Autoconocimiento y Autoestima
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Autoconocimiento y Autoestima
L ibe rtad y O rd e n
L ibe rtad y O rd e n
ISBN: 978-958-753-230-2
Derechos reservados. Material impreso de distribución gratuita con fines didácticos y culturales. Queda
estrictamente prohibida su reproducción total o parcial con ánimo de lucro, por cualquier sistema o
método electrónico sin la autorización expresa para ello.
L ibe rtad y O rd e n
Contenido
Presentación 9
Dramaturgia de la disolución 11
Los difusos finales de las cosas 29
Desaparecido 87
La Sierra Nevada de Eliseo Reclus 133
La ira de Kinski 175
Noche oscura Lugar tranquilo 233
Presentación
Por Mariana Garcés Córdoba
Ministra de Cultura
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Dramaturgia de la disolución
Prólogo
Víctor Viviescas
Universidad Nacional de Colombia
Este libro, al que este prólogo sirve de preámbulo, recoge cinco obras escritas
por Carlos Enrique Lozano a lo largo de los últimos diez años. Empieza con Los
difusos finales de las cosas, en el momento de su escritura Premio Nacional de
Dramaturgia de las Alianzas Francesas de Colombia en 2006, y termina con
Noche oscura Lugar tranquilo, Premio Nacional de Dramaturgia del Ministerio
de Cultura de Colombia en 2015, que crea la ocasión para la publicación de
esta antología. Entre una y otra se ubican también Desaparecido (2007), La
Sierra Nevada de Eliseo Reclus (2008), escrita con una beca de Iberescena y La
ira de Kinski (nosotros los blancos) (2010). Este grupo significativo de obras no
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constituye la obra completa del autor. Antes de este volumen, hubo ya otro que
recogía su obra primera, Teatro escogido 2001-2005, compuesto también por
cinco piezas y editado por la Universidad del Valle en 2008, para el cual tuve
el placer de escribir el prólogo Tensión corrosiva del material y del fragmento
en la escritura dramática de Enrique Lozano. Hay también otras piezas de su
creación en otras publicaciones tanto colectivas como individuales. Menciono
todo esto para mejor dar cuenta a quien lea este libro que estamos frente a
la obra ya madura de un autor dramático con una producción consagrada.
Desde mi lectura, esta consagración no es tanto una celebración o un triunfo,
sino meramente la constatación de que Enrique Lozano es un escritor que
consolida una poética de la escritura teatral, que consolida su propia poética.
Experimenta también con ‒aunque aquí cabría más la idea de que se aproxima
mediante sucesivos abordajes a‒ la constitución de un mundo muy singular,
lo que podríamos llamar su mundo poético, sin que el posesivo aquí restrinja
la pluralidad de mundos o la diversidad de universos que se configuran en
su escritura. Para reconocer y enumerar los aspectos más relevantes de esta
experimentación formal y de esta constitución de un mundo poético propio,
yo quiero proponer la metáfora de la disolución, y esto en un doble sentido: la
disolución –y reconfiguración‒ de formas de la obra dramática de la tradición
occidental, en el aspecto del hacer de la escritura, y la disolución como clave
interpretativa del (de los) mundo (mundos) que crean sus obras dramáticas, en
el aspecto del sentido inducido por los mundos inventados.
En los críticos que analizan la crisis del drama, esta invasión de procedimientos
épicos en la matriz de la obra dramática está inventariada. Autores como Peter
Szondi la llamaron epicización del drama. En la escritura de Enrique Lozano, esta
epicización del drama, esta recurrencia a procedimientos narrativos o épicos, se
da de diversas formas en cada una de las cinco piezas que analizamos, aunque
en todas ellas está presente. Si bien se da de manera más radical y definitiva
en La Sierra Nevada de Eliseo Reclus, la obra de la que nos ocuparemos ahora.
Eliseo Reclus fue un geógrafo y utopista social y político francés que emprendió
un viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta, entre 1855 y 1857, que nunca
completó, con el propósito de implementar un proyecto agrícola y de fundar
allí una nueva sociedad utópica de un socialismo avanzado, en la que pudiera
iniciarse un nuevo modo de convivencia, gracias a la pureza innata de los
nativos pobladores del continente. Solo que este geógrafo y utopista fracasa
en su intento. Del fracaso de esta aventura no queda más que el libro de viajes
que consigna las memorias de este Jacques Élisée Reclus, figura histórica,
llamado Viaje a La Sierra Nevada de Santa Marta, publicado por primera vez
en francés en 1861, en el que el geógrafo narra el recorrido por las ciudades y
la Costa Norte colombiana, de Panamá a Santa Marta, pasando por Cartagena,
Barranquilla e incluso Riohacha, desvío o avanzada necesaria para poder atacar
la Sierra por su lado más benigno. Intento en el que, como ya dijimos, fracasa.
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La obra de Lozano es la versión de esta memoria de viaje hecha viaje interior. La
narrativización del drama es radical en esta pieza. Ninguna marca o asignación
de locutor para toda la –abundante– sustancia verbal del relato. Puesto que este
es un relato. Relato de viaje que conserva incluso la organización de un diario
de viaje, como se puede verificar en los intertítulos de los distintos fragmentos
en los que se divide el texto y que, lo podemos comprobar, corresponden a
las diferentes etapas del viaje: A bordo de “El narciso”, Cartagena de Indias,
Zamba Simonguama, etc., hasta completar los diez fragmentos en que se
divide el texto, que son sendas estaciones de este viaje que resume así el
personaje histórico en el prólogo de su libro y que retoma luego el dramaturgo
en este relato del viaje:
Esta malaventura, mal resultado del viaje, es el fracaso del colonizador. Pero es
también la ocasión para el viaje interior. En el texto de Lozano, este viaje interior
se da como especie de monólogo interior permanente. Allí, la voz narradora
interpela en segunda persona a Eliseo Reclus. Sin embargo, no sabemos quién
emite esa voz, ni cuál es la disposición en el espacio dramático de las figuras del
drama. De hecho, no sabemos tampoco cuáles y quiénes serían estas figuras,
si se quisiera representar este recuento íntimo, por lo privado y coloquial de la
interpelación textual. Única marca tipográfica reconocible para hablar de una
diferencia que muestre un intento de pluralidad de voces, unos cuantos textos,
como el último que citamos de Reclus, a veces solo frases muy cortas. Estos
textos, que sin duda provienen como cita textual del libro de viajes del francés
18
que ya hemos citado, diferenciados por estar escritos en mayúscula sostenida,
abandonan la segunda persona y asumen el testimonio de la primera persona.
En este cambio de régimen, los textos en mayúsculas provocan un pliegue en
la textualidad y suscitan la posibilidad de un desdoblamiento, de la aparición
de una segunda instancia, de una posible interacción –¿dramática?– entre dos
figuras. Solo que también esta segunda voz –figura– es Eliseo Reclus en su
fracaso –leído ahora como delirio–.
Es este, otra vez, ser arrojado del sujeto, lo que expresa eso que llamaba antes la
conciencia de una crisis de la cultura. Esta crisis, creo yo, es fundamentalmente
existencial. No hay en este universo signado por la disolución –del sentido, de
la acción, del lazo social, del imperativo ético– dónde anclar la voluntad de la
acción. Bien porque esta deviene en irrisión, como acontece con las figuras
míticas de Kinski y del primero de los indígenas muerto, ellos mismos más
fantasma que fuerza mítica, bien porque esta está ofuscada por la herida y
el trauma que no la dejan aflorar, como querría, tal vez, la pareja de la última
de las obras analizada, bien porque el personaje esté afectado de una suerte
de abulia, como la que sus compañeros intuyen o descubren en Ella, la joven
mujer que convoca a los demás personajes de Los difusos finales de las cosas.
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Irrisión, abulia, incluso ofuscación, como la que sufre Pedro, figura central de
Desaparecido, cuya razón se oscurece al no poder convocar a sus compañeros y
camaradas de antaño para que le ayuden desde el ahora presente a desentrañar,
desenredar, corregir el pasado. Afectación de la voluntad que se expresa en
imposibilidad de la utopía, como verifica Eliseo Reclus con desfallecimiento
cuando es presa de la fiebre que le quema el cuerpo.
Víctor Viviescas
Profesor asociado
Universidad Nacional de Colombia
27
Los difusos finales
de las cosas
Carlos Enrique Lozano Guerrero
30
Los difusos finales de las cosas
Para Ariel, Eliza y John esta muestra de agradecimiento por cinco años de
trabajo y amistad.
Elenco 31
Emma Mirthala Cantú
Liliana Cruz
Jesús Villaseñor Brenner
Gilberto Loredo
Santiago Martínez
Daael Álvarez
Personajes
Ella
Él
La madre de Ella
El otro
Hombre mayor
La voz de un predicador
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Hombre mayor: Es decir, claro que sale, claro que hace las compras
necesarias, claro que habla con sus amigas, claro
Los difusos finales de las cosas
Hombre mayor: Esto le permite caminar sin prisa, comer con hambre,
tejer sin objetivo, hablar con ella con total franqueza.
33
El otro: Ella come galletas. Una tras otra. Ella come galletas
mientras escucha hablar a su madre.
Hombre mayor: Ella no sabe qué hacer. Ella mira el reloj, quiere
marcharse, pero todavía tiene tiempo. A ella le
incomoda lo que ha dicho su madre, pero su
incomodidad es difícil de situar, es difícil de entender.
Carlos Enrique Lozano Guerrero
La madre de ella: Pues claro que tenía que ser lo mismo, no podía
ser de otra manera. Lo que sucedió ese día, todo
lo que ocurrió, toda la cadena de sucesos que
me acontecieron, ocurrieron para ubicarme en un
lugar ignoto, anónimo, en el cual pudiera aceptar
el evento de anticipar tu muerte. Después de eso,
tuve muchos problemas para volver, para llegar de
nuevo al hecho irrefutable de estar aquí, de tener
calor y de estar sudando. Fue así. Quería contártelo.
38
Quería que lo supieras.
Ella: ¿Sí?
En el puente
Ella: Humanoides.
La madre de ella: Abajo, el agua del río pasa vez tras vez. Abajo, el
agua del río pasa.
Él: Pero todo tiene su revés. Todo puede ser visto como
su contrario. Todo puede ser descubierto antónimo.
