Poemas de Gerardo Diego
Poemas de Gerardo Diego
Poemas de Gerardo Diego
Se va a casar la novia
del marinerito.
Gulliver
ha hundido todos sus navíos.
Decir de La Rioja
No sabe la que es vida quien en ti no reposa,
Rioja, de tan abierta, secreta y misteriosa,
sabor de los sentidos confirmando a la rosa,
estribo de los Ángeles que alzan a la Gloriosa.
El ciprés de Silos
Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
En mitad de un verso
Murió en mitad de un verso,
cantándolo, floreciéndole,
y quedó el verso abierto, disponible
para la eternidad,
mecido por la brisa,
la brisa que jamás concluye,
verso sin terminar, poeta eterno.
Revelación
Era en Numancia, al tiempo que declina
la tarde del agosto augusto y lento,
Numancia del silencio y de la ruina,
alma de libertad, trono del viento.
Indiferente o cobarde
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.
Tú, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.
Silencio
La voz, la blanca voz que me llamaba
ya apenas entre sueños la adivino.
Suena su son angélico
cada día más tímido.
Bajo el agua del lago va enterrándose,
va hundiéndose en el fondo del abismo.
Los años van tejiendo
densas capas de limo.
Ella se esfuerza por romper las ondas,
por dejar su cristal en mis oídos.
Y yo apenas la escucho
como un leve suspiro.
Más que la voz percibo ya el armónico.
Ya más que timbre es vacilante espíritu.
Me ronda, helado, mudo,
el silencio infinito.
Sonidos y perfumes, Claudio Aquiles...
Sonidos y perfumes, Claudio Aquiles,
giran al aire de la noche hermosa.
Tú sabes dónde yerra un son de rosa,
una fragancia rara de añafiles
Torerillo de Triana
Torerillo en Triana
frente a Sevilla.
Cántale a la Sultana
tu seguidilla.
Sultana de mis penas
y mi esperanza.
Plaza de las arenas
de la Maestranza.
Arenas amarillas,
palcos de oro.
Quién viera a las mulillas
llevarme el toro.
Relumbrar de faroles
por mí encendidos.
Y un estallido de
oles en los tendidos.
Arenal de Sevilla,
Torre del Oro.
Azulejo a la orilla
del río moro.
Azulejo bermejo,
sol de la tarde.
No mientas, azulejo,
que soy cobarde.
Guadalquivir tan verde
de aceite antiguo.
Si el barquero me pierde
yo me santiguo.
La puente no la paso,
no la atravieso.
Envuelto en oro y raso
no se hace eso.
Ay, río de Triana,
muerto entre luces,
no embarca la chalana
los andaluces.
Ay, río de Sevilla,
quién te cruzase
sin que mi zapatilla
se me mojase.
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Copote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el miúra
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Tuya
Ya sólo existe una palabra: tuya.
Ángeles por el mar la están salvando
cuando ya se iba a hundir, la están alzando,
calentando sus alas. ¡Aleluya!