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Neil Smith, La Nueva Frontera Urbana Pp.

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Nota editorial

Con el libro en máquinas nos enteramos del reciente fallecimiento de Neil


Smith, uno de los principales exponentes de la geografía radical, el pasado 29
de septiembre de 2012.

A la edad de sólo 58 años, Neil nos deja, no sin antes habernos legado algu-
nos de los mejores ensayos críticos sobre el desarrollo desigual que promue-
ven las geografías capitalistas, tanto a escala de las regiones metropolitanas
como del espacio mundial integrado que llamamos globalización. Efectiva-
mente, Neil Smith ha sido uno de los mejores estudiosos de los procesos de
gentrificación que se han acusado en los centros urbanos de las principales
ciudades de todo el planeta a partir de las décadas de 1960 y 1970, así como
también de los particulares fenómenos de desarrollo desigual que promueve
la globalización financiera. Mérito y ventaja de su trabajo académico es que
nunca ha estado desligado de las luchas y movimientos urbanos, así como
de un proyecto de transformación en un sentido radicalmente democrático
y socialista. Es este mestizaje entre investigación y militancia lo que ha apor-
tado, tanto a sus libros como a su propia presencia, una fuerza y una calidad
política poco comunes en un académico.

Debemos agradecer a Neil Smith la cesión de los derechos de su libro La


nueva frontera urbana, que amablemente nos ofreció en septiembre de 2010 y
que por desgracia no llegará a ver materializado en lengua castellana. Sirva
esta edición como el mejor homenaje que podemos realizar a este infatigable
estudioso de las geografías del capitalismo.
Prefacio

En su paradigmático ensayo The significance of the frontier in American history


[La importancia de la frontera en la historia norteamericana], escrito en 1893, Fre-
derick Jackson Turner (1958 edn.) sugería:

El desarrollo norteamericano ha mostrado que no sólo avanza a lo largo de una


línea sino que retrocede a las condiciones primitivas sobre una línea fronteriza que
avanza de forma continua, produciendo un nuevo desarrollo en cada nueva zona.
El desarrollo social norteamericano ha comenzado una y otra vez en la frontera [...]
En este avance, la frontera constituye el extremo exterior de la ola —el punto de
encuentro entre la barbarie y la civilización [...] La jungla ha sido interpenetrada
por líneas de civilización siempre más numerosas.

La expansión de la frontera y la repetición de jungla y barbarie cons-


tituyeron para Turner un intento de construir un espacio habitable en
una naturaleza poco colaborativa y difícil de controlar. Esto implicaba un
complejo proceso de expansión espacial y la progresiva domesticación
del mundo físico. El desarrollo de la frontera llevó a cabo, ciertamente,
ambas cuestiones, pero según Turner se trató también de una experiencia
central que definió la singularidad del carácter nacional norteamericano.

17
18 La nueva frontera urbana

Con cada expansión del extremo exterior cumplida por los robustos pione-
ros, no sólo se anexaban nuevas tierras al Estado norteamericano sino que
también se incorporaba nueva sangre a las venas de su ideal democrático.
Cada nueva oleada hacia el Oeste, en su conquista de la naturaleza, envia-
ba de regreso hacia el Este oleadas de democratización de la naturaleza
humana.

Durante la última parte del siglo XX, el imaginario de la barbarie y la


frontera se aplicó cada vez menos a las llanuras, montañas y bosques del
Oeste —ahora magníficamente civilizados— y cada vez más a las ciudades
del este de Estados Unidos. En el contexto de la urbanización de los subur-
bios durante la postguerra, la ciudad norteamericana comenzó a ser consi-
derada como «barbarie urbana»; era, y para muchos aún lo es, el hábitat de
la enfermedad y el desorden, el crimen y la corrupción, la droga y el peligro
(Warner, 1972). Efectivamente, éstos eran los principales temores expresa-
dos a lo largo de las décadas de 1950 y 1960 por los teóricos urbanos que
señalaban la «peste» y la «decadencia», el «malestar social» en el centro de
la ciudad, la «patología» de la vida urbana; en pocas palabras, la «ciudad in-
fernal» (Banfield, 1968). La ciudad era presentada como un páramo, o peor,
como una «jungla» (Long, 1971; Sternlieb, 1971; también Castells, 1976). De
un modo más vívido que en los medios informativos o en las narrativas de
las ciencias sociales, esto se transformó en el tema de todo un género de
Hollywood, las películas de la «jungla urbana», desde King Kong y West Side
Story hasta The Warriors y Fort Apache, the Bronx. Este «discurso de la deca-
dencia», tal y como fue denominado por Robert Beauregard (1993), dominó
el modo en el que se consideraba la ciudad.

El antiurbanismo ha sido una cuestión central de la cultura norteamerica-


na. En un patrón análogo a la experiencia original de la barbarie, las últimas
tres décadas han sido testigos de un cambio que ha ido del miedo al romanti-
cismo; una evolución del imaginario urbano que ha pasado de la barbarie a la
frontera. Cotton Mather y los puritanos de la Nueva Inglaterra del siglo XVII
temían al bosque como si se tratara de un mal impenetrable, una selva peligro-
sa, un lugar primigenio. Pero con la continua domesticación del bosque y su
transformación por la mano de un trabajo humano cada vez más capitalizado,
el suave imaginario de frontera propio de Turner se ha convertido en el obvio
sucesor del bosque del mal de Mather. Existe un optimismo y una creciente
expectativa vinculada a la «frontera» que reflejan un confiado sentido de con-
quista. Así pues, en la ciudad norteamericana del siglo XX, el imaginario de la
selva urbana —una renuncia desesperada a la esperanza— ha comenzado a ser
Prefacio 19

reemplazado, desde la década de 1960, por la perspectiva de la frontera urbana


(y esto a pesar de las revueltas generalizadas). Esta transformación puede ser
rastreada, en parte, en el discurso de la renovación urbana (Abrams, 1965),
pero se ha intensificado durante las décadas de 1970 y 1980, a medida que la
rehabilitación de casas unifamiliares y bloques de apartamentos se volvieron
cada vez más simbólicos de una nueva forma de «renovación urbana».

En el lenguaje de la gentrificación, la apelación al imaginario de la fron-


tera ha sido exacto: los pioneros urbanos, los colonos urbanos y los vaqueros
urbanos se han transformado en los nuevos héroes populares de la frontera
urbana. En la década de 1980, las revistas del mercado inmobiliario hablaban
incluso de «exploradores urbanos» cuyo trabajo consistía en recorrer los flan-
cos de los barrios gentrificados, examinar el paisaje a la búsqueda de reinver-
siones rentables, y, al mismo tiempo, informar acerca de cuán amigables eran
los nativos. Comentadores menos optimistas acusaron el surgimiento de un
nuevo grupo de «bandidos urbanos» vinculados a las culturas de la droga en
las zonas urbanas deprimidas.

Al igual que Turner cuando reconoció la existencia de americanos nativos


pero para incluirlos en esta jungla salvaje, el imaginario contemporáneo de la
frontera urbana trata a la actual población de las zonas urbanas deprimidas
como un elemento natural de su entorno físico. El término «pionero urbano»
es, por lo tanto, tan arrogante como la noción original de «pioneros», en la me-
dida en que sugiere la existencia de una ciudad que aún no está habitada; al
igual que los nativos americanos, la clase trabajadora urbana es considerada
como menos que social, una parte del ambiente físico. Turner fue explícito en
relación con esto cuando denominó a la frontera como «el punto de encuen-
tro entre lo salvaje y la civilización», y aunque en las décadas de 1970 y 1980
el vocabulario de frontera de la gentrificación rara vez ha sido tan explícito,
trató a la población de las zonas urbanas deprimidas de un modo muy similar
(Stratton, 1977).

Los paralelismos van aún más lejos. Para Turner, el progreso geográfico
de la línea de frontera hacia el Oeste estaba vinculado a la forja del «espíritu
nacional». Una esperanza igualmente espiritual se expresa en la autopro-
paganda [boosterism] que presenta la gentrificación como la vanguardia del
renacimiento urbano; en el escenario más extremo, se espera que los nuevos
pioneros urbanos hagan lo mismo que hicieron los antiguos pioneros con-
tra el desfallecimiento del espíritu nacional: que lideren la nación hacia un
mundo nuevo donde los problemas del viejo mundo queden atrás.
20 La nueva frontera urbana

En palabras de una publicación federal, la apelación de la gentrificación a la


historia reside en la «necesidad psicológica de re-experimentar hechos del
pasado debido a las decepciones de años recientes: Vietnam, el Watergate, la
crisis energética, la contaminación, la inflación, las elevadas tasas de interés
y otras cuestiones por el estilo» (Advisory Council on Historic Preservation,
1980). De ahí, y como veremos a continuación, que haya un corto camino
entre el fracaso del liberalismo y la ciudad revanchista de la década de 1990.

Todavía nadie ha propuesto seriamente que veamos a James Rouse (el


promotor inmobiliario responsable de galerías comerciales turísticas tan in-
accesibles como Inner Harbor en Baltimore, South Street Seaport en Nueva
York o Fanueil Hall en Boston) como el John Wayne de la gentrificación, pero
en la medida en que dichos proyectos sirven para anclar la gentrificación de
muchas zonas céntricas, la propuesta está bastante de acuerdo con el dis-
curso de la frontera. Finalmente, y esta es la conclusión más importante, el
discurso de la frontera ha servido para racionalizar y legitimar un proceso
de conquista, ya sea en el Oeste de los siglos XVIII y XIX, ya en las zonas
urbanas deprimidas de finales del siglo XX.

El efecto de Turner sobre la historia occidental es todavía monumental,


y aún hoy es difícil escapar de la guía que él tallara para la historia de la pa-
tria. Y sin embargo, una nueva generación de historiadores «revisionistas»
ha comenzado a reescribir la historia de la frontera. En su valoración de las
historias hollywoodenses del Oeste, Patricia Nelson Limerick ha intuido la
reapropiación urbana contemporánea de la cuestión de la frontera:

Si Hollywood quisiera captar el centro emocional de la historia occidental, sus pe-


lículas serían sobre el mercado inmobiliario. John Wayne no hubiera sido ni un
pistolero ni un comisario, sino un agrimensor, un especulador o un abogado. Los
enfrentamientos tendrían lugar en las oficinas de las inmobiliarias o en los juzgados;
las armas serían escrituras y demandas, no pistolas. (Limerick, 1987: 55)

Ahora bien, esto podría parecer una concepción demasiado nacionalista del
proceso de gentrificación. De hecho, la gentrificación es un proceso profun-
damente internacional, que ha surgido de forma amplia en las ciudades de
Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Europa, y más esporádicamente en Ja-
pón, Sudáfrica y Brasil. En Praga o Sydney, y si vamos al caso en Toronto, el
lenguaje de la frontera no es un lubricante ideológico tan automático de la
Prefacio 21

gentrificación como en Estados Unidos: la mitología de la frontera, aplicada


a la ciudad de fin-de-siècle, parecería ser una creación claramente norteame-
ricana. Pero aunque no cabe duda de que la mitología de la frontera está
presente de un modo más visceral en Estados Unidos, aun así la experiencia
original de la frontera no es simplemente una mercancía norteamericana. En
primer lugar, ha constituido una visión intensamente real del Nuevo Mun-
do, y esto tanto para los potenciales inmigrantes de Escandinavia o Sicilia
como para los alemanes o los chinos que vivían en la ciudad de Kansas o en
San Francisco. Pero, en segundo lugar, otros puestos fronterizos coloniales
de Europa —el interior de Australia o Kenya, la «frontera noroeste» de Ca-
nadá o India y Pakistán, por ejemplo— han compartido elixires de frontera y
clase, raza y geografía, diferentes pero igualmente poderosos, que los dejan
a merced de ideologías paralelas. Y, finalmente, el motivo de la frontera ha
surgido, en cualquier caso, en situaciones no norteamericanas.

