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Las Madres en Las Ciudades Ideales de Platon

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Las madres en las ciudades

ideales de Platón

Nathalie Ernoult*

En una cultura totalmente dominada por la imagen paterna, hablar de la


maternidad no resulta fácil. Aunque el matrimonio y, más aún, la capacidad de dar
a luz permiten a las mujeres cumplir con su feminidad ante la sociedad masculina,
esta función carece de interés para historiadores y filósofos, excepto, quizás, cuando
alcanza una dimensión política1 . Descartando algunos escuetos epitafios en las
tumbas, las madres están ausentes de los textos griegos2 . Platón, como los demás
pensadores de su época, presta muy poca atención a esta experiencia específica
de la vida de las mujeres. Más bien, el filósofo toma prestada la facultad femenina
de traer un hijo al mundo para convertirla en una actividad masculina. En efecto, los
hombres de los diálogos platónicos, cuando traen al mundo un discurso filosófico,
adoptan de las mujeres la experiencia de ser madre. Más adelante volveré a este
tema de la maternidad masculina.
Pero, a pesar de lo que acabo de decir, las madres no están totalmente ausentes
del discurso platónico. Cuando el filósofo construye las dos ciudades ideales de Leyes
y República, se toma la molestia de describir la acción específica que las madres
tendrían en ellas y, como veremos, el papel que se les atribuye no es desdeñable
en absoluto.

La comunidad de las mujeres y de los niños en República de Platón

Las mujeres de nuestros guardianes serán comunes todas y para todos; ninguna de
ellas cohabitará en particular con ninguno de ellos; los hijos, a su vez, serán comunes
y ni el padre conocerá a su hijo, ni el hijo a su padre [...]. Los hijos, a medida que
nazcan, serán entregados a un comité nombrado para este fin, que puede componerse
de hombres o de mujeres o de ambos sexos a la vez, pues las funciones públicas deben
ser comunes a los hombres y a las mujeres. Conducirán al hogar a las madres que
estén con los pechos henchidos, poniendo el máximo ingenio para que ninguna de
ellas pueda reconocer a su hijo; y si ellas no tienen suficiente leche, la proveerán otras
mujeres que sí la tengan; y respecto a las que tienen suficiente leche, procurarán que
amamanten durante un periodo razonable de tiempo [...] Cuando las mujeres y los

*
Équipe Phéacie. INHA, París.
1
J.-P. Vernant, “El matrimonio es a la muchacha lo que la guerra al muchacho”, en
Mythe et Société, París, 1974, pág. 38.
2
En relación con el tema de la maternidad en Grecia, se puede leer el apasionante
artículo de Lydie Bodiou, Pierre Brulé y Laurence Pierini, “En Grèce Antique, la
douloureuse obligation de la maternité”, Clio, 21, 2005.

5
15 (2009)
hombres hayan pasado la edad de dar hijos a la patria, dejaremos a los hombres
la libertad de tener relaciones con quien quieran, excepto con su hija y su madre [...].
Las mujeres tendrán la misma libertad con respecto a los hombres (V, 461c). Pero
cuando un guerrero se haya unido a una mujer, tendrá en cuenta a toda criatura
que nazca en el décimo mes o en el séptimo después, la llamará hijo si es varón e hija
si es hembra (V, 457d – V, 461d).

Así enuncia Platón, en República, las reglas que definen el modo de vida
comunitario entre los guardianes y sus hijos. Este diálogo, en el que el filósofo funda
una ciudad ideal, fue probablemente escrito a principios del siglo IV a.C., es decir,
unos diez años después del juicio de Sócrates y de su condena a muerte por la
democracia ateniense en el año 399. Profundamente afectado por las circunstancias
de la muerte de su maestro, Platón construye una ciudad reaccionando contra la
corrupción, la demagogia y la perversión de las instituciones, contra todo aquello
que —en su opinión— corrompe y paraliza la ciudad ateniense. Por ello, propone
crear una ciudad “Una” e indivisible, basada en el amor a la ciencia y a la verdad.
La ciudad ideal se basa en una estructura jerarquizada, aceptada por el conjunto
de los ciudadanos, que deposita el poder político en manos de los filósofos asistidos
por guardianes, mientras que los campesinos y los artesanos garantizan la
producción de los bienes materiales. La élite gobernante, formada y educada
conforme a las virtudes políticas y militares, debe dedicarse a un ideal social. En este
contexto, la igualdad entre hombres y mujeres, así como un modo de vida
comunitario, se hallan entre las condiciones exigidas para impartir justicia. Esta
igualdad transformará considerablemente el papel desempeñado por las madres
en la ciudad.

