Espíritu PDF
Espíritu PDF
Espíritu PDF
Trabajo:
Tipo taller.
Presentado en clase. (requisito)
Cada alumno hablara del tema. (a las preguntas del profesor)
Nota será: 50% texto escrito y 50% presencial dispuesto al dialogo.
Formato de trabajo:
- Resumen: Puntos más importantes.
- Análisis: Examen detallado sobre los puntos más relevantes. Separar
ideas, detalles.
- Comentario: Explicación del contenido y observación personal.
Desde los tiempos más primitivos en el pensamiento heb.heb. hebreo ruÆah tuvo
diversos significados, todos aproximadamente de la misma importancia. 1. Viento,
fuerza invisible, misteriosa, poderosa (Gn. 8.1; Ex. 10.13, 19; Nm. 11.31; 1 R. 18.45;
Pr. 25.23; Jer. 10.13: Os. 13.15; Jon. 4.8), por lo regular con la noción adicional de
potencia o violencia (Ex. 14.21; 1 R. 19.11; Sal. 48.7; 55.8; Is. 7.2; Ez. 27.26; Jon.
1.4). 2. Aliento (e. d.e. d. es decir aire en pequeña escala), o espíritu (Gn. 6.17; 7.15,
22; Sals. 31.5; 32.2; Ec. 3.19, 21; Jer. 10.14; 51.17; Ez. 11.5), la misma fuerza
misteriosa vista como la vida y la vitalidad del hombre (y de las bestias). Puede ser
perturbada o activada en un sentido particular (Gn. 41.8; Nm. 5.14, 30; Jue. 8.3; 1
R. 21.5; 1 Cr. 5.26; Job. 21.4; Pr. 29.11; Jer. 51.17; Dn. 2.1, 3), puede ser dañada o
disminuida (Jos. 5.1; 1 R. 10.5; Sal. 143.7; Is. 19.3) y reanimarse nuevamente (Gn.
45.27; Jue. 15.19; 1 S. 30.12). Es decir, la fuerza dinámica que constituye al hombre
puede reducirse (desaparece con la muerte), o puede haber una repentina oleada de
poder vital. 3. Poder divino, donde se usa el vocablo ruÆah para describir
ocasiones en que algunos hombres parecieran haber sido arrebatados o sacados
fuera de sí, en cuyo caso ya no se trata de una mera oleada de vitalidad, sino de una
fuerza sobrenatural que se hace cargo de la situación. Así fue particularmente con
los primitivos líderes carismáticos (Jue. 3.10; 6.34; 11.29; 13.25; 14.6, 19; 15.14s; 1
S. 11.6), y los primeros profetas: era el mismo ruÆah divino el que inducía los
éxtasis y los discursos proféticos (Nm. 24.2; 1 S. 10.6, 10; 19.20, 23s).
En el concepto más primitivo de ruÆah había muy poca o ninguna distinción entre
lo natural y lo sobrenatural. El viento se podía describir poéticamente como el
soplo de las narices de Yahvéh (Ex. 15.8, 10; 2 S. 22.16 = Sal. 18.15; Is. 40.7).
Además, el ruÆah que Dios alentó en el hombre fue desde el principio más o
menos sinónimo de su nefesû (alma) (especialmente Gn. 2.7). ruÆah era
precisamente el mismo poder divino, misterioso, vital que se ha de ver con mayor
claridad en el viento o en el comportamiento extático del profeta o del líder
carismático.
En los escritos apocalípticos las referencias al espíritu humano exceden a las que
corresponden al Espíritu de Dios en casi 3 a 1, y las referencias a espíritus angélicos
y demoníacos exceden a estas últimas en proporción de 6 a 1. Sólo en un puñado de
pasajes se habla del Espíritu como el agente de la inspiración, pero este es un papel
que se considera perteneciente al pasado (p. ej.p. ej. por ejemplo, 1 Enoc 91.1; 4
Esdras 14.22; Martirio de Isaías 5.14).
