Abramos La Biblia
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Mary Batchelor
Sociedades Bíblicas Unidas es una fraternidad mundial de Sociedades Bíblicas nacionales que
sirven en más de 200 países. Su propósito es poner al alcance de cada persona la Biblia completa o
parte de ella, en el idioma que pueda leer y entender, y a un precio que pueda pagar. Sociedades
Bíblicas Unidas distribuye más de 500 millones de Escrituras cada año.
Le invitamos a participar en este ministerio con sus oraciones y ofrendas. La Sociedad Bíblica de su
país, con mucho gusto, le proporcionará más información acerca de sus actividades.
Título original: Opening Up the Bible, publicado por Lion Publishing, Oxford, Inglaterra. Derechos
del texto © Mary Batchelor, 1993. Derechos de la edición en tapa blanda © Lion Publishing, 1999.
Derechos de la versión en español © Sociedades Bíblicas Unidas, 1999, con el permiso de Lion
Publishing.
Impreso en Malaysia.
ISBN 1-57697-692-5
Sociedades Bíblicas Unidas Box 521168 Miami, FL 33152 EE.UU.
RECONOCIMIENTOS
El texto bíblico está tomado de la versión Reina-Valera 1995, © 1995 Sociedades Bíblicas Unidas.
SUMARIO
INTRODUCCIÓN A LA BIBLIA
LIBROS DE LA BIBLIA
1 Comienzos
Génesis
UR: LA CIUDAD DE ABRAHAM
2 Ley y libertad
Éxodo • Levítico • Números • Deuteronomio
VIDA EN EGIPTO
EL TABERNÁCULO
7 Poemas e himnos
Salmos • Cantares • Lamentaciones
MÚSICA
9 Buenas noticias
Los cuatro Evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan
LA VIDA DE JESÚS
PARÁBOLAS DE JESÚS
LOS MILAGROS DE JESÚS
TEMPLO DE HERODES
10 La Iglesia joven
Hechos de los Apóstoles
LOS ROMANOS
VIDA Y VIAJES DE PABLO
11 Cartas de Pablo
Romanos a Filemón
MATERIALES DE ESCRIBIR
12 Cartas Generales
Hebreos a Judas
13 Jesús reina
Apocalipsis
LOS LIBROS DEL NUEVO TESTAMENTO
INTRODUCCIÓN A LA BIBLIA
Un libro que llega a la lista de superventas suele contener suspenso, aventura, amor y una
amplia gama de emociones humanas, toscas y sutiles. La Biblia—el bestseller mundial de
todos los tiempos—contiene cada uno de esos ingredientes. En la Biblia leemos sobre
hombres y mujeres que no son creaciones ficticias o idealizadas, sino gente de carne y
hueso. Sus sentimientos, sus faltas, sus fracasos y triunfos suenan reales hoy. Sin embargo,
la razón principal de la enorme popularidad de la Biblia no son sus historias. Fascina y
atrae lectores porque trata de cuestiones profundas, sobre las cuales todos queremos
respuestas: ¿Por qué estamos en esta tierra? ¿Cuál es el sentido de la vida y qué pasa
cuando se acaba? ¿Cómo enfrentar el peso de la culpa y de la ansiedad? ¿Hay un Dios?
De hecho, la Biblia nunca discute en favor de la existencia de Dios. Comienza
simplemente dando por sentado a Dios y nos cuenta cómo es él, cómo reacciona hacia
hombres y mujeres y cuál es la respuesta que espera.
Aun una rápida mirada a las páginas de una Biblia pone en evidencia que nos
sumergimos en un mundo en gran parte extraño a nosotros. La cultura pertenece al pasado
y, para la mayoría de los lectores, se refiere a un pueblo muy remoto. Sin embargo,
millones de personas encuentran hoy que la Biblia es altamente relevante. Los vestidos y
las costumbres pueden variar, pero la gente, en lo más hondo, es igual. Siempre han
experimentado los mismos sentimientos humanos de amor, odio, celos, compasión y
codicia. Todos comparten el misterio de la vida: todos nacen y avanzan hacia una muerte
segura. Lo confiesen o no, todos tienen hambre de algo más que comida, sexo y
comodidades terrenales. Todos comparten la profunda urgencia humana de comprender el
significado de la vida y de satisfacer sus necesidades más hondas.
Hay otra dificultad que hemos de vencer cuando leemos la Biblia. Se trata de un libro
escrito en un lenguaje diferente al nuestro. El Antiguo Testamento fue escrito en hebreo y
el Nuevo Testamento en griego. Por muy calificados que sean, para acceder al original
estamos a merced de los talentos y conocimientos de traductores.
Si bien hablamos de la Biblia como un libro, está compuesta de 66 libros diferentes.
Estos varían en extensión, en contenido y en la forma en que están escritos. Por ejemplo,
algunos son poesía, algunos narrativa, otros máximas sabias, otros cartas. Entre sus autores
hay reyes, cortesanos, sacerdotes, pastores y pescadores, así como muchos cuya identidad
solo podemos adivinar.
El proceso de escribir estos libros independientes cubre un lapso de muchas centurias.
Sin embargo, la Biblia es una unidad, no solo una colección de partes separadas. El
conjunto de libros constituye un todo. Los muy diversos autores muestran, cada uno a su
manera, lo que Dios tiene para decir sobre su mundo y sobre las personas que ha creado.
Nos muestran cómo es Dios por el modo en que actúa hacia hombres y mujeres, y porque
dejan en claro que él quiere establecer con todos la relación más íntima posible.
Los 66 libros de la Biblia están divididos en dos grupos principales: el Antiguo
Testamento, compuesto de 39 libros, y el Nuevo Testamento, de 27. También hay varios
libros conocidos como Deuterocanónicos, secundarios con respecto a los libros de las
Escrituras, pero incluidos dentro de algunas Biblias. La palabra «Testamento» viene del
latín y significa pacto o acuerdo. El tema predominante del Antiguo Testamento es la
antigua alianza de Dios con el pueblo de Israel. El Nuevo Testamento se ocupa del acuerdo
que Dios hizo más tarde, por medio de Jesús, con personas de cualquier nacionalidad que
ponen su confianza en Dios.
Pero el Dios al cual responden, o escarnecen, se ha propuesto deliberadamente
encontrar por sí mismo a los hombres y mujeres que creó. Tal vez comienzas a leer la
Biblia porque deseas encontrar a Dios. Pronto descubrirás en la Biblia que Dios estuvo
buscándote y ha provisto un camino para llevarte a una relación más cercana consigo.
La Biblia tiene algo más que decir sobre sí misma. Ella misma declara que quienes la
escribieron estaban inspirados—insuflados—por el Espíritu de Dios. De esta manera,
sostienen sus autores, las palabras son más que pensamientos e invenciones de hombres y
mujeres. La Biblia es la palabra del propio Dios a su mundo.
MARY BATCHELOR
LIBROS DE LA BIBLIA
El texto en nuestras Biblias se divide en capítulos y versículos. Esta división constituye una
adición posterior, hecha a fin de facilitar la referencia a cualquier parte de un libro.
La lista abajo sigue el orden que está en la Biblia.
Junto a cada título está el capítulo donde ese libro se menciona.
Génesis Capítulo 1
Éxodo Capítulo 2
Levítico Capítulo 2
Números Capítulo 2
Deuteronomio Capítulo 2
Josué Capítulo 3
Jueces Capítulo 3
Rut Capítulo 3
1 y 2 Samuel Capítulo 3
1 y 2 Reyes Capítulo 3
1 y 2 Crónicas Capítulo 3
Ester Capítulo 6
Esdras Capítulo 6
Nehemías Capítulo 6
Job Capítulo 8
Salmos Capítulo 7
Proverbios Capítulo 8
Eclesiastés Capítulo 8
Cantares Capítulo 7
Isaías Capítulo 4
Jeremías Capítulo 5
Lamentaciones Capítulo 7
Ezequiel Capítulo 6
Daniel Capítulo 6
Oseas Capítulo 4
Joel Capítulo 5
Amós Capítulo 4
Abdías Capítulo 5
Jonás Capítulo 5
Miqueas Capítulo 4
Nahúm Capítulo 5
Habacuc Capítulo 5
Sofonías Capítulo 5
Hageo Capítulo 6
Zacarías Capítulo 6
Malaquías Capítulo 6
Mateo Capítulo 9
Marcos Capítulo 9
Lucas Capítulo 9
Juan Capítulo 9
Cartas de Pablo:
Romanos Capítulo 11
1 Corintios Capítulo 11
2 Corintios Capítulo 11
Gálatas Capítulo 11
Efesios Capítulo 11
Filipenses Capítulo 11
Colosenses Capítulo 11
1 Tesalonicenses Capítulo 11
2 Tesalonicenses Capítulo 11
1 Timoteo Capítulo 11
2 Timoteo Capítulo 11
Tito Capítulo 11
Filemón Capítulo 11
Cartas generales:
Hebreos Capítulo 12
Santiago Capítulo 12
1 Pedro Capítulo 12
2 Pedro Capítulo 12
1 Juan Capítulo 12
2 Juan Capítulo 12
3 Juan Capítulo 12
Judas Capítulo 12
Apocalipsis Capítulo 13
EL ANTIGUO
TESTAMENTO
1
COMIENZOS
Génesis
GÉNESIS
PASAJES Y HECHOS CLAVE
La creación y la corrupción del mundo,
capítulos 1–3
Caín mata a su hermano Abel 4
Noé y el diluvio 6–9
La torre de Babel 11
La historia de Abraham 12–25
Destrucción de Sodoma y Gomorra 19
Historia de Jacob 27–35
Historia de José 37–50
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. (Gn 1.1)
La Biblia comienza con esta magnífica y fascinante declaración, que nos retrotrae a los
comienzos de nuestro mundo. En estas pocas palabras, el autor establece las grandes
verdades fundacionales de que hay un solo Dios, quien existía en los comienzos, y que toda
la creación es obra suya. Todo descansa en esto, y desde aquí discurre toda la narración
bíblica.
Hombre y mujer
A medida que se desarrolla el relato, los mares turbulentos son contenidos, el mundo es
vestido de árboles y plantas, y la tierra, el mar y el aire se llenan de criaturas vivientes. Pero
cuando hace a los seres humanos, el propósito creador de Dios se describe de una manera
diferente.
Entonces dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra
semejanza; y tenga potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias,
sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra». (Gn 1.26)
Hombres y mujeres fueron hechos para parecerse a Dios de una manera imposible para
la creación animal. Hombres y mujeres tendrían la capacidad de amar, de recordar, de
elegir y de estar en relación con Dios mismo. También fueron creados para ser agentes de
Dios, a cargo del resto de la creación, para administrarla bien. El autor no percibe a los
seres humanos como resultado del azar ciego ni a merced de planetas y estrellas. Los
describe como una obra artesanal de un Dios amante que los diseñó para gobernar su
mundo y—algo aún más asombroso—para gozar de su amistad. Es una escena perfecta y el
autor concluye el relato con las palabras:
Y vio Dios todo cuanto había hecho, y era bueno en gran manera. (Gn 1.31)
Un segundo aspecto de la historia es la creación de la mujer como una pareja para el
hombre, en igualdad con este. Dios los acerca y el autor resume allí el criterio de Dios
acerca del matrimonio:
Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una
sola carne. (Gn 2.24)
En lenguaje poético, el autor ha descrito el vasto alcance de la buena creación de Dios.
Ha dado respuesta a algunas de las preguntas más profundas sobre el origen y la finalidad
de la vida. Nos ha presentado ante un mundo perfecto.
Pero todos sabemos que la vida no es perfecta. Incluso en el mundo natural hay
perturbación y caos, y entre los seres humanos hay codicia, ira, explotación y crimen. De
modo que el autor relata en seguida, siempre en el lenguaje de la poesía, cómo se
introdujeron estos elementos extraños en ese mundo perfecto.
Tragedia
El primer hombre y la primera mujer, Adán y Eva, vivían en el hermoso Jardín del Edén,
ocupándose de plantas y animales, en feliz compañía de Dios. Tenían completa libertad,
excepto por una condición:
Del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él
comas, ciertamente morirás». (Gn 2.17)
Esas fueron las palabras de Dios. El nombre del árbol nos da una clave sobre su
significación. Hombres y mujeres pretenderían saber por sí mismos lo que era bueno o
malo para ellos. Eso destruiría la inocencia e introduciría un conocimiento peligroso.
Comer de ese fruto traería como resultado la muerte.
La narración describe cómo la astuta serpiente tentó a Eva para comer el fruto
prohibido. En otra parte de la Biblia se dice que la serpiente es el nombre dado a Satanás, el
enemigo de Dios y de la humanidad. Eva tomó el fruto porque vio que era «agradable a los
ojos y deseable para alcanzar la sabiduría». Ella también le dio un poco a Adán y, cuando
hubieron comido, sus ojos se abrieron. Habían perdido su inocencia. Tomaron conciencia
de su desnudez delante de Dios y el uno frente al otro. Por primera vez sintieron vergüenza
de encontrarse con Dios y se escondieron de él. Habían elegido la autonomía y la
desobediencia en lugar de la dependencia amorosa de Dios, su Hacedor; y por este acto la
creación entera se desquició. Este trágico acto desencadenó una multitud de amargas
consecuencias.
Dios aparece hablando a la serpiente y a Adán y Eva, mostrándoles las consecuencias
de sus actos. De ahora en adelante la tierra dará espinos y abrojos. La relación entre los
sexos se echará a perder por la explotación. La muerte física los alcanzará, aunque no en
forma inmediata. La muerte espiritual ya había destruido su estrecha relación con Dios. En
un acto profundamente significativo, Adán y Eva fueron expulsados de su jardín
paradisíaco. Sangre, sudor, trabajo y lágrimas estaban esperándoles.
La poesía de estos primeros capítulos de Génesis es seguida por informes narrativos
sobre los primeros descendientes de este primer hombre y de esta primera mujer. Su hijo
Caín mató a su hermano Abel, por celos, y sus descendientes prosiguieron la espiral de
creciente pecado y violencia. Finalmente:
Vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra … y se arrepintió
Jehová de haber hecho al hombre en la tierra. (Gn 6.5–6)
El diluvio
Dios determinó borrar su creación con una inundación, pero encontró un hombre bueno,
Noé, quien confiaba en él y le obedecía, aun en esos días tenebrosos. A pedido de Dios,
Noé construyó una enorme embarcación—el arca—para preservar a su familia y a
miembros del reino animal. Noé también intentó persuadir a quienes lo rodeaban para que
retornasen a Dios, pero sin éxito. Cuando vino el diluvio, Noé y su arca con su precioso
cargamento sobrevivieron y, cuando finalmente emergieron, construyeron un altar y dieron
gracias a Dios. Dios prometió que nunca más enviaría otro diluvio y entregó el arco iris
como signo de su inquebrantable promesa.
La Torre de Babel
Después del diluvio los hombres y las mujeres continuaron viviendo a su propio arbitrio.
No quisieron diseminarse y poblar la tierra como Dios instruyera a Adán y Eva y a sus
descendientes. En lugar de eso se establecieron en un centro donde comenzaron a edificar
un monumento que haría honor a su soberbia y a sus logros. Dios confundió sus planes,
pero estaba claro que la mayoría no estaba preparada para tomar el camino de Dios.
Abraham
En la segunda parte del libro de Génesis la pintura cambia: de la escena amplia pasa a
enfocar un hombre en particular, Abraham, su esposa y familia. Dios aún deseaba darse a
conocer a hombres y a mujeres y quería apartarlos de su desobediencia para que tuvieran
con él una feliz relación. La estrategia que planeó consistió en elegir a un hombre—una
sola familia—y hacer de él y de sus descendientes una nación con una relación especial con
Dios. Se daría a conocer a ellos, les entregaría sus promesas y sus leyes. Ellos, a su vez,
darían a conocer a Dios a las demás naciones del mundo: este era el plan de Dios, su
propósito al elegir a esta gente.
La promesa de Dios
Abraham y su mujer, Sara, vivían en la ciudad de Ur, al oriente de lo que se conoce como la
Medialuna Fértil. Se trata de un semicírculo de tierra que va desde Egipto, pasando por
Palestina y Siria, para bajar luego al Río Éufrates, hasta el Golfo Pérsico. En el medio del
bienestar y de la cultura de Ur, Dios llamó a Abraham a abandonar su hogar sedentario y
comenzar una vida nómada, viajando hacia la tierra de Palestina. Dios le prometió:
Haré de ti una nación grande, te bendeciré … y serán benditas en ti todas las familias
de la tierra». (Gn 12.2–3)
UR: LA CIUDAD DE ABRAHAM
Abraham y su esposa Sara vivían en la ciudad de Ur, en el sur de Babilonia, cuando Dios
les dio nuevas instrucciones. Debían abandonar la seguridad de la ciudad con su gran
templo al dios-luna, y partir en un largo viaje a una nueva tierra que Dios prometía darles.
Excavaciones en el lugar del antiguo Ur han descubierto los restos de casas de
ciudadanos acaudalados: dos pisos construidos alrededor de un patio pavimentado. Grandes
cantidades de tablillas de arcilla proporcionan registros del comercio—adquisición de
tierras, herencias, matrimonios—y de asuntos diplomáticos. Por su parte, las ruinas de un
gran templo piramidal escalonado dan testimonio de la importancia de la religión.
Abraham obedeció al llamado de Dios. Por el resto de su vida viviría como un nómada,
trasladándose en función de las necesidades de agua de sus rebaños y familia, aunque
siempre dentro de la tierra de Canaán que Dios había prometido a sus descendientes.
Dios hizo un pacto o alianza con Abraham. En una solemne ceremonia, prometió que
los descendientes de Abraham serían tan numerosos como las arenas de la playa o las
estrellas del cielo, y que heredarían la tierra de Canaán. Había un gran obstáculo en la
forma en que Dios había dispuesto cumplir su promesa. Abraham y Sara no tenían hijos y
ambos eran viejos. Sin embargo, la promesa involucraba a sus descendientes.
Después de muchos duros años de espera, cuando Sara había sobrepasado la edad de
tener hijos, la promesa de Dios se cumplió y nació un hijo, Isaac. La Biblia alaba a
Abraham por su fe, porque continuó confiando en Dios aun cuando parecía imposible que
la promesa se cumpliera.
Una prueba aun mayor tuvo que afrontar la fe de Abraham. Cuando Isaac era ya un
muchacho, Dios hizo lo impensable y le pidió a Abraham que ofreciera a su hijo en
sacrificio. En aquel tiempo se practicaban sacrificios humanos entre los pueblos vecinos.
Con el corazón dolido, Abraham se puso en camino con su atesorado y muy amado
hijo. Mientras iban hacia el lugar del sacrificio, Isaac advirtió que algo estaba mal, y dijo:
—Tenemos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?
Abraham respondió:
—Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío. (Gn 22.7–8)
Al levantar Abraham el cuchillo para matar a su hijo, el ángel de Dios lo detuvo:
—No extiendas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada, pues ya sé que temes a
Dios, por cuanto no me rehusaste a tu hijo, tu único hijo. (Gn 22.12)
Abraham encontró un carnero en los arbustos, enredado por sus cuernos. Lo ofreció en
holocausto a Dios, en lugar de su hijo. Ahora Abraham sabía que su Dios no quería los
sacrificios humanos que otros dioses exigían. También descubrió que estaba preparado para
confiar absolutamente en Dios y darle el primer lugar, antes de cualquier otra cosa.
El pueblo judío considera a Abraham como el padre de su nación. No solo fue el
antecesor físico de sus tribus, sino que la promesa divina de heredar una nación y una tierra
le fue hecha a él. Abraham es también el principal ejemplo de alguien que confía en Dios y
le obedece de todo corazón.
Jacob
Con el tiempo, Isaac contrajo matrimonio y tuvo hijos mellizos. Solo uno de los dos
continuaría la línea familiar y las promesas del pacto hecho por Dios con Abraham. Antes
de que los niños nacieran, Dios dijo a la madre, Rebeca, que el hijo menor sería el elegido.
Sin embargo Isaac favorecía a Esaú, el mayor, y Jacob trató de escamotear a su hermano
mayor el derecho que tenía a la sucesión de las promesas y bendiciones de Dios.
Pese a sus intrigas y engaños, Jacob realmente daba valor a las promesas de Dios,
mientras que su hermano Esaú, aunque atractivo y simpático, no las tenía en cuenta. Dios
utilizó las muchas y severas experiencias de la vida de Jacob para acercarlo a él y
transformarlo de un embaucador marrullero en una persona de firme confianza en Dios.
Camino a casa, después de muchos años de exilio, Jacob tuvo un extraño encuentro.
Durante toda la noche luchó con un misterioso forastero. Al final del combate, Jacob
exclamó: «Vi a Dios cara a cara».
Jacob el engañador pasó a ser «Israel», el que lucha, o el que persevera en Dios. Este
nuevo nombre fue dado a sus descendientes.
Jacob tuvo seis hijos varones de su primera mujer, Lea, y una hija, Dina. Tuvo dos hijos
con cada una de las esclavas de sus dos esposas y, más adelante, dos hijos de Raquel, su
segunda esposa, a quien amaba entrañablemente. Fueron los once hijos de Jacob, y los dos
hijos de su favorito José, quienes se convirtieron en los líderes tribales de la nación de
Israel.
La historia de José
De todos sus hijos, Jacob amaba más a José. Era el primogénito de su muy amada esposa
Raquel. Los otros hermanos, sin embargo, estaban celosos de José, especialmente cuando
les contaba sus sueños: sueños en los que él se enseñoreaba sobre el resto de la familia. Un
día en que fue enviado a ver a sus hermanos que estaban lejos, apacentando el ganado, estos
encontraron la manera de librarse de él. Lo arrojaron a un pozo vacío, y luego lo vendieron
a unos mercaderes que viajaban rumbo a Egipto.
En Egipto, la suerte de José fluctuó violentamente. Comprado como esclavo por Potifar,
importante funcionario del rey de Egipto, José se mostró capaz y digno de confianza. Muy
pronto se convirtió en el mayordomo de la casa. Pero la mujer de Potifar puso en él sus
ojos. Cuando José rechazó sus intentos de seducción, ella lo acusó a gritos de intentar
violarla, y José fue arrojado a la cárcel. No importa cuán adversas fueran las circunstancias,
el autor nos dice que «Jehová estaba con José».
En la prisión, José se ganó muy pronto la confianza del carcelero. Se hizo famoso por
explicar sus sueños a dos funcionarios del faraón que también estaban presos junto con él.
Los antiguos egipcios creían firmemente en los sueños como una clave para conocer el
futuro. Había manuales para su interpretación. El jefe de los coperos, cuyo sueño había sido
interpretado por José, fue liberado. Se acordó de José cuando el faraón tuvo un sueño que
nadie entendía. José fue sacado rápidamente de la prisión y vestido para presentarse ante el
rey. Interpretó los sueños del faraón, y reconoció prestamente a Dios como la fuente de su
asombrosa capacidad de visión: primero vendrían siete años de abundancia, seguidos por
siete años de una terrible hambruna. Impresionado, el faraón puso a José a cargo del
almacenamiento y distribución de alimentos.
Así, por un golpe de suerte (o, como creía José, por designio de Dios), sus hermanos
llegaron un día—sin sospechar nada—a mendigarle comida, ya que el hambre también
había alcanzado a su tierra. Por un tiempo José mantuvo secreta su identidad, pero al fin
perdió el control y les confesó quién era, perdonándolos y rogándoles que trajeran al
anciano Jacob y a sus familias para establecerse en Egipto, donde había alimento para
todos.
Allí, en el país de Egipto, termina el libro de Génesis. Pero la promesa de Dios no fue
olvidada. Antes de morir, José impartió instrucciones para que llevaran sus huesos cuando
la familia abandonara Egipto, pues estaba seguro de que eso ocurriría. Él quería descansar
por fin en la tierra prometida por Dios.
2
LEY Y LIBERTAD
Éxodo • Levítico • Números • Deuteronomio
Tras la muerte de José (hecho con el que termina Génesis), el pueblo de Israel floreció y se
multiplicó en Egipto. Sin embargo, los egipcios pronto olvidaron cómo José los había
salvado de la hambruna. De parte de los gobernadores de Egipto, la gratitud se convirtió en
recelo y odio.
Éxodo
ÉXODO
PASAJES Y HECHOS CLAVE
Moisés entre los juncos 1–2
Las diez plagas 7–12
La Pascua 12–15
El cruce del Mar Rojo 14
Los diez mandamientos y la Ley 20–24
El Tabernáculo 26
Al cabo de unos 300 a 400 años, la sola cantidad de israelitas planteaba una amenaza a los
egipcios nativos. El faraón—rey de Egipto—trató de suprimirlos, usando a los israelitas
como fuerza de trabajo forzado para sus ambiciosos proyectos arquitectónicos. Como aun
así siguieron creciendo en número, el monarca promulgó un edicto en virtud del cual todos
los bebés israelitas varones serían asesinados al nacer.
Un hombre y una mujer desacataron esta orden. Durante tres meses escondieron a su
hijo recién nacido y, cuando ya no podían seguir haciéndolo, su madre lo puso en un
canasto impermeable en el río, y dejó a María, la hermana, a cargo de su vigilancia. El bebé
fue encontrado en su canasto por la hija del faraón, cuando bajaba a tomar su baño. María
se acercó y ofreció a su madre como nodriza para el niño. La princesa llamó Moisés al
bebé, y lo dejó a cargo de la mujer hasta el destete. Luego Moisés fue criado y educado en
la corte egipcia como hijo adoptivo de la hija del rey.
Moisés
A pesar de haber sido criado en la corte real, el afecto de Moisés estaba con su propio
pueblo sometido, los israelitas. Trató de protegerlos de sus mayorales y de arreglar las
disputas entre ellos, con la intención de defender su causa, pero ellos lo rechazaron.
Finalmente, en su pasión por la justicia, mató a un capataz egipcio que golpeaba a un
israelita, y tuvo que huir del país.
Durante los siguientes 40 años, Moisés vivió como pastor, y pasó largas horas solo en el
desierto. Un día, cerca del Monte Sinaí, vio una zarza ardiendo. Lo que llamó su atención
fue el hecho de que el arbusto no se consumiera. Al acercarse, una voz le habló desde la
zarza ardiente.
Dios le dijo:
—No te acerques; quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra
santa es.
Y añadió:
—Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
(Éx 3.5–6)
«Deja ir a mi pueblo»
Moisés y Aarón se presentaron ante el faraón, el rey de Egipto, con la petición de que
permitiera salir al pueblo de Israel, con el propósito de adorar a su Dios. El faraón rehusó
de plano. Con el fin de demostrar que Dios era más fuerte que faraón y los dioses de
Egipto, y para hacer cambiar la actitud del faraón, cayó sobre los egipcios una serie de
desastres: las diez plagas. Primero las aguas del Nilo, dadoras de vida, se volvieron color
sangre. Luego fueron las plagas de ranas, de moscas y de piojos. Pero el faraón endureció
su corazón y se negó a permitir que el pueblo abandonara Egipto, como Dios había
mandado … y su pueblo sufrió en consecuencia. Después de nueve plagas, Moisés previno
al rey que vendría una décima y mucho más terrible tragedia: el primogénito de cada
familia en Egipto—incluso la primera cría del ganado—moriría en una noche determinada.
La Pascua
A través de estas intervenciones, el pueblo de Israel también aprendía acerca del poder de
Dios y de su misericordia hacia ellos. Por eso, antes de que cayera la última plaga, Moisés
indicó ciertos preparativos especiales. Cada familia israelita debía matar un cordero y
salpicar con su sangre los dinteles y postes de las puertas de su casa. Esto era un símbolo: la
vida del cordero era entregada por ellos. Cada familia refugiada en una vivienda marcada
por esa sangre estaba a salvo del poder destructor de la muerte.
La noche del juicio para los egipcios habría de ser la noche de salvación y liberación
para los israelitas. En el interior de cada hogar debían preparar una comida especial de
cordero asado y hierbas amargas, con pan sin levadura. Comerían ya vestidos para la
travesía. Apenas amaneciera, los egipcios estarían ansiosos por acelerar la partida de los
israelitas.
Llantos y lamentaciones llenaron la tierra a medida que la muerte llegaba a cada
vivienda egipcia. El faraón le dijo a Moisés que se llevara lejos a su pueblo. Los israelitas
estaban finalmente libres para abandonar la tierra de esclavitud y partir en busca de la tierra
que Dios les había prometido desde el tiempo de Abraham.
El Mar Rojo
Tan pronto como la vasta procesión de israelitas con sus rebaños y ganados hubo
abandonado Egipto, el faraón se arrepintió de haber dejado escapar a sus esclavos. Envió un
ejército para recapturarlos. Los israelitas parecían estar atrapados. Tenían al ejército en sus
talones, y el camino delante de ellos estaba bloqueado por el agua.
El Mar Rojo, tal como lo llama la Biblia, puede no ser el mar que hoy lleva ese nombre.
Una mejor traducción es Mar de los Junquillos, una extensión de agua probablemente
ubicada en la región que actualmente ocupa el canal de Suez.
Cuando vieron acercarse los caballos y carros egipcios, los israelitas se sobrecogieron
de pánico. Pero Moisés les dijo:
—No temáis; estad firmes y ved la salvación que Jehová os dará hoy, porque los
egipcios que hoy habéis visto, no los volveréis a ver nunca más. (Éx 14.13)
A la orden de Dios, Moisés alzó su cayado sobre el mar y un fortísimo viento del este
separó las aguas para que la gente pudiera seguir por tierra firme. Solo cuando estuvieron a
salvo del otro lado, las aguas volvieron a fluir, ahogando al ejército egipcio que los
perseguía.
Moisés y su hermana María rompieron a cantar e iniciaron una danza de victoria a la
que se sumó todo el pueblo:
«Cantaré yo a Jehová,
porque se ha cubierto de gloria;
ha echado en el mar al caballo y al jinete.
Jehová es mi fortaleza y mi cántico.
Ha sido mi salvación. (Éx 15.1–2)
A lo largo de la historia de Israel, esta poderosa liberación en el Mar Rojo se ha visto
como el acto supremo de Dios para salvar a su pueblo, junto con la Pascua, su gran acto de
redención de la esclavitud en Egipto.
En el desierto
Moisés alejó al pueblo del bien custodiado camino de la costa, y lo llevó hacia el sur, por el
Desierto de Sinaí, hacia el Monte Sinaí. Dios había prometido a Moisés que regresarían al
mismo lugar donde él había sido llamado. Durante toda la larga peregrinación en el
desierto, se describe a Dios yendo al frente de su pueblo: una columna de nubes en el día y
una columna de fuego en la noche eran los signos de que él estaba con ellos. El fuego y las
nubes se emplean a menudo como símbolos de la presencia de Dios. Esta nube se describe
como brillante y luminosa. Más tarde, la tienda o Tabernáculo de Dios sería otro símbolo
visible de su presencia.
La alianza
La alianza o pacto entre Dios y su pueblo de Israel, en el Monte Sinaí, es el corazón de todo
el Antiguo Testamento. El pacto está basado en el libre amor y bondad de Dios hacia su
pueblo. Él los había elegido para que le pertenecieran de una manera especial. Él los
protegería y los haría prosperar. La parte que le correspondía al pueblo en el pacto era
obedecer a Dios y cumplir las leyes dadas por intermedio de Moisés.
Todos estaban entusiasmados con este acuerdo. No dudaban de que podían cumplir su
parte en la alianza, aunque el resto del Antiguo Testamento muestra cuán lejos estuvieron
de ser fieles y obedientes a Dios.
Moisés subió a la montaña a recibir las palabras de Dios y descendió para la ceremonia
del pacto. Espantados por la nube, el sonido de una trompeta, los truenos y relámpagos en
derredor, el pueblo prestamente se declaró dispuesto a acatar el pacto. Moisés selló las
promesas de la alianza con la sangre de animales.
El signo de la relación contractual entre Dios e Israel era la circuncisión de todos los
varones, tal como primero se requirió a Abraham. La circuncisión era práctica común en
esa parte del mundo, como rito de iniciación a la adultez, pero para los israelitas marcaría
su relación especial con Dios; la operación se ejecutaría, de allí en adelante, en el octavo
día después del nacimiento. Dios les reveló su nombre especial para el pacto—el nombre
que había dado a conocer a Moisés—para que así lo nombrasen en adelante.
Leyes ceremoniales
Otro grupo de leyes tiene que ver con la adoración y servicio a Dios. Algunas normas
prescriben la manera de ofrecer el culto a Dios. Otras son leyes alimentarias, que estipulan
los alimentos que no deben ser comidos. La carne de puerco y los mariscos, entre otros,
estaban prohibidos. Es muy posible que estas leyes fueran dictadas para proteger la salud en
un clima cálido. La separación entre animales limpios e inmundos también simboliza la
separación de Israel de las naciones.
Había además muchas otras leyes que se referían a la limpieza ritual de la persona.
Tenían su fundamento en la higiene, pero la razón predominante era que el Dios de Israel
era un Dios santo. Era puro y no era tocado por el pecado. La suciedad física se consideraba
símbolo de corrupción moral y espiritual. Si Dios iba a vivir en medio de su pueblo, este
también debía mantenerse santo y puro en todo sentido.
El becerro de oro
Después de sellar la alianza, Moisés ascendió nuevamente la montaña y allí permaneció
largo tiempo en comunión con Dios. El pueblo se cansó de esperar su regreso. Rompiendo
las promesas que acababan de hacer, le rogaron a Aarón que les hiciera un dios que
pudieran ver y tocar. Él pidió que le entregaran sus joyas de oro, las fundió e hizo un
becerro. Siguió luego una ruidosa y concupiscente celebración, una orgía que pretendía ser
un culto de adoración, con el becerro en el centro.
Finalmente Moisés y su ayudante Josué descendieron de la montaña. Moisés llevaba las
tablillas de piedra grabadas por Dios con los diez mandamientos. Débilmente al comienzo,
pero cada vez más fuerte, escucharon el griterío que venía del campamento. Moisés muy
pronto se dio cuenta de lo que sucedía. Se puso furioso. Arrojó al suelo las tablillas de
piedra, rompiéndolas en pedazos, e irrumpió en la escena de la francachela, restableciendo
rápidamente el juicio en la gente. Moisés no podía creer que tan pronto después de jurar
obediencia a los mandamientos de Dios pudieran romper el segundo mandamiento e
inclinarse ante una imagen hecha por el hombre.
En su furia, Moisés molió el becerro hasta convertirlo en polvo, lo mezcló con agua e
hizo que los israelitas lo bebieran. Sin embargo, poco después Moisés mismo emprendió de
nuevo la caminata montaña arriba, e imploró el perdón de Dios y la rehabilitación para ese
pueblo que había pecado tan gravemente. Dios se reveló así a Moisés:
¡Jehová! Dios fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en
misericordia y verdad, que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad,
la rebelión y el pecado, pero que de ningún modo tendrá por inocente al malvado …
(Éx 34.6–7)
El Tabernáculo
Dios prometió a Moisés que estaría con su pueblo; su presencia se reconocía en las
columnas de nubes y fuego. Pero Dios también decidió que se erigiera un Tabernáculo: una
carpa para sí mismo en medio del campamento israelita. Moisés trasmitió las detalladas
instrucciones de Dios a los artífices que habrían de construir este pabellón especial o
Tabernáculo. En el centro de una serie de claustros, se encontraba «el Lugar santísimo». No
había allí imagen alguna de Dios, como en otros santuarios similares de la época, pero sí
una caja o arca cubierta de oro, en la que se colocaron las dos tablas de la Ley que Moisés
había traído de lo alto de la montaña.
Una característica de este Tabernáculo era que cada una de las partes estaba provista de
varas y anillos para transporte. Puesto que el pueblo estaba en marcha, el Tabernáculo
también tenía que ser movible. El Dios de Israel no era como los dioses de los pueblos de
los alrededores, cuyo poder estaba confinado al territorio en que vivía su tribu. Mientras el
pueblo de Dios estuviera peregrinando, él prometía ir con ellos y vivir allí.
Se estipularon pautas muy estrictas, para evitar que la gente pensara que se podía tratar
a Dios con liviandad. Solo los sacerdotes elegidos tenían permiso para servir en el
Tabernáculo; y una vez instalado el campamento, las tiendas de los sacerdotes rodeaban a
la tienda de Dios. A la vez que señalaba la presencia de Dios entre su pueblo, el
Tabernáculo protegía a todos de un contacto demasiado próximo con la terrible majestad y
santidad de la presencia de Dios.
El libro del Éxodo está lleno de la gloria y santidad de Dios, pero los escritores también
ponen énfasis en el hecho de que Dios estaba dispuesto a vivir en medio de su pueblo,
protegiéndolo y salvándolo. La gente tuvo que aprender muchas lecciones amargas durante
su peregrinación por el desierto. Faltaba el agua, y a menudo protestaban y aturdían a
Moisés con sus quejas. Pero Dios se revela como Aquel que constantemente proporciona lo
que necesita su pueblo.
El libro de Éxodo termina cuando se completa la construcción del Tabernáculo, y lo
envuelve la brillante nube de la presencia de Dios en toda su gloria. Dios está con su
pueblo.
EL TABERNÁCULO
La tienda del culto de Israel
Las instrucciones para construir el Tabernáculo están estipuladas en detalle en el libro de
Éxodo. Los israelitas debían hacer una tienda portátil para el Señor, que llevarían durante la
travesía hasta la tierra prometida. Cuando instalaban el campamento, la tienda de Dios se
erigía en el centro. Dios estaba en el medio de su pueblo: estaba siempre presente entre
ellos.
La tienda tenía dos habitaciones: en el cuarto privado interior se depositaba el arca de la
alianza y la copia de las leyes de Dios. En el atrio externo había un candelabro con siete
lámparas, un altar para el incienso y una mesa con doce panes.
Un amplio atrio rodeaba a la tienda de Dios: aquí la gente se presentaba ante los
sacerdotes. Había un altar para los sacrificios. Un gran recipiente de bronce contenía agua
para que los sacerdotes se lavaran antes de entrar a la tienda de Dios.
Levítico
LEVÍTICO
PASAJES Y HECHOS CLAVE
Leyes sobre ofrendas y sacrificios 1–7
Aarón y sus hijos ordenados sacerdotes 8–9
Leyes rituales sobre pureza e impureza 11–
15
El Día del perdón 16
Los grandes festivales 23
Leyes sobre santidad en la vida y en el culto
17–21
A primera vista, Levítico es poco más que un informe sobre cómo ofrendar sacrificios y
llevar a cabo disposiciones rituales. Eso se debe a que el libro se refiere a los deberes de los
sacerdotes y levitas, como el título indica.
Los levitas eran miembros de la tribu de Leví. No eran sacerdotes, porque no
descendían de Aarón, el primer sumo sacerdote. Sin embargo, ayudaban a los sacerdotes en
sus deberes. Necesitaban instrucciones detalladas a fin de poder ejecutar sus servicios
correctamente.
La palabra clave de Levítico es «santo». El estilo de vida de los sacerdotes, los levitas y
el pueblo debe ser limpio, puro y consagrado a Dios. Debido a que están en una relación de
alianza con un Dios santo, ellos también deben ser santos: libres de contaminación y
completamente dedicados a Dios.
En el centro mismo del libro, leemos sobre las fiestas religiosas que marcan el paso del
año para los israelitas. Los festivales celebraban los actos salvíficos de Dios en el pasado y
su incesante protección.