Una política eugenésica

Inspirándose en el modelo espartano, Platón intenta crear una comunidad


homogénea basada en una política eugenésica rigurosa, cuyo objetivo es salvaguardar
y mejorar “la raza” de los guardianes.
La sexualidad de los guardianes está completamente supeditada al control de
los gobernantes de la ciudad. Estos últimos organizan los encuentros amorosos y
autorizan o prohíben las uniones sexuales en función de la calidad de los
pretendientes. Los gobernantes de la ciudad proceden de manera similar a la
de un criador que intenta mejorar la raza de sus animales: hacen todo lo posible
para que los individuos más sobresalientes se unan tantas veces como sea
posible y los menos buenos muy rara vez (V, 459b). Platón insiste en que
ninguna mujer deberá convivir con ningún hombre, mientras que en la Grecia
histórica la vida en común era uno de los principales requisitos para dar
legitimidad al matrimonio. Sin embargo, la noción de unión legítima no desaparece
por ello. La unión entre hombre y mujer se considerará legítima y será aceptada
por los magistrados tan solo si obedece a determinados ritos sociales y religiosos,
cuyo único objetivo es el de “conservar en toda su pureza la raza de los guardianes”
(V, 460c). Desde esta perspectiva, los hombres y las mujeres están llamados a
“casarse” varias veces con distintas parejas. El matrimonio se limita al tiempo que

6
dura el encuentro amoroso y puede repetirse tantas veces como sea necesario para
la reproducción eugenésica. No obstante, los guardianes deberán respetar la edad
legal durante la que se les permite tener hijos: de veinte a treinta años en el caso
de las mujeres3 , o bien de treinta a cincuenta años en el de los hombres. Los hijos
nacidos fuera del marco jurídico y religioso, así como los deformes o nacidos de
ciudadanos de calidad inferior (V, 460c), se consideran bastardos (V, 461b) y son
rechazados por la ciudad.
Si bien parece que en Atenas los bastardos podían ser reconocidos, en
determinadas condiciones, como ciudadanos de pleno derecho4 , Platón les niega el
derecho de ciudadanía y, probablemente, hasta el derecho a la existencia. La
expulsión de los hijos ilegítimos fuera de la ciudad va acompañada de una relativa
permisividad respecto a las relaciones sexuales. Fuera de los intervalos de tiempo
reservados a la procreación, se consiente que los guardianes, hombres y mujeres,
disfruten de una libertad sexual sin restricción.

Una maternidad instrumentalizada

Los hijos son separados de su madre al nacer y se les encomienda a un comité,


compuesto por hombres y mujeres, que se hace plenamente cargo de ellos. El niño
no conocerá nunca a la mujer que lo trajo al mundo y la madre no podrá identificar
nunca al niño al que haya alumbrado. Sin embargo, toda mujer que haya tenido un
hijo es automáticamente designada para convertirse en una de las madres de los
niños del grupo. De esta forma, se salvaguarda la función simbólica de la madre,
aunque ya no está relacionada con la procreación de un niño en particular. Por lo
tanto, el papel de madre se limita estrictamente a las funciones biológicas
características del sexo femenino: el alumbramiento y la crianza. Además, poco
importa qué mujer amamanta a qué niño: “Si las madres no tienen suficiente leche,
la proveerán otras mujeres que sí la tengan; y respecto a las que tienen suficiente
leche, procurarán que amamanten durante un periodo razonable de tiempo [...]” (V,
460c-d). En cuanto a los hombres, nunca sabrán si realmente engendraron un hijo.
En cambio, se les garantiza —de forma simbólica— una fuerza generadora sin fallos
y sin otro límite que el de la edad. En cuanto un guardián varón se une con una mujer,
se convierte virtualmente en el padre de un hijo. Por lo tanto, un hombre estéril

3
Recordemos que, en Atenas, la edad legal de una joven para contraer matrimonio
es de catorce años. Cf. Nadine Bernard, Femmes et société dans la Grèce classique,
París, Armand Colin, 2003, pág. 57.
4
Ateniéndonos a lo expuesto por F. Mac Dowell, “Bastards as Athenian Citizen”,
Classical Quaterly, 26 (1976), págs 88-91. Para Cl. Leduc, quien reexaminó el
decreto de 451/0 a la luz de las definiciones que Aristóteles da del ciudadano,
no deja lugar a dudas que el nothos nacido de padre ateniense y de madre
ateniense tenía derecho a la ciudadanía (“Citoyenneté et parenté dans la cité des
Athéniens, de Solon à Périclès”, La Grèce Ancienne et l’anthropologie de
l’Antiquité, Actas del Coloquio organizado por Métis en Atenas, 29 de septiembre
– 2 de octubre de 1992).