Sos la mujer de mi vida la mujer que nació para estar
conmigo y yo el hombre que andás buscando desde
siempre. ¿Ves? Nada cambia. Parece absurdo, pero
debo decirte que no lo es que nada lo es o por lo
menos que nada de lo que vos considerás absurdo
lo es. Tu sentido del absurdo está realmente torcido
vuelto hacia otro lado. Lo absurdo es que no podás
ver lo vacía que es tu jaula lo inmenso que es el mundo
y lo diminuta que sos en un diseño tan grande. Solo
hay lugar en tu mundo para tu mundo solo hay lugar
en tu vida para tu vida solo hay lugar en tu jaula para
tu jaula porque vos no podés entender nada más
45
allá de tus fauces más allá de tu hocico más allá de
tu estúpida miopía y mi afán no es insultarte no es
hacerte sentir mal no es ni siquiera pretender que
hablo con vos pues sé que no estás sé que te fuiste
como siempre lo hacés sé que tu agenda te lleva a
cambiar de espacio para buscar un terreno sólido
algo que se parezca al lugar donde debés estar
donde querés estar donde tu idioma sea hablado por
todos y no seás un islote perdido en la vasta estela
del río. Algún lugar donde no seás como una letra
perdida en el embrujo incesante del agua que fluye.
Lo que pretendo al hablar ahora así de la manera
en que lo hago con estas metáforas irreflexivas
es hacerle entender al orden de las cosas que tu
aislamiento debe acabar que es posible que el amor
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Hombre mayor: El otro está acostumbrado a que sean más las cosas
que llegan a él que las cosas que salen de él.
Carlos Enrique Lozano Guerrero
51
La madre de ella: Suena el teléfono. La conversación cesa. Ninguno
de los dos hace el intento de contestar. El timbre
persiste.
Hombre mayor: El otro es una más de las tantas piezas que componen
su regulada existencia.
52
Accidente de él
Ella: El amor es una ficción que funciona para otros, que les
alivia vacíos… El amor es solo una idea, como tantas
otras, como la felicidad, como el destino o el azar.
56
Él: Podría encontrar mi destino en las manchas de este
escabel. Podría jugar a dibujar una retícula sobre la
banca y luego escribiría las coordenadas específicas
de cada mancha. Podría trazar un plano de mi vida
a partir de lo que encuentro o podría tirarme al río y
nadar hasta que me cansara. Luego saldría a la orilla
y construiría un pequeño refugio y blablablá. Sufro
de un crónico complejo de veleta. El viento me
empuja siempre en la dirección que debo ir. Lo que
busco es el lugar en donde el viento deja de soplar
y las cosas permanecen en su sitio por más de una
hora por más de un día por más de una semana.
Busco el país de las cosas fijas pero no sé si existe no
me angustia su existencia ni su inexistencia lo busco
porque no tengo nada mejor para hacer porque
Los difusos finales de las cosas
Ella: Siempre.
57
Hombre mayor: Lo hace sin saberlo, sin ser consciente. Habla sin
saber que su único tema posible es él.
58
Ella: Un camión de marca Chevrolet y de modelo 1960 cruza
sin disminuir su velocidad ni advertir su presencia.
Él: Óyeme…
62
Él: Óyeme…
63
El otro: Todos la observan.
Ella: Le divierte saber que el otro tendrá que cambiar sus planes,
que ella no es la única que tendrá que modificar su mapa.
65
Hombre mayor: Tiene dos preferencias: la música italiana de los años
sesentas y la música clásica; sin embargo, siempre
está actualizada, siempre sabe qué está sonando en
las emisoras. Ella no sabe cómo lo hace. Nunca la ha
visto sintonizar las estaciones de moda. Cuando la
escucha cantar alguna canción popular, se da cuenta
de lo poco que conoce a su madre.
La madre de ella: Pensé que era mi hija. No sé por qué ¿sabés? Fue una
intuición, de esas que de vez en cuando me atacan.
66
De esas que de vez en cuando me hacen creer cosas.
Que de vez en cuando me causan miedo. O alegría.
O los dos a la vez. Pensé que era ella porque estaba
recordándola. Pasé por el gabinete del comedor, ese
que está al lado del sofá, y vi la foto de su primera
comunión, la que tengo en ese marquito dorado.
Entonces recordé lo distante que era cuando estaba
chiquita ¿te acordás? Bueno, no es que ahora haya
mejorado mucho tampoco, pero la frialdad es algo
soportable en un adulto. Pero cuando era niña, su
insensibilidad era verdaderamente aterradora. Creo
que en su vida no la he visto llorar más de cinco veces.
A veces me da miedo. A veces me produce pánico,
un pánico terrible. Es como si hubiera parido un ser
monstruoso, lejano, inalcanzable. Supongo que tiene
Los difusos finales de las cosas
La madre de ella: Hola, nena, sabía que eras tú. Sabía que me ibas a
llamar justo en este momento, justo ahora. Bueno, lo
cierto es que pensé que ibas a llamar antes, pensé
que eras tú la primera vez que sonó el teléfono. Lo
que pasó fue muy divertido te lo aseguro, es que
69
iba pensando en ti y en ese momento timbró el
aparato. Se me cruzó el pensamiento con ese sonido
y contesté convencida creyendo que escucharía tu
voz al otro lado de la línea. No eras tú. La cosa es
que cuando colgué, bueno en realidad fue antes de
colgar, me encontré una hoja seca de rosa, un pétalo,
quiero decir, y me puse a pensar de nuevo en ti. No
sé por qué. De hecho, no sé por qué estaba aquí
esa hoja, tú sabes que yo solo tengo matas que no
florecen. No me gusta que las plantas cambien, que
de repente les salga un apéndice de colores vivos,
que se transformen en otra cosa. A mí me gusta que
las matas sean verdes y se mantengan verdes. Eso es
lo que me gusta de ellas, su obstinación en el color
verde. Sí sabes eso, ¿no?
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Hombre mayor: Ella solloza sin saber por qué mientras narra cómo él
es sacado de la sala de rayos equis, por el operador
de la cámara, en una camilla.
Hombre mayor: Porque está claro que hay algo oculto, que lo
importante no es la lesión de su hueso. Lo importante
es aquello que se produjo en el hecho concreto de
haber sido arrollado en ese momento, en ese lugar
y con las consecuencias que de ese encuentro se
desprendan; lo importante es la existencia material
Carlos Enrique Lozano Guerrero
73
Hombre mayor: Él no se sorprende, él en este momento está más
allá de cualquier emoción; él, de alguna manera,
cree que el hecho de verla aparecer en ese instante
es algo lógico, es producto del llamado de su
pensamiento.
Ella: Para él, ahora, eso tiene todo el sentido del mundo.
Varios
Hombre mayor: Ella aprovecha la pausa dramática del otro para insertar
un ligero ataque de tos.
Sídney, 2006
Los difusos finales de las cosas
85
Desaparecido
Carlos Enrique Lozano Guerrero
88
Desaparecido
Desaparecido
Elenco
Luis Ariel Martínez
María Elizabeth Sánchez
Paola Tascón
Luz Ángela Osorno
Andrés Reina
John Álex Castillo
Elenco
Carlos Arango
Luis Fernando Zapata
Ana María Vallejo
Berta Nelly Arboleda
Valeria Wills
Cristian Zapata
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Lili: ¿Qué?
Pedro: La vida… tu vida… Quiero decir… tu vida, ¿ha salido bien?
Lili: Sí, bien, claro, bien, muy bien, ¡qué pregunta! Tengo la
mejor vida de todas, no hay una vida mejor.
Pedro: Me alegra.
Lili: Soy libre. Como la canción, ¿sabe? (Sin cantar). “Libre, como
el sol cuando amanece yo soy libre, como el mar, como
el…”. (Pausa. Sonríe como disculpándose por desconocer la
letra). “…Y puede al fin volar”. Como yo, vuelo, viajo mucho.
¡Por Dios, no se imagina cómo viajo! Ahora estoy aquí, más
tarde estaré al otro lado de la isla, luego me iré a fiestear
a otra parte, mañana desayunaré quién sabe en dónde…
Mi vida es un motín contra la tiranía de la mayoría, ¿está
impresionado?
Pedro: Pues…
Lili: (Interrumpiendo). Por la expresión, quiero decir, “tiranía de
92
la mayoría”, es algo político, ¿sabe? Sé muchas cosas, como
le digo, sé cosas que la gente de esta isla no sabe. Casi
siempre me las guardo, pero… usted me gusta. Con su pelo
blanco ondeando en el viento y su… ¿Sabe qué?
Pedro: No.
Lili: Creo que usted está orgulloso de su edad. Es maravilloso
no avergonzarse de su edad, me parece genial, yo voy a ser
como usted cuando sea mayor. Siempre he tenido carácter,
siempre he tenido una personalidad fuerte.
Pedro: Es cierto.
Lili: ¿Cómo dice?
Pedro: Digo que sí, que es cierto lo que dices.
Lili: Pero, ¿qué quiere decir?
Pedro: Eso, que siempre has tenido mucho carácter.
Lili: ¿Cómo lo sabe?
Desaparecido
Pedro: Lili…
Lili: (Interrumpiendo). ¿Cómo sabe mi nombre?
Pedro: Pues…
Lili: (Interrumpiendo). Un momento, ¿nos conocemos?
Pedro: No personalmente, pero necesito hablar contigo.
Lili: Lo siento, tengo que irme.
Pedro: Espera.
Lili: No puedo.
Pedro: Lili, tengo algo que decirte…
Lili: No puedo, mamá estará preocupada. Tengo que llegar
pronto.
Pedro: Espérate, por favor, aunque sea cuéntame otra cosa…
explícame otra fobia.
Lili: No sé más fobias, no conozco más fobias, todo fue una
mentira, tengo que irme, adiós.
Pedro: Espera, Lili… ¡Vine a hablar contigo!
93
Pedro: Ya.
Luis: Me gusta su acento, ¿de dónde es?
Pedro: Es un acento de hace mucho.
Luis: ¿No quiere decir de dónde es?
Pedro: No.
Luis: Yo lo sé, no se preocupe.
Pedro: Bueno entonces no me preocupo.
Luis: Es francés.
Pedro: ¿Cómo lo sabes?
Luis: Por su pelo blanco largo.
Pedro: ¿Así son los franceses?
Luis: Sí.
Pedro: ¿Y tú cómo lo sabes?
Luis: Porque tengo muchos amigos extranjeros. Franceses, italianos,
holandeses, alemanes, gringos…
Pedro: Qué bien, ¿de tu edad?
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Luis: ¿Qué?
Pedro: ¿Amigos de tu edad?
