación y agua a cada paso, un
acogedor rincón en la galería de uno de los edificios le atrajo, y se sentó allá, entre
plantas, caídas de agua, y piedra blanca y brillante.
Las personas con las que se había ido cruzando la saludaban todas con una amplia
y sincera sonrisa. Era muy gratificante estar allí, donde desde el primer momento se
sintió segura y entre amigos. Ni en su aldea había llegado a respirar esa tranquilidad y
esa especie de hermandad, con gente incluso desconocida.
Se quedó reflexionando sobre la conversación que habían mantenido con los
hermanos del corazón de la tierra la noche anterior. Lo que más le seducía averiguar
era sobre los siete elementos del bosque y de la vida.
«¿Qué necesita la vida para existir?», se preguntó. «Tierra, agua, luz, aire…».
Siguió pensando: «Y la vida son las plantas y los árboles, los animales, nosotros
mismos…».
Se detuvo también a pensar en la puerta que habían atravesado, y cómo habían
acabado en el interior de la tierra, donde se encontraba su tercer objeto, que estaría
relacionado con el lugar y sus gentes.
En ello estaba, cuando un niño rubio y de ojos verdes como el trigo sin madurar, se
acercó riéndose.
- Hola, qué traje tan raro… -dijo el niño con naturalidad.
- Sí, es muy raro. El vuestro es muy hermoso, como tus ojos.
- Son del mismo color, sí. ¿Cómo te llamas?
- Zenia.
- Uy, como la niña de mi cuento.
La muchacha se quedó boquiabierta.
- ¿En tu cuento hablan de Zenia? -le preguntó, a ver si el muchachito le hablaba de
ella.
- Sí. Hace mucho, mucho tiempo, ella hablaba con los seres del bosque de arriba,
pero eso fue hace mucho. Ella ni se acordará.
A pesar de que se estaba quedando petrificada con lo que le estaba narrando el
niño, quiso seguir preguntándole:
- Y ahora, ¿ella dónde está?
- Aquí, esperando.
- ¿Esperando qué, mi cielo? -la joven lo miró dulcemente.
- Esperando a que yo le dé mi cuento.
Su cuento…
- ¿Y lo tienes aquí?
- No -contestó el pequeño-. Está en mi casa, mi mamá me lo lee todas las noches.
Zenia no sabía muy bien cómo continuar.
- Entonces, ¿aún no sabes el final? -se le ocurrió preguntar.
- Sí, sí, claro. Anoche me leyó el final.
Anoche… cuando llegaron allí.
- ¿Y acaba bien? -siguió preguntando ella, en vista de que el jovencito no
proseguía.
- Pues claro que acaba bien. Como todos los cuentos, como todas las historias.
Zenia bajó los ojos, y el niño siguió:
- Ella nos salvará y podremos seguir viviendo aquí. ¿Quieres verlo?
- ¿El cuento?
- Sí.
- Estoy deseando… -le dijo Zenia muy sonriente.
- Vamos, te llevaré a mi casa.
La cogió de la mano y la llevó a un edificio cercano.
- Espera, que ahora vuelvo -dijo el pequeño.
Y se metió en el interior, correteando.
Al poco, volvió con una sonrisa que era pura luz, y le entregó un librito.
Externamente, sus pastas cerradas eran de cristal translúcido con brillos de muchos
colores.
Lo abrió, y en su interior, cada página se fue transformando en una pequeña
construcción de un material desconocido para ella, mientras en la parte superior estaba
el texto del que el niño le habló.
En la última página, se formó un pequeño mundo azul, todo rodeado de pequeñas
criaturas y seres vivientes.
- Aquí está el bosque -dijo él muy serio-. Ella lo protegerá.
A Zenia se le llenaban los ojos de lágrimas, cuando escuchó una voz lejana a sus
espaldas.
- ¡Cheskry!
Al niño se le iluminó la carita, y salió a todo galope en aquella dirección.
Cuando Zenia miró atrás, vio a Dulter con los brazos abiertos, levantando al niño al
llegar y besándolo cariñosamente.
- Veo que has conocido a mi hijo -dijo él cuando Zenia fue también a su encuentro,
y lo bajó de nuevo al piso.
- Es adorable, y muy especial… -dijo la muchacha revolviendo delicadamente el
cabello dorado del crío.
- Te ha enseñado su cuento preferido.
- No, papaíto, se lo he regalado -se adelantó el pequeño-. Se llama como ella.
- Ah, ¿sí…? -Dulter se la quedó mirando con un brillo fulgurante en los ojos.
- Creo que vamos a irnos muy pronto -dijo ella-, muy a mi pesar…
 
                            
 
Por la tarde temprano, se prepararon para continuar la andadura.
- Yo os llevaré hacia otra salida al exterior -les dijo Dulter.
Se despidieron de Anxis, Grest y el pequeño Cheskry.
Los bracitos del niño rodearon a la joven, y ésta sintió como si una niña en su
interior despertase, como si una luz centelleante volviese a prender dentro de su
corazón.
Zenia se agachó, y le dijo bajito:
- Muchas gracias por tu lindo cuento. Jamás te olvidaré, y te llevaré siempre en mi
corazón.
- Sí, porque yo estoy donde tú quieras llevarme. Y yo quiero ir contigo… -le dio un
beso pequeño en su mejilla.
La joven tresla no comprendía cómo podía haberse encariñado tanto con ese tierno
niño en un solo día. Los niños siempre le habían cautivado, pero éste era diferente…
Al despedirse de Anxis, Zenia le dijo:
- Jamás hubiese imaginado que pudiese existir algo así en el interior de la tierra.
- Hay muchas cosas que aún desconocéis.
- ¿Y de dónde sale esa luz tan increíblemente hermosa? -preguntó ella mirando
hacia todos lados.
- Es un sistema complejo que aún no habéis desarrollado. Se basa en la energía
lumínica y trae la luz solar externa hasta aquí, aunque con matices, por supuesto, y
transformada -contestó Anxis.
Grest dio un abrazo a Banlot, y le habló sinceramente:
- Cuida de ella, y sigue dándole su tiempo y su momento. Y si llega la hora, saca tu
potencial cuanto sea necesario…
- Así lo haré.
Cogieron sus enseres, ahora nuevamente repletos de provisiones para algunos
días, y siguieron a Dulter.
 
                            
 
Después de unas pocas horas de camino bajo tierra, aparecieron en un nuevo túnel
ascendente, y Dulter les indicó:
- Seguid por aquí y, en breve, alcanzaréis una cueva abierta que os llevará al
exterior. Si queréis, podéis pasar allí la noche; estaréis libres de peligro.
- Gracias por todo, hermano -dijo Banlot acercando una mano al pecho.
- Velaremos siempre por vosotros…
Los abrazó, y volvió sobre sus pasos.
Llegaron diligentemente a la cueva, y se asomaron al cielo nocturno, cuajado de
luces.
- A pesar de lo grato de nuestra estancia ahí abajo, yo me quedo con mi cielo, mi
tierra, mis pájaros y mis estrellas -dijo Zenia feliz.
Hicieron un fuego para combatir la humedad de la cueva, y hablaron los dos, ya
solos, sobre todo lo sucedido.
- Lo que más me aterra es lo de la oscuridad y su intención de sepultarnos vivos -
dijo Zenia con miedo en los ojos.
- Pero también habrás podido comprobar que no estamos solos en esto, y que
tenemos protección y ayuda.
- ¿A eso te referías cuando me dijiste aquel día que no estamos solos? También
Persty me dijo algo así. ¿Pensabas en todos ellos? Porque tú los conocías… -Zenia
empezó a encajar piezas-. Sabías que Dulter era el que me había curado las heridas. Y
también sabías que el rayo, en el círculo de menhires, estaba cuidadosamente dirigido.
¿A ellos también los conoces?
Banlot estuvo callado durante unos segundos, mirándola a la luz del fuego, hasta
que empezó a hablar:
- Sí, sabía de ellos, y había contactado en alguna ocasión, como con los kramitas.
No vi necesario aún que lo supieses.
- Y hay bastantes más cosas que todavía no sé… ¿verdad?
- Cada cosa en su momento -contestó el hombre reposadamente-. Comienzas a
saber sin necesidad casi de preguntar.
- Sí, sé más en estos últimos días que en toda mi aburrida vida en Larimor,
estudiando pequeños tratados sobre pequeñas cosas.
- Tu formación allí era necesaria -aclaró Banlot-. Sin ella, no estarías aquí ni serías
la que eres. No menosprecies nunca ni la más pequeña de tus experiencias; todo es
necesario.
- Sí, tienes razón… -Zenia meditaba-. Y no sería la misma, sobre todo, si no
hubiese tenido a mi madre.
- ¿La echas de menos? -preguntó el anciano al ver el rostro pesaroso de ella.
- Mucho -contestó ella emocionada-. Más de lo que había imaginado. Cuando te
separas y te alejas de las personas las ves con más claridad y lucidez… y las aprecias
y valoras.
Presenciaron juntos durante un buen rato cómo jugaban, traviesas, las llamas de la
hoguera…
- Esta mañana cavilaba sobre lo que nos dijo Anxis acerca del bosque y la vida -dijo
Zenia-. Y he llegado a una hipótesis, que supongo que podremos ir corroborando con
las siguientes puertas.
- Adelante… -el hombre la invitó a seguir.
- En realidad, no he averiguado mucho… Pero creo que cada puerta que
encontremos nos traerá un elemento indispensable para la vida: la tierra, la luz, el
agua… y la misma vida en sí: las plantas, los animales, los seres como nosotros…
- Y con las tres que llevamos, ¿qué correspondencia tienen con los elementos que
dices?
- Recordé lo que dijiste de la geoda y de que la clave estaba en el sol, que le
sacaba esas luces y colores; no es ella misma hasta que no le da el sol. Como la vida,
que sin el sol no existe…
- ¿A dónde quieres ir a parar? -le interrumpió Banlot sin comprender.
- Los hermanos del firmamento vienen de las estrellas, de otros planetas, de otros
soles, y nuestro mismo sol es el que hace que exista el objeto como tal, el que dejaron.
No olvides, además, que la puerta correspondiente se abrió mirando al cielo y las
estrellas… La bóveda del cielo es, con sus estrellas y su sol, uno de los fundamentos
del bosque.
»Su objeto simbólico: la geoda, procedente del mismo cielo, de donde vienen los
hermanos, y que contiene el sol y los colores del arco iris, fundamentales para la vida;
es decir, el sol y la lluvia.
- Puede ser… -el anciano aguardó a que continuase.
- Los hermanos del corazón de la tierra viven en su interior, en la misma tierra,
origen e inicio de toda vida. Representan otro elemento fundamental en el bosque y en
la vida: la madre tierra, en la que las semillas de la vida germinan gracias al sol y a la
lluvia del cielo.
»Su objeto simbólico: el cuento, creado y construido en el corazón de la misma
tierra con los colores tamizados del arco iris en sus tapas, y cuya historia narra el
asentamiento de estos hermanos bajo el planeta para proteger desde sus entrañas la
vida y todo lo que la conforma.
- No sabía que el cuento hablaba sobre sus anales -dijo Banlot admirado a la vez
por las palabras de la joven.
- Y sobre cómo la niña protagonista, Zenia, se adentra en su mundo interno, y
desde ahí, libera al planeta de la esclavitud de su propia oscuridad.
- Así pues, tenemos ya aclarados dos componentes fundamentales del bosque: el
cielo y la tierra -recopiló el hombre-. ¿Y los kramitas?
- Aún no lo sé, ni lo que representan. Pero en el catalejo están los elementos de la
vida: el agua, la tierra, los huesos de los animales, las hojas y flores de las plantas,
junto con la madera de los árboles… pero no sé más.
- Bien, algo es algo. A medida que avancemos por las puertas, se irán aclarando las
dudas.
- Ah, y esta tercera puerta se abrió al contacto con el suelo, con la hierba, con la
tierra… -recordó también Zenia-. Parece que cuando contactamos con el fundamento
correspondiente, se abre la puerta: viendo las estrellas en el cielo, sintiendo la tierra
bajo nuestro cuerpo…
- …escuchando el canto de las aves y otros sonidos del bosque… -pensó en alto
Banlot.
- Sí, pero no veo aún la relación con los kramitas.
- Lo veremos, lo veremos… -aseguró el anciano-. Ahora, a dormir.
- Sí. Buenas noches.
Se acomodaron en sus cálidas y suaves mantas, y Zenia se durmió enseguida.
Al pronto, tuvo sueños agitados, llenos de piedras corpulentas cayendo, puertas
cerradas y oscuridades cerniéndose sobre ella…
7. Brances
 
 
 
 
 
7
 
«Apor la cuarta puerta», pensó Zenia al despertar. Se incorporó, estiró los brazos y
se dio cuenta de que tenía los huesos molidos.
Banlot andaba ya por fuera de la cueva preparando el desayuno. Al verla salir de la
guarida, exclamó:
- ¡Has visto un oso!
- Muy gracioso… -a Zenia no le agradó la broma-. ¿Tan mal aspecto tengo?
- Peor, ja, ja, ja -rió Banlot-. ¿No has descansado bien?
- He tenido toda suerte de pesadillas siniestras con rocas cayéndome y puertas que
se me cerraban en mis narices -protestó la muchacha.
- Anda, ven aquí, que te den un poco los primeros rayos de la mañana -dijo el amigo
tiernamente-. En cuanto pruebes mi desayuno, se te olvidan todos tus pesares.
- ¿Sabes qué me agradaría ahora mismo? -dijo Zenia después, mientras engullía
talmente una rebanada de centeno molido con canela y miel.
- Estoy a punto de saberlo -dijo Banlot guiñándole un ojo.
- Un magnífico chapuzón en un gran río… -parecía que Zenia sentía ya el frescor de
sus aguas-. Y zambullirme en él como un delfín… aunque nunca he visto a ninguno
hacerlo.
- Ahora mismo eso no va a poder ser -sonrió Banlot-, pero quién sabe si en nuestra
próxima etapa podremos complacernos con esa posibilidad.
- Síii… por favor… -parecía una chiquilla.
- Vaya, la muchacha responsable y cuerda se ha transformado en una niña
juguetona.
- Cheskry me ha devuelto la mocosa que fui -contestó Zenia con ojos inocentes-. O
será que lo llevo a él dentro, y eso me ha trastocado.
- No malogres nunca esa inocencia que hay en ti, por muchas tinieblas por las que
pases. Porque la vida es puro juego, pero sólo mientras no descuidemos esa inocencia.
- Hacía tiempo que no te escuchaba hablar así, Banlot.
- Porque era el momento de que fueses tú la que hablase, y ante eso, yo no tenía
nada que decir.
- Cuántas cosas estamos viviendo, ¿eh, amigo? A veces creo que son excesivas…
- Nunca la vida te traerá nada que no puedas sobrellevar, asimilar o sencillamente
vivir; según como quieras tomártelo.
Zenia se regocijaba al volver a oír sus palabras, certeras y sensatas.
- Pues no creo que precisemos mucho más para toparnos con las otras puertas -dijo
Zenia-. A partir de ahora, que va todo aclarándose, no será necesario demorarnos
mucho para encontrar cada acceso.
Dicho esto, se levantó y se dedicó a recoger y guardar todo para salir.
 
                            
 
A escasas horas, cuando ya quedaba poco para la parada del almuerzo, desde la
arboleda que atravesaban escucharon el sonido rumoroso de aguas lejanas.
- ¿Ves? Te lo dije, ahí lo tienes: tu río -le dijo Banlot a la muchacha, a la que se le
iluminó la cara al escucharle-. Pide y se te dará…
Continuaron algo más por el camino. Éste les condujo hasta un gran puente
arqueado de piedra que atravesaba un vigoroso y agitado río, que corría con prisas
aguas abajo.
Lo cruzaron y continuaron vadeándolo por la orilla contraria, hasta que pudiesen dar
con algún remanso donde apostarse para comer.
Fueron bajando entre juncos, tarajes, ramas y follaje, hasta que salieron a una gran
explanada de agua donde el río, manso ya, se ensanchaba tanto, que formaba un lago
que serpenteaba entre los verdes montes, para volver de nuevo a adoptar su figura
original de río inquieto y veloz, allá abajo, hacia el mar…
- Oooh, Banlot, no pudiste conseguirme un lugar más estupendo para ver realizado
mi sueño… -dijo Zenia con los ojos bien abiertos.
- ¿Yo…? Estás muy equivocada, pequeña -contestó el anciano con una sonrisa en
los labios-. El universo ha respondido a tus peticiones, no yo. Cada uno vivimos en el
mundo que nos atrevemos a imaginar. Tú imaginaste esto, querías esto… y aquí lo
tienes.
Se acercaron a la orilla, y Zenia enseguida se quitó el calzado y metió los pies para
refrescárselos.
- Voy a darme un baño ahora mismo -dijo-. ¿Te metes tú también?
- Bueno, un poco por no dejarte sola, ¿eh?
- Buah, no te necesito -y se dio media vuelta.
- Y cuando te atrapen los tiburones, ¿qué?
- Sé defenderme solita.
- Seguro que sí, ja, ja, ja.
Se metieron en las tibias y claras aguas soleadas, y nadaron hasta un promontorio
rocoso que se alzaba más allá de la superficie, a unos metros de la orilla.
Zenia, ágil nadadora, continuó disfrutando de aquellas calmas aguas cristalinas,
alejándose más.
Cuando regresó cerca de las rocas, se extendió sobre el agua y dejó que su cuerpo
emergiese sobre la superficie, de tal manera que, aunque su rostro quedaba al
descubierto, sus oídos entraban levemente en las mismas aguas.
Se relajó totalmente, lo que hizo que su cuerpo flotase sin ningún problema. Veía
las nubes blancas y doradas por el sol, que se apelotonaban en rollizos grumos aquí y
allá, dispersas por el cielo turquesa.
Cerró los párpados y, a través del lago y su río, se vio transportada a un mar sin
límites, excepto los de los horizontes lejanos. Se hundía en aquel océano profundo
pero, sorprendentemente, respiraba sin dificultad.
Comenzó a escuchar, como en la lejanía, unos sonidos similares a los balbuceos de
un bebé, de varios bebés risueños y, a su vez, una música dialogante que desconocía,
pero que la trasladaba a aquellas otras aguas abiertas y sonoras como olas de
espuma.
A medida que descendía por aquellas transparentes pero azules aguas, iba viendo
todo tipo de animales y flora acuática hasta el fondo: peces de todos los tamaños y
colores, delfines como los había visto en sus libros de estudio, algas resbaladizas,
corales purpúreos y azulados, medusas translúcidas y blanquecinas, altas hierbas
marinas, y un sinfín de explosión de vida subacuática.
Se sentía uno de ellos, flotando con su cuerpo sutil y liviano y acariciándolos a su
paso. Los delfines no se separaban de ella; eran los que reían como bebés. A lo lejos,
divisó a aquellos animales que escuchó dialogar entre ellos con sus sonidos: eran
ballenas, o al menos, se asemejaban a los dibujos de sus libros.
El cuerpo empezó a elevársele hacia la superficie, lentamente, y al llegar a ella,
quedó nuevamente suspendido. Al unísono, las ballenas y delfines dejaron de cantar, y
volvió el silencio reposado y manso. Había regresado a la laguna del río.
Abrió sus ojos, y allí seguían las mismas nubes, algo desplazadas.
Buscó con la mirada a Banlot entre el promontorio, y lo vio junto a él, con el cuerpo
casi metido en el agua pero la cabeza descansando en la roca.
Nadó hacia él, y se subió al montículo. Banlot volvió la cabeza hacia ella, y habló:
- Cuarta puerta…
- Sí -afirmó Zenia-. La que nos lleva al cuarto pilar fundamental de la vida en el
bosque: el agua.
- El agua, fuente de vida, donde ésta se originó…
- A por el objeto, pues -dijo dispuesta la joven-. Vamos hacia la orilla.
 
                            
 
Almorzaron, relajados y recargados después del baño, y siguieron la ruta bordeando
el río más adelante, por el camino que corría paralelo y cercano a él.
La vegetación que había junto a dicho camino se fue haciendo cada vez más densa
y espesa con el tiempo, llenándose de zarzas y entrelazados arbustos de gran porte,
que además iban colándose cada vez más en el estrecho sendero.
Por último, el paso se cerró totalmente, haciéndose imposible proseguir por tierra.
Barajaron la posibilidad de continuar por la otra orilla, en la que se veían tan sólo
ciperáceas y juncáceas pegadas al río, y más allá de ellas se podía continuar la
travesía, yendo próximos al cauce.
Así que decidieron atravesarlo, mayormente porque en aquel paso el río bajaba
tranquilo y con pocas aguas, e incluso podían intentar pasarlo entre las piedras que
sobresalían aquí y allá por el cauce, sin necesidad de mojarse por el agua.
Comenzaron, pues, con paso seguro, yendo de roca en roca.
Al llegar a unos metros de la otra orilla, escucharon un estruendo lejano que parecía
proceder de las aguas allá arriba, a su izquierda.
Pareciese que el ruido, como una onda expansiva, iba acercándose, y a gran
velocidad.
Banlot comprendió en un instante, y le gritó a Zenia:
- ¡Corre, corre, sigue adelante! ¡Cruza, rápido!
Él, que iba por delante de ella, la agarró con todas sus fuerzas y la ayudó a
adelantarse a él, para que alcanzase cuanto antes la orilla. Él la siguió muy de cerca.
Pero cuando ya estaba a punto de arribar a una parte de la orilla pelada de
vegetación, Zenia miró a su izquierda, río arriba, y vio cómo una gigantesca tromba de
agua se acercaba vertiginosamente a unos metros de ellos, y en décimas de segundo
eran inevitablemente arrastrados río abajo, llevados por la furia del agua, y entre tierra
y piedras.
Cada vez que conseguía sacar la cabeza, advertía cómo Banlot se iba alejando
hacia el centro del río, mientras ella, por haber estado más próxima a la orilla,
encontraba cerca restos de ramas saliendo a la superficie, a las que procuraba asirse
como buenamente podía.
Todo era un caos, y la angustia de la muchacha la hacía intentar aferrarse a lo
primero que veía, para no darse más golpes contra las piedras que iban surgiendo por
el cauce del río.
Al colgarse al fin de una larga rama de un árbol cercano, pudo recuperar un poco el
aliento pero, por más que oteó por todos lados, no distinguió a Banlot por ningún sitio.
Lo llamó durante un buen rato, pero se le agotaban las fuerzas y ya casi no se sostenía
de la rama.
Ya no pudo más y se dejó caer, dejando de luchar y dejándose llevar corriente
abajo. Las aguas acabaron empujándola hacia una roca, contra la que se golpeó, y
todo se tornó negro, más negro que la propia oscuridad…
 
                            
 
Abrió los ojos y vio un cielo rojizo semioscurecido. Fue a levantarse para ver dónde
estaba, y enseguida escuchó:
- No, no te muevas…
No era la voz de Banlot, aunque era cordial y varonil.
Esperó a que se acercase, y vislumbró en la penumbra a un joven que se
arrodillaba junto a ella y le colocaba una tela doblada bajo su cabeza, para
enderezársela un poco.
- ¿Cómo te encuentras? -le dijo, con suavidad.
- ¿Quién eres? -pregunto rauda Zenia.
Aunque el muchacho le inspiraba cierta confianza, no quiso fiarse aún y prefirió ser
cautelosa.
- No te preocupes, estate tranquila -respondió enseguida el joven-. No voy a hacerte
daño, si es eso lo que temes.
- No te conozco, y no sé dónde estoy ni lo que quieres -Zenia quiso trasladarle sus
recelos, comprensibles y fundados.
- No quiero nada, excepto curarte de tus heridas y contusiones, si así lo tienes a
bien y me lo permites -dijo él con toda la gentileza de la que fue capaz-. Las aguas te
han dejado bastante maltrecha.
¡Las aguas! El río, el extraño desbordamiento, la tierra, las rocas, el árbol, de nuevo
las rocas y la tierra, y todo se volvió oscuro… Ahora recordaba.
- ¿Y Banlot? -preguntó de repente, incorporándose de golpe-. Ayyy…
Tuvo que tumbarse de nuevo y cogerse la cabeza con las dos manos.
- Te dije que no te movieses.
- Dime quién eres… ¿Dónde está Banlot? Las aguas se lo llevaron, como a mí…
¿Qué ha sido de él? -dijo Zenia a punto de echarse a llorar y cada vez más acosada
por la desesperación-. Pero… ¿dónde estoy?
Miraba desesperada a todos lados.
- Por favor, tranquilízate…
Él le puso la mano en el hombro: era cálida, y esto le hizo darse cuenta de que
debía volver a sus cabales.
- Escúchame sólo un momento. Me llamo Brances y vivo en una aldea que está a
una media hora de aquí, Chancertur, pero mi padre tiene una cabaña acá cerca, donde
me gustaría llevarte para acabar de curarte.
- ¿Acabar de curarme? -preguntó Zenia, tocándose la cabeza-. ¿Qué me has
hecho?
- Te encontré sin sentido en la orilla del río, con una brecha en la cabeza que aún te
sangraba un poco, el vestido medio roto, y más heridas por las manos, los brazos y las
piernas. Parecía que habías tragado bastante agua, así que fue lo primero que hice…
- ¿Y no viste a nadie más? ¿Sólo a mí? -preguntó interrumpiéndole y
desesperanzada la muchacha.
- No había nadie más -contestó él-. Te limpié como pude las heridas, y ya te
despertaste.
- Me gustaría levantarme.
- De acuerdo, pero con cuidado. Déjame ayudarte.
Fue apoyándose en él, y consiguió incorporarse.
- Estoy un poco mareada.
- Sí, eso es del golpe en la cabeza.
Miró sus brazos y examinó los arañazos y moratones.
- Permíteme llevarte a la cabaña, está muy cerca -propuso el muchacho-. Allí
podremos acabar de sanarte, y comer y beber algo, que estarás hambrienta, si es que
llevabas mucho tiempo en la orilla.
- Todo ocurrió por la tarde temprano -rememoró Zenia pensativa.
- Vamos, necesitas recuperarte.
Y salió andando. Zenia dudó por un momento, porque se encontraba algo aturdida y
temerosa -más ahora que estaba sola-, pero decidió escuchar a su corazón, y le siguió.
Llegaron enseguida a la cabaña, y entraron al interior.
El joven dispuso varias luces para iluminar la estancia, y la llevó a un sencillo catre
que había en un rincón para que estuviese cómoda, mientras él rebuscaba en un
armario algún ungüento de hierbas que le reconfortase de los golpes.
A medida que el muchacho iba actuando sobre sus manos, los brazos, la cabeza,
los pies… ella se iba distendiendo y dejándose llevar, lo que le hizo reparar en la
suavidad y esmero que ponía él en cada movimiento.
Vio bondad en él y buena intención.
- Brances… -le dijo.
Él la miró. Al hacerlo, Zenia pudo observar, por primera vez y claramente, su
semblante.
Sus cabellos, que se dejaban caer casi hasta sus hombros, eran de un canela
tostado, y unos ojos azul oscuro la miraban directamente, sin dobleces, en un rostro
agradable, atractivo y joven.
Él sonrió levemente al contemplarla, y a ella le pareció clara su sonrisa.
- Mi nombre es Zenia -le dijo calmada-. Quería agradecerte todo cuanto estás
haciendo por mí. Disculpa mi desconfianza…
- No, no hay nada que disculpar -se adelantó él-. Es lógico que te comportes así con
un extraño, y más después de lo que te ha pasado.
- Si no hubiese sido por ti… y por Banlot -la muchacha recordó justo el momento
antes de la avalancha de agua.
- ¿Y quién es ese Banlot al que nombras?
- Un amigo muy querido con el que iba y que se perdió entre las aguas…
- En el pueblo hablaban de una gran riada como nunca se había conocido, y menos
en esta época del año -explicó el muchacho-. Me acerqué a esta zona por si hubiese
alguien afectado.
- Gracias al cielo que lo hiciste.
- Voy a encender la chimenea y comeremos alguna cosa -propuso el joven-. Por
aquí siempre tenemos reserva de alimentos, y así podrás tomar algo que te caliente el
cuerpo, que debes estar helada.
Para Zenia había sido tanta agitación y conmoción en tan poco tiempo, que ni se
había dado cuenta de que le dolía todo el cuerpo e iba sintiendo un cansancio que casi
le cerraba los ojos. La cabeza comenzaba a dolerle más…
- Pensaba pasar la noche aquí y volver a echar un vistazo por la mañana -dijo
Brances mientras comían ya al calor de la lumbre-. Así que puedes dormir en la cama,
aunque no sea precisamente la de un rey. Te conviene reposar todo lo posible.
Además, es mejor que ir ahora hasta Chancertur; es demasiado tarde.
- ¿Y tú adónde irás? Aquí no hay más cama, ¿no? -apuntó Zenia.
- No te preocupes por mí -respondió decidido-. Me agencio unas mantas y duermo
aquí mismo, delante del fogón.
Zenia se paró a reflexionar cómo, dentro de los incidentes o desgracias que iban
aconteciendo, siempre había una mano amiga velando por su seguridad final.
Se sentía, de alguna manera, arropada y protegida: no estaba sola…
 
                            
 
Cuando, a la mañana siguiente, se sentó en la cama para levantarse, parecía que
una manada entera de bisontes le había pasado por encima, y casi no pudo moverse
de lo dolorido que tenía todo el cuerpo.
Buscó a Brances por la estancia, pero no había nadie junto a las brasas ardientes
del hogar ni en toda la cabaña.
Parecía que la mañana acababa de desperezarse también, y salió afuera para
espabilarse un poco y ver si andaba por allí cerca el joven salvador.
Pero nada…
«Habrá ido a inspeccionar los alrededores, por si hay alguna nueva damisela a la
que salvar de las aguas», pensó. «Ojalá al que encuentre sea a Banlot… Dios mío,
¿qué habrá sido de él? ¿Estará a salvo?».
Vio una figura a lo lejos del camino, por la parte de atrás de la cabaña, justo cuando
iba a volver a entrar en ella. Esperó, porque muy posiblemente era Brances.
- Buenos días, Zenia -le sonrió al llegar con su sonrisa clara-. ¿Cómo te has
levantado?
- Hola, Brances -le devolvió la sonrisa-. Literalmente molida y apaleada.
- Ja, es normal… Debiste recibir muchos golpes mientras el agua te arrastraba río
abajo, y hoy ya sufres las consecuencias de una forma más directa.
El joven le dio un paquete envuelto en un fino papel parduzco.
- Toma -dijo-, te he conseguido este vestido, porque el tuyo está hecho jirones y no
puedes ir decente con él. Espero que te esté bien.
Zenia se sorprendió por el detalle, aunque era cierto que tenía razón y su vestido
estaba bastante hecho trizas. El muchacho le había dejado ropa limpia suya para pasar
la noche, pero tampoco podía ir así por los caminos.
- ¿Y de dónde lo has sacado? -preguntó ella.
- He ido al pueblo temprano -contestó él-. Pensaba volver antes de que te
despertases, pero me he entretenido allí más de lo planeado.
Se hicieron algo para desayunar, y Brances propuso dar una buena batida por el
entorno y río abajo para ver si daban con Banlot o podían indagar algo sobre él.
Salieron de la cabaña y se dirigieron al río, cuyas orillas presentaban un funesto
aspecto de destrozo y desolación…
 
                            
 
Pasaron incluso horas de la mañana buscando y llamando al amigo, pero parecía
que se lo hubiese tragado la tierra… o las aguas.
Agotada, Zenia se sentó en un peñasco, y dijo:
- Parece que todo fuese inútil…
- No pierdas nunca la esperanza… -le animó Brances-. Y que no demos con su
paradero no significa que no se encuentre bien, en algún otro sitio.
- ¿Y qué hacemos? Ya parece que no quedase casi río para rastrear. Y ni por las
tierras de los alrededores hemos encontrado nada, ni el más mínimo indicio de él.
- En la aldea pregunté esta mañana, pero nadie lo había visto ni sabían de él -dijo el
muchacho circunspecto-. No sé dónde más podemos buscar, y conozco bien toda la
zona. Pero creo que deberíamos volver a la cabaña o al pueblo, y descansar, que
tienes aspecto de fatigada.
- No sé lo que voy a hacer si él no está -sintió la joven-. Y como le haya ocurrido
algo…
- No nos pongamos en lo peor -dijo Brances sereno-. ¿Veníais de muy lejos?
- La verdad es que ya no lo sé. Hemos deambulado por tantos lugares durante
estos días, que no sé ni dónde estamos ni casi de dónde venimos.
Él se sentó junto a ella, le rodeó los hombros con el brazo, y le dijo, suave:
- No desesperes, que todo siempre es para bien. Verás como acabas encontrándolo
y podéis volver a vuestra tierra, allá donde esté.
- Venimos de Larimor, una aldea del Condado de Tresla. Banlot hacía casi un año
que había aparecido por allí, y se quedó a vivir en una casa del Bosque de Plata.
- Creo que no conozco el sitio del que me hablas -dijo el joven intentando refrescar
su memoria-. ¿Y cómo es que habéis arribado aquí? ¿A dónde os dirigíais?
- No teníamos rumbo fijo. Caminábamos, sin más, a ver nuestros pasos adónde nos
llevaban.
Zenia no quiso mentarle al muchacho su aventura sin apenas conocerlo. Al menos,
por el momento. Pero entendía que alguna explicación básica y razonable habría de
darle.
- Yo necesitaba salir de mi pueblo, a recorrer otras tierras, a ver mundo y otras
gentes. Y él, al que me une una profunda amistad, quiso acompañarme durante un
tiempo.
- Ya, ya entiendo… -el chico no quiso indagar más-. ¿Volvemos?
- Vamos.
Al regresar y entrar de nuevo en la choza, Zenia se sentó a recapacitar sobre lo que
debía hacer.
Formaba parte de una misión que, con Banlot o sin él, no debía abandonar ni
desasistir.
Brances, viéndola tan ensimismada en sus pensamientos, no quiso molestarla, y
decidió encender el fuego para calentarse y cocinar algunas viandas.
 
                            
 
Durante el reposo de la comida, Zenia cogió su bolsa y sacó los tres objetos.
Estaban milagrosamente intactos, incluso el cuento, gracias a sus pastas herméticas
acristaladas. Los colocó sobre la mesa.
La desaparición de Banlot parecía haber obstaculizado la aventura, y el cuarto
objeto no se dejaba aparecer. O, debido a su desasosiego, no le había dedicado la
atención necesaria.
Se le vinieron a la mente las palabras de Banlot sobre la posibilidad de separarse
en algún momento, pero jamás se le ocurrió que fuese a ser de aquella manera tan
trágica. Podría estar malherido o, en el peor de los casos…
- Madera de haya -dijo Brances observando el catalejo e interrumpiendo sus
lúgubres pensamientos.
- Es un catalejo -respondió Zenia a su comentario, entregándoselo con cuidado.
Él lo examinó y analizó con esmero.
- Es hermoso -comentó-. Y creado por un ser con raciocinio y amante del bosque,
porque representa a éste a la perfección.
Zenia no esperaba ese comentario tan preciso por parte de alguien que veía aquel
instrumento por primera vez. Así que le enseñó también la geoda del firmamento, y
dijo:
- Cuando inciden sobre ella los rayos del sol, se transforma en múltiples cristales de
colores: los colores del arco iris.
- Porque deben de ser cristales puros que refractan la luz del sol,
descomponiéndola en sus siete colores, los mismos del arco iris.
Ella seguía escuchando atenta sus palabras, así que le mostró, por último, el cuento
del interior de la tierra.
- Esto no está hecho por manos como las nuestras -dijo él después de curiosearlo
con detenimiento.
Y se quedó mirando el título del cuento.
Zenia percibió una luz interna que le mostraba que podía confiar en él, pero no
quiso atenderla.
- ¿Qué piensas hacer?
La muchacha temía que él le hiciese esa pregunta.
- Comencé con Banlot esta pequeña aventura, pero aunque rehúse con todas mis
fuerzas a continuar, debo hacerlo. Con él… o sin él.
- ¿No piensas volver a tu aldea?
- No, allí no tengo ya nada que hacer. Mis pasos han de seguir su propia senda, y
ésta prosigue aún, no se ha acabado ni muchísimo menos.
El joven sabía que ella debía estar viviendo alguna importante experiencia, pero
respetó su silencio.
- Y tampoco podría regresar -continuó-, más que nada porque no sé, desde aquí,
dónde se encuentra mi origen.
Esto último le hizo recordar lo que, tanto las shajas como el cuento de Cheskry,
habían dicho: hubo un tiempo lejano en el que ella interactuaba con los elementos del
bosque. Hasta la misma Persty le insistió en que lo hacía ahora.
- ¿Te gusta el bosque? -le preguntó al muchacho.
- Claro, he crecido en él.
- ¿Sí…? ¿Y conoces bien a sus habitantes? Quiero decir, ¿te relacionas de alguna
manera con ellos?
De qué manera lo diría la muchacha, que Brances se le quedó mirando, intuyendo
que quería saber sobre algo poco habitual.
- Vivir en el bosque implica formar parte de él, y formar parte de él quiere decir que
eres uno más entre ellos.
Zenia vio también en su mirada que había algo más tras sus palabras, pero decidió
no pesquisar más.
- Bueno, he de partir y continuar -dijo la joven tresla-. Te agradezco en el alma todo
cuanto has hecho por mí, que no es poco.
- Ha sido un verdadero placer haberte conocido, Zenia -sus ojos resplandecían-. Se
ve que eres una muchacha diferente, y que la vida te ha madurado y hecho florecer tus
excelencias. Sigue siendo así: el mundo requiere de personas como tú.
Zenia sintió de nuevo esa luz en su interior, y la necesidad de compartir con aquel
cautivante y bondadoso joven todas sus cuitas. Mas, otra vez, el miedo la constriñó.
 
                            
 
Cuando se fueron de la cabaña, se condujeron al camino junto al río.
- ¿Irás tú sola ahora? ¿Y dónde pernoctarás? -preguntó Brances cuando llegaron a
la orilla.
- No lo sé aún -contestó Zenia entristecida-. Pero debo seguir. Encontrarme con
personas como tú me hace seguir confiando en que la vida nos preserva y auxilia.
Por un instante, no quiso marcharse ni despedirse. Algo la retenía junto a él, pero
debía continuar y rasgar sus temores.
Contempló las aguas del río, ahora mansas y ajenas a la hecatombe -
probablemente la oscuridad de nuevo- que ayer la separó de su fiel amigo y
compañero.
Y vio un brillo centelleante en lo profundo, que no era la luz del sol. Se acercó,
atraída por la curiosidad.
- ¿Qué pasa? ¿Has visto algo? -preguntó Brances al verla alejarse.
- Hay algo ahí, bajo el agua -señaló Zenia quitándose los zapatos para introducirse
en el río.
Pero en cuanto metió los pies, se quedó paralizada.
Al llegar el joven, se dio cuenta del terror que había asomado en el rostro de ella.
- No puedo, no puedo… -dijo, y se salió del río.
- Es demasiado pronto para que te metas de nuevo sin revivir tu dolorosa
experiencia de ayer -le explicó Brances-. ¿Quieres que vaya a mirar yo?
- Sí, por favor -contestó ella-. Y si puedes, tráete eso que brilla. Así, mientras, me
voy tranquilizando…
Cuando regresó, después de entrar en el corazón del cauce y recoger algo del
lecho, se lo llevó a Zenia, que aguardaba sentada junto a un árbol.
Ella lo tomó entre sus manos, y vio con maravilla los brillos tornasolados que emitía
aquel fragmento de cuarzo transparente, cuyo interior, de forma mágica, contenía agua
cristalina.
- Qué preciosidad de mineral… -dijo la muchacha-. ¿Cómo ha podido quedar
atrapada esa agua ahí dentro?
- Ocurre muy rara vez… -comentó él como recordando.
- ¿Tú lo habías visto antes?
- Sólo una vez, cuando era niño. Fue en el lago que hay mucho más arriba.
- Sí, Banlot y yo nos bañamos ayer en él.
- Seguramente procede de allí -continuó Brances-, arrastrado por la tromba de
agua; nunca se han visto en el río. Parece ser que, por determinadas condiciones que
se desconocen y que se dan en la zona del lago, el agua de lluvia de hace millones de
años quedó encerrada en estas formaciones de cristal de cuarzo.
- Entonces, se puede decir que es agua fosilizada -dijo la joven-. Ese lago tiene algo
muy exclusivo, y enlaza con el mar…
Él volvió a descubrir en sus ojos la visión de algo más allá.
- ¿Puedo quedármelo? -preguntó la muchacha con modestia.
- Por supuesto, lo has visto tú primero -sonrió el joven-. ¿Para tu colección de
objetos extraordinarios?
Zenia apreció cómo era un hombre intuitivo, pero a la vez discreto.
Guardó el cuarzo en su macuto, que ahora iba más pesado con las provisiones con
las que Brances le había abastecido.
- Debo irme ya.
Se acercó a él y le dio un cariñoso abrazo. Él la rodeó entre sus brazos de forma
cálida y delicada, y ella volvió a notar que una mano amiga seguía cerca de ella,
aunque hiciese ya un día que Banlot hubiese desaparecido.
Se separaron, y ella se alejó. Miró por último atrás y lo vio caminar hacia la cabaña.
Por tercera vez, volvió la luz de su corazón a hablarle sobre lo que debía hacer…
Una alondra la alentó con su canto, aseverándole… y esta vez sí, fue tras él y lo
llamó.
Él se volvió, extrañado, y la vio acercarse.
- ¿Te pasa algo? -le preguntó.
- Sí -contestó ella-. Me pasa que todo se había paralizado, que la vida había dejado
de discurrir, por dejar a un lado a mi corazón.
El muchacho pestañeaba, sin comprender.
- Quisiera contarte algo, si estás dispuesto a escuchar con una mente abierta, y
creer en lo aparentemente imposible.
Fueron a sentarse bajo un magnífico fresno, con sus ramas apuntando al cielo, y la
muchacha comenzó su historia, desde su primer encuentro con Banlot en el camino a
Larimor, hasta el fatídico cruce del río, aunque sin entrar demasiado en detalles.
El joven la escuchaba, más que con la mente, con el corazón abierto, que es como
verdaderamente pueden comprenderse bien  los -a menudo misteriosos- aconteceres
de la vida…
Observaba sus gestos, su mirada violeta, sus labios explicando, la pasión con la
que hablaba de su Bosque de Plata, de kramitas, hermanos o sueños… y de su
entrañable amigo Banlot.
Cuando terminó, Brances bajó la mirada, visiblemente conmovido por tan
asombrosa historia, pero más aún por la belleza profunda de la joven.
- ¿Crees que estoy loca? -preguntó la muchacha al ver que el joven no mediaba
palabra.
- No, no… -contestó inmediatamente éste.
Pero permaneció callado.
Cuando transcurrieron unos minutos, Brances habló:
- Al acercarme ayer a la cabaña, algo muy poderoso me trajo, no sólo la noticia de
la avalancha. Ya voy comprendiendo…
- ¿Qué es lo que comprendes? -lo interrumpió.
- Que sin saberlo, he empezado a formar parte de tu historia.
Era cierto. Sin él, por ejemplo, no hubiese llegado al nuevo objeto, el cuarzo de
agua de lluvia.
Se miraron, intentando averiguar…
- Y ahora que conoces la historia, ¿qué hacemos? -preguntó Zenia.
- Bien expresada está esa pregunta -contestó él-. Hacemos… los dos.
- ¿Qué quieres decir?
- Mira, los últimos días han sido significativos para mí, y ahora entiendo por qué.
Cerraba asuntos para poder quedar disponible.
- ¿Disponible para qué? No acabo de saber…
- Zenia, no sé si estoy errando, pero creo que tengo algo más que hacer en esta
aventura, y mi larga experiencia con el bosque puede tener algo que ver.
- ¿Algo más que hacer? ¿Como qué? -Zenia no entendía o no quería entender-.
Ésta no es tu aventura, Brances. Ya has visto que esto empieza a ser peligroso, y no
tienes por qué ponerte en riesgo sin necesidad alguna.
- Esa decisión primero tendría que tomarla yo -contestó con contundencia el
muchacho-, pero es cierto que la última palabra la tienes tú…
- Estoy un poco confusa…
- Es muy simple, Zenia: te estoy proponiendo acompañarte. Con más motivo ahora,
que no puedes ir tú sola.
- Claro que puedo, no te necesito -salió la mujer independiente.
- No quería decir eso -dijo Brances a la defensiva-. No dudo de tus posibilidades
para sobrevivir por esos caminos de Dios, pero con Banlot encontraste una ayuda
inestimable (a la que no pretendo estar a la altura ni mucho menos), y yo quizá pueda
serte útil también en algunos momentos. A veces, es mejor dos que uno.
La joven se quedó cavilando…
Aunque no quería que él se sintiese obligado, parecía que lo hacía por convicción
propia, y tenía mucha razón en que podía ayudarle, y todo se conduciría mucho mejor
para ella.
- De acuerdo -dijo la muchacha tras meditarlo-. Si estás tan loco como yo, no seré
yo quien te refrene en tus locuras.
La amplia sonrisa de Brances volvió a aparecer, y sin mediar palabra, se aproximó a
ella y le dio un beso en la mejilla.
Se fue caminando en dirección a la cabaña, a la vez que le decía:
- Espérame aquí, no tardaré mucho. Voy a preparar todo lo necesario para la
marcha.
Y allí quedó Zenia plantada… y algo ruborizada.
Ciertamente, no se demoró demasiado, y volvió cargado de bultos y con el
semblante radiante.
Se le hacía insólito caminar ahora con casi un desconocido, pero tenía que
reconocer que, encontrándose sin Banlot, al menos así se sentía más segura y
resguardada.
- ¿Sabes que el fresno es el árbol de la vida? -le preguntó el joven dirigiendo su
mirada a la gran planta arbórea bajo la que habían estado sentados-. Sus raíces
desaparecen en el mundo subterráneo y sus ramas lo hacen en el cielo.
Zenia se quedó parada, por lo inesperado de aquel comentario.
- No sabía que un árbol fuese distinto a otro, en ese sentido -comentó.
- Los árboles son como mensajeros que median entre el cielo y la tierra, llevando
nuevas de uno a otro reino -explicó el muchacho-. El fresno compagina la fuerza del
roble y la intuición del espino para abrir las puertas de la magia y del mundo simbólico.
- ¿Por qué es el árbol de la vida? -preguntó la muchacha tresla, interesada en la
explicación del joven.
- Si cortas uno de ellos -contestó él-, revivirá muy fácilmente, creando nuevos
retoños. Y nunca permite que crezca nada venenoso ni que se propague el mal bajo su
amplia sombra.
- Cada vez que he entrado con Banlot en una puerta, me parece atravesar este
mundo real y pasar a ese mundo subterráneo y simbólico del que hablas, donde
existen seres y lugares mágicos con los que interactuamos y aprendemos lo que aquí
nos es burdo comprender…
- Es posible… Puede que sean las siete puertas del mundo… -dijo Brances
meditando-. ¿Vamos, entonces, a por la quinta puerta?
Esa pregunta le recordó a Banlot.
Qué habría sido de él…
- Volverás a verlo, no lo dudes. Ten confianza…
Algo le dijo que creyese en sus palabras…
Sonrió y dijo:
- Todo acabará bien… como todas las historias. Me lo dijo un pequeño amigo muy
sabio…
8. El Árbol de la Bella Sonrisa
 
 
 
 
 
8
 
La tarde se le fue transcurriendo amena y ligera a la joven tresla, por lo suave del
trecho del camino que recorrieron y por la agradable y entretenida conversación que,
de cuando en cuando, mantenían los dos jóvenes.
Todo ello conveniente para hacerle pensar lo menos posible en su amigo…
Así supo que Brances era un hombre inquieto de espíritu y valiente, pese a vivir en
una aldea de corte parecido a Larimor, según dedujo por sus palabras.
Ayudaba a su padre en una fábrica artesana de productos confeccionados con
cuero, pero siempre que podía escaparse, se iba a la cabaña durante varios días, a ser
uno más en el bosque, como acostumbraba decir. E incluso en varias ocasiones ya
había hecho prolongadas incursiones por las zonas de las comarcas colindantes,
especialmente cuando Chancertur se le quedaba estrecha y monótona.
También supo por él que su vida allí no le placía ni le colmaba, pero desconocía qué
rumbo tomar para salir de aquella desidia vital.
Ella le habló, así mismo, de su vida en Larimor, de su madre y su amor y desvelos
por ella, de sus numerosas visitas al Bosque de Plata -su bosque- y de cómo la
aparición de Banlot en la aldea había acabado por remover su vida desde sus propios
cimientos, haciéndola ingresar en un trayecto sin retorno.
Cuando la luz del día anocheció, Brances la condujo a un pueblecito que conocía
por aquella región a la que habían atracado, para localizar posada donde hacer parada
nocturna.
Las casas apretadas de las calles de Vrendor aparecían ya iluminadas con sus
candilones y faroles, y la aldea rezumaba quietud y reposo.
Se acercaron a una de sus moradas, que tenía dos grandes faroles colgados de la
pared y otros dos en el suelo, a cada lado de la entrada. Un visible cartel de madera de
roble cincelada rezaba así: “El abuelo roble”; un árbol labrado adornaba la tabla.
Accedieron, y allí fueron atendidos muy cordial y atentamente por una pareja
madura, de aspecto regordete y sonrosado. Una vez Brances ultimó los detalles sobre
su alojamiento, fueron acompañados por la mujer hasta su habitación.
Tras asearse, pasaron a la taberna de la posada, donde recompusieron fuerzas,
antes de ir a dormir.
- ¿Crees que regresarás algún día a Larimor? -inquirió Brances.
Estaban esperando a que les sirviesen un buen caldo caliente de sabrosas verduras
con tropezones de jamón, tocino y pan tostado.
- Algún día lo haré -respondió ella.
- Quiero decir para quedarte -puntualizó el joven.
- Quién sabe… -meditó la muchacha-. Quizá no necesite más buscar fuera de mí y
tenga suficiente con vivir sosegadamente en una pequeña aldea del condado, plena de
mí misma.
El muchacho la miró tiernamente.
- Al final, acabamos erróneamente buscando fuera de nosotros los tesoros que
siempre hemos llevado dentro -dijo.
La taberna andaba muy ajetreada a esas horas, creándose un ambiente bullicioso
que a los jóvenes apetecía, particularmente a Zenia, que llevaba tantas leguas andadas
con escasa compañía.
- Saldremos pronto por la mañana, ¿no? -preguntó Zenia.
Recién acababan ya un apetitoso postre, cocinado con polvo de almendras, miel y
requesón.
- Pues sí. Si no hay ningún contratiempo, saldremos y abandonaremos el pueblo -
contestó Brances-. Es de suponer que mañana, si todo discurre fluido tal como os
estaba sucediendo a Banlot y a ti, lleguemos a la siguiente puerta.
Estaba ya tan repleta la taberna, que los asientos andaban apretados, y un hombre
alto y canoso, enjuto de rostro, se les acercó y les dijo:
- Disculpad, jóvenes, mi atrevimiento. ¿Podría disponer de un hueco en vuestra
mesa?
- Faltaría más -contestó el muchacho ofreciéndole asiento frente a ellos-. Mi nombre
es Brances, y mi amiga es Zenia, de Larimor. Yo vengo de Chancertur.
- Buena productora de pieles Chancertur -comentó el hombre-. ¿Larimor? Me suena
ese nombre.
- ¿De veras…? -preguntó ilusionada Zenia.
- Creo haber estado en esa aldea, pero hace demasiados años para que esta
cabeza de mosquito lo recuerde bien -se rascó la sien-. Soy Mentur, a vuestro servicio.
El caballero puso la mano derecha sobre su pecho.
- ¿Conoces el Bosque de Plata? -preguntó la muchacha ansiosa.
- Oh, el Bosque de Plata… -parecía recordar-. Sí, sus hayas y sus reflejos
plateados. Recuerdo que me comentaron sobre los espíritus de ese bosque, y quise
visitarlos.
Zenia se quedó atónita con lo que acababa de escuchar. Brances, sin embargo,
comentó de manera diligente:
- Por lo que me ha contado Zenia, debe haberlos por doquier, y bastante dispuestos
a conectar y exteriorizarse.
La muchacha clavó su mirada en el joven, preguntándose de qué manera habría
podido llegar él a esas conclusiones a partir de sus propias palabras.
- Las Damas Sabias crean siempre en los bosques un entorno etéreo y mágico que
hace propicio que puedan sobrevenir fenómenos inusuales -dijo aquel hombre del tirón.
Zenia seguía pasmada.
- ¿Las Damas Sabias, has dicho?
- Sí, jovencita, las longevas y grandiosas hayas, las reinas y protectoras de los
bosques.
- Pero los kramitas las llaman así… -se le escapó a Zenia.
Brances la miró, perplejo.
El hombre se quedó también mirándola muy fijamente durante unos segundos, con
sus ojos afilados, y ella se sonrojó.
«No debí decir eso», pensó la muchacha preocupada, «no lo conocemos de
nada…».
El semblante del hombre era tosco y sobrio desde que llegó, y no podía descifrarse
con ninguna seguridad si era de fiar o no.
El visitante se volvió a Brances, y al ver su rostro sereno, finalmente dijo:
- Veo que tenéis conocimiento de lugares y seres ignorados por la mayoría, pero tú,
muchacha, no deberías ser tan insensata, especialmente para los tiempos oscuros que
corren.
Ella bajó los ojos un poco avergonzada.
- Sin embargo -continuó-, a tu imprudencia deberás agradecer el ofrecimiento que
voy a haceros y que rara vez procuro, menos todavía sin antes probar la confianza de
la persona en cuestión. Se ve a legua que vuestras almas son jóvenes y transparentes;
no hay necesidad de probaros.
Los dos muchachos aguardaron a que prosiguiese.
- Hay un lugar que me gustaría revelaros, puesto que pocos saben de él y a menos
aún dejo visitar -dijo Mentur con mucho misterio y bajando el volumen de su voz.
- ¿Está muy distante? -preguntó Brances-. Nuestro propósito era marchar de aquí
mañana por la mañana.
- Os llevaré a primera hora de la mañana. Está en mis tierras, a poco trecho de
aquí. El tiempo que estéis allí será el que vosotros decidáis.
- De acuerdo; tampoco tenemos excesiva prisa -dijo el joven-. Nosotros ya nos
retiramos a descansar, que estamos algo fatigados.
- Muy bien. Mañana, poco después del alba, pasaré a recogeros. Tened buena
noche.
 
