Vivir en Rebelion - Cristian Julia PDF
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Vivir en rebelión
Parte I - Conociendo las
cadenas
ePub r1.0
gertdelpozo 09.09.15
Cristian Juliá, 2014
Diseño de cubierta: Alberto de Mari
Dibujo: Eduardo Aguilar
Corrección: Alan Santillán
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La dominación
invisible
«Un obrero es un esclavo
buscando a su amo».
Marx
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¿Humanidad?
«A esta hora exactamente,
hay un niño en la calle».
Mercedes Sosa y Calle 13
¿Qué relación tenemos los hombres
entre nosotros? ¿Hay algo que nos una?
¿Ese pasado que trajimos a la vida hoy,
esas frustraciones, esas tragedias, cómo
influye en nosotros?
¿Hay algún encuentro entre nosotros
y los siervos liberados?
***
El trabajo es como
decir dos cosas…
Me matan si no trabajo,
y si trabajo me matan.
Siempre me matan, me
matan, ay,
siempre me matan.
Ayer vi a un hombre
mirando,
mirando el sol que salía.
El hombre estaba muy serio
porque el hombre no veía.
Ay, los ciegos viven sin ver
cuando sale el sol.
Ayer vi a un niño jugando
a que mataba a otro niño.
Hay niños que se parecen
a los hombres trabajando.
Ay, quién le dirá cuando
crezcan
que los hombres no son
niños,
que no lo son.
Daniel Viglietti
***
Capítulo IV
Las cadenas son
invisibles
Casi como si alguien me empujara,
me levanté del sillón, me arreglé un
poco, me mojé la cara y salí apurado,
medio tropezando con los muebles de la
casa. Cuando andamos apurados
perdemos percepción del espacio y de
las cosas que lo componen, como si todo
estuviera destinado a estorbarnos.
Antes de salir, agarré una mochila y
la llené con algunos libros (nunca fui un
gran lector, pero ahora sentía que debía
llevarlos conmigo), un cuaderno, una
lapicera y el equipo de mate.
En el cierre del costado, envuelto en
una bolsa, deposité los ahorros. En esos
momentos me sentía alegre, era la
sensación de volver a algún lugar al que
hacía tiempo deseaba volver, aunque no
sabía dónde.
Empecé a caminar rápido, corriendo
incluso, pero pasadas las primeras
cuadras, me detuve por completo. Ahí
me di cuenta que no sabía a dónde
estaba yendo, cada vez estaba más
perdido, y por lo tanto cada vez estaba
más cerca de encontrarme.
Estuve caminando, paseando cerca
del río, un grupo de perros corrían a
tranco firme, totalmente seducidos por
los encantos de una perra que iba unos
metros adelante.
Hacía calor, aunque había viento, el
aire era caliente. Miré a unos chicos
jugando a algún tipo de guerra, tarareé
una canción «ayer vi a un niño jugando a
que mataba a otro niño. Hay niños que
se parecen a los hombres trabajando…».
Pensé en qué sentido tenía todo, en
última instancia, lo que importa era
vivir nuestro tiempo lo mejor posible, y
no necesitábamos mucho para eso, ¿por
qué estaba viviendo de una manera que
no deseaba? Tenía 35 años, pero daba la
impresión de ser mayor, hacía mucho
tiempo que daba la impresión de ser
mayor. En ese momento una pareja
pasaba al lado mío a paso acelerado, me
miraron por un momento.
Me dio vergüenza por mis
pensamientos, como si aquella pareja
podría escuchar lo que pensaba. Sentía
como si estuviera partido a la mitad.
Cuando desperté por la mañana,
había estado decidido a hacer un cambio
radical, pero ahora comenzaba a dudar,
cierta inseguridad me amenazaba. La
pareja, los perros, esos chicos. Todo era
irreal, yo mismo era irreal. Lo único
bien real era el sol que me daba en la
cara.
En mi interior se libraba una
verdadera batalla, una parte estaba
segura de no querer seguir viviendo de
esa manera, como pasando. Era el
impulso del cambio. Me estimulaba para
buscar algo nuevo, diferente, vivir de
otra manera. Pero del otro lado, se
encontraba el ejército del orden, y traía
toda su artillería de costumbres, de
miedos, de inseguridades y estaban
decididos a dar muerte a la resistencia.