En los rollos del mar Muerto el “Espíritu” vuelve a adquirir prominencia cuando se
habla de la experiencia presente (especialmente 1QS1QS Manual de disciplina de
Qumrán
Las ediciones se indican mediante un pequeño número volado: LOT9 3. 13–4. 26),
reflejando así la convícción de que se estaba viviendo en los últimos días, de un
modo semejante a la conciencia escatológica de los primeros cristianos.
Las ediciones se indican mediante un pequeño número volado: LOT9 4.21; 1QH
3.29ss; 4 Esdras 13.10s.
(2) Jesús creó una conmoción aun mayor, porque afirmó que la nueva era, el reino
de Dios, no era sólo inminente sino que ya había adquirido efectividad mediante su
ministerio (Mt. 12.41s; 13.16s; Lc. 17.20s). La presuposición de esto era claramente
que el Espíritu escatológico, el poder del fin, ya había entrado en acción por medio
de él en una medida única, como lo evidenciaban sus exorcismos y la exitosa
liberación de las víctimas de Satanás (Mt. 12.24–32; Mr. 3.22–29), y por su
proclamación de las buenas noticias a los pobres (Mt. 5.3–6 y 11.5, que son reflejo
de Is. 61.1s). Los evangelistas, naturalmente, no tenían ninguna duda de que todo el
ministerio de Jesús se había llevado a cabo en el poder del Espíritu desde el primer
momento (Mt. 12.18; Lc. 4.14, 18; Jn. 3.34; también Hch. 10.38). Para Mateo y
Lucas este obrar especial del Espíritu en y a través de Jesús data desde su
concepción (Mt. 1.18; Lc. 1.35), con su nacimiento en Lucas anunciado por una
explosión de actividad profética que proclama el comienzo del fin de la era antigua
(Lc. 1.41, 67; 2.25–27, 36–38). Pero los cuatro evangelistas concuerdan en que en el
Jordán Jesús experimentó una habilitación especial para su ministerio, un
ungimiento que evidentemente estaba vinculado también con la convicción en
cuanto a su carácter de Hijo (Mt. 3.16s; Mr. 1.10s; Lc. 3.22; Jn. 1.33s); en
consecuencia, en las tentaciones subsiguientes estaba en condiciones de sostener
esa convicción, y de definir lo que comprende dicha investidura de Hijo, sostenido
por ese mismo poder (Mt. 4.1, 3s, 6s; Mr. 1.12s; Lc. 4.1, 3s, 9–12, 14).
Hechos, Pablo, y Juan hablan de muchas experiencias del Espíritu, pero no de una
segunda o tercera experiencia del Espíritu claramente indicada como tal. Por lo que
concierne a Lucas, Pentecostés no fue una segunda experiencia del Espíritu para los
discípulos, sino su bautismo en el Espíritu para ingresar en la nueva era (Hch. 1.5 y
sup.sup. supra (lat.), arriba, III), el nacimiento de la iglesia y su misión. Los
intentos de armonizar los pasajes de Jn. 20.22 y Hch. 2 a un nivel histórico
directamente podrían ser erróneos, ya que el propósito de Juan puede ser más
teológico que histórico, es decir, el de destacar la unidad teológica de la muerte,
resurrección, y ascensión de Jesús, con el don del Espíritu y la misión (Pentecostés,
Jn. 20.21–23; cf.cf. confer (lat.), compárese 19.30, literalmente, “inclinó la cabeza y
entregó el espíritu/Espíritu”). De modo semejante en Hch. 8, por cuanto Lucas no
concibe la venida del Espíritu de un modo silencioso o invisible, el don del Espíritu
en 8.17 es para él la recepción inicial del Espíritu (8.16, “solamente habían sido
bautizados en el nombre de Jesús”). Lucas, más aun, parecería sugerir que su fe
anterior no podía considerarse como entrega a Cristo o confianza en Dios (8.12—
“creyeron a Felipe”—como descripción de la conversión no tendría paralelo en
Hechos).
