G 40028.001
G 40028.001
G 40028.001
F R A Y DIEGO D E HAEDÜ
LA P U B L I C A
MADRID
M C M X X V I I
TOPOGRAFÍA
E
I
SOCIEDAD DE BIBLIÓFILOS ESPAÑOLES
SEGUNDA ÉPOCA
III
F R A Y DIEGO D E HAEDO
LA P U B L I C A
MADK1D
M C M X X V I I
Núm. 141.
E HI ST O
R I A G E N E R A L D E AR^
G E L , REPARTIDA E N CINCO TRA-
TADOS, D O S E V E R A N C A S O S E S T R A -
ñ o s , mueiccs efpantofas, y cormencos cxquifitos,
^oe conuienc fe enciendan en la ChrUiiaa*
dadxon muchadodrinele-
ganda curiofa.
D I R I G I D A <AL I t r S T I S S I MO S E N O t t DONBXBGO
de tÍAtAo vdrfobifjm ¿e Palermo, PrefUentty Ctyi&nGtnad
dtHUyaadeSkdi*
Por d Macfiro fray Diego de Haedo Abad de Ffome^dela Orden del Pacriar
caíanBcnsto^naturakiel Valle de Carranca.
CON PRIVILEGIO.
YO EL REY
Por mandado del Rey nuestro señor,
Jorge de Tovar.
APROBACIÓN
Antonio de Herrera,
APRO B A C I Ó N
HABITADORES Y COSTUMBRES
C A P Í T U L O PRIMERO
Estrabón del Rey Juba, el primero deste nombre, que fué hijo
del gran Boccho, Rey de Mauritania, que entregó en manos de saiust., i¡b.
Lucio Silla, Legado ¡de Mario, a lugurta, Rey de Numedia; y 1^5*^^*
después habiendo seguido las partes de Pompeo, viéndose Mario &
vencido de César, con todas las reliquias de los pompeyanos
que se habían recogido en África, él mismo se mató con sus
propias manos; mas entiende de luba el segundo, hijo de aquel
primero, al cual, muerto el padre, y quedando muy mozo, hubo
a sus manos Julio César, y en la pompa de su triunfo africano Cíesarinco-
le llevó con los demás cautivos, como era costumbre, delante ^f-. de bel-
' Africa.
las ropas, vestidos y talle dellos, que, como dice Aulo Gelio,
en todo las Colonias Romanas eran una propagación y parte de
la misma ciudad de Roma; o, como dicen otros, unas peque- Onophrius
vbi supra.
ñas imágenes y retratos vivos del mismo pueblo romano. Des-
ta misma suerte, y en esta misma reputación y valor vivían
los ciudadanos de Argel en tiempo de Adriano, Emperador,
que fué el décimo quinto Emperador romano, Y en los años
del Señor de 135, poco más o menos, Ptolomeo, que vivió
en tiempos del mismo Emperador, entre los demás pueblos
y ciudades de Mauritania Cesariense, que en sus Tablas
comprehende haciendo memoria de Argel, o lol Cesárea, la
nombra Colonia romana; y de la misma manera también ha-
bía,de ser en tiempo del Emperador Antonio Pío, que vivió
en los años del Señor 160 poco más o menos. Porque en el
Itinerario que hizo de todas las ciudades y pueblos del Impe-
rio Romano, de la misma manera la nombra Colonia romana.
Después, en la declinación del Imperio romano, y al tiempo
que los Vandolos y Alanos, llamados del Conde Bonifacio
que gobernaba por el Emperador Valentiniano el tercero
toda Africa, pasaron de España, y a fuego y sangre destru-
yeron y asolaron todos los pueblos y ciudades de las dos Mau-
ritanias y de toda África (que fué el año del Señor de 427,
siendo Reyes destos bárbaros Gunthario y Genserico), es de
creer que a esta ciudad acaecería lo mismo que sabemos acae-
ció a otras muchas muy principales, que fueron saqueadas,
destruidas y asoladas de aquella fiera y bárbara gente. Lo
mismo sería sin duda después cuando en tiempo del Empera-
dor Leoncio, que fué en el año del Señor de 697, poco más o
-- 22 —
C A P Í T U L O II
C A P Í T U L O III
rras de su reino, entre las cuales era entonces Argel, que de ^"HP^AÍC
Bugía no dista más de ciento y veinte millas italianas, que son p»rt. 4.
treinta leguas; los vecinos del mismo Argel, viendo cuán mal
los defendía el Rey de Tremecén contra el dicho Rey de Bugía,
fueron forzados darle obediencia y sujeción, negándola al de
Tremecén; pero fué esto de manera, y con tal condición, que
quedaron y vivieron siempre los vecinos de Argel como libres,
y casi a manera de república, pagando solamente al Rey de
Bugía cierto tributo por manera de reconocimiento y sujeción.
