1713003949.teorías Critico Transformativas Cs Ed
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TEORIAS CRÍTICAS
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Universidad Nacional de Tucumán Profesora Mercedes Leal
Facultad de Filosofía y Letras Profesor Sergio Robin
Cátedra de Teoría de la Educación
Un segundo grupo que realiza sus aportes a partir de los años 80 y que
identificamos como Teorías Crítico transformativas, se caracteriza por
enfatizar el carácter dialéctico de las tendencias reproductoras y
transformadoras de la escuela. Consideran que dicha institución, si bien
presenta una tendencia a reproducir el “orden social dominante”, también
puede constituirse en una institución con autonomía relativa, capaz de
promover situaciones que contribuyan a la transformación social.
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Cabe aclarar que las corrientes Críticas provienen esencialmente, aún cuando no exclusivamente, del
marxismo.
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Categorías generales
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Los discursos contrahegemónicos que expresan los intereses de las minorías y/o clases subordinadas,
son aquellos que oponen diferentes modos de resistencia al discurso dominante.
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“libres de la imposición del orden social” del cual se apropian los actores
para crear y recrear la cultura a favor de sus intereses o para resistir a la
“dominación e imposición escolar”, les denominan espacios de relativa
autonomía.
Los estudios de estos autores, van a dirigir la atención hacia la
complejidad de los procesos educativos enraizada en la actividad humana de
las instituciones, otorgando importancia central a los modos de resistencia que
manifiestan los estudiantes que generan elementos de posibilidad y cambio a la
escuela (espacios de R.A.). Autores como Willis o Giroux, profundizan en dos
aspectos fundamentales. En primer lugar, en el nivel de autonomía relativa de
la cultura, como espacio o momento donde interaccionan la creatividad de los
actores sociales y las penetraciones de los determinantes estructurales (las
condiciones de vida del grupo o clase social). En segundo lugar, en la relación
entre la conciencia y las prácticas de los agentes como base para la distinción
entre prácticas educativas reproductoras o transformadoras.
Cada sujeto, cada hombre, es mucho mas que la clase social a la que
pertenece, también esta conformado por su sexo, por su raza, por su clase, lo
que en definitiva conforma su historia, su experiencia de vida , su cotidianeidad,
a las que Apple reúne bajo el concepto de “cultura vivida”. En definitiva cada
hombre, cada mujer, es mucho más que su vida institucional y, en buena
medida, su conducta institucional esta determinada por este ser más (Sgro, M.,
2.000). Este sería el sustento por el cual siempre hay resistencia a la
imposición de la ideología, y esta está presente de manera consciente o
inconsciente y tiene su origen en la cultura vivida que es diferente a la cultura
impuesta en las instituciones escolares. Según Margarita Sgro, la imposición
de arbitrario cultural es menos efectiva en las clases bajas, pues, la cultura
vivida de las clases obreras es esencialmente diferente a la vigente en la
institución escolar, lo cual explicaría el porque los niños provenientes de las
clases bajas están en desventaja, se adaptan menos, y resisten mucho mas la
cultura escolar. Señala que en el texto de Apple, aparecen varios ejemplos de
conducta de resistencia cuyo sustento aparece en la posesión de una cultura
“obrera” anterior al arbitrario cultural que la escuela impone. No obstante
remarca que, la imposición sigue estando presente, pero ahora, sobre un
sujeto activo que resiste, media, contradice la misma imposición, por lo cual
ésta dista mucho de ser mecánica y absoluta. Como la resistencia puede ser
consciente pero también inconsciente, el sujeto resiste aún cundo no haya
planeado su resistencia, es decir aún cuando no la haya racionalizado, ni
planificado, ni pensado como una estrategia política que tiene como objetivo
transformar una situación. Por esta razón los autores críticos transformativos
de la Resistencia, van a señalar claramente, que no toda resistencia es
efectiva, útil o buena para los intereses de quien resiste ,persona o grupo
social, los obreros, as cases bajas, los alumnos de un determinado colegio, etc.
Para que la resistencia se convierta en un elemento emancipador como señala
“Giroux” es necesario planearla como una estrategia política de transformación,
que debe ser colectiva o grupal, nunca individual. Es en este ultimo sentido que
los “espacios de relativa autonomía”.
