El Extraño Articulo 65
El Extraño Articulo 65
El Extraño Articulo 65
REVISTA PARA EL
ANÁLISIS DEL DERECHO
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Abstract
En este trabajo se analiza el ámbito de aplicación y los presupuestos dogmáticos del controvertido
artículo 65.3 del Código penal en un diálogo con las recientes tesis propuestas por el Prof. Enrique
Peñaranda Ramos.
Dieser Beitrag analysiert den Anwendugsbereich und die dogmatischen Grundlagen der
umstrittenen § 65.3 des spanischen StGB und betrachtet die neuen Thesen, die Prof. Enrique
Peñaranda Ramos darüber neulich vorgeschlagen hat.
This contribution analyzed the area of application and the material bases of the controversial article
65.3 of the Spanish Penal Code and contemplates dialoguing with the theses recently proposed by
Prof. Enrique Peñaranda Ramos.
Titel: Der seltsame § 65.3 des Strafgesetzbuch. Ein Dialog mit Enrique Peñaranda über seine
Anwendungsbereich und dogmatischen Grundlagen.
Title: The strange art. 65.3 of the Penal Code. A Dialogue with Enrique Peñaranda on his area of
application and the material bases.
Palabras clave: art. 65.3 CP; delitos especiales; intranei; extranei; delitos de infracción de un deber;
intervención en el delito; accesoriedad.
Stichwörter: art. 65.3 spanischen StGB; Sonderdelikten; intranei; extranei; Pflichtdelikten; Beteiligung;
Akzessorietät.
Keywords: art. 65.3 Spanish Penal Code; specific duty offences; intranei; extranei; intervention without
specific duty; accessory liability.
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InDret 4/2008 Ricardo Robles / Eduardo J. Riggi
Sumario
1. Introducción
2. Una coincidencia básica: el rechazo de la teoría de los delitos de infracción de
un deber
2.1 La teoría del delito de infracción de un deber es político-criminalmente
insatisfactoria
2.2 Lo que la teoría del delito de infracción de un deber implica: la
responsabilidad institucional como título de imputación
3. Más en común: la exclusión de ciertos supuestos (“delitos de posición”) del
ámbito de aplicación del art. 65.3 CP
4. ¿Una discrepancia?: sobre la existencia de “delitos especiales de deber”
5. ¿Al rescate del art. 65.3 CP con la tesis de los “tipos subyacentes”?
6. Cómo convertir en inocuo el extraño art. 65.3 CP
7. Una consideración final
8. Bibliografía
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Una de las características que con mayor sorpresa y rapidez advertiría un observador externo de la
producción científica jurídico-penal española de los últimos años sería, con toda seguridad, la del
escaso debate doctrinal que en la actualidad generan las cuestiones de la Parte General. Ello desde
luego es así si se compara con el que de manera permanente tiene lugar en Alemania sobre casi todos
los ámbitos de la teoría del delito. La situación resulta más chocante si cabe cuando se tiene en cuenta
el alto grado de refinamiento y desarrollo al que ha llegado la dogmática penal en nuestro país.
Probablemente, el hecho de que la jurisprudencia del Tribunal Supremo español apenas se haya hecho
eco de muchos de los esfuerzos de la doctrina sea uno de los factores que desincentive el debate. Una
remarcable excepción a esta apreciación la constituye la discusión generada en torno al art. 65.3 del
CP. Como es sabido, desde hace años el TS viene practicando una atenuación –sin cobertura legal
expresa– al partícipe extraneus en los delitos especiales. Por su parte, la doctrina mayoritaria nunca
se halló convencida de este proceder. Desde la reforma operada por la LO 15/2003 se introdujo en la
Parte General la correspondiente cláusula atenuatoria, para sorpresa de aquella doctrina
mayoritaria. Ello ha suscitado una serie de reacciones que, en lugar de zanjar la polémica en relación
con aquella práctica del Tribunal Supremo, la han dinamizando vivamente. Aquí, bien podría
afirmarse que el legislador, en lugar de convertir en cenizas bibliotecas enteras, las ha desempolvado.
Lo cierto es que la doctrina ha reaccionado ante un extraño pronunciamiento del legislador en uno de
los ámbitos más propios de la discusión dogmática, sobre el que, como se dice, no existía consenso
doctrinal. Ello resulta, ciertamente, criticable. El objetivo de este artículo es contribuir al debate
mediante el diálogo con uno de los mayores especialistas en la materia de nuestro país, a quien hay
que agradecer un reciente trabajo parcialmente disconforme con el nuevo precepto y discrepante con
algunas de nuestras tesis anteriormente formuladas en diversas publicaciones.
1. Introducción
1 PEÑARANDA RAMOS, «Sobre el alcance del art. 65.3 CP. Al mismo tiempo: una contribución a la
crítica de la teoría de los delitos de infracción de deber», en AA.VV., Estudios Penales en
Homenaje a Enrique Gimbernat, t. II, 2008, p. 1419 y ss.
2 Véase, por ejemplo, la descripción que efectúa el propio PEÑARANDA RAMOS, en AA.VV.,
Estudios Penales en Homenaje a Enrique Gimbernat, t. II, 2008, pp. 1422-1428. Véase, además, el
panorama dogmático y los rasgos fundamentales de la discusión legislativa y pre-legislativa (en
especial, el influyente informe del Consejo General del Poder Judicial al Proyecto de Ley
Orgánica de Reforma del Código Penal de 2003) en ROBLES PLANAS, Garantes y cómplices, 2007, p.
105 y ss.
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2. Las tesis fundamentales que sostiene PEÑARANDA son las que se exponen a
continuación. En primer lugar, entiende que se debe desvincular la teoría de los delitos
consistentes en la infracción de un deber de la atenuación prevista en el art. 65.3 CP.
Según su parecer, ello no obsta a que aquella atenuante tenga su razón de ser en
determinados delitos especiales cuando intervienen extranei.