Esta obediencia duró también tanto cuanto aquel reino de Bu-
gía duró, porque tomando el Conde Pedro Navarro en el año
del Señor 1509 a los moros la ciudad de Orán, y aquella de
Bugía, ganándolas para el Rey de España, como los vecinos de
Argel temiesen no les acaeciese lo mismo, especialmente
viendo que el mismo Conde Navarro con el curso de Vitoria
tomó y destruyó otros muchos lugares y pueblos de la costa
de Berbería, acordaron de darse a un poderoso Moro Xeque,
y Príncipe de los Alarbes que vivían en Mutijar, que son los
campos y llanuras grandes vecinas de Argel, el cual se decía
Selim Eunttemi, para que los defendiese y tuviese sobre su
amparo, como hizo algunos años, hasta que los turcos tiránica-
mente se apoderaron desta ciudad, alzándose con ella de la
manera que se sigue.
26 -
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO V I
puerta, con una calle derecha que tiene 1.260 pasos poco más
o menos, corresponde por diámetro a la otra primera puerta
de Babaluete do comenzamos. Y porque por esta puerta sale
toda la gente que va a los campos y a los aduares de moros,
y para todos los pueblos y lugares del reino y de toda Bar-
baría, y por ella entran todos los bastimentos, mercaderías,
moros y alarbes que vienen a la ciudad de todas partes, por
tanto es a todo tiempo y hora del día muy frecuentada de
gente. Abajo desta puerta hacia la mar, como cincuenta pasos,
fenece y acaba la punta del arco o muralla de la ciudad de
mano izquierda, como dijimos, juntándose allí con la mar, y
continuando desta punta o caminando adelante para Tramon-
tana por la cuerda o muralla que por allí junto a la mar va de-
recha hasta el muelle a 800 pasos, y 300 antes de llegar al
muelle está un pedazo de muralla que en su manera muestra
no ser tan antigua como toda la otra de la ciudad, la cual, ha-
ciendo allí forma y figura de un arco y más que de media luna,
se acuesta mucho a las aguas de la mar, dejando en un espacio
redondo una plaza rodeada por todas partes de muro. Esta
plaza, o espacio redondo, tiene de diámetro a una parte y otra
como 80 pasos, la cual plaza o cercado es el Tarazanal de la
ciudad, do se hace alguna parte de las galeotas y bajeles, por-
que otras también se hacen en la isla do está el muelle y el
puerto. Este Tarazanal para dentro de la ciudad no tiene
puerta alguna, mas para la mar tiene dos hechas, ambas en dos
arcos altos de piedra, y de anchura cada una cuanto puede
entrar y salir una galera desarmada. La distancia de una des-
tas puertas a la otra es muy poca, y no más sino cuanto una
casa que sirve para los maestros de los bajeles, se mete en me-
dio dellas. La primera puerta está de continuo cerrada con una
pared de dos tapias en alto, la cual, cuando por ella se ha de
varar algún navio, se deshace; y la segunda tiene una puerta
-~ 33 -
3
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CAPÍTULO v n
C A P Í T U L O VIH
CAPÍTULO IX
cos de Argel que sin falta la armada se hacía contra ellos, el Portuga1!.*1™
dicho Rey Asan hizo con mucha priesa fortificar este castillo,
o, para mejor decir, la montañuela y lugar donde estaba, por
ser muy importante, con hacer derredor de aquella torre o
castillo viejo, cuatro caballeros o bestiones, los cuales que-
dan en figura cuadrada en un espacio de largura de noventa
pasos y otros tantos de ancho y el castillo viejo en medio;
uno destos caballeros responde a Poniente, otro a Mediodía,
otro a Levante y otro a Tramontana; son todos cuatro y sus
lienzos altos como veintiocho palmos, y todos terraplenados
con sus troneras abajo y arriba; en cada punta hay tres trone-
ras por banda, el cuerpo o través de cada uno destos cuatro
torreones es de veinte pasos, y los parapetos de anchura de
diez palmos, la plaza de armas que queda en medio de todos
cuatro torreones o caballeros terna de través cuarenta y cua-
tro pasos; en medio de la cual plaza, como dijimos, está el
castillejo viejo que hizo antes el hijo de Barbarroja, pero de
nuevo lo han terraplenado, y por ser más alto doce palmos
que los cuatro bestiones, queda como caballeros dellos. Es
también de saber que casi por medio de toda esta plaza de
armas que está en medio de los cuatro caballeros, hizo el Rey
un foso que atraviesa de Poniente para Levante, y parte
toda la plaza en dos partes, aunque no iguales, de manera que
con este foso quedan los dos bestiones delanteros, el de Me-
diodía y el de Levante, apartados como en un cuerpo por sí
de los otros dos traseros, el de Poniente y el de Tramontana,
y como si fuesen dos fuerzas por sí distintas y una de la otra
apartada y dividida, con aquel foso en medio en tanta distan-
cia cuanta es la anchura solamente del mismo foso. Hízose
este repartimiento condisinio que si los enemigos ganasen
— 42 —
CAPÍTULO X
sible que pasen dos juntos apar, sino es en la calle grande del
Socco, que dijimos atravesar por línea recta desde la puente
de Babuzón, hasta la que dicen de Babaluete, porque por ser
aquélla el mercado, y la plaza do están infinitas boticas de
cada parte, de toda suerte de mercaderes, aunque no es an-
cha más de 40 palmos cuando mucho, y en muchas partes
muy menos, es la más ancha y principal de Argel. En conclu-
sión, toda la ciudad es tan espesa, y las casas della están tan
juntas unas con otras, que parece toda una piña muy unida; y
de aquí resulta también ser todas las calles muy sucias en llo-
