Un Año Inolvidable Eric Hobsbawm
Un Año Inolvidable Eric Hobsbawm
Un Año Inolvidable Eric Hobsbawm
enero-abril DE 2013
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Revista de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia
Índice
ENTRADA LIBRE
Eric Hobsbawm 3
Alfred H. Barr Jr. 5
Una encuesta sobre las artes lejanas 9
ENSAYOS
Rodrigo Martínez Baracs
Fray Francisco Ximénez y el Popol Vuh 35
MONARQUÍA DE ESPAÑA
Óscar Mazín
Leer la ausencia: las ciudades de Indias y las Cortes de Castilla,
elementos para su estudio (siglos xvi y xvii) 99
ANDAMIO 111
RESEÑAS 115
CRESTOMANÍA 131
RESÚMENES/ABSTRACTS 136
Entrada Libre
Eric Hobsbawm
La actitud estudiantil del 68 Instituto de Tecnología de Massachusetts, así que estaba muy
produjo de hecho una nueva consciente de la existencia de los sds [Estudiantes por una So-
reserva de políticos: los trotskistas ciedad Democrática] y otros grupos estudiantiles de Estados
y los marxistas que se Unidos. No obstante, la novedad del movimiento estudiantil
convirtieron en figuras era asombrosa sobre todo en Europa y, en particular, en Fran-
principales del Partido Laborista cia y Alemania, donde los estudiantes buscaban derribar to-
y que aún están activos. das las fronteras ideológicas. En Yugoslavia, Tito fue forzado
a hacer algunas concesiones a los estudiantes. Mientras tanto,
la protesta estudiantil en Polonia dio lugar a una desagrada-
ble crisis en la que el antisemitismo del gobierno provocó una
emigración generalizada entre los intelectuales judíos que
quedaban. Incluso al otro lado del Atlántico, en México, los
manifestantes fueron abatidos a tiros en grandes cantidades
en vísperas de las Olimpiadas de 1968.
En el ámbito político no se desarrolló realmente un movimien-
to post-1968. Aunque en el 68 se politizó mucha gente en la iz-
quierda y muchos alcanzaron más tarde prominencia en sus
países, no hubo mucho cambio político. La primavera de Praga
es un ejemplo excelente de los límites de los movimientos estu-
diantiles. Sin embargo, me parece que la fe en una revolución en
ese entonces no era una creencia anticuada. Se sentía como una
revolución cultural, y como tal fue mayúscula e irreversible.
La actitud estudiantil del 68 produjo de hecho una nueva
reserva de políticos: los trotskistas y los marxistas que se con-
virtieron en figuras principales del Partido Laborista y que
aún están activos. Esta particularidad de los activistas estu-
diantiles que se unieron a la izquierda política condujo final-
mente a una polarización de la memoria de la década, según
la cual la derecha rechazaba el recuerdo de 1968 y, en algunos
casos, de manera muy histérica.
La herencia política del 68 es relativamente menor; la heren-
cia cultural es muy importante. El movimiento de liberación de
la mujer transformó las universidades, que previamente no se
habían interesado en la historia de las mujeres. Lo que de he-
cho sobrevive va mucho más allá de las universidades, inclu-
yendo la convicción de que, a partir de los años sesenta, la vida
cambió por completo: cambiaron las reglas. Este proceso inició
antes del 68. En 1965, la industria de la vestimenta femenina
en Francia produjo por primera vez más pantalones que faldas.
El 68 fue parte de este desarrollo pero la transformación de las
normas de vida y lo que es y no es permisible tuvo sus raíces
en un punto anterior de aquella década.
Mil novecientos sesenta y ocho fue una de muchas experien-
cias políticas y culturales durante mi larga vida. Pero para
mucha gente que era joven en esos días fue la experiencia me-
dular, y en esa medida es por tanto natural que se celebre.
Cómo lo interpretamos es otra cosa.
Muy atentamente,
Alfred H. Barr Jr.
The Museum of Modern Art
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francesa, que aprecia y valora a los hombres por sus cualida- Tenemos muchas cosas que
des y sus obras, y no por el color de su piel. aprender de las pinturas de los
primitivos, como las pinturas de
Salomon Reinach animales de la cueva de Altamira
que son, en su género, superiores
Monsieur Salomon Reinach, miembro del Instituto, cu- a las de los griegos.
rador del Musée des Antiquités Nationales (en el castillo
de Saint-Germain-en-Laye), tiene la mejor clasificación
del mundo de los pueblos sobre los cuales versa nuestra
encuesta, distinguiendo a los que viven de la caza y de la
pesca de los pueblos agricultores, y además de aquellos
que ignoran la metalurgia de aquellos que la conocen. Y
como le preguntamos: “¿Qué es lo que permite calificar
como civilizado a un pueblo?” —Es, creo yo,” nos respon-
dió, “el predominio de la ley sobre la costumbre; por lo
tanto, en el dominio del arte, no veo que se pueda trazar
un límite preciso.” Pero he aquí su dicho:
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El mayor reproche que se hace al Todo esto se puede estudiar en el Trocadéro y en Saint-Ger-
arte negro es la desproporción, main. El Louvre alguna vez tuvo una sección etnográfica; hubo
marca de su genio. una razón para repartir los elementos entre Saint-Germain y
el Trocadéro. Dejarlos ahí habría sido contra el sentido común.
