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El Quiebre

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La distinción de transparencia

Heidegger postula que lo que llamaremos transparencia a Ia actividad no-reflexiva, no pensante, no


deliberativa, la acción con umbral mínimo de conciencia que constituye la base y condición primaria
de la acción humana.

Cuando, por ejemplo, caminamos, subimos la escala, martillamos un clavo en la pared, escribimos en
el computador, hablamos por teléfono, andamos en bicicleta, comemos en la mesa, cocinamos,
etcetera, lo hacemos en transparencia. Ello implica que no tenemos la atención puesta en cada paso
que damos al caminar o en cada movimiento que hacemos con las manos al escribir en el
computador. Tampoco proyectamos por anticipado el movimiento que haremos a continuación. La
acción transparente no sigue los supuestos ofrecidos por la interpretación de la acción racional.

Actuamos sin tener clara conciencia del pavimento en el que caminamos; de los escalones que
subimos; del martillo, del clavo y de la pared; de la pantalla del computador y del teclado; del
auricular del teléfono; del tenedor que tenemos en la mano al comer y del plato que contiene la
comida; de la olla en la que revolvemos al cocinar. Nuestra atención suele estar puesta en otra parte.

Si vamos en la mañana manejando nuestro automóvil, camino a la oficina, el manubrio, los pedales,
incluso los demás autos que se mueven alrededor, parecieran ser transparentes para nosotros. Casi
tan transparentes como el parabrisas que tenemos por delante y que no vemos en cuanto parabrisas.
La mente no está puesta en ellos, pensamos, más bien, en la conversación tenida pocos minutos antes
con nuestra pareja en la mesa del desayuno, en la llamada por teléfono que haremos una vez que
lleguemos a la oficina o en la reunión fijada para después de almuerzo. Pasamos una bocacalle tras
otra, un semáforo tras otro, como si no los viéramos. Si al llegar a la oficina, tratáramos de recordar el
recorrido, muy probablemente no podríamos hacerlo o solo recordaríamos algunos detalles.

¿Implica esto que no los estamos viendo? Obviamente que no. De no haber visto los semáforos, no
nos habríamos detenido, como lo hicimos cada vez que hubo una luz roja. Es evidente que no
cometimos ninguna infracción. Nos desplazamos en sintonía con el mundo alrededor, sin detenernos
a pensar en él. Fluíamos en él, como cuando bailamos sin prestar mayor atención a los pasos que
estamos dando.

Cuando nos encontramos en este estado, en la transparencia del fluir de la vida, no sólo no estamos
pensando en lo que hacemos, tampoco estamos en un mundo que se rige por
relación sujeto-objeto. Estamos en un estado que es previo a la constitución de esa relación. ¿Cuándo,
entonces, emerge el pensamiento sobre lo que hacemos? ¿Cuándo entramos en una relación con el
mundo en la que nos concebimos a nosotros mismos como sujetos y percibimos objetos?

La distinción de quiebre

Sostenemos que solo emerge la deliberación, la conciencia de lo que estamos ejecutando, cuando este
fluir en la transparencia, por alguna razón, se ye interrumpido: cuando se produce lo que llamamos
un quiebre. Un quiebre, diremos, es una interrupción en el fluir transparente de la vida.

Volvamos a algunos de los ejemplos anteriores y examinemos algunas situaciones en las que la
transparencia se quiebra. Si al estar caminando tropezamos, súbitamente observaremos aquel
pavimento que antes nos era transparente. Si al subir la escala, uno de los escalones hace un crujido
extraño o cede, tal escalón se nos aparecerá como objeto. Si al escribir en nuestro computador una de
las teclas no ejecuta lo que esperamos de ella, el teclado emergerá también como objeto que convoca
nuestra atención. Si al tomar un pedazo de carne con mi tenedor ésta salta del plato, posiblemente
dejaremos de prestar atención a la conversación que tiene lugar en Ia mesa para preocuparnos por el
pedazo de carne, del tenedor y del plato. Si en nuestro manejar hacia la oficina resulta que al
acercarnos a cada semáforo lo encontramos con luz roja, es muy posible que luego de detenernos en
los primeros, los que sigan nos serán muy visibles y comenzaremos a pensar en cómo es posible que
no los sincronicen.
Aquello que antes nos era transparente emerge ahora en nuestro campo de atención, tornamos
conciencia de ello y concita nuestro pensamiento. Sólo entonces nuestra acción se rige por los
patrones de la acción racional. A partir del quiebre de la transparencia, constituimos la relación
sujeto-objeto y comenzamos a pensar en como reestablecer la transparencia perdida. El modelo de la
acción racional, por lo tanto, es un puente que une situaciones de transparencia y surge cuando se
produce un quiebre en la acción transparente.

Condiciones de generación de un quiebre

Aquí nos encontramos con un fenómeno interesante: ¿Que es aquello que “produce” el quiebre?
¿Cómo se produce? ¿Cuándo, por ejemplo, una luz roja adicional en el semáforo produce un quiebre
en nuestro manejar hacia la oficina? ¿Y por qué esa luz roja y no la anterior? ¿O dos luces rojas más
adelante?

Sostenemos que todo quiebre involucra un juicio de que aquello que acontece, sea ello lo que sea, no
cumple con lo que esperábamos que aconteciera. Un quiebre, por lo tanto, es un juicio de que lo
acontecido altera el curso esperado de los acontecimientos. Detengámonos a examinar lo que hemos
dicho. Lo primero que destacamos es nuestra interpretación de que todo quiebre se constituye como
un juicio. Por lo tanto, si no tuviésemos la capacidad de hacer juicios, no tendríamos quiebres.

Tomemos un ejemplo. Estamos manejando, llevamos a nuestro perro en el asiento de atrás, y se nos
pincha un neumático. Esto representará un quiebre. Cuando manejamos no lo hacemos esperando
que un neumático se nos pinche, aunque obviamente esa posibilidad no está excluida. Pero lo que
esperamos es poder desplazarnos de un lugar a otro usando los neumáticos en buenas condiciones.
Mientras ello suceda los neumáticos nos serán transparentes. Pero he aquí que uno de ellos se pincha
y nos vemos obligados a detener el auto y preocuparnos del cambio del neumático. Esto que
obviamente es un quiebre para nosotros, no lo es, sin embargo, para el perro que nos acompaña Y no
lo es por cuanto el perro no tiene un juicio sobre el sentido de lo que ha acontecido, como tampoco
tiene juicios sobre lo que era esperable que sucediera.

La transparencia se quiebra, por lo tanto, en razón de los juicios que hacemos sobre lo que acontece,
teniendo en el trasfondo un juicio sobre lo que es normal esperar. El quiebre, por
tanto, puede ser reconstruido lingüísticamente como un juicio que dice: “Lo que ha acontecido no era
lo que esperaba”, aunque lo que real mente digamos cuando nos damos cuenta de que el neumático se
pincho sea algo diferente. Como tal, todo quiebre está asociado con una transformación de nuestros
juicios sobre lo que es posible.

Cuando hablamos de nuestros juicios sobre lo que es posible, es conveniente introducir una
distinción. Obviamente el que se me pinchara un neumático no era algo que concibiera corno
imposible. Ello está dentro del rango de las cosas que sé que pueden suceder cuando manejo. Sin
embargo, dentro de lo que sé posible, hay también un rango menor de posibilidades que guarda
relación con aquello que espero que acontezca. Ello define lo posible en el dominio de mis
expectativas inmediatas y en función de lo cual proyecto mi existencia y defino mis acciones. Opero
en la vida apostando a que dentro del rango más amplio de posibilidades suceda lo esperado.

