Teologia I 2015
Teologia I 2015
Teologia I 2015
AUTORIDADES
Canciller
Su Excelencia Reverendísima
Mons. MARIO ANTONIO CARGNELLO
Arzobispo de Salta
Rector
Pbro. Lic. JORGE ANTONIO MANZARÁZ
Vice-Rectora Académica
Mg. Dra. MARÍA ISABEL VIRGILI DE RODRÍGUEZ
Vice-Rector de Formación
Pbro. Prof. FRANCISCO NUÑEZ
Vice-Rectora Administrativa
Mg. Lic. GRACIELA MARÍA PINAL DE CID
Secretario General
Dr. GUSTAVO ADOLFO FIGUEROA JEREZ
3
VICERRECTORADO DE FORMACIÓN
ÍNDICE
PLANIFICACIÓN ................................................................................................................................. 13
NIVEL IV: El misterio de Cristo, centro, fundamento y fin de nuestra vida cristiana .................. 110
UNIDAD VII: EL MISTERIO DE CRISTO EN EL NUEVO TESTAMENTO ........................................ 110
1.- Introducción .................................................................................................................................. 110
2.- Los misterios de la vida de Cristo ................................................................................................. 110
3.- Nociones preliminares .................................................................................................................. 115
4.- Cristología en Pablo ...................................................................................................................... 117
5.- Cristología en los Evangelios sinópticos ....................................................................................... 121
6.- Cristología en las Epístolas Católicas ........................................................................................... 137
7.- Cristología en la Carta a los Hebreos ............................................................................................ 142
8.- Cristología en el Evangelio de Juan .............................................................................................. 145
9.- Cristología en el Apocalipsis ......................................................................................................... 154
10.- Conclusión .................................................................................................................................. 158
UNIDAD VIII: BREVE CRISTOLOGÍA SISTEMÁTICA ...................................................................... 160
1.- Introducción .................................................................................................................................. 160
2.- El misterio de la Encarnación ........................................................................................................ 160
3.- Unión hipostática: diversas interpretaciones, antiguas y modernas. Visión comprensiva. ............. 162
4.- El misterio Pascual: Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús ...................................................... 163
5.- Conclusión .................................................................................................................................... 171
8
REFERENCIAS
Actividad en el foro.
Actividad grupal.
Actividad individual.
Atención.
Audio.
Bibliografía.
Glosario.
Sugerencia.
Video.
9
FUNDAMENTACIÓN
En el marco de la identidad institucional como Universidad Católica 1 y del Estatuto propio 2 de la Uni-
versidad Católica de Salta, las asignaturas de formación integral3, se constituyen como un espacio de
reflexión4 que pretende desarrollar un soporte científico filosófico-teológico5, a fin de proveer a los
alumnos de las herramientas necesarias de percepción, conceptualización, reflexión, elaboración, desa-
rrollo y producción de un pensamiento con lenguaje específico, crítico6, profundo, dinámico y creativo 7
en su ciencia y en su profesión sustentado en actitud reflexiva filosófico-teológica.
Teniendo en cuenta que “nuestra fidelidad al Evangelio nos exige proclamar en todos los areópagos
públicos y privados del mundo de hoy, y desde todas las instancias de la vida y misión de la Iglesia, la
verdad sobre el ser humano y la dignidad de toda persona humana”8
El trayecto educativo de las asignaturas de formación integral, asume una concepción integral de la
persona y condición humana como así también el actual acento en las dimensiones de interdisciplina-
riedad, multiperspectividad, transdisciplinariedad, transversalidad del conocimiento; y las herramientas
que ofrece el abordaje desde la perspectiva del pensamiento complejo y de las inteligencias múltiples, a
lo cual se suma el aporte actual de la reflexión desde la perspectiva de la inteligencia espiritual, esto
es, desde el concepto de sentido y significado9 como ámbito integrador, global y holístico de la existen-
cia humana.
Inteligencia espiritual que en nuestra particular propuesta educativa se expresa en las coordena-
das que nos ofrece el horizonte del descubrimiento, valoración y reconocimiento de la “experiencia
religiosa” en general y del paradigma específico que ofrece la fe cristiana. Todo ello permite generar
una especial sensibilidad para reconocer los horizontes de una “razón ampliada”10 y la “dimensión
sapiencial”11 de la verdad descubierta y vivida; aspirando a la configuración de un tipo humano que
sintetice en una sabiduría cultivada el aporte a la sociedad y a la cultura donde se inserta
Actitud sapiencial que se nutre de una atención despierta a la dinámica social y cultural imperan-
te; dónde el núcleo sabio de la conciencia humana se activa en la confrontación con la realidad, y de
1
Ex Corde Ecclesiae:
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_constitutions/documents/hf_jp-ii_apc_15081990_ex-corde-
ecclesiae_sp.html
cfr. C.E.A., Presencia de la Iglesia en la Universidad y en la Cultura Universitaria, 1996
cfr. Zabalsa Miguel A., La enseñanza universitaria, el escenario y sus protagonistas, narcea, Madrid, 2007
2
Estatuto: http://www.ucasal.net/seccion1.php?secc=institucional&secc1=111
3
Artículo 20° del Estatuto, en el orden de la integración del saber, no solo como ilustración cultural o saber complementario,
sino como saber esencial y constituyente de la mente y el corazón del graduado en nuestra Universidad.
LECTURA COMPLEMENTARIA 1: La formación integral y sus dimensiones.
4
Espacio activo, no enciclopédico. Encarnado en la ciencia específica, partiendo de ella como realidad interpelante y regre-
sando a ella con reflexión enriquecida; y no concebido como extrapolación sintética de formación profesionalmente filosófi-
ca o teológica.
5
Con precisión conceptual y terminológica; con método y actividad según las áreas mencionadas; buscando la propuesta
integradora al comienzo, durante y proyectando una síntesis posterior.
6
LECTURA 3: Pensamiento crítico.
7
LECTURA 4: Pensamiento creativo: 4.1 Pensamiento creativo, 4.2 Habilidades críticas y creativas.
8
D.A. 390.
Cfr Compendio de la Doctrina Social N° 16
9
cfr. Giussani Luigi, El sentido Religioso, Edic. Encuentro, 1987
cfr. López Quintás Alfonso, la cultura y el sentido de la vida, ppc, 1993
cfr. Giussani L., El rostro del hombre, Edic. Encuentro, 1996
cfr. Frankl Víctor E., El hombre en busca del sentido último, el análisis existencial y la conciencia espiritual del ser humano,
Paidós, 8° reimpr., 2013
10
Decreto de Reforma de los Estudios eclesiásticos de Filosofía:
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_20110128_dec-rif-
filosofia_sp.html
11
Decreto de Reforma de los Estudios eclesiásticos de Filosofía:
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_20110128_dec-rif-
filosofia_sp.html
10
modo especial a las realidades que exigen soluciones urgentes en referencia a la dignidad humana, a
las condiciones adversas que condicionan el futuro de las personas y de las sociedades y la imperiosa
atención que nos solicitan los dinámicos procesos humanos políticos-sociales-económicos-ecológicos
en los que nos encontramos inmersos12.
En nuestra identidad institucional la razón humana se concibe ampliada con la afirmación y las con-
secuencias inferidas del paradigma “Jesús, el Cristo” como configuración de un humanismo cristiano-
no solo teorizado sino tematizado y experimentado en el camino de la tradición de la Iglesia Católi-
ca específicamente.
Este espacio se encuentra articulado tanto con los fundamentos y objetivos del Plan de Estudios de
las Carreras, como integrado con sus respectivos actores, los docentes de las materias específicas en
búsqueda de un auténtico diálogo fe y razón, fe y cultura, evangelio y vida.
También se encuentran secuenciados los contenidos en un desarrollo progresivo con el resto de los
espacios curriculares de reflexión filosófica, teológica, doctrina social de la Iglesia y ética; constituyendo
un bloque formativo, que se sostiene en una opción por un eje esencialmente epistemológico, antro-
pológico y praxis integradora, con una orientación clara a la producción de aportes sociales y cultura-
les significativos.
El aspecto práctico se propone desde una antropología filosófica-teológica liberadora13 que expresa
de modo claro la más profunda identidad humana en acción en el contexto social; y el asumir la configu-
ración vital que entiende y asume la Comunidad como ámbito de desarrollo integral, donde la libertad
humana se despliega en contemplación del rostro del otro y la conciencia de su dignidad y el destino
común que nos une a todos como Humanidad.
Con ello se pretende que la intervención profesional del graduado de la Ucasal tenga posibilidad de
un accionar profesional entendido como intervención en su ámbito, libre de toda inclinación a la imposi-
ción, cuidadosa en la orientación y dirección, y decididamente signada por la impronta del acompaña-
miento transformador de la vida humana; de modo especial inspirada en la intervención salvadora y
liberadora de Dios en la Historia humana: la KÉNOSIS o encarnación como método y lenguaje ver-
dadero.
12
cfr. Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el Congreso Mundial sobre la Pastoral de los Derecho Humanos, Roma
1998
Cfr Compendio de la Doctrina Social N° 16
cfr. Declaración Crisis económica, opción por los pobres y cuidado de la creación. Por un desarrollo humano, integral y
solidario, emitida por los miembros del departamento justicia y solidaridad del CELAM, febrero 2010
cfr. A.A.V.V., Ciencias, Filosofía y Teología, en búsqueda de una cosmovisión, 2004
cfr. Motto, Andrés Román M., Creer en Dios, ¿invención, costumbre o convicción?, S. Pablo, 2009
cfr. Peacocke Arthur, Los caminos de la ciencia hacia Dios, sal terrae, 2008.
13
“Conocerán la verdad y la verdad los hará libres” Evangelio de San Juan 8,32
cfr. Ratzinger, ser cristiano en la era neopagana, Edic. Encuentro, 1994
cfr. Ladaria Luis F., Introducción a la Antropología Teológica, verbo divino, 1998
11
PRÓLOGO
Estimado alumno, queremos, desde la Universidad Católica de Salta -Ucasal- y de modo específico
desde el Vicerrectorado de Formación en su Escuela de Formación Fundamental en la Identidad
Institucional, darte la bienvenida a éste camino que, desde ahora, realizaremos juntos. Así lo expre-
samos y representamos en el logo (ver en la tapa del MÓDULO) de nuestra página web:
www.qvadis.com.ar, la que te invitamos a visitar.
Acompañados por nuestros Profesores de las Asignaturas de Formación, años tras años ahondare-
mos juntos el misterio de la vida humana, de la dignidad del hombre, de la complejidad de la sociedad,
de la riqueza de la cultura; también, el misterio de una vida útil, verdadera y realmente comprometida.
Aprovechando a pleno las posibilidades que se presentarán de aquí en adelante; en primer lugar, el
hermoso tiempo de estudiantes, de la vida en la Comunidad Universitaria, del aprender a ser y vivir para
los demás y con los demás. Luego, de las oportunidades que se abrirán habiendo realizado una forma-
ción profesional seria, adquiriendo ciencia y conciencia; no sólo para ser exitosos profesionalmente,
sino para ser protagonistas de una historia humana donde se verifique la superación de la desigualda-
des, la victoria sobre las frustraciones de la sociedad en general y sobretodo donde podamos colaborar
para el pleno desarrollo humano de todas las personas.
Las Materias de Formación, como la que presentamos hoy a la cual denominamos: TEOLOGÍA,
serán un espacio de encuentro, de aprendizaje, de expresión, de reflexión, de participación, de proposi-
ción de ideas, proyectos y de acción auténticamente universitarias; que partiendo del ámbito de estudio
y de profesión elegido, ayudados por las herramientas que nos acerque la TEOLOGÍA podamos crecer,
madurar y ejercer un pensamiento vivo, crítico, dinámico, creativo e innovador y audaz.
Nuestra Vida universitaria se nutre, también, del aporte de la larga experiencia de las Universidades
Católicas en general y en particular de nuestros 50 años como Institución Católica de Educación Supe-
rior en Salta.
La participación en la Vida universitaria tiene un comienzo, pero no termina nunca, pues a cada paso
que el profesional graduado en nuestra Institución da le acompaña la maduración en el misterio de la
Vida Humana que ha realizado desde el comienzo, es decir de la Sabiduría que lo constituye en lo pro-
fundo y que sustenta la Ciencia y la Profesión que con excelencia desarrolla.
Les reiteramos, sean Bienvenidos, esta es su casa, estos son sus espacios, y juntos los compartire-
mos para siempre y por un mundo verdaderamente nuevo y auténticamente humano, como Dios lo
pensó y creó y por el cual envió a su Hijo Jesucristo, derramando el Espíritu Santo para una humanidad
nueva.
Queremos comenzar nuestro caminar juntos proponiéndote a modo de preparación un breve ejercicio
de reflexión sobre la condición humana en general y que nos ayudará a bucear en nuestra propia condi-
ción personal, te proponemos que este link para leer las cartas que preparadas para jóvenes universita-
14
Así se llama también el Salón ofrecido a los estudiantes al lado de la Confitería en el Campus de la Universidad en Casta-
ñares, Salta.
12
rios como vos han sido redactadas; y de modo especial, el segundo link que nos hará reflexionar mu-
cho, con gusto y juntos. Sería bueno que pudieras leer todas las cartas, de a poco, una por una, de a
ratos quizás, ahí vamos…….
- Cartas a un espíritu inquieto (un texto que todo joven universitario debiera leer):
http://www.elsentidobuscaalhombre.com/v_portal/apartados/pl_listado.asp?te=397
PLANIFICACIÓN
AÑO LECTIVO
2015
CARRERA: ABOGACÍA
CÁTEDRA: Teología I
EQUIPO DOCENTE
PROFESORES
Dra. María Verónica Talamé Pbro. Matías Jerez Prof. Sergio López
Pbro. Luis Talló Figueroa Pbro. Marcelo Singh Pbro. Luis Pastrana
Lic. Silvia Peralta Prof. Matías Nina Dra. Paula Casanova
Prof. Sonia Romero Pbro. Lucio Ajalla Lic. Mateo Sepúlveda
Lic. Raúl Fleckenstein Pbro. Gustavo Rodríguez Prof. Claudio Rodriguez
FUNDAMENTACIÓN
En el marco de la identidad institucional como Universidad Católica y del Estatuto propio de la Uni-
versidad Católica de Salta, las asignaturas de formación integral, se constituyen como un espacio de
reflexión que pretende desarrollar un soporte científico filosófico-teológico, a fin de proveer a los
alumnos de las herramientas necesarias de percepción, conceptualización, reflexión, elaboración,
desarrollo y producción de un pensamiento con lenguaje específico, crítico, profundo, dinámico y
creativo en su ciencia y en su profesión sustentado en actitud reflexiva filosófico-teológica.
Teniendo en cuenta que “nuestra fidelidad al Evangelio nos exige proclamar en todos los areópagos
públicos y privados del mundo de hoy, y desde todas las instancias de la vida y misión de la Iglesia, la
verdad sobre el ser humano y la dignidad de toda persona humana”
El trayecto educativo de las asignaturas de formación integral, asume una concepción integral de la
persona y condición humana, como así también el actual acento en las dimensiones de interdiscipli-
nariedad, multiperspectividad, transdisciplinariedad, transversalidad del conocimiento; y las herra-
mientas que ofrece el abordaje desde la perspectiva del pensamiento complejo y de las inteligencias
múltiples, a lo cual se suma el aporte actual de la reflexión desde la perspectiva de la inteligencia
espiritual, esto es, desde el concepto de sentido y significado como ámbito integrador, global y holís-
tico de la existencia humana.
14
Inteligencia espiritual que en nuestra particular propuesta educativa se expresa en las coordenadas
que nos ofrece el horizonte del descubrimiento, valoración y reconocimiento de la “experiencia reli-
giosa” en general y del paradigma específico que ofrece la fe cristiana. Todo ello permite generar una
especial sensibilidad para reconocer los horizontes de una “razón ampliada” y la “dimensión sapien-
cial” de la verdad descubierta y vivida; aspirando a la configuración de un tipo humano que sintetice
en una sabiduría cultivada el aporte a la sociedad y a la cultura donde se inserta.
Actitud sapiencial que se nutre de una atención despierta a la dinámica social y cultural imperante;
dónde el núcleo sabio de la conciencia humana se activa en la confrontación con la realidad, y de
modo especial a las realidades que exigen soluciones urgentes en referencia a la dignidad humana, a
las condiciones adversas que condicionan el futuro de las personas y de las sociedades y la imperio-
sa atención que nos solicitan los dinámicos procesos humanos políticos-sociales-económicos-
ecológicos en los que nos encontramos inmersos.
En nuestra identidad institucional la razón humana se concibe ampliada con la afirmación y las con-
secuencias inferidas del paradigma “Jesús, el Cristo” como configuración de un humanismo cristiano
no solo teorizado sino tematizado y experimentado en el camino de la tradición de la Iglesia Católica
específicamente.
Este espacio se encuentra articulado tanto con los fundamentos y objetivos del Plan de Estudios de
las Carreras, como integrado con sus respectivos actores, los docentes de las materias específicas
en búsqueda de un auténtico diálogo fe y razón, fe y cultura, evangelio y vida.
También se encuentran secuenciados los contenidos en un desarrollo progresivo con el resto de los
espacios curriculares de reflexión filosófica, teológica, doctrina social de la Iglesia y ética; constitu-
yendo un bloque formativo, que se sostiene en una opción por un eje esencialmente epistemológico,
antropológico y praxis integradora, con una orientación clara a la producción de aportes sociales y
culturales significativos.
El aspecto práctico se propone desde una antropología filosófica-teológica liberadora que expresa de
modo claro la más profunda identidad humana en acción en el contexto social; y el asumir la configu-
ración vital que entiende y asume la Comunidad como ámbito de desarrollo integral, donde la libertad
humana se despliega en contemplación del rostro del otro y la conciencia de su dignidad y el destino
común que nos une a todos como Humanidad.
Con ello se pretende que la intervención profesional del graduado de la Ucasal tenga posibilidad de
un accionar profesional entendido como intervención en su ámbito, libre de toda inclinación a la impo-
sición, cuidadosa en la orientación y dirección, y decididamente signada por la impronta del acompa-
ñamiento transformador de la vida humana; de modo especial inspirada en la intervención salvadora
y liberadora de Dios en la Historia humana: la KÉNOSIS o encarnación como método y lenguaje ve r-
dadero.
Las Materias de Formación, como la que presentamos hoy a la cual denominamos: TEOLOGÍA,
serán un espacio de encuentro, de aprendizaje, de expresión, de reflexión, de participación, de pro-
posición de ideas, proyectos y de acción auténticamente universitarias; que partiendo del ámbito de
estudio y de profesión elegido, ayudados por las herramientas que nos acerque la teología podamos
crecer, madurar y ejercer un pensamiento vivo, crítico, dinámico, creativo e innovador y audaz.
OBJETIVOS
1.- Conocer los principales conceptos teológicos fundamentales de la tradición cristiana católica.
2.- Animar permanentemente desde una perspectiva teológica el diálogo entre fe y razón.
3.- Responder desde la fe a los grandes interrogantes del hombre contemporáneo.
15
4.- Integrar los saberes de la ciencia particular con los conocimientos teológicos adquiridos.
5.- Integrar la mirada teólogica adquirida en la dimensión de servicio a Dios en el prójimo, en la vida
personal y profesional.
6.- Despertar en los estudiantes el deseo de promoción y participación en el diálogo entre la fe, la
cultura y los saberes dentro del contexto pluralista y ecuménico del mundo de hoy.
CONTENIDOS
1.- Introducción.
2.- Un mundo en transformación:
2.1.- Cambios socioculturales.
2.2.- Cambios psicológicos, morales y religiosos.
2.3.- De la modernidad a la postmodernidad.
2.4.- La postmodernidad en América Latina.
3.- Algunas verdades sobre el hombre:
3.1.- El origen de la pregunta por el hombre.
3.2.- El hombre: un “proyecto dinámico”.
3.3.- El hombre: un ser social y religioso.
3.4.- El hombre “imagen y semejanza de Dios”.
3.5.- El hombre puede conocer a Dios:
3.5.1.- Vía Cosmológica.
3.5.2.- Vía Antropológica.
3.6.- El hombre puede hablar de Dios.
4.- Conclusión.
1.- Introducción.
2.- ¿Qué quiere decir Revelación de Dios?
3.- La Revelación como Palabra - Encuentro - Presencia.
4.- La historia de la salvación.
5.- Jesucristo: mediador y plenitud de la toda la revelación.
6.- La transmisión de la revelación:
6.1.- Tradición.
6.2.- Escritura.
6.3.- Magisterio.
6.4.- Relación entre Tradición, Escritura y Magisterio.
7.- Conclusión.
16
1.- Introducción.
2.- Inspiración y verdad:
2.1.- Inspiración.
2.2.- Verdad.
3.- Canonicidad:
3.1.- La formación del canon del Antiguo Testamento.
3.2.- La fijación del canon del Antiguo Testamento por los cristianos.
3.3.- Formación del canon del Nuevo Testamento.
3.4.- Reflexión final sobre la canonicidad.
4.- Interpretación.
4.1.- Presupuestos de la interpretación bíblica.
4.2.- Principios generales de la interpretación bíblica.
4.3.- Los géneros literarios.
4.4.- Los sentidos bíblicos.
4.5.- Métodos y lecturas.
4.6.- Funciones del Pueblo de Dios en la interpretación.
5.- Conclusión.
1.- Introducción.
2.- El hecho humano de la fe: fenomenología de la fe:
2.1.- Creer como acto humano de conocimiento.
2.2.- Acto humano fundamental: creer en los otros y en los valores.
2.3.- El creer religioso.
2.4.- La fe don de Dios.
3.- Reflexión desde la teología sistemática:
3.1.- El plan divino de salvación y la fe.
3.2.- Noción bíblica de fe.
3.3.- Textos bíblicos tradicionales en la reflexión sobre la fe.
3.4.- Definiciones de fe y algunas definiciones conciliares.
3.5.- El acto de fe.
3.6.- Características de la Fe en el Catecismo de la Iglesia Católica.
3.7.- Creo para entender y entiendo para creer.
4.- Conclusión.
1.- Introducción.
2.- Dios Padre: Creador y Providente:
2.1.- “Creo en Dios”:
2.1.1.- Dios Uno.
2.1.2.- Dios Trino.
2.2.- “Padre Todopoderoso”:
2.2.1.- Imágenes de Dios distorsionadas.
2.2.2.- Dios en el Antiguo Testamento.
2.2.3.- Dios en el Nuevo Testamento.
2.2.4.- Dios Todopoderoso.
2.3.- “Creador del cielo y de la tierra”:
2.3.1.- Teología de la creación.
17
NIVEL IV: El misterio de Cristo, centro, fundamento y fin de nuestra vida cristiana
1.- Introducción.
2.- Los misterios de la vida de Cristo:
2.1.- Misterios de la infancia de Jesús.
2.2.- Misterios de la vida pública de Jesús.
2.3.- El misterio pascual.
3.- Nociones preliminares:
3.1.- El Kerigma.
3.2.- Tres ambiente vitales:
3.2.1.- Liturgia.
3.2.2.- Catequesis.
3.2.3.- Misión.
3.3.- Desde Cristo a las cristologías.
4.- Cristología en Pablo:
4.1.- Algunos datos sobre Pablo y sus Cartas.
4.2.- Jesucristo en Pablo.
5.- Cristología en los Evangelios Sinópticos:
5.1.- Marcos:
5.1.1.- Breve estructura del Evangelio de Marcos.
5.1.2.- Jesucristo en Marcos.
5.2.- Mateo:
5.2.1.- Breve estructura del Evangelio de Mateo.
5.2.2.- Jesucristo en Mateo.
5.3.- Lucas:
5.3.1.- Breve estructura del Evangelio de Lc.
5.3.2.- Jesucristo en Lucas (Estudio de un texto).
6.- Cristología en las Epístolas Católicas:
6.1.- Jesucristo en la Carta de Santiago.
6.2.- Jesucristo en las Cartas de Pedro.
6.3.- Jesucristo en las Cartas de Juan.
6.4.- Jesucristo en la Carta de Judas.
7.- Cristología en la Carta a los Hebreos:
7.1.- Breve estructura de la Carta a los Hebreos.
7.2.- Jesucristo en la Carta a los Hebreos.
8.- Cristología en el Evangelio de Juan:
8.1.- Breve estructura del Evangelio de Jn.
8.2.- Jesucristo en Juan.
9.- Cristología en el Apocalipsis:
9.1.- Breve estructura del Apocalipsis.
9.2.- Jesucristo en el Apocalipsis.
10.- Conclusión.
Excursos Evangelio.
18
1.- Introducción.
2.- El misterio de la Encarnación:
2.1.- La Encarnación como evento trinitario.
2.2.- La iniciativa del Padre en la Encarnación.
2.3.- La Encarnación como acto del Hijo.
2.4.- La cooperación del Espíritu Santo en la Encarnación.
3.- El misterio Pascual: Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.
4.- Unión hipostática: diversas interpretaciones, antiguas y modernas. Visión comprensiva.
5.- Conclusión.
METODOLOGÍA
- Para el cursado, el contenido del módulo se irá activando según períodos que se indicarán oportu-
namente, se podrá acceder a él y reflexionando desde lo propuesto entrar al Foro específico y
avanzar con el aprendizaje y que se irá dosificando según los tiempos e intensidad de estudio.
- El contenido estará distribuido en niveles, de tal manera que para avanzar al nivel siguiente será
necesario superar las pruebas que aparecerán, de lo contrario no se habilita el siguiente nivel.
- El contenido de lecturas complementarias o de multimedia puede aparecer como parte de esas
pruebas.
CRITERIOS:
1.- Demostrar la suficiente apropiación de los conceptos propuestos de los contenidos teológicos
ofrecidos en las diferentes actividades realizadas.
2.- Activa y creativa participación en el foro. Este aspecto es de suma importancia para regularizar la
materia.
3.- Presentación obligatoria de un Trabajo Práctico Final en el cual el alumno exprese a partir de una
producción de reflexión propia en su opción profesional la incorporación de los conceptos teoló-
gicos ofrecidos.
4.- Aprobación de todos los niveles de los tests de evaluación.
1.- Haber llegado y superado el último nivel de las pruebas de evaluación que se propongan. Dichas
evaluaciones cuentan con 4 (cuatro) intentos por nivel. Si se aprueba se pasa al otro nivel. Si no
se aprueba en algunos de los 4 intentos, se pierde la regularidad -cabe destacar que cada inten-
to posterior al primero funciona como una recuperación de parcial, es decir, 3 oportunidades
más. Recordamos que el profesor estará disponible para toda consulta sobre la evaluación antes
de agotar los 4 intentos.
2.- Se evaluará la presencia y participación en el Foro de la materia y especialmente los aportes
más significativos. Dicha participación condicionará la presentación del trabajo final.
3.- Presentar un trabajo final de reflexión propia desde la opción profesional con las herramientas
que se vayan incorporando durante el cursado. Dicho trabajo debe ser entregado en tiempo y
19
forma (ver requisitos de formato) y no debe superar ni ser inferior a las 3 páginas de producción
propia. El tema del trabajo se propone y decide al inicio del cursado y se desarrolla con la ayuda
del profesor en el foro.
De no presentarse dicho trabajo en tiempo y forma y/o estar desaprobado, se pierde la regulari-
dad de la materia.
Aprobación de la materia:
1.- Habiendo acreditado la regularidad, podrá promocionar la materia si se alcanzó y aprobó el últi-
mo nivel de los tests de evaluaciones, participación activa en el foro y si, en el trabajo final se ob-
tiene una nota final igual o mayor a 8. Para registrar la calificación final en caso de promocionar,
el alumno deberá inscribirse como alumno regular al examen final, entonces se acreditará y re-
gistrará la nota referida. El beneficio de la promocionalidad se extenderá hasta que finalice la re-
gularidad (2 años).
2.- Si en el trabajo final se obtiene una nota inferior a 8 el alumno deberá rendir examen final.
1.- Realizar un pre examen el cual consiste en test de evaluación que tendrá aprobar en un solo in-
tento, de no aprobar dicho test no podrá presentarse a rendir. El test se habilitará en la platafor-
ma días antes del examen final.
2.- Se deberá presentar un Trabajo de elaboración propia -con la temática indicada líneas arriba- an-
tes de presentarse a rendir o, a lo sumo ese mismo día.
3.- Rendir examen final.
RECURSOS DIDÁCTICOS
El material será publicado en la plataforma de esta UCASAL, lo cual significa que como recurso fun-
damental será el uso de PC.
BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
LUGAR Y AÑO
AUTOR TITULO EDITORIAL
DE EDICIÓN
LEVORATTI, A., Biblia del Pueblo de Dios Paulinas Buenos Aires.
TRUSSSO, A. B 1980
(Dir)
20
NIVEL I:
La enseñanza de la religión y
la teología en las universidades
UNIDAD I:
TEOLOGÍA E HISTORIA DE
LAS RELIGIONES EN LAS UNIVERSIDADES HOY
1.- Teología e historia de las religiones en las universidades hoy.
2.- Etimología de la Palabra religión.
3.- El impacto de las religiones sobre la agenda social.
22
NIVEL II:
Dios y el hombre al encuentro
UNIDAD II:
EL HOMBRE "CAPAZ" DE DIOS
1.- INTRODUCCIÓN
Nos encontramos ante un desafío y una serie de preguntas: ¿qué lugar ocupa-
mos en este mundo convulsionado, cambiante, invadido por los mass media y ne-
cesitado de constante movimiento? ¿Qué lugar ocupa Dios en este mundo, en el
espacio de cada uno o en nuestros diferentes estados de vida? ¿Qué relación tiene
Dios conmigo? ¿Quién soy yo para Dios?
Estos son los planteamientos fundamentales del hombre de hoy que no pode-
mos soslayar; las características de la Postmodernidad, la New Age, las sectas, los
gurúes, los falsos profetas y sus consiguientes imágenes de una felicidad vacía de
Dios y de su amor como no menos vacía del amor por uno mismo y por nuestro
prójimo.
Mas estas preguntas existenciales sobre nuestra identidad y sobre el ¿para qué
vivir? no encuentran ni encontrarán respuesta fuera de nosotros mismos, es decir,
en el mundo externo. Es nuestro mundo interior, ese lugar al que nos negamos ac-
ceder porque nos cuestiona, nos plantea y nos hace volver nuestra mirada a Dios,
el único que puede darnos luces. Es en Dios, vivo y presente, que nos creó y nos
llama a ser hombres en esta sociedad, en Quien podemos volver a reconstruirnos y
a resignificarnos.
23
Ningún contexto socio político ni cultural -de cualquier época que sea- puede
acallar la búsqueda de lo absoluto. Esto es lo que consideraremos en un segundo
momento de esta unidad: el ser humano como ser abierto al infinito, capaz de Dios,
en su búsqueda y con su libertad. Nos preguntaremos cómo podemos, racional-
mente, conocer de su existencia y qué lenguaje debemos utilizar para hablar de Él.
En definitiva, caminando hacia el interior del propio corazón, esta unidad nos
propone las vías o modos con que podemos conocer a Dios, pero no sin antes invi-
tarnos a una sincera y desafiante reflexión sobre nosotros mismos ante los profun-
dos cambios que, vertiginosamente, se dan en nuestro entorno.
15
Cfr. I. GASTALDI, El hombre un misterio, Ed. Don Bosco, Buenos Aires 1999, 11-26.
24
del chat”, la “era del ciberespacio”... Estamos bajo el influjo de un nuevo “modelo
cultural”.
Este cambio que afecta el ámbito familiar, gracias a los medios de comunicación
social, también tiene un alcance universal. En 1865 se necesitaron 12 días para
conocer en Europa el asesinato de Lincoln (presidente de los Estados Unidos). Cien
años después -el 22 de noviembre de 1963- sobraron 12 minutos para que se di-
fundiera el asesinato de John F. Kennedy. El planeta se ha convertido en una gran
caja de resonancia de todos los eventos.
El Santo Padre JUAN PABLO II, en la carta Novo Millennio Ineunte, con la que abr-
ía este tercer milenio, agudamente reflexionaba:
“... son muchas en nuestro tiempo las necesidades que interpelan la sensibili-
dad cristiana. Nuestro mundo empieza el nuevo milenio cargado de las con-
tradicciones de un crecimiento económico, cultural, tecnológico, que ofrece a
pocos afortunados grandes posibilidades, dejando no sólo a millones y millo-
nes de personas al margen del progreso, sino a vivir en condiciones de vida
muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana. ¿Cómo es po-
sible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; quién
está condenado al analfabetismo; quién carece de la asistencia médica más
elemental; quién no tiene techo donde cobijarse?...” (NMI 50).
