La Conversión
La Conversión
La Conversión
P
ara mí es una gran alegría estar con vosotros cada año, al inicio de la
Cuaresma, y comenzar con vosotros el camino pascual de la Iglesia.
Quiero dar las gracias a todos el trabajo que realizáis por esta
Iglesia de Roma que -según san Ignacio- preside en la caridad y debería
ser siempre también ejemplar en su fe. Hagamos juntos todo lo posible
para que esta Iglesia de Roma responda a su vocación y para que nosotros,
en esta «viña del Señor», seamos obreros fieles.
Hemos escuchado el pasaje de los Hechos de los Apóstoles (20, 17-38) en
nuestro pensamiento, juzgar verdaderamente que lo real que debe orientar todo es Dios, son las palabras,
la Palabra de Dios. Este es el criterio, el criterio de todo lo que hago: Dios. Esto es realmente conversión, si
mi concepto de realidad ha cambiado, si mi pensamiento ha cambiado. Y esto debe impregnar luego todos
los ámbitos de mi vida: en el juicio sobre cada cosa debo tener como criterio lo que Dios dice sobre eso.
Me parece que en la Cuaresma, que es camino de conversión, debemos volver a realizar cada año esta
inversión del concepto de realidad, es decir, que Dios es la realidad, Cristo es la realidad y el criterio de mi
acción y de mi pensamiento; realizar esta nueva orientación de nuestra vida.
San Pablo continúa: «Y ahora, mirad, me dirijo a Jerusalén, encadenado por el Espíritu. No sé lo que
me pasará allí, salvo que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me da testimonio de que me aguardan
cadenas y tribulaciones. Pero a mí no me importa la vida, sino completar mi carrera y consumar el ministerio
que recibí del Señor Jesús: ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios» (vv. 22-24). San Pablo sabe que
probablemente este viaje a Jerusalén le costará la vida: será un viaje hacia el martirio. Aquí debemos tener
presente el por qué de su viaje. Va a Jerusalén para entregar a esa comunidad, a la Iglesia de Jerusalén,
la suma de dinero recogida para los pobres en el mundo de los gentiles. Por tanto, es un viaje de caridad,
pero es algo más: es una expresión del reconocimiento de la unidad de la Iglesia entre judíos y gentiles,
un reconocimiento formal del primado de Jerusalén en ese tiempo, del primado de los primeros Apóstoles,
un reconocimiento de la unidad y de la universalidad de la Iglesia. En este sentido, el viaje tiene un
significado eclesiológico y también cristológico, porque así tiene mucho valor para él este reconocimiento,
esta expresión visible de la unicidad y de la universalidad de la Iglesia, que tiene en cuenta también el
martirio. La unidad de la Iglesia vale el martirio.
Aunque perdiera la vida biológica, no perdería la verdadera vida. En cambio, si perdiera la comunión
con Cristo para conservar la vida biológica, perdería precisamente la vida misma, lo esencial de su ser.
También esto me parece importante: tener las prioridades justas. Ciertamente debemos estar atentos a
nuestra salud, a trabajar con racionabilidad, pero también debemos saber que el valor último es estar en
comunión con Cristo; vivir nuestro servicio y perfeccionarlo lleva a completar la carrera.
Tal vez podemos reflexionar un poco más sobre esta expresión: «completar mi carrera». Hasta el
final el Apóstol quiere ser servidor de Jesús, embajador de Jesús para el Evangelio de Dios. Es importante
que también en la vejez, aunque pasen los años, no perdamos el celo, la alegría de haber sido llamados
por el Señor. Yo diría que, en cierto sentido, al inicio del camino sacerdotal es fácil estar llenos de celo, de
esperanza, de valor, de actividad, pero al ver cómo van las cosas, al ver que el mundo sigue igual, al ver
que el servicio se hace pesado, se puede perder fácilmente un poco este entusiasmo. Volvamos siempre a
la Palabra de Dios, a la oración, a la comunión con Cristo en el Sacramento -esta intimidad con Cristo- y
dejémonos renovar nuestra juventud espiritual, renovar el celo, la alegría de poder ir con Cristo hasta el
final, de «completar la carrera», siempre con el entusiasmo de haber sido llamados por Cristo para este
gran servicio, para el Evangelio de la gracia de Dios.
A continuación viene el pasaje sobre el martirio inminente. Aquí hay una frase muy importante, que
quiero meditar un poco con vosotros: «Velad por vosotros mismos y por todo el rebaño sobre el que el
Espíritu Santo os ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios, que Él se adquirió con la
sangre de su propio Hijo» (v. 28). Comienzo por la palabra «Velad». Hace algunos días tuve la catequesis
sobre san Pedro Canisio, apóstol de Alemania en la época de la Reforma, y se me quedó grabada una palabra
de este santo, una palabra que era para él un grito de angustia en su momento histórico. Dice: «Ved, Pedro
duerme; Judas, en cambio, está despierto». Esto nos hace pensar: la somnolencia de los buenos. El Papa
Pío XI dijo: «El gran problema de nuestro tiempo no son las fuerzas negativas, sino la somnolencia de los
buenos». «Velad»: meditemos esto, y pensemos que el Señor en el Huerto de los Olivos repite dos veces a sus
discípulos: «Velad», y ellos duermen. «Velad», nos dice a nosotros; tratemos de no dormir en este tiempo, sino
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de estar realmente dispuestos para la voluntad de Dios y para la presencia de su Palabra, de su Reino.
«Velad por vosotros mismos» (v. 28): estas palabras también valen para los presbíteros de todos los
tiempos. Hay un activismo con buenas intenciones, pero en el que uno descuida la propia alma, la propia
vida espiritual, el propio estar con Cristo. San Carlos Borromeo, en la lectura del breviario de su memoria
litúrgica, nos dice cada año: no puedes ser un buen servidor de los demás si descuidas tu alma. «Velad por
vosotros mismos»: estemos atentos también a nuestra vida espiritual, a nuestro ser con Cristo.
Nos ha constituido el Espíritu Santo. Sólo Dios nos puede hacer sacerdotes; sólo Dios puede elegir
a sus sacerdotes; y, si somos elegidos, somos elegidos por Él. Aquí aparece claramente el carácter
sacramental del presbiterado y del sacerdocio, que no es una profesión que debe desempeñarse porque
alguien debe administrar las cosas, y también debe predicar. No es algo que hagamos nosotros solamente.
Es una elección del Espíritu Santo, y en esta voluntad del Espíritu Santo, voluntad de Dios, vivimos y
buscamos cada vez más dejarnos llevar de la mano por el Espíritu Santo, por el Señor mismo.
En segundo lugar: «Os ha puesto como guardianes para pastorear». La palabra que el texto español
traduce por «guardianes» en griego es «epískopos». San Pablo habla a los presbíteros, pero aquí los llama
«epískopoi». La palabra «epískopoi» se identificó de inmediato con la palabra «pastores». O sea, vigilar es
«apacentar», desempeñar la misión de pastor.
L
a Resurrección de Cristo Nuestro Señor es la clave de nuestra fe. Es la
prueba máxima que el mismo Señor ofreció. Cuando le reclamaron con
qué derecho arrojaba a los vendedores del templo, Él habló sobre su
Resurrección: “Destruyan este templo y en tres días lo reedificaré”, aunque se
refería al templo de su Cuerpo, lo cual no entendieron los judíos.
La Resurrección de Cristo es la prueba de su divinidad y de su misión
redentora. Si no hubiera resucitado, hubiera quedado al nivel de un gran
Profeta, de un hombre extremadamente sabio y santo, de una pureza moral
excelsa, etcétera, pero no de Dios. Al resucitar, comprobó su divinidad.
Sus apariciones fueron muchas, comenzando en el mismo día de la
Resurrección, primero fue la aparición a las santas mujeres: en la mañana
Boletín mayo-junio de 2011
Así, el tiempo que hoy comenzamos con el Domingo de Resurrección es un tiempo de alegría. Es la alegría
del creyente que sabe que su Señor vive, que ha vencido a la muerte y al pecado, que son los enemigos del
cristiano. Gracias a esa Resurrección, nosotros tendremos la misericordia, el perdón y la esperanza de vida
eterna. Esa es la alegría que canta la Iglesia en la Pascua y la que quiere que nosotros también cantemos.
Dios los bendiga.