Luis: No, de la suya.
Pedro: Muy bien, ¿y todos te dan cigarrillos?
Luis: Solo los que fuman.
Pedro: Claro, ¿y los otros qué te dan?
Luis: Lo que les pido.
Pedro: ¿Y tú qué les das a ellos?
Luis: Lo que me piden.
Pedro: Por supuesto. Puedes tutearme si quieres.
Luis: ¿Te gusto?
Pedro: Por supuesto, eres un niño muy…
Luis: (Interrumpiendo). Niño no.
Pedro: ¿Cuántos años tienes?
Luis: Más de los que crees, dieciocho.
Desaparecido
(Pedro ríe).
(Pedro ríe).
Pedro: ¿Julia? Muy bien pues aquí estoy, habla con Pedro. / No
tiene nada qué agradecerme, no es por hacerle un favor que
cumplo con nuestra cita. / Sí, estoy listo, ¿está grabando?
Revise si está encendida la grabadora. / Bueno pues entonces
cuando quiera. / Vine a la isla a promocionar mi libro. / Sí,
se titula: ‘Tempestades’. / Pues mire, así sucintamente, el
libro es un recuento de mis experiencias en la guerrilla. / Por
supuesto. / Sí, ciertas experiencias nada más, Julia, ¿cómo
Desaparecido
decir… Mejor dicho, Julia, una crítica puede ser que el libro
es sensacionalista y que los episodios narrados están hechos
a la medida de un público internacional, ávido de consumir
información sobre la barbarie de esta isla – / Sí, como usted
dice. / Pero esa reflexión es una manera de evitar otra
reflexión más pertinente y dolorosa para la gente de aquí: lo
que se narra en este libro sucedió, hace parte de la historia
reciente de esta isla, y da cuenta de unos hechos políticos
y sociales cuyas implicaciones están todavía en desarrollo;
ahora, ¿por qué tenemos tanta dificultad para decir las cosas
como son? / Pero si usted y yo sabemos cómo son, Julia. /
No, yo no hago ninguna acusación en el libro que no pueda
sostener. / ¡Por favor! ¿Cómo que tiro la piedra y escondo
la mano? ¿Es que no se da cuenta que estoy hablando con
usted? Mire, Julia, usted es la persona más escuchada en la
radio de este país y es por eso que hablo con usted, para
106
que la gente oiga lo que tengo qué decir. / Porque yo no
temo que la gente se entere de lo que tengo para decir. /
Si va a insultarme esto acaba aquí. / Pero bueno, ¿qué clase
de pregunta es esa? Pues claro que no la voy a responder
por sus implicaciones legales. Yo me pregunto, ¿si fuera un
exmilitar también le haría la pregunta como me la acaba de
hacer? También le diría, ¿a cuántos inocentes asesinó en su
carrera militar? / ¿Ah, sí? Bueno, pues entonces usted es
más imbécil de lo que pensaba y esto se acaba aquí.
Julia: Te entiendo.
Lili: Yo no quería irme, Julia… Es que me dio… No quería que él
me viera llorar y sabía que me iba a poner mal.
Julia: ¿Y él no intentó retenerte?
Lili: Sí, sí, él me agarró de un brazo. Y comenzó a hablar fuerte,
a decir que no me fuera, que él había regresado para hablar
conmigo, me tenía agarrada del brazo, bien fuerte, yo pensé
que no podría zafarme, pero…
Lili: Lili.
Julia: ¿Y qué le dijo?
Lucía: ¿Está haciendo alguna investigación sobre él?
Julia: Sí.
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Julia: ¿Quién?
Lucía: Allá, casi no se ve, parado debajo de ese árbol grande…
Lili: (Interrumpiendo). Samán, el árbol es un samán.
Lucía: Sí, debajo del samán está mi compañero. Fabio, ¿lo ven?
Julia: ¿Compañero… pareja?
Lucía: Sí, esta semana nos tocó juntos.
114
Julia: Pero entonces no son pareja, es decir, no son…
Lucía: (Interrumpiendo). ¿Novios? No, es mi pareja de patrullaje
esta semana.
Lili: (Dirigiéndose a Lucía). ¿Son policías?
Lucía: No, pero cuidamos el parque. Hay mucho depravado por
aquí.
Julia: ¿Y quién los contrata?
Lucía: ¿Qué?
Julia: Para cuidar el parque, Lucía, ¿quién les paga?
Lucía: Nadie, nosotros somos vecinos del sector.
Julia: Ya, ¿y el arma? ¿Quién se la da?
Lucía: ¿Cuál?
Julia: La que lleva ahí debajo, ¿es suya?
Lucía: ¿Esto? (Presiona la blusa contra su estómago de tal forma
que se forra la silueta de un arma). No, esto es un traste viejo
Desaparecido
Lili: Lili.
Lucía: Sí, a Lili, seguro quería torturarla, violarla.
Lili: No creo.
Lucía: Eres muy joven, yo sé cómo te miraba.
Julia: ¿Y su compañero habló con Pedro?
Lucía: Al tipo le gustan muchachos y muchachas por igual,
antes estaba tratando de seducir a un chico, yo lo estaba
115
observando.
Lili: El chico se le ofreció por tres pesos, yo lo conozco.
Julia: No me contestó, Lucía, ¿su compañero habló con él?
Lucía: (Respondiendo a Lili). Sí, el chico es amigo tuyo, los he visto
juntos. Pobrecito. ¿Quién sabe qué le querría hacer ese
vicioso?
Julia: ¿No va a contestar?
Lili: (Respondiendo a Lucía). Nada. Fue Luis el que se le ofreció.
Ese es su trabajo. Él no tiene plata y no quiere hacer otra
cosa.
Julia: No, no va a contestar.
Lucía: (Respondiendo a Lili). ¿Y tú? ¿Ese también es tu trabajo?
Lili: No, el mío no. Yo estoy en el colegio. Ese es el trabajo de
Luis. Consígale trabajo si le preocupa tanto su futuro.
Lucía: Pues sí, voy a ofrecerle trabajo, ya ves.
Carlos Enrique Lozano Guerrero
117
Pedro: ¿Aló? / ¿Sabes con quién? / Hombre, ¿no me reconoces?
/ Quince años no son nada, Fabito. / Sí. Exactamente, soy
Pedro, ¿me vas a decir que no esperabas mi llamada? / Pero
a quién quieres engañar, me has visto en los periódicos,
sabías que te iba a llamar, sino no me habrías hecho llegar
tu número. / Sí, me llegó y ya ves, te estoy llamando. / A
despedirme, Fabio, te llamo a despedirme. Mañana regreso
donde mi mujer. / Sí, tengo mujer. / No, no tengo hijos. /
Sí, es de allá. / Bueno, ¿qué te digo? Unos días mal otros
días bien, ya sabes cómo es eso, ¿y tú qué haces, a qué te
dedicas? / A esto y lo otro, claro, ¿qué más se va a hacer en
esta isla? / Sí y… / Tienes razón, disculpa, entonces llamo
a saludarte, y a despedirme al tiempo, Fabio, no ha sido
muy larga la visita. A lo mejor otra vez con más calma… /
Sí, quién quita. / Sí hablé con ella, o, mejor dicho, le hablé
Carlos Enrique Lozano Guerrero
(Lucía sale despacio, tanto las mujeres como los hombres la siguen con la
mirada mientras sale. Todos quedan mirando en silencio en esa dirección.
Pasado un rato:)
(Julia y Lili salen en la dirección opuesta a la que salió Lucía. Pedro y Fabio
se sientan en la banca).
sin nada.
Pedro: Si eso te hace sentir mejor… pero te digo que yo sí tengo
esposa y hogar.
Fabio: Allá.
Pedro: Sí, allá.
Fabio: Pero tú estás acá.
Pedro: Hoy, pero mañana estaré de regreso donde mi esposa, a mi
hogar.
Fabio: Eso dices.
Pedro: Sí.
Fabio: Siempre has estado seguro de los pasos que has dado.
Pedro: Me gusta pensar antes de actuar, así que por lo general no
me arrepiento.
Fabio: Igual que actuaste con Magda.
Pedro: No, está bien no siempre… pero… No me quiero lamentar
tampoco.
123
Fabio: Pero deberías.
Pedro: ¿Qué?
Fabio: Lamentarte. Perdiste el amor de tu vida por cobarde. Te
traicionó Magda con Rendón y no fuiste capaz de superarlo,
dejaste que algo tan doméstico se metiera en el camino
de tus convicciones y perdiste a una hija adoptiva –que
seguramente te hubiera amado como a su propio padre– y,
quizás más importante, perdiste tu lucha, perdiste tu patria,
perdiste tu…
Pedro: (Interrumpiendo). ¿No te da la impresión que ‘patria’ es una
palabra irremediablemente infantil? El concepto de patria es
algo que uno debe superar con la adolescencia.
Fabio: Tú lo superaste.
Pedro: No con la adolescencia, pero sí, hoy en día me siento a salvo
de la ‘tentación’ de la patria.
Carlos Enrique Lozano Guerrero
(Silencio largo).
(Silencio largo).
(Fabio llama a Lucía con un gesto de la mano y luego le hace una seña
indicando el reloj, como advirtiéndole que es hora de irse. Pasado un
rato, ella llega y sin decir palabra, Fabio y Lucía comienzan a abandonar el
lugar, pero justo antes de que salgan:)
(Fabio y Lucía salen. Pedro se acuesta sobre la banca, boca arriba, como si
se dispusiera a dormir allí. Cierra los ojos. Cuando parece que este fuera
el final, aparece Luis).
(Pedro los cierra. Pausa. Luis, con un movimiento rápido, le saca la billetera
del pantalón, lo empuja, Pedro cae, y Luis sale corriendo. Pedro se va a
parar rápidamente para perseguirlo, pero inmediatamente se da cuenta
que es inútil, ya Luis va muy lejos. Se limpia la ropa un poco y se acuesta
en la banca boca arriba. Cierra los ojos).
