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Apocalipsis y Sobrevivencia - Francesco Santini PDF

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Apocalipsis y sobrevivencia 1

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Apocalipsis y sobrevivencia
Consideraciones sobre el libro «Critica dell’utopia capitale»
de Giorgio Cesarano y la experiencia de la
corriente comunista radical en Italia

Francesco Santini

1994

Traducción de Carlos Lagos P.


Texto original en http://www.autprol.org/public/news/apoeriv.htm

Introducción del traductor

“Te lo digo: la insuficiencia de nuestro lenguaje da la medida de nuestra inercia


en las relaciones con las cosas, que ya no se pueden transformar cuando han
perdido el sentido” («Parigi, andata e ritorno»)

Al menos en América Latina, hace apenas unos años todavía era bien difícil hacerse una idea de lo que
fue la gran oleada revolucionaria de los 60-70 en Italia. Antes de internet, si uno tenía suerte podía
encontrar alguna mención al tema en la prensa libertaria ibérica, o alguna referencia en textos tan
superficiales y bien intencionados como «La rebelión estudiantil» de Cohn-Bendit. Pero con frecuencia
había que conformarse con los recuerdos dudosos de Toni Negri o, peor aún, de la estalinista Macciochi.
Si la memoria no me falla, en torno al tema los primeros análisis serios disponibles en castellano fueron
los textos traducidos para el Archivo Situacionista Hispano a comienzos de los noventa. Aunque en su
gran mayoría se referían al levantamiento del 68 en Francia (por ejemplo «Enragés y situacionistas en el
movimiento de las ocupaciones» o «El comienzo de una época»), siempre se podía vislumbrar la
intensidad del movimiento en Italia a través de algún escrito de Gianfranco Sanguinetti o del propio
Debord (por ejemplo en su prólogo de 1978 a «La sociedad del espectáculo»). Por esa misma época
empezaron a hacerse conocidas las tediosas exégesis autonomistas, a la vez que se intensificaba el
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brumoso hechizo ejercido por el folklor guerrillerista que todavía hoy envuelve el recuerdo de las
Brigadas Rojas. Y sobre ese trasfondo variopinto se podía encontrar de vez en cuando párrafos sueltos
que insinuaban cosas tan enigmáticas e interesantes como unos “indios metropolitanos”, una tal “radio
Alicia” o un movimiento que había querido abolir los manicomios. Sin duda algo había pasado allá en
Italia.

En años recientes algunas editoriales han hecho esfuerzos serios por llenar esa laguna. Traficantes de
Sueños y Klinamen, por ejemplo, han sacado varios libros que a su manera entregan bastantes elementos
de análisis: «La horda de oro. La gran ola creativa y existencial, política y revolucionaria (1968-
1977)», «Los invisibles» y «El movimiento del 77» e «Historia de diez años» son algunos. Pero sobre
todo se destaca «Un terrorismo en busca de dos autores (Documentos de la revolución en Italia)»
editado por Likiniano Elkartea, donde unos cuantos textos producidos al calor de los combates aportan
una visión sintética y esclarecedora del sector más avanzado de ese movimiento. El presente artículo,
«Apocalipsis y sobrevivencia», se refiere también a la experiencia de los agrupamientos más radicales
que tomaron parte en aquel ascenso revolucionario. Pero a diferencia de los textos compilados por
Likiniano, este documento fue escrito casi veinte años después de esos combates en las calles de Italia,
cuando la aplanadora de la contrarrevolución ya había reducido gran parte de esa experiencia a un
montón de cenizas y escombros. Eso sí, aunque éste es un balance retrospectivo de un período del que el
mismo autor dice que “ya es historia”, no por eso se trata de un relato desencantado ni mucho menos.

«Apocalipsis y sobrevivencia», al profundizar en la relación entre teoría y práctica durante ese período,
pone de manifiesto una dimensión casi siempre pasada por alto por la crítica radical: el hecho de que en
períodos de intensa actividad revolucionaria la experiencia exaltante de romper con el viejo mundo se
combina en la vida de la gente con el temor de lanzarse a lo desconocido, con el sufrimiento de ver
destrozada la seguridad de sus propios hábitos y relaciones, con la necesidad de hacer sacrificios y de
entrar en compromisos, con el sinsabor de las intrigas políticas y los choques ideológicos… todas esas
cosas que hacen de las revoluciones algo más que una “gran fiesta”. En vez de reiterar la típica letanía
simplificadora que pone al proletariado de un lado y a la reacción del otro, el autor mete el dedo en las
tensiones explosivas que sacudieron las vidas de los revolucionarios en ese tiempo; así como en las
conflictivas relaciones mutuas sostenidas por diversas corrientes al interior del movimiento proletario.

Por lo mismo este análisis no podía ser imparcial: el autor toma partido por sus amigos, sin pretensiones
de “objetividad”. Esa actitud empapa al texto de un entusiasmo apasionado que constituye a la vez su
mayor fuerza y también su debilidad: el compromiso personal en la experiencia que examina le permite
a Santini dar una visión profunda y detallada, pero al mismo tiempo le impide mantener una perspectiva
equilibrada sobre los factores en juego. En particular, creo que le da demasiada importancia a la figura
personal de Cesarano (esto a pesar de las advertencias del autor en sentido contrario) y a su obra teórica.
No cabe duda que Cesarano constituye un personaje memorable y que hizo un gran aporte al
movimiento, pero el modo en que Santini insiste en ello sorprende viniendo de alguien que se formó en
una corriente influenciada por la tradición bordiguista, tan enemiga del personalismo y de la importancia
dada a los “grandes hombres” en la historia. Por eso es extraño que en un texto tan lleno de lucidez el
autor deslice de vez en cuando afirmaciones tan singulares como:
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“«Critica dell’utopia capitale», de haber sido posible concluirla y difundirla a tiempo, habría actuado
como un valioso antídoto contra muchos de los venenos ideológicos (…) que infectaron desde el primer
momento a la llamada ‘ala creativa’ del movimiento del 77.”

O como esta otra:

“(…) Estas dos tendencias [autovalorización y aislamiento] habrían podido encontrar un antídoto en la
obra de Cesarano, en caso de haberla comprendido.”

Una cosa es reconocer el valor de una obra teórica por lo que tiene de clarificador y de radical, pero otra
muy distinta es atribuirle la capacidad para cambiar el curso de un movimiento social. La teoría busca
desde luego ayudar a que el movimiento proletario no se “envenene” con ideología, pero no puede
actuar más que como una influencia parcial entre muchas otras. Tanto en el caso de las minorías
comunistas como en el del movimiento proletario en general, la ideologización es consecuencia de la
compleja interacción de innumerables factores – entre los que ocupa un lugar central el contenido de la
práctica social inmediata - y no de errores intelectuales que se contagian de una cabeza a otra y que
podrían ser contrarrestados con el “antídoto” de una teoría correcta. El contenido práctico del
movimiento puede ser analizado y previsto, pero en su mayor parte está fuera del alcance de la teoría
formalizada, pues responde a sus propias leyes y evoluciona de acuerdo a lo que sus protagonistas
perciben como necesidad inmediata. Aunque la teoría expresa formalmente el contenido de las
relaciones humanas, sólo expresa una ínfima parte de ellas: es una mediación entre otras, y como tal no
puede alterar por sí misma las condiciones materiales que producen la ideología o su superación. Los
alcances de la teoría son de hecho mucho más modestos: en el mejor de los casos, puede exponer
públicamente aspectos de la realidad o relaciones que normalmente no eran percibidas, o advertir sobre
los riesgos y posibilidades de una situación que interesa a todos. Lo demás corre por cuenta de los
hombres y mujeres entregados a la acción y a la lucha.

La sobrevaloración del poder de la teoría escrita no es el único aspecto criticable en el artículo de


Santini, sin embargo no he dejado que esto me desanime a la hora de traducirlo. No creo que en este
caso el autor estuviera tratando de argumentar a favor del personalismo o del idealismo. Más bien creo
que se permitió algunas afirmaciones exageradas, inspirado por un gran afecto hacia Cesarano y hacia la
experiencia que nos relata, lo cual es discutible por cierto, pero no invalida el aporte hecho por el texto
en su conjunto.

Lo mismo sucede con el énfasis que Santini pone en la necesidad del reagrupamiento revolucionario,
aspecto en el que a mi juicio no profundiza lo suficiente. Ante la indudable dispersión de los
revolucionarios me parece de poca utilidad llamar a su reagrupamiento como si éste por sí solo bastara
para resolver algo. No se trata en realidad de que las personas con ideas revolucionarias se agrupen, sino
de saber para qué han de hacerlo, además de para disfrutar de su mutua afinidad. Pero para hacer esto no
se requiere en absoluto ser “revolucionario”: los proletarios tendemos a reunirnos espontáneamente
porque así nos lo manda nuestra naturaleza social: no es cuestión de elegir. Si este agrupamiento tiene
algún propósito especial, eso ya es otra cuestión, que sólo tiene sentido discutir en relación con cada
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caso concreto. Ya sea que se trate de organizar una olla común, un piquete de huelga en la empresa, la
publicación de un texto de crítica radical o la agitación en apoyo de compañeros presos… hay mil cosas
que se pueden discutir y realizar, sin perder de vista que cada uno participa en tal o cual actividad
porque ello tiene que ver con su vida personal en primer lugar. Pero un llamamiento general a los
revolucionarios para que se reagrupen en función de sus ideas, es algo distinto, que en el fondo apunta a
ir más allá de las determinaciones concretas que ligan a cada cual a un tipo de actividad específica. Me
detendré un poco en este punto porque creo que lo que expresa Santini en su artículo es sintomático de
una percepción bastante generalizada.

La constatación que hace Santini es cierta: el repliegue de la clase obrera en posiciones defensivas o de
mera indefensión no hace más que agravar la devastación producida por el desarrollo capitalista, y en
tales condiciones el aislamiento no puede ser defendido con el frenesí que demostraron los apologetas
del purismo teórico a principios de los setenta. Pero hay además otra cuestión: en tanto persista la
atomización social en el conjunto del proletariado habrá limitaciones al reagrupamiento de las minorías
radicales, pues su actividad tiende inevitablemente a reproducir las condiciones en que vive y actúa su
clase. Esto no puede dejar de repercutir en su práctica, que tenderá a enfocarse sobre algún aspecto
particular en desmedro de otros, con el efecto excluyente que ello supone. Así, no tiene nada de extraño
que algunos revolucionarios emprendan acciones de solidaridad con los presos mientras que otros se
concentran en reconstruir núcleos de agitación en los lugares de trabajo; asimismo, es lógico que
algunos prefieran responder a la necesidad de medios de información autónomos, en tanto que otros se
ocupan de restaurar la memoria histórica del proletariado… y así sucesivamente. Sería absurdo esperar
que cada cual se haga cargo de todas las necesidades prácticas del movimiento, y tampoco tiene sentido
exigir que todos los que emprenden actividades distintas converjan en una misma colectividad
perfectamente integrada: basta con que no se hagan la vida imposible entre sí, asumiendo con calma que
un cierto grado de dispersión es el efecto inevitable del modo en que se vive en esta sociedad. En estas
condiciones, es normal que los que intentan desarrollar una “práctica total” terminen absorbidos en una
sobreabundancia de tareas y relaciones donde lo que se gana en extensión casi siempre se pierde en
profundidad. La insatisfacción que esto genera suele traducirse en un discurso recriminatorio que
responsabiliza a las propias minorías radicales por la dispersión y debilidad del movimiento proletario.
Cada grupo o individuo encuentra así razones para menospreciar a los demás por dedicarse “solamente”
a cuestiones laborales, o a la contrainformación, o al apoyo a los presos, o a la teoría, etc. En el fondo,
desde este punto de vista todos son culpables de no ser lo suficientemente revolucionarios como para
revertir la situación general. Tal actitud equivale a hacer recaer el peso de la contaminación industrial
sobre los hombros de los consumidores de a pie. En ambos casos lo que se manifiesta es un rasgo del
democratismo radical, que confía en la fuerza moral de las buenas intenciones para la resolución de los
problemas que no pueden de ninguna manera ser resueltos bajo las condiciones capitalistas.

La dedicación preferencial a ciertas tareas sólo dejará de ser un problema en un contexto revolucionario,
en que las relaciones humanas tendrán una dinámica nueva correspondiente a unos nuevos problemas
sociales; y en que la polivalencia resultante no será un rasgo distintivo de los “revolucionarios”, sino de
amplios sectores de la población. Mientras eso no ocurra, y quizás aun después que eso haya ocurrido, es
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inevitable y hasta deseable que algunos se dediquen con más ahínco a uno u otro tipo de actividad. Si la
preferencia por una actividad sobre otras aparece hoy como una limitación no es por el contenido mismo
de esa actividad, sino porque no se ha desarrollado suficientemente la capacidad colectiva para
armonizar las diversas actividades en una comunidad coherente 1. Esto sólo es un reflejo del modo como
el conjunto de la población se relaciona con los instrumentos de producción y con los frutos de su
actividad. El comunismo por otra parte no impone la exigencia abstracta de que cada cual se ocupe
indistintamente de todo; en vez de eso, permite la armoniosa coordinación social de las aptitudes
individuales. La producción comunista del “hombre total” no es la producción del individuo aislado en
posesión de capacidades infinitas, sino de la comunidad total: en ella el hombre no tiene necesidad de
hacer todo lo que los otros hacen, sino que tiene la posibilidad de hacerlo porque ya no encuentra
impedimentos arbitrarios que le separen de sus propias inclinaciones. Esto no tiene nada que ver con el
delirio del “hombre nuevo” que justificó el protagonismo espectacular de algunos jefes revolucionarios,
y que hoy sigue alentando el deseo de figuración y el moralismo de quienes quisieran ver sus propias
urgencias personales regir las vidas de todo el mundo.

Volviendo a Santini, creo que tanto su sobreestimación de la teoría como de las posibilidades actuales
del reagrupamiento revolucionario se relacionan con el hecho de que él ha criticado insuficientemente el
punto de vista desarrollado por Cesarano e Invariance en los setenta: una visión en que la crisis del
capitalismo presenta unos rasgos tan apocalípticos y desfavorables para el comunismo, que las
posibilidades revolucionarias ya no parecen estar contenidas en la propia contradicción social del
capitalismo, sino en otra parte. Así, la teoría aparece como un medio capaz de expresar posibilidades
situadas más allá de la contradicción social inmediata (lo cual equivale a un nuevo esoterismo, en
realidad); mientras que el reagrupamiento parece dar acceso a tales posibilidades, sin importar que los
revolucionarios mismos estén inmersos en la contradicción social y en la historia, de cuyos límites en
cualquier caso difícilmente podrían escapar.

En Europa la erupción del 68 fue seguida por un hondo declive que tardó en manifestarse un poco más
en Italia que en Francia, pero que causó estragos en todo el movimiento proletario. Camatte y Cesarano,
que habían captado la profundidad y la potencia regeneradora del movimiento, vieron cómo éste se
desmoronaba dejando tras de sí un rastro de desesperación y amargura. Esto les llevó a esforzarse por
demostrar teóricamente que la revolución había perdido una batalla, pero no estaba perdida. Sin
embargo, ¿sobre qué base se podía afirmar tal cosa en medio de los signos de una derrota generalizada?
Parecía obvio que las contradicciones sociales inherentes al capitalismo no bastaban para asegurar el
triunfo de la revolución, pero entonces ¿qué fuerza determinaría que el comunismo acabara
imponiéndose tarde o temprano? El hecho de formular el problema de la revolución en esos términos era
ya la prueba de que se había perdido contacto con su movimiento fluctuante; la respuesta a ese problema
manifestaría en el mejor de los casos el deseo de que la revolución fuera todavía posible, pero no una
comprensión de por qué seguía siendo posible. Y la respuesta, desde luego, estaba en la propia especie
humana, pero ya no en su devenir social e histórico, sino al nivel de su existencia como especie
biológica. La revolución ya no era vista como resultado de la contradicción social en proceso, sino como
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una necesidad de orden natural: se impondría en última instancia por la necesidad del Homo sapiens de
sobrevivir.

No hay que olvidar, en primer lugar, que estas afirmaciones, más allá de su discutible validez teórica,
expresaban la firme voluntad de darle apoyo al proletariado revolucionario en el momento en que
empezaban ya a distinguirse los contornos de una brutal contraofensiva burguesa. No podía ser de otra
forma, ya que la teoría comunista como cualquier otra teoría es fruto de una sociedad dominada por el
antagonismo de clases y opera como un elemento activo en ese enfrentamiento. En segundo lugar, antes
de saber si Camatte y Cesarano se equivocaron o no al afirmar el fundamento biológico del comunismo,
interesa entender por qué buscaron sus razones en la biología y no en los límites internos del modo de
producción capitalista, como habían hecho antes Marx y Bordiga por ejemplo. Por ahora sólo dejaré
enunciadas estas cuestiones, ya que éste no es el lugar para desarrollarlas. Lo que quiero subrayar es que
en «Apocalipsis y sobrevivencia» el propio Santini, aun cuando su balance de todo un período de luchas
no lleva lo bastante lejos la crítica de sus resultados teóricos, ha dejado planteado un conjunto de
problemas que tienen una tremenda relevancia para nosotros hoy.

¿Es o no el proletariado expresión de una fuerza biológica lo bastante poderosa para impedir que el
capitalismo acabe con la humanidad? ¿Es suficiente el instinto de sobrevivencia para revolucionar el
modo de producción actual? ¿Es el comunismo un mero mecanismo de supervivencia de la especie, o es
algo más que eso? ¿Qué significa exactamente que a través de la revolución comunista la humanidad se
“reconcilie con la naturaleza”?

Por supuesto que no intentaré responder aquí estas interrogantes, lo cual escapa a mis posibilidades. Pero
de todas formas quiero dejar esbozadas algunas reflexiones que creo pueden servir como aproximación
al tema.

Para empezar, la idea de que la contradicción social misma ya no es suficiente para asegurar el devenir
revolucionario y de que este devenir debe fundamentarse sobre otras bases, constituye una regresión
teórica respecto a la crítica de la economía política marxiana. El mérito de Marx consiste en haber
enunciado la revolución comunista como una posibilidad engendrada por el propio desarrollo de las
sociedades de clases, y no como resultado de la evolución biológica o de cualquier otro proceso
suprahistórico. Ciertamente la crítica de la economía política parte de una reflexión acerca del status del
hombre como ser genérico en relación con el mundo físico y con la biósfera; pero una premisa no es lo
mismo que la garantía de un resultado. Una cosa es decir que el proceso de hominización hace necesaria
la transformación comunista de la sociedad, y otra distinta es afirmar que el comunismo está asegurado
por la evolución de la especie. Esta segunda idea, que ha llevado a identificar el devenir revolucionario
con la afirmación inmediata de una “fuerza vital” primigenia en la experiencia personal y colectiva,
expresó sin duda en la época de Invariance la firme voluntad de resistir los embates
contrarrevolucionarios, y ha funcionado desde entonces como un poderoso sostén para los
revolucionarios cortados de la tradición. Pero también ha servido para revestir con un aura
aparentemente revolucionaria conductas y representaciones que esta sociedad engendra
espontáneamente por doquier y que no tienen nada de revolucionario. La concepción vitalista del
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comunismo nació para expresar la tenacidad de una clase obrera sitiada por la reacción, pero ya no es
relevante: ya no se trata tanto de resistir, sino de relanzar el comunismo partiendo de sus premisas
sociales e históricas.

Cuando Cesarano afirmaba que “la irreductibilidad del fundamento biológico de la revolución garantiza
la invencibilidad de la especie”, se estaba agarrando de un clavo ardiente. ¿Qué es ese “fundamento
biológico”? ¿El proceso de hominización? No sabemos mucho del mismo, excepto que en tanto
movimiento evolutivo no se desenvuelve de acuerdo a una finalidad predeterminada, sino que resulta de
una complejísima red de interacciones y balances en la que intervienen factores físicos y biológicos
tanto como culturales y sociales. ¿La fuerza vital primigenia, entonces? Hay que recordar que la
civilización occidental ha forjado nociones como “fuerza” y “vida” (así como tantas otras) para designar
lo desconocido, aquello que no se puede definir porque no se sabe qué es. Ni de la filosofía ni de la
ciencia occidental ha surgido jamás una definición precisa de estas nociones, que son empleadas para
designar no unos fenómenos bien comprendidos en su propia existencia, sino unas ideas que los
hombres se han hecho acerca del cosmos y del sitio que ocupan en él. Tales ideas se han transformado
reflejando los prejuicios y necesidades ideológicas de los sucesivos sistemas de dominación clasista, e
incluso han presentado variaciones importantes dentro de una misma época. No es lo mismo apelar al
“fundamento natural” del hombre en 1510 que en el 2010, ni es igual invocarlo pensando en Goethe que
pensando en Darwin. Hasta ahora lo “natural” y lo “biológico” están lejos de reflejar el ideal del
conocimiento científico objetivo: en gran parte, no han pasado de ser construcciones ideológicas.
Confiar la transformación social a tales “realidades” significa hacerla depender de los prejuicios
dominantes en la actualidad. En el fondo no es muy distinto hacer depender el comunismo del desarrollo
económico, que hacerlo depender de la “fuerza vital de la especie”. En los dos casos el comunismo es
presentado no como un producto intencional de la actividad humana, sino como el efecto de una
potencia exterior o anterior a ella.

Tampoco cabe entender el “fundamento biológico” de la revolución en el sentido del prana de los
Upanishads: esta noción, que designa la energía cósmica primaria, comprende la sucesión de
transmutaciones y metamorfosis en todos los órdenes de la existencia así como el funcionamiento de
todo lo vivo en un plano físico inmediato; pero no ofrece ninguna solución al problema de determinar el
contenido concreto de esas metamorfosis, ni puede en absoluto sustentar una teleología. Afirmar la
verdad del comunismo basándose en un fundamento anterior al devenir social del hombre, o sea
prescindiendo de sus determinaciones históricas, es meterse en un callejón sin salida.

Aun admitiendo la concepción vitalista del comunismo - reconociendo por ejemplo en el devenir
revolucionario la acción autopoiética de la energía elemental o prana – tenemos que enfrentar el hecho
de que tal fuerza vital no sólo es insuficiente para fundamentar el comunismo, sino que ni siquiera
asegura la sobrevivencia de la especie. Cada día unas diez especies animales y vegetales son aniquiladas
por la acción humana, lo cual significa que su fuerza vital – o como sea que la llamemos – no ha podido
nada frente a los estragos de la industrialización. ¿No están los hombres, confiados a su mera “fuerza
vital”, igualmente indefensos frente al gigantesco arsenal nuclear que cuelga sobre sus cabezas, o frente
a las catastróficas consecuencias que podría tener la masiva manipulación genética de los alimentos? No
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hay ningún fundamento biológico “irreductible” que garantice la sobrevivencia de nuestra especie ni de
ninguna otra. La revolución comunista es un asunto fundamentalmente humano: atañe desde luego a lo
que llamamos “naturaleza”, pero sobre todo tiene que ver con lo que distingue al Homo sapiens de las
demás especies. Sólo la humanidad ha desarrollado su sociabilidad al punto de edificar y dejar morir
civilizaciones, y al punto de concebir la necesidad de abolir y superar la sociedad que ella misma ha
creado. Sólo los seres humanos pueden imaginar un más allá de sus condiciones inmediatas y producirse
a sí mismos en función de lo que quieren ser. Ese rasgo distintivamente humano es lo que dio lugar al
capitalismo y es lo que puede dar lugar al comunismo. Tal posibilidad es un producto del desarrollo
histórico de la sociedad moderna, y de ella depende no sólo la continuidad del proceso de hominización,
sino la sobrevivencia de lo que llamamos “naturaleza”.