Lucie Cousturier
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Dr. J. C. Mardrus
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Gaston Migeon
Paul Guillaume
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En África, casa de los negros Imposible contestar a su encuesta sobre el arte de los
modernos, descubrirán pueblos salvajes. No se puede ser a la vez juez y parte.
igualmente un sentimiento
artístico. Dr. R. Verneau
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Ángel Zárraga
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En la gran sala vacía mi maestro parecía un profeta o un Por consiguiente se presenta esta
Quijote. “Has de ver grandes cosas, villas que perecieron, mi- conclusión muy rigurosa, que la
llones de hombres que perecieron por los dioses de Grecia. fuente de la que surgen las artes
¡Salvajes, te digo!” es ajena a los instintos
Más tarde, quince, veinte años después, pensando en todo civilizatorios. Está oculta en la
aquello y en nuestros conflictos de pintores entre la represen- sangre de los negros.
tación y la imitación, me dije a veces en plena angustia: “Dios
mío, dios mío, si mi viejo maestro tenía razón[...] Era verdad
que nuestra civilización mediterránea no era más que una
vasta pornografía”.
Robert Dreyfus
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De este modo, entre todas las de las Musas. El honor no es tan grande. No he dicho que
artes que la criatura prefiere, todas las piérides se reunieran ahí, le hacen falta las más
la música ocupa el primer lugar, nobles, las que se basan en la reflexión, las que prefieren la
en tanto que ella le acaricia el belleza a la pasión... Que se le traduzcan los versos de La
oído con una sucesión de sonidos Odisea, y sobre todo el encuentro de Ulises con Nausica, lo
y que no exige nada de la parte sublime de la inspiración meditada, y se quedará dormido.
pensante de su cerebro. Es preciso en todos los seres, para que la simpatía esta-
lle, que antes la inteligencia haya comprendido, y eso es
lo difícil con el negro... La sensibilidad artística de este
ser, en sí misma poderosa más allá de la expresión, se-
guirá estando limitada necesariamente a los más mise-
rables puestos de trabajo... De este modo, entre todas las
artes que la criatura prefiere, la música ocupa el primer
lugar, en tanto que ella le acaricia el oído con una suce-
sión de sonidos y que no exige nada de la parte pensante
de su cerebro. El negro la ama muchísimo, la disfruta
hasta el exceso; por lo tanto, sólo queda extrañar estas
delicadas convenciones por las cuales la imaginación eu-
ropea ha aprendido a cancelar las sensaciones!
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Último acercamiento.
Frédéric Nietzsche, al comienzo de “El caso Wagner”, opone
con gusto “al norte húmedo con todo el vapor del ideal wagne-
riano”, la ardiente obra maestra de Bizet, Carmen:
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Jos Hessel
Lo saben quienes frecuentan su tienda en la calle de la
Boétie, este experto cercano al Tribunal de Apelación co-
noce a la vez y muy bien el arte de los trópicos y nuestro
arte reciente. Eso le da un valor particular al testimonio
sobre sus amistades. Observamos que, a diferencia de los
señores Gaston Migeon y Paul Guillaume, él opina que
la veta negra no está agotada del todo.
Charles Vignier
Tiempo atrás escribió uno de los libros típicos del simbo-
lismo. En la actualidad es el sátrapa del mercado de las
artes de Asia.
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¿La obra de arte sería temporal, modal? Su cuestionario su- El contenido implícito de su
giere incluso que es local. Al parecer les importa que yo decida cuestionario a esto se reduce:
si las esculturas malgaches, mexicanas o javanesas tienen el ¿Por qué se ha llegado tan
mérito para pasar del Trocadéro al Louvre. Es aquí donde se tarde al reconocimiento
supone que existe una gradación en la que en su base se en- de la existencia de un arte de
cuentra la etnografía, enmedio la arqueología y las artes con- Dahomey, de un arte del Congo,
cientes en lo alto. ¡Muy bien! Pero el que se plantee su de un arte del Perú, de un arte
pregunta demuestra que las mamparas no son estancos, que mexicano, de un arte polinesio?
se elaboran muchos fenómenos osmóticos, que se perpetran
sospechosas colusiones y a veces concubinatos ostentatorios.