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La Sierra Nevada
de Eliseo Reclus
Carlos Enrique Lozano Guerrero
134
La Sierra Nevada de Eliseo Reclus
Elenco
Luis Ariel Martínez
John Alex Castillo
Wendy Betancourt
Jaime Andrés Castaño Valencia
135
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Quizá sí, pero la pregunta es, Eliseo, ¿vas acaso hacia un continente
virgen? Y otra pregunta es, ¿cambiarás de opinión dentro de dos años,
cuando todo se desmorone y estés al borde de la muerte?, ¿habrá algo
en la amargura de los acontecimientos que te haga pensar de nuevo la
noción de que PARA UN ESTADO SOCIAL NUEVO ES NECESARIO UN
CONTINENTE VIRGEN?, ¿o estarás aún más convencido de aquello y
seguirás el curso que te ha llevado en tu juventud a irte a lugares cada
vez menos desarrollados y quizá por eso más vírgenes? Porque después
de tu exilio voluntario en Londres, después de haber abandonado tu
Francia natal, decidiste también partir hacia Irlanda, confín de Europa,
rincón nebuloso de la cultura occidental, y de allí a Luisiana, para ser
testigo de excepción de la barbarie esclavista, del imperio del capital que
todo lo infiltra, y de allí, finalmente, tras una escala fugaz en Panamá,
en la inmundicia de Aspinwall-Colón y sus pantanos putrefactos, hacia la
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Y ahora abrís los ojos y ¿qué ves? Abrís los ojos, Reclus, ¿y qué ves? Ves al
fondo la vegetación baja y confusa de una de las tantas y pintorescas islas
del Archipiélago de las Mulatas –como si a la superficie del mar le hubiese
salido un hongo verde y desigual– y más acá, ya en la cubierta de “El
narciso”, ves al grumete perezoso, contraído en una posición inverosímil,
durmiendo sin sobresaltos; saltándolo, yendo y viniendo ágilmente, el
marinero se ocupa de hacer navegar aquella embarcación, aquella morralla
marina; atrás, el capitán ocupa su lugar, con un ojo fijo en el agua, en la
proa, en las velas, y el otro fijo en vos, investigándote con saña, cosa
que te parece más pintoresca que peligrosa; y por encima de todos, más
138
allá del encono y la desidia, ves al propietario del barco, quien responde
indiferentemente a los nombres de Don Jorge, Juan o Juan Jacobo, UN
NEGRO HERCÚLEO DE FISONOMÍA LLENA Y PLACENTERA, DE UNA
DULZURA INEFABLE; FLOTA DE OLA EN OLA, DE TIERRA EN TIERRA
COMO UN ALCIÓN, HABLA IGUALMENTE MAL TODOS LOS PATUÁS
DE LOS PUEBLOS ESTABLECIDOS ALREDEDOR DEL MAR CARIBE, y
entonces cerrás los ojos de nuevo y quisieras ya, sin más demoras, estar
entrando en la Ciudad Amurallada, con tu mirada azul y tu barba juvenil.
La Sierra Nevada de Eliseo Reclus
Cartagena de Indias
Vos sos Eliseo Reclus y tenés 25 años y vas parado sobre la cubierta de
“El narciso” cuando dobla la punta oriental de Tierra Bomba, sobre la cual
se hallan las cabañas de Loro, habitadas únicamente por leprosos, y mirás
el paisaje con avidez y tratás de engullirlo todo con la mirada y desde
ya establecés conjeturas, imaginás paralelos, pensás cómo describir esta
exuberancia tropical a tu querido hermano Elías, buscás cómo explicar
la emoción que te agita. Llevás dos semanas de navegación desde que
saliste del puerto panameño y ahora aparece allí Cartagena de Indias,
magníficamente sentada en las islas, que por un lado miran a alta mar y
por el otro al conjunto de las lagunas interiores que forman el puerto, y
tu sonrisa encara al continente y ya te ves como una pieza importante de
esa comunidad de hombres que habitan estas costas, y parpadeás, pasás
saliva y observás atento dos grandes iglesias cuyas naves y campanarios
son mucho más elevados que el resto de la ciudad, y se miran una a otra,
139
como dos leones echados, y la larga línea de murallas se extiende, hasta
perderse de vista, alrededor del puerto y sobre las riberas del mar.
Zamba Simonguama
fisonomías, recelás la noche que tendrás que pasar con ellos, los mirás
con tanta intensidad que por un momento pensás que despertarán ante la
insistencia de tu mirada. El patrón del bongo es un viejo negro DE CARA
ARRUGADA, OJOS PEQUEÑOS E IRÓNICOS, BOCA CONTRAÍDA POR
UNA FALSA SONRISA; DURANTE TODA LA MAÑANA NO HA DEJADO
DE MIRARME CON AIRE TRIUNFANTE COMO UN AVE DE PRESA QUE
TIENE ENTRE SUS GARRAS UN ABADEJO. Te preguntás el porqué
de su mirada, quisieras tener certeza sobre el grado de peligrosidad
de los tripulantes del bongo. El mayor de los remeros TIENE EL CUTIS
DE COLOR AZUL GRIS, INDICANTE DE UNA MEZCLA CONFUSA DE
DIVERSAS RAZAS; SU FRENTE Y SUS MEJILLAS ESTÁN MARCADAS CON
GRANDES CICATRICES GUARNECIDAS DE BLANCO, PRODUCIDAS,
SIN DUDA, POR MACHETAZOS RECIBIDOS EN ALGUNAS RIÑAS. Te
horroriza pensar en la manera cómo el acero entra en la carne dividiéndola
sin esfuerzo, haciendo brotar desordenadamente la sangre. Cerrás los
ojos, Reclus, respirás hondo y mirás al tercer hombre, un INDIO JOVEN
144
DE TALLA PEQUEÑA Y RECHONCHA, DE PIERNAS MUSCULOSAS, DE
COLOR ROJO, DE CARA MOFLETUDA; PARECE MENOS TEMIBLE QUE
LOS OTROS, PUES AÚN EN LA MIRADA TIENE CIERTA EXPRESIÓN DE
DULZURA. Y entonces fraguás tu estrategia: lo volverás amigo tuyo. La
lucha de uno contra tres es desigual e injusta, pero dos contra dos es otra
cosa, dos contra dos podrías aceptar. Entonces te ponés de pie, te sentás
a su lado y lo despertás con un par de palmaditas amistosas en el hombro.
Él abre los ojos, ligeramente aturdido, busca el sol para saber qué hora es
y, antes de que podás dirigirle la palabra, despierta a sus acompañantes y
todos –incluyéndote por supuesto– van a subirse al bongo.
El camino a Gaira
No sabés cómo ni dónde has llegado, pero permanecés más de una hora
tendido en una estera, aturdido, tonto, viendo danzar objetos de formas
149
extravagantes delante de vos pero sentís, como en un sueño, que una
mano femenil te acaricia con dulzura. Cuando volvés de tu aturdimiento,
una muchacha indígena está delante de vos y te presenta un cuenco lleno
de una bebida fortificante.
QUÉ JOVEN MÁS BELLA; SUS NEGROS OJOS BRILLAN CON TIERNA
PIEDAD; SU ENCENDIDO ROSTRO, RODEADO DE LARGOS CABELLOS
FLOTANTES, ME PARECE QUE ESTÁ RESPLANDECIENTE DE LUZ;
CREO QUE TENGO DELANTE UN GENIO BIENHECHOR; y hasta pensás
si no harías bien en terminar tu aventura y construir una cabaña aquí, a
orillas del riachuelo de Gaira. ¿DEBE RECORRERSE EL MUNDO COMO
UN INSENSATO, CUANDO PUEDE ENCONTRARSE LA DICHA EN UNA
CHOZA DE RAMAS, A LA SOMBRA DE UNA PALMERA?
150
La Sierra Nevada de Eliseo Reclus
Vos, Eliseo Reclus, todavía tenés 25 años cuando pisás Santa Marta por
primera vez, ¿y sabés qué? Pensás que has llegado al paraíso. De verdad,
Reclus, pensás que has llegado a una especie de jardín del edén. Allí surge
el primer inconveniente serio en tus planes de fundar una colonia agrícola,
ahí aparece el primer contratiempo en la prisa que llevás por subir a la
Sierra (para armar una comunidad modelo de producción, de cohabitación
y de gobierno). Este primer contratiempo se debe a la voluptuosidad del
trópico, al deleite de la naturaleza tropical. Llegás e inmediatamente el
afán por construir algo tuyo, algo significativo, algo que sea tu primer
proyecto de vida, algo que contribuya a llevar el mundo más cerca de
la hermandad universal de hombres libres que anhelás, se comienza a
erosionar por la dulzura y la facilidad de la vida entre los samarios, por la
bondad de los amaneceres bajo el sol del Caribe, rociados de una brisa de
aromas frutales, por el placer decisivo de aquello que llamás el far niente,
151
el hacer nada, el ocio ni siquiera contemplativo, el dejar que la vida siga
su marcha sobre nuestro ser sin oponer resistencia.
¿Por qué esta aparente digresión del relato? Nuestra, quiero decir. No del
traductor sino nuestra. ¿Por qué es importante, Eliseo, incluir esta nota
sobre la pereza? Por lo siguiente: vos has venido a la Nueva Granada con
un propósito claro, y tus convicciones de vida, que en tu cotidianidad se
La Sierra Nevada de Eliseo Reclus
traducen en reglas claras obedecidas con el mismo celo religioso con que
fuiste criado, sufren en Santa Marta su primer tropiezo. Vos, Reclus, has
venido convencido de la necesidad de formar un estado social nuevo y
pensás que esto solo será posible en un lugar descontaminado de prácticas
sociales corruptas, EN UN CONTINENTE VIRGEN. (Sí, Eliseo, aunque ya
deberías saber que este no es un continente virgen.) Esta colonia tuya
estará situada en un rincón remoto y habrá de ser, en tus ojos, una punta
de lanza para iniciativas similares en la región, el país y el mundo. Estás
al tanto de experiencias similares en Norte América y en otros lugares
de América del Sur, has leído los escritos de Fourier, el socialista utópico
francés, y, sobre todo, sentís en vos una llama inextinguible que desea,
a toda costa, quemar allí donde las ves a la inequidad, la injusticia y la
tiranía. Por eso dejaste la plantación de algodón donde trabajabas en
Luisiana, porque no soportabas ganar más dinero por menos trabajo que
los esclavos, ni podías ver el látigo que castigaba sus espaldas. Por eso no
te detuviste ni siquiera 24 horas en Cartagena y Barranquilla, por prisa de
153
llegar cuanto antes a planificar y poner en marcha tu proyecto. La prisa y
la energía de tus 25 años te consumen y venís como una locomotora de
progreso dispuesta a arrollar con cualquier escollo que surja a tu paso.