                            
 
Cuando entraron en la habitación, Zenia se sentó en su cama, algo abatida.
- ¿Qué te pasa, Zenia? Has estado bastante silenciosa en la cena.
- Ya… Es que me sigo encontrando extraña sin Banlot…
- …y conmigo, ¿no?
La joven no deseaba que se molestase, y le respondió:
- No, Brances, te portas muy correctamente conmigo…
- ¿Correctamente? -la interrumpió el muchacho-. Pues me gustaría mejor, a ser
posible, poder ayudarte, y sobre todo alzarte los ánimos, que se te ve a menudo muy
alicaída.
»La vida continúa, Zenia, y has de seguir viviéndola al máximo. Todo pasa, hasta
las personas pasan; van y vienen. Aunque francamente, no dudo en lo más mínimo que
vuelvas a encontrarte con Banlot; vuestra historia y vuestra amistad no han concluido
aún en absoluto. Y así será por mucho tiempo.
El joven se sentó junto a ella y le tomó la mano. Le pareció tan fina y
aterciopelada…
- Estás… estamos viviendo un episodio que a pocos ni se les asomaría por la
imaginación experimentarlo en sus vidas -la miraba con ojos dulces-. Sé muy bien que,
hoy por hoy, preferirías mil veces antes estar con tu amigo que con este aburrido
desconocido. Pero no cierres tu corazón por la congoja, que se te escapará toda la
magia de la vida, ahí afuera esperando para ti. Aún te quedan muchas emociones por
vivir, y mucho que experimentar y con lo que regocijarte.
Su voz y sus palabras eran alivio fragante para su distraído corazón, e intentó
aspirar el aliento que le infundía su nuevo amigo.
- Gracias por todo lo que me dices -hizo un esfuerzo por sonreírle-. Estoy exhausta
y me gustaría acostarme ya.
- Claro, perdona…-él se levantó y fue hacia su cama.
- Voy a quitarme el vestido. No mires, ¿eh…? -dijo Zenia un poco avergonzada.
- No, claro que no…
El muchacho se sintió algo azorado y empezó a revolver entre sus cosas, como
buscando algo.
Ella también le dio la espalda, y mientras se desabrochaba, inquirió:
- Por cierto, ¿qué le has dicho a los dueños de la posada para que no pongan
reparo en que durmamos en la misma habitación?
- Que eres una prima que llevo a mi aldea para que la conozcas y sepas de nuestra
rama de la familia.
- Ja, ja, ja, pues menos mal que se lo han creído a pies juntillas, porque no había
más habitación que ésta -dijo la muchacha tresla-. Uf, no soy capaz de desabotonarme
este vestido nuevo, por más que lo intento. ¿Podrías echarme una mano?
Brances, más nervioso aún que antes, se acercó a ella y le fue desabrochando la
parte alta del vestido, quedando al descubierto la espalda de la joven. Ella, al apreciar
un chocante silencio, se dio la vuelta.
- ¿Qué pasa? -preguntó.
- Nada, nada… -él bajó la mirada aceleradamente, pero unos segundos después, se
armó de valor y volvió a ver esos ojos violeta escudriñándole-. Que eres muy
hermosa…
Zenia se desconcertó tanto con aquel comentario, que ahora fue ella la que bajó la
mirada, ostensiblemente turbada.
- Discúlpame, Zenia, no tenía que haber dicho eso.
Y fue a girarse para encaminarse hacia su camastro, cuando ella lo retuvo,
agarrándole de la mano.
Él se quedó, pero incomodado y sin saber qué hacer ni qué pensar. Ella le dijo:
- No eres nada aburrido. Y de no haber sido por ti, me habría vuelto majareta
pensando todo el día en Banlot y en lo peor que le hubiese podido ocurrir. Me distraes
y me infundes mucho ánimo. Y es verdad que la vida prosigue, y tú formas parte de la
mía ahora mismo. Me alegro profundamente por ello…
Se miraron con ternura e inocencia…
- Gracias… -dijo Brances apretándole la mano-. Ahora debemos dormir. A ver qué
nos depara mañana nuestra nueva travesía. Y veremos qué tiene que mostrarnos ese
tal Mentur.
- Muy probablemente tenga que ver con nuestra quinta puerta.
- ¿Tú crees?
Acabaron de acomodarse para dormir y apagaron los candiles de la estancia, hasta
que el nuevo día despuntase para reportarles una nueva jornada juntos…
 
                            
 
Se asomaron a un gran patio que se ubicaba en la parte trasera de la posada,
mientras esperaban a Mentur.
En el centro, había un imponente y admirable roble de anchísimo y recio tronco. Su
porte centenario y fortaleza los atrajo bajo su grandiosa copa.
- El rey de los bosques -dijo Brances sumido en la magia de sus gruesas y
retorcidas ramas-. Árbol sagrado de los druidas, representa la fuerza y el poder, y la
hospitalidad y el conocimiento. 
- ¿No tienes la impresión de que no estamos aquí solos tú y yo? -preguntó Zenia
contemplando las verdosas y lobuladas hojas.
El joven le regaló una sonrisa, y acercó su mano al tronco, acariciando su corteza.
Zenia los observó, a medida que parecían embeber uno la energía del otro y hacerse
uno: hombre y árbol…
En ese instante, apareció Mentur, saludándolos de lejos. Los muchachos se
alejaron del árbol y fueron con él, saliendo de la posada.
Anduvieron durante una media hora por uno de los caminos que salía del pueblo,
cuando tropezaron con una gran reja de hierro forjado, que daba acceso a un terreno
vallado cuyos límites se perdían en la lejanía, hasta no alcanzar a verse.
En el centro de la reja negruzca, en su parte superior, podían leerse unas letras
negras contrastadas contra el cielo azul, que decían: “El ombú”.
Abrieron la chirriante verja y entraron.
Transitaron por un sendero que, unos quinientos metros más allá, se bifurcaba.
- La ruta de la derecha conduce hasta mi casa y otros edificios adyacentes -dijo
Mentur-. Tomaremos esta otra, a la izquierda.
Tras caminar unos veinte minutos más -rodeados de alisos, olmos y almendros que
cobijaban arbustos dispersos de perfumado mirto, majuelos y espinos-, llegaron a lo
que asemejaba una pequeña pero alta nave acristalada de planta rectangular,
semioculta entre el follaje que la rodeaba.
Al llegar a una puerta entreabierta de madera de cedro, Mentur les dijo:
- Entrad y deleitaos. Podéis estar todo el tiempo que gustéis. Yo vuelvo por el
camino, y luego hacia mi casa. Cuando dispongáis volver, tomad la misma senda, que
allí en la casona os estaré esperando.
- ¿Por qué no entras con nosotros? -le preguntó Brances.
- Porque es una experiencia que debéis atender vosotros -le contestó-. Nos vemos
luego.
Lo vieron alejarse por el sendero de vuelta, hacia el cruce de caminos.
Brances terminó de abrir la puerta y, no sin cierto recelo, se asomó a la entrada del
recinto. Zenia lo siguió.
Tras pasar al interior de la estancia, ambos se miraron, sobrecogidos por la
emoción y el estremecimiento.
Fue como entrar en un mundo íntimo y enigmático. Todo allí era verde, agua y luz.
Con profundo deleite, avanzaron por aquel paraíso de generosa fecundidad, repleto
de helechos ancestrales, hiedras y otras plantas trepadoras, arcaicas araucarias,
plataneras de más de cinco metros, delicadas orquídeas, frescos musgos, y una
infinidad de vegetales frondosos y reverdecidos.
El techo acristalado permitía derramar una luz brumosa y blanquecina con brillos de
oro, que era tamizada por una fina red de vida vegetal.
La pared del fondo, enfrentada a la puerta, era la única de piedra gris,
transformándose y tomando forma semicircular. A sus pies, se alojaba un estanque con
esta forma, tapizado de nenúfares, ninfas, lirios, lotos y toda suerte de plantas
acuáticas exóticas.
La exuberancia del lugar los estaba dejando embriagados, y sólo podían mirarse sin
mediar palabra, que ni la conmoción los dejaba ni podrían las palabras, burdas y toscas
como resultan, encaramarse tan siquiera a aquellas alturas de belleza, éxtasis y vida…
Zenia miraba a todos lados, queriendo retener cuanto veía, y Brances tenía una
sonrisa en el rostro, sintiéndose en un lugar acogedor y familiar.
La muchacha, al llegar ante el estanque, se sentó en su borde de piedra y estiró
una pizca su brazo, para poder alcanzar una de las ninfas en flor.
Sus pétalos eran aterciopelados y de un azul índigo. Consiguió acercarla a ella, y
tuvo la necesidad de hablarle internamente, de la maravilla que sentía en su corazón.
«Qué bella eres…», le dijo acariciándola. «Tu bondad resplandece en el brillo azul
de tus pétalos de seda».
Uno de los rayos de sol que atravesaban aquella bóveda verde desde algunos de
los cristales, incidió directamente en la flor y en sus estambres dorados. Zenia vio cómo
estos comenzaron a moverse casi imperceptiblemente, empujados por una inexistente
brisa, acercando así sus puntas hacia el centro geométrico de la flor y atrayendo tras
de sí los pétalos color añil, que acabaron replegándose sobre sí mismos y cerrándose
en un capullo.
La joven deseó tocarlo y, tras sólo rozarlo, la flor se abrió -en una centésima de
segundo- en una sorprendente explosión de partículas lumínicas que llenaron todo el
espacio en el que se encontraba.
Las minúsculas luces parecían tener vida propia, arremolinándose entorno suyo.
Ella sonreía como una niña que acababa de descubrir la magia.
«¿Quiénes sois?», dijo de nuevo internamente. «¡Qué alegres estáis!».
Escuchó muchas risitas en su cabeza, y una vocecita vergonzosa e infantil se oyó
clara en su mente: «¿No te acuerdas de nosotras? Cuántas veces hemos jugado
juntas…».
Zenia se echó a reír con ellas, y movió sus manos para tocarlas. Cada vez que lo
hacía con una de ellas, brotaba un cosquilleo en sus dedos y saltaba una chispa
estrellada y una carcajada pequeña.
«Somos los espíritus de las ninfas», siguió la voz. «Venimos a saludarte y a
honrarte».
«¿A mí…?», preguntó la muchacha desconcertada.
«Sí. Tu juventud no te impide progresar en tu andadura con valentía y madurez.
Habla ahora con el árbol de la Bella Sonrisa. No tengas miedo ni recato por hacerlo,
que él te indicará cómo debes llevar tus pasos ahora. Te dará tu objeto: guárdalo con
amor, pues en él anidará la esencia del bosque».
Fueron moviéndose más velozmente, y se alejaron.
«Adiós, amigas… y gracias», dijo la joven despidiéndolas con la mano.
Miró la ninfa abierta y sus hilos de oro, ahora estáticos, repletos de jugoso polen.
Volvió a acariciarla con sumo cuidado, más ahora que conocía a quienes acogía, y se
despidió también de ella.
Se levantó y buscó a Brances entre la pequeña selva húmeda.
Ya cerca de la entrada, lo vio acercar su rostro al interior de un asombroso helecho
rizado cuyas frondes alcanzaban hasta los dos metros. La escuchó llegar y levantó de
nuevo la cabeza, portando una sonrisa radiante.
- Qué lugar tan mágico… todo lleno de amigos -exclamó él con regocijo.
- Sí… -dijo ella aún impactada.
Y le habló de la flor azul de ninfa.
- Una vez hemos traspasado la quinta puerta, la del reino vegetal del bosque -
añadió Zenia-, debemos dar ahora con el árbol del objeto. Vayamos a casa de Mentur.
 
                            
 
Ninguno de los dos había mediado más palabra, impresionados como estaban por
sus vivencias en aquel extraordinario invernadero, durante el paseo hacia la casona.
Cuando llegaron, Mentur los esperaba con un tentempié de media mañana en el lujoso
salón del inmueble.
Mientras alegraban el paladar, Mentur preguntó:
- ¿Qué tal vuestro encuentro con el mundo arraigado a la tierra de las plantas?
- Me pasaría días enteros metido en aquel edén -respondió Brances con el rostro
iluminado-. Me resulta tan familiar el universo oculto vegetal…
- No lo dudo, joven -le interrumpió el hombre-. Pero, ¿qué tiene que decirnos
nuestra bella dama?
A Zenia le chirrió la manera en la que acababa de dirigirse a ella.
- Ejem… Nada de particular -contestó escuetamente.
Aquel hombre le imponía…
- No te dejes impresionar por mis toscas maneras -dijo él-. Puedo ayudaros más de
lo que creéis, pero tendréis que confiar en mí aunque no me conozcáis. Cuéntame tu
vivencia, quizá pueda aportaros información adicional, más valiosa de lo que podáis
imaginar…
Los acechaba con la mirada, y aún más a Zenia, con una sonrisa que no acababa
de abrirse.
Zenia consultó a Brances de un vistazo, por saber su impresión. Éste asintió con la
cabeza, invitándola a relatar.
Ella siguió desconfiando en su interior, pero echó cuenta al muchacho y contó lo
que le había acontecido en el estanque.
Mentur escuchaba muy atento y alerta, con mirada casi inquisitoria. Brances, por el
contrario y de tanto en tanto, la ayudaba con los gestos del rostro a continuar.
Cuando acabó, el hombre de Vrendor, tras una breve pausa, habló:
- Esta hacienda debe su nombre a un árbol, el ombú, al que ciertos seres bajitos
llaman el árbol de la Bella Sonrisa…
Dejó enlentecer, a posta, la parte final de la frase, observando atentamente la
reacción de la joven.
Ella sabía perfectamente a qué seres bajitos se refería y, a pesar de que hablaba de
sus amigos kramitas y este recuerdo la dulcificó, no pudo evitar sentir cierto resquemor
en su pecho.
- Ese árbol -continuó-, único en estas tierras del norte donde las condiciones
idóneas para su supervivencia son inexistentes, lleva cientos de años viviendo su
creciente frondosidad en el centro de una planicie, situada en estos terrenos.
- ¿Podría llevarnos allí, por favor? -preguntó cortésmente el joven.
- Ando muy ocupado en estos días y no puedo demorarme más tiempo con vosotros
-respondió bruscamente.
- Por supuesto. No queremos entretenerte ni retardarte más. Ya te hemos robado
suficiente tiempo -se disculpó el muchacho.
- Pero os indicaré cómo llegar -se ofreció Mentur-. No tiene pérdida.
Salieron a la entrada de la vivienda, y desde allí dio las indicaciones pertinentes
para tomar los senderos correctos que llevaban al lugar.
Se despidieron de él, aunque no sin antes preguntar Zenia sobre algo que no
acababa de casarle:
- ¿Quién construyó ese invernadero?
- Siempre estuvo ahí -contestó Mentur algo escamado por la pregunta-. Mis
antepasados lejanos ya hablaban de él en los restos encontrados de sus escritos.
- ¿Y tu familia siempre vivió en estas tierras? -volvió a indagar Zenia.
- Vinieron de tierras más altas aún para establecerse por estos lares, incluso antes
de existir la aldea. Pero de eso hace tantos lustros, que nadie cuestiona la pertenencia
de estos terrenos a mi familia desde siempre.
Aunque Zenia no quedó del todo satisfecha con la explicación, se fueron de la
mansión en la dirección que Mentur les había indicado.
- ¿Qué ocurre, Zenia? -preguntó el joven, una vez iban caminando solos-. Desde
que conocimos anoche a Mentur, me da la sensación de que andas muy recelosa
respecto a él. Es cierto que no sabemos nada sobre este sujeto y que parece una
persona misteriosa e intrigante. Pero si me detengo a cavilar, constato que nos ha
invitado a su casa y ha compartido algo suyo que pocos han visto. Sus actos también
indican algo de él, ¿no crees?
- Suponiendo que sea su casa… -dijo ella con un gesto de cabeza.
- ¿Qué quieres decir…?
Zenia tardó en contestar, sumida en sus reflexivos pensamientos.
- No lo sé, Brances -contestó la tresla taciturna-. Estoy siguiendo tus pasos porque
no sé cuáles son los míos.
- Pero, ¿qué es lo que te ocurre con él? -insistió el muchacho.
- Independientemente de sus formas o hasta de sus acciones, mi sexto sentido me
dice que hay algo anómalo y sospechoso en él -contestó Zenia, desahogándose.
- Puede que tengas razón… -recapacitó Brances-. Encontremos entonces el árbol y
salgamos cuanto antes de aquí.
 
                            
 
Después de un largo rato de pasar por numerosos cruces de caminos, se
detuvieron a la sombra de un gran álamo solitario y plateado que se apostaba junto al
camino.
- Esto es un poco extraño, ¿no te parece, Zenia? -comentó el joven-. Por lo que
Mentur nos dijo, ya deberíamos haber dado con el árbol.
- Yo diría, inclusive, que estamos volviendo a los mismos emplazamientos -dedujo
la muchacha-. Creo haber visto antes este álamo aquí, pegado al camino. Reparé en él
por verlo solo y sin las aguas cercanas a las que suelen arrimarse.
- Pues hemos seguido las indicaciones exactas del hombre -replicó Brances con el
ceño fruncido.
- Primera prueba sospechosa de sus intrigas…
- ¿Y qué hacemos?
- Ni siquiera sabemos con absoluta certeza si el árbol se encuentra en este sitio -
dijo Zenia-. Creo que debemos irnos cuanto antes de aquí. Presiento que éste no es un
lugar seguro para nosotros…
- ¿Por qué dices eso…? -preguntó Brances intranquilo.
- Hasta los árboles son aquí diferentes -contestó ella señalando la copa del árbol
bajo el que se cobijaban-. No sólo es anormal la posición de este álamo aquí, sino el
que sus hojas, bien iniciado como está el otoño, no estén ya amarilleando y a punto de
caer.
- El álamo es el árbol de la muerte -apuntó el muchacho-, pero también el de la
resurrección, porque simboliza fuerzas positivas y negativas. Por eso dicen que ayudan
a resolver problemas y son buenos contra la desesperanza y el desaliento.
- Positivas y negativas… -meditó Zenia.
Escucharon un potente ruido, combinación de crujido y de viento silbante, y otearon
alrededor suyo rastreando el origen, pero no entrevieron nada irregular.
- ¿Qué es eso…? -preguntó Zenia espantada.
Brances empezó a conjeturar sobre lo que estaba sucediendo… y pensó y
reaccionó velozmente.
- ¡Vámonos, corramos! ¡Lejos de aquí!
Asió con vigor la mano de la muchacha y salieron en estampida en dirección
opuesta a donde venían, atravesando la foresta y sorteando árboles y setos.
Mientras lo hacían, el ruido se iba acrecentando y acercándose a ellos, como si su
huida fuese estéril y no les alejase de nada.
- ¡Rápido, Zenia! ¡Cuanto más corramos, mejor!
La muchacha no entendía nada, pero su corazón, desbocado y angustiado, le
gritaba como nunca que no se despegase de su amigo ni le soltase la mano.
El cielo, en un segundo, comenzó a ensombrecerse…
Miraron asustados hacia arriba y, en una exhalación, vieron cómo el cielo sobre sus
cabezas se llenaba de troncos, ramas y hojas que venían desde la dirección que
habían dejado y que formaban parte de un monumental árbol que caía sobre ellos.
Zenia chilló, cubriéndose y resguardando la cabeza con los brazos, y Brances se
lanzó sobre ella, tirándola al suelo y colocándose encima para protegerla.
 
                            
 
- Brances, Brances…
La muchacha levantó la cabeza del joven, que yacía con los ojos cerrados a su
lado, pero no despertó.
Retiró, tan rauda como pudo, las ramas y follaje que lo atrapaban. Al quedar libre,
puso directamente su mano en el pecho de él para comprobar si su corazón latía.
Suspiró… y se relajó: vivía. Acarició su rostro, retirando el largo cabello del
muchacho, cuya expresión era serena.
Zenia no se dio cuenta de que contemplaba sus labios, carnosos y fuertes, y que al
hacerlo, estaba experimentando una vibración en su cuerpo que desconocía… Observó
sus cabellos, brillantes y del color de la tierra que pisaban, y que resaltaban el azul de
sus ojos. Deseó verlos abiertos de nuevo y volver a sentir su tierna sonrisa dentro de
su corazón.
Se le vino a la mente cómo, desde que Banlot desapareciese, el joven había
ocupado su lugar protector con creces. Podría decirse que había llegado a
salvaguardar su vida ya en dos ocasiones. Y en esta última, le conmovía recordar de
qué manera se había expuesto él con la intención de auxiliarla del daño.
Rebuscó entre los sacos de viaje algún odre de agua y, mojándose las manos, las
pasó con cuidado por el rostro de Brances.
Al no obtener resultado, se dejó llevar por su instinto, y le colocó una de sus manos
bajo la nuca y la otra sobre el pecho. Sintió cómo la energía de sus manos penetraba
en el cuerpo de él, devolviéndole la vitalidad.
Por último, volvió a coger el odre de piel y, esta vez, vertió ligeramente unas gotas
de agua sobre su cabeza.
Repentinamente se movió, y abrió despacio los ojos. Se encontró con los de ella…
Qué honda alegría sintió la muchacha en su corazón. De nuevo, veía brillar la
nobleza en esos ojos azul intenso.
Y todo cesó en aquel instante…
Zenia percibió que su cuerpo entero se turbaba con esa mirada acariciadora y
envolvente. No quería más que estar allí, más que bañarse en el mar insondable de
anémonas y corales que hallaba en sus ojos…
Un alcaudón real repicó, revoloteando por encima de ellos… y ella volvió a la tierra.
- ¿Cómo estás? -le preguntó tocando su hombro.
Él intentó incorporarse, y se cogió el cuello por detrás.
- Uf, qué dolor…
- ¿Sí…? El árbol debió golpearte en la nuca -dijo Zenia levantándole el pelo y
examinándole el cuello-. Tienes sólo una pequeña herida, pero parece que ha sido más
el golpe que el corte.
Se pusieron en pie, y él pudo constatar que, excepto el golpe en el cuello, no había
sufrido ningún otro descalabro.
- ¿Y tú? ¿Estás bien?
- Sí, claro, gracias a ti…
La muchacha no pudo dominarse y se abrazó fuerte a él, susurrándole al oído:
- Gracias de corazón por lo que has hecho…
Él se asombró hasta tal modo por el gesto de la joven, que no acertó a decir ni
palabra, pero acabó abrazándola a su vez -con todo el decoro que pudo-, apreciando la
calidez de su cuerpo y el perfume de sus suaves y ondulados cabellos, que le caían
sobre la espalda.
Ella quiso permanecer así por siempre, entre su amplio pecho y sus acogedores
brazos, que hacían mecerle el alma allí adentro.
- Deberíamos irnos de aquí cuanto antes -sugirió Brances, y se soltaron.
- Tienes razón -dijo ella recordando lo arriesgado de su coyuntura.
- Estamos sanos y salvos, pero hemos podido morir aplastados por este árbol
enorme, que dudo que ningún viento lo haya tirado -interpuso él.
- ¿Quieres decir que… -empezó Zenia.
- Que alguien lo ha cortado y empujado, sabiendo que nos encontraríamos por la
zona, y comprobando previamente que estábamos bajo aquel álamo.
- ¿Cómo llegaste a saber que debíamos alejarnos de allí? Tu perspicacia nos ha
salvado. Si llegamos a quedarnos bajo aquel árbol o cerca de él, no estaríamos aquí
contándolo.
- Mi perspicacia no, la tuya -aclaró contundentemente el joven-. Ahora lo entiendo
todo, casi hasta el último detalle, gracias a ti… y a los árboles.
La muchacha le solicitó que se explicase, aunque aquello supusiese demorarse
unos minutos más en aquel, ya lúgubre, lugar.
- Lo más primordial que deduzco de todo lo que ha ocurrido, Zenia, es que es vital y
siempre prioritario que escuches a tu corazón, y que sea yo quien vaya con él y no al
revés, como incautamente hemos hecho.
- Pero es que yo no sabía qué camino tomar; por eso tomé el tuyo -se explicó la
muchacha.
- Pues esperamos hasta que des con él, en vez de andar ciertamente sin rumbo -
comentó el joven-. Y sí que tenías ya un camino trazado, que era el de evitar a Mentur.
Sobre eso, hasta tú misma me lo comunicaste, pero no me di cuenta entonces…
Aunque algo me puso sobre aviso, y fueron tus palabras.
- No acabo de ver la relación de todo esto con que supieses lo que iba a ocurrir en
ese instante con el árbol.
- No sé en qué basarías tus recelos hacia él -continuó Brances-, pero supo
conseguir la información justa que quería sobre nuestro siguiente paso en la misión.
- Sí, y sé que dijo lo del ombú y los kramitas para que pareciese que sabía más de
lo que creíamos sobre nuestra historia, y así confiásemos en él -recordó Zenia-. Hasta
tengo mis dudas sobre el invernadero, porque se sintió incómodo cuando le pregunté.
Había algo sospechoso en él…
- Él sabía que iba a pasarte algo muy concreto en el invernadero. Es por eso que no
le interesaba mi explicación, sino la tuya.
- Sí, eso es cierto. Sigue…
- Evidentemente -prosiguió él-, nos explicó el camino al ombú de manera que
acabásemos aquí, dando rodeos como en un atolladero. Fue bajo el álamo y al
escuchar el rugido del otro árbol comenzando a caer, cuando lo vi todo claro. Tu
repetición de mis palabras sobre las fuerzas positivas y negativas de los álamos me dio
la clave.
- Me resultó un poco contradictorio que en los árboles hubiese fuerzas negativas -
aclaró la muchacha.
- Hay árboles que, como otros seres vivos, pueden responder a las intenciones
negativas si así se los conduce. Aunque sus almas sean puras, neutras.
- ¿Te refieres a sus esencias o espíritus? -quiso saber Zenia.
- Sí, pero si son inducidos a hacer el mal o a la oscuridad, responderán a ella,
secundándola. El álamo nos atrajo a los dos, y no creo equivocarme si afirmo que así
fue porque había una intención superior a él de hacernos permanecer allí, para a
continuación concluir la tala del gran árbol, también bajo su dominio, y hacerlo caer
sobre nosotros.
»Cuando reparé en el ruido, se me hizo familiar; ya lo había escuchado antes,
cuando los leñadores llegan a adentrarse en las cercanías de nuestra cabaña. Lo
natural hubiese sido suponer que estaba bajo control y que no había peligro alguno; era
un árbol más siendo talado. Pero tus palabras sobre las fuerzas negativas de los
árboles me hicieron encajarlo todo en un segundo.
- Gracias a Dios… Tus conocimientos sobre los árboles nos han salvado.
- Y tus conocimientos sobre el carácter y la naturaleza de las personas -sonrió
Brances-. Lo que no entiendo es por qué un hombre como Mentur querría hacer tal
cosa e impedirnos continuar en beneficio y salvaguarda de los bosques, cuando en su
casa tiene un espacio tan mágico y amistoso como el que nos enseñó.
Zenia no había dejado de elucubrar mientras escuchaba a su amigo, pero aún no
dijo nada de lo que se barruntaba, excepto que debían marchar ya.
Sortearon las ramas y las hojas de lo que quedaba del árbol tras su caída, y
prosiguieron en el mismo sentido en el que habían echado a correr.
A los pocos minutos, parecían regresar a los mismos sitios: los paisajes se repetían
una vez y otra.
- Dios mío, es como si anduviésemos en un laberinto del que no podemos salir -dijo
Brances empezando a inquietarse.
Zenia aprovechó para expresar lo que cavilaba en su cabeza. Por primera vez
desde que se quedó sin su amigo Banlot, se encontró segura de sí misma.
- Esta experiencia debería enseñarnos que la oscuridad puede alcanzar a
cualquiera. Creo que Mentur es una especie de mensajero o intermediario de ella, y por
eso sabía sobre toda la misión y sobre mí o mi encuentro con los kramitas. Como
dijeron los hermanos del corazón de la tierra, la oscuridad está sobre nuestros pasos
observando cada una de nuestras maniobras.
Brances vio como novedad para él a una joven audaz y decidida hablando.
- Le molestó hablar sobre el invernadero porque no le pertenece, al igual que estas
tierras, aunque las conoce bien. Su auténtico dueño debe estar ausente y él ha
suplantado su lugar.
- Si eso es así -intervino Brances-, supongo que podremos corroborarlo cuando
regresemos y consultemos a los dueños de la posada, que seguramente tendrán
conocimiento de ello. Si es que regresamos…
- Tiene poder y dominio suficientes como para controlar a los árboles y a las plantas
de esta zona y moverlos a su antojo, haciéndonos andar en círculos sin que nos
demos ni cuenta.
- Habrá alguna forma de salir, seguro, aunque no se me ocurre ninguna… -se
lamentó el joven en su desesperación.
- Es que no hay que salir -dijo Zenia muy meditabunda.
- ¿Cómo dices?
- Al querer salir es cuando no lo hacemos -comenzó a aclarar la joven-. Nos
movemos físicamente con nuestros cuerpos de aquí para allá, pero no es del plano
físico del que hay que escapar, sino de nuestras mentes.
- No sé muy bien lo que quieres decir -Brances andaba un poco aturdido con las
explicaciones de la tresla.
- El laberinto está en nuestras mentes -intentó esclarecer Zenia-. Mentur es una
persona muy inteligente. En cierto modo, me recuerda a Banlot, aunque estando éste,
por descontado, en la benignidad y generosidad de la luz.
Tuvo que parar: el sentimiento de añoranza que le albergó, le llenó los ojos de
lágrimas y bajó su mirada. Cómo extrañaba a su preciado amigo…
Brances quiso consolarla y confortarla, pero no supo cómo; se sentía tan torpe y
rudo ante sus lágrimas…
El anhelo de verla bien fue mayor que su timidez, así que se aproximó a ella para
darle un beso en la mejilla, bañada en lágrimas, y acariciársela.
Ella alzó los ojos para mirarlo, y él se juró a sí mismo que haría siempre todo lo que
estuviese en su mano para que esos ojos jamás volviesen a teñirse con esa tristeza tan
honda.
Zenia secó sus lágrimas y procuró continuar.
- Mentur sabe que no saldremos de este laberinto mental en el que nos ha metido,
mientras no nos demos cuenta. Por eso, ahora mismo la balanza está a nuestro favor,
porque él cree que aún andamos ignorantes, dando vueltas por aquí.
- ¿Y cómo podremos liberarnos de ese laberinto en nuestras mentes? -preguntó
Brances.
- Cuando menos ya somos conscientes, que es el primer paso para salir de
cualquier trance -respondió la joven recapacitando-. Y lo único que se me ocurre es
que, puesto que hemos pasado la puerta del mundo de las plantas y los árboles, es el
mejor momento para hacer uso de la magia y contactar con las shajas para que éstas
nos ayuden. Eso fue lo que me aconsejaron, si era necesario.
- Es cierto -afirmó él-. ¿Y cómo contactaremos con ellas? Aquí se diría que los
árboles estén confabulados contra nosotros.
- Las shajas son los espíritus de los árboles, y como tú bien has dicho son neutros y
seguirán nuestra intención. Intentaré contactar con las mismas shajas que me visitaron
en sueños.
Cogió su bolsa y sacó los cuatro objetos y la llave.
- Aún no sabemos el funcionamiento ni el significado de esta llave -dijo, cogiéndola
en su mano y observándola delante mismo del sol.
Al hacerlo, la piedra rosa labrada reflejó los rayos en todas las direcciones,
incidiendo contra los troncos de los árboles cercanos.
Ella presintió que debía permanecer con la llave en aquella posición. En escasos
segundos, unos hilillos de humo negro salieron de diversos puntos de las cortezas de
los árboles. Algunos de ellos fueron imperceptiblemente amarilleando sus hojas, y
varias incluso cayeron.
El humo cesó, y la llave dejó de brillar. Zenia bajó su mano y guardó de nuevo todo
en su macuto.
- ¿Qué ha pasado? -preguntó Brances sin entender.
- No sé muy bien, ni si realmente ha sucedido algo que pueda servirnos, pero los
árboles han vuelto a su estado natural, y por ello sus hojas ahora son otoñales. En la
oscuridad parece que no existe el paso del tiempo ni las estaciones.
- ¿Crees que han sido las shajas las que han hecho eso?
- Seguramente… -contestó la muchacha-. Es un instrumento que les pertenecía, y
quizá sólo con la intención de nuestra mente, haya sido suficiente para que aparecieran
e hicieran su labor.
- Eso espero -dijo el joven-. ¿Hacia dónde vamos ahora?
Zenia dirigió su mirada a los árboles y, de forma desenvuelta y casi sin reparar en
ello, les interrogó en voz alta:
- ¿Dónde está el árbol de la Bella Sonrisa, mis queridos amigos?
Las aves callaron y se hizo el silencio.
Un soberbio y majestuoso castaño, que aún no se había despedido de sus hojas de
fuego, comenzó a agitarlas cada vez más temblorosamente, como si un aire creciente
las meciese.
Zenia se arrimó a él y tocó su tronco. Al elevar la vista hacia arriba, vio cómo todas
sus hojas se balanceaban en la misma dirección. Concluyó que era ésa la que debían
tomar.
- Hacia allá, y no creo que tardemos mucho en encontrarlo -dijo rotunda.
Así fue, y en cuanto echaron a andar, divisaron a lo lejos un amplio llano con un
vistoso árbol en su centro cuajado de grandes y brillantes hojas verdes. Su tronco era
sorprendentemente nudoso y ancho, extendiéndose hasta varios metros de diámetro, y
sus raíces tortuosas sobresalían, en gran parte, sobre la tierra.
Se sentaron sobre uno de los montículos de aquellas raíces.
- Por fin un árbol bajo el que cobijarnos y que me hace sentir en paz -dijo Brances
con una sonrisa tranquila en los labios.
- El árbol de la Bella Sonrisa… -dijo Zenia apoyando la cabeza sobre una de sus
raíces.
Se sintió muy cansada…
- ¿Quieres que hagamos una pausa aquí para descansar? -planteó el joven-.
Después de tantos sobresaltos… ya no creo que haya peligro.
-No, los árboles vuelven a ser nuestros amigos -dijo Zenia con dulzura y acariciando
la raíz.
- Comemos algo y nos vamos, ¿te parece bien? -propuso Brances.
- De acuerdo -asintió la muchacha.
 
                            
 
Al acurrucarse en un hueco de la enorme raíz, después de comer, quiso sentir toda
la vitalidad del árbol centenario, y cerró los ojos.
Brances, mientras, se había echado en el verdoso y lozano pasto adyacente al
árbol, a su sombra.
Zenia fue relajándose, cuerpo y mente, a medida que era mecida por la amable y
acogedora energía que manaba del árbol.
En medio de un dulce sopor, entreabrió los ojos y vio un cielo verdemar repleto de
anchas hojas lanceadas que refrescaban todo cuanto se hallaba bajo su cobijo.
Las ramas que acogían las hojas eran muy flexibles, como si de un arbusto se
tratase, y vio en su adormecimiento cómo iban reclinándose y acercándose a ella.
Escuchó una risita que le supo familiar. Detrás de una de las hojas, apareció…
Ahí estaba ella, una shaja que, a diferencia de las que vio en el bosque de los
kramitas, portaba un tocado plateado sobre sus cabellos verdes como la hierba. Su
cuerpecito brillaba como si estuviese lleno de minúsculas estrellas, y sus alas eran
delicadas transparencias que hacían aún más elegante el porte de aquella pequeña y
sutil criatura.
- ¿Te conozco? -preguntó Zenia, que no le pareció que estuviese soñando.
- No. Conoces a algunas de mis hermanas -dijo una voz delicada y musical-. Soy
Friha, el espíritu del ombú, el árbol de la Bella Sonrisa, como le llaman tus amigos.
Y al sonreír, se iluminó el árbol entero, y el corazón de Zenia se inundó de pacífica
alegría…
- ¿Tienes tú mi objeto? -siguió preguntando Zenia-. Los espíritus de las ninfas me
dijeron que el ombú me lo ofrecería.
- Sí -contestó Friha-. Hace muchos siglos fui coronada en este bosque como
representante de todos ellos, puesto que el ombú es un árbol que aúna características
de los tres estratos de la vida vegetal de los bosques: hierba, arbusto y árbol. Por eso,
me designaron a mí para darte la esencia de nuestros dominios boscosos.
Aquel pequeño ser revoloteó y se acercó al tronco principal del peculiar árbol,
susurrándole algo ininteligible.
Se acercó de nuevo a ella y le dijo:
- Por la cara sur de la copa darás con un racimo verde con sus frutos. Aunque aún
no sea su época de producirlos, él lo hará para ti. Sus bayas son venenosas, pero esto
puede serte útil en algún momento. En su interior, sus negras y relucientes semillas
custodian la esencia de nuestro mundo vegetal, conteniendo sus tres diferentes
crecimientos, como te dije.
- Gracias, Friha -agradeció Zenia-. Lo conservaré como un tesoro.
- Un tesoro, ciertamente, es… que porta la misma vida encerrada en apenas un
centímetro. Este árbol bajo el que os guarecéis salió de esa minúscula semilla. ¿Acaso
no es eso un milagro? Los humanos soléis rechazar de plano todo lo relacionado con lo
que llamáis la magia, simplemente por desconocimiento; o bien la buscáis
incesantemente, para experimentar sobrecogedoras y excitantes emociones.
Zenia escuchaba atentamente…
- Pero, ¿qué más magia puede haber que en un trocito de vida contenida? -
continuó-. La semilla es pura magia, o así deberíais estimarlo, tanto unos como otros. Y
ese árbol salido de las entrañas de un encantamiento, creará aún más vida contenida;
y así sucesivamente hasta el infinito…
Zenia comenzó a notar de nuevo esa somnolencia, pero no quiso terminar sin
interrogarle acerca de algo que le había intrigado desde que conoció a estos diminutos
seres.
- ¿Tú puedes relatarme sobre cuándo y cómo yo me comunicaba con los animales y
los árboles?
- Eso no tiene importancia aún… Lo que incumbe ahora es que sigues haciéndolo,
aun cuando antes ni te dabas cuenta. Hemos hablado a menudo contigo, te hemos
protegido y aplacado tu corazón, hemos desnudado tu mente y elevado tu alma. No
nos olvides…
Voló hacia arriba y se esfumó entre la frondosa hojarasca esmeralda.
Zenia se levantó y fue a la zona sur del árbol. Allí se encontró un racimo, de un
verde intenso, que pendía de una de las ramas curvosas más bajas. Le pidió permiso
para extraerla, tal como había visto hacer a Vrajant, y la separó, dando las gracias por
su generosidad y ofrecimiento.
El árbol entonces volvió a alumbrarse, y Zenia le devolvió la sonrisa…
Fue a sus enseres y guardó el fruto con el resto de objetos.
- Brances… -llamó la muchacha.
Éste despertó de su leve sueño.
- Debemos irnos de aquí -dijo Zenia.
- ¿Y el objeto? -preguntó extrañado el joven.
- Ya lo tengo -contestó la joven tresla-. Por el camino te contaré. Salgamos de estas
tierras.
En cuanto dieron unos pasos, llegaron a la primera bifurcación que daba al
invernadero y tomaron el camino de vuelta.
Y de ahí a Vrendor, donde decidieron distenderse con un final de tarde reposado,
paseando por la aldea y alternando y platicando con sus paisanos.
Ya mañana, el día traería su afán…
9. El Shirim
 
 
 
 
 
9
 
Aquella mañana cogieron todos sus bártulos para partir definitivamente de Vrendor.
Al despedirse de los posaderos, procuraron investigar algo sobre Mentur, por si
cualquier indagación pudiese resultarles de utilidad para el futuro.
- Vimos ayer, dando un paseo -comenzó Brances-, unas tierras con el nombre de
“El ombú”. ¿Las conocéis?
- Sí, claro, son las tierras del viejo Jermy -dijo la posadera-. Pertenecen a su familia
desde tiempos inmemoriales.
- ¿Jermy? -preguntó el muchacho-. ¿Suele rondar por aquí por la cantina?
- Alguna vez -respondió la mujer-, pero muy de tarde en tarde.
- Pero, ¿está ahora mismo por la posada? -insistió el joven-. Nos han hablado de un
lugar allí donde pueden contemplarse especies de plantas exóticas y poco corrientes
por estos lares.
- Pues ahora no vais a poder visitarlo -informó el posadero-. Está fuera, de viaje,
desde hace pocos días, y aún no ha retornado. Es cierto que hay un edificio de cristal
todo repleto de plantas, muy querido para él, y que cultiva y preserva con mucho
esmero, pues perteneció desde hace siglos a sus ancestros.
- ¿Lo construyeron ellos mismos? -preguntó Zenia.
- Sí, eso parece -contestó el hombre-. Hay un conjunto de pergaminos donde se
describen al detalle las plantas de ese lugar, su origen y quién ideó y construyó ese
invernadero: un apasionado de la naturaleza, sin duda.
- Dicen que allí habitan incluso seres mágicos y misteriosos que sólo unos pocos
han visto… -añadió con mucha intriga la mujer.
- Queríamos saber también -continuó Brances-, para poder despedirnos de él, si
habéis visto a aquel hombre que se sentó en nuestra mesa anteanoche. No sé si os
fijasteis en él.
- Sí, yo lo vi -contestó la posadera-. Me llamó la atención su aspecto severo y tieso.
Debe ser forastero, porque por aquí nunca lo habíamos visto. Me sorprendió que se
sentase a vuestra mesa.
- No había sitio en aquel momento -explicó el joven-, y se puso a conversar con
nosotros.
- En estos días pasa gente muy extraña por acá -comentó el posadero-. Hay que
andar precavidos…
Agradecieron su gentileza y el trato afable recibido, y se despidieron cortésmente de
la pareja, prosiguiendo con su recorrido.
 