En la teoría radical de los setenta la mistificación de lo “biológico” y el auge del inmediatismo


reflejaron, en el terreno de la subversión social, un cambio más general en la sociedad: el fin de la
expansión capitalista iniciada tras la segunda guerra mundial, que a su vez dio lugar a una dominación
de clase basada como nunca antes en el control de unas poblaciones concebidas ya no únicamente como
realidades sociales, sino ante todo como fuerzas biológicas. La teoría de la revolución tomó parte en
ello, pues aunque asumiera el punto de vista contrario al del control estatal - o sea el punto de vista de la
insumisión proletaria -, sus deducciones partían de la misma premisa ideológica: la dimensión
sociohistórica del hombre se había vuelto secundaria respecto a su dimensión biológica, vista ahora
como el aspecto “fundamental”. Se empezó así a buscar las respuestas a las grandes interrogantes no en
la historia - árida y complicada - de los modos de producción social, sino en zonas más brumosas, poco
y mal conocidas, y por lo mismo mucho más seductoras: en la prehistoria del hombre, en las filosofías
vitalistas y en la opaca superficie del presente inmediato, donde se autovalidaban las modas del
momento: el situacionismo, el neodarwinismo y la New Age. Ese abandono del estudio de la historia y
de la contradicción capitalista en proceso – excepción hecha por unas pocas formaciones militantes que
siguieron ligadas a la tradición - , quizás tenga que ver con el auge posterior del primitivismo, y con el
hecho de que el inmediatismo ahistórico se haya impuesto no como una reacción al aplazamiento
impuesto por la ideología, ni como una forma entre otras de experimentar la vida, sino como la única
forma aceptable de vivir. Confío en que el artículo que viene a continuación, hechas ya las
observaciones críticas, ayudará a distinguir esas tristes secuelas ideológicas dejadas por la derrota del
proletariado, de las aportaciones realmente positivas que nos legó ese bello e inspirador levantamiento
revolucionario.

Carlos Lagos P.

Abril 2010.
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1. Prólogo

La publicación de la «Opere complete» 2 de Giorgio Cesarano, que comenzó en el verano del 93 con la
primera edición integral de «Critica dell’utopia capitale» 3, es fruto de la actividad de un grupo de
individuos inspirados directamente en la crítica radical de la que Cesarano fue uno de los animadores.

En 1983 un grupo de compañeros provenientes de la "corriente radical" fundó la Accademia dei Testardi
4, que publicó, entre otras cosas, tres números de la revista Maelström. Este núcleo, que todavía existe,
hizo un balance de su propia experiencia revolucionaria (llevada a término sólo parcialmente)
elaborando así un primer esbozo de nuestra actividad, con la republicación de la obra de Giorgio
Cesarano a la que se añadió la discusión suscitada por las intervenciones reunidas en este compendio 5.

En este escrito queremos ubicar la actividad de Cesarano en su contexto histórico, contribuyendo a una
delimitación crítica del ambiente colectivo del que formó parte. Esto a fin de situarnos mejor en el
presente clarificando nuestra relación con la experiencia revolucionaria del pasado inmediato. Esta es un
arma teórica necesaria para afrontar la situación en que nos hallamos hoy, que requiere la capacidad de
resistir y perdurar en condiciones totalmente hostiles, parecidas en algunos aspectos a las que tuvieron
que afrontar los revolucionarios a principios de los setenta.

La reedición de textos de ese período tiene un peso bien determinado en la discusión que hoy estamos
conduciendo en el Centro d’iniziativa Luca Rossi 6, y en la relación que queremos establecer con la
presencia revolucionaria (aunque muy limitada) que nos rodea. En primer lugar, como ya dijimos, nos
inspiramos directamente en la expresión teórica central del último período de conflicto social agudo en
nuestro país (el decenio del llamado “mayo rampante”, del 68 al 78). En segundo lugar, no tenemos
intención de reclamar una continuidad histórica que no existe: la "corriente radical" llegó a la cima de su
participación directa en el movimiento revolucionario entre 1968 y 1970. Después de eso el reflujo del
movimiento social le afectó tanto que no supo aprovechar la ocasión ofrecida por la imprevista
explosión del 77 y tampoco fue capaz de recuperarse de ese fracaso. Por lo tanto vamos a estudiar,
integrar y profundizar los contenidos que se han desarrollado en esa breve historia, así sea para darle una
demarcación histórica definitiva a su aporte. Aunque para nosotros, ahora, el balance de esta historia
crucial es fundamentalmente positivo, es preciso saldar las cuentas con el pasado. El horizonte histórico
que tenemos por delante ha cambiado tanto respecto a los años sesenta y setenta, que la experiencia
revolucionaria de esa época es ya “histórica”.

2. La "corriente radical" y el suicidio de Giorgio Cesarano

Al lector de «Critica dell’utopia capitale» no puede dejar de impresionarle el suicidio de Giorgio


Cesarano, a los cuarenta y siete años, precisamente cuando luchaba para producir su obra más
importante. Al momento del suicidio su trabajo teórico estaba en pleno apogeo. Su muerte interrumpió
una investigación que estaba abierta, en un momento en que se desarrollaban duras controversias y
cuando aún eran posibles colaboraciones fructíferas y nuevos encuentros. El 77 estaba a la vuelta de la
esquina y Cesarano ya entreveía la posibilidad de un compromiso "práctico" personal que le abriese las
puertas a la acción, que a él le resultaba más apremiante que la comunicación teórica. Ya en esa época
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participaba en Puzz (revista publicada por el núcleo informal Situazione Creativa de Quarto Oggiaro) y
quería continuar y profundizar esa colaboración.

En la primavera del 75 los jóvenes de Quarto Oggiaro ya estaban comprometidos en la lucha callejera
(junto a una naciente Autonomia Operaia 7): aunque sólo fuese por unos pocos días, en Milán
reaparecieron las barricadas. Durante todo el 75 y el 76 se manifestaron, en diversas ocasiones,
agrupamientos espontáneos de "radicales" que ya constituían un punto de referencia para varias
publicaciones aparecidas en ese período en varias ciudades de Italia. A los veteranos del largo ciclo de
lucha de los sesenta se sumó finalmente un buen número de jóvenes. La "corriente radical" empezaba a
hacerse sentir, atrayendo también a muchos descontentos de la Autonomía Operaia, de la universidad, de
las asambleas y de la calle; y en vísperas del 77 empezaba a ser nuevamente una presencia crítica central
que contaba con una difusa red de contactos.

En ese ambiente, en general muy favorable, se hizo sentir la falta de Cesarano: al incremento numérico
no correspondía un incremento teórico-crítico. «Critica dell’utopia capitale», de haber sido posible
concluirla y difundirla a tiempo, habría actuado como un valioso antídoto contra muchos de los venenos
ideológicos, sobre todo los de proveniencia transalpina (la "ideología francesa"), que infectaron desde el
primer momento a la llamada “ala creativa” del movimiento del 77. También

la coherencia y lucidez de Cesarano habrían contribuido de forma determinante a resolver los equívocos
en los que terminó por empantanarse la "crítica radical".

Más allá de su historia personal, ese acto desesperado se basa en las limitaciones de una corriente que
poco tiempo después iba a poner de manifiesto su propia crisis.

Uno de los contenidos característicos desarrollados por el autor del «Manuale di sopravvivenza» es la
necesidad de pasar la "prueba" que, en períodos de escasa tensión social, se impone a todo
revolucionario: resistir, mientras dure el “entreacto” de la revolución, el asalto homicida de los
fantasmas de la culpa, la soledad que lleva a la confusión, las alucinaciones y extravíos que llevan a la
locura, el retorno a los roles habituales, económicos y familiares, que se creían ya superados. Giorgio
Cesarano, profundamente conmocionado por el suicidio de su querido amigo y compañero Eddie
Ginosa, puso de relieve los peligros que corre el revolucionario cuando no puede reconocerse en un
proceso de lucha social y se pierde en la realidad alucinatoria y omnipresente del proceso de
valorización capitalista, respecto del cual se percibe como un irreductible otro. En ese momento puede
sentir la realidad como algo ajeno y experimentar su propia rabia, su propia revuelta, como algo
completo, exclusivo y único, es decir, de una manera patológica. Es por ello que el aislamiento puede
constituir un riesgo mortal, frente al cual el revolucionario debe tener la lucidez y la distancia necesaria
para encontrar sus propias razones, y para entender que sus razones son las de todos:

“[…] la función biológica de la revuelta nacida de cada experimentación individual es que cada cual
reconozca su práctica como genérica y ajena a la teoría dada. Los hombres no carecen ni de la fuerza ni
de la lucidez de la crítica práctica. No existe “persona” que no conozca por sí misma los contornos de la
pesadilla que, pese a todo, llamamos vida. Lo aparente, en tanto que apariencia, no puede retener ni el
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menor rastro de una mirada que sepa traspasar el falso muro de la individualidad sufriente, que sepa
aferrar, entre este yo y el yo que designa al tú, los terribles signos de la destrucción de la vida, las grietas
a través de las cuales se puede finalmente reconocer lo que es siempre patente, visible: la identidad de la
mutilación paradojalmente aceptada por todos en nombre de la identidad de cada cual como diferente y
específico. La verdad trivial de estar todos absolutamente despojados de identidad real – identidad con la
necesidad de ser, con el deseo de amar – a cambio de una identidad absolutamente carcelaria, nouménica
en la forma y numérica en la sustancia. La necesidad de ser es la necesidad elemental, banal; el
sufrimiento de no ser es asimismo elemental y banal. El problema es “los demás”, el “reino” laberíntico
que no es vida de nada ni de nadie, y que afirma ser la vida del todo, y el todo de todos…” 8

…con tal de extraer de ellos infelicidad y desesperación, arrebatándoles la fuerza inconmensurable de


una iniciación revolucionaria a la pasión y a la vida.

Al haberse ocupado de la totalidad y centrado su interés en la crítica de la vida cotidiana y en la


experimentación que condujera al éxtasis, la corriente radical tuvo que pagar un precio muy alto a la
contrarrevolución, sufriendo inexorablemente la autodestrucción de los individuos más apasionados, los
que más genuinamente disfrutaban de la vida y los que más incapaces eran de adaptarse a la penumbra
sin esperanza de la cotidianidad del capital. A diferencia de otras tendencias contemporáneas - que ahora
son nuestros "enemigos" - la tendencia comunista radical no fue masacrada por la represión, ni se
cuentan en sus filas elementos infames y disociados: en conjunto, no ha renegado de sí misma. Aparte de
los muy pocos que han "traicionado" al cooperar formalmente con las ideologías y organizaciones
políticas del capital, la mayoría de nosotros hemos abandonado la perspectiva revolucionaria a la inercia
y al conformismo, o al resentimiento acumulado (hacia el proletariado que no quiere devenir
revolucionario, o hacia los compañeros más brillantes y admirados en los que reposaba nuestra
confianza y que demasiado a menudo no supieron ser fieles a su crítica sin concesiones, a veces
despiadada, de lo existente, ni tuvieron la eficacia suficiente para armar su ira). Pero aquellos que
consideraban la pasión revolucionaria como una fuerza "biológica", una energía profundamente
arraigada en su ser, han seguido tejiendo la tela de Penélope de la teoría y experimentando soluciones
que les permitan sobrevivir y escapar de cualquier forma a la invasión de un presente opaco y engañoso.
Algunos se arrojaron a aventuras "románticas" en países exóticos, aunque sin ampararse en la ideología
de la "aventura” turística. Otros han aliviado su nostalgia recurriendo a la delincuencia. Muchos han
muerto, algunos están en la cárcel. La mayoría en todo caso han "terminado mal", como tenía que
ocurrirle a unos individuos desprovistos de riquezas o de un savoir vivre acumulado, y que, en cualquier
caso, nunca tuvieron el menor interés en ser exitosos en este mundo.

Para la corriente radical el peso de la represión directa fue relativamente secundario, en comparación
con la verdadera masacre causada por la autodestrucción o por formas discretas de liquidación social
(rutinas policiales y terapéuticas; ajustes de cuentas dentro de la familia; marginación forzosa
equivalente a un exilio en el inframundo, a un asesinato de la pasión). Esta experiencia nos entrega una
lección que es de vital importancia, sobre todo en una época despiadadamente cínica y nihilista como
ésta, cuando se exalta de forma brutal y directa los valores del capital, y cuando los revolucionarios
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están bajo un martilleo ideológico obsesivo que les lleva a considerar con amargura y pesimismo su
propia inactualidad.

3. Bordiguistas y anarquistas

En Italia no ha existido un elemento histórico que reconstituyese la corriente clásica de ultraizquierda 9.


Esto es así porque fue el propio Partido Comunista de Italia el que se erigió como posición
“izquierdista” 10, entrando en conflicto con Lenin y más tarde con la Internacional Comunista dirigida
por Zinoviev. Aunque las diferencias con los omnipotentes bolcheviques condujeron pronto a la
expulsión de Bordiga, Repossi, Fortichiari, Damen, etc. – que representaban al 90% de los inscritos – de
todas las instancias del Partido, los izquierdistas que siguieron en la organización se negaron a romper
con la Internacional, como habían hecho los consejistas alemanes y holandeses, y en lugar de ello se
adaptaron al papel de oposición disciplinada y fraccional al interior del partido mundial, logrando
posponer su expulsión hasta la época estaliniana.

La izquierda italiana de Bordiga, al considerar ilusoria y contraproducente la creación de un nuevo


partido fuera de la Internacional Comunista, compartía la posición central de la ultraizquierda, es decir el
rechazo a dejarse absorber por la socialdemocracia centrista para infundir vida al partido de masas
impuesto por Lenin y Zinoviev, y más tarde por Stalin. Sin embargo la izquierda italiana difería
significativamente de la corriente consejista internacional no sólo en el aspecto organizativo, sino
también porque mantuvo una fidelidad sustancial al núcleo de la obra de Marx, criticando siempre con
dureza la utopía autogestionaria (que tenía cierta importancia en otras tendencias "extremistas") y
poniendo siempre en el centro de su crítica la ley del valor, el proceso de explotación capitalista, cuya
abolición constituye el contenido mismo de la revolución comunista.

En la segunda post-guerra la izquierda italiana fundó el Partito Comunista Internazionalista y produjo un


importantísimo cuerpo de teoría crítica (que entre otras cosas develó la naturaleza social capitalista de la
URSS). Rígidamente fiel a los esquemas revolucionarios del pasado, esta corriente ignoró por completo
el movimiento del 68, y en su existencia continuada hasta hoy no ha coincidido nunca con la “corriente
radical” (a la que sin embargo influenció profundamente a través de la revista francesa “Invariance”).

Otro motivo por el que en la Italia de post-guerra no pudo manifestarse la tendencia de ultraizquierda y
consejista, era la existencia de un formidable movimiento anarquista y anarco-sindicalista (FAI-USI),
tremendamente activo y radical hasta la llegada del fascismo. Tras la segunda guerra mundial el
anarquismo emergió con mayor consistencia numérica, aunque teóricamente mucho más débil que la
aguerrida corriente bordiguista.

El movimiento anarquista que conoció la tormenta del 68 estaba increíblemente esclerotizado y defendió
posiciones claramente "pro-democráticas". Su actividad tenía un carácter puramente demostrativo,
permanecía encerrado en la lógica interna de su propio movimiento, muy condicionado por la
experiencia española de los años treinta y por el “trauma" del fascismo y el bolchevismo
(manifestaciones contra la represión de los compañeros españoles, conmemoraciones rituales, anti-
bolchevismo y anti-marxismo exasperado, la pesadilla del comunismo autoritario lenino-estalinista;
Apocalipsis y sobrevivencia 13
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adhesión no oficial al “frente antifascista” junto a la DC y el PCI). Asimismo, su teoría era confusa y
superficial, y se hallaba estancada en el debate sobre la “organización anti-autoritaria" de antes de la
guerra. Pero el movimiento anarquista, a diferencia de los bordiguistas, no sólo no pudo ignorar el 68,
sino que fue sacudido por él: tuvo que ajustarse primero al vigoroso levantamiento de su componente
juvenil 11, y luego a la revuelta de sus grupos organizados, los que tarde o temprano iban a separarse
para confluir en la incipiente aventura comunista radical, identificándose con ella o adhiriendo a una
postura consejista-obrerista.

4. Precedentes internacionales

En sentido estricto la experiencia radical italiana no tuvo precedentes en la propia Italia. Por lo mismo
hay que considerar dicha experiencia como resultado del ciclo de luchas del 67-70 (ciclo anunciado por
una ostensible reanimación de la lucha de clases, si bien mantenida a raya por el PCI y por la CGIL, a
partir de 1960).

Los antecedentes de la lucha y de la corriente radical italiana son en su totalidad internacionales.

En primer lugar Francia, que estallaba en mayo-junio del 68 al mismo tiempo que Italia, pero que había
conocido precursores de gran importancia desde el punto de vista teórico-organizativo: Socialismo o
Barbarie y, sobre todo, la Internacional Situacionista. En un primer momento los situacionistas se
hicieron conocidos como protagonistas de algunos célebres episodios de contestación de la universidad
12 que encontraron un cierto eco en Italia, donde la teoría radical se difundió inicialmente al interior de
las ocupaciones de liceos y universidades a fines del 67.

El movimiento social norteamericano del 64-67 también gravitó decisivamente en la situación italiana.
Sobre todo el movimiento negro en sus dos vertientes. Por un lado la violenta, expresada por el Black
Power con Malcolm X, el SNIC de Stokeley Carmichael y Rap Brown, pero sobre todo por la revuelta
“muda” de los ghettos en Watts 13, que culminó en una verdadera insurrección en la ciudad obrera de
Detroit, arrastrando a las fuerzas militares de Estados Unidos a una semana de combates casa por casa.
Por otro lado, la vertiente pacifista e integracionista, representada por Martin Luther King.

Los testimonios y noticias del levantamiento en Detroit daban la excitante impresión de que allí estaba
en marcha una revolución: uno de los principales centros industriales y obreros de la época – Detroit aún
no se había precipitado en el abismo de la desesperación y la criminalidad creado por las
reestructuraciones y la desindustrialización de los años ochenta, sino que era todavía uno de los centros
vitales del capital mundial, como Turín y Milán – había caído en manos de los desesperados del ghetto
levantados en armas, quienes habían infligido una derrota aplastante a las fuerzas represivas locales y
ahora enfrentaban a un enorme despliegue de fuerzas militares. Pero aunque los obreros ocuparon las
fábricas, en definitiva fueron incapaces de salir de ellas para unirse en masa a la insurrección, quedando
atascados en un callejón sin salida y revelando así los defectos de la autogestión conducida por los
consejos obreros, defectos que más tarde se manifestarían también en el mayo francés. El alcance de esta
rebelión quedó demostrado, en negativo, por la violencia desesperada que siguió a la represión de ese
gran estallido de animación entusiasta.
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Ese caluroso verano del 67 encendió la mecha del movimiento estudiantil en Europa. También causaron
un gran impacto emocional las manifestaciones del movimiento por los derechos civiles, que Martin
Luther King – quien pagaría con su vida – empezaba a orientar hacia cuestiones sociales (apoyo a las
huelgas y reivindicaciones de los trabajadores negros, que en su totalidad realizan los trabajos más duros
y peor pagados).

Por último, el movimiento de los hippies y de los estudiantes blancos contra la guerra de Vietnam – en
cuyo interior se manifestaban elementos radicales – llevó la crítica de la vida cotidiana hacia una
práctica sin mediaciones. Los hippies y los estudiantes experimentaron formas de vida comunitaria,
liberación sexual, rechazo al trabajo, crítica de la familia y de los roles sociales, uso ilegal de drogas que
“expandían la conciencia”, nomadismo, reutilización de tradiciones religiosas para alcanzar el éxtasis.
Pero la fuerza original del movimiento juvenil norteamericano no debe confundirse con la posterior
importación, por parte de los obreros más o menos especializados, de los valores del underground que
bajo la apariencia de una ideología “novedosa” tuvo un propósito esencialmente desmovilizador y
desestructurador, dirigido contra un movimiento que ya tenía un nivel considerable de conciencia y de
radicalidad 14.

Antes del 67 el “underground” italiano estaba formado por unas pocas manifestaciones contraculturales
y comunitarias (Onda Verde, Barbonia City, casas ocupadas en el campo, difusión de “comunas” en las
ciudades), que tuvo el mérito de introducir por primera vez la crítica de la vida cotidiana (sobre todo en
relación con la liberación sexual, el rechazo del servicio militar, las drogas blandas). Esta crítica sería
retomada más tarde en otros términos por los revolucionarios, que la incorporaron junto al aporte de la
Internacional Situacionista. Tal fue el origen de la revolución de las costumbres que, en la provinciana e
intolerante Italia de los sesenta, acabaría cambiando irreversiblemente la vida de toda una generación,
dejando su marca en toda la sociedad.

5. La corriente radical italiana nació del movimiento estudiantil del 68

La corriente radical italiana fue un producto del movimiento del 67-68. En particular, los primeros
núcleos del comunismo radical surgieron de la turbulencia desatada por las ocupaciones escolares y
universitarias. Algunos de esos núcleos estaban ya influidos por la Internacional Situacionista (que en
esa ocasión formó una efímera “sección italiana”); mientras que otros provenían directamente del
anarquismo, que recibió del Mayo 68 un impulso revitalizador. En cualquier caso el movimiento
anarquista fue incapaz de retener en su seno a los elementos más sagaces y decididos, quienes, en el
fragor de la lucha, consideraron inaceptable su ferviente anti-marxismo.

En Génova, por ejemplo, el movimiento encontró un punto de referencia en el Club Rosa Luxemburgo,
grupo proveniente del PCI muchos de cuyos miembros habían pasado, al igual que Cesarano, por el
grupo Classe Operaia, que se destacó por su marcado anti-leninismo. Asimismo, el movimiento
permaneció muy abierto a las nuevas ideas anti-burocráticas. Con todo, su rasgo más característico fue
su espontaneidad, encarnada en Génova por la Liga Obrero-Estudiantil.
Apocalipsis y sobrevivencia 15
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El 68 fue considerado por todos – excepto, claro está, por quienes renegaban de él por fidelidad a un
esquema ideológico, tal como hicieron los tres pequeños partidos bordiguistas 15 – como la
manifestación de una gran oleada revolucionaria que arrastraba tras de sí a individuos, grupos y masas,
instándoles a entrar en acción y a abandonar todo tipo de afiliación política e ideológica anterior.

Independientemente de su origen y formación, los elementos más radicales del 68 fueron aquellos que
estuvieron más dispuestos a cuestionarse primero a sí mismos y luego a la organización total de la vida.
Esto porque, por sobre todo, querían experimentar y disfrutar, escapando de un futuro sin esperanza y
sin aventura, decidido de antemano por los adultos y por un mecanismo social al que no querían
adaptarse.

El 68 brindó la oportunidad de dirigir los primeros ataques contra la institución escolar-universitaria,


mostrando su funcionamiento antidemocrático (su “autoritarismo”) y su injusticia (la “selección de
clase”), es decir, su naturaleza clasista.

De este ataque iba a surgir con fuerza la exigencia teórica, nacida de la necesidad de crear instrumentos
para expresarse y escribir, para seguir luchando con mayor claridad y coherencia.

La obra de Marx terminó por convertirse en la herramienta teórica más apropiada para criticar en
profundidad la la sociedad capitalista. Por otro lado, las organizaciones marxistas demostraron no ser
más que máquinas burocráticas, dedicadas a la mediación, a las negociaciones, al compromiso, por lo
cual fueron descartadas a favor de unos modos de organización asamblearios, o mejor dicho,
inconscientemente consejistas, aunque apuntasen hacia una aplicación práctica del anarquismo.

De modo que en 1968 muchos anarquistas pudieron seguir considerándose como tales sin participar de
ningún modo en la vida del movimiento oficial anquilosado, haciendo nacer grupos improvisados en las
ligas estudiantiles, en los comités libertarios, etc.

Se realizaba así en la práctica el fin de la oposición entre Marx y Bakunin, teorizado por los
situacionistas.

Naturalmente, durante el 68 los acontecimientos en Francia le dieron un nuevo impulso al movimiento


en Italia y favorecieron la penetración de las ideas más nuevas y radicales.

Incluso el Movimiento 22 de Marzo de Cohn-Bendit, espectacularizado en los medios de comunicación


como expresión suprema de "extremismo" (hay que recordar sin embargo que en esa época el espacio
ocupado por la información-espectáculo era mínimo en comparación con su omnipresencia en la actual
sociedad tele-dependiente), tenía un componente libertario. Por lo demás, el mero hecho de que en las
noticias que mostraban las marchas por París apareciesen banderas negras, venía a desmentir el
espectáculo político ocupado a todo lo ancho por el telón estalinista (que ya había sido modernizado “a
la fuerza" por la URSS), su filiación tercermundista y el consiguiente enjambre de sectas marxista-
leninistas, ya operante en esos años.
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El grupo libertario que editaba la revista Noir et Rouge también tuvo contactos directos con los jóvenes
contestatarios del movimiento anarquista italiano, y el mismo Cohn-Bendit asistió al congreso anarquista
en Carrara 16.