De una forma más notable, tal vez, la frontera surge en Londres como
aquello que se ha dado a conocer como las «líneas de frente». Después de los
enfrentamientos entre policía y jóvenes afro-caribeños, así como asiáticos y
blancos, en Londres (pero también en otras ciudades británicas), a lo largo
de la década de 1980, se demarcó una línea territorial en torno a distintos
barrios. En la década de 1970, estas líneas de frente, como All Saints Road
en Kensington y Chelsea (Bailey, 1990) o aquéllas en Notting Hill o Brixton,
constituían al mismo tiempo tanto defensas contra las incursiones policiales
como «cabezas de playa» estratégicas para la policía.

En la década de 1980, se transformaron rápidamente en líneas antigen-


trificación. Sir Kenneth Newman, ex–comisario de la Policía Metropolita-
na, presentó la dimensión policial de esta estrategia de frentes a comienzos
de los años ochenta, y explicó su propósito en una conferencia brindada al
ala derecha del Grupo Atlántico Europeo [European Atlantic Group]. Citan-
do el «crecimiento de las comunidades multiétnicas», como responsable de
producir una «clase marginada», Newman anticipó «crimen y desorden», e
identificó en Londres once «lugares simbólicos», incluidas las líneas de fren-
te, donde sería necesario aplicar tácticas especiales. Para cada lugar, «había
una plan de emergencia para permitir que la policía ocupara rápidamente la
zona y ejerciera el control» (citado en Rose, 1989).

El motivo de la frontera ha sido absolutamente literal en la espuma cultu-


ral de la vida cotidiana de Londres. Con tanto entusiasmo como en cualquier
otro lugar de Estados Unidos, el «vaquero urbano» se ha convertido en un
22 La nueva frontera urbana

estilo de culto para algunos. «Sí, es mediodía en todo Londres», dice Ro-
bert Yates (1992), «y los fanáticos del Lejano Oeste se están colocando sus
sombreros de vaquero, están ensillando sus caballos y haciéndonos creer
que Tower Bridge es Texas». En Copenhague, en mayo de 1993, se abre el
«Wild West Bar» en un barrio gentrificado donde poco antes seis mani-
festantes fueron disparados por la policía en un disturbio que siguió a la
votación danesa a favor del Tratado de Maastricht de la Unión Europea.
Desde Sydney hasta Budapest, los bares ambientados al estilo del Lejano
Oeste y otros símbolos de frontera sirven de guión y adorno a la gentrifi-
cación de los centros urbanos. Y, por supuesto, el motivo suele ostentar un
apodo local característico, tal y como sucede con la temática del imperio en
Londres, donde los gentrificadores se convirtieron en «el nuevo Raj» (M.
Williams, 1982) y la «Frontera Noroeste» adopta un significado simbólico
y político completamente nuevo (véase también Wright, 1985: 216-248). En
esta versión, el internacionalismo de la gentrificación es admitido de un
modo más directo.

Tal y como sucede con toda ideología, existe una base real, si bien parcial y
distorsionada, en el tratamiento de la gentrificación como una nueva frontera
urbana. La frontera representa una evocadora combinación de los avances
económicos, geográficos e históricos y sin embargo el individualismo social
asociado a este destino es, en gran medida, un mito. La frontera de Turner se
extendió hacia el Oeste no tanto por pioneros solitarios, colonos y duros indi-
vidualistas, como por bancos, ferrocarriles, el Estado y otras fuentes colectivas
de capital (Swierenga, 1968; Limerick, 1987). En este periodo, la expansión
económica fue realizada, en gran medida, a través de la expansión geográfica
a escala continental.

Hoy en día, todavía resiste el vínculo entre la expansión económica y la


expansión geográfica, otorgando potencia al imaginario de la frontera; pero
la forma que dicha conexión adopta es muy diferente. En la actualidad, la
expansión económica ya no tiene lugar exclusivamente a través de una expan-
sión geográfica absoluta sino que implica más bien una diferenciación interna
de espacios ya desarrollados. A escala urbana, aquí reside la importancia de
la gentrificación en relación con la suburbanización. La producción del espa-
cio en general, y la gentrificación en particular, son ejemplos de este tipo de
desarrollo desigual endémico a las sociedades capitalistas. En gran medida,
al igual que una frontera real, la frontera de la gentrificación avanza no tanto
a través de la acción de pioneros intrépidos como a través de las acciones
de los dueños colectivos del capital. Allí donde avanzan valientemente estos
Prefacio 23

pioneros urbanos, por lo general los bancos, los promotores inmobiliarios, los
prestamistas a gran y pequeña escala, las cadenas de distribución y el Estado
han llegado antes.

En el contexto de la así denominada globalización, tanto los capitales na-


cionales como los internacionales se enfrentan a una «frontera» global propia
que subsume la frontera de la gentrificación. Esta conexión entre diferentes
escalas espaciales y la centralidad del desarrollo urbano para la expansión na-
cional e internacional estaban sumamente claras en el entusiasta lenguaje de
los partidarios de las Zonas Empresariales urbanas, una idea promovida por
los gobiernos de Thatcher y Reagan en la década de 1980, así como una pieza
central de las estrategias de privatización urbana de los años noventa. Tal y
como señala Stuart Butler (un economista británico que trabaja para el grupo
asesor de extrema derecha, la Heritage Foundation), en este diagnóstico del
malestar urbano, la transformación de las zonas urbanas deprimidas en una
frontera no constituye un accidente y el imaginario es algo más que un conve-
niente vehículo ideológico. Como en el Oeste del siglo XIX, la construcción de
la nueva frontera urbana de fin de siglo es una estrategia geográfica y política
de reconquista económica:

Podría argumentarse que, al menos, parte del problema que afrontan muchas zonas
urbanas en la actualidad radica en nuestro fracaso a la hora de aplicar el mecanis-
mo explicado por Turner (el desarrollo y la innovación local permanente de nuevas
ideas) en la «frontera» de las zonas urbanas deprimidas […] Los partidarios de las
Zonas Empresariales tratan de generar un clima en el que el proceso de frontera
pueda ser tolerado dentro de la ciudad. (Butler, 1981: 3)

***

Este libro está dividido en cuatro partes. La parte introductoria establece el


marco para los conflictos sociales, políticos y económicos que vienen gene-
rados por la gentrificación. El primer capítulo se concentra en la lucha por
el Tompkins Square Park del Lower East Side de Nueva York, y pone de relieve
de qué modo una de las luchas anti-gentrificación más intensas de la década
de 1980 transformó este barrio en una nueva frontera urbana. El segundo
capítulo ofrece una breve historia de la gentrificación así como un estudio
de los actuales debates, y postula el argumento clave de que, en la déca-
da de 1990, la continua gentrificación contribuye a aquello que denomino
24 La nueva frontera urbana

«ciudad revanchista». La Primera Parte reconstruye diversas corrientes teó-


ricas que ayudan a explicar la gentrificación. El capítulo 3 se centra en el
mercado inmobiliario y en la escala local, mientras que el capítulo 4 tiene un
enfoque explícitamente global y trabaja sobre argumentos económicos más
generales acerca del desarrollo desigual. El capítulo 5 analiza algunos de los
argumentos que conectan la gentrificación con la reestructuración social de
clase y género. Haciendo uso de estudios de caso sobre Filadelfia, Harlem,
Budapest, Ámsterdam y París, la Segunda Parte intenta mostrar la fluida in-
terconexión que existe entre los cambios globales de la economía social y la
intrincada miríada de instancias locales gentrificadoras. Destaco aquí el papel
del Estado y el carácter catch-221 del proceso para los residentes de clase tra-
bajadora, así como los distintos contornos de la gentrificación en las diferentes
ciudades y décadas. La Tercera Parte intenta poner patas arriba la cuestión
de la frontera. Cuando se realiza un rastreo de la frontera de la gentrificación,
se puede mostrar el núcleo de la difícil geografía económica en torno al cual se
construye la apologética concepción cultural de los pioneros. El último capítulo
sostiene que el emergente urbanismo revanchista de la ciudad del final del mi-
lenio, especialmente en Estados Unidos, encarna una perversidad vengativa
y reaccionaria dirigida contra distintas poblaciones acusadas de «robar» la
ciudad a las clases altas blancas. Lejos de constituir una aberración de los años
ochenta, la gentrificación ha resurgido como parte de este creciente revanchis-
mo, en un esfuerzo por retomar el control de la ciudad.

***

En retrospectiva, supongo que la primera vez que observé un proceso de


gentrificación fue en 1972, cuando en el verano trabajaba en una oficina de se-
guros de la calle Rose, en Edimburgo. Cada mañana cogía el autobús 79 desde
Dalkeith y caminaba la mitad de la distancia de la calle Rose hasta la oficina.
La calle Rose es una calle secundaria de la majestuosa calle Princes; tenía
una gran reputación como lugar de entretenimiento nocturno con algunos
pubs tradicionales y muchas más tabernas lúgubres e incluso un par de
burdeles, aunque se rumoreaba que éstos se habían esfumado hacia la calle
Danube a comienzos de la década de 1970. Era el lugar para ir de bar en bar
tomando copas. Mi oficina estaba encima de un bar llamado The Galloping

1 Catch-22 hace referencia a una situación problemática cuya única solución es inviable por las
circunstancias o las normas que la rigen; esta expresión critica también formas burocráticas de
operar y razonar. Proviene de la novela satírica Catch-22 del estadounidense Joseph Heller (1961).
[N. de E.]
Prefacio 25

Major, que no tenía la decoración de mala calidad o el serrín en el suelo


de los bares de antes. Este bar era nuevo. Servía almuerzos bastante ape-
titosos acompañados con ensalada, todavía una novedad en la mayoría
de los bares escoceses de aquella época. Después de unos días comencé a
notar que otros bares se habían «modernizado»; había un par de restau-
rantes nuevos, demasiado caros para mí, aunque, de todos modos, no es
que comiera mucho en restaurantes. La angosta calle Rose siempre estaba
atascada por el tráfico debido a las obras, ya que siempre había algún piso
en remodelación.