Las instituciones, las leyes, las maneras de pensar y de sentir, heredadas del
pasado, no siempre se adaptan bien al estado actual de las cosas. De ahí, una gra-
ve perturbación en el comportamiento y aún en las mismas normas reguladoras de
éste.
Las nuevas condiciones ejercen influjo también sobre la vida religiosa. Por una
parte, el espíritu crítico más agudizado la purifica de un concepto mágico del mundo
y de residuos supersticiosos y exige cada vez más una adhesión verdaderamente
personal y operante a la fe, lo cual hace que muchos alcancen un sentido más vivo
de lo divino. Por otra parte, muchedumbres cada vez más numerosas se alejan
prácticamente de la religión. La negación de Dios o de la religión no constituye, co-
mo en épocas pasadas, un hecho insólito e individual; hoy día, en efecto, se pre-
senta no rara vez como exigencia del progreso científico y de un cierto humanismo
nuevo. En muchas regiones esa negación se encuentra expresada no sólo en nive-
les filosóficos, sino que inspira ampliamente la literatura, el arte, la interpretación de
las ciencias humanas y de la historia y la misma legislación civil. Es lo que explica
la perturbación de muchos (cfr. GS 7)
16
Cfr. EQUIPO EPISCOPAL DE EDUCACIÓN CATÓLICA, Educación y Proyecto de Vida, Ed. Ofici-
na del Libro, Buenos Aires 1986, 4-5.
17
E. GERVILLA, Postmodernidad y Educación, Ed. Dykinson, Madrid 1993, 102.
26
cuya expresión más difundida es el fenómeno de la “NEW AGE”, “NUEVA ERA” o “ERA
DE ACUARIO” que oportunamente desarrollaremos.
18
Cabe señalar la diferencia entre secularización y secularismo. La secularización es la justa auto-
nomía de las realidades terrenas que tiene sus leyes propias, sus valores propios independientes
de la religión; mientras que el secularismo es la versión atea de la secularización, pues corta toda
relación con Dios y deja al mundo sumergido en la inmanencia. El secularismo es herencia de una
modernidad mal dirigida y más que un “ateísmo militante” se trata de una “indiferencia agnóstica”.
Cfr. GASTALDI, El hombre un misterio, 15.
Estos y otros desafíos fueron retomados por los Obispos argentinos en un documento programático
para el presente tiempo. De manera sintética son mencionados algunos de los principales “retos”
del nuevo milenio, comenzando por la crisis de la civilización como desafío totalizante en el cual se
inscriben los restantes, tales como: la búsqueda de Dios, el escándalo de la pobreza y la exclusión
social, la crisis del matrimonio y la familia, la necesidad de mayor comunión... cfr. CONFERENCIA
EPISCOPAL ARGENTINA, Navega mar adentro, Ed. Oficina del Libro, Buenos Aires 2003, 15-26
(no 21-48).
27
Y dejar de tener a Dios como punto de referencia, en toda época, no puede sino
llevar a la ruina. En el siglo XX, es decir, ya entrada la “postmodernidad”, estallaron
dos guerras mundiales. La sociedad se encuentra impotente ante la violencia que
anida. Se asiste al gran declive de las ideologías políticas y a la credibilidad de los
mismos políticos. La ciencia ha mostrado que, por sí sola, no puede resolver todos
los problemas del ser humano. Los hombres se sienten atemorizados ante su inca-
pacidad para orientar hacia el bien común la economía y todos los progresos alcan-
zados. El crecimiento de la riqueza va acompañado por el aumento de paros y por
disparidades cada vez mayores entre los países ricos y los países pobres.
... Cualquiera sea el caso, nos preguntamos si hay que pensar en un porvenir
con igual o todavía mayor grado de cambios (de cambios inesperados, añada-
mos)... Por un lado, nos damos cuenta de un problema de ritmo. El hombre no es
infinitamente adaptable (son muchos hoy lo que, aún a una edad no tan avanzada,
no alcanzan a seguir). Se vive cada vez más en un estado de tensión extrema, de
20
“La palabra "desencanto" me parece importante porque hace de eslabón, de empalme entre Mo-
dernidad y Postmodernidad. La postmodernidad comienza a nacer cuando parece constatarse pal-
pablemente la imposibilidad de ese cambio histórico soñado. Cuando el hombre cae en la cuenta
de que ya "hace siglos que pensaron las cosas mañana irán mejor" y, por tanto, cuando la ilusión
de Prometeo se transforma en la repetida constatación de Sísifo.” J. I. GONZÁLEZ FAUS, “Post-
modernidad Europea y Cristianismo Latinoamericano”, en SPECCHIA N. G. - MORELLO G. (eds.),
Crisis, rupturas y tendencias. Lecturas críticas de la globalización en la óptica de Cristianisme i
Justicia, Ed. EDUCC, Córdoba 2003, 40.
28
stress. Por otro lado, el mundo cambió tanto en el siglo XX que, a diferencia de los
seres humanos del 1900, no nos atrevemos a prever el siglo próximo”. 21
“Es cierto que el progreso actual de las ciencias y de la técnica, puede favo-
recer cierto fenomenismo y agnosticismo y hasta corre con el peligro de que
el hombre, confiado con exceso en los inventos actuales, crea que se basta a
sí mismo y deje de buscar cosas más altas. Sin embargo, estas lamentables
consecuencias no son efectos necesarios de la cultura contemporánea ni de-
21
J.-Y. CALVEZ, “La Iglesia que podemos pensar para el siglo XXI”, en AA.VV., La Iglesia de cara al
siglo XXI, Ed. San Pablo, Buenos Aires 1999, 61-62. Cabe recordar que CALVEZ, sacerdote
francés de la Compañía de Jesús, participó como experto en el Concilio Vaticano II y durante quin-
ce años ha sido consultor del Secretariado para los no creyentes.
22
M. GONZÁLEZ, “La globalización y la teología. Un enfoque desde Argentina”, en AA.VV., La Igle-
sia de cara al siglo XXI, 122.
23
Cfr. C. SCHICKENDANTZ, “El cristianismo es gracia (NMI 4). Algunas reflexiones sobre antropo-
logía y santidad”, en COMISIÓN EPISCOPAL DE FE Y CULTURA, Caminemos con esperanza!
Propuestas para un mundo que cambia, Ed. San Pablo, Buenos Aires 2003, 85-89.
29
La cuestión de Dios y del hombre adquiere una nueva dimensión. Sin menospre-
ciar los aportes de la modernidad y de la postmodernidad, deberíamos encontrar, a
través de la Palabra de Dios y de la vida cristiana, la resignificación de nuestra iden-
24
EQUIPO EPISCOPAL DE EDUCACIÓN CATÓLICA, Educación y Proyecto de Vida, 16.
25
GONZÁLES FAUS, “Postmodernidad europea y cristianismo latinoamericano”, 61-64.
30
tidad, el sentido de nuestro ser y de nuestro estar en el mundo que está en Dios,
Quien además de Padre y Salvador (datos de fe) es Creador y Proveedor (como
nos puede llevar a descubrir la razón).
Por eso América latina, para impedir o rechazar nuevas formas de opresión, se
vio impulsada a comprometerse en un proceso de liberación:
La “Nueva Era” o “Era de Acuario” propone una sabiduría global, universal, ac-
cesible a todos y fundada sólidamente en la ciencia. Busca reencantar este mundo
desencantado, a través de las religiones orientales, concebidas como más “natura-
les” y en cuyo resultado sincrético todo está permitido, todo es light y cool. Presenta
una falsa teoría explicativa del universo como de la vida y una nueva práctica indi-
vidual y social que contiene esoterismo, ocultismo, un pseudo pensamiento místico
26
Cfr. GASTALDI, El hombre un misterio, 22-24.
27
R. LARRAIN, “Modernidad y teorías irracionalistas de la ideología”, en Estudios Sociales 78 (1993),
Santiago de Chile, 31.
28
Cfr. R. BOSCA, New Age, Ed. Atlántida, Buenos Aires 1993.
29
Card. G. DANEELS, “Cristo o acuario”, Carta Pastoral del Arzobispado de Malinas, Bruselas 1990,
Revista Criterio (1991) Buenos Aires.
31
y mágico sobre los secretos del buen vivir mezclados con un poco de Cristianismo y
astrofísica.
Para quien huya encontrarse consigo mismo, con los interrogantes de su propio
silencio, con abrirse a lo trascendente o no quiera tener experiencia del Dios verda-
dero -personal y cercano- y más bien prefiera el sincretismo o “cóctel religioso” de
un “dios” impersonal, cósmico y tan polimorfo que hasta incluso pueda ser demon-
íaco, la “New Age” aparece como la solución a sus expectativas.
Como dirá SAN AGUSTÍN: “el Dios que te ha creado sin ti, no quiere salvarte sin
ti”. Dios no abandonó al hombre a su indigencia sino que salió en su búsqueda y le
ofrece su perdón y gracia.
Ahora bien, la pregunta sobre el hombre puede darse por diversos motivos. Pue-
de provenir del asombro o de la admiración frente a las maravillas del universo: un
cielo estrellado, la belleza de una flor, la inmensidad del océano, la estabilidad de
un témpano de hielo... pero también el mismo hombre y sus tantas creaciones pue-
de provocar el interrogante a cerca de ¿qué es el hombre? Asombro o admiración
que suponen una actitud contemplativa, muy sofocada en la civilización industrial
pero no del todo apagada, también ante la fascinación de la amistad, del amor, de
los ojos inocentes de un niño, de la audacia de un hombre que conquista la luna o
del genio artístico...
Por otro lado, la inseguridad como el ver tambalearse o derrumbarse las estruc-
turas del mundo, pueden provocar serias crisis y con ellas la pregunta por el hom-
bre. Aún en medio a un terreno poco firme podemos preguntarnos: ¿En qué consis-
te lo humano que es preciso salvar? El hombre busca ahí su identidad o autocom-
prensión.
30
Cfr. M. FLICK - Z. ALSZEGHY, Antropología Teológica, Ed. Sígueme, Salamanca 1967, 18-20.
31
L. F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, Colección Sapientia Fidei, Serie Ma-
nuales de Teología, Ed. B.A.C., Madrid 2001, 3: “… la antropología teológica fundamental ha mos-
trado ya al ser humano como criatura de Dios hecha a su imagen y semejanza y los elementos
fundamentales de su constitución… (la antropología teológica especial nos lleva a) considerar más
directamente a este hombre en cuanto inmerso en el misterio del amor de Dios y de su gracia, en
la historia salvífica que arranca desde la creación y que alcanza en Jesucristo la definitividad de su
sentido”.
33
Otras veces las experiencias de la frustración o de fracaso son las que suscitan
la pregunta: “¿Qué significa ser hombre?”. Por ejemplo un accidente, una bancarro-
ta económica, la muerte de un ser querido, una enfermedad que echa por tierra mil
proyectos... el contraste entre lo que somos y lo que quisiéramos ser, es decir, una
frustración existencial pueden dar origen a la pregunta por el hombre.
Ahora bien, todas estas situaciones o experiencias que originan o hacen propicia
la pregunta sobre el hombre, no deberían ignorarse ni acallarse. Aunque en nuestra
civilización industrializada predomine la técnica y el funcionalismo, respetar al hombre
en su integridad, es también darle lugar y tiempo a estos profundos interrogantes
existenciales. De lo contrario, la sensación de vacío o de nada, surgirá con fuerza.
“El hombre no sólo es el único ser de la tierra capaz de proyectos, sino que él
mismo es proyecto, no ya solamente por su innata programación genética, si-
no también por la riqueza de su espíritu encarnado que tiende a desplegar
sus virtualidades. Estas podrán desarrollarse de variadas formas accidenta-
les, pero en lo esencial y profundo han de responder a las auténticas exigen-
cias del espíritu creado para el bien, la verdad y la belleza.
Toda vida lleva en sí un plan y un destino fundamentales que presiden el de-
sarrollo de las virtualidades. A ese proyecto básico, ínsito por Dios en la natu-
raleza del ser humano nos referimos al decir que el hombre es un proyecto
dinámico...
Vivir humanamente es el resultado de un armónico desarrollo integral e inte-
grado del triple nivel que caracteriza al hombre: el nivel vegetativo, el percep-
tivo-motor del vivir animal y el nivel de la vida propia del espíritu que penetra
la esencia de las cosas, razona, decide y ama, crea el mundo de la ciencia,
de la técnica, del arte, descubre la vocación moral (ver GS 16) y la dimensión
religiosa. El hombre se percibe a sí mismo como un ser "llamado a elegir un
proyecto de vida en conformidad con su propio ser, por lo tanto "artífice de su
destino".
34
Proyecto de vida no son pues, las ocurrencias antojadizas con que llenamos
el tiempo de la vida, sino la orientación organizada de los esfuerzos para dar
vida a la vida.
Que el hombre sea un esencial proyecto dinámico no significa que su misión
sea el activismo o el creativismo, como si él fuera valioso en la medida en que
la sociedad lo juzgue útil, eficiente u original. El dinamismo a que aludimos es
esa actividad interior que consiste en tomar conciencia de la realidad, buscar
la verdad, reflexionar, elaborar experiencia, brindar amor profundo, crear or-
den y belleza, meditar, contemplar. Riqueza interior que se traduce a veces
en ejecución de actividades, a menudo en el intercambio del diálogo enrique-
cedor y con frecuencia también en la aceptación del sufrimiento y la quietud
ineludibles reconociendo en ellos un llamado a un mayor aprendizaje de inte-
rioridad y a una más íntima y depurada aproximación a los fines esenciales de
la existencia”.
Nos dejemos iluminar por la respuesta ofrecida por el Concilio Vaticano II (pro-
mulgado por el Papa Juan Pablo II en 1992) en su Constitución Pastoral Gaudium
et Spes Nº 12, tomando como referencia el ya citado Salmo 8, ahora en sus versos
sucesivos:
Además de un ser social, el hombre es un ser religioso, “capaz” de Dios que, re-
lacionándose con Él, puede conocerlo, amarlo, servirlo, adorarlo, reverenciarlo...
Como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica en su artículo 27, “el deseo
de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado
por y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encon-
35
trará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar. La razón más alta de la
dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El
hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino
porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive ple-
namente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su
Creador”.32
A lo largo de toda la historia, múltiples son las maneras con que los hombres han
expresado esta búsqueda de Dios. Pensemos a la pluralidad de creencias, ritos y
comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.) que, a
pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, expresan universalmente la ver-
dad de que el hombre es un ser religioso.
Sin embargo, esta "unión íntima y vital con Dios" a la que todo ser humano está
llamado puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el
hombre33, mas Dios, aunque el hombre lo olvide o lo rechace, no cesa de llamar a
todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda
exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, co-
mo también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.
Ahora bien, para comprender mejor esta posibilidad de buscar o conocer a Dios,
es necesario distinguir dos planos de conocimiento: el conocimiento natural y el
conocimiento sobrenatural de Dios (ver punto 3.5).
a.- Imagen por la creación: todos los hombres participan de la imagen de Dios
por el hecho de ser creados. Se funda en la magnitud espiritual del ser
humano, especialmente en las dos facultades que lo distinguen: inteligencia
y voluntad. Estas capacidades espirituales han quedado oscurecidas y no
destruidas por el pecado original y los pecados personales. El hombre no
32
Sobre la doctrina tradicional de santo Tomás de Aquino que enseña acerca del “deseo natural en el
hombre” de ver y de encontrarse con Dios, profundiza S. PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental.”Dar
razón de la esperanza” (1 Pe 3,15), Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 20014, 110-173.
33
Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos (cfr. GS 19-21): la rebelión contra el mal en el
mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas (cfr. Mt
13,22), el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del pensamiento hostiles a la religión, y fi-
nalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios (cfr. Gn 3,8-10) y huye
ante su llamada (cfr. Jon 1,3). Cfr. Cat.I.C. nº 29. Además, para las distintas formas de ateísmo, cfr.
GS 19-21.
36
deja de ser nunca hijo de Dios, aun cuando esté en pecado y por lo tanto su
dignidad es incondicional. Además, por su libertad y por la gracia de Dios es
capaz de convertirse y volver a El.
b.- Imagen por la gracia: el hombre necesita también de la gracia para volverse a
Dios. Jesucristo nos ha revelado que podemos llegar a ser hijos de Dios: hijos
en el Hijo. En el evangelio de Juan, la Palabra de Dios afirma: a aquellos que
lo recibieron, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios (Jn 1,12).
El hombre puede aceptar libremente el ofrecimiento que Dios le hace. La
imagen herida por el pecado original fue sanada y elevada por Dios. El cris-
tiano va configurándose por la gracia a imagen de Cristo, transformándose
en un hombre nuevo (cfr. Jn 3,1-12). Jesús vino al mundo para que los
hombres tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10). En el dialogo
con Nicodemo, Jesús nos dice que esta vida es una novedad tan radical que
para poseerla es necesario nacer de nuevo. Solo el que nace “de lo alto” por
el agua del bautismo y por la acción del Espíritu puede participar de la vida
de Dios (Jn 3,3.5). Se nace a la vida de Dios mediante la gracia.
c.- Imagen por la glorificación: El destino final del hombre para el cual fue
creado es de encontrarse con Dios cara a cara (cfr. 1 Co 13,12). El hombre
tiene una vocación de eternidad. Dios lo llama a compartir su gloria, el
destino final del hombre es vivir junto a Dios en la gloria eterna de la
Trinidad. Dios quiere que el hombre participe de esta su vida eternamente,
por eso no escatimará esfuerzos, sino que llegará a entregar a su propio
Hijo a la muerte y muerte de cruz para que alcancemos esta gloria. Como
enseña la Escritura de las tres virtudes, Fe, Esperanza y Caridad al final
quedará solamente la Caridad, no será necesario ni la fe ni la esperanza
porque veremos al Señor y lo conoceremos tal cual es (cfr. Jn 14,15-20).
Esta revelación de parte de Dios es lo que posibilita que el hombre, primero, na-
turalmente, y luego, sobrenaturalmente, pueda conocer a Dios. Es decir, antes de
adherirse al Dios revelado por Jesucristo como Trino y Salvador (revelación sobre-
natural), puede conocer de Dios su ser Creador y Providente (revelación natural).
Éste es un conocimiento natural que, obviamente supone la iniciativa divina de dar-
se a conocer, pero a la que todo hombre puede acceder, incluso, sin conocer a
Cristo. Mientras que sin la revelación de Jesucristo hubiese sido (y de hecho lo es
para quien no la conoce) absolutamente imposible alcanzar el conocimiento de Dios
Trino y los misterios relacionados con la segunda persona de la Trinidad, como son,
por ejemplo, la encarnación, la resurrección o la segunda venida de Cristo en gloria.
Es la magnitud del Dios revelado por Jesús, que por sí va más allá de la capacidad
de un conocimiento intelectual o racional de Dios.
37
Esta verdad acerca de la capacidad y límites naturales del hombre para conocer
a Dios ha sido solemnemente definida en el Concilio Vaticano I (1870). He aquí su
afirmación fundamental: “La santa Iglesia, nuestra madre, mantiene y enseña que
Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la
luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas” (DS 3004 y DV 6). Sin
esta capacidad, el hombre no podría acoger la revelación de Dios. El hombre tiene
esta capacidad porque ha sido creado a "imagen y semejanza de Dios" (Gn 1,26).
Existe, entonces, un camino transitable por el que la razón humana puede, a par-
tir de lo creado, conocer a Dios como Creador y Providente. Tradicionalmente se
postularon dos vías de acceso al conocimiento natural de Dios que sintetizan los
dos aspectos complementarios del Cosmos creado: el mundo material (la vía cos-
mológica) y el hombre (la vía antropológica). Cfr. Cat.I.C. 32-35.
34
Si bien santo Tomás se sirvió para esta vía del argumento del “primer motor inmóvil” que Aristóte-
les expuso en su Metafísica (cfr. XII, 8), no deben confundirse ambos argumentos entre sí. El filó-
sofo griego ubicaba este motor como primer eslabón en la cadena causal, que movía la esfera de
los cielos de un cosmos eterno e increado. Santo Tomás, en cambio, dejó claramente a salvo la
trascendencia y señorío de Dios, y el hecho que su acción causal no se ubica exclusiva mente al
comienzo de la serie universal de causas y efectos.
39
o fuente de todas las perfecciones: el ser perfecto por excelencia, la plenitud del
ser, al cual llamamos Dios.
La quinta vía se basa en el orden y finalidad del universo: vemos que los en-
tes carentes de inteligencia obran de un modo conforme a un fin. Por lo tanto, lejos
de una explicación por mero azar, existe una intención deliberada para arribar a ese
fin. Pero estos entes, al carecer de conocimiento, no pueden tender a un fin si no
son dirigidos por un ser inteligente que conoce este fin. Luego, debe existir ese ser
inteligente que conduce todas las cosas del universo a su fin, y éste es Dios.
En síntesis:
a.- Observamos que toda creatura cambia, se corrompe, nace, muere. Hay un
movimiento constante en la naturaleza. La observación del universo nos
muestra que ellos no son su propia causa; es decir, no son capaces de dar
razón de su existencia. Dicho en otros términos, todo ser creado es contin-
gente, o sea, existe pero podría no haber existido. Su existencia no está in-
cluida en la definición de su esencia. Por lo tanto, puedo elevarme a una
causa trascendente al mundo que es causa de su movimiento y su ser. Es la
Primera Causa Incausada, plenitud del ser.
b.- Existen en el mundo grados de bondad, belleza, verdad, orden y finalidad en
los diversos seres que nos llevan a Aquel que es Sumo Bien, Verdad, Bon-
dad e Inteligencia. Comprobamos que las diversas realidades creadas tie-
nen belleza, son buenas y verdaderas, pero no podemos identificarlas con el
bien, la verdad o la bondad, pues jamás pueden expresarlos plenamente. No
son capaces de remitirnos al Bien, Verdad y Belleza Plenas. Por lo tanto nos
elevamos a un Bien, Verdad y Belleza Plenas que es Dios.
c.- Captamos un orden y una finalidad en el universo, hay una teleología, o sea
una finalidad en las cosas. Por un lado, las cosas son inteligibles, permea-
bles a la inteligencia humana. Además, observamos que los seres tienen
una finalidad que va más allá de sí mismos. A través de ese orden y finali-
dad podemos llegar a la Suma Inteligencia, que estructura el cosmos entero
y lo llama hacia Sí mismo a su plena realización.
San AGUSTÍN (+ 430), en su comentario al Salmo 42,2, descubría una clara pre-
sencia divina tanto en la sed de infinito como en el conocimiento de la verdad, es
decir, en la interioridad humana. En sus Confesiones 1,1,1, leemos: “Nos hiciste
Señor para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en Ti”.
BLAS PASCAL (+ 1662) expresó otra idea agustiniana en sus Pensamientos 555,
poniéndola en boca de Dios mismo: “Tú no me buscarías si no me hubieras ya en-
contrado antes”.
desarrolló en su Proslogion: “todas las personas, aun las ateas, coinciden en definir
a Dios como aquello de lo cual no puede pensarse nada mayor (y no: lo mayor que
pueda pensarse, lo que comportaría un antropomorfismo). Pero si Dios no existiera,
podría pensarse algo mayor que Él, a saber, un ser con existencia real”. De modo
que, concluye Anselmo, “Dios es el único ser en cuya idea está necesariamente
incluida su existencia”.
Un camino más reciente surgió a comienzos del siglo XX desde una vertiente no
atea del existencialismo, con pensadores como M. BLONDEL (+1949), M. BUBER
(+1965), K. JASPERS (+1969) y G. MARCEL (+1973) entre otros. Desde la experiencia
de fracaso, angustia y situación límite, y allí donde Sartre diagnosticaba que el
hombre es “una pasión inútil”, estos filósofos vislumbraron un punto de partida para
la apertura a la alteridad de Dios, el único que puede rescatarlo de su situación de
paradoja existencial.
35
Pensemos por ejemplo al Hinduismo, organismo socioreligioso grande y complejo que consta de
innumerables sectas, cultos y sistemas filosóficos e incluye varios rituales, ceremonias y disciplinas
espirituales, como también la veneración a numerosos dioses y diosas. Su origen espiritual se en-
cuentra en las Vedas, colección de escrituras antiguas escritas por sabios anónimos, llamados pro-
fetas Védicos. Por otro lado, como tradición espiritual dominante en la mayor parte de Asia, existe
el Budismo que, más que predicar creencias o dogmas acerca de la divinidad es más bien una fi-
losofía integral de vida que tiene como objetivo la transformación positiva del individuo para alcan-
zar su potencial de iluminación. Si el sabor del Hinduismo es mitológico y ritualista, el del Budismo
es definitivamente psicológico. El Buddha no estaba interesado en satisfacer la curiosidad humana
sobre el origen del mundo, la naturaleza de lo divino o preguntas similares, su interés era la situa-
ción humana con sus sufrimientos y frustraciones. Su doctrina, por ello, no es una metafísica sino
una psicoterapia. Como 3º ej. pensemos al Islamismo (Islam es una palabra árabe que significa
paz, pureza, aceptación y compromiso) cuya meta es llevar a la aceptación y al sometimiento, a la
enseñanza y al consejo de Dios-Alá. La originalidad del Islam es, no el haber descubierto la fun-
ción salvadora de la inteligencia, de la voluntad y de la palabra –pues esta función es evidente y
toda religión la conoce–, sino el haber hecho de ello, en el marco del monoteísmo semítico, el pun-
to de partida de una perspectiva de salvación y de liberación. Su profesión de la fe, afirmación
esencial de esta doctrina absolutamente monoteísta, dice: “No hay otro Dios que Alláh y Mahoma
es su profeta”. Ver anexo I.
36
Analogía es el proceso mental mediante el cual afirmamos una cualidad de Dios (Dios es bueno),
luego la negamos (Dios no es bueno como los hombres) para finalmente afirmarlo en grado sumo
(Dios es Buenísimo, es el sólo Bueno, el sumo Bien o la suma Bondad).
41
Esto es lo que nos ilustra el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 42-43) a cerca
de ¿cómo hablar de Dios?:
Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy especialmen-
te el hombre creado a Su imagen y semejanza. Las múltiples perfecciones de
las criaturas (su verdad, su bondad, su belleza) reflejan, por tanto, la perfec-
ción infinita de Dios. Por ello, podemos nombrar a Dios a partir de las perfec-
ciones de sus criaturas.
Sin embargo, Dios transciende toda criatura. Es preciso, pues, purificar sin
cesar nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de expresión por me-
dio de imágenes, de imperfecto, para no confundir al Dios "inefable, incom-
prensible, invisible, inalcanzable" (Anáfora de la Liturgia de San Juan Crisós-
tomo) con nuestras representaciones humanas. Nuestras palabras humanas
quedan siempre más acá del Misterio de Dios.
Al hablar de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de modo humano,
pero capta realmente a Dios mismo, sin poder, no obstante, expresarlo en su
infinita simplicidad... "Nosotros no podemos captar de Dios lo que él es, sino
solamente lo que no es y cómo los otros seres se sitúan con relación a él" (S.
TOMÁS de A., S.Gent. 1,30).
Sin embargo, a pesar de las múltiples limitaciones del lenguaje humano, éste es
capaz de un discurso verdadero sobre Dios. La proclamación eclesial de la fe cató-
lica se sirve de tal lenguaje como único vehículo humano posible de expresión. El
Espíritu Santo, al transmitir aquello que Dios quiso darnos a conocer de Sí mismo y
del hombre en Jesucristo, es capaz de darnos un mensaje que nos llega a través de
hombres concretos y, aun así, sin error ni distorsiones.
4.- CONCLUSIÓN
Sabiendo quiénes somos, en qué mundo nos encontramos, cuáles son sus de-
mandas y exigencias, y conociendo a la vez la dimensión de infinito que late en
nuestra interioridad, la vida se transforma en un bello desafío para responder desde
el propio lugar a la verdad, cuya expresión más acabada, Jesucristo, es la Sabidur-
ía y la Palabra eterna de Dios que ha entrado en la historia de cada hombre.
Pues “lo queramos o no, late en nosotros la cuestión del absoluto, o del misterio
absoluto de nuestra existencia. Esta cuestión ha tomado en la historia de la huma-
nidad el nombre de Dios. Por eso esta palabra misteriosa, que de alguna manera
nos viene dada y está presente en todas nuestras lenguas, tiene sentido, y un sen-
tido inagotable. La cuestión de Dios no nos viene del exterior, porque si tal fuera el
caso no podría interesarnos mucho tiempo. El filósofo HEGEL dijo a comienzos del
siglo XIX: “El absoluto está junto a nosotros desde el principio”“. 37
37
B. SESBOÜÉ, Creer. Invitación a la fe católica para las mujeres y los hombres del siglo XXI, Ed. San
Pablo, Buenos Aires 19993, 39.
42
Ponemos en tus manos estas herramientas teóricas que no sólo pretenden brin-
dar elementos cognitivos a la inteligencia, sino "razones a tu fe y tu esperanza".
Quiera Dios que este material, que seguiremos profundizando en el devenir de las
unidades siguientes, sirva de ayuda a tus interrogantes más profundos.
43
UNIDAD III:
LA REVELACIÓN:
DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE
1.- INTRODUCCIÓN
38
Cfr. B. SESBOÜÉ, Creer, 172-178. El autor sintetiza de manera clara estas objeciones planteadas a
la posibilidad de la revelación sobrenatural, sobre todo a partir del s. XVII.
39
K. RAHNER - J. RATZINGER, Revelación y Tradición, Ed. Herder, Barcelona 2005, 13. La frase
pertenece a una lección dada por el teólogo con ocasión de su promoción a doctor honoris causa
en la universidad de Münster de Westfalia, en mayo de 1964.
44
“La palabra Revelación se deriva del latín revelare, que al mismo tiempo co-
rresponde al griego apokalyptein. Ambos significan, etimológicamente, “remo-
ver el velo” (velum - kalymna) pero gracias al doble sentido presente en el
prefijo re (apo), que es tanto re-petición como re-moción, pueden significar
también “velar nuevamente”. En este sentido se manifiesta ya una dialéctica
inicial en la misma palabra que distancia la revelación de una simple exhibi-
ción, puesto que se trata de un “desvelar/velar”. En el lenguaje común, fuera
del contexto religioso, la revelación implica usualmente una comunicación
sorprendente e inesperada de un conocimiento que tiene un significado pro-
fundo para la vida y, posiblemente, para el mundo que lo rodea. Frecuente-
mente también designa la acción con la que una persona confía libremente
sus pensamientos y sentimientos íntimos a otra, introduciéndola así en su
mundo espiritual. Ya en el ámbito estrictamente teológico y cristiano tal con-
cepto ha tardado en estructurarse, aunque su realidad refleja en todo caso y
en definitiva uno de los hechos teológicos centrales del cristianismo: Dios se
conoce a través del mismo Dios.”40
40
PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 240.
45
41
PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 240-241.
42
PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 252.
43
Cfr. V. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura,
Ed. Desclée De Brouwer, Bilbao 1995, 19-23 (“Las tres funciones de la palabra”).
46
1.- Dimensión dinámica: revelando, Dios actúa: por la cual crea y actúa reali-
zando signos “milagrosos” en el cosmos y en la historia personal y colectiva
del pueblo de Dios;
2.- Dimensión noética: revelando, Dios enseña: por la cual revela y enseña,
desde la ley, la profecía y la sabiduría hasta las bienaventuranzas y el Reino
de Dios;
3.- Dimensión personal: revelando, Dios se autocomunica: por la cual progresi-
vamente se autocomunica de una manera total en Jesucristo, “palabra de
Dios” (cf. Jn 1; Ap 19,13: “su nombre es palabra de Dios”).”44
44
PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 241-242.
45
Cfr. PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 252-257.
47
Justamente, por esta condición espacio temporal, el ser humano necesita reali-
zar su aprendizaje desde la experiencia existencial a través de sus errores y acier-
tos. Por ello, Dios va revelándose a sí mismo y su plan divino para el hombre de
manera paulatina, dentro de esa temporalidad y especialidad (cfr. DV 3-4; Cat.I.C.
54-64). Por esto, el cristianismo es esencialmente un acontecimiento histórico.
46
PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 255-256.
48
Sin embargo, aún cuando la Biblia nos muestra la historia humana como historia
de la salvación, una enorme proporción de esta historia estuvo bajo el “silencio de
Dios”, en la que Él sólo se manifestó como Creador y Sustentador del universo (cfr.