Presentación:
CONVERSIÓN PASTORAL
PARA UNA IGLESIA MÁS DISCÍPULA Y MISIONERA
N
uestra Iglesia Local de Guadalajara está llamada a repensar profundamente y relanzar
con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias regionales y mundiales.
Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra
historia, desde el encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y
misioneros.
Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de obispos, sacerdotes,
religiosos y laicos nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y
misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva con la luz y la fuerza del Espíritu (DA 11).
e) Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los
planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier
institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con
todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las
estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe (DA 365).
e) Una pastoral social renovada. La misión de promover renovados esfuerzos para fortalecer
una Pastoral Social estructurada, orgánica e integral que, con la asistencia, la promoción humana
(EA 58) se haga presente en las nuevas realidades de exclusión y marginación que viven los
grupos más vulnerables, donde la vida está más amenazada (DA 401).
f) Pastoral familiar intensa y vigorosa. Dado que la familia es el valor más querido por nuestros
pueblos, creemos que se debe asumir la preocupación por ella como uno de los ejes transversales
de toda la acción evangelizadora de la Iglesia. En toda diócesis se requiere una pastoral familiar
“intensa y vigorosa” (DI 5) para proclamar el evangelio de la familia, promover la cultura de la
vida, y trabajar para que los derechos de las familias sean reconocidos y respetados (DA 435).
OBJETIVO
R
eflexionar, desde el encuentro con Cristo, sobre nuestra situación de pecado, mediante un
acercamiento al relato lucano de Zaqueo, a fin de vernos y experimentarnos pecadores, pero
amados por Dios, llamados a la conversión y a emprender un nuevo estilo de vida conforme al
seguimiento evangélico de Jesús.
Se puede comenzar el tema con una breve dinámica. Es necesario prever una vela y un cántaro que pueda
tapar la luz de la vela sin apagarla. En un primer momento se apaga la luz eléctrica y se enciende la vela,
Guía Tú mis pasos, luz amable. Por mí mismo busqué certezas; olvida aquellos días
No te pido ver a la lejanía, para que tu amor no me abandone jamás.
sino que me basta un paso, sólo el primer paso. Hasta que la noche pase, Tú me guiarás,
Condúceme hacia adelante, luz amable. seguramente a Ti, luz amable.
Después de hacer la oración, el que coordina la sesión tapa la luz de la vela con el cántaro por unos
minutos, repitiendo esta acción algunas veces. Mientras tapa la luz se puede hacer una pequeña reflexión
espontánea sobre la experiencia de oscuridad que nos viene por el pecado y la experiencia de la luz que nos
viene de la presencia luminosa de Jesús y de su gracia. Si se quiere, cuando el cántaro tape la vela se pueden
ir diciendo los pecados capitales; cuando se destapa la vela y la luz nos ilumina podemos decir las virtudes.
Una vez terminada la dinámica es conveniente incitar al diálogo entre los participantes con las siguientes
preguntas u otras parecidas: ¿Qué experimentamos cuando hay luz? ¿Cuál es nuestra experiencia de la
oscuridad? ¿Qué puede representar la luz? ¿Qué representa la oscuridad? ¿Somos capaces de vernos en
medio de la oscuridad? ¿Nos gusta vivir en la oscuridad? ¿Qué podemos hacer para vivir en la luz?
Hemos de reconocer que la luz es esencial para nuestra existencia, pues nos permite ver y conocer.
También hemos de reconocer que la oscuridad nos habla siempre de una situación penosa e, incluso
muchas veces, inhumana. Desde la fe podemos identificar la oscuridad con el pecado, que va extendiendo
su nebulosa presencia sobre nosotros. La desgracia más grande es que el pecado nos acostumbra al
pecado; va quitando de nosotros esa santa sensibilidad que nos alerta de la presencia de la oscuridad
malvada; el pecado nos aletarga en una pesada somnolencia, a fin de no quitar de nosotros, con la ayuda
de la gracia, su maligna presencia.
Sólo desde la luz podemos ver quiénes somos y cuál es nuestra situación; necesitamos la luz para ver
nuestro rostro reflejado en el espejo; sin la luz no nos podemos ver ni podemos ver nada ni a nadie. La
luz es alegría, es vida, es renovación, es canto, etc. La luz del día viene a despertarnos; entra sutilmente,
aprovecha cualquier rendijita, cualquier oportunidad para bañarnos con su claridad y para disipar
cualquier oscuridad. ¡Qué hermosa es la luz! ¡Cuánta seguridad y certeza nos da! Igualmente podemos
expresar la fealdad, lo horrendo, la incertidumbre y la duda de la oscuridad. Cristo es la luz que nos
ilumina y nos purifica de todos nuestros pecados.
El tema de este día nos ayuda a comprender la importancia que tiene en nuestra vida el encuentro
con Cristo como inicio de conversión, al reconocer que, ante la luz tan hermosa del Señor, podemos ver
lo dramático y triste de nuestro pecado, como Zaqueo, el pecador que dejándose encontrar por Jesucristo,
cambió radicalmente su vida, se convirtió. La conversión es pues fruto del encuentro con Cristo como nos
dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 385: «El misterio de la iniquidad sólo se esclarece a la
luz del misterio de la piedad. La revelación del amor divino en Cristo ha manifestado a la vez la extensión
del mal y la sobreabundancia de la gracia».
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JUZGAR CON LOS CRITERIOS DEL HIJO
El evangelista san Lucas narra un bellísimo episodio de encuentro con Jesús de un pequeño hombre
llamado Zaqueo. Podemos leer el texto de Lc 19, 1-10. Antes de ver a Zaqueo, Jesús cura a un ciego que
estaba pidiendo limosna a la entrada de la ciudad de Jericó. El milagro de dar vista a un ciego representa
un gesto luminoso de Jesús, pues Él es la luz del mundo que ilumina a todo hombre (Jn 8, 12). El milagro
de dar vista al ciego anticipa otro no menos impresionante: dar luz a un hombre que vivía en tinieblas.
Aquel ciego, Bartimeo, no podía ver bien porque tenía sus ojos enfermos, pero tenía una luz interior por
la que pudo reconocer y confesar que quien pasaba por el camino, en el que pedía limosna, era Jesús, el
mismísimo Hijo de David, el Mesías; Zaqueo no tenía enfermos los ojos, pero no podía ver la luz de la
verdad ni del bien; vivía en las tinieblas, sufría una ceguera mucho más tremenda que la de Bartimeo,
el ciego al que muchas veces vio y pasó de largo sin darse cuenta de su necesidad. Zaqueo era jefe de
publicanos, considerados pecadores públicos por sus constantes actos fraudulentos y corruptos, y por
sus influencias con los soldados romanos, dispuestos a todo para mantener el régimen de injusticia. Un
judío piadoso no podía convivir con los publicanos para no contaminarse, eran personas detestables,
como cualquier ladrón de cuello blanco que se aprovecha de su poder para enriquecerse ilícitamente,
Boletín mayo-junio de 2011
quitando a los pobres lo que es de ellos. Además, nos dice Lucas, era de baja estatura y no podía ver a
Jesús que pasaba por su ciudad; quizá no sólo se refería a una característica física sino incluso moral, era
de poca talla ética, incapaz de ver, ciego de ceguera espiritual.
A pesar de su calidad moral, de su situación de pecado, Zaqueo no pierde su sentido religioso, pues
busca ver a Jesús. Es interesante constatar cómo el ciego Bartimeo y Zaqueo tienen deseos de ver al
Señor y cómo los dos logran ver, aunque en plano diferente: uno recobrando la vista física y el otro la
luz espiritual. Hay algo, incluso en los pecadores más empedernidos, que mueve el corazón a buscar
a Dios, a no conformarse con la vida de maldad. Alguien ha dicho: «No hay hombre tan bueno que no
tenga algo de malo, y no hay hombre tan malo que no tenga algo de bueno». Nadie puede considerarse
ni considerar a otro como un caso perdido, incluso cuando se lleve una vida totalmente deshonesta, pues
el corazón está formado a imagen de Dios, que no abandona al hombre al poder de la muerte, sino que
compadecido tiende la mano a quien lo busca. Nadie en vida está condenado, porque mientras estamos
en vida podemos cambiar de forma de pensar y de conducta. Eso nos debe ayudar a pensar que el pecado
no vence, que no es algo definitivo ni debemos desalentarnos en nuestra lucha contra él; no debemos
perder la guerra contra el pecado, aunque perdamos muchas batallas. Al respecto, nos dicen los padres
conciliares: «A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas,
que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final. Enzarzado en esta
pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con
la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo» (GS 37).