7
puede pensar que es el verdadero padre de uno de los hijos de la comunidad, lo
que, evidentemente, no es posible en el caso de que la estéril sea la mujer.
De esta manera, la maternidad se instrumentaliza en beneficio del grupo y las
mujeres guardianas se ven despojadas del poder detentado por las mujeres griegas,
a las que la costumbre5 permite designar a un hombre como padre del niño y
determinar la verdadera paternidad. Pero este desposeimiento tiene lugar en un
contexto en el que las mujeres comparten con los hombres las funciones políticas
y militares de la ciudad. En igualdad de condiciones en política y en igualdad de
condiciones en el ámbito de la procreación, no es necesario subrayar la diferencia
sexual para delimitar los roles y los poderes recíprocos de cada uno de los sexos.
Se ha dicho frecuentemente que, en República, Platón pretendía suprimir la
familia6 . No es del todo cierto. La comunidad de los guardianes disuelve los lazos
privados que habitualmente unen a los miembros procedentes de un mismo origen
biológico y, en cambio, refuerza, al menos de forma simbólica, la noción de familia
global en el seno de la comunidad de los guardianes. A las funciones simbólicas de
padre y de madre corresponden las funciones simbólicas de “hijo” y de “hija”. Los
niños llamarán “padre” y “madre” a todos los hombres y mujeres en edad de haberles
engendrado. La generación siguiente considerará a estos hombres y mujeres como
su “abuelo” y “abuela”. Por último, los individuos de una misma generación se
llamarán unos a otros “hermanos” y “hermanas”. Para prevenir el riesgo de uniones
incestuosas y, por lo tanto, la confusión entre los escalones generacionales, se
establece una ley que prohíbe toda relación sexual entre generaciones distintas. El
contacto sexual solo es posible dentro de una misma generación, es decir, entre los
supuestos “hermanos” y “hermanas”, si el sorteo así lo decide y si la Pitia lo aprueba
(V, 461e). Recordemos que, en Atenas, el incesto se toleraba entre hermano y
hermana no uterinos y, en cambio, estaba terminantemente prohibido entre
hermano y hermana nacidos de una misma madre, pero de padres diferentes. Al
parecer, la ley espartana sobre incesto adélfico7 es simétricamente inversa a la ley
ateniense: se autorizaba el matrimonio entre hermano y hermana uterinos si eran
de padres diferentes.
Así, los lazos consanguíneos de filiación son sustituidos por lazos de filiación por
categoría de edad correspondiente a una generación y recrean de forma simbólica
el sistema de nomenclatura del parentesco restringido: hijos, padres y abuelos. Toda
mujer es virtualmente la “verdadera” madre, la “verdadera” hermana o la “verdadera”
hija de un miembro de la comunidad. Asimismo, todo hombre es virtualmente el
“verdadero” padre, el “verdadero” hermano o el “verdadero” hijo de un miembro

5
Cf. Aristóteles, Retórica, II, 1398b: “Acerca de los hijos, siempre son las mujeres
las que determinan la verdadera paternidad”.
6
Entre los numerosos defensores de esta tesis, citemos a: J. Annas, “Plato’s Republic
and Feminism”, Philosophy, 51 (1976), págs. 307-321; S.M. Okin, “Philosopher
Queen and Private Wives: Plato on Women and the Family”, Philosophy and
Public Affairs, 6 (1977 summer), págs 342-375.
7
Sobre las leyes que rigen las relaciones incestuosas entre hermanos y hermanas,
véase N. Loraux, Les enfants d’Athéna, Idées athéniennes sur la citoyenneté et la
división des sexes, París, Maspero, 1981, pág. 130.