DV, 3). Sabemos, en efecto, que por ejemplo, el homo habilis tiene 2.000.000 años
de antigüedad y el homo sapiens tiene alrededor de 100.000 años, de modo que
esta inconcebiblemente extensa etapa de la humanidad resultó una gran prepara-
ción para el acontecimiento de la revelación explícita al pueblo de Israel, que se
iniciaría aproximadamente recién hacia el 1900 a.C. con la promesa divina a Abra-
ham En el capítulo 9 del Génesis, aún dentro del ciclo mítico, encontramos que lue-
go del diluvio Dios establece una “proto-alianza” con Noé y con la creación toda, en
la que el Señor se reconcilia con el hombre y vuelve a entregarle la tierra para que
la pastoree (cfr. Gen. 9,1-17; Cat.I.C. 56-58).
La amplitud del tema obliga a dividir la larga vida de los orígenes, desarrollo
y avatares de la vida del pueblo de Israel en períodos, de algunos de los cuales
abunda información, y de otros que apenas se tienen datos fidedignos.
El destierro (586-538)
Las crónicas de Babilonia indican que el 16 de marzo del año 597 el rey Nabu-
codonosor llevo cautivos a Babilonia a todos los miembros de la familia real del re-
47
Cfr. J. L. SICRE, Introducción al Antiguo Testamento, Ed. Verbo Divino, Estella 19932, 289-299
(“Breve historia de Israel”).
49
ino de Judá. Pero los acontecimientos más graves ocurrirán en el 586, cuando Na-
bucodonosor conquista Jerusalén, la incendia y deporta a numerosos judíos a Me-
sopotamia. Entonces comienza el período del exilio, el momento más triste, seme-
jante al de la opresión en Egipto.
El pueblo queda dividido en tres grandes grupos: los que han quedado en Pales-
tina, campesinos pobres; los que han marchado a Babilonia; los que han huido a
Egipto. En efecto, el país quedó desolado, aunque su población no desapareció del
todo. A la devastación llevada a cabo por las tropas de Nabucodonosor le siguió el
pillaje de los pueblos vecinos de Edom (Abd 11) y Ammòn (Ez 25,1-4).
El profeta Jeremías informa que 4.600 varones adultos fueron deportados (Jer
52,28-30). Por su parte el profeta Ezequiel narra la vida de los deportados en Tel
Abib (Ez 3,15) en Babilonia, donde además de construir sus casas y cultivar huertos
(Jer 29,5-7), mantienen sus prácticas religiosas que los van uniendo y fortaleciendo
en la tradición de sus antepasados.48
Con la entrada triunfal a Babilonia de Ciro rey de Persia en el 539 a.C. una nue-
va etapa se abre para el pueblo de Israel49. Ciro con una política de tolerancia reli-
giosa y cultural distinta a las de los caldeos, autorizó en el 538 mediante un edicto
(Esd 1,2-4; 6,3-5) el regreso de los deportados a Jerusalén y la reconstrucción del
Templo con la ayuda del imperio. Además ordenó la devolución de los objetos sa-
grados que Nabucodonosor había sustraído del templo.
Gracias a la reforma religiosa y moral promovida por Esdras, toda la vida del
pueblo judío se fue centrando en la Torah (Ley), al punto de convertir al pueblo en
el “pueblo del Libro”. En adelante la figura de este sacerdote escriba dada su impor-
tancia en la restauración, será puesta al lado de Moisés por las tradiciones judías.
Con la muerte de Simón, el último de los hijos de Matatìas, asume su hijo Juan
Hircano (134-104 a.C.) quien funda la dinastía asmonea.51 A pesar de algunos éxi-
tos en el aspecto militar, que le significan a Judá la recuperación de territorios, los
disturbios y las insurrecciones van minando esta independencia que acaba con la
entrada de Pompeyo en Jerusalén el año 63 a.C., quien convirtió a Siria y a Palesti-
na en una provincia del imperio romano.
5.- JESUCRISTO:
MEDIADOR Y PLENITUD DE LA TODA LA REVELACIÓN
50
Cfr. SOGGIN, Nueva Historia de Israel, 351-390.
51
RIVAS, Los libros y la historia de la Biblia, 115-116.
51
La economía cristiana, por ser la alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay
que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo
nuestro Señor (cfr. 1 Tim 6,14; Tit 2,13).”(DV 4; cfr. Cat.I.C. 65-67.73.)
Las palabras de Jesús son la predicación del Reino, son las parábolas y las pa-
labras sobre el misterio de Dios y de la salvación. Sus obras son sus grandes inicia-
tivas de perdón a los pecadores, es la invitación a comer con ellos, son los signos
que acompañan a sus actos y, sobre todo, su muerte y su resurrección. Porque a
su manera de vivir corresponde su manera de morir, que suscita la fe en el centu-
rión. La resurrección, en fin, es el sello divino en todo este itinerario.”52
De este modo, Dios continúa fielmente su estilo humano para revelar- se, eli-
giendo siempre para mediar su Palabra a una comunidad situada en un marco es-
pacio-temporal concreto, asumiendo sus limitaciones y aun sus miserias. Mediante
la acción inspiradora y unificadora del Espíritu Santo que obra a través de la Iglesia,
Dios llega de un modo indefectible a transmitirnos “todo y sólo lo que El quería” que
conociésemos para nuestra salvación (cfr. DV 7-10).
52
SESBOÜÉ, Creer, 188-189.
52
6.1.- Tradición
La Iglesia heredó del judaísmo la noción de una tradición que, unida a la Escritu-
ra, nos comunican la revelación. En el nuevo Israel, surge la predicación viva y, sólo
después, la fijación por escrito. La memoria de Jesús permanece viva en la comu-
nidad cristiana y es transmitida fielmente. En una doble vertiente, la tradición trans-
mite la memoria, y comunica a la vez los dones de la salvación (DV 7).53
La Sagrada Escritura no es más que la misma tradición “en cuanto palabra escri-
ta”, ya que la Escritura es un momento privilegiado de la tradición y, por ende, la
tradición es el medio vital de la Escritura.
Esta tradición se vio enriquecida por el decisivo aporte de los llamados “Padres
de la Iglesia”, que desarrollaron su actividad teológica y apostólica en los primeros
siglos de nuestra era. La llamada “literatura patrística” conoció un primer período
con los Padres Apostólicos de los siglos I y II, quienes recogieron las enseñanzas
evangélicas en cartas y máximas sencillas dirigidas a las incipientes comunidades
cristianas. Con el encarnizamiento de las persecuciones a la Iglesia por parte del
53
Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 59-65 (“La tradición en el tiempo del Antiguo y
del Nuevo Testamento”).
53
Imperio Romano surgieron hacia el siglo III los Padres Apologistas, que con sus
escritos defendieron la fe ante sus detractores paganos. Luego del Edicto de Milán
de tolerancia religiosa, promulgado por el emperador Constantino en el año 313, los
Padres pudieron disponer de la paz necesaria para profundizar y madurar su doctri-
na, estableciendo así las bases de la fe de la Iglesia y preparando el terreno para
los primeros Concilios Ecuménicos que definirían, después de arduos debates, los
dogmas trinitario y cristológico.
No obstante este gran ámbito vital de la Tradición, es justo distinguir entre "Tra-
dición apostólica y tradiciones eclesiales".
“La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite
lo que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que apren-
dieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía
aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el pro-
ceso de la Tradición viva.
6.2.- Escritura
La Biblia es fuente primordial de la Revelación divina, pues “es la palabra en
cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo” (DV 9). Dios ha comunicado gra-
dualmente esta palabra al Pueblo de Israel, a través de una historia de casi veinte
siglos que culminó con la Encarnación de la Palabra misma de Dios en Jesucristo. 55
Desde el mismo Nuevo Testamento (cfr. Hech. 1,16; 2 Pe. 2,21; 2 Tim. 3,14-17),
la Iglesia poseyó siempre la convicción de que fue Dios mismo quien inspiró al re-
dactor sagrado. El Concilio de Florencia en el año 1442 declaró formalmente que
Dios es el autor de las Sagradas Escrituras. Por esta razón éstas “enseñan firme-
mente, con fidelidad y sin error” la verdad que Dios quiso comunicarnos para nues-
tra salvación (DV 11).
Ahora bien, la Escritura o Biblia no es un libro del pasado, sino es la siempre viva
y actual palabra de Dios. La Biblia, más que ser un libro, es una persona: Cristo
Jesús (DV 8; SC 7). Esto quiere decir que la Biblia, aunque está condicionada por
54
Cfr. RAHNER - RATZINGER, Revelación y Tradición, 27-76 (“Ensayo sobre el concepto de Tradi-
ción”).
55
Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 67-79 (“La Biblia es la memoria escrita del
Pueblo de Dios”).
54
un tiempo y un espacio, una cultura y unos problemas concretos a que hace frente,
no pierde su dimensión universal y su reflexión profunda de las diversas realidades
del ser humano. La Biblia no tiene en cuenta realidades o problemáticas modernas,
no es un libro de recetas. Pero en ella encontramos el espíritu, los criterios, los va-
lores que deben informar nuestras respuestas; en ella encontraremos la luz que nos
impulsará a responder a las nuevas problemáticas de acuerdo a los valores y crite-
rios que proclama.
Para que nuestra respuesta sea adecuada es necesario leer la Escritura con el
mismo espíritu con que fue escrita (DV 12), es decir, “en Iglesia”, pues la Biblia no
es el libro del individuo, sino de la comunidad; debe leerse en comunión con la igle-
sia del pasado, porque no somos los primeros en comenzar a interpretar adecua-
damente la Biblia, tal como acabamos de apreciar en la larga historia de la tradición
eclesial. Debemos leerla con espíritu de humildad, sabiendo que nuestras interpre-
taciones son falibles y nuestros resultados provisorios. Debemos leerla, por último,
“desde la Tradición de los pobres”, es decir, desde la perspectiva solidaria con el
oprimido y el desposeído, contexto en el que se sitúa Dios en el Antiguo Testamen-
to (cfr. Deut 10,18) y Jesús en el Nuevo Testamento (cfr. Mt 25,40).
Pero estaríamos incompletos si, para hablar de la Palabra de Dios hoy, sólo
tocáramos el tema de la Biblia. Dios habla hoy también a través de los ACONTE-
CIMIENTOS. Estos acontecimientos pueden ser fruto de la libertad humana o resul-
tado de la contingencia y limitación del ser humano y de la naturaleza. No interesa
el acontecimiento en sí mismo, sino en cuanto revelador de las personas, fenómeno
de conciencia colectiva. Los acontecimientos son palabra de Dios que nos interpela
y cuestiona. No se trata de sacralizar la historia o justificarla: hay acontecimientos
contrarios a la voluntad divina y hay otros que se suman en la dimensión del miste-
rio incomprensible. Pero nuestra tarea sigue siendo saber leer e interpretar los sig-
nos de los tiempos y discernirlos a la luz del evangelio, distinguir el elemento divino
(gracia) del humano (pecado), discernir la voz del Espíritu en medio de otras voces
que quieren imponerse. Para llevar a cabo esta tarea de interpretar los signos de
los tiempos, es necesaria una verdadera sensibilidad espiritual para escuchar la voz
de Dios y mirar su obrar.
Por último, es necesario reafirmar que Dios nos habla a través del HERMANO,
protagonista muchas veces de esos signos de los tiempos. Estas palabras de Dios
(Biblia, acontecimiento, hermano) no son paralelas e independientes, sino que se
relacionan mutuamente. La Biblia interpela a la vida, pero la vida también interpela
a la Escritura. Vamos a ella con nuestras preguntas y salimos con las preguntas
que ella nos lanza. Leemos la Biblia y ella nos lee a nosotros.
6.3.- Magisterio
““El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido
encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de
Jesucristo” (DV 10), es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro,
el obispo de Roma”. [Cat.I.C. 84]
Para que el Magisterio pueda llevar a cabo esta tarea, Jesús le ha otorgado, a
través de la acción inspiradora del Espíritu Santo, el carisma de la infalibilidad. Tal
como fue proclamado por los Concilios Vaticano I y II, el Papa goza de infalibilidad
cuando proclama, explícita y solemnemente y en cuestiones de fe o moral, una ver-
dad para ser creída por los fieles católicos. Asimismo, también el cuerpo episcopal
posee este carisma cuando ejerce su misión magisterial en comunión con el Papa,
principalmente en los Concilios Ecuménicos (cfr. Constitución Pastor Aeternus,
1870, cap. IV; LG 25; Cat.I.C. 891).
Sin embargo, cabe afirmar con el Concilio Vaticano II que: “el Magisterio no está
por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo
transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escu-
cha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único
depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creí-
do.”(DV 10)
¿Qué relación existe entre la tradición y la escritura? Lo que antes se veía como
“diferencias” entre dos fuentes paralelas, se vio en el Concilio Vaticano II como una
relación íntima y complementaria. Desde la reforma, los protestantes sostuvieron la
“sola Scriptura” (solamente la Escritura como fuente de la revelación), mientras que
el Concilio de Trento se fue por la Escritura y las tradiciones apostólicas no escritas.
En realidad, más allá de la retórica, los católicos muchas veces relegamos a un
segundo término la Escritura y nos quedamos con la Tradición y el Magisterio. Por
eso es importante ver los acentos que propone el Vaticano II (cfr. DV 9-10).
Por último, hemos de señalar las diferencias, entre Escritura y Tradición: la Escri-
tura es única e irrepetible, mientras que la Tradición es continua y prosigue a lo
largo de la historia. En cuanto a estructura, la escritura es palabra formal de Dios,
mientras que fa tradición es palabra formal del ser humano...
7.- CONCLUSIÓN
Los destinatarios de la revelación somos todos, sin exclusión de nadie (DV 14;
GS 22). Las etapas de la revelación encuentran su cumbre en Cristo, de ahí la divi-
sión en Primer Testamento, con economía parcial y progresiva, palabras fragmenta-
57
NIVEL III:
Sagrada Esritura. Fe. Dios Padre
UNIDAD IV:
LA SAGRADA ESCRITURA,
DIOS HABLA EN LENGUAJE HUMANO
1.- INTRODUCCIÓN
Dios se revela a través de obras y palabras. Esta revelación, como hemos estu-
diado, se transmite en dos expresiones complementarias: Tradición y Escritura. El
proceso de formación de las Escrituras es lento: experiencia, memoria histórica y
transmisión oral y escrita.
2.1.- Inspiración
La misión del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento es, tanto para hablar, co-
mo para actuar. Es el Espíritu el que está presente en los grandes momentos de la
historia de la salvación y es él quien se manifiesta en los diversos carismas que hay
en torno a la Palabra de Dios. Así, el Espíritu ACTÚA y HABLA en los grandes per-
sonajes (Juec 3,10; Num 24,2-3) y en el Mesías (Is 11,1-9). Hay diversos carismas
en torno a la Palabra: el profético o de proclamación (Jer 1,9; Is 42,1) y los funcio-
nales en orden a la conservación, desarrollo y elaboración de la palabra proclama-
da (Num 11,16-25; l Cron 25,1-3; Sir 15,1-6). En el caso de los profetas, lo que ellos
predicaban ya era palabra de Dios; en orden a la consignación por escrito, se pro-
longa en ellos o en sus discípulos la acción divina (Jer 29,30; Is 8,16).
1.- 2 Tim 3,14-1 7: se fija más en la obra inspirada sin hablar directamente del
hagiógrafo. “Toda Escritura” da idea distributiva y habla, en su concepto, de
la colección de libros del AT y aquellos escritos cristianos que para esa épo-
ca circulasen ya equiparados a las Escrituras.
2.- 2 Pe 1,19-21: se fija en los hombres movidos por el Espíritu, especialmente
profetas y, sólo por analogía, en los demás hagiógrafos. Insiste en que la in-
terpretación de la palabra profética escrita no puede ser privada, sino ade-
cuada a su origen, que es divino. No se hace distinción entre profecía
hablada y escrita, y el concepto de la carta incluye explícitamente escritos
del NT (cfr. 2 Pe 3,14-16)
AUTORES INSPIRADOS: hay que entender en esta categoría a todos los que
han colaborado en la formación de las Escrituras en sus diversas facetas, desde la
fase oral hasta su fase propiamente escrita; la inspiración se da allí donde haya
habido una verdadera actividad de composición y redacción.
Los hagiógrafos tienen una gracia especial del Espíritu en orden a poner por es-
crito la revelación, el anuncio auténtico de la palabra de Dios; la inspiración es un
carisma del lenguaje. Por eso distintas comparaciones o analogías antiguas deben
ser situadas en su momento y en el sentido en que nacieron; ninguna de ellas pue-
de pretender abarcar el misterio de la inspiración escriturística en su totalidad.
56
Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 119-129 (“La inspiración de la Sagrada Escritu-
ra”); RIVAS, Los libros y la historia de la Biblia, 15-30.
57
Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 131-152 (“La Iglesia se pregunta sobre el misterio
de la Biblia”); J. D. PETRINO, Dios nos habla. Introducción general a la Sagrada Escritura, Ed.
Claretiana, Buenos Aires 1993, 65-88.
60
tenido una conciencia plena de estar inspirado, ya que no hay el mismo grado de
conciencia en todos.
EL LECTOR: es parte esencial para que la obra no sea letra muerta; lo escrito
está por encima del lector, que no puede cambiarlo o corregirlo, pero el texto está
muerto a menos que reviva a través del lector; de ahí que algunos consideren el
proceso de lectura como algo esencial a la inspiración del texto. Más que hablar de
“inspiración” del lector, hay que considerar una asistencia del Espíritu para que la
obra, fruto del hagiógrafo y de la lectura del “lector”, se lea en consonancia con sus
intenciones (las del Espíritu). El lector originario, no olvidemos, es el Pueblo de
Dios, que debe tener capacidad de atención y escucha de la Palabra para descubrir
el o los sentidos que se perciben a través de los elementos textuales, contextuales
y extratextuales de la obra.
2.2.- Verdad
Si la Biblia es inspirada, como acabamos de ver, consiguientemente tiene que
transmitir la verdad enseñada por Dios (cfr. Cat.I.C. 107). Sin embargo, es posible
observar muchos errores o imprecisiones ya sean de historia, de ciencias naturales,
o en el campo de otras ciencias. Por lo tanto: ¿debemos confiar o no en las ense-
ñanzas bíblicas? 58
58
Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 225-249 (“La verdad de la Biblia”); PETRINO,
Dios nos habla, 89-158.
61
3.- CANONICIDAD
La palabra “canon” significa caña o vara de medir. Después de los siglos III-VI
pasó a designar la lista de los libros inspirados por Dios y aceptados como tales por
la Iglesia, en los que se contiene la regla de la fe. Llamamos canonicidad, pues, a la
aceptación oficial por parte de la Iglesia del carácter inspirado de un libro. Desde
antiguo, como en el caso de EUSEBIO DE CESAREA, se distinguieron dos tipos de
libros: los aceptados por todos desde el principio, sin ninguna discusión llamados
homologoumenoi (unánimemente reconocidos), y los controvertidos discutidos lla-
mados antilegomenoi (contradichos), o también designados como amphiballomenoi
(discutidos). Estas dos categorías de libros posteriormente fueron designados por
SIXTO DE SIENA (1569) como "protocanónicos" y "deuterocanónicos".59
El canon no nos llega por una revelación directa, sino que su reconocimiento ha
sido fruto de una toma de conciencia paulatina de la Iglesia, iluminada por la tradi-
ción. Antes que una formulación clara y definitiva del canon, ha existido una prolon-
gada praxis de la Iglesia en esta línea, que se manifestó en la lectura litúrgica de
algunos libros y el rechazo de otros. En el campo católico se ha llegado a la conclu-
sión de que la Escritura es reconocida como tal por la Tradición; es decir, que no es
la Iglesia o su jerarquía la que inventa el canon, sino que éste se impone a la co-
munidad.
Algunos criterios que se han propuesto a lo largo de los siglos para entender el
canon son:
a.- La apostolicidad, que es el criterio articulante. Quiere decir que para declarar
a un libro canónico los apóstoles deben estar a la base de la transmisión, su
contenido ha de estar de acuerdo con el kerygma y debe tener la función de
edificar a la comunidad.
59
Cfr. PETRINO, Dios nos habla, 37-54; RIVAS, Los libros y la historia de la Biblia, 31-40.
62
b.- La presencia del Espíritu Santo en la Escritura, esto es, que la última funda-
mentaciòn de la normatividad de las Escrituras es la autoridad del Señor
Jesús, manifestada por su Espíritu. Es el reconocimiento de la inspiración de
un libro lo que lo hace normativo. No es la Iglesia la que decide: ella reconoce
lo que el Espíritu ha inspirado; este sometimiento al Espíritu de Jesús es el
que nos hace descubrir su presencia singular en unos libros determinados.
c.- La recepción de la comunidad es el llamado “criterio eclesial”. Es el criterio
práctico decisivo para considerar unos libros como inspirados. La iglesia en-
tera, incluido su magisterio, está sometida a la Palabra de Dios. No es, por
tanto, un acto arbitrario de la iglesia el que crea el canon, sino un acto de fe
que expresa el reconocimiento por parte de la comunidad del carácter inspi-
rado y normativo de algunos libros.
4.- INTERPRETACIÓN
La Biblia tiene que ser interpretada y actualizada para que conserve su valor pe-
renne. La hermenéutica bíblica pretende, no sólo descifrar el pasado, sino actualizar
el mensaje bíblico; establecer un puente entre el autor y el lector a través del texto,
para así descubrir lo que significó el texto en el pasado y lo que significa hoy.60
Nos encontramos ante textos del pasado, escritos en otra lengua, cultura y tiem-
po. Además, la Escritura entierra los hechos y se hace difícil descubrir el aconteci-
miento que está detrás del texto y el significado que tuvo en su situación originaria.
Para que se dé una auténtica interpretación bíblica, hay que recordar que ésta es
PALABRA HUMANA, por eso se requiere de la ciencia (“texto”); es también PALA-
BRA DIVINA, por eso se exige la fe para su comprensión (“con-texto”); es también
PALABRA ACTUAL, por eso se requiere una referencia a la vida del lector y a su
situación concreta y actual (“pre-texto”)61. Veamos cada característica por separado.
60
Cfr. PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, Ed. San Pablo,
Buenos Aires 1993.
61
Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 291-322 (“El problema hermenéutico en el
concilio Vaticano II y en la exégesis católica contemporánea”).
63
Por eso, para encontrar el sentido literal, es preciso conocer la intención del au-
tor, es decir, tratar de situar bien su tiempo y espacio, sus destinatarios, la pro-
blemática que enfrentaban ambos, la intención del escritor, etc.
Pero también es necesario conocer el significado de las palabras con las que
ese autor se expresa, y para ellos es necesario leer bien y profundamente la obra,
fijarse en sus palabras claves, buscar las relaciones que establece en el texto, su
estructura y división, etc.
Otra cosa substancial es que, para escuchar y servir a la Palabra, hay que saber
que no estamos por encima de ella, sino que debemos dejarnos interpelar y juzgar
por ella, para poder proclamarla con libertad y valentía. Además, es sumamente
importante el horizonte hermenéutico del lector, es decir, la perspectiva existencial
desde la que se debe leer la Escritura, en otras palabras, el LUGAR SOCIAL en el
que nos ubicamos que debe ser siempre la tradición de los pobres, que es la tradi-
ción de Dios y de su Mesías.
Escrituras, porque puede leerse para legitimar intereses, para sacralizar situaciones
de injusticia, etc. Es necesario que la lectura se haga desde una apertura radical al
Dios de los pobres y desde la solidaridad concreta con ellos.
Para tener una visión global de la complejidad del texto bíblico y de la variedad
de los géneros que emplean sus autores humanos para expresar la palabra divina,
presentamos de manera general sus principales géneros literarios. 62
El Evangelio
“El género literario evangelio es único y singular como único y singular es el per-
sonaje central y objeto de los mismos, Jesucristo. Es un estilo propiamente cristiano
sin precedentes en la literatura religiosa.
62
Cfr. PETRINO, Dios nos habla, 199-237.
63
R. FABRIS, “Evangelio” en ROSSANO P. - RAVASI G. - GIRLANDA A. (eds.), Nuevo Diccionario
de Teología Bíblica, Madrid 1990, 587.
65
También existen: El género Hechos de los apóstoles o el género epistolar; pero uno
que llama mucho la atención es el:
El género apocalíptico
El género apocalíptico expresa sus profecías valiéndose del tipo y del anti-tipo,
proclamando sus anuncios a dos niveles, uno más próximo y el otro más remoto. Es
característico de este género el dramatismo y la solemnidad de las escenas así
como el frecuente uso de imágenes y símbolos muy vivos y enfáticos. Es común el
simbolismo teriomorfo, aritmético y cromático.
64
Cfr. PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, 32-68.
66
Esta doble metodología, sus ventajas y limitaciones, ha producido una gran can-
tidad de lecturas o aproximaciones a la Escritura. Mencionaremos las más impor-
tantes:
1.- Lectura histórico crítica: pretende investigar el proceso de formación del tex-
to, buscar la historia del texto actual y el suceso que está detrás del texto.
Es la práctica más difundida y que tiene una metodología más clara y des-
arrollada, pero tiene la limitación de que lleva en ocasiones a despedazar el
texto y presenta resultados, a veces, demasiado conjeturales e hipotéticos,
quedándose en consideraciones arqueológicas o históricas sin llegar al
núcleo del significado para el hombre de hoy.65
2.- Lectura estructuralista: pretende investigar el texto como un producto y ve la
estructura del escrito como una red de significaciones. Su metodología y
terminología se encuentra en proceso. Su limitación es que exige conoci-
mientos de nueva lingüística y pierde de vista la historia que está detrás de
cada texto.
3.- Lectura sociológica: busca descubrir los condicionamientos sociales que im-
pulsaron la producción del texto determinado por un autor y una comunidad
concretos. También se le ha llamado materialista, porque ha empleado ins-
trumentos del análisis marxista. Su limitación es que, a veces, se parte de
modelos sociales modernos para enjuiciar prácticas antiguas.
4.- Lectura popular: pretende hacer accesible la Escritura al pueblo, reforzar su
compromiso social, hacer puente entre la realidad vivida en los tiempos
bíblicos y la realidad de hoy. Es una lectura que impide que la Palabra de
Dios sea sólo un objeto de estudio y reconoce que Dios habla no sólo a los
especialistas, sino primariamente al pueblo sencillo. Su limitación es que se
corre el riesgo de trasladar nuestras preocupaciones al texto haciendo que
ellos respondan sólo a nuestros deseos o gustos.
5.- Otras lecturas son la sicológica, la literaria, la simbólica etc.
a.- Eclesiales: hechas en comunidad, en unión con la iglesia del pasado y con
las comunidades actuales.
b.- Espirituales: es decir, guiadas por el Espíritu Santo, abiertas al Señor,
humildes para saber que no somos dueños de la Palabra, sino sus servido-
res.
c.- Comprometidas: es decir, desde la solidaridad con los pobres y encamina-
das a la promoción de los valores del reino: justicia, paz, solidaridad, frater-
nidad, etc.
65
Cfr. PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, 32-38.
67
1.- LOS EXÉGETAS: son los especialistas, a quienes les toca lo más técnico y
especializado, la verdad histórico crítica, el conocimiento objetivo de los
hechos, el dato que está en el fondo de la Escritura. No son repetidores del
Magisterio, sino personas que procuran hacer avanzar la comprensión de la
comunidad, para que la Palabra llegue a todos. Su función técnica tiene una
finalidad pastoral.
2.- LOS FIELES: les toca la verdad “existencial” de la Palabra, es decir, buscar
en la Palabra la respuesta a las grandes interrogantes sobre el sentido de su
vida.
3.- EL MAGISTERIO: en una actitud de escucha a la Palabra y unido al resto
del Pueblo de Dios, le compete la proclamación e interpretación auténtica de
la Palabra de Dios. No se trata del juicio sobre las cuestiones técnicas, sino
la palabra iluminadora que oriente la interpretación a la Buena Nueva de ori-
gen apostólico. Sus interpretaciones también están sujetas a la maduración
de la iglesia que camina hacia la verdad plena.
Una exigencia fundamental para todo creyente que quiera interpretar rectamente
la Escritura es observar los tres ángulos del llamado “triángulo hermenéutico”:
5.- CONCLUSIÓN
Los avatares sufridos por el texto hebreo, arameo y griego de la Biblia durante
dos milenios de su transmisión, la problemática de la verdad que transmiten en su
condición única de inspirados por Dios, el discernimiento para distinguir los textos
inspirados de aquellos, que aún bellos e interesantes, no lo son, o sea la canonici-
dad de los textos, más el trabajo de interpretación, han sido presentados de manera
sintética en esta unidad.
Gracias a Dios existe gente en la Iglesia y fuera de ella que consagra su vida a
indagar sobre la Sagrada Escritura, en su triple dimensión de palabra humana, divi-
na y actual. El resultado de sus investigaciones es lo que posibilita el acceso a un
texto crítico por parte de cualquier estudioso, investigador o simple lector. Luego
sobre la base de este texto crítico se efectúan las traducciones, que tienen por fina-
lidad acercar a todos los fieles un texto seguro para la lectura, estudio, meditación
personal y grupal.
68
UNIDAD V:
LA FE: RESPUESTA DEL HOMBRE A DIOS
1.- INTRODUCCIÓN
El tratado de fe en teología puede ser estudiado desde diversos puntos de vista.
Por ejemplo podríamos ver qué es la fe en las Sagradas Escrituras, qué es la fe
para la teología bíblica, la definición y el tratado de fe en la teología dogmática, la fe
en teología sistemática en relación con otros tratados y la fe en teología fundamen-
tal como respuesta del hombre a Dios, fundamento de la relación divina humana.
Al final estudiaremos algunas cuestiones, sólo de paso, que podrían ser obstácu-
lo para la aceptación de la fe. Entre las realidades que golpean la vida humana en
general y a cada hombre en particular, encontramos el mal, el dolor, la muerte, el
sinsentido, que fueron esgrimidos no pocas veces como razones para no aceptar la
existencia de Dios como objeción a la fe68.
No podemos vivir sin creer en lo que dicen los demás. La fe-confianza es impor-
tantísima en la vida de cada día. Esta confianza es la base de la sociedad y por eso
la mentira es algo grave en la vida social. La franqueza es la primera forma de la
honradez69.
69
Cfr. FRANCO ARDUSSO, Aprender a creer, 25.
71
- Creer, confiar en los valores. Todos los hombres poseemos el sentido de las
cosas buenas y malas, sabemos qué está bien y qué está mal, nos damos
cuenta si lo que vamos a hacer es bueno o malo; sentimos el llamado a no rea-
lizar lo malo y tendemos hacia lo bueno. Si hacemos lo que sentimos que está
mal, que no debemos hacer, nuestro propio yo nos reprocha y nos deja intran-
quilos. Quienquiera que seamos, todos tenemos cierto sentido del bien y del
mal.
Ninguno de nosotros puede vivir sin un mínimo de valores. Hay cosas que me
deshonrarían ante mis propios ojos si yo las hiciera. Aunque a veces sea débil
y atente contra ciertos valores, mi juicio sobre esos valores sigue siendo claro.
Sé de ese modo que no debo mentir, aunque a veces diga algunas mentiras.
Notemos que nuestra vida social y pública se apoya sobre un cierto número de
valores: justicia, verdad, libertad, igualdad, respeto, etc. Ahora bien, todo valor al
que uno se obliga se convierte en objeto de un acto de fe. No obstante que sufra
alguna injusticia, por diversos motivos, yo o algún familiar mío, me revelo contra
la injustucia, grito y apelo, pero no dejo de creer en el valor de la justicia. Aunque
reciba una sentencia de un tribunal que injustamente me condene, no por eso
dejaré de creer en que existe la justicia. Otro ejemplo: la libertad, me podrán pri-
var de mi libertad, pero siempre creeré en el valor de la libertad. Así cada valor,
aunque no lo pueda yo experimentar, no deja de existir por ese motivo.
Cuando se trata de los valores, el campo del saber en este caso permanece al
margen, permanece inoperante. El hombre es mucho más que una suma de
conocimientos. El hombre es quien los discierne, los juzga y les da sentido. Pe-
ro desde el momento en que se habla del sentido, de dirección, de intención,
estamos en el orden del creer.
De todo lo que se ha dicho se desprende una conclusión: el acto de creer es un
acto esencial de la condición humana, es un acto noble y auténticamente
humano, y no un acto vergonzoso. Interviene en nuestra vida independiente-
mente del creer propiamente religioso. Querer prescindir de él no sólo sería
una contradicción existencial, sino en cierto modo una pérdida de sustancia con
respecto a lo que somos.