viendo algún agua, principalmente que hay una gran falta, que
todas ellas son malísimamente empedradas. Tienen más otro
defeto, que si no es la calle grande d^l Socco o mercado
(como dijimos), ninguna otra se hallará que sea derecha y bien
ordenada, y aun ésta no se puede bien llamar derecha y or-
denada; antes como es de costumbre y general uso en todos
los pueblos de moros, todas son sin orden y sin concierto o
compostura; pero no es lo mismo en las casas cuanto a su ma-
nera y architectura, porque muchas dellas, y aun la mayor
parte, son muy lindas y polidas. Son todas generalmente de
cal y canto labradas, y todas con sus terrados en que tienden
al sol a enjugar su ropa. Y como las casas están tan juntas, y
las calles son todas tan angostas, casi que se puede caminar y
andar toda la ciudad por encima de los terrados; y así muchas
vecinas se visitan y pasan unas a las casas de las otras por los
terrados; y por esta misma razón son todas muy sujetas a ser
robadas, como acaece muchas veces en entrando y pasando
los ladrones por los terrados si no tienen vigilancia. Pocas son
las que no tengan patios y zaguanes y muy espaciosos en me-
dio, y, finalmente, ninguna que no tenga dentro mucha luz y
claridad, porque como no quieren que sus mujeres o hijas miren
o sean miradas de otros, no usan ventanas a las calles como en
- 45 -
CAPÍTULO X I
CAPÍTULO XII
De los turcos.
C A P I T U L O XIII
De los renegados.
reparten con ellos sus bienes y hacienda como con los hijos,
y generalmente a todos los que aún no eran libres los dejan
libres antes que mueran. La ceremonia y manera que usan
cuando los hacen Turcos o renegados es esta: En un día cual
les parece, aparejan un lecho muy adornado en una cámara,
y siendo noche (porque nunca fiesta destas hacen de día), dan
una comida a que llaman sosfía, a los parientes y amigos y
convidados para la fiesta, y éstos son cuantos les parece a
ellos; acabada la comida, en la cual el que se hace renegado
también se halla, le ponen en un asiento o está en pies y dos
hombres le tienen de los brazos, y si es muchacho o niño,
puesto un hombre en algún asiento le asientan sobre las rodi-
llas del hombre, el cual le tiene asidos los brazos por detrás y
por debajo la horquilla, y poniéndole a los pies o un pelejo o
un vaso lleno de tierra en que caya la sangre, llega a él el
maestro, el cual ordinariamente es algún Judío maestre deste
oficio, y con unos hierros a manera de mordaza, hechos aposta
para este efecto, le retaja y cincuncida cortándole en redondo
toda la capilla del miembro sin quedar nada, y porque no se
puede hacer esto sin sentir muy gran dolor, los circunstantes,
que son todos los convidados, al tiempo que el maestro va a
cortar la carne, dan voces muy grandes llamando por Mahoma
y diciéndole: lia, lia Ala Mahamet hera curra Ala, etc.,
que quiere decir: Dios es, y Dios será, y Mahamet es su men-
sagero; y juntamente con esto, otros echando de los corredo-
res y barandas abajo muchas ollas y vasos de agua puestos allí
antes aposta para este efecto, porque con tantas voces y ruido
divierta el pensamiento el retajado, y no sienta tanto el dolor
de la circuncisión. Hecho esto, y entrapado el Turco o moro
nuevo, le echan en su cama preparada allí o le llevan a su
aposento, como hacen a los que no son tan favorecidos, y sus
circuncisiones no tan solemnizadas, y luego, los que allí se ha-
— 55 -
CAPÍTULO XIV
De l o s A l c a i d e s .
gran Turco, por favor que tiene, concede que por su vida o
tantos años tenga el gobierno de alguna tierra. Más ordinaria-
mente compran todos estos gobiernos, como en almoneda, a
quien más da, conforme al provecho que de la tierra se suele
sacar, el cual es del tributo que los moros y alarbes sujetos a
sus alcaiderías suelen pagar, y principalmente de las extor-
siones y vejaciones, premias, violencias y tiranías grandes
que hacen a los pobres moros y subditos, porque con causa, y
sin causa, a tuerto y a derecho, los roban y despojan de
cuanto tienen, y esto es tan general y tan ordinario, que no
sólo no es esto castigado, pero se tiene entre los turcos de
Argel, y de todas partes, por valor y valentía. Y demás desto
suelen los dichos alcaides y gobernadores muy de ordinario
concertarse con los Reyes de Argel en que les den una cua-
drilla de genízaros y soldados (a que llaman ellos mahala), de
400, 500 ó 600 y más soldados, como hacen el concierto, y
conforme al dinero que al Rey dan, para que con estos tales
soldados hagan saltos, entradas y cabalgadas por las tierras
de otros moros y alarbes que no pagan tributo al Turco, como
son los de la Zahara y tierras que confinan con los negros y
otros alarbes que de partes remotas suelen venir con todos
los ganados y bestias (que tienen en gran copia) a pastar y
gostar las tierras de otros moros y vasallos de los turcos. De
las cuales cabalgadas o entradas, y de la multitud de Came-
llos y ganados que suelen tomar a los tales moros y alarbes;
y de algunas composiciones que con ellos hacen y con otros,
sacan los alcaides gran cantidad de dineros, de los cuales pa-
gan primeramente lo que con el Rey acordaron, y después
contentan a los Balucos Baxis y oficiales de los soldados, y
a los genízaros también dan algo, aunque poco, y lo demás
se envolsan, haciéndose en pocos años, y en muy breve espa-
cio, muy ricos. Destos tales alcaides, y que entre todos son
58
CAPÍTULO X V
De l o s E s p a y s .