No pensé mucho acerca de esto en aquel momento, y sólo algunos años


más tarde, en Filadelfia, cuando ya había visto algo de teoría urbana como
estudiante de geografía, comencé a darme cuenta de que estaba observando
no solo un patrón sino un patrón dramático. Toda la teoría urbana que cono-
cía —que no era demasiada, eso seguro— me decía que no se estaban dando
estos procesos de «gentrificación». Sin embargo, ahí estaba; en Filadelfia y en
Edimburgo. ¿Qué estaba pasando? En los años que todavía quedaban de la
década de 1970 tuve muchas experiencias similares. Escuché y amé la canción
de Randy Newman, Burn on Big River, una mordaz protesta ambiental, pero
cuando llegué a Cleveland en 1977, la escena de los bares en The Flats, al
lado del río Cuyahoga, ya estaba comenzando a atraer a algunos yuppies, y
estudiantes como yo, así como también a algunos Ángeles del Infierno y a los
últimos trabajadores del puerto. Creí saber lo que se avecinaba. Le aposté a
una incrédula amiga de Cleveland que en diez años la ciudad atravesaría un
importante proceso de gentrificación; aunque ella nunca la pagó, se vio obli-
gada a admitir que había perdido mucho tiempo antes de que transcurrieran
esos diez años.

Los ensayos de este libro consideran una amplia variedad de experiencias


de gentrificación, pero están más basados en Estados Unidos que en cualquier
otro lugar. En efecto, tres o cuatro capítulos (especialmente los argumentos fi-
nales que discuten acerca de la oposición política y cultural a la gentrificación)
están fundados en mis experiencias y mi investigación en la ciudad de Nueva
York. Esto sugiere, obviamente, preguntas acerca de la aplicabilidad de estos
argumentos a otros contextos. Si bien acepto la advertencia de que se obtienen
experiencias de gentrificación radicalmente diferentes en diferentes contextos
nacionales, regionales, urbanos e incluso barriales, sostengo también que a
través de la mayoría de los procesos de gentrificación se tensa una trama de
hilos comunes. Es mucho lo que puede aprenderse de la experiencia de Nueva
York, y hay mucho en Nueva York que resuena en otros lugares. Cuando Lou
26 La nueva frontera urbana

Reed cantó Meet You in Tompkins Square (en su álbum New York), transformó
las violentas luchas en torno al parque del Lower East Side en un símbolo
internacional reconocible de forma instantánea para muchas personas de la
emergente «ciudad revanchista».

Muchos de los capítulos de este libro constituyen versiones revisadas y


editadas de ensayos que he publicado previamente, por lo que mi primera
deuda corresponde a mis co-autores. Estoy especialmente agradecido a Ri-
chard Schaffer, con quien trabajé en la investigación inicial de Harlem en el
capítulo 7, y a Laura Reid y Betsy Duncan, quienes escribieron conmigo una
primera versión del capítulo 8. También debería agradecer una beca de la
Fundación Nacional de Ciencia no. SE-87-13043 que financió la investiga-
ción del capítulo 9.

Son muchas las personas que han comentado diferentes aspectos de este
trabajo y han contribuido al mismo de distintas formas. La siguiente lista es
muy parcial y pido disculpas a aquéllos que inevitablemente he olvidado en
la reconstrucción de esta historia: Rosalyn Deutsche, Benno Engels, Susan
Fainstein, David Harvey, Kurt Hollander, Ron Horvath, Andrea Katz, Hal
Kendig, Les Kilmartin, Larry Knopp, Mickey Lauria, Shella Moore, Damaris
Rose, Chris Tolouse, Michael Sorkin, Ida Susser, Leyla Vural, Peter Williams,
Sharon Zukin. Son muchas también las personas que me han introducido con
entusiasmo en los procesos de gentrificación de sus respectivas ciudades y
que me han ayudado a ampliar mi propia perspectiva: Benno Engels, Ron
Horvath, Janelle Allison, Ruth Fincher, Mike Webber, Blair Badcock, Judit
Timár, Viola Zentai, Zoltan Kovács, Ed Soja, Helga Leitner, Eric Sheppard,
Jan van Weesep, John Ploger, Ane Haila, Alan Pred, Eric Clark, Ken y Karen
Olwig, Steen Folk.

Le estoy agradecido a Mark Siegel, que dibujó los mapas e hizo el trabajo
gráfico, y a Ruthie Gilmore, Marla Emory, Annie Zeidman, y especialmente a
Tamar Rothenberg, quienes brindaron una excelente ayuda a la investigación
en diferentes etapas. Cualquier coherencia que el libro pueda tener se debe,
en gran medida, a ellas.

Muchas son también las personas que han sido especialmente impor-
tantes en mi investigación acerca de la gentrificación. En la primera eta-
pa, Roman Cybriwsky fue muy generoso en tiempo, ideas y apoyo, y esa
generosidad ha seguido con su donación a la impresión de este libro.
Briavel Holcomb ha sido una colega igualmente generosa y colaboradora,
Prefacio 27

acercándome siempre materiales que han resultado de mi interés —incluidas


copias confidenciales de cartas de recomendación de algunos de mis primeros
trabajos. Bob Beauregard ha encontrado también la manera de comprometer-
se de forma profunda, incluso cuando no estaba de acuerdo; junto con Bob
Lake y Susan Fainstein, Bob Beauredard ha sido el más colega de los colegas.

Eric Clark ha sido un firme crítico al igual que un gran apoyo; he aprendi-
do mucho de los debates que he sostenido con él, y esto tanto en papel como
en persona; me he aprovechado mucho de su generosidad. Jan van Weesep
me invitó a Utrecht en 1990, y de ese modo me brindó el tiempo y el espacio
para comenzar a pensar sobre la gentrificación en un contexto más amplio.
Pero no antes de que organizara la conferencia de dos días sobre «La gentrifi-
cación europea»; después me prestó rápidamente su coche para que pudiéra-
mos explorar los Polders (donde no hay gentrificación) y escapar de la agenda
europea de la gentrificación, librándose él de mi insistencia en una visión ex-
clusivamente global. Un intercambio justo no es un robo. Chris Hamnet, que
llegó a Utrecht junto con los primeros aguaceros de un huracán, desde hace
tiempo es un gran amigo y un antagonista sin piedad sin el cual las discusio-
nes sobre la gentrificación hubieran sido mucho más banales.

Debo mostrar un especial agradecimiento a Joe Doherty. En un momento


particularmente voluble de mi educación tuve la entusiasta idea de estudiar
la difusión de las nuevas tecnologías de los silos del Medio Oeste, y sin la guía
gentil y paciente de Joe acerca de que la gentrificación era algo con lo que
podría lidiar, me hubiera convertido en un geógrafo bucólico. En el mismo
contexto, también debo agradecer al empleado del Departamento de Agri-
cultura norteamericano (cuyo nombre he olvidado) que nunca contestó a mis
cartas pidiendo información, haciendo que los consejos de Joe fueran aun más
persuasivos. También fue Joe quien me alertó acerca del papel de Ruth Glass
al acuñar el término «gentrificación».

Rick Schroeder, Do Hodgson, Tim Brennan, David Harvey, Haydee Sal-


mun, Delina Eva Harvey, Ruthie Gilmore, Craig Gilmore, Salie Marston son
amigos cuya influencia, apoyo y camaradería trascienden cualquier preocu-
pación sobre la gentrificación. De todos modos, me recuerdan que existe vida
más allá de la gentrificación, aunque no siempre esté tan seguro.

En el mismo lapso de tiempo en el que estudiaba la gentrificación conocí


a Cindy Katz. Desde el día en el que la policía de la ciudad de Nueva York
desalojó violentamente a las personas sin hogar del Tompkins Square Park por
28 La nueva frontera urbana

primera vez, el día más frío de diciembre de 1989, Cindy y la gentrificación


quedaron entrelazadas en mi vida. Junto a ella me encantaría ver un mundo
sin gentrificación, y un mundo sin toda la explotación económica y política que
hace posible la gentrificación: las tramas personales de una nueva política.

Finalmente, el viaje que emprendí desde Dalkeith a Filadelfia en 1974 fue


en gran medida un viaje de abandono del hogar. Con este libro tal vez pueda
devolver algo. Sospecho que Dalkeith no se está enfrentando a procesos de
gentrificación, pero la mayoría de las personas de Dalkeith reconocerán con
gran facilidad las políticas generales de la gentrificación. Por ello, me gustaría
dedicarle este libro a mi madre y a mi padre, Nancy y Ron Smith, quienes se
aseguraron no sólo de que obtuviera una educación que me permitiera salir
adelante, sino de que además se tratara de una educación política. Sé que esta-
rán honrados de compartir la dedicatoria junto con todos aquéllos que luchan
contra la gentrificación en todo el mundo.

***

Muchos capítulos de este libro constituyen versiones revisadas, actualiza-


das y editadas de artículos que vieron la luz, por primera vez, en otras pu-
blicaciones. Se recogen aquí con permiso de los editores. El capítulo 1 es
una adaptación actualizada de dos ensayos: «Tompkins Square: riotsrents
and redskins», Portable Lower East Side, núm. 6 (1989), editada por Kurt Ho-
llander; y «New city, new frontier: the Lower East Side as Wild West», en
Michael Sorkin (ed.) Variations on a Theme Park: The New American City and the
End of Public Space, Nueva York, Hill and Wang (1992). El capítulo 3 es una
revisión de «Toward a theory of gentrification: a back to the city movement
by capital not people», Journal of the American Planning Association, núm. 45
(1979). Una versión preliminar del capítulo 4 fue publicada como «Gentri-
fication and uneven development», Economic Geography, núm. 58 (1982). El
capítulo 5 fue desarrollado a partir de «Of yuppies and housing: gentrifica-
tion, social restructuring and the urban dream», Environment and Planning,
núm. 5 (1987). El capítulo 6 apareció originalmente como «Gentrification
and capital: theory, practice and ideology in Society Hill», Antipode, vol. 11,
núm. 3 (1979).