72
Si bien el uso de las palabras creer, creo, fe, tengan también un sentido común,
alejado de lo religioso, estas palabras sobretodo de aplican a lo religioso: al creer
en Dios, al tener una fe religiosa. La forma más visible del creer es el creer religio-
so. Pero este uso de la palabra creer aplicado a lo religioso, reviste, en nuestra cul-
tura, características particulares, ligadas a los problemas sociopolíticos, propios del
modernismo y posmodernismo. Los finales del siglo XX y los inicios de éste nuestro
siglo XXI nos presentaron imágenes positivas del creer, pero también muchas abe-
rraciones hechas en nombre de una fe religiosa, baste como ejemplo la violencia
que genera el fundamentalismo religioso70.
Vemos la multitud de “personas buenas” que por su fe se juegan día a día en los
voluntariados de hospitales, cárceles; vemos a una multitud de “creyentes” que do-
nan sus energías y su tiempo a favor de los pobres e indigentes, etc., pero también
hemos sido testigos de atrocidades consumadas en nombre de la fe. La fragilidad
humana está siempre presente y muchas veces el creer degradado termina en la
“credulidad” y en manipulaciones despersonalizadoras.
mentar que Dios me toma en cuenta, que existo para El, que El se interesa de mis
cosas. Es aceptar y comprobar que la historia humana no la escriben solo los hom-
bres, que Dios interviene a favor de los suyos, que el Dios Altísimo no es tan lejano
que se olvidó del hombre que salió de sus manos y amor. Dios y el hombre cami-
nan juntos por la vida. Dios y los hombres caminan juntos haciendo historia, así la
historia humana se convierte en historia de salvación. Esto lo experimentaron los
hombres creyentes. Abraham fue el primero que creyó que Dios se insertaba en su
vida y por la fe ha respondido sí. La fe de Abraham ha sido la experiencia funda-
mental que dio origen a la tradición espiritual judía y en la que se injertó la tradición
cristiana.
Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por la fe en El. La fe
asocia dos elementos: un “creer en” y un “creer que”. Comienza, en efecto por el
encuentro con una persona, la de Jesús de Nazareth, y conlleva el momento de la
decisión de comprometerse con El. “Creer en” es un acto interpersonal por el que el
discípulo se da a Jesús, se pone a su disposición y pone en El toda su confianza:
“te seguiré donde quieras que vayas”. Jesús se había declarado Hijo de Dios fue
muy exigente: “crean en mi”. Esta exigencia de creer en Jesús será sólo legítima si
Jesús es el verdadero y definitivo enviado de Dios. A través de la mediación de su
humanidad, lo que Jesús pide es un acto de fe en Dios. La fe cristiana tiene pues
un contenido, que se concentrará en la persona de Jesús, que vivió, murió y resu-
citó de entre los muertos.
Más tarde san AGUSTÍN colocará en una línea ascendente los tres aspectos de la
fe cristiana: creer que hay Dios, que Dios existe, primer presupuesto de toda fe;
creer a Dios, es decir, creer en su palabra, en el contenido de su enseñanza; y
finalmente creer en Dios, es decir, creer en el sentido bíblico y evangélico: entre-
garse a Dios y confiarle el sentido de nuestras vidas, contar con El que es nuestra
roca, poner en El nuestro destino en un movimiento de respuesta a la alianza que
El nos ofrece. Esa es la razón de que la alianza entre Dios y su pueblo se escriba
en la Biblia con la parábola del matrimonio. Hay por tanto muchos grados en el acto
de creer. Sólo el último corresponde enteramente a la fe cristiana.
Puesto que se trata de un diálogo Alguien habla y otro responde, Dios habla y el
hombre responde. El diálogo expresa claramente quien ha tenido la primera palabra
en esta alianza entre Dios y su criatura, a la que llama a la filiación. Si la fe es una
respuesta supone que Dios ha hablado primero. La fe cristiana se inscribe en una
alianza en la que Dios lo ha hecho todo por su Hijo Jesús. Dios se ha interesado
por el hombre; sobre este fundamento, el hombre puede otorgarle su fe.
En el acto de creer es, por consiguiente, fruto de una experiencia religiosa ente-
ramente original. El creyente lo interpreta como un don gratuito ofrecido por Dios,
un don que lo supera y del que no puede dar cuenta exacta; pero un don que acep-
ta con toda su libertad. Es en este acto en el que se encuentra “justificado”, como
en otro tiempo Abraham, es decir perdonado, reconciliado, “devuelto a la gracia”,
acogido en la vida de Dios.
Pero don gratuito no significa don ofrecido sólo a unos pocos. Un don no es me-
nos gratuito porque sea ofrecido a todos, como en nuestro caso: Dios ofrece la fe a
todos los hombres, sus hijos. Pero muchos factores derivados de mi historia y de mi
experiencia personal, de mi familia, de mi ambiente social, pueden impedirme en
cierta medida escuchar el ofrecimiento de Dios. La cuestión decisiva está en saber
si yo estoy seriamente abierto a la búsqueda de la verdad. Porque el ofrecimiento
de Dios se dirige a nuestra libertad y se inscribe en nuestra historia. El acto de creer
puede comportar momentos decisivos, pero como todo diálogo nos afecta a lo largo
del tiempo. Tiene sus altibajos. Continuamente hay que reavivarlo y mantenerlo.
Esta segunda parte es una reflexión más teológica. En la primera parte, hacía-
mos hincapié en la experiencia humana, en aquello que todo hombre vive. Dado
que la fe puede ser estudiada desde la teología fundamental, es decir aquella teo-
logía que pone los fundamentos sobre los que se basará la posterior reflexión, ne-
cesariamente debe ser una reflexión que involucre a todo hombre, creyente o no,
cristiano o no, católico o no.
Por amor Dios sale al encuentro del hombre con la Revelación para hacerle al-
canzar la verdad y la salvación. Habla para que los hombres puedan salvarse a
través de un conocimiento suficiente de la verdad. La respuesta del hombre a esta
palabra es la fe. Jesús eleva su corazón a Dios diciendo: Padre, esta es la vida
eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo (Jn
17,3). Pues Dios, nuestro Salvador...quiere que todos los hombres se salven y lle-
guen al conocimiento pleno de la verdad (1 Tim 2,3-4)71.
La Revelación es un acto libre y amoroso de Dios que quiere que los hombres se-
an sus hijos y los llama a su gloria. Dios se revela para que los hombres no caminen
por las sendas de la ignorancia y del error, pueda ascender a verdades más altas y
conocer el amor de Dios con mayor profundidad y alcanzar así la salvación72.
72
"Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero
existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias
fuerzas, el de la Revelación divina (cfr. Conc. Vaticano I: DS 3015). Por una decisión enteramente li-
bre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que
estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su desig-
nio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo" (Cat.I.C. 50).
73
L. ALONSO SCHOCKEL, Diccionario bíblico hebreo-español, Madrid 1994, 72-74.
74
Cfr. B. MARCONCINI, "Fe", en ROSSANO P.- RAVASI G.- GIRLANDA A., Nuevo Diccionario de
Teología Bíblica, Ed. Paulinas, Madrid 1990, 653-655.
76
Siguiendo el mismo sentido otro autor enseña: “Otros términos como batah (con-
fiar), típico de las oraciones y de los himnos (Sal 13,6; 25,2; 26,1), hasah (refugiar-
se) como búsqueda real o figurada de una protección por parte del individuo (Sal
64,11; Is 57,13) o de la comunidad (Sal 2,12; 5,12; 17,7; 18,31), hakah (aguardar),
yahal (anhelar) con qawah (esperar), relativos a una deseada intervención de
Yhwh, entran en el campo más amplio de aman, subrayando el aspecto de confian-
za. La terminología veterotestamentaria describe, por tanto, la fe como conocimien-
to-reconocimiento de Yhwh, de su poder salvador y dominador revelado en la histo-
ria, como confianza en sus promesas, como obediencia ante los mandamientos de
Yhwh”75.
Pero la fe evoca igualmente la fidelidad. Esta fidelidad es ante todo y sobre todo
la de Dios, siempre fiel a sus promesas. Dios es el Dios de Abraham, de Isaac y de
Jacob, el Dios de todos los padres de Israel. Los primeros credos de la tradición
bíblica son credos “históricos”, es decir credos que enumeran como una letanía las
"maravillas" que Dios ha realizado con su pueblo en el pasado. Con el tiempo esta
lista se va alargando sin cesar, pero esta fidelidad exige otra fidelidad, la del pueblo
ante el que Dios se ha manifestado así.
La fe es por tanto una relación fuerte entre Dios y su pueblo. Se inscribe en una
alianza. Esta alianza es paradójica: al principio es unilateral, puesto que es Dios
quien lo hace todo, por medio de la misteriosa “elección” de este pequeño pueblo,
aunque con vistas a la salvación universal. Pero luego se hace bilateral, porque no
se puede mantener sin un diálogo constante en el que el pueblo de Dios responde a
su Señor otorgándole su fe y viviendo según la ley. La fe es siempre una respuesta
a una iniciativa de alianza.
Ocurre lo mismo en el Nuevo Testamento, en el que los términos creer (300 ve-
ces) y fe (250 veces) se hacen omnipresentes y adquieren un sentido técnico. Los
evangelios son libros de la fe en Jesús”76. La traducción griega de los LXX, retoma-
da luego por el Nuevo Testamento, con el verbo pistéuo traduce la variedad termi-
nológica del hebreo, conservando el significado semítico de adhesión personal con-
fiada a Dios77.
“Como síntesis de la visión del Antiguo y del Nuevo Testamento se puede afir-
mar que la fe es la adhesión total- el AMEN - del hombre a la palabra definitiva y
75
B. MARCONCINI, "Fe", 654.
76
SESBOÜÉ, Creer, 50-51.
77
Cfr. J. ALFARO, “La fe como entrega personal del hombre a Dios y como aceptación del mensaje
cristiano”, en Concilium 21 (1967) 56-69.
77
salvadora de Dios. Y en la totalidad humana de este acto aparecen estos tres as-
pectos:
La palabra “aman” en el A.T., tal como ya lo hemos analizado, expresa: tener fe,
confianza (en) o creer; y en Is 7,9, que es una amonestación a creer, aparecen los
imperativos ‘no temas, ni te asustes’ (literalmente: ‘no se debilite tu corazón’: v.4).
Ahora bien, en el Antiguo Testamento la realidad de la fe no se limita a un solo sen-
tido, por eso el concepto paralelo más importante, al menos en contexto religioso,
es “confiar” (57 veces en sentido religioso, de ellos 37 veces en los salmos). La
expresión “creer”, traduce a su vez: “temer”; “reconocer”, y “buscar” o “emplear”;
“esperar” y “esperar”.
- Rom 12, 1: Por consiguiente, hermanos, les ruego por la misericordia de Dios
que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios: este
es el culto racional que deben ofrecer.
78
PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 174.
79
Cfr. PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 175-185.
78
- 1 Pe 3,15: dispuestos siempre a dar respuesta a todo aquél que les pida razón
de la (fe y) esperanza que ustedes tienen.
Cuando San Pedro hace esta invitación, la Iglesia naciente, estaba sometida a
desprecio y los cristianos eran perseguidos. Por eso se trata de una “respues-
ta/defensa”. Existía hostilidad y penas de encarcelamiento contra los que profesa-
ban la fe cristiana. Para los apóstoles y los primeros discípulos el ser llevados a los
tribunales y juzgados era visto también como una posibilidad de “proclamar la fe”,
de ser “testigos”, de ser “misioneros”. Por eso 1 Pe 3,15 es también una “declara-
ción misionera” de la esperanza -el núcleo mismo de la fe cristiana- expuesta ante
el tribunal de justicia o en conversaciones privadas.
Desde antiguo el texto de San Pedro (1 Pe 3,15) fue usado en una perspectiva
apologética. Los padres de procedencia griega como Clemente de Alejandría, Orí-
genes, Eusebio de Cesarea y, más tarde, San Juan Crisóstomo lo usaron en este
sentido.
En cambio entre los padres latinos, como san Agustín, adquiere un uso más te-
ológico, sirve para sintetizar las relaciones entre la fe y la razón. San Agustín afirma
que es diferente si la demanda de dar razón de la fe proviene de un no creyente o
de un creyente. En el primer caso, se debe procurar “dar razón por la que se pueda
ver, si es posible, lo que se presupone antes de la fe”; en el segundo caso, se debe
posibilitar una “inteligencia de la fe”.
El Vaticano II cita el texto una vez, en la Lumen Gentium, al tratar del sacerdocio
de todo el pueblo de Dios dice que todos los discípulos de Cristo “deben dar testi-
monio de Cristo en todas partes y han de dar razón de su esperanza de la vida
eterna a quienes se la pidan (cfr.1 Pe 3,15)” (LG 10). La novedad está en la equiva-
lencia entre el “dar razón” y el “testimonio”, siendo es testimonio una categoría de-
cisiva en el Vaticano II. Para la Evangelii Nuntiandi n°22 de Pablo VI el texto de 1
Pe 3,15 es la base para que “el evangelio proclamado por el testimonio de vida sea
proclamado también con la palabra de vida”.
- Gal 2, 20: Todo lo que vivo en lo humano se hace vida porque vivo en la fe en
el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí.
- Rom 10, 9: Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en
tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos serás salvo.
Hay una persona histórica que es Jesucristo. Por lo tanto es una fe personal y
testimonial, que me invita a vivir en relación íntima con Jesús, con Dios Padre y con
el Espíritu Santificador.
79
En efecto, ya la epístola a los Hebreos nos había enseñado que: Dios, habiendo
hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas maneras a los
padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por su Hijo, a quien
constituyó heredero de todas las cosas, por medio de quien hizo también el univer-
so. (Heb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta
e insuperable del Padre. En El lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. En
Él se da la máxima Revelación posible pues es Dios y hombre verdadero. A partir
de la venida de Hijo en carne humana, hecho semejante a los hombres, nuestra fe
no es ya adhesión a una doctrina, o a unos contenidos morales, sino a las divinas
Personas. Creo en Dios Padre, creo en Jesucristo su Hijo nuestro Señor, creo en el
Espíritu Santo.
3.4.- Definición de fe
80
Algunos de los primeros escritores de la Iglesia lo utilizan como definición de lo que es la fe, por
ejemplo Clemente de Alejandría (150-211/15) en su “Stromata”, que es el primer tratado cristiano
sobre la fe; Gregorio de Nisa (335- 394); Juan Crisóstomo (344-407); Gregorio Magno (540-604).
80
de la fe como un acto del intelecto, hoy debemos hacer notar que también la
afectividad humana está presente en el acto de fe.
e.- El Catecismo de la Iglesia Católica, que trata de ofrecernos una definición
más acabada de la fe, enseña: La fe es la respuesta del hombre a Dios que
se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante
al hombre que busca el sentido último de su vida (Cat.I.C. 26). Esta defini-
ción del catecismo resume el esfuerzo que la Iglesia realiza permanente-
mente de conocer, escuchar y entrar en diálogo con el hombre de hoy.
f.- La fe es una forma de conocimiento personal mediante la cual, bajo el im-
pulso de la gracia, se acoge la revelación de Dios en Jesucristo. En cuanto
relacionada con la revelación que se lleva a cabo en Jesús de Nazareth, la
fe supone una complejidad de relaciones que no se dejan definir en un sen-
tido único. Esto significa que la fe cristiana se concibe, primariamente, a la
luz de la gracia. Nadie puede acoger la palabra de Jesús como Palabra de
Dios si el Espíritu no actúa en él mostrando que esa Palabra es auténtica-
mente Palabra del Padre. La dimensión de la gracia tiene una preeminencia
substancial para la comprensión de la fe, porque toca en el mismo momento
una doble realidad: el contenido de lo que la fe acepta y el acto que realiza
el sujeto en el momento de creer. Por consiguiente, se manifiesta como don
de Dios que, revelándose, llama al conocimiento de sí, y como acto plena-
mente personal mediante el cual puede cada uno realizarse a sí mismo en la
verdad y libertad.
3.5.- El acto de fe
Veamos como se ha entendido el acto de fe a lo largo de la historia de la re-
flexión cristiana, a partir del primer momento, del N.T. pasando por el tomismo, y la
reflexión medieval que recupera la tradición agustiniana, la importancia de la perso-
na de Jesús y la reflexión teológica moderna.
81
Cfr. PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 187-188.
81
po, para que a cada uno se le dé la posibilidad de la salvación (Mt 28,19. Col
1,46). La teología paulina subraya que llegamos a la fe porque escuchamos y
acogemos la palabra que se nos anuncia: fides ex auditu (Rom 10,17).
bertad de este acto es posible si responde a una doble exigencia: que corres-
ponda a la verdad y que abra al sentido último de la existencia. Respecto a la
verdad, el creyente la ve realizada en la persona de Jesús de Nazaret, que dijo
que era la verdad (Jn 1,14.17; 14,6); Él mismo se convierte en su garantía y no
necesita que nadie dé testimonio en su favor, excepto el Padre, ya que la fe re-
quiere la aceptación plena de su persona.
Pero en Él, la verdad entra en la historia; por primera y única vez, Dios se reve-
la asumiendo la historia como lugar donde expresarse a sí mismo. Éste le per-
mite a cada uno poder encontrarlo en cualquier lugar e ir conociéndolo progre-
sivamente según las diversas formas de conquista del saber, ya que el conoci-
miento que se tiene de Él está orientado dinámicamente hacia la plenitud, que
sólo se dará en el futuro (Jn 16,13). Esta dimensión es la que permite al cre-
yente percibir su acto como un acto plenamente libre. En efecto, sabe que la li-
bertad no es una serie fragmentaria de actos, sino más bien un acto que se
hace cada vez más libre en la medida en que se abre a un espacio de libertad
cada vez mayor que la propia.
Finalmente, el acto de fe posee una ulterior cualificación esencial: la eclesiali-
dad. El creyente, en el momento en que realiza el acto que libremente le permi-
te acoger dentro de sí el misterio de Dios, no es ya un sujeto individual, sino un
sujeto eclesial, ya que en virtud de la fe se ha convertido en parte de un pueblo.
La fe cristiana no se le ha dado al individuo, sino a toda la Iglesia, que ha reci-
bido de Cristo la misión de transmitirla y anunciarla a todo el mundo hasta el f i-
nal de los tiempos, pues, el acto de fe, en virtud de esta connotación que cuali-
fica a la fe cristiana como “fe eclesial”, tiene que tener también en sí esta nota,
so pena de que quede incompleto el mismo acto.
Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pe-
ro no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario
ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y ad-
herirse a las verdades por El reveladas. Por ello, es todavía menos contrario a
nuestra dignidad “presentar por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de
nuestra voluntad al Dios que revela" y entrar así en comunión íntima con El”
(Cat.I.C. 154).
83
3.6.3.- La fe y la inteligencia
3.6.4.- La fe es cierta
3.6.6.- La fe y la ciencia
3.6.7.- La libertad de la fe
Toda la predicación de Cristo fue una invitación a aceptar el amor de Dios, a acep-
tar libremente su propuesta, a aceptar libremente la fe; Cristo no obligó a nadie a cre-
er en El ni en sus palabras: ““El hombre, al creer, debe responder voluntariamente a
Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto
de fe es voluntario por su propia naturaleza” (DH 10; cf. CIC can 748,2) En efecto,
Cristo invitó a la fe y a la conversión, El no forzó jamás a nadie. “Dio testimonio de la
84
verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su re-
ino... crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia
El” (DH 11)” (Cat.I.C. 160).
3.6.8.- La necesidad de la fe
Dado que la fe es un don gratuito dado por Dios a todos sus hijos, todo hombre
necesita de la fe, justamente porque la necesita, Dios la da a todos. Creer en Cristo
Jesús y en Aquel que lo envió para salvamos es necesario para obtener esa salva-
ción. ““Puesto que sin la fe... es imposible agradar a Dios” (Heb 11,6) y llegar a par-
ticipar en la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella y nadie, a no ser que
“haya perseverado en ella hasta el fin” (Mt 10,22; 24,13), obtendrá la vida eterna”
(Conc. Vaticano I DS 3012; cfr. Cc. de Trento: DS 1532)” (Cat.I.C. 161).
3.6.9.- La perseverancia en la fe
La Salvación definitiva, la vida eterna comienza con la fe. Cristo nos dice “quien
cree en mi, aunque hubiere muerto vivirá, y aquel que vive y cree en mi no cono-
cerá la muerte segunda”, pero esta vida eterna no es sólo para después de la muer-
te, sino que ya tiene su comienzo en nuestro tiempo: “La fe nos hace gustar de an-
temano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo.
Entonces veremos a Dios "cara a cara" (1 Co 13,12), "tal cual es" (1 Jn 3,2). La fe
es, pues, ya el comienzo de la vida eterna” (Cat.I.C. 163).
“El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos
asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte
parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para
ella una tentación” (Cat.I.C. 164).
“Debemos volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó, "esperando
contra toda esperanza" (Rm 4,18); la Virgen María que, en "la peregrinación de la
fe", llegó hasta la "noche de la fe" (RM 18) participando en el sufrimiento de su Hijo
y en la noche de su sepulcro; y tantos otros testigos de la fe: “También nosotros,
teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el
pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone,
fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe”“(Cat.I.C. 165).
4.- CONCLUSIÓN
De todo lo dicho se desprende que la fe es luz para la razón y una enorme ayuda
para poder llegar a la verdad. La fe proporciona a la razón una iluminación que le
descubre el sentido profundo de cada cosa. Por ejemplo, que todo ha sido creado,
que el acto creador es amoroso, que el hombre es libre para vivir de ese amor para
siempre: estas verdades que podemos conocer por el razonamiento natural, al ser
iluminadas por la luz de fe se hacen vida en nosotros, nos pones en relación directa
con el Señor.
82
JUAN PABLO II, homilía durante la misa de inauguración del año académico en las Universidades
Pontificias, viernes 15 de octubre de 1999.
86
creado como un “explorador” (Ecl 1,13), cuya misión es no dejar nada sin probar a
pesar del continuo chantaje de la duda. Apoyándose en Dios, se dirige, siempre y
en todas partes, hacia lo que es bello, bueno y verdadero” (FR, 21b).
La inteligencia no se reduce a los sentidos sino que puede reflexionar sobre esos
datos y llegar a la causa de lo sensible que es la misma divinidad, al Creador.
La fe nos dice que el pecado original fue una ceguera de orgullo que quiso pres-
cindir del conocimiento que viene de Dios y quedó ofuscada la razón, “los ojos de la
mente no eran ya capaces de ver con claridad: progresivamente la razón se ha
quedado prisionera de sí misma”. Cristo libra a la razón de su debilidad “librándola
de los cepos en los que ella misma se había encadenado” con dos luces la externa
de la Revelación y la interna de la fe. Así se alcanza una nueva sabiduría, la sabi-
duría de la Cruz que “supera todo límite cultural que se quiera imponer y obliga a
abrirse a la universalidad de la verdad, de la que es portadora. ¡qué desafío más
grande se le presenta a nuestra razón y qué provecho obtiene si no se rinde!”, esto
es, descubrir el amor sin límites de Dios en sí mismo, en Cristo hacia los hombres y
al mundo (FR, 23c.).
87
UNIDAD VI:
“CREO EN DIOS PADRE...”
1.- INTRODUCCIÓN
Sin embargo, muchas veces, las criaturas, lejos de percibir este amor solícito y
tierno de Dios, lo experimentan lejano o distorsionado. Veremos, entonces, algunas
de estas diferentes imágenes “poco felices” que el hombre moderno tiene de Dios,
para luego recibir luz desde la revelación bíblica. Constataremos que Dios no sola-
mente se manifiesta como Padre a partir de Su Hijo, enviado a nosotros como Pa-
labra definitiva y revelación última, en el N.T., sino que también en el A.T. aparece
como un verdadero Padre. Jesús nos confirmará un gran regalo: “mi Padre es vues-
tro Padre”.
Así, por ejemplo, se dice que Dios habla (Gn 1,3; 8,15), descansa y se sienta
(Gn 2,2; Sal 47,8), ve y oye (Gn 6,12; Ex 16,12), huele (Gn 8,21; 1 S 26,19), des-
ciende (Gn 11,5), tiene rostro y espalda (Ex 33,20-23; Nm 6,25; Sal 104,29), se
contrista (Gn 6,6), se enoja (Ex 15,7), es celoso (Ex 20,5; 34,14), odia el pecado (Dt
12,31) o se regocija (Dt 28,63). Dios tiene alas, plumas, es una roca, fuente y escu-
do (Sal 91,2-4). En el Génesis, también aparece graficada la actividad de Dios co-
mo un “Alfarero” que forma al hombre del polvo de la tierra y respira en él, soplo de
vida (Gn 2,7); o como un “Jardinero” que después de plantar un jardín (Gn 2,8),
anda en su huerto mientras corre la brisa fresca (Gn 18). Como un responsable
“Portero” cierra la puerta del arca (Gn 7,16) y hay muchos más... 84
83
Cfr. T. SCHNEIDER, Manual de teología Dogmatica, Ed. Herder, Barcelona 1996, 123-124.
84
Cfr. L. OTT, Manual de Teología Dogmatica, Ed. Herder, Barcelona 1969, 66.
88
85
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 126-128.
86
Ver a L. MORALDI “Ira”, en Nuevo diccionario de Teología Bíblica, Ed. Paulinas, Madrid 19902, 459.
89
creer en Dios para un católico apostólico romano? De esto se ocuparán los dos
ítems sucesivos.
Pero antes de ser una declaración dogmática, el que no haya más que un solo
Dios, es doctrina fundamental de toda la Biblia: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro
Dios, es el único Señor” (Dt 6,4). Esta misma afirmación la retoma el evangelista
Marcos (ver Mc 12,29) como también el apóstol san Pablo: “Sabemos que el ídolo
no es nada en el mundo y que no hay más Dios que uno solo” (1 Cor 8, 4).
Las páginas del A.T. dan testimonio de una experiencia de relación con Dios en
la que Él mismo toma la iniciativa, se muestra, busca y llama al hombre. El “Dios
escondido” (Is 45,15) se acerca a los hombres. Dios se da a conocer en la historia
que, para Israel, consiste en una relación de alianza. Y esta relación, que se abre y
se supera continuamente, se va concretando en una tensión hacia el cumplimiento
de la promesa de que Dios se auto-comunique plenamente al hombre. Es en el se-
no de esta relación es donde debemos describir las características fundamentales
de los distintos rostros de Dios que Israel va conociendo y experimentando.
Y lo primero que Dios hizo fue revelar su nombre (gesto que, para un pueblo
semita como Israel, es de gran importancia). Porque el nombre expresa la identidad
profunda, el ser de quien lo lleva (ver Cat.I.C. 203) y además un acto de predilec-
ción: el Dios de todos los pueblos, para darse a conocer, eligió a Israel.
El nombre de Yahvé es, pues, un nombre que nos une al pasado, nos asegura
en el presente, pero además, queda abierto hacia el futuro, no sin remitirnos a un
conocimiento cada vez más pleno de Sí mismo.
La primera consecuencia para nuestra fe, como dice el Catecismo en sus artícu-
los 205-209, es que Yahvé es un Dios vivo -o viviente-. Esta característica cobra
relieve para Israel, pues en la confrontación con los otros dioses, estos son ídolos
sin vida ni actividad.
90
Por ser un Dios vivo, Yahvé sale al encuentro del hombre y de su historia, esta-
bleciendo con él una relación de diálogo. Dios no es, pues, un “Ello impersonal”,
sino un “Yo personal”, no una fuerza o naturaleza anónima sin rostro ni identidad,
sino una Persona que obra.
Así, pues, la santidad de Yahvé tiene dos significados fundamentales: indica su al-
teridad respecto a lo creatural y por tanto su trascendencia-misterio frente a la cual el
hombre se siente “polvo y cenizas” (Gn 18,27) o, sino, se siente embargado por el
temor de ver el rostro de Dios y quedar con vida (cfr. Ex 33,20). Sin embargo, indica
también la perfección moral absoluta de Yahvé, su Bondad y Verdad que asimismo
se convierte en imperativo de santidad moral para los israelitas, según la orden del
Levítico: “sed santos, pues Yo, Yahvé, vuestro Dios, soy santo” (Lv 11,44).
De esta santidad y unicidad se desprenden los celos de Yahvé. Por ser Uno y
Santo, Dios es también un Dios celoso frente a los otros dioses o ídolos. Esto sig-
nifica que Dios no puede ceder su divinidad-santidad a los otros dioses, porque
ellos “no son”. Él es el único Dios verdadero. Por este mismo motivo, Israel no pue-
de tener otro Dios fuera de Él (Ex 20,2) ni menos postrarse ante ellos (ver Ex 34,14;
Dt 4,24; Jos 24,19).
87
Cfr. L. LADARIA, El Dios vivo y verdadero. El misterio de la Trinidad, Ed. Secretariado Trinitario,
Salamanca 1998, 12.
91
Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros miste-
rios de la fe, en cuanto luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y
esencial en la jerarquía de las verdades de fe. Toda la historia de la salvación no es
otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y
único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres,
apartados por el pecado, y se une con ellos (ver Cat.I.C. 234).
88
Cfr. la célebre fórmula de San Gregorio Nacianceno glosada en el Documento de Puebla n. 400:
“lo que no es asumido no es redimido”.
92
no: “Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero… Dios los
Tres considerados en conjunto...” (cfr. Cat.I.C. 256).
Padre, Hijo y Espíritu Santo no son simples nombres para designar las modali-
dades de las acciones divinas, sino que son Personas verdaderamente distintas
entre sí, cada uno de ellos es un Alguien. Esta es la gran novedad respecto a otras
religiones: la realidad de las relaciones personales intratrinitarias. Jesús revela el
misterio de las mutuas relaciones entre las tres Personas divinas en la unidad de su
naturaleza. Estas relaciones entre las tres personas fundamentan el misterio de la
Trinidad en el Dios Uno y Único. La distinción en Dios no se refiere entonces, a la
esencia divina (que es común a las tres personas), sino al reciproco relacionarse
del Padre, el Hijo y el espíritu Santo (cfr. Cat.I.C. 254).
En definitiva, las personas del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son la misma y
única realidad en cuanto a su divinidad. Así, todos los atributos de la naturaleza divi-
na se aplican por igual a las tres Personas: Dios Trino es infinito, omnipotente, eter-
no, simple, creador, providente, consumador...
El Hijo procede del conocimiento perfecto que el Padre tiene de sí mismo, como
su Palabra íntima: es engendrado por el Padre. Si Jesucristo se manifestó ante el
mundo como revelador y mediador del Padre es por que ya era Verdad y Vida en el
seno mismo del Padre, de donde provino y por quien fue enviado a este mundo.
Cuando una persona humana quiere comunicar su propia verdad a un otro se ve
limitada por su autoconocimiento finito y sus miserias. Es un dato de la experiencia
que nadie es totalmente transparente ante sí mismo. Pero cuando Dios Padre se
entiende y expresa, esta palabra perfecta refleja con plenitud su misma verdad: el
Hijo.
El Espíritu Santo procede del amor perfecto comunicado entre el Padre y el Hijo.
Es espirado por el Padre y por el Hijo, y no generad como en el caso del Hijo. Mien-
tras que el Hijo es la autoexpresjón del entendimiento del Padre, que como tal se
dirige a producir un idéntico de sí mismo en cuanto a su naturaleza (pero un “otro” en
cuanto a su ser Personal), el Espíritu Santo es en cambio el acto mismo del amor del
Padre de unirse con el Hijo amado El Espíritu presupone pues, una mutua presencia
del amado en el amante y viceversa y procede así de la recíproca comunión del amor
entre el Padre y el Hijo. Afirma KASPER que el Espíritu Santo es la esencia íntima de
Dios: “el amor autocomunicante… Dios como superabundancia Dios como efusión de
amor y gracia”.89
89
Cfr. KASPER, El Dios de Jesucristo, 260.
93
El N.T. habla del envío del Hijo por iniciativa del Padre (cfr. Ga 4,4) y del envío
del Espíritu Santo también por iniciativa del Padre (cfr. Lc 24,49; Ga 4,6). Estas
misiones revelan el modo de ser de cada una de las tres Personas Divinas, que
desbordan su riqueza infinita hacia la creación.
El Espíritu Santo, que procede del amor infinito entre el Padre y el Hijo, es en-
viado en Pentecostés para unificar y santificar la Iglesia y llevar a su plenitud la Re-
velación de Cristo.
90
Ver A. MARANGON, “Dios”, en Nuevo diccionario de Teología Bíblica, Ed. Paulinas, Madrid 19902, 459.
94
De hecho, entre las primeras imágenes que el niño recibe de Dios en su familia,
está aquella que se basa en alguna de estas afirmaciones: “si te portas mal Dios te
va a castigar”, “diosito te ve” (cual juez implacable al que nada se le escapa), “a
Dios no le gusta tu forma de actuar”. Este tipo de estribillos son los que nos van
forjando la idea de un Dios que nos está observando para “sorprendernos” en nues-
tros errores o que tiene cierta complacencia en “castigarnos”.