Querían que volvamos a la oficina
mañana bien temprano. Y a la rutina
tranquila que habíamos sabido
conseguir.
Compré unas galletitas con chips de
chocolate y me senté en el pasto con los
mates medio tibios y un libro que me
habían regalado hacía mucho. En la
primera hoja había una dedicación para
mí que nunca había leído: «espero que te
encuentres y no te olvides nunca que, a
veces, la resistencia no se compone más
que de pequeños actos». La extraño.
El día se movía de otra manera, su
danza tenía otro ritmo, más lento.
Anduve caminando sin abandonar nunca
el lugar donde había acampado. La tarde
me encontró mirando el agua intercalada
con las nubes. En una mano tenía la
última galletita, en la otra el celular, no
esperaba ningún llamado ni mensaje.
¿Por qué lo custodiaba
demencialmente? Había un número
agendado que me interesaba, ya varias
veces antes había pensado en llamarlo.
Volví a mi paisaje pero no me podía
olvidar de sus últimas palabras.
Recordaba perfectamente el día que se
fue. Cristian me saludó con un gran
abrazo, esos del corazón, antes de
despedirnos, me dijo «Cuando
despertés, vení a buscarme». Seguía
mirando su número, el tiempo había
pasado, ¿sería el mismo que se fue? ¿Su
invitación seguiría en pie?
¿O como todos nosotros, también él
se habría convertido en una sombra? No
importa el tiempo que pase, toda
despedida, es una despedida de uno
mismo, algo nuestro se va con el otro y
siempre intentamos recuperar eso que se
fue.
Creo que dormité por un rato.
Algunos de los perros que habían
perdido la carrera, se encontraban
cerca, disfrutando el último rincón de
sol. De los niños sólo quedaba uno, el
que llevaba el arma de juguete, me
pregunté si no era una profecía.
Me levanté, no sin algún esfuerzo y
emprendí el camino de regreso, todavía
dudando. Antes pasé por lo de mi
hermana que hacía mucho no visitaba.
Nos miramos con amor, me invitó a
pasar, improvisamos un «picnic» en el
patio. Lo único que llevaba en el
estómago era el paquete de galletitas,
así que la propuesta hizo brillar mis
ojos de alegría. Hablamos por medio
del mate caliente y el pan tostado untado
con manteca y dulce de leche, como
cuando éramos chicos. Me contó cómo
iba su vida, las ganas de viajar que
siempre la invadían.
La casa era grande y estaba bien
ordenada, pero el patio estaba bastante
descuidado, las paredes estaban
despintadas, no tenía nada de verde,
alguna planta agonizando en un cantero
de cemento. Le conté de mis problemas,
le conté de mis contradicciones y le
pregunté qué pensaba. «No le des tantas
vueltas, a todos nos pasa, yo también me
iría a la mierda; pero bueno, disfrutá de
lo que tenés, te va a hacer mal si seguís
así». «Vamos, vámonos a la mierda» le
respondí y aunque lo dije con una
sonrisa, nunca había dicho nada más
serio. Se rió.
Salí con cierta tristeza. Pasé por la
terminal de ómnibus, miré de reojo,
desaceleré el paso casi hasta detenerme,
dudé un instante y luego seguí mi camino
con la mirada perdida.
Llegué a casa en absoluto silencio,
me bañé y junté los zapatos y la ropa
que todavía estaban desparramadas por
el comedor. Intenté pensar en la jugada
de peones, pero se me había borrado.
Puse el despertador a las 7 de la
mañana y me fui a dormir temprano,
estaba más tranquilo.
A través de la ventana de la
habitación se dejaba ver las primeras
señales de que el día estaba naciendo.
Adentro, mis ojos hacia rato que estaban
investigando celosamente el techo de
madera.
A la hora indicada, obediente, sonó
el despertador, yo lo esperaba, quizá
para ver si cumplía con la orden.
Siempre fue un trabajador puntual,
impecable, se me antojó.
Aunque faltaba bastante tiempo para
empezar el día, de un salto me levanté,
estaba listo para reintegrarme. Sentí
cierta emoción y un poco de alivio
también.
El sol brillaba y yo cerraba la puerta
de casa, estaba tranquilo, incluso, quizá,
feliz.