Cuando alguien, por ejemplo, nos hace una promesa, sabemos que ésta podría ser revocada antes de
llegar a la fecha de cumplimiento o que podría suceder que, incluso no nos cumplieran. Sin embargo,
a menos que tenga motivos fundados para desconfiar de quien me prometió, normalmente definimos
nuestras expectativas contando con que tal promesa nos será cumplida. De no suceder así, aunque la
posibilidad de incumplimiento no estuviese excluida, tendremos un quiebre.

Quiebres negativos y positivos

Todo quiebre, por lo tanto, modifica el espacio de lo posible y transforma nuestro juicio sobre lo que
nos cabe esperar. Esta transformación puede tomar dos direcciones. En algunas ocasiones, como
sucediera en los ejemplos dados, los quiebres restringirán lo que es posible. Porque se nos pinchó el
neumático, perderé la posibilidad de estar al comienzo de la fiesta a la que me dirigía. Como podemos
apreciar, además de hacer el juicio de que lo acontecido es un quiebre, haremos un juicio negativo
sobre el propio quiebre. Lo vivimos como un quiebre negativo.

Sin embargo, la transparencia se quiebra también porque algo sucede que expande nuestras
posibilidades. Ello nos permite hablar de quiebres positivos. Si me llega la noticia de que mi
propuesta fue seleccionada como la mejor de todas las presentadas, ello evidentemente interrumpirá
la transparencia en la que me encontraba y constituye, por tanto, un quiebre. Lo que será posible
ahora se expandirá. Pero este será un quiebre muy diferente del anterior. Lo será también mi
experiencia de la situación.

Los quiebres habitan en el observador

Una pregunta habitual que se nos hace es por qué hablamos de quiebres y no decimos problemas.
Después de todo, casi todo lo que hemos dicho pareciera referirse a problemas. No todo, sin embargo.
Una de las ventajas de la distinción de quiebre es que nos permite reconocer que ellos pueden ser
tanto negativos como positivos. El término problema suele asumir una carga negativa. Normalmente
eludimos tener problemas. No eludiremos necesariamente tener quiebres.

Sin embargo, la razón principal para optar por la distinción de quiebre se refiere a que, al introducir
un término nuevo, éste nos evita la contaminación con los supuestos de nuestra concepción
tradicional. Esto no sucede con la distinción de problema. Al introducir la distinción de quiebre
hacemos explícito y enfatizamos el reconocimiento de que éste habita en el juicio de un observador.
Cuando hablamos de problemas, en cambio, normalmente suponemos que ellos existen por sí
mismos, independientemente del observador. La distinción de quiebre, por lo tanto, nos permite
diferenciarnos de esa tradición.

Lo dicho implica, por ejemplo, la voluntad de marcar una diferencia con aquellos enfoques basados
en modelos de “resolución de problemas”. Para estos enfoques, dado que los problemas existen
“fuera” del observador, el único curso de acción que le queda a éste es el de hacerse cargo de
“resolverlos”. Por lo tanto, escasa atención se le presta a las condiciones que “definen” un problema
como tal. En múltiples oportunidades, más importante que resolver un problema resulta examinar su
proceso de definición. Muchos problemas, como hemos insistido, no requieren ser resueltos, sino más
bien “disueltos”.

Todo problema es siempre función de la interpretación que lo sustenta y desde la cual se le califica
como problema. Esta interpretación no siempre debe ser dada por sentada y cabe considerar
discutirla. Al hacerlo, lo que antes aparecía cómo problema bien puede desaparecer. De la misma
manera, aquello que originalmente se definía como problema, al modificarse la interpretación que lo
sustenta, pude ahora aparecer como una gran oportunidad.

Con ello se abre la posibilidad de observar del observador que emite un juicio sobre el juicio que
genera el quiebre como quiebre. No hay por qué dar tal juicio por sentado. Podemos preguntarnos,
por ejemplo, “¿Por qué este problema es un problema para mí?” Con ello dejamos de estar poseídos
por nuestros juicios espontáneos. Podemos también preguntarnos, “¿De qué forma sería posible
transformar este problema en oportunidad?”

Pero también podemos hacer algo más. Puesto que el observador, lo sepa éste o no, es quien
constituye una situación en quiebre y, por lo tanto, quien lo genera, no es necesario esperar que nos
“ocurran” quiebres, aunque ellos nos van a ocurrir, querámoslo o no. Ahora podemos también
diseñar la declaración de quiebres. Dado que los quiebres son juicios —y los juicios, como sabemos,
son declaraciones— tenemos la opción de poder declarar algo como un quiebre. No tenemos que
esperar que nos sucedan.

Podemos declarar, por ejemplo, “Esta relación de pareja en la que estoy, así como está, no da para
más. 0 la cambio o la termino”. 0 bien, “Las notas que está obteniendo mi hija en el colegio no me son
aceptables. Conversaré con ella para ver qué podemos hacer para mejorarlas”. Cada vez que
declaramos “¡basta!” estamos de hecho declarando un quiebre. Diferencias importantes en nuestras
vidas resultan de que hay quienes, enfrentando una situación similar, la declaran un quiebre,
mientras hay quienes no lo hacen. Hay quienes lo hacen más temprano que otros. La declaración de
quiebre es un recurso fundamental en nuestro diseño de vida. Según cuan competentes o
incompetentes seamos en hacerla, nuestro futuro será diferente, como lo será también nuestro
mundo y nosotros mismos.

Esto podemos hacerlo en cualquier dominio de nuestra vida y no sólo en el ámbito de Ia vida
personal. En la empresa, por ejemplo, el gerente general puede declarar

un quiebre al decir, “En el futuro, ya no será satisfactorio recibir el 10% de retorno sobre la inversión,
al que nos hemos acostumbrado. De ahora en adelante no nos conformaremos con menos del 15%”, o
“Declaramos que el diseño actual de nuestro producto debe ser considerablemente modificado para
satisfacer mejor a nuestros clientes”, o “En vez de seguir empeñados por obtener un mayor segmento
del mercado, nos concentraremos en disminuir los costos y aumentar las utilidades.

En todos estos ejemplos, algo que no era un “problema” en el pasado; fue declarado como tal en la
actualidad, o bien, algo que era un “problema” (conseguir un mayor segmento del mercado) dejó de
serlo a través de una declaración.

Dos fuentes en la declaración de los quiebres

Nosotros declaramos nuestra satisfacción o insatisfacción con el curso de los acontecimientos. Lo


hacemos gatillados por algún acontecimiento externo o como una acción autónoma, de diseño. Al
declarar nuestra insatisfacción con las cosas tal como están, tenemos ahora la opción de cambiarlas,
de hacerlas diferentes. Los quiebres generalmente implican el juicio de que las cosas podrían haber
sido diferentes. Se basan en no aceptar el curso normal de los acontecimientos —o bien no estamos
satisfechos con las cosas como están, o visualizamos maneras de hacerlas mejor.