El evangelista Lucas sigue narrando que Zaqueo subió a un árbol de sicómoro para poder ver a
Jesús a su paso. El jefe de publicanos era un hombre de mundo, sabía la importancia de los medios para
conseguir el fin que se propone; había defraudado a muchos con astucia. Era de una moral pragmática,
utilitarista, siempre con la mira en las ganancias monetarias; el dinero era el fin que justificaba todos
los medios. Sin embargo, ese día pone los medios para un fin más grande, tiene que subir para alcanza
ver a Alguien. No le importa perder su apariencia de señor importante, incluso de ser juzgado como un
inmaduro al subir a un árbol; comienza a despojarse de su falsa dignidad y aparente poder. Ha dado un giro
importante en su búsqueda: ahora no había que defraudar ni engañar, sino dejarse ver por quien es la Luz
del mundo, para poder adquirir una visión luminosa de sí mismo. Un corazón inquieto busca los medios
necesarios para lograr aquello que desea sin importar las dificultades que entrañen ni los comentarios
de otros. Es importante en la vida cristiana considerar los medios que ponemos para combatir el pecado
y para acercarnos a Dios. El Señor pone a nuestro alcance tantos medios para nuestra conversión, para
erradicar el pecado y para que seamos fieles en su seguimiento.
Jesús, a su paso, vio a Zaqueo. Se entrecruzaron las miradas; una mirada de misericordia y otra
de estupor. Jesús miró a Zaqueo, el gran pecador, con ojos de perdón, misericordia y amor, como me
mira a mí, pecador, y mira a todo pecador que desea encontrarse con Él. Dice el Evangelio que Jesús le
ordena bajar del árbol porque «es necesario que hoy me quede en tu casa». La conversión del pecador es
necesaria, es la misión que viene a cumplir el Salvador: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está
cerca, conviértanse y crean en el Evangelio» (Mc 1, 15). Para eso ha entrado a Jericó, para que Zaqueo
se convierta, para eso ha entrado en nuestro mundo, para que le aceptemos, nos convirtamos a Él y le
sigamos. La conversión es urgente, es hoy; Zaqueo no puede darle más largas al asunto más importante
de su vida. Por tanto, la conversión, que nace del encuentro con Cristo, es pues simultáneamente una
gracia que hay que pedir, y una tarea de nuestra parte que es necesaria, urgente y permanente para todos
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los que quieran seguir a Jesús. Es necesaria porque no se puede entrar en el Reino de Dios sin conversión,
si no nos convertimos perecemos, quedamos anquilosados en formas viejas de vida, sumergidos en la
oscuridad del pecado, sin poder participar de la fiesta de la salvación. Igualmente es urgente porque es
en el hoy de nuestra historia personal, no se puede aplazar; san Agustín reconoce que dar largas a la
conversión es no convertirse, sino sumirse más en el pecado porque es querer seguir “gozando” de las
falsas alegrías del pecado: «Joven ignorante que era, deseaba ser casto, y decía: Dame la castidad, la
continencia, pero no ahora –pues temía que Dios me escuchase muy deprisa, y que me curase luego de la
concupiscencia, siendo que lo que yo quería era satisfacerme, y no parar» (Confesiones 8,7).
Y Zaqueo bajó del árbol deprisa y recibió a Jesús, lleno de gozo, en su casa. Este hombre responde
rápidamente a la llamada de Jesús. ¿Qué tenía Zaqueo que recibe esta llamada? ¿Era un hombre con alguna
característica especial que mereciera recibir al Mesías? Zaqueo no tenía nada especial, la llamada de Jesús
es simplemente gratuidad, libre amor de Dios sin mérito del hombre. Sin embargo, requiere la respuesta
libre del llamado a la vida de Dios. Así actúa Dios, con mucha libertad, y su llamamiento al encuentro con
Cristo y a la conversión tienen su origen en el amor gratuito de Dios, que quiere comunicarse a través
de su Hijo amado. Zaqueo pudo darse la vuelta e irse sin invitar a Jesús a su casa, sin convertirse, pudo
regresar a su vida ordinaria habiendo visto lo que quería como un espectador más sin ningún compromiso.
Conversión:
La Alegría de Volver al Padre
José Marcos Castellón Pérez, Pbro.
OBJETIVO
R
eflexionar sobre la conversión como camino personal de abandono del propio pecado y de
alegre retorno a Dios, meditando la parábola del hijo pródigo que nos narra el Evangelio de san
Lucas, a fin de descubrir en nosotros el llamado de Dios al gozo de la comunión con Él y con
nuestros hermanos por medio de su Hijo Jesucristo.
Boletín mayo-junio de 2011
Después de la recitación pausada del Salmo 16, es conveniente hacer un brevísimo examen de
conciencia. Podemos hacer preguntas generales, por ejemplo: ¿Cómo es mi relación con Dios? ¿Cómo
es la relación que tengo con las demás personas, especialmente con las que convivo más? ¿Cómo me
relaciono con mis cosas y las cosas de los demás?
Cuando tomamos conciencia de nuestros pecados nos sucede, muchas veces, que probamos una
especie de disgusto: sentimos que hemos defraudado a Dios y nos hemos defraudado a nosotros mismos;
hay personas que sufren muchísimo, por sus escrúpulos, ante una caída. Nos sentimos como si Dios
estuviera enojado o poco contento con nosotros y con nuestra vida; incluso nos sentimos con una especie
de miedo de aparecer delante de Él, de abrirle nuestro corazón en intimidad, de vernos desnudos ante
su presencia, como Adán después de su desobediencia, que no quería ver a Dios porque estaba desnudo
y se avergonzaba delante de Él (Gn 3, 8-11). En muchas ocasiones, este disgusto nos empuja a dejar
de pensar en Dios y a no andar más adelante en nuestra vida espiritual, a no interrogarnos más sobre
cuál es la voluntad de Dios y, desgraciadamente, a acostumbrarnos más a nuestro pecado y dejar de
lado nuestra conversión. Podemos preguntarnos ahora: ¿Qué experimento cuando cometo un pecado:
tristeza, remordimiento, temor, miedo? Cuando he caído en el pecado, ¿abandono la oración porque
siento que Dios no me escucha o que soy indigno de hablarle? Cuando cometo un pecado, ¿ese pecado
me lleva a cometer otro igual u otros más graves? Con mucha discreción y respeto podemos compartir,
sin decir nuestros pecados, las respuestas a estas preguntas.
¿Por qué encontramos esa especie de disgusto e incluso de escrúpulo cuando cometemos un
pecado? En realidad, creo que el problema está en nuestra imagen de Dios. Nosotros nos hemos
formado, especialmente cuando nos han dicho y repetimos tantas veces: «Dios te va a castigar», una
imagen de Dios justiciero y vengativo. Sin embargo, debemos dejarnos sorprender por la verdad de Dios
que Él mismo nos revela a través de su Hijo Jesucristo. Entonces, y sólo entonces, esta mirada interior
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de nuestro corazón pecador puede cambiar. Cuando comprendemos que Dios es misericordia, amor,
que nos ama con entrañas maternas a pesar de nuestros pecados, es cuando verdaderamente podemos
comenzar un camino de conversión. ¡Cómo nos cuesta entender y experimentar que Dios nos ama, a
pesar de que somos pecadores!
Podemos reflexionar sobre la misericordia y bondad de nuestro Padre Dios, a partir de la meditación de
la parábola que Jesús relata en el Evangelio de Lucas 15, 11-32, que conocemos como la parábola «del
hijo pródigo», y que se debería mejor llamar «del amor misericordioso del Padre». El capítulo 15 de san
Lucas es el corazón de la narración de la misericordia de Dios, ahí llegamos al verdadero conocimiento
que Jesús nos da del Padre celestial. El pecado, que es nuestra mayor desgracia, nos ha obscurecido el
rostro de Dios; el hombre pecador tiene una imagen de un dios celoso, que le impide ser libre y feliz, que
no quiere ver contento y realizado al hombre. Algunas personas prefieren tener lejos a Dios de su vida
porque tienen una imagen distorsionada de Él.
La parábola también nos enseña que hay dos clases de pecadores: aquellos que comúnmente se
se encuentra delante del Otro, del Espíritu, que con gemidos inenarrables grita: «Abbá, Padre». El Espíritu
Santo hace más nítida la imagen de Dios Padre, quien ama al pecador profundamente.
