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El instrumento de la justificación
No hay controversia entre los cristianos acerca del hecho de que el hombre es justificado por la fe.
Según Turretin, la Escritura lo afirma tan claramente que nadie se atreve a negarlo. Lo que se
cuestiona, sin embargo, es el modo en que la fe justifica. En realidad, sobre esta cuestión hay una
amplia discrepancia de opiniones.
La teología tridentina, por ejemplo, enseña que la fe justifica porque dispone al hombre para la
obediencia y también da inicio y mérito a la justicia en sí misma. En ese sentido, la fe sería la raíz
de la justificación o un primer impulso hacia Dios. En los "Cánones sobre la justificación"
enunciados por el Concilio de Trento en enero de 1547 se anatematizaron varias proposiciones
reformadas, siendo que dos merecen destaque aquí:
9. Que el impío está justificado sólo por la fe - si esto significa que nada más es requerido por vía
de cooperación en la adquisición de la gracia de la justificación ...
24. Que la justificación una vez recibida no es preservada o incluso incrementada a los ojos de Dios
por buenas obras, sino que esas mismas obras son sólo frutos y signos de la justificación, no causa
de su incremento.
Al rechazar estas tesis, los teólogos de Trento expresaron la concepción de que la justificación
plena sólo es adquirida por el hombre al término de un proceso. La fe es el primer paso hacia su
adquisición, pero hay que practicar el bien para que haya una especie de crecimiento en la
posesión de ella.
Además, el concilio decretó que "la justificación no es solamente la remisión de los pecados, sino
la santificación y renovación del hombre interior por la aceptación voluntaria de la gracia y de los
dones por los cuales el hombre se vuelve justo, en vez de impío ..." De esa manera, Trento
identificó justificación con santificación y las trató como los dos lados de la misma moneda de la
salvación. El decreto también
trató la justificación como infusión de fe, esperanza y caridad por la presencia del Espíritu Santo en
el bautismo y rechazó la idea de que las personas salvadas son sólo "consideradas justas [rectas]"
... En la práctica, por lo tanto, el concilio repudió la justicia forense ... Trento negó nítidamente la
salvación por la gracia mediante la fe solamente y transformó la justificación en proceso que
envolvía la cooperación de la voluntad humana y las buenas obras meritorias.
Turretin se opuso a la idea romanista. La fe como primer impulso hacia Dios, a su entender,
implicaría una disposición previa a la justificación antes de que se realizara, lo que es inaceptable.
Él también se opuso al socinianismo que, entre otros desvíos, negaba la necesidad del sacrificio de
Cristo para el perdón de Dios y atribuía a la propia fe (desde que asociada a las obras) el mérito de
la salvación.
A su ver y de los demás protestantes ortodoxos, la fe es la causa orgánica e instrumental que hace
al hombre justo. Turretin explica que la justificación no se atribuye a la fe en sí como si fuera una
obra o la propia justicia por la que alguien está justificado. La fe, por lo tanto, no justifica como si
por su propia dignidad o por la indulgencia de Dios merecía la justificación en todo o en parte.
Se debe, de acuerdo con Turretin, hablar sobre el acto de justificar por la fe de forma relativa y
orgánica. Relativa porque es el objeto de la fe que se constituye en la verdadera justicia ante Dios;
orgánica porque la fe es el instrumento por medio del cual esa justicia es recibida y aplicada al
hombre.
También Calvino afirma que "el poder de justificar no reside en la fe [como] de sí misma." 12
Según él, si la justificación se basaba en una eventual virtud intrínseca de la fe, no sería posible,
puesto que la fe es siempre débil y, imperfecta. En esa hipótesis "deficiente sería la justicia" y
"sólo reducida porción de salvación nos conferiría" .13 A partir de ahí concluye que a Cristo y no a
la fe pertenece el poder de justificar, pero esa bendición es recibida únicamente por la fe. Vemos,
pues, también en ese aspecto, plena armonía entre Turretin y Calvino, su virtual predecesor.
Turretin, por su parte, al tratar con la cuestión del tiempo de la justificación, plantea las siguientes
cuestiones: "¿La justificación ocurrió en la eternidad, o ocurre en el tiempo? ¿Se trata de un acto
indivisible o que ocurre de una sola vez? "Él responde diciendo que la justificación no sucedió en la
eternidad, aunque el decreto de justificación sea eterno y precede a la fe. Citando Romanos 8.30
subraya que la justificación tiene lugar en el tiempo y viene después de la fe. Luego, diferente de
lo que enseñan los católicos, la justificación no es algo reservado para el último día. Esto sería
confundir la declaración de justificación con la propia justificación. La justificación en sí, como una
manifestación pública y solemne de juicios anteriores, de hecho ocurrirá en el futuro. Pero el acto
judicial de declarar a alguien justo sucede en esta vida, como se ve en el caso de Abraham (Gn
15.6) y en el caso de todos los creyentes (Rm 5.1). El momento específico en que este acto forense
ocurre se sitúa luego de la llamada eficaz (Rm 8.30).