Empezaba también a hacerse conocida la Internacional Situacionista, de cuya compleja obra en curso lo
que ejerció más influencia fue su "crítica de la vida cotidiana". Esta dimensión de la lucha claramente
superaba los límites de la política y reafirmaba la sensación que más que ninguna otra cosa caracterizó al
68: la sensación de que había que criticarlo todo.

6. Obreros y estudiantes

Giorgio Cesarano nos dejó una novela sobre el 68: «I giorni del dissenso», en la que describe de un
modo delicado y sensible la atmósfera de la “primavera de los estudiantes”. Aunque cuando escribió este
libro - que narra desde un punto de vista autobiográfico algunos episodios del 68 en Milán - él no era
todavía un revolucionario, sus páginas reflejan el encuentro que poco a poco le iba a conducir hasta el
corazón del movimiento, al que entonces observaba aún con la distancia y simpatía del intelectual de
izquierda que se siente terriblemente más adulto que los estudiantes con los que participa en las marchas
de protesta.

Las páginas de ese libro transmiten también de forma inequívoca la impresión de amplitud y grandeza
de aquel movimiento, que se estaba sacudiendo el mundo de encima. En ese momento los trabajadores
se encontraron de pronto con la inspiración del movimiento estudiantil y juvenil, logrando los
revolucionarios ubicarse en el punto de intersección de ambos movimientos – aunque, en general,
permanecieron separados, una vez más, de la masa de los obreros, que aceptaron provisoriamente el
“apoyo externo” a su autonomía ofrecido por el PCI -. En todas partes nacieron Comités de base de
obreros-estudiantes, que de hecho estaban abiertos a todos los revolucionarios 17.

La participación activa y autónoma en el movimiento, bajo las más diversas siglas aunque en general
anónima, sin organización ni partido, es el rasgo más distintivo de la experiencia radical en Italia, lo que
la sitúa en el centro de los acontecimientos y de los momentos más cruciales.

El movimiento italiano tuvo, en comparación con el francés que fue muchísimo más radical, el mérito de
la duración: de hecho se prolongó, con intensidad cada vez mayor, por todo el año 1969, recibiendo el
aporte decisivo de la masa proletaria meridional, que libró impresionantes batallas con el aparato
represivo. Esto tuvo una tremenda repercusión en todo el país, lo que culminó en las grandes luchas en
las fábricas del norte, durante el “otoño caliente”.

En 1969 apareció Ludd (del cual Giorgio Cesarano formó parte desde el comienzo), grupo que participó
activamente en el movimiento, sobre todo en Génova, donde alcanzó una extraordinaria consistencia. Al
terminar ese año, los componentes del movimiento que seguían ligados a la izquierda y que expresaban
diversos grados de las ideologías marxista-leninista y obrerista, se organizaron y estructuraron en grupos
políticos formalizados. Ludd, por consiguiente, tuvo que actuar como oposición, diferenciándose del
resto y conduciendo una batalla en el fondo de la retaguardia. Aunque ese conflicto no fuera esencial en
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aquel momento, no dejaría de marcar profundamente la experiencia de la corriente radical en los años
sucesivos.

Al final de ese año el Estado, con tal de imponerse, tuvo que recurrir a las bombas. Desde ese momento
todos los sucesos en Italia estuvieron marcados por los atentados y la acción armada. Esto obligó a los
revolucionarios a abrir otro frente, muy a la defensiva, para desmitificar la violencia del Estado y de una
fracción armada que empezaba a autonomizarse del movimiento proletario.

Todo esto tendría en los años sucesivos un peso determinante sobre la actividad de los revolucionarios,
que debieron comprometer sus energías en la lucha contra la represión y en sostenidos esfuerzos de
desenmascaramiento y demarcación. Eso terminó imponiendo un freno al desarrollo de la potencialidad
revolucionaria.

Pero ello no se haría evidente sino hasta pasado algún tiempo. Durante un año o dos fue muy difícil
reconocer el hecho cierto de que se estaba produciendo un reflujo, y que se estaba abriendo un período
de repliegue.

7. EI contenido del comunismo radical

El aspecto que mejor revela el contenido específico de la corriente comunista radical es su convicción de
haber entrado en una época en que el desarrollo de las fuerzas productivas permitía ya la afirmación
directa del comunismo, pudiéndose al fin ir más allá de los problemas de la transición y del socialismo:
el desarrollo de la ciencia, de la técnica, de la mecanización y la automatización posibilitaba una
liberación radical del trabajo. La riqueza acumulada del capital permitía la realización inmediata del
comunismo.

Esta noción de fondo corresponde al sentido general del movimiento que “revoluciona a los
revolucionarios”, que sacude los límites de sus vidas y que les abre a una práctica que ya no se ajusta en
modo alguno a los esquemas tradicionales de táctica/estrategia, lucha económica/lucha política,
partido/sindicato. Por ejemplo, a partir de la reivindicación abstracta del derecho a hacer asambleas en la
escuela, se puso en serios problemas al conjunto de la vida escolar, mediante huelgas, ocupaciones,
interrupciones de las clases, sabotajes, práctica del amor libre y revuelta contra la familia.

Esa inversión de perspectiva se reflejó también en la idea de que ahora el objetivo era detener mientras
fuese posible la destructiva maquinaria capitalista. Ya no se trataba de reconstruir, de transformar, de
reformar nada, sino esencialmente de destruir, de manera irreversible, todos los aspectos del actual
estado de cosas: la estructura productiva y de clases, así como las costumbres y la mentalidad. Lo nuevo
surgía por sí mismo, espontáneamente, como exigencia de existir en la lucha, en una condición de
antagonismo permanente que imponía un uso radicalmente distinto del espacio y de los recursos.

Todo esto suponía también reactualizar el contenido de la ultraizquierda, aunque fuera esencialmente en
el plano práctico, ya que entonces no se tenía un conocimiento exacto del consejismo histórico (no por
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casualidad una de las preocupaciones de Ludd fue precisamente la clarificación en torno a la “ideología
consejista”).

La crítica de la democracia – temática de origen bordiguiano – se expresaba prácticamente en la


convicción de que en la “capacidad política” conquistada por los obreros y estudiantes lo que importaba
era la relación de fuerzas, el contenido que se le quería dar a la lucha, su capacidad para destruir las
relaciones existentes y, a la vez, para afirmar el comunismo en lo inmediato. De no seguir esta
orientación, las asambleas y las luchas caerían en manos de los conciliadores reformistas o de los
militantes ideológicos marxista-leninistas, quienes las esterilizarían y las conducirían hacia la cogestión
o la asfixia.

La concepción unitaria de la organización invocaba a la AAUD-E 18 y a la lucha histórica de los


anarcosindicalistas y anarquistas. No es casual, como ya se dijo, que en el 68 la contraposición
marxismo-anarquismo pareciera obsoleta.

Asimismo, hubo una reactualización de la crítica al leninismo y a la degeneración burocrática del


movimiento revolucionario, crítica que incluía tanto las premisas como las consecuencias de la
Revolución de Octubre. La denuncia del carácter capitalista de la URSS, de China y de Vietnam,
diferenciaba a los “radicales” de todas las corrientes grupusculares en formación, incluso de los
trotskistas (estos últimos no llegaron a tener en Italia una importancia comparable, por ejemplo, a la que
tuvieron en Francia: la específica “ideología italiana”, de hecho, siempre fue netamente estalinista).

Los “radicales” se identificaron de forma bastante inmediata con una serie de contenidos y prácticas que
en su momento habían caracterizado a la ultraizquierda germano-holandesa y en parte a la izquierda
italiana. Esos contenidos incluían la acción directa, la autonomía de la lucha, la denuncia de los partidos
y sindicatos como representantes del capital, la defensa de los Consejos Obreros y la intransigencia
hacia cualquier mediación efectuada por reformistas y progresistas.

8. Ludd y el consejismo

En 1969 Cesarano ya estaba personalmente comprometido en la batalla de primera línea del


movimiento: del CUB Pirelli 19 a la ocupación del Hotel Comercio en el centro de Milán, y de ahí a la
autogestión de la casa editorial Il Saggiatore. Fue entonces cuando se unió a Ludd.

Más allá de las diferencias internas (de hecho el grupo distaba mucho de ser homogéneo), la
participación de Cesarano estuvo sin duda en línea con el carácter original y novedoso de esta
formación. De hecho Ludd se concebía – partiendo por

la elección del nombre – como producto de un inicio, de un desplazamiento a partir del cual ya no se
reconocían en el movimiento obrero, al que consideraban difunto por lo menos desde mayo del 68.

En cambio, Ludd quiso hacerse cargo del precedente histórico al que inevitablemente se remontaba su
crítica. Y tenía bien claro cuál era el problema: la teoría consejista era casi desconocida en Italia.
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En efecto, en las convulsiones revolucionarias que siguieron al fin de la Primera Guerra Mundial, el
“extremismo”, caracterizado por el rechazo del electoralismo y del frente único con los socialistas, se
manifestó en Italia a través de la corriente bordiguista, que no obstante era completamente hostil al
consejismo y que hacía una distinción muy tajante entre partido político y organizaciones económico-
sociales y de gestión. La posición consejista era representada en esa época por el grupo turinés Ordine
Nuovo (Gramsci, Terracini, Togliatti, Tasca), que emergió como una fuerza significativa junto a los
anarquistas durante las ocupaciones de fábricas en septiembre de 1920. Por el contrario, la posición de
Bordiga, como él mismo recordaría al final de su vida, era: “No debemos ocupar las fábricas y oficinas,
sino el Estado y todas sus instituciones”. Con todo, y a pesar de su formación indiscutiblemente
revolucionaria (aunque no-marxista, según Bordiga) y de sus posiciones marcadamente “extremistas”
sostenidas en un primer momento, Ordine Nuovo se convirtió más tarde en instrumento de la
reunificación con la mayoría socialista “centrista”, impuesta por Lenin y por la dirección Zinoviev del
Comintern, proceso que aportaría los cuadros a la “bolchevización” del partido y a su degeneración
estalinista.

Por consiguiente, en Italia no existía una tradición consejista equiparable a la corriente germano-
holandesa (a excepción de una ínfima minoría de emigrados tras las dos guerras mundiales, como los
grupos constituidos por Michele Pappalardi, Piero Corradi y sus revistas Réveil Communiste y l’Ouvrier
Communiste). El redescubrimiento de la revolución alemana y del comunismo de consejos fue posterior
al 68, y se debió en gran medida a la actividad que La Vieille Taupe venía desarrollando en Francia
desde hacía algunos años 20.

En el primer número de Ludd aparecieron las actas de la reunión organizada en Bruselas por Information
Correspondence Ouvrière en julio del 69, en la que participaron elementos de casi todas las corrientes
consejistas. Se incluyeron ahí los textos de los grupos “inmediatistas”, que centraban su práctica en
formas de realización inmediata de la crítica de la vida cotidiana (ilegalismo, rechazo inmediatista del
trabajo, hedonismo) y que en Bruselas habían criticado duramente a los demás grupos. Al principio
algunos miembros de Ludd simpatizaban claramente con esa actitud. Por cierto el grupo de Milán, del
que formaba parte Cesarano, ponía en el centro de sus intereses la crítica de la vida cotidiana, expresada
en la búsqueda de una coherencia extrema en las relaciones personales y en un intento por develar las
“necesidades reales”.

En Ludd se publicó también la «Crítica de la ideología de ultraizquierda» de Jean Barrot, que retomaba
la crítica al ultraizquierdismo hecha por la corriente de Bordiga. Barrot, criticando la ideología
consejista, rechazaba la tendencia gestionista defendiendo en cambio los aspectos esenciales de la obra
de Marx: la crítica del valor, del proceso de valorización capitalista, cuya ruptura y abolición constituyen
el contenido mismo de la revolución comunista.

De modo que Ludd no puede ser considerado como parte de la tradición consejista: al decidir
firmemente distanciarse del proyecto de autogestión en su conjunto, dio la espalda también a la herencia
del consejismo histórico. De hecho Ludd no se reconocía como heredero de ninguna corriente histórica,
argumentando que el proletariado no tiene ningún programa que realizar. Esta connotación negativa de
Apocalipsis y sobrevivencia 20
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la crítica (fin de la política, del militantismo, del movimiento obrero y sindical, del activismo) tendría un
peso determinante en el posterior crecimiento de la actividad e influencia de la corriente comunista
radical (en el período 1967-71).

El reflujo, desde luego, fue percibido en primer lugar como un retorno de las organizaciones políticas
estalinistas o neo-estalinistas. A fines del 69 hubo un verdadero boom de las organizaciones (entre otras,
Lotta Continua, Potere Operaio y el infame Movimento Estudentesco de Capanna y Toscano 21, que
ejerció una salvaje represión contra los “provocadores”), imponiéndose a los revolucionarios la
necesidad de distinguirse, de trazar claramente la línea de separación.

Dicha exigencia tendió a manifestarse en negativo, sobre todo como rechazo del militantismo, repudio
de la política y del proselitismo, y como un verdadero cuestionamiento “nihilista” de cualquier
intervención pública hecha fuera del estrecho círculo de los compañeros. Asimismo, se expresó por
medio de “acciones ejemplares” o aprovechando las ocasiones ofrecidas por los encuentros con la
policía para descargar la rabia acumulada. Los tiempos sin embargo estaban cambiando, y en el ciclo
siguiente – del 71 al 76 – la influencia de los revolucionarios iba a quedar muy disminuida.

Entonces la corriente radical empezó a consumirse a sí misma, de modo que cuando se reabrió un ciclo
de lucha entre el 77 y el 79, ésta ya se encontraba de rodillas.

9. El reflujo. Azione Libertaria e Invariance

Siempre habíamos considerado el 12 de diciembre de 1969 22 como la fecha que puso fin al ciclo del 68,
dando inicio al primer período de declive. No obstante, como todas las fechas históricas, ésta tiene un
valor relativo. Sobre todo teniendo en cuenta el contexto internacional, en que la última lucha
importante, la gran revuelta polaca, se dio a fines de 1970. Ese año aconteció también la invasión
norteamericana de Camboya, mientras en Estados Unidos el movimiento contra la guerra alcanzaba su
máxima intensidad. A continuación los célebres acontecimientos de Ohio 23 dieron una conclusión
victoriosa a este período, mientras las tropas y sobre todo la flota estadounidense en Vietnam
protagonizaban cada vez más motines e insubordinaciones. Incluso en Italia el 70 fue un año de grandes
agitaciones sociales, a pesar de la represión y de haber finalizado el “otoño caliente”. Las universidades
y escuelas siguieron siendo ocupadas, mientras los núcleos obreros evitaban ser absorbidos por los
grupos “extraparlamentarios”, creando sus propias redes de contacto autónomas. En Milán un
agrupamiento anarquista influido directamente por los elementos “radicales”, Azione Libertaria, logró
movilizar a tres mil personas en un par de manifestaciones. En una de ellas, convocada con motivo del
primer aniversario de la masacre de Piazza Fontana, y que fue organizada por Azione Libertaria en
ruptura con el resto del movimiento anarquista – que no deseaba participar debido a la prohibición
policial - , ocurrieron duros enfrentamientos en el centro de la ciudad, durante los cuales Saverio
Saltarello, un joven militante de Rivoluzione Comunista, fue asesinado por la policía.

Durante ese año Azione Libertaria se separó del movimiento libertario y, estableciendo relaciones
orgánicas con Ludd, llevó a cabo una notable profundización del concepto y de la práctica de la
autonomía obrera, de modo similar a Information Correspondence Ouvrière.
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La hipótesis central de la corriente era que se debía desarrollar el contenido de la autonomía obrera,
vinculando entre sí a los núcleos de fábrica que no hubiesen aceptado ser absorbidos por los grupos
extraparlamentarios. Se profundizó sobre todo la temática del conflicto en los lugares de trabajo y se
publicaron varias revistas, de las cuales una, en 1971, llevó el profético nombre de Autonomia Operaia
(las otras fueron Azione Libertaria en 1970 y Proletari Autonomi en 1971). Hay que decir que en
comparación con la posterior y célebre tendencia homónima del período 75-79, ésta experiencia era
cualitativamente superior al no estar contaminada por la ideología estalinista y militarista de la cual la
Autonoma Operaia del 77 no supo librarse del todo. Más tarde se produjo una ruptura entre dos sectores:
los que querían simplemente vincular entre sí a los grupos de fábrica, por un lado; y por otro los
comunistas radicales que ya percibían el próximo declive y que trataban de desarrollar una actividad
teórica al mismo tiempo que buscaban “acercarse” a grupos como Lotta Continua, Pottere Operaio y el
Collettivo Politico Metropolitano, quienes hasta el 71 se aliaron ocasionalmente con radicales y
anarquistas.

La influencia teórica bordiguista era evidente. Así como en otras situaciones habían sido Ludd y la
librería La Vieille Taupe, ahora el principal punto de referencia teórico fue Invariance, incluso más que
la Internacional Situacionista, conocida sólo hasta un cierto punto (los principales referentes eran sobre
todo el «Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones» de Raoul Vaneigem y el único
número de la edición italiana de Internationale Situationniste, en tanto que «La sociedad del
espectáculo» en general fue poco y mal leída) 24.

Invariance se originó en un grupo disidente de la sección francesa del Partido Comunista Internacional
(Il Programma Comunista), grupo que al escindirse reivindicó el papel de la teoría contra el partido,
acusando a éste último de haber caído en el activismo típico de una secta trotskista (comparación en
verdad poco generosa).

En lo fundamental, Invariance cuestionaba la utilidad de un partido organizado en torno a un montón de


actividades sindicales, etc., contraponiendo a la organización formal de militantes el “partido histórico”.
Es decir, el conjunto de la teoría y del programa marxista, que sólo en períodos revolucionarios se
estructura como formación militante mientras que en las épocas contrarrevolucionarias se disuelve para
evitar involucrarse en la degeneración oportunista. Tal había sido la actitud de Marx cuando provocó la
disolución de la Primera Internacional; y también la de Bordiga, que no reconstruyó un verdadero
partido después de la guerra, sino que se sirvió del Partito Comunista Internazional sólo como un
instrumento para continuar su labor teórica, sin siquiera tener el carnet de afiliado.

Invariance difundió sobre todo la voluminosa obra de Bordiga, traduciéndola al francés. Asimismo, se
acercó positivamente a la corriente de ultraizquierda (que siempre había sido estigmatizada por el ultra-
leninismo bordiguista) y produjo abundantes textos originales, destacándose el «Capítulo VI inédito y la
obra económica de Karl Marx», escrito por Jacques Camatte cuando aún militaba en el partido, y
revisado por el propio Bordiga.
Apocalipsis y sobrevivencia 22
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Sin duda la adopción de esta perspectiva resultaba contradictoria en una corriente – y sobre todo en un
grupo como Ludd – que había concebido el 68 como un nuevo comienzo, como la apertura de una época
revolucionaria completamente nueva. Sin embargo, esta contradicción no correspondía a la nueva
realidad ni podía convivir con ella, por lo tanto se desvaneció por sí sola antes de producirse el desastre
ocasionado por el declive del ciclo de lucha del 67-70. Entonces quedó al descubierto la crucial
importancia de la teoría, que hasta entonces sólo había sido vagamente presentida. Se volvió con avidez
sobre Marx y Bordiga, redescubriendo las armas de la crítica en toda su potencia.

A decir verdad, a comienzos de los setenta nuestra corriente parecía ajustarse bien al modelo del partido
bordiguista: aquella pequeña secta que en los años cincuenta - siendo perseguida por el estalinismo -
había sostenido posiciones disidentes (como la famosa sección de Asti, que actuó como rompehuelgas
durante las huelgas organizadas por los estalinistas). En efecto, mientras la lucha declinaba, el horizonte
era ocupado por ruidosos grupos maoístas que expulsaban constantemente a los comunistas radicales de
las asambleas.

El “partido histórico” de Marx no tenía nada que ver con aquella estructura burocrática y terrorista de los
bolcheviques. Por eso adoptaba para nosotros un encanto esotérico que contrastaba con nuestra
verdadera indigencia. Era un partido que podía reducirse a la estantería de una biblioteca, a una casilla
postal, a la correspondencia y a los encuentros entre dos o tres amigos. Pero al mismo tiempo era una
entidad que, por estar desencarnada, traspasaba los límites del tiempo y el espacio, unificando a
generaciones y continentes en la inmutabilidad 25 del programa comunista. Éste, por cierto, había sido
establecido ya de una vez y para siempre a partir de una iluminación histórica - similar a la de los
grandes profetas de las religiones reveladas - , que entre 1844 (Manuscritos económico-filosóficos) y
1848 (revolución) había forjado una perspectiva aplicable a todos los períodos de lucha sucesivos. Es un
hecho que el contacto con Invariance estimuló nuestro acercamiento a la riquísima producción
bordiguiana y al estudio de la obra de Marx; de manera que el aislamiento dejó de ser considerado un
problema y empezó a ser valorado, considerando toda forma de activismo como un impedimento para la
actividad teórica. Nuestros intereses fueron así hegemonizados por los panfletos, por las revistas, por el
mimoegrafiado.

El esquema lógico era el siguiente: el movimiento proletario internacional había reaparecido en la


escena histórica entre el 65 y el 70. Mientras el epicentro revolucionario se desplazaba hacia los Estados
Unidos, la oleada de agitaciones que había barrido a Europa llegaba finalmente a oriente. Este período
había empezado a cerrarse en 1971, comenzando entonces una fase de repliegue en la que el problema
ya no consistía en intervenir activamente, sino en evitar ser reabsorbidos por una realidad dominada
completamente por el capital. Durante este reflujo se debía realizar una intensa actividad teórica,
asimilando la obra de Marx y de Bordiga, la revolución alemana, la corriente de ultraizquierda y la
escuela de Frankfurt… materiales que había que emplear para pasar a la afirmación del comunismo. Por
su parte, el comunismo debía ser demostrado sobre la base de los movimientos recientes y de las teorías
que mejor los han descrito (además del interés suscitado por la Internacional Situacionista, el
movimiento social norteamericano llevó al redescubrimiento de Norman O. Brown y de Herbert
Marcuse 26).
Apocalipsis y sobrevivencia 23
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Esto nos llevó a rechazar definitivamente la política con la que habíamos estado tratando de ajustar
cuentas: ninguna de las variantes extremistas o militaristas al uso ofrecía el menor interés para nosotros.
De hecho, incluso reprochábamos al movimiento de la Autonoma Operaia el haberse adaptado a los
contornos de una situación estrecha y asfixiante. Sólo la reanudación del movimiento podía volver a
suscitar los problemas dinámicamente y en su verdadera dimensión. En el intertanto, de lo que se trataba
era de usar la crítica para fortalecer la interioridad amenazada por el capital, así como las esferas de vida
personal que el capital total secuestraba a fin de posesionarse de los individuos. De cara al próximo
resurgimiento de la revolución, era preciso estar preparados, disponiendo de las armas teóricas no sólo
de la negatividad, sino de la afirmación y de la fundamentación teórica del comunismo.

La posibilidad concreta que se nos ofrecía era la de enriquecer enormemente nuestras armas con el
aporte de la tradición marxiana y bordiguiana. Sin embargo, sucedió que por un lado la tendencia
inmediatista se obstinó en su utopía, creando

Comontismo; mientras que por otro Cesarano intensificaba sus esfuerzos teóricos, asumiéndose a sí
mismo, experimentando en su travesía teórico-práctica las contradicciones de toda la corriente.

10. La disolución de Ludd y el revival del inmediatismo

Si el repliegue supuso una intensificación teórica y una inmersión más o menos fructífera en el estudio,
según el modelo bordiguiano-invariantista, esto mismo llevó al fin de los grupos que, como Ludd, se
identificaban con los nuevos contenidos del movimiento y hacían suya de este modo su fuerza.

La naturaleza heterogénea de Ludd hizo que su disolución fuera espontánea y casi indolora. El problema
de cómo resistir a una oleada contrarrevolucionaria aún no se había planteado. No se había hecho ningún
intento por crear una organización capaz de perdurar. De hecho la disolución del grupo podía ser vista
como un hecho positivo ya que evitaba la recuperación ideológica y su reabsorción por el capital.