8
de la comunidad. Frente a esta eventualidad siempre presente, cada uno está
encaminado a considerar al otro como si fuera realmente un miembro de su familia
y deberá comportarse en la ciudad tal y como se comporta en el seno de la familia.
Platón calca la organización de la ciudad sobre el modelo familiar. Al hacerlo, suprime
los lazos personales que habitualmente unen entre sí a los miembros de una familia
biológica y, en especial, hace desaparecer la relación privilegiada que existe entre
una madre y el hijo que alumbró. Es el precio que las mujeres deben pagar para ser
iguales a los hombres y acceder a la función política.
Desde Aristóteles hasta nuestros días, el proyecto comunitario de Platón ha sido
condenado con extrema severidad. Aristóteles le reprochaba una excesiva unidad
que destruía la propia naturaleza de la ciudad: “no se hace una ciudad a partir de
individuos semejantes”8 . Siglos más tarde, algunos de nuestros contemporáneos
acusaron a Platón de desconocer las realidades del ser femenino:

Bien es cierto que convierte a la mujer en un ser igual al hombre —dice Paul-
Alexandre Janet—, pero está claro que no la entiende. Si la mujer puede elevarse a
la altura del hombre no es a través de la ciencia, ni por la fuerza, sino mediante el
amor de la maternidad 9.

Las madres en la ciudad de Leyes

En la segunda ciudad ideal que Platón construye al final de su vida, Leyes, la


situación de las madres es muy diferente. Aunque en nada se parezca a la de las que
viven en las ciudades griegas, la ciudad de Leyes es mucho menos drástica que la
de República. Su estructura política y social no requiere reformas en profundidad,
y la organización general de la ciudad se basa en un esquema de división sexual de
los poderes similar al que conocemos en las ciudades reales: la propiedad privada
y los poderes políticos están exclusivamente en manos de ciudadanos varones,
mientras que la actividad de las mujeres consiste en cumplir con las tareas
domésticas, pero ante todo en tener hijos. Aunque Platón renuncia a una concepción
eugenésica de la reproducción10 , los ciudadanos no son libres de reproducirse como
deseen, la ley solo les autoriza la procreación de un varón y de una hembra (XI,

8
Aristóteles, Política, II, 1261a. “Desde ya, no solo de una pluralidad de hombres
está compuesta la Polis sino que, además, éstos son de distintas clases, porque de
individuos semejantes, no resulta una Polis”.
9
P.-A. Janet, Histoire des idées politiques et leur rapport avec la morale, Ginebra,
Slatkine Reprint, 1971, pág. 138 (Reedición de un libro publicado en 1913).
10
W.W. Fortenbaugh explica esta ausencia de política eugenésica en Leyes por el
carácter moderado de la ciudad: “Platon: Temperament and Eugenic Policy”,
Arethusa, 2 (1975), págs. 283-305, especialmente las págs. 293-296. Pensamos
más bien que el abandono del eugenismo es consecutivo a un cambio de
estrategia matrimonial entre República y Leyes.

9
930d). En esta misma línea, se les pide controlar su sexualidad limitándola a la
procreación de hijos legítimos: “Absteniéndose de todo surco femenino en que no
se quiera que brote lo sembrado” (VII, 839a)11 . Si al cabo de diez años de vida en
común los cónyuges no tuvieran hijos, deberán separarse automáticamente (VI,
784b)12 .
El periodo de fecundidad de las mujeres es un tiempo dedicado por completo
a la maternidad y a los cuidados prodigados a sus hijos. Pasados los cuarenta años
de edad, la mujer ha cumplido con su principal función social, la de garantizar la
reproducción de la ciudad. Adquiere entonces derechos jurídicos, pero también,
derechos políticos y militares (VI, 786b)13 .

Las madres de Leyes son ante todo educadoras

En efecto, la educación de los hijos pequeños, chicas y chicos, es responsabilidad


exclusiva de las madres. Éstas son las que inculcan a sus hijos los grandes principios
de la paideia platónica, música y gimnasia. Pero, rasgo curioso del filósofo, la
educación se inicia a muy temprana edad, incluso antes de que nazca el niño,
durante el propio periodo de gestación, cuando “estén desarrollándose (trephomenoi)
en el propio seno materno” (VII, 789a)14 . Para el desarrollo adecuado del cuerpo
de su futuro hijo, la mujer embarazada deberá dar largos paseos con el fin de
“imprimir movimientos y balanceos” al niño que está gestando. Para formar el alma
de éste, procurará no entregarse a placeres ni tener disgustos demasiado frecuentes
e inmoderados, y vivirá a lo largo de toda la gestación con arreglo a lo que es suave,
apacible y tranquilo (VII, 792e). Así que, contrariamente a Aristóteles, Platón no
piensa que el periodo de gestación sea un simple periodo de crianza mecánico y
pasivo del embrión15 . Desde el inicio del periodo intrauterino, las madres tienen un
papel determinante en la formación de su hijo. Esta concepción del papel