Lo dicho nos permite identificar dos formas de ocurrencia de los quiebres. La primera, quizás la más
habitual, se refiere a situaciones en las que el quiebre aparece como tal; sin que nos demos cuenta
emerge de un juicio que nosotros hacemos. Se trata de situaciones dentro de las que, en nuestra
comunidad, existe el consenso, muchas veces ni siquiera explícito, sobre lo que cabe esperar. De ello
que resulta, por lo tanto, que determinados acontecimientos son automáticamente considerados
como quiebres. Por lo tanto, cuando estos acontecimientos tienen lugar, parecieran no necesitar que
hagamos juicio alguno. El juicio antecedía el acontecimiento.

Lo mismo sucede con el signo positivo o negativo de lo que solemos considerar como quiebre. Si, por
ejemplo, alguien cercano fallece o si nos ganamos la lotería, tenemos la impresión de que lo negativo
en un caso o lo positivo en el otro, va acompañado de lo que sucedió y pareciera no haber espacio para
que nosotros emitamos juicio alguno. Un acontecimiento es negativo, el otro positivo, punto. Lo que
sucede en este caso es que el observador es portador de un juicio de quiebre que pertenece al discurso
histórico de su comunidad y, por lo tanto, lo hace de manera automática, sin siquiera escoger
hacerlo.

La segunda forma de ocurrencia es aquella en que el quiebre no surge como expresión espontánea de
un de terminado discurso histórico que afecta a los miembros de una comunidad, sino, precisamente,
porque un individuo resuelve declararlo. Dentro de los condicionamientos históricos a los que todos
estamos sometidos, el individuo tiene la capacidad y autonomía de declarar distintos grados de
satisfacción o de insatisfacción. Aquello que puede ser perfectamente aceptable para uno, puede ser
declarado inaceptable para otro. Y las vidas de uno y otro serán diferentes de acuerdo a cómo hagan
uso de la capacidad que cada uno tiene de declarar quiebres.

Una circunstancia típica que nos permite apreciar el poder de declarar un quiebre se da cuando
decidimos aprender algo. Las cosas pasan como pasan, y nosotros juzgamos que nos iría mejor si
tuviésemos algunas competencias que no tenemos. Por lo tanto, declaramos como un quiebre para
nosotros el curso normal de los acontecimientos y nos comprometemos a aprender, a adquirir nuevas
competencias que nos permitan ser más efectivos en el futuro. Bajo las mismas circunstancias, otra
persona podría perfectamente seguir desempeñándose como lo ha hecho siempre. Al declarar el
quiebre creamos un nuevo espacio de posibilidades para nosotros.

A partir de lo dicho es conveniente mirar para atrás y examinar de qué forma lo que hemos sostenido
afecta aquellos dos supuestos de nuestra concepción tradicional. Si aceptamos la interpretación
propuesta, resulta que no podemos suponer la presencia natural del mundo de objetos. Este mundo
en cuanto mundo de objetos y nosotros en cuanto sujetos en ese mundo, sólo nos constituimos como
tales al producirse un quiebre en el fluir transparente de la vida. Bajo la condición primaria de la
transparencia, el mundo no se nos revela como un mundo de objetos por el solo hecho de estar allí,
frente a nuestros ojos. Tampoco nosotros nos concebimos como sujetos operando en un mundo.

Lo mismo podemos decir con respecto al supuesto de que la acción humana es acción racional. Sin
que neguemos la experiencia de tal tipo de acción, ella constituye un tipo de acción derivativa. La
forma primaria de actuar de los seres humanos es la acción transparente, donde el papel de la
conciencia, el pensamiento o la razón, como “guía” de Ia acción que realizamos no se cumple. Sólo
cuando esta acción transparente se ve interrumpida, emerge la acción racional.

El modelo racionalista también supone que mientras mayor es nuestro nivel de competencia, mayor
será el papel de la razón en nuestro desempeño. Hubert L. Dreyfus, siguiendo a Heidegger, nos señala
que tal relación es en realidad la contraria. Mientras más competentes somos en lo que hacemos,
mayor será nuestro nivel de transparencia. La competencia se ve asociada no con Ia expansión del
dominio de Ia razón, sino con la expansión de Ia transparencia. Con lo que llamamos la capacidad de
incorporar (embody) competencias en nuestro desempeño.

Ello, nuevamente, tampoco niega el papel de la razón, pero lo reevalúa, lo resitúa. Desde esta
perspectiva, no puede sorprender la respuesta que diera Pete Sampras cuando, luego de ganar el
campeonato de tenis de Wimbledon, le preguntaran ¿En qué piensa cuando está jugando?. Sampras
respondió: “Cuando juego no pienso. Sólo reacciono”.

El quiebre, objeto del coaching

Los quiebres constituyen el objeto de observación del coaching como práctica profesional. Los quiebres son
crisis recurrentes que la persona enfrenta, obstáculos y limitaciones en su capacidad de accionar, tensiones que
se repiten en diferentes contextos de su vida provocados por la manera limitada de ser humano. La persona
intuye que “algo” en su vida no anda bien y se da cuenta que se requiere un observador distinto para asistirlo a
resolver esa tensión, alguien que posea distinciones y competencias que él no tiene. Llega a reconocer que: -
Hay algo incompleto, insuficiente en la observación que hace de sí mismo. - La situación no es aceptable y la
declara un quiebre. - Es posible expandir el espacio de posibilidades de lo que es como persona más allá de lo
que el mismo cree, y - Está dispuesto a convertirse en un aprendiz de lo que es como Persona. El
reconocimiento de todo ello le facilita encarar el quiebre para aprender del quiebre mismo. De esta manera la
persona se posibilita a sí misma un posible camino de transformación.
¿Qué es un quiebre?

Antes de exponer algunas ideas sobre los quiebres, te invito a leer el siguiente cuento:
Un maestro samurai paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y
decidió hacer una breve visita al lugar. Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de realizar
visitas, conocer personas y las oportunidades de aprendizaje que obtenemos de estas experiencias. Llegando al lugar
constató la pobreza del sitio: los habitantes, una pareja y tres hijos, vestidos con ropas sucias, rasgadas y sin calzado; la
casa, poco más que un cobertizo de madera...

Se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le preguntó: “En este lugar donde no existen posibilidades de
trabajo ni tampoco puntos de comercio, ¿cómo hacen para sobrevivir? El señor respondió: “amigo mío, nosotros
tenemos una vaquita que da varios litros de leche todos los días. Una parte del producto la vendemos o lo cambiamos
por otros géneros alimenticios en la ciudad vecina y con la otra parte producimos queso, cuajada, etc., para nuestro
consumo. Así es como vamos sobreviviendo.”

El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento, se despidió y se fue. A mitad de camino, se volvió
hacia su discípulo y le ordenó: “Busca la vaquita, llévala al precipicio que hay allá enfrente y empújala por el barranco.”

El joven, espantado, miró al maestro y le respondió que la vaquita era el único medio de subsistencia de aquella familia.
El maestro permaneció en silencio y el discípulo cabizbajo fue a cumplir la orden.

Empujó la vaquita por el precipicio y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel joven durante
muchos años.

Un bello día, el joven agobiado por la culpa decidió abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar.
Quería confesar a la familia lo que había sucedido, pedirles perdón y ayudarlos.

Así lo hizo. A medida que se aproximaba al lugar, veía todo muy bonito, árboles floridos, una bonita casa con un auto en
la puerta y algunos niños jugando en el jardín. El joven se sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde
familia hubiese tenido que vender el terreno para sobrevivir. Aceleró el paso y fue recibido por un hombre muy simpático.