                            
 
En su respiro de media mañana, se cobijaron bajo un grupo de alisos, pues
arrancaba a lloviznar y amenazaba tormenta.
- Como nos caiga un relámpago, Brances…
- No te preocupes -comentó él-. Te he traído bajo estos alisos porque son de los
escasos árboles que no atraen los rayos, y de momento podemos guarecernos. Pero
habrá que buscar mejor refugio, por si aprieta la lluvia.
La muchacha se sentó en un tronco caído cercano.
- Dos puertas por abrir… -dijo discurriendo en voz alta-. Empiezo a notarme un poco
cansada, más cuando pienso que puedan acosarnos más Mentures por las esquinas
cortándonos el paso o atentando contra nuestras vidas. Ufff…
- Saldremos airosos de todo, ya lo verás -la animó Brances-. Y ten en cuenta que, a
cada paso que damos, sabemos más que el anterior. Llegaremos al final.
- ¿Sabes qué soñé anoche? -dijo Zenia acordándose-. Soñé que volvía a aquel
paraíso al que me condujo Persty: el lago violeta. Y allí veía maravillas en las que no
reparé la primera vez.
- ¿Qué maravillas?
- Pues no lo recuerdo -dijo ella negando con la cabeza-. Tú estabas conmigo, y
entonces desperté con esa evocación de haber visto cosas nuevas y extraordinarias.
Aunque por más que me lo propuse ya despabilada, no desentrañaba qué fueron.
- ¿Yo estaba contigo, dices? Porque si es así, quizá se trataba de un sueño
premonitorio. A veces se dan, y con la de cosas tan fuera de lo común que te han ido
pasando en esta aventura tuya, un sueño de lo que va a ocurrir es lo más corrientito de
lo que llevo escuchando o viviendo últimamente, ja, ja, ja.
 - Hey, eso no ha estado nada bonito -refunfuñó Zenia-. ¿Acaso no me crees?
- Claro que te creo, boba…
- Oye, el bobo lo serás tú… -la muchacha le enseñó la lengua, y salió corriendo bajo
la lluvia.
Brances fue volando tras ella, mientras vociferaba:
- ¡A mí no me saca nadie la lengua…!
Aunque la joven tresla se deslizaba como una gacela, el muchacho bien que podía
alardear de gran corredor, así que la atrapó en un periquete.
Se enzarzaron entre risas tontas y empujones. A ratos se perseguían, hasta que
exhaustos, se apoyaron en los numerosos troncos de un alto avellano, aún cuajado de
hojas.
Él la miró, con esa mirada que le traspasaba el alma y que, desconocía el porqué
de tal desatino, le hacía estremecerse de pies a cabeza.
Brances observó el árbol bajo el que se encontraban, y dijo:
- El avellano…
- Háblame de él… -le susurró la muchacha.
- Es un árbol inspirador, receptáculo de sabiduría. También simboliza la fecundidad,
la abundancia y el renacimiento. Es un árbol encantado para revelar mensajes, pero
sobre todo…
Calló repentinamente.
- Sobre todo… ¿qué? -quiso saber la joven.
No dejó de mirarla a los ojos, mientras le decía:
- Sobre todo, auspicia que el amor tiene los ingredientes secretos para el éxito, y
proclama el encuentro de dos amantes…
Sólo se escuchaban sus respiraciones agitadas… y la llovizna derramándose sobre
la tierra.
Zenia consideró que su corazón latía demasiado aprisa para darse cuenta de lo que
pasaba, y el cuerpo le temblaba de frío, según creía…
¿Acaso era cierto lo que contaban aquellas crónicas románticas que su madre solía
leer y que ella nunca había soportado?
Se había propuesto no meterse nunca en esas lides en ningún momento de su vida.
Sus rancias amigas se pasaban el día entero acicalándose, para luego suspirar y penar
por este o aquel zagal, y eso sólo traía disgustos y malestares.
¿Y para colmo, ver después cómo se pasaban el resto de su vida tirándose los
trastos el uno al otro, como los ancianos de la aldea?
Que no, que no, se decía, que ella quería vivir su propia vida, y salir al mundo a
experimentar y disfrutar los tesoros y milagros de la vida…
Pero qué milagro esos ojos, esa mirada, qué tesoro esos labios…
Era todo tan desconocido y novedoso para la joven, que comenzaba a inquietarse
con lo que estaba sintiendo, pero no podía obviarlo: aquello le gustaba y le parecía tan
excitante…
Cómo le atraía aquel joven valiente y apuesto. No era como los aburridos y
fastidiosos muchachos del pueblo, siempre reclamando su atención.
El joven valiente y apuesto temblaba también de la emoción, que las piernas casi no
le sostenían, pero se armó de coraje y… acercó su rostro al de ella, besando despacio
esos labios de miel que tanto había deseado desde el primer momento.
La abrazó delicadamente y la acercó a su cuerpo mientras la besaba.
Ella sospechó que había entrado en otro sueño de shajas o hermanos del
firmamento, y que despertaría en cualquier momento, porque la turbación que
atravesaba todo su cuerpo no podía ser real, de intensa y placentera que era…
Mientras se besaban, ella revolvió sus largos cabellos y jugó con ellos; él acariciaba
sus mejillas de terciopelo. El muchacho lamía, mordisqueaba y acariciaba con su
lengua sus dulces y encarnados labios.
A la joven le pareció que transcurrían los minutos y los minutos… Y se escuchó el
fragor de un trueno en la lejanía.
Despegaron sus labios, pero permanecieron unos instantes más, abrazados en un
único latido.
Cuando separaron sus cuerpos, se miraron de nuevo, sin lograr saber qué decir.
Ella se sonrojó y bajó los ojos, y dijo:
- Todo esto es tan nuevo para mí…
- Si hay algo que no quieras hacer, dímelo sin dudarlo, y no volveremos a hacerlo.
- No, no… -dijo la joven-. Ha sido tan… fascinante. Es tan sólo que me asusta,
porque nunca me había encontrado así.
- Es otro episodio más de tu nueva aventura… -le dijo el joven, sonriendo.
- … que también habré de vivenciar, ¿no?
- Sin miedo y hacia delante.
- Tú ya has hecho esto, ¿verdad? -preguntó ella con cierta cortedad.
- Dos o tres veces -contestó él un poco aturullado-, pero no de esta manera…
- ¿De qué manera? ¿Qué es diferente?
El muchacho pareció amilanarse aún más con sus preguntas.
- No vayas a acobardarte tú también -dijo la joven-. Seamos atrevidos incluso en
esto, porque no hay nada malo en ello, ¿no?
- No, claro que no, todo lo contrario.
La miró directo, y añadió:
- Desde que te descubrí en la orilla del río, sentí algo agudo e impetuoso que no
podría describir, pero supe que algo en mi vida se transfiguraba ya por siempre.
Zenia escuchaba con suma deferencia los pensamientos íntimos del joven.
- Cuando me miraste por primera vez en la cabaña -continuó-, sentí cómo algo
horadaba mi corazón. Me siento turbado y muy atolondrado en tu presencia, aunque
procure disimularlo, pero cada vez me resulta más difícil ocultarlo.
- Lo siento de verdad… -dijo la muchacha tresla, bajando la cabeza.
- No, preciosa, no… -le levantó el rostro con suavidad-. Tú no eres culpable de ser
tan bella, por dentro y por fuera, y de provocar ese efecto en mí. Lo único que sé es
que haría lo que fuese por ver eternamente esa sonrisa y esos dulces ojos mirándome
así, con esa fuerza e inocencia a la vez.
Su cuerpo suspiró, y ella quiso hacerle partícipe a él de cuanto sentía, hasta el más
mínimo detalle, desde lo más profundo de sus entrañas… pero no fue capaz. Algo le
aprisionaba y ahogaba la garganta, y prefirió cerrar los ojos para no sentir.
Al volver a abrirlos, aspiró la dulzona fragancia de la tierra mojada, y dijo:
- Un árbol inspirador… y revelador de mensajes, dijiste. Uno ha llegado: debemos
partir hacia el lago violeta. Para entonces, ya se habrá abierto nuestra sexta puerta.
Brances no acabó de comprender aquel silencio anterior y ese cambio repentino,
pero lo acató y volvió a esos menesteres.
- ¿Y sabes desde aquí cómo conducirnos hasta las tierras kramitas? -preguntó.
- No tengo ni la más mínima idea, porque no sé ni dónde estoy respecto a mi aldea
y el condado, con que respecto al bosque kramita…
- ¿Cómo llegasteis hasta allí? -preguntó Brances, procurando atrapar alguna pista.
Zenia recapacitó, y la pregunta dio un resultado satisfactorio.
- Es cierto -dijo, acariciándose la barbilla-. Algo me dice que podemos volver a
acceder allí… ¿Cómo? Estrechando nuestras mentes, como dijo Banlot.
- ¿Y eso cómo se hace?
- Vayamos caminando, que ya llegará la oportunidad en la que el bosque nos brinde
la ayuda para conectar con nuestro yo superior. Así, trascenderemos las dimensiones,
dejando atrás el tiempo y el espacio…
Brances admiraba también su inteligencia, y no podía menos que admitir que seguir
a una dama por esas tierras inhóspitas era una auténtica labor de humildad y modestia,
por la parte masculina que le tocaba.
Volvieron al bosquecillo de alisos y recogieron sus cosas, ahora que la ligera lluvia
había cesado.
 
                            
 
Poco antes de la hora del condumio, tras atravesar un prado aún florido y
adentrarse ahora en el bosque húmedo, distinguieron a lo lejos un grupo de cérvidos
que pacían reposadamente sobre las verdes y jugosas hierbas, humedecidas por la
lluvia.
El camino les fue acercando a los ungulados. De entre ellos, uno levantó la cabeza
y los miró. Fue ahí cuando constataron que se trataba de un reducido grupo de grandes
y elegantes alces: algunas hembras con sus crías.
Se pararon para no espantarlos y respetar su descanso.
- Qué bellos son… -exclamó Zenia, que muy rara vez los había visto tan cerca.
- Sí, y las hembras suelen ser muy pacíficas, si respetas su espacio -dijo el joven
con tono de conocimiento-. Es poco usual encontrarlos a esta hora del día, porque
aunque son de costumbres diurnas, suelen concentrar su actividad al alba y al
crepúsculo.
La joven quiso saber.
- No has llegado a hablarme apenas nada de tu relación con el bosque.
- ¿Qué quieres saber?
- ¿Cómo sabes esas cosas de los árboles? ¿Y cómo te haces uno con cualquiera
de ellos o uno con el bosque?
- Hay algo de tradición en esa información -explicó el joven-, que ha ido
transmitiéndose de generación en generación a partir de los hombres-árboles, como se
les denomina en mi tierra, que en tiempos ancestrales conocían el lenguaje secreto de
los árboles. Pero también hay algo de lo que ellos mismos te cuentan, si sabes
escucharlos…
- ¿Escucharlos? -Zenia no sabía a qué se refería.
- Ellos te hablan en un lenguaje muy sutil -susurraba casi el muchacho-. Recuerda
el castaño con la oscilación de sus hojas, o una ramita que cae, un crujido, el silbido del
viento en su follaje, el aroma de sus flores… Sólo has de saber traducirlo e
interpretarlo.
Al joven le relampagueaban los ojos.
- En contacto con él -prosiguió-, te entregará su energía y podrás percibirla en unión
con la tuya, hasta transformarse en comunión de dos seres en uno. Pueden irradiarte
fortaleza, paz, poder, sabiduría, esperanza, paciencia, amor… según a cuál te arrimes.
- ¿Y los animales? ¿Hablas con ellos?
- Son diferentes -contestó Brances-. Es una energía más directa, y pueden acudir a
ti. Si tienes ocasión de mirarlos a los ojos, te relatarán muchas cosas. Y te recordarán
nuestro origen, en un tiempo en el que el hombre no saqueaba la tierra ni torturaba a
los animales, y donde se respetaba y veneraba cada ser vivo, regalo del planeta.
- Los animales son seres libres y salvajes -comentó Zenia.
- No nos pertenecen -afirmó el muchacho-: nada nos pertenece. Son préstamos
para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, son ofrendas divinas que nos
sustentan y obsequian vida. Sin ellos, no existiríamos; ellos, sin nosotros, seguirían
existiendo.
- ¿Crees que pueden llegar a sentir amor hacia nosotros?
- Algunos, sí -contestó él-. Son como nosotros: variados de carácter. Llevan la
fiereza de su naturaleza, de la supervivencia, de la defensa de sus crías, pero también
pueden amar… a su manera y en su inocencia. Nosotros nos hacemos adultos y
perdemos esa inocencia; ellos la conservan toda la vida.
Miraron justo delante suyo, y allí estaba…
Observándolos… una hembra alce color caramelo oscuro de ojos tiernos y
profundos, que los examinaba apenas a dos o tres metros de ellos.
A Zenia la desbordó una explosión interna de júbilo y sentimiento, y miró en la
inocencia de aquellos ojos…
Abrió su mente, y escuchó una voz algodonosa y maternal que le decía:
«Ve al lago… Allí encontrarás lo inusitado, lo que pocos ojos humanos han visto. Y
déjate mecer por la magia del lugar y de sus habitantes, sin aprensión. Un lurham muy
especial te hablará y te ofrecerá un presente. Escucha sus sabias palabras…».
La hembra alce dio media vuelta y salió al galope hacia sus otros congéneres.
- Qué hermosura y bravura de animal -dijo Brances sobrecogido.
Zenia reflexionaba…
- Qué silenciosa te veo -le dijo el joven-. ¿Qué te ha dicho?
- ¿Cómo sabes que me ha dicho algo?
- El animal no te retiraba la mirada -respondió-, y vi cómo proyectaba su energía
sobre ti.
- Ahora sí que encontraremos el lago -sentenció Zenia-. La sexta puerta, la de la
fauna salvaje de los bosques, se ha abierto para nosotros…
 
                            
 
Tras comer, no demoraron más la espera, así que se encaminaron en la misma
dirección en la que habían estado apostados los alces.
Poco más avanzó el sol surcando el cielo, cuando se internaron en una densa
maraña de vegetación que a Zenia le resultó muy familiar.
- Nos encontramos muy cerca -anunció.
En verdad fue así, porque antes de que se diesen cuenta, salían de aquel tupido
entramado vegetal a cielo abierto, a aquel edén que a Zenia le daba la impresión de
haber visitado ya hacía meses.
Brances no daba crédito a la belleza del espectáculo que se abría ante sus ojos.
- Te quedaste muy corta al describirme todo este panorama.
- Como verás, es imposible describirlo con palabras -se excusó la muchacha.
- Desde luego, sobre todo el lago -el muchacho seguía extasiado recreándose en su
contemplación-. No me voy sin meterme en él.
- ¿De veras? -le sonrió la joven-. A ver si vas a salir morado, ja, ja, ja.
- No del frío, seguro -dijo, agachándose en la orilla y metiendo la mano en las
aguas-. Están templadas.
El joven empezó a desabrocharse la blusa, después de haberse quitado el
chalequillo.
- ¿De verdad que te vas a meter? -preguntó Zenia atónita.
- No veo por qué no -dijo él, quitándose una bota-. Puede sentarme
estupendamente. Tú también deberías probarlo.
- Espera, Brances… -le hizo un gesto con la mano-. ¿Por qué no vamos junto a la
cascada? Hay una pequeña cala cercana; allí estaremos más cómodos.
- Tienes razón -dijo el joven mirando en aquella dirección y volviendo a ponerse el
calzado-. Vamos para allá.
Cuando llegaron, Brances acabó de quitarse la blusa, y Zenia no pudo evitar
quedarse ensimismada mirando su torso desnudo al sol.
El joven se dio cuenta, y sintió una fuerte atracción hacia ella, pero con gran
esfuerzo dijo:
- Quizá sea más conveniente que no mires…
- Sí, claro…
Ella se giró, y se fijó en aquellos sauces donde había visto por segunda vez a las
shajas y que se localizaban muy cerca de allí.
Pero su antojo fue más fuerte que ella, así que se volvió disimuladamente para
ojear al muchacho, que se encontraba de espaldas quitándose las botas.
Finalmente, se metió en la orilla.
Zenia se mordió el labio inferior al ver ese cuerpo de anchas espaldas sumergirse
en el lago. No concebía cómo podía sentir ese calor en su propio cuerpo, que tanto la
ruborizaba.
- Oooh, Zenia, esto es maravilloso -dijo el muchacho desde las aguas de la laguna-.
¿Por qué no entras tú también? No te arrepentirás.
Las ganas no le escaseaban, que estaba muy cercana de necesitar aplacar ese
fuego que se le estaba encendiendo en el interior…
- Pero, ¿cómo voy a hacer eso? -preguntó, sintiéndose avergonzada.
- Pues muy fácil -le gritó de lejos el joven-. Quitándote el vestido y entrando en el
agua.
- ¿Cómo…? -se escandalizó la muchacha.
- No te preocupes, que no miro.
Y se dio la vuelta para ponerse de espaldas a la orilla, donde ella aún andaba
dubitativa.
Recordó el baño en aquel otro lago -de aguas más corrientes- con su querido
Banlot, y cómo nada le impidió divertirse como una sirena.
Se fue desabrochando, y se bajó y quitó el vestido, así como los zapatos, hasta que
estuvo lista para zambullirse. Y allá fue…
Cuando el agua le cubría casi hasta el cuello y se aproximaba a Brances, le dijo:
- Ya estoy aquí.
El joven nadó hasta llegar a ella.
- Valía la pena, ¿verdad? -dijo él.
- Sí, esto sienta muy bien -la tresla era feliz.
- Se te ha mudado la cara… Estás más radiante y esplendorosa -la disfrutaba, al
caer sobre su rostro los rayos de la tarde.
Ella se sentía liberada, limpia de cargas arbitrarias impuestas. Y en ese ahora, sólo
anhelaba estar junto a él en aquel lugar encantado, donde Persty le habló de su
felicidad y de la responsabilidad que tenía, en ese sentido, para con ella misma.
Brances no la trajo aquí tampoco. Ella había determinado que él la acompañase,
que él estuviese allí con ella en ese paraíso, que se bañase con él para disfrute de los
dos… que él la besase…
Todo lo iba decidiendo ella, y así iba trazando su rumbo y su destino… Y su
felicidad, si tomaba también libremente ese ramal.
Sí, así lo quería.
Hizo realidad aquel último deseo y acercó sus labios mojados a los de él…
Se fundieron de nuevo en uno, y las exóticas y multicoloreadas aves navegaron por
el cielo con sus burbujeantes cantos, posándose sobre los sauces.
La melaza y seda de los labios de la joven encendían cada vez más al muchacho,
que acercó su cuerpo al de ella bajo el agua, donde se hacían más etéreos los
movimientos.
Rodeó su cintura con un brazo y su espalda con el otro, empujándola hacia sí y
notando sus pechos apretados contra él.
A Zenia se le estremecía hasta el último poro de su piel, y creyó que sus pechos se
le derretían de placer en contacto con el ardiente y sensual Brances, que empezaba a
recorrerle toda la espalda con sus manos cálidas y seductoras bajo el agua.
Vio que la sofocaba un fuego imparable que bajaba hasta sus muslos… y lo paró.
Distanció su cuerpo del de él y lo miró, sobresaltada, mientras él también la
observaba, sorprendido por su reacción.
Zenia se marchó nadando en dirección a la cascada, tan solo a unos metros de
ellos…
 
                            
 
El agua caía cristalina y cincelada sobre el lago, y la muchacha quiso esconderse
dentro de su sonido relajante y así dejar de pensar…
Entrevió que, tras la cortina de agua, había un entorno de rocas y plantas. Quiso
explorarlo, así que se sumergió en el agua y buceó por debajo de la cascada,
apareciendo al otro lado, a una breve playa de arena blanca como el nácar, rodeada de
profusos y exuberantes vegetales, y con una pequeña gruta al fondo.
Salió del agua, a la arena, que era suave, fina y brillante. Supo que aquel lugar
contenía un atractivo indescriptible, que no había sido desvirtuado ni contaminado por
mano humana.
Brances, entretanto, no había querido seguirla cuando se alejó. Pero al verla
atravesar la caída de agua, no quiso dejarla ir sola, y allá fue a la cortina transparente
para cruzarla también.
Se acercó a la joven en la orilla y, sin intención de molestarla, le dijo:
- Ya te dije que lo que no quieras que hagamos, no lo haremos.
- Lo sé -respondió ella de forma cortante.
- Entonces, ¿por qué huyes? O mejor dicho, ¿de qué huyes?
- ¿Yo…? No huyo de nada -dijo irritada-. Hago lo que quiero, ¿no es eso de lo que
hablamos?
- ¿Qué te asusta? -el muchacho insistió.
- No me asusta nada. Déjame en paz.
Y se alejó unos pasos de él.
A Brances no se le ocurría cómo ayudarla, pero la veía tan bloqueada y encerrada
en sí misma…
Se atrevió a acercarse de nuevo, y le dijo con toda la suavidad que pudo:
- Creo que esto forma parte también de tu aventura, de tu experiencia, pero sigues
intentando apartarlo, obstaculizándolo e impidiendo que fluya como debe hacerlo.
- Yo no obstaculizo nada -siguió ella bruscamente-. Pero hemos venido aquí a por
un objeto, no a tontear como dos adolescentes.
El joven optó por no echar cuenta a su última frase, y continuó:
- Quizá esto constituya la parte de un todo y no puedas progresar mientras no dejes
que todas las cosas pasen.
- ¿Y tú qué sabes? -le gritó visiblemente enfadada.
Brances calló esta vez, pero no sin sentir tristeza por verla padeciendo, revuelta y
tan trastornada.
Esperó unos segundos, y dijo muy calmadamente:
- Yo, lo que sé… es que no puedo arrinconar a un lado lo que siento, pero es que
tampoco quiero hacerlo. Te deseo, sí, mi cuerpo desea tu cuerpo con todas sus
fuerzas. Y aunque no veo mal alguno en ello, puesto que se trata de la misma vida y es
algo hermoso y natural para mí, si tú no lo consideras así o si, aun considerándolo, no
quieres nada… nada habrá. Pero no juegues conmigo, porque yo no lo hago contigo…
Zenia no sabía dónde meterse, que no quería escuchar más sus palabras, que se le
colaban por el corazón y se lo desarmaba.
- Me gustas tal como eres, hasta con tus enfados -sonrió a la muchacha, que seguía
con el rostro tenso y fruncido-. Me gustaría escuchar siempre tu voz y tu risa, mirarme
siempre en lo profundo de tus ojos, sentir tu cuerpo bajo mis manos, siempre seducirte,
ser deslumbrado por tu belleza, tu valentía, tu inteligencia, tu intuición, tu magia… toda
tú.
La muchacha no quería mirarlo a los ojos -esos ojos que, sabía bien, hablaban
sinceramente-, porque caería en sus redes, en las redes del amor… y no quería. Cómo
luchaba por no sentir…
- Pero si tú no quieres -prosiguió él con gravedad-, si eso te hace sufrir de alguna
manera, sólo te acompañaré como guardián de tus pasos, pero nada más. Y si ni
siquiera eso, me iré ahora mismo y te dejaré en paz para siempre… Tú decides.
Zenia bajó la cabeza, sintiendo un calor sofocante en el rostro que le hizo explotar…
y las lágrimas se le derramaron como torrentes de amargura.
No quiso atosigarla el muchacho, pero le urgía tanto consolarla y tenerla en su seno
para calmarla y aplacar esas lágrimas…
Zenia no pudo contenerse por más tiempo, y ya no cesó de llorar…
En la desesperación de su dolor, se tapó la cara con las manos, y él le tocó
suavemente el hombro, observando su reacción. Ella acercó la cabeza a su pecho y él,
aliviado, pudo abrazarla con el mayor amor que alcanzó a darle en aquellos tristes y
atribulados instantes.
Tras unos minutos de llanto silencioso y desolado, respiró profundamente, y se
quedó unos minutos más sintiendo cómo los brazos de él la abarcaban toda.
Levantó la cabeza y lo miró. Regresaba la Zenia de siempre de mirada profunda y
tierna.
- Volviste… -dijo él risueño-. Que por un momento llegué a preguntarme si esta vez
era a ti a quien la oscuridad había hecho una visita.
- No creas que estás tan alejado de la realidad -respondió ella con seriedad-. Desde
nuestro primer beso esta mañana, me acechaba una sombra por dentro que me
oprimía el corazón.
- ¿Lo dices en serio? -preguntó Brances inquieto.
- Sí, muy en serio -contestó ella-. Tenías razón, estaba bloqueando algo, aunque
llegué a creer que era yo misma con mis recelos; pero ahora sé que no fue sólo eso.
Algo oscuro quiso aprovecharse de mis miedos para engrandecerlos, frenando al fin y
al cabo nuestra misión. Porque si en ella está incluido que nos amemos… sea.
Seguían abrazados, y ahora Brances le sonrió con esa sonrisa amplia que tanto la
inflamaba.
- Lamento tanto haberte hablado así… -a la joven se le llenaron los ojos de
lágrimas-. Cualquier cosa menos hacerte daño… Tú, que tanto bien me has hecho y
que tanta nobleza y atención ha habido siempre en ti…
- No, no llores por eso… -le enjugó las lágrimas que nuevamente comenzaban a
caerle-. Ya sé que no quieres hacerme daño, porque a ti también te determina tu
nobleza. Puede que la oscuridad, cada vez más cerca de nosotros a medida que
nuestra misión avanza con éxito, rastree ahora nuestras debilidades para asentarse en
ellas, y así, sujetar nuestros pasos de forma definitiva.
- No será así, te lo aseguro -dijo la tresla contundentemente-. Porque yo no pienso
retener más mis sentimientos.
Lo miró de una manera tan apasionada…
- Yo siento igual que tú -le dijo-, pero tenía tanto pavor a experimentar y a dejarme
llevar por estas poderosas energías que nos envuelven…
- La energía de Eros… del amor -dijo él mirándola fijamente.
Un rayo columnar, con los siete colores del arco iris, incidió desde detrás de la
cascada, allá en el lago, hasta la arena que estaba a sus pies.
- Miedo a sentir, miedo a vivir, miedo a ser feliz… -dijo él.
- Sí -confirmó Zenia-. Miedo a expresarme, a hablarte de mis sentimientos y
emociones, cuando tú posees un don para eso, porque no te preocupas en esconder lo
que sientes y lo que eres. Hablas de una forma tan directa y franca, y sin tapujos ni
cortapisas absurdas.
- Lo que es… es. ¿Para qué disfrazarlo o encubrirlo? Por experiencia sé que eso, a
la larga, no trae más que conflictos y desgracias.
- Es cierto -meditó ella-: a la vista ha estado conmigo. Y es que cada día que pasa
me resulta más fatigoso y espeso el camino, más penoso de andar; hasta los objetos
me parecen más plúmbeos y cargantes.
- A lo mejor eso es porque las tinieblas y su densa vibración están cada vez más
presentes.
- Puede ser. Y la ausencia de Banlot sigue afectándome, aunque he de admitir que
eso mismo está ayudándome a madurar aún más rápido y a tomar, cada vez con más
seguridad y convicción, mis propias determinaciones.
- Eso está bien -le agradó al muchacho-. Y al final, volverás a encontrarte con él.
- He sido injusta contigo -continuó la joven tresla-. No he sido del todo veraz como
tú te merecías.
- No digas eso, tú no has hecho nada. Y si es así, ha sido sin darte cuenta.
- Pero quiero estar a tu altura y ahora sincerarme yo.
El joven abrió los ojos sorprendido.
- Yo también creo que empecé a sentir algo en la cabaña, seguramente cuando
noté tus manos sanando mis heridas, y la bondad y cuidado que había en ellas.
Al muchacho le centelleó la mirada, conmovido.
- Me atraes tanto… -confesó la chica-. Y eso me daba pánico.
- ¿Y ahora? -la interrumpió.
- Ahora… no -dijo ella-. Ahora sé que es maravilloso lo que me está pasando, que
puede valer la pena vivirlo y que quiero que me acompañes. Yo también quiero sentir tu
voz, tus manos, quiero embriagarme con tu sonrisa y no dejar nunca de ver esos ojos
melosos que siempre me apaciguan…
Esos ojos dulcificadores la miraban ahora, derritiéndose en los de ella y
humedecidos por la emoción…
Se besaron una vez más, y luego se abrazaron fuerte, muy fuerte…
En esos arrebatados instantes de afecto y unión, se escuchó un chasquido. Ambos
miraron hacia la gruta, pero no avistaron nada.
Volvieron a unir sus labios, y él prosiguió con besos pequeños por su largo cuello de
marfil, hasta llegar a sus hombros. Ella suspiraba placenteramente…
Se oyó un ligero ruido de rama crujida. Miraron, pero tampoco vieron nada.
Zenia -que presentía algo-, fue a indagar, separándose del muchacho para dirigirse
despacio hacia la entrada de la reducida cueva.
Brances se quedó allí atrás, observando atentamente.
Cuando ella pisó con los pies desnudos sobre la roca en la entrada de la gruta, a
unos cuantos metros y desde el fondo derecho de aquella, apareció una mediana
figura.
Zenia permaneció inmóvil, pero la figura se acercó un par de pasos. Ella no había
visto nunca nada semejante…
Brances ahora sí se acercó, para analizar mejor a la criatura recién aparecida, y al
llegar al lugar de Zenia, exclamó en un susurro:
- Dios mío, no puedo creerlo, es un shirim…
- ¿Un qué…? -preguntó Zenia bajito.
- Un shirim… -repitió él con la boca abierta de asombro-. Somos muy afortunados;
casi nadie ha visto ninguno.
- ¿Qué son?
- Son criaturas misteriosas muy asociadas con la mística y la magia. Por eso
siempre andan ocultos, a menudo tras una cascada como ésta. Suelen mostrarse en
situaciones extraordinarias y a seres limpios de corazón. Porque son animales que
aman a su querido compañero de camino, el hombre, aunque en la sombra, la que
ellos no tienen…
Zenia se fijó, y así era: no había ninguna sombra proyectada sobre el suelo de la
gruta entorno a aquel enigmático ser.
- Su luz y su sutileza son tales -continuó el joven-, que emana inocencia y pureza,
prestando al hombre un servicio de guía al señalar el camino, y esperándolo hasta el
final de los tiempos… A veces se manifiestan en sueños.
La joven no dejaba de admirar, hechizada, la extraña belleza de aquel animal que la
observaba, quieto, al fondo de la gruta.
Se acercó despacio a él. Continuaba estático sobre sus cuatro estilizadas patas.
Tenía una envergadura entre un caballo y un gran can. Su cuerpo era musculoso y
de un blanco brillante e inmaculado. El cuello, largo y fuerte, acababa en una cabeza
de terciopelo azabache en la que destacaban unos penetrantes e insondables ojos azul
claro como el cielo del mediodía.
La muchacha se detuvo a unos tres o cuatro metros de él, fascinada con aquellos
redondos ojos inocentes y fieros a la vez. El animal movió su larga cola y levantó las
pezuñas para caminar, de forma elegante, hasta un palmo de ella. A continuación,
escarbó con una de sus patas delanteras y bajó dócilmente la cabeza.
Ella sintió tal ternura y sensibilidad, que posó su mano sobre el terciopelo de su
oscura cabeza y lo acarició.
El shirim levantó la cabeza hasta su altura y miró de frente a la muchacha, que
cogió entre sus dos manos el rostro del animal, mientras le sonreía con bondad.
Brances, más retirado, estaba estupefacto y absorto con la escena y la comunión
que se deslizaba entre ambos.
Mientras acariciaba al animal, Zenia escuchó en su mente y vio en sus celestes
ojos:
«Anhelaba nuestro reencuentro, mi amada dama…».
A ella le pareció familiar aquella voz en su cabeza, tan armoniosa y fresca.
«Sabía que te elegirían a ti para este difícil cometido… Tú comprendes nuestras
necesidades, porque nos amas. Y tú nos salvarás a todos, inclusive a ti misma, de la
oscuridad que nos cierne».
El animal dobló sus patas delanteras y se agachó hasta quedar sentado. Ella se
agachó y también se sentó frente a él, y comenzó a atusar su cuello y su lomo, también
de terciopelo, suave y níveo.
«No olvides tus vivencias de hoy», prosiguió, «no sólo conmigo, sino con tu nuevo
compañero de viaje, porque un diamante está comenzando a brillar y debéis
mantenerlo límpido de desasosiegos y sombras».
El shirim apoyó su negruzca testa sobre el regazo de la muchacha, que siguió
acariciándolo ahora en su tierna cabecita, mientras seguía prestándole toda su
atención.
«Te haré un regalo, símbolo de mi amor, que te entregarán mis fieles amigas las
aves. Y ten presente que la llave que portas es sólo un símbolo, una representación
única de tu última puerta, y también de todas las puertas; por eso, todas se abren con
ella. Un símbolo en sí no importa, sino lo que encarna.
»Ahora mismo es crucial que sigas a tu corazón más que nunca, para que cuerpo y
mente lo sigan al unísono y atravieses la séptima y última puerta bien acompañada.
Todos los que te amamos estaremos cerca de ti; tennos presente».
La criatura se puso en pie y acercó su alargado hocico a la mejilla de ella,
lamiéndosela con delicadeza.
Ella lo abrazó por el cuello con cariño y adoración, y se separó con tristeza.
El shirim se alejó unos pasos y la miró en señal de despedida. Miró también al joven
por vez primera, que percibió en ese instante una llama cálida en su corazón. Volvió a
mirarla a ella… y se fue.
Cuando Zenia pudo reponerse de las impresiones del encuentro, volvió junto a
Brances, al que vio conmovido por lo que acababa de presenciar.
- Os habéis comunicado, ¿no es cierto? -dijo él con los ojos llorosos.
- Sí… -Zenia aún no podía casi hablar.
- ¿Qué debemos hacer ahora?
- Vivir…
Se dirigió a la orilla y volvió a meterse en las aguas del lago en dirección a la
cascada, para traspasarla otra vez. Brances la siguió en silencio.
Al salir al otro lado, nadaron hacia la orilla de la cala.
Mientras se vestían, cada uno en lo suyo, Zenia comentó:
- El shirim va a regalarme algo que me entregarán las aves…
Brances asintió con la cabeza.
 
                            
 
La tarde marchaba a oscurecer ya, y las aves del lugar revoloteaban sus últimos
vuelos contra el cielo purpúreo.
Una de ellas, de vuelo más encumbrado que ninguna otra, volaba en amplísimos
círculos concéntricos que iban acercándola más a la laguna en cada vuelta. Era la más
corpulenta de todas, pero no solía dejarse ver tan bajo.
En uno de aquellos círculos, ya bajos, amplió su recorrido y se fue acercando a la
playa de la cala.
Los dos jóvenes advirtieron la presencia de la rapaz y dedujeron que algo les traía.
Acabó posándose en la arena, después de liberar algo que retenía entre sus garras.
El águila los escudriñó con porte altivo y con unos ojos como flechas que brillaban cual
ámbar. Movió su cabeza de forma majestuosa hacia abajo, y remontó su vuelo,
desplegando unas alas de enorme envergadura.
- ¡Gracias…! -voceó Zenia.
Y fueron a examinar lo que el gran pájaro les había dejado.
- Parece tener forma de huevo -dijo Brances, pero dejó que ella lo recogiese de la
arena.
Zenia contempló el guijarro plano y ovalado, de un blanco puro y deslumbrante
como la nieve y suave como el marfil, y sobre el que había grabado en bajorrelieve un
perfil de un shirim. Vibraba de vida en sus manos, más aún que ellas mismas.
- Simboliza la vida animal, que está contenida en esta piedra -dijo Zenia-. Toma,
cógela.
Brances la sopesó en su mano.
- Qué cálida es… -dijo-. Como si le hubiese dado el sol.
- El sol, origen de la vida… -añadió Zenia.
- Oí que el shirim, en ocasiones, concede algo -comentó él- para dejar constancia
de su paso por un determinado sitio, pero nunca supe lo que era; siempre imaginé que
sería algo que lo identificase. Esta piedra tan extraordinaria tiene el calor animal…
Se la devolvió, y ella la atesoró con esmero junto al resto de objetos.
- ¿Qué haremos ahora? -preguntó Zenia-. Me siento tan abatida…
Él le acarició el rostro y le dio un beso menudo en los labios.
- Pues descansaremos -dijo él mesándole el cabello-. No creo que haya ningún
impedimento por hacer noche aquí. En este paraje parece primavera. Cubriéndonos
con las mantas, creo que podremos pernoctar al raso, sobre la arena.
- De acuerdo, me parece buena idea -respondió ella-. Cenemos algo, que desearía
reposar cuanto antes.
 
                            
 
Extendieron las mantas y se acurrucaron debajo de ellas.
- Por ahí arriba andan los hermanos del firmamento… -dijo Zenia contemplando el
cielo sobre sus cabezas, cuajado de brillantísimas luces.
- Muchos más de los que podamos imaginar, seguro… -le comentó Brances-.
¿Tienes resuelto adónde ir mañana?
- Sí, está muy claro.
Y permaneció callada.
- Ya veo… ¿Y no me lo vas a decir?
- Bueno, eso depende… -dijo ella de forma traviesa.
- ¿De qué, si puede saberse, señorita tresla?
- Ah, pues de que te portes bien o no.
- Um, eso suena bastante regular… -dijo él con retintín-. ¿Y qué he de hacer para
portarme bien?
- Bueno… ejem… -comenzó la joven.
- Dilo, dilo sin miedo, no te cortes -animó el muchacho.
- Si te arrimas un poquito más a mí, estarás siendo un chico bueno -dijo Zenia
mimosa.
- Uyyy, no sabes lo bien que me voy a portar, ja, ja, ja -el muchacho se acercó y se
pegó a ella, acurrucados ahora uno junto al otro.
- Bueno, no lo has hecho mal, je, je, je -rió Zenia-. Pues verás: estando donde
estamos, es incuestionable que acudamos a hacerles una visita a mis amigos kramitas.
Confío en recordar el camino de vuelta a su casa.
- Magnífico, así tengo el gusto de conocerlos -dijo Brances.
Le rodeó los hombros con el brazo y la acercó a él. Ella apoyó la cabeza sobre su
pecho.
- Qué hermosas son las estrellas -añadió él observándolas-, y desde este rincón
paradisíaco lo parecen aún más de lo habitual.
- Sí… -Zenia lo besó en los labios-. Buenas noches, Brances.
- Buenas noches. Que descanses y te repongas de tantos sobresaltos emocionales.
- Sí, lo necesito… -dijo la muchacha en un murmullo, medio dormida.
Él la besó en la frente, y siguió extasiado contemplando las estrellas…
«Gracias, universo», pensó, «por tantos dones y presentes que nos has dispensado
hoy… Gracias por traer a este lucero a mi vida… Protégela por siempre».
Él cayó también rendido…
Sólo quedaron despiertos los astros y cuerpos celestes, que velaban el sueño
reparador de una pareja bondadosa y valiente…
10. El Fuego
 
 
 
 
 
10
 
El sol, apocado y retraído tras la noche, afloraba sus primerizos rayos por todo el
lago, ofrendando un entorno irreal y misteriosamente violeta…
Tras un sueño abundante y rehabilitador, Zenia despertó a las cálidas y amorosas
radiaciones de aquella estrella amarilla que la saludaba por el horizonte.
«Cuántos días y cuánto recorrido, transitado y  vivido…», pensó desperezándose,
«y seis puertas tras nosotros, que nos conducen a la última, hoy o quizá mañana».
Se acercó a la orilla del lago y bañó sus pies en él, refrescando con ello su alma, y
contemplando la luz tan sobrenatural que empapaba cada recoveco del lugar…
Unas manos la prendieron por la cintura, y ella sonrió feliz al notar el cuerpo de
Brances pegado al de ella por la espalda.
La rodeó con sus brazos desde atrás, y la besó suave por el cuello, susurrándole:
- Buenos días, princesa…
Ella se dio la vuelta y lo besó en los labios, fundiéndose en un abrazo que despertó
en un suspiro sus sentidos y los envolvió en un fuego dulce e inflamado.
Se miraron a los ojos, y Zenia dijo:
- Hace apenas cuatro o cinco días que nos conocemos, ¿cómo es posible que me
sienta como si hubiese compartido contigo toda la vida? Con Banlot ocurrió algo
similar, pero no reparé en ello, porque pensé que él era el causante por tratarme de
esa manera tan cariñosa y familiar desde el primer momento.
- A veces nos sucede con algunas personas -dijo él-, con las que sin saber por qué,
en pocos días entablamos una relación más intensa e íntima que con otras a las que
llevamos tratando durante años. Es un misterio para mí.
- Cómo me agradaría poder permanecer aquí contigo unos días más… -dijo ella con
nostalgia-, máxime ahora que sé que aquel shirim habita este lugar tan
impresionante…
- Había un nexo entre vosotros fuera de lo común.
- Sin duda -respondió la joven-. En su presencia, me llegó a inundar una energía de
amor como nunca he sentido en este mundo. Ese ser me transmitió un amor no
terrenal, un amor de una vibración que va más allá de cualquier emoción o sentimiento
amoroso que haya experimentado cualquier persona por otra.
Brances casi llegó a envidiar a la muchacha, porque sus experiencias personales
eran tan trascendentes como únicas.
- Pero debemos marchar -dijo el joven lamentando quebrantar el instante mágico
que saboreaban.
- Sí. Tengo también enormes deseos de volver a estar con los pequeños kramitas.
Fue apenas poco más de una semana, pero también les cogí mucho cariño. Son
criaturas igualmente peculiares y excepcionales…
Recogieron y se despidieron del lugar, agradeciendo la armonía y serenidad que les
había tributado.
- Persty y yo aparecimos por ahí -dijo Zenia señalando la zona más boscosa
lindante al lago-. Creo que sabré dar con el camino de vuelta.
Y así fue, a medida que iban recorriendo los mismos montes, valles, arboledas y
praderas que atravesaron en aquella otra ocasión las dos mujeres.
Cuanto más se avecinaban al hogar de sus amigos, de más entusiasmo y excitación
iba gozando la muchacha. Se le vinieron al recuerdo las palabras de Persty cuando le
dijo, con absoluta certeza, que volverían a verse.
 