La Pascua
La Pascua era una conmemoración clave en Israel. Era la primera de las fiestas anuales y,
una vez que Israel llegó a la tierra de Canaán, todos los israelitas varones debían acercarse
al Tabernáculo de Dios—más tarde el templo—para celebrar la Pascua.
En la noche de la primera Pascua, Dios había liberado a su pueblo de la esclavitud en
Egipto; desde entonces, esos acontecimientos se conmemoraban durante la comida pascual.
La redención de Dios se recordaba al comer el cordero asado, junto con hierbas amargas,
que eran remembranza de la amargura de la esclavitud en Egipto. También comían pan
preparado sin levadura, pues la fiesta de los panes sin levadura («ázimos») se celebraba al
mismo tiempo.
Algunos consideran la fiesta del pan sin levadura como una celebración agrícola, por
estar relacionada con la cosecha de la cebada, ocasión en que la primera gavilla madura se
ofrecía a Dios. La Biblia asocia el acto de comer el pan sin levadura con la primera Pascua,
cuando la gente tenía tanta prisa por abandonar Egipto, que no podía esperar que leudara la
masa que llevaría consigo.
Sacrificio
A mucha gente hoy el sacrificio le parece algo bárbaro, especialmente si involucra
animales. Otrora el sacrificio se practicaba en todo el mundo como una forma de poner
aquello que puede ser visto y conocido en este mundo en contacto con el mundo espiritual.
En ciertas religiones, el sacrificio se considera una manera de alimentar y satisfacer a los
dioses. La Biblia rechaza este punto de vista y pone énfasis en la santidad de Dios; su
bondad absoluta lo sitúa lejos del error y del mal, y por esa razón se hace necesario un
camino especial para que hombres y mujeres pecadores se acerquen a él. El sacrificio era
ese camino.
Se prescribían ofrendas diferentes para distintas ocasiones y situaciones, pero en cada
caso el sacrificio expresaba el reconocimiento de que el devoto no estaba en condiciones de
aproximarse a Dios. Antes de hacerlo, los pecados deben ser cubiertos y expiados. Con el
paso del tiempo, la necesidad del perdón de los pecados se convirtió en la principal razón
para el sacrificio en Israel.
Se realizaba de la manera siguiente:
El ofrendante se aproximaba al altar, que estaba en el atrio externo del Tabernáculo, y
traía el animal determinado. Tenía que ser perfecto, libre de defectos. La persona ponía su
mano sobre la cabeza del animal, identificándose con este. Luego él mismo mataba al
animal, y el sacerdote untaba la sangre en los cuernos y en la base del altar. El cuerpo del
animal era quemado sobre el altar. A veces se guisaba parte del animal y se compartía una
comida.
No existe una explicación clara de la relación entre el sacrificio y el pecado; con todo,
al identificarse con el animal, el ofrendante claramente expresaba que, por haber
quebrantado las leyes de Dios, merecía el destino que el animal iba a sufrir. El animal
moría en lugar de él. Había varios tipos de sacrificio. En la ofrenda colectiva, la acción de
compartir y comer la carne guisada significaba la renovada relación del pecador con Dios y
con sus congéneres hombres y mujeres.
Todo el poderoso rito del sacrificio servía como fuerte ayuda visual, y ponía en claro la
necesidad de cada persona de estar en buenos términos con un Dios santo.
Ceremonial
Buena parte de Levítico y otras partes del Pentateuco se ocupan del ritual. No hay
explicación de las detalladísimas instrucciones que acompañan la construcción del
Tabernáculo o el procedimiento para los sacrificios. Con todo, es importante atribuirles el
peso que merecen. Algunos antropólogos sociales sostienen que la comprensión del ritual
de un pueblo es la clave para conocer su identidad. Explica cuáles son sus valores y qué es
lo que más los conmueve.
Cada grupo en la sociedad tiene sus propios ritos, aunque a veces, por la misma
familiaridad, no nos percatemos de ellos. Todos los ritos de los israelitas pretendían
enfatizar la santidad del Dios al cual servían, el hecho de su absoluta bondad y ausencia de
pecado. Las ceremonias traían a la memoria la seriedad que reviste acercarse a Dios, la
necesidad de obedecer sus leyes y de seguir los procedimientos adecuados para ser santos
también.
El capítulo 19 del Levítico es un maravilloso ejemplo de cómo tenía que vivirse la
santidad de Israel en la vida cotidiana. Las leyes abarcan muchos aspectos de la vida, desde
la exactitud de las pesas y medidas hasta el cuidado de los desposeídos, así como mandatos
sobre no robar, mentir o cometer fraude. En todas estas enseñanzas subyace el amor y la
veneración hacia Dios y hacia los demás.
Levítico también establece las disposiciones de Dios para rehabilitar a su pueblo y
restaurar su herencia, la tierra. Cada séptimo año habría de ser un año «sabático», durante el
cual la tierra descansa y queda en barbecho. Cada 50 años se proclamaría un año de Jubileo.
La tierra debía ser devuelta a su primitivo propietario y los esclavos puestos en libertad.
Números
NÚMEROS
PASAJES Y HECHOS CLAVE
Vida en el desierto, en Sinaí y después 14
Espionaje de la tierra 13
Cuarenta años de peregrinaje 14
La rebelión de Coré 16
Agua de la roca 20
La serpiente de bronce 21
Balac y Balaam 22–24
Fronteras de Canaán 34
El libro de Números contiene la lista de los clanes del pueblo de Israel; el título del libro
proviene del censo o empadronamiento con el cual comienza. Lo que hoy puede parecernos
lectura árida y polvorienta era fascinante para la gente que leía acerca de sus propios
antepasados. El libro de Números, sin embargo, contiene algo más que guarismos relativos
al censo. Hay otras leyes, así como un relato de ciertas experiencias de Israel durante su
peregrinación por el desierto.
Cades-Barnea
Una historia clave relata que Moisés, desde un lugar llamado Cades, envió a doce
hombres—uno por cada tribu—a explorar la tierra de Canaán, antes de prepararse para
entrar en ella. Los frutos que trajeron de vuelta eran exquisitos, pero solo dos de los doce
espías creían que Dios les daría la tierra. Los demás vieron a sus habitantes como gigantes
que podrían repelerlos fácilmente. La mayoría del pueblo se puso del lado de los diez,
rehusando creer en Dios y en su promesa.
Entonces toda la congregación gritó y dio voces; y el pueblo lloró aquella noche. (Nm
14.1)
En vano Caleb y Josué, los dos que confiaban en Dios, suplicaban a la gente:
Si Jehová se agrada de nosotros, él nos llevará a esta tierra y nos la entregará; es una
tierra que fluye leche y miel … Jehová está con nosotros: no los temáis. (Nm 14.8–9)
Pero el pueblo no quiso escucharlos y, por no haber confiado en Dios, los israelitas
fueron condenados a vagar por el desierto durante 40 años: el tiempo necesario para que esa
generación de incrédulos se extinguiera. Luego Josué y Caleb condujeron a una nueva
generación hacia la tierra prometida.
Biografía de Moisés
Nacido en Egipto bajo amenaza de muerte del faraón; hijo de Amram, un levita, y de
Jocabed (Éxodo 2, 6).
Escondido de los soldados egipcios y puesto en un canasto impermeable a orillas del Río
Nilo, es encontrado por la hija del faraón y criado en la corte tras un cuidado inicial a cargo
de su madre (Éxodo 2).
En defensa de sus hermanos israelitas, mata a un capataz egipcio y es obligado a huir del
país (Éxodo 2).
Se casa en Madián, y trabaja como pastor para su suegro, Jetro, durante 40 años (Éxodo
2–3).
Atraído por la zarza ardiente en el desierto, es llamado por Dios para rescatar a su pueblo
(Éxodo 3).
Regresa a Egipto; el faraón se niega a dejar ir al pueblo. Moisés y Aarón anuncian una serie
de desastres: las diez plagas (Éxodo 7–12).
Muerte de los primogénitos; la Pascua; Moisés saca al pueblo de Egipto (Éxodo 12–13).
El cruce del Mar Rojo y una canción de triunfo (Éxodo 13–15).
Recibe la ley de Dios para su pueblo en Sinaí y sella la alianza (Éxodo 20–24).
El becerro de oro. Enojado, Moisés rompe las tablas de la ley; pero más tarde intercede ante
Dios por su pueblo (Éxodo 32).
Exploradores son enviados a Canaán desde Cades; la rebelión tiene como resultado 40 años
de peregrinaje en el desierto bajo el liderazgo de Moisés, que estaba siempre alentando a su
pueblo (Números 13).
Agua brota de una roca; la ira de Moisés (Números 20).
El último gran discurso de Moisés al pueblo recordándoles la alianza; Moisés entrega el
liderazgo a Josué y observa la Tierra prometida desde el monte Pisga (Deuteronomio 34).
Muerte de Moisés (Deuteronomio 34).
Números describe a Moisés como «un hombre muy humilde”. Tal vez esta sea la cualidad
que mejor lo describe. Se crió gozando de todas las ventajas de la educación ofrecida en un
palacio. Fue escogido por Dios para ser líder de su pueblo, y además tuvo una relación
íntima con Dios. Sin embargo, Moisés nunca se impuso a nadie ni luchó por sus propios
derechos. La mayor parte del tiempo soportó las quejas y la desobediencia del pueblo con
paciencia. Habló con dureza al pueblo solo cuando el honor de Dios estaba en juego.
No solo sacó al pueblo de la esclavitud y lo llevó a la frontera de la Tierra prometida,
sino que también les entregó la Ley y confirmó la alianza entre ellos y Dios. Hizo de una
muchedumbre indisciplinada un pueblo casi unido. Cuidó de sus necesidades diarias—
alimento y agua—y administró justicia. También los guió en victorias militares.
Deuteronomio cataloga su grandeza con estas palabras:
Nunca más se levantó un profeta en Israel como Moisés, a quien Jehová conoció cara a
cara; nadie como él por todas las señales y prodigios que Jehová le envió a hacer en tierra
de Egipto, contra el faraón y todos sus siervos, y contra toda su tierra, y por el gran poder
y los hechos grandiosos y terribles que Moisés hizo a la vista de todo Israel. (Dt 34.10–12)
Serpientes venenosas
Números habla bastante de las experiencias del pueblo en el desierto y de las lecciones que
Dios trató de inculcarles bajo la guía de Moisés. En cierta ocasión, los israelitas habían
vuelto a refunfuñar, como tantas veces, contra Moisés y contra el mismo Dios:
«¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto?» (Nm 21.5)
En respuesta, Dios permitió que una plaga de serpientes venenosas los asediaran. Lleno
de remordimiento, el pueblo se acercó a Moisés y le pidió que intercediera ante Dios para
que alejara las serpientes. Dios le dijo a Moisés que hiciera una serpiente de bronce o de
cobre y la pusiera en lo alto de un asta. Cualquiera que hubiera sido mordido y mirara la
serpiente de bronce, sanaría. Se trataba de otra simple ayuda visual para enseñar fidelidad y
obediencia.
Alimento
Cuando se cansaban de la vida en el desierto, los israelitas a menudo hablaban con
nostalgia de la comida que solían disfrutar en Egipto: pescado, pepinos, melones, puerros y
ajo. No había ninguna posibilidad de encontrar estos productos en el desierto. En cambio,
tenían que satisfacer su hambre con lo que llamaban «este pan tan liviano».
Se referían a la comida especial que Dios les proveyó durante todo su peregrinaje por el
desierto. El autor de Éxodo lo describe como una sustancia blanca, escamosa y dulce. Se
derretía al sol. La gente lo llamaba maná, vocablo que significa «¿qué es?», pues cuando lo
vieron por primera vez nadie sabía lo que era. El maná cubría la tierra cada mañana. Puede
haberse tratado del man arábigo, sustancia exudada por dos tipos de insecto que viven en el
tamarisco.
Oraciones y bendiciones
Cada vez que la nube de la presencia de Dios y el arca de la alianza se detenían, los
israelitas armaban sus tiendas. La oración que Moisés repetía era la siguiente:
«¡Descansa, Jehová,
entre los millares de millares de Israel!». (Nm 10.36)
Cuando la nube y el arca se ponían nuevamente en movimiento, oraba:
«¡Levántate, Jehová!
¡Que sean dispersados tus enemigos
y huyan de tu presencia los que te aborrecen!». (Nm 10.35)
Aarón y los sacerdotes impartían esta bendición especial sobre el pueblo:
“Jehová te bendiga y te guarde.
Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti
y tenga de ti misericordia;
Jehová alce sobre ti su rostro
y ponga en ti paz”. (Nm 6.24–26)
Deuteronomio
DEUTERONOMIO
PASAJES Y HECHOS CLAVE
«No se olviden»; a través de todo el libro,
Moisés le recuerda al pueblo los
mandamientos de Dios y todo lo que él había
hecho por ellos.
Los diez mandamientos 5
Obediencia y desobediencia: maldiciones y
bendiciones 27–28
La renovación de la alianza 29
Josué, un nuevo líder 31
Cántico y bendición de Moisés 32–33
La muerte de Moisés 34
Este libro ha sido llamado «el latido del corazón» del Antiguo Testamento. Su nombre
significa «segunda ley», porque describe la renovación de la alianza entre Dios e Israel.
El libro toma la forma de un discurso de despedida de Moisés al pueblo de Israel,
cuando después de tanto tiempo alcanzan la tierra prometida. A Moisés no le fue permitido
entrar en esa tierra con ellos. En una ocasión había dejado que su ira hacia los israelitas
brotara sin control; en consecuencia, dijo Dios, podría ver pero no entrar en Canaán.
Deuteronomio evoca el pasado, recordando al pueblo todo el amor y la fidelidad que
Dios les ha mostrado durante los años en el desierto. Expone nuevamente ante los israelitas
las promesas de la alianza, fielmente guardadas por el lado divino. Por su parte, ellos
deberán obedecer a fin de experimentar la bendición de Dios en la nueva vida que tienen
por delante.
El libro termina con la muerte de Moisés, y la figura de Josué, su nuevo líder, que surge
para conducirlos hacia la tierra prometida.
Amor y obediencia
El tema de la fidelidad de Dios está presente en todo el libro de Deuteronomio. Moisés
mueve a los israelitas a pensar sobre su historia de los últimos 40 años, recordándoles el
constante cuidado de Dios. Hasta las pruebas padecidas han sido parte del plan amoroso de
Dios:
Te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová, tu Dios, estos cuarenta
años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu
corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos. Te afligió, te hizo pasar hambre
y te sustentó con maná, comida que ni tú ni tus padres habían conocido, para hacerte
saber que no sólo de pan vivirá el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de
Jehová vivirá el hombre. (Dt 8.2–3)
Fecha y compilación de Deuteronomio
Hay muchas opiniones en cuanto a la fecha en que fue escrito el libro de Deuteronomio;
oscilan desde los tiempos de Moisés hasta después del exilio, una diferencia de unos 600
años. Muchos están de acuerdo con que parte de su contenido se remonta hasta el mismo
Moisés; pero la mayoría cree que el libro fue escrito o compilado (o sea, que su lenguaje
fue actualizado) en el siglo VII a.C. Algunos piensan que fue compilado por levitas; otros,
por escribas. Pero también puede ser obra de profetas del reino del norte de Israel, quienes
habían huido hacia Judá, al sur, después de la caída de su capital, Samaria. Se cree que fue
escrito por ellos durante los malos días del reinado de Manasés (ver 2 Reyes 21).
Muchos eruditos creen que los que compilaron Deuteronomio también son responsables
por los libros de Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel, y 1 y 2 de Reyes. Reconocen que todos estos
libros ponen de relieve en la alianza con Dios y la importancia de obedecerla. Se les llama a
estos escritores los «deuteronomistas».
Los autores asimismo hacen hincapié en la forma en que Israel debía corresponder al
cuidado paternal de Dios. Debían responder en obediencia amorosa:
Mirad, pues, que hagáis como Jehová, vuestro Dios, os ha mandado. No os apartéis a
la derecha ni a la izquierda. Andad en todo el camino que Jehová, vuestro Dios, os ha
mandado, para que viváis, os vaya bien y prolonguéis vuestros días en la tierra que
habéis de poseer. (Dt 5.32–33)
El libro de Deuteronomio reitera la Ley—el Decálogo y algunas de las leyes que de él
derivan—y luego resume todo en una sola sentencia:
«Oye, Israel: Jehová, nuestro Dios, Jehová uno es.
»Amarás a Jehová, tu Dios, de todo tu corazón, de toda tu alma y con todas tus
fuerzas». (Dt 6.4–5)
La Ley se cumple en el amor.
3
HISTORIA CON UNA DIFERENCIA
Josué • Jueces • Rut • Samuel • Reyes • Crónicas
A primera vista, los libros de la Biblia desde Josué a 2 Reyes parecen más bien libros de
historia para el pueblo de Israel. Relatan las experiencias de la nación desde el ingreso en la
tierra prometida de Canaán hasta que fueron llevados al exilio en Babilonia, unos 600 años
más tarde. Pero estos libros hacen algo más que relatar acontecimientos. De hecho, la
presentación judía de las escrituras los considera libros de los primeros profetas, y no libros
de historia.
Un profeta es una persona que proclama el mensaje de Dios, interpretando los hechos
desde el punto de vista de Dios y pronunciando su veredicto. Los autores de estos libros
hacen justamente eso. Se preocupan no solo por detallar sucesos de los años que reseñan
sino también por explicar los hechos como Dios los ve. Proporcionan la perspectiva de
Dios sobre los asuntos humanos. Estos libros registran la historia con una diferencia.
Se piensa que 1 y 2 Crónicas no fueron escritos en la misma época que los demás libros
de esta sección; con todo, también utilizan sucesos del pasado para brindar lecciones a los
lectores de su tiempo. Los dos libros de Crónicas, escritos después del exilio y del regreso a
la patria, tenían por objeto estimular una renovada fidelidad.
Josué
JOSUÉ
PASAJES Y HECHOS CLAVE
Josué designado jefe1
Rahab y los espías 2
Cruce del Jordán 3
La caída de Jericó 5–6
El pecado de Acán; desastre en Hai 7–8
La conquista de Canaán 9–12
La tierra dividida entre las tribus 13–19
Discurso de despedida y muerte de Josué
23–24
Nunca habría otro líder como Moisés. Él había conducido al pueblo de Israel desde la
esclavitud en Egipto hasta la frontera misma de la tierra prometida de Canaán. Ahora
Moisés había muerto: Dios continuaría su obra de salvación por intermedio de un nuevo
jefe. Josué, que había sido el brazo derecho de Moisés, fue elegido por Dios para llevar
adelante la obra desde el punto en que la había dejado Moisés. Al iniciar la tarea, Dios le
hizo una promesa especial:
«Como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te desampararé. Esfuérzate y
sé valiente, porque tú repartirás a este pueblo como heredad la tierra que juré dar a
sus padres. Solamente esfuérzate y sé muy valiente, cuidando de obrar conforme a toda
la Ley que mi siervo Moisés te mandó …» (Jos 1.5–7)
Eran enérgicas palabras de estímulo, y Josué las necesitaba. Canaán, la tierra prometida
por Dios a los descendientes de Abraham, no estaba vacía y esperando al pueblo de Israel.
Estaba ocupada por un conjunto de diferentes tribus, establecidas como ciudades-estado,
construidas una tras otra en las planicies y a lo largo del camino de Egipto a Siria y
Mesopotamia (la tierra entre los ríos Hidequel y Éufrates). En otro tiempo estas ciudades
habían estado bajo el dominio egipcio. Muchas de ellas estaban separadas por apenas cinco
kilómetros, pero cada una tenía su fortaleza y su gobernante, para respaldar y proteger su
población. Para habitar la tierra, los israelitas tendrían que luchar por el territorio y
desalojar a la gente que ya estaba allí.
El primer obstáculo que enfrentó Josué fue la inmensamente fuerte ciudad fronteriza de
Jericó, una de las ciudades más antiguas del mundo. Envió dos hombres a explorar,
mientras los israelitas todavía estaban al otro lado del río Jordán, límite de Canaán.
Ambos espías deben haberse sentido reconfortados cuando Rahab, la prostituta que los
hospedaba en Jericó, los ocultó de los soldados del rey, y les aseguró que había oído y
creído las hazañas del Dios de Israel en favor de su pueblo. Las noticias sobre las
triunfantes batallas de Israel habían llegado antes que ellos.
La caída de Jericó
Jericó no sería conquistada por asedio o ataque. En cambio, se llevaría a cabo una extraña
ceremonia. Durante seis días sucesivos, le dijo Dios a Josué, los soldados marcharían
alrededor de la ciudad fortificada. La guardia de avance iría primero, mientras siete
sacerdotes hacían sonar sus trompetas. Luego vendría el arca de la alianza, portada por
sacerdotes, y después la retaguardia. Los soldados no debían hablar ni gritar. En el séptimo
día, la procesión marcharía siete veces alrededor de la ciudad. Cuando los sacerdotes
hicieran resonar largamente una nota en sus trompetas de cuerno de carnero, los soldados
lanzarían un grito de guerra con todas sus fuerzas.
Josué puso en ejecución esta extraordinaria orden. En el séptimo día, tras el séptimo
circuito de la ciudad, los soldados gritaron con fuerza y las murallas de la ciudad se
derrumbaron. Los soldados pudieron entrar directamente y capturar la ciudad y su gente.
Josué y su pueblo comprendieron, como nunca antes, que sus victorias en Canaán eran cosa
de Dios y no dependían solo de la fuerza o habilidad humanas.
El pueblo de Canaán
Naturalmente, nos estremecemos ante las sangrientas conquistas que se realizaron en
nombre de Dios. Los autores del Antiguo Testamento vieron estas batallas como el juicio
de Dios sobre la maldad de los habitantes. Dios había dicho a Abraham que sus
descendientes tendrían que esperar 400 años en Egipto antes de entrar en Canaán, hasta que
los amonitas se volvieran tan malvados que debieran ser castigados. Las campañas de Josué
se consideraron como actos de purificación y justicia, no como agresión y rapiña de tierras.
La religión del país era ciertamente decadente. Las tribus cananeas tenían diferentes
dioses, cada uno de los cuales supuestamente controlaba su propio territorio. El nombre
genérico de estos dioses era baal, que se traduce como señor, amo o marido. A veces el
baal se representaba con una imagen de toro o de serpiente. La tierra era la esposa del baal;
y la gente de la tierra, sus esclavos.
Cada aldea tenía su santuario, en la cima de un cerro o debajo de un gran árbol,
marcado por una piedra vertical o poste de madera. Los festivales se vinculaban con la
siembra y la cosecha, y la luna nueva. Se ofrecían frutos a los dioses y se sacrificaban
animales. Los baales eran dioses de la fertilidad y en consecuencia el culto incluía ritos
sexuales. La embriaguez era común, especialmente durante las fiestas de la cosecha. A
veces se practicaban sacrificios de niños.
A medida que el pueblo de Israel se fue estableciendo en el país, comenzaron a sentir—
consciente o inconscientemente—que sería más sabio y más seguro incorporar el culto a
Baal en el ejercicio de su religión. Después de todo, estos dioses sabían todo repecto a
hacer crecer las mieses, algo que Dios no había hecho durante su travesía por el desierto.
Con el tiempo, aunque seguían adorando en el nombre de Dios, utilizaron los santuarios de
Baal y adoptaron los ritos de su culto, y se entregaron a la misma clase de ceremonias
inmorales y crueles que practicaban sus vecinos cananeos.
Distribución de la tierra
Josué se lanzó a una campaña de conquista y obtuvo la victoria sobre varias ciudades-
estado. Una vez que el pueblo de Israel tomaba control de un área, le correspondía a Josué
dividir el territorio entre las tribus. Luego se instaba a cada tribu a exterminar o desalojar a
los habitantes de su sector, para establecerse allí.
Las opiniones difieren en cuanto a cómo se llevó esto a cabo, pero no hay duda de que
los israelitas no aniquilaron a todos los cananeos de una vez. Pareciera que al principio se
interesaron por las zonas centrales altas más que por las fértiles planicies. Pero la verdadera
lucha vino después de los tiempos de Josué, cuando aparecieron otros contendientes a
disputar la tierra: filisteos, amonitas y moabitas, así como los propios cananeos.
Josué asignó ciudades especiales a los levitas a través del país, pues ellos no recibían
territorio propio. Su labor consistía en ayudar en el servicio a los sacerdotes, y se les pagaba
con los diezmos que los israelitas comunes y corrientes tenían por ley que contribuir.
Josué, el jefe
Josué tuvo una vida larga y pródiga en acontecimientos. Había sido el brazo derecho de
Moisés durante muchos años antes de asumir el liderazgo de Israel. Hacia el fin de su vida
hizo una súplica apasionada para que el pueblo permaneciera fiel a Dios y observara sus
leyes:
«Ahora, pues, temed a Jehová y servidlo con integridad y verdad … Si mal os parece
servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis … yo y mi casa serviremos a Jehová».
(Jos 24.14–15)
El pueblo sinceramente prometió servir a Dios y serle fiel, y Josué renovó las promesas
de la alianza entre Israel y Dios.
LOS CANANEOS
El pueblo conocido como cananeo colonizaba la tierra en el extremo oriente del mar
Mediterráneo hacia 2000 a.C. En tiempos de Josué (aprox. 1300 a.C.), el país estaba
dividido en pequeñas ciudades- estado, cada una con su rey. Las ciudades eran minúsculas
desde la perspectiva moderna, pero fuertemente amuralladas y fortificadas.
Los cananeos eran grandes comerciantes; recorrían sin cesar el mar Mediterráneo en sus
barcos mercantes, desde Egipto hasta Creta y Grecia. Tiro, Sidón, Berito (Beirut) y Biblos
eran sus puertos principales. Biblos—a causa del comercio en papiro (la versión antigua del
papel)—dio su nombre al libro: biblia (de donde viene también la palabra Biblia). Los
cananeos fueron también los primeros en desarrollar un alfabeto.
La fama de sus artesanos era ampliamente conocida. Mucho después que los israelitas
conquistaron Canaán, cuando querían los más finos artesanos para trabajar en el templo,
recurrieron a albañiles y carpinteros cananeos.
Jueces
JUECES
PASAJES Y HECHOS CLAVE
Débora y Barac derrotan a los cananeos 4–5
El vellón de Gedeón; derrota de los madianitas
6–7
La hija de Jefté; batalla contra los amonitas
11–12
Historia de Sansón: los filisteos 13–16
El título del libro de Jueces evoca la ley y los tribunales de justicia, pero los jueces de los
que ahora hablamos no eran jueces en sentido jurídico. Se trataba de personas intensas y
carismáticas que aparecían en tiempos de crisis y liberaban al pueblo de sus enemigos.
Algunos también administraban justicia según las leyes. Muchos de ellos emprendieron
batallas a la vez que organizaron a las tribus para que se mantuvieran unidas y
permanecieran leales a Dios. Se los llamaba jueces porque «hacían justicia»; esto es,
enderezaban lo que estaba torcido, a veces por medio de las armas.
El libro de Jueces sigue un modelo reiterado. Los autores explican que Israel prosperaba
cuando el pueblo era fiel a Dios; por el contrario, cuando lo abandonaban por otros dioses
ya no podían resistir ante sus enemigos y caían bajo su dominación. Entonces, atribulados,
solicitaban la ayuda de Dios y él suministraba un juez, o liberador, para enfrentar la
situación:
Cuando Jehová les levantaba jueces, Jehová estaba con el juez, y los libraba de manos
de los enemigos mientras vivía aquel juez … Pero acontecía que, al morir el juez, ellos
volvían a corromperse, más aún que sus padres … (Jue 2.18–19)
Débora y Barac
Débora era una profetisa y jueza que administraba justicia y sabiduría desde su lugar
habitual debajo de una palmera entre Ramá y Bet-el. A un hombre llamado Barac le entregó
un mensaje de Dios con la orden de combatir contra Sísara, comandante del ejército
cananeo, que tenía enorme poder y toda la ventaja militar de sus carros de hierro. Estos
cananeos habían estado oprimiendo cruelmente a Israel durante 20 años y el pueblo había
clamado a Dios en busca de ayuda. Débora le prometió a Barac la victoria en nombre de
Dios, pero Barac estaba demasiado atemorizado como para ir sin ella.
Llegó la orden de ataque, y los ejércitos de Sísara cayeron en confusión, aparentemente
por la lluvia torrencial e inundaciones que atascaban los carros. Sísara escapó a pie y sufrió
la ignominia de ser muerto por una mujer, mientras dormía en su tienda. Por esa razón,
Barac no obtuvo crédito por la victoria.
Historia de Gedeón
Durante siete años, los madianitas, tribus beduinas del desierto de Arabia, hicieron la vida
insoportable para Israel. Hordas a lomo de camello hacían incursiones en Israel, arrasaban
sus cosechas y robaban bueyes, ovejas y asnos. Los israelitas quedaban sin nada para
subsistir. En su tribulación clamaron a Dios.
El santuario de Dios
La época de los jueces fue de un período de transición. La tosca muchedumbre de israelitas
que había viajado hacia la tierra prometida no se convirtió de inmediato en una nación
unificada. A menudo actuaban como tribus separadas. Pero en los primeros 200 años había
un santuario central al que las tribus se acercaban para adorar a Dios. Albergaba el arca de
la alianza, que había sido la pieza esencial del Tabernáculo itinerante durante el peregrinaje
por el desierto.
Siquem fue la primera sede del santuario. Más tarde fue trasladada a Silo, al sur de Bet-
el, y luego regresó a Silo. Debido a que diferentes lugares se llaman santuarios, algunos
piensan que pudo haber más de uno de estos centros al mismo tiempo.
En respuesta, Dios envió un ángel a un joven llamado Gedeón, quien estaba trillando el
trigo oculto en un lagar, a escondidas de los merodeadores madianitas. El ángel le habló al
tímido joven granjero:
«Jehová está contigo, hombre esforzado y valiente». (Jue 6.12)
Encargó a Gedeón el rescate de Israel de la opresión madianita, y le prometió:
«Ciertamente yo estaré contigo». (Jue 6.16)
Gedeón comenzó por destruir el altar a Baal que tenía su padre y erigió en cambio un
altar a Dios. Luego reunió un ejército, pero todavía abrigaba temores. ¿Dios lo había
llamado realmente, y le daría la victoria? Entonces oró:
«Si has de salvar a Israel por mi mano, como has dicho, he aquí que yo pondré un
vellón de lana en la era; si el rocío está sobre el vellón solamente, y queda seca toda la
otra tierra, entonces entenderé que salvarás a Israel por mi mano, como lo has dicho».
(Jue 6.36–37)
Ocurrió como Gedeón quería, pero sus dudas persistían. Rogó a Dios que repitiera el
milagro al revés: que el vellón estuviera seco y el suelo húmedo. Dios concedió la señal
nuevamente.
Tranquilizado, Gedeón alistó un ejército para enfrentar a los madianitas en su
campamento; Dios le dijo que tenía demasiados hombres. Indicó a todos los que tuvieran
miedo que volvieran a sus casas, pero de todos modos Dios repitió que eran demasiados.
Dijo a Gedeón que llevara a sus hombres al río a tomar agua. Algunos se arrodillaron para
beber; otros sacaron el agua con las manos y la lamieron con la lengua. Aquellos que
lamieron, dijo Dios, formarían el ejército de Gedeón: apenas 300 hombres.
Esa noche Gedeón llamó a su gente: «Levantaos, porque Jehová ha entregado el
campamento de Madián en vuestras manos».
Cada soldado llevaba una trompeta y un cántaro vacío para esconder adentro una
antorcha encendida. Luego siguieron las órdenes de Gedeón:
«Miradme a mí y haced como hago yo; cuando yo llegue al extremo del campamento,
haréis vosotros como hago yo». (Jue 7.17)
Llegaron al campamento justamente para el cambio de guardia, que ocasionaba un
desasosiego momentáneo. A la orden de Gedeón, sus 300 hombres tocaron las trompetas, y
vociferaron:
«¡Por la espada de Jehová y de Gedeón!» (Jue 7.20)
Entonces rompieron los cántaros. Llameó la luz de las antorchas, aterrorizando a los
enemigos que acababan de despertar. El grito de batalla de las trompetas y el resplandor de
las antorchas sembraron el pánico entre los madianitas. Blandieron las espadas unos contra
otros, causando muertes entre sus propias filas, y huyeron fuera del campamento hacia la
oscuridad.
Gedeón pidió refuerzos para cortar su retirada en los vados del río Jordán. La victoria
fue completa.
Sansón
Sansón es probablemente el más famoso de los jueces. Antes de su nacimiento se le ordenó
a su madre que no bebiera vino o cerveza ni comiera ningún alimento prohibido, porque el
niño estaría consagrado a Dios como nazareo. Este voto nazareo, tomado habitualmente por
un adulto (a veces solo por un breve período) implicaba abstenerse de alcohol y dejarse
crecer el cabello. Significaba para todos que esta persona estaba apartada de una manera
especial para el servicio de Dios. Sansón fue consagrado de esta forma desde su
nacimiento.
LOS FILISTEOS
Los filisteos eran un pueblo marítimo que vino de Creta y se estableció en Canaán a lo
largo de la costa en los siglos XIII y XII a.C. Fundaron cinco ciudades-estado cerca de la
costa: Gaza, Ascalón, Asdod, Ecrón y Gat. Dieron su nombre—Palestina—a todo el país.
No sabemos qué dioses adoraban al llegar a Canaán, pero más tarde adoptaron las deidades
cananeas de Dagón, Astoret y Beelzebú. Introdujeron el hierro en la región y por algún
tiempo tuvieron el monopolio de herramientas y armas de hierro. Esto les daba una gran
ventaja en la guerra, porque el hierro es mucho más fuerte que el bronce o el cobre.
Los filisteos (véase texto aparte), otro pueblo inmigrante que vivía a lo largo del borde
costero de Canaán, eran los enemigos que Sansón fue llamado a contrarrestar.
Sansón estaba dotado de una enorme fuerza física. Mató a un cachorro de león a mano
limpia y en otra ocasión desquició las rejas de la ciudad, con puertas, postes, candados y
todo. Sin embargo, su historia es una de vacilaciones y oportunidades perdidas. Se casó con
una muchacha filistea, apenando a sus padres, y se vengó del engaño que le hicieron los
parientes de ella atando zorros—o chacales—por sus colas, prendiéndoles fuego y
soltándolos en medio del trigo maduro y los olivares.
Las mujeres fueron la ruina de Sansón. Fue la hermosa Dalila, pagada por los espías
filisteos, quien finalmente le arrancó el secreto de su gran fuerza:
«Nunca a mi cabeza llegó navaja, porque soy nazareo para Dios desde el vientre de mi
madre. Si soy rapado, mi fuerza se apartará de mí, me debilitaré y seré como todos los
hombres». (Jue 16.17)
Mientras Sansón dormía con su cabeza en el regazo de Dalila, esta llamó a un hombre
para que le cortara el pelo. Luego despertó a Sansón a gritos:
«¡Sansón, los filisteos sobre ti!» (Jue 16.20)
Pero su fuerza había desaparecido con el quebrantamiento del voto y los filisteos lo
tomaron prisionero. Le sacaron los ojos y lo pusieron a moler trigo en una cárcel filistea.
En una fiesta a su dios Dagón, los gobernantes filisteos mandaron traer a Sansón para
divertirse a costa suya. Se burlaban de su debilidad y de su ceguera; pero el pelo de Sansón
había comenzado a crecer nuevamente y él volvió a sentir el aguijoneo de su antigua fuerza
y su lealtad a Dios. Pidió al mozo que le hacía de lazarillo que lo condujera junto a las
columnas principales del gran salón. Imploró a Dios una vez más para que le diera fuerzas
y empujó las columnas con todo su poder, derrumbándolas. El edificio se desplomó,
matando a los que hacían fiesta y con ellos a Sansón.
Los que mató al morir fueron muchos más que los que había matado durante su vida.
(Jue 16.30)
Rut
El libro de Rut cuenta la historia de una familia que vivía en tiempos de los jueces. Incluye
muchas costumbres propias de ese período, aunque quizá se escribiera mucho más tarde. Es
una historia de mucha belleza y sentimiento. Relata los avatares de una viuda y el amor y
lealtad de su nuera—nacida como extranjera al Dios de Israel—y del amoroso cuidado de
Dios hacia ambas.
La hambruna azotó el pueblo de Belén, y la familia de Elimelec abandonó la tierra de
Israel y se fue a vivir a la vecina región de Moab. La tragedia siguió persiguiéndolos, pues
no solo Elimelec murió, sino también sus dos hijos, unos diez años más tarde. Ambos
jóvenes se habían casado con mujeres moabitas. Noemí—viuda y madre—añoraba su
patria; cuando tuvo noticias de que otra vez había alimentos en Belén, se preparó para
regresar. Ambas nueras se ofrecieron para acompañarla. Cuando trató de disuadirlas, una de
ellas, Rut, imploró:
«No me ruegues que te deje
y me aparte de ti,
porque a dondequiera que tú vayas, iré yo,
y dondequiera que vivas, viviré.
Tu pueblo será mi pueblo
y tu Dios, mi Dios.
Donde tú mueras, moriré yo
y allí seré sepultada.
Traiga Jehová sobre mí
el peor de los castigos,
si no es solo la muerte lo que hará separación entre nosotras dos». (Rt 1.16–17)
Así que Noemí y Rut se establecieron en Belén. Rut proveía de alimento a ambas,
espigando detrás de los segadores, como la ley permitía hacerlo a la gente pobre. Sin
saberlo, eligió un campo perteneciente a Booz, pariente del marido de Noemí. Esta vio la
mano de Dios en la aparente coincidencia y dio ciertas instrucciones a Rut.
Acabada la cosecha, Rut pidió a Booz que cumpliera su deber como pariente cercano,
estipulado por ley, y adquiriese un campo que antes había pertenecido a Elimelec. Su deber
como pariente también implicaba casarse con Rut, lo que hizo de buen grado. El hijo de
ambos reconfortó a Noemí, que ya estaba envejeciendo.
El autor enumera osadamente los descendientes directos de Rut y Booz, mostrando que
entre ellos se encuentra el propio gran rey David. Rut, que podría haber sido despreciada
como extranjera, fue su antepasada.
Algunos piensan que la historia fue escrita para poner de relieve la preocupación de
Dios por los no israelitas así como por su propio pueblo, tal vez para enderezar la balanza
en un tiempo en que había un indebido énfasis en la pureza racial.
1 y 2 Samuel
1 y 2 SAMUEL
1 SAMUEL: PASAJES Y HECHOS CLAVE
El nacimiento de Samuel: la oración de Ana
1–2
El niño Samuel. El llamado de Dios 3
Saúl llega a ser rey, y luego es rechazado
10–15
Samuel unge a David como futuro rey l6
David mata a Goliat l7
La amistad entre David y Jonatán 20
David es proscrito 21–30
Muerte de Saúl y Jonatán 31
2 SAMUEL: PASAJES Y HECHOS CLAVE
Elegía de David por Saúl y Jonatán 1
David es coronado rey 2
David conquista Jerusalén 5
David trae el arca de la alianza a Jerusalén 6
Promesa de Dios a David 7
Adulterio de David con Betsabé y muerte de
Urías 11
Mensaje de Natán a David 12
Rebelión de Absalón contra su padre 15
David huye de Jerusalén 15
Victoria de David; muerte de Absalón 18
Cántico de alabanza y últimas palabras de
David 22–23
Estos dos libros de Samuel eran originalmente uno. Se ocupan de otro período de transición
en la historia de Israel, cuando la nación dejó de ser gobernada por un juez o líder
carismático, y pasó a ser regida por un rey. Muestran diferentes tipos de liderazgo.