Llegás dispuesto a cambiarlo todo, pero tu aterrizaje aquí no cambia nada,
y en lugar de eso el entorno te comienza a cambiar a vos, y te quedás en
esta ciudad sin hacer mucho, disfrutando de sus alrededores más tiempo
del necesario.
lleva al futuro sino como algo que apunta al pasado, algo reminiscente de
la creación de monasterios en la Edad Media.
El italiano Giustoni
(Así pasan las horas, discutiendo sobre el futuro del mundo mientras la
brisa del Caribe, con su mano cálida, les acaricia los rostros.)
Así que esta mañana saliste de la casa –no fuiste inmediatamente donde el
italiano, pues sabés que se levanta tarde– bajaste a la playa, la costeaste
hasta la desembocadura del río Manzanares, lo atravesaste y allí encontraste
un obstáculo inusual, una pandilla de perros salvajes salió a tu encuentro.
Pronto estuviste rodeado por los canes, amenazantes, y cuando el primero
se lanzó hacia vos, con las fauces abiertas dispuestas a devorarte, Eliseo,
tuviste la buena fortuna de encontrar un madero en la arena y, tomándolo
con rapidez, le rompiste la quijada con un solo golpe seco.
Ahora hacés el camino de vuelta, Eliseo, bajás del fuerte, con cuidado –
las rocas pizarreñas de que se compone la colina son muy delicadas y al
pisarlas ceden ante tu peso–, al llegar a la desembocadura del Manzanares
buscás, en vano, la tropa de canes a la que te enfrentaste esta mañana; se
habrán ido a otro lugar, pensás, quizá a buscar comida, quizá a importunar
157
a alguien más. Marchás con paso firme, costeando la playa, vas decidido
a decirle a Giustoni que comprarás el huerto que te ha sido ofrecido. Será
para vos un proyecto piloto, allí podrás practicar el cultivo de diferentes
productos para luego hacerlo a mayor escala en la Sierra, lo importante es
aprender a sembrar de la mano de Giustoni, lo importante es comenzar sin
más dilaciones a cultivar, el italiano será tu mayordomo en esta aventura.
Sentís tu energía regresar, sentís que el letargo en el que te has sumergido
estos dos meses llega a su fin, el antiguo Eliseo está de vuelta, el Eliseo
emprendedor e impaciente, el Eliseo que no acepta una negativa y que se
bate hasta el fin de sus fuerzas para alcanzar lo que considera conveniente,
está de regreso. Silbás de pura alegría –silbás una tonada jubilosa que
escuchabas a veces de boca de los esclavos en la plantación– silbás y
apurás el paso pues querés levantar a Giustoni de una buena vez para
que te acompañe a evaluar el terreno. Su puerta –si es que a aquello se
le puede dar ese nombre– permanece siempre abierta así que franqueás
Carlos Enrique Lozano Guerrero
158
La Sierra Nevada de Eliseo Reclus
alega furioso con Chastaing. Llegó hace muy poco, hace apenas un mes
como ya he dicho, pero se ha sentido aquí en el círculo francés como en
casa y dada su personalidad es el que más fuerte habla, el que más bebe
y el que siempre está buscando camorra. A vos te parece un personaje
egoísta y charlatán QUE GUSTA REFERIR CON CIERTA COMPLACENCIA
SU VIDA DE LATROCINIO Y PIRATERÍA. INCLUSIVE SE VANAGLORIÓ
UN DÍA CON UNA SONRISA DE SATISFACCIÓN, DE HABER SIDO
MERCADER DE NEGROS Y DE HABER AYUDADO AL ASESINATO DE
LA TRIPULACIÓN DE UN CRUCERO INGLÉS. FACINEROSO ENGREÍDO
POR SUS PROEZAS, SE PARECE POR EL EGOÍSMO Y LA INCLINACIÓN
AL MAL A UN ROWDY AMERICANO; PERO CUANDO ESTÁ SOBRIO, SU
ESPÍRITU, SU INSTRUCCIÓN Y SUS MODALES SIRVEN DE PASAPORTE
A SUS VICIOS.
Pero vos, Reclus, ¿qué hacés vos allí? ¿Qué diría Elías –tu hermano a quien
querés hacer venir– si te viera allí entre aquellos infelices? Una cosa eran
tus amigos de Santa Marta, jóvenes deseosos de formarse, de aprender,
de comerciar, y otra cosa es este grupo de hombres arruinados que
rememoran la patria sin cesar, que repiten siempre las mismas historias,
que se engañan mutuamente exagerando líos de su pasado. ¿Qué hacés
vos allí, Eliseo? Ves a Chastaing vociferando, pasándose el antebrazo
derecho por la comisura de sus labios limpiando una baba casi seca, y
Carlos Enrique Lozano Guerrero
entonces cerrás los ojos como si te hubieras dormido. Cerrás los ojos y
entendés que estás perdiendo el tiempo, que no estás haciendo nada de
provecho, que la República Socialista Mundial no va a llegar sola y que vos
no estás siendo de ayuda, que ni siquiera estás siendo de provecho para
tus alumnos, pues son inconstantes y perezosos, que estos seis meses se
han pasado como un soplo que no has sentido, y entonces te da rabia. Te
enfurecés con vos mismo, por haberte dejado llevar por las circunstancias,
por no haber sido más enfático y consistente en tu deseo de colonizar la
sierra, y abrís los ojos dispuesto a despedirte y marcharte, pero, entonces,
los ves a todos como a través de un par de binoculares al revés, los ves
lejanos y pequeños, y entonces pensás en vos, en tu soberbia, ¿qué te
hace mejor que ellos? ¿Por qué sos tan duro en el juicio que les hacés? Así
que respirás profundo, cerrás los ojos de nuevo y te removés un poco en
el asiento, todavía faltan algunas horas para que acabe la velada.
162
La Sierra Nevada de Eliseo Reclus
La Sierra
Reclus, vos sabés quién sos: tenés 26 años, sos francés de nacimiento y
riohachero por elección, llevás más de un año viviendo aquí en la Nueva
Granada, has hecho amigos, llevás una vida relativamente cómoda,
relativamente sorprendente para lo que se esperaba de vos (un destino
quizá más central y menos periférico), no has olvidado tu proyecto en
la Sierra, pero la prisa que traías se ha moderado. Tu personalidad ha
ido incorporando rasgos de tu nueva patria, tus convicciones políticas
parecen intactas pero también han sufrido ligeras transformaciones, por
eso hasta ahora no habías hecho un intento serio por comenzar tu empresa
agrícola, por eso hasta ahora pasaste (o perdiste) diez meses de tu vida,
en Riohacha, dando clases a alumnos pánfilos, hablando gansadas todas
las noches en casa del ingeniero Rameau, paseando tu languidez por los
alrededores de la ciudad, escribiendo a tu hermano Elías y a tu cuñada
Noemí para que vengan a acompañarte en el Nuevo Mundo. Pero esa
163
vida inoficiosa no podía durar, Reclus, no podía durar mucho porque el
pastor protestante, que muy a tu pesar llevás dentro, te llamó a la acción
y al trabajo, te reclamó la indolencia, y entonces un día, sin más y con
las energías renovadas por el arrepentimiento, le informaste a Chastaing
de tu partida hacia la Sierra para colonizarla. El viejo ebanista estalló de
alegría, te pidió que le permitieras acompañarte, asociarse con vos.
Así que ahora estás en la Sierra, Reclus, al fin en la Sierra. Has llegado,
en un viaje de avanzada junto a Luisito, el hijo de Chastaing, al poblado
de San Antonio, en el valle de Caracasaca, has venido a seleccionar el
terreno que habrás de transformar con tus propias manos, a buscar el lote
que habrá de convertirse en polo de progreso para la región, en punta de
lanza para la República Socialista Mundial. Estás ya en la Sierra y aunque
has llegado indemne, no ha sido fácil subir, no ha sido nada fácil llegar
hasta aquí.
Así que te voy a contar, Reclus, el camino que recorriste: antes de partir,
tenías dos opciones, viajar con una caravana innumerable de mulas
para llevar las provisiones de un mes o llevar una sola bestia cargada de
mercaderías para cambiar por víveres con los indígenas. Por supuesto, la
opción fue la segunda. Te rehusaste, sin embargo, a llevar aguardiente,
una de las mercaderías más compradas por los Aruacos, pues vas en
un papel civilizador. Saliste con Luisito, dos perros y el pollino hacia la
164
montaña. Anduvieron primero por la playa, bajo los acantilados, haciendo
una especie de gimnasia fatigante pues subían hacia la pared cuando las
olas venían y luego bajaban hacia el mar cuando las olas descendían. Así
transcurrieron seis largas horas. Tu compañero se acabó la provisión de
agua que llevaban y comenzó a gemir penosamente. Con sus lamentos
enturbiando tu espíritu siguieron, medio desfallecientes, hasta llegar a la
ensenada de la Guásima, donde encontraron un cocotero con dos cocos,
su agua les devolvió el ánimo. De allí enfrentaron la laguna de Camarones.
Lo cruzaste tres veces, una con la mula descargada, otra solo para recoger
165
la carga, y la última de regreso con los pesados fardos con mercancías. A
cada paso blandías tu machete en el agua, temeroso de los animales que
acechaban. El Enea se abría en dos bocas de doscientos metros cada una
y en ambas debiste hacer lo mismo. Lo lograron así que, contentos y más
tranquilos, cruzaron algunos minutos después un pequeño lago donde
UNO DE NUESTROS DOS PERROS FUE REPENTINAMENTE ATRAPADO
POR UN COCODRILO, DIO UN DÉBIL GRITO, Y DESAPARECIÓ EN EL
AGUA CON SU RAPTOR. Luego, más arroyos, pantanos, lagunas y solo
por la noche arribaron a Dibulla, poblado habitado por leprosos. Pasaron
la noche en la Cabaña del Pantano, ubicada junto a una cala llamada el
“Rincón del mosquito”. De nuevo pasaste la noche en blanco. Al otro día,
temprano, salieron para atravesar un pantano que parecía interminable.
Al borde de las fuerzas lo lograron y subieron la ladera hasta el Rancho
del Volador. Siguieron de largo sin detenerse, pues querían evitar a
toda costa la tormenta diaria que se desata en la Sierra por las tardes.