El joven preguntó por la familia que vivía allí hacia unos cuatro años. El señor le respondió que seguían viviendo allí.
Espantado, el joven entró corriendo en la casa y confirmó que era la misma familia que visitó hacia algunos años con el
maestro.

Elogió el lugar y le preguntó al señor (el dueño de la vaquita): “¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?”
El señor entusiasmado le respondió: “Nosotros teníamos una vaquita que cayó por el precipicio y murió. De ahí en
adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos.
Así alcanzamos el éxito que puedes ver ahora.”

Reflexión:

Todos tenemos "alguna vaquita" que nos proporciona alguna cosa básica para nuestra supervivencia, pero que nos lleva
a la rutina y nos hace dependientes de ella. Nuestro mundo se limita a lo que "la vaquita" nos brinda.

¿Cuál es "tu vaquita"


¿Qué te imaginas que ocurriría si te deshaces de "tu vaquita"?
¿Qué tan dispuesto estás a sacar a "tu vaquita" de tu vida?
¿Qué te impide deshacerte de "tu vaquita"?

El cuento compartido y las preguntas de reflexión planteadas nos remiten directamente a un concepto clave en el
coaching: "el quiebre".

Un quiebre es una interrupción en el fluir transparente de nuestra vida en el que tomamos conciencia de un campo
específico que antes no identificábamos.

Nosotros mismos somos los que determinamos los quiebres y lo hacemos en dos situaciones: (1) cuando expresamos
sentirnos insatisfechos por algo que acontece en nuestra vida y (2) cuando visualizamos que nuestra vida puede ser
diferente en uno o varios aspectos.

Podemos vivir los quiebres como positivos y negativos. El vivir un quiebre como positivo implica que éste expandirá
nuestras posibilidades de acción y de resultados, en cambio el vivir un quiebre como negativo implica que éste restringirá
nuestras posibilidades.

Nosotros podemos declarar quiebres en nuestra vida personal y profesional, y no limitarnos a esperar que estos ocurran.
Para ello podemos preguntarnos: ¿qué situaciones de mi área personal o profesional deseo que NO sigan ocurriendo? o
¿qué situaciones deseo que ocurran en mi vida personal o profesional?

Las declaraciones de quiebres suelen empezar con la palabra: "Basta" (ejemplos: "Basta de seguir en esta relación de
pareja", "Basta de seguir esperando que mi jefe me aumente el suelo", "Basta de estar fumando y estar poniendo en
riesgo mi salud", "Basta de estar trabajando más de 12 horas y de no darme tiempo para descansar y compartir con la
familia, etc.

Una persona que inicia un proceso de coaching por voluntad propia es porque ha ocurrido una situación de quiebre en su
vida (ej: despido de trabajo, crisis financiera, divorcio, etc.) o porque ha llegado a un momento en que ha hecho una
declaración de quiebre, es decir, cuando desea generar un cambio en su vida actual para aumentar sus niveles de
satisfacción y alcanzar ciertas metas.

En las etapas iniciales de un proceso de coaching se busca comprender las inquietudes del coachee y ayudarlo a que
determine sus quiebres, posteriomente el coach junto con el coachee elaboran juntos planes de acción que lo ayuden a
superar sus diferentes quiebres.

A manera de conclusión podemos decir que el coaching ayuda a manejar lo quiebres existentes, a anticipar los que se
vienen, a declararlos como positivos o negativos y a que el coachee vuelva a la transparencia o estado de paz en el que
todo fluye sin detenerse a pensar en cada paso que da.

Te invito a hacer declaraciones de quiebre!

Estamos absolutamente convencidos que somos seres racionales. La mayoría de lo que hacemos es en
automático. Cosas hechas irreflexiblemente.
Heidegger postula que lo que llamaremos transparencia—Ia actividad no-reflexiva, no pensante, no deliberativa,
la acción con umbral mínimo de conciencia— constituye la base y condición primaria de la acción humana.
Cuando, por ejemplo, caminamos, subimos la escalera, martillamos un clavo en la pared, escribimos en
la computadora, hablamos por teléfono, andamos en bicicleta, comemos en la mesa, cocinamos, manejamos un
auto, lo hacemos en transparencia. Ello implica que no tenemos la atención puesta en cada paso que damos al
caminar o en cada movimientoque hacemos con las manos al escribir en el computador. Tampoco proyectamos por
anticipado el movimiento que haremos a continuación. La acción transparente no sigue los supuestos ofrecidos por
la interpretación de la acciónracional.
¿Implica esto que no estamos viendo? Obviamente que no. De no haber visto los semáforos cuando
manejábamos, no nos hubiéramos detenido, como lo hicimos cada vez que hubo una luz roja. Es evidente que no
cometimos ninguna infracción. Nos desplazamos en sintonía con el mundo alrededor, sin detenernos a pensar en
él. Fluíamos en él, como cuando bailamos sin prestar mayor atención a los pasos que estamos dando.
Cuando nos encontramos en este estado, en la transparencia del fluir de la vida, no sólo no estamos pensando en
lo que hacemos, tampoco estamos en un mundo que se rige por relación sujeto-objeto. Estamos en un estado que
es previo a la constitución de esa relación. ¿Cuándo, entonces, emerge el pensamiento sobre lo que hacemos?
¿Cuándo entramos en una relación con el mundo en la que nos concebimos a nosotros mismos como sujetos y
percibimos objetos?
Escuela de Coaching Ser.Red
Sostenemos que solo emerge la deliberación, la conciencia de lo que estamos ejecutando, cuando este fluir en la
transparencia, por alguna razón, se ye interrumpido: cuando se produce lo que llamamos un quiebre. Un quiebre,
diremos, es una interrupción en el fluir transparente de la vida.
Volvamos a algunos de los ejemplos anteriores y examinemos algunas situaciones en las que la transparencia se
quiebra. Si al estar caminando tropezamos, súbitamente observaremos aquel pavimento que antes nos era
transparente. Si al subir la escala, uno de los escalones hace un crujido extraño o cede, tal escalón se nos
aparecerá como objeto. Si al escribir en nuestra computadora una de las teclas no ejecuta lo que esperamos de
ella, el teclado emergerá también como objeto que convoca nuestra atención. Si al tomar un pedazo de carne con
mi tenedor ésta salta del plato, posiblemente dejaremos de prestar atención a la conversación que tiene lugar en Ia
mesa para preocuparnos por el pedazo de carne, del tenedor y del plato. Si en nuestro conducir hacia la oficina
resulta que al acercarnos a cada semáforo lo encontramos con luz roja, es muy posible que luego de detenernos
en los primeros, los que sigan nos serán muy visibles y comenzaremos a pensar en cómo es posible que no los
sincronicen.
Aquello que antes nos era transparente emerge ahora en nuestro campo de atención, tornamos conciencia de ello
y concita nuestro pensamiento. Sólo entonces nuestra acción se rige por los patrones de la acción racional. A partir
del quiebre de la transparencia, constituimos la relación sujeto-objeto y comenzamos a pensar en como
reestablecer la transparencia perdida. El modelo de la acción racional, por lo tanto, es un puente que une
situaciones de transparencia y surge cuando se produce un quiebre en la acción transparente.
Condiciones para la Generación de un Quiebre:
Aquí nos encontramos con un fenómeno interesante: ¿Que es aquello que “produce” el quiebre? ¿Cómo se
produce? ¿Cuándo, por ejemplo, una luz roja adicional en el semáforo produce un quiebre en nuestro manejar
hacia la oficina? ¿Y por qué esa luz roja y no la anterior? ¿O dos luces rojas más adelante?
Sostenemos que todo quiebre involucra un juicio de que aquello que acontece, sea ello lo que sea, no cumple con
lo que esperábamos que aconteciera. Un quiebre, por lo tanto, es un juicio de que lo acontecido altera el curso
esperado de los acontecimientos. Detengámonos a examinar lo que hemos dicho. Lo primero que destacamos es
nuestra interpretaciónde que todo quiebre se constituye como un juicio. Por lo tanto, si no tuviésemos la capacidad
de hacer juicios, no tendríamos quiebres.
Tomemos un ejemplo. Estamos manejando, llevamos a nuestro perro en el asiento de atrás, y se nos pincha un
neumático. Esto representará un quiebre. Cuando manejamos no lo hacemos esperando que un neumático se nos
pinche, aunque obviamente esa posibilidad no está excluida. Pero lo que esperamos es poder desplazarnos de un
lugar a otro usando los neumáticos en buenas condiciones. Mientras ello suceda los neumáticos nos serán
transparentes. Pero he aquí que uno de ellos se pincha y nos vemos obligados a detener el auto y preocuparnos
del cambio del neumático. Esto que obviamente es un quiebre para nosotros, no lo es, sin embargo, para el perro
que nos acompaña Y no lo es por cuanto el perro no tiene un juicio sobre el sentido de lo que ha acontecido, como
tampoco tiene juicios sobre lo que era esperable que sucediera.