91
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 95-104. Ver también F. VARONE, EL Dios ausente, colección Presencia
Teológica, Ed. Sal Terrae, Bilbao 1987 (sobre todo la introducción).
92
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 107 (en páginas 114-117 responde directamente a toda esta problemática).
93
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 104-109; F. VARONE, Dios Sádico, Colección Presencia Teológica Nº 42,
Ed. Sal Terrae, Bilbao 1988, 15-30.
95
la Iglesia, de oponer el Dios del AT al del NT como si fueran dos seres distintos.
Nada más alejado de la realidad.94
Es cierto que el Dios del AT, igual que en otras religiones, aparece como “lo fas-
cinante” y “lo tremendo”. Por una parte, la divinidad atrae y subyuga, por otra ate-
moriza y sobrecoge. Pero no debemos olvidar su otro aspecto, mucho más impor-
tante y presente en la Biblia que prepara la presentación de Dios como Padre pro-
puesta por Jesús. Tampoco olvidemos una de las sentencias más valiosas que la
constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II indicaba al respecto: “Los libros del
AT...muestran a todos el conocimiento de Dios” (nº 15).
- Dios es Padre. Llamar a Dios Padre no es una originalidad absoluta ni del cris-
tianismo ni del judaísmo, hay una buena cantidad de culturas y religiones don-
de se usa el apelativo “padre” para dirigirse a Dios.
Como dice el libro del Deuteronomio: “Él es la Roca, sus obras son perfectas,
sus caminos son justos; es un Dios fiel, sin maldad, es justo y recto... ¿No es él
tu padre y tu creador, el que te hizo y te constituyó? Acuérdate de los días re-
motos, considera las edades pretéritas, pregunta a tu padre y te lo contará, a
tus ancianos y te lo dirán. Cuando el Altísimo daba a cada pueblo su heredad, y
distribuía a los hijos de Adán, trazando las fronteras de las naciones, según el
número de los hijos de Dios, la porción del Señor fue su pueblo, Jacob fue el lo-
te de su heredad” (Dt 32,4-9).
En este texto se entremezclan dos formas de concebir la paternidad de Dios.
Por una parte aparece una paternidad genérica, basada en la creación: Dios
traza las fronteras de las naciones según el número de los hijos de Dios. En es-
te sentido llamar padre a Dios es una forma de reconocer que es creador, ori-
gen de la vida y de todo lo que existe. Este es el sentido en que se entiende
comúnmente la paternidad divina en el mundo de las religiones.
Pero también despunta una segunda forma de entender la paternidad de Dios:
es Padre particularmente de un pueblo. Hay varias expresiones paralelas de
esta especial relación paterno-filial entre Dios y el pueblo de Israel: “padre y
creador”; “te hizo y te constituyó”; “la porción del Señor fue su pueblo, Jacob
fue el lote de su heredad”. Dios es Padre de Israel porque lo ha constituido co-
mo pueblo y lo ha elegido de forma particular. Es creador de ese pueblo, pero
no porque sea el origen de la vida de sus miembros, Dios ha creado a Israel
porque la existencia de esta nación está indisolublemente unida a su relación
con Dios. Israel es pueblo porque es pueblo de Dios, no al revés.
Estamos aquí ante una paternidad basada en la Alianza. La paternidad particu-
lar de Dios sobre Israel no consiste en situarlo únicamente en el origen de su
existencia, sino en vincularlo a él a lo largo del tiempo, por lo que su obra de
creación del pueblo elegido es algo continuado en el tiempo, la permanencia en
94
Ver J.L. SICRE, Introducción al Antiguo Testamento, Ed. Verbo Divino, Navarra 1997, 38.
95
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 109.
96
96
Cfr. L. RIVAS, Dios Padre en las Sagradas Escrituras, Ed. Paulinas, Buenos Aires 1998, 21-25.
97
97
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 125-126.
98
L. ALONSO SCHÖKEL, Treinta Salmos: Poesía y oración, Ed. Cristiandad, Madrid 19862, 263.
98
99
M.V. TALAMÉ, Aclamen al Señor con alegría: La alegría en el salterio, Ed. Paulinas, Buenos Aires
2007, 158-164.
100
Cfr. J. BRIGHT, La historia de Israel, Ed. Desclee, Bilbao 1970, 110-127. En su página 109 dice:
“Abraham, Isaac y Jacob se encuentran en el sentido más auténtico, en los orígenes de la historia
y de la fe de Israel. No sólo representan el movimiento que trajo a los componentes de Israel a Pa-
lestina, sino que sus creencias peculiares ayudaron a delinear la fe de Israel tal como sería más
tarde... No carece pues, de razón histórica, que los cristianos y judíos le reconozcan unánimemen-
te como el padre de la fe (Rom 4,3; Heb 11,8-10)”.
99
Por lo tanto, el núcleo fundamental de todo lo que Jesús hizo y dijo no son Él
mismo, sino el anuncio de Dios como Padre y la cercanía de su Reino. Estos son
dos temas íntimamente ligados: Dios es Padre y hace presente su Reino en el
101
Cfr. SICRE, Introducción al Antiguo Testamento.
100
- Cristo establece el reino del Padre. Esta entrada del Reino en el mundo se
realiza a través de Jesús, él es la inauguración de la plenitud de la obra de Dios
en el mundo. “Fue a Nazaret, donde se había criado; entró en la sinagoga, como
era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entre-
garon el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde es-
taba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha
enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la li-
bertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el
año de gracia del Señor”. Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y
se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y Él se puso a decirles: “Hoy
se cumple esta Escritura que acabáis de oír”“ (Lc 4,16-21).
Como vemos en este texto de la predicación en la sinagoga de Nazaret, el Re-
ino sucede aquí y ahora, en la persona de Jesús. Sus milagros son signos de la
presencia de este Reino en el mundo (Mt 11,2-6; Lc 11,20). Su predicación es
la certificación de esa forma de ser de Dios que se manifiesta en sus actos (Lc
10, 21-24).
Por tanto podemos decir que la vida de Jesús es explícitamente teológica e
implícitamente cristológica. Es explícitamente teológica porque el centro de su
predicación y su vida no es él mismo sino Dios Padre y su Reino. Es implícita-
102
SESBOÜÉ, Creer, 129-131.
103
Cfr. J. JEREMÍAS, Abba. El mensaje central del Nuevo Testamento, Ed. Sígueme, Salamanca
19893, 37-73.
104
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 131-133
101
Dios como Padre haciéndole desempeñar una función inaceptable para sus
adversarios. Es Dios Padre quien, para Jesús, motiva las curaciones en sába-
do, la cercanía a los leprosos, el perdón de los pecadores. El llamar a Dios
“Abba”, no es la única originalidad de Jesús, sino igualmente el romper las le-
yes que los fariseos consideraban como divinas. Jesús no enseña una doctrina
sobre la paternidad de Dios distinta a los principios del judaísmo, sino que sitúa
esa paternidad en el contexto de una forma de salvación del hombre inacepta-
ble para sus contemporáneos.
De este modo, la persona misma de Jesús es la que se sitúa en primer plano.
Su predicación y sus hechos se unen indisolublemente a la realización de la
Alianza y al cumplimiento de la Promesa de Dios hechas en el A.T. La sola
existencia de Jesús es una provocación que incita a cambiar la forma de rela-
ción del hombre con Dios. Todo esto lleva a una crisis final, a una puesta en
cuestión de su propia persona por parte de las autoridades, tanto religiosas
como políticas, que desembocará en el misterio de su cruz y su resurrección
(cfr. Cat.I.C. 571-591).
105
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 133.
103
Por supuesto que la Biblia otorga a Dios los grandes atributos llamados “metafí-
sicos”: la trascendencia, la grandeza, la gloria, la eternidad, la inmutabilidad, la om-
nipresencia y la omnisciencia, la sabiduría personificada, etc. 106 Sin embargo, de
todos los atributos divinos, nuestro Credo sólo nombra Su “omnipotencia” (ver
Cat.I.C. Nº 268) manifestada no sólo en el cosmos -Dios es el Señor de la creación-
sino también en el “mano fuerte y brazo extendido” que va conduciendo todos los
acontecimientos -Dios es el Señor de la historia-. Por lo tanto el Dios Creador y Sal-
vador es uno solo y es el Dios de Israel.107
Tanto el A.T. con expresiones como: “todo lo que Él quiere, lo hace” (Sal 115,3;
135,6), “tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder y con tu brazo extendido. Na-
da hay que sea difícil para ti” (Jr 32,17) o “te compadeces de todos porque todo lo
puedes” (Sb 11,23), como el N.T.: “nada es imposible para Dios... el Todopoderoso
ha hecho obras grandes en mi favor” (Lc 1,37.49) o “Yo será para vosotros padre, y
vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso” (2 Cor 6,18), en-
tre otros, afirman este concepto.
106
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 125.
107
Cfr. E. CHARPENTIER, Para leer el Antiguo Testamento, Ed. Verbo Divino, Estella 1981, 72.
104
108
Sumeria y Akkad eran territorios limítrofes entre los ríos Eufrates y Tigris al sur del valle de la Me-
sopotamia que, hacia el siglo XX a.C., los babilonios anexaron como territorios propios, sin duda,
heredando una buena parte de su tradición mítica. Y así como las costumbres y los ritos suméricos
o acádicos proporcionaron ciertos modelos para la edificación de la cultura mesopotámica, a su
vez estos relatos comportaron una importante fuente de inspiración para el pueblo de Israel.
109
En particular, los mitos se interesaban por el sentido de ciertas experiencias como el mal, el dolor,
la muerte. Trataban de explicar ciertas tensiones como, por ejemplo, las existentes entre el “deseo
de vivir para siempre” y “la certeza de tener que morir”, entre el amor que acoge y la violencia que
elimina, entre una relación pacífica con la divinidad y otra que genera miedo... Cfr. G. CAPPE-
LLETTO, Genesi (Capitoli 1-11), Ed. Messaggero Padova, Padova 2000, 21-22.
110
Cfr. P. GRELOT, “Hombre, ¿quién eres?”, CB 5, ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 1978, 12-27.
111
Aunque en esta oportunidad por razones de espacio (para no alargar demasiado el apartado), sólo
mencionaremos los textos de Gn 1,1-24 y Gn 2,4-3, para profundizar en los demás textos bíblicos
sobre la creación (como son, por ejemplo, los Salmos 8; 33; 104; 136; 148; o en la literatura sa-
piencial el libro de los Proverbios cap. 3; 8; 22; 29; 30, el libro de Job cap. 28; 38, el cap. 3 de
Qohélet, los cap. 1; 3; 16 y 42 del Eclesiástico, los cap. 1; 6; 9; 11-14; 19 del libro de la Sabiduría y
el Segundo libro de los Macabeos 7,28 para el A.T. como asimismo el tema de la creación en los
Sinópticos, en el prólogo de Juan y en Pablo, especialmente en 1Co 8,5-6; Col 1,15-20; Ef 1,3-14;
etc.), puede verse el estudio de los mismos en J.L. RUIZ DE LA PEÑA , Teología de la creación,
Ed. Sal Terrae, Santander 19964, 90-113
105
pertenecen a distintas épocas sino que además son poco semejantes y sin una
perfecta armonía entre sí.
Esto se debe a que proceden de distintas fuentes literarias o tradiciones: la tra-
dición sacerdotal “P” generalmente datada del exilio o post-exilio (hacia el 550
a.C.) y la tradición Yavista “J” de finales de la monarquía (hacia el 950 a.C.).
Lejanas una de otra, de más o menos cuatro siglos, presentan a Dios y a la
creación bajo dos perspectivas totalmente distintas. Sin embargo, ninguno se
da como el fruto de la lucha entre poderes antagónicos sino como una majes-
tuosa invocación (Gn 1) o artesanía (Gn 2) divina para que ésta comience a
existir. Y ambos asignan un puesto de privilegio, una dignidad especial al ser
humano112.
Los presentaremos según su cronología de composición, destacando, sobre
todo (por tratarse de la unidad sobre el Padre), la imagen que nos ofrecen de
Dios.
Gn 2,4-3
- Dios Plasmador o Artesano: entre las “actividades” de Dios (de donde se de-
duce esta imagen del Dios artesano114) se repite el verbo hebreo (yāsar) “y
plasmó...” (Gn 2,7.8.19) que quiere decir “modelar, formar, plasmar”, en gene-
ral, usado para la arcilla, el fango o la creta (ver 2Sa 17,28; Jr 18,4; Sal 95,5;
etc.)115. A diferencia del Dios del Gn 1 que crea con la palabra (una idea un po-
co ierática y sacral), en Gn 2 aparece el Dios Artesano que toma la arcilla y la
modela, se mancha las manos, trabaja, se fatiga y hasta suda por su trabajo,
para terminar complaciéndose. Es el obrar del artista. Lo que Gn 1 explícita-
mente dice "y vio Dios que era bueno", ahora queda implícito en el sentido del
verbo. Un Dios plasmador es un Dios comprometido, implicado y gozoso con la
belleza y perfección de lo que hizo. Ésta es la relación de Dios con el cosmos
en Gn 2.
Gn 1,1-2,4
112
Cfr. M. FLICK - Z. ALSZEGHY, Antropología teológica, Ed. Sígueme, Salamanca 1981, 18ss.
113
Ver L. RIVAS, Los libros y la historia de la Biblia, Ed. San Benito, Buenos Aires 2001.
114
Este es uno de los tantos antropomorfismos con que cuenta este texto: Dios camina por el Jardín
del Edén, moldea como un artesano al hombre y a los animales con elementos tomados de la tie-
rra, crea a Eva a partir de una costilla de Adán, confecciona túnicas para ambos, etc.
115
De las 63 veces que aparece en la Biblia, 42 veces (dos tercios), tiene a Dios como sujeto, revis-
tiendo aquello que hace frecuentemente el artesano o el alfarero. Es decir, el verbo se emplea para
la labor artesanal o artística.
116
Recordemos que la tradición sacerdotal se sitúa en el tiempo del exilio, lejos de la tierra propia
(Jerusalén). La situación que estaban viviendo los israelitas era de desánimo, angustia y perpleji-
106
Dios es eficaz, cuando “dice” crea bendición, crea aquel bien que dice. Dios crea
todo bueno. Dios es bueno y hace buenas todas las cosas que crea. Su bendi-
ción siempre está unida a la vida y a la fecundidad.
Por último, la conservación del mundo por parte de Dios nos recuerda que Dios
no abandona la creación a su inercia (deísmo) sino que al contrario, en un acto pe-
renne, Dios mantiene amorosamente (ver Sb 11,24ss y Hch 17,28) en sus manos a
los seres a los que llamó a la vida. Esta categoría de conservación, aparentemente
demasiado estática, otros autores la llaman fidelidad.126
La Providencia divina acontece “en” y “por” las acciones particulares de las crea-
turas, pero gozando éstas de verdaderas autonomía y consistencia. Esta autonomía
creatural se expresa del modo más elevado en la libertad humana, con la que so-
mos llamados a participar en la acción de Dios en la historia, como “co-creadores”,
como “colaboradores de Dios” (1 Cor 3,9; Col 1,24; 1 Ts 3,2). Ver Cat.I.C. 307.
123
Así, por ejemplo, recordemos a Israel, el pueblo más pequeño (Dt 7,7); David, frente a Goliat (1 S
17,42); María y el Magníficat (Lc 1,48ss); la parábola del grano de mostaza (Mc 4,30ss); etc.
124
En cuanto al gobierno, Israel percibe la existencia de un designio singular de Dios para con su
pueblo cronológicamente anterior a la creación aunque lógicamente ésta sea primera. Ver RUIZ
DE LA PEÑA, Teología de la creación, 124.
125
Ver J.A. SAYÉS, Teología para nuestro tiempo, Ed. San Pablo, Madrid 1995, 16-18.
126
Ver L.F. LADARIA, Antropología Teológica, Ed. B.A.C., Madrid 1983, 73.
109
El tema del Dios Providente, entonces, nos vuelve a remitir al mismo tiempo a la
afirmación de que nuestro Dios es, contemporáneamente, Creador y Padre. Como
Creador, ciertamente, está en el trasfondo de nuestras acciones, manteniendo su
autonomía justa. Dios quiere que participemos en el desarrollo de la creación, no es
un Dios milagrero que suple la pereza o la incompetencia del hombre. El que se
imagine la providencia divina como la de un Dios del que se puede disponer a ca-
pricho está equivocado: Dios crea al hombre como ser inteligente y libre para com-
pletar la creación. Pero, a la vez, como Padre, pide el abandono en su providencia
(cfr. Mt 6,31-33), que dejemos en sus manos nuestras preocupaciones y le pidamos
por nuestros problemas, al tiempo que, como personas responsables, pongamos
los medios humanos para solucionarlos. Siendo Padre, se le puede pedir por todas
nuestras necesidades espirituales y materiales (cfr. Mt 6,25-34). Él mismo quiere
que se lo pidamos, ininterrumpidamente (cfr. Lc 11,5-13).
3.- CONCLUSIÓN
En esta unidad V: “Creo en Dios Padre…” hemos estudiado los primeros artícu-
los del Credo que creemos los cristianos. Dios es nuestro Padre Creador de todo lo
que existe.
Nos preguntamos acerca del ser de Dios y con la revelación vimos que Dios es
Uno y Trino. Primero estudiamos la unidad de Dios: existe un solo Dios y no puede
ser de otra manera. Todo el A.T. manifiesta claramente esta verdad que es también
verdad para la filosofía, para la teología y para todo hombre que se pregunta acerca
de Dios. Pero vimos también en la revelación, que Jesús, Palabra definitiva de Dios,
nos revelaba la intimidad de de las personas divinas: la trinidad. Dios es Padre, Hijo
y Espíritu Santo.
Nos detuvimos a considerar otra afirmación del símbolo de la fe: Dios es Padre
todopoderoso. En primer lugar, frente a las imágenes que el hombre se hizo y se
hace de Dios, tratamos de despojarlas de sus negatividades y a la luz del verdadero
rostro de Dios que nos revela en el A.T. y en el N. T., llegamos al Padre amoroso
de Jesucristo y Padre de todos, que nos ama y se complace en estar con nosotros
sus hijos adoptivos.
El Dios Padre todopoderoso, que ama a los hombres, ha creado el cielo y la tie-
rra como casa para sus hijos. Por eso la creación tiene todos los signos de la bon-
dad, la perfección y la belleza divina. Dios no la abandona sino que con su provi-
dencia y fidelidad la gobierna y la sostiene amorosamente.
110
NIVEL IV:
El misterio de Cristo, centro, fundamento y
fin de nuestra vida cristiana
UNIDAD VII:
EL MISTERIO DE CRISTO EN
EL NUEVO TESTAMENTO
1.- INTRODUCCIÓN
En esta ocasión, sólo daremos algunas pistas de la vida de Jesús 129, con sus
respectivas citas bíblicas (invitándolos a leerlas), esperando sirvan como breve in-
127
Por las limitaciones que impone nuestro curso, no podemos ocuparnos aquí de los esbozos del miste-
rio de Cristo en el Antiguo Testamento, para lo cual remitimos a H. CAZELLES, El Mesías de la Bi-
blia. Cristología del Antiguo Testamento, Ed. Herder, Barcelona 1981.
128
Cada estudiante puede ampliar los contenidos del Catecismo, con la amplia bibliografía sugerida
en el programa. Especialmente, a partir de A. ESPEZEL, Jesucristo. Vida y Pascua del Salvador,
13-105 y O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, B.A.C., Madrid 2001, 35-173.
129
El resumen fue tomado, en su gran mayoría, del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica,
(promulgado por Benedicto XVI en el 2005), Ed.CEA, Buenos Aires 2005.
111
troducción de lo que sabemos, dada toda su riqueza, siempre serán Misterios in-
sondables e inagotables.130
El único suceso que rompe el silencio de los Evangelios sobre los años ocultos de
Jesús es el hallazgo de Jesús en el Templo (ver Lc 2,41-52). Jesús deja entrever el
misterio de su consagración total a una misión derivada de su filiación divina: “¿No
sabíais que me debo a los asuntos de mi Padre?” María y José “no comprendieron”
estas palabras, pero las acogieron en la fe, y María “conservaba cuidadosamente
todas las cosas en su corazón”, a lo largo de todos los años en que Jesús permane-
ció oculto en el silencio de una vida ordinaria. Leer Cat.I.C. 525-534.
130
Aparte de los tantos tratados de Cristología en los que obviamente pueden profundizarse cada uno
de los Misterios de la vida de Cristo (entre los que sugerimos J. M. CASCIARO, Estudios sobre
cristología del Nuevo Testamento, Pamplona 1982; R. LATOURELLE, A Jesús el Cristo por los
Evangelios: historia y hermenéutica, Ed. Sígueme, Salamanca 19862; C. I. GONZÁLEZ, El es
nuestra salvación: cristología y soteriología, CELAM, Santa Fé de Bogotá 19913; O. CULLMANN,
Cristología del Nuevo Testamento, Colección Teológica 32, Ed. Sígueme, Salamanca 1998; R. E.
BROWN, Introducción a la cristología del Nuevo Testamento, Biblioteca de Estudios Bíblicos 97,
Ed. Sígueme, Salamanca 2001; F. OCÁRIZ - L. F. MATEO-SECO - J. A. RIESTRA, El misterio de
Jesucristo, Pamplona 20042), el Catecismo les dedica 170 Artículos: cfr. Cat.I.C. 512-682.
112
Jesús invita a todos los hombres a entrar en el Reino de Dios; aún el peor de
los pecadores (Mc 2,17; 1Tim 1,15) es llamado a convertirse (Mc 1,15) y aceptar la
infinita misericordia del Padre (Lc 15,11-32. El Reino pertenece, ya aquí en la tierra,
a quienes lo acogen con corazón humilde (Mt 5,3; 11,25; Lc 4,18; 7,22). A ellos les
son revelados los misterios del Reino de Dios. Jesús acompaña su palabra con
signos y milagros (cfr. Hch 2,22) para atestiguar que el Reino está presente en Él,
el Mesías (cfr. Lc 7,18-23). Si bien cura a algunas personas, Él no ha venido para
abolir todos los males de esta tierra (cfr. Lc 12,13-14; Jn 18,36), sino ante todo para
liberarnos de la esclavitud del pecado (Jn 8,34-36). La expulsión de los demonios
anuncia que su Cruz se alzará victoriosa sobre “el príncipe de este mundo” (Mt
12,26-28; Lc 8,26-39; Jn 12,31).
Jesús elige a los Doce, futuros testigos de su Resurrección, y los hace partíci-
pes de su misión y de su autoridad para enseñar, absolver los pecados, edificar y
gobernar la Iglesia (cfr. Mc 3,13-19; Lc 9,2). En este colegio, Pedro recibe “las lla-
ves del Reino” (Mt 16,19) y ocupa el primer puesto (cfr. Mc 3,16; 9,2; Lc 24,34; 1Co
15,5), con la misión de custodiar la fe en su integridad y de confirmar en ella a sus
hermanos (cfr. Jn 21,15-17).
Algunos jefes de Israel acusaron a Jesús de actuar contra la Ley, contra el Tem-
plo de Jerusalén y, particularmente, contra la fe en el Dios único, porque se procla-
maba Hijo de Dios. Por ello lo entregaron a Pilato para que lo condenase a muerte
113
(cfr. Mt 20,19; Mc 3,6; 8,31). Sin embargo, Jesús no abolió la Ley dada por Dios a
Moisés en el Sinaí, sino que la perfeccionó, dándole su interpretación definitiva (cfr.
Mt 5,33-34). Él es el Legislador divino que ejecuta íntegramente esta Ley. Aún más,
es el siervo fiel que, con su muerte expiatoria, ofrece el único sacrificio capaz de re-
dimir todas “las transgresiones cometidas por los hombres contra la Primera Alianza”
(Hb 9,15). Jesús también fue acusado de hostilidad hacia al Templo.
Sin embargo, lo veneró como “la casa de su Padre” (Jn 2,16), y allí impartió gran
parte de sus enseñanzas (cfr. Jn 18,20). Pero predijo la destrucción del Templo, en
relación con su propia muerte, y se presentó a sí mismo como la morada definitiva
de Dios en medio de los hombres (cfr. Mt 12,6; Jn 2,21). Y por último, Jesús nunca
contradijo la fe en un Dios único, ni siquiera cuando cumplía la obra divina por exce-
lencia, que realizaba las promesas mesiánicas y lo revelaba como igual a Dios: el
perdón de los pecados (cfr. Mt 9,13; Mc 2,7; Lc 15,1-2; Jn 5,18; 10,33; 17,6.26). La
exigencia de Jesús de creer en Él y convertirse permite entender la trágica incom-
prensión del Sanedrín, que juzgó que Jesús merecía la muerte como blasfemo (cfr.
Mt 26,64-66; Mc 3,6).
Toda la vida de Cristo es una oblación libre al Padre para dar cumplimiento a su de-
signio de salvación. Él da “su vida como rescate por muchos” (Mt 20,28; Mc 10, 45), y
así reconcilia a toda la humanidad con Dios. Su sufrimiento y su muerte manifiestan
cómo su humanidad fue el instrumento libre y perfecto del Amor divino, que quiere la
salvación de todos los hombres. En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte
por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: “Nadie me quita la
vida; yo la doy voluntariamente” (Jn 10,18). De aquí la soberana libertad del Hijo de
Dios cuando él mismo se encamina hacia la muerte (cfr. Mt 26, 53; Jn 18, 4-6).
En el huerto de Getsemaní (cfr. Mt 26,42; Lc 22,20), a pesar del horror que su-
ponía la muerte para la humanidad absolutamente santa (cfr. Hb 4,15) de Aquél que
es “el autor de la vida” (Hch 3,15), la voluntad humana del Hijo de Dios se adhiere a
la voluntad del Padre (cfr. Mt 26,42); para salvarnos acepta soportar nuestros peca-
dos en su cuerpo, “haciéndose obediente hasta la muerte” (Flp 2,8).
Los efectos del sacrificio de la Cruz: Jesús ofreció libremente su vida en sacrifi-
cio expiatorio, es decir, reparó nuestras culpas con la plena obediencia de su amor
hasta la muerte (cfr. Rom 5,19). Este amor hasta el extremo (cfr. Jn 13,1) del Hijo
de Dios reconcilia a la humanidad entera con el Padre (cfr. Mt 26,28; 2Cor 5,19). El
114
sacrificio pascual de Cristo rescata, por tanto, a los hombres de modo único, perfec-
to y definitivo (cfr. 1Tim 2,5; Heb 10,10), y les abre a la comunión con Dios.
Al llamar a sus discípulos a tomar su cruz y seguirle (cfr. Mt 16,24), Jesús quiere
asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficia-
rios. Cristo sufrió una verdadera muerte (cfr. Hch 3,15; Ap 1,18; Heb 2,9), y verda-
deramente fue sepultado (cfr. Jn 19,42). Pero la virtud divina preservó su cuerpo de
la corrupción (Hch 2,26-27).
"Jesús bajó a las regiones inferiores de la tierra. Este que bajó es el mismo
que subió" (Ef 4,9-10). Los “infiernos” -distintos del “infierno” de la condenación-
constituían el estado de todos aquellos, justos e injustos, que habían muerto antes
de Cristo (cfr. Flp 2,10; Hch 2,24; 1Pe 4,6). Jesús tomó en los infiernos a los justos
que aguardaban a su Redentor para poder acceder finalmente a la visión de Dios
(cfr. Jn 5,25). Después de haber vencido, mediante su propia muerte, a la muerte y
al diablo “que tenía el poder de la muerte” (Heb 2,14), Jesús liberó a los justos, que
esperaban al Redentor, y les abrió las puertas del Cielo (cfr. Ap 1,18).
que es real participación de su vida de Hijo unigénito; más tarde, al final de los
tiempos, Él resucitará nuestro cuerpo (cfr. 1Cor 15,20-22; 2Cor 5,15; Col 3,1-3).
Como Señor del cosmos y de la historia (cfr. Ef 4,10; 1Cor 15,24.27-28), Cabeza
de su Iglesia (cfr. Ef 1,22), Cristo glorificado permanece misteriosamente en la
tierra, donde su Reino está ya presente, como germen y comienzo, en la Iglesia. Un
día volverá en gloria, pero no sabemos el momento. Por esto, vivimos vigilantes,
pidiendo: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20).
Después del último estremecimiento cósmico de este mundo que pasa, la venida
gloriosa de Cristo acontecerá con el triunfo definitivo de Dios en la Parusía y con el
Juicio final. Así se consumará el Reino de Dios. Cristo juzgará a los vivos y a los
muertos con el poder que ha obtenido como Redentor del mundo (cfr. Jn 5,22.27;
Mt 25,31; Hch 10,42; 17,31; 2Tim 4,1), venido para salvar a los hombres (cfr. Jn
3,17; 5,26). Los secretos de los corazones serán desvelados, así como la conducta
de cada uno con Dios y el prójimo. Todo hombre será colmado de vida o condena-
do para la eternidad, según sus obras (cfr. 1Cor 3,12-15). Así se realizará “la pleni-
tud de Cristo” (Ef 4,13), en la que “Dios será todo en todos” (1Cor 15,28). Leer
Cat.I.C. 571-682.
Los escritos del Nuevo Testamento, de los cuales recibimos estos misterios de la
vida de Jesucristo, son el fruto del anuncio, las enseñanzas, las celebraciones y la
vida de fe de las primeras comunidades cristianas. Ellas, después de “ver” y “oír” a
Cristo, sea por contacto físico o por tradición oral, encarnaron su modo de ser y de
vivir hasta ponerlo por escrito.
Por ello, en el trasfondo de los textos del Nuevo Testamento, bien puede entrever-
se la vida, con sus aciertos y conflictos, como los ambientes de las comunidades que
los han originado. Así, empezando por el primer anuncio o Kerigma (2.1), el misterio
de Cristo se fue explicitando en distintos Ambientes vitales (2.2) de aquella comunidad
(como la liturgia, la catequesis y la actividad misionera), hasta ponerse posterior y de-
finitivamente por escrito. Todo esto llevó varios años, supuso varios contextos, e im-
plicó varios autores.131
3.1.- El kerigma
El término kerigma “evoca el anuncio solemne que hace el heraldo después de una
estruendosa victoria, la repentina constatación y rápida difusión de un acontecimiento,
el fuerte grito con que se hace pública y oficial una noticia”.132
131
Como ejemplo, véase el proceso de la Formación de los Evangelios, desarrollado en el Ex Cursus
de esta unidad. Algo parecido sucedió con el resto de los escritos del Nuevo Testamento.
132
B. MARCONCINI, Los sinópticos. Formación, redacción, teología, Ed. San Pablo, Madrid 1998, 46-47.
116
Después de Pentecostés, Pedro, presentándose con los Once a los judíos y a los
habitantes de toda la tierra, levantó su voz y les dijo:
“...a Jesús de Nazaret, el varón que Dios acreditó entre ustedes realizando
por su intermedio los milagros, prodigios y señales que todos conocen; a ese
hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios,
ustedes lo hicieron morir, crucificándolo por medio de los infieles. Pero Dios lo
resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella
tuviera dominio sobre él... A éste Jesús Dios lo resucitó, y todos nosotros so-
mos testigos. Exaltado por el poder de Dios, Él recibió del Padre el Espíritu
Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen... Sepa, pues,
todo el pueblo de Israel, que a éste Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios
lo ha hecho Señor y Mesías” (Hch 2,22-24.32-36).
De todo esto, en el seno de aquella comunidad cristiana primitiva, surgen los tres
"ambientes" fundamentales que, privilegiadamente vieron nacer los textos que hoy
tenemos en el Nuevo Testamento: el ambiente litúrgico de la fracción del pan y de
la oración de alabanza a Dios (cfr. Hech 2,42.46-47); el ambiente catequético de la
instrucción de los Apóstoles (cfr. Hech 2,42) y el ambiente misionero de la
expansión y posterior consolidación de la Iglesia (cfr. Hech 13,13-43; 14,1-7). Es
decir, todo el material elaborado y recogido de estos tres ambientes, pronto fue
organizado y conservado en colecciones escritas que luego formaron nuestro actual
Nuevo Testamento.