Carlos Enrique Lozano Guerrero
166
La Sierra Nevada de Eliseo Reclus
Fiebre
Vos sos Eliseo Reclus, sí, pero, ¿acaso sos el mismo que llegó a la Nueva
Granada hace casi dos años? Estás próximo a cumplir los 27 y, aunque
no lo sepás todavía, no te queda mucho tiempo en este país. Llegaste
con un objetivo que ha fracasado de manera rotunda, tu colonia agrícola
se ha estrellado contra una naturaleza indómita, contra la estupidez de
Chastaing y contra una enfermedad tropical que te tiene al borde de la
muerte. Cuando pisaste esta costa colombiana, traías la seguridad de
poder construir aquí tu proyecto, te acompañaba la certeza de que este
rincón del mundo –su virginidad– no opondría resistencia al cambio que
portabas en tus brazos. Cuando llegaste, traías una idea preconcebida
de este lugar, no en particular sino en general, traías pensado que aquí
no había nada y que todo estaba por hacer, que no habría que perder
el tiempo derrumbando viejas estructuras y que tus músculos podrían
dedicarse directamente a la construcción de nuevos modelos sociales y
167
productivos. Pero, entonces, llegaste, ¿y qué viste? ¿Qué viste, Reclus?
Pero, Reclus, ese es justamente el punto, ¿es que no viste nada? ¿De fácil
colonización decís? Estás agonizante, muriendo lentamente a causa de
uno de tantos virus tropicales y la topografía escabrosa que no has podido
conquistar. ¿Te parece ahora una cantidad de “hectáreas de terrenos
favorables al cultivo y de fácil colonización”? El primitivismo general al
que te has visto enfrentado no es un terreno vacío sobre el cual construir
un modelo social nuevo, Eliseo, sino una armazón compleja que es preciso
desmontar antes de poder hacer otra cosa. Sos, Reclus, de un optimismo
desmesurado con respecto al futuro de la Nueva Granada, de un optimismo
que parece mentiroso. Tus elogios para esta tierra, para su gente, para el
porvenir sin igual que les esperan, contrastan vivamente con lo que has
vivido estos dos años, con la cadena de tropiezos y fracasos que te ha
ido enlazando, con lo que has sentido y visto. Y allí estamos de vuelta a
la pregunta, Eliseo, ¿qué fue lo que viste? ¿Solo viste hacia adentro? ¿Es
que no viste más que tu propio futuro brillante y lo confundiste con el
porvenir de este país? ¿Es que ha sido más importante tu viaje interior que
168
la travesía física realizada? ¿Es que tu fe irreductible en el progreso, en el
desarrollo, en la República Socialista Mundial, te impide tomar la realidad
por lo que es? ¿Es que tu confianza incondicional en el futuro te impide
juzgar correctamente el presente? ¿O es que la valoración acertada del
presente no disuade tu convicción de que el mañana llegará coronado por
la hermandad universal?
Sea lo que sea, Reclus, te voy a decir dónde estás ahora. Estás tendido
en el suelo de una choza en Dibulla, incendiado por una fiebre que
retrocede solo para regresar con mayor ímpetu; las comadres del lugar
apuestan sobre el día en que serás llevado al cementerio, mañana,
pasado mañana, la semana entrante, nadie cree que te salvarás de esta.
Vos tampoco lo tenés muy claro. Desvariás. Tu conciencia entra y sale
de tu cuerpo como preparándose para el tránsito hacia el más allá o
como alistándose para su desaparición definitiva. Pensás en tu hermano
La Sierra Nevada de Eliseo Reclus
no está del todo bien, Elías, pero mis quebrantos son nada
en comparación con el sufrimiento de los desposeídos del
mundo que aún son tantos, así que piensa en su bienestar
y no en el mío. Piensa en ellos y haz de la extinción de su
desdicha el faro que guía tus pasos. Besa en la frente a
nuestra madre y al pastor, nuestro padre, y dile a Noemí que
no tema, que los animales de las trochas de esta Sierra no
son tan peligrosos como las bestias que acechan las noches
de la Rue de Rivoli. Se despide de ti con amor, tu hermano
en la fe socialista, Eliseo.
La República Socialista Mundial guarda la carta.
Dile a Elías que estoy bien, que nada de lo que has visto en
esta ramada de mierda amenaza mi salud ni será obstáculo
para nuestra empresa. ¿Me oyes?
Rsm: Mientes.
Eliseo: No miento, veo a futuro. No lo olvides, amiga-ángel que
170
guía mis pasos, no miento, veo a futuro. ¡Nuestro futuro! ¡El
futuro mundial!
La Sierra Nevada de Eliseo Reclus
Eliseo Reclus
173
La ira de Kinski
(nosotros los blancos)
Carlos Enrique Lozano Guerrero
176
La ira de Kinski
La ira de Kinski
(nosotros los blancos)
Giovany Barrera
Ricardo Cruz
Laura Galeano
Luisa Leal
Rocío León
Rubén López
Óscar Mejía 177
Álvaro Elías
Fernanda Rodríguez
Karen Vargas
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Uno
Albores del siglo XXI o del XX, mediados del XIX, en lo espeso de la selva
da igual. Los indígenas, en un claro, intentan hablar su lengua, pero no
saben cómo, han perdido el idioma que alguna vez les perteneció.
El mayor, el que está más alejado de los otros, les dice a los demás:
Viejo: ¡Enog!
Y luego añade:
178
Viejo: Antes, en los tiempos de los abuelos –¿de cuáles
abuelos, me he preguntado siempre, por qué
hablamos así nombrando parientes muertos?– antes
sabíamos hablar, podíamos hablar y nuestra palabra
era entendida por todos. Si yo, en ese tiempo, decía:
“¡Enog!”, y luego seguía: “¡Enog yawa!”, todos los
que escuchaban mi voz entendían mis palabras,
pero ahora ni siquiera yo, el mayor de todos, sé qué
quieren decir esas cuatro sílabas. Ahora lo único que
tenemos es este pedazo de selva y estas botas y
estas camisetas regaladas por Médicos sin Fronteras
o por la Policía Nacional o por las Naciones Unidas,
y ni siquiera una brújula tenemos para ubicarnos
en la selva, en lo espeso de la selva, en el corazón
de las tinieblas, donde todavía habita el jaguar. Por
La ira de Kinski
Dos
Sus palabras son interrumpidas por la llegada del hombre blanco, que no
es tan blanco, pero que en esta zona pasa por tal. El hombre blanco viene
en grupo y habla en coro.
La ira de Kinski
185
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Tres
Viejo: Por aquí hay más ojos de los que los míos pueden ver
y no quisiera yo estar usurpando algo del demonio
alemán porque el momento del cobro está cerca,
el momento de pagar la afrenta, de cancelar las
obligaciones está por llegar. Ya pronto veremos el
día en que los expoliadores de tierras sentirán la ira
de KK cruzarles las caras sin piedad y todos aquellos
que estemos libres de tacha habremos de apedrear
a los culpables, tiraremos la primera y la segunda
186
y la tercera piedra, hasta machacar sus cráneos, y
maldeciremos a los cuatro vientos los nombres de los
miserables que nos sometieron.
C: Silencio, viejo, recuerda a P.
S: No queremos más muertos, calla de una vez que
nos harás castigar a todos. Ya mi espíritu no puede
con otro improperio, ya mi cara no puede con otro
escupitajo.
Viejo: Los tiempos han cambiado, pero no así las maneras
del hombre blanco. Los árboles caen uno tras otro,
como nuestros días, como nuestros cabellos llevados
río abajo para brindar testimonio exangüe de
nuestras penurias. El fantasma de Klaus Kinski está
cerca y nos dirá qué hacer.
T: Calla, viejo, calla de una vez o te haremos callar.
La ira de Kinski
Viejo: ¿Ya ven? Eso es lo que buscan esos malditos, que les
ahorremos el trabajo de matarnos, que lo hagamos
entre nosotros, no podemos seguir así, en silencio…
Pero el mayor de todos calla, pues comienza a oír la voz del fantasma de
Kinski que habla fuerte y sin ambages. Solo él lo escucha, solo él se deja
afectar por su mensaje. Los demás siguen trabajando sin percatarse del
milagro.
Desde tras escena, Kinski le arroja algo podrido al hombre blanco, pero
nadie se percata de su gesto vengador.
Viejo: Entre más nos alejemos del río más difícil será bajar
189
la madera.
Hombre blanco: Deja que nosotros resolvamos los problemas de
logística y ponte a trabajar, viejo hablador.
190
Malogrado canto blanco:
Los indígenas trabajan y el hombre blanco los vigila sin saber que hay
alguien más poderoso que los observa a ellos desde la tras escena, un
renegado de apabullantes ojos azules que ausculta hasta su tiranía más
nimia esperando el momento de descargar su ira sobre ellos.
191
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Cuatro
Cinco
Ya no habremos de esperar,
lo dicho, dicho está.
Nos abrimos a nuestro destino
de ver el alba brillar.
No esperaremos más
197
para recorrer nuestro camino.
¡Enog!,
decimos.
¡Enog yawa!,
continuamos.
¡Enog, Enog, Enog, yawa!
No creemos en supercherías,
colisionan con la razón,
creemos en nuestra capacidad,
no caeremos en tonterías,
sería una aberración
y carecería de veracidad.
Carlos Enrique Lozano Guerrero
¡Progreso!,
decimos.
¡Progreso y razón!,
continuamos.
¡Progreso, progreso, progreso y razón!
198
La ira de Kinski
Seis
Siete
Les dice, y entonces amarra al más bello al tronco de un árbol, ata a aquel
del caminar altivo y sereno, a aquel a quien ahora llamaremos “T” o “tercer
muerto”, y saca el látigo mientras cuenta los azotes que le propina.
Pero una flecha realiza lo impensable y atraviesa el torso del hombre blanco
cortando sus palabras y lanzándolo violentamente al piso. Voy a hacer una
pausa aquí para resaltar lo absolutamente impensado (y esperanzador)
que resulta aquello que acaba de pasar.
Ocho
Y entonces, una voz nueva suena por primera vez, la voz del más joven, es
casi un niño y el resto de los indígenas lo había pasado por alto. Ninguno
le había prestado mucha atención, pues ha sido un imberbe silencioso
y tímido. Pero ahora abre su boca por primera vez y, al expresar sus
pensamientos ante los demás, desecha su timidez, como un caracol deja
atrás un caparazón pequeño:
204
Los demás han suspendido momentáneamente la tala, anonadados por
su voz, por la claridad y mesura que expresa. Pero entonces, alguno de los
otros, cualquiera del montón, replica:
Y los demás, largando una sonora carcajada, regresan al trabajo y otra voz
más entre el montón remata diciendo:
Pero el más joven no contesta pues entiende que se trata de una pregunta
retórica.