7 Etapas Para Enfrentar Quiebres de Ezencial Consultores


La transparencia se quiebra, por lo tanto, en razón de los juicios que hacemos sobre lo que acontece, teniendo en
el trasfondo un juicio sobre lo que es normal esperar. El quiebre, por tanto, puede ser reconstruido lingüísticamente
como un juicio que dice: “Lo que ha acontecido no era lo que esperaba”, aunque lo que real mente digamos
cuando nos damos cuenta de que el neumático se pincho sea algo diferente. Como tal, todo quiebre está asociado
con una transformaciónde nuestros juicios sobre lo que es posible.
Cuando hablamos de nuestros juicios sobre lo que es posible, es conveniente introducir una distinción. Obviamente
el que se me pinchara un neumático no era algo que concibiera corno imposible. Ello está dentro del rango de las
cosas que sé que pueden suceder cuando manejo. Sin embargo, dentro de lo que sé posible, hay también un
rango menor de posibilidades que guarda relación con aquello que espero que acontezca. Ello define lo posible en
el dominio de mis expectativas inmediatas y en función de lo cual proyecto mi existencia y defino mis acciones.
Opero en la vida apostando a que dentro del rango más amplio de posibilidades suceda lo esperado.
Cuando alguien, por ejemplo, nos hace una promesa, sabemos que ésta podría ser revocada antes de llegar a la
fecha de cumplimiento o que podría suceder que, incluso no nos cumplieran. Sin embargo, a menos que tenga
motivos fundados para desconfiar de quien me prometió, normalmente definimos nuestras expectativas contando
con que tal promesa nos será cumplida. De no suceder así, aunque la posibilidad de incumplimiento no estuviese
excluida, tendremos un quiebre.
Quiebres negativos y positivos
Todo quiebre, por lo tanto, modifica el espacio de lo posible y transforma nuestro juicio sobre lo que nos cabe
esperar. Esta transformación puede tomar dos direcciones. En algunas ocasiones, como sucediera en los ejemplos
dados, los quiebres restringirán lo que es posible. Porque se nos pinchó el neumático, perderé la posibilidad de
estar al comienzo de la fiesta a la que me dirigía. Como podemos apreciar, además de hacer el juicio de que lo
acontecido es un quiebre, haremos un juicio negativo sobre el propio quiebre. Lo vivimos como un quiebre
negativo.
Sin embargo, la transparencia se quiebra también porque algo sucede que expande nuestras posibilidades. Ello
nos permite hablar de quiebres positivos. Si me llega la noticia de que mi propuesta fue seleccionada como la
mejor de todas las presentadas, ello evidentemente interrumpirá la transparencia en la que me encontraba y
constituye, por tanto, un quiebre. Lo que será posible ahora se expandirá. Pero este será un quiebre muy diferente
del anterior. Lo será también mi experiencia de la situación.

Escuela de Coaching Ser.Red

Los quiebres habitan en el observador


Una pregunta habitual que se nos hace es por qué hablamos de quiebres y no decimos problemas. Después
de todo, casitodo lo que hemos dicho pareciera referirse a problemas. No todo, sin embargo. Una de las ventajas
de la distinción de quiebre es que nos permite reconocer que ellos pueden ser tanto negativos como positivos. El
término problema suele asumir una carga negativa. Normalmente eludimos tener problemas. No eludiremos
necesariamente tener quiebres.
Sin embargo, la razón principal para optar por la distinción de quiebre se refiere a que, al introducir un término
nuevo, éste nos evita la contaminación con los supuestos de nuestra concepción tradicional. Esto no sucede con la
distinción de problema. Al introducir la distinción de quiebre hacemos explícito y enfatizamos el reconocimiento de
que éste habita en el juicio de un observador. Cuando hablamos de problemas, en cambio, normalmente
suponemos que ellos existen por sí mismos, independientemente del observador. La distinción de quiebre, por lo
tanto, nos permite diferenciarnos de esa tradición.
Lo dicho implica, por ejemplo, la voluntad de marcar una diferencia con aquellos enfoques basados en modelos de
“resolución de problemas”. Para estos enfoques, dado que los problemas existen “fuera” del observador, el único
curso de acción que le queda a éste es el de hacerse cargo de “resolverlos”. Por lo tanto, escasa atención se le
presta a las condiciones que “definen” un problema como tal. En múltiples oportunidades, más importante que
resolver un problema resulta examinar su proceso de definición. Muchos problemas, como hemos insistido, no
requieren ser resueltos, sino más bien “disueltos”.
Todo problema es siempre función de la interpretación que lo sustenta y desde la cual se le califica como problema.
Esta interpretación no siempre debe ser dada por sentada y cabe considerar discutirla. Al hacerlo, lo que antes
aparecía cómo problema bien puede desaparecer. De la misma manera, aquello que originalmente se definía como
problema, al modificarse la interpretación que lo sustenta, pude ahora aparecer como una gran oportunidad.
Con ello se abre la posibilidad de observar del observador que emite un juicio sobre el juicio que genera el quiebre
como quiebre. No hay por qué dar tal juicio por sentado. Podemos preguntarnos, por ejemplo, “¿Por qué este
problema es un problema para mí?” Con ello dejamos de estar poseídos por nuestros juicios espontáneos.
Podemos también preguntarnos, “¿De qué forma sería posible transformar este problema en oportunidad?”
Pero también podemos hacer algo más. Puesto que el observador, lo sepa éste o no, es quien constituye una
situación en quiebre y, por lo tanto, quien lo genera, no es necesario esperar que nos “ocurran” quiebres, aunque
ellos nos van a ocurrir, querámoslo o no. Ahora podemos también diseñar la declaración de quiebres. Dado que los
quiebres son juicios —y los juicios, como sabemos, son declaraciones— tenemos la opción de poder declarar algo
como un quiebre. No tenemos que esperar que nos sucedan.
Podemos declarar, por ejemplo, “Esta relación de pareja en la que estoy, así como está, no da para más. 0 la
cambio o la termino”. 0 bien, “Las notas que está obteniendo mi hija en el colegio no me son aceptables.
Conversaré con ella para ver qué podemos hacer para mejorarlas”. Cada vez que declaramos “¡basta!” estamos de
hecho declarando un quiebre. Diferencias importantes en nuestras vidas resultan de que hay quienes, enfrentando
una situación similar, la declaran un quiebre, mientras hay quienes no lo hacen. Hay quienes lo hacen más
temprano que otros. La declaración de quiebre es un recurso fundamental en nuestro diseño de vida. Según cuan
competentes o incompetentes seamos en hacerla, nuestro futuro será diferente, como lo será también nuestro
mundo y nosotros mismos.
Esto podemos hacerlo en cualquier dominio de nuestra vida y no sólo en el ámbito de Ia vida personal. En
la empresa, por ejemplo, el gerente general puede declarar
un quiebre al decir, “En el futuro, ya no será satisfactorio recibir el 10% de retorno sobre la inversión, al que nos
hemos acostumbrado. De ahora en adelante no nos conformaremos con menos del 15%”, o “Declaramos que el
diseño actual de nuestro producto debe ser considerablemente modificado para satisfacer mejor a nuestros
clientes”, o “En vez de seguir empeñados por obtener un mayor segmento del mercado, nos concentraremos en
disminuir los costos y aumentar las utilidades.
En todos estos ejemplos, algo que no era un “problema” en el pasado; fue declarado como tal en la actualidad, o
bien, algo que era un “problema” (conseguir un mayor segmento del mercado) dejó de serlo a través de una
declaración.
Juan Pablo Caamaño V.