***
Cuando la relación de
hegemonía y de subordinación
[capitalista] reemplaza a la
esclavitud, la servidumbre, el
vasallaje, las formas patriarcales
etcétera, etcétera, tan sólo se
opera una mudanza de forma. La
forma se vuelve más libre
porque es ahora de naturaleza
meramente material, formalmente
voluntaria, puramente económica
Marx
***
Las cadenas las
llevamos adentro
«En el fondo, ahora se siente
[…] que semejante trabajo es la
mejor policía, que mantiene a
todo el mundo a raya y que sabe
cómo evitar con firmeza el
desarrollo de la razón, la
concupiscencia y el deseo de
independencia. Puesto que
emplea una cantidad enorme de
energía nerviosa, la cual sustrae
a las actividades de meditar,
ensimismarse, soñar,
preocuparse, amar, odiar».
Friedrich Nietzsche, los
aduladores del trabajo, 1881
***
***
El proceso histórico
de imponer o
aprender a trabajar
«El trabajo reúne cada vez
más buena conciencia de su
parte: la inclinación por la
alegría ya se llama “necesidad
de descansar” y empieza a
avergonzarse de sí misma. “Cada
uno es responsable de su propia
salud”, se dice cuando se nos
sorprende en una excursión
campestre. Pronto se podría
llegar al punto en el que uno no
pueda ceder a la inclinación por
una vida contemplativa (es decir,
irse de paseo con pensamientos y
amigos) sin despreciarse a sí
mismo y sin remordimientos de
conciencia».
Friedrich Nietzsche, El ocio y la
ociosidad, 1882
***
«La historia de la
Modernidad es la historia de la
imposición del trabajo, que ha
dejado tras de sí una inmensa
huella de destrucción y horror en
todo el planeta; puesto que no
siempre ha estado tan
interiorizada como en el presente
la exigencia de empeñar la
mayor parte de la energía vital
en un fin absoluto ajeno. Han
hecho falta varios siglos de
violencia pura en grandes
cantidades para que la gente,
literalmente bajo tortura, acepte
ponerse al servicio
incondicional del ídolo trabajo».
Grupo Krisis
***
1) El valor:
Los capitalistas dicen «esto es mío»,
«yo te pago por lo que hacés, y tú
obtienes una recompensa por ello; por lo
tanto, tu producto, me pertenece». Y
nosotros aceptamos, aceptamos, porque
olvidamos, porque es la forma de vida
que aprendimos y porque hay toda una
estructura represiva que nos obliga a
aceptar.
El carácter social del producto
queda reducido a un carácter individual:
el de los capitalistas. Los capitalistas
producen este robo, y el valor social que
tiene el producto queda oculto. Tienen,
obviamente, las armas para hacerlo.
Ellos ahora van a decidir qué es lo que
se produce y se van a apropiar de sus
resultados. Producen porque quieren
vender, no importa qué es lo que se
produce, en la medida que logre
venderse. El objeto producido, entonces,
lleva dos tipos de valores
antagónicamente opuestos. Por un lado,
está el valor social, que no puede ser
eliminado, pero que está subordinado al
valor de cambio del producto.
El valor que lleva para ser
cambiado.
De nuevo, el valor primario queda
reducido y subordinado.
El producto social queda en manos
privadas, las manos de los capitalistas.
Estos no tienen interés en mejorar la
sociedad, lo que buscan es vender ese
producto con el objetivo de acumular
más y más. Ese producto ya no es sólo
un producto ,es una mercancía. Es
decir es un producto pensado para
venderse en el mercado.
El valor de cambio es la producción
para el mercado. El producto ahora se
produce con el fin de cambiarse en el
mercado. Es decir, para venderse.
Supongamos por ejemplo la
existencia de una comunidad donde los
productos sólo poseen valor de uso.
Producimos colectivamente, no para el
intercambio, sino para satisfacer
nuestras necesidades o deseos.
Supongamos también que nosotros
somos parte de esa comunidad. Un día
nos juntamos en asamblea para discutir
qué es lo que nos está haciendo falta.
Después de un rato llegamos a la
conclusión de que nos faltan sillas. Junto
con otras personas, nos agrupamos para
producir la cantidad de sillas
necesarias. La existencia de esas sillas
que producimos, como sillas, depende
de que la utilicemos como tal. Es decir
si nuestra comunidad no necesita esas
sillas que nosotros producimos, la silla
deja de existir como tal.
