Tema 57: Ciencia y Conocimiento en Leibniz
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Tema 57
Ciencia y
conocimiento en
Leibniz
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Pedro Zafrilla Poveda
Tema 57: Ciencia y conocimiento en Leibniz
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Tema 57: Ciencia y conocimiento en Leibniz
1. El conocimiento
Los límites del cartesianismo y la crítica al
empirismo
El innatismo de Leibniz
Teoría del juicio
Verdades de razón. Las matemáticas
Verdades de hecho. La ciencia física.
La unidad cualitativa del conocimiento
Principio de razón suficiente.
Dios unifica el conocimiento
2. La Física
La gran herramienta matemática: el cálculo
La Física es la ciencia de los fenómenos
La crítica al geometrismo cartesiano
El movimiento no es constante, lo constante
es la fuerza
La materia no es sólo extensión
3. La metafísica
La mónada como sustancia
La actividad de la mónada
La ley intrínseca de cada mónada: su esencia
Jerarquía de las mónadas
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1 El conocimiento
1.1 Los límites del cartesianismo y la crítica al empirismo
Como todos los pensadores de fines del XVII, Leibniz se encuentra en
disputa y enfrentamiento con el cartesianismo. Admite la revolución que ha
provocado, pero hay que evitar la precipitación, estrechez y error que se detectan
en la obra cartesiana.
Leibniz creó su sistema como una reacción a las últimas consecuencias a
las que había llegado el racionalismo cartesiano. Descartes defendía que lo que
caracterizaba a la materia no era sino la extensión. La materia había sido
desposeída de todo tipo de cualidades y formas, y el mundo quedaba reducido a
la categoría de un mundo-máquina en el que todo se explicaba por extensión y
movimiento
Así mismo, el dualismo al que había llegado Descartes con su distinción
entre res cogitans y res extensa había escindido la unidad del mundo, unidad que
va a intentar restablecer Leibniz, de una manera muy distinta a como lo hizo
Spinoza. Este ultimo intentó unificar la realidad rota por la escisión dual, a través
de un monismo substancial.
Leibniz, sin embargo, devolverá la unidad al mundo desde la pluralidad y la
multiplicidad substancial. Para hallar las últimas razones explicativas del mundo,
de los cuerpos y de sus relaciones, hay que dirigirse a la metafísica y no a las
matemáticas, como hizo Descartes. En última instancia, es la metafísica la que
debe guiar la investigación del filósofo en busca de los principios que avalen la
unidad de la naturaleza como un todo indisoluble.
"Aunque soy de los que han trabajado mucho en Matemáticas, no por eso he
dejado de meditar, desde la juventud, sobre filosofía, pero siempre me ha parecido
que había medio, en filosofía, de establecer algo solido por demostraciones claras."
(Nuevo sistema de la naturaleza, 2, pag. 41)
Sin embargo, para que haya un todo se necesita un principio, un fundamento
originario que unifique la pluralidad de entes, la multiplicidad de fenómenos; en
definitiva, la pluralidad del ser.
La materia no puede ser meramente extensión en el espacio y en el tiempo,
no puede ser simple inercia y pasividad. Ella ha de poseer un principio motriz y
activo que explique su unicidad.
"Pero después, habiendo intentado profundizar los principios mismos de la
mecánica, para dar razón de las leyes de la naturaleza, cuyo conocimiento nos
brinda a experiencia, me di cuenta de que la sola consideración de una masa
extensa no bastaba, y que era preciso emplear la noción de fuerza, que aunque
pertenece a la metafísica, es muy inteligible." (Op. Cit., 2, pag 41)
Del empirismo inglés sólo conoció la obra de Locke y le bastó para captar
que el error del empirismo consistía en su intento de reducir la razón a los
hechos. Pero en eso, para Leibniz, hay una contradicción: lo fáctico es lo que es
sin razón de ser mientras que lo racional es lo que es racionalmente, es decir, no
pudiendo ser de otra manera. Escribe para refutar a Locke y su libro Ensayos
sobre el entendimiento humano una pequeña obra titulada Nuevos ensayos sobre
el entendimiento humano.
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modo excelente cuando expuso su reminiscencia, que tiene mucha solidez, con tal
que se la entienda bien (Discurso de metafísica, § 26)
En su discusión con Locke, da Leibniz una significación distinta de los
contenidos inteligibles. Esas verdades no se hallarían en nuestro espíritu
“independientes entre sí, unas al lado de las otras”, como los edictos que se
pegan a un tablero; se trata, más bien, de inclinaciones, disposiciones y aptitudes
o potencias naturales.