Dice uno más y repite otro más y otro más, y entonces el más joven de
todos calla, pero no por temor ni vergüenza, calla porque sabe que todavía
no ha llegado su hora, que todavía no es su turno (aunque también sabe
que no tardará). Las palabras del más joven, y esto también lo sabe él, han
quedado colgando, como los pequeños frutos de las palmas de moriche,
en las cabezas de algunos indígenas.
La ira de Kinski
Nueve
Joven: Es él.
De repente, el cadáver del más viejo se pone de pie, se limpia las hojas
y la podredumbre y se une de nuevo al grupo. Ninguno puede verlo.
El grupo sigue avanzando penosamente por aquella interminable red de
follaje hasta alcanzar un pequeño claro. Ahí se detiene la caravana. Los
indígenas lloran sin cesar.
208
209
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Diez
Pero otro de los indígenas, uno mayor, no quiere saber nada de ideas
nuevas.
Y otro lo contradice:
210
212
La ira de Kinski
Once
En la noche, en la barraca de los indígenas, uno de ellos, uno con autoridad,
uno de los que lo ha contrariado anteriormente, se acerca a la litera donde
duerme el más joven y, acuclillándose a su lado, lo despierta. El fantasma
del más viejo no le quita los ojos de encima.
215
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Doce
Kinski: Soy yo. Sí. Kinski, Klaus Kinski. Detengan lo que hacen.
Hombre blanco: ¿Y entonces qué propones?
Kinski: Escúchenme bien, asamblea de maldad, engendros
de la demencia capitalista, enemigos del hombre.
Hombre blanco: Propongo un experimento.
Kinski: Les habla uno más blanco que ustedes, uno de ojos
más azules, uno que ha venido a este infierno de
ignorancia y mezquindad a darles una lección de la
que no se recuperarán.
Hombre blanco: La situación de la empresa no está para experimentos.
Kinski: Sé que les cuesta entender mis palabras. Pero vamos
a intentarlo como buenos niños exploradores que
son.
Hombre blanco: Por el contrario, la situación de la empresa es tan
desesperada, que solo admite experimentos. Lo
que yo propongo es, dentro de nuestro esquema
217
coercitivo de producción, mejorar sus condiciones
de vida.
Hombre blanco: ¡¿Cómo se te ocurre?! Eso solo los volverá perezosos.
Además, les enviaría el mensaje equivocado: la
productividad disminuye y como premio se les
mejoran las condiciones de vida.
Kinski: ¡Escúchenme, scheibe! ¡Les habla Klaus Kinski, el
demonio de ojos azules!
Hombre blanco: No sería como premio sino como incentivo. Sería
una manera de decirles que, justamente porque nos
preocupa su capacidad productiva, nos ocuparemos
de que vivan bien para que puedan producir.
Kinski: ¡Que me escuchen, malditos imbéciles! ¡Me dispongo
a liberar una ira sobre ustedes como no ha sido vista
antes por selva alguna!
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Kinski hace una pausa dramática y luego suelta una risa macabra.
Comienza el indígena y luego de una breve pausa –en la que Kinski mira
a todos lados sin saber qué hacer– continúa:
Dice uno del montón lanzándose hacia él, pero uno más fuerte le pone la
mano en el pecho y lo detiene. Kinski se le lanza encima y le sopla en la
cara, no funciona, utiliza entonces su cabeza como pera de boxeo, nadie
se apercibe del castigo que quiere infligirle el espectro.
220
Pero a Kinski, la verdad, no le interesa lo que el más joven tenga para decir
y decide largarse a rumiar por qué ha fallado su plan. Antes de irse, suelta
un sonoro flato y ríe con desprecio por todos.
Uno de los hombres blancos, uno del montón, no puede contener su ira
ante las palabras del indígena y hace restallar su látigo a centímetros de la
cara del más joven. El espectro del más viejo lo escupe sin consecuencias.
Uno de los líderes habla fuerte:
Hombre blanco: ¡Detengan su ira! ¿Es que los ofenden las palabras
de este indígena? Lo que debería ofenderles es la
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Trece
224
La ira de Kinski
Catorce
Quince
Coro:
Coro:
Pero antes de que el hombre blanco pueda responder, surge Kinski desde
las sombras ululando como un desquiciado con el brazo derecho en
alto. Su mano va cubierta de una pasta café, mierda. Solo el viejo lo ve y
escucha.
Kinski, aturdido por el sonido del disparo, sacude su cabeza, pero luego
continúa repartiendo venganza contra unos y otros, riendo y maldiciendo,
vociferando, baladrando, casi consumido por la alegría intensa de su
propia ira. Algunos de los indígenas, armados de puñales y lanzas cortas, se
lanzan contra la turba blanca sin esperar señal. El hombre blanco reacciona,
algunos disparan, otros no tienen tiempo ni distancia e intentan dar golpes
230
de culata o de látigo. Los indígenas que no estaban armados reaccionan
rápidamente arrancando ramas bajas de los árboles, recogiendo piedras
y lanzándose con furia hacia sus enemigos. El hombre blanco, pasada la
sorpresa inicial, recupera su equilibrio y dispara a diestra y siniestra. Dos
catervas, una mestiza y otra indígena se despedazan hasta el último aliento,
dejando que el odio mutuo, idéntico, y sus sangres, exactas, se imbriquen
en un caldo denso y repugnante que comienza a inundar el suelo. Kinski,
en medio de todo, grita feliz y aúlla satisfecho convencido de que aquella
carnicería es obra suya, exultante por la infalibilidad de su venganza. Dos
grupos de hombres en un descampado se empeñan con éxito en acabar
consigo mismos. Al final, solo habrá cuerpos y gemidos, y por último solo
carne deshecha y huesos expuestos. No habrá sobrevivientes. La selva
reclamará de vuelta, día a día, centímetro a centímetro, el espacio que
le fue arrancado por ellos. En el tiempo nada quedará de esta batalla
campal, del fin de este mundo, ni siquiera un rayón en la maraña espesa.
La ira de Kinski
Ni mucho menos, por supuesto, los suspiros de tedio de Kinski y los demás
espectros, condenados a vagar por este infierno eternamente verde,
odiándose para siempre sin poder hacer efectivo su odio.
231
Noche oscura
Lugar tranquilo
Carlos Enrique Lozano Guerrero
234
Noche oscura Lugar tranquilo
Personajes
Encargado (Manuel)
Inquilino (Ignacio)
Magda
235
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Uno
Una cocina
Un ventanal hacia la noche paramuna
Una mesa, una botella de aguardiente
Una puerta al exterior
Una puerta a otra habitación
Dos hombres, dos copas
(Pausa).
(Pausa).
(Pausa).
Carlos Enrique Lozano Guerrero
(Silencio largo).
(Pausa).
241
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Dos
Una cocina
Un ventanal hacia la noche paramuna
Una mesa, una botella de aguardiente, un computador portátil
Una puerta al exterior
Una puerta a otra habitación
Una copa, un plato sopero y una cuchara
El Inquilino habla por celular
Tres
Una cocina
Un ventanal hacia la noche paramuna
Una mesa, una botella de aguardiente, una botella de vino
Una puerta al exterior
Una puerta a otra habitación
Dos hombres, una mujer, tres copas
Magda: Sí.
Encargado: Por las mujeres.
(Pausa).
(Pausa).
245
(Pausa).
(Pausa).
Cuando salí, me fui a la selva y me perdí.
No sé cuánto tiempo.
Antonio, el dueño de Monte Carmelo, me encontró, me
sacó de la manigua y me puso a trabajar acá.
(Pausa).
246
(Pausa).
(Pausa).
(Pausa).
248 (Pausa).
Manuel: La miré a los ojos, esos ojitos que parecían querer saltar,
tirarse de los cuencos. Le puse la mano en el hombro y
comenzó a temblar. Yo supe de inmediato que era su deseo
que la hacía temblar, sus ganas de hombre de verdad, de
mí. La tibieza de su piel agitándose bajo mi mano, tiritando
de calentura. Me acerqué y la besé. Ella no abrió la boca y
volteó la cara esquivándome. La vergüenza, seguro nunca
había besado a nadie. Le dije que podía estar tranquila,
que no se preocupara, que el primer beso siempre es torpe.
Metí una mano por dentro de su camiseta y le estrujé uno
de aquellos senos perfectos. Me di cuenta de que iba a
gritar. De emoción, de placer, iba a dejar salir un grito, pero
entonces le tapé la boca. Le dije que se quedara callada,
que la gente no iba a entender lo nuestro, que era mejor
que lo hiciéramos en silencio. Tenía una faldita hasta la
rodilla que empujé hacia arriba con mi pierna derecha. Me
249
bajé la bragueta con la mano libre, tenía la verga dura como
nunca, erecta y palpi…
Ignacio: Bueno, hombre, a ver que ya entendimos, ahórrenos los
detalles.
Magda: Cállate, Ignacio, déjalo que hable.
Manuel: No hay mucho más qué decir. La penetré ahí mismo, contra
la puerta de la casa. Dos, tres veces y luego una explosión en
mi cabeza, en mi vientre, la oscuridad, el amor, los arcanos
mayores, la muerte.
Ignacio: Pobre niña.
Magda: A ver, Nacho.
Manuel: Se liberó de mi agarre y salió corriendo, llorando y pidiendo
auxilio. Yo me quedé ahí, con un pie en este mundo y el otro
en… no sé… la ultratumba, un lugar que era a la vez infierno
y medio día.
Carlos Enrique Lozano Guerrero
(Silencio largo).
Magda: ¿No les parece que el viaje hasta Tibizaque es más largo de
lo que uno espera?
Yo, por lo menos, pensé que me iba a… (No termina la frase).
Hace calor y frío al mismo tiempo aquí, ¿no?
Está tarde, estoy muerta.
250
(Pausa).
Me voy a la cama.
Sigan acá tranquilos.
(Magda hace algún ademán de despedida y sale por la puerta que lleva al
interior de la casa. Ignacio sirve otra ronda de aguardiente y los hombres
lo toman despacio y en silencio. Manuel mira por la ventana, Ignacio deja
la vista fija en el suelo).
Noche oscura Lugar tranquilo
Cuatro
Una cocina
Un ventanal hacia la noche paramuna
Una mesa, una botella de aguardiente, una botella de vino
Una puerta al exterior
Una puerta a otra habitación
Ignacio y Magda
(Silencio).
(Silencio largo).
Noche oscura Lugar tranquilo
(Silencio).