Escribí la versión preliminar del capítulo 7 con Richard Schaffer: «The


gentrification of Harlem?», Annals of the Association of American Geogra-
phers, núm. 76 (1986). El capítulo 9 tuvo como punto de partida el artículo
«From disinvestment to reinvestment: tax arrears and turning points in the
4. Argumentos globales.
Desarrollo desigual

La gentrificación se produce en los mercados inmobiliarios locales, y por


este motivo en el capítulo anterior intenté comenzar el análisis del proceso
principalmente a escala local. La teoría de la diferencia potencial de renta
pone de manifiesto la relación entre las parcelas y los edificios individuales y
las dinámicas a escala de vecindario en los mercados de vivienda y suelo; esta
teoría supone un conocimiento de los actores específicos de estos mercados
y se refiere a la historia de la inversión y la desinversión a escala de barrio.
Pero, además de estas dinámicas locales, la gentrificación representa una im-
portante transformación histórica y geográfica de los patrones asumidos de
crecimiento urbano, que está íntimamente vinculada a un contexto de cambio
político y económico más amplio. La gentrificación tiene lugar en ciudades
de al menos tres continentes, y está estrechamente conectada con lo que en la
década de 1980 comenzó a ser concebido como «globalización». Necesitamos,
entonces, abordar la gentrificación también desde el otro lado, desde su posi-
ción en la economía global. La mejor manera de conseguirlo es, tal vez, tratar
de entender la gentrificación en términos de «desarrollo desigual» dentro de
las economías globales y nacionales.

Tener una visión más amplia de la gentrificación reviste importancia por-


que ayuda a abordar una cuestión central en el debate público y académico
sobre la transformación urbana. ¿Cuán significativa es la gentrificación en la
producción del paisaje urbano? Para algunos, la gentrificación es un proceso lo-
calizado y a pequeña escala que, si bien puede ser simbólicamente importante,

137
138 La nueva frontera urbana

es meramente pasajero y de escasa trascendencia a largo plazo. La gentrifica-


ción es una excepción efímera. Ésta es la postura que, por ejemplo, el destaca-
do geógrafo urbano Brian Berry ha asumido de forma sistemática: la gentrifi-
cación, señala, debería ser vista como pequeñas «islas de renovación en mares
de decadencia» (Berry, 1973, 1980, 1985). Si el surgimiento de la gentrificación
en la década de 1980 mantuvo, de alguna manera, a raya esta postura «ex-
cepcionalista», se trata de la misma posición rápidamente adoptada por los
profesionales inmobiliarios de Estados Unidos a finales de la década de 1980
y de Europa en las postrimerías del auge económico de esa misma década.
El razonamiento aquí es que los factores particulares que se han combinado
para promover la gentrificación son, en sí mismos, meramente temporales:
el elevado coste de las viviendas suburbanas, el bajo porcentaje de viviendas
disponibles, los cambios en el estilo de vida de la generación de postguerra y
los hábitos de consumo de los yuppies que no presentan transformaciones a
largo plazo; cuando dejen de actuar la gentrificación también cesará.

Otros analistas urbanos han visto en la gentrificación, por el contrario, una


transformación urbana a largo plazo. Desde este punto de vista, la gentrifica-
ción puede considerarse como sólo una parte de una «revitalización» más am-
plia de la ciudad, una recentralización de específicas actividades urbanas por
encima y en oposición a los suburbios. Ésta viene siendo elogiada como parte
de una recentralización espontánea de los servicios, las forma de ocio y las
oportunidades laborales, así como las viviendas de la elite. En las interpreta-
ciones más optimistas, la gentrificación es considerada como parte de un cam-
bio económico más amplio y de un movimiento social que tiene el potencial
para revertir el deterioro histórico de los centros urbanos (véase, por ejemplo,
Laska y Spain, 1980). De todos modos, cualquiera que sea la visión optimista,
esta esperanza de un futuro gentrificado rara vez se encuentra basada de forma
explícita en una perspectiva de explicación más amplia. Su fundamento, que
reside en una suerte de optimismo, más que en la teoría, alcanzó su punto más
alto cuando uno de sus más famosos adherentes, Jimmy Carter, seleccionó
el sur del Bronx como símbolo de una situación de deterioro que podía ser
revertida; más que el conocimiento o la comprensión, fueron la esperanza y la
creencia en los beneficiosos efectos de la gentrificación a largo plazo, los que
motivaron la estancia del presidente Carter en el sur del Bronx y gran parte de
la malograda Política Urbana Nacional que la siguió.

Aunque en el caso de esta visión optimista, las teorías acerca de la gentrifi-


cación están más basadas en presupuestos que en explicaciones, hay algo que
sigue resultando sorprendente. Las pretendidas causas de esta transformación
Argumentos globales. Desarrollo desigual 139

son verdaderamente muy similares a las de la postura «excepcionalista», y


esto a pesar de que parecen explicar resultados opuestos. Ambas consideran
que el cambio urbano viene impulsado por factores vinculados al consu-
mo; la discusión versa simplemente sobre el alcance de los posibles cambios
en las opciones de consumo. ¿Cómo puede una teoría urbana consistente
llevar a conclusiones directamente opuestas? Berry está seguramente en lo
correcto al defender que los optimistas, en su entusiasmo por un desarrollo
aparentemente nuevo, han ignorado o infravalorado el consejo de teorías
sólidas y probadas. Pero como vimos en el último capítulo, la propia pos-
tura de Berry no deja de ser problemática. Consistentemente apoyada en
las teorías económicas urbanas tradicionales, la explicación voluntarista de
Berry le lleva a desestimar el alcance y la trascendencia de la gentrificación.
Recuerden que para Berry, la gentrificación es el resultado de una «reestruc-
turación de los incentivos», un proceso que admite como posible, pero que
implica una visión cívica audaz. De hecho, Berry sostiene (pp. 108 y 109,
supra) que un cambio de tal magnitud en los incentivos y, por lo tanto, en los
patrones de consumo sólo se puede producir si se modifica la estructura de
restricciones: «Los marcados cambios que siguieron a la Gran Depresión y
a la Segunda Guerra Mundial» generaron tal transformación, sugiere Berry;
sólo si ocurriera algo a una escala similar la gentrificación podría volverse
significativa. Estos profundos cambios representaban «respuestas a crisis de
importancia, ya que es sólo en una atmósfera de crisis cuando un liderazgo
progresista puede prevalecer sobre las normales inercias de la política, para
las cuales existe un objetivo infalible para el mínimo común denominador.
Nada menos que una crisis equivalente», sugirió Berry en 1980, haría «posi-
ble que se diera la necesaria e importante revitalización de las zonas urbanas
deprimidas» (Berry, 1980: 27-28).

Con una mirada retrospectiva, hacia 1980 nos estábamos adentrando ya en


una crisis semejante —ya no sólo a nivel nacional sino también internacional,
y tanto en el ámbito residencial como a lo largo y ancho de toda la economía—
y esta crisis comenzó, efectivamente, a generar mucho más que una simple
reestructuración de «precios» e «incentivos» (Harris, 1980a; Massey y Mee-
gan, 1978). Pero crisis y reestructuración no son «factores» exógenos o des-
viaciones accidentales del equilibrio, tal y como generalmente presupone la
teoría neoclásica. Las crisis económicas son eventos históricos concretos, que
además de producir nuevas situaciones y relaciones sociales, desarrollan en
un breve periodo una serie de tendencias que ya estaban implícitas en la eco-
nomía (Harman, 1981; Harvey, 1982). En pocas palabras, desde la década de
1970 se ha puesto en marcha una fuerte reestructuración del espacio urbano,
140 La nueva frontera urbana

y al mismo tiempo que esta reestructuración implica ciertamente «factores»


tales como el baby boom, los aumentos de los precios de la energía y del coste
de la vivienda nueva, sus raíces y su impulso derivan de una serie de proce-
sos más profundos y muy específicos, y a los que podemos hacer referencia
como un desarrollo desigual. A escala urbana, la gentrificación representa la
vanguardia de este proceso.

Desarrollo desigual a escala urbana

Por desarrollo desigual suele entenderse la obvia evidencia de que el de-


sarrollo social no ocurre en todas partes ni con la misma velocidad ni en la
misma dirección. Tan obvia apreciación apenas merecería ser mencionada y
mucho menos ser examinada con el rigor con el que lo ha sido. Más bien, el
desarrollo desigual debería ser concebido como un proceso bastante espe-
cífico que tiene lugar exclusivamente en las sociedades capitalistas y que se
encuentra directamente enraizado en las relaciones sociales fundamentales
de este modo de producción. Sin lugar a dudas, el desarrollo social en otros
modos de producción también puede ser desigual, pero lo es por razones
muy diferentes, tiene una trascendencia social distinta y da como resultado
paisajes geográficos también diferentes. La geografía de las ciudades mer-
cado feudales es diferente en todo a la de las metrópolis contemporáneas.
En el capitalismo, la relación entre zonas desarrolladas y subdesarrolladas
constituye la manifestación más obvia e importante del desarrollo desigual,
y esto ocurre no sólo a escala internacional sino también a escala regional
y urbana (Soja, 1980). A diferentes escalas espaciales, el capital se mueve
geográficamente por razones diferentes pero paralelas, y es este paralelis-
mo de propósito y de estructura lo que engendra una desigualdad espacial
similar a diversas escalas. Aquí sólo es posible realizar un bosquejo parcial
de la racionalidad económica del desarrollo desigual, y de un modo muy
sintético (N. Smith, 1984). Voy a considerar tres aspectos centrales del desa-
rrollo desigual, y a partir de su análisis en forma secuencial, espero lograr
construir un marco teórico. En cada paso, incluiré la gentrificación dentro
del análisis, proveyendo de ese modo una ilustración para la teoría del de-
sarrollo desigual, así como también un marco teórico más amplio dentro del
cual se pueda entender la gentrificación.
Argumentos globales. Desarrollo desigual 141

Tendencias hacia la diferenciación y hacia la igualación

Existen dos tendencias contradictorias, inherentes a la estructura del capi-


talismo, que se orientan, por un lado, hacia la igualación de las condiciones
y niveles de desarrollo y, por el otro, hacia su diferenciación. La tendencia
hacia la igualación surge de la necesidad más básica de expansión econó-
mica en la sociedad capitalista: los capitalistas individuales y las empresas
sólo pueden sobrevivir mediante la obtención de una ganancia, pero en una
economía gobernada por la competencia entre distintas empresas, la super-
vivencia requiere de la expansión —la acumulación de cantidades cada vez
mayores de capital. A nivel de la economía nacional o mundial, esto se tra-
duce en la necesidad de un crecimiento económico permanente; cuando di-
cho crecimiento no tiene lugar, el sistema entra en crisis. La expansión eco-
nómica viene impulsada a partir de la incorporación de una cantidad cada
vez mayor de trabajadores al trabajo asalariado y al consumo productivo,
de la localización y explotación de mayores cantidades de materias primas
y del desarrollo de medios de transporte que provean un acceso más barato
y rápido a las materias primas y a los mercados.