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3. La dialéctica de la educación
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En América Latina. JUAN MANTOVANI difundió y desenvolvió la teoría antinómica de la educación.
tan cara a los idealistas italianos M. Maresca y G. Gentile (Cfr. Educación y plenitud humana. El Ateneo.
Buenos Aires, 1947, espec. Cap. lI).
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MICHEL LOBROT, en su citada Teoría de la educación, reconoce dos instancias educativas: la
«creadora. y la «conservadora •.
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lo hemos hecho-- a la educación la tarea de superar las acomodaciones
pasivas, mediante la vigorización de la función renovadora, en ese proceso no
sólo se configura la personalidad, sino que la misma función se canaliza a
través de la activación de las capacidades humanas transformadoras.
Sólo con esa salvedad, puede dilucidarse mejor el problema que nace del
encuentro –o del desencuentro-- de la reproductividad con la creatividad. Y
esto es válido aun cuando ambas funciones se impliquen o se complementen,
se sinteticen o se desequilibren bajo las presiones del grado de desenvol-
vimiento y de aspiraciones del conjunto de la sociedad y la cultura, tanto como
de las concepciones y las ideologías que en ellas se desenvuelvan.
Hasta la mirada más superficial puede notar que las exigencias socio-cul-
turales, las concepciones del mundo y de la vida y las ideologías acentúan una
u otra de las funciones generales de la educación. Pueden hacerla, justamente,
porque ambas funciones coexisten dentro de la educación como una tesis y
antítesis, que una pedagogía cimentada en un humanismo concreto ha de
tender resolver en una síntesis: la del devenir del hombre en una sociedad que
-también cruzada por contradicciones- se va «produciendo» en el tiempo en
razón de la “historicidad”, como una de sus fuerzas inherentes 5 .
Si esa mirada llega más hondo, revelará que esa relación dialéctica se cumple
en dos planos: uno que contiene la educación misma, como fenómeno humano
con rasgos relativamente propios; otro, desplegado en el tipo de vínculos que
ese hecho social tiene con la sociedad y la cultura globales. De donde hay una
dialéctica intrínseca al proceso educativo y otra que podríamos denominar
externa, que tiene en cuenta la forma de inserción y el papel de la educación
en el conjunto de la sociedad. Si bien las dos «dialécticas» son inseparables,
es factible y necesario reconocer su presencia y sus implicaciones mutuas,
para eludir no sólo el sociologismo, sino también el pedagogismo.
La educación porta -si es que así puede decirse- por su misma estructura, la
fuerza reproductora y su negación, Dicho de otro modo, constituye un proceso
sólo aprehensible en su movimiento, que acontece en sujetos y en grupos que
son modificados por su incidencia, y toma, a medida que avanza, un impulso
cada vez mayor. El principio que aquí se propone se apoya en el hecho
incontrovertible de que la educación genera más educación, la estimula o la
exige. Los economistas que, en su propia jerga, hablan de ella como un «bien
de consumo» han terminado por aceptar que, a diferencia de otros bienes de
consumo, la educación no se desgasta. Por el contrario tiene efectos
multiplicadores que, en algún grado, ensanchan las posibilidades de quienes la
van poseyendo, aun cuando no sean esas las intenciones de quienes la
regulen. Aun suponiendo que el propósito único de un sistema educativo sea
reproducir fielmente las condiciones y las formas socio-económicas y culturales
vigentes, la acción educadora entrega herramientas, despierta poderes intelec-
tuales e incita criterios de valoración que, en determinadas coyunturas, pueden
desempeñar un rol liberador. Es así factible una inversión del principio que
pone todo el peso sobre la reproductividad de la educación, bastando con
afirmar que es la energía creativa que la educación puede generar, la que se
busca anular en los sistemas educativos de ciertas sociedades, naturalmente
elaborados por los manipuladores del «arbitrario cultural».
Alain -no siempre merecedor del acérrimo tradicionalismo que algunos le
endilgan- debe haber pensado en ello cuando en sus Propos d'un normand,
5
Ver A. TOURAINE: Ob. cit.
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preguntaba con su habitual ironía: «Si el niño empieza a dibujar a su manera y
a discurrir por sí mismo, ¿cómo gobernaréis dentro de cincuenta años? ». No
se puede discutir que el interrogante del célebre maestro da por supuesta la
factibilidad (universal y definitivamente negada por quienes ven en la educación
un exclusivo poder de mimesis), de un «modo» de enseñar y de educar
contrario a los intereses de la conservación social. Pero aún descendiendo a un
hecho tan simple como el dominio del alfabeto, no es controvertible que ese
dominio es, en cualquier sociedad, el «inicio» de un cierto tipo de autonomía 6.