Los Espays son los que, como dijimos, estando en sus ca-
sas tienen su paga muerta; éstos son obligados ir a la guerra
a caballo, así cuando el Rey va en persona como en jornadas
— 59 —
CAPÍTULO X V I
De los gentBaros de A r g e l .
CAPÍTULO XVII
C A P Í T U L O XVIII
De los g r a d o s de l o s soldados g e n í z a r o s de A r g e l ,
CAPITULO X I X
CAPITULO X X
CAPÍTULO X X I
6
— 82
CAPÍTULO XXII
C A P Í T U L O XXIII
CAPÍTULO XXIV
CAPÍTULO X X V
CAPÍTULO XXVI
CAPITULO XXVII
de todos, tienen paga del Rey a 10, 12, 15, 20 y más doblas
cada mes. Suelen también ganar la vida con acompañar a los
muertos como se dirá adelante Otros morabutos hay que son
maestros de escuelas, do ensenan los mochadlos a leer y es-
cribir morisco o turquesco, porque hay escuelas de uno y de
otro separadas, y enseñan también a contar su abaco, y la
figura de los números son los mesmos que se usan en la Cris-
tiandad Algunos enseñan también los meses del año, que
cuentan por lunas; el modo de hallar sus pascuas y fiestas;
pero todo muy groseramente y todo es cosa de poco momen-
to. El libro por do muestran a los mochachos, después de co-
nocer las letras y saber juntar unas con otras, es el mismo
Alcorán; no suelen los tales maestros acordarse por meses o
años, mas en llegando un mochacho a ciertas partes o leccio-
nes en que el Alcorán está repartido, se paga al maestro 2 6 3
doblas, como quiere cada uno, y acabado el Alcorán de pasar
(que hace, cuando mucho, en tres años), suelen los que estu-
dian turquesco dar un buen convite al maestro y a todos los
condiscípulos de la escuela; y para vestirse el maestro le dan
tantos picos (que es medida de 3 palmos) de grana o de algún
paño o seda, de que se viste, o 15 ó 20 doblas o más, como
puede cada uno para comprarlo; otros le dan el vestido he-
cho, que es una ferja, y los que estudian arábigo (ultra des-
to) acompañan todos aquel día a caballo al estudiante que
acabó el Alcorán (de la manera que entre nos el día de San
Nicolás los mochachos acompañan al obispillo) y llevan todos
delante algunas gaitas, que van sonando, y dada la vuelta por
la ciudad, le acompañan hasta su casa, y hecho esto queda
graduado de maestro o doctor. Pocos hay destos maestros y
morabutos que entiendan el Alcorán, aunque le leen de con-
tinuo y estudian siempre por él, porque está escrito en lengua
arábiga antigua, aunque las letras sean turquescas o de otra
- 1(X3 -
lan todas las cosas, como en otra parte trataremos más larga-
mente, y , finalmente, por más santos que se fingen, son de
ordinario grandísimos sodomitas, y se precian dello, y el pe-
cado bestial públicamente le cometen en mitad del zoco y
calle principal, a los ojos de toda la ciudad, y es tan grande
la ceguera de moros y turcos, que esto alaban y tienen por
bueno, de lo cual se pudieran poner algunos casos, que por
ser tan brutos, sucios y asquerosos, los dejo. Y como éstos
profesan una vida tan bestial, ansí son estupendas las patra-
ñas, sueños, ficciones, errores y ceguedades que enseñan y
predican a las gentes, y les tienen persuadidos ultra las que
Mahoma dejó escritas en el Alcorán, de que trataremos en su
propio lugar.
CAPÍTULO XXVIII
CAPITULO XXIX
ciertas letras moriscas, que dicen el nombre del Rey que man-
dó batir aquella moneda, y de allí se reparten y corren por
todas sus provincias, hasta Biscari y Lazahara, tierra cerca
de los negros, y para Levante hasta Túnez, y también corren
en los reinos del Cuco y del Labes, do vale toda esta mone-
da. Hay también soltanías de oro fino, que valen cada una
140 ásperos, y éstas se labran en Argel solamente; el escudo
de España ordinariamente valía 125 ásperos, y Jafer Bajá, Rey
de Argel, año 1580, los subió a 130 ásperos, y cuando alguno
los compra a mercaderes y otros, valen más, según la cares-
tía y la cantidad de la moneda; lo mismo valen los escudos de
Francia del sol y los de Italia, aunque más se huelgan con los
de España y corren mejor. El zequín o saltanía de Constanti-
nopla vale 150 ásperos y el motical de Fez 175; mas Jafer
Bajá, año 1580, subió el zequín o saltanía a 175 ásperos y el
moti-al a 225, y la causa desto fué haber poca desta moneda;
en conclusión: toda la moneda de reales, escudos, soltanías y
moticales tienen su precio incierto, porque ordinariamente se
baja y se acrecienta, como los reyes de Argel quieren, o la
necesidad, falta o abundancia de dinero lo pide y requiere.