Así, para Turretin la justificación como acto forense se sitúa al inicio de la jornada cristiana, en el
momento en que el hombre cree, siendo que ese creer no es de sí mismo una obra justificadora,
sino una disposición de fe que tiene en su contenido la " causa de la salvación.
En esto también Turretin se armoniza con Calvino que dice expresamente que al tiempo que el
hombre cree, pasa a poseer la salvación, siendo reconciliado con Dios. A partir de ahí, según el
reformador, no puede ser puesto en duda que el pecador "interponiéndose la justicia de Cristo y
alcanzada la remisión de los pecados, haya sido justificado", 14 que, basándose en la justicia de
Cristo, se pone sobre sí la "justicia perpetua".
5. O FUNDAMENTO DA JUSTIFICAÇÃO
El Evangelio enseña que lo que no puede ser encontrado en nosotros y que debía ser hallado en
otro, no fue visto en nadie excepto Cristo, el Dios-hombre que, asumiendo el oficio de sustituto,
satisfizo la justicia de Dios por su perfecta obediencia y así nos trajo una justicia infinita, la única
por la cual podemos ser justificados ante Dios. Todo esto para que, cubiertos y vestidos con las
ropas del primogénito, como Jacob, podamos obtener, envueltos en ellas, las bendiciones eternas
de nuestro Padre celestial.
Se percibe aquí que, en el debate relativo a la imputación de la justicia activa o pasiva de Cristo al
hombre que cree, Turretin adopta el entendimiento de que ambas se aplican al pecador en el acto
de la justificación. Él dice expresamente que "la satisfacción de Cristo ... abarca no sólo los
sufrimientos que él enfrentó en su vida o en su muerte, sino también la obediencia de su vida
entera".
Turretin, sin embargo, corrige esa tendencia. Según él, la obediencia de Cristo tiene una doble
eficacia, es decir, satisfactoria y meritoria. Por su eficacia satisfactoria el creyente es liberado de la
pena derivada del pecado. Ya a través de la eficacia meritoria, el derecho de vida eterna fue
adquirido para el hombre que es redimido del pecado. La eficacia satisfactoria debe ser atribuida a
los sufrimientos de Cristo, mientras que la eficacia meritoria está ligada a toda su vida de
obediencia al Padre.
En la teología de Turretin los dos aspectos de la obediencia de Cristo están ligados por una
relación de mutua dependencia: la muerte de Cristo no tendría ninguna eficacia si no hubiera sido
obediente a lo largo de todo el tiempo de su humillación; por otro lado, su obediencia activa no
tendría ninguna relevancia para la salvación del hombre si no hubiera enfrentado la cruz. Esta
conexión hace de la obediencia de Cristo un bloque monolítico, siendo por entero la base de la
justificación imputada al creyente. En ese sentido, escribe Turretin: "el pecado no podía ser
expiado antes de que la Ley fuera perfectamente cumplida, ni el derecho a la vida podría ser
adquirido antes de que la culpa del pecado fuera removida."
He aquí un elemento más de la teología de Francis Turretin que sigue en la estera de Juan Calvino.
Este afirma con meridiana claridad que la base de la justificación es tanto la obediencia de Cristo a
lo largo de la vida como en el acto de entregarse a la muerte de cruz. Dice el reformador en sus
Institutos de la Religión Cristiana:
Ahora, cuando se pregunta cómo, cancelados los pecados, Cristo haya quitado la disyunción entre
nosotros y Dios, y adquirido la justicia que no lo haga favorable y benévolo, se puede responder,
en general, que eso nos hace [él] logrado mediante el curso todo de su obediencia. Lo que se
prueba del testimonio de Pablo: "Como, por la transgresión de uno, muchos fueron constituidos
pecadores, así, por la obediencia de uno, somos constituidos justos" [Rm 5.19] ... Así, también en
su propio bautismo declaró estar a cumplir parte de la justicia, por lo que estaría obedientemente
ejecutar el mandamiento del Padre [Mt 3.15]. En fin, desde que se cubrió de la persona de siervo,
comenzó a pagar el precio de [nuestra] liberación para redimirnos.20.
Tanto Turretin como Calvino percibieron que su enseñanza podría conducir a los creyentes a la
falsa conclusión de que, siendo la obediencia completa de Cristo atribuida al creyente, éste estaría
ahora libre de la obligación de cumplir la Ley. De hecho, sería fácil concluir que si el castigo que el
Señor probó como sustituto libera al culpable de la pena, también la conformidad de su vida a los
dictados de la Ley, teniendo carácter sustitutivo, libraría al creyente de la obediencia.