3.2.1.- Liturgia
De esta práctica cultual fueron surgiendo narraciones cultuales de la Cena del Se-
ñor (cfr. Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,14-20; 1Cor 10,16; 11,23-26), ritos de bau-
tismo (cfr. 1Cor 6,11; Rom 6,3; Gal 3,27), práctica y ritos de imposición de manos
(Hech 6,6; 8,17-18; 13,3; 19,6), himnos (Ef 5,14; 1Tim 3,16; 1Pe 1,3-5; 2,22-25; 3,18-
22; 5,5-9; Ap 1,4-6; 5,9-14; 11,17-18; 19,1-7), doxologías y aclamaciones (Rom 16,27;
1Cor 16,22; 2Cor 13,13; Gal 1,5; 6,18; Heb 13,20-22; Ap 7,10.12; 16,5-7; 22,17.20).
117
3.2.2.- Catequesis
La catequesis era la tarea de instruir a los iniciados en la fe, sobre todo, en la Sa-
grada Escritura, sea en lo concerniente a la vida del Señor como a sus enseñanzas.
Este ambiente dio origen a la formación de colecciones llamadas "dichos" de Jesús,
como a las aplicaciones morales de las enseñanzas del Maestro referidas a la vida de
familia, social y a la convivencia en la comunidad cristiana.
3.2.3.- Misión
Cristologías
Por eso comenzaremos con la cristología en Pablo (3.2), luego la de los Sinópti-
cos, según fueron escritos: primero Marcos (4.1), después Mateo (4.2) y por último
Lucas (4.3); para terminar con los escritos de Juan: Evangelio (7.2) y Apocalipsis
(8.2), no sin antes presentar la originalidad de Cristo en las Cartas Católicas (5) y
sobre todo en la Carta a los Hebreos (6.2).
Los modos de hablar de Jesús más importantes utilizados por Pablo, son los si-
guientes134:
133
Uno de los autores que más ha estudiado este texto, es J. CABA, Resucitó Cristo, mi esperanza.
Estudio exegético, B.A.C. 475, Madrid 1986, 84-116.
134 RIVAS, San Pablo, 121
Cfr. ; PENNA, Un cristianismo posible, 63-80 y, sobre todo, SÁNCHEZ BOSCH,
Escritos paulinos, 142-154.
119
Dios, en sintonía con Joel 3,5, la vemos, por ejemplo, en Rom 10,9-13 (“Pues
todo el que invoque el nombre del Señor se salvará”). Pablo jamás hubiera in-
vocado en la oración a Jesús si no lo hubiera considerado Dios. En Rom 4,10-
11 y Flp 2,5-11, citando a Is 45,23 Pablo llama “Señor” a Cristo, ante quien toda
rodilla se debe doblar, como se lo hacía ante Yahvé. Para ser coherente con el
monoteísmo de su pueblo, no llama Dios a Jesús, pero sí lo considera persona
divina. En 1Cor 8,4-6 después de tratar el tema de comer carne sacrificada a
los ídolos, termina diciendo “... y un sólo Señor Jesucristo, por quien son todas
las cosas y por el cual somos nosotros”. Frente a la creencia de los paganos
que son “muchos dioses y muchos señores”, afirma el monoteísmo de los cris-
tianos. Rom 11,33-36 termina con esta doxología: “... porque de él, por él, y pa-
ra él provienen todas la cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén”. Pablo dice
la misma cosa de Jesús y de Dios Padre.
- La humanidad de Jesús: el bello himno de Flp 2,5-11 fue muy significativo para
los primeros cristianos, no sólo por celebrar la gran exaltación de Cristo, sino
también por reconocer en la humillación el camino hacia la exaltación. Pablo
considera a Jesús verdaderamente hombre. Lo subraya frecuentemente al hacer
referencia a la cruz, a pesar de que esto pudiera ser un obstáculo para la fe de
los judíos. Pero el apóstol estaba convencido de que en ello estaba el poder de
la salvación. Por ello “el Padre nos lo entregó”, palabras muy recurrentes en Pa-
blo, que muestran este estado de debilidad de Jesús. “El que no perdonó ni a su
propio Hijo, antes bien, lo entregó por todos nosotros” (Rom 8,32). Será el Siervo
sufriente de Dios. Será precisamente por esta muerte en cruz que las promesas
de bendición hechas a Abraham llegarán hasta nosotros, convertidas en la pro-
mesa de Espíritu Santo. Pablo identifica a Jesús con el pecado, a fin que pueda
ser uno con nosotros, uno de nosotros para que nosotros lleguemos a ser lo que
El: la rectitud de Dios. Esta comprensión de Jesús nos lleva a amar a Dios y a
amar al prójimo con sus mismos sentimientos (Fil 1,27-2,5). Incluso, a imitación
de Cristo que se hizo hombre, nos invita a amar a los pecadores: “con nadie
tengáis otra deuda que la del mutuo amor...” (Rm 13,8-10).
- Cristo es fuente de gracia personal: Dios viene al hombre en Cristo de una
manera que prende íntimamente, desata, abre, libera, transforma y recrea: co-
mo gracia. En Damasco, Pablo es desatado del yugo de tener que obrar por sí
mismo. Entonces experimenta lo que posteriormente dirá: “Ya no vivo yo, sino
que Cristo vive en mí” (Gal 2,20) y “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”
(Flp 4,13). Por Cristo viene la gracia de Dios. Ella es la que obra. Pero al obrar-
lo todo (ilumina la inteligencia, desata el interior, endereza la voluntad, eleva y
da alas al ser), el hombre es lo que propiamente tiene que ser. Así, surge la
conciencia de una inmensa libertad, proveniente del Espíritu. El Cristo que sur-
ge de las cartas paulinas, es más “potencia operante”, “energía creadora”, “luz
esplendente”, “vida que se da” que figura a la que se mira o rostro al que se
puede contemplar y acompañar por los caminos de Galilea o Jerusalén como
privilegiadamente lo tenían los evangelistas.135
- El Señor del mundo y de la historia: la reflexión de Pablo a lo largo de los
cuatro años de cárcel, la meditación de las Escrituras, sobre todo de los textos
sapienciales y la crisis de Colosas, lo llevaron a reconocer el verdadero lugar
de Cristo frente al universo. No es solamente el Salvador de su comunidad; es
el Señor de la historia, la imagen del Dios invisible, primogénito de toda creatu-
ra, el creador del universo en el que Dios quiso reunirlo todo, es el Señor para
la gloria del Padre.136
135
Cfr. R. GUARDINI, La imagen de Jesús en el Nuevo Testamento, Ed. Lumen, Buenos Aires 1992,
20-32.
136
Cfr. CHARPENTIER, Para leer el Nuevo Testamento, 71.
121
Sin duda alguna, “los Evangelios son el corazón de toda las Escrituras” (Cat.I.C
125). Ellos contienen la “Buena Noticia de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1,1), las tradi-
ciones de lo que Jesús dijo e hizo durante su vida terrena. De ahí que el estudio de la
cristología en los Sinópticos, junto con la presentación que hace el evangelista san
Juan, constituye el núcleo fundamental de esta Unidad.
Sin embargo, a pesar de ser los textos más populares del Nuevo Testamento, en-
cierran una complejidad y dificultad mucho mayor que muchos otros textos del Nuevo
Testamento. Estos son los dos motivos fundamentales (su capilar importancia y alta
complejidad), por los que creímos necesario adjuntar, como breve Ex Cursus (aunque
con abundante Bibliografía), ciertas cuestiones pertinentes al mundo de los Evange-
lios, que exceden la temática cristológica que estamos tratando, pero explican algunas
de sus numerosas problemáticas.
Así como Pablo con Damasco, los evangelistas también tuvieron un antes y un
después de la percepción de los misterios de la vida de Cristo. La experiencia pascual
y la venida del Espíritu Santo, al transformar profundamente a los discípulos y su rela-
ción con Jesús, igualmente transformaron las tradiciones sobre Jesús y la manera de
transmitirlas.
Tanto fue así, que M. KÄHLER acuñó una frase que ha tenido mucho éxito: “Los
evangelios son el relato de la pasión con una larga introducción”. Desde el punto de
vista cuantitativo es exagerada. Pero, desde el punto de vista de la trama que organi-
za la narración evangélica en su conjunto, el misterio pascual es su clave interpretativa
teológica: descubren en la vida y muerte de Jesús la actuación de Dios y el cumpli-
miento del Antiguo Testamento, partiendo de la fe en Cristo resucitado. Cada evange-
lista, a su manera, fusionó el pasado de Jesús y el presente del Señor resucitado.137
5.1.- Marcos
El Evangelio según San Marcos parece ser, según las opiniones más difundidas,
el más antiguo de los que actualmente poseemos. Al ser escrito alrededor del año
70 (antes de la redacción de Mateo y Lucas), su presentación de los misterios de
Jesús sería la de la comunidad más primitiva y esto explicaría por qué es el más
breve de todos.
137
Cfr. R. AGUIRRE MONASTERIO, “Introducción a los Evangelios Sinópticos”, 20-47, en R. AGUI-
RRE MONASTERIO - A. RODRÍGUEZ CARMONA, Evangelios sinópticos y Hechos de los Apósto-
les, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 1992.
138
Cfr. A. RODRÍGUEZ CARMONA, “Evangelio según San Marcos”, 20-47, en R. AGUIRRE MO-
NASTERIO - A. RODRÍGUEZ CARMONA, Evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles. Apar-
te de este autor, otros que se han especializado en el estudio de Marcos son: J. M. GONZALEZ-
RUIZ, Evangelio según san Marcos, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 1989; J. MATEOS - F.
CAMACHO, Marcos. Texto y comentario, Ed. El Almendro, Granada 1994; J. GNILKA, El evangelio
según san Marcos, 2 Vol, Biblioteca de Estudios Bíblicos 55, Ed. Sígueme, Salamanca 19994; etc.
122
Un personaje que está solo entre los animales, acompañado por los ángeles y
tentado por Satanás, responde a la imagen de Adán según las narraciones popula-
res muy en boga en los tiempos en que se escribía el Nuevo Testamento. Si Mt,
escribiendo para judíos, habló de las tentaciones de Jesús relacionándolas con las
tentaciones que sufrió el pueblo de Israel en el desierto, Mc, por su parte, escri-
biendo para cristianos venidos del paganismo, prefiere relacionar las tentaciones de
Jesús con las de Adán, el primer tentado de la humanidad. Jesús, como el primer
hombre, también padece tentaciones; pero las vence. Luego, continúa su misión.
139
Cfr.A. RODRÍGUEZ CARMONA, “La Iglesia en Marcos”, Estudios Eclesiásticos 63 (1988) 130-133.
140
Cfr. L. RIVAS, ¿Qué es un Evangelio?, Ed. Claretiana, Buenos Aires 2001, 61-68.
123
Cuando Jesús comienza a predicar (“anunciar”) que la llegada del Reino de Dios
necesita conversión y fe, la reacción de los primeros oyentes es de asombro. “Todos
quedaban asombrados por su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autori-
dad y no como los escribas” (1,22). Ante el relato de la primera predicación de Jesús y
del primer milagro (1,23-28: la curación de un endemoniado), Mc muestra dos ambien-
tes: un ambiente humano, en el que todos tienen un gran interrogante: ¿De dónde le
viene esta autoridad que hasta los demonios le obedecen? Y el otro ambiente, el de los
demonios. La multitud no alcanza a comprender. Los demonios gritan: “Yo sé quién
eres tu: el Santo de Dios”. Jesús les manda callar. Lo mismo sucede en el relato que
viene inmediatamente después, el de la curación de la suegra de Pedro: No dejaba
hablar a los demonios porque le conocían (1,34). La autoridad que manifiesta delante
de la gente queda bien justificada: por su manera de enseñar y porque aún los mismos
demonios son expulsados y obligados a callar. No sucede así en la escena de la cura-
ción del paralítico (2,1-12), en que la autoridad de Jesús fue discutida por los escribas.
Jesús dice que le perdona los pecados, y es acusado de blasfemador porque el único
que tiene autoridad para perdonar los pecados es Dios. Se repite entonces el primer
interrogante ante la presencia de Jesús: ¿Quién es este...? (2,7)
Luego sigue una serie de actos (“el hacer de Jesús”) que provocan incidentes y
otros interrogantes: Jesús come con los pecadores, no ayuna, no observa el des-
canso obligatorio del sábado, arranca las espigas y cura al hombre de la mano pa-
ralítica (2,15-3,6). Por un lado, está violando la ley pero, por el otro, está haciendo
el bien, realiza milagros. Parecieran cosas antagónicas. Esto hace que la gente se
pregunte: ¿Por qué hace esto? Jesús nunca da respuestas; los interrogantes si-
guen creciendo.
Los que presencian los hechos y las palabras de Jesús, al principio, se entu-
siasman; pero poco a poco no sólo la van perdiendo sino que además van crecien-
do en agresividad, hasta terminar con la confabulación que intenta matar al Señor.
Incluso los apóstoles participan de este clima de incredulidad y de agresividad con-
tra Jesús. Presencian un milagro y se confabulan para matarlo (3,6).
Sus parientes salen a buscarlo porque piensan que está fuera de sí (3,21); los
escribas dicen que está poseído por un demonio (3,22); los discípulos le reprochan
su accionar (4,38) y no tienen fe (4,40; 6,52; 8,17-21); la gente se le burla y tampo-
co cree (5,40; 6,5-6); los “que lo conocen” se escandalizan de Él (6,3). Así, en me-
dio de una hostilidad creciente de quienes lo rodean, Jesús va quedando comple-
tamente sólo. Mc, al describir el ministerio de Jesús de esta manera, está haciendo
ver a los lectores de Roma que la situación que ellos viven ya fue vivida anterior-
mente por el mismo Jesús.
El “enviar de Jesús”. A pesar de la poca fe del entorno, Jesús llama a los Doce
(luego hace los mismo con los apóstoles y los discípulos) y comienza a enviarlos
“de dos en dos” (ver Mc 6,7 a 8,30). Dándoles poder sobre los espíritus inmundos,
los manda por todoas las ciudades a que prediquen y curen enfermos. Les da todas
las órdenes y recomendaciones para que sean ellos mimos, los que extiendan el
ministerio del Maestro, tanto en lo que Él había anunciado como hecho.
124
La primera parte del evangelio termina cuando Jesús reúne a sus discípulos para
hacerles una pregunta: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” (8,27). Los discípu-
los le responden: “unos dicen que es Juan el Bautista, otros, que Elías; otros, que
uno de los Profetas” (8,28). Y cuando les pregunta a ellos, “Y ustedes, ¿Quién di-
cen que soy yo?, sólo uno da la respuesta correcta. Pedro tomó la palabra y dijo:
“Tu eres el Mesías “Entonces Jesús le mandó enérgicamente que no hablaran a
nadie acerca de Él (8,29- 30).
Marcos da por terminada esta primera parte de su evangelio cuando Pedro confie-
sa el primer título dado a Jesús en el Prólogo: “Jesús es el Mesías” (1,1 y 8,29). La
pregunta acerca de Jesús que se había formulado en los capítulos precedentes ha
encontrado una respuesta. Pero Jesús manda callar acerca de este título, porque el
concepto popular que se tiene del Mesías no es coincidente con el de Jesús. En la
opinión de la gente, el Mesías era un rey glorioso. Jesús tendrá que instruir a sus
discípulos de que Él es Mesías, pero de otra forma. De esto trata la segunda parte.
Esto da ocasión para que Jesús, llamando a la gente y a los discípulos, les diga:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y síga-
me...” (8,34-38). Es una invitación a seguir a Jesús, generalizada; para seguirlo hay
que cargar con la cruz. ¿Y dónde termina este camino? La respuesta se encuentra
en la escena siguiente: Jesús se retira con algunos de sus discípulos y se transfigu-
ra. La voz del Padre proclama: “¡Este es mi Hijo amado, escuchadle!” (9,7). El ca-
mino de la cruz de Jesús tiene su término en la gloria del Padre; de la misma mane-
ra, los hombres que siguen a Jesús por ese camino llegarán a la gloria con Él.
Juicio sobre Jerusalén (11,1-13,37). Tanto los relatos que preparan la Pasión
como los de la misma Pasión, Mc va a ir como acumulando signos contradictorios
que, de una forma muy dolorosa, muestran todo lo que sucede en el proceso. Jesús
llega a Jerusalén y entra solemnemente aclamado por la multitud (11,1-10). Se es-
peraba que Jesús fuera a casa del gobernador o a tomar el poder; sin embargo, lo
único que hace es entrar al Templo, mirar a su alrededor y volver a salir (11,11).
Muchos han pensado que este joven es el mismo Marcos. Pero conviene atender
a que así como el relato del proceso y la ejecución de Jesús (que se inicia aquí) co-
mienza con un joven que huye desnudo, el mismo relato finaliza con otro joven vesti-
do con una túnica resplandeciente que está sentado y anuncia la resurrección del
Señor (16,5-6). El huir desnudo es signo de vergüenza y humillación. En cambio el
estar sentado con un vestido resplandeciente es signo de triunfo y de gloria. Tene-
mos dos figuras simétricas que encuadran todo el relato de la Pasión. Por un lado la
humillación y por el otro la gloria. Si el joven en cuestión es Mc o no, pasa a segundo
plano.
126
La paradoja continúa con el juicio ante Pilato: todos lo acusan y Jesús no res-
ponde. Solamente habla una vez y es para decir a Pilato: “Tu lo dices” (15,2) cuan-
do aquel le preguntaba si era el rey de los judíos. Es una expresión ambigua que
deja la responsabilidad de la respuesta sobre el mismo que pregunta, ya que rey de
los judíos tenía diverso significado si lo decía Pilato o si lo decía Jesús. Para el pri-
mero era un revolucionario, en cambio, para Jesús era el título del Mesías.
Al final de la escena del juicio ante Pilato hay una escena de burlas por parte de
los soldados romanos (15,16-20), así como hubo otra escena de burlas al final del
juicio por parte de los judíos (14,65): judíos y paganos se burlan de Jesús. Las bur-
las se van a continuar al pie de la cruz (15,29-32).
La muerte de Jesús está narrada de una manera muy simple: “Jesús, lanzando
un fuerte grito, expiró” (15,37). Jesús muere como cualquier hombre torturado, sin
ningún fenómeno extraordinario como los que describe Mateo (Mt 27,51-53).
Pero el Centurión que estaba frente a Él, al verlo expirar de esa manera, dijo:
“Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. Llegamos a la segunda confesión:
el Centurión romano confiesa el 2º título que Mc aplicaba a Jesús en su Prólogo
(1,1: “Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios”) y al final de la 1º Parte (ver 8,29). El centu-
rión hace esta confesión solamente porque vio como había expirado; es decir sin
necesidad de ningún signo extraordinario; mientras que los sumos sacerdotes hab-
ían dicho: “Que baje de la cruz para que veamos y creamos” (15,32). Los que exig-
ían signos extraordinarios para creer, se quedaron sin creer mientras el que no
exigía, creyó.
5.2.- Mateo
No hay duda, de que de los tres sinópticos Mt se presenta como el más semítico.
Y no solo por el mayor recurso a la Escritura, en particular las llamadas “citas de
cumplimiento”, sino por toda una serie de características y procedimientos estilísti-
cos (inclusiones, paralelismos, quiasmos, etc.), que han hecho pensar en una au-
tentica escuela mateana-semítica.141
El Judaísmo con el que polemiza Mateo, refleja los rasgos legalistas posteriores
al año 70 (fecha en que fue destruido el Templo de Jerusalén). El texto de Mt 22,7
no puede sino explicarse como referencia a este hecho. Por lo tanto hay que datar
el Evangelio, con la mayoría de los autores, poco después del año 80. Sobre su
lugar de composición, se sigue discutiendo, aunque priorizan su procedente desde
Antioquía.142
A través de esta doble filiación ya podemos entrever una tensión entre particula-
rismo y universalismo. En cuanto hijo de Abraham, Jesús es el cumplimiento de
aquella promesa de bendición que alcanza a todas las familias / naciones de la tie-
rra (ver Gn 12,3; 18,18; 22,18; 26,4; 28,14). En cuanto hijo de David, Jesús es el
ungido del Señor, el rey ideal anunciado por el profeta Natán (ver 2Sam 7,12-16) y
que Salomón había realizado sólo parcialmente. Como David, él será originario de
Belén y pastoreará a Israel con la fuerza del Señor (véase el oráculo de Miq 5,1-4
citado en Mt 2,6). Saludar a Jesús como “Hijo de David” es, por tanto, reconocerlo
heredero y portador de las promesas hechas a la casa de David.
Sin embargo, Mateo nunca utilizará este título en términos “triunfalísticos” ni bajo
el horizonte de un mesianismo político (como aquel que esperaba gran parte del
judaísmo contemporáneo). Al contrario, parece insistir en unir el título “hijo de Da-
vid” con la solidaridad de Jesús hacia los pobres, los enfermos y los necesitados
(ver, por ejemplo, Mt 9,27, donde los ciegos gritan este título a los largo de toda la
calle hasta que llegan a la casa donde ha entrado Jesús).
141
Cfr. K. STENDHAL, The School of St. Matthew and its Use of the Old Testament, Ed. Gleerup,
Lund 19692. Este autor sostiene que Mt proviene de una escuela de escribas. Detrás de su técnica
de composición se entrevén costumbres y tradiciones del ambiente judaico y en particular de la es-
cuela midráshica.
142
Cfr. R. AGUIRRE MONASTERIO, “Evangelio según San Mateo”, 190-275, en R. AGUIRRE MONAS-
TERIO - A. RODRÍGUEZ CARMONA, Evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles. Otros estu-
dios específicos de Mateo: W. TRILLING, El Evangelio según San Mateo, Ed. Herder, Barcelona
1980; P. BONNARD, El Evangelio según San Mateo, Ed. Cristiandad, Madrid 19832; S. GUIJARRO
OPORTO, Evangelio segun San Mateo, Ed. Sígueme, Salamanca 1989; M. QUESNEL, Jesucristo
según san Mateo: Síntesis teológica, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 1993; P. LE POITTEVIN –
E. CHARPENTIER, El evangelio según San Mateo, Cuadernos Bíblicos 2, Ed. Verbo Divino, Estella
(Navara) 1994; L. ULRICH, El Evangelio según San Mateo, 4 vol., Ed. Sígueme, Salamanca 1993-
2005. Específicamente para su cristología: G. HERAS OLIVER, Jesús según san Mateo: Análisis na-
rrativo del primer evangelio, Colección Teológica 105, Ed. EUNSA, Pamplona 2001.
128
Como el título “Hijo de David” (que en Mt aparece 9 veces), de honda raíz judaica,
es ambiguo, el evangelista, para expresar el misterio íntimo de la persona de Jesús,
recurre al título “Hijo de Dios”.
5.2.2.3.- Señor
Parecería, por lo tanto, que aún siendo una designación honorífica o respetuosa de
su persona, Mateo usa el título refiriéndose a Jesús resucitado, como Señor presente y
actuante en su Iglesia. Con toda probabilidad Mt al usar este apelativo dado por los
LXX a Dios, sugería a su comunidad la equiparación de Jesús con Dios Padre.
Con este título, Mateo, valiéndose de una inclusión (recurso literario), abraza to-
do el evangelio (Mt 1,23 y 28,20). Para el evangelista, en Jesús se realiza la pre-
sencia de Dios en medio de su pueblo y, consecuentemente, este nuevo pueblo de
Dios se caracteriza por su relación con Jesús, incluso más allá de su presencia te-
rrestre.
Si hay que entender Mt 18,20 a la luz del dicho rabínico “si dos están juntos ocu-
pados en las palabras de la Ley, la Shekina (la gloria de Dios) habita entre ellos”
(Aboth 3,2), las implicaciones cristológicas son enormes, porque Jesús toma el
puesto de la Shekina.
129
Mateo “nos ha ido llevando para que leamos el Antiguo Testamento, pues nos ha
ido mostrado el cumplimiento de todas las profecías en Jesús. El Reino tan ansiado ya
está entre nosotros y podemos verlo aparecer humildemente en esta comunidad que
preside Pedro y que se llama Iglesia. Todavía tiene muchas debilidades, está mezclado
con gérmenes de mal; pero al final el Señor hará su purificación y el Reino llegará a su
plenitud. Mientras tanto debemos estar siempre vigilantes (Mt 2,42-44) y como nos
enseña Mateo, rezar siempre: “¡Que venga tu Reino, Señor!”“ (Mt 6,10).143
5.3.- Lucas
143
Cfr. RIVAS, Qué es un Evangelio?, 53.
144
Partimos de la consideración unitaria de la obra lucana. Para una visión de la situación actual de
tal problemática puede consultarse J. VERHEYDEN, “The Unity Luke-Acts. What Are We Up To?”,
en J. VERHEYDEN (ed.), The Unity of Luke-Acts, Leuven 1999, 3-56. Allí el especialista partiendo
de los trabajos de Cadbury y Conzelman, a los que considera “piedras angulares” y luego de revi-
sar estudios efectuados en las últimas décadas, concluye: “El Evangelio es la introducción a
Hechos y la base sobre la cual Hechos es construido, pero también que el Evangelio, en un senti-
do, necesita Hechos y llama por la continuación en la cual su mensaje es realizado en el mundo.
Consecuentemente, Lucas y Hechos juntos constituyen una obra”.
145
Ver A. RODRÍGUEZ CARMONA, “La obra de Lucas”, 276-388, en R. AGUIRRE MONASTERIO -
A. RODRÍGUEZ CARMONA, Evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles. Aparte de este au-
tor, otros clásicos especialistas en el estudio de Lucass son: J. A. FITZMYER, El evangelio según
Lucas: traducción y comentario, 3 vols., Ed. Cristiandad, Madrid 1986-87; J. ERNST, Il Vangelo
secondo Luca, 2 vol., Ed. Morcelliana, Brescia 19902; G. C. BOTTINI, Introduzione all’opera di
Luca. Aspetti teologici, Ed. Franciscan Printing Press, Jerusalem 1992; A. STÖGER, El Evangelio
según San Lucas, Ed. Herder, Madrid 19934; A. GEORGE, El evangelio según San Lucas, Cua-
dernos Bíblicos 3, Ed. Verbo divino, Estella (Navarra) 1994; F. BOVON, El Evangelio según San
Lucas, Ed. Sígueme, Salamanca 20042.
130
Más allá de la cuestión del género literario usado por Lucas, es decir de la
anagnórisis147 que permite esconder un personaje divino en el ropaje de una perso-
na común, lo cierto es que el evangelista es consciente de que el lector conoce
“quien” es el caminante que se acerca a los dos discípulos, mientras éstos lo igno-
ran. De esta manera, Jesús hace su aparición en escena como “un peregrino” más,
incluso, siguiendo el juego de esta fina ironía lucana, aparece como el “único foras-
tero que no conoce los hechos acaecidos en Jerusalén” (Lc 24,18).
Sin embargo, detrás de este recurso literario, se deja ver un tema que invade la
teología lucana: el de la peregrinación y del camino. En el caso concreto del episodio
de Emaús, la presentación de Jesús como “peregrino” no es un recurso estilístico, o
una imagen añadida a las pluriformes maneras de presentarse que asume después
de la resurrección (el jardinero, un pescador Jn 20,15; 21,5ss.), sino más bien, una
imagen en perfecta coherencia con la presentación que Lucas hace de Jesús en su
evangelio. En este cuarto evangelio, Jesús es “el peregrino” enviado por Dios en la
historia de los hombres, a quienes les sale al encuentro en sus necesidades concre-
tas (cfr. Lc 4,42-44; 5,12; 6,1.12.17; 7,1.11; 8,1; 9,51; 13,33).
Este perfil, por lo tanto, no es al acaso sino plenamente consecuente con la teo-
logía lucana. Si la “salvación” entra en la historia y hace “camino” en ella constitu-
yendo “una historia de la salvación”, lógicamente el portador de la salvación debe
ser “un peregrino” en la historia.148 Más aún, en el episodio de Emaús se remarca
una vez más la pedagogía de Dios en Cristo, quien toma la iniciativa de salir al en-
cuentro de sus compañeros de camino en la situación concreta, en la cual ellos se
hallan. En efecto, la tristeza y desazón son tales, que tan condicionados y enfras-
cados en esta problemática, son incapaces de ver y reconocer a su Señor.
La fina ironía lucana149, permite que los discípulos expliquen a Jesús peregrino,
la visión e imagen que ellos se habían formado acerca de él mismo. Esto dio pie
para conocer lo que ha sido definida como “una cristología arcaica”, es decir, un
146
Cfr. FITZMYER, El Evangelio según S. Lucas, I, 330 y BOTTINI, Introduzione all’opera di Luca, 78.
147
En un poema dramático, es el reconocimiento de una persona cuya identidad se ignora.
148
Cfr. ERNST, Il Vangelo secondo Luca, I, 26.
149
Cfr. R. C. TANNEHILL, Luke, Nashville 1996, 352; J. NOLLAND, Luke 18:35-24,53, Dallas-Texas
1993, 1202.
131
reflejo de la visión que, los discípulos y la gente, tenían de Jesús durante la etapa
de su ministerio público. En esta imagen que tendrían de Jesús durante su vida
terrena, el primer título que sobresale es el de Profeta. Esta identificación no es sólo
una elaboración lucana, sino un dato de la tradición: parece que esta imagen de
Jesús es la que más corresponde a la realidad histórica que le habrían atribuido.
150
Cfr. G. FRIEDRICH, GLNT, XI, 567-652.
151
Cfr. J. NAVONE, Themes of St. Luke, Roma 1970, 132-140 y G. W. H. LAMPE, “The Lucan
Portrait of Christ”, NTS 2 (1955-1956) 168-169.
152
Cfr. B. P. ROBINSON, “The Place of the Emmaus Story in Luke-Acts”, NTS 30 (1984) 482 y
FITZMYER, El Evangelio según San Lucas, I, 358.
153
Cfr. FITZMYER, El Evangelio según San Lucas, I, 360-361.
154
Cfr. B. RIGAUX, Testimonianza del Vangelo di Luca, Padova 1973, 327-328.
155
Cfr. BOTTINI, Introduzione all’opera di Luca, 89-93; FITZMYER, El Evangelio según San Lucas, I,
359-361.
132
Todo esto lleva a concluir que con la tradicional imagen de Jesús profeta (Lc
7,16.39; 9,8.19; 24,19), Lucas no sólo evoca la doble experiencia profética de Elías
y Eliseo, con la que se presenta cómo será su ministerio (Lc 4,24-27); sino que so-
bre todo, presenta el ministerio público, donde él experimenta el primer rechazo por
parte de los suyos. Inclusive, Lc descubre la identidad de Jesús como profeta para
hablar de su destino de pasión y de muerte (cfr. Lc 4,24; 6,22-23; 11,47-51; 13,31-
35; Hech 7,52).156
Dado el contexto, parecería que este título también presente en Flp 3,20, proviene
tanto del trasfondo veterotestamentario (Juec 3,9.15; 1Sam 10,19; Is 45,15.21) o sea
del hebreo mashiah traducido al griego por sotér (Sab 16,7; 1 Mac 4,30; Eclo 51,1)
como de las influencias del mundo grecorromano, dónde era ampliamente usado
ligado al concepto de salud.161 Ahora bien, la presentación de la obra de Cristo en
156
Cfr. TANNEHILL, Luke, 356.
157
Cabe acotar, que aún perteneciendo a los títulos que tienen toda la probabilidad de ser históricos,
es decir realmente utilizado por la gente en la etapa del ministerio público de Jesús, sin embargo
algunos se preguntan: ¿por qué no se extendió esta imagen o este titulo a la par de los otros? A lo
que parece responder la hipótesis de que tal vez para no prestarse a confusión con los fenómenos
proféticos de los primeros tiempos del cristianismo, o quizá para no quedar demasiado ligados al
judaísmo. Esto se ve claro en Pablo, donde jamás es presentado Jesús como profeta. Frente a es-
ta realidad del profetismo protocristiano y judío, para presentar la singularidad y dignidad de Jesús,
parece que resultaba mejor usar otros títulos, tales como Kirios, Hijo del Hombre, Hijo de Dios; cfr.
FRIEDRICH, GLNT, XI, 615-616.
158
Cfr. TANNEHILL, Luke, 354.
159
Cfr. NAVONE, Themes of St. Luke, 141-150.
160
No podemos detenernos aquí en el estudio del vocabulario lucano referido a la “salvación” y las
implicancias fundamentales de ésta en la teología lucana. Cfr. BOTTINI, Introduzione all’opera di
Luca, 97-113; RIGAUX, Testimonianza del Vangelo di Luca, 337-342 y FITZMYER, El Evangelio
según San Lucas, I, 368 y 373-375.
161
Cfr. FITZMYER, El Evangelio según San Lucas, I, 342-344.
133
Como claramente ha escrito FITZMYER: “no cabe duda que Christos, aunque no
sea el título más frecuente atribuido en los escritos lucanos, es el más importante.