Pero sabemos que sí, que hacían
falta, entonces las producimos.
Y no producimos más de lo que
necesitamos porque no tendría ningún
rédito para nosotros. Así que
producimos lo que nos hacía falta y
ahora todos nos podemos sentar en
cómodas sillas.
Pero, supongamos que por un error
de cálculos, produjimos de más. ¿Qué
pasa con esas sillas que sobran? La
acumulación de algo que no tiene
utilidad no tiene sentido para nosotros
porque sería ocupar espacio en nuestras
casas con algo que, no sólo no
necesitamos, sino que tampoco podemos
cambiar. La existencia del producto
depende de los creadores. Nosotros,
como comunidad, la producimos; y si la
dejamos de usar, deja de tener valor
puesto que su único valor es el valor
social. De esta manera comprobamos
que, si no tienen utilidad como sillas,
dejarán de tener valor como tal.
Probablemente en asamblea decidiremos
el valor que poseen: podremos decidir
usarlas como leña para el próximo
invierno o como materia prima para
hacer alguna otra cosa que necesitemos.
Ahora bien, cuando el valor de
cambio domina al valor de uso, no
importa que la silla se use o no, lo que
importa es generar la necesidad de
comprarla. Si no se compra, la silla
seguirá existiendo. ¿Por qué? Porque su
creación no tiene como fin (o es un fin
secundario, subordinado) que la
comunidad se siente, no se realiza su
valor de uso; su fin es venderse. Su
existencia, entonces, no depende de la
validación social como útil o no útil.
Ahora la silla nos dice «no importa si
me usan o no, mi existencia no depende
de ustedes». Probablemente si un
vendedor de sillas ya ha vendido todas
las sillas que una comunidad necesita y
ha producido de más, lo que hará con las
que le sobran será introducirles alguna
pequeña modificación y, con una hábil
campaña de mercado, nos dirá que son
«las nuevas y mejores sillas», que
cuando nos sentamos descansamos y
relajamos todo el cuerpo y que son la
última moda, que deja a nuestro hogar
mucho más elegante y que sé yo cuantas
cosas más. El resultado: todos vamos en
busca de las nuevas sillas. Vamos para
cambiar las buenas sillas que teníamos
(pero horriblemente pasadas de moda).
2) La mercantilización de la sociedad:
Los capitalistas dicen «esto es mío».
«Tu tiempo y tu saber me pertenecen».
Obligado a producir para otros, y
aceptar un salario a cambio, el
trabajador se compromete a ceder una
parte de su tiempo a los capitalistas.
Esta puede ser doce, nueve u ocho
horas, dependiendo del momento y del
lugar. Este proceso es general.
El trabajador se levanta y se pasa su
día, o buena parte de él, produciendo.
No produce lo que él desea, sino lo que
le dicen que debe producir. Los
capitalistas por su parte necesitan que
estos sean rápidos y eficientes, necesitan
producir y vender lo más rápido y
barato posible para que la competencia
no los desplace. Para mejorar la
producción se va generando una división
del trabajo, donde cada trabajador no
hace más que una pequeña parte del
proceso total; de esta manera se agiliza
y se acortan los tiempos de producción,
pero también se le quita al trabajador el
saber completo de su producto. Los
trabajadores fueron poco a poco
perdiendo su capacidad y su
conocimiento de las diversas
actividades que antes poseían.
Las industrias nacientes y el avance
rápido de las nuevas tecnologías, como
dijimos, consecuencia de la competencia
entre los capitalistas, hicieron que se
necesite acelerar la producción y
empezar a introducir una división del
trabajo cada vez más marcada.
La mercantilización de la sociedad
conlleva la competencia entre los
capitalistas para que sus productos se
vendan. El capitalista que consiga
producir con menores costos el mismo
producto, será el que sobreviva; el que
no, será desplazado sin demasiados
problemas. A través de una constante
renovación tecnológica y estrategias
gerenciales de todo tipo, los capitalistas
buscan adaptarse al continuo cambio del
mercado. Lo que se necesita es vender,
que la gente viva su vida consumiendo.
No hay lugar para otra cosa, es un
proceso voraz que demanda una
expansión permanente.
Con las largas jornadas de trabajo,
el trabajador no tiene los recursos, ni el
tiempo, ni la forma para poder producir
sus alimentos o su ropa. Incluso ha
perdido la posibilidad de cortar leña (a
causa de la ley promulgada en contra de
esta práctica) para protegerse del frio.