De lo contrario no se explicaría la oposición de algunos sectores sociales -cada
vez menos sostenible por la presión de los grupos que bregan por sociedades
más justas-o al efectivo ejercicio del derecho de todos los hombres al máximo
de educación y de cultura: Si éstas fueran. Inofensivas para un determinado
sistema social, ¿qué motivos podrían alegar los «dueños» del sistema para
obstruir ese derecho? Aunque, también sería lícito formular la pregunta
contraria: si la educación es sólo un medio reproductor y, por consiguiente,
debe ser combatida por quienes dicen integrar los sectores progresistas de la
sociedad, ¿qué más pueden esperar desear aquellos «dueños» que se deje
totalmente en sus manos el arma de la educación?
Lo hemos manifestado con machacona insistencia: la historia demuestra que la
reproducción de las formas socio-culturales vigentes nunca es literal. Con lo
cual no hace más que consolidarse nuestra creencia en la necesidad de
contribuir a una progresiva y científica ampliación del concepto de la educación,
para que éste vaya ganando algunos rasgos específicos que lo hagan
concebible en un nivel más alto al que parecieran condenarlo a las funciones
primarias de adaptación, de socialización y de endoculturación.
No ponemos en tela de juicio que tanto la capacidad reproductora como la
renovadora que pujan en la intimidad del proceso educativo, se ponen en
marcha, cobran forma real y concreta dentro de la sociedad global en la cual, a
la vez, chocan fuerzas que se interesan por incrementar una u otra de esas
capacidades. No creemos que la educación sea la causa del cambio,
adhiriéndonos a los que afirma Wilbur B. Brookover: al ser parte de la sociedad,
la educación obra «corno un medio de cambio dentro de la estructura social y
no como agente externo»7.
La tendencia conservadora de la educación coincide con los intereses de
quienes poseen, respaldan o entienden la autoridad pedagógica como una
absoluta 'imposición. En consecuencia, una pedagogía de dominación buscará
---cada vez con mayores limitaciones - vigorizar esa tendencia. Una pedagogía
6
Remarcamos «inicio. porque no creemos en la simple alfabetización como instrumento para cambiar el
mundo. Solo destacamos una destreza que, actualmente. no debiera serle negada a nadie, y de cuyo valor se tiene
plena conciencia a través del conmovedor reportaje, hecho por Margueritte Duras, a una analfabeta en París (El
Correo de la UNESCO. Paris, año XI, marzo 1959, p. 13).
7
«La educación corno proceso de control social: función conservadora y función renovadora» (en:
LUIS PEREIRA y M. M. FORACCHI: Educación y sociedad. El Ateneo, Buenos Aires, 1970, p. 70).
Ver el trabajo de SARA M. DE FINKEL sobre «Hegemonía y educación» (Revista de Ciencias de la
Educación, dir. J. C. Tedesco. Buenos Aires, enero-septiembre 1975). Nosotros habíamos adelantado
algunas ideas sobre el asunto en nuestro citado ensayo sobre Apuntes para una critica de la Teoría de la
desescolarización».
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liberadora, por el contrario, procurará -también con restricciones inevitables-
alentar su fuerza renovadora. Sobre el particular no está de más recurrir a
Paulo Freire: «La educación es (...) continuamente rehecha por la praxis. Para
ser, debe llegar a ser. Su «duración» --en el sentido bergsoniano de la
palabra-- se encuentra en el juego de contrarios: estabilidad y cambios. El
método acumulativo pone el acento sobre la estabilidad y llega a ser reaccio-
nario. La educación problematizante --que no acepta ni un presente bien con-
ducido ni un porvenir predeterminado- se enraíza en el presente dinámico y
llega a ser revolucionaria8.
Los estímulos en una u otra dirección proceden del contexto socio-político y
económico, el cual muestra, a la vez, grandes fisuras. Por eso no es inviable
que la educación, como una de las formas de desarrollo humano, engendre
actitudes opuestas a la dominación. Es aquí donde se comprueba la doble dia-
léctica de la educación: las contradicciones internas del fenómeno educativo
reflejan las contradicciones de la sociedad, y están condicionadas por las mis-
mas; pero, al mismo tiempo, la educación puede llegar a constituir -y de hecho
lo constituye- un medio para que el sujeto tome conciencia de las
contradicciones de su contorno.