                            
 
Y allí estaba, en medio de aquel prado lozano y reverdecido, esa pequeña casa de
madera y adobe, tal como la había dejado unos días atrás.
El humo salía cimbreante por la chimenea del salón, y hasta ellos alcanzaba un
aroma que le resultó muy conocido a Zenia.
- ¡Persty está horneando sus exquisitos dulces de nueces con polen fresco y
castañas! -dijo complacida-. Ya verás, Brances, te van a encantar; están de rechupete.
- Si saben como huelen -dijo el muchacho meneando la cabeza-, creo que me voy a
zampar una bandeja entera.
- Habrá más de una para cada uno -dijo la joven riendo-, porque ella cocina siempre
para un regimiento, ja, ja, ja.
Cuando estaban a unos pasos de la vivienda, vieron surgir una figura a la derecha
de su campo de visión.
Zenia se figuró que sería Vrajant, y comenzó a sonreír, pero se dio cuenta de que
no se trataba del kramita, y se paró.
Brances reparó en Zenia, que observaba alerta y vacilante.
- ¿No es un kramita? -preguntó él en un susurro.
- No lo sé -le contestó ella-. No es ninguno de ellos dos, pero tampoco consigo
distinguirlo bien.
El extraño se iba acercando y todavía no se había percatado de la presencia de
ellos, hasta que ocurrió lo dicho, y se quedó aún más parado en seco que ellos.
Se miraron perplejos los tres por unos segundos, sin saber muy bien lo que estaba
pasando y sin atinar cómo reaccionar.
Justo cuando aquel ser estaba dando media vuelta para echar a correr, se escuchó
una voz desde el interior de la casa que hizo a Zenia captar en un tris tras de qué se
trataba todo aquello:
- ¡Alard!
Zenia le dijo en alto, para que pudiese oírla:
- Bere, Alard, loha cem pristi -aún recordaba las palabras que le oyó pronunciar a
Banlot la primera vez que contactaron con los kramitas, y que después él mismo le
enseñó.
Brances le lanzó tal mirada, que le hizo recordar la que ella le echó también, en
aquella ocasión, a Banlot. La situación le pareció simpática, y le sonrió.
El joven, como entonces ella, prefirió permanecer callado y vigilante a cuanto iba
sucediendo; jamás en su vida había visto a un kramita.
Éste, puesto que había caminado algo más antes de advertir la presencia de los
humanos, llegó a estar más a la vista de ellos, y Zenia pudo reconocer la misma mirada
penetrante de sus amigos, el mismo tipo de vestimenta que ellos y su escasa altura de
apenas cinco o seis palmos.
Si el hombrecillo se había sorprendido al verlos, más todavía lo hizo al escuchar a la
muchacha hablar en su propia lengua.
- Bere… -dijo despacio y con desconfianza.
Zenia se fue aproximando a él.
- ¡Oooh, mi queridísima Zenia…!
Los tres dirigieron su mirada hacia la casa, de donde provenía aquella voz, y a la
muchacha se le iluminó todo el rostro al divisar en la puerta, plantada, a una Persty
radiante de júbilo y con los brazos abiertos para recibirla.
La joven fue corriendo a su encuentro, y se agachó a abrazarla con fuerza. La
kramita, a continuación, le cogió la cara con cariño y le estampó varios besos sonoros
en el rostro.
- ¡Qué alegría volver a tenerte aquí, mi pequeña!
La muchacha no atinaba bien qué decir y sólo sonreía.
- Has cambiado, mi niña… -dijo Persty mirándola con detenimiento-. Has madurado
y pareces más mujer. Has debido de pasar por muchos sucesos intensos y potentes en
todos estos días.
- Sí, Persty, sí… -dijo ella con lágrimas de emoción en los ojos.
- Bueno, ya me lo contarás todo despacio -la cogió de la mano-. Ahora ven a
conocer a mi hijo.
- Sí, ya hemos cruzado alguna que otra palabra en kram, ja, ja, ja.
- ¿De veras? -se le abrieron los ojos como platos-. Pues conociéndolo como si lo
hubiese parido, eso ha debido de impresionarlo mucho, porque nunca había visto y
menos aún oído en su idioma a ningún humano.
- Pues sí, bastante impresionado, je, je, je.
- Constato que vienes bien acompañada… -dijo la mujer con chanza-. ¿Y ese joven
tan apuesto?
- Ya te contaré despacio, sí, sí… -le guiñó un ojo y la kramita se echó a reír.
Tanto Brances como el kramita acudieron también a su encuentro.
- Desde que Alard llegó y supo de ti y de Banlot, se ha puesto a estudiar a fondo
vuestra lengua, pero aún habla y entiende poco.
Persty le habló en kram, y Alard acabó haciendo un gesto que a la joven le recordó
a la kramita.
- Él es Brances -presentó la muchacha-. Hace unos días que viene
acompañándome en mi camino.
El joven se puso la mano en el pecho.
- Me alegro de conoceros al fin -dijo con cortesía pero aprecio-. Zenia me ha
hablado tanto de vosotros…
Persty lo miró, curiosa. Y añadió intrigada:
- Bueno, ¿y Banlot? Tendremos el grato honor de volver a verlo también, ¿no?
¿Dónde está?
Cuando se le ensombreció el rostro a la muchacha, la kramita se temió lo peor.
- Oh, lo siento. ¿Qué ha pasado? ¿Le ha ocurrido algo malo a nuestro amigo?
A punto de llorar, la muchacha respondió:
- También te lo contaré despacio, pero hasta ahora no sabemos nada de él.
- Pero está vivo… ¿verdad que sí…?
- Ni siquiera eso lo sabemos…
Las lágrimas ya le corrían por el rostro…
Brances la rodeó con el brazo, y le dijo bajito:
- Ánimo… Todo se arreglará.
Y la besó en la sien.
Persty no perdía puntada y, sin intención de interrumpir la escena, dijo:
- Banlot no es hombre de desaparecer y esfumarse así como así, sin más;
sabremos de él, seguro. Venga, muchacha, seca esas lágrimas y vamos adentro, que
me contéis todo con pelos y señales.
»Y luego os prepararé un almuerzo contundente y energético que os hará reponer
fuerzas, niña, que tú estás más delgada de tanto deambular por esos caminos de Dios.
Entraron en la casa, y Zenia se sintió gratamente reconfortada en aquella cocina de
caldos y pucheros, tan entrañable para ella…
 
                            
 
Persty se maravillaba con cada acontecimiento y cada incidente que le relataban los
jóvenes, y llegó a emocionarse cuando la joven describió la desaparición del anciano y
sus infructuosos intentos por dar con él.
- ¡Has hablado con los lurhams! -exclamó la mujer al escuchar la experiencia con
los alces y luego con el shirim-. Mi hijo, cuando era muy pequeño, vio un shirim por
estos lugares.
Al traducirle a Alard, éste sonrió y miró a la muchacha con sus ojos profundos,
compartiendo con ella ese amor con el que aquellos animales les inundaron.
Brances se percató, y aquella especie de vínculo entre ellos dos le revolvió algo por
dentro.
Persty a su vez, que estaba pendiente de todo y principalmente del muchacho, no
pasó por alto el gesto contrariado del joven.
- Nunca hubiese sospechado que tu aventura pudiese significar pasar por todas
esas peripecias -dijo la mujer cuando finalizaron el relato de sus correrías-. Has
contactado con seres de todo tipo y condición. Hasta con uno de la oscuridad…
- De no haber sido por Brances -ella lo miró con dulzura-, no estaríamos aquí
contándolo, por culpa de ese dichoso Mentur.
- Tienes coraje y eres leal, por lo que veo… -dijo la kramita mirando en el fondo de
sus ojos azules.
Él, sin saber muy bien por qué, comenzó a sentirse ligeramente incómodo.
- ¿Recuerdas lo que te dije sobre los seres protectores y sobre no encontrarnos
solos? -la kramita se dirigió a la joven-. Pensaba hablarte sobre ellos algún día, pero
constato que ya no es indispensable, puesto que incluso los conoces directamente y
has podido comprobar por ti misma cómo velan por todos nosotros, con un amor difícil
de encontrar.
- Pues sí, así es -confirmó la muchacha-. Lo que aún no está del todo completado
es la primera puerta, cuyo objeto es el catalejo de Vrajant. Um, no había vuelto a
pensar en ello…
La mujer la miraba con curiosidad, pero con un cierto brillo en la mirada.
- ¿De veras que no sabes qué puerta es? -le preguntó.
- No -contestó la joven-. ¿Acaso lo sabes tú?
- Mira atrás y recapacita sobre todos los elementos del bosque cuyas puertas has
atravesado. ¿Te falta alguno todavía de los que conoces?
- El cielo y el sol, la tierra, el agua, las plantas, los animales… -enumeró la tresla-.
¿Qué parte del bosque puede faltar que no esté representada?
- A veces nos salimos tanto afuera de las cuestiones para analizarlas, que
olvidamos que nosotros realmente tenemos también un lugar en esas cuestiones.
La joven cavilaba sobre sus palabras intentando averiguar qué quería decirle su
amiga.
- ¿Estás insinuando que nosotros también formamos parte del bosque? -preguntó,
empezando a ver claro.
- Bueno, que formamos parte es evidente… -la kramita levantó una ceja.
- Le decía a Banlot hace unos días que esa primera puerta tenía que ver con
vosotros…
- ¿Y con quién estabas, además, cuando la cruzaste? -inquirió Persty.
- Con él… -contestó pensativa la joven.
La kramita la miraba sonriente, procurando inspirarla.
- La puerta de los seres del bosque… ¿es así? -le preguntó con la mirada.
La mujer prefirió esperar a que ella sola siguiese.
- Vosotros los kramitas -efectivamente continuó-, nosotros los humanos…
La puerta de la cocina que daba a la parte trasera del jardín se abrió, y apareció
Vrajant, sorprendido por las voces que escuchaba desde fuera.
- ¡Vrajant…! -la espontánea Zenia fue a darle un efusivo abrazo.
- Hola, preciosa Zenia -dijo él con un fuerte acento kramita.
A la joven la pilló desprevenida el detalle de hablarle en su idioma, pero le contestó:
- Bere, Vrajant, sum palesi kearn.
Ella, así mismo, había estado aprendiendo otro poco más de kram con Banlot los
siguientes días a su marcha de aquellas tierras.
El kramita esbozó una sonrisa de oreja a oreja que Zenia jamás le había visto.
- Bueno, chicos, llegó la hora de llenar el buche -dijo animosa la mujer-. Tú, Zenia,
te encargarás de echarme un cable en la cocina, y aquí los hombres que se vayan a
dar un largo paseo.
La kramita les dijo en su idioma que se llevaran a Brances para mostrarle los
alrededores.
- No creas que no me he dado cuenta… -dijo la muchacha en cuanto estuvieron a
solas.
- ¿De qué? -hizo como que no sabía de qué le hablaba.
- De que los has despachado para quedarte a solas conmigo -le contestó la joven
con gesto simpático y acusador-. Sabes que la cocina no es lo mío.
- Pues debería serlo -le replicó la kramita con un cucharón de madera en la mano
con el que la amenazaba con cariño-, ahora que estás enfrascada hasta el cuello en la
magia de la vida y la búsqueda de tu felicidad. Cocinar es poner riendas a tu
imaginación y crear un universo único de sabores, olores, colores y condimentos
aromáticos.
- Nunca consideré que ver a mi madre casi todo el día en la cocina tuviese algo que
ver con la creatividad -dijo Zenia torciendo el gesto.
- Pero, por lo que me referiste de tu familia, ella no tiene ninguna necesidad de
hacer tal cosa -comentó Persty-. No te has dado cuenta, pues, de que ella es una
hechicera de los alimentos, como muchas mujeres (bueno, y algunos hombres), y se ve
que eso le apasiona. Toma nota mientras cocina y aprenderás mucho de ella.
- Ojalá supiese cuándo podré hacerlo… -dijo la joven con suma añoranza.
- Seguro que no está tan lejano -apuntó con seguridad la mujer-. Anda, ve adonde
las especias frescas y tráete algo que alegre este guiso que tenía a medio hacer.
- ¿Algo que alegre? -preguntó pasmada Zenia-. ¿Y eso cómo va a ser?
- No te cierres, niña, y haz lo que te digo. Ven aquí a oler y ver mi guisado… Eso es,
quédate con esos colores y ese olor. Ahora dirígete a las estanterías y tráeme una
hierba que, por su olor y su vista, alegre este cocido.
La muchacha fue donde le dijo, sin tener la más mínima sospecha de cómo hacer
aquello.
- Venga, Zenia, ¿me vas a decir que estás cualificada para comunicarte con alces,
shirims y árboles de la Bella Sonrisa y no eres capaz de tratar con una sencilla
hierbecita?
- Bueno, visto así… -contestó la joven vergonzosa.
Miró la prolífica colección de voluminosos botes acristalados que cubrían aquella
pared, esperando escuchar alguna vocecita en su cabeza… pero nada.
- Pero, ¿cómo van a decirte nada si no las hueles? -y la mujer volvió a su puchero.
Zenia comenzó a bajar todos los botes y los fue abriendo uno por uno, oliéndolos
con dedicación y esmero.
Algunos le resultaron familiares: creyó distinguir el aroma del eneldo y la mejorana,
el orégano y el tomillo, el romero y la albahaca, y otros que desconocía pero que
embriagaban su olfato con aromas penetrantes o sutiles.
El cedrón con su toque fresco y alimonado la persuadió. Pero aquel bote de
purpúreos pétalos no dejaba de reclamar su atención; su perfume era almibarado y
sensual a la vez.
Como no se decidía, cargó con los dos botes y se los llevó a la kramita. Ésta los vio,
y le dijo con una sonrisa:
- ¿Las dos?
- Ésta es perfecta e ideal -dijo señalando el bote de cedrón-, pero esta otra me
llamaba con vehemencia, así que querrá meterse en tu comida.
- Buenas elecciones -señaló Persty-. ¿Sabías que esta primera viene siendo
utilizada, desde tiempos inmemoriales, para reanimar al más alicaído? Pero también es
muy digestiva y refrescante, y relaja los nervios.
»Esta otra es la hierba del buen amor, que con sus flores rojizas, propician una
vibración de amor y amistad a quienes la toman.
Zenia se sonrojó con la explicación de la mujer.
- Bien, me parece que ha llegado la hora de que me expliques todo lo relacionado
con ese muchacho -dijo la kramita con firmeza-. Es una pieza más de tu historia, pero
no la habéis contado.
- ¿Tanto se nota…? -preguntó Zenia abochornada.
- No, muchacha, no -le contestó-, es que mi olfato femenino me ha hecho
observaros, sobre todo a él. Por cierto, que no le ha sido nada grata la forma en que mi
hijo te miraba cuando hablaste del shirim.
- ¿Sí? ¿De verdad? -se asombró la chica.
- Ha estado a solas contigo desde que te conoció y te ha atesorado toda para él,
pero ahora que ve que tú también compartes tu afecto y atención con otros, se
encuentra un poco desplazado.
- No me había percatado, la verdad -la joven negó con la cabeza.
- Es algo natural, nos pasa a todos. Pero cuéntame qué hay entre vosotros, y cómo
estás tú…
En este nuevo relato, Zenia dio rienda suelta a su dicha y regocijo por las
experiencias compartidas con el joven.
- Nunca había vivido nada parecido… -dijo con los ojos brillantes como estrellas-.
Aunque me siento muy vulnerable e inexperta en esta otra aventura paralela e incierta
para mí.
- Se ve que, al mínimo, te tiene aprecio y siente atracción por ti, muchacha -le dijo la
kramita analizando la situación-. Te estás convirtiendo en esa hermosa mujer que
estabas llamada a ser y que rondaba dormida en tu interior.
- Mmm, qué bien huele eso, Persty -la joven acercó su bonita nariz a la enorme olla.
- Es tu toque personal, querida -le sonrió ella-. Le has dado alegría, pero sobre todo
amor, a este guiso tan personal y exclusivo que todos vamos a compartir.
Se escucharon voces a lo lejos y no tardaron en aparecer los tres, con un apetito
voraz.
- Pues todos a la mesa -dijo Persty palmeando con las manos-, a degustar los
manjares que nos ofrece nuestra madre tierra.
Todos agradecieron la existencia de aquellos alimentos en la mesa, y dieron
comienzo al almuerzo.
Los dos jóvenes no dejaron de cruzarse miradas entre ellos durante toda la
comida…
 
                            
 
Tras la comilona a la que los tenía acostumbrados Persty, todos pasaron al salón,
donde los kramitas solían echarse una buena siesta en sus acolchados sillones.
Los dos muchachos también decidieron relajarse, porque se diría que a todos la
comida les había producido sueño. Pero prefirieron salir al jardín trasero y, colocando
una manta sobre la blanda hierba, se tendieron a descansar.
Se agarraron de la mano, y cerraron los ojos…
A pesar del sueño restaurador del que la muchacha se había beneficiado la noche
anterior en el lago, cayó en un soporífero estado…
En su sueño, vio pasar ante ella unos rostros que le eran muy queridos: su padre -
aún le quedaban algunos recuerdos de él-, su madre, Persty, Vrajant y Alard, Shim,
Dulter y Cheskry, Friha, el shirim… Banlot… y un Brances deslumbrante como el sol,
que iba acercándose a ella para besarla…
Y despertó.
- Banlot… -fue lo primero que dijo.
Brances se espabiló también al oírla.
- ¿Qué ocurre?
- Nada… -contestó ella afligida-. Sólo ha sido un sueño…
- ¿Has visto a Banlot en tu sueño? -Brances volvió a sentir el encanto y la
proximidad de esos días atrás, cuando la acompañaba en su odisea.
- Sí.
No dijo nada más.
El joven acató su silencio, pero al cabo de un rato le pidió cariñosamente:
- Anda, cuéntame tu sueño, preciosa.
Zenia le fue nombrando a todos los que vio, y cómo la miraban derrochando amor,
hasta llegar a su beso.
- ¿Y…? -preguntó Brances cuando acabó.
- Y… ¿qué? -la muchacha no entendía.
- Habitualmente, cuando tienes una ensoñación o similar justo antes de traspasar
una puerta invisible, sabes luego con certeza el significado y la puerta que atraviesas.
- Es que no lo sé, Brances -ella se sentía fuera de lugar en aquella situación.
- ¿Quieres decir que ni siquiera sabes si has pasado ya la última puerta?
- Sí, creo que sí, pero no lo sé del todo -la joven frunció el ceño-. Me encuentro
desorientada ahora mismo… Ver a Banlot de esa manera tan nítida, tan real…
- ¿Has llegado a percibirle quieres decir?
- Sí, justamente como si lo hubiese tenido delante mía. Ha sido un sueño muy claro
y vívido.
- Bueno, ya lo entenderás -le puso la mano sobre el hombro-. Dejemos que las
cosas pasen, y vivamos mientras…
Acercaron sus labios y se besaron… Se abrazaron.
- Quiero que esta aventura acabe, porque se ha llevado a mi mejor amigo… -dijo
Zenia apretándolo fuerte en el abrazo.
- No, Zenia -dejó de abrazarla y la miró a los ojos-. No digas eso; aún
desconocemos lo qué ha sido de él. Y esta aventura tiene un objetivo, y en él debemos
concentrarnos todos.
- No veo qué más puedo hacer -dijo ella escéptica-. No me veo con fuerzas para
llegar al final.
- Ahora que estamos tan cerca… -Brances no daba crédito a su desánimo-.
Escucha bien una cosa, amiga: antes del día que te conocí, en la aldea ya se hablaba
sobre alarmantes extensiones arrasadas de bosques que estaban propagándose con
celeridad y que rondaban peligrosamente Chancertur. Los bosques están siendo
talados o quemados, y con ellos, pastos, praderas, montes y valles. Nada escapa a la
oscuridad cuando se cierne sobre la vida…
Zenia lo miraba horrorizada.
- ¿Y cómo no me lo has referido en todo este tiempo?
- Porque no quise desasosegarte más -contestó él acariciando su rostro-. Pero
viéndote a punto de tirar la toalla, me ha parecido apremiante que estuvieses al tanto
del alcance del mal en este trance, y lo mucho que está en juego si no proseguimos.
¿Crees que a tu amado Bosque de Plata no llegará la mano gélida e impasible de la
oscuridad?
Zenia había vivido tantos momentos felices de su vida en aquel valiosísimo lugar…
Y ahora que conocía a todos sus habitantes, incluidos shajas, lurhams y kramitas, no
soportaba ni toleraba ni por su imaginación que pudiesen perder sus hogares, sufrir
algún daño o algo peor.
Miró hacia la casa y vio por el ventanal de la cocina a Persty, que la observaba con
su aguda mirada.
- Volvamos enseguida… -dijo ella.
Atravesaron el jardín y, al entrar al hogar, la kramita les preguntó:
- ¿Ha ocurrido algo?
- No sé aún, Persty -respondió la joven tresla-. Creo que hemos pasado la séptima
puerta, pero no lo sé con seguridad ni de qué puerta se trata. Aunque mi mente, tras el
sueño que he tenido, está en un estado semejante a las otras ocasiones de apertura de
las puertas.
- ¿Qué sueño? -interrogó Persty, tras lo que llamó a Vrajant y a Alard-. Cuéntanos.
Les relató brevemente.
- Todos los seres que se han manifestado en tu sueño son muy apreciados por ti,
¿verdad? -preguntó la kramita.
- Sí, y yo por ellos -contestó la muchacha.
- En todos hay algo en común que está ligado a esa puerta -continuó la mujer-. Y es
algo en cierto modo universal, porque abarca a seres hasta de más allá del planeta.
- Cuando traspasas una puerta -intervino Brances-, lo que transcurre o el lugar en el
que estás tiene que ver con el significado de esa puerta, ¿no es así?
- Estaba contigo en el jardín.
- Y el final del sueño lo protagonizó él… y un beso -le comentó Persty a la joven.
- No alcanzó a dármelo porque en ese instante me desperté -recordó Zenia.
- No acabo de entenderlo… -repuso Brances.
- En fin, no le demos más vueltas -dijo la muchacha-. Me voy a dar un paseo;
necesito despejarme y aclararme. Y estar sola…
- Muy bien, cariño -dijo la mujer, besándole las manos-. Ve y aprovecha tu soledad.
Se asomó por el jardín, y encaminó sus pasos hacia el río donde escuchó a sus
amigas las shajas, pero de pronto algo le acudió a la mente y retornó a la casa.
Entró por la cocina, donde ya sólo se encontraba Persty, y le dijo:
- Voy a llevarme la llave. Quizá pueda servirme de algo.
La sacó del macuto y, analizándola entre sus manos, comentó rememorando:
- El shirim dijo que esta llave era un atributo específico de esta puerta, pero que
además se encontraba en las anteriores, y que es por eso que todas se abren con ella.
¿Qué puede simbolizar que se ofrezca a abrirlas?
- Estamos cerca de averiguarlo, estoy segura -contestó Persty confiada-. Ve a ese
paseo y guarda la llave en tu mano.
Cuando ya salía por la puerta se volvió, al escuchar las palabras de la kramita:
- Os vi antes en el jardín.
- Ya me di cuenta -le dijo Zenia-. ¿Desde qué momento?
- Desde que os besasteis…
Ella se sonrojó.
- No, mi niña, no te lo digo para que te avergüences -se acercó a ella-. No es
ninguna recriminación; todo lo contrario. No conozco a ese muchacho ni sé bien cómo
es, pero lo que advierto es que sabe tratarte con ternura y está muy pendiente de ti… Y
lo más significativo de todo, que es verdadero en eso que hace contigo.
- No sé nada de hombres, Persty -dijo Zenia algo apesadumbrada-, pero yo diría
que es una persona honesta, y es cierto que me asiste con cuidado y respeto.
- Eso no es poco, querida -le sonrió la mujer-. Pero continúa conociéndolo, y
averigua e indaga sobre su parte oscura, que todos la tenemos…
Zenia se quedó desconcertada con este último comentario, pero se despidió y se
fue.
 
                            
 
Las aguas chasqueaban al tropezar contra las grandes piedras que rasgaban el río.
La corriente las abrazaba y proseguía su rumbo río abajo, al rastreo de otras rocas a
las que enamorar…
Zenia contemplaba, embelesada, la magia de aquel fluido cristalino que se
adaptaba a la forma de todo cuanto tocaba y se rehacía a sí mismo cada vez que
continuaba su singladura.
En aquel tramo, el río era ancho y caudaloso y discurría con presteza y soltura
hacia su destino.
La transportó a aquel otro río en el que vio por última vez a su gran amigo… Pero
esta vez, no forcejeó con esa realidad y se dejó arrullar por el torrente del agua, que
conquistaba y libertaba cada piedra a su paso.
No comprendía… pero aceptó.
Aceptó que todo tenía un para qué, como ya él mismo le había instruido alguna
vez. Y que, como ella estaba entreviendo a lo largo de este camino, todo llega y
aparece en su momento: hasta las explicaciones más inesperadas.
Sí, aceptaba que Banlot se hubiese ido de su vida, si era ése su destino: el de él y
el de ella. Si así estaba decidido…
Todo lo podíamos elegir, le dijo también la kramita, y ella escogía que Banlot
reapareciese en su vida pero, aunque no sabía el porqué y menos aún ese para qué, al
parecer eso era imposible… Pero lo aceptó.
A veces, elegimos cosas que son las que deseamos o ambicionamos, pero que no
son lo mejor ni lo más idóneo para nosotros. De ahí que la vida, finalmente, nos ofrezca
lo que más nos conviene, porque es lo que realmente nos hará feliz. Si echamos un
vistazo atrás, comprobamos que esto fue así.
Recordaba estas últimas reflexiones que un día Banlot le ilustró, pero sobre las que
no entendió nada ni descifró a qué aludían. Ahora cobraban un sentido, y su corazón
comenzaba a asimilar…
Todo es para bien…
Y el río le dio la paz y el sosiego a los que su alma turbulenta aspiraba. Seguiría
adelante, siempre adelante, allá donde la vida le llevase…
 
                            
 
Un olor fuerte y penetrante le hizo levantar la cabeza, y divisó en el horizonte una
columna de humo negro y denso. Alarmada, volvió a la casa a alertar a sus amigos.
Cuando llegó, los convocó a todos.
Salieron afuera y, desde el mismo jardín, pudieron avistar la culebra de humo.
- Si no estoy errado -dijo Brances intranquilo-, el origen de ese humo es un fuego…
Se hizo un silencio sepulcral, y ninguno se atrevió a ponerle palabras a lo que a
todos rondaba por la mente.
Vrajant habló algo con Persty y Alard. Éste asintió y echó a andar, alejándose de
ellos en la dirección del humo.
Persty explicó a los muchachos que Alard se dirigía a un monte cercano desde el
cual poder divisar con más exactitud lo que acontecía allá, a lo lejos.
Después de un buen rato, regresó muy agitado, y habló nerviosamente con la
pareja kramita.
- ¿Qué sucede? ¿Es un fuego? -preguntó Zenia, que proseguía sobresaltada.
- Me temo que sí, mis amigos -contestó la mujer-. Alard dice que hay amplias zonas
de bosque y terrenos ardiendo hasta donde alcanza la vista, y que desde la cima del
monte ha podido ratificar que la dirección del viento atrae hacia acá las llamas.
- ¡Oh, Dios mío! -exclamó la muchacha cogiéndose la cabeza con las manos.
- ¿Y qué podemos hacer? -preguntó Brances notoriamente desesperado-. Hay que
detener esta locura como sea.
Los kramitas hablaban entre ellos.
- Quizá el fuego haya arrasado ya los bosques de Chancertur… -dijo el muchacho
pesimista.
- Lo que tenemos que impedir ahora mismo es que avance hasta aquí y arruine todo
esto para siempre -comentó decidida la tresla.
- ¿Existen cortafuegos por la zona? -preguntó Brances a la mujer.
- No sabemos bien lo que es eso -contestó-. Aquí no hemos tenido un fuego durante
decenas de años.
- ¡Pero qué imprudencia! -exclamó el joven enfadado.
Zenia lo miró, apabullada por la reacción del joven en aquella tesitura.
Los kramitas continuaron debatiendo acaloradamente.
- ¿Se puede saber de qué habláis, en vez de empezar a hacer algo ya? -preguntó el
muchacho en tono acusador y aún más trastornado.
- En estos momentos, decidimos sobre qué es lo mejor y más eficaz que podemos
hacer para salvaguardar nuestra casa y los terrenos adyacentes -le contestó la kramita
mirándolo fijamente y con el rostro sombrío.
Continuaron la discusión, y al término, la mujer les dijo:
- No hay tiempo que perder. Necesitamos de toda vuestra ayuda, vamos.
Se encaminaron al granero, y allí hicieron acopio de todo tipo de herramientas y
utensilios, y salieron al camino cerca del río.
Y comenzaron a arrancar, desbrozar y talar cuanto encontraron, a lo largo de una
zona que escogieron de parapeto contra el viento y el fuego, por si se acercaba hasta
ellos…
 
                            
 
Después de unas pocas horas, fueron cayendo extenuados, y Alard reemprendió el
camino al monte cercano para baremar la situación.
Volvió gritando y agitando los brazos. Los muchachos no entendían qué ocurría.
- ¡El fuego está a unos metros de aquí! -dijo Persty con el terror en su cara-. Y el
viento sopla recio y tenaz, haciéndolo avanzar veloz.
- ¡Hay que hacer algo! -gritó Brances asustado-. No debemos quedarnos aquí
viendo cómo llega. Corramos al río y llenemos hasta arriba los bidones: el agua podrá
ayudar algo.
- Eso no servirá de mucho… -repuso la kramita cada vez más abatida.
- ¡El fuego no puede vencer! -volvió a gritar el muchacho.
Zenia, que permanecía callada, lo miraba cada vez más espantada, no sabía si por
el fuego que los atenazaba o por la violenta reacción de su compañero.
Brances se precipitó hacia el río, y los kramitas persistieron en su trabajo ampliando
al máximo el cortafuegos improvisado.
La muchacha, consternada y desolada, no supo adónde ir.
El tiempo transcurría tan acuciante como las llamas, que ya alcanzaban a
distinguirse a lo lejos.
Alard y su padre rompieron a discutir, y finalmente el joven kramita se fue en
dirección al granero.
Todo era una vorágine de humo, fuego, calor, sofoco, gritos y peleas. Cada uno por
su lado, Zenia no alcanzaba a ver qué diantre estaba pasando y cómo era posible que
la oscuridad estuviese ganando la batalla de esa manera tan desgarrada.
- ¡Parad ya…! -gritó de pronto comenzando a entender.
Pero, en ese mismo instante, una potentísima ráfaga de aire atrajo hacia ellos
grandes llamaradas provenientes del fuego próximo.
Tuvieron que alejarse, entre ahogos y toses asfixiantes.
La joven se apresuró al río a buscar a Brances, donde lo encontró exasperado
llenando enormes recipientes de agua.
- ¡Corre, suelta eso! -le gritó ella-. El fuego ha llegado.
- ¿Pero eres estúpida o qué? -le vociferó él fuera de sí-. ¿Cómo voy a dejar esto
aquí si es lo que apaga ese fuego que dices que ha llegado?
Zenia se quedó petrificada…
Sintió una herida en el corazón, pero a la misma vez, la sangre que manaba de ella
le hizo ver ahora todo con claridad absoluta.
- Tienes razón -le dijo con los ojos repletos de lágrimas pero sin dejar de mirar los
de él-. He sido una estúpida por no darme cuenta de algo tan evidente. Cojamos todos
los bidones que podamos y regresemos con los otros.
Y se alejó, cargada.
Cuando llegó al cortafuegos, se percató de que el granero había comenzado a arder
por un lateral. Fue corriendo con el agua, y allí se encontró con la pareja kramita, que
estaba chillándole al hijo, y éste a ellos.
Brances llegó detrás.
- ¡Dejad de discutir y echemos toda el agua que hemos acarreado! -gritó el joven a
los tres.
Con muy mala cara, los cuatro comenzaron, junto con Zenia, a vaciar los recipientes
sobre las llamas, aplacándolas en cierta medida.
Cuando concluyeron, Brances les recriminó en un tono muy duro:
- Si hubieseis atendido mis consejos, ahora mismo tendríamos bidones repletos de
agua para mitigar el fuego del granero. ¿No se os ocurre otra cosa que poneros a
discutir en medio de tal catástrofe?
Zenia no pudo más y explotó, agachándose hasta el suelo y empezando a llorar con
gran desesperación. Las lágrimas corrían libres por sus mejillas…
Los cuatro se quedaron mirándola, impotentes e inmóviles sin saber qué más hacer.
Las llamas volvían a propagarse por el granero…
- Esto es el fin… -susurró Brances.
- ¡Nooo…!
El grito de la muchacha los desgarró a todos por dentro.
- ¿Es que no entendéis? -volvió a gritar ella.
Exhaustos por el calor, el sudor, la tizne y el cansancio, la seguían mirando sin
enterarse de nada.
- No es el fin, no hay ningún fin… si nosotros no queremos.
- Pequeña, estamos todos muy trastornados, y es lógico que te sientas así… -
empezó a decir la kramita.
- No, no es eso -seguía entre sollozos.
Los miró a todos con sus ojos llorosos, y dijo:
- No habéis comprendido el objetivo del fuego, el objetivo de la oscuridad tras él.
Sólo se escuchaba el ruido de las llamas a su paso por todo aquello con lo que se
topaba y destrozaba.
- No lloro por el fuego ni por el granero, ni siquiera por culpa de nuestra impotencia -
continuó la joven angustiada-. Lloro por nosotros, porque la violencia y la ira es nuestro
propio fuego, que se lleva todo por delante.
El granero continuaba destruyéndose.
- Lloro porque no soporto ver cómo discutimos entre nosotros, haciéndonos daño
unos a otros y llegando a despreciarnos. Sobre todo, porque eso es lo que persigue la
oscuridad: colarse en nuestras almas para distanciarnos y desmembrarnos, porque
sabe bien que si nos mantenemos aunados, no nos puede derrotar.
Miró a Brances, y le dijo:
- Es el fin, sí… si cada uno va por su lado, en su orgullo herido de ir a lo suyo y
queriendo llevar la razón por encima de todo.
Miró al resto…
- Una situación semejante debería unirnos y hermanarnos para juntos emprender lo
que sea necesario, no separarnos y disgregarnos dolidos por causa del otro.
Respiró hondamente, y continuó:
- Somos afortunados, porque a pesar de toda la tragedia que está sucediendo,
seguimos vivos… Y para mí, lo más preciado sois vosotros.
Zenia se percató de que Brances había bajado los ojos y, con el rostro marcado por
el dolor, le caía alguna lágrima.
- Sigamos unidos como antes -concluyó- y todo se arreglará, no sé de qué manera,
pero estaremos juntos. Y con nuestro amor, la oscuridad nunca nos alcanzará ni
atrapará.
El joven se secó las lágrimas con la manga del chaleco. Todos se miraron con un
resplandor especial en los ojos.
La kramita les tradujo, y ahora todos sabían lo que había revelado. Y aun antes de
saber, la gravedad, humanidad y firmeza detrás de las palabras de la joven les había
calado a todos.
Se cogieron las manos, y en ese preciso momento el viento volvió a soplar como un
huracán, con ímpetu y vigor, acabando casi de destruir el granero y dirigiéndose hacia
la casa…
- Ay, Dios mío, nuestro hogar… -rompió a llorar la kramita.
Vrajant la abrazó fuerte.
- ¿Qué va a ser de nosotros? -dijo con profunda congoja y desconsuelo la mujer.
Todos se sentían tan indefensos y desarmados…
Zenia, en medio de su desesperación, dijo:
- Si Banlot estuviese aquí, él sabría con toda seguridad qué hacer.
Miró al cielo, oscurecido por el humo, y gritó con toda el alma:
- ¡Banlot! ¡Reaparece…! Ven y ayúdanos, por favor, te necesitamos…
El tiempo pareció detenerse, y con él, los tristes sonidos de un bosque agonizante…
Ahora, de forma inexplicable, se escuchó el sonido del río acercándose…
Y vieron cómo una gran riada se aproximaba a grandes zancadas, echando a correr
despavoridos hacia la casa.
Las aguas los alcanzaron en un santiamén, desplazándolos unos metros, pero sin
llegar a cubrirlos.
Duró apenas unos minutos -hasta que el agua se retiró tan milagrosamente como
llegó-, pero los suficientes como para que el fuego fuese arrancado de cuajo desde su
base y las llamas languideciesen y muriesen.
Aunque la riada los había separado momentáneamente, se llamaron a voces, hasta
que volvieron a estar todos reunidos.
Todo estaba mojado por doquier: tierras, árboles, prado, casa, granero…
Pero estaban vivos… y el fuego había cesado.
- Ha sido él -afirmó Zenia con rotundidad.
Fueron hacia la casa, por si el agua había entrado y poder evaluar el alcance de los
posibles destrozos, pero Zenia se quedó, oteando en la dirección del río, como
esperando…
Y allá lo vio, en la lejanía… Una figura peculiar que se acercaba, con paso tranquilo
y reposado.
La muchacha se frotó bien los ojos, por si era otra más de sus ensoñaciones, pero
allí seguía y se clarificaba a medida que se iba acercando.
- ¡Banlooot…! -sus pulmones no podían desgañitarse más.
Estaban ya cerca de la casa, pero todos miraron atrás con el atronador grito de la
joven.
La vieron correr como un rayo al encuentro de una estilizada figura que asomaba a
lo lejos…
Avanzaron con rapidez hacia ellos, mientras Persty farfullaba:
- No puede ser, no, no es posible… Es él, sí, es él…
Cuando aparecieron ante ellos, Brances vio a Zenia abrazada estrechamente a un
hombre de largas cabelleras de plata que la rodeaba con una ternura extrema.
Ella no cesaba de llorar y llorar…
11. El Buen Amor
 
 
 
 
 
11
 
Se apañaron en la cocina para cenar aquella noche, porque el agua no había
penetrado con exceso en el interior de la casa.
Persty, ayudada por Zenia, arregló una cena improvisada y bastante frugal -sobre
todo para los siempre hambrientos kramitas-, y resolvieron que al despuntar el día y ya
con luz natural, diagnosticarían y comenzarían a reparar los daños perpetrados por la
actuación del fuego y el agua.
Sentaron a la mesa, donde Zenia y Banlot, uno junto al otro, no dejaban de mirarse
y sonreír.
- Querido Banlot, ahora mismo nos vas a referir con toda suerte de detalles lo que
ha sido de ti en estos días -dijo Persty en cuanto el hombre probó el primer bocado-.
Nos has tenido a todos, y a esta criatura durante días, con el alma en vilo sospechando
lo peor.
- Cuánto lo lamento… -le cogió la mano a la muchacha y se la acarició-. Me fue
imposible venir antes.
Brances, que observaba la escena, se mantuvo retraído y circunspecto. Desde que
Zenia hablase justo antes de la riada, no había pronunciado ni una sola palabra.
- Cuánto has cambiado en tan pocos días… -le dijo Banlot a la joven-. Tú también
tendrás mucho que relatarme, me imagino.
- Sí, por supuesto -le respondió ella con dulzura-, pero antes tú, que me urge saber
todo lo que te aconteció desde que te vi hundirte y desaparecer aguas abajo, aquel
fatídico día…
- Pues no sé dónde acabé -comenzó-, porque me golpeé tan numerosas veces
contra las rocas del río, que después de mucho ir río abajo perdí el conocimiento. Al
despertar, estaba tendido en la orilla del río, pero allí éste era mucho más delgado y
escuálido y sus escasas aguas eran muy mansas.
»Debí de permanecer mucho tiempo sin sentido arrastrado por el río, porque al
despertar al día siguiente y volver río arriba, por más que pasaban las horas, no
remontaba al lugar de origen. Todo apuntaba a que pretendían alejarme del escenario
de la misión.
Entonces, se dirigió a Zenia y le comentó:
- Te llamé casi todo el tiempo. Podías estar en cualquier sitio, incluso malherida.
- Yo también te llamé mientras Brances y yo te rastreábamos, pero la búsqueda fue
árida y baldía, y tuvimos que desistir y continuar con nuestro cometido, muy a mi pesar.
- Obraste bien, amiga mía -le dijo-. En aquella situación eso estaba por encima y
debías proseguir sin mí.
- ¿Y hasta dónde llegaste subiendo por el río? -la kramita preguntó, a la par que
traducía a sus familiares.
- Cuando yo también desistí en mi búsqueda, ya entrada la noche, me adentré por
un camino que avisté junto a la orilla y finalmente llegué a una aldea, donde pernocté.
»Allí empecé a indagar y a interrogar, y me informé sobre las aldeas cercanas al
cauce del río, puesto que lo único que se me ocurría era sondear en cada una de ellas,
por si daba con alguna pista sobre ti. Además, sabía que el objeto de la cuarta puerta
tenía que ver con el agua, supuestamente con el río o, todo lo más, con el lago donde
nos bañamos.
»En última instancia, volvería aquí, por si la divina providencia hubiese tenido a bien
traerte de nuevo con tus amigos kramitas. Aunque era mi último cartucho, porque
imaginaba que las siguientes puertas no se abrirían desde aquí.
- ¿Por eso viniste hoy aquí, Banlot? -preguntó la mujer.
- No, no exactamente -contestó él-. Un par de días después llegó a mis oídos, por
fortuna, alguna noticia sobre ti. Recorriendo las aldeas, fui a parar a Vrendor.
- ¿Vrendor? -preguntó admirada la joven-. Allí permanecimos durante dos noches.
- Sí, y yo atraqué por la mañana el mismo día de vuestra partida, pero vosotros ya
habíais marchado temprano. Y aunque no tuviese la certidumbre exacta de que se
tratase de ti, en mi fuero interno sabía que lo eras. Y es que primero me hablaron de
dos primos, y eso me desconcertó.
- Sí, ja, ja, ja, fue iniciativa de Brances para poder conseguir la única habitación libre
que quedaba en toda la aldea -Zenia echó un vistazo al muchacho, que la miraba con
tristeza.
- Pero en el momento en el que te describieron -continuó Banlot-, el peculiar color
de tus ojos me reafirmó que eras tú, y un oportuno acompañante. Me quedé mucho
más tranquilo sabiendo que habías reanudado tu camino y que además ibas
convenientemente acompañada.
El anciano miró al joven, que apenas atisbó una sonrisa.
- Independientemente de esto, mis planes cambiaron drásticamente de rumbo y fue
prioritario ausentarme un día más por otros asuntos. Hasta que esta mañana fui
informado convenientemente del espeluznante alcance de los desatinos de la
oscuridad y de cómo se arrimaba peligrosamente a estas tierras kramitas.
»No contaba con la segura convicción de que hubieses vuelto aquí, Zenia, pero era
una posibilidad, y lo que entonces me impulsó fue salvar estas tierras y a sus
habitantes, y a partir de ahí dar contigo si aún no te habías presentado.
- ¿Sabías que volvería aquí? -preguntó Zenia.
- No, yo no lo sabía -contestó Banlot-. Fue Persty la que me lo comunicó antes de
irnos. Y lo que te confirme un kramita que va a ocurrir, jamás pongas en duda que así
será.
El hombre le ofreció una gran sonrisa a la kramita, que se la devolvió con creces.
- Así que viniste a socorrernos… -comentó la mujer-. ¿Y lo cumpliste? Porque Zenia
asegura que sí.
Sus ojos reflejaron una luz chispeante cuando ella le preguntó.
- ¿Yo…? Ejem… bueno… -balbuceó el anciano con mirada astuta-. El fuego y las
aguas son poderosos, pero nuestra mente lo es más…
Al escucharlo, los ojos de la joven se llenaron ahora de esa luz…
- Bien, llegó mi hora de escuchar -dijo Banlot-, así que soy todo oídos. Y yo también
quiero pelos y señales de todo, ja, ja, ja.
Qué alegría y satisfacción tan grandes revivieron en la muchacha al volver a oír su
risa…
Así que, rauda pero detallista, volvió a contar sus andanzas a un Banlot que
gozaba, a cada palabra, con el progreso y maduración de su amiga a lo largo del
camino.
 
                            
 
- ¿Por qué no hablas con él?
La kramita aguardaba respuesta, mientras le entregaba a Zenia el plato que recién
acababa de enjuagar para que se lo secase con el paño.
- Lo veo tan mustio y afligido…
La mujer insistía…
Le pasó otro plato húmedo.
- Estará sufriendo por su comportamiento -Persty volvía al ataque-, pero todos
procedimos mal esta tarde y nos gritamos y discutimos… excepto tú.
Se escuchaban las voces de los hombres en el salón, y a la cocina llegó el aroma
entrañable de las hierbas de la pipa de Banlot, lo que hizo a la tresla esbozar una
sonrisa.
- ¿Te habló o hizo algo durante el fuego que yo no presencié? -preguntó a bocajarro
la kramita-. Es que se le ve tan consternado… Juraría que ha pronunciado apenas tres
o cuatro palabras desde entonces, y yo diría que está así, sobre todo, contigo. ¿Me
equivoco?
- No sé… -la muchacha persistía en su ceño fruncido cada vez que la mujer
discurseaba sobre el tema.
- Vi que lloró cuando tú hablabas -era difícil superar la persistencia de Persty-, y se
me antoja que no es un muchacho de lágrima fácil, la verdad. Algo impactante debió de
ocurrirle, y la situación se lo afloró y trastocó mucho. Da la sensación de que el fuego le
impresiona y le remueve bastante.
La muchacha continuaba secando los platos.
- ¿Es que no vas a decirme nada? -la mujer elevó el tono de voz-. ¿Se puede saber
qué es lo que os pasa? Dudo mucho que el asunto dé para tanto porque, sea lo que
sea, el muchacho ya está pagando por ello, que parece un alma en pena. Y si no pasa
nada entre vosotros, no estaría de más investigar por qué está así.
Le quitó el plato de las manos y le clavó la mirada.
- Dime, niña…
La joven, cohibida, se ruborizó.
- Verás… es que en el río -comenzó insegura-, cuando fui a alertarlo al llegar el
fuego, me habló tan mal y con tanta ira… que algo se rompió en mi interior.
La mujer la cogió de las manos, y le dijo con delicadeza:
- Si algo se rompió dentro de ti, tú misma has de repararlo, puesto que todo,
absolutamente todo puede aliviarse, recomponerse y sanar. Él también está
padeciendo, y si tú no le importases de veras ni el haberte dañado, no se encontraría
tan deprimido. Quizá le aconteciese algo que nada tiene que ver contigo, aunque tú lo
hayas pagado injustamente. Si es así, lo está pasando doblemente mal.
- A mí también me importa él y lo afligido que está, pero temo que vuelva a herirme.
- En realidad, él no puede herirte si tú no se lo permites… -repuso Persty-. Y no hay
más que verlo, mi niña, para saber que realmente no te haría mal alguno. Conversa
con él, que pueda expresarse y explicarte qué le pasó. Después de lo ocurrido, con
más motivo se conducirá con cuidado, ya verás.
La kramita la abrazó con amor. Zenia se sintió más reconfortada.
- Voy a llamarlo para que venga -anunció la mujer-. Dad un paseo a la luz de las
estrellas.
- Gracias… -la muchacha la contempló con terneza.
- Brances, ¿puedes acercarte un momento a la cocina? -dijo en alto para que la
oyese bien.
La mujer se escabulló diestra hacia el salón en cuanto el muchacho se presentó por
la puerta.
El joven, que no se había percatado de la treta, se quedó mirando a Zenia, pero
enseguida bajó la mirada.
- Brances… ¿damos… un paseo? -farfulló la joven en tal aprieto.
- Eh… Claro… como quieras.
Y salieron al jardín, al abrigo de aquel bruno manto de luces…
 
                            
 
No habían pronunciado ni una sola palabra hasta llegar al río. Allí, sólo prendían de
los árboles los sonidos del bosque nocturno, más apagados que nunca tras el
devastador incendio.
En la orilla del río, se anclaron a la tierra, inmóviles, como petrificados y sin habla.
Zenia lo veía de reojo y se daba cuenta de los esfuerzos que hacía el muchacho por
comunicarse con ella.
La joven quiso hablar para facilitarle el diálogo, pero resolvió que no debía ni le
correspondía; por mucho que esto le supusiese, él en el fondo se lo agradecería
después.
El muchacho, no sin dificultad, se acercó y se agachó a recoger una pizca de agua
del río. Se refrescó el rostro, se dio media vuelta y, en dirección hacia donde se
encontraba Zenia, dijo:
- Me resulta muy difícil hablarte de todo esto.
- Lo sé -contestó enseguida ella para que se sintiese menos incómodo.
- Hay dos asuntos de los que quisiera hablarte, pero no sé por dónde empezar,
porque ambos se me confunden en la cabeza y, sobre todo, en el corazón.
- No te ofusques, yo espero el tiempo que precises para aclararte. Pero ve
empezando por lo que sea, y ya sabrás cómo proseguir.
- Sí, la verdad es que sí que sé por dónde he de empezar y sin dudarlo -tuvo el
valor de mirarla de frente-. Me parece tan lamentable haberte gritado antes aquí, que
no sé ni cómo pedirte perdón…
La muchacha le permitió expresarse cuanto requiriese.
- Eres para mí alguien tan especial, que sólo pensar que yo mismo te haya
perjudicado de esa manera… -bajó la cabeza-. Pero es que encima tú, además de ser
firme y no responderme poniéndote a mi mismo nivel, me hablaste con una humildad y
entereza…
- Bueno, no hubiese servido de mucho echar más leña al fuego… nunca mejor
dicho -sonrió con ironía la muchacha.
- Sé que ya no podrás confiar en mí cuando te diga que jamás te haría daño… -el
muchacho se quedó cabizbajo.
- Incluso en aquella situación, tu intención no era hacérmelo, ¿no?
- Claro que no -dijo él con seguridad.
- Estábamos todos alterados; la situación no era para menos.
- No, yo sé que fui el que más perdió los papeles -reconoció el joven-. Pero es
que…
Calló bruscamente porque se le hizo un nudo en la garganta.
- ¿Es que qué, Brances? -preguntó ella-. ¿Qué te pasaba? ¿Ése es el otro asunto
que querías contarme?
- Sí.
- Pues dime, háblalo sin miedo-dijo la muchacha animándolo.
- El fuego me sacó de mis casillas.
- ¿Y eso por qué?
- Porque… -no era capaz de decirlo.
- ¿Qué te ocurre? -lo miró extrañada la joven-. ¿Cómo es que te está resultando tan
penoso hablar? Hasta lo que conocía de ti, te creía una persona directa y franca, pero
ahora mismo te veo tan atascado y huidizo…
»¿Recuerdas ayer, cuando me resistía tanto al discurrir de la energía y de la vida
porque la oscuridad me rondaba?
Las palabras de Persty respecto a la parte oscura del muchacho se le presentaron
claras en su mente, y añadió:
- Mi propia oscuridad, la que habita en mí, como en ti…
Él la miró, pensativo y lúcido.
- …buscando nuestras debilidades y nuestros miedos para amplificarlos -él también
recordó lo que Zenia le dijo en el lago-, y así frenarnos en nuestro avance.
- Pues sí…
Sus espíritus volvían a enlazarse…
- Mi madre murió de forma espantosa en un incendio cuando yo aún era casi un
niño.
Lo dijo tan de sopetón, que Zenia no esperaba ese Brances certero y preclaro.
- Vaya, lo siento por ti.
- Desde entonces -continuó-, no he hablado con nadie sobre aquello. Ni siquiera
con mi padre, que siempre evitó hablar sobre ella, al menos conmigo.
- Eso nunca es fácil -comentó la joven.
- Tampoco lo es arrastrar durante años una carga de la que no puedes ni hablar…
ni compartir.
- Pues compártelo conmigo -se acercó al muchacho y le cogió con afecto la mano-,
si tú quieres.
- Siempre he creído que pude haber hecho más de lo que hice y quizá salvarla… -
dijo desolado y dolorido.
- Eras un niño, ¿no? ¿Cómo vas a responsabilizarte tú de algo así?
- Pues me lo he reprochado siempre. Tenía once años. Y hoy volví a sentir el mismo
terror de aquel día… y la misma pérdida y desazón.
- Ahora entiendo… -la muchacha movía la cabeza en un gesto afirmativo.
- Cuando hablaste de lo afortunados que éramos por estar vivos, se me clavó una
daga en el corazón, porque para ella no pudo ser así… Y yo lo he penado siempre
durante todos estos años.
- Ella se fue porque era su hora -le dijo la joven con delicadeza-, no porque tú no
pudieses salvarla. Yo tuve la fortuna, cuando muy niña, de poder conversar con mi
madre sobre la muerte de mi padre. No fue nunca un tema tabú ni ahora lo es, aunque
ya no necesitemos hablarlo. Durante un tiempo lo eché muchísimo de menos porque lo
adoraba, pero él debía marchar, y en esas cuestiones ninguno podemos hacer nada ni
impedirlo.
- Sí, es cierto.
- Lamento haber sido la causante de ese dolor, aunque haya sido sin querer.
- No, ni mucho menos -el joven no la dejó seguir-. Gracias a Dios fuiste la única que
acertaste a captar y discernir todo lo que estaba ocurriendo realmente. Pero no sabías
de mi propio incendio interior…
El muchacho siguió describiendo lo que soportó y acaeció aquella horrible noche,
en aquel otro fuego destructivo y mortal.
Entreabrió su corazón y mostró su herida, alcanzando la compasión de la joven, que
penetraba en los entresijos de un alma de niño atormentada por las desventuras de la
fatalidad.
- Gracias por relatármelo -dijo Zenia con el rostro grave cuando terminó-. Debió ser
una experiencia terrible y brutal…
- Gracias a ti por permitir expresarme y por comprenderme -le acarició la mejilla-. Y
lo siento de verdad…
- Ya está olvidado.
Sus respiraciones eran tan pacíficas y reposadas en aquella noche de maderas
calcinadas y ceniza…
Se fundieron en un abrazo de reconciliación, y una brisa naciente y apaciguadora
meció sus almas aliviadas.
Fundieron también sus labios en un beso de pasión y calidez suprema…
Cuando se separaron, minutos después, ella dijo:
- Hoy ha sido un día extenuante y abrumador, sobre todo para ti, mi querido
Brances.
Se besaron de nuevo con la mirada mansa de sus ojos dulces…
- Vayamos, pues, a descansar -agregó él.
Regresaron a la casa de los kramitas, donde Persty los esperaba con inquietud en
la cocina.
No requirió la mujer cruzar ni una sola palabra con la tresla para captar que todo
había ido magnífico y se había resuelto. Sus rostros relajados y felices lo revelaban
todo…
- A dormir… -dijo ella.
Dispusieron todo para hacer la estancia y el descanso confortables en aquella
noche, porque al día siguiente les esperaba la ardua tarea de reparar la destrucción y
los estragos de la oscuridad…
 