El hijo menor se había alejado de su padre, pero el amor del padre nunca se había alejado del hijo,
por eso puede verlo a la lejanía. La mirada de amor penetra la profundidad de la noche y ve en el fondo
del mar y en lo alto del cielo. No es una mirada severa de juez, ni siquiera una mirada de quien espía; es
la mirada del que se conmueve de amor hasta experimentar que las vísceras se agitan de emoción. El
padre corre hacia el hijo, lo abraza y lo besa. Todas las páginas de la Biblia nos narran la historia del Padre
amoroso que busca a su hijo perdido, desde el Génesis cuando busca a Adán pecador: «¿Dónde estás?».
Se ha pensado que es el hombre el que busca a Dios, pero esta parábola echa por tierra este cliché y nos
revela que es Dios Padre el que busca al hombre para atraerlo con el amor. No puede usar la fuerza de los
argumentos convincentes, sino solo una mirada misericordiosa, el gesto gratuito de un amor puro y eterno.
El hijo caminó hacia la casa bajo las huellas del amor del padre que tantas veces éste había recorrido en el
tiempo de la ausencia de su hijo. El hijo todavía no ha descubierto que es hijo y ahora, por primera vez, sus
pasos han sintonizado con los del amor del padre. Por primera vez puede experimentarse como hijo de su
padre y no como su esclavo. El padre abraza al hijo revistiéndolo con su paternidad. Invadido del amor del
padre, el hijo descubre una luz absolutamente nueva. Cambia radicalmente su mentalidad en el momento
en el que el padre se echó sobre su cuello, pues es el amor el que cambia a una persona, que modifica su
mente, sus sentimientos, su querer y su misma identidad. Se tiene miedo de subrayar mucho la bondad y la
misericordia de Dios; nos apresuramos a reclamar su justica, su severidad, como si tuviésemos miedo que,
poniendo mucho el acento en el amor y la misericordia, el hombre no sintiera la premura de la conversión.
Sin embargo, el Evangelio nos enseña que el hombre cambia su vida, su mentalidad, y se convierte al bien no
porque viene regañado, reprobado, castigado, sino porque se descubre amado no obstante sea un pecador.
Es un momento intenso de amor cuando la persona ve toda la gravedad de su pecado, reconociendo que
ha obrado mal y que merece el castigo y, en vez de eso, experimenta el entusiasmante abrazo de Quien lo
ama. Nace entonces el llanto, las lágrimas surgen de lo más íntimo del corazón porque se recibe un amor
gratuito; el pecador ignoraba este amor, lo interpretaba mal, lo juzgaba como algo oprimente.
El padre viste al hijo con la dignidad de su vestido de filiación; el anillo, con el que se endosa el sello
del poder, significa el amor que deja su poderosa huella de misericordia en el corazón arrepentido; las
sandalias son el símbolo de la nobleza del hijo que ha retornado, garantía del amor fiel del padre que
no abandonará jamás a su hijo. El novillo gordo y la fiesta que se prepara son una explícita imagen del
banquete que sellará el tiempo mesiánico, el tiempo en el que abundará la misericordia, el amor y la
gracia del Señor. Donde una vez era el vacío, la tristeza, la muerte del pecado, ahora abunda la alegría
y la fiesta de la salvación. Había un lugar vacío en la mesa de la casa, pero hoy, en ese lugar, abunda la
fiesta, con viandas riquísimas, vinos excelentes, alimentos suculentos y, sobre todo, el hijo revestido de
hijo, en fiesta con el padre. Cualquiera que experimenta el amor del Padre y se deja conducir sobre las
hormas de este amor, regresa de los abismos de la muerte y de la mendicidad, a la vida y a la memoria
perenne del amor infalible e indestructible de Dios.
El hijo mayor regresaba del campo cuando escuchó la fiesta. El campo es el lugar del trabajo, pero
también de la violencia y de la muerte. El hermano mayor, como Caín, regresa a la casa con celos y deseos
de venganza. El campo le absorbe completamente en su mundo, en sus pensamientos, donde se consolida el
sentimiento de estar bien, de ser justo, de merecer el reconocimiento, lo mismo que buscaba Caín de Dios.
Es una actitud que es síntoma de aislamiento y cerrazón. Quien ha experimentado el perdón y ha sentido
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el gesto de la misericordia, quien ha recibido un bien que llega sin merecerlo, comprende el bien del otro,
comprende el retorno del pecador y toma parte en la fiesta que ha preparado el Padre. Una persona que no
se percibe a sí mismo como ser fundado en el amor gratuito, no tiene la posibilidad de ver el bien y gustarlo:
es el ejemplo del hijo mayor, que considera más importante las muchas cosas que ha hecho, que el amor de
su padre y de su hermano. El hijo mayor, que aparece como un hombre de trabajo, sumiso a las normas, a la
fatiga cotidiana, se revela ahora también como un «hijo pródigo», disoluto, es decir, desordenado, porque ante
la fiesta del padre que ha encontrado a su hijo menor, no quiere entrar, no quiere tomar parte en la alegría que
debería ser su propia alegría, porque le ha revelado a un padre lleno de amor y misericordia que es capaz de
perdonar. Su razonamiento es equivocado porque está lleno de celos y egoísmo, que deja entrever que su buen
comportamiento no era según el orden de la salvación, sino de su presunción arrogante. Paradójicamente,
el hijo que parecía bueno, permanece fuera de la casa, no quiere participar de la fiesta de la que él mismo
podría tomar parte con todo derecho. Se revela el hecho de que el padre, en la doble desobediencia, no tenía
un verdadero hijo: uno se había ido y el otro ha vivido en la casa como un siervo, extraño a los sentimientos
del padre. El hijo menor ha sido siervo también, porque se ha revelado contra el padre, identificándolo sólo
como un patrón que coarta la libertad; el hijo mayor se ha considerado siempre un buen muchacho, pero
el regreso de su hermano ha desenmascarado su actitud de esclavo. No puede llegar a ver más allá del
Hemos ya reflexionado sobre la parábola del «hijo pródigo» muchas veces y, seguramente, nos hemos
sentido interpelados a la conversión, llamados por un Dios tan bueno y misericordioso que nos espera
con los brazos abiertos para justificarnos y hacernos entrar en la fiesta de su perdón. Es comprometedora
la imagen de Dios que Jesús nos presenta en el Evangelio, pues como pensamos en Dios, así es como
actuamos entre nosotros. Frente a la misericordia de Dios debemos ser misericordiosos, frente al amor
de Dios sólo nos toca corresponder con amor.
Se puede terminar esta sesión cantando «un mandamiento nuevo» y haciendo un pequeño gesto de
perdón y de fraternidad. Incluso, sería muy buena idea preparar la charla pidiendo a las personas que
traigan algo “de traje”, para al final compartirlo en signo de reconocimiento del otro como hermano,
de la alegría del perdón y de acción de gracias al Padre que, perdonándonos, nos permite entrar en su
fiesta de salvación.
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Conversión Personal
José Marcos Castellón Pérez, Pbro.
OBJETIVO
C
onsiderar y vivir la conversión personal como una llamada constante de parte de Dios a ser,
pensar y actuar como Cristo, mediante la reflexión de lo que Dios nos ha revelado, para que
podamos responder a esta llamada del Señor y ser verdaderamente discípulos misioneros.
Para comenzar esta sesión, hacemos la oración para pedir al Señor la gracia de la conversión:
Señor Jesús, Tú eres Dios y has querido ser mi Salvador. Mira mi interior, donde hay tanto
egoísmo, odio, indiferencia, impaciencia y desconfianza. Tú, buen Jesús, en este santo tiempo
de la Misión Continental, regálame un sincero y profundo dolor de haber pecado, de haberte
ofendido.
Quiero ser distinto y mejor, pero me cuesta mucho. Ayúdame con tu poder y no me niegues
tu gracia. Reconozco que he dañado con mis palabras, con mis acciones y con mi falta de
amabilidad, pero estoy arrepentido y deseoso de ver con bondad, de hablar con la verdad y
de tratar a todos con amabilidad. Ayúdame a ver a todos con ojos comprensivos, líbrame de
condenar a los demás, apártame de la envidia, la ambición y la calumnia.
Quiero, viéndote crucificado por mí, ser un hombre nuevo, con el firme propósito de recibir
los sacramentos y practicar los mandamientos. Concédeme amarte mucho y siempre, siendo
fiel a la Santa Iglesia.