Describen la época de los últimos dos jueces—Elí y Samuel—y de los primeros dos
reyes—Saúl y David—, estableciendo así un vínculo entre Jueces y los libros 1 y 2 de
Reyes, que siguen luego.
El primer libro de Samuel, como Rut, comienza con la historia de una familia. Elcana y
sus dos esposas hacían su viaje anual al santuario de Silo para adorar a Dios. Una de las
esposas, Penina, tenía hijos, pero la otra, Ana, era estéril. Ana se desesperaba por esta
carencia, y en el santuario oró a Dios:
«¡Jehová de los ejércitos!, si te dignas mirar a la aflicción de tu sierva, te acuerdas de
mí y no te olvidas de tu sierva, sino que das a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a
Jehová todos los días de su vida …» (1S 1.11)
Cuando su oración tuvo respuesta y Samuel nació, ella fue fiel a su palabra. Consagró
su hijo a Dios; apenas destetado, lo puso al cuidado de Elí, sacerdote del santuario. Su
cántico de agradecimiento a Dios fue ferviente y jubiloso:
«No hay santo como Jehová;
porque no hay nadie fuera de ti
ni refugio como el Dios nuestro …
Jehová empobrece y enriquece,
abate y enaltece.
Él levanta del polvo al pobre;
alza del basurero al menesteroso,
para hacerlo sentar con príncipes …» (1S 2.2,7–8)
El niño Samuel dormía en el santuario donde estaba el arca de la alianza. Una noche
oyó su nombre: «¡Samuel!» Corrió donde dormía Elí, pero este no lo había llamado. Dos
veces más la voz llamó a Samuel y dos veces más él corrió a presentarse ante Elí. El
anciano sacerdote comprendió entonces que era Dios quien llamaba al joven. Le dijo que
volviera a su cama y que, al oir nuevamente el llamado, respondiese: «Habla, que tu siervo
escucha.»
Samuel así lo hizo y Dios llamó otra vez. Entregó a Samuel un mensaje de condenación
para los perversos hijos de Elí.
Después de 40 años de liderazgo de Elí, Samuel ocupó su lugar. Sirvió bien al pueblo
como jefe sabio y probo, como sacerdote en el santuario y también como profeta y
administrador de justicia.
La necesidad de un rey
Samuel envejeció. Sus hijos fueron nombrados jueces, pero no le trajeron honra. De ahí que
el pueblo de Israel pidiera a Samuel que les diera un rey. Al hacerlo así no solo lo
rechazaban a él; también rechazaban a Dios. Estaban desechando el gobierno de Dios, que
había sido rey de su pueblo, por el de un gobernante terrenal.
Samuel les advirtió sobre el tipo de opresión que sufrirían bajo un poder centralizado.
Sus reyes se convertirían en despreciables dictadores, exigiéndoles impuestos y bienes y
haciéndoles la vida difícil. Pero la gente persistió en su solicitud y Dios dijo a Samuel que
hiciera lo que le pedían. Samuel quería que el rey de Israel fuera regente de Dios: que no
estuviese por encima de las leyes de Dios, sino que fuese él mismo súbdito de Dios.
Además de gobernar bien y con justicia, debería animar al pueblo a mantener su pacto con
Dios y adorarlo solo a él. El rey no debía ser un déspota autocrático, como los reyes de las
naciones vecinas.
Samuel recibió orden de ungir a Saúl como primer rey: era más alto que todos los
demás hombres y tenía todas las condiciones de un líder. Comenzó como un héroe militar
local y luego fue proclamado rey de todo Israel. Sin embargo, después de un comienzo
promisorio, Saúl decidió hacer las cosas por su cuenta y desobedeció a Dios. Al final,
Samuel le dijo: «Rechazaste la palabra de Jehová y Jehová te ha rechazado para que no seas
rey sobre Israel».
Con todo, Samuel seguía sintiendo afecto por Saúl y no se alegró mucho cuando Dios le
dijo que nombrara al que posteriormente sucedería a Saúl.
Biografía de David
David, un niño pastor, es ungido rey de Israel por el profeta Samuel (1 Samuel 16)
Tomado para el servicio del rey, toca el arpa para Saúl (1 Samuel 16)
David mata al campeón filisteo, Goliat (1 Samuel 17)
Una profunda amistad se desarrolla entre David y Jonatán, hijo del rey Saúl (1 Samuel
18)
Saúl se pone celoso; David huye, su vida peligra (1 Samuel 18–21)
David, proscrito y en fuga, elude al rey y dos veces perdona la vida de Saúl (1 Samuel
22–24, 26)
David es coronado rey a la edad de 30 años (2 Samuel 5)
El arca de la alianza es llevada a la nueva ciudad capital de Jerusalén (2 Samuel 6)
David sueña con edificar un templo dedicado a Dios, quien se lo prohibe, pero promete a
David una sucesión «para siempre» (2 Samuel 7)
Las victorias militares de David extienden las fronteras de su reino (2 Samuel 5, 8, 10)
David comete adulterio con Betsabé y mata a su marido Urías; el profeta Natán, enviado
por Dios a David, lo reprende severamente. El hijo de David y Betsabé muere, pero nace un
segundo hijo, Salomón (2 Samuel 11–12)
Problemas de familia. Absalón, hijo de David, dirige una rebelión y David huye de él (2
Samuel 15–16)
Absalón muere; tristeza de David. El rey vuelve a Jerusalén (2 Samuel 18–19)
David designa a Salomón como el nuevo rey y le da sus últimas instrucciones. Después de
un gobierno de 40 años, muere, dejando un reino fuerte y estable (1 Reyes 1–2)
David es ungido
David, el menor de ocho hijos, estaba cuidando ovejas cuando Samuel visitó a su familia
para elegir a uno de ellos como futuro rey. David fue llamado a toda prisa cuando los otros
siete hermanos fueron rechazados por Samuel. A instancias de Dios, Samuel ungió la
cabeza de David con aceite, en señal de su nombramiento como próximo rey. Esta
ceremonia discretamente se celebró en privado.
David y Goliat
Después de ser ungido como futuro rey de Israel, David continuó pastoreando las ovejas de
su padre. Fue convocado a la corte para tocar el arpa con el fin de aliviar al rey Saúl de
unos violentos ataques depresivos, descritos como «un espíritu malo de parte de Jehová».
En una oportunidad se trasladó desde los campos de su padre hasta el frente de batalla,
donde sus tres hermanos servían en el ejército del rey Saúl.
El enemigo filisteo acampaba en un cerro y los israelitas en otro, separados por un
valle. Goliat era el campeón presentado por los filisteos para decidir la batalla contra Israel,
en un combate individual. Salía cada día a lanzar su desafío, pero los hombres de Saúl se
acobardaban a la vista del gigante.
Al llegar y oir el desafío, David se ofreció como voluntario para enfrentar a Goliat;
rehusó la oferta de una armadura del rey y eligió su honda de pastor y cinco piedras lisas
del torrente. Así armado salió a pelear, una figura esmirriada en contraste con la
corpulencia del filisteo.
Goliat lo miró incrédulo:
«Ven hacia mí y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo». (1S
17.44)
En la respuesta de David estaba el secreto de su triunfo:
«Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina; pero yo voy contra ti en el nombre
de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has
provocado». (1S 17.45)
Puso una piedra en su honda y la arrojó a la frente de Goliat. El filisteo cayó a tierra,
aturdido, y David le saltó encima, tomó la espada del hombretón y le cortó la cabeza.
Aterrorizadas, las tropas filisteas huyeron en desorden, perseguidas por el ejército israelita.
David y Jonatán
Después de la muerte de Goliat, David se instaló en la corte de Saúl y llegó a ser un exitoso
oficial de su ejército. Una profunda amistad creció entre David y Jonatán, hijo de Saúl.
Confiaban plenamente el uno en el otro y eran profundamente leales entre sí.
Pronto Saúl se puso encarnizadamente celoso de David y de sus proezas militares.
Jonatán trató de protegerlo de la ira de su padre y finalmente previno a David de que debía
abandonar la corte y ocultarse, o Saúl lo asesinaría.
Desde entonces David vivió en constante fuga, a menudo escapando de Saúl solo en el
último momento. Sin embargo, cuando en dos ocasiones lo tuvo en su poder, David se negó
a matar a Saúl porque era el rey ungido por Dios.
Saúl y Jonatán murieron trágicamente en lucha contra los filisteos y David los lloró
sinceramente. Escribió un lamento elegíaco:
«Saúl y Jonatán, amados y queridos;
inseparables en la vida, tampoco en su
muerte fueron separados;
más ligeros eran que águilas,
más fuertes que leones …
»Angustia tengo por ti, Jonatán, hermano mío,
cuán dulce fuiste conmigo.
Más maravilloso me fue tu amor
que el amor de las mujeres.
»¡Cómo han caído los valientes,
cómo han perecido las armas de guerra!». (2S 1.23–27)
David el rey
Tras una lucha por el poder con otro hijo de Saúl, David se convirtió en rey de todo el
territorio de Israel.
Pese a sus fallas, David representaba el modelo de todo lo que debía ser un rey israelita.
Se lo describe como un hombre conforme al corazón de Dios. Su reino fue considerado
posteriormente como la edad de oro de Israel.
Defectos de David
Una tarde de primavera David contempló desde una ventana de su palacio a una mujer muy
bella que estaba bañándose. Era Betsabé, esposa de uno de sus fieles oficiales de ejército,
que en ese mismo momento estaba lejos, combatiendo por David. El rey dio órdenes para
que le trajeran a Betsabé al palacio. Poco tiempo después, Betsabé le envió recado de que
estaba encinta.
David hizo venir a su marido, habló con él de cuestiones militares y luego sugirió que
volviera a casa donde su mujer. Urías no tragó el anzuelo. Firmemente rehusó disfrutar de
los goces del hogar mientras sus compañeros de armas luchaban en el frente.
Desesperado, David urdió la muerte de Urías. Despachó una nota a su comandante, por
mano del propio Urías, ordenándole poner a este en el punto donde más dura fuera la lucha.
La orden fue obedecida y Urías murió en combate. Entonces David se casó con Betsabé.
Dios envió al profeta Natán a decirle a David que había violado las leyes de Dios.
Natán expuso su punto de vista mediante una parábola.
Había dos hombres en una ciudad, uno rico y el otro pobre. El rico tenía numerosas
ovejas y vacas, pero el pobre no tenía más que una sola corderita, que él había
comprado y criado, y que había crecido con él y con sus hijos juntamente, comiendo de
su bocado, bebiendo de su vaso y durmiendo en su seno igual que una hija. Un día
llegó un viajero a visitar al hombre rico, y este no quiso tomar de sus ovejas y de sus
vacas para dar de comer al caminante que había venido a visitarlo, sino que tomó la
oveja de aquel hombre pobre, y la preparó para quien había llegado de visita (2S 12.1–
4).
Al oir la historia, David montó en cólera y declaró que el hombre rico merecía la
muerte por su inhumanidad.
Natán dijo entonces a David: «Tú eres ese hombre».
David tuvo la humildad de aceptar la reprimenda, reconocer su culpa y confesar su
pecado a Dios. Fue perdonado, pero el hijo de Betsabé murió. Les nació otro hijo, Salomón;
cuando David estaba viejo y próximo a morir, eligió a este hijo para que reinara después de
él.
Sabiduría de Salomón
Poco después de ser coronado rey en lugar de su padre David, Salomón se dirigió al
santuario de Dios en Gabaón para ofrecer sacrificios. Mientras allí estaba, Dios se le
apareció en un sueño y le dijo: «Pide lo que quieras que yo te dé.»
Salomón suplicó:
«Ahora pues, Jehová, Dios mío, tú me has hecho rey a mí, tu siervo, en lugar de David,
mi padre. Yo soy joven y no sé cómo entrar ni salir … Concede, pues, a tu siervo un
corazón que entienda para juzgar a tu pueblo y discernir entre lo bueno y lo malo …».
(1R 3.7–9)
A Dios le complació que Salomón solicitara sabiduría y se la prometió, añadiendo lo
que Salomón no había pedido: riqueza y honores.
Salomón se hizo conocido en muchos países por su sabiduría. Se cuenta una historia de
dos prostitutas que le pidieron justicia. Ambas habían dado a luz, pero uno de los bebés
había muerto y ahora cada una reclamaba al niño vivo como propio. Salomón dio orden de
cortar a la criatura en dos y dar una mitad a cada mujer. De inmediato la verdadera madre
protestó. Dejaría al niño con la otra mujer, si así salvaba su vida. Salomón descubrió la
verdad merced a su sabio dictamen.
EL TEMPLO DE SALOMÓN
El templo de Salomón fue construido según un diseño fenicio. Era notable no por su tamaño
sino por su belleza. Los costosos paneles de cedro que guarnecían el edificio de piedra
estaban cubiertos de oro. El interior del edificio tenía 27 metros de largo y 9 metros de
ancho. Había dos habitaciones principales. La interior—el Lugar santísimo—era un cubo de
nueve metros de largo, ancho y alto. Contenía el arca de la alianza, donde estaban las tablas
de la ley de Moisés. Dos querubines extendían sus alas en la parte alta. Estas figuras
labradas estaban hechas de madera de olivo cubierto con planchas de oro.
En la habitación exterior había un altar cubierto de oro, encima del cual los sacerdotes
quemaban incienso. El altar para sacrificios animales estaba en el patio exterior.
Jeroboam I de Israel
Jeroboam fue caracterizado por los autores como el rey que condujo a Israel al pecado. Lo
hizo mediante la construcción de santuarios en dos sitios, Dan en el norte y Bet-el en el sur.
Estos altares tenían significación religiosa tanto para Israel como para los cananeos.
Jeroboam estaba decidido a impedir que su pueblo se marchara otra vez a Jerusalén, el
antiguo centro de monarquía y de culto. Por eso instaló un becerro de oro en cada uno de
estos santuarios. Puede ser que su sentido fuera representar a los portadores del trono de
Dios, pero pronto se hicieron objetos de culto por sí mismos. Por largo tiempo el becerro
había sido un símbolo de fertilidad en el culto cananeo. En opinión de los autores bíblicos,
esta profanación del verdadero culto a Dios sembró las semillas de la ruina final de Israel,
200 años más tarde.
Judá
Judá fue bendecido con más reyes buenos que Israel. El rey Asa, nieto de Roboam, fue un
rey bueno y piadoso durante la mayor parte de su vida y también lo fue su hijo Josafat. Pero
su hijo Joram concertó un matrimonio con Atalía (hija de Acab y Jezabel), que era tan
malvada como su madre.
Cuando su hijo Ocozías fue asesinado por Jehú, Atalía se convirtió en una poderosa
reina madre en Judá. Eliminó a todos los herederos del trono apropiándose del poder e
imponiendo el culto a Baal en el territorio durante seis años. Sin embargo, sin que Atalía lo
supiese, uno de los hijos del rey fue rescatado y escondido por una tía y su marido, que era
sacerdote en Jerusalén. Después de seis años de clandestinidad, este joven fue coronado
públicamente. El grito de «¡Traición!» de Atalía solo sirvió para atraer a los guardias,
quienes le dieron muerte de inmediato.
Israel y Judá
Jeroboam II en Israel coincidió con Azarías en Judá, y ambos disfrutaron de reinos
prósperos por más de 40 años. Se aliaron para extender las fronteras de sus tierras hasta casi
alcanzar las dimensiones del imperio de Salomón. Sin embargo, el comentario de los
autores sobre Azarías es solo parcialmente favorable y de Jeroboam se dice que pecó contra
el Señor. Los autores evaluaron a estos reyes menos por sus logros y su prosperidad que por
su obediencia o desobediencia a las leyes de la alianza.
Israel
Aunque aparentemente próspera, Israel estaba moralmente empobrecida. Padecía un
colapso político y social. El profeta Amós había denunciado los pecados de Israel durante
el reinado de Jeroboam II. Acusó a los ricos de llevar una vida de relajo y diversión,
explotando a los pobres y menospreciando sus derechos. No había justicia en los tribunales
ni religión pura en los santuarios.
Al morir Jeroboam, lo sucedió su hijo Zacarías. Luego de seis meses este fue asesinado
y Salum reinó durante un mes antes de ser también asesinado. Lo sucedió Manahem, pero
sus diez años de reinado estuvieron marcados por su desobediencia a la ley de Dios.
También hizo grandes concesiones a Asiria. Siguieron otros golpes de estado, hasta que
finalmente Asiria, fortalecida durante el reinado de Tiglat-pileser III, puso sitio a Samaria.
Después de dos años terribles, el pueblo de Israel, desfalleciente de hambre, se rindió. En
conformidad con la política Asiria, los israelitas fueron deportados y otros pueblos
conquistados fueron traídos para ocupar su tierra. La historia de las diez tribus llegaba a su
fin.
LOS ASIRIOS
Durante la mayor parte del período del Antiguo Testamento, los asirios ocupaban la tierra
entre los ríos Hidekel y Éufrates, actualmente Irak. Asiria se había convertido en una gran
potencia hacia 1100 a.C., pero el imperio asirio se estableció aproximadamente en el 900
a.C.
Tiglat-pileser III—conocido en la Biblia como Pul—expandió las fronteras de su
imperio en todas direcciones.
Los asirios eran crueles y despiadados en la guerra. El rey se sentaba en su trono en la
puerta de la ciudad mientras hacían desfilar ante él a los hombres principales del pueblo
capturado, en jaulas o encadenados. Luego eran torturados, cegados y quemados hasta
morir.
Un rey se vanagloriaba de haber erigido una torre humana retorcida de dolor.
Entretanto, los escribas contaban las cabezas de los muertos comunes, antes de
amontonarlas en una pirámide.
Asurbanipal (669–636) gobernó en Nínive, la capital asiria, e hizo de su palacio un
centro de literatura y artes visuales. Tenía una biblioteca de 20.000 «libros» de arcilla. La
historia y las tradiciones de Mesopotamia fueron escritas por orden suya.
Se escribía marcando bloques de barro húmedo con un palo en forma de cuña, en
escritura cuneiforme (o de cuña; véase el artículo sobre la escritura). Los ladrillos de barro
luego eran cocidos al sol hasta que endurecían. Buena parte de lo que sabemos sobre la
antigua civilización mesopotámica proviene de esta colección de tablillas de arcilla.
Las tallas o grabados asirios muestran a Asurbanipal en su deporte favorito, la caza. Se
lo representa viajando en un coche liviano de dos ruedas, armado con jabalina o arco y
flecha. Se vanagloriaba de haber cazado en una expedición 30 elefantes, 360 leones y otras
250 bestias feroces.
Judá
Con la desaparición de Israel, Judá resultaba más vulnerable ante Asiria, imperio que ahora
tenía sus fronteras a menos de 30 kilómetros. Acaz, rey de Judá, se había negado a escuchar
el sabio consejo de Isaías, profeta de Dios y consejero del rey y de la corte. Acaz fue
obligado a pagar un pesado tributo a Asiria, y para congraciarse animó el culto de los
dioses asirios. Su hijo Ezequías, en cambio, estuvo dispuesto a escuchar a Isaías y se movió
con astucia para obtener la independencia. Fortaleció las murallas de Jerusalén, reorganizó
el ejército y construyó un túnel para asegurar el suministro de agua a la ciudad. Más tarde
fue obligado a pagar tributo a Asiria, pero evitó un ataque. Así es como los autores
describen la tragedia que sufrieron los asirios en su campamento, en las afueras de
Jerusalén:
«Aconteció que aquella misma noche salió el ángel de Jehová y mató en el campamento
de los asirios a ciento ochenta y cinco mil hombres. A la hora de levantarse por la
mañana, todo era cuerpos de muertos. Entonces Senaquerib, rey de Asiria, partió y
regresó a Nínive.» (2R 19.35–36)
Al parecer, una peste mortal asoló las filas asirias.
Manasés, hijo de Ezequías, reinó durante 55 años y su gobierno fue un desastre. Volvió
a introducir el culto a Baal, hasta en el templo mismo. Fue tarea de su nieto Josías
emprender la reforma y purificar el templo. Durante las tareas de reparación, fue
descubierto el Libro de la Ley (muy probablemente Deuteronomio). Cuando el rey escuchó
su mensaje, quedó consternado. Convocó a los líderes nacionales a renovar las promesas de
la alianza en una reunión pública en el templo. Con todo, el mensaje de Dios a Judá era de
juicio. A pesar de los intentos de Josías por enderezar las cosas, la desobediencia del pueblo
era profunda y general.
Los reyes que siguieron a Josías fueron débiles y necios. Los babilonios, que ahora
habían conquistado Asiria, asediaron Jerusalén, robaron sus tesoros y llevaron en cautiverio
al rey Joaquín y a los ciudadanos nobles. Un rey títere, Sedequías, fue puesto en el trono en
597 a.C., pero intentó rebelarse. Después de otro sitio de ocho meses, Jerusalén cayó ante
Nabucodonosor de Babilonia.
La ciudad fue saqueada, el templo sagrado fue destruido y la mayoría de la gente fue
deportada a Babilonia. Solo los verdaderos profetas, que habían advertido del desastre
inminente, veían algún atisbo de esperanza más allá de este exilio. (Véase en el capítulo 6
la historia de la nación durante y después del exilio.)
1 y 2 Crónicas
1 y 2 CRÓNICAS
1 CRÓNICAS: PASAJES Y HECHOS CLAVE
Arboles genealógicos: registro histórico desde
Adán hasta los primeros reyes 1–9
Muerte del rey Saúl 10
Historia del rey David 11–21
David hace preparativos para la construcción
del templo y el culto 22–29
2 CRÓNICAS: PASAJES Y HECHOS CLAVE
Historia del rey Salomón 1–9
División del reino: la historia de Judá 10–21
Atalía y Joás 22–24
Historia del rey Ezequías: Asiria pone sitio a
Jerusalén 29–32
Reformas de Josías: hallazgo del Libro de la
Ley 34–35
Últimos días y caída de Jerusalén 36
Sería fácil reaccionar al leer Crónicas y decir: «¡Ya lo hemos oído todo!», porque estos
libros repiten muchas historias ya relatadas en Samuel y Reyes. 1 Crónicas comienza con
listas tribales que establecen los antecedentes de la nación, y luego se concentran en la
historia de Judá desde el tiempo de David hasta la caída de Jerusalén. Estos libros
completan el material de Samuel y Reyes, y ponen énfasis particularmente en los
preparativos para la construcción del templo, su realización y consagración. Se ocupan de
los reyes de Judá: la genealogía de David.
Probablemente 1 y 2 Crónicas fueron escritas mucho después que la serie de libros
desde Josué hasta Reyes, grupo que se supone fueron escritos o editados por las mismas
personas que compilaron Deuteronomio. Como fuese, los libros de Crónicas, tal como
aquellos, hacen historia con un propósito.
Muchos piensan que las Crónicas fueron escritas por los judíos del siglo IV, que vivían
bajo el imperio persa (véase capítulo 6). Las historias de la nación antes del exilio eran tan
remotas para ellos como lo son para nosotros. Los autores, sin embargo, utilizaron las
historias de los reyes y sacerdotes de Judá para ilustrar sus temas: la gracia de Dios y su
juicio.
Es importante tomar en cuenta lo que los cronistas dejaron fuera del relato, tanto como
lo que incluyeron. Los reinados de David y Salomón son destacados como las edades de
oro. No hay mención del adulterio de David con Betsabé ni de su participación en la muerte
de Urías, como tampoco del culto de Salomón a dioses falsos. Desde el momento en que el
reino se divide, hay escasa mención del reino septentrional de Israel. Puede ser que los
cronistas lo consideraron demasiado corrupto desde un comienzo. Sin duda les interesaba
más seguir la genealogía de David y rastrear la forma en que se llevaba a cabo la promesa
divina de un reino sempiterno.
Los cronistas seleccionan y describen vívidamente acontecimientos del pasado, a fin de
extraer las lecciones de la historia: cómo se comporta Dios con su pueblo. Cuando
muestran desobediencia terca, Dios debe juzgar y castigar; pero después restaura y vemos
en acción su misericordiosa bondad. Tales son los principios por los cuales Dios actúa en
cada época; su perdón y su bondad en la restauración y la bendición son mucho más
grandes de los que su pueblo merece. La preocupación de Dios por los suyos está bien
expresada en palabras del rey Asa, que salía a enfrentar al enemigo con esta declaración:
«¡Jehová, para ti no hay diferencia alguna en dar ayuda al poderoso o al que no tiene
fuerzas! Ayúdanos, Jehová, Dios nuestro, porque en ti nos apoyamos, y en tu nombre
marchamos contra este ejército.» (2Cr 14.11)
Para los cronistas, el pueblo de Dios debiera seguir hoy la senda recorrida por este
mismo pueblo de Dios en el pasado.
4
LOS PRIMEROS PROFETAS
Elías • Eliseo • Micaías • Amós • Oseas • Isaías • Miqueas
Hay que ser valiente para atreverse a enfrentar a una audiencia y decir: «Esto es lo que dice
Dios.» Pero los profetas estaban dispuestos a hacerlo. Dios no permaneció en silencio
durante la larga historia de Israel, y los profetas fueron sus portavoces.
En ocasiones, los profetas tenían un mensaje de advertencia para el rey o, lo que era
más habitual, para toda la nación. Siempre se trataba de un aviso a Israel recordándole su
pacto con Dios. Cuando la nación trataba de controlar sus propios asuntos mediante
alianzas con poderes extranjeros, cuando sometían a malos tratos a los pobres y a los
menesterosos, cuando mezclaban la adoración a Dios con las prácticas crueles y perversas
del culto a Baal, los profetas les decían con precisión lo que Dios pensaba acerca de su
comportamiento.
Con frecuencia advertían al pueblo sobre lo que Dios haría si no modificaban su
conducta. Pero la amenaza de derrota o exilio fue siempre atemperada por la promesa de la
bendición, a condición de que se arrepintiesen. La voz del profeta, al igual que la voz de la
conciencia, los instaba a retornar al Dios justo, quien seguía amándolos y preocupándose de
ellos.
Oráculos y acciones
Los «profetas escritores» generalmente daban los mensajes de Dios en forma de oráculos:
aserciones poéticas breves que solían empezar o terminar con las palabras: «Dice Jehová».
Sus libros, a la vez que contienen estos oráculos, suelen narrar las circunstancias en las
cuales el profeta habló y dan importante información sobre el propio profeta.
Con frecuencia, los profetas obtenían sus percepciones mediante visiones que revelaban
los propósitos de Dios. En ocasiones, dramatizaban sus mensajes con acciones simbólicas.
Jeremías, por ejemplo, arrojó una vasija de barro contra el suelo para simbolizar que Judá
se rompería en pedazos como nación. Una acción dramática como esa tendría un efecto
mucho mayor que las meras palabras.
Elías y Eliseo
El gran profeta Elías irrumpe en escena sin introducción previa, para enfrentar al rey Acab,
moralmente débil, y a su esposa Jezabel, adoradora de Baal. Anunció una sequía:
«¡Vive Jehová, Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en
estos años, hasta que mi boca lo diga!» (1R 17.1).
Elías mismo no escapó a los efectos de la sequía. Además, tenía que mantenerse alejado
de Acab y Jezabel. Dios lo guió al arroyo Querit, al este del Jordán. El arroyo le
proporcionó agua; cada mañana y cada anochecer, los cuervos le llevaron pan y carne. Pero
al cabo de cierto tiempo el arroyo se secó, y Dios le dijo a Elías que se dirigiese hacia el
norte, fuera del territorio de Israel, y se adentrase en Sidón, donde una viuda lo alimentaría.
Cuando llegó a la ciudad de Sarepta, Elías vio a una mujer que recogía leña. Le pidió
agua y algo de comer y ella le respondió que en ese momento se disponía a cocinar la
última comida para ella y su hijo. La hambruna era severa allí también. Elías le pidió que
primero hiciera una pequeña torta para él. Le prometió:
Porque Jehová, Dios de Israel, ha dicho así: “La harina de la tinaja no escaseará, ni el
aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la
tierra”. (1R 17.14)
La viña de Nabot
Eliseo tuvo el valor de defender las leyes de justicia de Dios, a pesar de la oposición de la
reina Jezabel. El rey Acab codiciaba una viña contigua a su palacio pues quería convertirla
en huerto para su cocina. El propietario, Nabot, rehusó vendérsela porque se trataba de una
herencia familiar.
Jezabel creía que los deseos del rey estaban por encima de los derechos de los
ciudadanos corrientes. Hizo que arrestaran a Nabot con falsas acusaciones y luego lo
mataran a pedradas. Luego el rey podría apropiarse de la tierra.
Todo sucedió de acuerdo con lo planeado. Pero mientras Acab recorría con satisfacción
su nuevo huerto, Elías lo enfrentó para advertirle que, debido a esta mala acción, su casa
real terminaría en un desastre. Los hechos probaron que tenía razón.
La partida de Elías
A medida que la vida de Elías se aproximaba a su fin, el profeta intentó persuadir
amablemente a su discípulo Eliseo de abandonarlo. Sin embargo, mientras iban de un lugar
a otro, Eliseo se negó. Sin duda presintió que la hora de la separación estaba próxima.
Cuando llegaron al río Jordán, Elías golpeó el agua con su manto enrollado y las aguas
se dividieron para permitirles cruzar sobre tierra seca. Elías instó a Eliseo:
—Pide lo que quieras que haga por ti, antes que yo sea arrebatado de tu lado (2R 2.9).
La petición de Eliseo fue recibir una «doble porción» del espíritu de Elías, es decir,
heredar el poder y la autoridad espiritual de Elías. Su maestro prometió que si Eliseo lo veía
partir, su deseo sería cumplido.
Aconteció que mientras ellos iban caminando y hablando, un carro de fuego, con
caballos de fuego, los apartó a los dos, y Elías subió al cielo en un torbellino. (2R 2.11)
Cuando el afligido Eliseo inició su camino de regreso, recogió el manto de Elías que
este había dejado caer y golpeó las aguas del Jordán, como antes había hecho su maestro, y
preguntó:
«¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías?». (2R 2.14)
Las aguas se dividieron para él al igual que lo habían hecho para Elías. Eliseo había
heredado el poder otorgado por Dios al profeta.
Eliseo lo demostró a través de milagros. Se movía en los círculos altos, aconsejando al
rey, y predijo el levantamiento del asedio sirio a la capital, Samaria. También realizó
«pequeños» milagros de bondad y ayuda a los pobres. Fue él quien autorizó la unción de
Jehú como rey, aunque un profeta posterior, Oseas, condenó las sangrientas acciones de
Jehú.
Amós
El profeta Amós tuvo buen cuidado en señalar que él no era un profeta profesional: él no se
ganaba la vida con las profecías sino cuidando ovejas en Judá. Es posible que su primera
visita al reino septentrional de Israel fuese cuando iba a vender su lana, porque profetizó
allí durante el próspero reinado del rey Jeroboam II.
Amós se escandalizó ante el total desprecio por la justicia en ciudades como Bet-el, que
proclamaba su religiosidad. Se expresó con gran sentimiento y vehemencia. Insistía en que
Israel era especialmente privilegiada como nación escogida por Dios. Por tanto, su pueblo
era doblemente culpable por descuidar la justicia. La gente mantenía su rutina religiosa de
sacrificios, pero era pura hipocresía, pues habían dejado totalmente de actuar con justicia en
los tribunales y en su comportamiento cotidiano con los desvalidos. Amós denunció a las
mujeres amantes del lujo y a los ricos mercaderes que pisoteaban la dignidad de los pobres.
Declaró lo que Dios pedía:
Pero corra el juicio como las aguas y la justicia como arroyo impetuoso. (Am 5.24)
Oseas
OSEAS
PASAJES Y HECHOS CLAVE
Amor de Oseas por su esposa infiel 1–3
Amor de Dios por la Israel pecadora 10–11
Arrepentimiento y bendición 14
Oseas profetizó para el reino de Israel, al cual pertenecía. Lo hizo después de Amós,
cuando algunos de los desastres anunciados por este profeta empezaban a cumplirse. Los
mensajes de Oseas no provenían de visiones sino de las experiencias de su propia vida.
Oseas padeció por estar casado con una mujer que le fue infiel. Siguiendo las
instrucciones de Dios, no se divorció de ella, como muchos maridos hubiesen hecho en
aquella época, sino que salió a buscarla y pagó su rescate para liberarla de la esclavitud en
que había caído.
Dios mostró a Oseas que Israel se había comportado con Dios como la esposa de Oseas
lo había hecho respecto al profeta. Así como el amor de Oseas por Gómer, su esposa, era
más fuerte que su ira, el compromiso de amor de Dios por su pueblo nunca fallaría.
Oseas describió las formas en que Israel había roto su alianza con Dios. Habían sido
desleales al buscar alianzas políticas con una nación tras otra. Habían cometido adulterio
espiritual al renegar de la verdadera adoración de Dios y emplear prácticas asociadas con el
culto a Baal. También habían transgredido las leyes de Dios en el diario vivir. Aquellos que
pertenecían a Dios por la alianza debían tratarse los unos a los otros con amor y justicia,
rasgos propios del pacto.
De todas estas maneras Israel había olvidado a Dios. Oseas los exhortaba a volver a
Dios en actitud de genuino arrepentimiento, para que Dios restaurara la relación pactual con
ellos.
No existe otro texto en el Antiguo Testamento donde la profundidad y fuerza del gran
amor de Dios por su pueblo de Israel esté más claramente descrito que en este:
«¿Cómo podré abandonarte, Efraín?
¿Te entregaré yo, Israel?…
Mi corazón se conmueve dentro de mí,
se inflama toda mi compasión.
No ejecutaré el ardor de mi ira
ni volveré a destruir a Efraín,
porque Dios soy, no hombre;
soy el Santo en medio de ti,
y no entraré en la ciudad». (Os 11.8–9)
Isaías
ISAÍAS
PASAJES Y HECHOS CLAVE
Visión y llamado de Isaías 6
«Emanuel», Dios con nosotros 7
El futuro rey 9
El reino apacible 11
El camino a la santidad 35
Isaías y el asedio asirio 36–37
«Consolad a mi pueblo» 40
El Siervo de Jehová 42
Una luz para las naciones 49
El Siervo sufriente 52–53
«Venid a las aguas»: invitación de Dios 55
Gloria futura 60
Liberación 61
El libro de Isaías marca un punto culminante del Antiguo Testamento. El profeta posee una
percepción espiritual profunda y sus oráculos tienen alta calidad poética.
Isaías fue un aristócrata, amigo de reyes, y un letrado estadista que vivió y profetizó en
el reino meridional de Judá durante los reinados de Jotam, Acaz y Ezequías. Aconsejó a
Acaz que no sintiera temor de los enemigos de Israel y apoyó a Ezequías cuando la
amenaza de Asiria parecía prolongarse. Dio a conocer a los reyes los designios de Dios y a
la vez llevó la palabra de Dios al pueblo.
El llamamiento a Isaías para que se convirtiera en profeta, descrito en Isaías 6, llegó a
través de una visión, sorprendente y brillante, en el año de la muerte del rey Ozías. Isaías
vio al Señor enaltecido, llenando el templo con su presencia y rodeado de criaturas aladas
cuyo constante estribillo era: «¡Santo, Santo, Santo!»
La reacción de Isaías fue un profundo sentimiento de su propia iniquidad y la de su
pueblo:
«¡Ay de mí que soy muerto!,
porque siendo hombre inmundo de labios
y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos,
han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos».
Y voló hacia mí uno de los serafines, trayendo en su mano un carbón encendido,
tomado del altar con unas tenazas. Tocando con él sobre mi boca, dijo:
—He aquí que esto tocó tus labios,
y es quitada tu culpa
y limpio tu pecado.
Después oí la voz del Señor, que decía:
—¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?
Entonces respondí yo:
—Heme aquí, envíame a mí.
Y dijo:
—Anda … (Is 6.5–9)
Isaías, al igual que los profetas que lo antecedieron, juzgó muy severamente la
observancia externa del culto que no se enraizaba en absoluto en una forma de vida
correcta. Describe a Dios irritado por las celebraciones religiosas que eran pretexto para
«pisotear» el templo. En cambio, deseaba que el pueblo cesara de hacer el mal y aprendiera
a hacer el bien.
Isaías se refiere reiteradamente a Dios como «el Santo». Su propia visión, estampada de
forma indeleble en su mente, debe de haberle demostrado esta característica de Dios. Ser
santo significa estar dedicado a una causa y permanecer apartado. En este sentido de la
palabra, las deidades paganas eran también santas. Era necesario cumplir ciertos rituales
para aproximarse a ellas. Pero el concepto de Isaías respecto a la santidad de Dios es mucho
más profundo. Dios es diferente, destacado por su absoluta bondad y pureza. A su lado, aun
el mejor de los seres humanos es pecaminoso e impuro. Así como el mismo Isaías necesitó
ser purificado mediante las brasas del altar del templo, así el pueblo debe arrepentirse y ser
purificado y perdonado por Dios si pretende acercarse a él.
Junto con esta separación de Dios respecto a los hombres, se reafirma la presencia de
Dios con su pueblo. Isaías habla de la llegada de uno llamado Emanuel, que significa «Dios
con nosotros». Estos dos conceptos sorprendentes y aparentemente opuestos se resumen en
las siguientes palabras:
Porque así dijo el Alto y Sublime,
el que habita la eternidad
y cuyo nombre es el Santo:
«Yo habito en la altura y la santidad,
pero habito también con el quebrantado y humilde de espíritu,
para reavivar el espíritu de los humildes
y para vivificar el corazón de los quebrantados». (Is 57.15)
En los primeros treinta y nueve capítulos, Isaías profetiza al pueblo de Judá durante los
reinados de Acaz (736–716 a.C.) y de Ezequías. Apoyó a Ezequías durante el tenso período
de la agresión asiria (Isaías 37). El profeta reconocía que no todos iban a arrepentirse ni ser
rescatados de las aflicciones por venir. Habló acerca del «remanente» o los pocos fieles que
volverían al Señor y sobrevivirían al juicio de Dios sobre el país.
Algunos de los más bellos oráculos de esta sección de Isaías son una serie de poemas
conocidos como Cánticos del Siervo (42.1–4; 49.1–6; 50.4–9; 52.13–53.12). Describen al
siervo perfecto de Dios—muy diferente de Israel, siervo desobediente—, quien es dócil y
humilde y finalmente sufre en beneficio de su pueblo:
Despreciado y desechado entre los hombres,
varón de dolores, experimentado en sufrimiento …
Ciertamente llevó él nuestras enfermedades
y sufrió nuestros dolores,
¡pero nosotros lo tuvimos por azotado,
como herido y afligido por Dios!
Mas él fue herido por nuestras rebeliones,
molido por nuestros pecados.
Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo,
y por sus llagas fuimos nosotros curados.
Todos nosotros nos descarriamos como ovejas,
cada cual se apartó por su camino;
mas Jehová cargó en él
el pecado de todos nosotros. (Is 53.3–6)
Miqueas
Miqueas, contemporáneo de Isaías, fue una persona de tipo muy diferente. Era un
campesino rudo y franco, que proclamó sus oráculos a Israel, en el norte, y a Judá, en el
sur. Habló con vehemencia del anhelo de Dios por la justicia y de la destrucción que
vendría sobre Jerusalén si sus gobernantes, sacerdotes y falsos profetas no se arrepentían.
En Jeremías leemos que las profecías de Miqueas fueron atendidas y que el rey y el pueblo
se arrepintieron. Por eso se ha sugerido que Miqueas pudo haber sido responsable de las
reformas llevadas a cabo por Ezequías.