CAPÍTULO X X X
CAPÍTULO X X X I
CAPITULO XXXII
chas tan grandes que casi les llegan a los hombros, y tan pe-
sados que estiran las orejas abajo, porque pesan como una
libra y más; usan también arracadas, zarcillos de oro (al modo
de las cristianas, como no sean de figuras) y muchos anillos
en los dedos, y en los brazos manillas de plata y de fino oro;
pero comúnmente son las manillas de oro bajo con liga, que
es aquel de que labran las zianas, moneda de la tierra de que
ya antes hablamos. Muchas traen cadenas de oro y en ellas
peras de ámbar, que les cuelgan a los pechos, y generalmen-
te todas son muy amigas de olores y de aguas estiladas de
azahar, de rosas y de otras cosas, que los mercaderes de Va-
lencia suelen llevar y muy bien vender. Muchas (principal-
mente las moras y turcas o hijas de renegadas) suelen traer
en las piernas, junto a los tobillos, unas como manillas de oro
o de plata bien labradas, sino que no son del todo redondas,
más la mitad solamente y la otra mitad cuadrada, altas y an-
chas como cuatro o cinco dedos, lo cual también usan mucho
las judías más hermosas y ricas, y cuando van fuera de casa
todas llevan zaragüelles de lienzo muy blancos y muy jabo-
nados, que les llegan a los tobillos, y sus zapatos de cuero
negro, de una suela, sin pantuflos o chinelas; y porque no
sean vistas cuando van fuera de casa, usan cubrir la cara con
un velo blanco delgado, que atan con un nudo en el cogote,
quedando los ojos y frente de fuera, y después se ponen unos
mantos blancos de lana fina, muy delgados, o de lana y seda
tejidos, los cuales procuran, con mucho jabón, sahumes de
azufre y otras cosas, hacer muy blancos, a que llaman alhuy-
que. Son estos mantos como los malaxas que antes dijimos o
como una pieza de paño, larga como treinta palmos y ancha
catorce y quince, y cuadrada, la cual de tal manera revuel-
ven sobre el cuerpo, que atando una punta en el pecho con
ciertas hebillas o alfileres grandes de plata dorada, vienen a
— 134 -
CAPÍTULO XXXIII
CAPITULO XXXIV
10
146
CAPITULO X X X V
Dicen que los morabutos muertos, que son sus sanctos, vie-
nen de noche a comer lo que los devotos ofrecen sobre sus
sepulturas, como Mahoma en el día de su nacimiento, como
diximos. Replicándoles que no es posible ésto, porque ni sus
cuerpos pueden comer, estando allí en los sepulcros hechos
ceniza y polvo, ni las ánimas tampoco, pues los espíritus no
se sustentan del pan, ni de la fruta ni de otras viandas, res-
ponden que Dios lo sabía, y que en tales cosas no demandá-
semos razón ni como respuesta de gente bestial sin juicio.
El año de nuestro Señor Jesucristo 1579, aquel verano vino
a Argel un morabuto de Fez, el cual afirmaba que con cier-
tas palabras hacía venir un ángel del cielo a hablarle a la ore-
ja, y algunas veces, en presencia de muchos, fingía que el
ángel no venía ansí tan presto, y mostraba por esto grande
cólera y enojo, y pasando algún espacio, daba a entender que
ya el ángel era venido, pero él se mostraba indignado y mal
contento, y hacía como que no le quería oír ni escuchar; mas
después, mostrando aplauso, por ruegos del mismo ángel se
retiraba en una mezquita, siguiéndole mucha gente, y en-
trando cada uno que quería, le demandaba de aquello que de-
seaba saber, y él, mostrando que lo consultaba con el ángel,
daba a cada uno respuesta, enviando a unos contentos y a
a otros mal satisfechos. Vino el negocio en pocos días a tan-
to, que no sólo se tenían por beatos todos aquellos que le po-
dían hablar y aun besar la mano, pero las mujeres (que no
parecen delante los hombres ni osan en ningún caso hablar
con ellos) forzaban a los maridos que las dexasen ir a su casa
a verle, hablar, tratar y consultar, y era el concurso dellas, y
de las más principales y más señoras, tan grande y tan con-
tinuo todo el día, que nunca el templo de Apolo en Delphos,
ni los árboles y lebetes de Donaos, ni el monte Parnaso, ni
cuantos oráculos los antiguos veneraron y consultaron, fueron
— 157 —
el que hizo alguna imagen o figura, a darle alma para que re-
sucite y esté a su juicio, como todos ios demás hombres, y no
pudiendo ninguno darles alma. Dios se indignará y condenará
al que la hizo a perder la suya. Usan mucho presentar algo
de quien piensan sacar el doble, y, como solemos decir, dar
aguja por sacar reja, y si por el presente que hacen no les
dan otra cosa en cambio y remuneración, o no se la pagan,
quéjanse a la justicia, y es uso y costumbre mandar la justi-
cia que se lo pague, y esto acaeció a Luis Brevez Fresco,
mercader ginovés, en el año 1579: habiéndole presentado un
moro un leoncillo y no queriendo dar al que se lo presentó
cuatro picos de grana, que valían más sin comparación, fué de
la justicia condenado a pagar quince doblas, que son seis es
cudos, por el león. Y si algo les da o presenta un cristiano
dicen que no son obligados a remunerarlo, pagarlo, ni tam-
poco agradecerlo, mas que les es debido, y que Dios mandó
y puso en el corazón de aquel cristiano que le presentase
aquel don y, por tanto, que sólo a Dios lo deben agradecer.