Cristo Jesús, por la oración de tu Madre Santísima, la Virgen María, san José y los santos
mártires mexicanos, otórgame un vivo deseo de no pecar más, de siempre ser como Tú, de
pensar como Tú y actuar como Tú. Amén.
Hace unos cuantos años salió a la pantalla grande una trilogía que fue elogiada por la crítica y
galardonada con dieciséis Óscares, que otorga la academia de cine de los Estados Unidos. La cinta
cinematográfica está inspirada en la famosísima novela, titulada El Señor de los anillos, de un escritor y
filólogo inglés llamado John Ronald Reuel Tolkien. Esta bien aclamada novela, refleja los sentimientos
religiosos más profundos de su autor, así como algunas verdades fundamentales de la fe cristiana
como la lucha del bien contra el mal, la acción de la gracia de Dios sobre el hombre, la salvación, la
resurrección, la capacidad de sacrificio y de renuncia personal por el bien común, el arrepentimiento,
la fraternidad, etc. Si bien no hay una mención explícita a todos estos temas ni a Cristo, están de forma
simbólica en las tres partes de la novela.
El hecho de que J. R. R. Tolkien expresara su fe católica por medio de sus novelas, nos refleja
la profundidad de su vida cristiana y cómo en cada cosa que realizaba encontraba los medios para
transmitirla. En este autor podemos encontrar a un auténtico discípulo misionero de Cristo. Nació en
Bloemfontein, Sudáfrica en 1892 y murió en Bournemouth, Inglaterra en 1973. Muy pronto, apenas
unos días de su nacimiento, fue bautizado en la Iglesia bautista. Su familia debió regresar a Inglaterra
a causa de una terrible enfermedad que padecía su padre, que murió cuando John Ronald Reuel
apenas tenía 4 años, dejándolos en una situación de mucha pobreza. Junto con su madre, llamada
Mabel, Tolkien se convirtió al catolicismo en 1900, a pesar de la oposición de toda su familia y de
las consecuencias que traía en su vida familiar y económica. El heroísmo de la fe de su madre caló
profundamente en el joven, que durante su formación académica y después, siendo un exitoso escritor,
conservó, desarrolló, defendió y difundió a través de los medios que estaban a su alcance. La vida de
15
este famoso novelista nos hace pensar en la profundidad de nuestra fe y si se refleja en nuestras acciones
cotidianas. Podemos hacernos las siguientes preguntas: ¿Estoy convencido de mi fe cristiana católica?
¿Este convencimiento me hace capaz de vivir con heroísmo mi vida? ¿Soy firme en mis convicciones
creyentes, a pesar de que me traigan persecución o dificultades? ¿Reflejo mi fe en mi forma de ser, de
pensar y de actuar? ¿Mis obras reflejan mi fe?
Muchas veces, cuando se habla de conversión, pensamos en los paganos que se convierten al
cristianismo o de los grandes pecadores que dejan su vida perversa, pero se nos olvida que todos estamos
necesitados de conversión, a fin de ser auténticos discípulos misioneros de Cristo Jesús y que nuestra fe
cale profundamente en lo que somos, lo que pensamos y lo que hacemos.
La conversión es tanto un don de Dios, que hemos de pedir siempre y sin desfallecer, como tarea humana
de respuesta a Dios, que implica renuncia al pecado y la decisión de seguir al Señor hasta las últimas
consecuencias. La conversión es un don porque nace del encuentro con el Resucitado vivo, presente y
actuante en nuestra historia. Cristo se hace presente en su Palabra, en los Sacramentos, en la Liturgia
La conversión personal es someter todo a los intereses del Reino. Podemos terminar nuestra charla
con las siguientes preguntas u otras parecidas: ¿Hay algunos pensamientos escleróticos (inmovibles)
que haya percibido en mí? ¿Qué elementos he potenciado para poder ver con los ojos de Dios mi
realidad personal y comunitaria? ¿Tiendo al escrúpulo o al laxismo? ¿Tomo como criterio único el
Evangelio para juzgarme y juzgar la realidad? ¿Impongo a mi comunidad criterios personales y no los
del Evangelio o los de la Iglesia? Será muy conveniente dejar unos momentos para compartir, dentro
de la sana discreción, las preguntas que se han hecho.
Igualmente podríamos repartir una hoja en blanco doblada por mitad a fin de poner en un lado las
ideas más fijas que tengo, las cosas que más me quitan el sueño o más me preocupan, las acciones libres
y conscientes que realizo con más frecuencia, sean buenas o malas. En el otro lado puedo poner si estas
ideas, las preocupaciones y las acciones corresponden a la voluntad de Dios o no. En qué sí y en qué no.
Re Sol La Re Re Sol MIm La Re Sol
Renuévame Señor Jesús. Renuévame, ya no quiero ser igual. Renuévame.
La Re RE Sol Mim La
Señor Jesús, renuévame, pon en mí tu corazón.
Re Fa# RE Fa#-Sol Mim La
Porque todo lo que hay, dentro de mí, necesita ser cambiado, Señor.
Re Fa# Sol Re-Mim La
Porque todo lo que hay, dentro de mi corazón, necesita más de ti.
(BIS)
18
Conversión Pastoral
José Marcos Castellón Pérez, Pbro.
OBJETIVO
R
eflexionar sobre la conversión pastoral como una tarea de todos los miembros de la Iglesia,
especialmente los agentes de pastoral, mediante la meditación de la Palabra de Dios y de
algunos documentos del Magisterio, a fin de suscitar en todos el deseo de cambiar nuestras
actitudes que oscurecen el rostro limpio y puro de la Iglesia, esposa de Cristo.
Comenzar la sesión con la oración por la Iglesia, cuya autoría es del beato Cardenal Newman:
Para esta charla conviene que tengamos como material didáctico un póster con la imagen de
Nuestro Señor Jesucristo, además algunos recortes de periódico o de revistas donde vengan algunas
noticias sobre la Iglesia, sobre todo si éstas son negativas. El póster se recorta en pedazos y se reparte
entre los participantes, colocando el recorte con las noticias en la parte trasera del pedazo del póster.
Al momento de repartir los trozos es conveniente que el que dirige la sesión haga equipos, para que
cada equipo tenga uno o más recortes. En cada equipo se analizará la noticia que está pegada al
reverso, y se añadirá alguna otra situación de la parroquia que sea negativa y que provoque división o
confusión en los miembros de la comunidad parroquial. Después de unos minutos de compartir estas
situaciones y anotarlas al reverso del trozo del póster, cada equipo hará una oración de petición de
perdón al Señor.
Una vez terminada la primera parte, se reúnen de nuevo todos, y después cada equipo hará su
petición de perdón, que puede ser respondida por todos los participantes con un «Kyrie eleison» o
«Señor ten piedad», o incluso se puede cantar el estribillo de «Perdona a tu pueblo, Señor». Se irá
armando de nuevo el póster como si fuera un rompecabezas hasta que quede completo y al centro de
la asamblea.
El momento de la conversión, dentro del itinerario del discípulo misionero propuesto como el modo de
ser cristiano, se bifurca en la conversión personal y la conversión pastoral. Nos dicen nuestros obispos
latinoamericanos: «La conversión personal despierta la capacidad de someterlo todo al servicio del
Reino de la vida. Obispos, presbíteros, diáconos permanentes, consagrados y consagradas, laicos
y laicas, estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral, que implica
escuchar con atención y discernir ‘lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias’ (Ap 2,29) a través de
los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta» (DA 366).
Antes de entrar de lleno en la reflexión sobre algunos aspectos de la conversión pastoral, conviene
tener muy claro que la conversión y, por ende, el pecado, son algo estrictamente personal. «El pecado,
en sentido verdadero y propio, es siempre un acto de la persona, porque es un acto libre de la persona
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individual, y no precisamente de un grupo o una comunidad», nos dijo el Papa Juan Pablo II en la
exhortación postsinodal Reconciliatio et Poenitentia 16. Por tanto, el pecado, teológicamente hablando,
puede ser sólo pecado personal. Cuando se habla de pecado social, nos seguía diciendo el Papa, se trata
de «una solidaridad humana tan misteriosa e imperceptible como real y concreta, el pecado de cada
uno repercute en cierta manera en los demás… [Porque] no existe pecado alguno, aun el más íntimo y
secreto, el más estrictamente individual, que afecte exclusivamente a aquel que lo comete… Es social
el pecado contra el amor del prójimo… todo pecado cometido contra la justicia en las relaciones tanto
interpersonales como en las de la persona con la sociedad, y aun de la comunidad con la persona. Es
social todo pecado cometido contra los derechos de la persona humana, comenzando por el derecho
a la vida, sin excluir la del que está por nacer, o contra la integridad física de alguno; todo pecado
contra la libertad ajena, especialmente contra la suprema libertad de creer en Dios y de adorarlo; todo
pecado contra la dignidad y el honor del prójimo. Es social todo pecado contra el bien común y sus
exigencias». Sólo desde esta solidaridad en el mal, de las consecuencias negativas de cada acto malo
personal que se realiza, y del mal que se provoca cuando se agrede a un prójimo, se puede hablar de
pecado social.