Por consiguiente, y en tercer lugar, indica que el art. 65.3 CP tiene como campo directo
de aplicación los elementos «limitadamente personales» que en ciertos delitos, ante
3 Véanse, entre otros, ZUGALDÍA ESPINAR, «La punición del partícipe no cualificado en los delitos
especiales propios e impropios (Análisis del art. 65.3 del Código Penal)», en AA.VV., Estudios
penales en Homenaje al Profesor Cobo del Rosal, 2005, p. 965 y ss.; GÓMEZ MARTÍN, «La actuación
por otro y la participación de extranei en delitos especiales. Un estudio sistemático de los arts.
31.1 y 65.3 CP», en AA.VV., Estudios penales en Homenaje al Profesor Cobo del Rosal, 2005, p. 436 y
ss.; GÓMEZ MARTÍN, Los delitos especiales, 2006; SILVA SÁNCHEZ, El nuevo escenario del delito fiscal
en España, 2005, p. 63 y ss.; RIGGI, «El nuevo artículo 65.3 del Código penal: entre el debate
dogmático y las consecuencias político-criminales», Revista de Derecho penal, 2005, p. 11 y ss.;
LANDROVE DÍAZ, «Comunicabilidad de las circunstancias y atenuación de la pena para el
partícipe en delito especial propio», RGDP, 2006; ROBLES PLANAS, Garantes y cómplices, 2007, p.
105 y ss.; MUÑOZ CONDE/GARCÍA ARÁN, Derecho Penal. Parte General, 7ª ed., 2007, p. 445 y ss.;
MIR PUIG, Derecho Penal. Parte General, 8ª ed., 2008, p. 404 y ss. Con anterioridad, véase
CHOCLÁN MONTALVO, «La atenuación de la pena del partícipe en delito especial propio»,
Actualidad Penal, 1995, p. 97 y ss.; MARÍN DE ESPINOSA CEBALLOS, «La atenuación de la pena al
partícipe no cualificado en delitos especiales. (Comentario a las sentencias del Tribunal
Supremo de 18 de enero de 1994 y de 24 de junio de 1994)», Actualidad Penal, 1996, p. 19 y ss.;
RUEDA MARTÍN, «Reflexiones sobre la participación de extraños en los delitos contra la
Administración Pública», Revista de Derecho Penal y Criminología, 2001, p. 127 y ss.; SÁNCHEZ-
VERA GÓMEZ-TRELLES, Delito de infracción de deber y participación delictiva, 2002.
4 El más completo análisis de la evolución jurisprudencial en torno a la participación de los
extranei en delitos especiales se encuentra en el trabajo de GÓMEZ MARTÍN, Los delitos especiales,
2006, p. 527 y ss.
5 Fundamentalmente, la postura sostenida por PUPPE (Véase infra apdo. 5).
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En cuarto lugar, señala que habría algunos supuestos que no se encuentran regulados
en este precepto: el de las circunstancias genéricas «mixtas» con componentes a la vez
personales e impersonales y el de los «elementos típicos (limitadamente) personales»
que no fundamentan, sino agravan (o atenúan) la responsabilidad. Al respecto, indica
que la literalidad del art. 65 CP permitiría inferir determinados principios que
ayudarían a obtener una solución para tales casos, lo que debería canalizarse a través
de una aplicación analógica de lo dispuesto en el art. 65.3 CP.
1. PEÑARANDA explica el alcance del art. 65.3 CP lanzando una crítica a quienes
entienden que la atenuación facultativa contenida en ese precepto se aplicaría a
determinados partícipes no cualificados cuando éstos hubieran intervenido en «delitos
consistentes en la infracción de un deber»6. En este punto la crítica de PEÑARANDA
resulta acertada y necesaria, ya que el seguimiento coherente de aquella teoría conduce
a consecuencias político-criminalmente insatisfactorias. Asimismo, aunque
PEÑARANDA no los aborde más que tangencialmente, conviene, una vez más, destapar
los presupuestos dogmáticos de esta teoría. Veamos ambos aspectos.
6 PEÑARANDA RAMOS, en AA.VV., Estudios Penales en Homenaje a Enrique Gimbernat, t. II, 2008,
p. 254 y ss.; sin embargo, BACIGALUPO SAGGESE, Autoría y participación en delitos de infracción de
deber. Una investigación aplicable al Derecho penal de los negocios, 2007, p. 40, mantiene esta
distinción.
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3. El ejemplo de la madre que juntamente con un tercero matan al hijo de la primera resulta
clarificador para mostrar el mencionado desajuste axiológico. En efecto, la madre sería
autora de un homicidio agravado por el parentesco al haber infringido su deber
institucional, oscilando su marco penal entre doce años y seis meses de prisión y quince
años de prisión (arts. 23, 66.1.3. y 138 CP). Ahora bien, pese a que ésta haya trabado
una vinculación con el tercero que, desde el punto de vista organizativo, deba ser
calificada de coautoría, estaríamos, en todo caso, ante un delito de infracción de un
deber –aunque el deber no esté expresamente positivizado en la norma penal–. En ese
sentido, el hecho de que exista aparentemente un delito común subyacente, que puede ser
ejecutado por un no obligado positivo mediante dominio del hecho, resulta irrelevante
para la tipicidad del delito de infracción de un deber. Por ello, el enjuiciamiento de la
responsabilidad del extraneus no procede por el delito común subyacente, porque éste
necesariamente desparece ante el concurso aparente de leyes que suscita con el delito
Derecho Penal, 2005, p. 45; también por PEÑARANDA RAMOS, en AA.VV., Estudios Penales en
Homenaje a Enrique Gimbernat, t. II, 2008, p. 1444.
10 SÁNCHEZ-VERA GÓMEZ-TRELLES, Delito de infracción de deber y participación delictiva, 2002, p.
240.
11 SÁNCHEZ-VERA GÓMEZ-TRELLES, Delito de infracción de deber y participación delictiva, 2002, p.
240.