. Sucede que la llamada función «conservadora» de la educación no es ne-
gativa en sí ni puede ser invalidada en bloque en relación con una funcio-
nalidad creativa o individual y egoísta o desarraigada de la realidad de los
diversos tiempos históricos del hombre, ni de la existencia real y el destino de la
sociedad.
La reproductividad es negativa cuando no puede zafarse de los exclusivismos
conservadores que taponan toda incursión en lo creativo. Más deja de ser
negativa e, incluso, se convierte en necesaria cuando proporciona a los
hombres una «planta de lanzamiento» para su desenvolvimiento y su proyec-
ción futuros. Desde este punto de vista la educación juega el mismo papel que
la crianza en el plano biológico, dado que también hay una supervivencia
social, no sólo de la sociedad en sí, sino también de sus miembros que nacen y
viven en un grupo que es su ambiente originario y con el cual han de entrar en
un comercio dialéctico de modificaciones. Todavía más, es preciso no olvidar el
remanido principio de la «economía de esfuerzos», en el acontecer histórico,
factible por la trasmisibilidad de la experiencia milenaria de la humanidad. Entre
los muchos que han expuesto este axioma, V. Gordon Childe lo ha hecho con
suma sencillez. «Cultura -dice-- es todo aquello que los hombres adquieren de
la educación, de la sociedad humana, más que de la naturaleza o del medio
infrahumano. Incluye el lenguaje y la lógica; la religión y la filosofía, la moral y
el derecho, así como la fabricación y el uso de utensilios, ropas, casas e
incluso la selección de los alimentos para comer. Los hombres tienen que
aprender todo esto de sus semejantes. El niño tiene que aprender de sus
padres y de los mayores (…). Todas estas normas pertenecen a la tradición
colectiva, alimentada y conservada por la sociedad en la que nace el ser
humano. Hubo que descubrir e inventar todo, pero la sociedad ha conservado
los primeros descubrimientos e inventos, de manera que sus miembros no
tienen que descubrir por sí mismos, a través de pruebas y errores»9.
8
Concientización. Teoría y práctica de la Iiberación. Búsqueda, Buenos Aires, 1974, página 88.
9
La evolución social. Alianza, Madrid" 1973, p. 41.
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convertirse en una «conciencia crítica» aplicable a la praxis y ordenadora de la
transformación de esa praxis.
La funcionalidad crítica no puede, pues, verse en un solo nivel o en un solo
sector de la vida personal y socio-cultural, sino en varios niveles y sectores que
entran, a la vez, en una dinámica interrelación. Los sectores no pueden ya ser
sólo los del conocimiento o los de la aprehensión de determinados contenidos
culturales, también incluyen los referentes a la totalidad de la vida socio-
histórica, en las dimensiones del pasado, el presente y el futuro. Los niveles,
como queda dicho, son fundamentalmente tres: el pensamiento crítico, la
conciencia crítica, y la programación del futuro. La síntesis tantas veces
reiterada por nosotros se produce cuando se da el pasaje de la reproductividad
a la criticidad, y cuando sobre ésta puede fortalecerse la creatividad”.
La preocupación mayor de pedagogos y no pedagogos se ha volcado sobre los
dos primeros niveles, muchas veces identificados, cuando, en verdad, cons-
tituyen dos instancias diferentes, de las cuales, la referida al pensamiento
crítico es más restringida que la conciencia crítica, a pesar de ser el medio para
acceder a la apertura de la conciencia humana, como conciencia de su realidad
presente, en tanto crítica y activa, engendra la prospectividad (es conciencia
prospectiva).
El ascenso a través de esos niveles implica un estilo y una concepción
pedagógica, y una metodología propia levantada sobre la creencia en la ca-
pacidad del hombre para crear su ambiente y, por ende, para crearse a sí
mismo. El fundamento, a la vez que el resultado, de esa actitud no puede ser
sino las coordenadas principales de un humanismo pedagógico concreto que
tiene en vista la realidad de la existencia de un contexto socio-político y
económico, y las potencialidades humanas para transformar ese contexto
juntamente con su propio desenvolvimiento.