El pecado exige una decisión personal, que no puede ser atribuida a una estructura o a una
también en ella se ejercen diversos ministerios y diversos carismas, manifestando la infinita riqueza
que el Espíritu suscita en ella.
Desde siempre se ha confesado el misterio de la Iglesia como servidora del Reino, y desde
siempre la Iglesia se está reformando, mejorando, convirtiéndose: «Ecclesia Semper reformanda».
Las constantes reformas de la Iglesia consisten en quitar todo aquello que ofusca u oscurece su
sacramentalidad en el mundo; todas aquellas manchas, arrugas, fealdades que no dejan ver el
rostro alegre y puro de la Esposa de Cristo. Ejemplo de esta constante reforma es la petición de
perdón del Papa Juan Pablo II, en el año 2000, por los errores que han ensombrecido el rostro de
la Iglesia: «Pidamos perdón por las divisiones que han surgido entre los cristianos, por el uso de la
violencia que algunos de ellos hicieron al servicio de la verdad, y por las actitudes de desconfianza
y hostilidad adoptadas a veces con respecto a los seguidores de otras religiones». También el Papa
Benedicto XVI ha pedido perdón por los abusos de los niños de parte de algunos cuantos sacerdotes
que han ensuciado las vestiduras de la Iglesia: «Es un pecado especialmente grave de alguien que,
en realidad, debe ayudar a los hombres a llegar a Dios… en lugar de ello… lo aleja del Señor. De este
modo, la fe en cuanto tal pierde credibilidad, la Iglesia no puede presentarse más de forma creíble
como mensajera del Señor».
El reconocimiento de los pecados de la Iglesia y la petición de perdón es también la hermosa
oportunidad de recordar al mundo los valiosísimos aportes que la Iglesia le ha dado, ofreciendo la
luminosidad que proviene de la santidad de su divino fundador. Al respecto dice el Papa Benedicto
XVI: «La situación pecaminosa del ser humano… está presente también en la Iglesia católica… Sin
embargo, también es importante no perder de vista, al mismo tiempo, todo lo bueno que acontece a
través de la Iglesia: no dejar de ver a cuántos seres humanos se está ayudando en el sufrimiento, a
cuántos enfermos, a cuántos niños se les acompaña, cuánta ayuda se presta. Pienso que, así como no
debemos minimizar lo malo, en igual medida tenemos que estar agradecidos y poner a la vista cuánta
luz se difunde desde la Iglesia católica. Si la Iglesia dejara de estar presente, significaría un colapso
de espacios vitales enteros».
Los obispos latinoamericanos ven con urgencia la conversión pastoral, volver a la Iglesia
su esplendor de ser presencia sacramental del Reino de Dios en el mundo. Para que se suscite la
conversión pastoral en la Iglesia, debemos, como san Pablo invita a los filipenses, tener los mismos
sentimientos de Cristo: «el cual, siendo de condición divina, no codició ser igual a Dios, sino que se
despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo» (Fil 2, 5-11). La conversión pastoral nos debe
llevar a vivir y pensar en y como Cristo, asumiendo el misterio de la Encarnación hasta las últimas
consecuencias. La Iglesia está en el mundo, encarnada en el mundo, sin confundirse con él, pero sí
santificándolo y transformándolo. Para transformar debe ver, escuchar y conocer como Dios vio y
escuchó el sufrimiento de su pueblo: «He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado el
clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos» (Ex 3, 7). En este texto paradigmático podemos
entrever el inicio de la kenosis de la Encarnación de Dios, que ve, escucha y conoce a su pueblo. Como
Cristo que ve, escucha y conoce a su pueblo, a sus ovejas: «Yo soy el buen Pastor y conozco a mis
ovejas» (Jn 10, 14).
21
En el último documento del Episcopado Mexicano, “Que en Cristo, nuestra paz, México tenga vida
digna”, la conversión pastoral está muy bien descrita en el número 3, a través de cuatro pasos:
1. Acercarse a la realidad con los ojos y con el corazón del Buen Pastor. El mundo y sus problemas
no nos puede ser indiferente; tampoco podemos tener una actitud de permanente condena a
todo lo que hace el mundo. Estamos en el mundo, como el Verbo encarnado, para transformarlo
con la fuerza del amor.
3. Compartir la esperanza, los logros y desafíos del Pueblo de Dios. La Iglesia desde Pentecostés
es también una presencia gozosa en el mundo que potencia lo mejor del ser humano. La
4. Ser intérpretes y confidentes de los anhelos de los que más sufren. Sin duda, el gesto más
elocuente de la veracidad de la Iglesia y de su misión, son las grandes obras de caridad frente
al mundo del dolor y del sufrimiento. La opción por el doliente, el pobre, el moribundo, el
marginado, etc., ha dado a la Iglesia credibilidad y autoridad moral para llevar la verdad del
Evangelio.
La conversión pastoral es, pues, asumir el método de Cristo Jesús que llamó, formó y envió a sus
discípulos como misioneros. Él es el primer misionero que, enviado por el Padre, atrae a todos hacia
el Padre; Él formó una pequeña comunidad de discípulos misioneros bajo el impulso del Espíritu, que
suscita la comunión y la participación. Él envió para que los apóstoles fueran, a su vez, fundadores de
comunidades de discípulos misioneros. La acción misionera de Jesús no fue espectacular; no ofrecía
pan y circo, ni prometía riquezas ni éxito. Exigía el seguimiento hasta la renuncia y el caminar por
el viacrucis hasta el Gólgota. La formación de sus discípulos fue permanente, progresiva y flexible
(católica). Así debe ser la acción pastoral de la Iglesia. Partiendo de la identidad de la Iglesia, del
método de Jesús y de su acción pastoral, la conversión pastoral supone: en cuanto sacramento de
salvación, una pastoral descentralizada-misionera. En cuanto Cuerpo de Cristo, una pastoral orgánica
y de comunión. En cuanto Pueblo de Dios, una pastoral ministerial y participativa. En cuanto comunidad
escatológica, una pastoral de procesos y planificada.
El momento del actuar es de suma importancia, porque es el de asumir los compromisos que hagan
realidad la misión de la Iglesia en el mundo como sacramento de salvación. Por eso conviene que cada
uno, en su cuaderno, escriba una tarea a realizar en la comunidad, y que esté dirigida a la renovación,
a la conversión pastoral de la comunidad. En un primer momento se deja un espacio de silencio para
que cada uno asuma sus compromisos.
En un segundo momento, conviene que los miembros de un movimiento, grupo o asociación se
junten en equipo para que juntos asuman también un compromiso delante de todos los participantes.
Creo que si todos nos comprometemos en el trabajo eclesial de conjunto, de forma planificada, en
comunión con el párroco, asumiendo responsablemente los acuerdos del Equipo Coordinador Básico,
y de más, estamos respondiendo a la llamada a la conversión pastoral. Conviene remarcar que no
puede haber francotiradores en la Iglesia, que somos una comunidad y que todos debemos actuar
siempre eclesialmente, sin buscar beneficios personales para mi grupo o movimiento. Después de los
compromisos por grupo, movimiento o asociación, se hace el plenario.
22
Discernimiento:
Herramienta de Conversión
José Marcos Castellón Pérez, Pbro.
OBJETIVO
R
eflexionar sobre el discernimiento como herramienta de conversión personal y pastoral,
mediante la escucha atenta de lo que Dios nos dice por medio de su Espíritu sobre lo que
debemos siempre elegir, a fin de dejarnos llevar por los criterios del Evangelio y no por los
criterios personales.