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La primera de las objeciones se debe a que «al admitir este concurso ideal, hace
resurgir –al menos en los delitos de infracción de deber no positivizados– la distinción
entre delito especial propio y delito especial impropio. Lo que implica que, frente al
delito de infracción de deber, subyace el delito de organización al que accede como
coautor el extraneus»14. Esto permitiría afirmar que la propuesta de SÁNCHEZ-VERA no
habría ni deshecho de un golpe el nudo gordiano del § 28 StGB –del artículo 65.3 CP–
(la regulación sobre la extensión de la accesoriedad de las circunstancias personales de
14 Así, RIGGI, Revista de Derecho Penal, 2005, p. 46. Cabe señalar que, siguiendo los postulados de
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Todo lo anterior permite saludar con agrado la crítica efectuada por PEÑARANDA frente
a quienes pretenden identificar a la teoría de los delitos consistentes en la infracción de
un deber con la atenuación prevista en el art. 65.3 CP.
2.2 Lo que la teoría del delito de infracción de un deber implica: la responsabilidad institucional
como título de imputación
Con independencia de que el lector pueda llegar a las mismas conclusiones en relación
con la interpretación del art. 65.3 CP que las sostenidas en este trabajo o que las
sostenidas por PEÑARANDA o, en fin, que las que puedan defenderse desde cualquier
otro punto de vista, resulta una vez más necesario adentrarse en los fundamentos
dogmáticos de la teoría del delito de infracción de un deber para poner de manifiesto
lo que dogmáticamente implica su asunción.
1441.
17 En ese sentido, RIGGI, Revista de Derecho Penal, 2005, p. 46.
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protección de tales bienes. De esta manera, cualquier bien jurídico puede ser lesionado
no sólo por vía organizativa, sino también institucional. Mientras la primera implica
hallar en la conducta del sujeto la configuración (organización) de un riesgo no permitido
para el bien jurídico, en la segunda, ello no es necesario; simplemente se requiere
constatar la deslealtad del sujeto para con el bien o la institución (normalmente
mediante la omisión). Lo anterior no es una interpretación de cómo opera la
responsabilidad institucional, sino que es su descripción, reproduciendo exactamente el
diseño que JAKOBS le dio originalmente y que después sus discípulos han desarrollado.
Algo que, como puede comprobarse, dista mucho de la configuración que ROXIN en el
año 1963 ofreciera de los «Pflichtdelikten» como instrumento dogmático para superar los
problemas que su teoría del dominio del hecho ofrecía en los delitos en los que la
ejecución material del hecho no se llevaba a cabo por el mismo sujeto que la ley
mencionaba como cualificado. No se olvide que los delitos de infracción de un deber
nacen en ROXIN para solucionar el problema del instrumento doloso no cualificado y
poder denominar así autor mediato a la persona de atrás que no domina la voluntad de
la de delante, pero que, sin embargo, aparece como la auténtica figura central del delito.
Como ha quedado indicado supra de la mano del ejemplo de la madre que, de acuerdo
con un sicario, quiere matar a su hijo, la configuración jakobsiana de la «teoría del delito
de infracción de un deber» tiene mayores implicaciones y una raíz distinta que lo
pretendido por ROXIN. En realidad JAKOBS cree hallar una regla de imputación vigente
en nuestra sociedad, a saber, la que apartándose del neminem laedere genera idéntica
responsabilidad penal por la modificación del mundo en quien no ha impedido (o ha
actuado sin serle imputable) la lesión teniendo el deber de hacerlo. Naturalmente ello nos
lleva con rapidez a la dogmática de la omisión. Y es que, en efecto, en el mundo de la
omisión estamos familiarizados desde hace mucho tiempo con construcciones que
recuerdan este modo de proceder. Lo que sucede es que, precisamente y desde hace
décadas, la dogmática penal ha demostrado que los simples deberes de fomento,
protección, etc. (en suma, los denominados deberes positivos) existen, pero que a) su
legitimación es sumamente delicada y excepcional; y b) su fundamentación se mueve
en un plano distinto de la de los denominados deberes negativos, por lo que, por
principio, su infracción, en lo que al nivel de las estructuras de imputación se refiere,
no genera –ni puede generar– las mismas consecuencias18.
No puede profundizarse aquí en la crítica a los fundamentos de la teoría del delito de infracción
de un deber 19 . Las anteriores afirmaciones pretendían seguir llamando la atención sobre el
y ss.; también ROBLES PLANAS, Garantes y cómplices, 2007, p. 31 y ss., y 121 y ss. Sumándose
expresamente a la crítica de ROBLES PLANAS, véase ALCÁCER GIRAO, “Actio libera in causa”
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InDret 4/2008 Ricardo Robles / Eduardo J. Riggi
Esta primera delimitación debe acogerse sin reparos. En realidad, aunque sin utilizar la
misma terminología, con ella se está excluyendo de aquel precepto a los denominados
delitos de posición, que de hecho no son delitos especiales (o lo son sólo en un sentido
formal, aparente, que no interesa)22. En efecto, no todos aquellos delitos en los que se
requieren ciertas cualidades especiales en el sujeto activo y que, además, carecen de
figuras delictivas comunes subyacentes, constituyen delitos especiales en el significado
habitualmente atribuido. Es necesario diferenciar entre aquellos delitos en los que la
infracción de un deber constituye el eje de la conducta típica (en la terminología aquí
utilizada, delitos especiales de deber) de aquellos otros en los que la delimitación del
círculo de sujetos activos deriva de que éstos se encuentran en la posición idónea para
lesionar el bien jurídico (delitos de posición)23. Esta posición se utiliza como requisito
dolosa e imprudente, 2004, p. 184, nota nº 594. Críticamente también, GÓMEZ MARTÍN, Los delitos
especiales, 2006, p. 171 y ss.
20 Acertadamente, FEIJÓO SÁNCHEZ, Derecho penal de la empresa e imputación objetiva, 2007, p. 79:
1429.
22 Sobre esta categoría delictiva véase ROBLES PLANAS, La participación en el delito: fundamento y
límites, 2003, p. 240 y ss.; también ROBLES PLANAS, Garantes y cómplices, 2007, p. 129 y ss.
23 No puede dejar de señalarse que esta distinción, si bien había quedado sembrada en el
planteamiento de GRACIA MARTÍN, con su propuesta del dominio social típico, fue cosechada en
España por GARCÍA CAVERO, La responsabilidad penal del administrador de hecho de la empresa, 1999,
p. 164 y ss., aunque con la denominación de «delitos especiales de dominio». Véase también
GARCÍA CAVERO, Derecho Penal Económico. Parte General, 2003, p. 364 y ss. JAKOBS, Strafrecht.