Lucas y Juan dicen poco acerca de otros aspectos de la vida progresiva del Espíritu
(cf.cf. confer (lat.), compárese Hch. 9.31; 13.52), y en cambio centran la atención
particularmente en la vida del Espíritu en cuanto dirigida hacia la tarea misionera
(Hch. 7.51; 8.29, 39; 10.17–19; 11.12; 13.2, 4; 15.28; 16.6s; 19.21; Jn. 16.8–11;
20.21–23). El Espíritu es ese poder que da testimonio de Cristo (Jn. 15.26; Hch.
1.8; 5.32; 1 Jn. 5.6–8; tamb.tamb. también He. 2.4; 1 P. 1.12; Ap. 19.10).
Rasgo distintivo del Espíritu de la nueva era es que forma parte de la experiencia de
todos, y que obra a través de todos, no sólo de uno o dos (p. ej.p. ej. por ejemplo,
Hch. 2.17s; Ro. 8.9; 1 Co. 12.7, 11; He. 6.4; 1 Jn. 2.20). En la enseñanza de Pablo es
sólo esta participación en común (koinoµnia) en el mismo y único Espíritu lo que
hace que un grupo de individuos diversos constituyan un cuerpo (1 Co. 12.13; 2 Co.
13.14; Ef. 4.3s; Fil. 2.1). Y es sólo en la medida en que cada uno permite que el
Espíritu tenga expresión en palabra y en hecho como miembro del cuerpo que ese
cuerpo va adquiriendo madurez en Cristo (1 Co. 12.12–26; Ef. 4.3–16). Es por ello
que Pablo alienta la libre expresión de toda la gama de dones del Espíritu (Ro.
12.3–8; 1 Co. 12.4–11, 27–31; Ef. 5.18s; 1 Ts. 5.19s; cf.cf. confer (lat.), compárese Ef.
4.30), e insiste en que la comunidad ponga a prueba toda palabra y acto que
pretenda tener la autoridad del Espíritu, mediante la medida de Cristo y el amor
que él encarnaba (1 Co. 2.12–16; 13; 14.29; 1 Ts. 5.19–22; cf.cf. confer (lat.),
compárese 1 Jn. 4.1–3).
Bibliografía. °H. Berkhof, La doctrina del Espíritu Santo, 1968; °M. Green, Creo en
el Espíritu Santo, 1977; °J. G. Dunn, El bautismo del Espíritu Santo, 1977; R.
Albertz, C. Westermann, “Espíritu”, °DTMAT°DTMAT E. Jenni y C. Westermann
(eds.), Diccionario teológico manual del Antiguo Testamento, trad. del alemán por
J. A. Mugica, 1978, (véase THAT), t(t).t(t). tomo(s) II, cols. 914–948; E. Kamlah,
“Espíritu”, °DTNT°DTNT L. Coenen, E. Beyreuther, H. Bietenhard, Diccionario
teológico del Nuevo Testamento, en 4 t(t). (título original en alemán theologisches
Regriffslexicon zum Neuen Testament, 1971), edición preparada por M. Sala y A.
Herrera, 1980–85, t(t).t(t). tomo(s) II, pp.pp. página(s) 136–147; J. G. S. S.
Thomson, “Espíritu”, °DT°DT Diccionario de teología (TELL), 1985, 1985, pp.pp.
página(s) 208–211; C. T. Gattinoni, El don del Espíritu, 1978; B. Graham, El
Espíritu Santo, 1980; M. J. Scheeben, El Espíritu Santo, 1973; H. Smith, Teología
bíblica del Espíritu Santo, 1976; E. Schweizer, El Espíritu Santo, 1984; K. H.
Schelkle, Teología del Nuevo Testamento, 1977, t(t).t(t). tomo(s) II, pp.pp.
página(s) 339–360.