Dos fuentes en la declaración de los quiebres


Nosotros declaramos nuestra satisfacción o insatisfacción con el curso de los acontecimientos. Lo hacemos
gatillados por algún acontecimiento externo o como una acción autónoma, de diseño. Al declarar
nuestra insatisfacción con las cosas tal como están, tenemos ahora la opción de cambiarlas, de hacerlas
diferentes. Los quiebres generalmente implican eljuicio de que las cosas podrían haber sido diferentes. Se basan
en no aceptar el curso normal de los acontecimientos —o bien no estamos satisfechos con las cosas como están,
o visualizamos maneras de hacerlas mejor.
Lo dicho nos permite identificar dos formas de ocurrencia de los quiebres. La primera, quizás la más habitual, se
refiere a situaciones en las que el quiebre aparece como tal; sin que nos demos cuenta emerge de un juicio que
nosotros hacemos. Se trata de situaciones dentro de las que, en nuestra comunidad, existe el consenso, muchas
veces ni siquiera explícito, sobre lo que cabe esperar. De ello que resulta, por lo tanto, que determinados
acontecimientos son automáticamente considerados como quiebres. Por lo tanto, cuando estos acontecimientos
tienen lugar, parecieran no necesitar que hagamos juicio alguno. El juicio antecedía el acontecimiento.
Lo mismo sucede con el signo positivo o negativo de lo que solemos considerar como quiebre. Si, por ejemplo,
alguien cercano fallece o si nos ganamos la lotería, tenemos la impresión de que lo negativo en un caso o lo
positivo en el otro, va acompañado de lo que sucedió y pareciera no haber espacio para que nosotros
emitamos juicio alguno. Un acontecimiento es negativo, el otro positivo, punto. Lo que sucede en este caso es que
el observador es portador de un juicio de quiebre que pertenece al discurso histórico de su comunidad y, por lo
tanto, lo hace de manera automática, sin siquiera escoger hacerlo.
La segunda forma de ocurrencia es aquella en que el quiebre no surge como expresión espontánea de un de
terminado discurso histórico que afecta a los miembros de una comunidad, sino, precisamente, porque
un individuo resuelve declararlo. Dentro de los condicionamientos históricos a los que todos estamos sometidos,
el individuo tiene la capacidad y autonomía de declarar distintos grados de satisfacción o de insatisfacción. Aquello
que puede ser perfectamente aceptable para uno, puede ser declarado inaceptable para otro. Y las vidas de uno y
otro serán diferentes de acuerdo a cómo hagan uso de la capacidad que cada uno tiene de declarar quiebres.
Una circunstancia típica que nos permite apreciar el poder de declarar un quiebre se da cuando decidimos
aprender algo. Las cosas pasan como pasan, y nosotros juzgamos que nos iría mejor si tuviésemos algunas
competencias que no tenemos. Por lo tanto, declaramos como un quiebre para nosotros el curso normal de los
acontecimientos y nos comprometemos a aprender, a adquirir nuevas competencias que nos permitan ser más
efectivos en el futuro. Bajo las mismas circunstancias, otra persona podría perfectamente seguir desempeñándose
como lo ha hecho siempre. Al declarar el quiebre creamos un nuevo espacio de posibilidades para nosotros.
A partir de lo dicho es conveniente mirar para atrás y examinar de qué forma lo que hemos sostenido afecta
aquellos dos supuestos de nuestra concepción tradicional. Si aceptamos la interpretación propuesta, resulta que no
podemos suponer la presencia natural del mundo de objetos. Este mundo en cuanto mundo de objetos y nosotros
en cuanto sujetos en ese mundo, sólo nos constituimos como tales al producirse un quiebre en el fluir transparente
de la vida. Bajo la condición primaria de la transparencia, el mundo no se nos revela como un mundo de objetos
por el solo hecho de estar allí, frentea nuestros ojos. Tampoco nosotros nos concebimos como sujetos operando en
un mundo.
Lo mismo podemos decir con respecto al supuesto de que la acción humana es acción racional. Sin que neguemos
la experiencia de tal tipo de acción, ella constituye un tipo de acción derivativa. La forma primaria de actuar de los
seres humanos es la acción transparente, donde el papel de la conciencia, el pensamiento o la razón, como “guía”
de Ia acciónque realizamos no se cumple. Sólo cuando esta acción transparente se ve interrumpida, emerge
la acción racional.
El modelo racionalista también supone que mientras mayor es nuestro nivel de competencia, mayor será el papel
de la razón en nuestro desempeño. Hubert L. Dreyfus, siguiendo a Heidegger, nos señala que tal relación es
en realidad la contraria. Mientras más competentes somos en lo que hacemos, mayor será nuestro nivel de
transparencia. La competencia se ve asociada no con Ia expansión del dominio de Ia razón, sino con la expansión
de Ia transparencia. Con lo que llamamos la capacidad de incorporar (embody) competencias en nuestro
desempeño.
Ello, nuevamente, tampoco niega el papel de la razón, pero lo reevalúa, lo resitúa. Desde esta perspectiva, no
puede sorprender la respuesta que diera Pete Sampras cuando, luego de ganar el campeonato de tenis de
Wimbledon, le preguntaran ¿En qué piensa cuando está jugando?. Sampras respondió: “Cuando juego no pienso.
Sólo reacciono”.
Pincipal Fuente Narrativa: http://coachingbarcelona.blogspot.com.ar/