Y conforme a eso acaecieron dos casos muy donosos, los cua-
les, aunque pasasen fuera de Argel, porque'sucedieron en
Barbaría (do esta opinión generalmente se tiene entre los mo-
ros) y las he sabido de personas dignas de crédito, no dejaré
de ponerlos aquí. A l tiempo que el señor maestre de Montesa
C a s o que era general de Orán, vino aquella ciudad un moro de Treme-
s u c e d i ó en c¿n Conio suelen cada día venir en casilas y con mercaderías.
Oran entre el
m a e s t r e de el cual presentó al dicho señor unos estribos razonables, que
moro.6337"11 'os hacen en Tremecén muy buenos; el maestre, recibiéndolos
benigna y humanamente y agradeciéndole su presente y vo-
luntad, le mandó dar cincuenta escudos de oro y grana fina
para hacer un vestido, que valía otros veinte. Estando el
moro muy contento cuando vido la liberalidad del señor maes-
tre, avisóle el que se lo dió, por mandado del dicho señor, y
— 161 —
n
entrar en su casa, mostrándole muy buen rostro y serm
blante, y al punto cierra la puerta y, asiendo de un palo, le
meneó el hatillo un buen rato, diciendo que ahora le mandaba
Dios le tratase de aquel modo. Túvose el moro por afrentado
de que el portugués le tratase de aquella manera, y al punto
que llegó a su lugar, vuelto de Tánger, se quejó al alcayde
diciendo que, no obstante las paces y treguas, fuera en Tán-
ger apaleado y maltratado de un cristiano, no diciéndole la
causa y ocasión. El alcayde, pareciéndole desto mal, avisó
luego dello al capitán general de Tánger, quexándose en gran
manera que tal cosa se hiciese estando de paces, y más a un
moro que iba con vituallas a tratar con cristianos. E l general
que esto supo, al momento hizo traer al portugués a su
presencia y queriéndole mandar ahorcar por violador de las
paces y seguro; él le contó el caso todo como pasaba, y la
causa y razón que le moviera para hacerlo. No se contentó
con esto el general, mas al momento le envió al alcayde moro
y que allá le diese satisfacción. El alcayde, viendo al cristia-
tiano, quiso saber todo el caso como pasaba, y después que
oyó lo que el moro hiciera con el portugués y la ingratitud
tan grande y respuesta que usara con quien tantas obras
buenas le hiciera (como era hombre cuerdo y prudente), hizo
luego allí dar otra buena carga de palos al moro, y al cris-
tiano, por ser hombre de bien y por haber hecho lo que hizo,
madó dar un caballo y dineros y volver a Tánger, muy con-
tento; y esto que el cristiano ha de hacer bien al moro, y no
el moro al cristiano, llaman ellos gotomía. Peor hizo un pa-
riente de Mahoma, según ellos dicen, que habiéndole dado
uno un jarro de agua fría, estando con gran sed, y recibiendo
con aquella agua extremado refrigerio, le cortó al momento la
cabeza, diciendo que no podía pagarle tan buena obra como
aquélla mejor que con enviarle luego al paraíso. El repudio es
— 163 —
CAPÍTULO X X X V I
principales que sean enojándose con ellas, les dan mil bofeto-
nes y co^es. Generalmente, en todo castigo no saben tener
modo ni medida, mas ciéganse como unas bestias entrados una
vez en cólera, y hasta dexar a un hombre por muerto no cesan
de darle palos y azotes. Son en extremo amigos de ver hacer
mal, ahorcar, quemar vivos, enganchar y empalar vivos los
hombres, y no habrá uno (si no es de maravilla) que en tal
caso interceda por otro, o que, viéndole en el tormento,mues-
tre que le pesa y le duela; mas (como si los que ansí pade-
cen no fuesen de carne y sangre como ellos) los están miran-
do riyéndose, aunque sean moros como ellos, y burlando unos
con otros y mucho más los renegados, los cuales parece que,
dexando la fe y nombre de cristiano, dexan al momento de ser
hombres y se visten de entrañas de tigres y bestias fieras, y es
esto de manera que aquél se tiene por más hombre y más prin-
cipal de los renegados que más fiero es, más inhumano y cruel
para con todos,moros o cristianos. Y porquesevea cuántocaso
se hace en Argel de la ira y crueldad, esto baste, que como
en tierra de cristianos se tiene por honra traer los esclavos y
captivos bien tratados, en Argel se tiene por honra que an-
den estropeados, cortadas las orejas y narices y señalados de
la rabia de sus amos. Y preguntados por qué, responden:
«Cómo y los cristianos no son perros y canes». Finalmente,
porque un turco, moro o renegado mate a palos cien cristia-
nos que sean suyos, como muchos cada día hacen, no sólo no
le castigan, pero ni es prohibido; mas se reputa a virtud y
valentía; mas desto en otra parte trataremos.