Sin embargo, la desaparición de Ludd no bastó para liquidar los residuos del inmediatismo, que de
hecho siguieron influyendo sobre la producción teórica posterior.

Ocurre con bastante frecuencia que los revolucionarios genuinos (a diferencia de los seguidores sectarios
de alguna ideología que les ayuda a valorizarse) se revuelven entre la abrumadora superioridad del
capital y la aparente debilidad de su propia presencia antagonista, sin apenas reconocerse en el
movimiento real que encarna socialmente su perspectiva, tendiendo así a no tomársela en serio.

La disolución “espontánea” de un grupo es siempre el producto de una debilidad que tiende a ser
rápidamente olvidada por los revolucionarios, debido a su inseguridad sobre el alcance real de aquello
en lo que han participado, y a un inconsciente sentido de modestia. En los años setenta esta tendencia se
acentuó por el ansia de pasar a una esfera de actividad superior o en todo caso más coherente, ansia
basada en la ilusión de que en tanto individuos no sólo estarían menos impedidos, sino más potenciados
en su búsqueda de radicalidad (por cierto, en esa época esta opción era validada por un ambiente social
que para un explorador y aventurero resultaba mucho más interesante y fructífero que hoy en día).
Apocalipsis y sobrevivencia 24
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Quizás esté del todo justificado, y de hecho sea prueba de una profunda exigencia de radicalidad, el
hecho de que un grupo, en un período de reflujo, se disuelva para evitar caer en una repetición ritual de
sus propios gestos, que supondría la perpetuación del grupo como fin en sí mismo, autonomizando la
actividad de sus miembros, convertidos así en militantes. Hay muchos ejemplos de la miseria de esos
grupos que se obstinan en hacer proselitismo con la esperanza de reclutar militantes que mantengan
encendida la llama de la organización.

Sin embargo, esto no significa que la escisión o la dispersión de un grupo, aunque sea numéricamente
irrelevante – lo cual no era el caso de Ludd – no sea extremadamente importante en lo sucesivo, y no
deba por tanto ser afrontada con mucha seriedad.

La historia de Ludd es ejemplar porque muestra la esencia revolucionaria del grupo, que no tenía nada
que ganar perpetuándose como “empresa” autonomizada, en un momento en que ni el movimiento
inmediato ni la tensión teórica ameritaban mantenerlo con vida. Pero al mismo tiempo esa historia
muestra la superficialidad con que el grupo “se dio por vencido”.

Desde el punto de vista del movimiento revolucionario las rupturas, las escisiones, las disoluciones
deben cumplir una función de enriquecimiento, de clarificación para los demás. Por eso, cuando se
termina una experiencia es fundamental que haya un ajuste de cuentas con ella, y que esto se haga de
forma consciente y explícita. De lo contrario persistirán residuos confusos que seguirán produciendo
efectos indeseados.

En el caso de Ludd, los residuos que quedaron tuvieron consecuencias sumamente perjudiciales.

En lo sucesivo la desilusión y el resentimiento, que se dejaron sentir incluso a años de distancia, dieron
origen a la pretensión de poder sustituir a la clase trabajadora. Esta tendencia fue el inmediatismo
“armado”, que adoptó diversas

formas en el movimiento de los años setenta y en la multiforme Autonomia Operaia, y que tuvo su
manifestación más regresiva y catastrófica en la dramática experiencia de Azione Rivoluzionaria.

Tampoco se llevó a término el ajuste de cuentas con la ideología de la vida cotidiana, ni con el
dogmatismo inmediatista que justifica las jerarquías ocultas y que anima la auto-mortificación de los
militantes más débiles. Cesarano fue claramente sensible a esta degeneración y produjo una crítica muy
dura y precisa. Pero, asombrosamente, esa crítica se quedó en el ámbito “privado” de los más cercanos,
de los amigos. En sus escritos, Cesarano la daba por descontada, como si ya hubiera sido hecha en otras
ocasiones. En realidad lo que se hizo fue liquidar el problema sin haberlo aclarado hasta sus últimas
consecuencias. Comontismo, heredero asumido de esta “ideología de la vida cotidiana”, llevó su
inmediatismo hasta el punto paradójico de llamar “comunidad humana” a un círculo de compañeros
(nótese que Comontismo = Gemeinwesen 27). Aunque Cesarano muchas veces manifestó su profunda
extrañeza frente a la teoría, la práctica y la perspectiva comontista, no llegó nunca a un verdadero
enfrentamiento teórico de fondo que clarificara la cuestión. La “crítica de la vida cotidiana” había
surgido para hacer frente a un odioso orden inquisitorial, encarnándose en una organización muy viva y
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concreta, en la cual pudo manifestarse toda la simpatía personal y humana del mundo, pero es innegable
de todos modos que esa crítica tuvo un carácter teórico regresivo en comparación con Ludd.

A decir verdad, el legado inmediatista de Ludd fue más allá de las manifestaciones ingenuas y groseras
de Comontismo y de su brutal y rimbombante “ideología de la delincuencia”. En general, el
cotidianismo siguió afianzándose en todo el horizonte radical. El rechazo a la política, al militantismo, a
la continuidad organizativa, al valor de una actividad común duradera, tuvo dos derivaciones: por un
lado una dedicación exclusiva a la teoría (que en sí misma no hace ningún daño) y por otro el recurso a
unos modos de acción que ya no apelaban a la clase – o a núcleos organizados de la clase - sino al
ámbito de la disgregación social y síquica (este rechazo de la organización hoy se puede analizar
críticamente porque ha perdido mucho de su significado en ausencia de grupúsculos izquierdistas
hegemónicos. De modo que a un revolucionario actual tal aversión puede parecerle una fobia
incomprensible. Sobre todo porque tiene un efecto inhibidor, porque genera impotencia, porque reniega
de la experiencia adquirida haciendo imposibles una eficacia y unos instrumentos de comunicación que
sólo se pueden forjar en el tiempo).

Se quiso entonces ver las manifestaciones revolucionarias de avanzada en la locura, en el delirio, en la


delincuencia, en las explosiones de violencia ciega y sin sentido, o en el mejor de los casos, y como
último vínculo con el ideal de la acción colectiva, en las revueltas de los ghettos negros en Estados
Unidos; e incluso en las revueltas fascistoides y en el fondo clientelares de las ciudades del sur de Italia
(Reggio Calabria, Caserta).

“La ‘explosión salvaje’ [el término corresponde a una jerarquía del saber; a la posición de quien, de
hecho, sabe] del extrañamiento contra la alienación, de la pasión contra el sufrimiento, donde el
proletariado moderno pasa a la ofensiva, en los ghettos que ya resultan intransitables para los burgueses
y policías aislados en Detroit y Nueva York – al igual que en Reggio Calabria, Caserta y el Barrio
Latino, donde la rabia estalla por “motivos fútiles” – muestra los rasgos de la lucha por la vida contra el
“progreso” de la necrosis; lucha que, porque puede, debe manifestarse. Son los rasgos, de hecho feroces,
del asilvestramiento, de la violencia primitiva […] lo salvaje conquista por la noche los espacios que en
el día usurpan patrones y siervos, los burgueses no se aventuran más por esas mismas calles donde se
levantan las oficinas de sus representantes que, en ese tiempo-espacio reconquistado al enemigo, ya no
les representan más. Inclusive durante el día, lo salvaje reaparece en ataques desesperados y fulminantes,
apuntando sus metralletas contra el frontis de los cajeros, oculto del ojo electrónico de la TV policíaca”
(«Critica dell’utopia capitale») 28.

En este punto es muy importante comprender el “giro” que la corriente radical dio a principios de los
años setenta, y que le llevaría a su posterior esterilidad. Esto es fundamental sobre todo si se quiere
entender la «Critica dell’utopia capitale», que quiso aportar una salida teórica a ese momento histórico
crucial.

En la obra más importante de Cesarano se puede encontrar también la raíz de este inmediatismo: las
revueltas de los ghettos negros, las expresiones de violencia arbitraria, las bandas criminales, las crisis
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interiores desatadas por unos grados de neurosis y locura que ninguna estructura represiva y terapéutica
podían seguir conteniendo, todo esto fue interpretado en su inmediatez como manifestaciones del
movimiento comunista, de la praxis revolucionaria que suprime el actual estado de cosas.

Cesarano incorporó estos actos de revuelta en un discurso teórico general que apuntaba a demostrar el
carácter “biológico” de la revolución, su origen en el cuerpo viviente de la especie humana, que ataca
simultáneamente al universo inorgánico, al ego-persona y al lenguaje producido por la “racionalidad”
dominante.

“Cada vez que un hombre ‘loco’ se debate violentamente contra la jaula que lo encierra y declara que lo
existente no existe o es falso, la imaginación se realiza. Este ‘cada vez’ está por convertirse en siempre.
En los índices crecientes de delincuencia, de neurosis y de locura, en la frecuencia cada vez mayor de
explosiones colectivas de cólera ‘inmotivada’, en la insubordinación, en el extrañamiento, en el
ausentismo insidioso, vemos una etapa intermedia del camino que la imaginación emprende hacia el
derrocamiento definitivo de la realidad como organización de lo irreal, y hacia la conquista de una
totalidad orgánica que ponga fin a la utopía inorgánica capitalista, a la prehistoria, poniendo en marcha
la historia como equilibrio del estar con el ser, conjunción finalmente lograda entre la voluntad de vivir
y la vida” 29.

Esta apología de los momentos de disgregación social y síquica, y de las explosiones improvisadas de
deletérea vitalidad, venía de antes: había caracterizado el período de disolución de Ludd y los inicios de
Comontismo. Era parte de un empeño por incluir en el “movimiento real” todas esas formas de rebelión
espontánea, en reemplazo del proletariado que en ese período era obligado a replegarse hacia conflictos
particulares al interior de la fábrica, o hacia problemas domésticos.

Para entender mejor el origen de esta perspectiva hay que volver a Invariance, que en este período fue la
principal fuente de inspiración de toda el área comunista radical italiana, aunque a menudo con efectos
disímiles. De hecho, esta revista fue a la par con la reedición de los textos de Bordiga y de los estudios
marxianos en sus versiones originales, textos que ejercieron una fuerte influencia en nuestra corriente, y
en particular en Cesarano.

A partir de su segunda serie, Invariance comenzó a imprimirle una marcha forzada a la teoría marxiana,
lo que la llevaría – manteniendo el nombre, contradictoriamente 30 – a varios giros de 180 grados
respecto a las cuestiones fundamentales. De este modo llegó, en el 77 – fecha crucial en que la teoría
revolucionaria iba a producir numerosas mosche cocchiere 31 – a abandonar la problemática revolución-
contrarrevolución.

En «Critica dell’utopia capitale» estaban presentes los contenidos típicos de Invariance.

En primer lugar el concepto de “clase universal”: la condición proletaria tiende a generalizarse, las
nuevas clases medias (lo que hoy se suele denominar “sector terciario”) tienden a vivir en un estado de
explotación y alienación análoga a la del proletariado industrial. En el curso de una crisis revolucionaria,
el proletariado tiene así la posibilidad de desplegar en su propio campo de batalla a la gran mayoría de la
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humanidad, unificada como “clase universal” 32. Este concepto forma parte de la idea de revolución
biológica de Cesarano, en la que toda distinción de clase queda obsoleta, ya que ahora la “utopía capital”
se contrapone a la totalidad de la especie humana.

Otra de esas nociones consistía en ver en los disturbios de las metrópolis norteamericanas la afirmación
concreta del comunismo. Tal noción fue amplificada por la idea de una revolución “transfigurada”, que
Cesarano definió únicamente por su obra destructiva, negadora del capital, y que tenía su continuidad en
la violencia arbitraria, incluso en sus manifestaciones más esporádicas e individuales.

“Mientras el telón cae sobre el espectáculo de la guerra ideológica, llevada más allá de sus límites, la
guerra realmente está, como dice Marcuse, en todas partes y en cada instante, pero en todas partes y en
cada instante de cada cual, sin fronteras que la limiten, e inseparable del proceso de producción. Esta
guerra es la crítica práctica que se expresa, nada más. La óptica del acomodo de la política y de la
sociología atribuye a la crítica sus disfraces y ropajes de recambio cada vez que se enfrenta – pero se
enfrenta siempre – a la necesidad de exorcizarla. El delincuente, la pandilla, los drogadictos, los
excluidos, los sectarios de religiones e ideologías alienadas, los inadaptados, los ‘jóvenes’, los
subproletarios, los ‘neuróticos’, los enfermos mentales (!): el enemigo original, el anticristo, los que con
su mera existencia niegan en bloque demasiadas cosas como para no darse cuenta de que, simplemente,
son todos. La crítica está latente en cada cual” 33.

Las manifestaciones visibles del proletariado aparecen así siempre y únicamente como manifestaciones
individuales de la crisis del ego-persona, o bien como explosiones indiferenciadas y ciegas. No se
plantea el problema de identificarlas históricamente con un sector de la clase en lucha, ni con un
conjunto de principios, ni mucho menos con una práctica

colectiva y coherente. El concepto de comunismo desaparece, incluso en la noción de “totalidad


orgánica naturante” 34, más amplia pero también más abstracta y genérica. Por eso su obra corre el riesgo
de ser leída como una mera crítica desesperada, que extrae su fuerza innegable solamente del dolor y la
locura.

En todo caso, no es posible comprender la obra de Cesarano si no se la considera como producto de toda
la corriente histórica de la que formaba parte y de su estancamiento teórico, que a su vez reflejó
justamente el bloqueo práctico en que se encontraron los comunistas radicales al cerrarse el ciclo de
lucha 67-70. Situada en un punto muerto, la corriente radical trató de reemplazar la acción generalizada
y ofensiva del proletariado, que iba en declive, con unas manifestaciones “nuevas” que fueran
irrecuperables por los aparatos capitalistas. De ahí la difusión de unos valores “juveniles” que fueron
rápidamente cooptados por la industria cultural, al punto de convertir la liberación sexual, el
comunitarismo, la crítica de la familia, las drogas sicodélicas y el rock en otras tantas nuevas mercancías
35.

La fuerza de Cesarano consiste en haber producido una síntesis potente y unitaria de la teoría de toda
una época, creando una compleja máquina crítica; su debilidad, en haber reproducido las contradicciones
de fondo del movimiento que estaba expresando. Él personalmente se involucró profundamente en la
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crisis general. Al quemar todos los puentes que iba dejando atrás, terminó abandonando también el
punto de vista colectivo que tan necesario resultaba en ese momento. Al remitir a un movimiento futuro
exitoso la solución de los problemas presentes – aun cuando «Critica dell’utopia capitale» era fruto de
esos problemas y los reflejaba - , Cesarano no se planteó explícita y abiertamente cómo atravesar un
período de declive.

La abstracción de algunas conclusiones de Cesarano se remonta, en consecuencia, a la crisis de los


comunistas radicales frente a la nueva fase de repliegue. Por el contrario, en la profundidad y riqueza de
su producción teórica se hallaban los elementos necesarios para explicar y desmitificar el colapso de
toda la corriente, de cara a la posibilidad y a la evidencia de un nuevo ciclo de luchas.

10 bis. Dos puntos de vista opuestos sobre la organización

En 1971 se constituye Comontismo y se disuelve el grupo que se había formado en torno a Invariance.
Hay que tener en cuenta que ambas tendencias tenían actitudes diametralmente opuestas en torno al
“problema de la organización”. UNa de esas actitudes era de hecho la de Cesarano y de gran parte de la
corriente. La concepción de Comontismo en cambio identificó antojadizamente su propio entorno grupal
(en gran parte veteranos de la análoga Organizzazione Consiliare di Torino 36) con el partido histórico
del proletariado, o mejor aún con la “comunidad humana”. De esta forma, creó una organización
diseminada en varias ciudades italianas (ver Maelström nº 2), que borraba toda distinción entre actividad
teórica y práctica, entre vida pública y privada, entre individuo y organización. Comontismo pretendió
así dar vida a un comunismo concreto, caracterizado por:

1) La colectivización de todos los recursos para la sobrevivencia;

2) Una convivencia “total”;

3) Práctica constante de la “crítica de la vida cotidiana” para no ceder a la presión ambiental-familiar-


jurídica, etc., de la sociedad.

La ilusión inmediatista del grupo les llevó a pasar por alto un dato fundamental: que entre el capitalismo
– o sea, entre las relaciones personales dominadas por la valorización – y el comunismo se interpone una
revolución que, según Marx, sirve entre otras cosas para “liberarse de toda la vieja mierda”. Para
Comontismo la Gemeinwesen debía ponerse en práctica ya sobre el terreno: se trataba de pasar al
comunismo, entre veinte o treinta personas, comunizando de una vez por todas las relaciones: esta idea
debía llevar inevitable e inmediatamente a la producción de una ideología: al inmediatismo siguió
rápidamente la elaboración de un conjunto de corolarios “teóricos”.

Retrospectivamente, tenemos simpatía por Comontismo: era un grupo de valientes que se mantuvo
siempre dentro del frente revolucionario, afrontando con valor una dura represión y batiéndose contra
unos grupúsculos maoístas-obreristas dotados de estructuras militares especializadas en asegurar que las
asambleas y manifestaciones se mantuvieran dentro del ámbito aceptable por su padre-maestro PCI (con
la única excepción – además, naturalmente, de los grupúsculos bordiguistas que ya conocían la represión
Apocalipsis y sobrevivencia 29
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armada de los estalinistas “extraparlamentarios” – de Potere Operaio, grupo de vocación guerrillera que,
aunque no defendía públicamente a los revolucionarios, fue siempre contrario a las

persecuciones). La actitud provocativa y ominosa de Comontismo (que hizo gala de su humor macabro
el 12 de diciembre de 1972 al devastar la Banca de Agricultura en la Piazza Fontana de Milán 37) tuvo
que hacer frente entre otras cosas a las sistemáticas calumnias de la izquierda que, hasta hace pocos
años, reivindicaba la ecuación “situacionistas = fascistas”. Es indiscutible, no obstante, que Comontismo
fue un grupo revolucionario, al cual «Cronaca di un ballo mascherato» 38 citaba con justicia como parte
de la corriente comunista radical. No en vano reclamaba haberse mantenido en el terreno de la práctica
revolucionaria, mientras que muchos otros ex - luditas habían aceptado la separación entre vida pública
“militante” y vida privada, lo que pronto les conduciría al nihilismo pasivo y, en muchos casos, a
renegar de la opción revolucionaria a favor del exitismo o simplemente de una vida tranquila.

Por otra parte, no se puede dejar de criticar el retraso de Comontismo respecto al nivel alcanzado por
Ludd. El inmediatismo comontista no es más que sustitucionismo del proletariado llevado al extremo.
Desde este punto de vista Comontismo fue un auténtico modelo de ideología, basado en una jerarquía no
declarada pero fácilmente reconocible, que sometía a los reclutas a pruebas iniciáticas y a exámenes de
radicalidad. El aspecto más funesto de Ludd, que ya revisamos a propósito de la crítica hecha por
Cesarano, se había convertido en una ideología aplicada sistemáticamente, sin tregua. Entre sus
conclusiones ideológicas encontramos: la apología de la delincuencia (único modo de sobrevivencia
observado y respetado); el elogio, no público pero constante dentro del grupo, de las drogas duras como
instrumento de desestructuración y liberación de las relaciones familiares y represivas; la actitud
sectaria, de superioridad, contra todo elemento exterior a la organización; la hostilidad del grupo contra
el proletariado, trabajador y borreguil, tan culpable como todo el que no fuera parte de la organización.
Todo esto convertía a Comontismo en una banda en guerra contra toda la humanidad, seguidora acrítica
del modelo delincuencial. Por algo hablamos de “ideología”: la teorización de esta actitud práctica
impedía de hecho cualquier procedimiento crítico que asumiera la base material: eran dogmas
incrustados en la experiencia misma, extremadamente coercitiva, de los miembros del grupo. Esta forma
de inmediatismo fue por cierto una de las razones que impidieron a Cesarano hacer indicaciones
prácticas, las que se perdían en una abstracción estéril.

Sin embargo tras éste y otros impasses de Cesarano subyacían unas posiciones diametralmente opuestas
a la de Comontismo: las posiciones de Invariance.

Invariance había “resuelto” el problema de la organización estudiando las medidas que Marx tomó para
evitar que en el período de reflujo contrarrevolucionario el partido cayera en el reformismo burgués. Tal
análisis era tremendamente parcial, pues pasaba por alto toda la actividad que Marx dedicó a construir el
partido comunista, y distorsionaba la tradición revolucionaria al evitar hacer un examen crítico de la
actividad puramente política de Marx en su conjunto. Tal actitud queda de manifiesto en un texto de
1969, publicado tres años más tarde por Invariance con el título «Sobre la organización» 39, firmado por
Camatte-Collu, que puede sintetizarse así:
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1) Bajo la dominación real del capital toda organización tiende a convertirse en mafia o secta;

2) Invariance ha evitado ese peligro disolviendo el embrión de grupo que empezaba a constituirse en
torno a la revista;

3) Todo agrupamiento organizado queda excluido a priori, por el riesgo de que se transforme en una
mafia;

4) Las relaciones entre los revolucionarios sólo son útiles al nivel más alto de la teoría, que cada cual
debe alcanzar de forma autónoma y personal, a menos que caiga en el seguidismo.

Según Camatte y Collu, el peligro de individualismo quedaba descartado porque ya estaba en marcha –
en 1972 – la “producción de revolucionarios”: la extensión del proceso revolucionario era tal que una
red de contactos interpersonales al nivel “más alto” de la teoría estaba ya garantizada y hasta era
evidente. Así, Camatte y Collu expresaron de forma muy nítida un error típico de toda la corriente y del
propio Cesarano. En realidad, en 1972 no se estaba abriendo una fase pre-revolucionaria a nivel
internacional (como mucho el movimiento seguía resistiendo, aunque sólo en Italia), ni era inminente
una inexorable producción de revolucionarios (hasta Camatte y Collu desertaron). Por lo tanto el rechazo
del individualismo no era más que una ilusión. No hubo nada glorioso en disolver el pequeño grupo que
se estaba formando en torno a la revista. Con ello no se consiguió más que acelerar lo que ya estaba
sucediendo: la dispersión de las pocas fuerzas revolucionarias que quedaban del 68 y que no volverían a
reconstituirse (en Francia no se produjeron más rupturas sociales a gran escala, y en Italia la corriente
revolucionaria llegó al 77 tan debilitada por el individualismo que no fue capaz de producir ninguna
intervención relevante). De hecho el individualismo favoreció la disolución de la perspectiva
revolucionaria: ya fuera porque la vida en el aislamiento produce un sentimiento de menoscabo – del
cual se escapa sólo por contraste con los pares – que impide percibir el movimiento y que genera
desencanto y depresión, pérdida de las defensas frente a la invasión de lo “externo” y rendición a las
tendencias dominantes; o bien porque enmascara el personalismo, el elitismo, y sirve para deshacerse de
aquellas relaciones incómodas que podrían dificultar la reinserción oportunista en la ideología burguesa.
En los años setenta y ochenta la obra de liquidación de los residuos organizativos (que ya eran frágiles e
informales) y el miedo injustificado a caer en la política, en el “obrerismo” o en el izquierdismo,
proporcionaron el impulso para saltar hacia el “otro lado de la barricada” a aquellos exponentes de la
“elite” que habían hecho de la teoría un fetiche y que recelaban del supuesto peligro de seguidismo
(peligro en realidad imaginario e inexistente: en Italia ningún grupo ni personaje volvió a ejercer un
atractivo ni llegó a tener seguidores pasivos tal como lo había hecho la Internacional Situacionista al
otro lado de los Alpes. En Francia, en todo caso, no lo hizo Invariance).

Hemos analizado dos visiones de la organización típicas de principios de los años setenta, que podemos
rechazar sin remordimientos, y sobre todo sin que sean mistificadas por parte de los elementos más
jóvenes.