Allgemeiner Teil, 2ª ed., 1993, 23/24, entiende que estos delitos son delitos especiales en sentido
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amplio y que los elementos del tipo de estos delitos son plenamente accesorios. GÓMEZ MARTÍN,
Los delitos especiales, 2006 pp. 43 y 775-776, asume la terminología de JAKOBS. SCHÜNEMANN,
«Comentario al § 14», en AA.VV., Strafgesetzbuch. Leipziger Kommentar. Großkommentar, t. II, 12ª
ed., 2006, nm. 12-13, denomina a estos delitos «delitos especiales de garantes»
[Garantensonderdelikte], pudiendo ser responsable quien actúa en lugar de otro por la asunción
de la posición de garante. PUPPE, «Comentario al § 28», en AA.VV., Nomos Kommentar
Strafgesetzbuch, t. I, 2ª ed., 2005, nm. 58, habla de los denominados delitos con «elementos de
autoría funcionalmente objetivos».
24 Sobre este punto, SILVA SÁNCHEZ, El nuevo escenario del delito fiscal en España, 2005, p. 65,
sostiene una postura matizada concibiendo al delito fiscal como un «delito especial de
infracción de un deber con elementos de dominio» (al respecto, véase infra apdo. 7).
25 ROBLES PLANAS, Garantes y cómplices, 2007, p. 132, aludiendo también a supuestos de
especiales, 2006, pp. 750 y 776, indica que «en los delitos especiales “en sentido amplio” no existe
razón alguna para una atenuación de la pena, ya que, en estos casos, el contenido de injusto de
la conducta del extraneus no es inferior al que caracteriza la conducta del intraneus». En
Alemania, PUPPE, NK-StGB, 2ª ed., 2005, § 28, nm. 58, indica que los elementos de deber especial
se diferencian de los denominados elementos de autoría funcionalmente objetivos. Éstos
comparten con los primeros la siguiente característica: que sólo el titular de dichos elementos
puede agredir típicamente el bien jurídico protegido. Por esa razón, los demás intervinientes en
el hecho sólo podrán ser cómplices o inductores. Se diferencian de los elementos de deber
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1. PEÑARANDA reconoce que la pena no sólo debería atenuarse sino excluirse por
completo respecto de aquellos partícipes a los que no pudiera comunicarse en absoluto
el elemento que fundamenta la responsabilidad del sujeto cualificado, por tener dicho
elemento un sentido exclusivamente personal27. En este punto su propuesta también
resulta plausible, ya que con ello está aludiendo a la imposibilidad de la intervención
de extranei en delitos especiales de deber 28 . Sin embargo, pese este importante
reconocimiento –tan poco habitual en la doctrina–, PEÑARANDA termina negando a pie
de página la existencia práctica de los delitos especiales de deber. En ese sentido, señala
que «la existencia de elementos de carácter sólo (altamente) personal y que además
fundamenten (y no meramente agraven) la punibilidad constituyen, en cualquier caso, a
mi juicio, un fenómeno sumamente raro […]. Lo inusual del fenómeno permite
probablemente explicar que el art. 65.3 CP no se refiera en realidad a estas hipótesis»29.
Por el contrario, como inmediatamente analizaremos, el único campo de aplicación que
PEÑARANDA estima razonable para el art. 65.3 CP se hallaría «allí donde las
“condiciones, cualidades o relaciones personales” del autor tienen el carácter de
circunstancias mixtas de fundamentación de la responsabilidad criminal, esto es, allí
donde tienen, por expresarlo de forma un tanto paradójica, un carácter sólo
“limitadamente personal”»30. En este último sentido señala, citando a ROXIN entre otros
autores, a los delitos contra la Administración Pública y otros delitos de funcionarios
como paradigmas de este tipo de infracciones (allí ROXIN pone el ejemplo del particular
que determina a un juez a que prevarique, provocando el dictado de un fallo injusto y,
con ello, de un daño social notable). Sin embargo, el propio ROXIN entiende que el
delito de prevaricación figura entre los delitos de infracción de un deber altamente
personal [höchstpersönlichen Pflichtdelikten] y considera que este tipo de delitos
constituirían uno de los tres grupos de casos que pertenecen a los delitos de propia mano;
son, pues, un subgrupo de los delitos de infracción de un deber que pueden ser explicados,
especial dado que no le imponen a su titular ningún deber jurídico personal intensificado. Por
eso, el § 28 StGB no resulta aplicable a los elementos de autoría funcionalmente objetivos.
27 PEÑARANDA RAMOS, en AA.VV., Estudios Penales en Homenaje a Enrique Gimbernat, t. II, 2008, p.
1429.
28 Así lo señala expresamente ROBLES PLANAS, Garantes y cómplices, 2007, p. 147: «[…] dado que
en los delitos especiales de deber no cabe hablar de intervención, el art. 65.3 no resultará
aplicable a estos delitos. Y ello ya por el simple motivo de que en estos delitos no se da el
supuesto necesario que requiere el art. 65.3: que existan inductores o cooperadores necesarios.
En los delitos especiales de deber nunca puede haber tales forma (ni ninguna otra) de
participación».
29 Véase PEÑARANDA RAMOS, en AA.VV., Estudios Penales en Homenaje a Enrique Gimbernat, t. II,
1430.
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en consecuencia, por los criterios que rigen para éstos31. Siendo así, quizás habría que
concluir que al menos ciertos delitos de funcionarios formarían parte de ese fenómeno
«sumamente raro», a saber, el de que en ellos se tipifican deberes altamente personales
que sólo fundamentan el injusto. De este modo, podría PEÑARANDA sostener
coherentemente que en este tipo de delitos no procede la atenuación, sino la
impunidad de los partícipes debido a la incomunicabilidad de los elementos que
fundamentan la responsabilidad del sujeto cualificado, por poseer éstos un carácter
exclusivamente personal. En efecto, en los casos de prevaricación, por ejemplo, el
extraneus no tendría ninguna participación en el desvalor de acción intensificado que
respecto del juez radica en la deslealtad a la responsabilidad especial que le
corresponde en el ejercicio de su oficio. En este sentido, un deber altamente personal,
como el de hacer justicia, no parece que pueda transferirse o comunicarse; sólo el juez
puede llevar a cabo un ejercicio abusivo de la Administración de Justicia, puesto que a
él únicamente se le ha conferido, en persona, el ejercicio de esa función pública. Por
tanto, el extraneus no puede intervenir en la lesión de ese deber especial32, sino a lo
sumo cometer un delito distinto.
