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Los Copistas

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VALDEZ, Iván Gabriel

Comisión 1° F.
Lectura, escritura y oralidad.
Historia, 2018.

La obra sobre la cual voy a trabajar, se llama El Nombre de la Rosa


de Umberto Eco, un escritor, filósofo y profesor de universidad italiano.
Esta pertenece al subgénero de la novela histórica, la cual se configuró en el
romanticismo del siglo XIX y ha continuado desarrollándose con bastante
éxito en los siglos XX y XXI.

Utilizando un argumento de ficción, como cualquier novela, tiene la


característica de que se sitúa en un momento histórico concreto y los
acontecimientos históricos reales suelen tener cierta relevancia en el
desarrollo del argumento.

El Nombre de la Rosa transcurre en el siglo XIV en el norte de Italia, en una


abadía benedictina. Donde Fray Guillermo de Baskerville y su ayudante
Adso buscan resolver el enigma de la muerte de un joven monje. Al pasar
los días se van generando más misterios, como también la muerte de
diferentes mojes que se van nombrando a lo largo del libro
A lo largo de la novela puede advertirse la presencia de numerosos
elementos históricos, dignos todos de ser analizados en profundidad. Uno de
ellos, en el cual centraré mi tema, es el de la tarea de los monjes copistas.

Para centrarme en el tema de la novela elegí la escena donde Adso y


Guillermo ingresan por primera vez al scriptorium, donde ellos pueden ver y
apreciar el gran tamaño del recinto con su privilegiada iluminación, la
distribución de los escritorios, y los diversos elementos que en ellos se
encuentran. Y a partir de la observación de este lugar, se genera la pregunta:
¿De qué trataba la tarea de estos monjes copistas?

Para responder esta pregunta desarrollare a lo largo de este texto,


sobre qué consistía este trabajo, quiénes eran los que podían dedicarse a esta
tarea, cuáles eran los elementos utilizados para su realización, y cuál era el
objetivo que tenían al fin y al cabo estos monjes copistas.
Una de las escenas en las que me apoye para desarrollar mi tema de
los monjes copistas fue la primera visita al scriptorium, relatada en el
capítulo Después de Nona, durante el primer día:

el monje Guillermo, quien había sido llamado por el abad para investigar
sobre la muerte del joven monje Adelmo, acompañado por su aprendiz
Adso, suben por unas escaleras que conducen al llamado scriptorium, el
lugar donde los monjes se encargaban de la ardua tarea del copiado de
libros.
El scriptorium contaba con un total de cuarenta escritorios, los cuales
se hallaban situados cada uno debajo de una ventana, haciendo que de esa
forma los monjes copistas pudieran trabajar sin interrupción durante las
horas de luz, y aprovechar al máximo el tiempo. Los sitios mejor iluminados
estaban reservados para los miniaturistas, los rubricantes y los copistas. En
cada mesa se encontraba todo lo necesario para ilustrar y copiar: cuernos
con tinta, plumas finas, piedra pómez, regla.

En la Edad Media, el copiado de libros era una de las tareas


principales que se realizaban en los monasterios y abadías. Cada uno tenía
su propia biblioteca, la cual albergaba cientos de libros copiados a mano. En
esa época la producción de libros tenía el formato de manuscritos, esta era la
gran industria de la escritura que garantizaba la transmisión de los saberes
de la humanidad.

Las abadías también contaban con un scriptorium que, como se


describe anteriormente en la escena de la novela, era un extenso recinto
reservado específicamente para la tarea del copiado. Este resultaba esencial,
ya que quienes oficiaban de copistas transcurrían extensas jornadas
trabajando dentro del mismo, y sus descansos eran para las comidas, el
sueño y el cumplimiento de los cultos en el templo.
En las escenas donde Adso y Guillermo recorren los pasillos de la
biblioteca de la abadia estos quedan maravillados por la diversidad y la
enorme cantidad de libros que poseía esta, ya que no era tan común que una
abadía contara con una biblioteca tan repleta de volúmenes de índole y
procedencia tan diversa, como la que sus ojos les permitían ver.

Las bibliotecas de las abadías medievales no sólo contenían


volúmenes producidos en el propio establecimiento, sino que este
patrimonio era el resultado del intercambio de libros con muchas otras
abadías, muchas veces dos monjes copiaban un mismo libro, el cual uno
sería para archivar en la propia biblioteca y el otro para estaría destinado al
intercambio con algún monasterio, a cambio de otro libro que sea de su
interés.

Este comercio permitió la difusión de los saberes más relevantes de


la época, no sólo sobre temas religiosos sino sobre las ciencias emergentes,
que fueron transformando considerablemente la vida de las personas, y que
generaron posteriormente un cambio de paradigma social y cultural.

El oficio que tenían estos monjes copistas era de un gran prestigio y


altamente valorado. Para poder llegar a ser un copista, los monjes
experimentados debían enseñarle desde muy pequeño al aspirante. Estos
monjes experimentados eran personas elegidas entre la comunidad, los más
cultos, con mejor caligrafía y más cuidadosos. No se le daba a cualquier
persona, estas cualidades debían ser poseídas por quien iba a llevar este
oficio adelante, ya que un libro debía ser escrito con una letra bella y
completamente legible, además de que debían comprender diversos idiomas
para poder traducirlos.

Aunque tuvieran un gran reconocimiento y prestigio, su labor era


muy dura y muy repetitiva, pues un copista con gran experiencia era capaz
de escribir entre dos y tres folios por día, y una obra completa era trabajo de
varios meses, así que podemos hacernos una idea del arduo trabajo que
significaba copiar un ejemplar.
Es muy importante también destacar el frio del invierno que sufrían
estos copistas. Era muy común que en la edad media los monjes dedicados a
este trabajo sufrieran enfermedades provocadas por el frío, así como ataques
de hipotermia, ya que al ser los scriptorium tan enormes y situarse las
abadías en ubicaciones geográficas tan altas, en las épocas invernales el frío
era realmente insoportable. Penetraba por todos lados y congelaba los
ambientes de forma permanente. Por eso era tan común ver a muchos
monjes abrigados hasta el cuello y la cabeza, escribiendo de la manera que
pudieran.

Completar un manuscrito en esas condiciones era una tarea muy


dura, pues los copistas tenían que escribir la semana entera durante todo el
día, por lo que tenían grandes molestias como: Dolores en la espalda,
músculos adoloridos, dedos entumecidos por el frío del invierno, y estaban
obligados a forzar la vista, debido a la luz pobre que en general penetraba en
los monasterios medievales. Por ello es que el autor pone mucho énfasis en
destacar el asombro de Adso al admirar la gran cantidad de ventanas y la
gran iluminación que poseía el scriptorium de esa abadía, es evidente que
aquello no era algo habitual de ver.

Había una gran cantidad de ventanas y las mismas estaban


distribuidas estratégicamente, para que el sol penetrara en el recinto la
mayor cantidad de horas posibles durante el día, así los monjes podían
trabajar más cómodamente y rendir de forma más eficiente en su labor.

Concluimos entonces que el trabajo de los monjes copistas fue de


gran importancia para el desarrollo de la industria de los libros. Gracias a
estos fueron difundidas centenares de obras de gran importancia para la
época, de las cuales hoy en día quizás no conoceríamos su existencia de no
ser por ellos. Eco pone un gran énfasis en destacar cada detalle que haga
referencia a este fenómeno, despertando en el lector la curiosidad acerca del
mismo.

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