La primera de ellas, la de Comontismo, es el modelo de la comunidad humana-partido-histórico-banda-


delictiva. Aunque respetable desde un punto de vista humano (como lo es su actual epígono, el grupo
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francés Os Cangaceiros), y aunque a menudo resulte interesante por las soluciones práctico-
organizativas-habitacionales que propone (los revolucionarios deben vivir “como si” el comunismo
estuviera ya hecho y pudiesen afrontar solidariamente la terrible lucha por la supervivencia, doblemente
difícil para ellos), su visión nace del resentimiento: el proletariado no es revolucionario, así que
“nosotros” (los pequeños grupos) somos el proletariado; somos la comunidad humana ya realizada. Esto
les lleva a valorar dogmática e ideológicamente su propia actividad sectaria y ofrece las salidas más
desastrosas: la autocrítica terrorista impuesta sobre cada gesto y cada palabra; la fetichización de la
coherencia; la acechante posibilidad de decadencia política, causada sobre todo por el embrujo de la
acción, que les lleva a convertirse en una mera banda de bravucones. Todo esto basado en el chantaje
fetichista-totémico de la “práctica”, en el desprecio ideológico de la teoría y de la acción lúcida.

La otra visión, la “invariantista”, que luego se extendió a gran parte de la corriente radical, es el modelo
del círculo de relaciones entre “teóricos”. En este caso el enorme fetiche-tótem de la teoría esconde la
unilateralidad de unas relaciones limitadas a una reducidísima elite de “críticos”.

Tal actitud, ahora que se han disuelto las ilusiones sobre una rápida y abundante “producción de
revolucionarios”, equivale en realidad a puro y simple individualismo.

En cambio, no queda más que ajustarse a la realidad en la que los revolucionarios ya están aislados.
Acrecentar la actual impotencia con una toma de posición en contra de la organización no tiene sentido.
La alternativa de seguir todavía, en medio de la angustiante atomización de los revolucionarios,
insistiendo en la fobia anti-mafiosa y en la exclusividad de las relaciones entre unos pocos elegidos (si es
que se logra encontrar alguno) al nivel más alto (¿más alto que quién?) de la teoría, no es muy atractiva.

Aunque hoy resulta evidente que el resurgimiento del activismo y de la militancia lleva rápidamente de
vuelta a la política, también debe quedar claro que el fetiche de la teoría separada de la eficacia y la
práctica colectiva, si es posible organizada, no ofrece ninguna salida. Los principios comunistas, unidos
a una teoría crítica animada por su contraste con la teoría de las dos décadas anteriores y con los
principales resultados del pasado reciente – a saber: una revolución de y para la vida, un
cuestionamiento de los límites del ego y de la identidad personal (que en la obra de Cesarano son
denunciados de forma exhaustiva y vehemente), la experiencia de una revolución en la revolución - son
el único antídoto contra la degeneración mafiosa, de la que no se puede escapar mediante el aislamiento
autovalorizante, ni mucho menos por la vía original y personal de una supuesta creatividad.

Es evidente que en 1970 no existía el peligro de crear un grupúsculo militante-activista en torno a


Invariance o a un núcleo de "teóricos". De hecho, el peligro era exactamente lo contrario: la
desintegración y el abandono de las cuestiones más importantes que debían ser abordadas:

1) Reformular la contribución de la ultraizquierda histórica (Bordiga y el sector más consistente de la


revolución alemana, decisiva para la revolución mundial);

2) Hacer balance de los nuevos contenidos aportados por los años sesenta;
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3) La necesidad de crear un conjunto de relaciones capaces de resistir en el tiempo y preparadas para


reanudar las posibilidades revolucionarias que se presentaron en los años setenta.

Según Camatte y Collu la “producción de revolucionarios” iba a resolver mágicamente todos los
problemas, cuando lo que vino a continuación fue la dispersión de los revolucionarios, y la evidencia de
su incapacidad para aprovechar la oportunidad que otra vez, y sólo en Italia, volvía a presentarse.

En los años siguientes se planteó, todavía en términos invertidos respecto a la realidad, la cuestión del
nihilismo: en realidad las manifestaciones nihilistas fueron el abandono de la tradición revolucionaria, el
fin de la búsqueda de relaciones comunistas entre los subversivos, la negación de la necesidad de
convertirse en una comunidad efectiva, la subestimación de la necesidad de evitar ser arrastrados por la
contrarrevolución.

Comontismo fue una caricatura de las relaciones entre revolucionarios, con su ilusión de que todos los
problemas podían ser resueltos mágicamente por una ideología adecuada, y su pretensión de ser la
encarnación de la teoría de los años sesenta, ya completa, que sólo había que aplicar en la práctica sin
más demora.

Aun siendo aberrante e insostenible en el plano teórico, esta simplificación partía de una exigencia
profundamente cierta: la teoría no puede ser una actividad separada y especializada, es parte integral de
la coherencia cotidiana de los revolucionarios y de la necesidad de cambiar la realidad en su conjunto,
de incidir en la sociedad y en la historia.

Comontismo tuvo un resultado doblemente contraproducente:

1) porque creó una banda que se reclamaba enemiga de la sociedad y del proletariado, impidiendo
cualquier posibilidad de agrupamiento y de eficacia;

2) porque resultó ser fácilmente recuperable por la ideología más típica de los años setenta: la que
consistió en justificar – como hacía Toni Negri – a los grupos producidos por la disgregación social, en
vez de criticarlos radicalmente. Esto hizo a Comontismo incapaz de darle perspectiva a un sector, mucho
más consistente en el 77, de jóvenes que rompían con la práctica armada instrumental y jerárquica de la
Autonomia Organizatta y que en cambio querían actuar por sí mismos, con valentía pero con ideas
pobres y confusas.

Sin embargo, Comontismo tenía razón al rechazar el elitismo de los pocos que se movían “al más alto
nivel de la teoría”. Ello sólo podía conducir a la creación de unas relaciones arraigadas únicamente en un
plano intelectual.

Cesarano fue el único que se movió al más alto nivel, produciendo una teoría clara y explícita,
completamente anti-esotérica, tratando infructuosamente de darle una salida humana a ese ambiente
pseudo-intelectual, caracterizado por su absoluta fragilidad y por su tremenda incoherencia
(exceptuando a Piero Coppo y a Joe Fallisi, los únicos de entre sus compañeros que mantuvieron una
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coherencia revolucionaria, sin alimentar pretensiones de superioridad derivadas de la posesión de la


teoría).

11. El comunismo profético

Otro aspecto característico de la corriente radical en los años setenta fue la difusión de profecías.

Siguiendo la periodización mencionada más arriba, en 1971 se cerraba el ciclo abierto en el 64 por las
revueltas de los negros y el movimiento de los derechos civiles en los Estados Unidos. Se abría una
nueva fase de espera, que sin embargo según la percepción de los revolucionarios, debía ser breve: el 68
había reabierto la era de las revoluciones. Sobre todo Detroit (1967) demostraba que los Estados Unidos
eran el nuevo epicentro de la revolución mundial (contra las previsiones de Bordiga), aunque Danzig y
Stettin (1970) 40 confirmaban por otro lado la importancia de “la zona alemana” (con Bordiga). Es cierto
que la teoría es previsión o no tiene razón de ser; pero la profecía basada en cálculos exactos de los
ciclos de crisis, tal como fuera formulada por Bordiga en los años cincuenta, se convirtió para nosotros
en un “artículo de fe” tomado medio en serio, por cuanto venía a resolver todas las dudas teóricas: una
profecía mencionaba el año 1975; otra, más precisa y específica, indicaba el 77 como la fecha de una
crisis y de una violenta convulsión del capitalismo: para nosotros ésta era, sin más, la fecha de la
revolución.

Toda el aura de secta esotérica que rodeaba al Partito Comunista Internazionale - irrisorio como
organización formal pero a la vez fascinante encarnación del partido histórico - era confirmada por los
míticos Bordiga y Vercesi (Ottorino Perrone),

que eran miembros del Comité Central sin estar inscritos en el partido formal, puro expediente e
instrumento del partido histórico, o más bien de la formidable actividad teórica del profeta napolitano.

Otras fuertes interpretaciones proféticas fueron tomadas de Norman O. Brown y de Herbert Marcuse: del
primero se extrajo una interpretación de Freud según la cual el conflicto inconsciente entre el instinto de
vida y el de muerte se agudizaría hasta desembocar finalmente en una explosión vital-destructiva o
autodestructiva-narcotizada; con Marcuse se preveía la llegada de una nueva era que llevaría
definitivamente el horizonte revolucionario hacia el triunfo de Eros, de la nueva sensibilidad y los
nuevos valores inaugurados por el movimiento hippie norteamericano. Todas las profecías esotéricas y
astrológicas decretaban el advenimiento de la crisis final y de la Era de Acuario. A comienzos de los
setenta todo se podía interpretar – no sin cierta dignidad teórica y una cierta coherencia en la
demostración – en este sentido.

En este clima “teórico” - que expresaba la desesperación y el rechazo a aceptar sinceramente, con el
corazón, el repliegue hacia los libros (rechazo que habíamos visto reflejado ideológicamente en
Comontismo) - la difusión del informe del Massachusetts Institute of Technology (MIT) «Los límites del
crecimiento» fue acogida con beneplácito, pues aportaba una confirmación indiscutible proveniente del
mismo centro pensante del enemigo.
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«Critica dell’utopia capitale» no se contentaba con esa ingenua religiosidad revolucionaria. En sus
páginas el informe del MIT ocupa un lugar prominente. El concepto de “utopía capital” es
absolutamente claro: frente a la realidad de la crisis definitiva, el capital prepara unas soluciones
totalmente utópicas – cuya única realidad es la mistificación ideológica - , entre ellas la de una sociedad
de crecimiento cero, cohesionada por sucedáneos de comunidad y por una casi completa liberación del
trabajo; estos proyectos, según Cesarano, se verán frustrados por la crisis catastrófica y la insurgencia
del proletariado revolucionario. La inminencia de esta explosión final liberadora reforzó mucho el
sentido de esperanza y anticipación profética que impregnaba toda la atmósfera de nuestra corriente. Esa
tensión empapa las conclusiones de los extensos aforismos de «Critica dell’utopia capitale», cuya
estructura, en la primera parte del libro 41, tiende a ser la siguiente: 1) un ataque, violento como un asalto
a mano armada, que puso bajo fuego las tesis de biólogos, físicos, genetistas, antropólogos,
sicoanalistas, lingüistas, etc., condenados invariablemente a mostrar la veta ideológica con la que
pretenden ocultar, sin poder conjurarla, la erupción de contradicciones casi cósmicas que les oponen a la
vida biológica de la especie y del planeta; 2) el develamiento de la naturaleza utópica de sus horizontes y
de su inconsistencia frente al inminente levantamiento del proletariado revolucionario.

En este esquema no había ninguna concesión al misticismo, alimentado con drogas y esoterismo, de los
pequeños grupos que surgían en el entreacto de la revolución, y que experimentaban con todo tipo de
combinaciones “extáticas”, comunitarias, sexuales y amorosas; lo que había, por el contrario, era el tono
riguroso de quien enfrenta sin tregua a los expertos del capital en su propio terreno, saqueando el
conocimiento y el lenguaje; no obstante, no son sólo las referencias al LSD las que se repiten varias
veces: es también el sabor, la tensión misma del ácido lo que fluye en esas páginas, llevando al lector de
vuelta al legado profético de los sesenta, transmitiéndole la dureza y el drama de una teoría forjada, de
hecho, en la acritud de una experiencia real y personal.

12. El “caso” Cesarano

“El punto de partida no puede sino ser la intuición fulgurante, y en este sentido concreta y vitalmente
iniciática, del punto de vista de la totalidad” 42.

Esta frase asombrosa salta desde las páginas del libro y da la medida de las dimensiones de la
experiencia de Cesarano. Si hasta ahora, por decisión propia, no hemos hablado de él más que como una
partícula de un movimiento histórico y, dentro de ese movimiento, como exponente de la corriente más
radical y portadora del más rico e innovador aporte teórico… por un momento queremos hacer hincapié
en la singularidad de Cesarano. ¡”intuición fulgurante (…) del punto de vista de la totalidad”! ¿Cómo no
pensar inmediatamente en el LSD? Fulgurante fue de hecho su aventura crítica, desarrollada en
coherencia con la dirección radical que le dio a su vida desde 1969 en adelante, y que le imprimió a la
misma un sentido de marcha, mantenido implacablemente hasta el último momento.

Antes del 71, fue la experiencia colectiva, pública, de Ludd. Después, empieza a componer la obra más
importante de su vida, la «Critica dell’utopia capitale» (ya anticipada en «La utopía capitalista», en
«Ludd», nº 3, Milán, 1969), donde ajusta
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cuentas definitivamente con el mundo de la cultura y la intelectualidad oficial, del cual se alejaba cada
vez más, inexorablemente, en la práctica.

En las primeras páginas del libro están los enunciados fundamentales: 1) el desarrollo de la especie
desde sus más remotos orígenes y la historia de la sumisión al trabajo y a la producción de utensilios-
prótesis, que cada vez más se hacen cargo de la subsistencia del cuerpo viviente, reducido a un apéndice
alienado; 2) el desarrollo de la siquis individual, separada del cuerpo, como pensamiento que se piensa a
sí mismo, deviene historia del Ego colonizado por el capital en tanto “persona”, interiorización del
“valor” en proceso; 3) la producción del lenguaje, como conjunto de señales autonomizadas, se acumula
como trabajo muerto y termina por adquirir un peso determinante sobre la comunicación humana,
logrando dominar al sujeto, que ahora es hablado por la lengua.

Estas tres dimensiones constituyen un único proceso - visto desde ángulos (y disciplinas) diferentes - a
través del cual la especie, a partir de una carencia instintiva primordial, se separa del cuerpo viviente del
mundo (y de su propio cuerpo biológico), extrañándose de él al punto de amenazarlo, hoy, con la
extinción, como si fuese un enemigo externo. Y el cuerpo, tras milenios de sobrevivencia irreductible,
recluido por siempre en lo inconsciente, en lo reprimido, en lo otro, reacciona a la amenaza de extinción
con la crítica armada, con la locura, con la revolución “biológica”.

Mientras toda la existencia no es más que un desierto dominado por el capital, la pasión “muda” de los
cuerpos se prepara para explotar, afirmándose como “totalidad naturante”, desbaratando los proyectos
cibernéticos o de clonación – que pondrían término para siempre a la partida – y revelando su carácter
utópico.

A este enunciado sigue el ataque. Un saqueo desordenado y pasional de los científicos y teóricos del
capital (y de varios pensadores críticos como Horkheimer y Adorno, aunque las lecciones de Freud y
Reich también son tenidas en cuenta).

La teoría es empleada como un instrumento de intrusión para desmentir las conclusiones despiadadas
que los teóricos del capital reservan a la vida, y para extraer los datos que demuestran la vitalidad
irreprimible de la especie biológica frente al fracaso catastrófico de la sociedad del capital, que de ahora
en más se reproduce sólo como el cáncer del mundo.

Procediendo sobre el mismo terreno de sus enemigos, sobre el filo de la abstracción científico-filosófica,
irrumpiendo en los diversos campos del pensamiento separado para incautar materiales teóricos,
Cesarano logró ajustar cuentas con el mundo de la cultura y de la moda intelectual - furioso entonces y
en los años siguientes, también frente al movimiento del 77 -, reservando violentas invectivas al arte, a
los sicoanalistas, a los terapeutas, a los expertos en lenguaje, a los futurólogos que propugnan soluciones
“indoloras” para un mundo abocado a la catástrofe.

Al mismo tiempo, logró comunicar con dramatismo su propia vivencia individual. Por un lado da
testimonio del asedio sufrido por el individuo aislado, inmerso en la cotidianidad alucinatoria en la que
deambula encarnando los distintos roles económico-sociales a los que debe plegarse la “personalidad”,
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imposibilitada de encontrarse con los otros por el equívoco social de la circulación de los hombres
reducidos a “cantidad” de capital (al menos hasta que la pasión, el riesgo y la prueba iniciática no abran
camino al reconocimiento de un otro, y por tanto a lo que es de los otros) . En segundo lugar, muestra el
recorrido que le llevó a romper con el mundo de la cultura y del arte, en el que había vivido hasta el 68 y
al que regresa, como enemigo, para saldar las cuentas pendientes por medio de la crítica y de la lucha,
únicas expresiones posibles que no están inmediatamente sometidas e incorporadas al capital total.

Varias veces se refiere a la experiencia-prueba del ácido lisérgico.

La violencia y el dramatismo de su lenguaje, que además es rígidamente abstracto y que no abandona


más el terreno del adversario, evidencian la condición “segregada” del revolucionario, aislado hasta el
final del ciclo 67-70, pero decidido a utilizar su propia condición desesperada para producir su gran
síntesis teórica, que anuncia como una certeza el próximo resurgimiento, definitivo, final, del
proletariado revolucionario. O sabrá ser y vencer, o el capital lo arrastrará consigo a la catástrofe. La
irreductibilidad del fundamento biológico de la revolución garantiza la invencibilidad de la especie.

Tanto la fortaleza como el límite de su obra es la convicción de que la crisis del capital, prevista por el
informe del MIT, así como los síntomas que revelan la crisis síquica de la persona (locura, neurosis, ya
fuera de todo control e incontenibles por

estructura represiva alguna) y de la sociedad (revuelta inmotivada, saqueo y violencia colectiva,


delincuencia) es irreversible y final, y obligará a la especie a vivir, por último, si no quiere desaparecer y
extinguirse.

En los años setenta, la constatación de que la catástrofe del capital amenaza realmente la sobrevivencia
de la humanidad y del planeta, y la apuesta desesperada y pasional a la vitalidad de la especie ya
demostrada en el ciclo de lucha recién concluido, es un rasgo distintivo, de fondo, que puede sintetizar
las posiciones, aunque diversas, de toda la corriente radical en el comienzo de la nueva época.

La fuerza de la disyuntiva: la vida contra la muerte, en lugar de proletariado contra capital, es signo de
una relativa vitalidad teórica; pero también muestra la dificultad para fundar las propias razones en la
contradicción específicamente social.

Al ser omitido el hecho de que toda producción es un movimiento social bien preciso, quedó al
descubierto la esterilidad de la corriente radical, que ilusoriamente, alucinatoriamente, “subió la apuesta”
de sus propias afirmaciones, dirigiéndose a su propio declive y caída en el curso de unos pocos años.

13. Quemar las naves

Aquellas referencias como las que se hacían al LSD imprimieron a esta teoría el estigma de lo que ya no
es asimilable a la cultura. El mundo de los intelectuales, de la cultura, de los escritores, de los poetas, de
los artistas, de los académicos italianos no fue capaz de responder, más que con la marginación y el
silencio, a un hombre como Cesarano, que no se limitaba a celebrar la generalización de la revuelta de
los demás, sino que entraba en complicidad no con los estudiantes sino con los “provocadores”, no con
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la izquierda sino con los grupos más “ambiguos” (acusados, como siempre en Italia, de “fascistas”), y
que no hacía disquisiciones masturbatorias sobra la “droga” sino que se templaba probando ácido
lisérgico.

La fuerza y el dramatismo de la teoría de Cesarano son evidentemente expresiones directas de su vida y


de su esperanza de volverse literalmente “innombrable” por todos los ambientes culturales, incluso por
los “revolucionarios” de los setenta.

“Por dinero se ‘vive’ muriendo atrincherados en las casas. Para vivir se vierte sangre sobre las aceras del
dinero. De estupefacientes están, según los sabios, envenenados los salvajes. De hecho, la droga gana
terreno, mientras que sobre la droga gana terreno el capital. Pero la droga alucinógena, entiéndase la que
libera de la alucinación de la ‘vida’, al rebajar el umbral que filtra, es decir, economiza las percepciones,
ataca directamente la economía que empobrece a cada cual confinándolo a la tarjeta perforada de las
percepciones programadas para él por la jerarquía del saber, haciéndole finalmente ver lo que no había
visto antes. Dispensándole de lo ‘real’, lo restituye a la verdad a la que pertenece. Y no puede ser, esa
verdad, sino atroz: humillante y terrible. Pero definitiva, inolvidable. Lo desgarrado es irreparable, se
lamentan los sabios: es lo que aterroriza, atormenta, embrutece. Mas lo que aterroriza, lo que atormenta
y lo que, en el mejor de los casos, embrutece, no es, por el contrario, sino la visión de la ‘verdad’,
súbitamente puesta al desnudo” 43.

14. Se abre una nueva fase

En los setenta hubo una significativa ampliación de las perspectivas y fuentes teóricas de los
revolucionarios, que correspondió también a un notable enriquecimiento existencial y a la
experimentación de nuevas dimensiones.

El deseo de realización práctica inmediata no encontraba salida en las luchas sociales, por lo que se
intentó desarrollar una dimensión radical en la vida cotidiana.

Las teorías inmediatistas descubrieron un vasto terreno de aplicación: la delincuencia, la locura, la


experimentación sexual, fueron la verdad práctica para muchos de nosotros.

Bajo formas comunitarias o de aventuras individuales, totalmente excluida ya la “política” de nuestros


intereses, intentamos pasar a una dimensión creativa, afirmativa, que correspondiese a la exigencia
teórica predominante: la de instaurar el comunismo.

La riqueza de estas experiencias escapó en gran parte a la reestructuración posterior, pues para incluirla
se habría tenido que tener en cuenta unas peripecias individuales que nunca fueron contadas.

También tuvieron un peso considerable los movimientos de liberación sexual, feministas, homosexuales.

En general, a pesar de los riesgos y las caídas, la experiencia total de esos años parece tan rica y
compleja como el movimiento que la precedió; tanto que merece, en ocasiones, ser analizada por
separado. Tomada en su conjunto, esa experiencia expresaba ya la necesidad de superar los límites de
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una práctica que, en sus rasgos más específicos – reconocibles en sus enunciados teóricos – tendía a
perder un poco el contacto con la realidad.

Seguramente Cesarano habría considerado positivamente insertarse en el movimiento de la segunda


mitad de los setenta. Su entusiasmo por los combates de abril de 1975, que dieron inicio a la historia de
la Autonomia Operaia, era patente.

Muchos individuos y grupos manifestaron una tendencia a separarse cada vez más de la realidad,
dándole un pésimo uso – entre otros – a la obra del propio Cesarano.

Durante 1975 y sobre todo en 1976 hubo una aparente agudización del reflujo, aunque también hubo
síntomas claros de recuperación, especialmente entre los jóvenes que no habían conocido en absoluto las
luchas del ciclo anterior.

Los años setenta quedaron partidos en dos con el suicidio de Cesarano. Ya dijimos que se trató de un
fracaso colectivo. La contribución de Cesarano no fue para nada indiferente a este nuevo período. Él
había percibido con mucha lucidez las nuevas grietas que se estaban abriendo. Estaba solo y enfrentaba
graves dificultades. Había abandonado la cómoda vida familiar en su casa campestre de Toscana,
incapaz de soportar el aislamiento.

Invariance había acogido algunos puntos fundamentales de la teorización de Cesarano, en particular la


noción de antropomorfismo del capital 44 Se disponía, por un lado, a publicar los textos que debían
fundamentar positivamente la afirmación del comunismo, y por otro a dar una vasta descripción de la
“errancia de la humanidad”, una síntesis de la historia que tenía similitudes con la que había escrito
Cesarano. Sin embargo en el caso de Invariance se trataba de un interés pasajero: el abandono de la
estrecha ortodoxia marxiana habría de llevarles a abandonar el problema “revolución/contrarrevolución”
desplazando su interés hacia un inmediatismo realizativo que, más allá de toda su singularidad, se puede
resumir como una verdadera regresión hacia las concepciones “naturalistas” de ciertos hippies de la
década anterior, naturalismo aplicado al pie de la letra, es justo decirlo, por el fundador y principal
exponente de la publicación ex bordiguista.

El hecho es que en gran medida la “teoría radical” se reveló en esos años como un instrumento para
liberarse de la tradición marxiana, o de ultraizquierda, o revolucionaria en general; para incursionar en
cambio en el oportunismo y el carrerismo, o para rehabilitar la religión, el arte, la familia represiva, etc.,
tal como sucedió en los años ochenta.

15. Comunismo v/s individuo solo y alienado

Durante el declive de los años setenta se daba por descontado que era imposible sobrevivir por mucho
tiempo en la sociedad del capital sin integrarse en ella. Parecía inaceptable tratar de sobrevivir como
organización durante un período contrarrevolucionario. Se hacía una crítica despiadada de los
grupúsculos extraparlamentarios/bandas mafiosas en las que tendía a convertirse toda organización que
pretendiera perpetuarse en la esfera política (o bien en los circuitos económicos “alternativos”, en el arte,
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o en cualquiera de las posturas estéticas ofrecidas como “estilo de vida”). Esa crítica se nos aplicó
también a nosotros de forma despiadada, por la poca organización que habíamos creado, y se extendió
además a los agrupamientos autónomos de fábrica y de barrio que nacían por esos años. Todas esas
manifestaciones eran rechazadas por ser expresiones “gestionistas” condenadas a integrarse en la miseria
que había que criticar y destruir.