Miqueas resumió los requerimientos de Dios en estas memorables palabras:
Hombre, él te ha declarado lo que es bueno,
lo que pide Jehová de ti:
solamente hacer justicia,
amar misericordia
y humillarte ante tu Dios. (Miq 6.8)
Isaías y Miqueas poseen un famoso oráculo en común. Algunos piensan que ambos
citan a un autor anterior, desconocido. El oráculo describe a Jerusalén y a las naciones en
un futuro ideal:
Acontecerá que al final de los tiempos …
Vendrán muchos pueblos y dirán:
«Venid, subamos al monte de Jehová,
a la casa del Dios de Jacob.
Él nos enseñará sus caminos
y caminaremos por sus sendas»…
Ellos convertirán sus espadas en azadones
y sus lanzas en hoces.
Ninguna nación alzará la espada contra otra nación
ni se preparará más para la guerra». (Is 2.2–4; Miq 4.1–3)
5
LOS PROFETAS Y LAS NACIONES
Jeremías • Nahúm • Sofonías • Habacuc • Joel • Abdías •
Jonás
Dios había pactado una relación de alianza con Israel, su pueblo elegido. Podría parecer que
las naciones vecinas no importasen o no fuesen incumbencia de Dios. Sin embargo, los
profetas pensaban de forma muy diferente. Creían que su Dios era el Dios de todo el
mundo; no era como las deidades locales, de las que se pensaba que ejercían poder solo en
su propio y limitado territorio. El poder de Dios se extendía más allá de las fronteras de la
pequeña Israel. Según lo expresó Isaías:
Él convierte en nada a los poderosos,
y a los que gobiernan la tierra hace como cosa vana. (Is 40.23)
En primer lugar, los profetas consideraron que las naciones circunvecinas eran
responsables ante Dios por sus acciones. Amós denunció a los pueblos lindantes con Israel
por su comportamiento inhumano. Tal vez no comprendían las leyes de Dios tan bien como
Israel, pero aun así podría considerárselas culpables por actos tan perversos como abrir en
canal a una mujer embarazada. Todas las naciones son responsables ante Dios.
En segundo lugar, las naciones circundantes, así como Israel misma, estaban sometidas
al control de Dios. Aunque considerasen sus acciones como parte de su propia política, la
voluntad soberana de Dios estaba detrás de todo lo que sucedía en la arena internacional.
Isaías describe a Dios llamando perentoriamente a Asiria para que acuda y actúe como su
agente, a fin de castigar a Israel. Isaías también se refiere a Ciro, el rey persa, como siervo
de Dios. Cuando Ciro libera a los cautivos (véase capítulo 6) está cumpliendo la voluntad
de Dios, ya sea que esté consciente de ello o no.
Isaías y otros hablan de un tiempo futuro en que todas las naciones serán reunidas como
pueblo de Dios (Isaías 9, por ejemplo).
Jeremías
JEREMÍAS
PASAJES Y HECHOS CLAVE
Dios llama a Jeremías para que sea su profeta
1
Las palabras de Dios a su pueblo infiel 2–6
Profecía de cautiverio y tragedia 13–17, 25
En casa del alfarero 18–19
La promesa de restauración 30–33
Jeremías compra un campo 32
El rey quema el rollo de Jeremías 36
Jeremías en prisión 37–38
Caída de Jerusalén 39, 52
Mensaje a las naciones extranjeras 46–51
Ciertos profetas mostraron especial interés en los asuntos de otras naciones. Cuando Dios
llamó a Jeremías, le dijo: «Hoy te doy plena autoridad sobre reinos y naciones, para
arrancar y derribar, para destruir y demoler, y también para construir y plantar.»
La autoridad que Dios otorgó a Jeremías sobrepasaba los límites de Israel. Una de sus
primeras visiones fue la de una olla hirviente, en el norte, pronta a rebosar y descargar su
contenido abrasador sobre la tierra. El significado era que desde el norte se derramaría la
calamidad sobre todos los habitantes del país.
El dilatado tiempo durante el cual Jeremías se desempeñó como profeta estuvo bajo la
sombra de esta visión de problemas provenientes del norte. Ese mensaje no era popular.
Los babilonios, a quienes él identificó como esos agresores del norte, invadirían la tierra y
llevarían la gente al exilio. Durante años Jeremías proclamó su mensaje de ruina y
destrucción, mientras por todas partes los demás profetas vaticinaban prosperidad. No
existían nubes en el horizonte que presagiasen la inminencia de un conflicto; Jeremías fue
mal comprendido y maltratado. Aún hoy su nombre es un mote para referirse a los
pesimistas lastimeros.
En ocasiones, Jeremías sentía que no podría soportar la carga que le había sido
asignada. Cuando los cielos se cernían grises, a veces pensaba que se había equivocado en
su mensaje o que Dios mismo lo había confundido deliberadamente. «¡Me sedujiste,
Jehová, y me dejé seducir!» le dice a Dios, amargamente, «¡Cada día he sido escarnecido,
cada cual se burla de mí!».
Pero Jeremías se daba cuenta de que, aunque en apariencia las cosas podían tener buen
aspecto, en esencia la nación se había alejado de Dios. Las reformas del rey Josías habían
sido solo superficiales. Había un estado de podredumbre en la nación que finalmente la
conduciría a su caída.
Jeremías hizo muchos enemigos. Su actitud hacia el templo provocó resentimientos y
odios profundos. La mayoría de la gente consideraba el templo con admiración y reverencia
supersticiosa. Estaban seguros de que, como morada de Dios, estaba totalmente a salvo de
ataques. Pero Jeremías ridiculizó esa confianza mal fundada.
De nada sirve repetir «templo de Jehová» en tonos piadosos, declaraba Jeremías. Meras
palabras, repetidas por superstición, no los salvarían. Dios deseaba que ellos lo amaran y le
obedecieran.
Jeremías tenía un escriba llamado Baruc, quien ponía por escrito sus oráculos. Cuando
el rollo fue leído al rey Joaquim, este lo rasgó con su cuchillo, sección tras sección, y lo
quemó. Por orden de Dios, Jeremías y Baruc empezaron de nuevo y trabajosamente
escribieron los oráculos en un rollo nuevo. La palabra de Dios no podía ser destruida tan
fácilmente.
Jeremías y el alfarero
Jeremías percibió imágenes de la obra de Dios tanto en el mundo cotidiano como en
visiones. Cierto día observó a un artesano trabajando en su rueda. Cuando la vasija que
estaba fabricando se estropeaba, el alfarero empezaba de nuevo y la rehacía o fabricaba
algo diferente.
«Dios puede hacer lo mismo con ustedes; aun de lo que se ha estropeado, él es capaz de
hacer algo nuevo si se arrepienten», decía Jeremías a la gente.
Nahúm
Nahúm vivió y profetizó a fines del siglo VII a.C., en tiempos de supremacía asiria. Su
oráculo es un poema de regocijo ante la derrota de Nínive, la capital asiria. Puede
parecernos malo que alguien se alegre ante la ruina ajena, pero los asirios se habían
comportado tan cruelmente hacia los pueblos por ellos capturados que su destrucción fue
considerada como un acto de justicia.
Jehová es tardo para la ira y grande en poder,
y no tendrá por inocente al culpable. (Nah 1.3)
Aun cuando Dios había utilizado a Asiria para castigar a Israel, los asirios también
estaban sujetos al control de Dios, y debían rendirle cuentas.
Nahúm nos da una descripción sumamente dramática de la última batalla de Asiria.
Algunos han sugerido que solo un testigo ocular podría haber captado la escena con tal
exactitud. En días anteriores a la televisión o a las películas, las descripciones verbales
representaban gráficamente sucesos fascinantes:
Los carros se precipitan a las plazas,
con estruendo ruedan por las calles;
su aspecto es como de antorchas encendidas,
corren como relámpagos …
Las puertas de los ríos se abren
y el palacio es destruido.
Llevan cautiva a la reina …
Nínive es como un estanque
cuyas aguas se escapan.
Gritan: “¡Deteneos, deteneos!”,
pero ninguno mira. (Nah 2.4–8)
Sofonías
Sofonías vivió y profetizó en tiempos del rey Josías (quien reinó desde 640 al 609 a.C.).
Quizá predicó en la década anterior a las reformas de Josías (621 a.C.), porque el profeta
hace una tenebrosa descripción del pecado de Judá y amenaza con un terrible juicio de Dios
contra Jerusalén y la nación. La actitud general era que a Dios no le importaba.
Pero Dios sí actuará, declara el profeta. Sofonías hace un llamado para que Judá se
arrepienta. Luego se vuelve hacia otras naciones sobre las cuales también caerá el juicio de
Dios. Aun así, al igual que muchos de los profetas, ve más allá de la perdición y las
tinieblas. Termina pintando un cuadro feliz de Israel en el futuro, restaurada y una vez más
bendecida por Dios.
Habacuc
En la época de Habacuc (a fines del siglo VII) los babilonios habían conquistado el poder.
Dios le reveló que utilizaría a Babilonia como un arma de juicio sobre las naciones.
Habacuc se dio cuenta de que Judá también sería atacada, lo que le planteó una pregunta
incontestable. ¿Cómo podría Dios, que es puro y justo, utilizar a una nación tan malvada
como Babilonia para castigar a un pueblo más virtuoso y temeroso de Dios, como eran
ellos? Habacuc se quejó amargamente a Dios sobre esta injusticia y esperó su respuesta.
La respuesta de Dios fue que todo mal recibirá finalmente su castigo. El justo, en
cambio, «por su fe vivirá».
Dios actuará a su debido tiempo; mientras tanto, Habacuc deberá confiar plenamente en
Dios y obedecer sus órdenes. La conclusión de su oración es un ejemplo clásico de la
inmutable confianza de una persona en Dios:
«Aunque la higuera no florezca
ni en las vides haya frutos,
aunque falte el producto del olivo
y los labrados no den mantenimiento,
aunque las ovejas sean quitadas de la majada
y no haya vacas en los corrales,
con todo, yo me alegraré en Jehová,
me gozaré en el Dios de mi salvación.
Jehová, el Señor, es mi fortaleza …». (Hab 3.17–19)
Joel
Muy poco sabemos sobre Joel o de la fecha en que vivió. Algunos sitúan sus profecías a
principios del reinado de Joás, alrededor del 835 a 825 a.C. Otros piensan que vivió durante
la época del imperio persa, después del exilio. (El exilio empezó en el 586 a.C. y fue un
período de aproximadamente 70 años en el cual Judá permaneció cautiva en Babilonia;
véase capítulo 6.) Joel pudo haber vivido entre estos tiempos, durante el exilio. Habla de
una terrible plaga de langostas, aunque no se la puede relacionar con ningún hecho
conocido. Este ataque, que todo lo destruye, simboliza para él la proximidad del día del
Señor: «día de tinieblas y de oscuridad».
Sin embargo, Joel trae un mensaje de esperanza. Si solamente Israel se arrepintiera y
regresara a Dios, él podría restituir «los años que comió la oruga».
Joel pinta también un hermoso cuadro de un tiempo futuro bendecido por Dios, cuando
su Espíritu se extienda en el mundo:
«Después de esto derramaré
mi espíritu sobre todo ser humano,
y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas;
vuestros ancianos soñarán sueños,
y vuestros jóvenes verán visiones.
Y todo aquel que invoque el nombre de Jehová, será salvo …». (Jl 2.2832)
Abdías
La profecía de Abdías es el libro más breve del Antiguo Testamento. El mensaje de Abdías
está dirigido a Edom, vecino al sudeste de Israel, en los amargos días que siguieron a la
caída de Jerusalén en el 586 a.C. El pueblo de Edom desciende de Esaú, el hermano de
Jacob.
Abdías, como descendiente de Jacob, considera a Edom como a un «hermano». Sin
embargo, los idumeos han aprovechado la caída de Jerusalén, saqueando la ciudad
capturada y ayudando a los invasores. Abdías condena esta actitud despiadada:
«No debiste alegrarte del día de tu hermano,
del día de su desgracia.
No debiste alegrarte de los hijos de Judá
el día en que perecieron,
ni debiste burlarte
en el día de su angustia». (Abd 12)
Profetiza un justo castigo para Edom en su árido territorio montano:
«La soberbia de tu corazón te ha engañado,
a ti, que moras en las hendiduras de las peñas,
en tu altísima morada,
que dices en tu corazón:
“¿Quién me derribará a tierra?”.
Aunque te remontaras como águila
y entre las estrellas pusieras tu nido,
de ahí te derribaré, dice Jehová». (Abd 3–4)
Abdías preve con esperanza el día en que Israel recuperará la tierra y «¡El reino será de
Jehová!».
Jonás
El libro del profeta Jonás es diferente de los demás libros proféticos. Narra los hechos
dramáticos de la vida del profeta pero no recoge sus mensajes. Es un libro espléndidamente
escrito, con muchas vertientes de significado; es una de las más conocidas historias de la
Biblia.
Nada sabemos, a partir de algún otro registro, sobre Jonás ni sobre los incidentes
descritos. Existe una referencia a un profeta llamado Jonás en 2 Reyes. Se dice que vivió
durante el reinado de Jeroboam II, en el siglo VIII a.C. Pero desconocemos si se trata del
mismo Jonás. Muchos eruditos creen que el libro de Jonás fue escrito con posterioridad,
durante el período que siguió al exilio.
La historia de Jonás
Dios llamó a Jonás para que se dirigiese a los odiados asirios y les advirtiera del juicio que
se abatiría sobre la ciudad de Nínive a causa de su impiedad. Jonás quedó tan horrorizado
con su misión que partió en la dirección opuesta, abordando un barco con destino a España.
Se encontraba durmiendo bajo cubierta cuando se levantó una violenta tormenta. Los
marineros primero rogaron a sus dioses, luego echaron suertes para descubrir al perturbador
que había atraído esta desgracia. La suerte cayó sobre Jonás, quien admitió que huía del
«Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra».
Los marineros se atemorizaron sobremanera pero se resistían a arrojar por la borda a
Jonás, tal como este les aconsejaba. Finalmente lo hicieron. En lugar de ahogarse, Jonás fue
tragado por un enorme pez. En el vientre del pez, agradeció a Dios por su rescate. Al cabo
de tres días, a la orden de Dios, el pez vomitó a Jonás sobre tierra firme.
Una vez más, el Señor le dijo a Jonás que se dirigiese a Nínive, y esta vez obedeció. Su
advertencia fue tan exitosa que el rey y el pueblo se arrepintieron sinceramente, y Dios
decidió actuar con misericordia. Jonás se sintió mortificado, aunque en realidad era
justamente eso lo que había temido. Quedaba menoscabada su palabra como profeta y
desbaratado su deseo de venganza hacia los asirios. Se sentó debajo del ardiente sol a
contemplar la ciudad, quizá con la esperanza de que el demorado juicio la abatiera.
Dios hizo crecer un arbusto que le dio una grata sombra y alivio del calor. Pero, al día
siguiente, mandó a un gusano que atacó la planta de tal forma que esta se marchitó y murió.
Sopló un abrasador viento oriental y Jonás, expuesto al calor, se puso furioso. Dios le
preguntó si tenía algún derecho a enojarse y este replicó: «¡Claro que lo tengo! ¡Estoy que
me muero de rabia!»
Dios, suavemente, le hizo comprender su enseñanza. Si los sentimientos de Jonás
respecto a una mera planta sobre cuyo crecimiento no tenía control alguno eran tan fuertes,
con cuánta mayor razón Dios tenía derecho a sentir compasión por todos los hombres,
mujeres y niños de Nínive «que no saben discernir entre su mano derecha y su mano
izquierda, y muchos animales».
El mensaje de Jonás
El libro de Jonás es una pequeña obra maestra. No solo está narrada con precisión,
refinamiento e ingenio, sino que posee muchos estratos de significado.
Algunos piensan que fue escrito en una época—como la que siguió al exilio de los
judíos en Babilonia—en que se hacía gran hincapié en la pureza racial y se despreciaba a
los gentiles. La historia intenta neutralizar ese prejuicio, y lo hace con sutil ingenio.
Prácticamente todos los grupos no judíos se muestran de forma positiva: los marineros son
temerosos de Dios y compasivos; el pueblo de Nínive se arrepiente ante las prédicas de
Jonás. Por su parte, Jonás es una imagen lamentable de rebelión y falta de caridad.
Algunos consideran que el libro es una ilustración del arrepentimiento. Jonás se
arrepiente después de su primer acto de desobediencia y también así lo hace el pueblo de
Nínive. Al final del libro nos quedamos sin saber si Jonás se arrepentirá nuevamente.
El libro ciertamente retrata la soberanía de Dios. Es él quien ejerce el control, tanto de
la totalidad del pueblo asirio como de su desobediente siervo Jonás. Dios dispone una
tormenta, un pez, una planta, un gusano y un viento para cumplir con sus propósitos y
enseñar a Jonás la lección que necesita aprender.
La historia de Jonás ilustra también la misericordia de Dios; él no es legalista ni
despótico. Muestra clemencia por los ninivitas. Le da a Jonás una segunda oportunidad. No
solo muestra piedad hacia Jonás sino que intenta enseñarle a modificar su propia actitud
hacia los demás. Dios es justo y debe castigar el mal y la desobediencia de su propio pueblo
y la de otras naciones. Pero también es un Dios que tiene compasión de la debilidad e
ignorancia de hombres, mujeres, y aun del ganado.
6
CAUTIVERIO Y RETORNO A LA
TIERRA PROPIA
Ezequiel • Esdras • Nehemías • Hageo • Zacarías Malaquías
• Ester • Daniel
La muerte de Josías, el buen rey de Judá, en la batalla de Carquemis en el 605 a.C., marcó
el fin de un gobierno establecido. Aun cuando en la batalla Babilonia derrotó al gran poder
meridional, Egipto, este siguió controlando a Judá y a Siria durante un breve período.
Necao de Egipto deportó al nuevo rey, Joacaz (o Salum), a Egipto, y puso en el trono a un
rey títere, al que llamó Joaquim, y a quien exigió un fuerte tributo. Joaquim era una persona
en extremo débil. Permitió todos los cultos paganos que Josías había prohibido.
Debido a que Babilonia había vencido a Egipto, Joaquim tuvo que apresurarse a
transferir su alianza, y tributo, al rey de Babilonia, Nabucodonosor. Neciamente, Joaquim
intentó rebelarse y, en el 598 a.C., Nabucodonosor entró por la fuerza en Jerusalén. Joaquín
(o Jeconías), hijo de Joaquim que tenía dieciocho años de edad, era ahora rey; tras un
asedio de tres meses, se rindió en el 597. Joaquín, junto a los ciudadanos más prominentes,
fue llevado a Babilonia, donde, al parecer, terminó sus días en paz.
Babilonia impuso en el trono de Judá a un rey títere, Sedequías. Este solicitó el consejo
de Jeremías pero luego rehusó seguir su recomendación de permanecer fiel a Babilonia. En
lugar de ello, conspiró con Egipto y esto atrajo la ira de Nabucodonosor. Jerusalén fue
nuevamente sitiada y en el 587 a.C. los enemigos abrieron una brecha en sus murallas.
Sedequías huyó del palacio, pero fue capturado cerca de Jericó. Fue forzado a
presenciar la muerte de sus hijos antes que le arrancaran los ojos y lo llevaran encadenado a
Babilonia. Un mes más tarde, Jerusalén fue incendiada hasta los cimientos, los ciudadanos
fueron deportados y algunos de ellos fueron ejecutados.
Lo que quedó de Judá fue convertido en una provincia de Babilonia, bajo el gobierno de
un buen hombre, Guedalías. Sin embargo, una banda encabezada por uno de los familiares
del rey lo asesinó. Los que se salvaron huyeron a Egipto, llevándose con ellos a un renuente
Jeremías. Las cosas no podían haber estado más desesperadas.
Israel en el exilio
Junto a los ríos de Babilonia,
allí nos sentábamos y llorábamos
acordándonos de Sión. (Sal 137.1)
El Salmo—describe la pena profunda de los cautivos judíos mientras lamentaban su
terrible destino. La hermosa ciudad de Jerusalén había sido arrasada y el sagrado templo
destruido. Tras haber vivido los horrores del asedio y la captura, se encontraban ahora a
muchos cientos de kilómetros de sus hogares, en una tierra extraña. Parecía ser el fin de
todas sus esperanzas. Sin embargo, cuando tocaron fondo, los mismos profetas que habían
vaticinado su perdición les dieron un mensaje de esperanza.
Jeremías, el más pesimista de todos, compró un terreno que había pertenecido a su
familia y lo hizo en el momento en que el enemigo estaba martillando a las puertas de la
ciudad. Sin duda el profeta creía que había un futuro y una esperanza para el pueblo de
Israel en su propia tierra.
Jeremías dejó muy claro, también, que la esperanza respecto al futuro yacía en la gente
que había sido llevada cautiva. Los que habían quedado en Jerusalén pensaban que ellos
seguramente eran los más aceptables a Dios. Pero Jeremías describió su visión de dos
canastos de higos. Uno contenía fruta buena y sana y el otro estaba llena de higos podridos.
Los higos buenos son los cautivos, explicó; los podridos son aquellos que quedaron en el
país: aquellos con los que Jeremías mismo había escogido quedarse.
Ezequiel
EZEQUIEL
PASAJES Y HECHOS CLAVE
La visión de Ezequiel de la gloria de Dios 1
Llamado para ser profeta de Dios 2–3
Ezequiel dramatiza (o representa) el asedio de
Jerusalén 4–5
Otra visión: la gloria de Dios abandona el
templo 8–10
Ezequiel representa el papel de un refugiado:
el exilio 12
La muerte de la esposa de Ezequiel 24
Parábola del valle de los huesos secos 37
Visión de un nuevo templo 40–48
Ezequiel era un joven sacerdote que fue a Babilonia con el primer grupo de cautivos en el
597 a.C. En circunstancias normales habría esperado cumplir deberes sacerdotales en el
templo de Jerusalén. En cambio, Dios lo llamó para ejercer la labor de profeta en Babilonia.
Al igual que Jeremías, vaticinó más problemas para Jerusalén y su pueblo, y su profecía se
cumplió entre 587 y 586 a.C., cuando Jerusalén fue saqueada.
Ezequiel superó a la mayoría de los profetas en el hecho de ilustrar su mensaje con
sorprendentes acciones. Debe de haber atraído a públicos fascinados mientras pesaba
raciones para sus comidas cuando interpretaba, para los transeúntes, el inminente asedio a
Jerusalén. Se afeitó el cabello y la barba y cavó una salida de emergencia de su rústica casa,
hecha de ladrillos de barro, trabajando durante la noche para simular que escapaba del
enemigo. Con estos actos extravagantes y espectaculares conseguía que la gente escuchase
su mensaje.
Pero cuando Nabucodonosor atacó con éxito a Jerusalén por segunda vez en el 587 y las
cosas llegaron a su peor momento, Ezequiel, al igual que Jeremías, empezó a entregar un
mensaje de esperanza al pueblo. Dios los restauraría y reconstruiría, les aseguró.
Los cautivos en Babilonia
Ezequiel se describe a sí mismo viviendo entre los judíos exiliados cerca del río Québar. El
Québar ha sido identificado como un largo canal de irrigación, que salía desde el río
Éufrates, rodeaba Babilonia y regresaba al río principal. Posiblemente se permitió a los
cautivos construir viviendas allí, en el solar de anteriores ciudades. La casa de Ezequiel
probablemente era de adobes.
No se trataba de un campo de prisioneros, ya que los cautivos tenían libertad para entrar
y salir. Gozaban de ciertas libertades civiles, podían comunicarse con Jerusalén y eran
libres para ir y venir dentro de Babilonia y contemplar las maravillas de esa ciudad.
LOS BABILONIOS
Babilonia (en la parte meridional de Irak) fue uno de los primeros centros de civilización
del Medio Oriente. Los babilonios tenían una larga historia. El texto escrito más antiguo
que se conoce se encontró en Babilonia. Unos mil años antes de Abraham, ya Babilonia era
un centro de civilización. Alrededor del 1850 a.C., el rey Hammurabi de Babilonia estaba
decretando su famoso código de leyes.
En el siglo VIII a.C., sin embargo, dominaban los asirios. Luego cayó el imperio asirio,
rápida y repentinamente. En el 612 a.C., Nínive sucumbió ante los medas y babilonios, y
empezó el nuevo imperio babilónico.
El rey babilonio más conocido es Nabucodonosor II. Bajo su reinado se construyeron
los famosos edificios de Babilonia y los «jardines colgantes» que fueron una de las
maravillas del mundo antiguo.
En el 586 a.C. el ejército de Nabucodonosor destruyó Jerusalén y llevó a mucha de su
gente cautiva a Babilonia. Ezequiel y Daniel fueron profetas en el exilio.
Los babilonios fueron hábiles matemáticos; confeccionaron tablas astronómicas y
catalogaron y clasificaron plantas, animales, pájaros, peces y piedras. Su religión se basaba
en la magia y en la astrología. Si bien el surgimiento de Babilonia significó un cambio
político, los cambios culturales y religiosos fueron pequeños porque Asiria y Babilonia
tenían una cultura común.
El nuevo templo
Al final de su libro, Ezequiel describe su visión de un templo nuevo e ideal para el
renovado culto a Dios. Describe, asimismo, una creación restaurada. Un río de aguas
frescas y vivificantes fluye desde el umbral del templo. El guía de Ezequiel
… midió mil codos y me hizo pasar por las aguas, que me llegaban hasta los tobillos.
Midió otros mil y me hizo pasar por las aguas, que me llegaban hasta las rodillas.
Midió luego otros mil y me hizo pasar por las aguas, que me llegaban hasta la cintura.
Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar, porque las aguas habían
crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado. (Ez 47.3–5).
El río abundaba en peces. Corría hasta desembocar en el Mar Muerto, endulzando su
salinidad. Los árboles crecían a lo largo de sus riberas; sus frutos proveían de alimento y
sus hojas tenían poder curativo. En la tierra que visualiza Ezequiel tanto los extranjeros
como los insraelitas serían bienvenidos. El nombre de la ciudad será Jehová-sama («Jehová
está aquí»).
Dios y el individuo
Tanto Jeremías como Ezequiel citaron un proverbio popular en aquellos días: «Los padres
comieron las uvas agrias, y a los hijos les dio dentera.» Sin embargo, Ezequiel afirma
claramente en el capítulo 18 que Dios no actúa de esta forma. La generación culpable fue la
que sufrió el juicio.
Los profetas generalmente enfatizaban la responsabilidad colectiva del pueblo.
Actualmente, en el Occidente se destaca al individuo más que a la comunidad. Pero
Ezequiel también habló de la manera de tratar de Dios con el individuo: juzgaría a la gente
como culpable o inocente de acuerdo con su propia respuesta personal a él.
Esdras y Nehemías
ESDRAS Y NEHEMÍAS
ESDRAS: PASAJES Y HECHOS CLAVE
Ciro ordena a los judíos que regresen 1
Se ponen los cimientos del templo; empieza la
reconstrucción 3
Dedicación del templo; se celebra la Pascua de
los hebreos 6
Regreso de Esdras 7
Matrimonio con mujeres extranjeras 9–10
NEHEMÍAS: PASAJES Y HECHOS CLAVE
Tristes noticias desde Jerusalén: Nehemías ora
1
Artajerjes consiente su regreso 2
Reconstrucción de la muralla de Jerusalén 3–
6
Esdras lee la Ley; se renueva la alianza 8–10
Celebran la terminación de la muralla 12
Nehemías aborda el asunto de los matrimonios
mixtos 13
Los libros de Esdras y Nehemías son vívidos y emocionantes; muchos de sus pasajes se
leen más como notas o apuntes para un futuro libro que como un texto acabado. Hay
extractos de los registros del templo, del decreto de Ciro y de diversos comunicados
oficiales. Algunos de los escritos están en hebreo, otros en arameo. El arameo era el idioma
comúnmente utilizado en el imperio persa; lo hablaban tanto los judíos que regresaron a
Palestina como aquellos que continuaron en el exilio. Los libros también contienen
extractos de los diarios de Esdras y Nehemías. El de Nehemías está escrito en primera
persona y da la versión más completa de este período.
Nehemías fue un funcionario importante, copero del rey Artajerjes de Persia. Quedó
muy disgustado cuando, transcurridos varios años desde el primer retorno de los exiliados,
recibió la información de que la muralla de la ciudad de Jerusalén aún permanecía destruida
y que, en general, las cosas habían mejorado muy poco. Después de orar y prepararse
cuidadosamente, consiguió permiso del emperador para regresar.
Una vez allí, inspeccionó las ruinas y decidió un plan para reconstruir la muralla. Así la
moral del pueblo mejoraría y se considerarían, nuevamente, como una nación. Con una
habilidad organizativa excelente, Nehemías reunió una fuerza de trabajo y la muralla fue
levantada en 52 días … pero no sin oposición. Estaban aquellos que ya se encontraban
viviendo en la tierra y que deseaban fraternizar con los judíos que retornaban. Nehemías no
estaba dispuesto a permitirlo, de tal manera que se suscitaron problemas y constantes
hostigamientos. Aunque parece riguroso, lo que le interesaba a Nehemías era mantener la
pureza de su pueblo y la de su fe. El capítulo 5 de su libro nos da un ejemplo de la justicia
económica y práctica de Nehemías.
Después de doce años de gobierno, Nehemías partió para entregar su informe al
emperador en Susa. Cuando retornó a Jerusalén se horrorizó al descubrir que su pueblo
había vuelto a asimilar las formas de comportamiento de los pueblos que lo rodeaban. Ya
no observaban el día de reposo (sábado), aun cuando el hecho de guardar este día sagrado
había sido una señal de su alianza con Dios, desde el tiempo en que había sido dada la Ley.
Había extranjeros viviendo en Jerusalén, incluso en los edificios del templo. Con su
acostumbrado celo, Nehemías se puso en acción para enderezar las cosas.
El papel de Esdras era el de instruir al pueblo en la Ley. La Ley estaba escrita en hebreo
y el pueblo hablaba arameo, de tal forma que era necesario interpretar y explicar estos
textos. Esdras se ubicó sobre un elevado estrado frente a una numerosa asamblea al aire
libre, ayudado en su tarea por levitas. Durante días el pueblo celebró, una vez más, la fiesta
de los Tabernáculos, mientras recibían constantes enseñanzas sobre la Ley.
Tanto Esdras como Nehemías se indignaron mucho cuando se enteraron de que
hombres israelitas se habían casado con mujeres no judías. Esdras insistió en que se
divorciaran de ellas. Ambos pensaban que era imprescindible mantener la pureza del
pueblo de Dios, y a la raza judía separada y distinta de los demás. Enseñaron también la
importancia de observar la Ley. Estos dos principios preservaban la identidad nacional y la
fe de los judíos. Ambos profetas estimularon una visión nacionalista estrecha y un
comportamiento legalista durante los siglos venideros.
Los primeros capítulos de Esdras describen cómo los retornados del exilio se dedicaron
en primer término a reconstruir el templo. Esto sucedió poco tiempo antes que Nehemías
organizara la reconstrucción de la muralla de la ciudad. Se hizo una gran celebración
cuando se pusieron los cimientos del templo. Un poderoso grito de alabanza se elevó y el
coro y la orquesta cantaron e interpretaron:
«Porque él [Jehová] es bueno, porque para siempre es su misericordia sobre Israel».
(Esd 3.11)
Hageo y Zacarías
HAGEO Y ZACARÍAS
HAGEO: PASAJES Y HECHOS CLAVE
Dios ordena reconstruir el templo 1–2
Promesas de bendición 2
ZACARÍAS: PASAJES Y HECHOS CLAVE
«Volveos a mí» 1
Justicia y misericordia 7
Promesa de bendición para Jerusalén 8
El día del Señor 14
Fueron dos profetas, Hageo y Zacarías, quienes pusieron al pueblo en acción nuevamente.
Hageo les recordó que no eran tiempos para quedarse relajados en sus bien construidas
casas en lugar de continuar con la construcción de la morada del Señor. Dios debía estar en
primer término. Dio ánimos también al pueblo, recordándole que Dios estaba a su lado.
Zorobabel, el gobernador, y todo el pueblo, se entusiasmaron y empezaron a trabajar
una vez más en el templo. Ambos profetas tuvieron especiales palabras de estímulo tanto
para Zorobabel como para Josué, el sumo sacerdote, asegurándoles de que Dios los había
escogido para cumplir sus propósitos. Zacarías empleó el título de «Renuevo» para referirse
a Zorobabel y a Josué. Más tarde, los eruditos judíos consideraron que este título hacía
referencia al Mesías, quien sería a la vez rey y sacerdote.
Los capítulos 9 a 14 de Zacarías son tan distintos de los primeros que algunos piensan
que fueron escritos por otro autor. No se refieren al presente sino al fin de los tiempos. Una
parte de esta sección es apocalíptica (véanse notas referentes a Apócrifos y a Apocalipsis).
Malaquías
MALAQUÍAS
PASAJES Y HECHOS CLAVE
El amor infalible de Dios 1
El día del Señor y la promesa de misericordia
de Dios 3–4
Malaquías, cuyo libro es el último del Antiguo Testamento, fue otro profeta de este
período. Se horrorizó al comprobar la forma complaciente y descuidada en que la gente
pensaba en Dios; reducían la adoración a una mera rutina obligatoria, y cualquier ofrenda
barata y de segunda categoría servía como sacrificio. Pensaban que importaba poco el que
sirvieran a Dios o le desobedecieran. Parecían no percatarse del poderoso amor de Dios ni
de su paternal cuidado hacia ellos.
Malaquías decidió sacudirlos para que reconociesen la santidad de Dios a la vez que su
amante justicia. El estilo del profeta es dramático y directo, dándonos la sensación de oírlas
directamente de su boca. Hacía el tipo de preguntas que la gente habría hecho si pusiese
palabras a sus sentimientos sobre Dios: «¿Cómo sabemos que nos amas?»
No pueden reconocer que no han respondido a la iniciativa de Dios, y preguntan: «¿En
qué te hemos despreciado?»
Malaquías respondió a estas preguntas de una manera clara y tajante. También censuró
a los hombres por divorciarse de las mujeres con las que se habían casado en su juventud,
con la intención de encontrar otra pareja más atractiva. El ser desleal de esta manera se
asemejaba mucho a ser desleal a la alianza de fe con Dios. En consecuencia, Malaquías
advirtió que Dios vendría a juzgarlos, como un refinador que con el fuego separa la escoria
del metal puro. ¿Quién podría resistirse a semejante prueba?
«Ciertamente viene el día, ardiente como un horno,
y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa.
Aquel día que vendrá, los abrasará,
dice Jehová de los ejércitos,
y no les dejará ni raíz ni rama.
Mas para vosotros, los que teméis mi nombre,
nacerá el sol de justicia
y en sus alas traerá salvación». (Mal 4.1–2)
Ester
ESTER
PASAJES Y HECHOS CLAVE
Ester se convierte en reina 2
Mardoqueo salva la vida del rey 2
El plan de Amán para destruir a los judíos 3
Ester salva a su pueblo 5–9
La fiesta de Purim 9
«La oportunidad nos llega de la mano de Dios» podría ser una de las maneras de resumir el
mensaje del libro de Ester, aun cuando nunca menciona el nombre de Dios.
El libro de Ester es, sobre todo, una excelente historia, soberbiamente escrita.
Ambientada en Persia durante el reinado de Asuero o Jerjes, se refiere a la comunidad judía
que padecía bajo persecución. Mardoqueo, un judío que había llegado a ser funcionario de
la corte, hace entrar a su prima y protegida, la bella y joven Ester, en el concurso de belleza
que se organiza con el fin de que el rey seleccione a la próxima reina. Ester es la novia
escogida y se convierte en reina, pero su nacionalidad no se divulga.
Mientras tanto, Mardoqueo cae en desgracia ante el favorito del rey, Amán, ante quien
Mardoqueo, como buen judío, rehusa inclinarse. En venganza, Amán planea la masacre
total de la comunidad judía, para lo cual obtiene el cándido consentimiento del rey.
Mardoqueo advierte a Ester, diciéndole que esta es su oportunidad de salvar a su pueblo.
Después de ayunar, ella se aproxima valientemente al rey, aunque hace tiempo que no
la llama ante su presencia, de manera que ella podría provocar su ira. Sin embargo, él
acepta su invitación para acudir, acompañado de Amán, a un banquete ofrecido por ella.
Durante el banquete la reina retuvo su verdadera petición, e invitó a ambos a una nueva
fiesta en la cual prometía pedir directamente al rey lo que quería.
Luego viene, en la parte central de la historia, la noche en que el rey no podía dormir.
Para llenar las horas de vigilia solicita le sean llevadas las crónicas reales y allí lee sobre la
exitosa maniobra de Mardoqueo, un tiempo atrás, para impedir el asesinato del rey.
Descubre que Mardoqueo nunca fue recompensado, y entonces pide a Amán, que había
llegado temprano a la corte a solicitar la ejecución de Mardoqueo, que le conceda a este los
honores merecidos.
En el segundo banquete, Ester denuncia el malvado plan de Amán contra su pueblo. El
rey, incapaz de anular el primer edicto, emite un segundo decreto que permitirá a los judíos
defenderse cuando sean atacados; Amán es colgado en la horca que había preparado para
Mardoqueo.
Aunque no menciona el nombre de Dios, el libro describe maravillosamente los dos
estilos de vida contrastantes entre Amán, el hombre que confía en el azar y la suerte, y
Mardoqueo, quien cree en el Dios que puede controlar la suerte a fin de cumplir sus
designios para con su pueblo.
El libro de Ester se lee en el festival anual judío de Purim, que, de acuerdo con el libro
de Ester, fue instituido por Mardoqueo para celebrar la liberación de los judíos. La palabra
«Purim» está vinculada a la palabra suerte, con el propósito de recordar a los judíos que su
enemigo Amán echó suertes para determinar la fecha de su esperada venganza. Por el
contrario, ese día se convirtió en día de victoria para el pueblo judío.
Daniel
DANIEL
PASAJES Y HECHOS CLAVE
Daniel y sus amigos en la corte: el extraño
sueño del rey 1–2
La estatua de oro de Nabucodonosor y el
horno encendido 3
Un segundo sueño: la humillación del rey 4
La escritura en la pared: el banquete de
Belsasar 5
Daniel en el foso de los leones 6
Visiones del futuro 7–12
Los primeros seis capítulos del libro de Daniel cuentan la historia fascinante y dramática de
un pequeño grupo de jóvenes judíos. Fueron llevados a Babilonia con el primer contingente
de cautivos. Después de un período de instrucción en la sabiduría de Babilonia, se
convirtieron en líderes y consejeros de la corte imperial.
La figura principal es Daniel. Desde el comienzo defendió sus principios judíos,
rehusando comer la comida preparada para los jóvenes estudiantes en la corte del rey. Para
sorpresa del funcionario que estaba a cargo, a Daniel y a sus tres amigos pareció sentarles
muy bien una dieta vegetariana.