El pensamiento critico
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dicciones en un enunciado; 4. Determinación del carácter necesario de una
conclusión; 5. Reconocimiento de la especificidad de un enunciado; 6. Análisis
de su aplicabilidad efectiva; 7. Determinación de la fidelidad de un «enunciado
observacional», esto es, la coherencia entre la realidad observada y la forma
como se la expone; 8. Juicio sobre la, justificación de una «conclusión induc-
tiva»; 9. Establecimiento de la pertinencia de la identificación de un problema:
10. Capacidad para saber si algo es o no una suposición; 11. Determinación del
nivel de adecuación de una definición; y, 12. Determinación sobre «si el aserto
de una pretendida autoridad es o no aceptada».
En esta nómina de rasgos del pensamiento crítico -el mismo Ennis lo
manifiesta- quedan excluidos los ingredientes intuitivos y creadores, no porque
el autor los considere desechables, sino porque los mencionados son factibles
de evaluación dentro de la concreta labor educadora. Esto restringe la
concepción de Ennis, aunque intencionalmente la hemos presentado como
muestra de un modo de ver el pensamiento crítico y, en consecuencia, de
tender -por lo menos en una primera instancia- a que la educación desenvuelva
la capacidad de discernir la coincidencia o la disidencia entre lo que se expresa
y la realidad que se expresa.
De este modo se consigue el equilibrio necesario dado que el pensamiento
crítico y, en una etapa superior, el pensamiento creativo, no se logra sin e]
conocimiento previo de lo que ha de ser criticado y, eventualmente, modificado.
O, como bien se afirma, ninguna persona sensata supone que por ello es válido
creer que la formación del pensamiento crítico ha de hacerse sobre
determinados contenidos concebidos como los únicos con fuerza como para
desenvolverlo. El pensamiento crítico es una «capacidad» general del hombre,
cultivable a partir de hechos y de conocimientos de la más diversa índole; una
«habilidad» desenvuelta mediante el permanente ejercicio de una
«metodología» que, progresivamente, va permitiendo al hombre ubicarse
críticamente ante los conocimientos o ante la vida misma en toda su
complejidad.
Todo conduce, pues, a plantear -por ahora en el circunscrito terreno del par
enseñanza-aprendizaje- la imposibilidad de levantar o de configurar el
pensamiento crítico sin apoyo de lo dado, sin que sufra fa reproductividad de fa
educación, imprescindible en este caso. La mayoría de las veces, mediante el
aprendizaje, el sujeto recorre los caminos por los cuales transitaron el arte, la
ciencia, la filosofía, la tecnología y todas las obras culturales, para encontrar allí
los métodos que fundamentaron las creaciones del hombre y la sociedad. No
para adherirse a ellas, sino para formarse progresivamente con ellas y
desenvolver su capacidad de discernimiento, su autonomía intelectual. A través
de ese acto el sujeto y el grupo, no sólo recoge la herencia milenaria de la
sociedad incorporándose a la corriente del tiempo y haciéndose un ser socio-
cultural, sino que también penetra en la estructura de las obras humanas, en el
proceso de su constitución, y se prepara para hacer su «lectura crítica".
La conciencia crítica
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No es novedad decir que «con-ciencia» es más que «ciencia»; aquélla contiene
a ésta, pero la rebasa. Sin preocupamos más de lo necesario por una teoría
completa de la conciencia, es útil verla -en su acepción más completa- como la
respuesta del hombre frente al mundo y el medio de su relación con él (toda
conciencia es «intencional», es decir que siempre es conciencia de algo», a la
vez que una ubicación ante la realidad en toda su complejidad).
Si se parte de esa significación, la conciencia es necesariamente crítica, no
solo como analizadora de la realidad (para lo cual bastaría el pensamiento
crítico) sino como fuente de juicios de valor, de estimaciones que superan el
análisis intelectual y suscitan el compromiso con la realidad «de la cual se
toma conciencia». Este compromiso engloba lo personal dentro de lo social y
determina una praxis orientada en una o en otra dirección. La conciencia crítica
supone un compromiso «existencial», siempre y cuando la existencia sea
pensada como parte de un todo 'en el cual importa el destino del prójimo. Si se
hace la transferencia al plano pedagógico, es obvio que la formación de la
conciencia crítica está ligada a una educación comprometida.
Sin duda, el tratamiento más difundido -sobre todo en América Latina- del tema
de la conciencia crítica en sus vinculaciones con la idea de la educación como
concientización, es el efectuado por Paulo Freire, sus intérpretes y seguidores.