En este sentido la tendencia de Cesarano es paradigmática: disolución de Ludd; ruptura con las últimas
ilusiones ideológicas (la ideología cotidianista y la apología del crimen); aislamiento, hasta geográfico
(en el campo toscano); dedicación a una actividad teórica de alcances casi limítrofes.

Para nosotros el declive negaba la posibilidad de logros formales, organizativos, activistas. No obstante,
el 68 había efectivamente reabierto la época de las revoluciones y en consecuencia de lo que se trataba
era de forjar la teoría para hacer frente a la crisis extrema del capitalismo. Se hacía un fuerte hincapié en
el contenido del comunismo. En tanto las razones que habían justificado las fases intermedias, el
socialismo y la transición, estaban obsoletas, ahora se afirmaba el

comunismo como superación de todas las revoluciones precedentes, como liberación de lo reprimido por
la historia pasada y al interior de la siquis de la especie. La cuestión era liberarse de toda la vieja mierda,
afrontar con lucidez y profundidad aquella revolución en la revolución que había sido un rasgo tan
determinante del período 68-69, y que seguía siendo la dimensión, tan particular, en la que vivían y
actuaban los revolucionarios.

El rechazo total y definitivo a proseguir la lucha bajo los términos de la “política revolucionaria”, lo cual
habría supuesto inevitablemente integrarse al ser del capital, no supuso ningún desmoronamiento en el
plano individual.

El rechazo a la ideología cotidianista, a la “ideología de la crítica de la vida cotidiana”, no debe llevar a


engaño. Tal rechazo no implicaba en absoluto un repliegue sobre lo “privado” o sobre el aislamiento del
“teórico” revolucionario. La tensión individual seguía siendo tremenda.

Es más. La “práctica del aislamiento” constituía una radicalización extrema de la dimensión


revolucionaria, que se sustraía así a todo compromiso y seguía experimentando la aventura de la pasión
individual, de la subversión de las relaciones familiares y burguesas, de la ampliación de la consciencia
en todas direcciones y por todos los medios.

«Critica dell’utopia capitale» es un ejemplo muy nítido de este último aspecto. En la obra de Cesarano
es absolutamente evidente la tensión que atraviesa la individualidad misma del revolucionario: su tono
dramático expresa que no se trata “solamente” de “teoría”. El ataque contra la identidad ficticia es
llevado hasta el fondo. La crítica pone en tela de juicio al ego “revolucionario” mismo, a su máscara
autovalorizante y a los diversos roles que está obligada a representar en la esfera irreal de la
sobrevivencia. Al subrayar la naturaleza “biológica” de la revolución se clarifica, más allá de cualquier
equívoco, la materialidad de la verdadera guerra.
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Es “guerra de amor”: de carne, sangre, sufrimiento y éxtasis.

De esta dimensión subjetiva específica, lo que después de tantos años y tantas derrotas se le puede
escapar al revolucionario que lee «Critica dell’utopia capitale», es la exigencia planteada por Cesarano,
casi a priori, de rechazar toda nueva ideología.

De hecho, mientras luchaba a fondo contra la reconciliación, bajo cualquier forma, con la sociedad del
capital, debió mantener una crítica intransigente de ese neo-normativismo revolucionario, de esos
nuevos modelos de “estilo de vida” que en esos años estaban tan presentes en su entorno más cercano.

En síntesis, la lucha de Cesarano debió desarrollarse simultáneamente en varios niveles: por un lado la
crítica concreta, la guerra misma, la afirmación del lado más profundo del comunismo, resolución de
todas las contradicciones del desarrollo de la prehistoria, “afirmación de la especie humana”, de la
Gemeinwesen del hombre. Afirmación “a título humano”, pero que no descuida en absoluto la
contradicción viviente que le da sustancia: el individuo revolucionario “suspendido” sobre lo
desconocido, pero en movimiento con una dirección bien precisa, hacia el éxtasis, la aventura, la pasión,
bajo el látigo de su hambre de lo nuevo y lo auténtico. Así, armado sólo de capacidad crítica y de
creatividad, desprovisto de experiencia histórica prefabricada, encontraba en su camino cada vez más
obstáculos.

En consecuencia, Cesarano debía evitar a toda costa recaer en una normativa de la radicalidad, en esa
intransigencia formalizada cuyos efectos ya conocía. Al mismo tiempo, tenía muy en cuenta que el
movimiento revolucionario en su dimensión más amplia, mundial, se estaba disolviendo en las nuevas
ideologías nacidas de la recuperación del “estilo de los sesenta”. Si, por ejemplo, la experiencia de los
hippies norteamericanos había constituido un aspecto nuevo y auténtico del movimiento revolucionario,
ya al inicio de los años setenta el capital había hecho suya firmemente la ideología “transgresora” de los
“alternativos” californianos, y la diseminaba en todos los mercados de la ideología.

Cesarano afirmó el profundo contenido “individual” de la revolución, la crítica implacable - asumida por
la revolución a partir de los años sesenta - de todas las formas de cotidianidad alienada; negó la
autonomización de la teoría en dogmatismo terrorista, en esa especie de faloforia 45 de lo negativo que
había tomado, en su entorno, la forma de una ideología de la “ilegalidad” y de un enaltecimiento del
vandalismo y el robo; también atacó la difusión ya generalizada de fragmentos de crítica de la vida
cotidiana por parte de centros culturales directamente subordinados al capital, que implicaba a amplios
sectores del movimiento juvenil contestatario.

En los años noventa el capital difunde sus propios mensajes de un modo extremadamente más directo, y
no tiene ningún problema en propagar las ideologías más reaccionarias y decrépitas. Por lo tanto, ya no
hace falta la verdadera proeza que Cesarano tuvo que realizar para no ofrecer un modelo ideológico de
radicalidad inmediatista, ni hacer guiños a la juventud como hacía Marcuse, mientras se refería
claramente al LSD y en general a la destrucción de los límites del ego.
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En «Critica dell’utopia capitale» Cesarano explica claramente cómo en el delirio esquizofrénico cae el
muro con el que el lenguaje heredado encarcela la comunicación, y por tanto cae la barrera perceptiva
que marca la frontera entre el Yo y el mundo, abriendo así la posibilidad explosiva de una relación
dialéctica entre un individuo y otro. Al mismo tiempo, debió advertir del riesgo de la “condena privada”,
que esperando “la explosión de sentido vivo experimentado como peripecia individual, ha querido
prender fuego de una vez a la totalidad del propio sentido” 46. En el «Manuale di sopravivenza» por otro
lado, quiso advertir contra las nuevas formas de autovalorización que transforman la experiencia
“sicótica” o “neurótica” en un nuevo rol espectacular.

Ciertamente, desde muchos puntos de vista, las cosas hoy se han simplificado. El capital ha superado ya
la fase en que podía extraer de la experiencia sicodélica nuevas formas culturales y artísticas o, en otro
nivel, podía anexionarse vastos sectores de las nuevas generaciones que tendían espontáneamente a la
rebeldía. Lo que hoy está absolutamente en boga es el individuo descrito en «Critica dell’utopia
capitale», que percibe con vértigo su propia pertenencia a un mundo Otro y que está imposibilitado de
comunicarse con los demás, quienes, partícipes de la alucinación, se le aparecen como máscaras. Es,
entre otras, en esta descripción del carácter alucinatorio de ese flujo continuo de relaciones alienadas que
forman la cotidianidad del capital, en la que el individuo interioriza gradualmente los roles de su ciclo de
valorización – en el trabajo, en la familia, en las relaciones “sentimentales” codificadas -, donde
Cesarano escribe algunas de sus páginas más potentes, comprensibles inmediatamente por el
revolucionario que se encuentra “perdido” en la realidad de hoy.

Ahora, más que antes, existe el peligro del desarraigo y del desamparo total, pues falta el vínculo con un
pasado reciente de revuelta generalizada.

16. La actividad del Centro d’iniziativa Luca Rossi

Por esto es que tiene relevancia una actividad como la emprendida por el Centro d’iniziativa Luca Rossi,
la que sintetizamos como sigue:

1) Clarificar la tradición revolucionaria, necesaria para establecer unos principios que vayan más allá de
las oleadas de barbarie que el capital impone al mundo que ha colonizado (racismo, guerra,
resurgimiento sangriento de los conflictos nacionales anteriores a la primera guerra mundial,
expansionismo beligerante de las antiguas religiones), con especial atención a la corriente de
ultraizquierda de la época del fascismo y el estalinismo. Este trabajo implica la reanudación de los
proyectos emprendidos en los años setenta y que no pudieron ser concluidos: la afirmación del
comunismo y su descripción positiva. Porque hay que hacer frente a la mistificación que acompaña al
colapso de aquello que setenta años de contrarrevolución contrabandearon como “comunismo”, mientras
el fascismo y el racismo dejaban de ser espantapájaros espectaculares para convertirse en zombies
gigantes armados hasta los dientes.

2) Hacer un balance de la corriente radical italiana, porque la erupción revolucionaria de esos años
“quemó” una serie de cuestiones sin llegar a resolverlas, encontrándose en un rotundo callejón sin salida
en el momento que le era potencialmente más favorable (el 77). Por eso es preciso delimitar esa
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experiencia histórica para extraer de ella las debidas lecciones. Existe una clara necesidad, entre otras
cosas, de hacer accesibles los resultados de este esfuerzo, pero es impensable hacerlo al margen de una
discusión que lo haga comprensible y criticable por los revolucionarios de hoy. Se trata por lo tanto de
afrontar una doble tarea: difundir los principales textos radicales de los setenta e intentar hacer un
balance crítico.

3) En lo inmediato, evitar la repetición de aquello que ya entonces era un error y que hoy sería
totalmente impensable: la valorización del aislamiento (que hace de la actividad teórica algo abstracto e
inverificable). Por el contrario, deben ser analizados con extrema atención y sin ningún descuido las
experiencias de los revolucionarios en los lugares de trabajo, en los organismos de base del proletariado,
en los centros sociales, puesto que constituyen un elemento vital, sin el cual hoy no son factibles ni
siquiera los enunciados preliminares de la tradición revolucionaria. Una lección que se puede sacar
inmediatamente de la teoría radical de los años setenta es que los revolucionarios no pueden omitir las
relaciones concretas con la lucha social sin engrosar las filas en las que hemos visto ingresar a tantos
geniales pensadores ex revolucionarios; y al mismo tiempo, no pueden renunciar a la crítica concreta y
vivencial de la vida cotidiana sin recaer penosamente en el nihilismo pasivo.

4) No hay que temer a las soluciones organizativas y organizadas que puedan servir para alcanzar la
plena eficacia operativa. En las condiciones actuales de profunda crisis del capitalismo, en las que sin
embargo no prospera lo mejor del proletariado internacional revolucionario – y ni siquiera prospera un
movimiento de clase capaz de auto defenderse - los revolucionarios enfrentan todos los peligros típicos
de los anteriores períodos de reflujo, pero sin tener todavía ninguna relación histórica con un
movimiento de lucha global reciente. Así que en cierto sentido, hoy mucho más que en los setenta, se
mueven al borde del abismo, asediados por la trampa de la desesperación, de la decepción, de la crisis
“catastrófica” de desvalorización, en la que resulta cada vez más difícil hallar una salida en el ataque y la
revuelta, salida que, después de todo, en comparación con ahora, antes estaba al alcance de la mano. De
modo que nadie puede ya permitirse indulgencia alguna en el terreno del aislamiento. La comunidad, la
organización y la solidaridad revolucionarias son necesidades urgentes, cuya falta se advierte
dramáticamente, pero cuya realización está terriblemente lejana. Todo lo cual apunta a una fuerte
ligazón entre los revolucionarios, sin ningún tipo de sectarismo. El período actual de trabajo
“preparatorio”, de clarificación de principios, requiere no sólo de coherencia e intransigencia, sino
también de un enriquecimiento de los contactos, de las fuentes y las discusiones. El ambiente
revolucionario en sí es demasiado débil, es una parodia “nostálgica” de lo que era en el pasado, como
para poder constituir por sí solo un punto de referencia válido. Por esto se necesita de todos los aportes,
para crear alguna circulación de ideas, de investigación, de estudio, que establezca al menos las
condiciones mínimas para un resurgimiento.

No podrá haber ningún movimiento sin principios y sin teoría, pero tampoco si reproducimos la
estrechez mental que caracteriza al ocaso de los radicales.
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17. Agotamiento de la corriente radical durante el reflujo

Vivimos un presente trágico y sangriento. La crisis actual manifiesta simultáneamente los rasgos
clásicos de un retroceso de la economía en sentido estricto (desempleo, sobreproducción,
sobreexplotación, competencia desenfrenada, exportación del desastre a África y América Latina) y en
un sentido más amplio también (incapacidad de controlar la situación mundial 47, colapso financiero,
hambre, guerra, destrucción demencial del ambiente y los recursos).

Junto con todos los aspectos de la bancarrota general denunciada por la teoría radical de los setenta,
mediante la desmitificación de la “apocalíptica” del capital, han vuelto a ocupar la escena histórica todos
los conflictos inter-étnicos, raciales y religiosos, que parecían relegados a una época anterior del
desarrollo capitalista. El capital no ha resuelto ninguno de los problemas que desencadenó en la época de
su expansión planetaria a fines del siglo diecinueve. Dentro de las ciudadelas del híper-desarrollo
capitalista las patologías irresueltas de la sociedad (criminalidad, violencia ciega, sicosis), síntomas de
una profunda crisis, se estabilizan como la pesadilla diaria de millones de proletarios.

Más que nunca se hace patente la necesidad de armas teóricas capaces de destruir la trampa de las falsas
alternativas reanimadas por los conflictos y el caos que rodean por el sur y el este a la Europa
“civilizada”, y que ahora se insinúan en sus ghettos bajo la forma de racismo, integrismo islámico y
fascismo, todo eso que al principio de nuestra historia parecía un residuo del pasado, condenado sin
esperanza. Para analizar y combatir sirven los principios del programa comunista, puntos de referencia
que no podemos sacar sólo de nuestro presente, del museo de horrores que nos acosan. La posición
comunista frente a la guerra mundial, frente al internacionalismo, las cuestiones raciales y nacionales
goza de plena actualidad; fuera de esos principios no hay ninguna perspectiva que no conduzca a la
guerra y las masacres. Y junto a esos principios, la compleja y variada “crítica radical” constituye la
síntesis más completa del movimiento revolucionario reciente en las metrópolis del capitalismo. Este
movimiento, globalmente más rico y amplio que el comunismo radical propiamente tal – que es sólo un
componente, por lo demás limitado en el tiempo - , expresa los nuevos contenidos que han enriquecido
la perspectiva comunista.

Con notable coherencia Giorgio Cesarano, aportando su propia perspectiva histórica sobre el
movimiento del 68, hablaba de “crítica radical” para referirse a los precursores encarnados por la
Internacional Situacionista – y en menor medida por Socialismo o Barbarie – en Francia, y por Ludd – y
en menor grado por la Organizzazione Consiliare y por Comontismo – en Italia. A Cesarano le
interesaban las manifestaciones nuevas y diferentes respecto al movimiento obrero y la tradición
revolucionaria. Nuestras exigencias actuales son otras. Hoy debemos buscar un mayor arraigo histórico
frente a la tempestad del presente, y por tanto situarnos más profundamente en el espacio y el tiempo,
reanudando el estudio (que se detuvo en sus conclusiones provisorias) de la teoría de Marx y de su
resurgimiento parcial en los años 20 (en los sesenta era impensable, por ejemplo, que el problema
balcánico o el conflicto turco-armenio pudiesen tener espacio en las primeras planas y en los
noticiarios).
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Teniendo claras sus propias premisas históricas, la teoría de Cesarano se abrió indefinidamente hacia el
futuro, hacia la perspectiva revolucionaria, entregándose a la inmensa tarea de aportar sus propias
razones y sus instrumentos a la revolución futura, presentida entonces más cercana de lo que nosotros
podemos presentir hoy día. En esa labor ilimitada él creía estar implicando a las revistas y grupos
radicales de entonces (Invariance, Errata, Négation) y a un conjunto de individuos y de situaciones – en
cuyo centro estaba Puzz-Situazione Creativa – que parecían estar poniéndose en movimiento a mediados
de los setenta. En consecuencia, no hay que dejarse engañar por la falaz impresión de anacronismo que
pudiesen arrojar sus escritos: se trataba de una búsqueda abierta, inconclusa, ansiosa de confrontarse con
otros aportes. En lugar de eso, Cesarano quedó aislado. La corriente teórica de la que formaba parte se
había marchitado. El declive posterior al 68 debilitó gravemente a la corriente radical, que hacia fines de
la década devino casi incapaz de producir análisis críticos, y en los ochenta no hizo más que aportes
esporádicos, aislados, ya no – en nuestra opinión – atribuibles a un punto de vista colectivo.

La progresiva desintegración de la teoría radical estuvo marcada por dos deficiencias fundamentales: el
deseo de innovación teórica a cualquier precio, y la falta de salidas prácticas, sociales, lo cual degeneró
en una actitud nihilista pasiva.

El propio Cesarano y con él una parte considerable de Ludd, percibían el movimiento revolucionario
como algo completamente nuevo, en modo alguno heredero de la tradición revolucionaria precedente.
Esta percepción produjo en él la exigencia de una nueva gran síntesis que superase claramente los
límites contingentes del momento, y a la que se dedicó con el espíritu apasionado de un explorador,
sumergiéndose por completo en una gran batalla teórica que arremetía simultáneamente contra los
frentes enemigos de la economía, el sicoanálisis, la lingüística, etc.

Pero Cesarano, incluso cuando dejó atrás los confines de la teoría revolucionaria clásica – la que por lo
demás creía superada o en vías de ser superada por la “nueva” teoría que inevitablemente emergería de
la nueva revolución - , ni siquiera entonces la abandonó para pasarse al terreno del reformismo, del
pacifismo ni de ninguna otra ideología “conciliadora” del capital.

En cambio muchos otros consideraron la innovación teórica como un medio para expropiar no a la
ciencia del capital, sino a los propios principios revolucionarios.

Siguiendo esa línea, muchos revolucionarios empezaron a perseguir una novedad teórica tras otra, un
descubrimiento tras otro, hasta renegar por completo y definitivamente las premisas y la perspectiva
revolucionaria. Entre los que estaban más próximos a Cesarano, ya mencionamos el giro de 180 grados
de Invariance. También podríamos citar el caso de Gianni-Emilio Simonetti, decididamente oportunista
en la búsqueda de un medio para dejar atrás la teoría revolucionaria, medio que encontró en la
profundización “crítica” de todas las tendencias culturales y filosóficas del momento.

La disolución del movimiento en la sociedad favoreció el repliegue de muchos de nuestros compañeros


en el nihilismo pasivo. Ya hemos subrayado cómo en Cesarano la crítica de la ideología cotidianista no
llevó a ningún relajamiento de la tensión individual, a ningún rebajamiento del nivel de la crítica
siempre dirigida contra la “vida” alienada. En muchos casos, sin embargo, la pérdida del compromiso
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social significó simplemente una rendición hasta en la vida cotidiana, un retorno a todos los antiguos
hábitos, a la poderosa inercia de la estructura provinciana y familiar típica de la sociedad italiana.

A menudo al terrorismo ideológico de los comontistas se opuso una actitud que no era más que su
reflejo invertido; esto es, una actitud legalista y conformista, pasiva, incapaz de hallar las razones de la
propia revuelta en el momento en que ya no se sentía la atmósfera caliente, viva, de la lucha y de la
crítica social colectiva. Para muchos la disolución de Ludd, por ejemplo, significó el regreso a sus
condiciones de vida anteriores, o su inserción en las instituciones universitarias, etc.

En algunos casos Adorno y la Escuela de Frankfurt - dos de los principales referentes teóricos de
Cesarano - ejercieron un efecto negativo en este sentido. SI bien para Cesarano siempre estuvo muy
clara la tensión dialéctica que lo distinguía de

los teóricos “críticos” alemanes, separados del movimiento revolucionario, también es cierto que esa
actitud de distanciamiento crítico fue objeto de una imitación vulgar, antesala de una aceptación
conformista del presente y de la mera sobrevivencia.

Se podrían referir muchísimas vivencias individuales, pero lo que interesa es subrayar el debilitamiento
general de la corriente revolucionaria. En este sentido fue posible incluso hacer un uso
“contrarrevolucionario” del propio Cesarano. Una metida de pata típica fue la de los que arribaron a la
“crítica de la política” en el momento en que – del 75 en adelante – la situación social empezaba a
abrirse una vez más. El sabotaje de Puzz fue parte de esta deriva (véanse los dos números publicados de
Provocazione). En parte como reacción al cripto-grupo comontista que colaboraba en Puzz
(Comontismo, aunque se había disuelto, siguió existiendo informalmente hasta 1977) 48, algunos de los
animadores de la revista imitaron la actitud de Invariance: destrucción de toda forma organizativa,
aunque fuese informal, así como de toda expresión colectiva, incluyendo cualquier acción práctica o
intervención junto al movimiento social de más amplios alcances que empezaba a manifestarse. Lo
cierto es que el resurgimiento de la efervescencia social que tanto había apasionado a Cesarano al final
de su vida, fue liquidado bajo la acusación de ser mera “política” o “nihilismo”, un típico
descubrimiento de los recién llegados a la teoría radical 49. Asimismo, el frágil agrupamiento de Quarto
Oggiaro, formado por muchachos muy jóvenes (que se estaban ramificando a otras ciudades) fue
saboteado, a fin de poder desarrollar la “subjetividad crítica” 50. Efectivamente existe en la obra de
Cesarano la noción de “autogénesis creativa”, pero no como algo contrapuesto a la actividad colectiva y
coherente de una comunidad o de un grupo. En lugar de ello, tal concepto fue popularizado como
subjetivismo, individualismo, elogio del aislamiento (contra los cuales Cesarano había dado su batalla
más extrema), lo que dio lugar a los típicos casos de “autovalorización del Yo” fomentados por el rol de
intelectual creativo y crítico culto, roles obviamente muy seductores para esos jóvenes que llegaban a la
crítica radical armados con un espíritu arribista. Evidentemente, algunos de ellos fueron a parar a la
viejísima letanía de la autovalorización artística y de la regresión filosófica. ¡El peor uso posible de
Cesarano! Su teoría fue traicionada aprovechando esa sensación de vacío producida por la excesiva
amplitud de su visión, que hace su exposición demasiado abstracta, tanto que a ratos parece
circunscribirse a la filosofía. Aquello que desconcierta al lector revolucionario que se esfuerza por
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comprender a Cesarano de un modo equilibrado, fue usado como punto de apoyo por los que querían
crearse un rol como autores de aforismos morales. Así, se completó la regresión hacia el terreno de la
filosofía, de la intelectualidad, del arte, terreno que Cesarano creía haber devastado irreversiblemente.

En Cesarano la actitud temeraria que privilegia el gesto de violencia y la revuelta, la locura, era
necesariamente menos elaborada que su análisis de las teorías del enemigo. Por lo tanto fue fácil, quizás
agregando un poco de crítica del nihilismo contemporáneo, considerar obsoletas las escasas
formulaciones que claramente defendían la revuelta de los locos o delincuentes, extrapolando las que en
cambio tomaban distancia de las manifestaciones del movimiento existente, o que subrayaban la
parcialidad del conflicto particular o su recuperación. Así es como se fundamentó la retirada hacia una
crítica separada, hostil a lo real, pero sin una pizca de la verdadera pasión destructiva de Cesarano, que a
veces armaba a la crítica con un furor heroico. Esas caricaturas de Adorno, que prosiguieron el ejercicio
crítico como una especie de pasatiempo arribista, ni siquiera se percataron de la rabia ciega que animaba
a los autónomos que agarraron a palos a Luciano Lama en la universidad de Roma; ni vieron la cruda
necesidad que empujaba a los desempleados de las metrópolis a ocupar casas, a saquear supermercados,
a explotar las contradicciones momentáneamente reabiertas en la reproducción social asegurándose la
sobrevivencia mediante el robo, lanzándose al enfrentamiento con la policía con la alegría nacida de una
rabia largamente reprimida y de un cúmulo de frustraciones. El problema no era por cierto que hubiese
demasiada violencia, o que en el movimiento circulasen demasiado a menudo las armas de fuego. Sin
embargo, hasta estas críticas de colegiala salieron de la corriente radical en vías de putrefacción en el 77.