Más adelante, Daniel, solo entre los sabios maestros y astrólogos de la corte, fue capaz,
con la ayuda de Dios, de narrar e interpretar el sueño del rey. Daniel percibe, en esa visión
de una estatua gigante, cuatro reinos y uno más, el reino de Dios, que, como la piedra en el
sueño rompe la estatua, así destruirá totalmente los demás reinos. El rey confesó:
—Ciertamente el Dios vuestro es Dios de dioses, Señor de los reyes y el que revela los
misterios, pues pudiste revelar este misterio. (Dn 2.47)
La aventura siguiente concierne a los tres amigos de Daniel. Nabucodonosor había
construido una estatua de sí mismo y la puso en exhibición. Cuando la orquesta tocase,
todos, bajo pena de muerte, debían postrarse y adorarla. Sadrac, Mesac y Abed-nego se
negaron categóricamente a adorar a ningún otro que no fuese Dios. Con valentía, le dijeron
al rey:
—No es necesario que te respondamos sobre este asunto.Nuestro Dios, a quien
servimos, puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tus manos, rey, nos librará.
Y si no, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni tampoco adoraremos la
estatua que has levantado. (Dn 3.16–18)
A una orden del rey fueron arrojados de cabeza en el enorme horno. Pero allí, en las
llamas, el rey vio a los tres hombres caminando ilesos, junto a una cuarta figura, de aspecto
divino, que estaba con ellos. Estremecido de temor ordenó sacarlos del fuego. Salieron sin
haber sufrido daño alguno, y Nabucodonosor alabó al Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego.
En Daniel 4 leemos que Nabucodonosor tuvo un segundo sueño sobre un gran árbol que
un ángel ordena derribar. Daniel, uno de los funcionarios civiles del rey, se atrevió a
desafiarlo para que se arrepintiese e hiciese justicia. Nuevamente interpretó el sueño,
advirtiéndole al rey que él era ese árbol, que habría de ser empequeñecido, durante un
período, a causa de su enorme orgullo y ufanía. Efectivamente, durante un tiempo el rey
cayó en cierto estado de locura y más tarde fue restaurado a su trono. Una vez recobrada la
cordura, Nabucodonosor alabó a Dios exclamando:
«Ahora yo, Nabucodonosor, alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque
todas sus obras son verdaderas y sus caminos justos; y él puede humillar a los que
andan con soberbia». (Dn 4.37)
La historia que sigue tiene lugar al final del imperio babilónico, en la noche misma en
que este cayó. El príncipe y su corte estaban entregados a una orgía de comida y bebida,
usando los vasos sagrados tomados del templo de Jerusalén; en ese momento una mano
empezó a escribir sobre la pared. El rey Belsasar, aterrorizado, llamó a Daniel; este
interpretó los misteriosos símbolos y advirtió al rey que había sido juzgado y encontrado
deficiente, y que se aproximaba el fin de su reinado. El colapso estaba realmente próximo,
y Darío el meda tomó el poder.
En la última de las historias, Daniel, anciano ya, era un importante funcionario en el
reino de Darío. Sus compañeros estaban celosos de él y se valieron de su constante hábito
de orar como arma para derrocarlo. Persuadieron al rey a que arrojara a los leones reales a
todos aquellos que hiciesen peticiones a dios u hombre alguno que no fuese el rey. Luego
acusaron a Daniel por rezar ante su ventana. El renuente rey se vio forzado a cumplir su
palabra y llevar a cabo el castigo. A la mañana siguiente acudió presuroso al foso de los
leones y encontró a Daniel sano y salvo. Su Dios «cerró la boca de los leones».
7
POEMAS E HIMNOS
Salmos • Cantares • Lamentaciones
Quien está feliz quiere cantar; por su parte, una persona enamorada o una que tiene el
ánimo por los suelos a menudo encuentra alivio en la poesía. El lenguaje de la poesía y de
la canción encuentra eco en momentos de gran alegría o de gran congoja. Habla por todos
nosotros en el nivel más profundo.
La Biblia está llena de poesía. Sus destellos aparecen por todas partes, pero también hay
libros en particular escritos en forma poética, canciones y poemas del pueblo hebreo.
Poesía hebrea
Una caracteristica de toda la poesía—al igual que la danza—es que sigue ciertas
estructuras. Lo que varía de una lengua y una cultura a otra es la forma en que esos diseños
se construyen. A menudo se forman con sonidos. Las palabras pueden rimar. O bien el
patrón está dado por el ritmo, según el número de acentos en un verso o de los sonidos
apareados en las palabras puestas una al lado de la otra. Por supuesto, la poesía no se agota
con estas normas. Las palabras son elegidas con gran precisión y se usan imágenes para
realzar el significado.
La pauta en la poesía hebrea no depende del ritmo, o del número de «pies» o
acentuaciones en cada línea, sino de lo que se llama «rima del pensamiento». Esta forma de
hacer poesía se llama «paralelismo». La conjunción de ideas es lo que forma el diseño. La
afirmación del primer verso se repite con otras palabras en la línea siguiente. Un ejemplo:
Los cielos cuentan la gloria de Dios
y el firmamento anuncia la obra de sus manos. (Sal 19.1)
A veces una variante de la primera idea aparece en la segunda línea. El versículo
siguiente del Salmo 19 dice:
Un día emite palabra a otro día
y una noche a otra noche declara sabiduría. (Sal 19.2)
La idea puede continuar en un tercer verso o aún más, como ocurre luego en este salmo.
Existe otra forma de paralelismo: el segundo verso contrasta con el primero. Por
ejemplo:
Los benditos de él heredarán la tierra
y los malditos de él serán destruidos. (Sal 37.22)
En otras ocasiones la segunda línea avanza un paso más, dando culminación:
Ciertamente, el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,
y en la casa de Jehová moraré por largos días. (Sal 23.6)
De hecho, el paralelismo puede formar estructuras de muchas maneras. La poesía
hebrea no está amarrada a un número fijo de pies en un verso, aunque habitualmente el
número de acentos tónicos en una línea será pareado por la misma cantidad en la línea
siguiente.
Esta clase de poesía tiene dos grandes ventajas. Primero, al ser menos rígida que la rima
o el metro, puede ser compuesta más espontáneamente. Tal vez esto explica la frecuencia
de explosiones poéticas por toda la Biblia, en la forma de proverbios, impulsos de acción de
gracias y súplicas.
La otra ventaja de la poesía hebrea es que cuando se traduce pierde menos que la poesía
en otras lenguas. Cuando la poesía depende de la rima o del sonido de las palabras, puede
perder mucho de su riqueza en otra lengua. Las «rimas de pensamiento», en cambio, se
preservan.
MÚSICA
La Biblia a menudo menciona la música, los músicos y los instrumentos musicales.
Contiene un libro entero de canciones religiosas: los Salmos.
La trompeta anunciaba las fiestas y reunía a la gente. El sofar, o cuerno de carnero,
llamaba a la gente a la guerra. Las victorias se celebraban cantando y danzando.
El rey David era un músico hábil. Niño aún, encantó al rey Saúl con su destreza en el
arpa (kinnor). Y como rey, organizó la música para el templo que construiría su hijo
Salomón.
Monedas, lámparas, esculturas y mosaicos que muestran instrumentos musicales de
épocas primitivas figuran entre los hallazgos de los arqueólogos.
Salmos imprecatorios
Estos salmos constituyen un problema para muchos, porque sin ambages claman venganza
y maldiciones sobre los enemigos del salmista. Un ejemplo es el Salmo 137, que implora
venganza sobre los países de Edom y Babilonia.
La enseñanza de Jesús, de perdonar a los enemigos, contradice frontalmente aquella
actitud, y en consecuencia puede parecer inapropiado hacernos hoy eco de esas palabras.
Antes de condenar a los autores, es importante reconocer en estas imprecaciones un grito de
justicia. Es apropiado pedir la reivindicación del inocente y la aplicación de la justicia. La
misma fuerza del lenguaje empleado sacude a los lectores de su complacencia y expone sin
rodeos la realidad del mal. Sigue siendo justificado montar en cólera contra la crueldad y el
mal, y estar dispuesto a clamar a gritos en nombre de los que han sido agraviados.
Temas mesiánicos
Intérpretes judíos reconocieron referencias al Mesías—el rey que habría de venir—en
ciertos pasajes de los salmos. Un ejemplo puede ser el Salmo 110:
Jehová dijo a mi Señor:
«Siéntate a mi diestra,
hasta que ponga a tus enemigos
por estrado de tus pies». (Sal 110.1)
Algunos eruditos creen que el rey en Israel ocupaba un lugar muy especial como
mediador entre Dios y su pueblo; piensan que estas excelsas cualidades se refieren al rey en
ejercicio. Sin duda había en primer lugar alguna alusión al rey en ejercicio, pero es
razonable pensar que también tenían una significación mesiánica, esperando al ungido de
Dios.
Lamentaciones
El título de este libro, que sigue al de Jeremías en nuestras Biblias, habla por sí mismo. Es
un libro de lamentos. El autor derrama su corazón con gran angustia y pena a causa del
terrible destino de Jerusalén en manos de sus captores babilónicos en el 587 a.C. Es una
vivencia desgarradora leer los cinco poemas que forman este libro. Con todo, miles de
refugiados han padecido en la actualidad algunos de los terribles ruidos y escenas de los
que el autor fue testigo presencial. Los lactantes mueren de hambre en brazos de sus madres
y los niños famélicos desfallecen de inanición en las calles donde jóvenes y viejos yacen
muertos.
Es también un retrato aterrador de la crueldad sufrida en manos de un brutal enemigo.
Las puertas de la ciudad están enterradas debajo de escombros, y el templo, orgullo y
alegría de la nación, está destruido.
La congoja del escritor es más intensa porque comprende la causa de la tragedia.
Reconoce que la culpabilidad de la nación acarreó su ruina. Falsos profetas los habían
convencido de que todo estaba bien, y dejaron de confesar sus pecados y arrepentirse. No
obstante, hasta en el medio de tanta aflicción y desesperación el autor atisba un rayo de
esperanza. Porque Dios es un Dios de la alianza, que siempre cumple sus promesas, cabe la
esperanza para un Israel arrepentido. El autor afirma con increíble fe y valentía:
Bueno es Jehová a los que en él esperan, al alma que lo busca.
Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová …
por si aún hay esperanza … (Lm 3.25–29)
8
HISTORIAS Y MÁXIMAS SABIAS
Proverbios • Job • Eclesiastés
La sabiduría en el sentido del Antiguo Testamento tiene relación con las habilidades del
diario vivir, ya sea en la corte, en la plaza del mercado o en el hogar. Ser sabio era saber
manejar las relaciones con la gente, llevar a cabo los negocios sagazmente, y desempeñar
bien el trabajo de todos los días. Ser sabio significaba estar bien informado, poseer
discernimiento y buen juicio.
Para resumir, la sabiduría implicaba saber cumplir con las propias obligaciones, ya sea
como padre, niño, cortesano u obrero, y tener éxito en ello. La sabiduría podía incluir
también logros intelectuales; 1 Reyes 4 dice que Salomón «habló acerca de los árboles y las
plantas, desde el cedro del Líbano hasta la hierba que crece en las paredes; también habló
sobre los animales, las aves, los reptiles y los peces.»
La sabiduría en la Biblia también se vincula con tomar decisiones morales correctas. Un
pensamiento clave del libro de los Proverbios es que el temor de Dios es el primer paso
hacia la sabiduría y que la verdadera sabiduría es un don de Dios. El necio, lo opuesto del
prudente, no es el que tiene poco cerebro, sino el que hace elecciones morales equivocadas
y carece de discernimiento y buen juicio.
Literatura sapiencial
El tema de la sabiduría recorre todo el Antiguo Testamento, pero algunos libros están
especialemente clasificados como literatura sapiencial. Estos son Proverbios, Job y
Eclesiastés, junto con Sabiduría de Salomón y Eclesiástico, entre los libros
deuterocanónicos (véase Apócrifos, bajo el título «Libros del Antiguo Testamento»). La
literatura sapiencial está escrita en forma de poemas y abunda en refranes expresivos y
proverbios sabios. Los libros intentan proporcionar respuestas a las preguntas sobre la vida
que hombres y mujeres siempre se hacen.
¿Dónde se aprendía la sabiduría?
Las personas que iban a servir en la corte necesitaban enseñanza superior en sabiduría, en
comparación con los requisitos de una persona corriente. Necesitaban habilidades en
diplomacia internacional así como en asuntos internos. Sin duda existieron maestros de
sabiduría y escuelas ligadas a la corte real, donde se impartían tales conocimientos. Pero, en
general, las instrucciones de sabiduría se daban y recibían en el seno de la familia. Los
padres, abuelos y ancianos de las aldeas transmitían la sabiduría recibida y adquirida a la
siguiente generación. Así que el autor de Proverbios insta:
«Escucha, hijo mío, la instrucción de tu padre
y no abandones la enseñanza de tu madre,
porque adorno de gracia serán en tu cabeza,
y collares en tu cuello. (Pr 1.8–9)
Job está dispuesto a admitir que no es perfecto: «¿Cómo se justificará el hombre delante
de Dios?»
No obstante, sabe que su vida ha sido buena y honesta, no ha hecho nada censurable ni
es culpable de rebelión contra Dios. Está disgustado por las triviales respuestas de sus
«amigos» a su trágica situación. «Ciertamente vosotros sois el pueblo, y con vosotros
morirá la sabiduría. Pero yo también tengo entendimiento, lo mismo que vosotros; ¡no soy
menos que vosotros!»
Job entrevé pocas esperanzas si no se provoca un vuelco de su suerte mientras esté con
vida. Con gran pesar, concluye:
«El árbol, aunque lo corten,
aún tiene la esperanza de volver a retoñar,
de que no falten sus renuevos.
Aunque en la tierra envejezca su raíz
y muera su tronco en el polvo,
al percibir el agua reverdecerá
y hará copa como una planta nueva.
En cambio el hombre muere y desaparece.
Perece el hombre, ¿y dónde estará?». (Job 14.7–10)
Sin embargo, al igual que otros en el Antiguo Testamento, Job vislumbra algún tipo de
reivindicación más allá de la tumba. En un par de versículos crípticos en el capítulo 19,
donde el texto original es poco claro, Job dice:
Pero yo sé que mi Redentor vive,
y que al fin se levantará sobre el polvo,
y que después de deshecha esta mi piel,
en mi carne he de ver a Dios. (Job 19.25–26)
Pero aun así, Job ansía tener la oportunidad de enfrentar a Dios en el presente:
¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!
Yo iría hasta su morada,
expondría mi causa delante de él … (Job 23.3–4)
Finalmente, cuando sus amigos han dicho lo suyo y Job ha vertido su amargura y
autojustificación, tiene un encuentro con Dios. En lugar de responder a las preguntas de
Job, en los capítulos 38 y 39 Dios enfrenta a Job con desafíos incontestables.
«¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?…
¿Has dado órdenes a la mañana
alguna vez en tu vida?
¿Le has mostrado al alba su lugar?…
¿Has considerado tú la extensión de la tierra?…
¿Has penetrado tú hasta los depósitos de la nieve?…
¿Haces salir a su tiempo las constelaciones
de los cielos?…
¿Sabes tú el tiempo en que
paren las cabras monteses?…
¿Le das tú su fuerza al caballo? (Job 38.4,12, 18, 22, 32; 39.1,19)
Pero no son preguntas intimidantes: Dios está haciendo que Job comprenda el inmenso
poder del Creador. No hay comparación, no hay terreno para la discusión entre un ser tan
grande y poderoso como Dios y uno tan limitado e insignificante como Job. Esta revelación
de la grandeza y conocimiento de Dios sosiega y a la vez abruma a Job, quien responde:
De oídas te conocía,
mas ahora mis ojos te ven.
Por eso me aborrezco
y me arrepiento en polvo y ceniza». (Job 42.5–6)
En el epílogo, Dios no tacha a Job de arrogancia o falta de reverencia. Es a sus amigos,
con sus presumidas e inadecuadas respuestas, a quienes Dios reprende. Pero las súplicas de
Job por ellos serán escuchadas. Job, mientras tanto, es restituido a su anterior estado de
salud y riqueza.
3 Esdras* = 1 Esdras
4 Esdras* = 2 Esdras
Tobías = Tobit
Judit = Judit
Eclesiástico = Eclesiástico
1 Macabeos = 1 Macabeos
2 Macabeos = 2 Macabeos
Notas:
* Estos libros forman parte del canon del Nuevo Testamento en la Biblia Vulgata
(latina)
** Incluidos como parte del libro de Ester
*** Incluidos como parte del libro de Daniel
ENTRE EL ANTIGUO Y EL NUEVO
TESTAMENTO
La última mirada al pueblo judío en el Antiguo Testamento la tenemos en los libros de
Esdras, Nehemías y Ester, cuando el imperio persa dominaba el país. Durante 200 años los
persas mantuvieron su imperio y ese tiempo parece haber sido bastante tranquilo para la
nación judía, aunque sabemos poco de lo que sucedía, especialmente en el siglo IV.
El libro de Ester alude a momentos en que los enemigos amenazaban a los judíos que
vivían en Persia. Por la mayor parte del tiempo, sin embargo, quienes permanecieron en
exilio probablemente vivían en paz. En Palestina, como hemos visto, el pequeño remanente
de la nación que regresó comenzó a restaurar el templo y a estudiar nuevamente la Ley.
LOS GRIEGOS
La edad de oro de Grecia comenzó aproximadamente en el año 500 a.C. La ciudad de
Atenas ofrecía un modelo de democracia. La verdadera época de poder e influencia griegos
comenzó cuando Felipe de Macedonia unificó los estados de Grecia que antes combatían
entre sí, en el 338 a.C. Su hijo Alejandro derrotó a los persas en 334 y condujo sus ejércitos
victoriosos a través de Siria y Egipto (fundando Alejandría) y al este, pasando por Persia
hasta el río Indo. Todo esto para la edad de 32 años, cuando murió y su imperio fue
dividido entre sus generales, con Tolomeo a cargo de Egipto y Seleuco al mando de
Palestina y el oriente de Siria.
Dondequiera que iban los ejércitos, diseminaban las ideas griegas («helenísticas») y la
lengua griega. Los pueblos se construían según el modelo griego, con teatros y gimnasios.
La influencia de Grecia fue perdurable. Cuando Roma se convirtió en una gran potencia
(a partir de 146 a.C.), el griego siguió siendo la lengua franca. Los romanos absorbieron
ideas griegas e incluso adoptaron a los dioses griegos bajo nuevos nombres romanos. El
Nuevo Testamento fue escrito en griego en el primer siglo de la era cristiana, cuando Roma
era la autoridad suprema. Los judíos—no solo en Egipto, donde las escrituras hebreas se
tradujeron al griego, sino también en Palestina—sintieron el impacto de ideas y costumbres
griegas en su vida y cultura. Para Pablo, que buscaba centros estratégicos para predicar las
buenas nuevas de Jesucristo, eran objetivos principales las ciudades de Grecia: Filipos,
Tesalónica, Corinto, Atenas.
EL MUNDO DEL NUEVO TESTAMENTO
El mundo al que llegó Jesús estaba dominado por el imperio romano. En el 27 a.C., César
Augusto se convirtió en el primer emperador de Roma. Viajó extensamente, identificando
puntos de conflicto, organizando y solucionando problemas en el imperio.
La espina dorsal del imperio era su ejército. Donde hubiera problemas, Augusto
estacionaba una legión, o dos, de su ejército permanente. Había unos diez mil hombres en
una legión. Cada legión estaba formada por diez cohortes (480 hombres en cada una) de
infantería, así como de caballería y artillería. Los hombres clave eran los centuriones,
oficiales subalternos, cada uno a cargo de una partida de soldados que originalmente eran
100. El ejército mantenía la paz que hizo famosa a Roma («Pax romana»).
Los romanos tendían, especialmente al comienzo, a gobernar indirectamente:
designaban o aprobaban jefes que tenían popularidad local, eran amistosos hacia Roma y
dispuestos a gobernar bajo sus órdenes. Herodes el Grande recibió el apoyo de Roma y él a
su vez reconoció la autoridad del imperio. Otras regiones, conocidas como provincias
imperiales, estaban bajo el mando directo del emperador, quien designaba a un romano para
regir en el lugar. Se le otorgaba a menudo el título de legado o procurador.
Algunas ciudades afortunadas se convertían en colonias de Roma. Eran avanzadas muy
especiales del imperio, pedacitos de Roma establecidos en lugares remotos. Había
demasiados ciudadanos romanos viviendo en Roma; el excedente se asentó en las colonias.
Soldados veteranos, por ejemplo, eran ubicados en una colonia con un lote de tierra propio
para cultivar. La gente de la localidad también podía recibir la ciudadanía romana. Las
colonias eran fieramente leales a Roma y ayudaban a controlar el descontento o las
revueltas.
A los romanos les gustaba llamar «nuestro mar» (mare nostrum) al Mediterráneo, y
despachaban barcos para transportar granos y otros productos, así como para controlar el
imperio. Las rutas de las naves tenían que programarse teniendo en cuenta los vientos y las
corrientes. En invierno era demasiado arriesgado embarcarse. Los barcos se guardaban en
puerto seguro.
Aún más importante que las rutas marítimas era la magnífica red de caminos romanos.
Eran carreteras sólidas, bien construidas y bien mantenidas, marcadas por hitos. Gracias a
esta red caminera, viajar por el imperio resultaba fácil y seguro.
Los romanos todavía estimulaban la manera griega de vivir; aunque la gente educada
sabía latín, el idioma usado en el imperio era el griego.
Grupos judíos
Todos los buenos judíos estaban de acuerdo en la autoridad de la Torá, o ley de Moisés,
y en la importancia de los sacrificios en el templo. Pero diferentes grupos dentro de la
nación tenían ideas diferentes acerca de cómo aplicar estas creencias en la vida diaria.
Los saduceos
El grupo conocido como saduceos (posiblemente por el sacerdote Sadoc) provenía de
familias sacerdotales de clase alta. Estaban instalados en la política. Creían en la tolerancia
y en el compromiso con el poder reinante.
Su fidelidad principal era a la Torá, los primeros cinco libros del Antiguo Testamento,
y solo reverenciaban esa parte de las Escrituras. Ni siquiera aceptaban las numerosas
tradiciones que para entonces se habían desarrollado alrededor de la Torá. Rechazaban
cualquier creencia que según ellos no estuviera explícitamente entre las enseñanzas de la
Ley.
Por esta razón no creían en la resurrección, ni en ángeles ni demonios. Tampoco
compartían las predicciones apocalípticas del fin de los tiempos. Ponían gran énfasis en los
sacrificios en el templo y en la importancia de los sacerdotes.
Los fariseos
El partido de los fariseos creció de los hasidim de una época anterior. Eran un grupo
mucho más grande que el de los saduceos, y más populares entre la gente común.
Probablemente llegaban a 6.000 en el tiempo de Jesús. Algunos eran estudiantes a tiempo
completo de las Escrituras judías, y otros tenían empleos comunes y corrientes. Eran
igualmente devotos de la Torá, pero también de los otros libros de las Escrituras que los
saduceos rechazaban.
Al igual que los libros escritos de la Ley, aceptaban la ley oral que se había
desarrollado a base de los libros: la «tradición de los mayores». Procuraban con mucho
empeño vivir de acuerdo con todas estas explicaciones y reglas que acompañaban la Ley.
Los fariseos creían en ángeles, en la resurrección y en las predicciones apocalípticas de un
reino venidero.
La palabra fariseo significa «el que está separado». Los fariseos querían, sobre todo,
guardar las reglas de Dios y separarse de cualquier «impureza» ocasionada por romper las
leyes del rito y la moral. No apoyaban la oposición violenta contra el poder gobernante.
Los zelotes
Los zelotes concordaban en las creencias con los fariseos, pero se diferenciaban de ellos
en su actitud hacia los poderes establecidos. Se parecían mucho más a los revolucionarios
macabeos. Creían que solo Dios era el amo y planeaban la mejor manera de librarse de
Roma mediante tácticas guerrilleras.
Los esenios y la comunidad de Qumrán
Cerca de un kilómetro del lugar donde se encontraron los primeros rollos del Mar
Muerto (véase artículo especial), están las ruinas de un asentamiento judío en Qumrán. Sus
habitantes pertenecían a la secta de los esenios, un grupo judío consagrado a guardar la Ley.
La secta puede haberse originado en Babilonia, en reacción contra las actitudes laxas hacia
la religión que había producido el exilio.
Hacia 150 a.C., un grupo se separó y se estableció en el desierto de Qumrán bajo el
liderazgo de un alto sacerdote depuesto, conocido como el «Maestro de la probidad».
Mientras esperaban la llegada del Mesías, estudiaban diligentemente la Ley. Subsistían
paciendo ovejas, recogiendo frutos, y vivían en tiendas o en cuevas cercanas, usando las
construcciones formales para fines religiosos y sociales.
Debido a que la Ley era tan importante para ellos, hicieron copias de la Ley y de otros
libros sagrados, y las guardaron en su biblioteca. Los restos de esta aún pueden verse hoy.
En el 68 d.C. les llegaron noticias de que las legiones romanas habían iniciado su
avance. A toda prisa envolvieron con lienzos sus preciosos manuscritos, los pusieron en
jarros y los escondieron en las cuevas de los alrededores. Al excavar Qumrán, se
encontraron jarros semejantes a los de las cuevas, y restos de tinta en los tinteros coincidían
con la que se empleó en los manuscritos.
Los esenios eran una secta parecida a los hasidim. La comuna de Qumrán parece haber
sido uno de sus grupos y a causa de los hallazgos sabemos mucho más de ellos que de otros
esenios. Esperaban con ansias un día de justicia en el que Dios intervendría en la historia y
solo ellos en Israel serían reconocidos como el pueblo de la alianza divina. Los judíos en su
mayoría esperaban un Mesías, pero no estaban todos de acuerdo en cuanto al tipo de rey
que este sería. Los esenios esperaban tres: el profeta vaticinado por Moisés; un mesías rey
descendiente de David; y un mesías sacerdote, el más importante de todos.
Los escribas
Los escribas, a veces llamados abogados, fueron empleados originalmente para escribir
las palabras de otros, como lo hizo Baruc para Jeremías. Más tarde, como Esdras, se
hicieron copistas e intérpretes de la Ley. Ya en tiempos del Nuevo Testamento, los escribas
eran intérpretes profesionales de la Ley. Estudiaban derecho civil y religioso y decidían su
modo de aplicación. Estos fallos se convirtieron en la ley oral o «tradición de los mayores»
que mencionan los Evangelios. Cada escriba tenía sus propios discípulos. Los escribas
ejercían influencia y muchos pertenecían al Sanedrín.
El Sanedrín
Los persas otorgaron a los judíos el derecho a dirigir sus propios asuntos; el Sanedrín
era el tribunal supremo judío, que se mantuvo hasta ser eliminado por las autoridades
romanas en el 70 d.C. Estaba integrado por setenta miembros y el Sumo Sacerdote, que era
director o presidente. Tenía su propia fuerza policial y facultades para arrestar, someter a
juicio y ejecutar sentencias. Podía condenar a la pena de muerte, pero la sentencia no podía
ejecutarse sin previa aprobación de Roma.
La sinagoga
El templo en Jerusalén había sido el centro del culto judío desde los tiempos del rey
Salomón. ¿Qué podía hacer la gente obligada al exilio a cientos de kilómetros de distancia?
Es muy probable que las sinagogas comenzaran como solución a ese problema, si bien no
tenemos evidencia escrita de su existencia antes del siglo III a.C.
La sinagoga en sí misma era un edificio sencillo, que no intentaba parecerse de manera
alguna al magnífico templo. Tampoco el culto practicado ahí imitaba la adoración del
templo. No había sacrificios, sino simplemente lectura y explicación de la Torá, y
oraciones. Los rollos de la Torá se guardaban en una caja especial y eran sacados para su
lectura cada semana.
En ciudades fuera de Palestina, la sinagoga se convirtió para los judíos en un centro de
encuentro y convivencia. Ahí sesionaban los tribunales; funcionaba la escuela; a veces se le
anexaba un hostal para visitantes.
Después del exilio, se establecieron sinagogas por todas partes de Palestina así como en
cada ciudad del imperio donde hubiera suficientes judíos. Solía haber varias sinagogas en
una ciudad, para servir a grupos diferentes de judíos. Las sinagogas también variaban según
su grado rigor. Unas estaban más dispuestas que otras a adoptar el helenismo o la cultura
local.
La sinagoga nunca fue vista como sustituto del templo. Los judíos procuraban ir al
templo para las fiestas anuales, y solo ahí se ofrecían sacrificios animales.
La dispersión o la diáspora
Como hemos visto, muchos judíos nunca volvieron a su propia patria después del
exilio. Siguieron viviendo en diferentes partes del imperio persa. También muchos judíos
siguieron viviendo en Egipto. En época del Nuevo Testamento vivían probablemente más
judíos en Alejandría que en Jerusalén. Otros judíos viajaban y se radicaban en muchos otros
países para vivir y comerciar.
Estos judíos dispersos de Palestina eran conocidos como los judíos de la dispersión o de
la diáspora. Su fe se mantuvo viva gracias al culto de la sinagoga. Su idioma era el griego,
la lengua del imperio, y usaban la Septuaginta o versión griega del Antiguo Testamento.
Solían ser menos estrictos que los judíos de Palestina, pues absorbían algo de la cultura
local.
Productos de Palestina
En los tiempos de Herodes se producían en Palestina aceitunas y aceite de oliva, vinos
y cereales. La mayor parte de la gente comía frijoles, guisantes y legumbres antes que la
costosa carne, pero también el pescado era parte de la dieta. El pescado de la costa y del
lago de Galilea se salaba y exportaba.
Los alfareros tenían manufactura de cerámica en todo el país, se producía lino y los
rebaños proveían de lana para vestir. El bálsamo era un árbol que producía una cosecha de
goma aromática para la exportación. Se fabricaba queso de leche de oveja y de cabra.
La púrpura de Tiro, costosa tintura para telas caras, se producía a lo largo de la costa de
Judea. El Mar Muerto proporcionaba sal y asfalto para la construcción de barcos. El arroz
se cultivaba en Judea desde tiempos de Herodes. También se exportaban dátiles, y Judea era
conocida por sus bebidas de fruta.
EL NUEVO
TESTAMENTO
9
BUENAS NUEVAS
Los cuatro Evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan
Al leer acerca de la vida y las enseñanzas de Jesús, no tenemos solamente un relato para
seguir, sino cuatro. La historia de Jesús—que los autores describen como «evangelio» o
«buenas nuevas»—se narra en cuatro libros distintos: los Evangelios según Mateo, según
Marcos, según Lucas y según Juan.
En general se acepta que Marcos fue el primero de los Evangelios que se escribió, y que
constituyó la fuente para Mateo y Lucas. Por consiguiente, usamos a Marcos como guía
principal; sin embargo, puesto que cada evangelista tiene una intención y un público
propios y no contienen exactamente el mismo material, haremos uso también de los otros
Evangelios.
MATEO
Mateo escribió para lectores judíos. Su Evangelio es una pieza literaria muy bien
organizada, con pasajes de la vida de Jesús seguidos por secciones con enseñanzas. Es el
más amplio de los Evangelios; el relato comienza antes del nacimiento de Jesús y termina
con las palabras de Jesús a sus discípulos antes de retornar a su Padre Dios:
«Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos … enseñándoles que
guarden todas las cosas que os he mandado». (Mt 28.19–20)
Mateo cita el Antiguo Testamento cuando reconoce un hecho como «cumplimiento» de
algún pasaje, se tratase o no de una predicción. Por ejemplo, cuando Gabriel anuncia que
nacerá Jesús a la virgen María, Mateo cita de la Septuaginta (la versión griega de las
Escrituras judías) el pasaje de Isaías 7: «La virgen concebirá y dará a luz un hijo,y le
pondrá por nombre Emanuel». (Is 7.14) Este enlace interesaría especialmente a lectores
judíos. Mateo muestra de qué forma la nueva revelación de Dios en Jesús es completa y
perfecta, comparada con su revelación en el Antiguo Testamento. Mateo también se
interesa por lo que ocurrirá en el futuro e incluye varias parábolas relacionadas con el juicio
final.
La tradición es la única prueba de que Mateo, uno de los doce apóstoles, sea el autor de
este Evangelio. Los Evangelios nos dicen que Mateo era recaudador de impuestos, o
«publicano», cuando Jesús lo llamó de su trabajo para que lo siguiera. Nadie sabe
exactamente cuándo fue escrito el Evangelio. Quizás a fines del primer siglo, alrededor de
84 a 100 d.C. Otros piensan, sin embargo, que fue apenas diez a treinta años después de la
muerte de Jesús, entre los años 40 y 60 d.C.
MARCOS
Marcos, por otra parte, fue escrito para lectores gentiles, no judíos. Papías, escribiendo
alrededor del año 130 d.C., se refiere a Marcos como el «intérprete de Pedro» que «escribió
con fidelidad … todo lo que recordaba que Cristo había dicho y hecho». Es una sugerencia
fascinante, porque significa que Marcos obtuvo su información directamente de labios de
uno de los discípulos más cercanos a Jesús.
Tal vez Pedro no dominaba el griego, y Marcos tradujo el arameo del apóstol al escribir
su relato. A veces Marcos deja alguna palabra que Jesús dijo en arameo. En la historia de la
hija de Jairo, Marcos conserva las propias palabras de Jesús: «¡Talita cumi! (que significa:
“Niña, a ti te digo, levántate”)».
Marcos nos brinda un retrato muy humano de Jesús. Lo muestra extenuado, quedándose
dormido en el bote, o indignado cuando los discípulos alejan a los niños de él. Tal vez
Marcos quiso rectificar la herejía que sostenía que Jesús no era verdaderamente humano.
Puede ser también que Marcos escribiera su Evangelio para preparar a los cristianos para la
persecución que pronto los azotaría. Les muestra a un Jesús sufriente.
En el Evangelio de Marcos, la identidad de Jesús es un misterio: no hay registro de su
nacimiento. Los discípulos descubren gradualmente quién es y, hacia la mitad del libro,
Pedro declara que se trata del Mesías de Dios. Luego, en la segunda mitad del Evangelio,
Jesús intenta preparar a los discípulos para la muerte brutal que él va a sufrir. No será un
Mesías militar, sino uno que sufrirá y morirá y será levantado para vivir para siempre.
Juan Marcos, para darle su nombre completo—es decir, la persona que la tradición
reconoce como autor—pudo haberse puesto a sí mismo en el relato del Evangelio. Describe
a un joven que estaba presente cuando Jesús fue arrestado. Huyó velozmente, dejando su
vestimenta en las manos de los soldados que trataron de apresarlo. Sabemos a ciencia cierta
que el hogar de la madre de Marcos fue uno de los primeros sitios de encuentro de los
seguidores de Jesús. Quizás la Última Cena se celebró allí (véase Hechos 12.12).
Los sinópticos y Q
Mateo, Marcos y Lucas a veces son llamados los Evangelios sinópticos. La palabra
sinóptico quiere decir «que pueden ser vistos simultáneamente». Es posible colocar los
contenidos de estos tres Evangelios uno al lado del otro y compararlos. Aunque los relatos
varían, son lo suficientemente parecidos como para que los lectores concluyan que han de
provenir de una fuente común. Los especialistas creen que Marcos fue el primer Evangelio
y que Mateo y Lucas utilizaron a Marcos al preparar sus escritos. A menudo suavizan algo
del fuerte lenguaje usado por Marcos para describir las emociones de Jesús; también
mejoran el griego rudo y directo de Marcos.
Q es la primera letra de la palabra alemana para la palabra «fuente» (Quelle). Es el
nombre dado a un documento desconocido, del cual muchos expertos piensan que Mateo y
Lucas tomaron los dichos de Jesús que no aparecen en el Evangelio de Marcos. Q parece
haber sido escrito en arameo hacia el año 50. Nunca se ha encontrado una copia.
LUCAS
Lucas es probablemente el único escritor no judío en el Nuevo Testamento. Su Evangelio
es la primera parte de un relato en dos volúmenes de la fe cristiana; el libro de Hechos es la
segunda parte. Lucas, como sabemos por Pablo, era médico, un hombre instruido que
escribía en un griego mucho más pulido que Marcos. Dice en su prólogo que escribe para
presentar todos los hechos acerca de Jesús a un alto funcionario llamado Teófilo. Tal vez su
Evangelio es una defensa de la fe cristiana ante el mundo romano.
Aprendemos mucho sobre Lucas por lo que incluye en su Evangelio. Tiene un especial
cuidado y preocupación por los pobres y por las mujeres (que también eran desvalorizadas).
Pone énfasis en la oración, especialmente en la vida de Jesús. También incluye tres
parábolas sobre la oración que los otros autores no tienen. Solo él nos entrega la canción de
María como acción de gracias a Dios al quedar encinta, las historias del niño Jesús acunado
en un pesebre y la visita de los pastores. Quizás Lucas las escuchó de María misma.
Algunos fechan este Evangelio entre el 57 y el 60, pero otros lo sitúan después del año 70.
JUAN
El Evangelio de Juan, según la tradición, fue escrito por Juan el apóstol. En vez de
mencionar a Juan por su nombre, el autor del Evangelio se refiere a sí mismo como «el
discípulo a quien amaba Jesús». Algunos estudiosos opinan que no fue el propio Juan, sino
uno de sus discípulos, probablemente también de nombre Juan, quien escribió el Evangelio.
Por largo tiempo se pensó que Juan había sido el último Evangelio en escribirse—alrededor
del 90 a 95 d.C.—pero actualmente hay quienes piensan que debe de ser muy anterior, entre
los años 40 y 65.
El Evangelio de Juan es muy diferente de los otros tres, tanto por su material como por
la forma en que es tratado. Jesús es reconocido desde un comienzo como el Mesías. No hay
parábolas, sino ciertas declaraciones de Jesús sobre sí mismo: «Yo soy el buen pastor»,
«Yo soy el pan de vida» y otras, junto con las discusiones que seguían a estas proclamas.
Bautismo
Los judíos usaban agua para muchas ceremonias religiosas; el bautismo era una de ellas: la
limpieza exterior indicaba un «lavado» interior también. La palabra significa «sumergir».
Los gentiles que deseaban adoptar la fe judía eran bautizados o sumergidos en agua como
un rito de iniciación. Juan el Bautista usaba el bautismo como signo externo de que aquellos
que habían escuchado y aceptado sus enseñanzas estaban verdaderamente arrepentidos de
su vida anterior. Jesús, a su vez, dijo a sus discípulos que bautizaran a todos aquellos que se
hicieran cristianos a consecuencia de sus prédicas.
El bautismo, realizado de diversas maneras, ha sido por siempre una práctica de la
iglesia cristiana.
El comienzo de la historia
Si queremos conocer el comienzo de la historia de Jesús, debemos ir a Mateo y Lucas, que
nos hablan del nacimiento. Mateo comienza aun antes, con un árbol genealógico que
conecta firmemente a Jesús con la historia del Antiguo Testamento. María, madre de Jesús,
estaba comprometida con un hombre llamado José. Antes que se casaran, Dios envió a
Gabriel, su ángel mensajero, a anunciar a María que iba a tener un hijo:
«Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo». (Lc 1.32)
María estaba perpleja. Ella aún era virgen. Pero Gabriel le dijo: «El Espíritu Santo
vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra».
María salió rápidamente de Nazaret hacia el sur, a Jerusalén, para llevar la nueva a su
pariente Elisabet, que esperaba un hijo: Juan el Bautista.
Un ángel tranquilizó al angustiado José sobre la razón del embarazo de María, y
entonces él estuvo dispuesto a casarse con ella.