Conforme el proceso de producción va
avanzando, penetra cada vez más en el
conjunto de nuestras prácticas,
actividades, haceres. Con los salarios
de hambre que recibe por su jornada de
trabajo, debe ir al mercado y conseguir
ahí lo que necesita (o lo que le alcance).
Este proceso empieza a dominar. Se
genera la mercantilización de todos los
aspectos de la sociedad.
Una vez cumplido el tiempo en que
nuestro tiempo no nos pertenece,
salimos, y deseamos descansar luego de
una larga jornada; deseamos que
nuestros cuerpos se relajen, esperando
al próximo día y la próxima jornada de
desgaste. Estamos extenuados, ya no
vamos a nuestras huertas, que por otro
lado, no poseemos ya que no tenemos
tierras para producir. Ya no vamos a
confeccionar nuestras ropas,
ahoravamos a reproducir nuestra vida a
través del dinero, relación social que
aceptamos como medio. Es decir,
nuestra vida toda, se convierte en
mercado. Todo lo que podemos o no
podemos hacer va a pasar por el
mercado, tenemos que ir a comprar y a
vender (a vendernos).
No tenemos tiempo, ni tierras, ni
poder para hacer otra cosa. Ahora hay
ramas productivas especializadas que
producen y venden todo lo que haga
falta.
3) El poder
Los capitalistas dicen «esto es mío».
«El poder lo ejercemos nosotros,
ustedes sólo aceptan».
Nuestra capacidad de producir,
nuestro «ser capaces», es entregado
junto con nuestro producto, nuestro
tiempo, y nuestras tierras.
Como dijimos, el poder tiene su
origen en lo social. Pero esta capacidad
se nos escapa junto con la
autodeterminación de nuestras vidas.
Cuando los capitalistas dicen «esto
es mío», niegan nuestra capacidad,
niegan el hecho de que somos nosotros
los que hacemos andar el mundo. Las
cosas llevan nombre y apellido, el
origen social se barre de un escobazo.
Entregamos nuestro producto a los
capitalistas. Entregamos nuestra
capacidad de decisión al Estado,
entregamos nuestras vidas a otros que
piensan, hacen y deciden por nosotros.
Olvidamos que ese poder que tienen
sobre nosotros, tiene su origen en
nosotros.
¿Quién construyó Tebas, la
de las siete Puertas?
En los libros aparecen los
nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los
bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas
veces,
¿quién la volvió siempre a
construir?
¿En qué casas de la dorada
Lima vivían los constructores?
¿A dónde fueron los
albañiles la noche en que fue
terminada la Muralla China?
La gran Roma está llena de
arcos de triunfo. ¿Quién los
erigió?
¿Sobre quiénes triunfaron los
Césares?
¿Es que Bizancio, la tan
cantada, sólo tenía palacios para
sus habitantes?
Hasta en la legendaria
Atlántida, la noche en que el mar
se la tragaba, los que se hundían,
gritaban llamando a sus
esclavos.
El joven Alejandro conquistó
la India.
¿Él solo?
César derrotó a los galos.
¿No llevaba siquiera
cocinero?
Felipe de España lloró
cuando su flota
Fue hundida. ¿No lloró nadie
más?
Federico II venció en la
Guerra de los Siete Años
¿Quién venció además de él?
Cada página, una victoria.
¿Quién cocinó el banquete de
la victoria?
Cada diez años, un gran
hombre.
¿Quién pagó los gastos?
A tantas historias.
Tantas preguntas.
Bertolt Brecht
Este poema nos sirve como ejemplo
de que hemos sido borrados de la
historia. Los sujetos son las personas
individuales, el sujeto social
indeterminado no existe. Aunque ningún
político mueve un ladrillo para construir
nada, son ellos quienes hacen todas las
obras. Aunque ningún capitalista
interviene en el proceso productivo, son
ellos quienes hacen el producto.
***
***
***
«Cuando cambiamos la
forma de ver las cosas, las cosas
cambian de forma».
El reencuentro
«Cuando cayó la noche de la
primera jornada de batalla
aconteció que en muchos lugares
de París, independientemente y
al mismo tiempo, se disparó
contra los relojes de las torres».
Walter Benjamin
***