31 Así, ROXIN, Strafrecht. Allgemeiner Teil, t. II, 2003, § 25 III, nm. 304 y 306. No puede dejarse de
señalar que ROXIN reconoce expresamente que la integración de la categoría de los delitos de
propia mano en la de los consistentes en la infracción de un deber facilitaría despedirnos de la
primera, cuyos casos restantes (delitos de medios de determinados y de derecho penal de autor)
pasarían en el derecho vigente tan sólo como un residuo de concepciones jurídico-penales
antiguas.
Sin perjuicio de ello, en honor a la verdad, la contradicción que se presente en PEÑARANDA
podría atribuírsele en realidad al propio ROXIN, AT, t. II, 2003, § 27 IV, nm. 55, puesto que éste
también sostiene que los elementos personales del injusto según los §§ 26 y 27 StGB son
plenamente accesorios y que el § 28 StGB viene a relajar dicha accesoriedad, justificando la
atenuación de la pena ya que el deber cualificado que recae en el autor convierte a los
inductores o cómplice en menos merecedores de pena en comparación con los partícipes
normales.
32 La norma que prohíbe la prevaricación se le dirige única y exclusivamente al juez, que es
quien precisamente puede dictar una sentencia –justa o injusta–, y sólo éste posee esa posición
de poder especial para ejercer la Administración de Justicia. En ese sentido, sólo quien puede
administrar justicia puede hacer un uso abusivo de esa función. El injusto en estos casos radica
en el incumplimiento del haz de deberes que define esa posición especial. El extraneus carece de
ese poder y, por tanto, no puede abusar de algo que no posee; concretamente, no puede
subrogarse en la posición del juez. Por esa razón, el extraneus no puede acceder normativamente
a esa función ni lesionar la norma.
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5. ¿Al rescate del art. 65.3 CP con la tesis de los “tipos subyacentes”?
1. Sostiene PEÑARANDA que «la “distancia” del partícipe con respecto al hecho
constitutivo de un delito especial es la misma que en cualquier otro delito: aquél no ha
cumplido los elementos del tipo correspondientes. Si al partícipe se le ha de imputar en
un caso lo que él mismo no pudo hacer, también se le ha de imputar en el otro lo que
de todos modos no hizo. El injusto de la participación es igual de derivado o de
autónomo en ambos supuestos, y sólo así cabe explicar que esa participación sea en
cualquier caso punible»34. Esta afirmación contrasta con la tesis central de su trabajo, en
virtud de la cual «el § 28 I StGB y el art. 65.3 CP vienen, así, a crear por debajo de los
delitos especiales propios una especie de “tipos básicos”, a los que se puede referir
plenamente la participación de terceros: las soluciones que en esos preceptos se
establecen son, en efecto, en gran medida equivalentes a las que se darían si esos tipos
se pudiesen redactar de un modo neutral respecto de las condiciones, cualidades o
relaciones de los distintos intervinientes y se previera, a continuación, un marco penal
más elevado para quien muestre el elemento personal de que se trate»35. Y en el caso de
los denominados delitos especiales impropios, «este precepto [el art. 65.3] viene a definir,
por así decirlo, una especie de “tipo intermedio” al que referir la punición del extraño»36.
Analicemos, con detenimiento, ésta interesante construcción.
33 Véase, en este punto, PEÑARANDA RAMOS, en AA.VV., Estudios Penales en Homenaje a Enrique
Gimbernat, t. II, 2008, p. 1430, nota nº 30: «El fenómeno no sería ya tan raro, si se viera el
contenido de un abundante grupo de delitos en la pura infracción de un deber, respecto de la
cual la participación no sería posible […]. Yo no comparto sin embargo este punto de vista».
34 PEÑARANDA RAMOS, en AA.VV., Estudios Penales en Homenaje a Enrique Gimbernat, t. II, 2008, p.
1450.
36 PEÑARANDA RAMOS, en AA.VV., Estudios Penales en Homenaje a Enrique Gimbernat, t. II, 2008, p.
1450. Dado que la literalidad del art. 65.3 sólo se refiere a las «condiciones, cualidades o
relaciones personales que fundamentan la culpabilidad del autor», no es posible en los casos de
delitos especiales impropios aplicarlo directamente. Por ello PEÑARANDA aboga por su
aplicación analógica en tales supuestos. Véase inmediatamente infra en el texto.
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37 Así, PUPPE, AT, t. II, 2005, § 43, nm. 19, entiende que «las posiciones especiales de deber tienen
como elementos típicos un carácter específicamente doble. Al intraneus le ofrecen la posibilidad
de acceder al bien jurídico protegido, posibilidad que el propio extraneus no tiene, pero al que
puede acceder mediatamente como inductor o cómplice. Por tanto, no le sucede nada injusto si,
conforme las reglas de las accesoriedad de la participación, se le imputa este elemento del
injusto del abuso de poder. Al mismo tiempo, sin embargo, el delito especial contiene, de modo
conceptualmente indisociable al abuso de poder, la lesión de un deber altamente personal que
sólo afecta al intraneus, que no puede transferirse al extraneus. La ley considera este doble
carácter en el § 28 I imputándole al extraneus el elemento de autoría pero de forma atenuada.
Los elementos personales especiales fundamentadores de la pena que conforme a esta
disposición deben tratarse de manera semiaccesoria son precisamente [...] las posiciones de
deberes personales de los delitos especiales»; también PUPPE, NK-StGB, 2ª ed., 2005, §§ 28/29,
nm. 8, señala que «los elementos personales que fundamentan la pena son semiaccesorios, esto
es, contienen elementos del injusto que están abiertos a la imputación del extraneus, pero, a la
vez, contienen elementos personales de la culpabilidad a los que extraneus no puede acceder.