En síntesis, la expansión viene impulsada por la creación de una mayor


cantidad y variedad de mercancías, de su comercialización en el mercado y
de la reinversión de una parte de las ganancias en una mayor expansión de
la escala de las fuerzas productivas. Históricamente, la tierra se vió transfor-
mada en un medio de producción universal, y no existe rincón inmune a la
extracción de materias primas; ante los ojos del capital, la tierra, el mar, el
aire y el sustrato geológico son reducidos a un mero medio de producción
real o potencial, cada uno de ellos con una etiqueta de precio. Éste es el pro-
ceso que subyace detrás de la tendencia hacia una igualación de los niveles y
las condiciones de producción. Es así como una nueva planta automotriz en
Tokio es prácticamente igual a una planta automotriz en Essen o en Brasilia
y que, exceptuando algunos detalles superficiales, los paisajes suburbanos
de la clase media alta de Jardín en Sao Paulo se asemejan a los de Sydney o
San Francisco.
142 La nueva frontera urbana

Lámina 4.1. De la «axila de América» a la «Ciudad Encanto»: la reconstrucción de la zona ribereña


de Baltimore.

En términos de espacio geográfico, la expansión del capital y la igualación


de las condiciones y los niveles de desarrollo han resultado en el llamado
«encogimiento del mundo» [shrinking world] o en la «compresión del espacio-
tiempo» (Harvey, 1989). El capital opera con el fin de superar todas las barre-
ras espaciales a la expansión y para medir la distancia espacial a partir del
tiempo de transporte y comunicación. Este es el proceso que Marx caracterizó
con agudeza como «aniquilación del espacio por el tiempo».

El capital por naturaleza opera más allá de toda barrera espacial. De este modo la
creación de las condiciones físicas de intercambio, de los medios de comunicación y
de transporte, la aniquilación del espacio por el tiempo se convierte en una extraor-
dinaria necesidad para sí mismo […] En consecuencia, mientras el capital debe, por
un lado, esforzarse por derribar toda barrera espacial, a fin de lograr una íntima
relación, es decir, a fin de intercambiar y conquistar la tierra en su totalidad para
Argumentos globales. Desarrollo desigual 143

el mercado; por otro, se esfuerza en aniquilar el espacio en el tiempo, es decir, en


reducir al mínimo el tiempo utilizado en el movimiento de un lugar a otro. Cuanto
más se desarrolla el capital más extenso es, en consecuencia, el mercado sobre el
que circula, el cual a su vez forma la órbita espacial de su circulación y más se es-
fuerza simultáneamente por crear una mayor extensión del mercado y una mayor
aniquilación del espacio en el tiempo […] Aparece aquí la tendencia universalista
del capital, que lo distingue de todas las etapas previas de producción (Marx, 1973
edn.: 524, 539-40).

El correlato económico de este proceso universalizante es la tendencia hacia


una igualación en la tasa de ganancia (Marx, 1967 edn.: III, cap. 10). Ambas
tendencias se desarrollan en la circulación del capital pero expresan un proce-
so más profundo enraizado en la producción: la universalización del trabajo
abstracto y la consecuente hegemonía del «valor» sobre el intercambio social
(Harvey, 1982; Sohn-Rethel, 1978).

Para aquéllos que han seguido el desarrollo de la teoría urbana en las


décadas recientes, esta tendencia hacia la igualación, tal y como opera a es-
cala urbana, tiene un viso familiar. Pero antes de examinar la escala urbana
en sí misma, es necesario observar el proceso correlativo de diferenciación.
La diferenciación de los niveles y las condiciones de desarrollo no emana de
un único foco sino que se produce a lo largo de una serie de ejes. En primer
lugar, el capitalismo contemporáneo ha heredado claramente un entorno que
está diferenciado según características naturales. En las sociedades más an-
tiguas, esta base natural de diferenciación constituía un ingrediente funda-
mental del desarrollo social desigual que en ellas tenía lugar. Por citar sólo un
ejemplo, se desarrollaron divisiones regionales del trabajo, basadas en la di-
ferenciada disponibilidad de materias naturales: textiles en los lugares don-
de las ovejas podían pastar y se disponía de energía hidráulica; hierro y acero
allí donde el carbón y el mineral de hierro estaban disponibles; pueblos en
los lugares en los que había puertos naturales y así sucesivamente. Éste, por
supuesto, era el sustrato material de la geografía comercial y regional tradi-
cional y, en parte, era la base de la tradición descriptiva de la «diferenciación
por áreas» en la investigación geográfica. Pero el avanzado desarrollo del ca-
pitalismo ha traído consigo una cierta emancipación de la naturaleza y de las
limitaciones naturales. «Cualquiera que sea su importancia, las diferencias
naturales de las condiciones de producción», escribió Nikolái Bujarin, «pa-
san cada vez más a un plano secundario en relación con las diferencias que
hace nacer el crecimiento desigual de las fuerzas productivas» (1972 edn.: 20;
144 La nueva frontera urbana

ed. cast.: 4). De este modo, la diferenciación geográfica contemporánea, aun-


que conserva vestigios profundamente entrelazados con modelos de diferen-
ciación previos, basados en la naturaleza, viene impulsada cada vez más por
una dinámica social fundamental que emana de la estructura del capitalismo.

Esta dinámica supone la progresiva división del trabajo en diferentes esca-


las, la centralización espacial del capital en ciertos lugares a expensas de otros,
la evolución de un patrón de tarifas salariales espacialmente diferenciado, el
desarrollo de unos patrones de rentas del suelo que son marcadamente desigua-
les en el espacio, las diferencias de clase y así sucesivamente. Sería una tarea
colosal tratar de llevar a cabo una disección general de las complejidades de
cada uno de estos procesos y relaciones que contribuyen a acentuar la tenden-
cia hacia la diferenciación geográfica. En cualquier caso, estos procesos y re-
laciones adquieren una trascendencia radicalmente diferente según la escala
que se tenga en cuenta. Los niveles salariales constituyen, por ejemplo, uno de
los factores determinantes más importantes del desarrollo desigual a escala
internacional y regional, pero yo diría que a escala urbana son relativamente
poco importantes. Explicar en detalle la dinámica general de la diferenciación,
sigue siendo uno de los obstáculos que supone mayores desafíos para la cons-
trucción de una teoría general del desarrollo desigual y no es el objeto de este
estudio. Aquí nos limitamos, en cambio, a una discusión acerca de la escala
urbana en la que el análisis de la diferenciación puede volverse concreto. El
punto esencial en esta etapa es, de todas formas, qué tendencia o serie de ten-
dencias operan en oposición a la igualación de las condiciones y los niveles de
desarrollo en una economía capitalista; y son las contradicciones entre éstas,
tal y como se manifiestan en la historia concreta, las que subyacen a los patro-
nes existentes de desarrollo desigual. Más que ninguna otra cosa, este proceso
de diferenciación, tal y como se contrapone a la igualación, es responsable
de la oposición entre regiones y naciones desarrolladas y subdesarrolladas,
así como de la oposición entre los suburbios y las zonas urbanas deprimidas.

En la cima del optimismo de la expansión de postguerra, Melvin Webber


(1963, 1964a, 1964b) desarrolló el concepto de «esfera urbana de no lugar»
[urban non-place realm]. Webber pensó que con el desarrollo de nuevas tecno-
logías, especialmente en materia de comunicaciones y transporte, muchas de
las viejas formas de diferencia y diversidad social iban a ser derribadas. Para
una cantidad de personas cada vez mayor, la proximidad económica y social
se había desenganchado de la proximidad espacial; a excepción de los pobres,
sostuvo Webber, los habitantes de las ciudades se habían liberado a sí mismos
de las restricciones de la territorialidad. El concepto de Webber de una «esfera
Argumentos globales. Desarrollo desigual 145

urbana de no lugar» recibió una amplia y elogiosa difusión, no sólo porque


su optimismo e idealismo estaban maravillosamente en sintonía con los tiem-
pos que transcurrían y porque parecía expresar la visión liberal en ascenso
de la planificación urbana profesional, sino también porque, aunque fuera
vagamente, expresó una tendencia real y concreta en el desarrollo urbano de
postguerra. Aquello que Webber captó, muchas veces implícitamente y otras
indirectamente, fue la tendencia a la igualación, tal y como operaba a escala
urbana. En oposición a este énfasis en la igualación, David Harvey destacó el
proceso opuesto, la diferenciación del espacio urbano, y destacó también la
importancia de las clases por debajo de este mismo proceso de diferenciación
(Harvey, 1973: 309).

Retrospectivamente, debe quedar claro que ambas posiciones expresan,


por lo menos, una verdad a medias. El ímpetu detrás de un urbanismo sin
espacio es sólo acelerado por el advenimiento del trabajo computerizado, por
los avances en las telecomunicaciones, la creación de redes electrónicas, el
trabajo a distancia. De todos modos, el acceso a estos avances es altamente
desigual, y muchas personas se ven atrapadas en el espacio urbano, más que
liberadas de él. Por debajo de la aparente contradicción teórica entre la «esfera
urbana del no lugar» y la rediferenciación del espacio urbano, subyace una
contradicción real en la constitución espacial del capitalismo.

A escala urbana, el principal patrón de desarrollo desigual se encuentra en


la relación entre los suburbios y las zonas urbanas deprimidas. La fuerza eco-
nómica crucial que media esta relación a escala urbana son las rentas del suelo.
Es la igualación y la diferenciación de los niveles de las rentas del suelo entre
los diferentes lugares de la región metropolitana lo que determina en mayor
medida la desigualdad del desarrollo. Al afirmar esto, soy consciente de que
hay otras fuerzas sociales y económicas implicadas, pero muchas de éstas vie-
nen manifiestas en la estructura de rentas del suelo. Los niveles salariales y de
ingresos están ciertamente expresados en la segregación racial y de clase del
mercado inmobiliario de una ciudad, pero estas diferencias vienen mediadas
también por las rentas del suelo. O, por ejemplo, el sistema de transporte hace
que algunos lugares sean más accesibles y, por lo tanto, (generalmente) más
favorables, lo que de este modo genera precios más altos del suelo que no re-
presentan otra cosa más que rentas de suelo más capitalizadas. Pero hay aquí
una obvia pregunta acerca de qué va antes si el huevo o la gallina: ¿cuando un
nuevo sistema de transporte reestructura la curva de rentas del suelo, acaso no
produce un nuevo desarrollo que, por lo tanto, requiere de nuevos sistemas de
transporte? Ciertamente, a escala urbana esto último constituye la norma cuando
146 La nueva frontera urbana

se trata de modificaciones fundamentales. Ésta es la diferencia entre la subur-


banización, un proceso fundamental en el desarrollo urbano, y el desarrollo de
la urbanización a lo largo de las vías de comunicación [ribbon development], re-
lativamente efímero. Aunque claramente reforzada y alentada por el desarrollo
de los medios de transporte, la suburbanizacion ha sido resultado de fuerzas
más antiguas y profundas (Walter, 1978, 1981). Por otra parte, el desarrollo de
la urbanización a lo largo de las vías de comunicación constituye precisamente
un caso en el cual las nuevas rutas de transporte alteran el patrón de acceso y,
de este modo, la estructura local de las rentas del suelo, dando lugar a un nuevo
desarrollo que se aferra exclusivamente a la nueva vía. Sin la nueva vía, ferroca-
rril o canal, el desarrollo no se hubiera producido.