                            
 
Cuando salieron al exterior de la casa a la mañana siguiente, los seis quedaron
mudos de estupor al ver el panorama tan desalentador que rodeaba la parte sur de la
casa, por donde había atacado el fuego.
El granero, del que sólo quedaba en pie una reducida parte de su estructura,
destrozado; toda el área anterior y posterior al cortafuegos, desolada; y el bosque
adyacente y casi cuanto alcanzaba la vista, calcinado por completo.
- Pobres shajas… -dijo Persty.
Zenia buscó con la vista la zona de los arces, donde tuvo su primera comunicación
con ellas. Destacaba entre las muy contadas arboledas que se mantuvieron intactas en
el lugar al llegar las llamaradas.
Empezaron la labor de reconstrucción hasta donde ellos alcanzaban, puesto que los
kramitas tenían conocimiento sobrado -a pesar de su inexperiencia con fuegos- sobre
el bosque y su autoregeneración, y sobre cómo en muy pocos años y en algunos casos
meses, semillas y brotes resurgirían de sus cenizas en la lucha por la creciente y
eterna vida.
Se ocuparon toda la mañana en el inicio del restablecimiento del granero, y
limpiaron cuanto les fue posible del terreno de restos secos y carbonizados.
Banlot, de cuando en cuando, observaba a la muchacha y su pronta determinación
en aquella dura situación. Se la veía tan resuelta e independiente… Las cuitas de su
trayectoria la estaban haciendo ejercitarse y madurar a pasos agigantados.
Y también se fijaba en el muchacho, con especial esmero cuando se dirigía y
trataba a la joven. No se le escapó, ni mucho menos, que existía un curioso vínculo
entre ambos.
Cuando acaeció la hora del almuerzo, pararon para reaparecer por la casa, donde
ya Persty les tenía dispuesta una suculenta comida capaz de reponer al más
hambriento y tirado.
- Se ha malogrado parte de vuestras provisiones para este invierno, ¿es cierto? -
preguntó Banlot una vez se sentaron a la mesa.
- Sí -respondió la kramita-, pero una buena parte estaba aún en la casa, aquí en la
cocina y en la despensa, así que yo diría que nos podremos apañar entre lo que hay y
lo que consigamos hasta que nos aborden los fríos y las nieves del crudo invierno.
- Os ayudaremos a conseguir todo el alimento y leña posibles, para compensar la
pérdida -dijo Brances.
- Ésas no son grandes pérdidas si todos seguimos sanos y salvos, y unidos… como
sabiamente dijo nuestra Zenia anoche -comentó la mujer.
La muchacha miró a Brances por el rabillo del ojo, pero éste mantenía una ligera
sonrisa complacida y calmada.
- Creo que amenaza tormenta -dijo él-, así que es muy probable que tengamos que
parar en algún momento de la tarde. Pero las lluvias serán el mejor bálsamo y
cicatrizante para la tierra y los árboles. Cuando pasen, habrá más impulso de vida en el
bosque por reparar la devastación sufrida.
- ¿Y tú, Zenia? -Banlot se dirigió a la joven tresla-. ¿Conoces ya de qué trata la
séptima puerta? Y el objeto…
Ella había estado tan sumergida y enfrascada en el tremendo suceso del fuego y en
arreglar las cosas con Brances, que no había vuelto a reparar en ello.
- Me temo que no.
Se acordó de que aún guardaba la llave en el bolsillo del vestido, desde la tarde
anterior, y la sacó.
Al verla de nuevo, Banlot dijo:
- La piedra del amor…
Zenia lo miró, adivinando que el anciano portaba información que aún no conocía.
- ¿Qué quieres decir? -preguntó-. ¿Sabes algo de esta llave?
- Está tallada en cuarzo rosa -contestó él-, la piedra de la armonía, la amistad y el
amor.
- ¿Eso es así? -volvió a preguntar ella-. ¿Las piedras tienen propiedades? ¿Y tú las
conoces?
- Las piedras, como cualquier elemento en este mundo -dijo él-, emiten ondas o
vibraciones que, según de qué material o color se trate, son diferentes. No hay dos
personas iguales, ni dos árboles, ni dos animales. Tampoco hay dos piedras iguales;
cada cual tiene sus cualidades.
»El cuarzo rosado es una valiosa y sagrada piedra iniciática que promueve el
camino de la compasión, del perdón por los errores propios y ajenos, y de la
comprensión por las injusticias o la ignorancia de los celos. Es buena sanadora de
heridas del corazón…
A medida que hablaba, Banlot veía cómo iba cambiando el rostro de su amiga y se
le encendía como si estuviese descubriendo algo…
- ¿Cómo no dijiste nada cuando la encontramos en el nido de la urraca? -preguntó
Zenia contrariada-. Ya entonces sabías todo eso, ¿no?
- Sí, mi amiga -respondió el hombre esbozando una sonrisa-. Empecé hablando de
su mandala, pero estabais tan hipnotizados contemplando su maravilloso brillo y su
belleza, que vi claramente que no era ocasión apropiada. Las cosas llegan en su
preciso momento…
- ¿Qué más sabes sobre ella? -quiso saber la joven cada vez con más entusiasmo.
- Puede transmitir una profunda evocación de serenidad, bienestar y paz interior -
siguió contestando-. En casos de tristeza, como por la pérdida de un ser muy querido,
da la fortaleza y empuje necesarios para retomar las riendas del camino.
Zenia estaba admirada por la sabiduría de su amigo, y gratamente conmovida por
las felices coincidencias entre lo que explicaba y lo que le aconteció a ella el día
anterior.
- ¿Y por qué llevará estas incrustaciones de plata en su parte ancha? -preguntó la
kramita.
- La plata es un metal muy asociado con la energía de la luna -comentó Banlot-, y
es un potente elevador espiritual que transmite entrega y humildad.
- ¿Qué palabra utilizaste antes para designar este dibujo circular en plata? -dijo en
esta ocasión la joven.
- Mandala -contestó el hombre-. En todas las culturas de nuestro planeta existen,
normalmente circulares como éste, puesto que la circunferencia al cerrarse sobre sí
misma no tiene principio ni fin, simbolizando la perfección, lo eterno y lo absoluto. Son
habitualmente representaciones simbólicas y mágicas que pueden mostrar desde el
microcosmos hasta el macrocosmos.
Se hizo un silencio compacto y contrastante, después del torrente de información
que el anciano les proporcionó.
Todo se le fue recolocando y asentando en cabeza y corazón a la muchacha, que
tuvo tiempo de nutrirse de aquella información mientras acababan de almorzar, en un
benévolo silencio.
- Ahora sí que encajan las piezas… -dijo Zenia al dar su último bocado al pastel de
cerezas, merengue y vainilla que exquisitamente había cocinado Persty-. Como dijo el
shirim, la llave es la clave de ésta y de todas las puertas.
Todos la miraban expectantes, y ella miraba la llave, acariciando sus formas
rosadas.
- Tú lo has dicho, Banlot -continuó-. El amor… y con él, la amistad y la armonía.
Siguieron esperando a que continuase con la explicación.
- La séptima puerta es la del amor, simbolizado por esta llave que las shajas me
dieron para abrir las siete puertas, puesto que todas se abrieron por efecto del amor.
»La primera, por el amor de los seres del bosque, de mi querido Banlot y mis
amigos kramitas; la segunda y tercera, por el de los habitantes del firmamento y del
interior del planeta, del cielo y la tierra; la cuarta, por el de los seres vivos del agua; la
quinta, por el de las plantas y los árboles; la sexta, por el de los animales; y la séptima,
por el del mismo amor… -miró a Brances.
- Todo existe porque existe el amor -interpuso Banlot-. El amor es la fuerza
universal más poderosa que existe en el universo; todo lo cohesiona.
- La séptima puerta se desveló -retomó la joven- cuando descansábamos Brances y
yo en el jardín, tocados por el amor…
Al muchacho le chispearon los ojos al escuchar aquello.
- En ese sueño clarificador -prosiguió-, surgieron aquellos seres a los que profeso
un gran amor y ellos a mí. Y el último fue  Brances, que quiso expresarme su amor con
aquel beso, pero aún no entiendo por qué el sueño se esfumó antes. Todo eso abrió la
última puerta.
Banlot aún esperaba, porque sabía que todavía no lo había desentrañado todo.
En efecto, la muchacha siguió dilucidando, y dijo mirando al joven:
- Ante tanta energía de amor y luz, la oscuridad nos embistió para desunirnos y
dividirnos con el incendio, y eligió al más débil en aquel momento para ensombrecerlo y
fortificar su propia oscuridad, sus propios traumas y miedos… El ego ilusorio que
atrapa nuestra mente y nos aísla del otro.
Ahora descubría, por su propia experiencia, estas cuestiones sobre las que Banlot
le había versado en previas ocasiones.
Brances la observaba, sin cobardía y sereno, aun sabiendo que se refería a él.
- El amor trajo a Banlot de vuelta -ahora contempló al anciano-: el suyo por nosotros
y el mío por él cuando acepté los envites de la vida y confié en lo que ésta nos marca
con el destino, que no es más que lo que nosotros mismos nos marquemos en esta
vida. Todo lo decidimos nosotros, y todo es para bien…
Y calló.
La mujer kramita se levantó de su asiento y fue hacia la joven para abrazarla
cariñosamente…
 
                            
 
- Quieres a ese muchacho, ¿verdad? -el rostro de Banlot estaba inspirado por una
sonrisa.
- Sí, creo que sí -dijo ella escudriñándolo con sus ojos violeta.
- Sabes que, en verdad, me eché a un lado en tu camino para que él pudiese
aparecer, ¿no?
- Lo que sé es que de no haber sido así, no hubiésemos cultivado tantas vivencias
cercanas en tan escaso período de tiempo… Todo se ensambla y tiene sentido, ¿no es
así?
- Sí, mi chiquilla… -le dio un beso en la frente.
Se habían alargado, tras el almuerzo, al pequeño bosquecillo de arces para estar a
solas los dos desde que Banlot retornara la noche anterior.
- Pero no se te ocurra volver a apartarte de mi camino, ¿eh? -lo señaló con un dedo
acusador.
- Ja, ja, ja, no, no, amiga -rió él-. Estás instruyéndote rauda y veloz en tus lecciones
y ya no se precisa nada así.
Qué amor tan profundo sentía por aquel hombre…
- A veces…
- A veces… ¿qué? -le inquirió el hombre.
- A veces, es como si echara a faltar algunas cosas en Brances -dijo ella ceñuda.-.
Es tan complaciente y amoroso conmigo, y es valeroso, inteligente y veraz…
- ¿Y qué más puedes pedir? -Banlot le sonrió, mesándose la barba-. Además, se ve
que él te quiere bien. No sabes aún demasiado de los hombres, pero te aseguro que no
hay muchos como él.
- Pero es que yo tengo la mala fortuna de conocerte…
- Ah, muchas gracias… -dijo irónico y levantando una ceja.
- No, no quería decir eso -Zenia se sonrojó en un segundo.
- Me imagino -rió él-. Explícame eso.
- Quiero decir que hay tantas cualidades en ti que adoro y que me fascinan, que me
resulta complicado no esperar encontrarlas también en él.
- Pero tú me ves y consideras quizá más bien como ese padre que apenas tuviste…
Y no es un padre lo que deberías tener con Brances o con el hombre que sea que te
acompañe.
- En ocasiones, todo se me confunde… -la muchacha dirigió su mirada al suelo.
- Ya te irás aclarando -dijo él-, sobre todo a medida que vayas descubriéndolo y
conociéndolo, y enriqueciéndose vuestra relación.
El anciano cogió las manos de la joven entre las suyas, y le dijo:
- Y te diré una cosa, Zenia: todo lo que he podido observar y entrever en él, me
recuerda considerablemente a mí mismo cuando tenía su edad. Con poco más de
veinte años no se puede esperar nunca tener la experiencia de cincuenta o sesenta.
Pero se asemeja a mí más de lo que te imaginas, ja, ja, ja.
- Ah, ¿sí?
A la tresla se le encendió la cara, y riendo se abrazó a él.
Tras el encantador achuchón, dijo él:
- Sigue adelante, joven amiga, que es admirable lo que estás realizando. Y respecto
a él, déjalo libre y comprobarás que sabrá cómo actuar contigo. Déjale hacer a él, y tú
sigue tu camino…
-Gracias… -murmuró ella-. Y doy gracias también a los cielos por volver a tenerte
junto a mí…
Banlot la rodeó con el brazo, y así pasearon de vuelta hacia la casa.
 
                            
 
- Zenia…
- Dime, Brances.
- Quisiera…
- ¿Qué?
- Estar a solas tú y yo…
Se hallaban los dos en la cocina, y sus ojos brillaron con la luz de la pasión cuando
se encontraron…
- Estamos solos.
- No, aquí no. Me refiero con cierta intimidad…
- ¿Para qué?
Al muchacho aún le costaba acostumbrarse a las preguntas directas de la joven.
- Aún no tengo en mi poder el objeto de esta última puerta -dijo ella recapacitando.
- Sí, es cierto… -él procuró centrarse, una vez más, en el camino de ella y la misión.
- Pues yo creo que tiene mucho que ver con vosotros dos -dijo Persty, que en ese
momento entraba por la puerta desde el salón.
- ¿Tú crees? -le dijo Zenia poco convencida.
- Te recuerdo que el sueño acabó con él, y justo cuando iba a darte un beso.
La kramita fijó su vista en ella, y dijo en un tono áspero:
- No vayas a abstraerte de nuevo en tu mundo por miedo a experimentar o a sufrir,
que aquí no hay nadie que pretenda ocasionarte ya ningún perjuicio o abusar de ti o de
tu inocencia. Eres madura también en esto, ¿me equivoco?
La joven se mantuvo reservada y taciturna, y bajó la mirada.
Brances no acababa de adivinar de qué iba aquello, pero optó por ser prudente y
discreto, y no dijo nada.
- Deja que las cosas ocurran, niña mía -le dijo en un tono más cariñoso-. Con tus
recelos, frenas el discurrir natural y conveniente de la vida.
Brances presintió que estaba allí de más, así que dijo:
- Creo que me apetece dar un relajante paseo por los alrededores, antes de que
volvamos a ponernos manos a la obra con el trabajo.
- Hasta él se da cuenta antes que tú misma -dijo Persty una vez que él se marchó.
- ¿De qué me tengo que dar cuenta, Persty? -dijo la joven incomodada.
- Mira -la mujer kramita no tenía pelos en la lengua-, no he podido eludir el
escucharos porque venía para acá, y esperé por no interrumpiros, tras el umbral de la
puerta. Él no te estaba pidiendo nada vil ni perverso, muchacha.
Ella se sintió un poco abochornada.
- Deja tus temores ya y haz lo que estimes pertinente -reiteró la kramita-. Deja a tu
corazón sentir, y a tu cuerpo otro tanto, que no hay ningún mal en ello. Porque no me
creo que tú sientas menos atracción que él…
- Realmente… no -dijo con mucho reparo.
- Pues, ¿a qué estás esperando para ir en su busca, antes de que se aleje más de
la casa? -le increpó la mujer-. Bésale, abrázale, acaríciale, si así lo deseas. Expresaos
vuestro amor sin más trabas, y dejad que os lleve donde haya de ser…
Zenia no dijo nada, y presta, salió volando por la puerta.
- Brances, Brances… -no lo veía por ningún lado.
Fue hasta el río y siguió llamándolo.
- Estoy aquí, Zenia… -voceó el joven de lejos, junto a la orilla del río.
Alzó y movió el brazo para que ella lo viera.
La joven tresla se encaminó a él, y al llegar, le cogió la mano, se acercó… y lo besó.
El muchacho no acababa de entender el talante cambiante de la joven, pero no
dudó, ni por un segundo, en volver a acomodarse a ella -no fuese a cambiar otra vez
de parecer-, y la besó con locura.
- Yo también quiero estar a solas contigo, en la intimidad… -dijo ella después de
unos minutos de abrazos, caricias y besos, cumpliendo el acertado consejo de la
kramita.
- ¿De veras…? ¿Y qué podemos hacer? -preguntó él cavilando-. Si Persty lleva
razón y el objeto tiene que ver con nosotros, dejémonos fluir. Tú sabes perfectamente
cómo hacerlo, igual que con las otras puertas y objetos.
- Es que es lo mismo, en este caso, mi deseo y mi intuición -dijo Zenia ensimismada
en sus sensaciones.
- ¿Tu deseo?
- Mi deseo de estar contigo.
Ella desprendía tal candidez, que él se conmovió.
- Desde que Persty comentó eso antes -retomó ella-, se me viene la misma imagen
a la mente, una y otra vez.
- ¿Cuál?
- La del lago violeta…
- ¿De nuevo allí? -el joven quiso corroborarlo.
- No tiene mucho sentido -reconoció Zenia-. Pero llevamos vividas tantas cosas que
no lo tienen…
- ¿Es lo que ves?
- Sí.
No dijeron nada más.
Los dos jóvenes volvieron y, al llegar a la casa, anunciaron que partían hacia el
lago.
Banlot se sorprendió ligeramente con la noticia, pero al ver el grado de decisión de
ambos, y más el de ella, no vaciló y les dio su bendición:
- Id allí, si aquel es vuestro lugar, y descubrid el objeto. No os inquietéis por
nosotros y regresad cuando sea oportuno.
- Gracias, mi amigo -dijo Zenia, y lo abrazó en señal de despedida.
 
                            
 
Aparecieron en aquel bello vergel poco antes de que el sol se fuese arrimando al
horizonte, y caminaron hasta la cala.
Todo seguía igual: el encanto, el sosiego, la luz embrujadora, los sonidos
envolventes…
Volvieron a encontrarse apaciguados, tras la agitación de los dos últimos días.
Decidieron pasar la noche nuevamente allí, sobre la arena.
Pero Zenia tuvo un impetuoso deseo de volver a la cueva del shirim, y así se lo
comunicó a Brances, que la acompañó por deseo de ella.
Se metieron en las templadas aguas violáceas y cruzaron la cascada.
- Cómo me complacería volver a verlo… -dijo Zenia ojeando la entrada de la cueva.
- Los shirims se presentan cuando ellos deciden -dijo Brances-. Por eso es inútil
llamarlos o invocarlos.
- Aparecerá.
Y contempló el rostro del joven… sin miedo, sin titubeos, sin expectativas…
- Quiero sumergirme en el mar de tus ojos… -dijo sin el más mínimo rubor.
Brances, que adoraba a aquella Zenia despierta y vital, se acercó a ella para
ofrecerle sus ojos y cuanto ella quisiese.
Durante un rato prolongado se deleitaron con sus miradas… hasta que él la besó y
fue como si, al pronto, una coraza se viniese abajo, y un torrente de energía envolvió
sus cuerpos, cautivándolos y uniéndolos en perfecta comunión.
Acabaron de desnudarse uno ante el otro para mostrarse tal cual eran, sin
máscaras ni disfraces…
Reconocieron sus cuerpos y sus almas, que eran todo uno, integrándose así dentro
del paisaje idílico en el que se descubrían el uno al otro.
Como aquella vez, un rayo de arco iris compareció hasta ellos desde detrás de la
cortina de agua. En esta oportunidad, incidió sobre ella, que rió al sentir los colores en
su rostro.
Él le tomó la cara con las manos y la besó con pasión y delirio, fundiéndose en un
abrazo de cuerpos amantes y amados. Porque amante es el que ama…
Las aves del lugar fingieron ponerse de acuerdo, y arrancaron una sinfonía de
voces aflautadas y armónicas que seducían sus cuerpos en un arrebatador y hermoso
acto de amor subyugado y enardecido…
Ella dirigió su mirada al fondo de la gruta, al escuchar unos pasos leves, mientras él
besaba con ardor sus cabellos, su cuello, sus hombros… y le rozaba y paseaba todo su
cuerpo con tiernas, dulces y suaves caricias de buen amor…
Y ahí estaba, contemplándolos con esa delicada mirada turquesa, lo que le
desencadenó una emoción íntima que la embargó. Y, con los ojos llenos de lágrimas de
turbación, apretó su cuerpo al de él y con amor puro lo amó…
 
                            
 
Las tempranas radiaciones del sol naciente atravesaron la cascada desde el lago,
sorprendiendo a los amantes abrazados en un sueño insondable compartido…
Abrieron los ojos con la luz, cruzando sus miradas y recordando la noche,
extasiados…
Cuando se levantaron, vieron que algo relucía con mucha intensidad detrás de
ellos, junto al lugar donde se habían recostado.
Se acercaron y Zenia lo sostuvo en sus manos.
Era algo tan asombroso y admirable para ellos, que no supieron cómo reaccionar.
- Parece un cuerno de cristal -dijo Zenia maravillada-, pero tiene luz propia y un arco
iris dentro.
- ¿Quién ha podido dejar algo tan prodigioso? -se preguntó Brances embelesado-.
¿El shirim?
- Sí, él.
- ¿Ha estado aquí?
- Sí, anoche lo vi -dijo la joven-. En varias ocasiones que miré hacia la gruta, allí
estaba él, acompañándonos en nuestro amor…
- Es tu objeto, ¿verdad?
- Sí… fruto del buen amor verdadero.
Él la besó entre sus brazos.
- Volvamos, Brances.
- Sí, amor…
12. El Enigma
 
 
 
 
 
12
 
En los alrededores de la casa se respiraba el aroma de la tierra mojada, y la
atmósfera límpida y relumbrante llenaba de majestuosidad el espacio, a pesar de lo
arrasado y castigado del lugar.
Todos andaban inmersos en las labores de reparación y reconstrucción cuando los
jóvenes reaparecieron, avanzada ya la mañana.
Ninguno pudo ignorar la transfiguración de la pareja, pletórica y rebosante de
energía, luz y fuerza. Sus rostros, trascendentes y resplandecientes, portaban una
llama penetrante y lúcida en sus miradas que no dejó indiferentes ni a Banlot ni a la
familia kramita.
No dijeron nada. Tan sólo mostraron el objeto de cristal, y un regocijo se instaló en
el corazón de todos, que ya no se extinguiría.
Se unieron a ellos en la faena, hasta que se presentó el tiempo del almuerzo.
- ¿Y ahora qué…? -preguntó Persty, ya todos entorno a la mesa de la cocina-. Las
siete puertas reveladas, los siete objetos escogidos… ¿Qué más te dijeron las shajas?
- Lo siguiente que me corresponde hacer es convocarlas para resolver junto a ellas
el enigma -respondió Zenia-. Eso fue lo que me comunicaron.
- ¿El enigma? -repitió la kramita despistada-. ¿Qué enigma?
- No dijeron nada más -comentó la muchacha-. Supongo que me lo aclararán
cuando las convoque. Tan sólo que aún no sé muy bien cómo hacer eso…
- ¿Estaremos llegando ya al final? -repuso el joven.
- Así lo deseo, Brances, porque cada día que va transcurriendo estoy más ansiosa
por que todo esto tenga un final.
- Y así será, mi pequeña… -Banlot presentaba en el rostro ese gesto característico
en él tan profético-. El fin se acerca…
Esas palabras aliviaron una miaja el espíritu fatigado de la joven tras tantas
andaduras inciertas e interminables.
- La oscuridad no triunfará, ahora que estamos conexionados por el amor -dijo la
joven mirándolos a todos-. Pero antes, habrá que desenmarañar ese enigma, sea cual
sea.
- Has abierto siete puertas partiendo casi de la nada -objetó el muchacho-. No será
menos con el enigma. En él estará quizá la esencia y conclusión de todo.
Apenas conversaron más a lo largo de la comida; andaban abstraídos y
meditabundos. Tantos acontecimientos amortiguaban el entendimiento.
- La tierra y la atmósfera están húmedas -dijo Brances-. ¿Ha llovido esta mañana?
- Sí -respondió el anciano-. Y ayer tarde, como vaticinaste. Al bosque le ha venido
estupendo para limpiar sus quemaduras y apaciguarlas. El agua de las lluvias es
mucho más que agua…
- ¿En qué piensas, Zenia, con esa mirada de añoranza? -le preguntó la mujer al
fijarse en ella.
- En mi aldea -respondió-: sus calles, sus casas de madera, sus gentes… en mi
anhelado Bosque de Plata, que confío aún siga intacto… y en mi madre.
El semblante se le tornó con un matiz sombrío al nombrarla.
Su relación con ella desde que se adentró en la adolescencia no dejó de estar
salpicada por la rebeldía y el rechazo a sus formas anticuadas y obsoletas.
Siempre fue un espíritu libre y nada encorsetado por las normas y lo establecido.
Pero por su madre, en demasiadas ocasiones, se adaptaba a todo ese entramado
artificial y acababa sucumbiendo y convirtiéndose en uno de ellos. La rebeldía era la
que la ayudaba a escapar, nuevamente, de ese pozo de las habladurías en el que ella
misma ingresaba.
Sin embargo, ahora… Ahora todo aquello se le antojaba tan banal y hasta pueril…
Las profundas y transformadoras vivencias de aquellas últimas semanas le habían
hecho percatarse de que no era necesario rebelarse, porque esa rebeldía era,
verdaderamente, hacia ella misma, hacia lo que pretendía ser sin serlo. Y eso ya no lo
precisaba, porque comenzaba a ser la que era.
Ahora se daba cuenta también de que había sido un poco injusta con su madre,
porque en su juego de rebeldía sólo quiso ver la parte de ella que le interesó para ese
juego del ego.
Y lo que no le interesó, resultó ser lo más valioso y auténtico de aquella mujer, que
tanto se desvivió por ella durante toda su vida.
Haber hablado con Brances sobre la madre de él, también le había hecho apreciar
tan sólo el hecho de que Sternia continuase aún en su vida, y el haber llevado con
tanto tacto y cariño la desaparición de su padre en aquel doloroso trance.
Los sentimientos se le arremolinaban en el corazón, y ya no veía el momento de
volver a verla, abrazarla y transmitirle cuánto la quería.
La vida va sucediendo, y si los bienes y grandes tesoros que poseemos en ella
pasan de puntillas, ¿qué vida es ésa que ni nos acordamos de vivirla ni de calarnos
hondo, que se presta vacía y tediosa?
Ay, tediosa llegó a creer que era su vida en Larimor, pero tediosa hubiese sido en
cualquier otro lugar, porque la huida y ausencia de su ser hubiese ido con ella, como
una lapa, allá donde fuere.
Reconoció que este viaje había sido el viaje hacia sí misma, hacia su propio
encuentro, hacia el descubrimiento de una mujer que elegía su propio destino y a las
personas que formaban parte de él y a las que amaba.
Zenia decidió que, esa misma tarde, se acercaría ella sola al bosquecillo de arces,
con la llave y los siete objetos, para ver si lograba ver a las shajas o al menos soñar
con ellas.
Llegado ese momento, los demás permanecerían en la casa y condensarían sus
energías para que los acontecimientos fluyesen para la joven, en su recta última.
Hasta entonces, proseguirían todos en las tierras trabajando.
 
                            
 
- Ahora os une un hilo de luz, inclusive cuando no estáis juntos -le comentó Banlot a
Zenia en un momento de la tarde en el que estaban parejos en sus tareas.
- ¿Qué quieres decir? -preguntó ella aun cuando presentía a qué se refería.
- Vuestros destinos se han aproximado desde anoche -respondió él-. Andáis ahora
una trayectoria común que, hasta ayer, era cercana pero bífida. Mas, independientes
han de ser vuestros pasos.
»Tú, Zenia, te has descubierto a ti misma en tus propias huellas; eso deberá
acompañarte para siempre, lleves un rumbo en solitario o andes un mismo rumbo en
compañía de otros. Es el arte de caminar hacia dentro y caminar hacia fuera de forma
equilibrada, sensata y juiciosa. No desaparezcas jamás de ti misma, ni por la persona
más amada en tu corazón.
Creyó entender el significado último de su mensaje y sus consejos. Por eso, no
necesitó ni preguntar ni comentar nada sobre aquella exposición.
Siguieron con la recomposición de los terrenos hasta que el sol decidió hacerle una
visita a la tierra, y allá se encaminó, ávido y afanoso.
Zenia anunció que había llegado la hora.
Todos abandonaron lo que estaban realizando para acercarse a la casa. Habían
trabajado duro durante muchas horas y se habían ganado un merecido descanso en la
vivienda kramita.
- Estamos contigo -le dijo Persty a la joven- en cuerpo, mente y corazón.
Banlot sólo necesitó una mirada para comunicarle todo su aprecio y aliento,
transmitiéndole fuerza y coraje.
Padre e hijo kramitas la abrazaron brevemente, infundiéndole ánimo y
arropamiento.
Brances, con escaso pudor, la besó breve pero enamoradamente.
Cogió sus siete objetos y la llave, y salió al jardín para encaminarse al grupo de
arces.
Al llegar, miró hacia arriba a sus anaranjadas y casi desnudas copas.
En ese instante, el viento meció sus pocas hojas, y con ellas vio caer una lluvia de
sámaras aladas que giraban sobre sí mismas, difuminando las semillas de aquellos
árboles de resistente madera.
Las shajas le daban la bienvenida…
Eligió uno de estos árboles de porte alto y firme, y colocó ante él, sobre la suave
tierra, cada uno de los objetos, dibujando un círculo en cuyo interior colocó la llave.
Se sentó bajo aquel ejemplar, apoyando su espalda contra la corteza lisa y gris que
vestía su tronco. Y esperó…
El sol, ya mimoso, quiso acurrucarse sobre el horizonte buscando los suaves y
acogedores abrazos de la tierra y la noche vespertina.
La luz dorada y semiumbría que respiraba bajo los arces estaba temperando a la
joven, que se sumía en un sopor inevitable contra el que luchaba inútilmente. Quería
estar despabilada y vigilante a todo cuanto acaeciese a su alrededor, pero el
adormecimiento la iba venciendo.
Optó por no resistirse, así que se dejó llevar por los vaivenes aterciopelados de su
mente…
Apareció, clara y luminosa: su rostro sonriente saludaba a una Zenia ahora lúcida
que, no obstante, sabía que soñaba…
Una pequeña shaja se mostraba ante su rostro, suspendida por un imperceptible
aleteo de espuma cristalina.
«Gracias, nuestra apreciada dama», susurró con su voz musical, «has traspasado
nuestras expectativas más allá de lo esperado, pues aun teniendo conciencia de que la
oscuridad te sorprendería en el camino, la has sorteado exitosamente en cada
oportunidad, con la ayuda de tus acompañantes, en esta travesía que alcanzó a
tornarse sombría y peligrosa».
Zenia inclinó tenuemente la cabeza, en un gesto de noble agradecimiento por sus
palabras.
«Has manifestado tu valentía», continuó, «así como tu evolución, juicio y
conocimiento, imprescindibles en esta prueba del destino. Confiamos en ti, y no sólo no
nos has defraudado sino que has vuelto a desarrollar y conectar con esa trascendente
y sabia fuerza e intuición que albergaba tu ser.
»Cada paso inmediato y diestro de la oscuridad no lograba doblegarte ni amilanarte,
saliendo airosa de cada incertidumbre, de cada barrera, de cada vacío…».
A la joven le resonaron aquellas palabras en la cabeza: has vuelto a desarrollar y
conectar… Acaso recordase, de forma sutil y por un fugaz instante, algo muy familiar
para ella, pero no conseguía reconstruir nada nítido en su mente.
«Vienes aquí a ofrendarnos los siete objetos», prosiguió el ser alado, «tal como te
solicitamos y tú, honesta y fielmente, aceptaste. Desentrañaste el significado mágico de
nuestra llave, puesto que mágico es siempre el amor, que abre todas las puertas de la
vida…».
Zenia miró abajo a la tierra, donde estaban dispuestos los siete objetos más la llave,
y se dio cuenta de que todos, ahora, centelleaban con una luz brillante y argéntea.
«Sabes bien del abismo de los tentáculos de la oscuridad, puesto que los has
sufrido en carne propia. Conoces el alcance de la gravedad del estado de nuestros
bosques, muchos de ellos arrasados por la avaricia y la codicia de la oscuridad y sus
secuaces».
La shaja había menguado su sonrisa durante las últimas frases, y así prosiguió.
«Has podido contener, en diversas y oportunas situaciones, los zarpazos de la
oscuridad. Pero habrás podido constatar, así mismo, que con ello sólo conseguías
retrasar su tenebrosa y pérfida labor de propagación del caos, la separación y la duda;
ya no estamos a salvo en ningún rincón».
A Zenia se le helaba el corazón al escuchar lo que ya sabía, y la impotencia que
sentía le constreñía el alma toda.
«Pero aún hay esperanza…», parecía responder a los sombríos sentimientos de la
joven. «La esperanza es la luz que guía siempre nuestras pisadas en la insondable
noche negra, antes del amanecer. Este planeta verde y azul nos ha sido obsequiado
para nuestro deleite, no para su saqueo y nuestra perdición. Es por eso que somos
nosotros mismos los que podemos salvarlo: nosotras, como representantes de los
bosques y de todos los seres que los habitan, y tú, como representante de la bondad y
hermandad que aún anidan, empañadas, en el corazón de los seres humanos».
La muchacha quiso ver un rayo de aquella luz esperanzadora de la que hablaba su
amiga shaja.
«¿Y cómo podremos llegar a hacer nosotras tal cosa?», se atrevió a preguntar la
joven.
«No dudes ahora de tu poder, porque todo está en ti: la oscuridad… y la fortaleza y
el coraje para combatirla».
Los ánimos de la joven iban templándose, pero seguía sin comprender hacia dónde
debía dirigir sus pasos. Después de todo lo transitado, ¿qué más se podía hacer?
«Te hablamos de un enigma que habrías de resolver junto a nosotras», la shaja,
finalmente, precisó.
«¿Cuál es ese enigma?», interrogó Zenia, puntualizando también.
Y la shaja habló en una lengua ajena, pero conocida para la joven. Estaba casi
segura de que era kram, aunque sólo entendió alguna palabra aislada: río, sol, piedra,
luz…
¿Por qué le hablaba en un idioma que no comprendía? ¿Y cómo podría, además,
retener lo que no entendía?
Y despertó.
Qué extraño todo… Miró a su alrededor para procurar descifrar algo de lo ocurrido
en el sueño, pero todo seguía igual que antes de dormirse.
Los objetos se mantenían en la misma posición en la que los dejó. Los recogió y,
con paciencia, volvió a hacer acopio de su confianza y regresó a la casa.
 
                            
 
- ¿Y bien…? -preguntó Persty en cuanto la joven entró por la cocina.
- No mucho -contestó pensativa la muchacha.
Les narró lo sucedido, y cómo había despertado antes de conocer el enigma.
- Bueno, no es tan raro -comentó Brances-. Un enigma se caracteriza por
desconocer su significado: ése es el reto.
- ¿Por qué te lo transmitiría en nuestra lengua, aun sabiendo seguramente que tú
apenas la conoces? -se preguntó la kramita.
- Vuestra lengua es una de las más sonoras y mántricas que existen -dijo el anciano
acariciando su barba de plata.
- ¿Qué quiere decir eso, Banlot? -preguntó la joven.
- Los mantrams son palabras de poder… -dijo con excelencia y profundidad el
hombre-. Cada palabra tiene su vibración particular, pero algunas poseen una vibración
trascendental que puede llegar a inducir poderes en acción y hasta activar las
funciones de la naturaleza. Es el poder del sonido como fuerza espiritual y creadora.
- ¿Y el kram posee esas cualidades? -preguntó Zenia boquiabierta y orgullosa de
conocer algunas de sus palabras.
- Tiene cierta sonoridad muy particular, y algunas palabras son utilizadas con ese
poder, sí -respondió Banlot, conocedor somero de la lengua.
- A veces, para conectar con los animales, con las plantas o incluso con los
fenómenos atmosféricos -repuso Persty-, utilizamos ciertas palabras usuales pero que
entonamos enfocando la atención…
- La lengua kramita es la más cercana a los sonidos de la naturaleza -informó el
anciano- por ser utilizada por una comunidad de seres amantes de ésta y muy
cercanos al bosque y sus pobladores.
- Entonces -intervino Brances-, ya sabemos por qué la shaja habló a Zenia en kram:
el enigma original está en ese idioma. Pero seguimos sin conocer la mayoría de sus
palabras; menos aún su significado.
Todos quedaron callados: llevaba razón.
Vrajant, que al igual que su hijo Alard, estaba siendo eficaz y convenientemente
informado de la conversación a través de Persty, llevaba un buen rato circunspecto,
tratando de esclarecer algo.
Habló unas frases con la mujer, y ésta dijo:
- Vrajant recuerda que, en su infancia, los más ancianos hablaban de un lugar que
ninguno había llegado a conocer nunca. Dice que las pocas palabras traducidas por ti,
Zenia, formaban parte de la descripción que hacían de él. Son palabras ordinarias, pero
sobre todo una de ellas es lo que ha hecho recordarle aquel sitio. Siempre tuvo el
anhelo íntimo de descubrirlo y conocerlo.
- ¿Qué palabra? -quiso saber la muchacha.
- Piedra -contestó el mismo Vrajant.
- ¿Y por qué esa palabra le ha evocado aquel sitio? -indagó el joven-. ¿Hay allí
alguna piedra en particular?
- En efecto -confirmó Persty-. En aquel lugar hay una gran piedra sagrada y
venerada por nuestros ancestros, donde está grabada una inscripción en nuestro
idioma.
- ¿Podría ser el enigma? -se aventuró inquieto el joven.
- Podría ser… -propuso Banlot mirando de reojo a la muchacha.
Zenia había estado atendiendo muy atentamente la conversación última. Intentaba,
como otras veces, ahuecar su mente de activos pensamientos que enturbiaban su
intuición y conexión con su propio interior, donde siempre acababa encontrando
respuesta a cada incógnita del camino.
- Es evidente que lo es… -dijo casi sin pensarlo.
Todos la miraron asombrados, no ya por sus palabras, sino por la certidumbre y
seguridad con las que se expresaba en momentos así.
- ¿Y cómo daremos con ese sitio? -se adelantó Brances, siempre tan práctico y
resoluto.
- Hay un río -dijo la kramita sin mucha convicción-. Es lo único que tenemos.
Zenia seguía a la búsqueda de una respuesta, mientras Banlot también seguía
observándola y confiando.
- Tú lo sabes, ¿verdad, Banlot? -le preguntó de improviso la muchacha.
El anciano le dijo sonriendo:
- No he venido a resolver enigmas, sino a acompañarte: a compartir mi tiempo y mi
espacio contigo…
La joven volvió a su proceso interno.
Miró a Vrajant, que a su vez la miraba con sus ojos profundos, y le dijo:
- Has de hallarlo tú.
El hombre afirmó con la cabeza, puesto que no precisó traducción para discernir lo
que la joven le transmitió.
Conversó con la mujer, y ésta tradujo:
- Sabe de un llano, no excesivamente distante de aquí, que no ha vuelto a pisar
desde que era niño, pero al que cree que sabrá llegar. Recuerda haber ido a aquel
lugar con los mayores. Fue allí donde escuchó hablar del sitio sagrado, al que ninguno
pudo acceder a pesar de encontrarse bastante próximo.
- Pues no perdamos tiempo -propuso Brances-. Cada día que pasa, más zonas
boscosas desaparecen por la oscuridad. Mañana por la mañana nos dirigiremos allí.
- No se hable más, entonces -dijo la kramita-. A cenar ahora mismo, que mis tripas
ya no dan más de sí sin probar bocado.
Partirían muy temprano, para emplear bien la mañana, así que se recogieron pronto
a dormir, deseosos de culminar con éxito esta última fase, y con ella, toda la aventura
de los bosques…
 
                            
 
Al día siguiente, con los albores, se encaminaron hacia el norte, en una dirección
que no habían tomado en días anteriores. De ahí que desconociesen aquel paisaje, a
excepción de los kramitas que, de tanto en tanto, solían alargarse un trecho por allí
para recolectar ciertos tipos de verduras silvestres y tubérculos que crecían sólo en
aquel emplazamiento.
Pero se aventuraron más allá -cuando podía ya contemplarse el sol redondo y
anaranjado, en su determinación de acompañarlos todo el viaje-, adentrándose en
terrenos que, de aquella compañía, sólo apenas conocía el cabeza de familia kramita.
Atravesaron un bosquecillo de almeces y abedules, y salieron a un dilatado y
hundido valle en cuyo lecho serpenteaba una corriente de agua sonora y decidida.
- ¿Es el mismo río que discurre por las proximidades de vuestra casa? -preguntó
Brances a la kramita.
- Supongo que sí, aunque por aquí corre más veloz y caudaloso -contestó Persty.
Bajaron al lecho, y siguieron transitando por la orilla izquierda buena parte del
trayecto, a los pies de las laderas del valle, repletas de abetos y pinos silvestres.
Por último, llegaron a una espaciosa explanada con medianas piedras diseminadas
aquí y allá.
- Éste es el llano donde estuvo Vrajant cuando niño -comentó Persty después de
hablar con él-. Desde aquí, el lugar de la piedra sagrada no está lejos, pero nadie ha
sido capaz de localizarlo en muchísimos lustros.
- Aparentemente, estamos como al principio: sin saber adónde dirigirnos -repuso
Brances al ver la escasa consistencia de las últimas operaciones que estaban
emprendiendo.
- Tú lo has dicho, Brances -le dijo Zenia-: aparentemente. Las apariencias pueden
ser fieles espejos de la realidad, o bien mostrar una imagen que se distorsiona en
nuestra mente, creando falsedades que han llegado a cambiar incluso el curso de los
acontecimientos de la historia de los hombres.
Si Brances quedó perplejo con el comentario de la joven, más aún lo hizo Banlot,
que sonreía complacido.
- Nunca estamos como al principio -añadió-, máxime si hemos recorrido antes un
sendero que nos acerca a nuestro destino, aunque desconozcamos dónde se alberga
éste.
Al hablarle así, el joven cayó en la cuenta de que, desde que compartía
nuevamente camino con los amigos de ella -sobre todo con Banlot-, se sentía
desplazado y difícilmente partícipe ya de la aventura de la muchacha. Sus propias
palabras e intervenciones eran, en ocasiones, maneras de disimular ese sentimiento de
aislamiento en el que se había sumido desde el día anterior.
Tomó la resolución, así pues, de no disimular más y callar si nada tenía que decir.
Pero, ante todo, permanecería junto a ella, disponible para lo que fuese menester y
cuando se le requiriese.
Así que, aunque hubiese querido preguntar qué hacer, se contuvo y esperó a que
los acontecimientos siguiesen su curso.
Se sentaron en las piedras, aprovechando para hacer un paréntesis, mientras el sol
se enorgullecía de alzarse surcando el cielo frío del asentado otoño. En aquella
pradera, el viento soplaba helado.
No se prodigaba mucho la inspiración, ya que todos se mantenían muy callados,
inmersos en sus quehaceres mentales.
- El sitio debe ser similar a éste -Zenia pensaba en alto- y con una roca como éstas,
o quizá mayor, con la inscripción. Persty, pregúntale a Vrajant si conoce otros lugares
cercanos parecidos a éste.
Al poco, la kramita respondió:
- No lo recuerda bien. Cree que sólo vio éste, pero es muy probable que la zona
tenga más formaciones rocosas, característica de este paisaje geológico.
Zenia creía encontrarse en un callejón sin salida. La mujer, al percatarse por el
gesto ceñudo de la joven, le dijo resueltamente:
- No, mi niña, no te obceques. Todo es más simple: habla con tus nuevos amigos.
Así era, y la joven volvía a ver una puerta cerrada donde varias ventanas se abrían
de par en par.
Se fue relajando, a medida que iba integrándose en la energía del espacio que la
rodeaba.
Cerró los ojos y acabó de calmarse, que desear algo con demasiada intensidad es
el peor freno para su consecución…
Cuando volvió a abrirlos, vio un verde y lozano acebo frente a ella, en el linde
opuesto de la planicie, que la llamaba poderosamente.
- ¿Qué sabes del acebo, Brances? -preguntó.
El joven no esperaba esa pregunta, pero menos todavía que se dirigiese a él.
- ¿El acebo? -el muchacho llevó su mirada al lugar donde se dirigían los ojos de la
joven-. El siempre perenne acebo es un árbol sagrado que representa la inmortalidad.
Sus hojas, eternamente lustrosas, verdosas y brillantes, combaten la tristeza de las
largas noches del invierno, en el que la mayoría de los árboles se han desnudado de
sus hojas. Protege de las influencias malignas, resistiendo ante el paso de las
estaciones, inmune a la muerte del invierno caduco.
- ¿Son guardianes de la vida? -preguntó la joven.
- Así es, mi dama… -contestó Brances contemplándola.
Zenia respondió a su mirada y, durante unos segundos, volvió a discurrir entre ellos
la potente corriente de vibración del día anterior. Ello la impulsó, completamente
decidida, a acercarse al arbolito y hablarle con seguridad y respeto:
- Dime, sagrado guardián, ¿dónde se ubica la piedra del enigma?
Zenia no imaginaba de qué forma podría darle respuesta, puesto que las hojas del
acebo, duras y espinosas en su parte baja, no podrían agitarse por efecto del viento,
que en aquellos instantes, además, se ausentaba.
Un alcaudón real gris perla, blanco nevoso y negro azabachado cantó en el extremo
alto de la copa del árbol, y elevó el vuelo en dirección recta, alejándose de allí.
- ¡Es aquella dirección! -les dijo a sus compañeros la joven-. El ave nos lo ha
indicado.
Ninguno puso objeción, porque confiaban en ella. Por otro lado, tampoco disponían
de alternativa alguna.
Banlot, que en todo momento se había mantenido al margen, no pasó por alto, no
obstante, cada uno de los quehaceres de la joven.
Reanudaron la marcha, buscando por la orilla del río algún tramo que les facilitase
atravesarlo, ya que el pájaro cruzó el río rumbo a la otra orilla.
- Ahora comprendo la dificultad para llegar al sitio -repuso Persty cuando
comprobaron el peligro que entrañaba cruzar el río-. Desde aquí no se divisa, ni río
arriba ni río abajo, trecho alguno que no contenga estas aguas inquietas y peligrosas.
Otro escollo en el camino: las aguas corrían vertiginosas y entre rocas, cauce abajo.
Zenia y Banlot se miraron, recordando el fatídico día de su forzada separación, en el
que un torrente mucho mayor los llevó por delante.
Mientras indagaban cómo hacer para pasar al otro lado, el joven Alard abrió su
holgado zurrón y sacó de él una soga de grueso esparto. Cuando la fue desenrollando,
todos lo miraron impresionados por el temple que manejaba en aquella situación.
Su padre le comentó algo, y conversaron durante unos minutos. La kramita explicó:
- Alard, este hijo que tenemos tan aventurero, al parecer está familiarizado en
cruzar ríos así, y hasta riadas como la vuestra si hiciese falta… -movió la cabeza en un
gesto negativo-. Cualquier día nos da un disgusto; la providencia no lo quiera…
Con una destreza fabulosa, el joven kramita lanzó con fuerza e ímpetu la cuerda por
encima del cauce, quedando felizmente enganchado el pulpo de hierro asido en su
extremo a un árbol pegado a la otra orilla.
Amarraron a conciencia el otro extremo a otro grueso árbol junto a ellos, y el joven
comenzó a cruzar colgado del sólido y resistente cordel. Tras algún momento de
tensión, en el que se le escurrieron los pies en las aguas por vencimiento de la cuerda,
puso pie en la otra orilla.
Todos aplaudieron dichosos.
Desde allí, tensó mejor la cuerda, afianzando el artilugio de hierro. Y lanzó el
extremo de otro cordel, de tal manera que cuando fuesen pasando, lo llevarían atado a
la cintura, por si en nefasta coyuntura se soltasen del primer cordel. Así, las aguas no
los tragarían río abajo y podrían tirar de ellos y rescatarlos.
Así pues, comenzaron a traspasar el ancho cauce: primero Persty y Zenia; tras
ellas, el kramita, Banlot y, por último, Brances.
Dejaron la cuerda clavada para cuando retornasen y entrecruzasen nuevamente el
río.
Continuaron el trayecto trazando una diagonal muy cercana, casi paralela, al
discurrir del torrente, según el vuelo del alcaudón guía.
El penetrante aroma de los pinos que atravesaban les infundía una vitalidad y
empuje que los reconfortaba, ante la incertidumbre de cada paso que daban…
 