11
Acerca de las metáforas agrícolas del acto sexual que convierte a la mujer en un
surco que labrar, véase J.-P. Vernant, “Hestia-Hermès: sobre la organización
religiosa del espacio y del movimiento en los griegos”, Mythe et pensée, París,
1965, pág. 140.
12
Un matrimonio estéril es automáticamente caduco.
13
VI, 786b: “Y para la mujer, si parece acaso que se hace necesario servirse de ella
en lo militar, ordénesele a cada una, una vez que haya engendrado hijos, lo que
le sea factible y adecuado hasta un límite de cincuenta años”.
14
En griego, sobre la polisemia del verbo trepho, criar, educar, desarrollar el cuerpo
y su uso para designar la formación del embrión, véase P. Demont, “Remarques
sur le sens de trèpho”, Revue des Études Grecques, 91 (1978), págs. 359-384.
15
Aristóteles sostiene que tan solo el varón, principio motor y generador, da alma
al embrión. La hembra, principio material, no le da más que materia y cuerpo:
Sobre la reproducción de los animales, I 20, 729a; II 4, 786b; Cf. S. Byl, Recherche
sur les grands traités biologiques d’Aristote, op. cit., págs. 211-225.

10
desempeñado por las mujeres en la formación de la criatura contradice “el sueño
griego basado en una herencia puramente paterna”16 del que Esquilo fue uno de
los portavoces más elocuentes, al calificar el embrión de “invitado ajeno a la
madre”17 .
Es menester de la madre encargarse de la educación de su hijo desde su
nacimiento hasta los tres años de edad. A partir de entonces, cuenta con el apoyo
de nodrizas. Platón advirtió perfectamente que, en cuanto nace, el recién nacido
posee una forma de metalenguaje a través del cual manifiesta lo que le gusta y lo
que detesta. “Todo ser recién nacido suele ponerse enseguida a emitir gritos y
sonidos, y el animal humano más que los demás; no solo da gritos sino que además
llora” (VII, 791e). Estos gritos, estos llantos son los signos (semeion), las indicaciones
(tekmerion) que permiten a las madres adivinar lo que el niño desea.
Las madres se ocupan de “los tratamientos que requieren los cuerpos y las
almas” de sus hijos, llevándolos en brazos hasta que sean capaces de mantenerse
en pie debidamente, cuidando de su buen desarrollo físico. Ayudan a sus hijos a
superar los terribles e incontrolables miedos que, en algunas ocasiones, les dominan,
acunándolos en sus brazos y entonando cantos18 . Música y gimnasia, en un entorno
apacible, son, una vez más, esenciales para el desarrollo armonioso de los más
pequeños (VII, 790d):

La molicie en la educación ocasiona en los niños usos y costumbres caprichosos, les


hace propensos a los ataques de ira y les expone a reaccionar de forma violenta ante
pequeñeces aunque, por otra parte, una brutal y rigurosa esclavitud les lleva a tener
almas bajas, serviles y misántropas, incluso les vuelve insociables.

Cumplidos los tres años de edad, la educación de los niños ya no incumbe a las
madres ni a las nodrizas sino a los pedagogos.
Platón es probablemente uno de los pocos hombres griegos interesado por la
educación de los niños de más temprana edad, “esos seres que no comprenden aún
lo que se les dice” (VII, 791e), y en darse cuenta de la relevancia del papel
desempeñado por las madres para el desarrollo adecuado del futuro adulto. En las
ciudades griegas, al niño no se le considera realmente como un ser humano sino más
bien como un animalito salvaje, dominado por sus instintos19 . Las madres se
encargan de criarlos y de vigilarlos, pero resulta inimaginable que una criatura pueda

16
De acuerdo con la fórmula de J.-P. Vernant, “Hestia-Hermès”, Mythe et pensée,
op. cit., pág. 133.
17
Euménides, 657-661.
18
“Cuando quieren las madres dormir a los niños que tienen el sueño difícil, no les
procuran tranquilidad sino, al contrario, movimiento, al estar constantemente
acunándoles en sus brazos, y tampoco silencio, sino una melopea con la que
realmente parece que están encantando a los niños, como en la curación de los
enloquecidos por el frenesí báquico, por medio de este movimiento que es una
combinación al tiempo de danza y canto”.
19
Véase P. Vidal-Naquet, “Le cru, l’enfant grec, le cuit”, Le chasseur noir, París, 1981,
pág. 207.