El sexto vicio es la envidia, la cual en todos es muy general Envidia.
y muy notable para todo, pero especialmente en caso de ser
ricos, porque sólo esto tienen (como diximos) por felicidad y
grandeza suprema. Y es tan grande entre ellos, que ni el pa-
dre para con el hijo, ni el hijo para con el padre, puede disi-
— 180 —
juegan cañas, sino en las tres pascuas del año, como diximos;
no hay exercicio ninguno militar, no de esgrima, no de pelota,
no de danzar ni bailar, si no son las mujeres, y muy desgra-
ciadamente, no van a pescar, ni cazar; toda la ocupación de
los que no tienen oficios mecánicos es sentarse a las puertas
de los barberos a requebrarse y hablar con los g a l o n e s que
allí están asentados, y los mercaderes en sus boticas, contar
unos a otros mentiras y nuevas, y los cosarios irse hasta la
marina y puerta a mirar sus bajeles. Y los otros, do quie-
ra que se junten, son todos, en general, los mayores no-
veleros y fingidores de mentiras que jamás hubo en las gra-
das de Sevilla, ni en los hornos de Málaga; allí fingen nuevas
venidas de Turquía, desastres de la cristiandad, tomadas de
galeras y naves, sacos de casales y de tierras, aparejos de
guerra del gran Turco y otras cosas semejantes con que lue-
go alborotan la tierra y la meten en confusión. Y no falta
jamás qué hablar y en qué entender y discurrir, hasta que al
cabo de algunos días se sabe ser todo mentira, y dicen que
les deben mucho los captivos, porque con esto les alivian el
trabajo del captiverio, haciendo que con las nuevas diviertan
el pensamiento e imaginación continua de las cadenas.
CAPÍTULO XXXVII
hijos, tanto son diligentes, después que las hijas ya son cria-
das, en casarlas y acomodarlas con maridos, y como y de la
mejor manera que pueden, y en extremo suelen ser en esto
cuidadosos y solícitos, y tanto, que dende muy niñas las sue-
len luego prometer y desposar a otros mochachos hijos de sus
amigos iguales. Lo onceno, que el que al último se determi-
na vivir como buen moro, lo es muy de veras, y los viejos
son tan observantes de su ley y tan devotos en hacer a sus
horas el sala, y acudir a sus tiempos a las mezquitas, y ayu-
nar sus ayunos, y en abstenerse del vino y aguardiente, que
pluguiese al Señor lo fuesen tanto los cristianos en la obser-
vancia santa y preceptos de Dios.
CAPITULO XXXVIII
CAPITULO XXXIX
13
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CAPÍTULO XL
CAPITULO X L I
siguen lo que su juicio más alcanza y les dice ser más justo.
Y algunas veces dan sentencias graciosas y admirables para
reír, como fué en los años pasados, que habiendo en el Burgo
de Asan Bajá o del Emperador un molino, acaso se descon-
certó y mató la muía que en él servía, y fué por el Cadí sen-
tenciado a que fuese deshecho y echado por tierra, pues ma-
tara ansí la muía. Y hay entre estos dos Cadís esta orden o
preeminencia: que del Cadí de los moros se apela para el de
los turcos, y no al contrario; pero para el Aga puede de am-
bos a dos apelar el que quisiere. De modo que en cierta ma-
nera el Aga es supremo a todos, así a los jueces y goberna-
dores de justicia como al mismo Rey de Argel. Estos Cadís
tienen para la buena administración de sus oficios algunos
notarios escribanos, cuantos quieren, que escriben los con-
tratos, determinaciones y sentencias que delante de ambos pa-
san, cuando las partes las quieren en escripto, y los del Cadí
de los turcos escriben en lengua turquesca, y los de los mo-
ros, en lengua de moros y arabesca. Tienen también algunos
porteros a que llaman Chauzes, que sirven de executores de
las sentencias y mandatos, y de porteros para llamar a juicio
y citar a las partes, y aun de verdugos. El castigo de justi-
cia, ordinariamente es de palos y más palos que dan al con-
denado, estando tendido en tierra y boca abaxo, y después
de bien molido desta parte le revuelven de la otra, y le dan
otros tantos en la barriga y en los pechos, y aun en las plan-
tas de los pies, tanto tiempo cuanto el juez les manda, o el
Rey, o el Aga y para esto tienen siempre los Chauzes del Rey
y del Aga, y de los Cadís unos gruesos palos o bastones en las
manos, con los cuales hacen el oficio de verdugos. Pocas ve-
ces ahorcan alguno, si no es algún público ladrón y malhe-
chor o que mató a otro; pero si es turco, todo se disimula y
va a la buena, y aun quien diere dineros al juez o al Aga o
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al Rey, puede hacer todos los maleficios del mundo, sin pena
alguna ni castigo. Todos los procesos, ansí de causas crimina-