¿Qué ocurre cuando nos damos cuenta o descubrimos que lo que hacemos ya no nos sirve? ¿Cuál es el primer
movimiento que nos aparece, cuando descubrimos que algo lo podemos hacer de manera diferente? ¡Surge una
necesidad de cambio! Generalmente entendemos aprender con cambiar, que se traduce en una necesidad de,
rápidamente entrar en acciones nuevas, distintas a las que ya no nos sirven. Para salir de la situación que nos
incomoda o no nos satisface, el foco se centra en el desarrollo de nuevas formas de hacer.
Como coach nos encontramos con coachees, que luego de un “darse cuenta importante”, o luego de articular un
quiebre, inmediatamente quieren ir a la acción. Hacer algo que los aleje de esa forma de actuar o de ser, que ya no
les sirve para los objetivos que tienen o para la forma en que desean vivir su vida. Consideramos que esta es una
fuerza fundamental de transformación, sin embargo no es suficiente. No podemos saltarnos una etapa clave que
permita profundizar; destrabar lo que se ha rigidizado; canalizar las fuerzas; lograr sanación y dar un salto de
aprendizaje. Esta etapa la llamaremos, el “Habitar”.
Habitar viene del latín habitare, frecuentativo de habere (tener). Frecuentativo quiere decir que la acción se repite
reiteradamente, entonces entendemos habitare, como tener de manera reiterada; permanecer en un lugar…
convertirlo en nuestra habitación.
Habitar lo definiremos como la experiencia de quedarse en ciertos momentos claves del coaching. Es como un
viajero que va abstraído en los detalles del camino y al llegar a un lugar determinado, se detiene, levanta la
cabeza, saca su mapa y observa qué está ocurriendo en su aventura.
En el coaching al quedarnos habitando, se nos abre un universo de posibilidades. Entre ellas la posibilidad de
contemplar el lugar en el que nos encontramos; sensibilizarnos a las múltiples percepciones corporales de este
lugar; sentir y distinguir las emociones; escuchar narrativas; juicios; discursos culturales asociados a este particular
modo en que hemos vivido nuestro ser…
Posibilita una conexión con la compasión y la aceptación, dimensiones fundamentales para cualquier aprendizaje.
Cuando habitamos permanecemos, sostenemos, nos escuchamos y aprendemos. Estamos sumergidos como
niños curiosos en la profundidad de los momentos de la vida.
Cada vez que pienso en esto me aparece mi hijo de 4 años, quien cuando descubre un juego lo puede realizar 33
veces seguidas, con el mismo asombro, con el mismo entusiasmo que la primera vez. Otra bella imagen es la de
mi madre, de 87 años. Ella lo que hace con cada libro que llega a sus manos es leerlo, luego volver a leerlo
subrayando lo que le parece relevante, continúa haciendo un resumen… mi madre debe tener más de 800
resúmenes de libros hechos a lo largo de su vida. Ella se queda con ellos, los disfruta, permite que las palabras
permanezcan en ella, deja que cada párrafo, frase o idea juegue con sus reflexiones; se queda el tiempo suficiente,
lo habita, y cuando llega el momento, el libro vuelve a su estantería, ya listo, satisfecho… Nietzsche de manera
maravillosa destaca la sabiduría de estas dos etapas de la vida planteando, “La madurez del hombre es haber
vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño”.
Vuelvo a las preguntas -un
espacio natural de aprendizaje- y cada una de éstas me amplía aún más la mirada: ¿En qué momento de la vida
se nos olvidó quedarnos en el disfrute del aquí y el ahora? ¿Qué ocurrió que cambiamos el caminar la vida paso a
paso, por el ir corriendo apurados, sin saber muchas veces para dónde vamos? ¿Qué hace que el estar pareciera
tener que ver más con el avanzar que con el aprender del momento? ¿De dónde vienen y cuáles son esas fuerzas
de inercias, lineales, que nos absorben y apuran, muchas veces sin sentido?
Para continuar esta reflexión, traeré a este texto algunas descripciones del Habitar que hace Iván Illich, pensador
austriaco, tomados de sus escritos (La reivindicación de la casa y El mensaje de la choza de Gandhi). Si bien sus
definiciones sobre el habitar aluden a los territorios en los cuáles construimos nuestros hogares, comunidades,
etc., también el autor describe de manera maravillosa la relevancia de ese momento particular (el Habitar), y estas
reflexiones nos sirven de metáfora para llevarlas al proceso de aprendizaje transformacional. “Habitar es dejar
huella. Habitar un territorio es reconocerlo y recorrerlo. Habitar un territorio es recorrerlo a pie. Habitar un territorio
es también viajarlo. Habitar un territorio es también demorarse en él y sobre él. Perder el tiempo, calentarse al sol.
Estar, sin hacer nada, en los lugares: la contemplación, la inacción, el descanso, la respiración. Habitar un espacio
es recordarlo (aludir a los precedentes, conjugar sobre él metáforas), soñarlo (abrirlo al horizonte), recordar
soñando. Habitar un territorio es, digámoslo otra vez, tomarlo y marcarlo. Habitar un territorio es convivirlo. Habitar
es construir. Habitar una ciudad o un territorio es recorrerlo, compartirlo… y entenderlo”. (Illich)
La gente del campo a diferencia de la gente de la ciudad, habita su territorio. De muy pequeña escuchaba una
simple historia que refleja eso. Se las cuento, porque en su simpleza, refleja un entendimiento claro de lo que es el
Habitar. Trata de alguien de la ciudad que va de vacaciones al campo. Un día decide salir a caminar y al atravesar
un prado, saluda a la distancia a un campesino que estaba sentado, apoyado en un árbol. Luego de toda una
mañana dedicada a disfrutar recorriendo los cerros, decide volver. Al llegar al prado, observa con sorpresa que el
campesino seguía sentado en el mismo lugar.
Con curiosidad se acerca y le dice: “Buen día amigo, ¿cómo está?”. La respuesta fue simple y sorprendente, “Acá
estamos, mirando crecer el pastito”. El campesino observa, sensibilizado con el ritmo orgánico de la
transformación. En nuestro caso los coaches hacemos algo similar, cuando acompañamos al coachee a habitar
sus territorios. Mirar cómo crece el pastito, mirar cómo se manifiesta la naturaleza del coachee. El campesino está
libre de ansiedad, vive en una calma que le acaece espontáneamente la integración con su mundo. Este es un
lugar deseable para el coaching, colocándolo de manera más precisa, este es un territorio de “obligatorio”
aprendizaje para el coach. El coach cae en la ansiedad cuando se desconecta de su coachee y se conecta con sus
propias pretensiones, por ejemplo, impresionar al coachee; querer ser el mejor coach; intentar ser brillante; ser un
maestro del coaching, etc. Cuando esto ocurre, el coach deja de estar al servicio, alejándose el coachee del
proceso del Habitar.
Pienso en el Habitar, y concluyo que el Habitar es conectar con la naturaleza viva del territorio humano. Ahora, el
gran enemigo del Habitar es apurarse o apurar a nuestros coachees.
Esto no es raro, dado que estamos en un mundo donde los resultados; el éxito rápido; la competitividad; la
necesidad de logro (¡ahora ya!) y sin esfuerzo, pareciera ser lo central en nuestras vidas. Lo paradojal de todo esto
es que justamente cuando queremos avanzar rápido nos saltamos el proceso, y lo más seguro es que eso nos
hará retroceder.
Los coaches nos encontramos frecuentemente con estas situaciones, tanto en las organizaciones como con las
personas. Casos de necesidad de cambio, que se han realizado por decreto, en la urgencia y que no sólo no
logran sostener logros, si no que además son fuente de frustraciones y estados de ánimo de pesimismo y
resignación, afectando relaciones y resultados individuales y organizacionales.
El habitar es justo el momento previo al hacer. Es donde