Con este concepto de fuerzas y potencias naturales quiere Leibniz salir al
paso de la objeción que tanto Aristóteles como Locke habían lanzado contra la
existencia de las ideas innatas, diciendo que de existir en nuestra alma
deberíamos tener noticia de ellas. Aún de aptitudes y hábitos y otros contenidos
espirituales conscientemente adquiridos no tenemos muchas veces advertencia,
pero ahí están y de pronto aparecen de nuevo. Estas disposiciones, aptitudes y
potencias naturales no son en realidad otra cosa que el entendimiento mismo, que
conoce la sustancia, lo uno, lo mismo, la causa, la percepción y otra multitud de
cosas que no pueden darnos los sentidos. Puede concederse a Locke que nada
hay en el alma que no haya pasado por los sentidos, pero a esto añade Leibniz:
“a no ser el entendimiento mismo”.
El alma entraña al ser, la sustancia, lo uno, lo mismo, la causa, la percepción, el
razonamiento, y otras muchas nociones que los sentidos no pueden proporcionar
(Nuevos ensayos, pp. 114-115)
Esto significa que el alma es innata a sí misma, que el intelecto y su
actividad son algo a priori, y que preceden a la experiencia. Por esto, Leibniz no
es, sin más, un innatista al modo de Descartes; ni es, por supuesto, un empirista
como Locke.
Los sentidos sólo son la ocasión de que las ideas (innatas) que se hallan
potencialmente en entendimiento lleguen a ser conocidas de un modo actual.
Pero ni siquiera el conocimiento sensible puede propiamente decirse que proviene
“del exterior”; supuesta la noción que Leibniz tiene de las sustancias –o de las
mónadas–, que no pueden actuar unas sobre otras, y del alma, que expresa todo
el universo, ha de afirmar que todas las ideas, incluidas las que proceden de la
sensación, de alguna manera están “ya en la mente”. La distinción de
conocimiento no es, pues, de origen, sino de naturaleza: uno es acerca de lo
necesario; el otro, acerca de lo contingente.
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del sujeto. Bastará analizar esta noción para juzgar de la verdad del juicio. La
verdad no se presenta como adecuación o no a la realidad exterior o como
relación entre ideas, sino en la identidad o inclusión de las nociones respectivas
entre sí.
Si el predicado no sólo está incluido en el sujeto, sino que es idéntico a él, lo
que se tiene es la definición completa, paradigma del juicio. La función de las
definiciones no es conectar los términos entre sí, sino manifestar su identidad.
Para Leibniz, toda proposición posee la forma sujeto-predicado, o puede ser
analizada en una proposición o serie de proposiciones de esa forma. La forma
sujeto-predicado de la proposición es, pues, fundamental. Pero las proposiciones
no son todas de la misma especie, y hay que hacer una distinción entre verdades
de razón y verdades de hecho.
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a priori. Ninguna mente finita puede llevar a cabo ese análisis; y, en ese sentido,
Leibniz habla de las verdades de hecho como “inanalizables”. Solamente Dios
puede poseer aquella idea completa y perfecta de la individualidad de Cesar que
seria necesaria para conocer a priori todo cuanto alguna vez será predicado del
mismo.
El ideal sería llegar a una causa que no necesitase una causa distinta de sí
misma, que fuese a la vez un hecho y una verdad de razón, tal cosa es Dios. Por
consiguiente, en Dios no hay verdades de hecho y verdades de razón, todas son
verdades de razón porque Dios conoce la serie infinita de razones suficiente que
han hecho que cada cosa sea lo que es. Lo contingente para él no existe.
El principio de razón suficiente significa que nada se verifica sin una razón
suficiente, esto es, sin que sea posible al que conozca suficientemente las cosas,
dar una razón que baste para determinar por qué es así y no de otro modo. Pero
esta razón no es una causa necesaria: es un principio de orden, de
concatenación, por medio del cual las cosas que suceden se enlazan unas con
otras sin formar, sin embargo, una cadena necesaria. Es un principio de
inteligibilidad que garantiza la libertad o contingencia de las cosas reales.
Este principio postula inmediatamente una causa libre del universo. En
efecto, hace legítimo preguntarse: ¿por qué hay algo y no nada? Y desde el
momento en que las cosas contingentes no tienen en sí mismas razón de ser, es
menester que esta razón esté fuera de ellas y se encuentre en una sustancia que
no sea a su vez contingente sino necesaria, esto es, que tenga en sí la razón de
su existencia. Y esta sustancia es Dios. Pero, si además se nos pregunta por qué
Dios ha creado, entre todos los mundos posibles, éste que es así y determinado
de esta manera, será menester encontrar la razón suficiente de la realidad del
mundo en la elección que Dios ha hecho de él, y la razón de esta elección será
que es el mejor de todos los mundos posibles y que Dios debía escoger éste.