Calvino repudió ese pensamiento al comentar Gálatas 4.4: Además, no somos tan exentos de la
Ley por los beneficios de Cristo que ya no obedecemos a la instrucción de la Ley y podemos hacer
lo que queramos. Porque ella es la norma perpetua de una vida sana y santa. Pero Pablo está
hablando de la Ley con sus apéndices. Y somos redimidos de la sujeción a esa Ley, ya que ya no es
lo que una vez fue. Ahora que el velo se rompió, la libertad surgió plenamente; y eso es lo que él
prosigue afirmando.
A pesar de que Cristo ha cumplido plenamente la Ley por nosotros, eso no implica que estamos
libres de la obligación de obedecer a Dios. Antes, de ello sólo se deriva que no estamos bajo la
obediencia con el mismo propósito y por la misma causa que él ... Este hecho, sin embargo, no nos
exime de la obligación natural de obedecer a Dios, no para que vivamos, sino porque vivimos; no
para adquirir el derecho a la vida, sino porque tenemos la posesión de un derecho ya adquirido.
De la misma manera, el hecho de que Cristo haya muerto por nosotros, no nos libra de pasar por
la muerte, pero no para ser castigados, sino para ser salvos.23
Como se ve, aunque nunca haya existido plena unanimidad entre los teólogos reformados en
cuanto a la aplicación de la justicia activa y pasiva de Cristo al hombre que cree, 24 está fuera de
duda que, también en esta cuestión, Turretin está en perfecta armonía con Calvino, debilitando la
tesis de que el calvinismo del siglo XVII no reflejaba el pensamiento propuesto por el reformador
de Ginebra.
CONCLUSIÓN
A partir del análisis comparativo entre Turretin y Calvino, obtenemos una muestra de cómo el
calvinismo del período del escolasticismo protestante reafirmó las proposiciones básicas
enunciadas por el gran reformador de Ginebra en el siglo anterior, especialmente en lo que se
refiere a la doctrina de la justificación, una de las ramas más importantes teología.
De hecho, según lo visto, Turretin se expresó básicamente en los mismos términos que Calvino en
aspectos concernientes a la doctrina en pauta, acogiendo el concepto forense de la justificación,
separando de los elementos esenciales de ese concepto la noción de moralidad vivencial o la idea
de infusión de justicia, asociando estos factores a la experiencia de la santificación del hombre ya
justificado.
También con Calvino, Turretin acogió la enseñanza bíblica de la justificación por la fe, haciendo la
salvedad de que la fe no es la causa de la justificación. Esta reside en su objeto, constituyéndose el
creer en el instrumento por el cual el hombre tiene acceso a la justicia realizada y obtenida por
Cristo.
Es claro que en algunos detalles ligados a la doctrina aquí estudiada, la enseñanza de Turretin y de
Calvino son pasibles de cuestionamiento. Se puede preguntar, por ejemplo, por qué, si Cristo fue
nuestro sustituto en la obediencia, habría la necesidad de morir por nosotros. ¿La imputación de
su justicia activa al que cree no anularía la necesidad de una muerte que hiciera satisfacción por
los pecados? Si su obediencia fue imputada a nosotros, ¿qué castigo mereceríamos? ¿O, qué
sentido habría en morir por los pecados de alguien que tuvo un sustituto perfectamente
obediente? El hombre que recibiera la justicia activa por imputación no necesitaría a nadie que
muriera por sus pecados. Siendo la obediencia del sustituto impuesta al pecador, se haría
innecesario el castigo. En ese caso, la obra de Cristo podría resumirse al cumplimiento de la Ley.
Creyendo en él el hombre recibiría su justicia activa, desapareciendo la necesidad del pago por el
pecado.
Estas cuestiones, sin embargo, no forman una nube capaz de tapar la notable unanimidad de los
teólogos reformados acerca de la doctrina de la justificación. Y esa unanimidad señala la claridad
de las Escrituras que, a su vez, apunta a la relevancia que la Biblia da a ese asunto.
Esta relevancia de la doctrina de la justificación debería llamar la atención de los pastores
modernos. Poco se habla sobre ese aspecto de la fe cristiana, siendo el púlpito actual más
orientado hacia llamamientos moralistas o sociológicos, cuando no se convierte en un palco donde
se pronuncian discursos propios de la psicología moderna revestidos con un ropaje cristiano.
El problema más grave del hombre, es decir, su culpa ante Dios, debe ser señalado con más
seriedad y precisión por la iglesia actual. Y tanto seriedad como precisión en el trato de este
asunto pueden ser encontrados en los teólogos de la tradición reformada como Francisco Turretin
que, de la mano de los teólogos de la Reforma que los precedieron, explotaron con ahínco las
páginas de la Biblia, en la búsqueda de la amplitud del sentido que, quizá pueda estar presente en
la frase "el justo vivirá por su fe".