Sus reflexiones no tienen siempre la coherencia filosófica deseable, pero son
altamente esclarecedoras porque se construyen sobre una realidad concreta,
por lo que denuncian sobre la realidad socio-educativa de gran parte de los
países de América Latina, y también por lo que anuncian como perspectivas de
la educación crítica.
La teoría freireana de la conciencia crítica surge como un paso insoslayable
para dar sentido al proceso de «concientización», concebida como una meta de
la educación, y sólo inteligible a partir del supuesto de toda la doctrina de
Freire: la dimensión política de la educación; el hecho de que ésta sea «un
asunto de poder», en estrecho lazo con la división de la sociedad en «opreso -
res» y «oprimidos».
Esa división, así como el intento ya expuesto por nosotros, de construir una
«pedagogía del oprimido», hace que Freire analice distintos niveles de la
conciencia «crítica». Para movernos con mayor precisión dentro de la
terminología de Freire, los dos extremos de la conciencia serían los
correspondientes a la conciencia «intransitiva» y a la «conciencia crítica».
La «conciencia intransitiva» refleja literalmente una situación en la cual el
hombre está inmerso en una sociedad cerrada. Pero el mismo Freire reconoce
que la «intransitividad» no implica un total encerramiento del hombre, aunque
sea un oprimido. Para él, «el hombre, cualquiera sea su estado, es un ser
abierto». La conciencia intransitiva es tan sólo «la limitación de su esfera de
comprensión (…), la impermeabilidad a los desafíos que vengan desde afuera
de la órbita vegetativa (y, por consiguiente) representa casi un no-compromiso
del hombre con la existencia». Cuando el ser humano «amplía su poder de
captación y de respuesta» exteriores, incrementa su capacidad para el diálogo,
«no sólo con otro hombre, sino con su mundo». Emerge de la esfera vege-
tativa, su conciencia, se hace transitiva y permeable. Deja de ser «objeto» para
asumirse paulatinamente como «sujeto» comprometido con su existencia y la
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para la investigación ( ... ) y un gusto acentuado por las explicaciones
fabulosas». Esta distorsión de la conciencia, sólo podrá remontarse a través de
la «transitividad crítica», a la cual Freire sólo cree posible llegar por medio de
«una educación dialogal y activa, orientada hacia la responsabilidad social y
política, y caracterizada por la profundidad en la interpretación de los
problemas». El pasaje de la conciencia «transitivo-ingenua» a Ia «transitividad
crítica» no es, para el educador brasileño, automático ni espontáneo, sino que,
por el contrario requiere «un trabajo educativo-crítico». Desde este mirador, la
educación ha de sustituir «las explicaciones mágicas por explicaciones
causales», «comprobar los descubrimientos y estar dispuesta siempre a las
revisiones», «despojar al máximo los pre-conceptos», «negar la transferencia
de la responsabilidad», «negar el quietismo», «practicar el diálogo», abrir «la
receptividad de lo nuevo y por la no negación de lo viejo, sólo por viejo, sino por
la aceptación de ambos en cuanto a su validez».
Cualquiera que sea la postura que se adopte frente a los fundamentos y
objetivos de la concepción de Paulo Freire, lo cierto es que pocas veces es
dado encontrar una descripción tan complela de los rasgos de la conciencia
crítica, y una paralela caracterización del tipo de educación que podría hacerla
posible.
Y, en efecto, esa conciencia crítica como meta de la educación, no es ni puede
ser una mera conciencia teórica, o especulativa. Su verdadera fuerza reside en
su proyección práctica en el sentido de la transformación de las condiciones de
la vida actual, alienada y alienante para todos los hombres cualquiera sea su
puesto en la escala social. Y, si de educación se trata, la conciencia crítica no
podrá alcanzar toda su vigencia si no se monta sobre el pensamiento crítico
como uno de sus ejes centrales.
Nosotros interpretamos que Freire elabora tres modos, estrechamente ligados,
de expresar la funci6n crítica de la educación. La educación (una educación
liberadora, se sobreentiende) puede ser en sí misma una «práctica de la liber-
tad», que conduce a la transformación de la existencia personal y social, cons-
tituyéndose ella misma en «una interpretación del mundo y del hombre».
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Educación y utopía
Educación y esperanza
Bibliografía
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