El nacimiento de Jesús
El emperador romano Augusto había ordenado un censo tributario por todo el imperio,
inclusive Palestina. José y María viajaron a inscribirse a Belén, pues era la ciudad de David,
antepasado de José. Estando allá, María dio a luz. La única posada—un lugar tosco pero
adecuado—estaba llena; de modo que Jesús nació en una cueva o en la parte de una
habitación familiar que albergaba animales, con un pesebre por cuna. No hubo bienvenida
palaciega para el rey prometido por Dios.
La noche en que nació, pastores en las laderas en terrazas que rodeaban a Belén vieron
un coro de ángeles y recibieron las buenas nuevas del nacimiento del Salvador. Se
apresuraron a ir al encuentro del recién nacido, para adorarlo. Más tarde, unos sabios del
Oriente viajaron en busca de él, portando espléndidos regalos. Así, el pobre y el rico, el
israelita y el extranjero, dieron la bienvenida a Jesús cuando llegó al mundo.
Jesús niño
En los Evangelios se registra una sola historia de la niñez de Jesús. Lucas nos cuenta que
cuando Jesús tenía doce años, a punto de convertirse en hombre según la ley judía, fue a
Jerusalén con sus padres para celebrar la Pascua. En el viaje de regreso fue echado de
menos. María y José volvieron a la ciudad a buscarlo, y lo encontraron en el templo. «¿Por
qué me buscábais?», les contestó. «¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es
necesario estar?». Ya reconocía a su verdadero Padre.
Jesús bautizado
Según el Evangelio de Lucas, Jesús tenía unos treinta años cuando se acercó a su pariente,
Juan, en el desierto de Judea, y pidió ser bautizado. Juan sabía que Jesús era mejor que él,
pero aún no reconocía en Jesús a aquel cuya venida había estado proclamando.
Sin embargo, Dios había dado a Juan un signo para observar. Aquel en quien el Espíritu
Santo descansara, como una paloma, sería el Mesías prometido. Al bautizar a Jesús Juan
vio que esto sucedía. También se oyó la voz de Dios que decía:
«Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo complacencia». (Mc 1.11)
Estas palabras combinan dos versículos del Antiguo Testamento. Uno de ellos (Salmo
2.7) describe al Mesías como descendiente de David. El otro (Isaías 42.1) lo muestra como
el Siervo en el que Dios se deleita.
Las tentaciones
Mientras aún sonaban en sus oídos las palabras que su Padre había pronunciado en el
bautismo, Jesús se sintió impulsado por el Espíritu Santo a internarse solo en el desierto de
Judea. Durante cuarenta días ayunó. Cuando estaba débil por el hambre, Satanás—el viejo
enemigo de la humanidad que causó su caída en un comienzo—lo sometió a tentación.
Satanás trató de persuadir a Jesús a que probara su pretensión de ser el Mesías, mediante
obras maravillosas y signos espectaculares.
Jesús se negó a ser apartado de la senda que él sabía que Dios quería que tomara. Sería
un Mesías humilde y obediente a Dios, preocupado por satisfacer las necesidades de los
demás y no por hacerse publicidad. Su camino sería el del Siervo sufriente de las profecías
de Isaías, el que finalmente moría por su pueblo, tomando para sí el castigo que ese pueblo
merecía.
Tras este tiempo de prueba, Jesús empezó su carrera de tres años como maestro
itinerante.
Jesús el maestro
Jesús solía enseñar en breves y sustanciosos dichos que se parecen más a poesía que a
prosa; a menudo usaba imágenes verbales. De esta manera, lo que decía era recordado
fácilmente y meditado después. Su enseñanza habitualmente sorprendía, porque ponía patas
arriba las ideas comúnmente aceptadas.
Mateo y Lucas nos proporcionan dos bloques paralelos de enseñanza (Mateo 5; Lucas
6). A veces se las llama «Bienaventuranzas» (cada declaración comienza con la expresión
«Bienaventurados», que significa «benditos» o «verdaderamente felices»):
«Bienaventurados los pobres en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los que lloran,
porque recibirán consolación.
Bienaventurados los mansos,
porque recibirán la tierra por heredad.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los de limpio corazón,
porque verán a Dios.
Bienaventurados los pacificadores,
porque serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos. (Mt 5.3–10)
Muchos piensan que la felicidad se encuentra en la salud, la riqueza, la popularidad y la
realización personal. Sin embargo, Jesús dice que la verdadera felicidad se reserva para el
humilde y misericordioso, para aquellos que saben que no poseen virtud alguna en sí
mismos y que deploran sinceramente las malas cosas que han dicho y hecho. Jesús también
ensalzó la felicidad de aquellos que serían perseguidos por su causa.
Jesús enseñó sobre la oración, las ofrendas y el ayuno, que eran los tres principales
ejercicios religiosos de un buen judío. Jesús afirmó que debían ser encuentros íntimos con
Dios, no formas públicas de hacer ostentación de piedad, como solía ser el caso (véase
Mateo 6.)
LA VIDA DE JESÚS
Un orden posible de acontecimientos en los cuatro Evangelios
No es fácil lograr un encuadre cronológico de los relatos de los cuatro Evangelios. Los
comienzos y la última semana de la vida de Jesús están claros, pero lo que sucede entre
ambas etapas es menos fácil de colocar en una secuencia. Es especialmente difícil
relacionar el relato de Juan, por su esquema tan diferente, con los otros tres. El orden que
presentamos en el cuadro a la derecha se basa en el ministerio de tres años, sugerido por el
hecho de que Juan registra tres ocasiones en que Jesús estuvo en Jerusalén para la Pascua
(acontecimiento anual).
Nacimiento de 1.57–79
Juan el Bautista
Año 1
La primera 2.13–25
Pascua
Año 2
La segunda 5.1–47
Pascua
Elección de los 10.2–4 3.13–19 6.12–16
doce apóstoles
Año 3
En Jericó 19.1–10
En respuesta a sus preguntas sobre la forma de orar, Jesús dio a sus discípulos una
oración «modelo» para usarla literalmente o como base para sus propias oraciones.
“Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre.
Venga tu Reino.
Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
Perdónanos nuestras deudas,
como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
No nos metas en tentación,
sino líbranos del mal,
porque tuyo es el Reino, el poder y la gloria,
por todos los siglos. Amén”. (Mt 6.9–13)
La oración de Jesús comienza recordando que Dios es un Padre amante, pero que está
en los cielos; esto es, más grande y magnífico de lo que los seres humanos podemos
imaginar. Su pueblo le debe honor y reverencia. Las plegarias deben ocuparse
primeramente de la gloria de Dios y el establecimiento de su Ley en los corazones de
hombres y mujeres. Está bien, asimismo, orar por las necesidades materiales de cada día.
La oración también ha de contener la petición del perdón de Dios y la declaración de
responder, a la vez, perdonando a otros. Finalmente, hay una súplica pidiendo ayuda de
Dios contra la tentación de apartarnos de sus caminos.
La enseñanza de Jesús liberaba a la gente del legalismo estrecho. Ponía énfasis no en
guardar las reglas ceremoniales sino en la necesidad de mostrar piedad y amor hacia los
demás, a fin de ser como el Padre en el cielo.
PARÁBOLAS DE JESÚS
Mateo Marcos Lucas
La cizaña 13.24–30
La red 13.47–48
El crecimiento de la 4.26–29
semilla
El fariseo y el 18.10–14
publicano
El Reino de Dios
Jesús predicó que el reino de Dios había llegado, y lo explicó en parábolas. Alguien dijo
que si comprendemos lo que Jesús quiso decir por «reino de Dios» (o «reino de los cielos»,
como dice Mateo), tenemos la clave de los Evangelios y de todo el Nuevo Testamento.
La palabra griega para reinado significa «mando» o «reino»; el reinado de Dios es
«Dios actuando en su poder real, obrando en su soberanía».
Los judíos creían que Dios era supremo sobre el mundo entero. Muchos salmos
expresan este pensamiento. Pero solo el pueblo judío, que aceptaba sus mandamientos,
reconocía su soberanía. También creían que un día Dios intervendría en la historia,
manifestando su poder supremo sobre todo el mundo, derribando el mal y mostrando
misericordia hacia su pueblo. Ese era el día que los profetas del Antiguo Testamento habían
esperado con ansias.
Tan pronto como Jesús comenzó a predicar, anunció que el reino de Dios había llegado.
Con su venida, Dios mismo al fin había irrumpido en la historia. Por ahora, solo aquellos
que aceptaban a Jesús y su enseñanza se convertían en súbditos del reino. Aún era preciso
esperar otro día venidero. Jesús vencería al pecado y a la muerte, mediante su propia
muerte y resurrección. En un tiempo futuro, retornaría para iniciar el reinado universal de
Dios en todo su poder.
El mudo 9.32–33
endemoniado
El sordo y 7.31–37
tartamudo
El ciego en 8.22–26
Betsaida
La mujer 13.11–13
encorvada
El hombre 14.1–4
hidrópico
El enfermo en el 5.1–9
estanque de
Betesda
El ciego de 9
nacimiento
La moneda en la 17.24–27
boca de un pez
La pesca 5.1–11
milagrosa
El agua 2.1–11
transformada en
vino
El hijo de la 7.1–15
viuda en Naín
Lázaro 11.1–44
Milagros de Jesús
Las obras extraordinarias de Jesús son considerados como «milagros» en los tres primeros
Evangelios, y como «señales» en el Evangelio de Juan. No son adiciones posteriores,
añadidas para hacer que la historia parezca más extraordinaria. Son una parte temprana y
necesaria del relato evangélico. Las obras poderosas tienen como propósito demostrar que
Dios realmente ha intervenido en la historia en la persona de Jesús. Son el signo de que ha
comenzado una nueva era en la historia. Alguien observó que sería tan difícil quitar los
milagros de los Evangelios como separar la filigrana de una hoja de papel. Jesús dijo: «Si
por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a
vosotros». Los milagros de Jesús se presentan como prueba de que el reino ha llegado.
C.S. Lewis ha sugerido que los milagros de Jesús eran a menudo versiones aceleradas
de algo que habitualmente ocurre, pero que damos por sentado. Por ejemplo, la
multiplicación de los panes en la alimentación de los 5000 o la transformación del agua en
vino, que Jesús realizó en una fiesta de bodas, son cosas que suceden cada año en la
naturaleza, aunque a paso más lento, y no lo llamamos milagro.
Que la gente crea o no que los milagros son plausibles depende, en último término, de
lo que creen acerca de Jesús. Si es Dios—el Hacedor del mundo—hecho carne, el milagro
no solo es posible sino que es de esperar que ocurra.
Identidad de Jesús
Jesús no dijo a sus discípulos que era el Mesías, el elegido por Dios y el Rey cuyo reino
había llegado. Dejó que lo descubrieran por sí mismos.
Cierta vez, cuando cruzaban el lago, estalló una tormenta. Había auténtico peligro de
que el barco pesquero zozobrara. Los atemorizados discípulos pidieron ayuda a Jesús, y con
una palabra él aquietó el viento y las olas. Murmuraron entre sí, preguntándose quién podía
ser tal persona. Habían visto a Jesús controlar a la enfermedad y a los demonios. Pero ahora
estaba controlando a los elementos de la naturaleza. Comenzaban a creer que era más que
un hombre corriente.
Un día, cuando estaban solos, Jesús preguntó a quemarropa a sus discípulos quién
creían que él era. Pedro contestó por todos con calma convicción: «Tú eres el Cristo».
«Cristo» es la palabra griega que significa Mesías. Jesús dijo a Pedro que Dios mismo les
había revelado esa verdad.
A partir de ese reconocimiento, Jesús comenzó la siguiente etapa de lo que tenía que
enseñar a sus discípulos. Les dijo que tenía que sufrir y morir en manos de los líderes
religiosos, pero que se levantaría de nuevo a los tres días. Pedro habló otra vez, diciendo a
Jesús que no debía hablar acerca de esas cosas. Pero Jesús sabía que el camino elegido
llevaba a la muerte. De vez en cuando explicaba a sus discípulos algo sobre su inminente y
sufrimiento muerte, pero ellos no querían oir tales cosas y no las asimilaban.
La transfiguración
Una tarde Jesús llevó a sus discípulos más íntimos—Pedro, Jacobo y Juan—a una elevada
montaña a orar. Los Evangelios registran que cuando estaban allí, lejos de las multitudes,
Jesús se transfiguró. Todo su cuerpo, y también su ropa, brillaron con un esplendor no
terrenal. Mientras los discípulos observaban, aparecieron otros dos hombres y supieron que
eran Moisés, el gran legislador, y Elías, el poderoso profeta. Lucas nos dice que la
conversación versó sobre la próxima muerte de Jesús.
Pedro, sin saber bien lo que decía, sugirió que sería bueno hacer tres tiendas, una para
cada uno, Jesús y sus visitantes especiales. La nube brillante de la presencia de Dios los
cubrió a todos y Dios habló desde la nube:
«Este es mi Hijo amado; a él oíd». (Mc 9.7)
Los aterrados discípulos cayeron de bruces sobre la tierra. Jesús los tocó en el hombro:
«Levantaos», dijo, «y no temáis».
Cuando miraron en derredor, no vieron a nadie con ellos sino a Jesús solo.
Jesús les prohibió contar a nadie esta experiencia hasta que él resucitase de entre los
muertos.
Creciente oposición
Jesús pasó tres maravillosos años sanando y predicando. Ayudaba a las muchedumbres
pero también trataba con la gente una a una. Un ciego venía a suplicar su vista, o un grupo
de personas traía un amigo enfermo para que Jesús lo sanara. No solo satisfacía las
necesidades físicas y mentales, sino también las necesidades espirituales de los hombres y
mujeres con los que se encontraba. Perdonaba sus pecados y los iniciaba en un tipo de vida
completamente nuevo.
¡Ciertamente una persona así tendría que ser amada y aceptada por todos! No obstante,
desde el principio los autores nos dicen que Jesús hacía enemigos. Su presencia misma
dividía a la gente en dos campos. Tenían que elegir entre creerle y ponerse de su parte o
estar contra él. No había término medio. Su enseñanza también hacía enemigos. Era
demasiado diferente de la de otros líderes religiosos.
No citaba las interpretaciones tradicionales de la Escritura, sino que hablaba por su
propia autoridad. Esto disgustaba a la mayoría de los líderes judíos. Después de todo, a sus
ojos él era un don nadie y un advenedizo que desafiaba al cuerpo de leyes cuidadosamente
formulado. Jesús no moderaba su manera de tratar con ellos. Públicamente prevenía al
pueblo contra la hipocresía y el legalismo insensible que practicaban esos maestros.
Varios otros incidentes provocaron los celos y el odio de los líderes religiosos hasta el
punto de que decidieron planear su muerte.
La resurrección de Lázaro
Jesús tenía tres buenos amigos que vivían en la aldea de Betania, cerca de Jerusalén. Eran
dos hermanas y un hermano, Marta, María y Lázaro. Un día las hermanas enviaron un
mensaje urgente a Jesús, avisándole que Lázaro estaba enfermo. Jesús no se precipitó para
estar a su cabecera; dejó pasar dos días antes de dirigirse con sus discípulos a Betania.
Al llegar, Lázaro llevaba cuatro días en la tumba. Marta y María no podían entender el
atraso de Jesús, porque estaban seguras de que habría sanado a su hermano si hubiera
llegado antes. Pero Jesús tenía un milagro aun mayor para realizar. Reanimó a Marta con
sus palabras:
—Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo
aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. (Jn 11.25–26)
Jesús hablaba de algo mucho más real y duradero que un retorno de la muerte física.
Estaba explicando con claridad que, así como podía levantar a los muertos, podía dar vida
perdurable más allá del sepulcro.
Ante la tumba de Lázaro, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, ven fuera!», y el muerto se
presentó, vivo nuevamente.
Las autoridades judías se inquietaron mucho porque este milagro recibió amplia
publicidad e hizo a Jesús aún más popular y conocido. Entonces conspiraron para matarlo.
Jesús el Mesías
La palabra hebrea mesías significa «el ungido». Cristo viene de jristos, forma griega de la
misma palabra. En tiempos del Antiguo Testamento eran ungidos los designados por Dios
para una tarea especial, tales como la función de profeta, sacerdote o rey. Habitualmente era
un profeta quien derramaba el óleo en la cabeza de la persona para marcarla como elegida
por Dios.
En particular, el rey llegó a ser conocido como «el ungido de Dios»; con el tiempo se
usó el título para el rey ideal que Dios enviaría un día. Existían muchas ideas diferentes
acerca del tipo de rey que sería. Algunos imaginaban un guerrero y héroe nacional, como
Judas Macabeo. Otros esperaban un segundo y más grande David, o buscaban un Salvador
sobrenatural que pondría en práctica la ley de Dios a la cabeza de su pueblo.
Jesús no se llamó a sí mismo Mesías. Sabía que la idea popular de un mesías chocaba
con lo que él había venido a hacer; pero aceptó la declaración de Pedro.
Hijo de Dios
Si bien Israel era conocido como hijo de Dios en el Antiguo Testamento (véase, por
ejemplo, Éxodo 4.22), este título está vinculado a la idea de un mesías. Aparece en
versículos del Antiguo Testamento en alusión a reyes de Israel, pero también era
reconocido por maestros judíos como un anuncio del Mesías. En el Salmo 2, por ejemplo,
dice Dios del Mesías que viene: «Mi hijo eres tú». Jesús se reconocía como Hijo de Dios de
una manera única. Se destacaba su obediencia a la voluntad y designio del Padre para él.
Hijo del hombre
Este título es el más usado por Jesús para sí, quizás porque no tenía relación con ideas
de poder político o militar. A menudo en el Antiguo Testamento la frase «hijo de hombre»
es simplemente otra manera de referirse a un ser humano. Sin embargo, Daniel 7 describe
una escena en que uno «como un hijo de hombre» viene entre nubes y es presentado ante
Dios, quien tiene un esplendor terrible. Dios lo inviste con poder y autoridad ilimitados.
Jesús cita este pasaje como referido a sí mismo, durante su juicio ante el Sanedrín. Al darse
este título, Jesús pone de relieve su genuina humanidad, sin dejar de afirmar su lugar de
poder y honor, procedente de Dios.
El Siervo
El siervo que sufre por su pueblo fue descrito por Isaías en cuatro poemas. En aquel
tiempo no estaban vinculados con el Mesías, pero Jesús asumió el papel para sí. Dijo:
«… el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en
rescate por todos». (Mc 10.45)
En Isaías 53, el último de los Cánticos del Siervo describe la muerte del este en aras de
su pueblo. Su misión se extenderá a las naciones (Isaías 42, 49).
Domingo de Ramos
Cuando Jesús estuvo listo para ir a Jerusalén, entró a la ciudad montando un asno entre las
alegres ovaciones de los peregrinos que comenzaban a reunirse para celebrar la Pascua. La
multitud agitaba ramas de palmera y tendía sus mantos sobre el camino.
Jesús era inmensamente popular y la multitud salía a su encuentro saludándolo con las
palabras de un salmo mesiánico:
“¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosana en las alturas!”. (Mc
11.10)
Más tarde los discípulos comprendieron el sentido de la acción de Jesús. El profeta
Zacarías, vaticinando la llegada del rey, dijo que vendría cabalgando pacíficamente, sobre
un asno y no sobre un caballo de guerra. La multitud parecía estar dando la bienvenida a su
rey; los dirigentes judíos se pusieron furiosos.
Una vez en la ciudad, Jesús se dirigió al templo. Se indignó al ver que los mercaderes
habían convertido el patio de los gentiles en un bazar. Allí se regateaba y se hacía fraude
con los pájaros y animales que se vendían para los sacrificios y con el dinero que se
cambiaba por la moneda de cuño especial para el templo. Jesús sacó a los animales y
derribó las mesas de los cambistas. Este acto pudo haber sido un signo profético, por el que
Jesús marcaba el fin del viejo orden y la llegada de una nueva era mesiánica.
—¿No está escrito: “Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones”?
Pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. (Mc 11.17)
El templo, con su provisión para los gentiles, debía ser, según la intención de Dios,
instrumento de su misión hacia el resto del mundo. En lugar de eso, Jesús vio que se había
constituido como un centro de exclusivismo judío y fanatismo nacionalista.
Judas, el traidor
Los líderes religiosos tramaban la muerte de Jesús, pero fue uno de sus propios seguidores
cercanos quien traicionó a Jesús. Quizás Judas Iscariote era un nacionalista, desilusionado
porque Jesús no diera señal de establecer un reinado en Jerusalén, empuñando un poder en
el que sus seguidores tuvieran una parte. Ciertamente tenía ambición de dinero. Decidió
entregar a Jesús a sus enemigos y lo hizo por treinta monedas de plata. Les prometió
avisarles cuándo y dónde podían encontrar y arrestar a Jesús discretamente, lejos de la
multitud.
Getsemaní
Después de la cena, Jesús y los discípulos fueron a un olivar llamado Getsemaní, donde
estarían tranquilos y en privado. Allí Jesús oró en gran angustia. Anticipó y sintió temor por
la muerte próxima:
«Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad».
(Mt 26.42)
Los troncos nudosos de los viejos olivos en el Huerto de Getsemaní expresan la
angustia de la «noche oscura del alma» de Jesús antes de su crucifixión.
El arresto
Judas conocía los pasos de Jesús y después de la cena se escabulló para avisar a los
sacerdotes dónde podían encontrarlo. Apenas Jesús terminaba de orar, se vio la luz de las
antorchas que traspasaba la oscuridad entre los árboles. Una patrulla de soldados lo tomó
prisionero.
El juicio de Jesús
Jesús fue conducido cautivo a casa del sumo sacerdote y todos los discípulos huyeron. Pese
a las repetidas advertencias de Jesús de que sería arrestado y le darían muerte, ellos no lo
habían creído.
Pedro y Juan más tarde lo siguieron y observaron a Jesús desde el patio, cuando lo
interrogaban. Aquí preguntaron tres veces a Pedro si era uno de los partidarios de Jesús;
sumido en pánico, negó siquiera conocerlo. Jesús le había prevenido que esto ocurriría,
pero Pedro no había podido creerlo. Ahora lloró amargamente.
Jesús fue interrogado durante toda la noche. Los relatos dicen que ninguno de las
declaraciones de los falsos testigos coincidía. Al fin le preguntaron a Jesús bajo juramento
si era el Mesías; replicó que sí lo era y que, en palabras de Daniel 7, lo verían sentado a la
diestra del Todopoderoso, viniendo en las nubes desde el cielo.
Esto fue declarado como blasfemia y Jesús fue condenado a muerte. Mientras tanto fue
entregado al maltrato de los soldados.
En la mañana siguiente el gobernador romano Pilato fue consultado para confirmar la
sentencia de muerte, que los judíos no podían llevar a cabo sin su autorización. Pilato hizo
lo posible por liberar a Jesús, pero temía manifestaciones en Pascua, cuando Jerusalén
estaba colmada de gente y las emociones se exacerbaban. Al fin cedió a los deseos de los
dirigentes judíos y ordenó la crucifixión de Jesús.
La crucifixión
Los romanos no inventaron la crucifixión, pero la refinaron para convertirla en la forma
más cruel de ejecución. En Palestina esta pena se reservaba para esclavos que habían
escapado y a la peor clase de criminales rebeldes al Estado.
Antes de ser crucificado, el prisionero era flagelado con un látigo con puntas de metal,
que producía horribles heridas y pérdida de sangre. Después tenía que acarrear por las
calles el madero transversal de la cruz hasta la plaza de la ejecución. El poste vertical ya
estaba instalado.
Los brazos del prisionero eran extendidos y clavados al madero antes de atar este al
poste; se clavaban al poste los pies de la víctima. Se colocaba una inscripción con el
nombre del prisionero y su crimen.
La muerte era sumamente lenta y dolorosa; a veces duraba días y al final la muerte
llegaba por asfixia.
La resurrección
El día después de la muerte de Jesús era sábado, el día de reposo en que todos debían
descansar. Pero muy temprano en la mañana del domingo, algunas de las mujeres que
habían visto dónde estaba enterrado Jesús se apresuraron a volver al lugar, con la intención
de embalsamar su cuerpo con especias. Para su asombro, la enorme piedra en la boca de la
cueva había sido removida. Un ángel les dijo que Jesús ya no estaba ahí: había resucitado.
Si bien Jesús repetidas veces había dicho a sus discípulos que se levantaría al tercer día,
ninguno le creyó. No es de extrañar que se manifestaran escépticos cuando las mujeres les
relataron su experiencia.
Sin embargo, cuando esa noche los discípulos estaban reunidos, Jesús se les apareció.
Al principio se aterraron, pensando que estaban ante un fantasma. Solo después que Jesús
los calmara y tranquilizara pudieron al fin creer en la realidad maravillosa de que Jesús
estaba vivo. Su alegría y entusiasmo no tenía límites.
10
LA IGLESIA JOVEN
Hechos de los Apóstoles
HECHOS DE LOS APÓSTOLES
PASAJES Y HECHOS CLAVE
La ascensión de Jesús 1
La venida del Espíritu Santo 2
La historia de Esteban, el primer mártir
cristiano 6–7
Conversión de Saulo (Pablo) en el camino a
Damasco 9
Pedro aprende que el evangelio es para los
gentiles al igual que para los judíos 10
Pablo y sus compañeros llevan las buenas
nuevas a través de Asia Menor (Turquía)
hasta Grecia 13–20
Arresto de Pablo, juicios, naufragio y llegada a
Roma 21–28
El autor de Hechos de los Apóstoles es Lucas, quien también escribió uno de los cuatro
Evangelios. Dedica este libro a Teófilo, el mismo funcionario de alto rango a quien dedicó
su Evangelio. Su primer volumen describió lo que Jesús dijo e hizo. Ahora continúa la
historia de la obra o actos de Jesús a través de los restantes once apóstoles (Judas, el traidor,
se había ahorcado), quienes fueron dotados e investidos de poder por el Espíritu Santo. El
libro se conoce normalmente como «Hechos».
Lucas es meticuloso en su investigación y un hábil narrador. Fue compañero de viajes
de Pablo (¿tal vez su médico?) y por lo tanto fue testigo directo de algunos de los sucesos
del libro.
Hechos pudo haber sido escrito entre 70 y 80 d.C., aunque algunos sugieren una fecha
anterior, en los años 60.
La ascensión
Durante los días siguientes a su resurrección, Jesús se apareció cada tanto a sus discípulos y
les ayudó, a partir de las Escrituras judías, a entender más sobre el significado de su muerte
y su resurrección. De pronto aparecía junto a ellos y, de la misma forma repentina,
desaparecía. Pero esta situación de cosas no iba a continuar.
Lucas empieza su historia seis semanas después de la resurrección, con la que sería la
última de estas apariciones de Jesús.
Cuando habló con sus discípulos en el aposento alto la noche anterior a su muerte, Jesús
les había prometido enviarles a su Espíritu Santo, «otro Consolador», quien siempre estaría
con ellos, en su lugar. Al ser también Dios, pero carecer de forma corporal, el Espíritu
Santo podría estar incluso más cerca de ellos que Jesús.
“Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis
testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra”. (Hch
1.8)
Lucas toma estas palabras como tema para Hechos. Narra su historia de cómo las
buenas nuevas sobre Jesús se extendieron desde Jerusalén, cruzando las tierras
circundantes, hasta alcanzar la capital del imperio romano, principalmente a través de las
experiencias de dos hombres: Pedro, el apóstol escogido por Jesús para guiar a los doce
apóstoles, y un nuevo converso, quien llegó a ser el apóstol Pablo.
Empieza la persecución
El nuevo grupo de cristianos prosperó; cada día más gente se les unía. Pronto también
empezaron los problemas. Las autoridades que habían sido las causantes de la crucifixión
de Jesús no estaban dispuestas a oir proclamar que estaba vivo y continuaba su obra a
través de sus seguidores. Los saduceos, especialmente, estaban indignados porque no creían
en la vida después de la muerte.
Cuando Pedro y Juan curaron a un mendigo cojo en nombre de Jesús, y atrevidamente
anunciaron que fue a través del poder de Jesús que habían llevado a cabo este acto, los
líderes religiosos no pudieron soportarlo más. Los arrestaron; pero no pudieron decidirse
cómo castigarlos, ya que el hombre que había sido sanado era una prueba viviente del
milagro. En consecuencia, los soltaron, advirtiéndoles que dejaran de predicar sobre Jesús.
Pero los discípulos rehusaron ser silenciados. Ya no eran los atemorizados y
acobardados seguidores de Jesús que habían huido cuando él fue arrestado, dejándolo en la
estacada. La resurrección de Jesús y el fortificante poder del Espíritu Santo los habían
transformado. Estaban llenos de entusiasmo y valor. Pronto se vieron envueltos en
problemas nuevamente. Los dirigentes estaban dispuestos, incluso, a darles muerte, pero el
consejo de Gamaliel, un sabio y buen rabino, prevaleció:
—Apartaos de estos hombres y dejadlos, porque si este consejo o esta obra es de los
hombres, se desvanecerá; pero si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez
hallados luchando contra Dios. (Hch 5.38–39)
Los apóstoles no estaban abatidos. Se regocijaban por «haber sido tenidos por dignos de
padecer afrenta por causa del Nombre».
La iglesia cristiana
Mientras tanto, los nuevos cristianos se dedicaban de todo corazón a reunirse, para aprender
lo que los apóstoles tenían que enseñarles y para orar juntos. Sus comidas en común sin
duda incluían el acto de la comunión que Jesús les había enseñado a practicar en la Última
Cena.
Estos primeros cristianos compartían voluntariamente todas sus posesiones y tenían
todo en común. Cuando uno de ellos estaba necesitado, otros vendían sus bienes o tierras
para ayudarlo. Era una comunidad solícita y fraternal, factor importante en su crecimiento.
Ananías y Safira
Al parecer, este modo de vida ideal era demasiado bueno para durar. Dos discípulos, un
hombre y su esposa, vendieron su tierra para dar el dinero a los apóstoles para el bien
común. Pero retuvieron parte del precio obtenido, pretendiendo haberlo entregado todo.
Deseaban velar por sus propios intereses, y a la vez, querían ser considerados más
generosos y sinceros de lo que eran. Pedro dijo a Ananías que había mentido no solo a los
otros cristianos sino al Espíritu Santo. Ananías cayó muerto a los pies de Pedro. Unas horas
más tarde, su esposa, Safira, regresó sin saber lo que le había ocurrido a su marido. En
respuesta a la pregunta de Pedro repitió la mentira y también murió.
Ha habido muchos intentos de suavizar la aparente dureza de este juicio. Sin embargo,
Ananías y Safira fueron culpables de haber causado una seria fractura en el amor y la
integridad de la comunidad ideal. La participación y confianza mutua nunca volverían a ser
iguales.
Esteban
Crecía la iglesia y también la administración. Los apóstoles, por tanto, pidieron a la iglesia
que escogiera a siete hombres buenos para hacerse cargo de tales asuntos, en particular la
distribución de fondos para las viudas pobres.
Esteban, uno de los hombres escogidos, era además un sobresaliente predicador y
obraba milagros. Poseía una amplia visión y comprendió que la época de la Ley y de los
ritos del culto en el templo había pasado. Jesús había traído la salvación y una nueva moral
trascendente que no dependía de los rituales.
Las autoridades reconocieron este desafío a su culto y a su forma de vida, y lo
arrestaron. Esteban fue conducido ante el Sanedrín, donde su bien razonada defensa solo
logró enardecerlos más. Lo sacaron afuera y lo apedrearon.
«Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios», gritó
Esteban. Luego imploró: «Señor Jesús, recibe mi espíritu», y, al igual que su Maestro,
agregó: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado». Cuando hubo dicho esto, escribe
Lucas, «durmió».
Samaria
Hasta ese momento, los seguidores de Jesús habían permanecido en Jerusalén, excepto
aquellos convertidos en Pentecostés, que habían regresado a sus hogares llevando consigo
las buenas nuevas. Después del asesinato de Esteban, la persecución obligó a la mayoría de
los cristianos a abandonar la ciudad y solo los apóstoles se quedaron. Dondequiera que
iban, los cristianos hablaban de Jesús. Uno de ellos, llamado Felipe, se atrevió a predicar en
la ciudad de Samaria.
Judíos y samaritanos se odiaban desde hacía cientos de años. Pero Jesús había
predicado en Samaria y había dicho a sus discípulos que también lo hicieran allí. La alegría
desbordó la ciudad cuando oyó que el tan esperado Mesías había llegado y supo de los
asombrosos milagros que realizaba Felipe.
Noticias de la misión llegaron a Jerusalén y los apóstoles enviaron a Pedro y Juan para
ver lo que sucedía. Intercedieron para que estos nuevos creyentes recibieran el Espíritu
Santo, seguros de que su misión era parte del programa que Jesús les diera para expandir el
evangelio más allá de Jerusalén y el entorno inmediato de Judea. Y sus oraciones tuvieron
respuesta.
El dignatario etíope
Tras predicar a grandes multitudes en Samaria, Felipe fue ordenado por Dios acudir en
ayuda de una persona que cruzaba el camino del desierto hacia Egipto. Se trataba de un
funcionaro etíope de alto rango. Al aproximarse Felipe a su carruaje, descubrió que estaba
leyendo de un rollo del Antiguo Testamento.
«—Pero ¿entiendes lo que lees?», le preguntó Felipe.
«—¿Y cómo podré, si alguien no me enseña?», replicó.
Felipe subió de buen grado junto a él y predicó las buenas nuevas sobre Jesús,
empezando por el versículo que el funcionario estaba leyendo. Provenía del relato de Isaías
sobre el Siervo sufriente que murió por los pecados de su pueblo. El etíope se convirtió y
fue bautizado; luego continuó alegre su camino de regreso a África, portando con él las
buenas nuevas de Jesús.
La conversión de Saulo
Uno de los principales enemigos de la nueva fe cristiana era un brillante y joven maestro
llamado Saulo. Era, asimismo, un hombre de acción. Había observado cuando Esteban fue
asesinado y había votado a favor de su muerte. La determinación de Saulo de suprimir esta
nueva «secta» se hizo más fuerte. Organizó búsquedas y arrestos de casa en casa, y cuando
algunos de los cristianos escaparon obtuvo una orden de extradición para que los trajesen
de Damasco a Jerusalén a fin de someterlos a juicio.
Saulo partió para Damasco. Durante el ardiente calor del mediodía, mientras viajaban
por el caluroso camino, una luz cegadora de pronto fulguró ante Saulo. Este cayó a tierra y
escuchó una voz que decía:
—Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?… Yo soy Jesús, a quien tú persigues. (Hch 9.4–
5)
Saulo comprendió entonces que Jesús era real y estaba vivo, y que al perseguir a sus
siervos había estado persiguiendo al propio Jesús. En ese momento la ira y enemistad de
Saulo se desvanecieron. Se sometió, con todo su ser, a este nuevo Maestro, preguntándole
humildemente: «Señor, ¿qué quieres que yo haga?».
Había perdido la vista, de modo que fue conducido a la ciudad, donde permaneció ciego
y sin probar bocado por tres días. No obstante, Dios llamó a Ananías, un cristiano que vivía
en Damasco, para que fuese donde Saulo. Al principio Ananías sintió temor, habiendo
escuchado todo el daño que este enemigo de los cristianos había hecho; pero obedeció las
instrucciones y buscó a Saulo. Le habló así:
—Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías,
me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo. (Hch 9.17)
Puso sus manos sobre Saulo y este recobró la vista. Recibió al Espíritu Santo y fue
bautizado.
De inmediato Saulo inició su nueva tarea de predicar sobre Jesús, argumentando con
elocuencia en las sinagogas que Jesús era el Mesías. Sintiéndose ultrajados, algunos de sus
compañeros judíos intentaron matarlo. Finalmente, Pablo tuvo que ser deslizado dentro de
una canasta, desde lo alto de la muralla de la ciudad, para escapar de allí.
Judíos y gentiles
Hasta ese momento, el evangelio había sido predicado a los judíos, los samaritanos y a los
gentiles que habían adoptado la fe judía. Muchos no judíos admiraban las elevadas pautas
de la religión judía y adoraban al Dios de Israel. Se los conocía como los «temerosos de
Dios». Otros llegaban aún más lejos: recibían la señal de la alianza de la circuncisión y
prometían obediencia a la totalidad de la ley judía.
Es difícil imaginar cuán grande era el abismo entre los judíos y los gentiles en ese
tiempo. Los buenos judíos mantenían tan poco contacto con los gentiles como les fuera
posible. Ciertamente, no comían con ellos ni visitaban sus casas. Todo utensilio empleado
por un gentil debía ser especialmente purificado o destruido. Los gentiles eran «impuros»,
creían los judíos, y estaban fuera de la alianza que Dios había hecho solo con Israel.
No se les ocurrió a los primeros cristianos, todos ellos judíos, que los gentiles tuvieran
participación en el plan de salvación de Dios. Las barreras parecían demasiado grandes.
Pronto debieron aprender a derribar estos prejuicios.
Cornelio
Cornelio era un centurión romano, consignado en el cuartel general de Cesarea. Era un
buen hombre, temeroso de Dios. Un día fue sorprendido por la visión de un ángel, quien le
dijo que Dios había aceptado sus oraciones y actos piadosos, y que debía enviar a buscar a
un hombre llamado Pedro, que estaba en Jope.
Mientras los mensajeros iban en camino, Pedro también tuvo una visión. Había subido a
la terraza de la casa a orar, mientras esperaba que se cocinara la comida. Quizá miró hacia
el mar y vio las blancas velas de un barco, o tal vez fue el toldo sobre su cabeza, porque
tuvo una visión de una enorme sábana que descendía del cielo. Estaba llena de toda clase de
animales que a los judíos les habían enseñado a no comer. Una voz ordenó:
—Levántate, Pedro, mata y come.
Entonces Pedro dijo:
—Señor, no; porque ninguna cosa común o impura he comido jamás. Volvió la voz a él
la segunda vez:
—Lo que Dios limpió, no lo llames tú común. (Hch 10.13–15)
La visión se repitió tres veces. Luego Pedro escuchó fuertes golpes en la puerta. Los
mensajeros de Cornelio aguardaban para hablarle. Cuando Pedro escuchó lo que tenían que
decirle comprendió el significado de la visión. Dios le había mostrado que él no debía
llamar impuros a aquellos a quienes Dios había aceptado.
Empezó por invitar a los soldados gentiles a hospedarse en la casa. Al día siguiente
partió con ellos.
Al llegar, contó a Cornelio y a la multitud invitada las buenas nuevas sobre Jesús.
Estaban pendientes de sus palabras y, para asombro de Pedro, el Espíritu Santo descendió
sobre ellos. Empezaron a hablar en lenguas desconocidas y extáticas, y a alabar a Dios.
Cuando Pedro vio que Dios había aceptado a estos gentiles tuvo la certeza de que debía
bautizarlos. Así los creyentes gentiles se convirtieron en parte de la iglesia cristiana.
Cuando Pedro regresó a Jerusalén fue criticado, en un comienzo, por entrar al hogar de
un gentil. Sin embargo, cuando escucharon la historia de Pedro, aceptaron el hecho de que
Dios estaba ofreciendo la salvación también a los gentiles.
Este fue un acto crucial en Hechos y en la historia de la iglesia. Hay ecos de ella a
través de todo el Nuevo Testamento (por ejemplo, en Efesios 2 y 3). Fue el punto de partida
de la misión a los gentiles.
Antioquía
Algunos de los cristianos que se diseminaron después del martirio de Esteban se dirigieron
a Antioquía. Allí contaron las buenas nuevas sobre Jesús a los judíos y, posiblemente,
también a los gentiles. Es difícil deducir del texto quiénes eran estos conversos, pero con
certeza hablaban griego, y eran quizás «temerosos de Dios», como Cornelio. Representaban
medios culturales variados, demostrando así que el evangelio podía cubrir las necesidades
de personas provenientes de culturas muy diferentes.