Ya se lo decía el propio Jesús resucitado a los dos discípulos que iban camino de
Emaús: “No era verdad que el Mesías tenía que padecer todo eso para entrar en su
gloria?” (Lc 24,26). Por otra parte, Lucas es el único autor neotestamentario que
subraya la importancia del título cuando nos informa del nombre por el que se co-
nocía a los seguidores de Jesús: los “cristianos” (Hech 11,26; 26,28)”. 162
Veamos entonces, el origen del título y los matices lucanos en el uso del mismo,
ya que no sólo es un título ampliamente usado en el Nuevo Testamento, al punto de
transformarse en el nombre propio de Jesús (identificado como “Jesucristo”), sino
que además, como acabamos de afirmar, se ha constituido en un eje de su Cristo-
logía.
En Lucas el título aparece 12 veces en el evangelio (Lc 2,11. 26;3,15; 4,41; 9,20;
20,41; 22,67; 23,2; 23,35.39; 24,26.46) y 25 en Hechos de los Apóstoles (Hech
2,31.36.38; 3,6.18.20; 4,10; 5,42; 8,5.12; 9,22.34; 10,36.48; 11,17; 15,26; 16,18;
17,3; 18,5; 18,28; 24,24; 26,23). A veces lo usa como título, y en otros casos como
nombre propio: JesucristoÅ
Por lo tanto, es lícito pensar que Lucas utiliza el título de Cristo, tal como fue
usado en la etapa del ministerio público (Mc 8,30-31; 14,62)163, pues él lo ha repro-
ducido en pasajes que pertenecen a la tradición e incluso con la característica de la
resistencia de Jesús al título, debido a las connotaciones políticas que dicha deno-
minación comportaba para sus contemporáneos (ver Lc 9,20-22; 22,67-68). Pero
162
FITZMYER, El Evangelio según San Lucas, I, 331-332.
163
Cfr. RIGAUX, Testimonianza del Vangelo di Luca, 365-366.
134
debe decirse, no obstante, que luego de aquello que podría llamarse fidelidad a la
fuente y a la vez purificación del contenido del título, Lucas refleja un nuevo conte-
nido del título.
En el pasaje de Emaús también recibe otra nota lucana específica: aquella rela-
cionada con la “necesidad” del sufrimiento. En efecto, este rasgo así como Lucas lo
propone, e incluso apelando al testimonio de las Escrituras (Lc 24,27.46), no estaba
presente en el uso del título Mesías del Antiuo Testamento, ni en el judaísmo de la
época de Jesús164, ni siquiera en los otros escritos neotestamentarios. Mc 8,29-31
habla explícitamente de Jesús como Mesías, pero cuando se hace referencia al
sufrimiento que debe afrontar, al instante se usa el título de “Hijo del hombre”.
5.3.2.5.- Jesús “les explicó... las Escrituras” (Lc 24,27.32): MAESTRO y exegeta
164
En el judaísmo la conexión del sufrimiento con el Mesías se realiza en la época posterior a Cristo,
identificando el Mesías con el Siervo de Is 42,1; 43,10; 49,6; 52,13-53,12; cfr. FITZMYER, El
Evangelio según San Lucas, I, 337.357.
165
Cfr. FITZMYER, El Evangelio según San Lucas, I, 331-337.356-357.
166
Cfr. RIGAUX, Testimonianza del Vangelo di Luca, 357-360.
135
del plan de Dios, o sea, de una salvación que se abre camino a través del sufri-
miento, o mejor dicho, a pesar de éste.
La otra imagen que está situada al centro de la última escena del episodio es la
de Jesús que se convierte en huésped de los discípulos. Esta imagen, en la estruc-
tura del relato, a la vez que constituye un complemento paralelo de la inmediata-
mente descrita de Jesús como “Catequista” o “Exegeta”, es la continuidad que con-
trasta con la imagen inicial de Jesús como Peregrino (v.17). En efecto, mientras en
éste v.17 la iniciativa había partido de Jesús que se hizo peregrino, aquí, en el v. 29
la iniciativa surgió de los discípulos167, quienes mediante su insistencia convierten al
peregrino en Huésped.
Sin embargo, curiosamente, el Huésped pronto toma el rol del Anfitrión o Padre
de familia, pues tomando el pan, lo parte y se los da a los discípulos (v.30). 168 Se
sabe que en Lucas, el tema de “las comidas” es una realidad muy presente en toda
la obra, y esto no sólo como descripciones de las múltiples actividades llevadas a
cabo por Jesús, sino como elaboraciones teológicas, literariamente desarrolladas
con mucho cuidado (cfr. Lc 5,27-39; 7,36-50; 11,37-54; 14,1-24;15,1-2; 19,1-10;
22,14-38; 24,36-52).169
Por lo tanto, la imagen de Jesús como Huésped que comparte la comida con sus
discípulos, prolonga, en la fase de su existencia como Resucitado, un gesto que fue
característico, distintivo y revelador durante la fase de su existencia terrena; al pun-
to de transformarse en un signo elocuente para ser reconocido. 170
Por eso lo reconocen. La comida de Emaús, descrita como “partir el pan”, resta-
blece los vínculos con Jesús, rotos por la muerte, prolonga las comidas con él, tan
características, y anticipa las comidas de los creyentes en Hechos. Por otra parte,
la presencia de Cristo resucitado en Emaús sugiere que estas comidas de hecho
son algo más que una mera reunión de los creyentes: incluyen la comunión con el
Señor resucitado”.171
167
Cfr. X. LÉON-DUFOUR, Resurrección de Jesús y mensaje pascual, Salamanca 1974, 229.
168
Cfr. ROBINSON, “The Place of the Emmaus Story in Luke-Acts”, 486.
169
Cfr. R. AGUIRRE, La mesa compartida. Estudios del Nuevo Testamento desde las ciencias socia-
les, Santander 1994, 58-133. Se trata de un interesante estudio que partiendo de la clasificación en
tres tipos de comidas: 1) con pecadores y publicanos; 2) con fariseos; 3) con los discípulos; me-
diante el aporte de la “antropología cultural”, profundiza las costumbres culturales de la época. Es-
to le permite al autor arribar a importantes conclusiones sobre las implicancias teológicas y litera-
rias de “las comidas” en la obra lucana.
170
También NAVONE, Themes of St. Luke, 27-29, afirma el carácter revelatorio del Mesías que tienen
particularmente la comida de los cinco mil (Lc 9,10-17) y la última cena (Lc 22,19) con “la fracción
del pan”. Pues, para la primitiva comunidad cristiana estos “banquetes” estaban relacionados por
los tres rasgos mesiánicos que ellos revelan: las obras del Mesías; la esperanza y promesa de
continuación de la amistad; y la presencia del Mesías en su tiempo.
171
AGUIRRE, o.c., 97.
136
Con la realidad de la gloria, se entra en el campo propio del título Kirios: “Señor”.
Un rápido análisis estadístico hace ver el abundante uso lucano del título Kirios,
pues aparece aplicado a Jesús 40 veces en el evangelio y 20 veces en los Hechos
de los Apóstoles.
Ahora bien, cuál es el origen de este título de amplio uso lucano y neotestamenta-
rio? Sobre esta cuestión se ha discutido bastante. Están los que sostienen su origen en
el cristianismo proveniente del judaísmo palestinense (el cual parte de la denominación
hecha al único Dios del Antiguo Testamento) como aquellos que sostienen que tal de-
nominación pertenece al cristianismo proveniente del mundo gentil, que lógicamente,
en el contacto con el politeísmo de entonces, que llamaba a los dioses “señores”, por
contraste los cristianos hablaban de un sólo Señor (ver 1Cor 8,6).
Sin entrar en los detalles de esta interesante discusión sobre la génesis del títu-
lo, se puede decir de manera general que Lucas retoma y da continuidad al título
que la primitiva comunidad cristiana, a su vez en consonancia con el judaísmo tard-
ío que daba el nombre de Señor a Dios, comenzó a dar el título de Kyrios a Jesús
(1 Cor 12,3; Rom 10,9) a partir del evento de la resurrección (Hech 2,36). Entonces
sí, con este nuevo modo de entender el “señorío”, Lucas lo aplica a Jesús retropro-
yectándolo en las otras fases de su vida. De esta manera, aparece en la etapa del
ministerio público (Lc 5,8.12; 6,46; 7,6.13.19; 9,54.59.61; 10,1.39.41; 11,39; 12,42a;
13,15; 17,5.6; 19,8a.31.34; 22,61); e inclusive, llega a aplicarlo en la primera fase
de la existencia de Jesús (ver Lc 1,38.43; 2,11).172
Finalmente cabe acotar, que con el extendido uso del título Kyrios que incide pa-
ra cambiar el título de la antigua fórmula kerigmática de 1Cor 15,3 (en que curiosa-
mente aparece Cristo y no Kyrios como en el relato lucano de Emaús) viene apare-
jada la particularidad lucana que entiende y propone la resurrección en términos de
vida. Por éste motivo, es aconsejable insistir en que en el caso de la perícopa de
Emaús, no se trata sólo del uso de un título difundido en el tiempo de Lucas, sino
que además lleva esta nueva connotación acentuada en el v. 23 de Jesús como él
que vive (ver además Lc 24,5 y Hech 1,3; 25,19). Incluso más. El título Kyrios, uni-
do a la fórmula “ha resucitado y se ha aparecido a Simón” (Lc 24,34) acentúa los
rasgos eclesiales que estarían presentes en la tradición lucana del término.
En efecto, el título de Señor que, en el tercer evangelio, como dijimos, tiene re-
sonancia eclesial, se puede afirmar que es por excelencia el título del resucitado (Lc
24, 3.34; Hech 2,36). Apareciendo no por casualidad al final del relato, que es como
el capítulo puente con la segunda parte de la obra dedicada a la iglesia (Hechos de
los Apóstoles), y sin duda originado en el culto, el título anunciado por la comuni-
dad: el Señor ha resucitado, se refiere entonces al Señor de la Iglesia.173
5.3.2.8.- En síntesis
172
Cfr. FITZMYER, El Evangelio según San Lucas, I, 337-342; RIGAUX, Testimonianza del Vangelo
di Luca, 360-365.
173
Cfr. E. RASCO, La teología de Lucas: origen, desarrollo, orientaciones, Roma 1976, 130-131.
137
obras y palabras había encendido las esperanzas mesiánicas del pueblo, buen co-
nocedor de las promesas de Dt 18,15.
Los eventos que se habían precipitado en Jerusalén, dónde las autoridades res-
ponsables de Israel habían crucificado al varón justo, fueron tan fuertes que, no
obstante el testimonio de las mujeres e inclusive su visión de los ángeles, no habían
alcanzado para generar la fe y para encender nuevamente la esperanza fallida.
La clave de la interpretación de los eventos fatídicos que han puesto en crisis to-
tal a los discípulos respecto a la fe y esperanza depositadas en el profeta poderoso
en obras y palabras, se encuentra en las Escrituras.
174
Cfr. J. RADERMAKERS - P. BOSSUYT, Lettura pastorale del Vangelo di Luca, Ed. Dehoniane,
Bologna 1983, 476.
138
En 2,1 el nombre Señor recibe el calificativo de la gloria, reflejando así una ex-
presión arcaica de la teología judeocristiana. Obsérvese que en Lc 24,26, donde
también aparece esta expresión, se refiere a la situación que Cristo tiene ahora
para la comunidad como Exaltado a la derecha de Dios, con lo cual hay una alusión
implícita a la Resurrección. El vocablo gloria es típico de la cristología de Jn, que lo
utiliza para expresar la unión indisoluble entre la Cruz y la Elevación del Hijo; en la
tradición sinóptica se le relaciona con el retorno del Hijo del hombre al fin de los
tiempos (cfr. Mt 16,27; 19,28; 24,34; 25,31; Mc 8,38 10,37; 13,26), lo cual confirmar-
ía que en Sant 2,1 el autor quiere situar a la comunidad ante el Señor, Juez de la
comunidad. De hecho, en 5,7-8, el título Señor está en relación con la espera de la
Parusía, momento en el que aparecerá como Juez (5,9). Y si ha de traducirse 1,1
como “Jesucristo Dios y Señor”, pues de hecho tiene la misma construcción que
1,27 y 3,9, entonces tendríamos aquí, al igual de lo que ocurre en Jn 20,29, una de
las confesiones cristológicas más impresionantes del Nuevo Testamento.177
Además de esta diversidad fundamental, hay múltiples diferencias entre los dos
escritos. El clima de opresión y persecución que caracteriza 1Pe no está para nada
presente en 2 Pe que más bien está interesada en discutir los alcances doctrinales
como de los debidos comportamientos de los que integran la comunidad cristiana.
175
Cfr. X. ALEGRE, “La carta de Santiago”, en J.O. TUÑI – X. ALEGRE, Escritos joánicos y Cartas cató-
licas, Introducción al Estudio de la Biblia 8, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 20004, 291-325.
176
Cfr. F. VOUGA, Una Teología del Nuevo Testamento, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 2003, 31.
177
Cfr. ALEGRE, “La carta de Santiago”, 309-310.
178
Cfr. J. O. TUÑI, “La Primera y la Segunda Carta de Pedro”, en J.O. TUÑI – X. ALEGRE, Escritos joáni-
cos y Cartas católicas, Introducción al Estudio de la Biblia 8, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra)
20004, 327-370.
139
De cualquier manera, hay que constatar que los elementos fundamentales están
ahí y que ni faltan aspectos importantes ni tampoco parece que se haya hecho
ningún desarrollo original. Sin embargo, hay un acento muy claro y fuerte en la
cristología de este escrito, que debemos profundizar un poco más y es el de los
“sufrimientos de Jesús”.
Entre los textos de 1Pe, hay por lo menos 4 textos en que “sufrir” hace referencia
al sufrimiento de Jesús: 2,21; 2,22; (3,18); 4,1a y 4,1b. Más todavía, los
sufrimientos de Jesús son la base de las exhortaciones a los seguidores de Jesús
para que soporten el sufrimiento. Precisamente por esto se explicita cuál fue la acti-
tud de Jesús ante el sufrimiento injusto (2,21-25), a fin de que el seguidor de Jesús
pueda revestirse de la misma actitud (4,1), cuando sea perseguido injustamente por
el hecho de ser cristiano (4,15-16).
179
J. H. D. KELLY, The Epistles of Peter and Jude, Ed. Baker Book House, Londres 1981, 25 ha dicho
que la cristología de 1Pe no es objeto de un desarrollo explícito u original, sino que da por su-
puesta la cristología del Nuevo Testamento.
140
a los cristianos. Por ello este punto constituye el verdadero centro literario y
teológico de la carta.
La confesión de Jesús que presenta Jn acentúa de tal forma los trazos celestia-
les de Jesús, que tiene el peligro de convertir la figura del Mesías-Hijo de Dios
(20,31; cfr. 11,27) en un ser angélico, un enviado celestial que no habría asumido
verdaderamente la realidad humana: un Dios que se pasea por la tierra, que apa-
renta ser hombre, pero que en realidad no lo es: “camina sobre las aguas; tiene sed
pero no bebe; le llevan alimento pero no come; tiene un conocimiento del hombre
que sobrepasa lo humano; discute con los hombres, pero sus palabras vienen de
una distancia infinita, surgen de las profundidades del mundo celestial”. 181
180
Cfr. P. LE FORT, “Las cartas de Juan”, en Escritos de Juan y carta a los Hebreos, ILB 10, Ed.
Cristiandad, Madrid 1985, 159-216; J. O. TUÑÍ, “Las cartas de Juan”, en J.O. TUÑI – X. ALEGRE, Es-
critos joánicos y Cartas católicas, Introducción al Estudio de la Biblia 8, Ed. Verbo Divino, Estella
(Navarra) 20004, 173-212.
181
Cfr. E. KÄSEMANN, El Testamento de Jesús: El lugar histórico del Evangelio de Juan, Ed. Sígue-
me, Salamanca 1983, 78.
141
con los jueces y se encamina a la muerte como triunfador, sin asustarse del sufri-
miento.
sarx (carne) condición efímera y caduca; en una palabra, la vida de Jesús (es
decir, ¡el evangelio!).
El conjunto ofrece una concentración cristológica por lo menos comparable con
la que encontramos en Jn. Se trata de una cristología aparentemente más pri-
mitiva que la de Jn; sin embargo, la doctrina de 1Jn se contrapone a una inter-
pretación de la tradición joánica que niega el carácter salvífico de la vida y de la
muerte de Jesús. El autor trata de recordar que todos los datos cristológicos ya
estaban en la tradición joánica primitiva. Mientras que Jn subraya la vertiente
divina de la confesión cristológica (sin olvidar la vertiente humana), la 1Jn es un
intento de defender la realidad terrena de Jesús frente a un grupo que, al sub-
rayar la divinidad de Jesús, se olvidaba de su realidad humana.
La 3 Jn se trata del escrito más breve del Nuevo Testamento (tiene un total de
220 palabras) y es una verdadera carta dirigida a un tal Gayo por parte del
presbítero. El estudio de 3 Jn la pone en relación con 1-2Jn, lo que no quiere
decir que tengan las tres un mismo autor, sino que pertenecen al mismo grupo
o comunidad y es sensiblemente de la misma época. El problema que plantea
la carta no es doctrinal, sino disciplinar: deja entrever un problema de autori-
dad. 3 Jn nos aporta datos interesantes referentes al conocimiento de las co-
munidades joánicas: que el cristianismo fue, al comienzo, un fenómeno funda-
mentalmente urbano; que en ellas hay personas revestidas de cierta autoridad;
Diotrefes, Gayo, Demetrio son nombres grecorromanos lo que nos hace pensar
en una consistente presencia paganocristiana; tuvieron misioneros itinerantes
que se dedicaron a visitar y seguir las diversas comunidades. En cuanto a su
cristología no se ven datos relevantes.
182
Cfr. J. O. TUÑÍ, “Carta de Judas”, en J.O. TUÑI – X. ALEGRE, Escritos joánicos y Cartas católicas,
Introducción al Estudio de la Biblia 8, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 20004, 371-379.
183
A. VANHOYE, El mensaje de la carta a los hebreos, Cuadernos Bíblicos 19, Ed. Verbo Divino,
Estella (Navarra) 19978, 7. También estudia esta carta: J. SÁNCHEZ BOSCH, Escritos paulinos,
Introducción al estudio de la Biblia 7, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 1999, 467-508.
143
“Tampoco se conoce fecha en que fue compuesto este sermón sacerdotal ni los
lugares en que fue pronunciado, ni a los que se envió. Son muy variadas las opinio-
nes en este sentido. Parece probable una fecha algo anterior al año 70, en que fue
tomada la ciudad de Jerusalén y quedó destruido el templo. En efecto, el autor des-
cribe la liturgia del templo como todavía actual (10,1-3.11), aunque afirma que está
destinada a desaparecer (9,10)”.186
Esta consagración se describe con detalles en Ex 29; Lev 9. Allí se habla de ba-
ños rituales para purificarse de los contactos profanos, de una unción que lo im-
pregnaba de santidad, de unas vestiduras especiales que expresan su pertenencia
al mundo sagrado como de los sacrificios típicos de consagración. La "santidad"
conferida por estos ritos debía ser guardada cuidadosamente, a fin de no regresar
al mundo profano (Lev 21). El sistema cultual antiguo, entonces, basaba su eficacia
en las separaciones rituales, al punto de castigar con la muerte algunas transgre-
siones al mismo (ver Num 1,51; 3,10.38; Hech 21,27-31).
184
Tertuliano, perteneciente a la tradición latina, la atribuía a Bernabé. Eusebio de Cesarea en su
Historia Eclesiástica (VI, 14,4; 25,11-14), refleja la opinión de algunos escritores de la tradición
griega, entre ellos, la de Clemente de Alejandría que siguiendo a Panteno, piensa que el autor es
Pablo, y su traducción al griego es obra de Lucas. Orígenes, aún conociendo esta opinión, afirma-
ba que "sólo Dios sabe quien es el autor". Del análisis del texto de la carta surge con claridad que
el autor no puede ser San Pablo, como lo advertía Orígenes.
185
L. H. RIVAS, “La cristología de la carta a los Hebreos. Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer,
hoy y siempre (cfr. Heb 13,8)”, Revista Bíblica Argentina 1-2 (2003), 82.
186
VANHOYE, El mensaje de la carta a los hebreos, 9.
144
Existían elementos que reflexionaban sobre el culto, pero sobre el nuevo modo
cultual: alianza en la sangre de Cristo (cfr. Mt 26,28; Mc 14,24; Lc 22,20; 1Cor
11,25), evocando con ello un sacrificio de alianza; la inmolación de Cristo, nuestra
pascua (1Cor 5,7), que lo presentaba como una víctima ofrecida en sacrificio; el
amor y la entrega de Cristo por nosotros en ofrenda y sacrificio agradable a Dios (Ef
5,2). Pero el tratamiento que hace el autor de la carta a los Hebreos es totalmente
novedoso.
Más adelante, se califica a Cristo como “Sumo sacerdote misericordioso” (Heb 4,14-
5,10). Este texto se compone de dos fragmentos complementarios: cómo la misericor-
dia de Cristo nos conecta con la de Dios (4,14-16) y cómo Cristo “aprendió” a ser mise-
ricordioso (5,1-10). Cristo nos introduce en el Santo de los Santos y es acreditado co-
mo “compasivo”, llevó su semejanza en todo a nosotros hasta la tentación, aunque no
hasta el pecado (v.15). Luego, se define el sacerdocio del Antiguo Testamento (5,1-4) y
se aplica la definición a Cristo (5,5-10). Su origen común con los hombres débiles,
evidenciado por la expiación que tiene que ofrecer por sí mismo, lo hace más
compasivo. Cristo no buscó (v.5), fue llamado como todo sacerdote. Por otro lado, sus
clamores en Getsemaní son signo de debilidad (v.7); y el terminar bebiendo el cáliz de
la Pasión, atestigua que no fue complacido en aquel pedido: así aprendió a doblegar su
voluntad (v.8; cfr. Mt 26,39.42). Por su muerte, Cristo pasa a ser causa de salvación
para los que le obedecen como él obedeció (v.9).187
187
Cfr. SÁNCHEZ BOSCH, Escritos paulinos, 476-479.
145
Simbolizado con el Águila por su ojo penetrante, por su capacidad de volar en al-
turas inconmensurables y de sostener la luz del sol, el Evangelio de Juan fue consi-
derado el Evangelio místico, de la contemplación o visión de Dios. CLEMENTE DE
ALEJANDRÍA lo llamaba el “evangelio espiritual” (euangélion pneumatikón) respecto a
los “evangelios corporales” que eran los sinópticos, “no porque Juan invitara a una
evasión de la historia con toda su densidad, ya que de hecho es el evangelio que
acusa de manera más intensa los problemas que la comunidad afrontó en su tiem-
po, sino porque era capaz de entrar en las profundidades del misterio de Jesucristo
y nos lo comunicaba con una lengua nueva y clara”.188
Entre sus técnicas literarias, una de las más típicas, es el simbolismo. Por medio
del símbolo, Juan remite al misterio. Parte de la experiencia sensible y manda al
más allá. A diferencia del signo, el símbolo (etimológicamente, lo que une) no evoca
una realidad del mismo orden (como el signo del humo remite al fuego), sino una
realidad de orden diverso: el agua, la vid, el grano de trigo... remiten al misterio de
la persona, de la vida y de la misión de Jesús. También el don de la salvación y de
la vida divina está representado con imágenes plásticas y elocuentes, por eso Juan
habla del “pan de la vida”, del “agua viva”, de la “luz de la vida” para indicar la sal-
vación divina operada por Cristo. Reconocer y comprender este simbolismo nos
ayuda a leer a Juan con “mirada contemplativa” para no perder la hondura de signi-
ficado y para interpretar correctamente su cronología y yuxtaposición de aconteci-
mientos.
Los estudios científicos de este último tiempo, postula la idea de que, sea por su
contenido o escrito como por dos documentos provenientes de Egipto pareciera que
terminó de escribirse alrededor del año 130.190 En cuanto al lugar de composición
del Evangelio de Juan, desde los primeros tiempos y también en base al testimonio
de san Ireneo, se ha señalado Éfeso.191 Allí, en Asia Menor, estaría desterrado
Juan, que parece escribir en ambiente griego judeocristiano para cristianos conver-
tidos del judaísmo y para convertidos del paganismo.192
188
EQUIPO BÍBLICO CLARETIANO, “Mirarán al que traspasaron”. Evangelio de Juan, Ed. Claretiana,
Buenos Aires 2006, 22.
189
L. MORRIS, The Gospel According to John: The English Text with Introduction, Exposition and
Notes, Ed. B. Eerdmans Publishing, Grand Rapids 1995, 7.
190
En el 1935, en un oasis de Egipto fue descubierto el famoso papiro P52 (que contenía el capítulo
18,31-38 y en el reverso los vv.37-38). Pertenece a una fecha en torno al año 125 d.C. El segundo
documento son tres fragmentos de papiro: Egerton2, también provenientes de Egipto (con Jn 3,2;
5,39.45; 9,29; 10,25.31; 7,30; 10,39). Cfr. L. RIVAS, El Evangelio de Juan. Introducción. Teología.
Comentario, Ed. San Benito, Buenos Aires 2005, 43ss.
191
A cerca de los otros posibles lugares de composición del Evangelio (Alejandría, Antioquía, Siria,
hacia el lago de Tiberíades, etc.), cfr. R. BROWN, El evangelio según Juan, I, Ed. Cristiandad, Ma-
drid 20002, 131-133.
192
Para profundizar en este punto, cfr. RIVAS, El Evangelio de Juan, 13-17 con abundante bibliografía.
193
Cfr. J. M. MARTÍN-MORENO, Personajes del Cuarto Evangelio, Ed. Desclée de Brouwer, Madrid
2001, 379, propone 35 títulos cristológicos (algunos de ellos son comunes a otros escritos del
Nuevo Testamento, otros son elaboraciones juánicas en la línea de lo que se ha dado en llamar
una cristología alta o desde arriba, que subraya la preexistencia de Cristo y su divinidad).
146
así como Mateo presenta a Jesús como el Mesías Soberano, Marcos como el
humilde pero poderoso Siervo de Dios, y Lucas como el Hijo del Hombre, Juan, en
cambio, muestra a Jesús como el Hijo de Dios. Su rica variedad de ilustraciones
ponen énfasis en su divinidad. Veamos algunas:
Nicodemo (3,1-2), los galileos (4,45), los samaritanos (4,40-42), los mismos
judíos (8,25.53), hasta los griegos (12,20-22) y los romanos (19,9). Fundamen-
talmente quieren saber de dónde es, cuál es su origen (ver 1,38; 7,27-28; 8,14;
9,29-30; 19,9; etc.). Esta pregunta, es entonces, una pregunta por su identidad
última. Hay fragmentos del Evangelio de Juan que lo debate largamente (ver
5,19-47; 6,41-48; 7,14-25; 8,48-58; 9,16-34; etc.). El carácter explícito de esta
pregunta, a diferencia de los Sinópticos, constituye un trazo fundamental de la
cristología joánica.
- La mayor recurrencia del nombre Jesús. Jn usa el nombre de Jesús de una
forma parecida al uso que se da en la carta a los Hebreos y con una frecuencia
mucho mayor que los demás Evangelios: Mt 150 veces, Mc 81, Lc 89 y Jn 237.
Se trata de un indicio significativo.
Dicho en otros términos sería: “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros,
y vimos su gloria…” (Jn 1,14). Esto, a diferencia del pensamiento gnóstico cristiano
(para quien nunca pudo darse una “encarnación” auténtica), no relativiza el valor
real de la encarnación.
195
Cfr. H. LONA, El Evangelio de Juan, El relato. El ambiente. Las enseñanzas, Ed. Claretiana, Bue-
nos Aires 20042, 85-86.
148
A la luz de la Pascua
ENCARNACIÓN GLORIFICACIÓN
Jn 1,14
“Y el Logos se hizo ...y hemos contemplado
carne y habitó entre nosotros... su gloria
Inmediatamente después del más “discreto” de todos los signos (la transforma-
ción de casi 600 lts de agua en vino de excelente calidad: Jn 2,1-11 sólo conocido
por los servidores), está escrito: “Así manifestó su gloria”. Además, los repetidos
intentos de apresar a Jesús nunca se cumplen. Su condenación no depende de sus
enemigos, sino de que llegue la “hora” de volver al Padre (cfr. 18,6ss).
Con una imagen espacio-temporal el evangelista mira hacia atrás para contar la
historia de Jesús: desde el “presente” de esa historia ya obra la realidad posterior y
definitiva de su glorificación. Ésta es su hermenéutica cristológica, su clave de lec-
tura, y desde ella se entiende su comprensión de la encarnación.
Una comparación con la teología de la cruz paulina (1Cor 1,18-25) nos permite
ver el ángulo propio de la visión joánica.
Todos los textos que de alguna manera hablan del “envío” del Hijo a la tierra
(Encarnación), presuponen otro concepto clave para la cristología, el de la “preexis-
tencia”. Sólo el que ya existe “antes” puede venir al mundo “desde arriba”. Y esto es
lo que Jn nos dice desde su Prólogo: “En el principio era el Logos, y el Logos esta-
ba junto a Dios” (1,1).
A medida que Dios emite su palabra “Y Dios dijo...”, nace la realidad. La palabra
es, por lo tanto, la fuerza mediadora que permite guardar la distancia necesaria
entre Dios y su creación, pero que, al mismo tiempo, deja que esta creación siga
siendo la creación de Dios y no la obra de una entidad creadora ajena o alejada al
misterio de Dios. Los textos que hablan de la acción de Cristo preexistente como
mediador de la creación (cfr. Col 1,15-18; Heb 1,2ss; Jn 1,1-3) son ejemplos de
aplicación cristológica del concepto alejandrino de Logos.
portancia salvífica. El mismo que anduvo por los caminos de Galilea, el crucificado
y resucitado, es el que desde siempre perteneció al misterio de Dios.
197
Cfr. LONA, El Evangelio de Juan, 39.
198
R. SCHNACKENBURG, El Evangelio según San Juan, II, Ed. Herder, Barcelona 1982, 298.
199
RIVAS, El Evangelio de Juan, 86.
200
J. RATZINGER, Introducción al cristianismo, Ed. Sígueme, Salamanca 2005, 103.
201
En arameo Mesiha, en hebreo Masiah, en griego Cristo.
202
Cfr. R. E. BROWN - J. A. FITZMYER - R. E. MURPHY (eds.), Nuevo comentario bíblico San Jeró-
nimo, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 2004-2005, 546-547.
203
Cfr. X. LEON-DUFOUR, Lectura del Evangelio de Juan, II, Ed. Sígueme, Salamanca 20012, 102-
157 y A. JAUBERT, El evangelio según san Juan, Cuadernos Bíblicos 17, Ed. Verbo Divino, Estella
(Navarra) 1987, 45-51.
151
Moisés que les ofrecía signos: “nuestros padres comieron el maná en el desier-
to, como dice la escritura: “les dio de comer el pan bajado del cielo” (6,31). Y
esta referencia al Sal 78,24: “hizo llover para ello el maná para comer y les dio
un pan del cielo”, no es la única en el Antiguo Testamento. Hay otros varios pa-
sajes que aluden a este “Pan bajado del cielo”. Así, por ejemplo, (Ex 16,4.15;
Neh 9,15; Sab 16,20). En definitiva, Jesús les hace ver que no es Moisés quien
les da el “Pan del cielo”, sino que es Dios el que da ese alimento para la “vida
del mundo”. Porque Jesús se presenta como la realización del maná, en su
persona se muestra la figura del maná escatológico. Jesús se da como “el ver-
dadero Pan” (6,32), como el verdadero alimento (6,55), el pan anunciado en la
Escritura.
- “Yo soy Luz” (8,12): la metáfora de la luz debe ser vista como derivada de las
figuras de la fiesta de los Tabernáculos. Es de notar que aquí el uso de la luz
está relacionada con la vida, como en el prólogo (cfr. Jn 1,4.5.9.10). Señala el
carácter personal de la verdadera luz. Jesús se proclama luz del mundo, del
mismo modo que en Jn 7,37-38 se proclamó fuente de agua viva. Estas dos
afirmaciones parecen haber tomado pie de las ceremonias que se celebraban
durante la fiesta de los Tabernáculos en la que agua y luz, no sólo aparecían
en los mismos pasajes bíblicos, sino que además contenían un fuerte trasfondo
veterotestamentario204. así, por ejemplo, el relato de las peregrinaciones por el
desierto, que proporciona las imágenes relacionadas con el agua que brotó de
la peña, también trae la imagen de la columna de fuego que guiaba a los israe-
litas a través de la oscuridad de la noche (Ex 13,21). En la escena que describe
el Evangelio está Jesús en este atrio de las mujeres y se proclama luz no sólo
de Jerusalén, sino de todo el mundo. El sentido de la imagen de la luz utilizado
por Jesús es ser símbolo de revelación y salvación.