También hubo malentendidos en torno a la cuestión del “capital total” 51. Este punto, efectivamente
central por ejemplo en «Critica dell’utopia capitale», fue asimilado sin un mínimo de cautela por los
escrupulosos neo-críticos radicales, que querían hacer creer que el proceso revolucionario era un hecho
estrictamente interior, que de lo que se trataba era de luchar únicamente para expulsar de uno mismo la
coraza capitalista. Esta perspectiva apuntaba a concretar unas relaciones entre individuos autónomos “al
más alto nivel de la teoría”, tal como Invariance había planteado en su momento.

El aislamiento se convirtió así en un factor de autovalorización: cada uno de los elegidos teóricos
llevaba en sí su grano de valor, reflejando la autocomplacencia de los demás. En pleno 77 esta actitud
significaba nihilismo pasivo, neutralismo, abandono del campo revolucionario, ya despojado de todo
sentido. Este hiper-subjetivismo llevó al puro y simple abandono del frente individual de la lucha (la
crítica de la vida cotidiana); el resultado final fue invariablemente el nihilismo pasivo.

18. La gran oportunidad del 77

Hacia fines del 76, mientras los pocos núcleos “radicales” presentes en varias ciudades de Italia tendían
a adoptar una actitud de vacua superioridad que les hacía incapaces de realizar cualquier intervención
eficaz, hubo ocasiones para encontrarse con los Circoli del Proletariato Giovanile y con la incipiente
Autonomia Operaia.

Por sólo mencionar un ejemplo de esta actitud, habíamos considerado el infeliz resultado de
Provocazione, la revista que sucedió a Puzz, con mayores ambiciones teóricas.
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Desde finales del 76, en ocasión de la experiencia de los Circoli del Proletariato Giovanile, preanunciada
por los enfrentamientos de la primavera del 75, la situación italiana volvió a reabrirse rápidamente,
ofreciendo a los revolucionarios ricas oportunidades de comunicación con lo social.

La aparición en escena de la política llevada adelante por la Autonomia Operaia no es en sí ninguna


novedad. De hecho se puede considerar a la Autonomia Operaia como una forma de militantismo de
izquierda consecuente. Su éxito se explica fundamentalmente por su clara elección de la ilegalidad y la
violencia. La confusión así provocada en el esquema político de los grupos autónomos abrió una brecha
por la cual pudieron irrumpir los incontrolados de la metrópoli.

A fines del 76 se sucedieron una tras otra las expropiaciones proletarias en masa. Los Circoli del
Proletariato Giovanile llevaron a los jóvenes de la periferia a propagar las ocupaciones de casas en el
centro urbano. En Milán la Universidad Estatal, templo del estalinismo, fue atacada sin piedad.

Los grandes movimientos de Roma y Bolonia en los primeros meses del 77 hicieron realidad el sueño de
las grandes revueltas armadas por fuera y contra las mafias político-sindicales, revueltas tan anheladas
por los radicales durante tantos años. El 77 no tuvo las dimensiones, la profundidad social ni la duración
del movimiento anterior del 67-69; no obstante dio lugar a una situación todavía más favorable para el
comunismo radical.

Esta vez la política militante de los grupitos que por tantos años habían constituido un obstáculo y un
freno, y con los que quisiéramos o no habíamos tenido que ajustar cuentas, hizo suya sorpresivamente la
crítica feroz e irredenta nacida de un movimiento que expresaba como su propia premisa la exigencia de
luchar por sí mismo, por la vida de cada cual, contra el sacrificio, contra el aburrimiento, contra el
trabajo, para transformarse inmediatamente a sí mismo, enfrentando en esa lucha a cara descubierta el
asedio del mundo mercantil.

También en esta ocasión el bloque estaliniano PCI-CGIL fue identificado como el enemigo: se alineó
abiertamente contra el movimiento, y por primera vez perdió por completo el control de las calles.

La situación en Bolonia, extremadamente rica al principio, vio entrar en escena a Radio Alice-
A/traverso, que con la fórmula del neo-dadaísmo se aventuró incluso en el rescate de las ideas
situacionistas. Esto – más allá de la extrema ambigüedad de ese colectivo 52, que volvió al orden luego
de la represión que siguió a los hechos de marzo – demuestra el enorme potencial que se abría al
movimiento revolucionario, y que éste no supo aprovechar.

La Autonomia Operaia de Roma, que puso en marcha una organización notable, apoyada por una base
social bien articulada y muy profunda, puso sus considerables recursos técnicos, principalmente Radio
Onda Rossa, a disposición de los “radicales”, tan grande era su hambre de teoría y su necesidad de ideas
y perspectivas frente a los intentos por aislarla y acorralarla después de las batallas de marzo.

Los autónomos de Via dei Volsci eran demasiado brutales y directos para resultar digeribles incluso por
los estómagos de fierro de los recuperadores profesionales. Carecían de toda aptitud para reconvertirse
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en intelectuales, y su arrogante militantismo de los años cincuenta les hacía incapaces de introducir
nuevas modas en el movimiento, por lo que encajaban más bien en el rol muy moderno de trabajadores
culturales. Inevitablemente, no les que quedaba más opción que oponerse tenazmente a todo lo que no
servía a su principal objetivo: prenderle fuego a la ciudad de Roma un par de veces al mes, en el curso
de unos enfrentamientos con la policía que eran conducidos con gran inteligencia y un perfecto sentido
táctico de las proporciones.

Eran gente que no tenía nada que ver con la teoría radical: buscaban el choque dotados de una gran
capacidad organizativa; su encuentro con los partidarios de la teoría radical fue positivo y constituye una
excepción en esos años de renuncia vergonzosa.

En estas circunstancias tan favorables la única salida concreta de los radicales fue la revista
Insurrezione, cuya producción, entre otras cosas, estuvo a cargo de los poquísimos elementos que la
crearon como un complemento a la frenética aventura que se abría en las bellas ciudades italianas en
lucha.

Es cierto también que hubo que pagar un alto precio al “nihilismo activo”: justo cuando los jóvenes de la
Autonomia Operaia se estaban separando de las organizaciones, hartos de ser usados como instrumentos
por el liderazgo oportunista de Toni Negri, hubo un componente de origen radical que lo malentendió
todo y que, en lugar de satisfacer la necesidad difusa de apoyo teórico, de experiencia y de lucidez – que
hacían falta a un movimiento extremadamente desarmado desde este punto de vista -, se dejó atrapar por
su complejo de inferioridad frente a los militares del terrorismo político, y trató de competir con ellos en
su mismo terreno. El caso de Azione Rivoluzionaria fue el ejemplo más claro de esta oleada
autoflagelante, y su resultado desastroso tuvo ribetes de autodestrucción. También hubo otros casos –
por fortuna no tan espectaculares – de imitación grotesca e impotente de aquel militarismo que fue uno
de los aspectos más débiles del 77.

El movimiento de ese año estuvo compuesto casi enteramente por elementos muy jóvenes. La
reaparición de un “ala creativa” expresó la profunda necesidad de separarse de la esfera política, para
buscar nuevas herramientas teóricas adecuadas a la subversión de todos los roles de la sobrevivencia. En
ausencia de la corriente radical, disuelta como nieve al sol en los primeros meses del 77 ante la primera
dificultad concreta del movimiento - golpeado muy eficazmente por la represión estatal (represión
apoyada sin rodeos por el PCI y por la izquierda extraparlamentaria) - lo que se expresó efectivamente
en el “ala creativa” fue la tendencia más débil y oportunista, que tendía a oponerse a una conducta
coherente e intransigente, convirtiéndose en uno de tantos “frenos” al movimiento.

Hay que hacer notar que esta experiencia colectiva de la que formamos parte, al agotarse, no había
alcanzado los logros de los cinco años anteriores.

En algunos prevaleció el resentimiento hacia una clase que no había “querido” ser revolucionaria. De ahí
los análisis que renegaban de la concepción de la lucha de clases, que consideraban al proletariado como
contrarrevolucionario y que elogiaban el inmediatismo, más aún si éste era agresivo, violento, loco. En
general, fue esta actitud sicológica-teórica lo que abrió el camino al nihilismo activo, armado. La
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desconfianza hacia la clase revolucionaria – ya no traicionada, sino traidora – llevó a la sustitución del
proletariado por la propia vanguardia revolucionaria, decidida a tomar por sí misma las armas. Esta
tendencia trató de chantajear a todo el mundo, difundiendo en las metrópolis donde los enfrentamientos
eran más duros sentimientos de culpa respecto de las víctimas que rápidamente la represión empezó a
producir en sus filas. Sin embargo esta empresa duró poco, debido a su escasa fuerza organizativa. Su
brillo sólo fue un reflejo del de los estalinistas de las Brigatte Rossi 53.

Otros, en cambio, al asignarle el rol preponderante a la teoría terminaron identificando la revolución con
la producción de cualquier panfleto en que se criticara todo y a todos. Esa tendencia, que tenía sus
precedentes en el nihilismo pasivo descrito más arriba, tuvo un efecto desastroso: la pasión
revolucionaria fue sustituida por unas grotescas ambiciones intelectuales. Tal actitud tuvo su
propagación más típica en la apacible realidad de las provincias, donde cualquier apariencia de sabiduría
conducía a la autovalorización. O bien, en otras circunstancias, faltando ocasiones para criticar el
izquierdismo de los autónomos, la “teoría” de los radicales se hundió en la esterilidad por carecer de
objeto, y por la práctica de recluirse en el aislamiento acostumbrado, satisfecha de constatar cuán real
era la mafia roja. Estas dos tendencias habrían podido encontrar un antídoto en la obra de Cesarano, en
caso de haberla comprendido. Entre otras cosas, allí se proporcionaban todos los datos para una crítica
de los procesos de autovalorización del ego y para el rechazo sin apelación de los pútridos senderos del
arte y la cultura. Mientras que en «Cronaca di un ballo mascherato» – escrito en colaboración con Piero
Coppo y Joe Falissi – había hecho por anticipado una crítica exhaustiva del desarrollo y el destino del
lucharmadismo.

19. Conclusiones

Por supuesto, cuando hablamos de la experiencia radical queremos expresar un balance histórico,
delimitar una corriente para superarla. Esto no significa desde luego que los individuos que formamos
parte de ella no hayamos seguido actuando y desarrollando la misma perspectiva; de hecho, la absoluta
intransigencia de la corriente comunista radical frente a todos los intentos de recuperación es lo que ha
permitido que una tendencia revolucionaria siga expresándose hasta el día de hoy 54. Insurrezione
produjo en total cinco números entre 1977 y 1981. En Milán un agrupamiento de “radicales”
reunificados en ese momento con el núcleo de Collegamenti, intentó entre el 79 y el 81 darle vida a una
radio (en tanto que Rosso animaba Radio Black-out). Ya mencionamos la experiencia de Maelström.
Señalemos, al menos, las dos notables intervenciones de Mario Lippolis: «Teoria radicale, lotta di
classe (e terrorismo)» 55 y «Ben venga Maggio e ’l gonfalon selvaggio» 56 (esta última, entre otras cosas,
ofrece un exhaustivo análisis de la corriente radical, que la delimita históricamente siguiendo una
periodización que evidentemente ha influido en nuestro propio análisis).

Con todo, estas intervenciones pertenecen ya a una nueva época, la del gran reflujo que siguió al 77: los
últimos dos números de Insurrezione se ocuparon casi enteramente de analizar ese reflujo; Maelström,
como nosotros, quería hacer un balance crítico de los años setenta, del que pudiera extraerse una nueva
perspectiva.
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En las condiciones de hoy se reactualizan, con todo su trágico peso, las “cuestiones de raza y nación” y
esto será sin duda una piedra angular de la crítica en el futuro inmediato. La perspectiva
internacionalista, la necesidad de superar las naciones, las religiones, el racismo, volverán a plantearse
con plena actualidad en un momento en que el mundo es asolado por el nacionalismo, el racismo y los
nuevos integrismos religiosos.

La situación italiana misma está marcada hoy por el localismo y el racismo, que no sólo impone los
temas con los que tenemos que enfrentarnos inevitablemente, sino que también impone los términos con
los que debemos abordar la cuestión del comunismo, que se plantea precisamente como antítesis de los
particularismos revitalizados por el capitalismo decrépito de nuestra época.

Ya ha pasado ese largo período histórico en que tales cuestiones parecían ya superadas por un capital
totalitario que había llegado a homogeneizar a todas las clases sociales y a unificar a todo el planeta bajo
su dominio, reduciendo los conflictos étnico-religiosos de Asia y África al papel de espantapájaros de la
información-espectáculo. Ello fue sin duda una ilusión compartida por la teoría radical (y por el propio
Cesarano desde la época de «L’utopia capitalista»), que descuidó el análisis de unas contradicciones
aparentemente superadas para ir en busca de una síntesis superior, lejos del terreno sangriento de la
historia, escapando en parte a las contrariedades del presente. Esta debilidad del análisis ha sido un
producto de las ilusiones generadas por el movimiento subversivo del 68: a ratos la teoría radical se ha
dejado deslumbrar por el “capital total”, que ha sido capaz de asimilar a su propia imagen todos los
conflictos dejados sin resolver por la época de la guerra y del colonialismo.

Sin embargo el movimiento revolucionario de las últimas décadas no debe ser subestimado a favor de la
tradición revolucionaria clásica, que también se ve confirmada por los acontecimientos actuales. Esto,
porque tal movimiento ha aportado cambios irreversibles en la consciencia colectiva de una necesaria
superación.

En particular la experiencia del movimiento “contracultural” del pasado, si por algún tiempo ha sido
recuperada para rendir beneficios en el mercado y difundida bajo la forma de productos consumibles, no
obstante ha aportado una consciencia fundamental, un conocimiento de primera importancia,
desarrollado en toda su extensión por la crítica radical y en particular por Cesarano; pero también
expresada en el feminismo, en el movimiento juvenil - sobre todo el norteamericano - , y en todos los
que han explorado las peripecias de la locura, de los esfuerzos por expandir la consciencia y el potencial
humano: la revolución moderna cuestiona profundamente el principio de la identidad personal y
colectiva, el ego como espacio separado y jerárquicamente dominante, el pensamiento que se piensa a sí
mismo. La revolución moderna se asoma al abismo de los instintos, del inconsciente, de lo reprimido,
para levantar el vuelo hacia la búsqueda del éxtasis, hacia la superación de la individualidad en la
dialéctica que nos vincula a los mundos circundantes. El decenio 67-77 ha modificado irreversiblemente
la subjetividad revolucionaria y su modo de percibirse. En este sentido, vuelve sobre las huellas de la
tradición religiosa y de la magia, para revelar conocimientos que durante siglos permanecieron
secuestrados por el esoterismo de las castas dominantes pre-capitalistas.
Apocalipsis y sobrevivencia 51
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Estas conclusiones nos llevan más allá de los límites de esta discusión. Sin embargo Cesarano en su obra
propone una posible aproximación a esta aventura del conocimiento, descartando el imposible retorno a
las tradiciones, sin negar su profundo núcleo de verdad. La superación del capital implica la superación
de las tradiciones arcaicas, que ya se están extinguiendo bajo la degradación de todo a una mera función
económica. El actual resurgimiento de la religión y de las tradiciones profundas ligadas al pueblo y la
raza, son sólo revestimientos de los conflictos internos del capitalismo y, en realidad, siempre actúan
contra el proletariado, que no tiene, desde hace ya mucho tiempo, ningún interés nacional ni religioso
que defender. Quienes hoy se presentan como fuerzas que encarnan la tradición no son más que las
fracciones más belicosas y sangrientas del capital mundial, que encuadran al proletariado en
monstruosas comunidades sometidas a ideologías totalitarias. Ninguna de las modernas ideologías
nacional-religiosas grotescamente comunitarias 57 tiene nada que ver con los contenidos de las
tradiciones: se trata sólo de manifestaciones de la “modernidad” decrépita del capital contemporáneo.

El núcleo de la superación actual de las tradiciones - la superación de los límites del Yo individual – está
en todas partes y puede ser reencontrado. También en esta búsqueda «Critica dell’utopia capitale»
proporciona fundamentos válidos. Tanto en sus fortalezas como en sus debilidades, esta perspectiva
permite acceder a un nivel adicional de lectura, quizás la más profunda y auténtica, de la obra que
acabamos de explorar.

Francesco Santini

Julio de 1994
Apocalipsis y sobrevivencia 52
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Notas

1 Una posible forma de manejar en la práctica inmediata este problema, la he discutido en otra parte:
http://comunizacion.org/2010/08/21/sobre-el-sentido-de-este-sitio-web/
2 Obra completa. (NdT)
3 Crítica de la utopía capital (NdT)
4 Academia de los testarudos (NdT)
5 Esta actividad se da en un momento en que, al fin, empiezan a estar disponibles los principales textos de
referencia de la “corriente radical”. Subrayamos particularmente la primera traducción integral al italiano de la
revista Internationale Situationniste, editada este año por la casa Nautilus, de Turín.
6 Este Centro lleva el nombre de un militante de izquierda que en febrero de 1986 fue asesinado por la policía en
un confuso incidente automovilístico en las calles de Milán (el policía que lo mató alegó haberle disparado “en
defensa propia”). La página del Centro está en: http://www.ecn.org/lucarossi/625/ (NdT)
7 Autonomía Obrera. (NdT)
8 Giorgio Cesarano, «Critica dell’utopia capitale» («Opere complete», vol. III), Colibri, Paderno Dugnano,
1993, pp. 125-26.
9 Con el término “ultraizquierda” designamos la oposición internacional “extremista” por la “izquierda”
(bolcheviques-KPD), en contraposición al “centro” pacifista (Kautsky-Bernstein-PSI) y a la “derecha”
socialpatriota (Ebert-Scheidemann-Noske-Kerenski-Bissolati), que se manifestó durante el movimiento
revolucionario que sacudió a toda la Europa capitalista entre 1917 y 1923. Esta corriente se propagó
poderosamente hasta en Rusia, como oposición a los bolcheviques, poniendo en el centro de su actividad la
defensa de los Consejos obreros (de ahí la denominación de “comunistas de consejos” o “consejistas” con los que
se conoce a los ultraizquierdistas).
A modo de nota introductoria a la problemática de la ultraizquierda histórica reproducimos a continuación parte
de un texto de Pierre Nashua (Pierre Guillaume) de 1974, que constituye un típico ejemplo de cómo esta
experiencia histórica iba a ser analizada por la corriente radical después de mayo del 68: “Uno de los aspectos más
notables es que la revolución alemana se hizo en torno a la consigna: ‘¡Fuera de los sindicatos!’. Si bien no habían
roto con los sindicatos y con la socialdemocracia antes de la guerra, las organizaciones de ultraizquierda
agrupaban a cientos de miles y quizás hasta a millones de trabajadores, en torno a posiciones revolucionarias.
Organizaciones políticas como el KAPD (Partido Obrero Comunista de Alemania) fueron en determinado
momento estructuras de masas más poderosas que el Partido Comunista ligado a la Internacional Comunista.
Por un lado, los sindicatos adhirieron completamente a la guerra, como sucedió también en los demás países, en
diversos grados. Luddendorff tuvo que rendir su homenaje declarando que el esfuerzo bélico jamás habría sido
posible sin la colaboración de los sindicatos y del Partido Socialdemócrata. Por otro lado, los comunistas de
izquierda insistieron en recomendar el abandono de los sindicatos para formar otros. Esta consigna correspondía a
un rechazo total de la forma sindical de organización, e iba acompañada de la creación práctica por parte del
proletariado de unos organismos muy diferentes: las “uniones” controladas por la base. Una de las adquisiciones
de este período es de hecho el rechazo de la separación entre organizaciones políticas y económicas
(partido/sindicato) (…) Grupos como el KAPD hicieron desde el comienzo análisis profundamente correctos
sobre Rusia y el ciclo de la revolución mundial. Hay que decir que ellos fueron los únicos que apoyaron
militarmente y con eficacia, mediante insurrecciones, ataques a convoyes militares, etc., la Revolución Rusa, a
pesar de su dura crítica a la orientación tomada por los bolcheviques y la Internacional Comunista. La evolución
de estos grupos ilustra todo el problema de las organizaciones revolucionarias. Estos agrupamientos
desaparecieron rápidamente en cuanto la revolución fue derrotada y el proletariado se replegó hacia posiciones
desesperadas y defensivas (puramente reformistas: integración en la sociedad capitalista). La aparición de nuevos
problemas llevó a estos grupos a colapsar en todos los aspectos, teniendo las reacciones habituales: terrorismo
generado por la desesperación, activismo… No hay que olvidar que la revolución alemana fue aplastada por la
Apocalipsis y sobrevivencia 53
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socialdemocracia: toda la historia de Alemania tras la guerra, incluido el ascenso del fascismo, resulta
incomprensible si nos tiene en cuenta esta derrota. El desarrollo del fascismo no tiene sentido si no se lo relaciona
con la revolución alemana, pues él fue en gran parte su ejecutor testamentario. Los revolucionarios y las
fracciones más radicales de la clase obrera (especialmente los desempleados) fueron todos aplastados, sin
embargo la República de Weimar (1919-1933), inicialmente creada y animada por la socialdemocracia y los
sindicatos, fue incapaz de poner orden en la economía y de satisfacer las demandas de los desempleados,
unificando al capital nacional alemán: sólo el fascismo pudo darle trabajo a todos, recuperar el anhelo de
“comunidad” ofreciéndole una alternativa (a su manera), y disciplinar a todos los grupos sociales dentro de los
intereses del capital nacional ya unificado. El fascismo satisfizo de manera mistificada las reivindicaciones
(materiales e ideológicas) de la revolución de 1919, que la socialdemocracia había liquidado siendo incapaz de
cumplir sus aspiraciones de forma duradera, ni tampoco de unificar políticamente a Alemania. Frente a esta
situación, desde principios de los años veinte los revolucionarios poco a poco fueron quedando reducidos a la
condición de secta, y solamente aquellos que aceptaron la perspectiva de una contrarrevolución muy larga fueron
capaces de resistir teóricamente. (…) En la revolución alemana las minorías radicales se hicieron cargo del
problema revolucionario, pero el conjunto de la clase permaneció prisionera de una actitud reivindicativa. La
izquierda alemana fue en el fondo la expresión teórica de lo que los revolucionarios – a menudo obreros sin
formación teórica previa – habían vivido. Tal expresión fue el resultado de toda la experiencia, y de la derrota, de
la revolución más significativa de la época moderna, así como de los límites de la situación en Alemania. Esta
doble herencia se expresó en los grupos que sobrevivieron, por lo general reunidos en torno a uno o dos
emigrados. Los únicos elementos de importancia fueron la izquierda comunista holandesa (GIK-H, Gruppe
Internationaler Kommunisten-Holland [Grupo Comunista Internacionalista-Holanda]) y Paul Mattick, activo en
diversas revistas norteamericanas (International Council Correspondence, Living Marxism, New Essays). Hay que
distinguir entre los textos contemporáneos a la revolución y aquellos posteriores. Los primeros son muy ricos
debido a la experiencia concreta que los produjo. A menudo quienes arribaron a estos “descubrimientos” teóricos
surgidos de la lucha, no estaban preparados. Por ejemplo, la crítica de la revolución rusa se hizo a partir de una
vasta experiencia concreta, de relaciones con los delegados de la Internacional Comunista, de medidas prácticas
adoptadas en apoyo a Rusia y la Internacional, etc. Numéricamente muy débiles, los grupos sobrevivientes no
llegaron a tener, por así decirlo, influencia sobre ninguna lucha importante; a pesar de sus contactos periódicos
con los obreros, permanecieron en un profundo aislamiento. Sin embargo, junto a la “izquierda italiana”, gracias a
una red de relaciones poco numerosas pero complejas y extensas, pudieron desempeñar un papel teórico
absolutamente fundamental. En los grupos y tendencias (aunque no estén directamente vinculados a esta
tradición) que han existido (por ejemplo Socialismo o Barbarie, en Francia) se puede encontrar por lo general la
huella de uno o dos miembros de la izquierda alemana. Existe una continuidad entre ésta última, la izquierda
italiana y la totalidad de la “izquierda”» (Pierre Nashua, «Perspectives sur les Conseils, la gestion ouvrière et la
Gauche allemande», Éditions de l’Oubli, Paris, 1977, pp. 7-9).
10 V. I. Lenin, El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo.
11 La fagi se constituyó en XXXX y se disolvió en XXXX (sic). Era miembro Eddie Ginosa, quien presentó al
congreso de Carrara de noviembre 1969, junto a Cesarano, Gallieri y Fallisi, su texto Tattica e strategia del
capitalismo avanzato nelle sue linee di tendenza, provocando vivas polémicas (este texto, que después fue
discutido y reelaborado al interior de Ludd, fue publicado en el número 3 de Ludd-Consigli Proletari). [La FAGI,
formada en 1965, fue un agrupamiento de jóvenes autónomos desprendidos de dos grandes organizaciones
anarquistas italianas. NdT]
12 Nota sobre el escándalo de Estrasburgo y Sobre la miseria en el medio estudiantil de Mustapha Khayati (sic).
13 Cfr. La declinación y caída de la economía espectacular-mercantil, en Internationale Situationniste número
10, marzo 1966.
14 El movimiento de rebelión que se desarrolló en norteamérica desde fines de los 40 hasta la segunda mitad de
los 60 estaba fuertemente arraigado en las tradiciones sociales oprimidas del continente: la cultura negra, las
cosmovisiones aborígenes y el movimiento obrero de los wooblies, lo que quedó de manifiesto en su literatura, su
música y el modo de vida que inspiró a los jóvenes. Naturalmente, tales expresiones “culturales” fueron
convergiendo cada vez más con la insubordinación social expresada sobre todo en el movimiento contra la guerra
de Vietnam. La recuperación política y publicitaria de este movimiento, bajo la forma del “underground” (sumada
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a la sangrienta represión de algunos de sus componentes más radicales), tuvo algunos momentos reveladores: la
veloz decadencia del distrito contracultural de Ashbury Heights en San Francisco; el autista festival de Woodstock
y el incidente de Altamont, donde el “poder de las flores” derivó en una violentísima batalla campal entre hippies
dopados; la alocada historia de intrigas que implicó a Andy Warhol, Valerie Solanas y el «Manifiesto SCUM»;
etc. Estos episodios ocurrieron mientras estaban en funcionamiento las operaciones MHCHAOS y COINTELPRO
de la CIA, ambas diseñadas para neutralizar al movimiento contestatario. Se sabe, por ejemplo, que la CIA
mantuvo estrechas relaciones con personajes underground como Timothy Leary y Gloria Steinem (apóstoles de la
liberación sicotrópica y del feminismo, respectivamente) y que tuvo mucho que ver en la proliferación de drogas
desestructurantes y contenidos culturales reaccionarios encubiertos bajo una apariencia emancipadora. Sobre este
tema es recomendables la lectura de «Operation CHAOS: The CIA's War Against the Sixties Counter-Culture» de
Mae Brussell, 1976 (en internet); el libro «La generación Beat» de Bruce Cook (Ed. Barral, 1974); y desde luego
los textos mistificadores del underground escritos por Servando Rocha. ((NdT)
15 Partito Comunista Internazionale (Il Programma comunista); Partito Comunista Internazionale (La
Rivoluzione comunista); y Partito Comunista Internazionalista (Battaglia comunista).
16 En 1968 se celebró en la ciudad de Carrara un congreso anarquista internacional, donde se constituyó la
Internacional de Federaciones Anarquistas (IFA). Ése fue uno de los momentos más importantes en la historia del
movimiento anarquista desde el término de la Segunda Guerra Mundial. (NdT)
17 Hay que distinguir los Comités Unitarios de Base (CUB) totalmente autogestionados durante 1968-69, de los
organismos homónimos de la primera mitad de los años setenta, hegemonizados por Avanguardia Operaia (grupo
asentado sobre todo en Milán, de origen trotskista pero convertido después al maoísmo, y que más tarde dio vida a
Democrazia Proletaria, para confluir finalmente en el Partito della Rifondazione Comunista).
18 La AAUD-E fue una organización consejista formada en los años 20 en Alemania por militantes saliidos del
KAPD, entre ellos Otto Rühle. Se oponía tajantemente a la separación entre organizaciones obreras en el lugar de
trabajo, por un lado, y organizaciones políticas revolucionarias por otro (NdT).
19 CUB: Comité Unitario de Base, organismo formado en la planta automotriz Pirelli de Bicocca en Milán, en
1968 (NdT).
20 “En 1965, Pierre Guillaume, miembro de Socialisme ou Barbarie y luego de Pouvoir Ouvrier, fundò la librería
La Vieille Taupe, en la rue del Fossés-Saint-Jacques en París. En torno a ese local se agrupó un polo de reflexión
y de actividad que se interesó por la Internacional Situacionista – la que por algún tiempo mantuvo relaciones con
La Vieille Taupe –, así como por la izquierda italiana, que entonces se podía conocer casi únicamente a través del
filtro del Partido Comunista Internacional (Programme Communiste). Pierre Guillaume tomó parte, por ejemplo,
en la edición en inglés del texto de la I.S. sobre la revuelta de Watts. […] Desde sus inicios, la librería rechazó
adoptar cualquier etiqueta doctrinal. No era la sede de Pouvoir Ouvrier (puesto que Guillaume no era miembro),
ni tampoco su biblioteca. En una época en que era difícil procurarse los textos revolucionarios esenciales, poco
abundantes en el “mercado”, La Vieille Taupe se propuso facilitar su localización. El simple hecho de seleccionar
textos de Marx, de Bakunin, de la I.S., de Programme Communiste, de la ultraizquierda, en 1965 tenía un claro
sentido teórico y político. A su manera La Vieille Taupe participó en la síntesis teórica indispensable de esa
época. Superó el sectarismo sin amalgamar “todo lo que está a la izquierda del Partido Comunista”. (…)
En 1967 la librería adquirió el voluminoso stock sobrante de Costes, la única casa editora de Marx en la Francia
de pre guerra, cuando el Partido Comunista Francés se preocupaba más de publicar a Thorez y a Stalin. A
principios de 1968, habiéndose casi extinguido las Éditions Sociales, el único lugar donde se podía conseguir «El
Capital» era La Vieille Taupe. La librería vendió los saldos de Socialisme ou Barbarie, pero también los Cahiers
Spartacus, que después de la guerra había publicado varios textos representativos del movimiento obrero, desde
su extrema izquierda hasta su extrema derecha. Miles de ejemplares de Rosa Luxemburgo, de Prudhommeaux…
que habían dormido durante años en un sótano del ayuntamiento del quinto distrito, fueron ofrecidos nuevamente
al público. La Vieille Taupe no negaba la necesidad de coherencia. Más bien creía que ésta no podía alcanzarse
partiendo de una sola de las corrientes radicales (todas unilaterales) de entonces, ni entrando en sintonía con los
obreros (como hacía ICO), ni estudiando las formas asumidas por el capitalismo moderno (como promovía
Souyri, quien se mantenía alejado de las polémicas suscitadas por la escisión de Pouvoir Ouvrier), sino mediante
la apropiación teórica de la corriente de izquierda comunista (y por tanto también del terreno histórico en que ésta
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había surgido) y de la Internacional Situacionista, y mediante la reflexión sobre el comunismo y en particular