Tales elementos semiaccesorios son las posiciones de deberes que fundamentan la punibilidad
del autor. Por un lado, determinan el injusto del hecho que precisamente se basa en el
aprovechamiento de esta posición de deberes; por otro lado, contienen de modo
conceptualmente inseparable de lo anterior, un contenido adicional de desvalor por la
infracción de tal posición de deberes. Según el § 266 el autor agrede de manera directa el
patrimonio de la víctima, al que no puede acceder un extraneus, aprovechándose del poderío
que le fue otorgado. El extraneus puede conseguir mediatamente, sin embargo, una
participación en esta posibilidad de agresión induciendo al intraneus o, como cómplice,
colaborando con éste. Esta utilización de la posición de poder ajeno debe imputársele
como injusto co-causado por él. Sin embargo, no participa de ningún modo en el mismo deber
jurídico ni en su lesión que para el obligado se encuentra directamente vinculada a la utilización
de su posición de poder en perjuicio de quien se la otorgó».
38 PEÑARANDA RAMOS, en AA.VV., Estudios Penales en Homenaje a Enrique Gimbernat, t. II, 2008, p.
1430.
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39 Así, PUPPE, NK-StGB, 2ª ed., 2005, §§ 28/29, nm. 9, indica que «la norma, de no abusar de una
posición de poder vinculada a una posición de deber, se dirige tanto al extraneus como al
intraneus, sólo que extraneus puede infringirla sirviéndose del intraneus. La diferencia entre
ambos existe entonces en que el intraneus tiene todavía más razón de respetar esta norma que el
extraneus porque el intraneus está sujeto a un deber especial. Esta descomposición de los
elementos del deber especial en un elemento accesorio referido al bien jurídico y un elemento
altamente personal no accesorio procede de Gallas (ZStW-88 [1976], 175, ya también
contribuciones [1968], 130 [158 y s.] y Roxin se hizo eco de ella (LK, § 28, nm. 57; el mismo, AT,
II, nm. 27 y 59)».
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40 Muy próximo, asumiendo expresamente esta tesis, SILVA SÁNCHEZ, El nuevo escenario del delito
fiscal en España, 2005, pp. 68-69. Sobre los matices de la postura de SILVA SÁNCHEZ, véase infra
apdo. 7.
41 Sostiene la impunidad del extraneus en el delito de prevaricación del art. 404 CP, CÓRDOBA
RODA, «Comentario al artículo 404 del Código penal», en CÓRDOBA RODA/GARCÍA ARÁN,
Comentarios al Código Penal. Parte Especial, t. II, 2004, pp. 1915-1917.
42 Cabe añadir que por tal resultado, por ejemplo, un delito contra la libertad, sí podría
responder el particular. Como lo haría por un delito de detenciones ilegales cometido en autoría
mediata el particular que instrumentalizando a un Juez, lograra que se dictara una sentencia
condenatoria con pena de prisión a un inocente.
43 Claramente lo reconoce así FRISTER, Strafrecht. Allgemeiner Teil, 3ª ed., 2008, Cap. 25, nm. 32,
quien además señala de modo similar que «para incluir de manera adecuada semejante
agresión al bien jurídico sin la posición de deber, la ley se sirve de la atenuación de la pena del §
28 I StGB. El atenuado marco penal del delito especial se aproxima al terreno de un delito
común que protege el mismo bien jurídico, que no existe en la Parte Especial, porque si bien el
extraneus puede lesionar los bienes jurídicos en cuestión en calidad de partícipe, no puede sin
embargo hacerlo a título de autor».
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El propio PEÑARANDA reconoce el problema que podría suscitar la «metáfora» utilizada al aludir a
«una especie de tipos básicos» o a «una especie de tipos intermedios», indicando que una lectura literal
podría dar lugar a malentendidos. A pesar de ello, no prescinde de aquélla y apela a la
«inteligencia del lector» para evitarlos. No obstante, resulta difícil escapar de la literalidad de la
«metáfora»45.
En efecto, si el art. 65.3 CP viniera a crear un tipo básico al que referir la participación de
extranei en delitos especiales propios, ¿qué sucedía con éstos antes de la introducción
del art. 65.3 CP en el año 2003?, ¿y qué suerte correrían si fuera derogado? 46 La
respuesta lógica desde un planteamiento que lo conciba como una cláusula de
merecimiento de pena es que sin el art. 65.3 CP deberían quedar impunes. De no existir
el mencionado tipo subyacente, no habría nada en lo que los extranei pudieran participar,
pues, en realidad, el único tipo existente sería el que realiza el obligado especial (el
caracterizado por la no-accesoriedad). Si PEÑARANDA admitiera este extremo, el ámbito
de la discusión se habría reducido considerablemente, a saber, al de si es razonable y
legítimo que el legislador introduzca cláusulas extraordinarias de merecimiento de
pena en la Parte General, al estilo del art. 65.3 CP (o, en su terminología, creara allí tipos
subyacentes). Esta no es sólo una cuestión de mera técnica legislativa. Por un lado, este
tipo de cláusulas constitutivas de la responsabilidad en la Parte General se dan de
bruces con el principio de legalidad. Se trataría de una habilitación legal al juez para
que, siempre que estimara que un extraneus merece pena, pudiera constituir su
responsabilidad en virtud, no del tipo de la Parte Especial, sino por vía del art. 65.3 CP:
un macrotipo monstruoso que no contiene elemento indicativo alguno de la lesividad
de las conductas en él incluidas, ni referencia a bienes protegidos, ni se conecta con
principios axiológicos o interpretativos de los que derivar una mínima contención
material. Las posibilidades de orientación del ciudadano sobre lo prohibido y lo
permitido son, entonces, prácticamente inexistentes. En realidad, en segundo lugar, en
tipos como este la tipicidad material de la conducta no importa, sino que se presume
formalmente el desvalor de toda conducta conectada a la de un intraneus,
constituyendo un delito autónomo previsto en la Parte General: el delito de participar en
delitos de obligados especiales47. Por este motivo, aquí se sostiene un punto de vista menos
perturbador: cuando el legislador considere que existen razones en cada una de las
figuras delictivas de la Parte Especial que contienen delitos especiales de deber para
44 ROBLES PLANAS, Garantes y cómplices, 2007, p. 151. Sobre el carácter constitutivo de esta
cláusula, véase RIGGI, Revista de Derecho Penal, 2005, p. 34.