Un gran número de conversos empezaron a reunirse en Antioquía. Bernabé, un judío
cristiano de Chipre, fue enviado desde Jerusalén para vigilar los asuntos. Quedó satisfecho
al ver la obra de Dios, pero reconoció que la iglesia joven necesitaba que le enseñasen la
nueva fe más cabalmente. Por esa razón trajo a Saulo, o Pablo, como llegó a ser conocido
en el mundo de los gentiles.
Durante un año enseñaron en la iglesia, que se convirtió en un gran centro, contraparte
de la iglesia original en Jerusalén. Desde el principio, Antioquía tuvo una actitud más
abierta y fue para ellos más fácil aceptar la integración de creyentes judíos y gentiles.
LOS ROMANOS
Tal vez hoy se recuerda a los romanos ante todo por sus caminos (al menos en Europa
occidental). Los caminos romanos se construían para perdurar. Estas largas y rectas
carreteras, sin embargo, no se hacían en primer término para el comercio: estaban al
servicio de la conquista y el control. Eran las vías de los soldados en guerra y, en la paz que
seguía, facilitaban los viajes de una manera hasta entonces desconocida.
Tras los griegos con su cultura, ideas e idioma, vinieron los pragmáticos romanos con
sus carreteras y acueductos, plomería y calefacción, baños y deportes de espectáculo. A
partir de 146 a.C., con la destrucción de Cartago, los romanos extendieron su dominio por
toda la tierra alrededor del Mar Mediterráneo.
Palestina, en la época del Nuevo Testamento, estaba bajo ocupación romana. Militares
y funcionarios romanos entran y salen por los Evangelios, Hechos y las epístolas. Pablo era
ciudadano romano, pero judío de nacimiento. Toma imágenes de aurigas romanos y de los
juegos olímpicos. Jesús pasó su vida en los confines de Palestina, donde los guerrilleros
zelotes judíos hostigaban a las tropas romanas. Pablo recorrió el imperio y llegó hasta la
misma Roma, donde ya se había establecido una iglesia cristiana.
Muchos dejaron de buen grado a los antiguos dioses por el nuevo evangelio de Jesús.
Más adelante en el primer siglo, a medida que el culto del emperador crecía en fuerza, los
cristianos pagaron caro por su fe. Fueron hechos espectáculo público en la arena de los
gladiadores, forzados a enfrentar animales salvajes y convertidos en antorchas humanas por
el emperador.
El concilio de Jerusalén
La iglesia en Jerusalén tenía un estilo muy diferente a la de Antioquía. En Jerusalén un gran
número de sacerdotes se habían hecho cristianos, mientras que en Antioquía la iglesia
estaba compuesta por judíos y gentiles de habla griega. Estos judíos helenistas, como se les
llamaba, eran bastante menos prejuiciosos y legalistas que los judíos que vivían en Judá y
Jerusalén. Muchos de los judíos más estrictos todavía creían que, aunque los gentiles
podían convertirse a la fe, era necesario que además se hiciesen judíos. Después de todo,
argumentaban, Dios hizo la alianza con los judíos, de tal manera que cualquiera que deseara
estar en relación con él, debía recibir el signo de la alianza, la circuncisión, y convertirse en
miembro de la nación judía.
Algunos de estos cristianos judaizantes llegaron a Antioquía y diseminaron allí sus
enseñanzas. Pablo y Bernabé discutieron con vehemencia. Pablo creía, con fervor, que la
salvación se lograba solo con la fe en Cristo y no dependía, de manera alguna, de ningún
ritual exterior. Se expresó con firmeza, con el fin de corregir a aquellos que creían que la
salvación se ganaba mediante buenas acciones además de la fe.
Se decidió que Pablo y Bernabé fuesen a Jerusalén y viesen allí a los apóstoles. Se
celebró un concilio presidido por Santiago, hermano de Jesús. Después de una prolongada
discusión, Pedro habló de su experiencia con Cornelio. Ni siquiera los judíos podían
soportar la carga de la Ley, adujo. ¿Por qué esperar que lo hicieran los gentiles?
«Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que
ellos». (Hch 15.11)
Jacobo citó el Antiguo Testamento para apoyar su argumento y concluyó:
«Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios … (Hch
15.19)
Finalmente se acordó que a los gentiles cristianos no se les exigiría seguir las prácticas
judías, aunque se les pidió que mantuviesen ciertas reglas, en especial las relativas a las
leyes de la alimentación judía. De esta forma, los cristianos judíos, sensibles aún a su
formación, no tendrían escrúpulos en compartir las comidas con sus hermanos en la fe de
origen gentil.
Filosofías de la época
En la época de Pablo, la creencia en los dioses griegos estaba en decadencia y habían
surgido diversas filosofías. Pero aun estas habían perdido su original frescura y no llenaban
el vacío espiritual.
La filosofía estoica fue fundada por Zenón de Chipre, quien se radicó en Atenas
alrededor del 300 a.C. Enseñaba en un stoa o pórtico, de tal manera que sus seguidores
fueron apodados estoicos, que significa «gente del pórtico». Zenón ponía énfasis en la
importancia de la razón. La buena vida era la vida en armonía con la naturaleza, que
también se fundaba en la razón. La meta era ser autosuficiente y soportar el dolor sin temor.
Era más importante ser virtuoso que gozar el placer.
La filosofía epicúrea fue fundada por Epicuro más o menos en la misma fecha. El
placer era el objetivo principal, pero el placer basado en la amistad, en las buenas
costumbres o en cosas de la mente. No es de extrañar que algunos de los seguidores
interpretaran el placer de una manera diferente y dedicaran toda su atención a gozar de los
placeres de la carne.
John Scott resume sucintamente las diferencias entre las dos filosofías: «Era
característico de los epicúreos poner énfasis en el azar, la evasión y el disfrute del placer, en
tanto los estoicos subrayaban el fatalismo, la sumisión y la paciencia para sobrellevar el
dolor.»
En Filipos
No había sinagogas en Filipos, ya sea porque había muy pocos hombres judíos o porque
estos eran demasiado pobres para permitírsela. Pablo y su grupo encontraron un lugar junto
al río donde se hacían oraciones, y allí se dirigieron a predicar en el día de reposo. Lidia,
una acaudalada mujer de negocios, fue convertida y de inmediato invitó a los misioneros a
hospedarse en su casa.
El siguiente converso sobre el que nos cuenta Lucas era una pobre esclava poseída por
el demonio que daba ganancias a su amos adivinando la suerte. Cada vez que veía a Pablo y
su comitiva, la joven gritaba a voz en cuello: «¡Estos hombres son siervos del Dios
Altísimo! Ellos os anuncian el camino de salvación». Finalmente, Pablo ordenó al espíritu
maligno, en el nombre de Jesús, que la abandonara. Desalentados por las pérdidas de sus
ingresos, sus empleadores arrastraron a Pablo y Silas ante los magistrados y los hicieron
arrojar en prisión. Ambos fueron azotados, a pesar de ser ciudadanos romanos, y
confinados a las celdas más recónditas. En lugar de maldecir o deplorar su destino, Pablo y
Silas entonaron alabanzas y oraron a Dios.
A medianoche un fuerte terremoto estremeció la prisión, soltando las cadenas y grillos
con que se sujetaban los prisioneros a las paredes. El carcelero estaba aterrorizado. Si se
escapaban los prisioneros, él sería condenado a muerte. Estaba a punto de suicidarse
cuando Pablo le gritó que nadie faltaba. El carcelero pidió una luz y se precipitó a la celda,
clamando a Pablo:
—Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?
Ellos dijeron:
—Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa. (Hch 16.30–31)
El carcelero y toda su familia creyeron y fueron bautizados, no sin antes lavar las
espaldas heridas de los prisioneros.
A la mañana siguiente, las autoridades estaban ansiosas de deshacerse de Pablo y Silas;
pero Pablo rehusó irse sin haber recibido antes una adecuada disculpa. Como ciudadanos
romanos habían sido ilegalmente azotados. Probablemente fue en beneficio de la iglesia
naciente que se puso firme.
Lucas hace 150 kilómetros del viaje en una sola frase, en que los misioneros recorrieron
la gran carretera romana en dirección este-oeste, la llamada Vía Egnatia. Predicaron en
Tesalónica, una gran ciudad aun en la actualidad, pero encontraron fuerte oposición de
parte de indignados judíos que los siguieron a Berea. Finalmente Pablo tuvo que partir,
escapando rumbo a Atenas, donde esperó solo a que llegase el resto del grupo.
En Atenas
En Atenas, centro intelectual del mundo, Pablo discutió con los filósofos estoicos y
epicúreos en la plaza del mercado, donde tales debates estaban a la orden del día. Invitado
por los residentes, Pablo habló de su fe, en la Colina de Marte. Extrajo citas de los poetas
locales, predicando a los oyentes en términos que podían entender. Sin embargo, hizo poco
progreso cuando les habló de la resurreccción y el advenimiento del día del juicio.
En Corinto
Pablo se trasladó de Atenas a Corinto, donde se ganó la vida fabricando tiendas hasta que
Silas y Timoteo llegaron con una ofrenda de dinero de las iglesias. Pudo, entonces, predicar
a tiempo completo y permaneció allí dieciocho meses mientras establecía una iglesia y
enseñaba a los conversos.
En Éfeso
Pablo regresó a Éfeso, como había prometido cuando los visitara al concluir su segundo
viaje misionero. Pasó allí dos años, más tiempo que en ningún otro lugar. Predicó en primer
lugar a los judíos en la sinagoga. Cuando lo rechazaron, arrendó una sala de conferencias e
instaló allí su cuartel general. Solamente podía utilizarlo cuando su dueño no lo necesitaba,
en la hora más calurosa del día; aun así la gente acudía en gran número a escucharlo.
Al parecer, Pablo hizo muchas e inusuales curas milagrosas en la ciudad. Tal vez pensó
que este era el «lenguaje» que mejor comprendían los efesios.
Éfeso bullía de turistas, muchos de los cuales iban a visitar el famoso templo de Diana.
Los plateros locales se habían ganado muy bien la vida vendiendo objetos de plata,
recuerdos de la diosa; pero las prédicas de Pablo tuvieron tal éxito que el comercio decayó.
Uno de los artífices, Demetrio, convocó a reunión a los demás artesanos para hacer oir sus
quejas. Enardeció tanto los ánimos que una turba se reunió y empezó a gritar el estribillo
«¡Grande es Diana de los efesios!» una y otra vez.
La ciudad entera estaba conmocionada cuando se abrieron camino al teatro. Los
cristianos retuvieron por la fuerza a Pablo, cuando este quiso salir y hablar a los
alborotadores. Se produjo entonces un alboroto en masa, en que la mitad de la gente ni
siquiera sabía por qué estaba allí. Pasó bastante tiempo antes que el escribano de la ciudad
pudiese restaurar el orden.
Viaje a Jerusalén
Pablo no podía dedicar tiempo a una nueva visita a Éfeso en su camino a Jerusalén. No
obstante, envió un mensaje a los líderes de la iglesia y ellos acudieron al encuentro del
barco en Mileto. Los aconsejó y animó, citando algunas de las palabras del propio Jesús:
«Más bienaventurado es dar que recibir». Se arrodillaron juntos sobre la playa y oraron.
«Entonces hubo gran llanto de todos, y echándose al cuello de Pablo, lo besaban»,
escribió Lucas, «y se dolían en gran manera por la palabra que dijo de que no verían más su
rostro».
Pablo sabía que probablemente enfrentaría problemas en Jerusalén. Durante el viaje, un
profeta llamado Agabo le advirtió para que no fuera a Jerusalén. Se ató sus propias manos y
pies con el cinturón de Pablo, como una profecía actuada de lo que le sucedería a este. Sin
embargo, Pablo estaba decidido:
—¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón?, pues yo estoy dispuesto no solo
a ser atado, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús. (Hch
21.13)
Jerusalén y lo que sucedió después
Pablo fue calurosamente recibido en Jerusalén, pero los líderes cristianos le advirtieron que
era sospechoso ante los ojos de muchos judíos que se habían convertido allí. Algunos
habían sido sacerdotes, con una educación muy estricta. Pablo, por su parte, tenía la
reputación de desechar las costumbres judías. Le recomendaron apaciguar la suspicacia
pagándole a cuatro judíos cristianos los gastos para que completasen sus votos.
Pablo accedió, pero cuando estaba atendiendo este asunto en el templo, fue apresado
por observadores que erradamente pensaron que había introducido gentiles al atrio del
templo reservado a los judíos. La pena que correspondía era la muerte. Los cabecillas
instigaron a la turba hasta encender la furia en contra de Pablo. De nada le sirvió protestar
su inocencia. Finalmente intervino el comandante romano y rescató a Pablo. Cuando
descubrió que este hablaba griego, le permitió dirigirse a la multitud.
Al día siguiente Pablo fue llevado ante el Sanedrín, el concejo judío. Sabía lo que hacía
cuando les dijo que había sido acusado en relación con la resurrección. El tema era un
antiguo campo de batalla entre fariseos y saduceos, ambos presentes. El concilio pronto se
convirtió en un alboroto.
Más adelante, el sobrino de Pablo descubrió que algunos judíos conspiraban para
asesinar a Pablo. Informó de ello al comandante y Pablo fue enviado, de noche, al cuartel
general militar en Cesarea, a la custodia de Félix, el gobernador. Pablo expuso su caso ante
él, pero Félix permitió que se dilatara por dos años, hasta que Festo asumió como nuevo
gobernador. Festo se abocó de inmediato a examinar el caso. Los acusadores judíos querían
que Pablo fuese llevado de vuelta a Jerusalén para someterlo a juicio, pero Festo rehusó,
sospechando, quizá, que Pablo podía ser objeto de una emboscada para asesinarlo.
Pablo finalmente hizo uso de su privilegio de ciudadano romano y apeló al César para
que se escuchase su caso en Roma. Antes de ser enviado allí tuvo otra oportunidad de
hablar de su fe ante el rey Agripa, nieto de Herodes el Grande, y su hermana Berenice,
quienes se encontraban visitando a Festo.
Estuvieron de acuerdo en que Pablo era inocente y que, si no hubiese sido por su
apelación al César, podría haber sido dejado en libertad. Pablo tal vez sabía que nunca se
encontraría a salvo de las conspiraciones judías mientras permaneciese en Palestina.
Además, su apelación significaba cumplir, al fin, su ambición de llegar a Roma. Sería un
prisionero, pero podría tal vez encontrar la oportunidad de dar testimonio de su fe en la
capital del Imperio.
Viaje a Roma
Lucas describe con gráficos detalles el viaje lleno de peripecias a Roma. Contra los
consejos de Pablo, el capitán del barco decidió navegar, pese al riesgo que significaba lo
avanzado de la estación. Hubo terribles tormentas, pero Pablo dio ánimos a todos los que se
encontraban a bordo:
«Tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino
solamente de la nave … porque yo confío en Dios …» (Hch 27.22,25)
Después de una travesía agotadora, el navío finalmente naufragó cerca de la costa de
Malta. Todos lograron alcanzar la playa sobre restos del naufragio o nadando. Pasaron allí
el invierno y Pablo realizó sanidades y predicó a los isleños. Luego prosiguieron viaje hacia
Roma.
Debe de haberle producido a Pablo una gran alegría que algunos cristianos de Roma
caminasen 45 a 55 kilómetros para salir a su encuentro y acompañarlo a Roma. Allí Pablo
fue sometido a arresto domiciliario, aunque se le permitió considerable libertad. Llamó a
los líderes judíos para que lo visitaran a fin de contarles la verdad sobre sí mismo, así como
para predicarles sobre Jesús el Mesías. Durante el resto de su permanencia pudo utilizar su
casa como un lugar donde la gente podía reunirse a escuchar las buenas nuevas.
El relato de Lucas llega a un repentino final. Dejamos a Pablo en Roma, en su casa
arrendada y bajo custodia romana. Lucas dice que permaneció allí durante dos años. Quizá
sus acusadores judíos no se presentaron para llevar adelante la causa y, por tanto, fue
sobreseído. Sabemos que Pablo quedó en libertad durante al menos dos años más para
continuar sus viajes. Después fue arrestado nuevamente y finalmente se le dio muerte por
su fe, en el 64 d.C.
Biografía de Pablo
Saulo nació en Tarso, capital de la provincia romana de Cilicia (hoy el sur de Turquía).
Recibió una educación judía estricta, pero tiene que haber aprendido mucho de los griegos
y romanos con los que convivía ahí, y de la cultura de la ciudad, que rivalizaba en erudición
con Atenas y Alejandría.
La carrera elegida por Saulo fue el estudio del derecho; como todos los estudiantes
judíos, también aprendió un oficio. Tarso era famoso por sus trabajos en cuero y Saulo se
convirtió en fabricante de tiendas o trabajador en productos de cuero.
Fue a Jerusalén a estudiar con Gamaliel, un gran rabino cuyo abuelo, Hillel, había sido
un maestro extraordinario. Saulo era fariseo, extremadamente escrupuloso con respecto a la
ley judía. También era ciudadano romano y se le conoce habitualmente por su nombre no
judío de Pablo.
En alguna época después de su conversión, según cuenta él mismo, pasó un largo
periodo en Arabia. Tal vez necesitaba la quietud y soledad del desierto a fin de meditar
sobre las consecuencias de haber abrazado una nueva fe.
Es tremenda la contribución de Pablo a la iglesia cristiana. Fue el principal apóstol a los
gentiles, o no judíos, y viajó muchos cientos de kilómetros, siempre llegando por primera
vez con su prédica. A menudo fue encarcelado, golpeado y maltratado por su fe, además de
las penurias habituales de los viajes en aquel tiempo.
Las cartas escritas por Pablo a las jóvenes iglesias ofrecían el marco teológico de la
nueva fe.
11
CARTAS DE PABLO
Romanos a Filemón
Dondequiera que iba, Pablo predicaba el evangelio; como resultado, en muchas ciudades
del imperio romano brotaban pequeños grupos de nuevos cristianos, formando iglesias
locales. A veces Pablo designaba a sus autoridades.
Con frecuencia, Pablo tenía que seguir viaje dejando atrás a una iglesia joven con
escasa experiencia o información sobre su fe recién descubierta. A veces, después del paso
de Pablo, llegaban otros maestros y transmitían toda clase de ideas erróneas. Si le era
imposible a Pablo hacer una visita personal y aclarar las cosas, escribía cartas a las iglesias,
explicándoles la sana doctrina cuando estaban perplejos o confundidos y contestando las
preguntas que se hacían.
Pablo era una persona muy ocupada y estaba constantemente en movimiento, pero
cuando lo encarcelaban a causa de su prédica tenía mucho tiempo para escribir.
Generalmente lo acompañaba un ayudante que hacía de escriba y escribía las cartas que
Pablo dictaba.
Las cartas que escribió eran atesoradas por los cristianos que las recibían;
probablemente circulaban también entre las iglesias vecinas. Andando el tiempo, algunas
llegaron a ser reconocidas como escritos inspirados. Fueron aceptadas como la propia
Palabras de Dios para los cristianos. Estas son las trece cartas que tenemos en el Nuevo
Testamento.
Al leerlas tenemos que hacer cierto trabajo detectivesco. Es como oir una sola parte de
la conversación. A veces parece que Pablo contestara preguntas de sus lectores. También da
su opinión sobre situaciones que no están totalmente explicadas. Tenemos que recoger las
pistas y armar el rompecabezas lo mejor que podamos. Pese a estos obstáculos, lo que
Pablo tiene que decir sobre el evangelio y la vida cristiana es claro y rotundo.
El esquema usual consiste en comenzar su carta con una exposición teórica—
enseñanzas sobre la fe cristiana—y continuar en la segunda parte de la carta con
indicaciones prácticas acerca de la forma de aplicar este «conocimiento de la cabeza» en la
vida cristiana cotidiana.
En algunas de estas cartas—a los colosenses, a Filemón, a los efesios, a los filipenses—
, Pablo se refiere a sí mismo como prisionero. Se supone que Pablo escribió estas cartas
desde Roma, donde estuvo en prisión de 60 a 62 d.C. Es posible que hubiera estado
encarcelado antes en Éfeso; la tabla que presentamos supone que escribió a los filipenses en
ese tiempo. Este capítulo sigue el orden cronológico de la tabla (el orden del Nuevo
Testamento es diferente).
GRUPO 1
1 Tesalonicenses 50 Corinto
2 Tesalonicenses 50 Corinto
GRUPO 2
1 Corintios 54 Éfeso
Filipenses 54 ¿Éfeso?
Romanos 57 Corinto
GRUPO 3
Colosenses 60–61? Roma
GRUPO 4
A los gálatas
GÁLATAS
PUNTOS PRINCIPALES
Autoridad de Pablo como apóstol 1–2
La Ley condena; la fe salva 3–4
Libertad y responsabilidad 5–6
Los lectores. Galacia probablemente corresponde al norte de Turquía. En este caso Pablo
escribe a las iglesias que fundó en Antioquía de Pisidia, Iconio y Derbe, durante su primer
viaje misionero.
Objetivo de la carta. Pablo estaba muy preocupado porque unos visitantes le habían dicho
a la iglesia gálata que él no era un verdadero apóstol y, peor todavía, habían dado una
versión diferente del evangelio. Pablo escribe para aclarar el asunto.
Tenemos aquí una carta escrita a toda velocidad y con sumo acaloramiento. Pablo está
desesperadamente inquieto respecto a los nuevos cristianos en Galacia. Teme que los hayan
descarriado las ideas erróneas que les han puesto en la cabeza los predicadores visitantes.
Les dice con franqueza:
¡Gálatas insensatos!, ¿quién os fascinó …? (Gl 3.1)
Pablo les había explicado con toda claridad el evangelio, y en la carta les repite lo
medular:
El hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por la fe de Jesucristo. (Gl
2.16)
Estos maestros obstinados en el error habían dicho a los gálatas que, además de
depositar su confianza en Jesús, debían observar la Ley, como lo requería la alianza judía.
Como signo de su sujeción, era preciso circuncidarse. Sin embargo, nadie excepto Jesús
había pasado toda la vida sin infringir la ley mosaica. Pablo repite que Dios acepta a una
persona que pone su fe—su confianza—en Jesús. Eso es lo único que necesita:
Todos los que dependen de las obras de la Ley están bajo maldición … por la Ley nadie
se justifica ante Dios … Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose
maldición por nosotros. (Gl 3.10–13)
Pablo también les dice a estos cristianos gentiles que, mediante la fe, ellos son ahora tan
hijos de Abraham como lo eran los judíos. En otras palabras, ahora son parte del pueblo de
la alianza divina (Gálatas 3). La lucha incesante por observar la Ley no solo es innecesaria
sino que sofoca la libertad de que debieran disfrutar los cristianos:
Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres y no estéis otra vez
sujetos al yugo de esclavitud. (Gl 5.1)
Los cristianos han de llevar un nuevo tipo de vida que complazca a Dios, pero no por
sus propios esfuerzos. Así como ahora recibían nueva vida en Jesús mediante el poder del
Espíritu Santo, así el Espíritu les ayudaría a producir las cualidades de «amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza».
1 y 2 Tesalonicenses
1 TESALONICENSES
PUNTOS PRINCIPALES
Ministerio de Pablo en Tesalónica; noticias de
Timoteo 1–3
Normas sexuales y amor 4
Segunda venida de Jesús 4–5
2 TESALONICENSES
PUNTOS PRINCIPALES
El juicio cuando regrese Jesús 1
El maligno 2
La necesidad de trabajar 3
Lectores. Estas cartas fueron escritas para los cristianos de Tesalónica, ciudad capital de la
provincia romana de Macedonia (norte de Grecia). Pablo predicó y fundó ahí una iglesia en
su segunda expedición misionera (véase Hechos 17).
Objetivo de la carta. Los tesalonicenses estaban confundidos acerca de la segunda venida
de Jesús. Pablo quería aclarar malos entendidos y enseñar un poco más sobre el tema.
Pablo a menudo tenía que recordar a los nuevos cristianos que, pese a la relajada actitud
hacia el sexo que predominaba en el ambiente que los rodeaba, debían llevar una vida pura.
El sexo promiscuo no es parte del plan de Dios:
La voluntad de Dios es vuestra santificación: que os apartéis de fornicación … Dios no
nos ha llamado a inmundicia. (1Ts 4.3,7)
Pablo escribe sobre la especial preocupación que tenían los tesalonicenses en relación
con el regreso de Jesús. Entendían que Jesús vendría para llevar a su pueblo con él, pero se
inquietaban sobre la suerte de los cristianos que ya habían muerto. ¿Qué les ocurriría?
Pablo les asegura que todos los cristianos se unirán a Cristo en ese día. De hecho, los que
han muerto tendrán prioridad:
Los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos, los que
hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir
al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a
los otros con estas palabras. (1 Ts 4.16–18)
La forma de estar preparado para ese día es vivir obedeciendo los mandamientos de
Dios, y tener gratitud.
Algunos arguyen que Pablo no escribió la segunda carta a los tesalonicenses, porque lo
que dice sobre la segunda venida de Jesús no coincide con la primera carta. Allí había
escrito que Jesús podía venir en cualquier momento; aquí explica que primero han de
suceder otros acontecimientos.
Pablo da ánimo a los tesalonicenses por la manera como su fe ha crecido a pesar de la
persecución que han padecido. Les dice que cuando Jesús venga de nuevo ellos serán
reivindicados y se hará verdadera justicia.
Al parecer había llegado una carta falsa, supuestamente de Pablo y con información
equivocada. De esta carta los tesalonicenses entendieron que Jesús ya había regresado.
Pablo les previene que no deben dejarse engañar. Antes de la venida de Jesús habrá una
irrupción final del mal, dirigida por alguien que Pablo llama «el maligno».
Algunos de los tesalonicenses habían optado por vivir en la ociosidad y sin trabajar para
ganar su sustento. A estos Pablo les dice con toda claridad:
A los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo que, trabajando
sosegadamente, coman su propio pan. (2 Ts 3.12)
Pablo firma esta carta de su puño y letra, para que pudieran saber que es auténtica.
1 y 2 Corintios
1 CORINTIOS
PUNTOS PRINCIPALES
Divisiones en la iglesia 1, 3
Cristo crucificado, núcleo del mensaje
cristiano 1–2
Disciplina en la iglesia 5–6
Preguntas acerca del matrimonio 7
Sobre carne ofrecida a los ídolos 8
La cena del Señor 11
Dones del Espíritu Santo 12, 14
El camino del amor 13
La resurrección 15
2 CORINTIOS
PUNTOS PRINCIPALES
Dios consuela en la adversidad; experiencia
personal de Pablo 1
La Ley y la nueva alianza 3
Nueva vida en Cristo, ahora y después de la
muerte 5
Caridad cristiana 8–9
Pablo y los falsos apóstoles; la gracia de Dios
en el sufrimiento 11–12
Se presentan problemas para comprender cómo ubicar, tal cual las tenemos en nuestro
Nuevo Testamento, estas dos cartas de Pablo en un esquema coherente. Un orden posible es
el siguiente:
Mientras estaba en Éfeso, Pablo recibió perturbadoras noticias de Corinto y escribió una
carta, particularmente sobre la inmoralidad. Se refiere a esta carta en 1 Corintios 5.9.
Cuando miembros de la casa de Cloé le llevaron noticias de divisiones en la iglesia en
Corinto (véase 1 Corintios 1.11), Pablo escribió nuevamente. Esta segunda carta es nuestra
1 Corintios, en la cual también da respuesta a preguntas que los corintios le plantearan
(véase 1 Corintios 7.1).
Pablo entonces hizo una corta y penosa visita a Corinto (véase 2 Corintios 2.1; 12.14;
13.1). Luego de la visita escribió otra carta, que puede ser parte de 2 Corintios, capítulos 10
al 13.
Después de esto, Pablo escuchó con alivio y agrado, de boca de Tito, que los corintios
se habían arrepentido (véase 2 Corintios 7.6–7). Fue entonces que escribió su cuarta carta,
que tenemos en 2 Corintios 1–9.
Lectores. Estas cartas fueron escritas a los cristianos de Corinto—importante puerto
marítimo en el sur de Grecia—donde Pablo fundó una iglesia en su segundo viaje
misionero (véase Hechos 18).
Objetivos de la carta. Eran varias las razones que tenía Pablo para escribir a los corintios.
Tenía que poner orden en la vida de la iglesia y también en las vidas privadas. Además
deseaba contestar las preguntas que le habían disparado. Sobre todo, quería restaurar su
relación personal con los corintios. Forasteros que pasaron de visita por Corinto habían
hablado mal de él. Pablo estaba ansioso por dejar las cosas claras.
La iglesia de Corinto era muy activa, llena de dones y entusiasmo, pero también llena
de problemas.
Pablo había oído que la iglesia estaba dividida en camarillas, cada una en pos de un
líder. Les pone en claro la importancia de la unidad y les recuerda el hecho central de su fe:
¡Jesús fue crucificado por ellos! Esto pone fin a toda disputa ociosa y a todo engreimiento.
Pablo se escandaliza al oir que un miembro de la iglesia ha estado cometiendo adulterio
con su madrastra. Les recuerda que todo mal comportamiento sexual es reprochable:
¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros,
el cual habéis recibido de Dios, y que no sois vuestros?, pues habéis sido comprados
por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales
son de Dios. (1 Co 6.19–20)
Preguntas y respuestas
Pablo responde las preguntas que le hacen:
«¿Es bueno el celibato?» Pablo confirma que la relación sexual es buena y correcta entre
marido y mujer. Señala que los que no están casados harían bien en permanecer célibes
como él. Les recuerda que «el tiempo es corto»: la venida de Jesús está próxima y en
consecuencia los cristianos deben estar lo más libres posible para servir a Dios, sin otras
distracciones.
«¿Debiéramos o no comer carne sacrificada a los ídolos?» Era costumbre que la carne
sacrificada se ofreciera en un templo pagano antes de venderla en el mercado. ¿Era por eso
inapropiado que los cristianos la comieran? Pablo dice que, puesto que los dioses
representados por ídolos no existen, esas ceremonias no tienen significado alguno.
Pero él sabe que no todos son capaces de mantener una postura tan firme, y ruega a los
corintios que tengan sensibilidad para no herir los sentimientos de los demás. Si tu comida
escandaliza la conciencia de otro cristiano, no comas esa carne. El bien de los demás está
antes que la preferencia personal.
La resurrección
Finalmente Pablo se ocupa de la resurrección. Algunos corintios habían estado diciendo
que no había resurrección alguna para los cristianos después de la muerte. Pablo
argumentaba calurosamente que Jesús resucitó y que, por lo tanto, todos los que estaban
unidos a él también resucitarían para una vida nueva. La resurrección de Jesús es el
fundamento de toda la fe:
Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: aún estáis en vuestros pecados. (1 Co 15.17)
Explica que el cuerpo terrenal se transformará en un cuerpo espiritual, y anticipa la
futura venida de Jesús, cuando todos los cristianos cambiarán «en un momento, en un abrir
y cerrar de ojos, a la final trompeta». La muerte será entonces sorbida en victoria.
Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo. (1 Co 15.57)
Pablo escribe su segunda carta a los corintios con gran sentimiento. En ella percibimos
un fuerte sentido de las penas y dificultades que ha tenido que soportar en su misión
apostólica:
Estamos atribulados en todo, pero no angustiados; en apuros, pero no desesperados;
perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no destruidos. (2 Co 4.8–9)
Nos aporta un fascinante atisbo de los aspectos ingratos de sus expediciones misioneras:
en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos. (2 Co 6.5)
Y más aún:
Cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con
varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he
sido náufrago en alta mar; en caminos, muchas veces; en peligros de ríos, peligros de
ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad,
peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y
fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez. Y
además de otras cosas, lo que sobre mí se añade cada día: la preocupación por todas
las iglesias. (2 Co 11.24–28)
Pablo se preocupaba intensamente por las iglesias que había fundado. En Corinto, al
igual que en otras partes, habían llegado falsos maestros que perturbaban el trabajo de
Pablo y sembraban dudas acerca de su apostolado. Por mucho que le disgustara, Pablo tuvo
que defenderse y reivindicar su afirmación de ser un verdadero apóstol enviado a ellos por
Dios y comprometido en un ministerio de reconciliación.
Si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas
nuevas. (2 Co 5.17)
Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo. (2 Co B.XSU||)
Los Juegos
En sus cartas Pablo se refiere a menudo a los deportes nacionales, introducidos por los
griegos, como un ejemplo para la vida cristiana. Se compara con un atleta que está
compitiendo en la carrera de la vida cristiana; exhorta a los cristianos a entrenarse y a poner
empeño por ganar.
Los juegos antiguos más conocidos eran las Olimpíadas, pero también había otros en el
istmo de Corinto—los Juegos ístmicos—, Delfos y Argos. Los competidores tenían que
seguir estrictamente las reglas y adiestrarse ardua y largamente para los torneos, que
incluían carreras de pie y de carros, juegos de aros, boxeo, lucha libre y lanzamiento de
jabalina. Grandes multitudes los presenciaban, y aunque el premio no era más que una
corona de pino, laurel u olivo, el honor de ganar era tremendo.
Pablo también escribe acerca de las ofrendas de los corintios. Él había comenzado una
colecta especial para los cristianos pobres de Jerusalén. Creía que los cristianos gentiles les
debían mucho a sus hermanos y hermanas judíos y consideraba esta contribución como una
forma de pagar la deuda. También era una prueba de la auténtica obediencia de los gentiles
al evangelio y demostraba prácticamente en qué consistía la unidad de judíos y gentiles en
Cristo. Pablo pasó algún tiempo organizando la colecta en las diferentes iglesias. Pareciera
que los corintios habían comenzado bien, pero luego su generosidad había menguado.
Pablo les escribe ardientemente acerca de la alegría y bendición que es el ofrendar a Dios
con generosidad. Si necesitaban un incentivo para hacerlo, les recuerda que:
Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo
pobre siendo rico, para que vosotros con su pobreza fuerais enriquecidos. (2 Co 8.9)
Todo otro donativo palidece en comparación, lo que hace que Pablo exclame:
¡Gracias a Dios por su don inefable! (2 Co 9.15)
Filipenses
FILIPENSES
PUNTOS PRINCIPALES
El amor de Pablo por los filipenses 1
El ejemplo de humilde entrega de Jesús,
actitud para imitar 2
Ganancias y pérdidas 3
Competir en la carrera cristiana 3
¡Alegraos! 4
Un agradecimiento personal 4
Lectores. Pablo escribe esta carta a los cristianos en Filipos—norte de Grecia—, lugar
donde había predicado y fundado una iglesia durante su segundo viaje misionero (véase
Hechos 16).
Objetivos de la carta. Pablo quería agradecerles a los filipenses su donativo en dinero y
rogarles que pusieran fin a los conflictos en su iglesia.
Pareciera que los cristianos de Filipos ocuparan un lugar especial en el corazón de
Pablo. Les escribe con mucho afecto: «Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de
vosotros».
Les está especialmente agradecido por la forma en que lo han ayudado a mantenerse,
enviándole ofrendas una y otra vez. Ahora les escribe para agradecerles otro obsequio que
le ha traído Epafrodito. Este era un cristiano de Filipos que le había sido de gran ayuda a
Pablo durante el tiempo en prisión. Epafrodito había estado gravemente enfermo y Pablo
anhelaba tranquilizar a los filipenses, pues su coterráneo estaba mejor y se lo enviaba de
vuelta—junto con la carta—sano y salvo.
Aunque Pablo está prisionero, esperando saber si será sentenciado a muerte o dejado en
libertad, no se desvela por sus asuntos personales. Mucho más se preocupa por los
filipenses y por la necesidad que tienen de estar en armonía. El tono de esta carta es de
regocijo. Tiene palabras maravillosas para hablar del ejemplo que dejó Jesús, posiblemente
tomadas de un antiguo himno:
Él, siendo en forma de Dios,
no estimó el ser igual a Dios
como cosa a que aferrarse,
sino que se despojó a sí mismo,
tomó la forma de siervo
y se hizo semejante a los hombres.
Mas aún, hallándose en la condición de hombre,
se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte,
y muerte de cruz. (Flp 2.6–8)
Pablo deseaba que todos los filipenses fueran «unánimes, sintiendo una misma cosa».
En un conmovedor llamado ruega a dos mujeres en la iglesia, que obviamente han estado
discutiendo, que hagan las paces: «Ruego a Evodia y a Síntique que sean de un mismo
sentir en el Señor.»
Pablo comparte su receta para una vida cristiana tranquila y saludable:
Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo
lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo
digno de alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis y visteis en
mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros. (Flp 4.8–9)
Romanos
ROMANOS
PUNTOS PRINCIPALES
El mundo entero fracasa en alcanzar las pautas
de Dios 1–3
Salvación por la fe 3–7
La ayuda del Espíritu de Dios: sufrimiento
presente, gloria futura 8
El Dios soberano y la nación judía 9–11
Vidas transformadas: conducta cristiana 12–
15
Lectores. Pablo le escribió a la iglesia de Roma, capital del imperio, a la cual aún no había
visitado. Conocía a un buen número de cristianos que vivían allá, y esperaba encontrarse
con ellos dentro de poco tiempo.
Objetivos. Pablo escribió en preparación para la visita que esperaba hacerles. En la epístola
presenta de manera clara y lógica el mensaje evangélico que ha predicado. También da
consejos prácticos sobre la vida cristiana.
Esta carta tiene mucho en común con la dirigida a los gálatas, aunque esta última fue
escrita en un momento de exaltación mientras que Romanos fue compuesta con
tranquilidad. Es el producto del razonamiento y meditación de Pablo acerca del mensaje
evangélico que había predicado durante años.
Habiendo pintado el cuadro más negro posible, Pablo esboza la asombrosa solución al
problema. Una vez más, personas de toda condición tienen la misma oportunidad:
Pero ahora, aparte de la Ley, se ha manifestado … la justicia de Dios por medio de la
fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. (Ro 3.21–22)
Pablo insiste en que no hay nada que puedan hacer los hombres y las mujeres por sí
mismos para estar en paz con Dios. Dios ya lo ha hecho todo:
Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió
por nosotros … fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo. (Ro 5.8–10)
Pablo usa la palabra «gracia» para describir la manera en que Dios alcanza a hombres y
mujeres. La gracia es el don del amor de Dios, que se da gratuitamente a quienes no lo
merecen. Cuando alguien responde a la gracia de Dios con fe, tendrá paz y alegría:
Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo. (Ro 5.1)
Apoyándose en estos conceptos algunos habían argumentado que no importa cómo se
comporta un cristiano, ya que el pecado le da a Dios la oportunidad de otorgar más gracia.
Pablo dice que nada podría estar más lejos de la verdad. Una vez que una persona ha sido
justificada con Dios por la fe, muere su vieja naturaleza. Pablo usa el bautismo cristiano
como figura del cambio de estilo de vida antes y después de convertirse en cristiano. Así
como Jesús murió, el agua bautismal es el símbolo de la muerte del cristiano respecto de su
antiguo modo de vivir. Jesús emergió de la muerte; igualmente el cristiano surge para vivir
con un nuevo estilo de vida, que será agradable a Dios.
La nación judía
Los capítulos 9 a 11 tratan la situación del pueblo judío. Son capítulos importantes porque
prueban que el Dios que promete la salvación para todos en los capítulos 1 a 8 es digno de
credibilidad, ya que cumplió sus promesas a Israel. No los abandonó; Cristo y sus creyentes
son el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento.