«Era una noche oscura y fría. Jorge bebía su café sentado en su sillón favorito en la sala de su
casa. Su familia dormía y él reflexionaba tantas cosas, que perdió la noción del tiempo. Eran
las tres de la mañana, llevó su taza vacía al lavaplatos y abrió el refrigerador para prepararse
un refrigerio. Cuando cerró la puerta, vio junto a él a una figura muy conocida, pero en nada
apreciada. La espectacular imagen le arrebató el sueño en un instante, y lo miró fijamente y le
Boletín mayo-junio de 2011
El juego se inició. Jorge no se calmaba, aunque comenzó ganando, consiguió un alfil y un caballo.
Pero era obvio que eso no le alegraba. La muerte le preguntó:
- ¿A qué te dedicabas en vida?
– Soy, es decir, era un empleado en una fábrica de calzado.
- ¿Obrero?
- No, trabajaba en la administración.
- Ah, supongo que tú te encargabas de ver si algo faltaba en producto o dinero.
- Si, en parte era así. No entiendo por qué a mí.
25
- No entiendes que ustedes, teniendo tantas cosas que hacer se encierran en el trabajo, y olvidan
los sentimientos, no les importan los demás, se vuelven egoístas y violentos, para que al visitarlos
yo, demuestren ternura, humildad, tristeza, miedo e incluso lloren. ¿Por qué esperar a que llegue
yo, si ya nada podré hacer?
- No lo sé… No lo entiendo.
- En cambio yo, soy como un simple peón, haciendo lo que debo hacer y nada más. Mientras
ustedes, son dueños de su propia vida, capaces de decidir qué harán con ella, ¿y para qué? Si su
peor decisión es desperdiciar su vida.
- Te creí más cruel -comentó Jorge.
El silencio reinó por unos instantes, mientras Jorge ponía en jaque a la muerte.
- Dime, ¿qué pensabas cuando te casaste?
- Pensaba en ser feliz, formar una linda familia, en formar parte de la sociedad.
- ¿Y lo lograste?
- ¿Es broma, verdad? Me encontraste solo en mi cocina, durante la madrugada, y te pedí
despedirme de mi familia y pedirles perdón. Es obvio que no lo hice. Si hubiese mostrado más
Ya las lágrimas se habían secado del rostro de Jorge, y de pronto exclamó suavemente ¡Jaque
mate! La muerte sonrió y dijo:
- ¡Felicidades!
Las lágrimas brotaron de nuevo en el rostro de Jorge, quien se cubrió el rostro con ambas manos.
Y mientras él sollozaba, la muerte exclamó:
- ¡Llegamos!
Jorge intentó calmarse, y al abrir los ojos estaba de nuevo en su viejo sillón, se secó las lágrimas,
eran las 6 con 45 de la mañana. Y en lugar de gritar ¡Estoy vivo! como lo haría cualquier otro,
salió al patio y dijo con voz tenue:
- Gracias DIOS mío.
Caminó de vuelta a su casa, entró a la habitación de su hija, la tomó en brazos y fue donde su hijo
dormía, le hizo cosquillas en los pies, y le dijo:
- Hijo, despierta, es domingo.
- ¿Me despiertas para decirme que es domingo?
- No hijo, los desperté para decirles que los amo».
Después de la narración de este pequeño cuento, podemos comentar la experiencia de los asistentes sobre
cuántas veces se eligen las cosas que no son tan importantes, dejando de lado las cosas que sí lo son.
El discernimiento es un juicio que nos ayuda a clarificar y distinguir las cosas, que se realiza por
medio de un criterio, es decir, por un esquema de valores, a fin de distinguir la bondad o maldad, la
conveniencia o la inconveniencia, la importancia o no de estas cosas. La Palabra de Dios nos invita a
discernir a través del entendimiento y decidirnos siempre por lo bueno o por lo mejor. Así, Dios con
sus mandamientos nos ayuda a tener un criterio para el recto obrar. Pero hay situaciones en las que
es difícil tomar una decisión, pues el corazón del hombre puede engañarse fácilmente, tener juicios
equivocados, creer como verdadero lo que es mentira, etc. Por ejemplo, Samuel que no sabe si es
voluntad de Dios elegir un rey o seguir con el régimen de los jueces (1Sam 8,1-10.19-22); Salomón
tuvo que discernir entre quién de las dos mujeres era la verdadera madre del niño (1Re 3,16-28); los
apóstoles deben discernir si la entrada de los paganos a la Iglesia debe pasar antes por la circuncisión
(Hech 15,1-15.19-31). Ante todo, la persona que discierne debe tener como criterio la Voluntad divina
y el deseo sincero de obedecerla sobre sus propios gustos e intereses.
26
Aunque no es un legado original de san Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, y en toda
la espiritualidad ignaciana, se remarca la importancia del discernimiento. Éste es un camino correcto
para la constante conversión y el compromiso de seguir a Cristo.
San Ignacio de Loyola, en la segunda semana de los Ejercicios Espirituales, propone la meditación
que él llama de los “Tres Binarios”, es decir, de los tres tipos diferentes de personas, en la que expone la
experiencia espiritual de quienes, ya entrados en la vida cristiana, siguen auténticamente los criterios
del Evangelio, o bien, les cuesta trabajo seguir el impulso del Espíritu Santo, sintiéndose muy seguros
en sus esquemas personales y pastorales sin propiciar la conversión personal ni la conversión pastoral
de su comunidad. San Ignacio imagina la actitud que toma cada uno de estos tipos de personas, que
han recibido una cantidad muy considerable de dinero por medios meramente humanos. Frente a
este dinero las personas experimentan un sentimiento ambivalente, pues por una parte quisieran
estar dispuestos a darlo todo por Dios, pero también sienten gusto, atracción, seguridad y afecto en la
posesión de ese dinero: ¿Qué hará cada binario frente al dinero y frente a Dios? La historia de estos
personajes ficticios es la historia de cada uno de nosotros en la relación que tenemos con los bienes
materiales, pero más en la relación que tenemos con el Señor. Lo importante de las meditaciones de
estos Ejercicios Espirituales es ponerse uno en el lugar del personaje con la finalidad de pedir a Dios
Boletín mayo-junio de 2011
la gracia de la conversión, para darle mayor gloria y así poder alcanzar la salvación.
El primer binario o el primer tipo de personas, dice san Ignacio, son los que buscan la paz interior y
su salvación eterna, queriendo quitar sus apegos a esa riqueza, pero nunca ponen un medio adecuado
para hacerlo; así los encuentra la muerte: con el puro deseo. El segundo binario son aquellos que
quieren quitar su afecto desordenado, su apego a la riqueza, pero quieren que se haga de forma
milagrosa, que Dios venga y les quite de tajo ese apego; éstos piensan así, porque es más fácil querer
que Dios quite los afectos desordenados sin el compromiso del esfuerzo constante por quitarlos
personalmente, claro, con la ayuda de la gracia divina. El tercer binario o tipo de personas son aquellos
que quieren quitar su afecto desordenado, pero no lo quieren por rechazar el bien material ni por la
carencia de ese bien, sino sólo por el amor de Dios y para estar más libres para servirlo; es decir, si
Dios lo quiere, ellos lo quieren; si Dios no lo quiere, ellos no lo quieren. Este tercer tipo de personas
son los que están dispuestos no a la riqueza ni a la pobreza por sí mismas, sino a la libertad interior
para estar totalmente disponible a la voluntad del Señor. Es evidente que este tercer tipo de personas
son las que andan por buen camino.
En este sentido, san Ignacio retoma la meditación inicial que sirve como gozne de todos los
Ejercicios Espirituales, que la titula “Principio y Fundamento”. El tercer binario son aquellos que viven
ese desapego, que podemos identificar con la conversión, y pueden estar dispuestos al seguimiento
radical de Jesús, cuyo misterio, vida, pasión, muerte y resurrección se meditan a lo largo de los
Ejercicios. Ahora se transcribe textualmente:
El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor,
y mediante esto salvar su alma; y las cosas sobre la faz de la tierra son creadas
para el hombre y para que le ayuden a conseguir el fin para el que es creado.
De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar de ellas cuanto le ayuden
para su fin, y tanto debe privarse de ellas cuanto para ello le impiden. Por lo
cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo
que cae bajo la libre determinación de nuestra libertad y no le está prohibido;
en tal manera que no queramos, de nuestra parte, más salud que enfermedad,
riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y así en todo
lo demás, solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce al fin para
el que hemos sido creados.