En el mismo Louvre, las más estables jerarquías no duran
más que la vida de un curador. La gema del Salón Cuadrado
la frecuentaba hasta hace poco un tabique de penderete. Vol-
verá. Los Lesueur son erráticos. ¿Y en qué humillante covacha
abandonaron al altivo Van Dyck?
El contenido implícito de su cuestionario a esto se reduce:
¿Por qué se ha llegado tan tarde al reconocimiento de la exis-
tencia de un arte de Dahomey, de un arte del Congo, de un
arte del Perú, de un arte mexicano, de un arte polinesio?
¿Y por qué el largo olvido del arte romano? ¿Por qué redes-
cubrir a los primitivos? ¿Por qué, hará unos treinta años, se
vendió en Bruselas un Vermeer por 1 500 francos? ¿Por qué,
hace quince años, yo podía comprar por 200 francos una vir-
gen del siglo xii? ¿Un Cézanne por el mismo precio? ¿Un pai-
saje de Hsia Kuei por nada? ¿Una miniatura de Behzad por
una bicoca? ¿Por qué motivo una obra de arte envuelta en el
sueño experimenta una inopinada resurrección? ¿Por qué
los humildes guijarros se convierten en esmeraldas y los
cárolus de oro se vuelven hojas secas? ¿Por qué estas magias,
estos prestigios, estas virtualidades? ¿Lo sé yo? ¿Lo sabes tú?
El curador de un gran museo me decía:
—Nosotros no compramos objetos sasánidas, puesto que no-
sotros no hemos abierto esta serie.
En el Louvre no hay una sola serie peruana, polinesia, su-
danesa, dahomesiana. Y ésta es razón suficiente para persis-
tir en esta abstención. Por el contrario, estas series las
adquieren en el British Museum, en el Metropolitan de Nueva
York, en el de Bellas Artes de Boston, en el Museo Universi-
tario de Filadelfia. Entre otros.
Coronel Grossin
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Jean Guiffrey
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nuestro país o de los países vecinos. Esto da en parte satisfac- El tener una idea de la belleza,
ción a quienes deseen acercar las obras de arte europeas a los y el tratar de reproducirla de
objetos selectos procedentes de África, Oceanía y América. Las manera idealizada, son, en efecto,
civilizaciones se parecen a su origen, y algunas permanecen características del hombre.
en la infancia. Sería paradójico acercarse a las primeras eta-
pas, por curiosas que fueran, de las obras más acabadas del
genio humano para las cuales ya no tiene espacio el Louvre.
Monseñor A. Le Roy
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Casi siempre el arte de los Ellas mostrarán en todo caso que el hombre es, específica-
primitivos se inspira en una idea mente, un artista.
religiosa y es ahí que produce las
obras más interesantes. Paul Rupalley
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Georges Migot
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Léonce Rosenberg
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riores incluiré más adelante, las producciones artísticas toda- El estudio de la prehistoria nos
vía dejan la sensación de que puede o debe existir algo mejor revela que al comienzo de la
en el género. Sin embargo, me temo que lo mejor no sea sino humanidad existieron dos razas
lo que nos han proporcionado la civilización prehistórica ame- netamente diferenciadas, la
ricana (para no hablar de la legendaria Atlántida), la egipcia, sudanesa, llamada “raza negra”,
la caldea, la caucásica y la india —inspiradoras del mundo y la boreana, llamada “raza
negro. blanca”.
Del arte que aquí nos ocupa se desprende sin discusión al-
guna el espíritu de construcción y de síntesis, consecuencia de
un trabajo, ni empírico ni racional, sino meramente tradicio-
nal, que perpetúa en los objetos de culto, de la guerra o de la
vida diaria el repertorio de las civilizaciones anteriores en in-
tenciones netamente constructivas. El espíritu constructivo
implica el conocimiento de trazos geométricos y de relaciones
de número, de los cuales los pueblos salvajes no me parece que
hayan tenido la revelación, y en donde el hombre no puede
atrapar toda la importancia más que al volver a entrar en con-
tacto con el universo. O bien, no me parece que la raza negra
de los tiempos históricos haya tenido preocupaciones de un or-
den tan alto, no habiendo legado hasta el presente alguna se-
ñal de verdadera civilización. Por otra parte, debido a que los
pueblos salvajes por mucho tiempo fueron inaccesibles a la ci-
vilización moderna pudieron, al no haber felizmente otro re-
curso, conservar la tradición de las grandes civilizaciones de
las que fueron artísticamente tributarias. Podrían en esto pa-
recerse a los merovingios, herederos de la civilización de la
cuenca oriental del Mediterráneo y que, no estando contami-
nados por el Renacimiento italiano, hoy trabajarían aún con el
espíritu de las basílicas bizantinas primitivas, al acusar una
decadencia del espíritu y del trabajo.