Pablo recuerda a sus lectores gentiles que no deben creerse superiores. Es verdad que
han pasado a ser parte de la iglesia de Dios, como un olivo silvestre que ha sido injertado
en el verdadero tronco de la nación judía. Si bien pareciera que Dios ha rechazado su
propio pueblo, los judíos, él aún tiene planes para su salvación. Pablo está asombrado ante
la gran misericordia de Dios hacia todos:
¡Profundidad de las riquezas, de la sabiduría
y del conocimiento de Dios!
¡Cuán insondables son sus juicios
e inescrutables sus caminos! …
porque de él, por él y para él son todas las cosas.
A él sea la gloria por los siglos. Amén. (Ro 11.33,36)
Pablo ocupa el resto de la carta para hablar del nuevo estilo de vida que deben llevar los
cristianos. La esencia radica en la entrega total de uno mismo a Dios:
Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros
cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto.
(Ro 12.1)
Los efectos de esta entrega se filtrarán a todos los aspectos de la vida. En la iglesia,
cada cristiano deberá usar las habilidades que le ha dado Dios, para ayudar a los demás.
Pablo describe a la iglesia como un cuerpo en que cada cual cumple una función vital para
su buena marcha.
Los cristianos también deben ser buenos ciudadanos. «Sométase toda persona a las
autoridades superiores» y pagar sus impuestos—y mostrar respeto—a los gobernantes.
Tanto en Roma como en Corinto se daba un conflicto de culturas en el seno de la
comunidad cristiana. Los cristianos judíos no querían comprar carne de animales que
habían sido ofrecidos en sacrificio en los templos paganos. Los cristianos gentiles no tenían
los mismos escrúpulos. En esta carta Pablo señala la importancia de no juzgar a los demás
solo porque sus conciencias reaccionan de manera diferente. Aquellos que se sienten
fuertes y robustos deben tener una actitud de consideración hacia los que son escrupulosos,
y evitar infligirles la menor ofensa. Pablo les ruega que sigan el ejemplo de Jesús, que no
buscaba complacerse a sí mismo. Así habrá unidad:
Dios de la paciencia y de la consolación os dé … un mismo sentir … para que
unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. (Ro
15.5–6)
El último capítulo de Romanos está dedicado a los saludos que Pablo envía a todos sus
amigos que viven en Roma, la capital del imperio. «Saludad a María, la cual ha trabajado
mucho entre vosotros … Saludad a Apeles, aprobado en Cristo». Se trata de una
descripción fascinante que provoca curiosidad acerca de la iglesia en los tiempos de Pablo,
notable por el número de mujeres que congregaba.
Y al que puede fortaleceros … al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo
para siempre. Amén. (Ro 16.25–27)
Colosenses
COLOSENSES
PUNTOS PRINCIPALES
La supremacía de Cristo 1
Libertad en Cristo 2
La vida vieja y la nueva 3
Relaciones correctas 3–4
Lectores. Colosas era un pueblo situado en el fértil valle del río Lico, cerca de Laodicea, en
la parte occidental de la actual Turquía. Pablo no había visitado la iglesia allí, aunque no
estaba lejos de Éfeso, donde había pasado tres años.
Objetivos. Pablo escribe para corregir algunas ideas muy extrañas que los colosenses
habían adquirido acerca de Jesús. No creían que Jesús fuera único en su papel de Hijo de
Dios. Pensaban que solo se trataba de una entre varias manifestaciones de Dios. Para
alcanzar la salvación total era necesario rendir culto a algún otro de esos seres poderosos.
Pablo también necesitaba corregirlos, pues decían que la salvación dependía de estar
circuncidado y de observar reglas muy estrictas.
Jesús—que es Hijo de Dios—está en el corazón de esta carta. Pablo deja absolutamente
en claro que Jesús es único. Él hizo los mundos y a través de su muerte puso al universo
entero en paz con Dios, haciendo posible que hombres y mujeres tuvieran amistad con
Dios:
Cristo es la imagen del Dios invisible,
el primogénito de toda creación,
porque en él fueron creadas todas las cosas …
todo fue creado por medio de él y para él.
Y él es antes que todas las cosas,
y todas las cosas en él subsisten …
porque al Padre agradó que en él
habitara toda la plenitud,
y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas,
así las que están en la tierra
como las que están en los cielos …
haciendo la paz mediante la sangre de su cruz …
ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne,
por medio de la muerte, para presentaros santos y sin
mancha e irreprochables delante de él. (Col 1.15–22)
Pablo advierte a los colosenses del peligro de convertirse en esclavos de mandamientos
hechos por hombres. El único tipo de circuncisión que necesitan los cristianos es la que él
llama la «circuncisión de Cristo, en la cual sois despojados de vuestra naturaleza
pecaminosa».
También han sido liberados por Cristo de esos paralizantes «haz esto y no hagas
aquello» que hacen la vida insoportable. Han entrado a una nueva vida con Jesús. Ahora
deben desprenderse, como si fueran ropas viejas, de los viejos hábitos: inmoralidad sexual,
concupiscencia, avaricia, mentira. Entonces podrán vestirse con las vestimentas limpias de
bondad, humildad, delicadeza, tolerancia y amor.
Pablo da pautas para las relaciones personales y el comportamiento que deben tener los
esposos entre sí, los hijos con los padres, los amos con sus esclavos.
Uno de los mensajeros que llevó esta carta fue Onésimo, quien había sido un esclavo
fugado y cuyo amo, Filemón, era probablemte un miembro de la iglesia de Colosas (ver
más adelante).
Gnosticismo
Nadie sabe exactamente cuando apareció la filosofía gnóstica, pero sin duda estaba
floreciente en los siglos II y III d.C. Era una mezcla de astrología, reencarnación y ciencia
griega. El nombre proviene de la palabra griega gnosis, o conocimiento. Gnosis no era
saber intelectual, sino un conocimiento místico o iluminación necesaria para alcanzar
debidamente el otro mundo.
Los gnósticos creían en dos mundos; el espiritual, donde existía Dios, y el material, que
era maligno. Dios no tenía relación alguna con el mundo material—nuestro mundo—, de
manera que los seres humanos debían tratar de escapar hacia el mundo espiritual. Algunos
recibían una chispa de divinidad, a la que debían añadir conocimientos secretos para poder
reunirse con Dios al morir. Sin la chispa y la iluminación, volverían a reencarnarse.
El gnosticismo conducía a dos caminos de vida diferentes. Algunos gnósticos se
convirtían en ascetas rigurosos, y se apartaban de todo placer; creían que las cosas
materiales eran negativas y había que evitarlas. Otros, en cambio, considerando que la
salvación no depende en absoluto de la conducta, decidían tener derecho a hacer lo que les
viniera en gana. Ambos puntos de vista contradicen las creencias y el comportamiento
cristianos. El ascetismo contradice la aceptación cristiana de que todas las cosas son buenas
y que hay que disfrutar de ellas, pues proceden de Dios. Por otro lado, vivir una vida de
hedonismo y exceso niega el principio cristiano de que la vida ha de ser vivida para agradar
a Dios y obedecer sus preceptos morales.
Las cartas a los corintios y a los colosenses, la primera carta de Juan y Apocalipsis
parecen sugerir que las herejías de tipo gnóstico estaban afectando a estas iglesias.
Filemón
Esta carta fue escrita a un individuo cristiano—un amigo de Pablo llamado Filemón—
acerca de un asunto muy personal. Filemón era un cristiano adinerado (la iglesia se reunía
en su casa, por lo que debe de haber sido espaciosa) y poseía esclavos. Uno de estos,
Onésimo, se había escapado y mientras estaba fugitivo de alguna manera tuvo contacto con
Pablo, que estaba en la cárcel a causa de su predicación. Como resultado de ese encuentro,
Onésimo se hizo cristiano.
Pablo sabía que su deber como ciudadano y como cristiano era enviar a Onésimo de
vuelta a su amo. Albergar a un esclavo fugitivo era una falta grave; pero Pablo hace lo más
que puede por Onésimo y le da esta carta para que se la lleve a su amo. En ella le dice a
Filemón que considera a Onésimo como un hijo espiritual «a quien engendré en mis
prisiones». El nombre de Onésimo significa «útil»; Pablo comenta lo útil que Onésimo le
ha sido en la prisión y el pesar que le causa apartarse de él. «Te lo envío de nuevo», escribe.
«Tú, pues, recíbelo como a mí mismo». Pablo le ruega a Filemón que reciba bien a
Onésimo, no como a un esclavo en falta, sino como un hermano en Cristo. Pablo le promete
devolverle el dinero que Onésimo pudiera haberle robado.
El Nuevo Testamento nunca habla en contra de la esclavitud, la estructura sobre la cual
se sostenía entonces la civilización. En esta carta captamos un atisbo de la comprensión que
más tarde guió a los reformadores cristianos a hacer campaña por la abolición de la
esclavitud. No conocemos el final de la historia de Onésimo. Quizás Filemón lo perdonó y
liberó y lo mandó de vuelta a Pablo. Por el hecho de haberse conservado la carta, podemos
pensar que así fue. Ignacio, uno de los primeros padres de la iglesia, menciona a un hombre
llamado Onésimo, que era una autoridad en la iglesia de Éfeso. ¿Se tratará de nuestro
esclavo fugado?
Pablo finaliza su carta con una nota jovial. Le pide a Filemón que prepare su cuarto de
huéspedes para él, ya que tiene grandes esperanzas de salir pronto de la prisión y visitar
nuevamente a su viejo amigo.
Efesios
EFESIOS
PUNTOS PRINCIPALES
Los misterios de Dios; Pablo explica el plan de
Dios 1–2
Judíos y gentiles, unidos en Cristo 2–3
La iglesia, un cuerpo con Cristo como cabeza
4
Buenas relaciones en la familia y en el trabajo
5–6
La armadura que proporciona Dios 6
Lectores. Puede ser que la intención de esta carta fuera la de circular por varias iglesias. No
hay en ella mensajes personales; además, no todos los antiguos manuscritos mencionan
Éfeso como el lugar de destino.
Objetivos. Es una carta que comparte secretos: los grandes secretos que Dios ha
planificado para Jesús, para su pueblo y para el universo entero. Los propósitos de Dios
para quienes le pertenecen son tan maravillosos que las personas deben llevar una vida
buena acorde.
Pablo muestra entusiasmo al compartir con los efesios algunos de los secretos planes
divinos, escondidos durante siglos hasta la venida de Jesús y de su iglesia.
El centro del plan de Dios es Jesús. Todo lo demás, en el universo entero, tiene su
centro en él. Dios va a «reunir todas las cosas en Cristo, en el cumplimiento de los tiempos
establecidos, así las que están en los cielos como las que están en la tierra».
Los lectores de Pablo deben de haberse estremecido de entusiasmo al leer que ellos
también formaban parte de los designios cósmicos de Dios:
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo …
nos escogió en él antes de la fundación del mundo,
para que fuéramos santos y sin mancha delante de él. (Ef 1.3–4)
Pablo comparte además otro secreto. Dios ha escogido tanto a los gentiles como a los
judíos para formar parte de su familia. La muerte de Jesús en la cruz no solo los reconcilia
con Dios, sino que derriba la barrera que existía entre judíos y gentiles, «haciendo la paz».
Pablo desborda de alabanzas y alegría al pensar en las maravillas de la gracia y del
amor de Dios. Sus loas y gratitud encuentran rumbo en la oración por los efesios: que ellos
puedan llegar a conocer mejor a Dios y experimentar su amor en toda su amplitud,
profundidad y altura.
Luego Pablo, tal como siempre lo hace en sus cartas, pasa de la enseñanza, o teoría
cristiana, a la práctica de la vida cristiana cotidiana. Ha descrito la unidad que se ha
obtenido por la muerte de Jesús; ahora quiere ver esa misma unidad en acción. Quiere que
la iglesia, como un cuerpo con muchos miembros, con Jesús a la cabeza, crezca como un
todo en el amor. Cada cual debe usar el don o carisma que ha recibido de Dios, para ayudar
a construir la vida de la iglesia.
Esto es, Cristo … de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas
las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro,
recibe su crecimiento para ir edificándose en amor. (Ef 4.15–16)
Pablo escribe sobre la manera correcta de relacionarse tanto en la familia como en la
iglesia. También imparte instrucciones, como lo hizo con los colosenses, para los esposos y
esposas, padres e hijos, amos y esclavos.
«Por lo demás», les implora, «fortaleceos en el Señor y en su fuerza poderosa».
Para hacer esto hay que estar adecuadamente armado. Pablo se refiere a las piezas de la
armadura de un soldado para ilustrar así la forma en que un cristiano podía defenderse y
atacar a su enemigo: no a los seres humanos, sino a «huestes espirituales de maldad en las
regiones celestes».
La fe es el escudo, la salvación es el yelmo, la verdad es el cinto y la Palabra de Dios es
la espada de todo cristiano.
Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y,
habiendo acabado todo, estar firmes (Ef 6.13).
2 TIMOTEO
PUNTOS PRINCIPALES
Retrato de Timoteo; estímulos y consejos 1–
2
Impiedad en «los últimos días» 3
Encargo de Pablo a Timoteo, y la propia
situación de Pablo 3–4
Hebreos
HEBREOS
PUNTOS PRINCIPALES
La supremacía de Dios 1–4
Jesús, el mejor pacto 8–9
Jesús, el mejor sacrificio 10
Hombres y mujeres de fe 11
Disciplina; exhortación y aliento 12
Vivir para agradar a Dios 13
El autor. Nadie sabe quién escribió la carta, en griego pulido y excelente. Abundan las
conjeturas, entre ellas Priscila o Aquila (fabricantes de tiendas y amigos de Pablo), Bernabé
(primer compañero de Pablo en su expedición misionera) y Lucas, el autor de un Evangelio
y de Hechos. En la versión (inglesa) del rey Jaime de la Biblia, el nombre de Pablo aparece
como autor, pero es muy improbable que haya sido él.
Los lectores. La carta parece estar dirigida a un grupo de cristianos judíos—o hebreos—
que estaban tentados a volver a su fe judía.
Objetivos de la carta. La carta se propone mostrar que Jesús y todo lo que hizo vale
muchísimo más que lo que había antes. La fe del Antiguo Testamento tenía mucho
ceremonial y atractivo, pero el camino que Jesús abre a Dios es muy superior. Jesús es un
profeta mayor que todos los que lo antecedieron. Ofrece una mejor alianza o pacto con Dios
que el de Moisés. Jesús es mejor sumo sacerdote que Aarón o los que le siguieron y ofreció
un sacrificio mucho mayor que los sacrificios animales del Antiguo Testamento: el de su
propia vida.
Volver al viejo pacto es aferrarse a sombras sin sustancia, en lugar de sujetarse a la
firme realidad de Jesús y a todo lo bueno que trajo consigo. Tratar de mantener las prácticas
del Antiguo Testamento como igualmente válidas, junto a la fe cristiana, es negar todo lo
que Jesús ha hecho.
La grandeza de Cristo
Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los
padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo. (Heb 1.1–2)
Esta afirmación inicial resume la carta entera. Jesús—más grande y mejor que cualquier
otro, humano o celestial—ha venido, y nada será igual en adelante. Él dio a conocer a Dios
y abrió un nuevo y libre camino hacia el Padre. El autor reitera una y otra vez que Jesús
está en primer lugar. No solo es grande en sí mismo, sino que ha traído una salvación
mayor que todo lo conocido hasta entonces. Los cristianos tienen las mejores razones para
estar contentos y para aferrarse a su nueva relación con Dios, forjada por Jesús con su
muerte.
Jesús es mejor que cualquier criatura angélica; no es uno de los siervos de Dios, como
lo son los ángeles:
A quien constituyó heredero de todo y por quien asimismo hizo el universo. Él, que es
el resplandor de su gloria, la imagen misma de su sustancia y quien sustenta todas las
cosas con la palabra de su poder. (Heb 1.2–3)
El autor incluye una pequeña advertencia en esta etapa inicial. Es asunto serio que sus
lectores crean que pueden jugar frívolamente con la salvación ofrecida por Jesús. Les
recuerda que quienes rechazaban el mensaje de Dios en tiempos del Antiguo Testamento
sufrían una severa sanción. Por lo tanto:
¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? (Heb 2.3)
Moisés, el gran legislador y líder del pueblo de Israel, palidece en la insignificancia al
lado de Jesús. El autor compara a Moisés, sirviente en la casa de Dios, con Jesús, el Hijo a
quien pertenece la casa.
Luego el escenario pasa de Moisés, legislador y líder, a Aarón y los sumos sacerdotes
que le siguieron. Los sumos sacerdotes humanos tenían dos desventajas: sus propias fallas
y debilidades y el hecho de que morían y su obra acababa allí.
Por cuanto [Jesús] permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable. Por eso
puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo
siempre para interceder por ellos. (Heb 7.24–25)
Tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los
pecadores y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como
aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y
luego por los del pueblo, porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí
mismo. (Heb 7.26–27)
Si bien el sumo sacerdote entraba una vez al año al santuario más privado del templo
tras la pesada cortina –el lugar santísimo—, no podía jamás abrir para todos el camino a la
presencia de Dios. Pues:
Porque no entró Cristo en el santuario hecho por los hombres, figura del verdadero,
sino en el cielo mismo, para presentarse ahora por nosotros ante Dios. (Heb 9.24)
Así, el escritor puede decir con confianza:
Así que, hermanos, tenemos libertad para entrar en el Lugar santísimo por la sangre de
Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su
carne. (Heb 10.19–20)
Jesús no es solo un mejor sumo sacerdote; también ofreció un sacrificio mejor. Él es a
la vez sacerdote y sacrificio. El autor pone énfasis en que «la sangre de los toros y de los
machos cabríos no puede quitar los pecados»; pero Jesús pudo ofrecerse a sí mismo como
el sacrificio perfecto, porque estaba exento de pecado.
El autor luego compara el antiguo pacto—que Dios hizo con Israel por medio de
Moisés en el Monte Sinaí—con la nueva alianza que trae Jesús. Cita las palabras de
Jeremías, que esperaba con ansias el día en que Dios haría un pacto nuevo y mejor. Dios
dice:
«Pondré mis leyes en la mente de ellos,
y sobre su corazón las escribiré …
seré propicio a sus injusticias,
y nunca más me acordaré de sus pecados ni de sus maldades». (Heb 8.10,12)
El nuevo pacto ofrece el perdón de los pecados sobre la base del sacrificio de sí mismo
que hace Jesús; y ofrece la capacidad de observar las leyes de Dios con la ayuda del
Espíritu Santo.
El autor argumenta que retroceder ahora a los viejos ritos y al antiguo pacto significa
despreciar a Jesús y su sacrificio, un pecado gravísimo.
Melquisedec
Melquisedec es un personaje poco conocido del Antiguo Testamento que se menciona en
esta carta. Cuando el autor quiere comparar a Jesús con un sacerdote del Antiguo
Testamento, elige a Melquisedec como prototipo. Melquisedec aparece brevemente en
Génesis como rey de Salem (Jerusalén) y sacerdote de Dios. Trajo pan y vino a Abraham
después que este luchara con éxito para liberar a Lot de los reyes vecinos que lo habían
apresado. Melquisedec bendijo a Abraham y Abraham le dio una décima parte de sus
posesiones. Melquisedec también es mencionado en uno de los salmos (Salmo 110), donde
Dios dice a su ungido: «Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.»
Los lectores judíos tendrían dificultad en imaginar a Jesús como sacerdote, porque no
nació de la familia sacerdotal de Aarón, de la tribu de Leví. El autor de Hebreos, sin
embargo, piensa que el sacerdocio de Melquisedec tiene más en común con el de Jesús que
con el de Aarón. Encuentra un mensaje significativo en ambas referencias del Antiguo
Testamento.
El parentesco, nacimiento y muerte de Melquisedec no se mencionan allí, por lo cual,
concluye el autor, era: «Nada se sabe … del principio y fin de su vida». Esto lo hace
semejante a Jesús, que «permanece sacerdote para siempre». Como Jesús, Melquisedec era
rey y sacerdote. Algunas personas esperaban un Mesías que fuera a la vez rey y sacerdote;
Jesús es tanto el rey como el más grandioso y eterno sumo sacerdote.
«Por la fe …»
Tal como los apóstoles y otros predicadores del Nuevo Testamento, el autor hace hincapié,
a lo largo de la carta, en que la respuesta que él desea de los lectores es la fe en Dios y sus
promesas. Lo único que hombres y mujeres tienen que hacer para alcanzar la salvación es
aceptar confiados lo que Dios dispone por medio de Jesús. La carta enseña que la fe ha sido
siempre la respuesta que Dios está buscando. Expone una magnífica galería de retratos
bíblicos, hombres y mujeres cuya fe en Dios ha brillado a través de su vida cotidiana.
Comienza con el hijo de Adán, Abel, cuya fe hizo aceptable su sacrificio. Se demora en
Abraham—el gran padre de su nación—quien, junto con su esposa Sara, confió en Dios tan
completamente que, cuando Dios lo llamó, «salió sin saber a dónde iba».
Dedica buen espacio a Moisés:
Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija del faraón,
prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios, antes que gozar de los deleites
temporales del pecado … (Heb 11.24–25)
Al acabársele el tiempo para tratar a cada uno en detalle, el autor describe las aventuras
de toda una constelación de hombres y mujeres que:
… por fe, conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas
de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de
debilidad, se hicieron fuertes en batallas … de los cuales el mundo no era digno …
aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe. (Heb 11.33–39)
Estos hombres y mujeres constituyen una «nube de testigos» que aguijonea a sus
lectores a una fe similar. El autor los exhorta a no flaquear en el camino ni disminuir sus
esfuerzos de vida cristiana. Como corredores en una carrera, deben liberarse de todo
estorbo y correr con determinación. Es en Jesús—centro de lo que el autor piensa y
escribe—en quien han de fijar sus ojos. Jesús fue hasta la muerte en la cruz. Piensen en
él—dice el autor—y no se den por vencidos.
Carta de Santiago
SANTIAGO
PUNTOS PRINCIPALES
Perseverancia en las pruebas 1
Religión verdadera: escuchar y hacer lo que
Dios dice 1
Una advertencia contra la discriminación 2
Fe y obras 2
Dominar la lengua 3
Amistad con el mundo 4
Admonición a los ricos 5
Paciencia y oración 5
Autor. El autor pudo haber sido Santiago, el hermano de Jesús, que dirigía la iglesia de
Jerusalén. Fue escrita probablemente unos 10 a 20 años después de la muerte de Jesús, pues
Santiago sufrió martirio en el año 60 d.C.
Lectores. Envía saludos a todo el pueblo de Dios disperso por el mundo entero.
Objetivos de la carta. De manera similar a la literatura sapiencial del Antiguo Testamento,
esta carta da consejos para una vida sabia y buena. También reconforta a los cristianos
sometidos a juicio, a los explotados y maltratados.
Esta carta es un poco como los Proverbios en el Antiguo Testamento: se ocupa de una
amplia gama de asuntos, y frecuentemente vuelve sobre temas ya mencionados. Es difícil
seguir una línea continua. También se hace eco de la doctrina de Jesús en el Sermón del
Monte. Santiago posee el fuerte sentido de justicia social característico del profeta y hace
severísimos comentarios sobre los ricos que oprimen a los pobres. Promete a los pobres y
humillados que el día venidero del Señor corregirá esas injusticias.
Santiago posee un estilo pictórico. Presenta un boceto en miniatura de un hombre rico
recibido en una sinagoga con grandes reverencias y conducido al mejor asiento; pero
cuando entra un pobre, el ujier le ordena secamente que tome asiento a sus pies. Santiago
reprocha enérgicamente ese esnobismo.
Compara a aquellos que bendicen a Dios y maldicen a los demás con una fuente que
vierte a la vez agua dulce y amarga. ¡Es algo imposible! La lengua es como el timón de un
barco o la brida de un caballo, pequeña pero muy poderosa. En otra imagen, asemeja la
lengua a un incendio de bosque: una chispa puede causar un daño enorme.
Santiago recalca la importancia de una fe auténtica, una fe que obre. No hay lugar para
el conocimiento meramente cerebral de Dios:
Así también la fe, si no tiene obras, está completamente muerta. (Stg 2.17)
Abraham es un buen ejemplo: puso su fe en Dios en acción, al confiar tanto en él que
estaba dispuesto a ofrecer a su hijo Isaac en sacrificio.
Santiago sabe que muchos de sus lectores pasan por momentos difíciles y los anima:
Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que
hablaron en nombre del Señor. Nosotros tenemos por bienaventurados a los que
sufren: Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin que le dio el Señor,
porque el Señor es muy misericordioso y compasivo. (Stg 5.10–11)
La paciencia debe estar unida a la oración. ¡Oren, pase lo que pase!, es su mensaje.
¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante
alabanzas. ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia
para que oren por él. (Stg 5.13–14)
Cualesquiera que sean la situación o la necesidad, Santiago brinda un consuelo o
advertencia a los lectores de su carta.
1 Pedro
1 PEDRO
PUNTOS PRINCIPALES
La esperanza «viva» de salvación 1
El pueblo elegido de Dios 2
Relaciones personales 2–3
Cuando los buenos sufren 3–4
Consejo a los líderes y miembros de la iglesia
5
Autor. Pedro, el apóstol y discípulo íntimo de Jesús, bien puede haber sido el autor de esta
carta. Algunos dicen que el griego es demasiado bueno para ser de un pescador de Galilea,
pero el estilo pulido podría ser obra de Silvano—o Silas—que era el escriba de Pedro. Hay
pruebas de que la carta es una de las primeras; si Pedro es el autor, debió ser escrita antes
de 64–68, fechas probables de la muerte de Pedro en el martirio.
Lectores. Pedro escribe al pueblo elegido de Dios diseminado por las provincias del
imperio romano en Asia Menor (Turquía). Los judíos que vivían fuera de Palestina eran
conocidos como la dispersión o la diáspora. Pedro ve a estos cristianos como la nueva
dispersión.
Objetivos de la carta. Estos cristianos pronto enfrentarán la persecución y Pedro les
transmite fuerza y ánimo.
«Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo», exclama Pedro. Escribe a
cristianos que padecen persecución, pero se llena de alegría y entusiasmo al pensar en la
maravillosa salvación que trajo Jesús.
Pedro les infunde valor, explicándoles que las penurias que están padeciendo tienen un
sentido. Así como el oro se purifica por el fuego:
… para que, sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro (el cual,
aunque perecedero, se prueba con fuego), sea hallada en alabanza, gloria y honra
cuando sea manifestado Jesucristo. (1 P 1.7)
Más adelante en la carta les dice que cuando soportan sufrimientos inmerecidos están
siguiendo los pasos de Jesús.
Porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigáis sus
pisadas. Él no cometió pecado ni se halló engaño en su boca. Cuando lo maldecían, no
respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino que encomendaba la
causa al que juzga justamente. (1 P 2.21–23)
Pedro asimismo da consejos prácticos en asuntos familiares y de iglesia. A las mujeres
cristianas casadas con hombres paganos les aconseja portarse muy bien, a fin de que los
maridos «sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, al considerar vuestra
conducta casta y respetuosa» (3.1–2).
Hablando como líder él mismo en la iglesia, Pedro ruega a los líderes que sean amables
y humildes siervos del pastor principal, Jesús. Cada uno en la iglesia debe atender a las
necesidades de los demás.
Les asegura, al terminar la carta, que:
Pero el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después
que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y
establezca. A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén. (1 P 5.10–
11)
2 Pedro
2 PEDRO
PUNTOS PRINCIPALES
Cómo crecer en la vida cristiana 1
Advertencia contra los falsos maestros 2
Promesa del regreso de Jesús 3
Autor. Muchos piensan que el autor fue un seguidor de Pedro, escribiendo como este lo
hacía, y no el mismo Pedro. Si el apóstol fue el autor, la carta fue escrita antes de mediados
de los años sesenta, cuando encontró la muerte. Entre los que no creen que Pedro la
escibiera hay quienes la datan más tardíamente, entre los años 120 y 175.
Lectores. La única pista está en 3.1, donde Pedro dice que es la segunda epístola que les
escribe. Si 1 Pedro fue la primera carta, esta va destinada a los mismos lectores.
Objetivos de la carta. El objetivo es alertar a los creyentes contra maestros falsos e
inmorales.
La iglesia no otorgó de inmediato a esta epístola la plena autoridad de la Escritura; solo
más tarde la incluyó como parte de los escritos inspirados.
Pedro habla muy enérgicamente contra los falsos maestros que difunden sus creencias
entre cristianos. No solo su doctrina es errónea; también lo es su conducta. Están en el
negocio de la religión por el provecho que puedan obtener. Pedro emite severas
advertencias contra ellos, pero está seguro de que:
El Señor sabe librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser
castigados en el día del juicio. (2 P 2.9)
Pedro llama la atención de sus lectores sobre la gente que no cree en el regreso de Jesús.
Se burlan y preguntan ¿dónde está?, y «¿Dónde está la promesa de su advenimiento?
Porque … todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación».
Así como el diluvio interrumpió la vida normal en tiempos de Noé, así el regreso de
Jesús intervendrá en la historia, les asegura Pedro. Ofrece dos explicaciones para la demora.
En primer lugar, Dios no experimenta el tiempo como nosotros.
Pero, amados, no ignoréis que, para el Señor, un día es como mil años y mil años como
un día. (2 P 3.8)
En segundo lugar, Dios se demora por amor y misericordia. No quiere «que ninguno
perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento».
Pedro recoge una imagen que el mismo Jesús utilizó acerca de su retorno. El día del
Señor vendrá como ladrón, cuando nadie lo espere. Brinda una vívida descripción del fin
del mundo:
Entonces los cielos pasarán con gran estruendo, los elementos ardiendo serán
deshechos y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. (2 P 3.10)
Pero Pedro espera confiado «cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la
justicia». Más razón aún para que el cristiano lleve una vida recta, en paz con Dios, y
continúe creciendo «en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad».
Autor. Se cree que la misma persona escribió las tres cartas y probablemente también el
Evangelio según Juan. Algunos opinan que se trata de Juan el apóstol y muy amado
discípulo de Jesús. Otros creen que hubo en la iglesia dos líderes de nombre Juan. Estas
cartas tal vez las escribió un seguidor del apóstol, conocido como Juan el anciano (un
anciano era una autoridad de la iglesia). Debe de haber sido bastante conocido de sus
destinatarios, porque en su tercera carta simplemente se presenta como «el Anciano».
1 Juan
Lectores. «Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios,
para que sepáis que tenéis vida eterna». La carta estaba dirigida a los cristianos, aquellos
que habían puesto su confianza en Jesucristo como Hijo de Dios.
Objetivos de la carta. Juan quería tranquilizar a los cristianos cuya fe había sido
perturbada por falsos maestros, posiblemente con ideas gnósticas (véanse las notas sobre
Gnosticismo, p. 154). Estos maestros se creían en un plano espiritual superior, libres de
pecado, y con libertad para hacer lo que les viniera en gana. Consideraban que este mundo
era completamente malo, y por consiguiente no creían que Dios hubiese entrado en él en
Jesús. Este no era realmente Hijo de Dios o Mesías, explicaban, y solo parecía ser humano.
Esta carta se asemeja más a una pieza de música que a un discurso razonado. Los tres
temas de verdad, luz y amor repican como reiteración de una melodía. Dios es verdad, Dios
es luz y Dios es amor. El cristiano que quiere seguir a Dios debe «andar» en verdad, luz y
amor.
Juan no cree, como creían los falsos maestros, que nadie pueda estar libre de pecado en
esta vida:
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no
está en nosotros. (1 Jn 1.8)
Pero la confesión plena da como resultado el perdón y la purificación por medio de la
sangre (la muerte) de Jesús:
Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y
limpiarnos de toda maldad. (1 Jn 1.9)
Juan se siente colmado por la maravilla del amor de Dios:
Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios. (1 Jn
3.1)
En consecuencia, «si Dios así nos ha amado, también debemos amarnos unos a otros».
Y el amor debe ser efectivo:
Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. (1 Jn
3.18)
Finalmente, Juan tranquiliza a sus lectores respecto a la vida eterna:
Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento para conocer
al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el
verdadero Dios y la vida eterna. (1 Jn 5.20)
2 Juan
2 y 3 Juan son los documentos más breves del Nuevo Testamento. Cada uno ocupaba una
sola hoja de papiro.
2 Juan es una breve carta dirigida «a la señora elegida y a sus hijos»; la mayoría cree
que esta señora era una iglesia local. Quizás era un nombre en clave, usado por razones de
seguridad.
Juan nuevamente recalca la verdad y el amor. Le deleita saber que estos cristianos no
han sido atrapados por falsas creencias. Anhela que se amen unos a otros. Su
argumentación es circular; comienza y termina con el amor:
Y este es el amor: que andemos según sus mandamientos. Este es el mandamiento: que
andéis en amor, como vosotros habéis oído desde el principio. (2 Jn 6)
Otro tema tratado en esta carta y también en la tercera es el de los misioneros
itinerantes. Había paz por todo el imperio, debido a la dominación romana, y también había
buenos caminos, por lo que mucha gente viajaba constantemente. Pero las posadas eran
lugares detestables. Casi todas estaban sucias, llenas de pulgas, y muchas tenían mala
reputación moral. De ahí que Juan recomendara encarecidamente a sus lectores que
ofrecieran hospitalidad a los cristianos viajeros, especialmente si estaban trabajando para
predicar el evangelio. Al mismo tiempo, no debían recibir o animar a los falsos maestros. Si
lo hacían, estaba tomando partido por ellos. Y Juan concluye su carta repentinamente:
Tengo muchas cosas que escribiros, pero no he querido hacerlo por medio de papel y
tinta, pues espero ir a vosotros y hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea
completo. (2 Jn 12)
3 Juan
Esta carta está dirigida a una persona: Gayo, un líder de la iglesia. Es una carta muy
personal. Juan habla cálidamente a Gayo:
Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos,
especialmente a los desconocidos. (3 Jn 5)
Juan estimula a Gayo a seguir ayudando a los viajeros que salen a predicar el evangelio,
confiando en que Dios satisfacerá sus necesidades.
Juan previene a Gayo contra un maestro muy pagado de sí mismo que se llama
Diótrefes; en cambio, tiene grandes elogios para Demetrio, otro cristiano.
Nuevamente escribe con brevedad, y lo explica:
Espero verte en breve y hablaremos cara a cara. (3 Jn 14)
Judas
Judas, autor de esta carta, se llama a sí mismo siervo de Jesucristo y hermano de Jacobo,
que era muy conocido. Todos en aquel tiempo conocían a Jacobo, líder de la iglesia en
Jerusalén; tanto él como Judas eran hermanos de Jesús.
Esta carta está dirigida «a los llamados, santificados en Dios Padre y guardados en
Jesucristo». No sabemos dónde vivían estos cristianos.
Judas y 2 Pedro tienen bastante material en común. Muchos creen que la carta de Judas
vino primero y el autor de 2 Pedro la tomó prestada en varias partes.
Ambos autores se escandalizan «porque algunos hombres han entrado encubiertamente
… que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan a Dios, el único
soberano, y a nuestro Señor Jesucristo».
No es de extrañar que Judas—y Pedro—hablen muy severamente contra aquellos que
contradicen de tal manera el evangelio y la vida cristiana.
Judas cita a personas de tiempos del Antiguo Testamento que llevaron vidas malas e
inmorales, y muestra cómo terminaron. Un caso es el de las ciudades de Sodoma y
Gomorra, donde cayó el juicio de Dios a causa de la maldad de sus habitantes.
Pese a tan franco y enérgico mensaje, Judas reconforta amablemente a sus lectores:
Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu
Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor
Jesucristo para vida eterna. (Jud 20–21)
Termina su carta con una de las más bellas oraciones de alabanza a Dios:
A aquel que es poderoso para guardaros sin caída y presentaros sin mancha delante de
su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y
majestad, imperio y poder, ahora y por todos los siglos. Amén. (Jud 24–25)
13
JESÚS REINA
Apocalipsis
APOCALIPSIS
BREVE RESEÑA
Visión de Juan: Jesús 1
Cartas a las siete iglesias en Asia (oeste de
Turquía) 2–3
Un atisbo del cielo: Dios en el trono, el rollo y
el Cordero 4–5
Abriendo el rollo; siete sellos 6–8
El toque de siete trompetas, y lo que vino
luego 8–11
La mujer y el dragón: las dos bestias 12–13
El Cordero de Dios y su pueblo 14
Las siete copas de la ira de Dios 15–16
La mujer y la bestia; la caída de Babilonia
17–18
El banquete de bodas del Cordero 19
Los mil años; la derrota de Satanás; el juicio
final 20
El cielo nuevo y la tierra nueva 21–22
Según la tradición, el autor de Apocalipsis es Juan el apóstol, quien también habría escrito
el Evangelio que lleva su nombre y tres epístolas. Ya en el año 135 se cita a Juan como
autor de Apocalipsis. Algunos eruditos observan las grandes diferencias de estilo entre el
Evangelio de Juan y Apocalipsis, pero también hay semejanzas de lenguaje. Ambos se
refieren al Logos o Verbo, al Cordero de Dios y al agua de vida.
Ireneo (que vivió alrededor de 130–202) dice que Juan escribió su revelación «no
mucho tiempo atrás sino casi en nuestra generación, hacia el fin del reinado de
Domiciano». Esta fecha encaja con las circunstancias del libro. El emperador romano
Domiciano (81–96) exigía que todos los ciudadanos le rindieran culto a él y esto llevó a la
persecución de los cristianos que se negaban a hacerlo.
Algunos estudiosos no están de acuerdo con esta fecha y sugieren algún momento
durante el reinado de Nerón (entre los años 60 y 70).
Los lectores. Los primeros lectores eran miembros de las iglesias en la provincia romana
de Asia, en lo que hoy es Turquía. Jesús entrega a Juan cartas para siete de estas iglesias, en
las ciudades de Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.
Objetivo. Los miembros de las iglesias en Asia eran una minúscula minoría de la
población. ¿Qué podían esperar hacer contra el fuerte poder de Roma? Los cristianos
aceptaban que Jesús había muerto y resucitado y que un día volvería a establecer su
reinado, haciendo suyos los reinos del mundo. En ese día los poderes del mal serían
destruidos, y se restablecerían la justicia y la paz.
Entretanto, Roma continuaba con su opresión y la idolatría florecía. Los cristianos que
no reconocían divinidad al emperador sufrían prisión y a veces muerte. ¿Estaba actuando
Dios? ¿O era Roma el único poder que contaba realmente?
Apocalipsis fue escrito en ese contexto, para satisfacer las necesidades de cristianos
perplejos y sufrientes. Ciertamente no pretendía ser un rompecabezas intelectual para que la
iglesia tomara asiento y se dedicara a descifrarlo, como algunos lo ven. El libro tenía el
propósito de llevar fe, esperanza y certidumbre a una iglesia pequeña y atribulada, y
estimular su confianza en el Dios vivo de la historia.
W. C. van Unnik escribió en su libro The New Testament [El Nuevo Testamento]: «No
es [Apocalipsis] un libro escrito para estimular y gratificar la curiosidad de gente ansiosa de
romper el velo del futuro. No es un libro de acertijos, aunque fue tratado así a menudo en el
pasado. De hecho, sí descorre velos y descubre una vista a los actos y caminos de Dios;
porque proclama el reino de Dios, que está aquí y ahora y no obstante aún tiene que venir
en plenitud, y destruirá todo lo que está en contra de él».