45 Nihil est in intellectu quod prius non sit in sensu!
47 En el que se observaría con claridad lo improcedente que sería entonces hablar de intervención
del extraneus en algo. Más bien se trataría de una infracción propia –a título de autor– de una
norma de conducta independiente. Véase, sobre las dos formas de concebir el fenómeno de la
participación, ROBLES PLANAS, La participación en el delito: fundamento y límites, 2003, p. 143 y ss.
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También a los denominados delitos especiales impropios subyacerían tipos, en este caso,
intermedios, por hallarse a caballo entre el común-común y el especial-especial
(bloqueado a la accesoriedad). Pues bien, ello de nuevo implica la petición de principio
en virtud de la cual el obligado, al cometer el delito, no sólo estaría cometiendo el
delito base agravado por su condición personal, sino que, además, su conducta se
correspondería con una imaginaria figura delictiva común-especial que sería en la que
el extraneus volcaría su participación. Ese tipo intermedio ideal sería –en el
planteamiento de PEÑARANDA– más grave que el tipo común-común (no aplicable a
nadie de los que intervienen), pero menos grave que el especial-especial (aplicable sólo
al intraneus). Sin embargo, ¿qué es lo que le otorga esa mayor gravedad? ¿Puede ser
algo distinto a la comisión desde la posición cualificada que también agrava la
conducta del intraneus? A lo que habría que añadir: ¿qué es lo que le otorga, a su vez,
aquella menor gravedad? ¿Acaso, si realmente es del todo ajeno a la posición del
intraneus, no debería aplicarse sencillamente el tipo común? La configuración de un tipo
intermedio subyacente en delitos donde el legislador ha previsto un marco penal común
para sujetos no obligados implica una agravación de su responsabilidad que no se
corresponde con las razones que llevan a considerar más grave el injusto del intraneus.
Y, además, constituye un privilegio altamente cuestionable si se quiere otorgar
51En este sentido, ya ROBLES PLANAS, La participación en el delito, 2003, p. 243; véase también
ROBLES PLANAS, Garantes y cómplices, 2007, p. 155.
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Por ello, menos problemática resulta la tesis de que si existe algo así como un tipo penal
subyacente al que referir la intervención, aquél afecta tanto a extraneus como a intraneus,
sólo que, para la constitución de la tipicidad, es necesario que se aporte la posición
especial requerida en el tipo que otorga relevancia penal al hecho (delito de posición).
A lo que habría que añadir que lo hace en igual medida, si bien puede tenerse en cuenta, en
cuanto a la graduación de la responsabilidad, la aportación a la configuración del hecho como de
autoría o de participación. Si, además, tuviera que considerarse algún otro factor atenuante o
agravante, debería hacerse dentro del correspondiente marco de cada interviniente.
Existe una posibilidad interpretativa del art. 65.3 CP que lo armoniza con la teoría de la
intervención en el delito: la que lo inocuiza convirtiéndolo en superfluo. Una
argumentación similar ya fue expuesta por ROBLES PLANAS en Garantes y cómplices.
Ahora se trata de volverla a formular como alternativa a la inteligente construcción de
PEÑARANDA. La idea básica es que para poder resultar aplicable el nuevo art. 65.3 CP
primero es necesario poder afirmar la intervención en el delito, esto es, poder
establecer que el círculo de sujetos en cuestión ha contribuido, cada uno en alguna
medida, a configurar el injusto y tales conductas se hallan comprendidas en las normas
de conducta que el tipo de la Parte Especial sanciona. Con otras palabras, no debe
tratarse de un delito especial de deber, pues en ellos, según lo afirmado, no cabe
participar, de manera que no es posible hablar propiamente de cooperadores
necesarios o inductores a tales hechos. Por tanto, tan sólo en aquellos delitos en los que
es posible constituir una relación de intervención entre los sujetos podría desplegar
algún efecto el art. 65.3 CP. Estamos, pues, en el ámbito de los delitos de posición.
Naturalmente, en estos delitos es posible que sobre el autor (pero también sobre otros
sujetos) recaigan circunstancias personales que puedan agravar su injusto. Ello siempre
se ha podido tener en cuenta en el ámbito de la determinación de la pena. Puede
interpretarse entonces que el legislador sólo ha querido llamar la atención sobre la
posibilidad de otorgar relevancia, en los delitos donde sí cabe la intervención, al hecho
de que existan circunstancias personales que fundamentan un mayor reproche y
hacerlo única y exclusivamente en quienes concurren aquéllas. Como se ha afirmado,
éstos pueden ser tanto autores como partícipes. Ahora bien, ¿cómo tener en cuenta este
aspecto?
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la aportación como de autoría, razón por la cual, por ejemplo, un no deudor tributario
puede ser autor mediato del delito fiscal. Pues bien, el art. 65.3 CP sólo estaría
recordando que también en los delitos de posición el juez dispone desde el marco
penal previsto para la complicidad en los términos del art. 63 CP hasta el tope máximo
del marco previsto en la Parte Especial. A la hora de concretar la valoración de la
aportación de cada interviniente al hecho (esto es, de calificar la conducta como de
autoría o participación en sentido legal), deberá tener en cuenta –como siempre, por
otra parte– todas las circunstancias que singularizan la conducta, especialmente –y
sobre eso es sobre lo que se está llamando la atención– el que a un interviniente le
afecte una cualificación que la convierta en más grave. Entonces, pese a que el hecho
haya quedado configurado por todos, la imposición de la pena prevista en el marco de
la Parte Especial (en términos más tradicionales, la calificación de autoría) también
dependerá de la concurrencia de aquella circunstancia. Dicho de otra manera, en la
determinación de la pena en los delitos de posición debe estarse también a todas las
circunstancias normativamente relevantes para asignar a la conducta el marco penal de
la Parte Especial o el inferior en un grado.