El patrón de rentas del suelo en un área urbana es altamente funcio-


nal en la medida en que es el mecanismo por medio del cual se asignan
diversas actividades a diferentes espacios a través del mercado de suelo.
Si bien las rentas del suelo administran o median en esta diferenciación
o en el espacio urbano, no constituyen por sí mismas el origen de la dife-
renciación. Antes bien, la curva de las rentas del suelo se traduce en una
medida cuantitativa de las fuerzas reales que promueven la diferenciación
en el paisaje urbano. En la ciudad contemporánea, las fuerzas de la dife-
renciación provienen de dos fuentes principales. La primera es funcional
en el sentido más específico, y se refiere a la diferencia entre los diversos
usos del suelo: residencial, industrial, recreativo, comercial, de transporte
e institucional. Dentro de cada una de estas categorías, hay una diferen-
ciación según la escala: por ejemplo, las plantas industriales modernas a
gran escala tienden a ser geográficamente diferenciadas de los talleres de
trabajo intensivo a pequeña escala. La segunda fuerza —y esto se aplica,
principalmente, al uso residencial del suelo— es la diferenciación según
clase y raza (Harvey, 1975). Estas dos fuentes de diferenciación social y
funcional se traducen en una diferenciación geográfica, principalmente, a
través de la estructura de rentas del suelo.

¿Pero, qué ocurre con las diferencias salariales y el desarrollo desigual


del espacio urbano? A menudo suele darse por sentado que no existe un pa-
trón significativo de diferencias salariales en el espacio urbano. Sin embar-
go, en un estudio profundo sobre Toronto, Allen Scott (1981) ha detectado
un patrón espacial definido y sistemático de diferenciación salarial. A medi-
da que uno se aleja más del centro hacia la periferia urbana, más altos son
los salarios. Al interpretar estos resultados, Scott sugiere que si bien hay una
serie de otros factores que son importantes, los salarios más elevados en los
Argumentos globales. Desarrollo desigual 147

suburbios son el resultado, fundamentalmente, de la relación local entre la


oferta y la demanda; allí donde la oferta de mano de obra es menor, debido
a las densidades más bajas, concretamente en los suburbios, los salarios son
más elevados, y viceversa. Así tiene sentido considerar los niveles de dife-
renciación salarial como el resultado de la suburbanización del empleo in-
dustrial y de otros empleos, más que como su causa; en la medida en que no
importe cuán capital-intensivas sean las empresas de la periferia suburbana,
éstas se trasladarán a pesar de, y no debido a, la existencia de salarios más
elevados. De hecho, existe otra interpretación posible de esta información,
que sugiere una relación más directa entre el tipo y la escala de industria y
los niveles salariales. Es posible que la existencia de niveles salariales más
elevados en los suburbios se deba al hecho de que las industrias situadas en
los suburbios tienden, en general, a representar a los sectores de la economía
más recientes, más grandes, más capital-intensivos y más avanzados, donde
los grados de cualificación y, por lo tanto, los niveles salariales son compa-
rativamente más elevados.

La historia real de la suburbanización admite el tratamiento de los nive-


les salariales más como una variable dependiente que como la variable in-
dependiente —dependiente en menor medida de la densidad de población
intraurbana, y en mayor medida de la naturaleza del proceso del trabajo. Esta
conclusión se aplica solamente a la escala urbana; en las escalas regional e
internacional, corresponde lo contrario (Mandel, 1976; Massey, 1978).

El mercado laboral urbano (a diferencia del mercado inmobiliario) no se


encuentra plenamente subdividido como resultado de limitaciones espaciales
directas vinculadas al acceso. Esencialmente se trata de un único mercado la-
boral geográfico, sin que importe cuán socialmente diferenciado pueda estar
según cualificación y raza, clase y género. La escala urbana en tanto escala
espacial diferenciada, se define en la práctica en los términos de la reproduc-
ción de la fuerza de trabajo y de desplazamiento al lugar de trabajo. Todo
el área urbana es relativamente accesible para la mayoría de quienes deben
desplazarse hacia el lugar de trabajo; uno puede desplazarse de la ciudad al
suburbio y del suburbio a la ciudad relativamente rápido, y con un poco más
de dificultad de un suburbio a otro. Ya aceptemos o no la explicación de Scott
de las diferencias salariales dentro del espacio urbano, el punto esencial aquí
es que los patrones actuales de localización industrial a escala urbana no son
el producto de las diferencias salariales existentes, sino que más bien ayudan
a generar esas diferencias.
148 La nueva frontera urbana

En la medida en que el área urbana constituye un único mercado laboral geo-


gráfico y que los desarrollos de las redes de transporte han ampliado signi-
ficativamente el área en la que pueden realizarse los desplazamiento diarios
al lugar de trabajo, la tendencia hacia la igualación ha tenido lugar a escala
urbana. Pero se trata de una igualación en un sentido bastante trivial. Históri-
camente tiene lugar una igualación mucho más importante en la estructura de
rentas del suelo. La tradicional curva de rentas de suelo implícita en los mode-
los neoclásicos suele ser descrita como una función que disminuye a medida
que aumenta la distancia que la separa del centro. Esta curva pretende evo-
lucionar según la participación de diferentes tipos de actores en el mercado
de suelo, cada uno de ellos con distintas preferencias por el espacio y, por lo
tanto, con diferentes «curvas de oferta de renta» [bid-rent curve]. Así, cuando
las desagregamos obtenemos el conocido resultado de la intersección de cur-
vas distintas, cada una de las cuales representa un uso del suelo con un valor
de cambio diferente. Si desagregamos los usos residenciales del suelo según
la clase, obtenemos el resultado igualmente conocido de intersección de las
curvas de ingresos: bajos ingresos en el centro, altos ingresos en la periferia.
Estos modelos ideales del mercado de suelo urbano, son totalmente coheren-
tes con el modelo de filtrado analizado en el capítulo 3, y si bien pueden haber
tenido alguna validez empírica en años anteriores, hoy en día ya no describen
los patrones de suelo urbano. El gradiente de la renta actual se asemeja más a
lo presentada en la débil curva bimodal de la Figura 3.1.

Este patrón sugiere el funcionamiento tanto de un proceso de igualación


como de diferenciación. Por un lado, el desarrollo de los suburbios ha redu-
cido considerablemente el diferencial general entre los niveles de la renta del
suelo en el centro y en cualquier lugar de los suburbios. Pero, por otra parte,
ha surgido un «valle en el valor de la tierra» en las zonas urbanas deprimidas
que rodean al centro. Esta zona ha sido espacialmente diferenciada de las zo-
nas circundantes, con niveles de renta del suelo que discrepan bastante con
las hipótesis implícitas en los modelos neoclásicos precedentes de la oferta de
renta. Con niveles de rentas del suelo diferentes, los usos potenciales de este
suelo también son bastante diferentes de aquéllos que serían coherentes con
el modelo neoclásico.

A fin de comprender los orígenes específicos de este patrón y de evaluar el


potencial de los futuros usos del suelo, es necesario construir un argumento
de carácter más histórico en relación con el desarrollo desigual. Esto nos lleva
al segundo aspecto del desarrollo desigual que vamos a considerar, la valo-
rización y la desvalorización del capital invertido en el entorno construido.
Argumentos globales. Desarrollo desigual 149

Lámina 4.2. El Centro Eton [Eton Center] en el centro de Toronto.

Valorización y desvalorización del capital en el entorno construido

El capital invertido en el entorno construido tiene una serie de características


especiales, pero aquí el énfasis está colocado en su largo periodo de retorno.
Ya se trate del capital fijo invertido en el proceso de producción directo o el
capital invertido para proveer los medios de reproducción (casas, parques,
escuelas, etc.) o los medios de circulación (bancos, oficinas, instalaciones co-
merciales, etc.), el capital invertido en el entorno construido es inmovilizado
de un específico modo material durante un largo periodo. La valorización del
capital en el entorno construido —su inversión en búsqueda de plusvalía o
ganancia— se encuentra necesariamente ligada a su desvalorización. Durante
el periodo de uso a través de su inmovilización en el paisaje, el capital valori-
zado recobra su valor de forma paulatina. El capital invertido es desvaloriza-
do a medida que el inversor recibe gradualmente ganancias de las inversiones
realizadas. La estructura física debe permanecer en uso, y no puede ser de-
molida sin sufrir una pérdida, hasta que el capital invertido haya recobrado
150 La nueva frontera urbana

su valor. Esto tiene el efecto de destinar porciones enteras de suelo durante un


periodo relativamente largo a un uso específico de la tierra y, de este modo,
crear importantes barreras a la movilidad del capital así como a nuevos de-
sarrollos. En cualquier caso deben producirse nuevos desarrollos si es que se
quiere que la acumulación se realice. Además de crear barreras a la valori-
zación del capital en el entorno construido, la constante desvalorización del
capital crea, por lo tanto, la posibilidad de sus opuestos, a saber, posibilidades
a más largo plazo para una nueva fase de valorización a través de la inversión,
y esto es exactamente lo que ha ocurrido en las zonas urbanas deprimidas.

Con respecto al capital invertido en viviendas, el proceso de desvalorización


económica suele venir marcado por una secuencia obvia de transiciones en el
régimen de tenencia, ocupación y de las condiciones físicas de las propiedades
de un barrio. Ésta es la secuencia descendente descrita en el capítulo 3 en tanto
ciclo de desvalorización. El deterioro económico de los barrios de las zonas ur-
banas deprimidas constituye un producto «racional» y predecible del libre mer-
cado de suelo y vivienda (Bradford y Rubinowitz, 1975; Lowry, 1960). Así como
la desvalorización del capital está implícita en su valorización, el deterioro de
las zonas urbanas deprimidas se encuentra implícito en la expansión más ge-
neral de las áreas urbanas y, particularmente, en el desarrollo de los suburbios.