La meditación de los “Tres Binarios” lleva a pensar, sobre todo a los agentes de pastoral: sacerdotes
y seglares comprometidos que más participan en la Iglesia, que a veces se pueden sentir muy seguros
pensando que son buenos, que hacen la voluntad de Dios, y que están dispuestos a cualquier cosa por
el Señor, pero en realidad no. La meditación ignaciana nos habla no sólo de la relación que podamos
tener con los bienes materiales, sino en nuestra relación con Dios. En la vida espiritual es muy fácil
engañarse a sí mismo. Por ello debemos discernir para ver si lo que somos, pensamos, actuamos y
sentimos viene de Dios, del maligno o de nuestro refinado egoísmo. Podemos engañarnos a nosotros
mismos y engañar a los demás, pero a Dios no se le puede engañar, porque Él conoce y penetra hasta
las más secretas de las intenciones. El discernimiento de la conciencia y el discernimiento pastoral
nos ayudarán a confrontar nuestra voluntad con la Voluntad divina. Para ello es necesario un mínimo
27
deseo de conversión y la sinceridad para llevar a cabo una autocrítica a través del discernimiento.
También hay que reconocer que el mero hecho de ser sacerdotes, catequistas, ministros extraordinarios,
miembros de algún grupo parroquial, e incluso gozar de la amistad de algún obispo, no nos hace
cristianos. Podemos tener una encomienda de muchísimo prestigio o responsabilidad en la Iglesia y
ser paganos en nuestros criterios personales o, incluso, actuar en contra del Evangelio.
Hay agentes de pastoral, como la primera clase de personas, que tienen deseos de santidad y
de ser mejores, pero no ponen los medios suficientes para responder generosamente a la llamada
divina. Dan largas a la conversión y ante las primeras dificultades desisten en sus buenos propósitos
o se justifican de no poderlos poner en práctica. En sus buenos deseos les agarra la muerte, pues
siempre dejan para el futuro lo que pueden hacer en el presente. Reza un dicho: «El camino del
infierno está empedrado de buenas intenciones»; intenciones que nunca se llevaron a cabo. La falta de
perseverancia y de disciplina, la debilidad en la voluntad, la inconstancia frente a los problemas... todo
esto lleva a la desilusión y al paulatino abandono de los mejores propósitos. El juicio tan negativo que
algunas personas tienen sobre los sacerdotes y, en general, con todos los agentes de pastoral, debería
llevarnos a la autocrítica sana, sin descalificar de entrada esos juicios, a fin de que nuestras acciones
nunca den motivo a que se hable mal del Evangelio. No basta con el deseo de ser buenos, debemos
La conversión es una tarea donde entra en juego el discernimiento, a fin de privilegiar la voluntad de
Dios sobre la nuestra, elegir el camino y los criterios del Señor antes que los nuestros. El discernimiento
es un ejercicio espiritual necesario, y lo podemos hacer todos los días cuando experimentemos la
necesidad de hacer elecciones. Se pueden hacer tres equipos voluntarios dentro de los participantes.
Cada equipo hará una representación improvisada. El primer equipo sobre un problema familiar en
el que la violencia casi llega a los golpes. El segundo equipo representará la visita de un hermano
separado agresivo, ofensivo y fundamentalista, a una casa católica muy tradicional; el hermano
separado muestra, además, mucho cansancio y hambre, pero si lo pasa a su casa la mujer que lo está
escuchando, puede confundir a su hijo menor que tiene serias dudas de fe. El tercer equipo representará
una comunidad cristiana que está dividida por el sacerdote que lleva una vida escandalosa, y ya toda
la comunidad sabe de su doble vida. Los de los equipos deben preguntar a los participantes qué es lo
que se debe hacer en ese caso conforme a la voluntad de Dios; son algunos casos en los que debemos
aprender a discernir.
En ti se gozan y se alegran
todos los que te buscan;
repitan sin cesar:
¡qué grande es nuestro Dios!
29
OBJETIVO
C
ontemplar con confianza filial el ejemplo de María, limpia de pecado, como imagen
de la Iglesia pura y santa, por medio de la celebración de la Palabra de Dios, para
que sintamos el impulso maternal de la Virgen a propiciar la conversión personal y la
conversión pastoral.
CELEBRACIÓN
Lector (L): En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Todos (T): Amén.
T: Virgen, hija de Adán por nacimiento, hija de Abrahám por la fe, planta de la raíz de
Jesé y de la que brotó la flor, Cristo Jesús, a ti nos dirigimos. Tú eres la voz del antiguo
Israel, exultación del pequeño resto fiel, seno sagrado que engendró a Aquel en quien
se han cumplido todas las antiguas promesas. Danos tu corazón de pobre para que
lleguemos a ser capaces de una conversión sincera. Danos tu escucha atenta dirigida
al Dios de las Escrituras, a fin de que también pueda germinar en nosotros la semilla
de la Palabra depositada en las profundidades de nuestro ser. Te damos gracias,
Virgen bendita, madre del Fruto bendito.
L: Nos hemos reunido en este día para venerar a María, la madre de Dios hecho
hombre, para que nos ayude a todos a aceptar a su Hijo Jesucristo en su Palabra y así
poder responder con amor a su llamada de conversión.
LITURGIA DE LA PALABRA
(Fiesta de la Anunciación: 25 de marzo)
PRIMERA LECTURA [He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo.]
Lectura del libro del profeta Isaías 7, 10-14
En aquellos tiempos, el Señor le habló a Ajaz diciendo: “Pide al Señor, tu Dios, una
señal de abajo, en lo profundo, o de arriba, en lo alto”. Contestó Ajaz: “No la pediré.
No tentaré al Señor”. Entonces dijo Isaías: “Oye, pues, casa de David: ¿No satisfechos
con cansar a los hombres, quieren cansar también a mi Dios? Pues bien, el Señor
mismo les dará por eso una señal: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz
un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros”.
Boletín mayo-junio de 2011
Palabra de Dios.
Hermanos: Es imposible que la sangre de toros y machos cabríos pueda borrar los
pecados. Por eso, al entrar al mundo, Cristo dijo conforme al salmo: No quisiste víctimas
ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo. No te agradaron los holocaustos ni
los sacrificios por el pecado; entonces dije –porque a mí se refiere la Escritura–: “Aquí
estoy, Dios mío; vengo para cumplir tu voluntad”. Comienza por decir: No quisiste
víctimas ni ofrendas, no te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado
–siendo así que es lo que pedía la ley–; y luego añade: Aquí estoy, Dios mío; vengo
para cumplir tu voluntad. Con esto, Cristo suprime los antiguos sacrificios, para
establecer el nuevo. Y en virtud de esta voluntad, todos quedamos santificados por la
ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez por todas. Palabra de Dios.
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada
31
Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La
virgen se llamaba María. Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena
de gracia, el Señor está contigo”. Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se
preguntaba qué querría decir semejante saludo. El ángel le dijo: “No temas, María,
porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás
por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le
dará el trono de David, su padre, y Él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su
reinado no tendrá fin”. María le dijo entonces al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, puesto
que yo permanezco virgen?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre
ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de
ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha
concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada
Nota: Quien dirige la celebración puede hacer una reflexión personal después de un momento
de silencio, e invitar a los participantes a que libremente también comenten el eco que la
Palabra ha dejado en ellos.
T: Santísima Señora, Madre de Dios; tú eres la más pura de alma y cuerpo, que vives
más allá de toda pureza, de toda castidad, de toda virginidad; la única morada de
toda la gracia del Espíritu Santo; que sobrepasas incomparablemente a las potencias
espirituales en pureza, en santidad de alma y cuerpo; mírame culpable, impuro,
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manchado en el alma y en el cuerpo por los vicios de mi vida impura y llena de pecado;
purifica mi espíritu de sus pasiones; santifica y encamina mis pensamientos errantes
y ciegos; regula y dirige mis sentidos; líbrame de la detestable e infame tiranía de las
inclinaciones y pasiones impuras; anula en mí el imperio de mi pecado; da la sabiduría
y el discernimiento a mi espíritu en tinieblas, miserable, para que me corrija de mis
faltas y de mis caídas, y así, libre de las tinieblas del pecado, sea hallado digno de
glorificarte, de cantarte libremente, verdadera madre de la verdadera Luz, Cristo Dios
nuestro. Pues sólo con Él y por Él eres bendita y glorificada por toda criatura, invisible
y visible, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Nota: La celebración puede terminar con el rezo del Santo Rosario o con un misterio
de éste.
Boletín mayo-junio de 2011