sobre el aporte de Marx.
Ese pequeño grupo heterogéneo salido de Pouvoir Ouvrier hizo poca o ninguna ”publicidad” en los meses que
precedieron a mayo del 68. Básicamente realizó lecturas colectivas de «El Capital» y empezó a asimilar el aporte
teórico de los diversos componentes de la izquierda comunista, así como de la Internacional Situacionista. La
Vieille Taupe no era un grupo: era más bien un lugar de paso de varias tendencias, en las que predominaba el anti
leninismo y en el que la aparición de «Invariance» abrió un nuevo campo de discusión» («Le roman des nos
origines», en La Banquise, Paris, n. 2, 1984).
21 El Movemento Studentesco (M.S.) fue una organización estudiantil de la izquierda extraparlamentaria, que en
los años setenta se difundió desde la universidad estatal de Milán hacia el resto de Italia. Inicialmente estuvo
ligada al grupo Lotta Continua. La notoriedad lograda en ese entonces por sus dirigentes, Mario Capanna y
Salvatore Toscano, les permitió a éstos emprender una larga y exitosa carrera como políticos y escritores. (NdT)
22 El 12 de diciembre de 1969 una poderosa bomba destruyó la Banca Nazionale dell'Agricoltura en la Piazza
Fontana de Milán, dejando 17 muertos y 88 heridos. El mismo día varias otras bombas explotaron en otras
ciudades de Italia. Como se sabe, esos atentados fueron obra de agencias clandestinas del Estado italiano ligadas a
la OTAN. Piazza Fontana fue el inicio de la “estrategia de la tensión”, que incluyó más de mil ataques en Italia
durante los años setenta, y que fue empleada por el Estado para poder administrar eficazmente el terror público y
la persecución de los revolucionarios. (NdT)
23 El 4 de mayo de 1970, una protesta terminó en tragedia en la universidad estatal de Kent, cuando la guardia
nacional de Ohio asesinó a cuatro estudiantes después de una manifestación contra la guerra. Estos hechos
desataron una oleada de protestas estudiantiles que paralizó las universidades norteamericanas. Entre el 4 y el 8 de
mayo se registraron diariamente cientos de manifestaciones, huelgas, y enfrentamientos violentos. (NdT)
24 Cfr. Guy Debord, «La sociedad del espectáculo», trad. castellana de José Luis Pardo, Ed. Pre-Textos, 1999.
Guy Debord, «Comentarios sobre la sociedad del espectáculo», trad. castellana de Carmen López y J.R. Capella,
Ed. Anagrama, 1999. Raoul Vaneigem, «Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones», Ed.
Anagrama, 1998.
25 Esta vez, a fin de matizar un término recurrente, hemos traducido como “inmutabilidad” el término
“invarianza” empleado en el original. Esta noción, que fue el pilar fundamental de la teorización de la izquierda
comunista italiana, se refiere a la inmutabilidad o invariancia del programa comunista, tal como éste fue
desarrollado y expresado teóricamente durante la época revolucionaria que se superpone al tiempo de vida de Karl
Marx. (NdT)
26 Norman O. Brown, «Eros y Tánatos. El sentido sicoanalítico de la historia», trad. Francisca Perujo,
Barcelona: Santa & Cole, 2007; y «El cuerpo del amor», tr. E.L.Revol, Barcelona: Santa & Cole, 2005. En los
años de Marcuse leíamos sobre todo «Un ensayo sobre la liberación», (Ed. Joaquín Mortiz, México, 1969) y
«Controrrevolución y revuelta» (Ed. Joaquín Mortiz, México, 1973).
27 Gemeinwesen es el término alemán que define el “ser colectivo” e integral del hombre en tanto miembro de su
especie. Este ser social genérico es la negación del hombre producido por y para la sociedad burguesa: ese hombre
desgarrado interiormente y alienado de su propia actividad, de los demás miembros de su especie y del mundo
material que éstos crean. Esta noción y sus profundas implicaciones están desarrolladas en los Manuscritos de
1844 de Marx y en varios otros textos de la tradición comunista. (NdT)
28 Giorgio Cesarano, Critica…, cit., pp. 30-1.
29 Giorgio Cesarano, Critica…, cit., p. 52.
30 Ver nota 25. (NdT)
31 Mosche cocchiere: intraducible expresión usada para describir a esas personas que se conceden gran
importancia a sí mismas y se enorgullecen de hechos (quizás extraordinarios), en los que han tenido una
participación mínima, irrelevante o nula. (NdT)
32 Citar «Transizione» (sic).
33 Giorgio Cesarano, Critica…, cit., pp. 48-9.
34 Spinoza concibió la naturaleza como “naturante”, es decir, como causa libre de sí y concebida por sí misma;
provista de los atributos que expresan una esencia eterna e infinita, o sea, la esencia de Dios. Esta noción unida al
hegeliano concepto de totalidad orgánica habría llevado en determinadas teorizaciones a concebir la realización de
Apocalipsis y sobrevivencia 56
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la Gemeinwesen, del comunismo, como resultado inexorable del desarrollo autosuficiente de la totalidad. Así, el
énfasis se desplazó desde el análisis histórico de la lucha de clases, hacia el reconocimiento de la totalidad que
actúa y se expresa en cada fenómeno particular del presente. (NdT)
35 Sobre este aspecto, véase la nota 14. (NdT)
36 Organización Consejista de Turín. (NdT)
37 Sobre la significación de esta fecha, véase la nota 22. (NdT)
38 «Cronaca di un ballo mascherato», Giorgio Cesarano, Piero Coppo & Joe Fallisi. Ed. Varani, Milán, 1983.
«Crónica de un baile de máscaras», en «Un terrorismo en busca de dos autores. Documentos de la revolución en
Italia», compilado por Likiniano Elkartea, Bilbao, 1999. (NdT)
39 «Sobre la organización», J. Camatte & G. Collu. En «Correo Proletario» nº 2, segunda época, marzo 2008.
(NdT)
40 En Danzig (Gdansk) y Stettin, Polonia, estallaron duras huelgas de los obreros de minas en 1970 y durante
toda la década siguiente. El poderoso movimiento huelguístico nacido en ambas ciudades no sólo se propagó a
toda Polonia, sino que tuvo profundas repercusiones en toda el área geopolítica controlada por la URSS. Ese
movimiento fue en realidad el principio del fin del capitalismo de estado imperante bajo el Pacto de Varsovia.
(NdT)
41 Es decir, la parte terminada y revisada por el autor. El resto del libro está compuesto por materiales de trabajo
de Cesarano, por sus apuntes y cartas.
42 Giorgio Cesarano, Critica…, cit., p. 389.
43 Giorgio Cesarano, Critica…, cit., p. 31.
44 Giorgio Cesarano, Critica…, cit., p. 121.
45 Las faloforias eran celebraciones rituales efectuadas en el antiguo mundo helénico. En ellas se portaba un
símbolo fálico, objeto de adoración que podía representar bien a Príapo, Dionisio u otras deidades. (NdT)
46 Algunas zonas de África ya han sido abandonadas al caos (Zaire, Uganda, Burundi, Liberia, Angola, Ruanda).
El fracaso del “Nuevo Orden” norteamericano en Somalia es evidente. En otras partes de África el colapso
económico es total. El desastre en Argelia amenaza directamente a Europa. En América Latina la guerrilla persiste
en amplias áreas. Es dudoso que Rusia pueda controlar la guerra en las repúblicas de la ex Unión Soviética.
47 Entre otras cosas, si queremos desmitificar el pasado reciente en Italia, no hay mucho que encontrar en la
declinante producción teórica de los últimos comunistas radicales. A la fecha no existe ningún intento de hacer un
balance de la verdadera guerra de los años 77-79 (desde la expulsión de Lama de la Universidad de Roma a la
lucha de los obreros de los hospitales). Las mistificaciones dominantes en la cultura de izquierda tienden a ocultar
o eliminar todos los rasgos profundos y característicos de ese período, proponiendo una lectura tremendamente
falsificada bajo la rúbrica de “los años de plomo”, que sólo hace hincapié en la falsa guerra espectacular entre el
Estado y los grupos políticos militarizados. Un aspecto típico de esta interpretación oficial es la versión de la
“derrota” del movimiento, ejemplificada entre otros por los diversos exponentes de la Autonomia Operaia y de los
grupos militares, y presentada como si fuera el resultado de una guerra civil o de un movimiento revolucionario en
condiciones de conquistar el poder. Si hay que hablar de derrota, ésta no se dio ciertamente tras una batalla a
campo abierto, sino que fue social, y debida a la profunda debilidad y fragilidad del movimiento. También ha
faltado por completo por parte de los autónomos un balance histórico serio de la Autonomia Operaia, que jugó un
papel tan importante en la realidad de ese movimiento.
Existe una “crítica radical” de la tendencia militar de las Brigatte Rossi, crítica iniciada por Cesarano y Collu en
«Apocalisse e rivoluzione», y completada con bastante exhaustividad por algunos más de entre nosotros, e incluso
por exponentes de la Autonomia Operaia. Sin embargo no se ha hecho en absoluto una crítica radical de los
contenidos expresados y difundidos por las organizaciones armadas como las Brigatte Rossi, Azione
Rivoluzionaria, Prima Linea; para hallar algún análisis de ese género que se pueda reemprender no queda más que
recurrir a algún texto de los autónomos.
Los acontecimientos del trienio 77-79 fueron decisivos para los quince años que siguieron, del 80 al 94, y son por
fuerza ignorados hoy por los jóvenes, que ni siquiera pueden encontrar fácilmente las publicaciones de la
Autonomia Operaia, tan difundidas en esa época. Esta carencia, sumada a las groseras tergiversaciones
introducidas por la reestructuración de la cultura y de la intelectualidad – que, a diferencia del 68, juzgó
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“innombrable” el movimiento del 77 a causa de su contraposición al PCI – ha contribuido mucho al desamparo, y


la consiguiente timidez del ambiente juvenil subversivo actual.
48 A mediados de los setenta la ideología de la delincuencia de Comontismo, que hasta entonces había sido una
provocación indignante para la izquierda – de ahí las increíbles calumnias, reiteradas en otras ocasiones, que en el
75, dos años después de la disolución del grupo, culparon a los comontistas por el incendio de una sede del PSDI
en Milán – se había convertido en una práctica difusa entre los incontrolados de la periferia urbana. El núcleo
duro de Comontismo siguió existiendo incluso después de la disolución formal del grupo, contribuyendo
muchísimo, entre otras cosas, al desarrollo teórico de Puzz, que terminaría convenciendo incluso a Cesarano,
ansioso de encontrar una salida humana, operativa y de difusión para sus ideas.
Toni Negri fue un recuperador diligente de Comontismo, dándole cuerda a una nueva teoría de marca registrada
sobre la “autovalorización (sic!) proletaria”, que fue su caballito de batalla y también de los “rojos” en los años de
mayor éxito de la Autonomia Operaia.
Esta recuperación tardía operada por Negri – que en cierta ocasión se negó a defender a Riccardo d’Este de la
calumnia de ser un fascista, a pesar de conocerlo desde los tiempos de Classe Operaia - dio lugar a una apología
de las pandillas juveniles ilegales y violentas de los días de las expropiaciones proletarias. Si usamos el término
apología es para dejar en claro que la visión negrista carece por completo de la noción de “liberarse de toda la
vieja mierda”, muy presente en la teoría revolucionaria y en Comontismo: la idea de que la revolución implica la
crítica y la abolición del proletariado.
49 Con esto no queremos decir que hayamos redescubierto la teoría nietzcheana del nihilismo y su aplicación a
tantos fenómenos de la vida social contemporánea. Con todo, una característica de la revista Provocazione y de
sus precedentes fue la de usar la categoría “nihilismo” para designar a todas las manifestaciones del movimiento
del 77: Brigatte Rossi, Autonomia Operaia, los movimientos juveniles en general, la violencia (bautizada
invariablemente como “agresividad”, en tanto que la verdadera violencia era un concepto “bueno”), los
enfrentamientos sociales (siempre “falsos” y calificados como “ausencia de enfrentamiento”). Este tipo de
posiciones se pueden sintetizar de este modo: toda lucha práctica se reduce a nihilismo activo; la “teoría” consiste
en destruirlo todo y en usar los términos “correctos” (aunque a menudo sin conocer su significado: los desatinos
típicos de Provocazione resultarían divertidos si no hubiesen sido parte de una tendencia que ejerció una
influencia desarmante).
50 En el fondo ocurrió lo mismo en la izquierda política, en cuyo interior, apenas se empezó a percibir que el 77
era algo serio y comportaba el riesgo de echar por la borda años de preparación para la carrera política, se produjo
un éxodo masivo hacia el pacifismo, el legalismo, el reformismo, el Partido Radical: la prontitud de esa fuga
sugiere que en esos años cualquiera tenía acceso a la televisión, donde se mostraba invariablemente la cara de palo
de Lotta Continua bajo el disfraz de dirigente de los más variados programas de entretención cultural. Scalzone y
Piperno (ex Potere Operaio) se quejaron durante mucho tiempo de haber sufrido una injusticia al no ser
recompensados por sus largos años de servicio en el izquierdismo. Al fin y al cabo ¡todos los demás habían
conseguido puestos de trabajo bien pagados! Pero para tener derecho a entrar en la competencia se debía tener
claro – llegaba marzo del 77 – de qué lado se estaba. Las solicitudes de admisión en la nómina de ideólogos
profesionales presentadas fuera de plazo no se consideraban válidas.
Para seguir en el terreno del humor macabro, recordemos que hasta Re Nudo, el archienemigo de Max Capa, en
cuanto la temperatura del 77 se elevó unos cuantos grados centígrados, se iluminó también con la “subjetividad
creativa”, pero no para hacer con ella una hiper-critica como la del también siempre revolucionario Capa, sino
asociándola a la religiosidad ecléctica de Bhagwan Shree Rajneesh, para abrir camino a la resignación. En
conjunto, todo, desde John Travolta al Brahma, fue utilizado para desmovilizar al violento y despiadado
movimiento juvenil del 77 y para poner a buen resguardo el propio santo culo (todo eso fue denunciado en su
momento en Insurrezione, en el opúsculo «Proletari se voi sapeste…», Milán, 1980).
51 El capital yo no se puede identificar con ninguna esfera separada, económica o estructural, sino que es
idéntico a lo social, habiendo devenido subjetividad alienada de la especie.
52 Este grupo, representante del “ala creativa” de la Autonomia Operaia, hizo contacto en varias ocasiones con
los pocos comunistas radicales que en esa época se interesaban por las cuestiones triviales consideradas como
parte del movimiento real. Sin embargo los elementos humanos que lo formaban tenían interés en ejercer el rol de
intelectuales, viendo la posibilidad de usar ese rol en el futuro
Apocalipsis y sobrevivencia 58
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para integrarse a la industria cultural. Su perspectiva no iba más allá de la sobrevivencia. Esto es sorprendente,
porque la revista A/traverso, al menos antes del 77, había hecho descripciones críticas del movimiento con unas
intervenciones absolutamente excelentes, al menos en comparación con el nivel teórico del resto de los
autónomos. Radio Alice, por último, fue simplemente genial, el verdadero centro motor del movimiento en
Bolonia. Se trataba, evidentemente, de un grupo que había sabido expresar la exigencia de la enorme masa de
estudiantes y desviados de toda laya que gravitaban en el ambiente universitario de Bolonia, ayudando a iniciar
una verdadera reacción en cadena. A partir de ese momento empezaron a tener miedo del incendio que tanto
habían contribuido a alimentar. Cayeron así de lleno en la categoría de “autovalorización” de Cesarano:
únicamente trataron de utilizar su identidad de revolucionarios para acceder a esa otra identidad, tanto más
codiciada por ellos, de trabajadores culturales, cayendo en realidad en la categoría de la más prosaica
“autovalorización” de Toni Negri. Así las cosas, sus encuentros con los “radicales”, según hemos oído, no fueron
más que un diálogo entre sordos.
53 Brigadas Rojas. (NdT)
54 Señalemos, como referentes recientes fuera de Italia, las siguientes revistas: Encyclopédie des Nuisances, Les
mauvais Jours finiront…, La Guerre sociale, La Banquise, Le Brise-Glace, Mordicus, Théorie Communiste,
Temps Critiques.
55 En: Raoul Vaneigem, «Terrorismo o rivoluzione», seguido de Wolf Woland, «Teoria radicale, lotta di classe
(e terrorismo). Appunti per il bilancio di un’epoca», Nautilus, Turín, 1982.
56 Editado por la Accademia dei Testardi, Milán, 1987.
57 A modo de curiosidad, ya que rápidamente demostró ser una absoluta tontería, citemos el intento por
“recuperar” la pseudo-comunidad religiosa, efectuado el 79 por Lotta Continua, que se empecinó en una defensa
frenética del movimiento shiíta de Khomeini, quien pronto se reveló no sólo como un obediente súbdito de la
razón capitalista internacional, sino también como un vampiro, extraordinariamente sádico, del proletariado y de
las naciones oprimidas de Irán, incluso peor que los torturadores cosacos Pahlevi e hijo.

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