Pero decir que debía no significa aquí una necesidad absoluta, sino el acto de la
voluntad de Dios que ha elegido libremente en conformidad con su naturaleza
perfecta. La razón suficiente, dice Leibniz, inclina sin suponer necesidad; explica
lo que sucede de un modo infalible y cierto, pero sin necesidad, porque lo
contrario de lo que sucede siempre es posible.
2 La Física
2.1 La gran herramienta matemática: el cálculo
El ideal de conocimiento consiste en acercarnos lo máximo posible a ese
conocimiento divino, en acumular tal cantidad de series de conocimiento en los
principios de razón suficiente de cada cosa de forma que la cosa vaya deviniendo
cada vez más una verdad necesaria, una verdad de razón suficiente en vez de
una verdad de hecho. No hay por tanto una diferencia cualitativa entre ambos
conocimientos que signifique un abismo. El esfuerzo del conocimiento debe
dirigirse a convertir cada vez más amplios territorios de verdades de hecho en
verdades de razón. En este proceso el papel principal es de las matemáticas: hay
que meter las matemáticas en la realidad: El conocimiento será más
profundamente racional cuanto más matemático.
Leibniz contribuye en gran medida a esta matematización de la realidad
aportando el cálculo infinitesimal, que hace dar un gran salto al conocimiento de
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3 La metafísica
La metafísica desde este planteamiento debe considerar como una
investigación preliminar que no es general más que en tanto se dirige sobre los
principios y asume la tarea de distinguirlos, jerarquizarlos, subordinarlos y unirlos
en una razón perfecta. Así, la filosofía primera se erige en una investigación de la
razón última de las cosas y su razón completa.
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de un yo permanente. Pero tiene que haber también, según Leibniz, una razón a
priori para la persistencia de una substancia, además de la razón a posteriori
suministrada por nuestra experiencia de nuestra auto-continuidad duradera.
Ahora bien, es imposible encontrar otra (razón a priori) excepto que mis
atributos del momento y estado anterior, y mis atributos del momento y estado
posterior, son predicados del mismo sujeto. Pero, ¿qué significa que el predicado
está en el sujeto, sino que la noción del predicado se encuentra en algún modo en
la noción del sujeto?.
Una substancia es un sujeto que virtualmente contiene todos los atributos
que pueden ser predicados del mismo. Todas las acciones de una substancia
están virtualmente contenidas en ésta. Del mismo modo en que, en el análisis
matemático, en las características de un punto geométrico está determinada la
trayectoria que el desarrollo de ese punto ve a tener.
Una substancia es, pues, un sujeto que contiene virtualmente todos los
predicados que puede tener. Pero no podría desarrollar sus potencialidades, es
decir, no podría pasar de un estado a otro sin dejar de ser el mismo sujeto, a no
ser porque posea una tendencia interna a su autodesarrollo o auto-despliegue. La
actividad es, pues, una característica esencial de la substancia.
Leibniz reintrodujo de ese modo la idea de entelequia o “forma
substancial”. Esa entelequia no tiene que concebirse como una mera
potencialidad para obrar, que requiera un estímulo externo que la haga activa:
contiene lo que Leibniz llama un conatus o tendencia positiva a la acción, que
se cumple por sí misma inevitablemente, a menos que sea obstaculizada.
Aunque cada mónada contiene un principio de actividad o forma substancial,
ninguna mónada creada está sin un componente pasivo al que Leibniz llama
“materia prima” o “primera”. La materia prima, tal como es atribuida a toda
mónada creada, no ha de entenderse como conteniendo corporeidad. “Porque la
materia prima no consiste en masa o impenetrabilidad y extensión, aunque tenga
exigencia de ello”. Pertenece a la esencia de la substancia creada, y es más afín
a la “potencia” o “potencialidad” escolástica que a la materia en sentido ordinario.
La similitud con el vocabulario aristotélico, a la hora de concebir la naturaleza de
la mónada fue algo reconocido por el propio Leibniz:
No me avergüenzo, por lo tanto, de afirmar que encuentro en los libros de
Aristóteles más cosas acertadas que en las meditaciones de Descartes. Hasta me
atrevería a decir que la filosofía renovada podría aceptar sin ningún prejuicio los
ocho libros de Aristóteles en su totalidad. (...) Sólo se trata de comprobar una cosa:
si lo que Aristóteles enunció de forma abstracta sobre la materia, la forma y el
cambio, hay que explicarlo a través de la magnitud, la figura y el movimiento (Carta
a Thomasius)
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Por último, tendríamos a Dios, que es una mónada perfecta, o sea, donde
todas las percepciones son apercibidas; donde todas las ideas son claras y donde
el universo está reflejado, no desde un punto de vista, sino desde todos.
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Bibliografía
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