Así, por ejemplo, entendiendo que el delito fiscal es un delito de posición, sucederá
normalmente que la conducta del obligado tributario se valorará más gravemente que
la de otro sujeto, por lo que a ese otro le corresponderá la pena inferior en un grado.
Esta misma conclusión puede alcanzarse sin necesidad del art. 65.3, máxime si se
adopta un punto de vista como el que aquí se sostiene sobre la calificación de autoría y
participación como formas de graduación –no constitutivas– de la intervención de cada
sujeto en un mismo hecho.
Lo anterior implica que no debe operar la doble rebaja penológica en el caso de los
cómplices (la que resultaría de la aplicación de los arts. 65.3 y 63 CP), pues la
valoración de la conducta de intervención como de menor importancia ya comporta
tener en cuenta la proporcionalidad exigida por la ley en relación con las figuras legales
de autoría. Por consiguiente, la referencia del art. 65.3 CP a los inductores y
cooperadores necesarios debe entenderse como mero recordatorio de la necesidad de
graduar la responsabilidad en las formas de intervención que sean de menor
importancia también en los delitos especiales (aquí llamados delitos de posición). Aquellas
que fenomenológicamente aparezcan como de autoría legal (esto es, inducción o
cooperación necesaria), deben ser finalmente calificadas como de complicidad si, tras la
valoración de todas las circunstancias que determinan la relevancia de las aportaciones,
debe llegarse a la conclusión de que aquéllas presentan una menor intensidad52.
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Ciertamente, hacer afirmar al art. 65.3 CP que «todo interviniente puede ser
considerado cómplice cuando su aportación sea de menor relevancia que la del autor»,
no es hacerle afirmar demasiado. Pero ello tiene dos ventajas importantes. La primera,
que cierra definitivamente una discusión en España que en Alemania se ha mostrado
estéril a lo largo de varias décadas, convirtiendo en inocuo el desafortunado
pronunciamiento del legislador en esta materia. La segunda y más importante es que
no rompe con los principios que rigen la teoría de la intervención en el delito, al menos
no con los del sistema que aquí se acoge.
54 SILVA SÁNCHEZ, El nuevo escenario del delito fiscal en España, 2005, p. 69-70.
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Al respecto, debe precisarse lo siguiente. Por un lado, hay que insistir una vez más en
que, en efecto, la organización sin poseer el deber que justifica el tipo es inocua. Por
ello, un no obligado, por mucho que lleve a cabo una organización decisiva del hecho
(o lo que es lo mismo: por mucho que domine el hecho), no realiza una conducta típica.
El tipo no codifica “organizaciones del mundo”, sino infracciones de deberes. Aquellas
son, por expresarlo gráficamente, “conductas neutrales” a los efectos del delito especial
de deber55. Parece claro pues, también en el planteamiento de SILVA SÁNCHEZ, que ese
«deber general negativo de abstenerse de perturbar la institución positiva» al que
alude no surge del tipo, sino que habría que tipificarlo expresamente para poder
castigar al extraneus con la pena prevista en la Parte Especial. Siendo así, la postura de
SILVA SÁNCHEZ se reduce a entender que la participación del extraneus se refiere
exclusivamente al componente de dominio de un “tipo mixto”. Ahora bien, este
planteamiento se identifica prácticamente con la categoría de los delitos de posición,
pues existe un aspecto común (la organización o dominio) que vincula a ambos sujetos.
Y al igual que en los delitos de posición, se requiere la presencia del obligado por el
deber para la constitución del tipo. Las diferencias estriban, por un lado, en que en el
planteamiento de SILVA es necesario que concurra la infracción del deber del intraneus
junto con su “dominio del hecho” para poder castigar a cualquiera (pues sin su
actuación como autor no se constituirá el injusto común). En cambio, en los delitos de
posición, basta con que se aporte la posición para constituir el tipo y, sólo después,
debe decidirse sobre la calificación de la contribución de cada interviniente. Y, por el
otro, que en los “delitos mixtos” a los que refiere SILVA SÁNCHEZ nunca puede
castigarse al extraneus como autor. Ello, como es sabido, genera importantes lagunas de
punibilidad. Tales lagunas no se dan, en cambio, con la teoría de los delitos de
posición, puesto que es posible castigar como autor mediato al extraneus o como autor
directo en los casos de usurpación de la posición56. Con ello, queda en todo caso claro
que la postura de SILVA SÁNCHEZ se aparta de la de PEÑARANDA, en la medida en que
entiende que el elemento de organización es un componente del tipo que se suma a la
infracción del deber (el otro componente que termina de configurar el “tipo mixto”) y
no constituye un “tipo subyacente”.
55 Esta apreciación abre las puertas para la solución del controvertido caso del “instrumento
doloso no cualificado”, véase, ROBLES PLANAS, Garantes y cómplices, 2007, pp. 138-139.
56 Véase supra nota nº 25.
57 Pues desde la propia lógica de los delitos de infracción de un deber ello es una aporía.
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No cabe duda de que tanto la pretensión de clarificación de este siempre controvertido recoveco de la
teoría del delito como la de su solución a la luz de un planteamiento dogmático sólido se hallan
realizadas en las propuestas del fecundo trabajo de PEÑARANDA que aquí hemos tratado. Es algo
conocido que la riqueza de planteamientos dogmáticos y el diálogo científico son tenidos por algunos
como una complejidad innecesaria. Frente a ello, cabe oponer la convicción de que sólo mediante esos
dos instrumentos es posible avanzar en el desarrollo y fortalecimiento de la teoría del delito como el
arma del penalista que le permite buscar la racionalidad entre los necesariamente angostos y
frecuentemente falibles vocablos de la ley. En cualquier caso, si algo bueno tuviera que desearse a la
Parte General de nuestro Código penal es que quedara al margen de manipulaciones legislativas
durante mucho tiempo y que disposiciones como la analizada volvieran al lugar que nunca debieron
abandonar: el del debate dogmático58.
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