Tal y como destaca Walter (1981), en el desarrollo de los suburbios es-


tán implicadas una serie de fuerzas muy complejas, no obstante resulta
vital considerar la suburbanización como factor complementario al dete-
rioro de las zonas urbanas deprimidas dentro de un modelo más amplio
de desarrollo desigual a escala urbana. La suburbanización es el resultado
de la interacción entre los procesos de igualación y diferenciación a esca-
la urbana. Fundamentalmente, representa una importante emancipación
histórica de la forma social urbana con respecto al espacio. Este proceso
tiene diversas dimensiones. La emancipación del capital social de la limi-
tación del espacio forma parte del proyecto más general de emancipación
de, pero inmerso en, la naturaleza representada por la suburbanización:
es decir, la acumulación y expansión del capital y la aniquilación del es-
pacio por el tiempo a escala urbana adquieren una forma muy específica.
Una zona de la periferia no urbana en expansión es atraída hacia la esfera
del espacio urbano. En su aspecto espacial, esta expansión explosiva del
espacio urbano ha sido dirigida por el proceso de suburbanización. En la
medida en que reduce progresivamente toda la sociedad a la sociedad ur-
bana, la urbanización del campo representa una de las formas más agudas
de igualación de las condiciones de desarrollo en el capitalismo avanzado.
Argumentos globales. Desarrollo desigual 151

«La acumulación del capital […] supone el incremento del proletariado», argu-
mentó Marx (1967 edn.: I, 614) y, efectivamente, la acumulación del capital trae
aparejada forzosamente la acumulación de una creciente fuerza de trabajo. Con
la mayor centralización social del capital, junto con la acción de las economías
de aglomeración, se desarrolla una fuerte tendencia a la localización de la nueva
actividad productiva en expansión en las áreas urbanas. La centralización social
del capital —su mayor concentración en cada vez menos empresas— es una
expresión directa del constante impulso de la acumulación (Marx, 1967 edn.: I,
625-628), y esta centralización social se traduce, en parte, en una centralización
espacial del capital. Si esto ayuda a explicar la explosiva expansión urbana de
los siglos XIX y XX, todavía falta por explicar la diferenciación entre los su-
burbios y las zonas urbanas deprimidas. Esta diferenciación constituye tanto el
resultado de la expansión como el medio a través del cual ésta tuvo lugar.

El primer desarrollo de los suburbios residenciales de clase alta —en un


comienzo casas de campo de temporada— fue la expresión espacial de dos
divisiones del trabajo entrelazadas entre sí. En primer lugar, representaba
una división de género entre trabajo y hogar, o mejor dicho, pasó a repre-
sentar esta división para la clase media suburbanizada, en tanto muchos de
los primeros suburbanitas de elite no estaban sometidos al empleo. Pero, en
segundo lugar, representaba también una división espacial entre clases, en la
medida en que con los primeros suburbios la clase alta y media alta se separó
de la muchedumbre urbana. La emergencia de los suburbios de la clase me-
dia y de la clase trabajadora tuvo lugar posteriormente, primero en Europa
y después en Norteamérica, donde la suburbanización también marcó una
diferenciación espacial en términos raciales. La suburbanización de la clase
obrera siguió a la suburbanización de la industria, la cual también constituía,
en parte, un producto de la progresiva división del trabajo, especialmente a
escala de las plantas individuales. En la medida en que muchos procesos de
trabajo fueron descompuestos en una mayor cantidad de tareas más simples
y menos cualificadas, la recombinación de estas actividades separadas en un
único proceso de producción requirió de mayor espacio. Esto se debió, en
parte, a la multiplicación de la cantidad de tareas individuales, a la mayor
escala de la maquinaria y al hecho de que, para seguir siendo competitivas,
las unidades productivas debían ser más grandes. De este modo, la división
del trabajo y la necesaria recombinación de estas divisiones requirieron de
una expansión en la escala espacial del proceso de producción. El movimiento
hacia los suburbios, donde la rentas del suelo eran bajas, era la única alterna-
tiva económica. No es que la suburbanización haya sido la única alternativa
per se, sino que los nuevos desarrollos de la ciudad consolidada no constituían
152 La nueva frontera urbana

una opción económica. El centro era todavía funcional, en el sentido en que


todavía estaba en proceso de desvalorización. Por eso, el acuerdo entre los
impulsos que competían por la igualación y la diferenciación sobrevino con la
suburbanización de la periferia urbana.

El desarrollo de los suburbios debe ser considerado, no tanto como un pro-


ceso de descentralización, sino más bien como una continuación de la vigo-
rosa centralización del capital en las áreas urbanas. Y sin embargo, al mismo
tiempo, la suburbanización potencia la diferenciación interna del espacio ur-
bano. De este modo, la suburbanización del capital del siglo XIX en adelante
implica simultáneamente el abandono económico de los centros urbanos, tan-
to en lo que se refiere a nuevas construcciones como a rehabilitaciones. Este
proceso se dio de un modo más agudo en Estados Unidos, donde la regula-
ción estatal hizo menos esfuerzos por modular la movilidad del capital, pero
también tuvo lugar en las economías de Europa, Australia y Norteamérica. Es
esta transformación espacial de la inversión del capital la que, por supuesto,
dirigió la diferencia potencial de renta.

La inversión de capital en el centro de la ciudad y en las zonas urbanas


deprimidas generó así, dentro de esos mismos espacios, una barrera física y
económica para mayores inversiones. El movimiento del capital hacia el desa-
rrollo suburbano produjo una desvalorización sistemática del capital inverti-
do en el centro y en las zonas urbanas deprimidas y esto, a su vez, junto con la
diferencia potencial de renta llevó a la creación de nuevas oportunidades de
inversión en los centros urbanos, precisamente debido a que allí había opera-
do, previamente y de modo eficiente, la barrera frente a nuevas inversiones.
La cuestión a examinar ahora es el ritmo y la periodicidad de estos movimien-
tos de capital; éste es el tercer y último aspecto del desarrollo desigual.

La reinversión y el ritmo de la desigualdad

El ritmo y la periodicidad en una economía urbana están íntimamente relacio-


nados con los ritmos y las periodicidades más amplias de la economía nacional
e internacional. En este sentido, Whitehand (1972) ha demostrado cómo la ex-
pansión urbana y la suburbanización en Glasgow han tenido lugar en una serie
de oleadas sucesivas que se produjeron en momentos específicos de ciclos eco-
nómicos de auge y decadencia (véase también Whitehand, 1987). Tal y como
ha señalado Harvey (1978, 1982), existe una fuerte tendencia empírica que
Argumentos globales. Desarrollo desigual 153

indica que el capital atraviesa cambios periódicos pero relativamente rápidos y


sistemáticos en su ubicación y en la cantidad del capital invertido en el entor-
no construido. Estos cambios geográficos o de ubicación están estrechamente
relacionados con el ritmo de las crisis en el conjunto de la economía. Las crisis
no constituyen interrupciones accidentales de un equilibrio económico general,
tal y como sugeriría la teoría económica neoclásica, sino que son situaciones
de inestabilidad integral que interrumpen un sistema económico basado en la
ganancia, la propiedad privada y la relación salarial. La necesidad de acumular
conduce a una tendencia decreciente de la tasa de ganancia, a una sobrepro-
ducción de mercancías y, de este modo, a la crisis (Marx, 1967 edn.: III, cap. 13).

La gentrificación está estrechamente entrelazada con estos procesos más


generales. Partiendo de la explicación más simple, comenzamos por la ten-
dencia decreciente de la tasa de beneficio. Cuando la tasa de beneficio en los
principales sectores de la industria comienza a caer, el capital financiero busca
un escenario alternativo de inversión, un escenario en el que la tasa de bene-
ficio permanezca comparativamente alta y donde el riesgo sea bajo. Precisa-
mente en este punto, tiende a producirse un incremento del flujo de capital
hacia el entorno construido. El resultado es el conocido auge de la propiedad,
tal y como ha afectado a una serie de ciudades a lo largo del mundo capitalista
avanzado entre 1969 y 1973, y a finales de la década de 1980. Pero la pregun-
ta acerca de dónde se ubica este capital, que fluye sobre el entorno construi-
do, no tiene una respuesta automática. Depende, en parte, de los patrones
geográficos creados por el auge económico precedente. En el caso de la rees-
tructuración actual del espacio urbano, el patrón geográfico al que se enfrenta
el capital fue creado a través del desarrollo simultáneo de los suburbios y del
subdesarrollo de los centros urbanos. El subdesarrollo de los centros urbanos
previamente desarrollados, provocado por la desinversión sistemática, generó
una diferencia potencial de renta que, llegado el momento, sentó las bases para
un cambio en la localización de importantes volúmenes de capital invertidos en
el entorno construido. La gentrificación en el ámbito residencial es, por lo tanto,
simultánea a un cambio sectorial de las inversiones de capital.

Tal y como ilustran las dramáticas fluctuaciones en la construcción de vi-


vienda nueva que han acompañado los altibajos de la mayoría de las eco-
nomías nacionales desde la década de 1970, este cambio de ubicación pocas
veces tiene lugar de un modo sereno. El desarrollo desigual a escala urbana
trajo aparejado, por lo tanto, no sólo la gentrificación en el sentido más aco-
tado del término sino también toda la gama de reestructuraciones urbanas:
desarrollo de urbanizaciones, construcción de oficinas, expansión de las áreas
154 La nueva frontera urbana

recreativas y de servicios, nuevos desarrollos masivos de proyectos para cons-


truir hoteles, centros comerciales, restaurantes, puertos deportivos, galerías
turísticas y así sucesivamente. Todo esto implica un movimiento de capital, no
simplemente hacia el entorno construido en general, en tanto respuesta clara
a la proximidad o a la existencia de una crisis económica, sino particularmen-
te hacia el entorno construido de los centros urbanos y de las zonas urbanas
deprimidas. La razón de este particular foco geográfico para la reinversión
puede hallarse en los patrones históricos de inversión y desinversión que pre-
sentaban los centros urbanos como oportunidad para la reinversión. A la luz
de esto, tiene sentido volver a examinar el punto de vista liberal tradicional
que señala que los planes de renovación urbana subvencionados por los Esta-
dos en la década de 1950 en EEUU fueron un fracaso. Independientemente de
cuán socialmente destructiva haya sido la renovación urbana —y sí lo fue—, en
realidad fue muy exitosa en términos económicos, en la misma medida en que
sentó las bases para la etapa de modernización, recuperación, transformación
de los usos del suelo y, en última instancia, para la gentrificación del mercado
privado que tendría lugar a continuación (Sanders, 1980).