                            
 
Tras una hora más de camino, otearon un claro en el margen izquierdo de la ruta
que llevaban.
Al acercarse, Zenia se quedó boquiabierta al ver que se trataba de otro prado,
salpicado de enormes piedras dispuestas de igual forma a aquellas que Banlot y ella
encontraron, antes de su ensoñación con el hermano del firmamento y de la caída del
rayo.
Estaba dispuesto en el centro, como en aquella otra situación, un ara de piedra.
Buscaron, inquietos, alguna inscripción grabada en cualquiera de aquellas rocas
enormes. Todas eran graníticas y rugosas, pero ninguna mostraba la más mínima
hendidura inteligible.
Zenia se acercó a la mesa pétrea central, y allí vio algo…
- Está grabado en el altar -dijo.
Los demás se acercaron de inmediato.
- Traduce, Persty, por favor… -pidió la joven con emoción.
Los tres kramitas se colocaron mirando al norte geográfico, de tal forma que leían el
rectángulo de piedra a la perfección, desde una de sus bases menores.
- Es kram, pero bastante arcaico… -comentó inicialmente la mujer-. El texto es el
siguiente:
«El río discurre, aguas abajo, hasta llegar al sol. No frenes su discurrir, que si lo
haces, te desbordará. El río va arrastrando las piedras del camino, erosionándolas.
Todos los ríos alcanzan la mar…
Zenia apuntaba cada palabra, para poder analizarlo y estudiarlo todo después.
Ya lo tenían, así que sólo les restaba regresar, puesto que poco hacían ya por
aquellas tierras. Pero antes, Vrajant instó a todos al recogimiento en aquel lugar,
sagrado para ellos y sus ancestros.
Se silenciaron todos, lo que les hizo percatarse del impresionante peso del lugar.
Notaron cómo sus mentes eran inundadas por una potentísima energía que no dejaba
cabida a pensamiento alguno.
En medio de aquel imponente silencio, Vrajant entonó unas palabras que, según
comentó luego Persty, eran una especie de oración de agradecimiento.
Al terminar, aún silenciosos, se alejaron del lugar, retornando entre los abetos y los
pinos…
 
                            
 
Cuando llegaron al cruce del río, cuán grande fue su estupor al ver que la cuerda
había sido cortada y el enganche del árbol sacado de éste y destrozado.
- Pero, ¿quién ha podido hacer algo así? ¿Y para qué? -se preguntó la kramita
llevándose las manos a la cabeza-. No ha sido para utilizar la cuerda, porque está aquí
toda rota.
Banlot, que hasta entonces había permanecido muy callado, habló:
- Estad alerta, amigos. Nuestra insensatez en un momento tan delicado nos ha
pasado factura. Hemos de ser muy cautos, que oscuras intenciones andan al acecho…
- Estamos más próximos que nunca del final -interpuso Zenia-. Y, así mismo,
tendremos más oposición que nunca para conseguirlo…
Un viento gélido les recorrió a todos la espalda, y miraron asustados a cada rincón,
en busca de sombras…
- El miedo tampoco es buen compañero de viaje cuando ronda la noche del alma…
-añadió el anciano mirando a la joven.
Desolados, cavilaron la manera de acometer el cruce del río.
Alard aún conservaba el segundo cordel, pero no tenía enganche, así que no habría
manera de cruzarlo por el cauce. Aparte, atravesar con tan sólo una cuerda y sin la
más mínima sujeción de seguridad, multiplicaba considerablemente el riesgo.
Después de admitir que no había forma alguna, razonablemente segura, de
atravesar tan movido y grueso río, se concentraron en la única posibilidad que tenían, y
en último término decidieron utilizar los escasos medios que les quedaban.
Ataron con consistencia una piedra a uno de los extremos de la soga. El muchacho
kramita, con la destreza que lo determinaba, lanzó la piedra, procurando engancharla
entre las ramas de un fuerte abeto que eligieron entre los más cercanos de la orilla
contraria.
Al tercer intento, se asió fuertemente.
El primero en cruzar para constatar la resistencia de la cuerda fue el joven kramita,
que avistó la otra orilla sin mayor complicación.
A continuación, la mujer kramita -siempre la más temerosa-, consiguió arribar, no
sin gritos y sustos.
Cuando le tocó el turno a Zenia, se colgó con valentía del cordel, avanzando poco a
poco.
Banlot no le quitaba ojo, a medida que atravesaba por encima del lecho. No
presentía nada bueno…
Un ruido sordo se escuchó en lo alto de la ladera en la que aún se encontraban los
tres hombres. Al dirigir todos la mirada a la cima derecha, el ruido se fue transformando
en un rugido, y vieron aterrados cómo un tropel de grandes rocas se abría paso entre
árboles, tierra y piedras, a los que arrastraba con ellas a su paso.
- ¡Apresuraos y corred hacia arriba del río! ¡Rápido! -les gritó el anciano a Brances y
a Vrajant.
Y mirando hacia el otro margen, añadió voceando:
- ¡Y vosotros dos, alejaos cuanto podáis de vuestra orilla!
Todos salieron corriendo precipitadamente en las direcciones que les aconsejó el
hombre.
Todos… excepto Brances.
Éste, antes de que tan siquiera hubiese reaccionado nadie a los gritos de Banlot, ya
se había abalanzado hacia la cuerda, avanzando por ella a una velocidad
desenfrenada y acercándose a toda marcha a la muchacha, que colgaba en mitad del
furioso río, bloqueada y sin acertar a dónde ir.
- Pero, ¿qué haces, imprudente? ¿Estás loco o qué…? -bramó el anciano.
Quiso ir tras él, pero temió que el cordel no pudiese aguantarlos a los tres y la
tragedia fuese segura.
Mientras tanto, la avalancha de piedras, despojos de árboles y tierra había recorrido
gran parte de la ladera oriental y estaba tan sólo a unos metros en dirección al río.
Banlot, en su desesperación y ante la fatal idea de morir los tres sepultados, tuvo
que optar por aquello a lo que se había negado rotundamente a hacer hasta ahora si
no era en verdad apremiante e inapelable, como estaba siendo el caso en aquella
tremenda situación.
Con el largo báculo de madera de cerezo en su mano izquierda -con el que solía
andar los caminos-, dio un golpe en el suelo, y con una voz bronca que retumbó en
todo el valle, habló en un idioma extraño lleno de sonidos oclusivos y opacos. Lo hizo
mirando fijamente las rocas y levantando con firmeza la palma de la mano derecha
hacia ellas.
Las rocas, milagrosamente, siguieron su desplazamiento hacia abajo del monte
pero a una velocidad aminorada, y algunas hasta quedaron paradas por el camino. Por
último, las que faltaban por detenerse acabaron rodando incluso hasta la orilla, pero
frenando suavemente al caer sobre los guijarros.
Se dio media vuelta para ver cómo se encontraba la pareja. Brances tenía agarrada
ya a la joven, que intentaba proseguir avanzando por la cuerda.
Y todo sucedió en apenas un segundo…
Ambos cayeron al agua junto con la cuerda, que se aflojó y cayó con ellos…
Zenia gritó al caer, justo en el instante en el que vio que, en la orilla a la que se
dirigían, de pie y con los brazos en jarra, le sonreía con mirada despiadada e
implacable el mismísimo Mentur…
El río empujó a toda velocidad a los jóvenes, llevándoselos por delante río abajo,
mientras Banlot, impotente, los veía desaparecer…
- No, de nuevo no… -murmuró desesperado.
Miró enfrente, y allí se percató él de la presencia de Mentur, al otro lado del río.
- ¡Maldito…! -vociferó el anciano al hombre, que persistía en su sonrisa maliciosa-.
¡No lo conseguiréis! ¡Su poder es mayor que el vuestro…!
Lo amenazaba con su báculo. El hombre se giró y desapareció entre los árboles.
Banlot se sentó en uno de los peñascos que habían caído en la orilla, y se cubrió el
rostro con las manos…
La oscuridad, traicionera y persistente, había ganado la partida…
 
                            
 
Vrajant… extraviado. Persty y Alard… al otro lado del ya infranqueable río, si es que
habían permanecido juntos. Y Zenia y Brances… desaparecidos, en el mejor de los
casos, porque en el peor…
- Banlot -le pareció escuchar una voz, pero estaba tan hundido en sus
apesadumbrados y abatidos pensamientos, que creyó haberlo imaginado.
- Banlot, valah shustrasim aum hanter chis prustum.
Alzó la mirada, y allí vio a Vrajant. Se levantó y fue a abrazarlo…
Se preguntaron qué podrían hacer en tan estremecedora tesitura: ir en busca de los
jóvenes río abajo, o ver la manera de atravesar el cauce e ir tras los otros dos kramitas
para aunar fuerzas en la búsqueda de los muchachos.
Se inclinaron por la segunda opción, cuando vieron aparecer frente a ellos y al otro
lado del río, justamente a los dos kramitas.
Madre e hijo les sonrieron.
- ¡Gracias al cielo que estáis a salvo! -gritó la mujer-. ¿Y los chicos? ¿Dónde están?
El grave semblante de Banlot la angustió.
- Cayeron río abajo -respondió el hombre.
- ¡Oh, no…! -la kramita se tapó la cara en un gesto de amargura.
Alard la abrazó para consolarla.
- ¿Los arrastraron las piedras? -Persty temió lo más fatídico.
- No, las piedras no llegaron al río -contestó el anciano alzando la voz para que le
oyese-. Cortaron la cuerda y cayeron.
- Pero, ¿quién ha podido cometer esa crueldad?
- Con toda certeza fue Mentur, porque se encontraba justo en aquel momento en
esa orilla -le dijo el anciano señalando donde estaban ellos dos.
- ¿Cómo sabes que era él? -se extrañó la mujer-. Tú no lo conocías.
- Sí, sí llegué a conocerlo cuando estuve en Vrendor -respondió Banlot de lejos-. No
quise comentárselo a Zenia para que no se preocupase. Cuando vi la primera cuerda
cortada, imaginé que deambulaba por aquí.
- Ay, mi niña, ¿qué habrá sido de ella? -sollozó la kramita.
- Si te sirve de alivio, mujer -le dijo el anciano-, cuando caían e iban río abajo con la
corriente, Brances no la soltó, resguardándola con su cuerpo.
- Ese muchacho se ha convertido en su segundo ángel protector cuando tú te
ausentas, Banlot.
- Sin duda…
Puesto que no veían la manera de cruzar el río hacia un lado u otro, sólo se les
ocurrió caminar cauce abajo en busca de los jóvenes, cada uno desde su orilla.
Todo el primer trecho permitía seguirse sin problema con la vista, de uno a otro
margen, puesto que los lindes bajos de ambas laderas no eran muy frondosos.
Fueron bajando ágilmente por los dos bordes del río, mientras de tanto en tanto
iban llamando a los muchachos.
Pasó largo y fatigoso rato… y nada.
Hicieron un breve paréntesis para comer algo y reponer fuerzas, y continuaron el
rastreo.
El río seguía bajando con el mismo estruendo y exaltación que en la parte alta.
Por otro lado, los kramitas y el anciano sabían que, cuanto más se dejasen caer
corriente abajo, más se distanciarían del hogar kramita, y apenas si venían preparados
para alejarse poco más de unas horas.
Y así pasó alguna más, hasta que el torrente se fue tornando más calmo y liviano.
Banlot y Vrajant se atrevieron a cruzarlo por este nuevo tramo, donde el agua casi
les cubría, pero la corriente era lo suficientemente manejable como para poder evitarla
y nadar hasta la otra orilla. Allí, Persty y Alard los recibieron con gran alborozo,
abrazándolos.
Encendieron una rápida hoguera para poder secar en todo lo posible las ropas
mojadas del anciano y el kramita, antes de regresar.
- Pero no podemos dejarlos aquí, Banlot -lloró la mujer.
- Escúchame, Persty -le dijo Banlot, con expresión muy grave y mirándola a los
ojos-. Aquí no podemos hacer hoy mucho más. Las aguas están bastante más
reposadas, así que si siguen vivos y han llegado hasta aquí, hace tiempo que ya no se
encuentran en el río. Y si perecieron o perdieron el conocimiento, pueden encontrarse
incluso mucho más abajo, y no venimos preparados para pernoctar por aquí al ras, que
las noches se adentran ya en el otoño húmedo y ventoso.
La mujer bajó los ojos, entristecida.
- El sol no tardará en ocultarse -continuó explicándole-, así que deberíamos
apresurarnos en volver, descansar y organizarnos para volver aquí mañana si no hay
ninguna novedad, y continuar descendiendo por el cauce hasta que demos con ellos o
hasta que el río amaine más aún y comprobemos que no han podido ir más abajo. Si
seguimos sin localizarlos, volveremos a subir pero adentrándonos por los lindes a cada
lado. Y además traeremos, amén de otras cosas, instrumentaria especializada y segura
para cruzar el río cuantas veces haga falta.
A Persty le costaba sobremanera aceptar la idea de esperar hasta el día siguiente
para seguir con la búsqueda.
- Y si andan por aquí, ¿cómo van a poder pasar ellos la noche? -preguntó
compungida.
- Por lo que he podido constatar -contestó Banlot con convicción y confianza-,
Brances es un joven de amplios recursos y enorme valor, y está familiarizado con el
bosque y sus secretos. Y bien sabes ya que nuestra querida amiga posee el don de
comunicarse con los habitantes del bosque. No estará sola, te lo aseguro.
- Pero, ¿y si no han salido del río? ¿Y si… ellos… han… -cada vez estaba más
acongojada.
- … muerto? -el anciano acabó la frase con la nefasta palabra que la mujer no quiso
ni pronunciar-. No puedo demostrártelo, mi buena amiga, pero sé con toda certidumbre
que ella respira ahora mismo como tú y como yo.
- ¿Cómo puedes estar tan seguro? -dijo la kramita casi reprendiéndolo.
- Todos estamos conectados por finas corrientes de energía -empezó a ilustrarle el
hombre-. Y las vibraciones de las partículas que nos conforman pueden viajar en el
tiempo e incluso aventurarse en ir más allá de él, puesto que el tiempo y el espacio no
existen sino en nuestra mente, como recreaciones. Podemos comunicarnos, Persty,
estemos donde estemos; podemos percibirnos, si sabemos focalizarnos. Y yo la siento
aquí, viva…
El anciano se tocó el pecho con la mano, y miró a la kramita con una honestidad tal,
que la mujer esbozó una sonrisa, persuadida por sus palabras, y aún más, deseosa de
que no fuesen erradas.
Apagaron el fuego y retornaron apresuradamente, ya que el crepúsculo, y la noche
con él, les pisaban los talones a sus espaldas.
El recorrido final del camino de vuelta se hizo bastante arduo y penoso, puesto que
la noche se les echó encima, densa y oscura, sin el más mínimo asomo de la
menguante luna; y desconocían aquellas tierras. Persty comprendió los prudentes y
juiciosos razonamientos del viejo, perdidos en aquel lugar remoto e inhóspito, si se
hubiesen quedado a hacer noche.
Gracias a su tesón, consiguieron entrar en territorio familiar para los kramitas, cuya
visión en la oscuridad era tan audaz como la del rápido y regordete mochuelo, así que
pudieron moverse como pez en el agua hasta regresar al anhelado hogar kramita.
En cuanto llegaron, encendieron el fuego de la gran chimenea del salón para entrar
todos en calor, pues tenían el cuerpo casi entumecido.
Persty se dirigió luego a la cocina para preparar una copiosa y fortalecedora cena.
Banlot fue junto a ella para ayudarla y no dejarla sola.
- ¿Por qué? ¿Por qué la han elegido a ella? -preguntó la mujer sin entender-. Una
sencilla e inocente chiquilla que apenas sabía de la vida y que no estaba ni preparada
ni se merecía nada de esto.
- La vida, mi querida kramita -le contestó el anciano cariñosamente-, nunca te
pondrá pruebas ni situaciones para las que no estés capacitado. Puede llevarte, todo lo
más, al límite, pero siempre disponemos de los recursos necesarios para salir airosos
de cualquier aprendizaje de vida. No lo dudes, Persty, ella es la elegida.
Permanecieron en silencio el resto del tiempo y casi durante toda la cena, en la que
ninguno pudo apartar de la mente la triste y trágica suerte de la pareja.
Tras agenciar todo lo necesario para la gran batida del día siguiente, se acostaron
pronto porque los ánimos estaban demasiado debilitados.
Pero ninguno pudo apenas dormir. Y cuando lo hacían, las pesadillas aparecían
llenas de rocas derrumbándose o ríos rugiendo bajo sus pies…
13. Las Puertas de la Vida
 
 
 
 
 
13
 
Dos cuerpos yacían en la orilla, inertes, cuando el frío crujiente y cortante del ocaso
se abrió paso entre las altivas coníferas hasta llegar al lecho del río.
El aire acarició el rostro de ella… y despertó.
¿Dónde estaba? ¿Qué había ocurrido? ¿Cómo había llegado hasta allí?
Comenzó a incorporarse, vio el río, y su cuerpo dolorido le hizo reaccionar… y
recordar.
Las aguas truculentas, la sonrisa de Mentur, la corriente desenfrenada del río, las
inmersiones en el agua… y Brances.
Acabó de levantarse, rauda como un rayo, y buscó al muchacho con la mirada. Allí
lejos… allí había algo.
Se acercó corriendo precipitadamente. Era él, boca abajo, y quieto como un frío
peñasco.
Quiso imaginar que ocurriría como aquella vez, cuando él también la protegió al
caer aquel gran árbol en las tierras del viejo Jermy, usurpadas por el maléfico Mentur.
En tal caso, él estaría vivo…
Le dio la vuelta con cuidado y vio su rostro lívido, extrañamente inmóvil.
El corazón de la joven empezó a latirle con fuerza, y el miedo le atenazó la razón.
Se quedó impávida, sin saber cómo reaccionar. Su intuición, ésa que ya laboraba tan
bien, le decía que algo andaba mal, muy mal…
Sacó fuerzas de flaqueza y se enfrentó a la verdad, fuese la que fuese. Hizo como
entonces, en el bosque, y se apoyó en su pecho para escucharle el corazón.
No, no era posible…
Tomó su muñeca, tocó su cuello… Buscó por cualquier fragmento de su cuerpo
algún latido, alguna actividad, algún asomo de vida.
Debía estar allí, en algún recoveco, en cualquier célula de su bello cuerpo…
Pasaron los minutos, los más insoportables que la joven pudo padecer, pero no dejó
de renunciar a mover el cuerpo del joven y buscar lo que en él ya no se hallaba…
- No, no, no… -la muchacha no quiso aceptarlo, mas su negativa era a la misma
realidad.
Pero no podía rehuirlo por más tiempo: ya no albergaba ninguna duda.
Brances había muerto…
El joven, esta vez sí, de forma dramática y siniestra, había dado su vida por ella…
- ¡Nooo…!
Su grito desgarrador se oyó en el extenso valle, y los pájaros que dormitaban ya en
las ramas de los árboles alzaron el vuelo al unísono y llenaron el cielo con sus notas
tristes y apagadas.
Después… se hizo el silencio.
Y en el corazón de ese silencio se oyó el trágico llanto de una joven mujer desolada
en los albores del amor…
Tenía cogida su cabeza sobre el pecho, y las amargas lágrimas se le derramaban
hacia el rostro de él.
Los días vividos con él habían sido tan intensos, apasionados y profundos…
inolvidables. Pero ahora, en su tremendo dolor, no sabía si sentía todavía más no
haber sabido apreciar su coraje, su honestidad, su inteligencia, su bondad… todo al
servicio de su amor incondicional… hasta la muerte.
Había llegado a dudar y a fluctuar sobre sus propios sentimientos hacia él, creyendo
no corresponderle en la misma medida. Pero tal cosa sólo provocó la ceguera de no
ver con los ojos del alma el regalo que el universo le brindaba.
Ay, cuando un presente que la vida te ofrece no se valora en su justa medida, la
misma vida te lo puede arrebatar. Es más: en realidad, nunca te perteneció…
Y ya… cuando apreciaba demasiado tarde un amor escasa y difícilmente
alcanzable en esta vida, se le desgarraba el corazón por no poder besarlo y abrazarlo,
por no volver a ver esos ojos de mar azul profundo, por no poder gritarle cuánto, cuánto
lo amaba, cuántas cosas aún quería decirle, hacer con él, compartir con él, vivir con
él…
Lo que hubiese dado por llevar una vida normal junto a él, despertar cada mañana
con su sonrisa y con su abrazo, reír con él, llorar sobre su pecho, amar su fuerte
cuerpo masculino, mirarle en el abismo de sus ojos…
Ni con la desaparición de su querido Banlot soportó herida tan sangrante en el
espíritu, porque con su estimado amigo, en la profundidad de su ser, sentía una frágil
llama de esperanza… esa luz que orienta los pasos en la oscura noche hacia el
amanecer…
Pero, ¿qué amanecer podía quedarle ahora a ella? La muerte de su amado
apagaba todas las llamas de esperanza del mundo…
Sumida en su dolor, el tiempo iba transcurriendo y no se daba cuenta de que la
noche hacía rato que se había presentado en su visita rutinaria.
Su propia noche interna, más negra y desolada aún, la retraía hasta del frío helado
que comenzaba a dormitar junto al río.
Sólo cuando su cuerpo tiritaba sin control sacó su capa de cálida lana y, echándose
sobre el pecho del joven, se arropó con ella.
No quiso separarse de él, y sí recordar cada minuto que compartieron juntos…
Cuando la rescató del río y la asistió, cuando decidió acompañarla -bendita decisión-,
cuando la escudó al caer aquel árbol, cuando lloró durante el fuego, cuando se toparon
con los alces y con el shirim… Cuando se amaron en el lago violeta…
No pudo retener por más tiempo las exiguas lágrimas que le restaban y volvió a
llorar amargamente sobre él… hasta que el peso del llanto la fue venciendo… y
adormeciendo.
 
                            
 
Un rayo de fina luna incidió sobre su cara, y Zenia levantó los párpados hinchados
por el llanto…
Como un relámpago, recordó lo sucedido, y un agudo puñal se le clavó en el pecho.
Su cuerpo estaba tan aterido como su corazón, y apenas los sentía ya. Sin
embargo, le parecían tan densos y pesados… que no quiso ni moverse, con la mirada
perdida en la penumbra de la noche…
Y oyó el chasquear de una rama… y luego pisar sobre los guijarros de la orilla…
Pero prefirió no mirar. Ya no le importaba nada: ni los bosques, ni las shajas, ni las
puertas… Y si era Mentur, mejor que mejor, que acabase ya con todo porque todo
había fracasado.
Se acurrucó sobre el cuerpo de Brances y cerró nuevamente los ojos.
A los pocos minutos, notó que algo le daba empujoncitos en la espalda y se alejaba
unos pasos…
Abrió los ojos, algo asustada, levantó la cabeza y miró atrás.
Parecía un espejismo de la noche, producto de la brumosa luz de la luna recién
amanecida.
Se dio la vuelta del todo para verlo mejor, si es que era real…
- ¡Oh, eres tú…!
Se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas, y se quedó arrodillada delante de él
con el rostro oculto por las manos.
- ¿Para qué has venido? ¿Para recordarme nuestro amor…? -la muchacha negaba
con la cabeza-. ¿De qué me sirve salvar todos los bosques del mundo, si no puedo
salvar lo que más amo? ¿Por qué vencer a la oscuridad ha de tener un precio tan
elevado para mí…?
No deseaba mirarle…
- Creí llegar a entender de la vida, y ahora veo que no entiendo nada… -dijo en un
murmullo que se apagaba.
Y volvió el silencio de la noche…
Ella no se movió, pero él tampoco.
No dejó de mirarla con sus ojos, con su tierna mirada celeste…
- Mi shirim… ¿Qué haces aquí, tan lejos de tu hermosa gruta?
El animal se acercó a ella y le acarició con el hocico los cabellos dorados. Se
agachó y se sentó, para quedar a la misma altura de la joven. Ella respondió a sus
caricias mesándole el pelo corto y sedoso de su oscura cabeza.
Eso la sosegó instantáneamente, y consiguió respirar con menos dificultad.
Con sus ojos tristes y apagados, miró los de él, inocentes y cálidos.
Pero la pesadumbre seguía compungiéndole el pecho…
«No te aflijas, mi dama…», le susurró el shirim en su mente.
Se acordó de la última mirada de complicidad de Brances, delante del acebo,
cuando él la llamó así. Y eso la afligió aún más…
«En las últimas horas te han dado mensajes y secretos para cambiar hasta el curso
del universo…».
Zenia intentó comprender sus palabras.
«Sigues con el poder en tus manos… Y la oscuridad triunfará en la última batalla, si
permites que te haga creer que ese poder se desvaneció».
Temió que la última batalla ya la hubiese perdido, al haberle sido arrebatado su
mayor tesoro… Todo estaba perdido en su interior, y sólo quedaba desorientación y
derrota.
«Confía… Cada acontecimiento tiene un porqué y un para qué».
- ¿Y qué sentido puede tener que el valiente y generoso Brances ya nunca más
esté aquí…? -la joven proseguía con una gran desazón.
«Mucho más del que crees… Confía…».
- Estoy tan cansada… -dijo cabizbaja- de puertas, de objetos, de enigmas, de
dudas, de búsquedas… Ya no quiero averiguar nada más.
«No hay nada que averiguar; todo está aquí ya. Sólo siente…».
- Sólo siento dolor. No hay nada más en mi corazón…
«El dolor es un gran maestro».
- No quiero aprender nada de ese maestro -la joven puso cara de disgusto y
frustración.
«Pues si es así, existe otro maestro que instruye sin dolor… el maestro de
maestros… Cuando tú así lo decidas, aparecerá para guiarte».
- ¿Y qué hago, mientras, con este dolor…?
«Puedes transformarlo… con la espada de la voluntad».
- ¿Y cuál es ese maestro? -por primera vez la muchacha puso interés de veras.
«El amor…».
- Por amor sufro.
«No, mi bella dama. El auténtico y verdadero amor, el buen amor, jamás induce al
sufrimiento».
- ¿Y por qué sufro entonces?
«Porque dejaste de confiar en la vida y en ti misma… Porque vuelves a frenar el
fluir de la vida en ti… Es tu ego el que sufre, esa imagen que crees ser, pero que no
eres tú. El amor es lo único que puede librarte de tu sufrimiento, con la voluntad en sus
manos».
Zenia apenas sospechaba el trasfondo de las palabras del shirim, pero cuando se
percató, el corazón se le estaba amansando y su respiración era del todo reposada.
Acarició con sensibilidad la cabeza del animal, y entendió que su visita ni era casual
ni era banal.
- ¿Qué vienes a decirme, mi sabio Shirim? -miró en la hondura de sus ojos claros.
«Vengo a recordarte que, si pierdes tus pasos, todos estamos perdidos… Que nada
te ocurre para que sufras, sobre todo si no es tu voluntad… Que todo tiene siempre un
trasfondo noble y hermoso… No huyas de él».
A la joven se le volvía a escurrir entre los dedos el significado de su mensaje, pero
una luz volvía a prender en su interior.
«Acuérdate de las palabras de tu sabio y juicioso amigo y de las de tu amiga
alada… Ellos son los que te han dado las claves».
Banlot y la shaja de los arces…
«Y recuerda también que la muerte no existe…».
Zenia se quedó perpleja con aquella afirmación.
«No es más que una transformación… El ser continúa su andadura en otro estado;
y los seres nunca se separan. La prueba de ello está en tu corazón. Siéntelo ahí,
porque ahí vive y permanece».
El corazón de la joven tresla se aflojaba y se expandía por momentos…
«Sin embargo, no es el caso de tu amado».
- ¿No vivirá en mi corazón…? -Zenia no sabía qué quería decir.
«Siempre vivirá en tu corazón, pero no aún de esa manera».
- Entonces… ¿de qué otra manera?
«Como hasta ahora».
- Él está muerto. No puede ser igual…
«Sigue tus pasos, no te demores, que la felicidad está siempre detrás de cada
recodo. Nada existe, todo es pura ilusión. Y será como tú desees, tú eres la diosa de tu
propio universo, tú lo creas todo. Así que crea lo que tu corazón anhele…».
El shirim inclinó la cabeza hasta llegar al regazo de la joven, que lo acarició con
más mimo y delicadeza incluso.
Después de unos minutos de dicha que apaciguaron el malparado espíritu de la
joven, el shirim se levantó majestuosamente y la envolvió con su reluciente mirada.
Zenia presintió que había llegado la hora de la despedida.
No dijeron nada con palabras…
Ella sabía que era la última vez que lo vería en este viaje, pero no perdió la
esperanza de volver a encontrarlo, y no sólo con los ojos del corazón.
Se dio la vuelta el animal y se fue trotando entre suaves chasquidos de piedras…
 
                            
 
Cuando Zenia retornó a su soledad, la pena le atenazó nuevamente, pero se dijo a
sí misma que, ante todo, no estaba sola aunque lo pareciese.
Al menos, renacía en ella un impulso a actuar, y eso le dio ánimos.
Le vino a la mente el enigma y que lo había escrito y guardado en su macuto. Lo
sacó y, a pesar del agua del río, la tinta apenas se había corrido y podía leerse casi en
su totalidad.
En cualquier caso, ella lo recordaba bastante bien.
«El río discurre, aguas abajo, hasta llegar al sol. No frenes su discurrir, que si lo
haces, te desbordará. El río va arrastrando las piedras del camino, erosionándolas.
Todos los ríos alcanzan la mar…».
Procuró analizarlo, pero lo único que sacó en conclusión fue que el río, el sol, las
piedras y la luz eran símbolos o metáforas de aquello a lo que debía llegar.
El río era, sin duda, la columna vertebral del texto. Pero, ¿qué significaba el río?
No obstante, sabía que por ese camino no llegaría, porque la mente sólo es una
herramienta, un instrumento que si no está al servicio del corazón, flaco favor hace.
Decidió reposarlo.
Ahora se preguntaba de qué asuntos le habló Banlot que resultasen ser tan
relevantes. Desde la tarde anterior se había mostrado reservado, como acostumbraba
hacer cuando ella debía debatir entre sus siguientes pasos.
Lo primero que apareció en su recuerdo fue la breve conversación que mantuvo,
después de retornar del lago violeta, sobre su conexión con Brances. Sí, le habló de su
camino interno y externo.
Comprendió del todo, ahora sí…
El anciano le había prevenido de no desaparecer de ella misma, ni siquiera por la
persona a la que más amara.
Y como consecuencia de la muerte de su amado Brances, ella se había esfumado
en un segundo, había dejado de existir con su partida, todo se había desmoronado: su
misión y hasta su vida. Dejó de vivir, de discurrir como el río… y llegó a pensar que
había perdido todo su poder, al sumirse en su propia oscuridad.
Porque la shaja… ella también le habló de la oscuridad, de cómo habitaba en ella
misma, pero también de cómo en ella estaban el coraje y la fuerza.
Y esto, a su vez, le llevó a otras palabras más de su gran amigo… Aquello estaba
resultando ser una ristra concatenada de recuerdos.
Él le habló del miedo, mal compañero de viaje durante la noche del alma.
Las piezas iban encajando… El miedo y el sufrimiento ante la muerte la habían
hecho desaparecer en el centro mismo de la oscuridad, creyéndose derrotada en su
última partida…
Oh… Volvía la luz de la esperanza, aunque ignoraba qué sentido tenía en aquella
trágica y descorazonada situación.
Había algo por hacer, algo valioso y primordial, pero la luz de su intuición no
alumbraba más allá.
Miró la luna, delgada y de plata, que también la amparaba y acogía en su noche con
su misteriosa luz…
Retomó el enigma, a cuya resolución debía llegar con las shajas. Se le ocurrió que,
aunque los arces quedaban lejos, quizá podrían aventurarse hasta allí como el shirim.
No demoró más su disposición y decidió llamarlas.
Se acercó al cuerpo yacente de Brances y le besó los castaños y largos cabellos.
A continuación, desde esa orilla derecha del río, se dirigió a uno de los frondosos
abetos y, alzando la vista, le habló:
- Mi noble árbol, en ti habita una mágica shaja. Comunícale mi deseo de citar aquí a
la shaja del bosque de los arces; ella sabrá cómo hacerlo.
El abeto meció levemente sus ramas más bajas, y la joven esperó.
Se sentó bajo el árbol para refrescarse el corazón en su regazo… hasta que se
quedó adormecida…
Volvió a verla, delante de su rostro…
«Me has llamado…», le sonrió.
«Sí, mi querida shaja. Ha llegado el momento de resolver el enigma, y sin vosotras
no podré hacerlo».
«Bien, mi amiga. De momento, has dejado atrás otro escollo más, doloroso para ti…
aunque aún no lo has culminado del todo… Dime, ¿qué has averiguado?».
Zenia le habló del río, eje esencial del enigma, y de cómo ella, al dejar de discurrir
como el río, se había desbordado.
«¿Qué es el río, pues…?», preguntó la shaja.
La muchacha se quedó reflexionando y recordando a Persty decirle, en más de una
oportunidad, que no frenase el fluir de la vida.
«¿La vida…?», preguntó tímidamente.
«La vida es el río que va a desembocar en la mar…», recitó el pequeño ser.
Zenia miró el texto del enigma con ese nuevo enfoque.
«¿Y las piedras…? ¿Qué arrastra la vida y erosiona?», quiso averiguar la joven.
«¿Qué es lo que más se ha moldeado en ti en esta última etapa de tu vida?», le
preguntó la shaja.
La tresla no tardó mucho en contestar:
«Mi carácter, mi personalidad…».
«Lo externo a tu esencia, tu caparazón durante tu camino, que cuanto más
erosionado y moldeado esté, cuanto más flexible sea, antes correrá aguas abajo y más
fácil y rápido llegará a su destino».
«Aguas abajo…», murmuró la joven.
«…hacia tu interior», explicó la shaja.
El mosaico del enigma iba completando sus teselas.
«¿Y el sol…?», le faltaba poco al enigma, «¿qué significa el sol?».
«¿Qué significa el sol para la vida?», la shaja siguió contestándole con
interrogantes.
«El sol da la vida. Sin él, no existiría ésta, no habría nada vivo sobre la faz de la
tierra. Es la fuente de la que bebe la vida», dijo Zenia inspirada.
Estaba a punto de culminar la simbología.
«¿Y el destino del río, de la vida…?», se preguntó ella misma. «La muerte, que al
final es la luz. ¿Eso es así?».
«La vida no lleva a la muerte, sino directamente a la luz, a la conciencia, de donde
procede el ser», afirmó la shaja.
«El shirim dijo algo parecido», recordó la muchacha. «En realidad, nunca dejamos
de existir…».
«Son estados de los que podemos ir y venir», aclaró la pequeña criatura.
Zenia volvió al texto, y releyó:
«La vida discurre, hacia tu interior, hasta llegar a la fuente. No frenes su discurrir,
que si lo haces, te desbordará. La vida va arrastrando la personalidad del camino,
moldeándola. Todas las vidas alcanzan la conciencia…».
La shaja y ella se miraron sonrientes.
«¿Y ya está? ¿Todo acabó?», preguntó la muchacha desconcertada.
«Todo acabó en tu mente, mi amiga», le contestó el ser luminoso, «pero ahora, tras
la interpretación del enigma y su significado, has de resolver el tuyo propio. O más bien
realizarlo…».
La joven sentía que algo relevante y significativo se aproximaba…
«¿Qué he de hacer?», preguntó Zenia con ímpetu.
«Yo no puedo decirte eso… Cada paso que das es una decisión, y sólo tú has de
tomarla», le dijo la shaja. «Sólo recuerda lo que te dije sobre la magia del amor…».
Se alejó un poco de Zenia, con sus alas metalizadas por la luna; llegaba el
momento de su partida. La joven sólo dijo:
«Gracias… por todo».
La shaja le regaló una ancha sonrisa, y sus alas se iluminaron. Se fue volando y se
escurrió entre pinos y abetos…
Y ella se despabiló…
 
                            
 
Otra vez sola…
El frío de la noche le congelaba los huesos, pero debía resistir hasta el final, que
parecía asomar ya por el horizonte…
¿La magia del amor…? ¿Qué fue exactamente lo que le dijo la shaja bajo aquel
arce?
No dio con la respuesta, así que volvió a la orilla y se arrodilló junto a Brances.
Miró su rostro a la luz de la luna: era plácido y profundo, como sus ojos cuando
tuvieron vida.
- La muerte no existe… -dijo en voz alta la joven recordando los mensajes del
shirim-. El ser continúa y los seres no se separan nunca.
Seguía cavilando… Las palabras de Banlot, del shirim y de la shaja nunca eran
arbitrarias ni vacuas.
- Soy una diosa capaz de crearlo todo -siguió ordenando en su mente las palabras
del shirim-. Crea lo que tu corazón anhele… Y yo, ¿qué anhelo, Dios mío?
Oteó el cielo y lo vio cuajado de estrellas, que aquella noche cedían su brillo
exultante a la reina luna.
- ¿Qué puedo anhelar yo… sino que retorne mi amado a la vida, que regrese aquí?
Se quedó empapándose de sus propias palabras…
- El amor, sí… -la memoria se le refrescó-. La magia del amor abre todas las
puertas de la vida…
Miró el cuerpo dormido de Brances y volvió a repetir:
- Las puertas de la vida…
Sintió una enérgica fuerza en su interior y un poder inexplicable invadió su pecho.
¿Acaso podría ella…?
No, no, eso no era posible.
Pero… ¿qué locura era aquella? ¿Por qué pensaba en esas cosas?
Y en ese trance, la luz de la luna declinó y todo el paraje quedó en penumbra.
Zenia, estremecida, alzó la vista al cielo, pero tan oscuro estaba que no pudo
entrever si se trataba de alguna nube.
La oscuridad…
La luna la alertaba.
Pero, ¿de qué? ¿Por qué todo se oscureció? ¿Qué iba a ocurrir ahora?
La joven miraba a todos lados presintiendo algo… ¿Estaría Mentur de nuevo al
acecho?
Así transcurrieron varios minutos eternos. A Zenia la atenazaba una angustia cada
vez mayor.
Era incapaz de borrar de su mente la imagen de la sonrisa harpía de aquel hombre.
Creía verla detrás de cada árbol.
El miedo le oprimía el pecho. Tan indefensa se sentía…
Se escuchó un alarido espeluznante en la noche, y con él, la joven salió corriendo
despavorida hacia el bosque de coníferas de la ladera.
Pero antes de internarse en él, miró hacia arriba y vio sobrevolar sobre su cabeza, a
tan sólo unos centímetros, las grandiosas alas de un búho real.
En una décima de segundo se protegió la cabeza con las manos y se agazapó,
justo cuando el ave rapaz surcaba casi a ras del suelo. Remontó el vuelo y se alejó allá
arriba hacia la sombra de la luna.
Lo que acababa de ocurrir la mantuvo pegada al suelo, sin poder moverse y sin
saber qué hacer. No comprendía lo que pasaba, y aquel pájaro nocturno con su
terrorífico grito se le antojó un enviado de la oscuridad para congelarle la sesera… Y
diantre que lo estaba consiguiendo.
Las ideas se le apelotonaban en la cabeza, que estaba a punto de explosionarle. Ya
no lo soportaba más…
Fue decidida hacia el río, se quitó el calzado y metió los pies en el agua helada. Se
agachó y tomó un poco del agua fría para echársela en el rostro. Y se sentó sobre una
roca en la orilla.
Ratificó que, ciertamente, el miedo se tornaba mal compañero en circunstancias de
ese calibre…
En la noche del alma… No había reparado en aquellas palabras de Banlot, pero
ahora se preguntaba en qué consistía exactamente esa noche.
Una vez, el anciano le había dicho que tal como es arriba, es abajo; y tal como es
afuera, es adentro. La luna se oscureció afuera y le embargó el temor adentro… ¿O fue
al revés?
Y vio la luz a sus pesquisas…
Ella había vuelto a dudar de su poder, y entonces la oscuridad se cernió sobre su
mente… Hasta le pareció ver a Mentur tras cada árbol. Llegó a creer en su presencia y
estuvo a punto de aparecer, sin duda, puesto que con su energía mental lo atraía,
como antes había atraído que se apagase la luna.
La oscuridad estaba afuera porque dentro de ella habitaba… dejándose vencer por
la vacilación y la desconfianza.
Hasta llegó a recordar ahora unas palabras sobre el miedo que el mismo Grest, uno
de los hermanos del corazón de la tierra, les dijo a Banlot y a ella cuando lo conocieron;
se le habían quedado muy marcadas. La oscuridad se alimenta del miedo; por ello, no
la temáis.
Se abstrajo del exterior cerrando los ojos.
Buscó dentro, muy dentro, esa paz que había quebrantado y que ahora parecía
volver a rebrotar ante ella…
Y tomó una firme decisión.
Pero en su flamante determinación, le flaquearon las fuerzas cuando el chillido del
ave nocturna irrumpió en la paz rebrotada de la joven.
La divisó entre la penumbra, suspendiendo su débil sombra en dirección al lugar
donde yacía Brances. Se le helaron las entrañas cuando sospechó las intenciones del
siniestro pájaro.
Llegó en un soplo al sitio, en el momento en el que las garras cubiertas de plumas
del animal se posaban sobre el cuerpo sin vida del muchacho.
Su pico ganchudo y puntiagudo no llegó a desgarrar su objetivo, porque la fiereza e
ímpetu que surgieron de la tresla amedrentaron de tal forma al ave, que se levantó por
encima batiendo con fuerza sus interminables alas y rasgando el sosiego de la noche
con sus escalofriantes gañidos.
- ¡Aléjate de él…! -gritaba desafiante la muchacha interponiéndose entre el joven y
la sobrecogedora rapaz-. ¡Ni lo toques! ¡Vete!
Los casi dos metros de envergadura sobre su cabeza y los dos largos mechones de
plumas de las orejas, junto a su mirada feroz anaranjada y relampagueante, no
conseguían amilanar a la joven, que acabó ahuyentando al gigantesco pájaro.
Éste se ocultó en el bosque de coníferas.
Zenia, presta, cogió el macuto de sus objetos y buscó, angustiada, el racimo de
frutos del árbol de la Bella Sonrisa. Su instinto le trajo a la memoria el consejo de Friha,
el espíritu del ombú, sobre la oportuna utilidad de sus bayas venenosas.
Desgajó algunos de los pequeños frutos circulares y los colocó a unos metros de
donde se encontraba. Volvió junto a Brances, y aguardó.
No se demoró el gran búho en regresar a por sus presas, pero permaneció
sobrevolando en círculos unos segundos, hasta que se posó sobre las piedras de la
orilla.
Su mirada, afilada entre las sombras, hacía temblar de pies a cabeza a la
muchacha, que esperaba con impaciencia que el animal cayese en su sencilla e
improvisada trampa.
Al fin, la más grande rapaz nocturna se alargó a grandes saltos hasta donde
estaban las bayas y, tras olisquearlas, se las zampó unas tras otra.
Con el corazón en un puño, la joven tresla ansiaba verificar algún significativo
cambio en el comportamiento del animal.
Entonces, el ave extendió y sacudió sus alas, a la vez que removía altiva su cabeza,
remontando el vuelo y cerniéndose sobre el lugar donde estaban los jóvenes.
Pero su vuelo se tornó irregular y sus estruendosos gritos volvieron a irrumpir en el
valle.
Tras unos minutos de aleteos anómalos y discontinuos, el ave se fue alejando entre
chillidos de protesta que surcaron el páramo.
Su eco, rebotando en el valle, le pusieron los vellos de punta a la muchacha: se
asemejaba tanto a la voz de Mentur…
Zenia no volvió a escucharla ni a verla. Sabía, a ciencia cierta, que no volvería
jamás.
Paradójicamente, los frutos del árbol que él había utilizado como catalizador para
hacerles perderse en el laberinto de aquellas tierras de Vrendor y poder derribar aquel
árbol sobre ellos, ahora parecían alejarlo definitivamente de la luz…
 
                            
 
Cuando retomó su decisión -abortada por los ataques de la rapaz de la oscuridad-,
se arrodilló ante el cuerpo de Brances.
Las últimas palabras revivieron: el amor, con su magia, puede abrir las puertas de la
vida…
Todo el lugar se encendió con una luz de nácar, más blanca y pura que antes de
oscurecerse; la luna volvía a relumbrar sobre el río. La serenidad se reflejaba en el
rostro de Brances, y eso le dio el arrojo que precisaba.
Puso sus manos sobre el pecho de él, tal como aquel día en el bosque bajo el árbol
caído, en el que el joven terminó reanimándose.
«Reanimarse dista mucho de revivir…», la mente se le volvía a llenar de
mortificantes pensamientos. «¿Cómo puedo atreverme a tocar algo tan sagrado como
la vida…?».
- ¡Basta ya! ¡Atrás, oscuridad! -gritó en mitad del silencio sepulcral de la noche
tapándose los oídos.
No quiso atender los lóbregos y sombríos pensamientos que atenazaban su
debilitada mente aprovechando cualquier resquicio de duda.
Retiró una de sus manos del cuerpo de él y la llevó al centro de su pecho.
Y le habló…
Le habló de cada minuto que compartieron, desde que ella abrió los ojos y lo vio por
primera vez cerca de su cabaña, hasta que la protegió al caer al río y después ella
perdió el conocimiento.
Pasaba el tiempo, mientras relataba cada detalle, cada gesto, cada caricia, cada
mirada grabada en el corazón…
Cuando acabó, sintió una fuerte presión en las manos, acompañada de un intenso
calor…
Y una ventana se le abrió en la mente, y vio con los ojos del espíritu lo que durante
muchos años le había sido vetado.
Las shajas no habían querido hablarle entonces de aquello, y las palabras del
primer encuentro con la shaja del arce cobraron total sentido: había vuelto a
desarrollar y conectar con aquella fuerza trascendente…
Se vio a sí misma tan pequeña, correteando sola por su Bosque de Plata y riendo,
jugando y parloteando con sus amigos, los habitantes del bosque…
Le entusiasmaba correr detrás de las shajas de sus amadas hayas, con sus alas de
plata, o tras las de los castaños, más pequeñas y de alas de oro… pero las de las
ninfas del lago cercano eran sus predilectas.
Y gustaba de trotar a lomos de su animal preferido en el bosque… Era él, el de la
mirada aturquesada, sobre el que su cuerpecito de niña se acurrucaba y, asiéndolo por
el blanco y alargado cuello en un abrazo, la llevaba a los confines perdidos de la
foresta, con su preciosa y libre melena dorada al viento perfumado de la espesura. Su
amado shirim la custodiaba y protegía allá donde ella fuere…
Pero ahora, se le abría otra imagen terrible y recóndita en su tierna memoria infantil.
En ella, un ruido breve y opaco silenciaba repentinamente los sonidos musicales del
bosque, y ella corría en pos del lugar al que sus amigos del bosque la guiaban.
Y allí estaba, agonizante, aquel retoño de ciervo, que al llegar la miró con mirada
inocente y suplicante, muriendo ante sus ojos.
La mano negra del hombre había sido la causante de su muerte, y ella en su
cándido corazón se sentía corresponsable de aquella desgracia. Por aquel entonces,
había escuchado hablar de unos cazadores desaprensivos e indeseables que estaban
masacrando, sin ninguna piedad, varias de las especies habitantes del bosque.
Pero lo que más nítidamente rememoró fue cuando se acercó al cuerpo del
cervatillo y, sin saber por qué lo hacía, colocó sus manitas sobre él, deseando con
todas sus fuerzas y con todo su amor volver a ver esos inmensos ojos salvajes llenos
de vida.
El pequeño, después de un rato intenso, iba moviendo sus cortitos miembros y
abría los ojos con una mirada que, hoy por hoy, Zenia nunca volvería a olvidar…
En estos momentos, seguía con una mano sobre el pecho de Brances, y todos
aquellos excepcionales recuerdos reforzaron su ser, y creyó en su propio poder.
Ésta era su última prueba, la resolución de su propio enigma, la última batalla
librada contra la oscuridad, contra el miedo, contra el espejismo de la ilusión…
El espejismo de la muerte… Brances estaba allí mismo, sólo tenía que llamarlo,
recordarle que debía volver, que aún su sendero no estaba completado, que la
oscuridad quiso sesgar su vida, pero su hado era otro y debía seguir cumpliéndolo.
En definitiva, que su camino aquí aún no había concluido.
- ¡Brances…! ¡Regresa…! -gritó la joven-. Tu sitio aún está aquí… junto a mí…
Retiró la mano de su propio pecho porque éste se le inundó de una energía y
resplandor tan poderosos, que sentía que su corazón se abría y expandía, rodeando e
impregnando el cuerpo del muchacho.
Sintió tal vibración compasiva de amor, que las lágrimas le corrían por el rostro, y
por su mente comenzaron a desfilar las imágenes de sus padres, de los kramitas, del
shirim, de las shajas… La energía del amor se centuplicaba y lo llenaba todo.
Vio a su querido Banlot sonriendo, y fue hasta tal punto su dicha, que cogió la mano
de Brances y la apretó.
Y entonces, la luz que los envolvía y las imágenes fueron extinguiéndose… hasta
que la noche volvió sigilosa y calma.
 