les como civiles, se hacen solamente verbalmente, y sin es-
critura alguna, ni más que con presentar los testigos, y luego
sumariamente y de plano se procede a sentencia. Las escri-
turas y contratos se firman de la mano del Cadí, no que él
escriba su nombre, como usamos los cristianos, más imprime
en el papel su tapa, que es un sello hecho de oro, o de plata,
al modo de un anillo (porque no lo traen como anillo en el
dedo) y con ciertas labores, los cuales (mojando el entalle en
la tinta) quedan en el papel figurados. Y desta misma manera
firma el Rey todas las escripturas y cartas y, generalmente,
todos los turcos las cartas y escripturas que hacen. Para el
bien público de la ciudad no hay Regidores, ni Jurados, ni
Síndicos, ni Procuradores del pueblo, ni otra alguna manera
de civílico gobierno y policía. Solamente hay dos oficiales:
uno, que se dice el mesuar, y el otro almotaser; el mesuar es
como alguacil, y tiene cargo de prender los malhechores, la-
drones y adúlteros y de llevarlos a la cárcel, y ronda de no-
che la ciudad, con algunos chauzes o porquerones que tiene,
dende que tocan (comúnmente a las dos o tres horas de noche)
unas gaitas y atambor en casa del Rey, que es, ni más ni me-
nos, como la queda en España, y señal de recoger, hasta que
otra vez (dos horas y media hasta tres, antes que sea día)
vuelven estas gaitas y atambor a tocar la segunda vez. Y en
este medio tiempo de un tocar a otro ningún cristiano puede
andar por la ciudad, so pena de que le llevan a la cárcel y su
patrón paga diez doblas, que son cuatro escudos de oro, y al
cristiano le dan algunos palos, según el mesuar y sus chauzes
informan dél y le acusan. Este cargo de mesuar se suele ven-
der en almoneda a quien más da por él, porque estas penas y
otras son aplicadas para él, y saca dellas, y de infinitas com-
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14
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F I N D E L A TOPOGRAFÍA
EPÍTOME DE LOS REYES DE ARGEL
C A P I T U L O PRIMERO
III
(que es muy grande y muy capaz) podía estar muy seguro todo
el año y invernar con sus navios, y con la vecindad de España
y de sus islas, podía, saliendo de Buxia, robar infinitos navios
y adquirir grandes riquezas.
IV
VI
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VIII
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XI
C A P Í T U L O II
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IV
VI
tras esto entendió los grandes daños y robos que dende allí
comentaba Barbarroja y sus cosarios a hacer en todos sus
Reinos y estados de Italia, determinó no poner más dilación en
negocio que tanto la quería. Y así, juntando una muy pode-
rosa armada de todas partes de España y de Italia, embarcóse
con alguna parte della en Barcelona, año de 1535, y siendo
los veinte de julio, echó a Barbarroja de todo el Reino de Tú-
nez, y le hipo salir huyendo para Bona. Y finalmente resti-
tuyó aquel Reino al dicho Muley Asán, como es a todos tan
notorio, y lo escriben tantos autores muy larga y difusamente;
por tanto no es necesario que gastemos aquí el tiempo en
contarlo y escribirlo. Solamente diremos que como Barbarroja
tuvo aviso que el Emperador venía contra él tan poderoso,
envió luego catorce de sus baxeles, los mayores y más prin-
cipales, a la ciudad de Bona, que de Túnez para poniente está
trescientas millas y otras tantas de la ciudad de Argel, por-
que estando aquel lugar remoto, y por tanto más fuera del
peligro de la arma da cristiana, allí le parecía los tendría más
seguros; y si el Emperador le echase de aquel Reino (lo que él
luego tuvo por cierto), hacía cuenta acogerse a aquella tie-
rra. Y ansí fué, porque tanto que salió de Túnez, se fué por
tierra a la vuelta de Bona, llevando consigo una buena parte
de sus cosarios y amigos y muchos turcos; porque fueron po-
cos los que murieron en aquella jornada. Llegado Barbarroja
a la ciudad de Bona, a la hora empalmó sus galeotas, y dando
él mismo en persona grande priesa a esto, le dixeron algunos
de los cosarios (que aún no sabían su intención) que les parecía
bien que por esta vez se fuesen a Constantinopla a pedir gente
y armada al Turco con que volviesen a cobrar lo que perdie-
ran, y que en efecto no les parecía bueno ni seguro que nave-
gasen por entonces por los mares de poniente, porque el Em-
perador no cesaría hasta que los cogiese a todos. Con estas
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VII
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C A P Í T U L O III
II