La crisis económica necesita y también provee la oportunidad para una


reestructuración fundamental del espacio social y económico. En Estados
Unidos, la suburbanización constituyó una respuesta espacial concreta a
las depresiones de las décadas de 1890 y 1930, en el sentido de que el de-
sarrollo suburbano abrió toda una serie de posibilidades de inversión que
contribuyeron a reactivar la tasa de ganancia. Con los subsidios hipoteca-
rios de la Administración Federal de Vivienda [FHA – Federal Housing Ad-
ministration], la construcción de carreteras y otras políticas, el Estado sub-
vencionó la suburbanización de un modo bastante deliberado, como parte
de una solución más amplia a la crisis (Walter, 1977; Checkoway, 1980).
Si bien es cierto que la gentrificación y la reurbanización de los centros
urbanos implicó un cambio total en términos geográficos, estos procesos
representan una clara continuidad con las fuerzas y relaciones que dirigie-
ron la suburbanización. Al igual que la suburbanización, la remodelación
y la rehabilitación del centro y de las zonas urbanas deprimidas funcionan
como un importante motor del beneficio.

La gentrificación forma parte de la reestructuración del espacio residen-


cial de las zonas urbanas deprimidas. Es parte integral de la reestructuración
preexistente del espacio de oficinas, comercial y de ocio, y si bien esta rees-
tructuración tiene una variedad de funciones, opera principalmente con el
fin de contrarrestar la caída de la tasa de beneficio. Esto mismo lo entendió
Argumentos globales. Desarrollo desigual 155

el presidente Jimmy Carter, de modo implícito, en su Programa Nacional Ur-


bano [National Urban Program]. Por primera vez, la «revitalización de las ciu-
dades» fue considerada como parte esencial de la revitalización global de la
economía de Estados Unidos. Esta intuición implícita fue simbolizada por el
intento de Carter de crear un nuevo departamento de gobierno por medio de
la consolidación del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano [HUD
– Housing and Urban Development] y la Administración de Desarrollo Econó-
mico [Economic Development Administration] dentro del Departamento de Asis-
tencia para el Desarrollo [Department of Development Assistance]. Por supuesto,
el programa nunca llegó a buen término, pero se trataba de un ambicioso plan
estatal dirigido a lubricar la reestructuración del espacio urbano en nombre
de la revitalización de la economía nacional. Desde 1980, los gobiernos de
Estados Unidos, Reino Unido y de la mayoría de las demás economías capita-
listas avanzadas han adoptado un camino bastante distinto, bien retirando de
forma efectiva, bien restringiendo, la intervención del Estado en la inversión
inmobiliaria. En este nuevo clima de privatización, la gentrificación ha obvia-
mente prosperado.

Si bien la gentrificación representa la vanguardia de la reestructuración


espacial a escala urbana, la desindustrialización, la globalización, la reemer-
gencia de los nacionalismos, la Unión Europea y los países recientemente in-
dustrializados, todos ellos constituyen señales de una reestructuración espacial
a escala mundial, nacional y regional (Harris, 1980b, 1983; Massey, 1978; Mas-
sey y Meegan, 1978). Y aunque, finalmente, la escala urbana puede llegar a ser
significativa en términos de la reestructuración global de la economía mun-
dial, es aquí donde la lógica interna del desarrollo desigual se realiza de forma
más plena. La lógica del desarrollo desigual consiste en que el desarrollo de
una zona crea barreras para un desarrollo aun mayor, lo que conduce, de este
modo, a un subdesarrollo que, llegado el momento, genera oportunidades
para una nueva etapa de desarrollo. En términos geográficos, esto conlleva la
posibilidad de lo que podríamos denominar como un «vaivén de ubicación»
[locational seesaw]: el sucesivo desarrollo, subdesarrollo y nuevo desarrollo de
determinadas zonas a medida que el capital salta de un lugar a otro, y luego
regresa al primer lugar, creando y destruyendo sus propias posibilidades de
desarrollo (N. Smith, 1984).

Existen claros límites al posible alcance de este vaivén de ubicación. A es-


cala internacional, allí donde con pocas excepciones la distinción entre na-
ciones desarrolladas y subdesarrolladas se encuentra rígidamente establecida
por las fronteras nacionales y las defensas militares, resulta difícil observar
156 La nueva frontera urbana

este proceso de ninguna forma cumplida. A escala regional, sin embargo, al-
gunas regiones industriales previamente desarrolladas, tales como Nueva In-
glaterra, Escocia Central, el norte de Francia o el Ruhr han experimentado un
declive precipitado seguido de algún tipo de reinversión en la segunda mitad
del siglo XX, lo que al menos sugiere una versión moderada de este vaivén.
Este movimiento es quizás más completo a escala urbana y más aun en las
ciudades de Estados Unidos que en otras partes. Aquí reside la importancia
de la gentrificación: una vez que el centro y las zonas urbanas deprimidas se
han desarrollado, y luego han caído en el subdesarrollo, se encuentran nueva-
mente en situación para una activa reurbanización.

Resulta importante destacar que esto no implica un inminente final de la


suburbanización; así como la nueva construcción y la rehabilitación en la ciu-
dad han continuado durante el periodo más vigoroso de la suburbanización,
la urbanización del campo va a continuar también, especialmente en las zonas
ubicadas más allá de los suburbios actuales (Garreau, 1991). Esto es evidente,
aunque sea porque la ya mencionada remodelación del centro y de las zonas
urbanas deprimidas, si bien puede absorber grandes cantidades de capital
en el proceso de reestructuración económica, no podrá nunca ser el foco geo-
gráfico exclusivo de la reinversión. La escala que requiere la reestructuración
económica garantiza que la remodelación del centro de la ciudad y de las
zonas urbanas deprimidas sea tan solo una pequeña parte del proceso general
de reestructuración. La diferenciación de la ciudad con respecto de los subur-
bios, a través de la reurbanización y del probable deterioro y subdesarrollo
de ciertos suburbios escogidos, se corresponde con la continua urbanización
del campo.

Conclusión

En la introducción a este trabajo, sugerí que el término revitalización pocas


veces resulta apropiado para la gentrificación, ahora podemos considerar que
hay un sentido en el que sí lo es. La gentrificación forma parte de un proceso
de redesarrollo más amplio, orientado a la revitalización de la tasa de beneficio.
En este proceso, muchos centros urbanos se están convirtiendo en patios de
juego burgueses repletos de pintorescos mercados, casas restauradas, hileras
de boutiques, puertos deportivos para yates y Hyatt Regencies. Estas alteracio-
nes sumamente visuales del paisaje urbano no constituyen en lo más mínimo
Argumentos globales. Desarrollo desigual 157

un efecto secundario accidental de un desequilibrio económico temporal sino


que están enraizadas en la estructura de la sociedad capitalista, de un modo
tan profundo como la suburbanización. Los factores económicos, demográfi-
cos, de estilo de vida y de energía citados, igual da, por los excepcionalistas y
los optimistas resultan únicamente relevantes después de considerar esta ex-
plicación básica en términos de desarrollo desigual a escala urbana. Algunos
estudios tienden a confirmar la naturaleza de alguna manera contracíclica de
la gentrificación en relación con los largos vaivenes en la economía y la crisis
económica previa de principios de los años ochenta, tanto en Atlanta como
en Washington DC (James, 1977: 169) o en ciudades canadienses (Ley, 1992),
aunque el trabajo de Badcock (1989, 1993) en Adelaida presenta una imagen
más matizada. La situación cambia también con la depresión de finales de la
década de 1980 y comienzos de 1990, pero este es el tema de una discusión
posterior (capítulo 10).

La gentrificación, y el proceso de redesarrollo del cual forma parte, consti-


tuye un acontecimiento sistemático del desarrollo urbano del capitalismo tar-
dío. Así como el capitalismo se esfuerza por lograr la aniquilación del espacio
en el tiempo, también lucha, aun más fuertemente, por producir un espacio
diferenciado en tanto medio para su propia supervivencia. Un espacio sim-
bólico previsible y populista subyace a la conmoción y al entusiasmo con los
que se comercializa la gentrificación. Se concentra en «hacer que las ciudades
sean habitables», es decir, habitables para la clase media. De hecho, y por ne-
cesidad, siempre han sido «habitables» para la clase obrera. El denominado
renacimiento es así publicitado y vendido como portador de beneficios para
todas las personas más allá de su clase, aunque la evidencia disponible sugie-
re lo contrario. Por ejemplo, de acuerdo con la Encuesta Anual de Vivienda
[Annual Housing Survey], llevada a cabo por el Departamento de Vivienda y
Desarrollo Urbano [Department of Housing and Urban Development] de Esta-
dos Unidos, aproximadamente 500.000 familias en dicho país son desplazadas
de sus hogares cada año (Sumka, 1979), lo que podría equivaler a dos millones
de personas. El 86 % de esas familias son desplazadas por la actividad del mer-
cado privado, y forman parte predominantemente de la clase obrera urbana.
Aunque la política urbana liberal sobrevivió durante la década de 1970, el
gobierno federal dejó de lado la problemática de los desplazados, afirmando
de modo alternativo: la inexistencia de datos precisos acerca de los desplaza-
mientos, que constituía un proceso insignificante comparado con la continua
suburbanización, o que formaba parte de la responsabilidad de los gobiernos
locales (Hartman, 1979). Por otra parte, el así denominado renacimiento suele
ser vendido como un modo de elevar los ingresos de las ciudades por medio
158 La nueva frontera urbana

de los impuestos a la propiedad y de reducir el desempleo. Sin embargo hay


pocas evidencias de que se hayan producido tales beneficios. Ha sido recien-
temente, durante la década de 1980, cuando la aparición del problema de la
vivienda ha empezado a hacer evidente la conexión explícita entre la gen-
trificación y sus costes, y los gobiernos nacionales y locales de Estados Uni-
dos han comenzado a atender, aunque sea sumariamente, las consecuencias
sociales de la reestructuración del espacio urbano. Parte de la respuesta del
gobierno federal ha consistido en dejar de recoger las citadas cifras.

Desde la década de 1970, la reestructuración económica que siguió a la eco-


nomía política de postguerra ha alcanzado todos los rincones de la actividad
económica y social. Tanto a través de la gentrificación como de los recortes de
servicios, el desempleo y los ataques a la asistencia social, la reestructuración
de las comunidades de clase trabajadora —la reproducción de la fuerza de
trabajo— ha sido atacada en sí misma como parte de una reestructuración
económica más amplia. Durante la década de 1970 y, tal vez, nuevamente en
los albores de la de 1980 surge, cada vez con mayor claridad, el hecho de que
la lucha por el uso y la producción del espacio se encuentra fuertemente ins-
crita en la clase social (tal y como sugiere la nomenclatura de «gentrificación»)
y en la raza, así como también en el género. La gentrificación forma parte, por
lo tanto, de la agenda social de una reestructuración más amplia de la econo-
mía. Así como la reestructuración económica a otras escalas (bajo la forma del
cierre y el traslado de fábricas, de recortes en los servicios sociales, etc.) es lle-
vada a cabo en detrimento de la clase obrera, también lo es el aspecto espacial
de la reestructuración a escala urbana: la gentrificación y la reurbanización.

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