                            
 
La decreciente luna avanzaba por entre los astros, apagándolos con su magnífica
luz.
Zenia cerró los ojos y se dejó mecer por el viento fresco que ahora le acariciaba la
cara.
La noche se había trocado en algo mágico y extraordinario…
Y ocurrió…
Le pareció captar un sutil movimiento en uno de los dedos de Brances.
Dio un respingo. ¿Estaba soñando…?
Cogió entre sus dos manos la de él, y se quedó esperando, a la par que se fijaba,
sin pestañear siquiera, en el rostro de Brances.
Probablemente era mucho mayor el deseo que la realidad, pero en este caso,
después de minutos de profundo anhelo, la mano apenas hizo un leve movimiento…
Zenia, nerviosa, le cogió las dos manos y se las fue frotando con suavidad pero
insistencia. Se quitó su capa y se la echó al joven para que su cuerpo entrase en calor.
Pegó su oído al pecho del muchacho, esperando sentir algún latido. Pensó que
estaba loca, pero creyó escuchar un lejano y débil sonido, que se le antojó celestial.
¿Y si se lo estaba imaginando?
Todo estaban siendo sutilezas que se le trastocaban con ansiados deseos, pero
quizá nada más.
Siguió frotando sus manos y echándole todo su aliento, hasta que tomó una de ellas
y se echó sobre su torso. Escuchaba unos latidos, pero no era capaz de distinguir si
eran los suyos propios llenos de tan deseada vida…
Se concentró en ese pacífico y melodioso sonido acompasado, hasta que se quedó
dormida.
 
                            
 
La despertó un ligero vaivén.
La luna declinaba ya y se iba aproximando al horizonte de abetos.
Algo había rozado su mano, y eso debía haberla despertado… Abrió los ojos y lo
que vio fue su mano cogida por la de él…
No, eso no era posible.
Recordaba perfectamente haberse quedado asiendo la mano de él, así que era
imposible que él le estuviese cogiendo ahora la mano.
A menos que…
Vio que un dedo se movía, casi imperceptiblemente… ¡pero lo hacía!
Lo vio y lo sintió…
Se incorporó en un vuelo y contempló con minuciosidad el rostro de Brances:
seguía inmóvil. Se lo acarició con ternura, mientras percibía en la otra mano cómo los
dedos de él iban asiendo débilmente su mano…
No pudo evitar la turbación del momento y los ojos se le llenaron de alegres y
gozosas lágrimas de júbilo.
Aquello no podía ser… Era un milagro que estuviese sucediendo.
Seguía tocando con dulzura su cara, y entre lágrimas se acercó y le besó esos
añorados labios…
Lo hizo con toda el alma, deseando recibir su cálido aliento nuevamente y
mordiendo sus labios, besándolos, acariciándolos con los suyos… Y se separó de su
rostro.
Y en unos segundos de emoción cautivadora que la dejó impávida e inmóvil, el
muchacho abrió, despacio, los ojos… y la miró.
Ríos de vida cruzaron esa mirada, que se había tornado más serena, profunda y
compasiva.
Dulces lágrimas afluyeron a aquellos ojos azules de mar, y el joven lloró…
El corazón de ella se deshizo en mil partículas con aquellas lágrimas, y lo abrazó
fuerte, echándose sobre su pecho.
Al poco, apreció cómo los brazos de él se movían con dificultad, pero llegaban a
abrazarla.
Oh, lo que sintió ella al volver a estar entre sus brazos…
Y así se quedaron durante un lapso infinito de tiempo, hasta que la joven escuchó
un delicioso susurro en su oído:
- Zenia…
Renacía también su melodiosa y varonil voz…
El muchacho fue recuperando poco a poco los movimientos del cuerpo y pudo
volver a acariciarla, a abrazarla, a mesarle los cabellos… y a besarla, apretándola
sobre su cuerpo.
Tras amarse sin palabras, se echaron la capa por encima y se adormilaron. El frío
era hiriente, ya cercano al alba, pero el calor de sus cuerpos pegados los mantenía
abrigados por el amor.
Y así se quedaron dormidos, soñando con mansos ríos de vida que iban a parar a
un mar dorado de luz…
 
                            
 
Zenia escuchó un ruido y entreabrió los ojos.
Vio a pocos metros de ella un petirrojo pequeñajo que la miraba con inocencia… y
elevó un bello canto de gorjeos musicales que le contentó el alma.
Ella le sonrió, y el pajarito salió volando hacia los árboles.
Sentía a Brances abrazado a ella por detrás.
De súbito, una duda ensombreció su corazón y se movió para mirar atrás.
¿Fue lo de anoche una ensoñación más en la que contactó con Brances?
El muchacho, con el movimiento de ella, despertó.
«No debería dudar tanto…», se dijo ella. Y le ofreció su más alegre y radiante
sonrisa.
Cuando estuvieron de pie -él se levantó con no pocas dificultades, pero fue asistido
por la muchacha-, frente a frente, se miraron a los ojos ahora con la creciente luz del
amanecer, y Zenia, llevándose las manos al rostro, dijo repitiendo:
- Gracias, gracias, gracias…
Emocionada, se pegó a él y se fundieron en un abrazo que acabó de revivir y
recargar al joven de energía vital.
- ¿Cómo te encuentras, mi amado? -le preguntó la joven en cuanto se separaron.
- Extraño… -contestó él-. Pero muy dichoso.
- Anoche pasé por tantas cosas… -dijo ella apesadumbrada.
- Lo siento de veras…
- No quiero casi ni recordarlas -apuntó la muchacha-, pero jamás había pasado por
tanta pena y abatimiento, jamás tan separada de mí y de la vida.
- Pero eso ya pasó, mi princesa preciosa -le dijo él con enorme dulzura.
- Brances… Brances… -pronunció con deleite la joven-. El universo me lo quitó y el
universo me lo devolvió. Nada ni nadie nos pertenece. En este presente viviré y
saborearé como nunca mi más preciada joya…
El muchacho le sonreía con una madurez en su mirada que reconfortaba todavía
más a la joven.
- Desterramos a la oscuridad, Brances…
- Lo sé -dijo con calma.
- ¿Qué fue de ti en estas horas? -preguntó ella queriendo saber-. ¿Dónde estabas?
Te marchaste de aquí.
- Sí, me fui de aquí -contestó él-. A un lugar donde se toman grandes decisiones.
- Te lloré tanto… -su rostro reflejó el dolor.
- No desaparecemos, Zenia, ni dejamos de existir -le explicó el muchacho-. Desde
allí pude ver todo tu sufrimiento y tus dificultades para pasar tú sola tu más importante
prueba. Sentí el desgarro de tu dolor.
Zenia se maravilló de pensar que él había estado presente, en cierto modo, durante
su difícil trance.
- Te llamé para volver -dijo ella-, después de comprender cuál era mi batalla contra
la oscuridad: sólo dentro de mí.
- Y yo esperaba, paciente, ese momento… para poder volver -repuso él-. Si tú
superabas tus propios miedos, enfrentabas tu ego y te convertías en lo que eres, la
dueña de tu vida y de tu mundo, yo podía volver.
- ¿Cómo puede ser eso así? -se sorprendió ella-. ¿Cómo podía depender tu vida de
mí?
- Porque, en realidad, mi vida debía continuar aquí -le contestó-; aún no era mi hora.
Pero la oscuridad truncó mi destino sagrado y quiso intervenir en él, para acabar
contigo y con todas tus esperanzas. Eligió la forma más hábil y ladina posible, sin duda.
- Pero mis amigos, una vez más, me sacaron de ahí.
Se acordó del shirim y la shaja, y se le iluminó la cara.
- No, Zenia, ellos te ayudaron, pero no te sacaron de ningún sitio -repuso el joven-.
Fuiste tú… porque sólo tú podías salir del oscuro pozo de tus miedos e incertidumbres.
Ellos no podían hacerlo por ti. La conciencia no puede darse ni regalarse.
- Sí, es cierto -afirmó con un breve movimiento de cabeza.
- Por eso, sólo tú podías devolverme a la vida, por así decirlo, a mi propio destino, el
que estaba ya trazado. Bueno, yo así lo tracé antes de venir aquí, como hacemos
todos.
- Qué terrible responsabilidad en mis manos…
- Ése, a su vez, era tu destino… el que tú elegiste -le dijo él con claridad-. Y con
toda seguridad, estabas preparada para ello. Claro que no dejó de ser una dura y
dolorosa prueba.
Zenia cavilaba…
- No quiero más el dolor como maestro -dijo pensativa-. Elijo este maestro mejor: el
del amor.
Y sonrió… Él hizo otro tanto y la besó con tanto ardor y dicha… El placer de volver
a tocarse se les antojaba un paraíso.
El sol les templaba un poco el cuerpo, cuando Brances propuso:
- Deberíamos comer algo para reponernos. Desde ayer en la mañana no has vuelto
a probar bocado.
- Tenerte aquí otra vez es mi mejor alimento… -comentó ella cogiéndole la mano.
- Y yo tenerte a ti… -dijo él besándole la mano-. Pero nuestro cuerpo es un templo
sagrado al que hay que honrar también.
- La comida la portaba Persty -apuntó la muchacha-. Y sé que Banlot suele llevar
con él algunas viandas que reportan energía. Así que…
- No hay problema -respondió el joven resuelto-. Por aquí encontraremos alimentos
de los muchos que nos brinda nuestra generosa naturaleza. Vuelvo en un rato.
No postergó mucho su vuelta, y así pudieron disfrutar de un frugal pero vigorizante y
nutritivo desayuno con brotes tiernos de hojas comestibles, bayas, setas, frutos y hasta
miel. El joven se manejaba bien en el bosque.
- ¿Qué habrá sido de Banlot y de los kramitas? -preguntó Zenia metiéndose un
buen puñado de dulzones piñones en la boca-. Las rocas estuvieron a punto de
sepultarnos a todos, pero la rapidez, la magia y el poder de Banlot frenaron la caída de
las piedras.
- Sí… -dijo Brances recordando-. Eso fue lo que nos salvó.
- Sabía que había sido él el que había provocado la riada aquel día para hacer
cesar el fuego desenfrenado -recordó ella también-. Si no hubiese sido por él, los
kramitas ahora mismo no tendrían ni granero ni hogar y todo hubiese sido calcinado por
completo. Por no hablar del riesgo de nuestras vidas…
- Pero cuando se requiere, es un hombre reservado, discreto y humilde -dijo el
muchacho con respeto-. Ahora comprendo perfectamente tu adoración por él.
Zenia observó con detenimiento a Brances, y vio ante sí a un joven maduro,
experimentado y ecuánime. La vida -y la muerte- también habían hecho reverdecer a
un Brances más auténtico y fiel a sí mismo.
- Creo que todos están bien -comentó con cierta convicción el joven.
- Yo también lo presiento así -confirmó Zenia-. Y anoche aparecieron todos en mi
mente. Banlot, especialmente, me miraba y sonreía como si estuviese aquí mismo.
- Pues apresurémonos en regresar, deben estar preocupados buscándonos -dijo
Brances.
- ¿Crees que tendremos dificultades para volver? -preguntó la joven.
- En absoluto -contesto el muchacho sin vacilar-. Es cuestión de remontar río arriba
hasta que arribemos a la primera explanada de piedras. De allí, seguiremos un poco
más por el río hasta que encontremos arriba el bosque de abedules y almeces que
atravesamos previamente.
»La casa de los kramitas está desde aquí en dirección sur, así es que, una vez en
ese bosque, tomaremos esa orientación siempre que nos sea posible, y seguro que
tarde o temprano llegaremos a algún sitio que nos resulte familiar.
- Dios te oiga…
- Los llamaremos por si están cerca rastreando -completó el joven-. Además, ¿qué
problema puede haber ya, si dejamos atrás la oscuridad?
Su mirada era traviesa, y ella le dio un empujón y echó a andar.
- ¿Se puede saber adónde te diriges tan aprisa? -le preguntó el joven con una
sonrisa irónica en el rostro.
- Pues a casa, ¿no? -contestó ella.
- Por ahí no.
- Y, ¿entonces? ¿No vamos río arriba?
- Sí, mi dama -le dijo él-. Pero es mejor abordar el río por aquí, que apenas cubre y
está manso, que más arriba. Debemos ir por aquella orilla, no por ésta.
- Ah, qué listo…
Y como una cría, le sacó la lengua, al igual que aquella lluviosa mañana en el
bosquecillo de alisos.
- No te metas conmigo.
- ¿Yooo…? Líbreme el cielo de ello -contestó picarona.
Y salió corriendo hacia el bosque en dirección contraria al río.
- Pero, ¿a dónde vas…?
Brances fue volando tras ella, hasta que le dio alcance bajo la copa de un magnífico
abeto.
Entre juegos y risas, cayeron al suelo, y se besaron.
- El abeto es el árbol del renacimiento y de la inmortalidad -dijo ella tendida boca
arriba al contemplar las extensas ramas del árbol que los abrigaba.
- ¿Y cómo sabes tú eso? -le preguntó él.
Estaba sobre ella, apoyando los antebrazos en la tierra.
- Porque ellos te trajeron de vuelta a la vida, porque ellos te vieron volver a nacer y
porque con ellos nada perece, sólo se transforma.
Él la besó nuevamente.
- Vuelve a llamarme así -le susurró ella.
- Así… ¿cómo? -preguntó él-. ¿Mi dama?
- Sí. Quiero escuchártelo decir cientos de veces más.
- Mi dama… mi hermosa dama…
14. El Reencuentro y una Despedida
 
 
 
 
 
14
 
El exquisito aroma a vainilla, canela, avellanas y yema tostada se iba colando por
cada rincón del hogar hasta escurrirse junto al fuego, donde los tres hombres
contemplaban el crepitar cálido de las llamas de la chimenea.
- ¡Vamos a la mesa! ¡A desayunaaar…! -voceó Persty desde la cocina.
Allí los esperaban, entre otras delicias, aquellas tortitas de avellanas únicas e
inimitables en las comarcas kramitas, pues eran receta muy secreta de la bisabuela de
la pequeña mujer.
- Persty, estas tortitas de tu familia no tienen parangón alguno -comentó Banlot en
cuanto probó el primer bocado-, por no decir que son placeres de dioses para el
paladar.
- Gracias, eres muy amable, amigo -sonrió satisfecha la mujer.
La luz ya alboreaba por la ventana de la espaciosa pero acogedora cocina.
- Pero, aunque me halagues de esa manera tan agradable, no puedes engañarme -
repuso Persty intrigante-. Hoy has amanecido con una pincelada de tristeza y
preocupación en los ojos… ¿O estoy equivocada?
El anciano deseó mirar hacia otro lado, pero la mirada inquisitoria de la mujer no le
dio mucha opción.
- No hay necesidad de preocuparse -intentó escabullirse.
- No, claro que no, pero tú lo haces -le reprendió la kramita-. ¿Qué es lo que pasa,
Banlot? ¿Qué sabes?
El hombre se quedó mirando los cerezos por la ventana y, sin ver salida, dijo:
- No, no me preocupo, pero anoche soñé…
- ¿Que soñaste…? -le interrumpió la mujer-. ¿Los viste en tus sueños? ¿Les ha
pasado algo?
- Sólo pude ver a Zenia… -comenzó a contar el anciano.
- ¿Y estaba viva? ¿Se encontraba bien? -la pobre kramita se reconcomía con la
incertidumbre.
- Tranquila, Persty, déjame explicarte -la tranquilizó Banlot-, si es que quieres de
verdad saberlo…
- Sí… -dijo débilmente la mujer-. Dime lo que tengas que decirme.
- De acuerdo. Vi a Zenia terriblemente desazonada y angustiada…
Persty se puso pálida.
- … pero ella estaba viva -continuó.
- ¿Ella viva…? -preguntó con pavor la kramita-. ¿Y él…?
El rostro de Banlot se tornó muy sombrío.
- Zenia estaba ante el cuerpo de Brances, que yacía… muerto -acabó en un
susurro.
Persty no dijo nada. Bajó los ojos y se le escurrieron varias lágrimas.
- Desperté -prosiguió él-, y mi corazón sufrió el dolor de nuestra joven amiga; la
vislumbré inconsolable y fuera de sí. Procuré infundirle toda la energía y ánimo que me
fueron posibles, pero percibí que una nube oscura y densa la rodeaba y no dejaba
pasar nada.
- ¡Oh, Dios mío…! -exclamó la kramita.
Cada vez le resultaba más dificultoso contener el torrente de lágrimas.
- Sin embargo, advertí que no estaba sola, y eso me tranquilizó.
- El joven y leal Brances terminó dando su vida por ella… -repuso muy consternada
Persty-. ¡Pobre muchacha! Apenas tuvo tiempo de gozar del amor apasionado de ese
chico…
- Si te ayuda en algo -añadió Banlot-, después volví a verla, y andaba sonriente y
feliz.
- Pero, ¿cómo puede ser eso? -se sorprendió la kramita-. Habiendo fallecido su
enamorado…
- Volví a dormirme -explicó-, y entonces reapareció, pero esta vez estaba iluminada,
y me miraba…
- ¿Y eso cómo va a ser? ¿Qué le ha podido ocurrir? Esto es un poco extraño…
Persty no sabía qué pensar: aquello no la convencía del todo.
- Quizá sea sólo un sueño… -replicó Banlot-. Pero lo único que urge ahora es dar
con ellos, sea como sea.
- Sí, deberíamos salir cuanto antes, el sol ya se está asomando.
Recogieron todo lo que habían dispuesto la noche anterior, y alguna que otra tortita
que Vrajant y Alard se vieron tentados de añadir al macuto de la comida, y salieron de
la casa.
A retomar el mismo itinerario del día anterior y a esperar que los divinos hados se
compadeciesen y los guiasen aprisa al lugar donde se hallasen los muchachos.
 
                            
 
- Llegamos a desembocar muy abajo del río, ¿verdad, Brances?
- Sí, eso parece -contestó el joven-. Todavía no hemos llegado a la primera
explanada. Pero al menos, el río ya por aquí está mucho más caudaloso y salvaje que
allá abajo. Quizá sí que hayamos llegado a la altura del claro de la piedra del enigma,
pero en la orilla contraria.
- ¿Crees que habrán hecho noche por aquí? -preguntó la muchacha.
- No lo creo, si es que Banlot es la persona prudente y sensata que yo diría que es.
Ayer no veníamos preparados para pernoctar, y era más cuerdo regresar y retomar la
búsqueda hoy.
- Entonces, igual han vuelto a tomar el camino hacia acá, ¿no? -preguntó la joven
esperanzada.
- Puede ser.
Seguían llamándolos de vez en cuando, esperando encontrar respuesta.
- No los vemos tan sólo desde ayer -comentó ella-, pero estoy tan deseosa de
verlos y abrazarlos… y a Banlot, mi amigo…
Brances le brindó una de sus claras sonrisas…
- Es normal -dijo-. Y cuanto antes sepan que estamos bien, mejor que mejor, que
andarán angustiados buscando la manera de dar con nosotros.
- No puedo creer que falte tan poco para retornar a Larimor… -dijo la joven
añorante-. Hasta echo de menos a sus gentes, quién me lo iba a decir a mí, ja, ja, ja.
Yo, que siempre los he detestado a la mayoría…
- La vida da muchas vueltas -objetó el joven.
- Y tú que lo digas.
 
                            
 
- ¡Zeniaaa…! -la voz le fallaba de tanto vociferar por aquellos páramos-. Aún queda
mucho para llegar a la parte baja del río donde llegamos ayer, ¿no es así, Banlot?
- Bastante, Persty, bastante -contestó el anciano, que portaba su báculo-. Si se
alejaron del camino que anduvimos ayer, hoy nos espera un día duro y agotador.
- Ojalá que no sea así y los encontremos prontamente… -suspiró Persty.
Hacía rato que habían dejado atrás la primera explanada de piedras del lado
izquierdo del río, por el que ahora bajaban.
- Aunque estoy intranquila por la muchacha -comentó la mujer-, eso no me impide
descubrir que hoy el bosque está radiante, con una luz que hacía tiempo no veía brillar,
y los pájaros canturrean henchidos de felicidad. Incluso esta mañana desperté con una
paz que llevaba demasiados días ausente. ¿Qué es lo que está ocurriendo, Banlot?
- Nada que no sea benigno y esperanzador -contestó él con una media sonrisa-.
Cuando nos encontremos con Zenia, sabremos sobre todo ello.
Banlot presentía que la oscuridad había huido para siempre, y Persty, a su manera,
recibía las señales del bosque.
Siguieron unos minutos en silencio, impregnados por la mansedumbre que calaba
cada átomo del lugar.
- Ve con cuidado, Persty -avisó el anciano al ver tropezar a la kramita-. Por aquí hay
muchas piedras incrustadas por el suelo.
- Ya veo, ya veo -dijo la kramita con la cara constreñida por el dolor y frotándose un
tobillo-. Pues eso es porque estas piedras, de entrada, no me conocen y me toman por
una intrusa en sus tierras. Pero cuando vayamos a…
- Ssshhh… -siseó Banlot levantando la mano.
Los tres kramitas alzaron la vista del suelo y lo observaron.
- ¿Qué pasa? ¿Has oído algo? -murmuró Persty excitada por la emoción.
- No sé, me ha parecido escuchar una voz muy lejana -dijo el hombre-, aunque con
el estruendo del río no estoy nada seguro.
- Qué oído tan fino el tuyo, amigo -se maravilló la kramita.
Ella, por más que se concentraba, no oía más que aguas bravas chocando contra
rocas, guijarros, tierra, y las mismas aguas.
- Sigamos un poco más adelante -recomendó el anciano.
Persty llamó a los muchachos con todas las fuerzas que le restaban a su extenuada
garganta.
Nada…
Prosiguieron, pacientes, siguiendo el curso del río y más atentos que nunca a
cualquier sonido que pudiese distinguirse más allá de la avalancha de agua.
- ¡Ahora sí! -exclamó Persty-. Lo he oído, alguna voz… ¡Zeniaaa…! ¡Branceees…!
- Se vuelve a escuchar algo, sí -repuso Banlot con atención-. Vamos, vamos más
abajo.
Fueron más deprisa, descendiendo por la orilla hacia el lugar de donde procedían
las posibles voces.
Un tiempo después, no cabía duda: unas voces se escuchaban, cada vez más
claras y audibles.
- Ay, madre mía, Banlot -le decía la kramita-, que no sé si voy a poder resistir tanta
emoción… Me urge verlos ya, si es que son ellos.
Banlot no salía de su asombro, porque bien parecían una voz femenina y otra
masculina, y por aquellos remotos andurriales, difícilmente podrían ser otros.
Continuaron avanzando. Y la mujer, al pronto, gritó:
- ¡Allí están! ¡Veo algo moverse! -señaló con el dedo-. ¡Son ellos!
La joven pareja apareció a lo lejos, remontando río arriba en dirección a ellos.
Al llamarlos, ambos miraron, y salieron corriendo a su encuentro…
Aquel rincón del valle se llenó por un momento de luz, amor y alegres risas…
Los abrazos se prodigaron sin el más mínimo reparo. Se disfrutaban como si todos
hubiesen vuelto a la vida con aquel reencuentro…
- ¡Estáis vivos! -exclamaba Persty sin poder contener la emoción.
La mujer kramita, más extrovertida y expresiva, estaba alborozada y feliz por volver
a abrazar a sus buenos amigos.
Banlot contemplaba a la pareja, y acaso le parecían más esbeltos y majestuosos, a
pesar de su juventud. La hondura en sus miradas delataba las difíciles experiencias
que habían atravesado.
Estuvieron de acuerdo en volver a la planicie de las rocas -en dirección a casa- para
hacer allí una buena parada, descansar, tomar alguna provisión, y luego de esto, ya
regresar.
Así tendrían tiempo de charlar un poco con los chicos…
 
                            
 
- Algo sucedió con Brances… -Banlot la escudriñó con la mirada.
- ¿Qué quieres decir? -preguntó Zenia.
Aunque, como tantas veces, ella ya imaginaba a qué se refería…
- Te vi llorándole… y él muerto, en tus brazos -le dijo con gravedad.
Zenia, al mirar a su amigo, recordó aquellos cruentos momentos.
- Fue mi peor prueba… -comentó ella-. Pretender volver a tener esperanza y creer
en la vida, más allá de la muerte, se me hizo casi imposible.
- ¿Qué ocurrió? -indagó el hombre-. Volví a verte luego, y me mirabas con una
sonrisa clara y limpia como nunca te vi. Parecía no existir ya para ti la muerte… ni las
sombras. En ese justo instante, supe que habías derrotado a la oscuridad y que todos
éramos al fin libres de su yugo… Pero me preocupabas tú… Y me preguntaba qué
había sido de Brances, que no se merecía un final así.
- No estaba destinado ese final para él… -dijo la joven tresla.
Le contó con pelos y señales cuanto vio, sintió, percibió, padeció y vivió aquellas
amargas horas.
- La luz venció… -dijo la muchacha al acabar.
- La conciencia, mi amiga -afinó él-, que descubre el juego de las sombras y del
ego, en el teatro de la vida. Más allá de la ilusión, no son necesarios ya ni el bien ni el
mal, ni la dualidad de los contrarios, de la vida y la muerte.
»Elegiste el camino del hombre/mujer equilibrado, el que te hace crecer
internamente, el que integra la mente, la emoción y el cuerpo.
- A veces, ni yo misma soy del todo consciente de lo que hago -dijo ella con un
centelleo en los ojos-. Pero, cada vez más a menudo, sé lo que tengo que hacer… y
lo hago. Es cierto que no me paro a juzgar si está bien o mal; y las veces que sí que lo
he hecho he acabado estropeándolo o frenando todo, como decía el enigma.
- Porque, cada vez más a menudo, utilizas la conciencia… Eres conciencia. Cuando
te paras a ver si algo está bien o mal, estás analizando, estás metiendo la mente, aún
al servicio del ego, de la oscuridad que está detrás, y de esa dualidad esclavizante y
moralista.
»Salir de Larimor supuso para ti dejar atrás el camino de la moral, del bien y del
mal, que te ahogaba ya entre tu gente (que se rigen aún por esos parámetros,
necesarios por falta de conciencia) y del que saliste huyendo, cuando verdaderamente
huías de ti misma y de esa realidad dentro de ti.
Zenia veía el rostro de Banlot relumbrante y joven, y le pareció que aquel ser no
tenía edad…
- Este largo y tortuoso camino que elegiste andar -prosiguió con un brillo intenso en
los ojos- te ha ido orientando a la luz, a medida que te ibas enfrentando a la oscuridad,
y con ello, a tu ego y tus contradicciones.
»Ibas alcanzando un estado de comprensión en el que empezabas a hacer lo que te
conducía a la luz, empezabas a guiarte por la conciencia y dejabas de valorar si lo que
hacías era bueno o malo, porque ibas más allá de las apariencias.
Sentados en uno de los bancos del jardín kramita, las anacaradas hojas de la
enredadera que cubría la blanca celosía que los rodeaba bajo aquel templete, refulgían
de rayos al declinar el sol en la tarde.
El viento era suave y fresco, rezagada reminiscencia del estío que se resistía a
entrar de lleno en el otoño. Éste, tomaba posesión de puntillas…
- ¿Persty sabe lo que viste sobre Brances? -le preguntó Zenia al hombre.
- Sí. Pero no quise confirmarle entonces sobre el final de tu misión -le contestó-. La
vi demasiado alterada como para poder asimilarlo todavía. Los kramitas andaban
preocupados por vosotros, aunque algo había cambiado en el ambiente… Se respiraba
una paz y una luz de la que ellos, no obstante, eran conscientes.
- Me cuesta creer que todo haya acabado.
- Sí, han sido días y semanas muy intensos -comentó Banlot-. Respecto a los
kramitas, creo que es mejor que no sepan sobre lo ocurrido con Brances. No hay
necesidad, y son hechos extraordinarios que podrían no entenderse y tergiversarse.
Por otro lado, son experiencias trascendentales que deben airearse lo menos posible.
- ¿Y tu báculo…? -le interrogó Zenia.
Ella se movía ya como pez en el agua en estos temas de hechizos y
encantamientos.
- ¿Qué le ocurre a mi báculo? -dijo sagaz el anciano.
El hombre frotaba el cuarzo amatista que coronaba su bastón y al que parecía
sacarle brillos ocultos y fascinantes.
- Sabes muy bien a lo que me refiero… -lo miró traviesa-. Con él frenaste las rocas,
y sé muy bien que también trajiste el agua del río acá para apagar el fuego.
- No se te escapa ni una, ¿eh, brujita…? -le sonrió con su simpática mirada.
- ¿Brujita…? Oooh… ¿Eso significa que ya no soy una aspirante…? -cualquiera
diría que era una chiquilla toda entusiasmada-. ¿He conseguido graduarme?
- Has conseguido graduarte en esos menesteres y en otros muchos -la observaba
feliz-. La entereza y generosidad de una persona marcan sus actos, y eso es lo que
trasciende y va transformando cualquier realidad.
Zenia, emocionada, lo abrazó.
Transcurrieron varios minutos así, fundidos en un abrazo de luz que los penetraba y
alzaba a un estado de gozo y paz indescriptibles.
- Gracias por estar ahí… -le susurró la joven al oído-. Por ser mi guía, mi apoyo, mi
fuerza…
- No, mi joven amiga -él se separó y le dijo-: Todo eso lo fuiste tú misma. Si no, no
hubieses llegado donde estás.
Se cogieron las manos…
- Volvamos a la casa, que Persty ya nos estará echando de menos, je, je, je -dijo la
joven.
- ¿Persty solamente…? -el anciano le guiñó un ojo.
- Uf, ¿qué habré hecho yo para haberme ganado tantas bondades últimamente? -la
muchacha cabeceó.
- Algo has debido hacer, digo yo… -volvió a guiñarle sonriente-. Ese joven ha
regresado de las tinieblas, entre otras cosas, por ti… Y vuelve cargado de nobleza,
integridad y sabiduría.
- No supe valorar esas incipientes cualidades en él -repuso la muchacha-. No tenía
ningún sentido compararlo contigo.
- Él bebe los vientos por ti…
- Lo sé muy bien -afirmó con la cabeza-. Lo ha mostrado repetidas veces, hasta
jugándose (y perdiendo) la vida. Pero yo también los bebo por él…
- Así es -dijo el hombre-. No hay más que ver esas chispas en tus ojos cuando
hablas de él. Tan sólo que no te habías dado cuenta hasta ahora.
- Cierto…
Banlot se levantó para encaminarse de vuelta a la casa.
- Aún no me has hablado del báculo -dijo ella entornando los ojos.
- No hay mucho que contar -dijo él quitándole importancia-. No es más que un
instrumento intermediario para focalizar la energía de su portador. Facilita la
concentración de esa energía para que, desde el mineral que lleva en su parte
superior, salga direccionada y con más fuerza hacia el objetivo deseado.
- Se pueden mover hasta montañas… -dijo fascinada la joven.
- Bueno, eso ya depende de quién lo porte -comentó Banlot-: de su poder, su talla y,
por supuesto, su honestidad. Las capacidades y aptitudes pueden emplearse a favor
de la luz… o de la oscuridad; del amor y la conciencia… o del ego.
- Es una gran responsabilidad -dijo Zenia con solemnidad.
- Tenemos poderes casi ilimitados de los que apenas somos conscientes -aclaró el
anciano-. Somos dioses en acción creando continuamente, a cada decisión que
tomamos y a cada acción que acometemos.
»Por eso, a medida que nuestras decisiones, y como consecuencia nuestras
acciones, las vayamos realizando desde la conciencia, seremos capaces de cambiar
este mundo en un lugar mejor. Uno de los trascendentes objetivos del hombre es llegar
a establecer el paraíso en la tierra…
Todo quedó silencioso en el frondoso jardín de plantas verdes y lustrosas, y
perennes y amigables árboles.
Reposaron la conversación en calma y meditación, y Zenia dejó calar las palabras
de Banlot en su alma, donde se asimilarían como fuese menester.
Y tornaron a la casa -donde los demás los esperaban en el salón-, para culminar la
tarde con una agradable y amable velada.
 
                            
 
Zenia, Banlot y Brances determinaron pasar unos días más en el hogar de los
kramitas para restablecerse en su totalidad, tanto física como anímicamente.
La joven, básicamente, dedicó en los primeros días muchas horas a dormir,
descansar y desconectar de todo lo acontecido para poder recuperar fuerzas y temple.
Persty le prodigaba toda suerte de mimos, cuidados y abundantes y contundentes
pucheros de comida, que siempre creía ver a la muchacha demasiado delgaducha para
regresar en aquel penoso estado a su tierra.
Pasaron los días, afables y amenos, en los que pudieron saborear y regocijarse del
lugar, de la buena comida y, con diferencias, de la entrañable e inolvidable compañía
de sus amigos los kramitas.
Acabaron de reconstruir el granero, y los terrenos estaban ya acondicionados y
dispuestos para que la vida rebrotase en ellos, plena y radiante. Recolectaron algunas
provisiones más para la época de frío, atiborrando el granero como ningún invierno
anterior.
El júbilo y el entusiasmo que impregnaban a todo cuanto hacían daban su fruto
rápidamente, trayendo los resultados esperados.
Fueron días felices y tranquilos, descubriendo en las labores que desempeñaban un
contento que aún más los conectaba y hermanaba.
 
                            
 
Un día, todos a la mesa, Banlot anunció con voz profunda:
- Se acerca la hora de la partida…
- Oooh, no… no digas eso, Banlot -se apresuró a decir la kramita.
- Sabes que llegará, tarde o temprano -le respondió él-. Éste no es nuestro sitio, por
muy felices que seamos en él.
- Pero mejor más tarde que temprano -dejó caer Persty.
- Ya es más tarde que temprano, y tú lo sabes -repuso el hombre-. Nos hemos
demorado un poco más de lo indispensable para poder prolongar nuestro merecido
reposo y disfrute juntos.
Brances y Zenia, junto a Banlot, tenían otros destinos que aún los aguardaban.
Alard, Persty y Vrajant permanecerían allí y sin ellos, una vez marchasen; era lógico
que los kramitas insistiesen más en apurar hasta el último minuto.
- ¿Cuándo partiremos? -preguntó Zenia tratando de hacerse a la idea de abandonar
aquel maravilloso lugar.
- Mañana o pasado -contestó él.
- ¿Tan pronto? -protestó la kramita.
Y añadió, resignada:
- Pues entonces, pasado.
- Aún nos queda, por tanto, hoy y mañana para vivir intensamente nuestros últimos
momentos juntos -dijo Zenia sonriente aunque ya casi con añoranza.
- Volveremos a vernos, ¿verdad, Banlot? -preguntó desconfiada la mujer-. Di que sí,
por favor.
- Por supuesto, Persty -declaró el anciano-. ¿Por qué no iba a ser así? Somos
amigos que, siempre que queramos, podremos reencontrarnos.
- Eso espero -dijo la kramita amenazando con el cucharón de servir-. Tenéis que
tenerme al tanto de vuestra vida, amigos.
A la mujer se le escurrió una lágrima por la mejilla, pero se la enjugó rápido e hizo
como si nada.
- ¿Y qué vas a hacer tú, mi querida muchachita, sin mis reconstituyentes guisos? -le
preguntó a la joven intentando reponerse.
- Me llevo unas cuantas recetas tuyas, bien exquisitas, en la cabeza -contestó-, y ya
verás cuando se las enseñe a mi madre.
- No, no, lo que has de hacer es cocinarlo e invitarla a degustar tu comida kramita -
repuso la mujer.
- Sí, eso haré -respondió la joven-: le prepararé los platos de mi segunda madre
kramita.
Todos la miraron… hasta los hombres kramitas, que poco a poco seguían
asimilando y comprendiendo el lenguaje de sus amigos humanos.
Persty rompió a llorar, y toda nerviosa se secó con el delantal.
Brances se levantó y fue a abrazarla cariñosamente, y le dijo con afecto y
sentimiento:
- Es cierto que has sido como una madre para nosotros. Para mí, la madre que yo
perdí en el fuego, y para Zenia, la madre que no ha podido acompañarla en este
trayecto. Así nos has tratado, y que sepas que te echaremos muchísimo de menos.
Le dio un beso en su rolliza y sonrosada mejilla, y volvió a su asiento.
Vrajant y Alard no decían palabra, pero no sólo por la dificultad del idioma, sino
porque ambos tenían un nudo en la garganta y en sus ojos asomaba la tristeza de su
marcha.
- Pero este tiempo que nos queda es para disfrutarlo, no para apenarnos -dijo Zenia
con vigor-. Todo llegará… Como me dijo un buen amigo, dejemos que cada día y cada
momento tengan su afán. Afanémonos en aprovechar hasta el último segundo de
nuestra compañía…
Y se dispusieron a comer y a gozar de una animosa charla, en la que a Banlot le
afloró todo su sentido del humor, que era mucho a la hora de contar sus múltiples
andanzas y correrías por los senderos del destino…
 
                            
 
Y llegó el amanecer del día esperado…
No tenían urgencia alguna, así que pudieron saborear hasta el último instante
compartiendo juntos.
Sobre el meridiano de la mañana, estaban listos para partir.
- No tardes demasiado en volver, mi pequeña -le dijo Persty a Zenia en un apretado
abrazo.
Las lágrimas se le desparramaban por la cara, pero ya no le importaba.
Todos se fueron abrazando fuerte, como queriendo retener para sí cada trocito del
ser del otro.
- Ha sido fantástico conoceros y teneros con nosotros -dijo Vrajant con un acusado
acento pero con una orgullosa sonrisa en la faz.
- Volved pronto -dijo igualmente Alard-. Espero estar aquí y conversar con vosotros.
Los dos kramitas se habían esmerado en aquellos últimos días por aprender
algunas frases más.
Zenia, conmocionada, los besó a los dos con todo su amor… Aquellos hombrecitos,
aunque silenciosos, eran seres muy especiales, generosos y nobles.
Persty se acercó a la joven y le estuvo susurrando algo al oído, que fue haciendo
brillar los ojos de la muchacha.
Cuando acabó, la joven fue a su macuto y tomó algo. Se acercó al muchacho
kramita y le dijo:
- Toma, Alard, esto es para ti.
Le entregó el mineral que contenía el agua cristalina de lluvia. Los ojos del joven se
abrieron, asombrado y conmovido por el gesto generoso de la joven.
- Este objeto apareció tras la puerta del agua vital, fuente de vida -explicó la tresla-,
y tú nos condujiste a través de ésta hasta el enigma, puesto que gracias a ti pudimos
cruzar el río.
Al traducirle Persty, dijo él:
- Preshem…
Y se llevó el cuarzo al corazón.
- Gracias a ti, mi amigo Alard -contestó la joven-.
Ella volvió a su bolsa y cogió ahora el fragmento que quedaba del racimo de frutos
del ombú que le ofreció Friha, la shaja, y se dirigió a Vrajant:
- Te ofrezco estos frutos -le dijo-. Este objeto pertenece a la puerta del mundo
vegetal, sin el que ninguno existiríamos. Planta estas semillas en vuestro jardín, para
que crezca en él el árbol de la Bella Sonrisa y os ilumine en vuestras vidas. Él te
agradecerá eternamente tu amor por las plantas y los árboles.
- Preshem… -dijo en un suspiro, y bajó los ojos emocionado.
La muchacha retornó otra vez a sus enseres y sacó el bulto mayor de todos: el
cuento. Con una sonrisa en los labios, fue a Persty y le dijo:
- El cuento te pertenece. Este objeto proviene de la puerta de la madre tierra y fue
creado en el corazón de la misma tierra. Desde un corazón… hasta tu corazón.
Se lo entregó, y continuó:
- Te recordará siempre a tu hija adoptiva humana y su aventura de los bosques a
través de su mundo interno. Sigue siendo la madre tierra desde la que germina la
alegría y la vida.
Sin dejar de llorar, la mujer volvió a abrazarla…
Cuando ya iniciaron la marcha, los tres kramitas, claramente afectados, los
despidieron con la mano desde la puerta de la casa, viendo cómo sus tres amigos
partían de vuelta hacia el bosque que los trajo hasta allí.
Los kramitas se zambulleron en sus quehaceres, para no pensar en demasía. Los
viajeros cogieron camino adelante, para no recordar más de lo oportuno cuánto
dejaban atrás…
 
                            
 
Pasó largo trecho hasta que se escuchó por vez primera la voz de alguno de ellos, y
fue para detenerse a comer el rico almuerzo que la kramita, bondadosamente, les
había elaborado.
Aún así, continuaron bastante reservados: interiorizaban cada uno de los
acontecimientos pasados.
- Persty me ha dado la receta secreta familiar de sus tortitas exclusivas -dijo Zenia
con una media sonrisa en los labios-. Justo al despedirnos… No ha podido brindarme
mayor regalo. Sé lo que significa para ella hacer algo así, y para mí ha sido un grato
honor.
- Ha sido su forma peculiar de decirte que, para ella, tú también formas parte de su
familia -le dijo Brances pausadamente.
Banlot los escudriñó a los dos, y añadió:
- Brances, ya tenemos cita segura en casa de Zenia para invitarnos a merendar sus
tortitas kramitas, je, je, je. Ineludible.
- Bribón, ja, ja, ja -le rió la muchacha.
Pero se tornó seria enseguida.
- ¿Qué te pasa? -le preguntó el anciano aun sabiendo qué era lo que ocurría en su
cabeza.
Ella miró a Brances, y éste también comprendió.
- Iré con vosotros a Larimor -dijo el joven de inmediato-. Quisiera acompañaros,
conocer la aldea, tu casa… y a tu madre.
La joven lo observaba atentamente.
- Eso es lo que haré, de momento -prosiguió-. Después regresaré a Chancertur,
porque deseo volver a ver a mi padre y también departir con él.
Zenia y el anciano continuaron escuchando su explicación.
- Una vez tú y yo, Zenia, hayamos hablado de nosotros, decidiré cómo proceder
después -concluyó-. Todo se verá…
La joven, decidida, le contestó:
- Iremos viendo cada paso. Nada me alegra más en el alma que el que te vengas
ahora con nosotros. Puedes quedarte los días que quieras, y ya hablaremos…
Banlot disfrutaba como un bendito contemplando el intercambio amoroso de
miradas, expresiones y gestos de los muchachos.
Zenia, entonces, se levantó y rebuscó entre sus cosas. Sacó el catalejo del kramita
y se sentó junto a Banlot.
- Éste es para ti -le comunicó-. Este objeto apareció tras la puerta de los seres del
bosque, construido por uno de nuestros estimados amigos kramitas, incluyendo en él
todos los elementos que componen el bosque.
»Gracias a tu dominio de esos elementos y todos los elementos de la naturaleza,
nos salvaste la vida en más de una ocasión. Gracias…
»Con él, podrás conectar con esos otros mundos infinitos, las estrellas del
firmamento, recordándote que no estamos solos.
- Lo guardaré como mi mayor tesoro… -el brillo en sus ojos delataba su turbación.
Volvió a levantarse hasta su macuto y sacó algo más, que llevó a Brances, junto al
que ahora se sentó.
- Y el cuerno de cristal es tuyo -le dijo ofreciéndoselo-. Este objeto llegó con la
puerta del amor, del buen amor, procedente de un ser muy especial. Gracias a tu amor,
tú también me salvaste la vida, hasta con la tuya. Guárdalo como recuerdo de mi
agradecimiento y de mi amor profundo por ti.
Se fundieron en un beso extasiado de cariño…
Cuando acabaron, Banlot preguntó:
- ¿Qué harás con los otros dos objetos?
- La piedra del shirim se la daré a mi madre -contestó-, por su amor hacia los
animales, que siempre me inculcó. De hecho, mi gata Noraj se quedó junto a ella
cuando salí de la casa familiar, porque ése era su sitio y allí quiso quedarse. Mi madre
tiene muy buena mano con ella.
- ¿Y la geoda del hermano del firmamento? -le inquirió el anciano.
- Ésa será para mí, me la quedaré yo -respondió.
La sacó de la bolsa y la contemplaron, fascinados, porque con la luz solar todos sus
cuarzos irisados brotaron.
- Este objeto provino de la puerta del cielo -dijo Brances a la joven-. Por él, estarás
en permanente contacto con nuestros hermanos del espacio, velando siempre por ti.
Algo único te une a ellos, y tú eres como esta geoda: brillas cuando la luz irradia en ti y
saca el arco iris multicolor de tu ser…
Lo miró fijamente, y dijo sonriéndole:
- Me convence tu explicación. Ahora con más motivo me la quedo.
Banlot los miraba complacido…
- ¿Tardaremos mucho en llegar, Banlot?  -le preguntó la joven.
- No lo creo -contestó-. Ya no hay mucho que recorrer en esta aventura que
completamos.
- Hemos llegado al final… -repuso ella.
 
