Rompecabezas PDF
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Pues señor... digo que aquel día o aquella tarde, o pongamos noche, iban por los
llanos de Egipto, en la región que llaman Djebel Ezzrit , tres personas y un borriquillo.
Servía este de cabalgadura a una hermosa joven que llevaba un niño en brazos; a pie,
junto a ella, caminaba un anciano grave, empuñando un palo, que así le servía para
fustigar al rucio como para sostener su paso fatigoso.
Pronto se les conocía que eran fugitivos, que buscaban en aquellas tierras refugio
contra perseguidores de otro país, pues sin detenerse más que lo preciso para reparar
las fuerzas, escogían para sus descansos lugares escondidos, huecos de peñas
solitarias, o bien matorros espesos, más frecuentados de fieras que de hombres.
La suerte les deparó, o por mejor decir, el Eterno Señor, un buen amigo, mercader
opulento, que volvía de Tebas con sinfín de servidores y una cáfila de camellos
cargados de riquezas. Contaron sus penas y trabajos los viajeros al generoso
traficante, y éste les albergó en una de sus mejores tiendas, les regaló con excelentes
manjares, y alentó sus abatidos ánimos con pláticas amenas y relatos de viajes y
aventuras, que el precioso niño escuchaba con gravedad sonriente, como oyen los
grandes a los pequeños, cuando los pequeños se saben la lección.
Al despedirse asegurándoles que en aquella provincia interna del Egipto debían
considerarse libres de persecución, entregó al anciano un puñado de monedas, y en
la mano del niño puso una de oro, con endiabladas leyendas por una y otra cara. No
hay que decir que esto motivó una familiar disputa entre el varón grave y la madre
hermosa, pues aquel, obrando con prudencia y económica previsión, creía que la
moneda estaba más segura en su bolsa que en la mano del nene, y su señora,
apretando el puño de su hijito y besándolo una y otra vez, declaraba que aquellos
deditos eran arca segura para guardar todos los tesoros del mundo.