El estudio de la prehistoria nos revela que al comienzo de
la humanidad existieron dos razas netamente diferenciadas,
la sudanesa, llamada “raza negra”, y la boreana, llamada
“raza blanca”. La primera, de una civilización infinitamente
más avanzada que la segunda, emprendió la conquista metó-
dica de los territorios ocupados por los boreanos, celtas o esci-
tas. Estos últimos sucumbieron en una lucha desigual con un
adversario numéricamente superior y armado fuertemente, al
ser incendiados sus bosques se refugiaron en el norte de Eu-
ropa y de Asia. Los negros, que eran los fundadores, a medida
que avanzaban, construían sólidas murallas alrededor de sus
conquistas, prosiguiendo enseguida tras el adversario con una
infantería perfectamente preparada y disciplinada y una ca-
ballería ejercitada. Sembraron el desorden en sus filas con la
ayuda de elefantes armados de torres, luego de destruir las
defensas de los boreanos con sus ingeniosas e irresistibles má-
quinas de guerra. La lucha duró varios siglos en el transcurso
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En esta ocasión, he de confesar de los cuales, para los prisioneros que lograron capturar gra-
que mis preferencias van hacia cias a las sorpresas, los blancos llamados escitas o celtas se
el arte de Oceanía porque iniciaron poco a poco en la ciencia de los negros y de esta ma-
la tradición me parece que ahí se nera lograron obtener algunas ventajas que, al intensificarse,
ha conservado con mayor pureza. les valieron una paz honorable. Pero la raza pura y sólida que
representaban los boreanos, una vez salida de su ignorancia
y convertida en el igual moral y material de sus conquistado-
res e iniciadores, asumió la revancha y rechazó progresiva-
mente al invasor mucho más allá de las tierras invadidas. La
raza negra incluía a su izquierda a los atlantes, de color rojo,
en el centro a los africanos, de color negro bruno, y, por últi-
mo, a su derecha, a los asiáticos, de color amarillo. Tan pron-
to recuperó su punto de partida, dejó atrás los resultados y las
enseñanzas que aportara por medio de sus armas la grandio-
sa civilización, las cuales ella supo guardar y desarrollar du-
rante miles de años antes, bajo diversos aspectos y a pesar de
las luchas intestinas de pueblos rivales. México, Mesopota-
mia, Egipto, Persia, el Cáucaso, las Indias y China nos han
dejado el recuerdo tangible y el arte negro fue el reflejo de esta
civilización histórica de la raza negra cuyo origen se pierde en
las misteriosas profundidades de la prehistoria. Las joyas es-
citas (Museo del Ermitage), el arte caucasiano (Samarcanda),
las vasijas pintadas de Suse, primera época (misión de Mor-
gan, en el Louvre), las vasijas con decoraciones geométricas
de la Grecia primitiva (colección Campana, en el Louvre), el
arte antiguo de la India, de China, de Cambodia y de Java,
¿no son recordados por el trabajo de cierta madera natural de
Oceanía, de Nueva Guinea, por ejemplo?
En esta ocasión, he de confesar que mis preferencias van
hacia el arte de Oceanía porque la tradición me parece que ahí
se ha conservado con mayor pureza. Aunque en el arte negro
no hay un aspecto en el que no se vuelva a encontrar el paren-
tesco con el arte de las grandes civilizaciones desparecidas,
merece no obstante un pequeño sitio en el Louvre, en donde
las diez piezas que sólo se ven hasta ahora me parecen dignas
de figurar. Lo demás no deja de ser etnografía.
En la construcción de máscaras los negros sobre todo son los
mejores, y es ciertamente bajo esta forma que a mí me gustaría
ver sus obras en el Louvre. En lo que concierne a sus fetiches y
sus ídolos, todos los encuentro de un aspecto caricaturesco, no
obstante las intenciones de una seriedad innegable.
En el espíritu de síntesis y en la busca de ritmo en una dis-
ciplina constructiva me parece que se encuentra la enseñanza
de este arte. Sin embargo, esta enseñanza ¿no la recibimos me-
jor de los artistas de Micenas, de Creta, de Rodas, etcétera, for-
mulada en épocas muy primitivas y por ejemplos maravillosos?
Para nosotros, pobres modernos, resta despojar nuestra
alma del odioso individualismo y, al igual que los artesanos
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H. Clouzot y A. Level
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