11
acceder a forma alguna de educación. Por lo tanto, es muy sorprendente ver a un
griego pensar que la formación de los hombres empieza muy temprano, desde el
nacimiento e incluso antes, desde su concepción. Según el filósofo, es antes de los
tres años, al estar los hijos bajo la responsabilidad de sus madres, “cuando, con la
costumbre, se arraigan de una forma sumamente decisiva, los comportamientos de
toda una vida” (VII, 792d). Así, las madres son verdaderas educadoras de las que
depende tanto el futuro de su hijo como el comportamiento de éste en la ciudad.
Las madres de la ciudad de Leyes también están presentes, aunque solo sea de forma
indirecta, en el marco legislativo de la ciudad. Habitualmente, las mujeres están
absolutamente excluidas de los tribunales y tampoco intervienen en un conflicto
que afecta a la familia. Ahora bien, en Leyes, ocupan de forma explícita un lugar en
un tribunal denominado “el tribunal de la familia”, cuando los jueces son llamados
a pronunciarse sobre la pena en que incurre un individuo que haya herido de forma
voluntaria a otro individuo de su propia familia. Una asamblea que reúna a la familia
en el sentido amplio, los suggeneis, pronuncia la sentencia, aunque encomienda fijar
la pena a los padres de la víctima:

Si un pariente hiere a su pariente, han de reunirse los ascendientes y consanguíneos


por parte de varón y de mujeres hasta los hijos de los primos (pros gunaikon kai
andron), tanto varones como mujeres (gunaikas te kai andras) y, después de juzgar
el caso, encomendar la estimación del daño a los padres naturales (IX, 878d).

Las madres también están presentes cuando el legislador convoca a la familia


(oi prosekontes), por parte de padre y por parte de madre (pros patros kai pros
metros), para pronunciarse sobre la sustitución repentina de un tutor de huérfano20 .
Aunque Platón vive en el seno de una sociedad que niega por completo a la madre
la más mínima autoridad sobre los miembros de su familia, imagina unas reglas
jurídicas que rompen con los usos de su tiempo; por consiguiente, el filósofo valora
el papel de las mujeres y de las madres en la ciudad.
También cobra importancia el papel que las madres desempeñaban en un
procedimiento que, en Atenas, permitía a un padre repudiar a su hijo y desheredarlo
bajo simple declaración ante magistrados. Se le denomina el procedimiento de
apokeruxis. Transformado por Platón, este procedimiento deja de otorgar únicamente
al padre el poder de repudiar a su hijo y se lo reconoce al conjunto de la familia
paterna, incluidos los primos carnales e igualmente los que lo sean de su hijo por
parte de madre hasta el mismo grado de parentesco.

Si el padre convence a su auditorio y obtiene los votos de más de la mitad de los


parientes, todos con derecho a voto, salvo el padre, la madre y el acusado, salvo
también todos, hombres o mujeres (gunaikon eite andron), que no tengan edad para
ello, entonces y solo en esas condiciones y de acuerdo con estos procedimientos, le será
lícito al padre repudiar a su hijo, pero en modo alguno si no se hace así (XI, 929c).

20
VI, 766c: “Y si muere alguien que sea tutor de huérfanos, los que, siendo parientes
por parte de padre o de madre en grado más cercano que el de los hijos de primos,
habiten en el país, elijan a otro en plazo inferior a diez días”.

12
La iniciativa del procedimiento de apokeruxis solo incumbe al padre, pero la
decisión final está supeditada al parecer de la familia entera, salvo al del padre y al
de la madre. En este caso, la asamblea de los suggeneis funciona como un verdadero
tribunal; la decisión se toma mediante voto por mayoría. El padre formula ante el
consejo de familia el acta de acusación en contra de su hijo y establece los hechos
demostrando que este último es merecedor de ser expulsado del linaje por toda la
familia. El hijo acusado, en su defensa y para refutar la acusación que se le imputa,
tiene derecho al uso de la palabra durante un tiempo de igual duración al que tuvo
su padre21 . El procedimiento platónico de apokeruxis es entonces fuente de debate
contradictorio entre el padre y su hijo. No solo el padre no tiene ningún poder de
decisión para renegar de su hijo (ya que no vota) sino que, una vez iniciado el
proceso, los medios llevados a cabo con objeto de garantizar la defensa del hijo
ponen a ambos, padre e hijo, en pie de igualdad. En consecuencia, la palabra del
padre puede ser cuestionada por la asamblea de los suggeneis, la cual puede
perfectamente darle la razón al hijo en contra del padre22 .

Asesinato entre padres: reciprocidad y equivalencia padre/madre.