- “Yo soy el que da testimonio de mi mismo” (8,18): a pesar de que para los
fariseos el “auto testimonio” carece de validez jurídica (ver Nm 5,30; Dt 5,20;
19,18; Sal 27,12; 35,11; Prov 6,19; Dan 13,34-41; entre otros)205, Jesús argu-
menta a su favor. Para ello recurre a la misma Ley de los judíos: la que alude al
principio jurídico del testimonio de dos testigos. Hace referencia explícita a Nm
35,30 y con ello quiere demostrar que no hay contradicción entre lo qué el
mismo plantea y lo que dice la Ley. Los dos testigos necesarios serían en este
caso el mismo Jesús y el Padre que lo ha enviado. Pero este principio experi-
menta una transformación en el modo en que lo presenta Juan. La transforma-
ción radica en el hecho de que en el caso de la ley Judía los testigos operan de
forma externa a los acontecimientos que son narrados por el que está involu-
crado; mientras que en el caso que aquí se plantea no hay lugar para el testi-
monio externo puesto que Jesús y su Padre tienen una misma identidad, pero a
su vez son distintos. Por eso el testimonio es válido.206
- “Yo soy de arriba” (8,23): Esta expresión corrobora la diferencia esencial en-
tre el revelador y el mundo, haciendo hincapié precisamente en el origen dife-
rente. Jesús el revelador de Dios pertenece por completo a la esfera divina, a la
que tiene acceso la fe, mientras que la incredulidad queda excluida de la mis-
ma sin poder superar su origen de abajo. La inteligencia de la revelación está
204
Entre las ceremonias de la fiesta de los Tabernáculos en tiempos de Jesús se incluía el rito de
encender la primera noche (y posiblemente también en las restantes) cuatro candelabros de oro en
el atrio de las mujeres en el Templo de Jerusalén. Cada uno de ellos tenía, según Mishnah Sukkah
5,2-4, cuatro cazoletas de oro en lo alto, a las que se llegaba mediante una escalera. En las cazo-
letas había mechas flotantes hechas con restos de los calzones y fajas de los sacerdotes; cuando
se encendían los candelabros, se cuenta que toda Jerusalén reflejaba la luz que ardía en la “Casa
de sacar el agua” (la zona del atrio de las mujeres por la que pasaba la procesión que traía el jarro
de oro lleno de agua).
205
Cfr. X. LÉON-DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica, Ed. Herder, Barcelona 1993, 886.
206
Cfr. J. BLANK, El Evangelio según San Juan, I, Ed Herder, Barcelona 1980, 146.
152
207
Cfr. BLANK, El Evangelio según San Juan, 151.
208
BLANK, El Evangelio según San Juan, 237.
209
Jn 10,11b normalmente es traducido: "El buen pastor da la vida por las ovejas". Una traducción
más cercana al texto griego original sería: "el Buen Pastor ‘dispone’ de su vida en favor de sus
ovejas" (11b). Traducimos como "disponer de" el verbo griego que literalmente significa "poner",
"colocar", "disponer de algo" que aparece en el capítulo 10 en los vv.11.15.17.18.
153
que marcará un hito importante: la decisión por parte de los sumos sacerdotes
para ser ejecutado. El yo soy de Jesús será dicho luego de que Marta haga una
primera profesión de fe. Pero las palabras de Jesús no se pueden entender
como una simple respuesta a la esperanza que ella ha manifestado, ni tampoco
como anuncio de la inmediata resurrección de su hermano. En el contexto hab-
ía que mencionar la resurrección, y desde luego en primer término; pero la “vi-
da” constituye el nexo necesario para la sentencia inmediata que vale para todo
los creyentes y les abre el sentido de la gran señal. Por lo que hace al conteni-
do mismo, desde luego que la “vida” contribuye exclusivamente a aclarar lo que
ya se ha dicho con la “resurrección”. Tras la autodefinición del Revelador como
la Resurrección y la Vida siguen dos hemistiquios ingeniosamente montados
que presentan la exigencia y la promesa para los oyentes. Su gradación va
desde lo restrictivo a lo ascendente bajo el doble sentido de “morir” y “vivir”.
Todo adquiere un eco misterioso: “quien cree en mi, aunque muera, vivirá; y
todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”.210 La fe, de alguna ma-
nera, es anticipo de la vida eterna.
- “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (14,6): por el contexto se deduce
que el acento cae sobre “Yo soy el camino”. De por si, “el camino” resulta una
metáfora extraña aplicada a una persona, pero su sentido se esclarece al agre-
gar que en esa persona se alcanzan la verdad y la vida. Casi podría sonar co-
mo una razón o fundamento, pero es más bien una explicación aclarativa: “Yo
soy el camino; es decir, la verdad y la vida”, para cuantos deseen alcanzar esa
meta. Porque Jesús revela la verdad que lleva a la vida. A quien en su existen-
cia acoge con fe y realiza esa verdad, le comunica vida verdadera. Él, a todo
aquel que cree en él, lo conduce hasta la meta de su existencia: “hasta el Pa-
dre”; así se convierte en el Camino. La expresión de Jesús: “Yo soy el camino,
la verdad y la vida”, se sitúa en la despedida de Jesús a sus discípulos en la
última cena. Es “la hora de pasar de este mundo al Padre” (17,1). Jesús es el
que viene del Padre y va hacia el Padre, que es la meta del hombre. Cristo es
el camino, que nos conduce y nos comunica la verdadera vida: el Padre; cono-
cerlo a él es conocerlo al Padre. Jesús en su recorrido, Él quiere llevarnos nue-
vamente al Padre. Es más, la formula adquiere mayor fuerza con el v.6b: “So-
lamente por mí se puede llegar al Padre”. Jesús es, entonces, él único camino
de acceso a la meta.
- “Yo soy la Vid verdadera” (15,1): La vid evoca una figura colectiva en el Anti-
guo Testamento. La viña y la vid representan al Pueblo de Israel, la porción de
Dios, el pueblo elegido (Is 5,1-7; Ez 15,1-6; 19,10-14; Sal 80,8-16). Jesús se
está ubicando como centro de la comunidad cristiana y como canal de comuni-
cación con el Padre. Al ser la Vid, Jesús se presenta como la porción elegida
del Padre, la vid querida por el Padre: la que da frutos. Juan le estaría dando
un giro a la imagen: el sujeto ya no sería una atribución colectiva (deja de ser el
pueblo) sino Jesús mismo. Él asume en sí mismo la figura colectiva de la vid y
así funda en su persona un Nuevo Israel: la nueva comunidad cristiana; Él ocu-
pa el lugar del Antiguo Israel. De la concentración cristológica, luego se am-
pliará a la eclesiología (tratado sobre la Iglesia), con la relación particular que
hay entre la Vid y los sarmientos. Según los términos en que se plantea el dis-
curso, nos encontramos con una triple representación: El Padre, dueño y Señor
de la viña, asume el papel del Viñador. Jesús, representado por la Vid Verda-
dera, representa a la iglesia comunidad de salvación. Los Sarmientos, que no
se diferencian de la vid sino que son uno sólo con ella y dependen de la unión
con ésta para poder dar fruto o no, son los creyentes. Lo importante, entonces,
no es ser judío o cristiano, sino estar unido por la fe y el amor, es decir, la in-
corporación y pertenencia a la Vid, a Jesús. Sin embargo, Jesús no es sólo el
210
R. SCHNACKENBURG, El Evangelio según San Juan, III, 408-409.
154
211
Cfr. F. DE LA CALLE – J. PIKAZA, Teología de los evangelios de Jesús, Ed. sígueme, Salamanca
19773, 463-468; M. DE TUYA, Biblia Comentada, II, B.A.C., Madrid 1964, 1281-1288; X. LEÓN-
DUFOUR, “Rey”, Vocabulario de Teología Bíblica, 792-798.
212
Por escatología entendemos la esperanza en una acción futura y definitiva de Dios a favor de su
pueblo. Contiene tres elementos fundamentales: 1) la convicción de que Dios ha actuado en el pa-
sado a favor de su pueblo; 2) la constatación de que Israel no va respondiendo adecuadamente, a
lo largo de la historia, a esta acción liberadora de Dios, es decir, conciencia de pecado; 3) la con-
vicción de que Dios actuará de forma definitiva, de forma que ya no habrá lugar para la infidelidad
del pueblo. Para profundizar en el Apocalipsis, entre otros autores, pueden verse: X. ALEGRE, “El
Apocalipsis de Juan”, en M. E. BOISMARD, “El Apocalipsis de Juan”, en A. GEORGE – P. GRE-
LOT (eds.), Introducción crítica al Nuevo Testamento II, Barcelona 1983, 127-166; J. M. GONZÁ-
LEZ RUIZ, Apocalipsis de Juan. El libro del testimonio cristiano, Ed. Cristiandad, Madrid 1987; U.
155
El libro subraya la relación única entre Jesús y Dios: éste es el Padre de Jesús, el
que está sentado en el trono de Dios (3,21) y a él se le aplican los títulos que en Ap
se atribuyen también a Dios. Y el primer título que se le asigna a Dios es el que es,
que era y que ha de venir (1,4; cfr. 1,8; 4,8; 11,17; y 16,5 donde “el que va a venir” no
se menciona, pues se considera que ya ha venido con Jesús). Detrás de esta expre-
sión está la revelación del nombre de Dios según Ex 3,14. Este título va acompañado
de otros dos que Ap reserva sólo para Dios: Kyrios y Pantocratôr (11,17; 15,3; 16,7;
19,6; 21,22; cfr. 4,8; 16,14; 19,15). Es denominado también el que vive por los siglos
(10,6; 15,7; cfr. 4,9). La trascendencia de Dios también se destaca en la expresión el
primero y el último (22,13; cfr. Is 41,4), completada por yo soy el alfa y la omega (1,8;
21,6; 22,13) y yo soy el comienzo y el final (21,6; 22,13).
VANNI, L’Apocalisse: ermeneutica, esegesi, teologia, Supplementi alla Rivista Biblica 17, Ed. De-
honiane, Bologna 1988; J. P. CHARLIER, Comprender el Apocalipsis, 2 vols., Bilbao 1993; J. O.
TUÑI – X. ALEGRE, Escritos joánicos y cartas católicas, Introducción al Estudio de la Biblia 8, Es-
tella (Navarra) 20004, 213-287.
156
Comporta la connotación de poder con la imagen de los cuernos (5,6) que son las
señales de la omnipotencia y de la omnisciencia divinas.
A Jesús se le aplica el título de Cristo, no sólo como nombre propio (1,1.2.5), si-
no también como título mesiánico (11,15; 12,10; 20,4.6. Cfr. Sal 2,2), donde por
momentos, indica de manera más específica al Cristo que, asociado a Dios
Padre, toma posesión del Reino. El título se emplea en conexión con los de Señor
y Dios como con la repetición del verbo reinar. Una serie de títulos intentan especi-
ficar este señorío de Cristo y su relación con Dios: el testigo fiel (1,5; 2,13; 3,14), el
Primogénito de entre los muertos (1,5), el Amén (3,14), el Hijo de Dios (2,18), el
Pastor (7,17), Rey de reyes y Señor de señores (19,16). Participa del poder de Dios
y posee las llaves de la muerte y del abismo (1,18). La visión inicial de 1,12-20 ca-
racteriza a Jesús con los rasgos del Hijo del Hombre de Dan 7,13-14 mientras la
visión final, lo caracteriza como el Esposo (21,2) para el que la Esposa / Iglesia se
ha engalanado. Por amor a su Iglesia, Jesús la ha limpiado de los pecados (1,5;
5,9; 14,3-4), constituyendo así un pueblo real y sacerdotal (1,6; 5,10; 20,6 como en
Ex 19,6).
213
Tomados de A. MARENGO, El Apocalipsis: el relato, el ambiente, las enseñanzas, Ed. Claretiana,
Buenos Aires 2005, 60-63. Específicamente de la Cristología, se ocupa F. CONTRERAS MOLINA, El
Señor de la vida. Lectura cristológica del Apocalipsis, Ed. Sígueme, Salamanca 1991.
157
17,2.28; 18,3.9; 19,9; 21,24). La Bestia y los reyes serán vencidos por el
Cordero, que es Señor de los señores y Rey de los reyes.
- Semejante al Hijo del Hombre (1,12; 14,14): a pesar de que sustancial-
mente coincide con un título cristológico muy difundido en los evangelios,
no parece derivar de ellos, sino más directamente del libro de Daniel (cfr.
Dn 7,13). Se utiliza en un contexto de glorificación y de juicio, en el que
algunas características propias de Dios en el Antiguo Testamento son
transferidas a Cristo.
- El Verbo de Dios (19,13): es una característica de Cristo, que le es otor-
gada con gran solemnidad literaria; indica su realidad trascendente, en la
perspectiva del prólogo del cuarto evangelio, pero vista en un contexto
dinámico de la conclusión de la Historia de la Salvación.
- El Hijo de Dios (2,18): Cristo es llamado Hijo de Dios en el sentido más
pleno de la palabra, así como Dios es llamado Padre de Cristo.
- El Verdadero o Veraz (3,7; 6,10; 19,11): cualifica al máximo el testimonio
de Cristo. Título que está junto con el que proclama la santidad y, por tan-
to, pertenencia especialísima de Cristo a la esfera propia de Dios (3,7).
Es interesante ver este título en el conjunto de 19,11-13: "Luego vi el cie-
lo abierto y apareció un caballo blanco. Su Jinete se llama Fiel y Veraz; él
juzga y combate con justicia. Sus ojos son como una llama ardiente, y su
cabeza está cubierta de numerosas diademas. Lleva escrito un nombre
que solamente él conoce y está vestido con un manto teñido de sangre.
Su nombre es: la Palabra de Dios". Verdadero es aquel que es la verda-
dera palabra de Dios, que es totalmente veraz por el sacrificio de la cruz
(manto teñido de sangre). Él es la realización de las promesas de Dios.
Por eso encontramos que el Apocalipsis va a denominar a Jesús como el
Testigo Fiel (cfr. 1,5; 3,14; 19,11), el Amén (3,14; 1,7).
- El Viviente: en el Antiguo Testamento es un título frecuentemente dado a
Dios (cfr. Sal 42,3: “Tengo sed de Dios, del Dios Vivo: ¿cuándo entraré a
ver el rostro de Dios?”). En 1,18 se atribuye a Cristo resucitado.
- El Primogénito entre los muertos (1,5): manifiesta no sólo la resurrec-
ción de Cristo sino también la esperanza a la cual todos son llamados. Él
es el primero de muchos hermanos que nacerán para una vida nueva.
- El Primero y el Último, Alfa y Omega: dichos de Dios (1,8; 21,6) son
títulos transferidos a Cristo (22,13) que manifiestan que el Apocalipsis
tiene conciencia de una cierta identidad entre el Padre y el Hijo.
- El León de la tribu de Judá (5,5): será la respuesta que trae la consola-
ción a todos, el Mesías profetizado en Gn 49,9. El león de Judá es capaz
de abrir el libro de la historia; el Mesías del linaje de David: "el que tiene
la llave de David" (3,7); "Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella es-
plendorosa y matutina" (22,16).
Por tanto, la liturgia no sólo canta al Dios tres veces santo (cfr. 4,8) sino que ala-
ba la victoria de Jesús. Las comunidades cantan, a pesar de la persecución, de la
oscuridad del camino, que Cristo, el Cordero, comenzó a reinar junto al Padre.
El conozco con que se inician todos los mensajes es propio de Alguien que está
presente en el momento en que cada Iglesia participa en la vida litúrgica. Pero ésta
no se reduce al ámbito cultual sino que engloba todo el acontecer diario de las Igle-
sias desde donde brota. Retornando las causas judiciales que aparecen en el Anti-
guo Testamento se recriminan las conductas que no se conforman al nombre cris-
tiano, y se coloca junto a ellas palabras de aliento y esperanza para los que man-
tienen la fidelidad a ese nombre. El culto se entiende así como culminación de una
vida vivida en la paciencia necesaria para un auténtico servicio a Cristo.
Pero el culto comunitario tiene su origen y debe mantener siempre una estrecha
conexión con el Único Mediador Sacerdotal. La victoria de éste sobre los poderes
demoníacos imperiales posibilita que la comunidad pueda participar de los atributos
cultuales -columna en el santuario de Dios- y regio -sentarse en el trono con Cristo
y el Padre- de Jesús.
De este modo, por medio de la liturgia terrestre la comunidad que en ella partici-
pa se une con el cielo. Su testimonio activo y la paciencia en la persecución en-
cuentran un fiel eco en el Templo del cielo (11,15-18; 12,10-12; 15,3-4; 16,5-7;
19,1-7). La liturgia es, pues, fuente de comunión entre la trascendencia del cielo, la
Iglesia celeste, que no contempla despreocupada la suerte de sus hermanos, y el
testimonio de la Iglesia que lucha en la tierra dando heroico testimonio de su fe en
Cristo.
10.- CONCLUSIÓN
“Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será por siempre” (Heb 13,8). Él está
sólidamente situado en la historia humana y constituye el punto decisivo entre el
“antes” y el “después de Cristo”. Pero esta división, mucho más que una cuestión
histórica, es también el paradigma de toda experiencia auténtica y profunda de Cris-
to. Como les pasó a los Apóstoles, quien “toque, oíga, vea, sienta” a Cristo, ahora
desde la fe, no puede quedar igual que antes. Cristo marca un antes y un después.
Cristo impregna por completo la historia humana, como no menos la historia perso-
nal de quien se deje interpelar por aquella pregunta inocente: “Y ustedes ¿quién
dicen que soy yo?” (Mt 16,15; Mc 8,29; Lc 9,20), que dirigió a los Doce, pero que
sólo en Pedro tuvo una respuesta. La Sagrada Escritura no sólo responde la pre-
159
gunta desde muchas perspectivas, como lo vimos a partir de las cristologías en los
distintos autores, también vuelve, una y otra vez, a formularla al corazón de cada
creyente.
Al igual que cualquier otro personaje del pasado, es imposible llegar a Jesús, re-
conocido y proclamado como el Cristo en la primera comunidad cristiana, más que
a partir de las fuentes o documentos que hablen de Él, de su personalidad, de su
mensaje, de su acción, de su misión, de sus gustos, de sus expectativas... pero, por
no ser un “personaje cualquiera”, su Persona supera todo lo que de Él se pueda
decir o escribir. Nunca podremos ser exhaustivos del misterio de este hombre-Dios.
Pero lo importante, no es sólo conocerlo, y fundamentalmente a partir de las fuen-
tes bíblicas que sin duda son las más genuinas, sino sobre todo, prestarle personal
adhesión: poder dar esa respuesta, como lo hizo Pedro, que Cristo espera de cada
cristiano.
214
R. FABRIS, “Jesucristo”, en P. ROSSANO – G. RAVASI – A. GUIRLANDA, Nuevo Diccionario de
Teología Bíblica, Ed. Paulinas, Madrid 19902, 891-892.
160
UNIDAD VIII:
BREVE CRISTOLOGÍA SISTEMÁTICA
1.- INTRODUCCIÓN
“Los conocimientos que hemos adquirido nos permiten afrontar los demás
enunciados cristológicos fundamentales. En el curso de la historia de la fe cristiana se
han desarrollado dos líneas que se han ido separando cada vez más: la teología de la
encarnación, que nació del pensamiento griego y que se impuso en la tradición
católica de Oriente y Occidente, y la teología de la cruz, que irrumpió vigorosamente
con los reformadores a partir de las afirmaciones de Pablo y de las primeras formas de
la fe cristiana.”215
“La teología de la encarnación habla del ser y gira en torno al hecho de que un
hombre es Dios y de que, por eso, Dios es hombre; todo esto, que tan inaudito, es
para ella también lo decisivo en todos los aspectos. Ante este acontecimiento, ante la
unidad del hombre con Dios, ante el hecho de la encarnación de Dios palidecen todos
los demás hechos singulares, que frente a aquel son irremediablemente secundarios.
La unión de Dios y del hombre es lo verdaderamente decisivo, lo salvador, el
verdadero futuro del hombre donde deben converger todas las líneas.”216
215
RATZINGER, Introducción al cristianismo, 192.
216
RATZINGER, Introducción al cristianismo, 192.
161
La iniciativa del Padre se inscribe dentro del dinamismo íntimo del misterio de la
Trinidad. Las “misiones” divinas que manifiestan el orden de las personas divinas y
constituyen como una prolongación “hacia fuera” (ad extra) de la vida de la
intratrinitaria nos enseñan que el Padre, llegada la plenitud de los tiempos envió a su
propio Hijo para redimirnos y hacernos hijos adoptivos suyos (cfr. Gal 4,4-5).
Estudia el por qué explorando los motivos de conveniencia; observa que sólo
pueden argumentarse motivos de conveniencia, no de necesidad, porque
absolutamente hablando: “Dios habría podido redimirnos con su omnipotencia en
muchas otras maneras” (S. Theol., III, q. 1, a. 2.). Las razones de conveniencias
aducidas por STO. TOMÁS son muchas pero la más importante es la reparación del
pecado, una reparación querida por la justicia divina y que el hombre no estaba en
grado de cumplir. Según el teólogo esta razón debe considerarse como primera y más
importante porque está claramente atestiguada por la Escritura. STO. TOMÁS no
excluye, en hipótesis, que hubiera podido encarnarse en la eventualidad que el
hombre no hubiera pecado. Afirma: “Hay dos opiniones en este propósito. Algunos
dicen que el Hijo de Dios se hubiera encarnado también si el hombre no hubiera
pecado. Otros, en cambio, afirman lo contrario. Parece que esta última opinión se
deba preferir. Las cosas dependen de la voluntad de Dios, por encima de todo
aquello que es debido a las criaturas, no pueden ser notadas sino a través de la
Escritura, en la cual la voluntad divina se manifiesta. Por tanto, así como en la
Sagrada Escritura el motivo de la encarnación es considerado en relación al pecado
del primer hombre (incarnationis ratio ex peccato primi hominis), es más oportuno
decir (convenientius dicitur) que la obra de la encarnación ha sido dispuesta por Dios
como remedio del pecado, de modo que, no existiendo el pecado, no se hubiera dado
la encarnación. La potencia de Dios, no puede ser delimitada en estos términos: Dios,
de hecho habría podido encarnarse aunque no hubiera existido el pecado” (S. Theol.,
III, q. 1, a. 3.).
Una vez explicado el por qué, STO. TOMÁS pasa a explicitar el cómo de la
encarnación. Comienza por considerar y criticar puntualmente las herejías de los
primeros tiempos de la Iglesia respeto de la relación entre el Verbo y la carne; entre la
segunda persona de la Trinidad y la humanidad asumida en el seno de María virgen.
Fiel a la definición del Concilio de Calcedonia (451), STO. TOMÁS explica el misterio
de Cristo con los términos de: única persona (la del Verbo) y dos naturalezas íntegras
e inconfusas, sustancialmente unidas (la naturaleza divina y la naturaleza humana). La
encarnación, que la llama “milagro de todos los milagros” (miraculum omnium
miraculorum), comporta para Cristo un estado de perfección singularísimo: no sólo
porque la naturaleza está exenta de toda mancha de pecado, sino también y sobre
todo, porque aquella ha recibido la máxima de las gracias de la unión hipostática con
la divinidad (cfr. III Sent. d. 3. q. 2 a. 2).
Es el Espíritu, quien en la “plenitud de los tiempos” (cfr. Gal 4,4) obra para que
se realice la autocomunicación de Dios con la humanización del Hijo de Dios en el
162
seno de la Virgen María (cfr. Lc 1,35). Es decir que el inicio biológico de Jesús se
lleva a cabo por “obra del Espíritu Santo”.
En la carta encíclica del Papa Juan Pablo II sobre el Espíritu Santo en la vida de la
Iglesia y del mundo del año 1986, el Papa afirmaba: “La obra del Espíritu “que da la
vida” alcanza su culmen en el misterio de la encarnación. No es posible dar la vida,
que está en Dios de modo pleno, si no es haciendo de ella la vida de un Hombre,
como lo es Cristo en su humanidad personalizada por el Verbo en la unión hipostática.
Y, al mismo tiempo, con el misterio de la encarnación se abre de un modo nuevo la
fuente de esta vida divina en la historia de la humanidad: el Espíritu Santo. El Verbo,
“primogénito de toda la creación”, es el “primogénito entre muchos hermanos”, y así
llega a ser también la cabeza del cuerpo que es la Iglesia -que nacerá en la cruz y
será revelada el día de Pentecostés-, y en la Iglesia, la cabeza de la humanidad: de
los hombres de toda nación, raza, región y cultura, lengua y continente, que han sido
llamados a la salvación. “La Palabra se hizo carne; (aquella Palabra en la que) estaba
la vida, y la vida era la Luz de los hombres... A todos lo que la recibieron les dio poder
de hacerse hijos de Dios”. Pero todo esto se realizó y sigue realizándose
incesantemente “por obra del Espíritu Santo”.” (Dominum et vivificantem, 52).
“En la segunda mitad del siglo XX han aparecido nuevos intentos de interpretación
de la unión hipostática, partiendo de la reflexión sobre la existencia espiritual del
hombre, mostrando su abertura al Absoluto; su trascendimiento hacia el otro como el
217
GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, 443.
218
Cfr. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, 446-447.
163
“Siguiendo, pues a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que
confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad y
perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre
compuesto de alma racional y cuerpo; consubstancial con el Padre según la divinidad
y consubstancial con nosotros según la humanidad, "en todo semejante a nosotros,
excepto en el pecado" (Heb 4,15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la
divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la
Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad.
219
GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, 447-448.
220
SESBOÜÉ, Creer, 433.
164
En efecto, la visión histórico-salvífica del evangelista Lucas muestra las fases del
camino de Jesús: sus obras del Reino y su predicación, su camino hacia Jerusalén.
En Lc 9,51, se afirma que “cuando se cumplían los días de su ascensión, Él, con
determinación, endureció su rostro para ir a Jerusalén”, es decir, su firme de deci-
sión de afrontar los sufrimientos que allí le aguardaban para así llegar a la resurrec-
ción, ascensión y elevación a la derecha del Padre, y desde allí su acompañamien-
to de la Iglesia (como cabeza, diría Pablo: Ef 1,22-23), por medio del Espíritu Santo
que debe descender en todas las naciones y pueblos. Todo esto hasta que llegue el
fin de la historia, y él regrese como consumador y juez de toda la creación.
En Lucas, el paso del Jesús terreno al Cristo elevado a los cielos es el objetivo
final de su exposición evangélica (cfr. Lc 24,46-48) y el comienzo del libro de los
Hechos (cfr. Hch 1,4-8). Este paso tiene lugar en la ascensión (cfr. Lc 24,51; Hch
1,9-11) que muestra a su modo la continuidad de la vida de Jesús y la diferencia-
ción de su actividad salvífica, ahora desde su señorío a la derecha del padre por
medio del Espíritu santificador.
Por tratarse del misterio central por el cual se lleva a cabo la redención de los
hombres, aún cuando en la segunda unidad de nuestro módulo el tema ya fue tra-
tado, sin embargo, realizaremos un breve recorrido por los pasos que desembocan
en la muerte-resurrección de Jesús.
“La profecía sobre el Templo (Mc 14,58; cf. Jn 2,19) junto a la expulsión de los
vendedores del Templo, constituyen dichos y acciones que son interpretadas me-
siánicamente y culminan el creciente desentendimiento de Jesús con los sumos
sacerdotes y los escribas, brindando la ocasión para su acusación, proceso ante el
Sanedrín como blasfemo (Mc 14,61b-64) y luego ante Pilatos como sedicioso por
proclamarse Mesías atentando así contra el poder y orden romanos.” 221
Ante todo, debe tenerse bien presente que los textos que relatan la última cena
no son crónicas, sino relatos provenientes del ambiente litúrgico (cfr. Mt 26,26-29;
Mc 14,22-25; Lc 22,14-20; 1 Co 11,23-27; Jn 13,1-15)
221
ESPEZEL, Jesucristo, 77-78.
165
Es indudable el clima pascual de la Cena: “El primer día de los ácimos, cuando
se sacrificaba el cordero pascual...” (Mc 14,12.14; Mt 26,17.19); “He deseado ar-
dientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión” (Lc 22,15) relatan
los evangelios sinópticos. Sin embargo Juan en el relato de la Pasión dice: “ellos no
entraron en la residencia para no contaminarse y poder celebrar la cena de pascua”
(Jn 18,28); “para evitar que el sábado se quedaran los cuerpos en la cruz, porque
aquel sábado era un día muy solemne” (Jn 19,31).
4.3.- Gethsemaní
“La tradición dogmática descubrirá (Concilio de Constantinopla III, año 681, Con-
cilio de Letrán, año 649), gracias a la labor de SAN MÁXIMO EL CONFESOR, el sí
humano de Jesús (su voluntad propiamente humana) a la voluntad salvífica del Pa-
dre. El hecho de que nuestra salvación fue querida también humanamente por una
Persona divina. Este sí -humano y divino- al Padre, que constituye una explicitación
del contenido de las dos naturalezas definido en Calcedonia, abre el desarrollo de
los sucesos de la pasión.”222
222
ESPEZEL, Jesucristo, 82.
166
Vista por los romanos su pretensión mesiánica constituía un delito que chocaba
con el orden romano: según la lex Julia de Majestate (Digesta 48, 4, 1; 48, 4,11) el
pretender ser rey era un delito digno de muerte como causa de rebelión. Los sadu-
ceos acusan entonces de sedición a Jesús ante el procurador romano.”223
Por lo tanto, confluyen en la condena de Jesús, una causa religiosa y una causa
política. La inscripción en la cruz de Cristo como “rey de los judíos”, es todo una
ironía.
Jesús después de ser cruelmente flagelado y coronado de espinas por los sol-
dados romanos, finalmente es llevado al Monte Calvario para ser ajusticiado a la
hora tercia (Mc 15,25) con dos ladrones.224
223
ESPEZEL, Jesucristo, 85-86.
224
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 311-348.
167
““Por la gracia de Dios, gustó la muerte para bien de todos” (Heb 2,9). En su de-
signio de salvación, Dios dispuso que su Hijo no solamente “muriese por nuestros
pecados” (1 Cor 15,3), sino también que "gustase la muerte", es decir, que conocie-
ra el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante
el tiempo comprendido entre el momento en que El expiró en la Cruz y el momento
en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del des-
censo a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado
en la tumba (cfr. Jn 19,42) manifiesta el gran reposo sabático de Dios (cfr. Heb 4,4-
9) después de realizar (cfr. Jn 19,30) la salvación de los hombres, que establece en
la paz al universo entero (cfr. Col 1,18-20).” (Cat.I.C. 624).
225
ESPEZEL, Jesucristo, 91.
168
En los distintos relatos pueden notarse como los testigos del Resucitado subra-
yan su presencia (cfr. Hch 10,40-42). Los testigos se encuentran con Cristo que se
muestra a sí mismo presente y viviente, pero también, de algún modo, de paso e
inasible (cfr. Jn 20,17). Jesús aparece como el que se despide (cfr. Lc 24,23; Jn
20,14-16). (Cat.I.C. 641-644).
229
ESPEZEL, Jesucristo, 97.
170
El teología bíblica expresa que la Resurrección es obra del poder de Dios Padre,
en la fuerza del Espíritu Santo (cfr. Rom 8,11; 1 Ped 3,18), quien culmina su acción
creadora resucitando a Jesús de entre los muertos (cfr. Hch 2,24; 3,15; 4,10; 5,30;
10,40; Rom 8, 11; 2 Co 4,14; Ef 1,19-20; Col 2,12).
230
ESPEZEL, Jesucristo, 95.
231
ESPEZEL, Jesucristo, 100.
171
“No sólo Jesús es resucitado en la fuerza del Espíritu Santo (Rom 8,11), sino
que como Resucitado es el último Adán, espíritu que da vida (1 Cor 15,45). Pablo
se refiere a ello en 2 Cor 3,17 llegando a firmar que "el Señor es el Espíritu", lo cual
no debe ser interpretado como una identificación personal, sino como expresión de
una estrechísima relación entre ambas personas, lo cual no significa que el Jesús
terreno se encuentra ya ungido por el Espíritu, y obra en su fuerza (cf. Mc 1,9-13;
Lc 4,14; Hech 10,38)...
5.- CONCLUSIÓN
232
ESPEZEL, Jesucristo, 101-103.
172