253
Magda: Leí tu texto.
Lo que estás escribiendo.
(Pausa).
(Silencio).
(Silencio).
(Pausa).
Magda: Manuel.
¿No te importa dejarme sola con él?
255
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Cinco
Una cocina
Un ventanal hacia la noche paramuna
Una mesa, una botella de aguardiente, una botella de vino
Una puerta al exterior
Una puerta a otra habitación
Magda y Manuel
Manuel: No.
Magda: De que vino y ovni son anagramas.
(Pausa).
(Pausa).
(Pausa).
Ya.
Si quiere ábralos ya.
Magda: Hmmm.
Qué rico.
(Pausa).
259
La verdad, sí.
¿Qué me hizo?
Manuel: Le pedí a su cuerpo que descansara.
Magda: ¿Ahora sabe cómo darle órdenes a mi cuerpo?
Manuel: Órdenes no, más bien peticiones, sé cómo pedir cosas del
universo.
Magda: Pues voy a encargarle que pida unas cositas por mí.
(Pausa).
(Pausa).
(Pausa).
260
Magda: Debe ser lindo creer en todas esas cosas, ovnis, maestros,
sanación… ¿También cree en Dios?
Manuel: Claro, ¿usted no?
Magda: No.
Tal vez antes cuando…
Manuel: (Interrumpiendo). Antes del dolor, antes del cansancio, lo
entiendo.
Magda: Antes, cuando era niña.
Cuando no había perdido la ingenuidad.
Manuel: Dios es como su belleza, Magda, sigue estando ahí por más
que uno pretenda no verla.
Magda: (Riendo). ¡Qué piropo más divino!
Manuel: ¿Sabía que la belleza exterior es el reflejo del alma?
Magda: ¿No entendió el chiste, Manuel?
Noche oscura Lugar tranquilo
Seis
Una cocina
Un ventanal hacia la noche paramuna
Una mesa, una botella de vino, un libro de Gómez Jattin
Una puerta al exterior
Una puerta a otra habitación
Una copa
(Pausa).
(Pausa).
(Pausa).
(Pausa).
(Magda cuelga. Manuel le hace señas para que salga. Ella se quita la
pañoleta de la cabeza, toma un trago de vino, deja el libro en la mesa y
sale. El celular empieza a sonar).
Noche oscura Lugar tranquilo
Siete
Una cocina
Un ventanal hacia la noche paramuna
Una mesa, una botella de aguardiente, una botella de vino
Una puerta al exterior
Una puerta a otra habitación
Dos hombres, una mujer, tres copas
Ignacio: ¿Remedio?
Manuel: Tiene otros nombres también, puede llamarlo como quiera.
Ignacio: ¿Pero remedio?
Magda: Yagé, Ignacio, no te hagas el tonto.
Ignacio: ¿Entonces por qué le dice “remedio”?
Manuel: Porque eso es.
Es un remedio, una medicina para el alma.
265
Magda: Manuel estuvo viviendo con los indios en el Amazonas.
Ignacio: ¿Y con los extraterrestres en marte no?
Manuel: No hay extraterrestres en marte.
(Pausa).
(Pausa).
(Pausa).
Ignacio: Veo que se han hecho amigazos ustedes dos, han compartido
infidencias.
(A Manuel). Magda vive muy sola, es bueno que haya
encontrado un amigo.
Sin embargo, no crea que porque ella le cuenta cosas de
mí, usted me conoce, porque usted no me conoce nada,
266
compadre.
Nada de nada, ¿me entiende?
Magda: Manuel sabe cosas.
Ignacio: ¡Cosas!
¿Y tú qué, ahora eres su publicista?
Magda: Abre tu cabeza un poco.
Ignacio: ¿Para qué, para que me la coma como hizo contigo? No
gracias.
Manuel: (A Ignacio). ¿Le puedo decir algo?
Ignacio: Por favor, desparrame su sabiduría sobre mí, ¿cómo no?
Ilumíneme.
(Pausa).
(Pausa).
Él es un inútil.
Manuel: El remedio los puede ayudar a los dos, juntarlos de nuevo,
volverlos pareja otra vez, si eso es lo que de verdad quieren.
Carlos Enrique Lozano Guerrero
(Pausa).
268
(Silencio).
Y eso, si mucho.
Manuel: El remedio es una manera de salir de sí mismos.
Magda: Si logra sacarlo a él de sí mismo sí que sería milagroso.
Manuel: Ese exterior al que se sale es un ir más adentro de ustedes,
más allá del dolor.
Pasando la conciencia individual.
Hasta el lugar del todo donde no se es nada.
Donde solo hay presencia y Caín es indistinto de Abel,
cielo de infierno,
mediodía de medianoche.
(Pausa).
(Ignacio hace algún ademán de despedida y sale por la puerta que lleva
al interior de la casa. Manuel se sirve un aguardiente y le sirve un vino a
Magda. Toman sus bebidas despacio y en silencio. Manuel mira a Magda,
ella deja la vista fija en la ventana).
270
Noche oscura Lugar tranquilo
Ocho
Una cocina
Un ventanal hacia la noche paramuna
Una mesa, una botella de aguardiente, una botella de vino, un
computador portátil
Una puerta al exterior
Una puerta a otra habitación
Magda e Ignacio
Magda: Léelo.
Ignacio: No sé.
Magda: Dale, léelo.
Ignacio: No te va a gustar.
Magda: Ignacio, deja de hacerte el idiota, estás muriéndote de
ganas de leérmelo.
271
Ignacio: No está terminado.
Magda: Yo sé.
Ignacio: Hay cosas ahí con las que no estoy de acuerdo.
Magda: Seguramente eso lo hace más interesante.
Ignacio: Te vas a ofender.
Magda: Deja de informarme lo que voy a sentir o a pensar.
Ignacio: Está bien, pero que conste que te lo advertí.
Magda: Dale, payaso, lee.
(Silencio).
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Magda: ¿Manuel?
¿Estás hablando de Manuel?
Ignacio: ¿Por qué lo hiciste?
Magda: En serio, Nacho, ¿estás celoso?
Ignacio: Celoso no, ¿celoso de ti? Para nada. Ya estoy acostumbrado.
274 Magda: Entonces deja el escándalo.
(Pausa).
(Pausa).
(Pausa).
275
(Silencio).
(Silencio largo).
(Silencio).
Tomamos yagé con Manuel, acá, una sola vez, y al otro día
me voy, no me vuelves a ver nunca más.
276
(Pausa).
(Pausa).
Ignacio: Una sola vez, Magda, y te vas al otro día y no te asomas más
por acá.
Magda: Sí.
Ignacio: Ni vuelves a ver a Manuel tampoco.
Magda: Pero…
Ignacio: O no hay trato, Magda.
Magda: Está bien.
Noche oscura Lugar tranquilo
(Pausa).
(Pausa).
Ignacio: Te lo advierto, Magda, nunca más.
Magda: Está bien, Ignacio, está bien, ya entendí.
Nunca más.
277
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Nueve
Una cocina
Un ventanal hacia la noche paramuna
Una mesa, una botella de aguardiente, una botella de vino, una maleta
abierta en el piso
Una puerta al exterior
Una puerta a otra habitación
Manuel y Magda
(Pausa).
(Pausa).
(Pausa).
(Sin dejarla tocar el piso, cargada sobre su entrepierna, salen por la puerta
que da al interior de la casa).
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Diez
Una cocina
Un ventanal hacia la noche paramuna
Una mesa, una botella de aguardiente, una botella de vino, una maleta
abierta en el piso
Una camisa junto a un asiento
Una puerta al exterior
Una puerta a otra habitación
Manuel: ¿Aló?
¿Aló?
¿Ignacio?
(Pausa).
Once
Una cocina
Un ventanal hacia la noche paramuna
Una mesa, una botella plástica de dos litros llena hasta la mitad de un
líquido marrón
Una totuma boca abajo sobre la mesa
Una puerta al exterior
Una puerta a otra habitación
Una bandeja llena de velas en el centro de la mesa lo ilumina todo
Magda, en un asiento, con los ojos achinados, mira las velas intensamente.
Desde algún lugar del interior de la casa llega el sonido de alguien
vomitando severamente. Pasado un rato el ruido cesa, pero luego
recomienza.
la mesa. Manuel comienza a cantarle al oído, a bailar para él. Ignacio tiene
la mirada perdida en el vacío).
(Tiempo).
(Tiempo).
(Tiempo).
(Tiempo).
287
(Magda sigue durmiendo).
288
Noche oscura Lugar tranquilo
Doce
Una cocina
Un ventanal hacia la noche paramuna
Una mesa, dos platos hondos humeantes
Una puerta al exterior
Una puerta a otra habitación
Un sobre encima de la mesa
Dos hombres toman sopa en silencio, evitan mirarse
(Silencio largo).
(Pausa).
Terriblemente frágil.
Quebradizo.
Infantil.
Y lo entendí, Nacho, lo entendí de verdad, entendí que
si estiraba la mano hubiera podido arrancar esa página
definitivamente, sacarla del cuaderno y verla caer en el
barro húmedo.
Y al entender eso también comprendí algo muy evidente,
algo muy obvio…”.
Ignacio: (Interrumpiendo). ¿Sabe qué? No quiero saber más.
Léala en silencio, por favor.
Manuel: “…que podía cerrar el cuaderno simplemente y…”.
Ignacio: (Interrumpiendo). De verdad, Manuel, por favor, no quiero
saber más.
Por favor.
292
(Manuel lee la carta en silencio).
(Pausa).
La hija de puta.
Noche oscura Lugar tranquilo
(Silencio largo. Ignacio se seca las lágrimas y los mocos con la manga
derecha de su camisa y vuelve a sentarse. Manuel arruga la carta y la tira
a cualquier parte).
(Pausa).
Voy igual.
Manuel: Son tres horas de subida.
Ignacio: No importa.
Manuel: Haga como se le cante, pero saque una linterna del galpón
porque si no, no va a ver nada.
Ignacio: ¿Cómo llego?
Manuel: Salga a la carretera, camine alejándose del pueblo, apenas
termine el cerco de la casa va a encontrar una abertura en el
alambrado, métase por ahí y siga la trocha.
Ignacio: ¿Y ya?
Manuel: Hay tres bifurcaciones, voltee a la izquierda en las primeras
Carlos Enrique Lozano Guerrero
Ignacio: ¿Y si me llevan?
Manuel: Mejor.
295
Este libro se terminó de imprimir en el mes de junio de 2016