El infanticidio

El papel desempeñado por las madres vuelve a adquirir relevancia en la


legislación relativa a los homicidios en el ámbito familiar. Al contrario del padre
romano, el padre griego no dispone del derecho de vida y muerte sobre sus hijos23 .
Durante la ceremonia de las Anfidromias, celebrada en el décimo día del nacimiento
del niño, el padre le reconoce el derecho a existir, despojándose de esta forma de
su derecho de muerte. El infanticidio debía de ser un crimen suficientemente
excepcional en Grecia como para que Platón mencione la rareza de dicho acto24 .
Pero, por muy raro que sea, examina su eventualidad en cualquiera de sus posibles
formas: un padre que mata a su hijo o hija, una madre que mata a su hijo o hija. Según

21
XI, 929b: “Acusará a su hijo ante todos demostrando que merece por todos los
conceptos ser expulsado públicamente del linaje, y permitirá también al hijo el
uso de la palabra en la misma forma para sostener que no es merecedor de sufrir
tal tratamiento”.
22
Este recurso jurídico del hijo es, al parecer, propio de la legislación platónica. Los
textos griegos acerca de este procedimiento no mencionan recurso posible del
hijo en contra del padre. En Roma, según Dión de Prusa: “Los padres pueden darles
muerte [a los hijos], sin juicio ni ningún pliego de cargos”, 15, 20, citado por Y.
Thomas, “Vitae necisque potestas. Le père, la cité, la mort”, Du châtiment dans
la cité. Supplices corporels et peine de mort dans le monde antique, Ecole française
de Rome, 1984, págs. 499-548, pág. 500.
23
Si bien es cierto que el padre romano tiene un derecho de vida y muerte sobre
sus hijos, existen escasísimos casos de padres infanticidas. Cf. Y. Thomas, “A Rome,
pères citoyens et cité des pères”, op. cit., pág. 198.
24
IX, 868c: “Si, como sucede aunque pocas veces, el padre o la madre en su arrebato
matan al hijo o a la hija [...]”.

13
que el acto haya sido cometido en un arrebato de cólera o de forma voluntaria, la
pena a la que se expone el criminal es diferente. Si un padre o una madre mata a
su hijo en un arrebato de cólera, la ley establece que el pariente infanticida sea
desterrado durante tres años. A su regreso a la ciudad, le estará terminantemente
prohibido compartir mesa y culto con su cónyuge e hijos (IX, 868d): “Al regresar,
el que realizó tales cosas no ha de participar en los sacrificios con sus propios hijos
ni se sentará jamás a la misma mesa con ellos”. Si el homicidio se comete de forma
voluntaria, la ley es más severa. El asesino recibe la pena aplicada a todos los
crímenes cometidos de forma voluntaria en el seno de la familia: se da muerte al
culpable, su cadáver es lapidado, arrojado fuera de los límites de la ciudad y dejado
insepulto (VIII, 873b):

[...] si alguno es hallado culpable de tal asesinato por haber matado a alguna de las
personas dichas, los ministros judiciales y sus jefes le darán muerte y le echarán
desnudo en un determinado cruce de caminos, fuera de la ciudad. Y todas las
autoridades, en nombre de la ciudad entera, llevando una piedra cada una,
láncenla sobre la cabeza del cadáver y purifiquen así la ciudad toda. Y después de
ello transpórtenlo a las fronteras del país y arrójenlo fuera, insepulto, conforme a ley.

Recordemos que no todos los infanticidios son pensables para el griego. En la


tragedia, las madres no matan nunca a su hija. Sin embargo, cuando se comete un
infanticidio, jamás se trata de un crimen trivial. La madre que mata a su hijo lo hace
para vengarse de su marido. El padre que mata a su hija previo pacto con la divinidad
pervierte las reglas del sacrificio: está condenado a morir de antemano. En cuanto
al padre que mata a su hijo, pervierte el funcionamiento normal de la ciudad; se halla
de oficio “excluido de la ciudad”. En cambio, para Platón es todo lo contrario, el
infanticidio es un crimen familiar como cualquier otro, pensado de manera abstracta
sobre el modo de la reciprocidad. El filósofo insiste, sin duda alguna, en la gravedad
y la rareza de dicho acto, pero nunca lo convierte en un crimen pervertido.