                            
 
Después de unas pocas horas, aparecieron en un lugar que a Zenia le resultó
conocido.
A la izquierda del sendero que atravesaban, vio a lo lejos una imagen que le produjo
una extraña impresión, mezcla de recuerdos y de irrealidad.
Allí estaba aquella cabaña, la que hacía tantas semanas que ocuparon una noche,
la primera del camino. Parecía casi un sueño del que apenas recordaba nada.
Banlot vio el gesto confuso de la joven, y seguidamente planteó hacer noche allí
mismo, para llegar al día siguiente a su último destino.
- Está todo tal como lo dejamos, Banlot -dijo la muchacha cuando llegaron al
cobertizo-. Los restos de nuestro fuego… la mesa, los cinco catres… ¡Mira! Y la
madera que cortaste de más para el que llegase… No tendremos que buscarla ni que
cortarla.
Se miraron satisfechos, pero ella más, que ahora todo lo comprendía mejor y
distinguía los guiños de la vida y sus mensajes.
La última noche en el bosque fue cautivante y emotiva.
Ante un hogareño fuego que engullía el frío extremo de la noche alrededor, los
jóvenes y el anciano conversaron cordialmente sobre lo divino y lo humano, sobre el ir
y el devenir, sobre las pisadas andadas en la vida y los encuentros mágicos del
camino…
Y se recogieron a dormir tempranamente, para encontrarse descansados al
siguiente día, último de la travesía.
15. Regreso al Hogar
 
 
 
 
 
15
 
Alo largo de la siguiente mañana, fueron caminando sosegadamente, pues sabían
que en tan sólo unas horas avistarían la aldea, y querían destilar, casi dilatar, hasta la
más mínima sensación vivida en su última jornada.
A Zenia le parecía ver amigos por todos lados en el regreso a su amadísimo
Bosque de Plata.
- Qué buena fortuna que este bosque no fuese alcanzado por la tala o el fuego -dijo
Zenia cuando acababan de detenerse para comer.
- No era necesario llegar a tocarlo para que tú cumplieses tu misión y tu aprendizaje
-dijo Banlot observando el extremo mineral de su bastón.
- ¿Qué pasó antes del fuego en los terrenos kramitas? -preguntó la muchacha-.
¿Qué asuntos tan relevantes te mantuvieron alejados de nosotros? ¿Y quién te informó
del acercamiento del fuego?
La joven, como era ya costumbre, desconcertaba con sus inesperados
interrogantes.
- Aún no es necesario que os ocupéis en esos asuntos -contestó él-. Tan sólo puedo
deciros que, mientras la oscuridad campaba cada vez más a sus anchas, hubo un
importante encuentro de portavoces del planeta, al que fui invitado para gran honor
mío.
- ¿De veras…? -a Zenia se le quedó la boca abierta.
- Se hacía indispensable detener aquella locura, y no había tiempo que perder -
continuó-. Y en cuanto llegó la noticia del fuego en las tierras lindantes kramitas, fui
asignado a ponerle freno.
»Allí se decidió, además y entre otras cuestiones de gran trascendencia, que había
que apoyarte y ayudarte en todo lo posible, siempre respetando tu libre albedrío. Era
muy positivo y conveniente concentrar parte de las energías en ti y en que llevases a
cabo tu cometido.
Zenia se quedó perpleja. Aún le costaba asimilar que ella hubiese tenido un papel
tan relevante en aquella aventura… su aventura, al fin y al cabo.
- Estamos ya bien cerca -repuso el anciano-. Creo que a media tarde llegaremos al
pueblo.
Se terminaron la comida que aún les restaba de la kramita, y echaron a andar el
último trecho.
Se acercaban a uno de los lindes del Bosque de Plata, cuando vieron entre la
espesura una encantadora y luminosa casa de piedra pintada de blanco, que asomaba.
- ¡Mira, Brances! -le dijo la muchacha-. La preciosa casa de Banlot. Él la reformó de
pies a cabeza y la llenó hasta arriba de su magnífica energía.
Hicieron una primera parada en la casa para asearse y reposar.
Convinieron que Brances se alojase allí con Banlot, en una de las habitaciones del
vasto habitáculo, mientras permaneciese en Larimor. Decidieron también alargarse
hasta la aldea para acompañar a la joven a su casa.
Cuando se acercaban a la entrada del poblado, Zenia volvió a ver aquellas
añoradas casas de madera repletas de flores otoñales.
La luz de la tarde se adormecía ya por entre las calles de la pequeña ciudad, y los
transeúntes se iban refugiando del temprano frío del crepúsculo en sus casas, al abrigo
del hogar.
Una vez en la pequeña casa de la joven, ésta comentó:
- Me gustaría ir ahora a ver a mi madre. Menuda sorpresa se va a llevar…
- Es una idea estupenda -dijo Brances-. Nosotros volvemos a la casa, ¿no, Banlot?
- Sí, además va haciendo frío, y un fueguecito no vendría nada mal, je, je -dijo el
anciano frotándose las manos.
- Me quedaré en su casa a dormir -repuso la muchacha-, lo cual me apetece
muchísimo… como nunca antes. Mañana podríamos vernos allí, y así conoces a mi
madre, Brances. ¿Os parece bien?
- Fantástico… Nos vemos mañana -el muchacho la besó en los labios-. Disfruta de
esos momentos familiares.
- Lo haré, sin duda.
La joven besó en la mejilla a Banlot, y les dijo:
- Serán tan sólo unas horas, pero sé que os echaré de menos, mis queridos
caballeros… Una noche sin ti, Brances, después de tantas juntos desde que nos
conocimos.
- Mañana más gozaremos de volver a vernos, mi dama…
Los tres salieron, y ella se encaminó a la gran casa.
Al llegar, la emoción la abrumó cuando vio la antigua y cincelada puerta de roble de
la entrada. Golpeó con el llamador dorado, y después de una breve pausa, el portón se
abrió entre crujidos de madera y bisagras.
A la luz de los candiles que se diseminaban por toda la estancia de la entrada, pudo
ver a una mujer de mediana edad, algo menos esbelta que Zenia y vestida con un traje
aterciopelado de color granate, morena y con un rostro atractivo de facciones
agradables y mirada directa y clara.
El corazón de la joven se le aceleró…
Se sonrieron levemente durante algunos segundos, y ella no pudo contenerse por
más tiempo y la abrazó con todas sus fuerzas.
La mujer no se esperaba aquel gesto tan intenso y emotivo, y aunque al principio
vaciló ligeramente, acabó apretándola también hacia sí.
Entraron a la casona, y ya en el gran salón, la muchacha le contó sobre sus
peripecias, hasta donde ella creyó pertinente que podría comprender.
Al rato, se sentaron a cenar ante la gran mesa de arce.
Tras la sabrosa cena, continuaron charlando, y Zenia le habló de Brances y de su
estancia en Larimor. Sternia tuvo mucha curiosidad e interés en conocerlo.
Finalmente, la joven quiso hablarle de ella misma, de su vida en la aldea, de su
infancia… de cuánto reconocía y apreciaba sus desvelos, su educación, sus
conversaciones sobre su padre…
A medida que la muchacha ahondaba más y más en su propio corazón y en ese
intenso sentimiento de agradecimiento, más se relajaba el rostro de la mujer y más se
le iluminaba el semblante.
Ya casi de madrugada, las dos mujeres callaron, y con los reflejos de luz del
crepitante fuego del salón, sus rostros eran tan jóvenes que parecían dos amigas
incondicionales que habían trasnochado con sus parloteos e intimidades.
- Ya es hora de acostarnos -propuso Sternia-, si quieres estar fresca y lozana para
la visita mañana de tu amado.
La llevó a su antiguo dormitorio.
- Tengo un regalo para ti -le dijo guiñándole un ojo y sonriéndole como jamás había
visto la muchacha.
Sobre la cama de la joven había un fascinante y bellísimo vestido, todo de un
profundo color violeta y cuajado de bordados florales de hilo de plata.
- Oh… ¿tú has hecho…? -exclamó Zenia.
- Sí, te lo he confeccionado yo -contestó la madre- y te lo he bordado hasta la última
puntada.
A la muchacha le empezaron a afluir las lágrimas…
La mujer se acercó rauda a secárselas, y le dijo:
- Mañana te lo pondrás para recibir a tus amigos, y yo te arreglaré el pelo.
Madre e hija volvieron a abrazarse de forma conmovedora, y al separarse, la mujer
dijo:
- Que descanses, hija mía, después de tantas y ajetreadas aventuras… Mañana
será otro día -y la besó en la frente.
Tras meterse en la mullida y suave cama, Zenia se dio cuenta de que, al fin, había
retornado al hogar… y se durmió profundamente.
 
                            
 
Cuando Zenia les abrió la puerta, los dos hombres se quedaron embobados y
clavados en el suelo contemplando embelesados a aquella joven, atractiva y
cautivadora mujer que los recibía.
El más hechizado y fascinado era Brances, que tan habituado a ver a la muchacha
despreocupada por su apariencia durante el viaje, se quedó anonadado al redescubrir
a aquella deslumbrante y encantadora dama…
Su nuevo traje le encajaba al talle a la perfección, exhibiendo un escote amplio que
dejaba al descubierto gran parte de sus hombros. Su melena de oro oscuro estaba
semirrecogida más arriba de la nuca, y sólo le caían algunos mechones ondulados
sobre el contorno de la cara. Este tocado del cabello -adornado con un broche de plata
a juego con el bordado del largo y sedoso traje- le permitía lucir su elegante cuello de
cisne.
Banlot ya estaba acostumbrado a verla tan femenina, pero el cambio tan hondo
interno que había dado la joven durante la aventura, ahora se reflejaba por cada célula
de su cuerpo, y él mismo no daba crédito a la afortunada metamorfosis que había
experimentado.
- Pero no os quedéis los dos ahí, como pasmarotes -dijo la muchacha riendo.
Entraron con torpeza y aturullados.
Acompañados por la joven, llegaron al salón, donde les esperaba la anfitriona de la
casa.
- Encantada de volver a verte, Banlot -dijo Sternia en cuanto vio al anciano-. He de
agradecerte, ante todo y desde el fondo de mi alma, la protección y guía que le has
profesado en este viaje a mi hija.
- Siempre es un placer para mí acompañar a tu hija, allá donde a ella se le ocurra
ir… -le echó una mirada traviesa a la muchacha-. Pero debo ponerte al tanto de que
aún mayor protección, hasta con su propia vida, ha recibido de este joven que ves aquí.
Señaló al muchacho, y la mujer dijo:
- Ah, tú debes de ser Brances… -el joven la besó cariñosamente-. Gracias de
corazón, la has traído sana y salva.
- Conocer a tu hija ha sido el mayor obsequio que la vida podía brindarme -contestó
él con respeto pero afecto-. Mi mundo ha cambiado con ella…
Ante la sinceridad de aquellas palabras, la mujer sonrió y miró con profundidad en
los ojos del joven.
- Zenia, enséñale la casa de tu infancia a Brances, y en especial el jardín -dijo su
madre.
Cuando quedó a solas con Banlot, hablaron de algunos menesteres acontecidos
durante el viaje, pero en algún momento de la amena conversación, la mujer dijo:
- Banlot, quería ser franca contigo…
- Faltaría más, Sternia -le contestó el hombre con un sutil movimiento de cabeza.
- Sabes que, desde que arribaste por estas tierras y tuviste tanto trato con mi hija, te
he visto como un extraño forastero que lo único que buscaba era revolucionarle la
cabeza a mi alocada hija, y que se la llevó para no volver.
Banlot estaba asombrado, no tanto por lo que le refería, que ya tenía conocimiento,
como por el hecho de que estuviese siendo tan clara y veraz con él.
- Anoche, mi hija y yo conversamos largo y tendido -prosiguió la mujer tresla-, y
supe muchas cosas que desconocía… sobre ella y sobre ti. Sé que hizo tan siquiera un
resumen de todas estas semanas de viaje, pero lo suficiente para descubrir que he
estado muy desatinada y errada contigo, y que has buscado siempre lo mejor para ella
y para su crecimiento.
- De eso no dudes nunca, Sternia -le dijo él con firmeza.
- Me has traído de vuelta una Zenia más madura, más segura de sí misma y, por
tanto, menos rebelde. Y más cariñosa, expresiva y sincera. Ha vuelto a tocar mi
corazón de la misma forma en que lo hacía cuando era una candorosa y amorosa niña.
- No soy yo quien te la ha traído de vuelta -convino Banlot- ni yo me la llevé. Ella,
libremente y en todo momento, ha conducido sus propios pasos; yo no he hecho más
que acompañarla. Con considerable fortuna, cuando yo falté y no pude continuar junto
a ella, tuvo a su lado a alguien tan dispuesto, o más inclusive que yo, a apoyarla y
protegerla.
»Si ves cambios en Zenia, y así es porque son evidentes, sólo ha sido obra de ella
misma. Y fue tu hija quien quiso regresar aquí por su propio pie. Ansiaba volver a verte,
para mostrar sin trabas el gran amor hacia su madre.
Para Sternia todo esto entrañaba también una transformación interna propia,
después de tantos años de lucha con su hija. Porque ahora se le hacía muy
clarificadora, así mismo, su porción de responsabilidad en la discordia.
- Por la parte que a ti te toca -dijo la mujer reflexiva-, quiero pedirte disculpas por
haber sido tan arbitraria contigo y haberte prejuzgado sin apenas conocerte. Mi única
intención era preservar a mi hija, no ir contra ti.
- Lo sé, mujer… -contestó él comprensivo-. Son los desvelos típicos de una madre,
pero porque no conoces bien a tu hija y su buena disposición para manejarse en la
vida. A veces, incluso mejor que tú o que yo.
- Eso es lo que parece… -sonrió ella.
- Lo único que espero es que no hagas lo mismo con Brances, sólo porque se haya
acercado también a ella y aún no lo conozcas.
- Háblame de él -dijo la mujer tresla con interés-. Tiene buenas intenciones,
¿verdad? Yo a Zenia la veo muy entusiasmada… como cuando tú apareciste.
- No hay más que verle, Sternia -contestó el anciano-. Los ojos de ese joven
destilan nobleza y honestidad, y ha demostrado con creces que es capaz de hacer lo
que sea con tal de que ella esté bien y sea feliz.
- ¿Es cierto cuanto mi hija me ha contado sobre él y sobre todo lo que hizo? -
preguntó incrédula.
- Sin ninguna duda -contestó él rotundo-. Yo mismo estuve presente en más de una
ocasión.
En ese instante entró, sigilosa, una gata negra de angora y grandes ojos esmeralda.
Se detuvo ante Banlot, y ya no dejó de observarlo.
- Hoy en día no se prodigan los muchachos de ese talante, Sternia, te lo aseguro -
comentó el hombre-. Deja que Zenia siga viviendo su vida, la que ella decida tener a
bien, y acabarás sintiéndote muy orgullosa de tenerla como hija…
Banlot acarició a la gata, que se tumbó, dócil, a sus pies.
 
                            
 
- Me parece un sueño celestial estar ante una mujer tan bella como tú…
No pudo resistirlo, y aprovechando que estaban solos en el jardín, la cogió por la
cintura y la acercó para besarla deliciosamente en sus labios dulcemente afrutados.
- Ahora parezco más una dama, ¿no es así? -dijo ella sonriente cuando despegaron
sus labios.
- Tú siempre pareces una dama… porque lo eres -contestó él contemplándola-.
Este vestido es una preciosidad, y se te ajusta de maravilla…
- Lo cosió y bordó mi madre para mí -dijo la joven orgullosa-. Me lo regaló anoche.
- ¿Qué tal fue ayer? -preguntó el muchacho.
- Muy bien -contestó ella-. Conversamos durante mucho tiempo, y seguiremos
haciéndolo.
- Le contaste tu aventura.
- Sí. Hasta donde se puede contar, ya sabes… -dijo la muchacha-. Y le hablé de ti.
- Ah, ¿síii…? -dijo él entornando los ojos-. Nada bueno, supongo…
- Así es, ja, ja, ja -replicó la joven-. Bueno, volvamos adentro, que van a empezar a
extrañarse de nuestra tardanza.
- Pues tendrán que irse acostumbrando… -y la besó otra vez largamente.
Cuando concluyeron, Zenia y Brances volvieron al salón.
Los cuatro charlaron afablemente, y cuando luego los dos hombres hablaban entre
ellos delante de la gran chimenea, Sternia le comentó a su hija, bajando la voz:
- Brances parece un muchacho muy agradable y educado. Y es muy guapo…
Le hizo una simpática mueca, cómplice…
- ¿A que sí? -contestó contenta la joven.
- Lo que tú hagas, Zenia, me parecerá bien -la miró con cariño, retirándole uno de
los rizos que le caía sobre la cara.
A la muchacha le parecía un regalo del cielo escucharle decir esas palabras.
- Gracias, mamá… -y se abrazaron tiernamente.
Banlot, como siempre, disfrutaba desde la chimenea mirando por el rabillo del ojo…
 
                            
 
Transcurrieron los días, complacidos por los paseos por el Bosque de Plata, la
aldea y los alrededores, por las visitas a Sternia y sus refinadas artes culinarias, por las
meriendas en la casona cocinando tortitas de avellanas…
Durante aquellos días, Zenia decidió que se quedaría con su madre en la casona
familiar, porque se le antojaba estar cerca de ella y saborearlo.
Fueron nuevamente días felices y distendidos, y los tres se convirtieron en casi
inseparables.
Un día, disfrutando de uno de los extraordinarios brebajes de Banlot, en su casa y
ante el calor de la chimenea, Brances anunció:
- Se acerca el momento de regresar a mi tierra.
Se hizo el silencio…
- ¿Cuánto tiempo piensas estar por allí? -preguntó apocada la joven-. Porque
volverás algún día, ¿no…?
El joven no quería hacer sufrir a la muchacha, y dijo enseguida:
- No sé cuánto se tardaría hasta allí, pero…
- Hablé hace unos días con los más ancianos del pueblo -le interrumpió Banlot.
Aspiraba el humo de su pipa, impregnando todo el salón de un aroma almibarado,
que se entremezclaba con el olor cálido y acaramelado de las hierbas de la tisana
preparada.
- Sabían de tu aldea -prosiguió-, y me comentaron que estaría a unos dos o tres
días, todo lo más, desde aquí, en la misma dirección que tomamos Zenia y yo cuando
comenzamos el viaje. Puedes hacer noche en la cabaña, y al día siguiente llegarás a
Osternor, de donde puedo indicarte alguna posada. Desde allí, hay poco trecho hasta
Chancertur.
- Conozco esa aldea -intervino el joven-. Es cierto que se encuentra tan sólo a unas
pocas horas de la mía. Gracias por las indagaciones, amigo.
- No hay por qué darlas.
Y ahora, volvió al tema que más les apremiaba.
- Estaré allí un mes, aproximadamente, si no surge ningún imprevisto. Creo que
será suficiente para estar un tiempo con mi padre y ponerle al día de los últimos
pormenores de mi vida. Él ya está acostumbrado a mis largas ausencias.
- ¿Y qué haremos…? -preguntó la joven refiriéndose a ellos dos.
- Debemos hablar sobre eso -contestó el muchacho.
- Oh, por mí no os preocupéis -interpuso el anciano-. Yo voy a dar una vuelta por el
pueblo, que me apetece estirar las piernas.
- No es necesario, Banlot -le dijo el joven-. Yo no tengo inconveniente en que
presencies nuestra conversación; igual hasta puedes aconsejarnos. Y tampoco tengo
mucho que decir…
Se dirigió a la muchacha y le dijo, recogiendo sus manos entre las de él:
- Zenia, es muy simple lo que quiero expresarte respecto a este tema. Por mí, no
hay el más mínimo problema en vivir donde tú estés, sea aquí en Larimor, en
Chancertur o en el mismo Bosque de Plata. Lo único que sé es que quiero estar cerca
de ti… si tú así lo deseas también.
Zenia lo abrazó, emocionada…
- Pero yo no quiero separarte de tu aldea -dijo ella al acabar-, y menos todavía de tu
padre.
- Ya te digo que él está acostumbrado -contestó él-. Aunque me gustaría visitarlo de
tanto en tanto, y que tú lo conozcas, por supuesto. Puedes venir conmigo en la próxima
visita. Y más sabiendo ya que no estamos tan lejos; podría ser factible.
- Sí. Hasta ahora quisiera quedarme aquí, junto a mi madre, porque ansío disfrutar
de lo que hace demasiados años dejé de hacer.
- De acuerdo, así será -dijo el joven.
Banlot los observaba tras la nube de humo de su pipa.
- Me dijo un pajarito… -Zenia miró al anciano- que tú sabes oficiar una hermosa
ceremonia de unión, que simboliza el compromiso de la pareja que decide compartir su
vida para crecer y avanzar juntos en el camino interno.
- ¿Quién te ha dicho todo eso…? -le preguntó el hombre con una media sonrisa.
- Lo que te digo, un pajarito… del Bosque de Plata.
- Vaya, me han descubierto, je, je, je -objetó él risueño-. Es una práctica muy
potente e implica un compromiso. Pero no es concluyente, puesto que se renueva cada
año: uno frente al otro analizan ese año transcurrido, la relación, los avances, las
lecciones aprendidas, el trabajo interno juntos… y deciden si siguen un año más o bien
su camino en común ha terminado.
- Eso suena muy sensato -dijo la joven.
Y dirigiéndose a Brances, añadió:
- ¿Te gustaría?
- Sí, sería un ritual personal, y una forma de simbolizar nuestra unión.
- ¿Harías eso por nosotros, Banlot? -dijo ella ilusionada-. Me entusiasma tanto la
idea…
- Por mi pequeña yo haría lo que fuese, ya lo sabes.
Fue corriendo a abrazarlo…
- Yo también tengo algo que comunicaros, especialmente para ti, Zenia -comentó
después el anciano.
- ¿Tú también te vas…? -dijo Zenia con cierta consternación.
El hombre retardó un poco su contestación…
- Sabes bien que siempre voy de aquí a allá. Y en Larimor, precisamente, es donde
más tiempo he permanecido porque una importante labor se me asignó hacer en este
encantador lugar.
- ¿Te encomendaron aquí para prepararme en mi misión? -preguntó Zenia.
- Bueno, más o menos -contestó él-. Hay muchas cosas ya trazadas, incluso por ti,
sólo que no lo recuerdas…
- Pero, ¿tú estabas ya al tanto de lo que estaba ocurriendo con los bosques y de
que yo tenía algo que ver con aquello? -preguntó muy interesada la joven.
- Sabía que tú jugabas un papel importante en los acontecimientos que se
avecinaban -respondió el anciano-, y mi principal cometido era provocar en ti el anhelo
del despertar, para que tú misma salieses de tu letargo y alcanzases el máximo de tu
potencial, encaminando tus pasos por ese viaje de iniciación de tu conciencia.
- ¿Y eso cómo ha podido tener tanto que ver con todo lo que estaba sucediendo
afuera, en los bosques? -siguió inquiriendo la muchacha tresla.
- ¿Recuerdas lo que te dijo Shim, el hermano del firmamento? -Zenia asintió-. Si
crees firmemente en la salvación de tu mundo, tu mundo se salvará. Si elevas la
vibración de tu ser, contribuirás a elevar la vibración misma de tu planeta; todo está
interconectado. Tú has creído y has luchado por la salvaguarda de los pilares de la vida
que se nos ha regalado en esta tierra. Si crees en la evolución de tu mundo hacia la luz
y la paz, y además colaboras en ello, así será.
»Porque creer en cuerpo y alma es tener la certeza sobre aquello en lo que crees, y
la certeza es la chispa con la que creas tu realidad. Tu realidad externa es tu realidad
interna. Tú subes de nivel; tu mundo sube de nivel. Porque además, crees en ese
mundo, y por tanto, creas ese mundo.
Los tres latían con aquellas sentencias, y el ambiente del salón se tornó mucho más
sutil e iluminado.
- Respecto a los bosques -añadió-, sabía lo que se estaba fraguando y que tu
compenetración con el Bosque de Plata era muy relevante en tu tarea.
- Pero tú no conocías a las shajas -apuntó Zenia-. ¿Cómo puede ser eso, en alguien
que controla los elementos y lo que hay tras ellos, como es tu caso?
- No los conozco de la forma en que lo haces tú o Persty -continuó contestando él-.
Yo no las veo físicamente (ni a los lurhams), ni sabía de su aspecto. Aparte, shaja es
el nombre que le dan los kramitas, y no conocía bien ese vocablo.
»Yo contacto, más que nada, con su energía: modulo las ondas de sus vibraciones,
y les ordeno cómo han de organizarse y lo que han de hacer. Los dirijo con mi mente y
mi intención. Y el corazón me da el convencimiento. y por tanto la certeza, de que es
posible y de que así será. Ése es el secreto.
El silencio, cuando los visitaba, era impresionante…
- ¿Crees que algún día podré llegar a alcanzar tales proezas? -dijo Zenia.
- Ya lo haces -contestó con calma Banlot-. Tú te comunicas directamente con ellos,
y te siguen. Sólo necesitas experiencia y seguir ganando confianza y seguridad en ti
misma. Todos podemos cursar auténticos milagros, si creemos en ellos y en nosotros
mismos. Somos el poder en acción.
Brances también escuchaba, ensimismado, las explicaciones del hombre,
despertando en él recuerdos de su infancia y de su cercanía con los animales y los
árboles del bosque.
- En fin -apostilló el anciano-, que fue para mí un orgullo y privilegio aportar mi grano
de arena en estos turbulentos sucesos de nuestro planeta. Sobre todo cuando ese
grano de arena pasaba por conocerte y brindarte todo mi amor.
Zenia vio la emoción en el rostro del hombre, y suspiró.
- Así que ya sabéis que está próximo también mi momento de partir -concluyó, ya
repuesto-, pero aún hay tiempo y estaré todavía por aquí cuando tú vuelvas, Brances.
Cumpliré, igualmente, con vuestro deseo de esa ceremonia ritual cuando vosotros
gustéis.
- Ah, bien, llegué a creer que te ibas ya -dijo la joven más relajada con el tema-.
Pero… tú también volverás algún día, ¿verdad que sí?
- No un día, sino muchos días y muchas veces -contestó el anciano recalcando sus
palabras-. Es de eso de lo que quería hablarte: aunque seguiré moviéndome como
hasta ahora, según se me requiera, he decidido muy gustosamente establecer mi
campamento base, por así decirlo, en Larimor.
- ¡Oh, eso es fantástico! -exclamó la muchacha eufórica y satisfecha después de
haber temido casi perder a su amigo.
- Podré pasar largas temporadas por estas tierras, porque así lo deseo, y de esa
manera estaré el mayor tiempo posible con mis amigos.
La pareja se sintió tan agradecida…
-También quería ofrecerte mi casa, Zenia -continuó-. Deberías dejar la casa en la
que te alojabas, y cuando yo me vaya, establecerte aquí definitivamente.
- ¿Cómo voy a hacer eso? Éste es tu hogar…
- Sé lo mucho que aprecias esta casa, junto a tu querido bosque… Es lo que tú te
mereces. Si Brances vive contigo, aquí se establecerá también. Y las temporadas que
yo venga, no tendré ningún reparo en alojarme en el pueblo.
- Oh, no, eso sí que no -adelantó Brances en un tono divertido-. Tendrás una
habitación de invitados para ti con las mejores vistas.
Todos rieron…
- Y… quién sabe, muchacha -a Banlot le brillaron como luceros los ojos-, a lo mejor
me acompañas en alguna de mis múltiples aventuras por la vida…
- Ah, no, no… No pienso volver a vivir más aventuras, que ya he tenido bastante por
esta vida y la siguiente, ja, ja, ja.
Se miraron, y los luceros se multiplicaron en sus ojos hasta convertirse en miradas
al infinito…
Brances los contemplaba, feliz, alegrándose y celebrando que aquellos dos brujitos
hubiesen entrado tan de lleno en su vida…
16. Celebrando...
 
 
 
 
 
16
 
-Hemos sido convocados para un encuentro en el mismo Bosque de Plata.
Los dos jóvenes lo miraron con clara expresión de incredulidad.
- No me miréis así, no fui yo quien lo convocó. Pero hemos sido convidados los tres
en calidad de invitados.
Lo que Banlot acababa de comunicarles dejó a Brances y a Zenia impresionados.
- ¿Cuándo será eso? -preguntó Brances-. ¿Y quiénes más asistirán?
- Se me pide discreción, así que habré de guardarla -contestó el hombre-. Sólo
puedo informaros de que será mañana, cuando el sol esté en el zenit del cielo. Yo os
conduciré al lugar.
- Bah, siempre con tanto misterio… -la muchacha hizo una mueca.
- No deberías mofarte de estas cosas -le previno el anciano apuntándola con el
índice-. Lo que mañana sucederá en tu querido bosque no tiene parangón alguno con
nada ocurrido antes.
- No pretendía faltar al respeto de ningún modo -apuntó la joven sintiéndose
avergonzada.
- Ya lo sé, criatura -Banlot suavizó el tono de su voz-. Vivimos momentos únicos y
memorables en la evolución de nuestro planeta. Están ocurriendo acontecimientos
extraordinarios que nos acercan cada vez con más intensidad los unos a los otros. Son
ocasiones muy especiales, y tenemos la fortuna de ser elegidos para presenciarlas. No
os arrepentiréis de asistir.
- ¿Por qué nos has guiñado el ojo, Banlot? -preguntó la muchacha tresla-. ¿Qué nos
espera allí?
El anciano lanzó una bocanada de humo de su pipa hacia el techo, donde se abrió
en una delgada nube que se fue diluyendo en sus extremos.
- Paciencia… -contestó con voz grave-. La ciencia de la paz.
Ante el evidente silencio del hombre, Zenia comentó:
- Menos mal que será justo antes de partir tú, Brances.
- Saben de tu marcha, muchacho -informó el anciano-, y desean que tú también
estés presente.
- Será para mí un privilegio estar allí -comentó el joven con una mano en el corazón.
- Bien, voy a comunicarle a mi madre que mañana nos vamos de excursión y que
no estaremos en todo el día.
La joven se levantó y se dirigió a los fogones, donde imaginaba que andaría
entretenida su madre.
 
                            
 
El día amaneció apretadamente soleado, a pesar de andar agazapado el invierno y
presto a entrar cualquier día de aquellos.
- Tú has tenido algo que ver con este día casi primaveral, ¿verdad, Banlot? -le
acusó cariñosamente la muchacha-. Te conozco bien…
- Ja, ja, ja -rió el anciano-. Desde luego que me conoces. Pero no he sido sólo yo:
hay muchos pendientes de este día y con muy buenos deseos y bendiciones. No puede
ser menos que un día luminoso y radiante.
El hombre llevaba a la pareja por un camino protagonizado por hayas de tronco
plateado, a las que esporádicamente acompañaba algún roble, abeto o acebo.
- Además -añadió-, en un par de días tendremos el día más corto con su noche más
larga, lo que implicará el nacimiento de la luz, y con ella, el alargamiento de los días.
Se adentraron en una zona harto lejana que Zenia desconocía. No en vano, habían
comenzado su paseo matutino bien tempraneros, al amanecer.
- Ya estamos cerca -dijo Banlot.
Los conducía con total seguridad por los diversos senderos.
Entraron en un paraje más laxo de arboleda pero con especimenes más robustos
de plantas arborescentes.
Vieron a lo lejos un elegante ejemplar de haya, magnífico y espectacular. Sus
ramas, ya desnudas, se expandían en su parte más baja buscando la compañía de los
árboles de alrededor.
- Jamás vi tal porte tan grandioso en una haya -comentó el joven maravillado-. Este
bosque debe ser muy anciano.
- Y anciana es su sabiduría -añadió Banlot.
Tal había sido el magnetismo que había provocado la talla del árbol, que no
repararon en que a sus pies se congregaban algunas esbeltas figuras.
- ¡Son ellos, Banlot! -exclamó Zenia.
Todos los esperaban, majestuosos y sonrientes, iluminados por los rayos solares
que caían libres a través del ramaje pelado del gran árbol.
Al llegar bajo la copa del árbol, abrazaron conmovidos a Dulter, Anxis y Grest, que
los acogieron afectuosamente entre sus brazos.
- Ellos son los hermanos del corazón de la tierra, Brances -explicó Zenia al joven.
Tras las presentaciones, apareció por un lateral alguien cuya presencia impactó a la
muchacha.
- Eres como en mi sueño… -dijo con la boca abierta.
- Soy el de tu sueño… -contestó Shim.
Su cálido abrazo la estremeció…
-¡Hola, Zenia…! -la joven tresla escuchó una vocecita musical detrás del árbol.
Como no se dejaba ver el responsable del saludo, tuvo que rodear el grueso tronco
de varios metros de circunferencia, para dar con él.
Pero nada, tras el tronco no apareció; jugaba al ratón y al gato con ella.
Al volver con el resto, apareció corriendo y riendo una linda criatura rubia.
- ¡Mi guapo Cheskry! -le gritó la muchacha.
Y lo levantó en el aire, besándolo con amor.
- Te dije que acabaría bien y que ella nos salvaría -le dijo el crío en un tono de niño
maduro.
- Por supuesto, mi bien, por supuesto.
Brances, a pocos metros de la escena, estaba sin habla, con una media sonrisa en
los labios que delataba su complacencia.
Banlot, el observador, se percató de la satisfacción y disfrute del muchacho ante la
tierna y maternal secuencia de la joven con el pequeño.
Después de un breve tiempo de agradable charla, se escuchó un griterío
aproximándose.
Miraron en la dirección de donde provenía el alboroto, y vieron acercarse, con
nerviosos y rápidos pasos, tres pequeñas siluetas rechonchas. Una de ellas, gritó
claramente:
- ¡Mi pequeña! ¡Mi dulce Zenia…!
Banlot, Brances y la dulce Zenia fueron a su encuentro, felices.
- Me recomendaron que llegase silenciosa para daros la sorpresa, pero eso es
como pedirle a un limonero que te dé arándanos… Imposible, ¿no es así?
Persty se agarró a la joven y la colmó de besos y abrazos.
Los tres kramitas estaban radiantes…
- ¡Qué pilluelo es este Banlot! -profirió Zenia-. No quisiste decirnos quiénes venían,
¿eh…?
El anciano contuvo la risa como pudo.
Los hermanos permitieron que gozasen de un buen rato de charla con sus amigos
kramitas, para mitigar las últimas semanas que habían estado sin verse; hacía casi un
mes de la salida definitiva de tierras kramitas.
De vez en cuando, a la joven se le iba la mirada a los hermanos, pero más
concretamente a su peculiar vestimenta.
Cuando Banlot le contaba a la familia kramita sobre sus intenciones de asentarse
en Larimor, Zenia aprovechó para acercarse a Shim, que la recibió con una brillante y
acogedora mirada.
- ¿Quieres saber sobre algo? -le preguntó a la joven.
La muchacha no se extrañó de su aguda intuición.
- ¿Por qué lleváis ese dibujo bordado en vuestros trajes? -le preguntó-. ¿Significa
algo? Sois de procedencias muy lejanas y, sin embargo, portáis el mismo símbolo.
- Tú lo has dicho -contestó el hermano del firmamento-: es un símbolo, y como tal,
es una representación inconsciente de algo no expresable por la vía de la razón; algo
que forma parte de la realidad, pero cuya comprensión sólo puede llegarnos mediante
estas representaciones.
»Son imágenes simbólicas que tocan nuestro subconsciente en lo más profundo y
nuestro sentido de lo sagrado y del misterio, revelándonos que todos procedemos del
mismo origen, que a todos nos tocan igual sus mensajes.
»El lenguaje simbólico está muy relacionado con el mundo espiritual, y es señal
inequívoca y eterna de nuestra pertenencia a un todo sagrado, mayor que nosotros
mismos.
- ¿Y qué simbolizan el triángulo y el círculo? -preguntó la joven tresla cada vez más
atraída por el tema.
- El triángulo es el símbolo geométrico, desde todos los tiempos -respondió Shim-,
del número tres, de la trinidad, de la proporción áurea. Simboliza el cielo, la tierra y la
unidad de ambos, es decir, lo material, lo espiritual y un tercer aspecto que nace de la
unión de ambos. Es la expresión del ser espiritual dentro de un marco material.
»Y este triángulo, con sus tres lados semejantes, representa también la armonía, la
divinidad y la proporción.
Zenia escuchaba muy atentamente, aunque se perdiese un tanto en las palabras,
pero no se le escapaba la trascendencia de aquella simbología.
- ¿Y el círculo?
Recordaba lo que Banlot les resumió en la cocina de la casa kramita sobre los
mandalas y su forma circular. Así y todo, preguntó.
- Un círculo es símbolo también del cielo y la tierra, de lo espiritual en relación con
lo material -explicó el hermano-. Supone una representación del alma y de su
perfección en la tierra, de su manifestación en la materia.
»Proviene del disco solar, creador de la luz y del fuego de la vida, esencial para la
tierra. Innumerables danzas por todo el mundo se realizan en círculos, símbolo
igualmente de la fraternidad universal.
- En el lugar en el que te apareciste en mi sueño, las piedras estaban dispuestas en
círculo, como en las tierras kramitas, en el lugar del enigma.
- Sí, representan todo esto que te explico -afirmó él-. Y los mandalas también
resumen esta combinación espiritual y terrenal.
- ¿Y por qué el triángulo se incluye en el círculo? -continuó la tresla con sus
preguntas-. Dos símbolos tan trascendentes juntos…
- En efecto, amiga mía -asintió el hombre-. Cuando veas un triángulo incluido dentro
de un círculo, estarás ante la eternidad, puesto que simboliza lo que ha sido, es y será.
Su voz era grave y precisa, haciendo vibrar cada célula del cuerpo de la joven, que
sentía una atracción fascinante por todo lo que Shim le transmitía.
- Quisiera saber más sobre ello -apuntó la muchacha- y sobre el origen de esas
simbologías y de otras que existan.
- Tu anhelo por saber te llevará lejos, querida Zenia -le expresó él sonriente-. Tienes
cerca un buen maestro en esas lides…
Y dirigió su mirada hacia el grupo donde estaban los kramitas y sus dos amigos.
Banlot les observaba en ese momento, en el que sus ojos chispearon al cruzarse con
los de ella.
- Te refieres a Banlot, ¿verdad…? -la joven sintió un estremecimiento en todo su
ser.
Percibía que se adentraba en un universo mágico y desconocido por explorar y al
que quería pertenecer.
Es más, creía haber pertenecido desde siempre…
 
                            
 
Los kramitas -Persty, para ser exactos- habían traído comida para toda una tropa, y
quisieron invitar y compartirla con todos.
Los hermanos se mantuvieron al margen, pero los tres amigos almorzaron como
antaño con aquella encantadora familia, para volver a degustar los manjares de la
mujer kramita.
Tras un tiempo de reposo, se sentaron todos en círculo, y después de unos minutos
de recogido silencio, Anxis se levantó y comenzó a hablar:
- Mis queridos amigos, os hemos convocado hoy aquí por diversas razones. En este
mismo día y en estos momentos se está celebrando un importante encuentro de
representantes del planeta como al que tú, Banlot, fuiste invitado hace semanas.
»Junto a nuestro hermano Shim, decidimos celebrar un encuentro paralelo con
todos vosotros, protagonistas de esta aventura de los bosques, para conectar a la par
con las sutiles energías que allí se mueven. Era también una ocasión ideal para
regalaros este múltiple reencuentro.
Zenia se quedó impresionada cuando, desde la posición en la que estaba y tras la
hermana del corazón de la tierra, vio una encantadora figura blanca cabecinegra que la
miraba con dulzura…
No esperaba volver a encontrarse tan pronto con su amigo shirim, así que se le
alegró el alma sólo de pensar que había regresado a su bosque, como en su infancia.
- Hemos venido hasta aquí -continuó Anxis-, en representación de ellos, a
encontrarnos con vosotros. Queremos daros las gracias por todo cuanto habéis
recorrido hasta aquí, por vuestro tesón y buen desempeño en todo cuanto os fue
asignado, aun sin saberlo en muchos de los casos.
A la joven tresla le parecía que el terciopelo de la voz de aquella mujer se le
confundía con unas campanitas que le eran muy familiares. Miró arriba del haya y
creyó ver unas pequeñas luces… Ellas también habían asistido al evento.
- Y tú, Zenia -se dirigió a ella-, no sólo has cumplido con lo que se esperaba de ti,
sino que has llegado a traspasar cualquier expectativa al respecto.
»Fuiste elegida para este cometido porque había puesta en ti una enorme confianza
respecto a tu sensibilidad, tu flexibilidad y tu enorme capacidad para evolucionar y
superarte a ti misma. Lo has hecho con creces, y eso te lo debemos.
Persty, emocionada, se enjugó una lágrima que le caía.
- Queremos comunicaros -prosiguió- que, gracias a vuestra labor y a ti, Zenia, como
guerrera interna de la luz, hoy podemos decir que es un gran día, porque este paso que
os aleja de la oscuridad, os acerca a unos y otros en vuestro anhelo de hermandad y
confraternidad.
»Y podemos afirmaros abiertamente que habéis subido un paso más en vuestra
evolución, subiendo vuestro nivel vibracional, y por ello, el nivel vibracional de éste,
vuestro planeta.
Hizo una breve parada, y retomó la declaración:
- Estamos todos sentados bajo este bello y excepcional árbol, símbolo de la madre
y creadora de la tierra, de la sabiduría a lo largo de los tiempos, y en este hermoso sitio
que llamáis Bosque de Plata, que nos acoge en su seno como hace cada ser
misterioso y mágico que constituye y representa a cada bosque.
»Este ser, estimada Zenia, que tú bien conoces, es un sabio anciano que existe
desde mucho antes de que el hombre pisase su fresca y húmeda tierra. Él siempre es
generoso para con los seres humanos y todas las criaturas que habitan en su ser.
Las palabras de Anxis provocaron en la joven la constatación de que, cada vez que
pensaba, sentía o hablaba de su bosque, lo hacía como si se tratase de alguien, de un
ser único, sin saber que así era.
- Por eso elegimos este lugar -añadió la mujer-, uno de los más ancestrales y
experimentados de nuestro planeta. Aquí hoy, queremos celebrar este paso conducido
que os acerca otro poco más a la luz, en el camino evolutivo de la humanidad en pos
de la paz y la confraternización de los mundos.
»Esta reunión es símbolo de ello, y queremos celebrarla invocando y agradeciendo
a todos los elementos cardinales de la naturaleza.
Todos se pusieron de pie y permanecieron en círculo.
El pequeño Cheskry se dirigió, ilusionado, a un lateral del grueso tronco de la
impresionante Dama Sabia bajo la que se cobijaban, donde se congregaban multitud
de flores de todos los colores.
Se agachó y recogió un puñado de ellas, ensartadas en un círculo perfectamente
formado.
Estas flores eran de un color rosa purpúreo y desprendían un olor magnético que
inundaba el espacio por donde pasaba el chiquillo.
Se acercó a Zenia y se colocó delante de ella, con la corona entre sus manitas.
- Estas rosas -dijo con su cándida voz- son para ti, porque con sus colores y su
lindo olor te quedarán muy bien en tu cabeza.
La joven se sonrió y se inclinó hacia delante para que el niño le colocara la corona
sobre sus cabellos dorados, resaltando aún más su belleza.
El crío volvió al montón de flores y fue recogiéndolas, agrupadas en coronas de
únicas flores, y colocándoselas a cada participante del encuentro: anémonas, lirios,
orquídeas, jacintos, lavandas, dalias, jazmines, madreselvas, flores de cerezo y azahar,
que coronaron a los comensales y perfumaron el entorno con sus fragancias y colores.
Cuando acabaron los preparativos, Dulter entró en el círculo y comenzó a hablar:
- Mirando hacia el este, invocamos los elementos del aire, representados en
nosotros por nuestros pulmones.
Cuando Zenia se fijó, el hermano portaba una brillante espada de plata cuyo reflejo
le daba en los ojos, ahora que el sol iba descendiendo por el prado azul del cielo.
Apoyaba su empuñadura sobre el pecho, a la altura del corazón, y apuntaba al frente.
- Mirando hacia el sur -continuó él-, invocamos a los elementales del fuego,
representados abajo por el fuego creador de nuestra sexualidad.
El bosque se estaba convirtiendo en un espacio extraordinario en el que las almas
henchidas se expandían  y confundían con cada átomo del gran ser que erigía aquel
bosque
- Mirando hacia el oeste -prosiguió el hermano del corazón de la tierra-, invocamos
a los elementales del agua, nuestras emociones, representadas por nuestro corazón.
El silencio, cada vez que Dulter callaba, se extendía por el bosque, como si las aves
comprendiesen la magnificencia del momento y respetasen la solemnidad del acto.
- Mirando al norte -concluyó-, invocamos a los elementales de la tierra, nuestra
mente, la más densa y situada arriba, en nuestra cabeza.
Con cada frase, los once asistentes se habían ido dirigiendo a cada punto cardinal,
con suma emoción en sus rostros.
Dulter volvió al círculo y se cogieron todos de las manos.
- Colocad vuestra mano izquierda hacia arriba a la hora de coger la de vuestro
hermano -dijo Grest-, puesto que ésta es la que recibe y ha de estar en disposición de
hacerlo, abierta. La derecha, colocadla hacia abajo; es la que da.
Entonaron unos cantos que los hermanos comenzaban y ellos repetían. La joven
imaginó que eran mantrams, sobre los que Banlot les había hablado cuando buscaban
el enigma.
Su cuerpo entero vibraba con ellos, y advertía el intenso y potente paso de energía
por la rueda de la que formaba parte.
Cuando acabaron, todos se abrazaron en señal de hermandad fraterna.
Los pájaros parecían haberse puesto todos de acuerdo y ahora entonaban ellos sus
melodiosos cánticos, en una sinfonía alegre de trinos y gorgoritos rítmicos.
- ¿Por qué llevabas la espada así, Dulter? -preguntó un rato después la muchacha.
Acariciando su lacia cabellera rubia, contestó:
- La espada es símbolo iniciático de la voluntad, y en estas invocaciones ha de ir
apoyada en el corazón, para que todas las peticiones sean canalizadas por la voluntad
desde el corazón. Mi otra mano se apoya sobre el plexo solar, por encima de mi
ombligo, como protección.
- ¡Qué increíble y fascinante ha sido! - exclamo la joven.
- Sí -le sonrió Dulter-. Llegan a moverse energías muy poderosas e intangibles,
especialmente durante la rueda del amor, que ya no son frenadas por las energías de
la mente, pudiendo así expresarse y fluir de forma natural y entrar en el ambiente.
Era cierto que ahora el ambiente estaba empapado hasta el último ápice de una luz
hechizante y de oro que todo lo traspasaba, hasta en las miradas de todos ellos.
- Ahora debemos irnos -anunció Grest-. Sirva este bello y breve encuentro como
ejemplo de vuestras más íntimas aspiraciones de fraternidad. Es posible, no lo dudéis:
vuestro mundo, aquí arriba, puede llegar a ser un lugar de paz y conciencia, de respeto
y amor. En vuestras manos está siempre la posibilidad de hacerlo realidad.
- Proseguid así… -añadió Anxis-. He querido ser yo la que os hablase antes porque
quería mostrarte, Zenia, que la mujer, debido a su poder ancestral, puede y ha de
mover sus energías femeninas para inundar el mundo con ese potencial de amor que
alberga nuestro corazón.
»Tú llevas una bruja de magia blanca dentro. Conoces en lo más recóndito de tu ser
los ciclos de la tierra y de la luna; sabes bailar la danza más antigua del mundo y de la
vida; cuando lo deseas, haces los elementos tuyos: el aire para vivir, el fuego para
crear, el agua para amar y la tierra para enraizarnos. Eres una mujer libre caminando
por las olas de tu vida…
»Y si un hombre decide acompañarte, ha de ser un guerrero que sepa luchar su
propia batalla interna de superación junto a ti, porque libre seguirás andando tu propio
sendero. Y valiente ha de ser el que se contemple en el espejo de tus ojos…
Todo lo que la mujer acababa de decir tocó la fibra más íntima de la joven…  
Se despidieron con íntimos abrazos, y cada uno volvió en la dirección desde la que
habían llegado.
Los kramitas se fueron mucho más esperanzados que en su última despedida, pues
vieron que no era tan imposible volver a reencontrarse con sus amigos.
 
                            
 
- Qué ceremonia tan intensa y emotiva… -comentó Brances ya de vuelta por el
bosque hacia Larimor.
- La de vuestro compromiso será similar -apuntó Banlot.
- Con este encuentro se cierra esta aventura -dijo Zenia-, esta vuelta de ascenso de
la espiral de evolución de la humanidad. Lo hemos logrado… y han venido a
felicitarnos.
- Ahora, a continuar en nuestra labor del día a día -agregó el hombre-, a seguir
aprendiendo a amar… Estas experiencias han servido para ayudar al planeta… y a la
galaxia entera. Cada acción cuenta y puede cambiar el curso del universo para
siempre.
- Pero no hemos venido aquí exactamente a experimentar -repuso el joven-, sino a
disfrutar…
- Ciertamente, amigo -dijo el anciano-. Hemos venido a amar la vida… y a vivirla,
por amor, las veces que sea necesario. Lilah… el juego de la vida.
»Pero olvidamos nuestro poder, nuestra divinidad, y que estamos jugando, porque
esto es un juego, pero no debe parecerlo…
- Somos tan afortunados de estar aquí y ahora… -dijo la muchacha tresla-. Todo lo
que necesitamos está ya dentro de nosotros…
Los bajos rayos del sol adormilado de la tarde caían sobre sus cabellos,
convirtiéndolos en oro.
El día había sido hermoso e inspirador, y los tres se encaminaban a proseguir sus
vidas con el ánimo renovado y fortalecido.
Sin decir nada pararon a la vez, porque delante de ellos, en el camino, apareció el
shirim.
Sólo fueron unos segundos… Les miró, movió su cabeza hacia abajo en un gesto
de reverencia… y se alejó.
Los tres se miraron con lágrimas en los ojos, y no volvieron a decir ni una sola
palabra en todo el viaje de vuelta.
No era necesario…

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