El parricidio y el matricidio:
las funciones de padre y madre son irreducibles entre sí

Probablemente, en el razonamiento de Platón sobre el matricidio y el parricidio


es donde podemos percibir de forma más precisa la especificidad del papel de la
madre en el pensamiento del filósofo.
El parricidio y el matricidio no son crímenes como el infanticidio. La legislación
de Leyes es especialmente severa y no concede circunstancias atenuantes, aun
cuando el crimen se cometa en situaciones de legítima defensa. Por otra parte, matar
a quienes le han dado a luz despoja al homicida de sus lazos de filiación. En efecto,
al hijo homicida nunca se le designa como hijo o hija de la víctima sino que siempre
se hace mediante el artículo indefinido tis, “alguno”25 . La muerte no es suficiente
25
IX, 873b: “Y si alguno (tis) es hallado culpable de tal asesinato [...]”. En realidad,
Platón utiliza tis cuando habla de homicidios cometidos de forma voluntaria y
deliberada sobre un miembro de la familia “de un padre o de una madre, de
hermanos, o de hijos”.

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para expiar este crimen, harían falta varias: “Si fuera posible que una misma persona
pudiera morir muchas veces, el asesino de su padre o de su madre que comete tal
hecho en un arrebato, recibiría justísimamente mil muertes” (IX, 869b). Si la victima,
antes de morir, no puede o rechaza absolver a su asesino, el hijo parricida o matricida
por arrebato de cólera será ejecutado.
Al parricida o matricida las cosas se le complican al cometer los hechos
voluntariamente. A Platón, la simple condena a muerte le parece una pena
demasiado liviana. Por lo tanto, recurre a una ley inspirada en doctrinas órficas que
presenta como una fábula o una historia, un muthos o un logos. En ella se estipula
que

la expiación de los homicidios tiene lugar en el Hades; y al volver otra vez aquí, los
autores han de pagar necesariamente la pena exigida por la naturaleza, la misma
que impusieron a su víctima: acabar la nueva vida a manos de otro de igual manera
que aquella (IX, 870e).

En realidad, esta ley órfica no es más que la versión griega de lo que llamamos
la “ley del talión”.
Así, de forma ideal, el culpable de parricidio o de matricidio voluntario debería
verse, a su vez, sometido a parricidio o a matricidio:

El que haya matado a su padre ha de resignarse a sufrir otro tanto a manos de sus
hijos en el tiempo que sea; y si mató a su madre, forzosamente ha de renacer con sexo
femenino y, una vez renacido, perder su vida, andando el tiempo, por obra de
aquellos a quienes dé a luz (IX, 872e).

Platón lleva la lógica de la ley órfica hasta su extremo. Un hijo que haya matado
a su madre debe, para expiar su crimen, asumir previamente la función de madre,
y, a su vez, al convertirse en madre, ser matado por su hijo. En su ideal de justicia,
en un intento de lograr una estricta equivalencia entre la pena de la víctima y la pena
del culpable, Platón se enfrenta a la irreductibilidad de la diferencia entre sexos. Un
padre es hombre, una madre es mujer, y sus papeles no son intercambiables. De
tal manera que el hijo parricida o matricida no mata solo de forma simbólica a su
padre o a su madre sino que mata, en concreto, al que lo engendró genéticamente
o a la que genéticamente lo alumbró. Por este motivo, el castigo ejemplar al que
será sometido el hijo matricida —su metamorfosis en mujer, luego en madre para
que pueda ser, a su vez, víctima de un matricidio— ilustra perfectamente la
naturaleza de la diferencia entre sexos definida en República: “el hombre engendra,
la mujer alumbra”. Sin embargo, cuando está enfocado de forma concreta, con todas
sus consecuencias, el parricidio y el matricidio concierne, parece ser, tan solo a los
hijos. Solamente un hombre es, claro está, susceptible de convertirse en mujer. ¿La
ausencia de hijas parricidas o matricidas significaría que es impensable que una hija
mate a su padre o a su madre, o que sea difícilmente concebible, incluso para Platón,
que una chica pueda convertirse en hombre?
Por consiguiente, Platón tiene dos formas de abordar la maternidad de las
mujeres en la ciudad. En la primera, el filósofo desposee a las mujeres de ella para
integrarlas mejor en un grupo social mixto, en el que cada individuo se halla en pie

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de igualdad. Reducida a sus funciones biológicas más estrictas, la diferencia entre
hombre y mujer no otorga ningún poder específico ni a un sexo, ni al otro. En la
segunda forma, una vez restaurada la diferencia social entre sexos, Platón revalora
el papel de la madre y lo convierte en una función absolutamente indispensable
para el buen funcionamiento de la ciudad, una función que ninguna otra podría
sustituir.

Traducción de Ana Iriarte

Bibliografía

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