emerge el gran sentido y las


fuerzas emocionales que sostendrán las acciones que vendrán en el futuro. Es el instante preciso que hace que el
aprendizaje sea más significativo, profundo y ocurra justo cuando debe venir. NO antes NI Después…
Hay dos emociones claves y necesarias en la experiencia del Habitar, el coraje y la confianza. Coraje para
quedarse en un lugar de incomodidad, confusión e incertidumbre. Necesitamos de coraje para detenernos en
aquellos aspectos en los que nos hemos llevado la vida entera tratando de cubrir o evadir. Y confianza en que
luego del tiempo necesario en esta experiencia, vendrá la claridad, se logrará el aprendizaje y emergerán las
fuerzas emocionales que harán posible el salto transformacional.
Y centrándonos en el coaching, ¿cómo acompañamos a habitar el quiebre del coachee? Cómo lo mencioné antes,
habitar cada momento del coaching es fundamental, así el coachee tendrá el tiempo para reflexionar y descubrirse.
En lo que me centraré ahora es en el momento que llamaremos, “Habitar el quiebre ontológico del coachee”.
Si nuestro coachee descubre o se da cuenta que se ha llevado toda la vida haciéndose cargo de todo, o que dado
los discursos culturales que heredó, no pide ayuda, o se lleva la vida siendo buena persona, por lo que nunca dice
que no, o que se ha vivido la vida tratando de cumplir con las expectativas de los demás, etc. Como Coach al lugar
donde lo invitaremos es al Habitar, al menos, desde los tres dominios básicos en que hemos descrito al observador
que somos. Desde el cuerpo, la emoción y el lenguaje. Considerando toda la riqueza que nos constituye como
habitantes de este mundo.
Desde las Emociones: Podremos conectar con la posibilidad de no resistir las emociones asociadas al quiebre.
De mirarnos con compasión y aceptar lo que sentimos. Dejar fluir el caudal de emociones que quizás ha estado
estancado por mucho tiempo y recuperar una templanza atávica. Los seres humanos en tanto mamíferos,
buscamos la paz emocional. Desde el Cuerpo: Seguramente el estar habitando el quiebre, desatará sensaciones
corporales, cambios en el nivel de tensión corporal y un particular impulso de movimiento. Al quedarnos sensibles a
todas estas reacciones corporales, podremos percibir importantes señales, que nutrirán el proceso del coaching. El
cuerpo está esperando ser escuchado, integrado y habitado. Desde el Lenguaje: Podremos explorar narrativas,
juicios maestros, declaraciones, compromisos y conversaciones que han construido un sistema que ya se hace
insuficiente. Seguramente el Habitar inspirará la creación de las declaraciones que construirán el futuro.
Desarrollemos un ejemplo: Nuestro coachee llega con su quiebre. Nos dice que se siente solo, que aún no ha
logrado armar una familia, que en el trabajo en el que está, si bien es un buen puesto en una prestigiosa empresa,
no le apasiona. Está justo en un momento de su vida en que la falta de pasión y alegría, está haciendo que su día
a día sea un camino sin sabor, por momentos amargo y absolutamente desconectado de sus sueños.
Luego de una conversación de coaching donde navegamos por distintas preguntas, llegamos a articular que lo que
le pasa: en el fondo se ha vivido la vida pensando en que “No merece soñar, ser feliz, realizarse, etc.” El juicio
maestro de “No Merecer” es la columna vertebral desde la cual se ha movido a lo largo de sus 43 años. En el
momento que descubre que esta es la raíz de su sinsentido, la situación lo conmueve y lo hace estremecerse.
Caen sus lágrimas y en ese momento se llena de asombro, tristeza y perplejidad.
Su pregunta surge minutos después… “entonces y ahora ¿qué hago? Mi respuesta es, ¡nada! Por ahora nada.
Aunque nos aparezcan muchas posibilidades de acción, que fácilmente se transformarían en adecuadas
sugerencias, mantenemos la convicción del “no hacer nada”. Y comenzamos, en ese mismo momento, el camino
de habitar cargados de silencio, pausas… donde las explicaciones de siempre ya no tienen lugar… los personajes
inventados para cubrir este vacío se desvanecen, dando espacio a una conversación de nuestras almas, que son
las únicas que hablan.

Surge el silencio, mucho silencio.


Si en ese momento nos fuésemos inmediatamente a mirar qué acciones se pueden efectuar para generar
movilidad en ese lugar… definitivamente nos perderíamos todo lo que el coachee pudiese descubrir al quedarse.
No hay nada más poderoso en el proceso de aprendizaje que los descubrimientos realizados en medio de la
experiencia de habitar un quiebre. Son momentos muy creativos, luminosos, inspirados, inolvidables, hitos
históricos y referentes en la vida del coachee.
Nuestro coachee se queda habitando su “darse cuenta”, lo visitaron emociones nuevas, surgieron creativas
miradas y sorprendentes fuerzas. Le pido que registre esta nueva presencia y que construya una declaración
coherente con lo que está viviendo en ese momento, él con una voz poderosa dice: “tengo el derecho a ser, a
querer y a ser querido”. Después de repetir esta frase varias veces, en distintas intensidades y espacios
emocionales, comienza a construirse una nueva coherencia. Lo central de este experiencia fue sostenerlo (al
coachee); acompañarlo en el momento en que se toca a sí mismo, habitando su quiebre.
El tiempo de la experiencia del habitar es muy particular. Cada proceso es diferente y tiene que ver con el “mundo”
que constituye al coachee. Un elemento medular para alumbrar este tiempo son las preguntas, definitivamente el
arte de las preguntas hacen al Coach.
Si volvemos a nuestro ejemplo, ¿qué preguntas podrían acompañar el habitar en esta conversación?:
Y ese juicio de no merecer, ¿de dónde vendrá? ¿Cómo se vive la vida así? ¿Cómo amas? ¿Cómo te dejas amar?
¿Cómo son tus relaciones con las personas cuando partes del que tú no mereces? ¿Qué emociones son las que te
acompañan? ¿En qué estado de ánimo has vivido a partir de este juicio maestro? ¿Y cómo es la relación con tu
cuerpo desde ahí? ¿De qué te enfermas cuando el mensaje que le das a tu cuerpo es de no merecer? ¿Te
permites disfrutar… gozar la vida? ¿Cuánto celebras lo que te pasa? ¿Qué te permites y qué no? ¿Qué costos ha
tenido el vivir este juicio maestro como una verdad? ¿Qué te estarás perdiendo de ti, de la vida, de las personas
que son parte de tu vida? ¿Qué es lo cómodo o lo que puede boicotear el moverte de este juicio?
Estas son sólo algunas de las preguntas que necesita reflexionar el coachee. Juegan un papel importante y
quedan haciendo eco en su interior, quizás por varios días, algunas veces por semanas o para siempre. Tienen el
poder de invitarlo a mirar lúcidamente al observador que ha estado siendo; conocerlo, detectar sus personajes,
movidas relacionales, principales conversaciones, estados emocionales más frecuentes y movimientos
característicos, entre otros.
El Habitar no sólo requiere del reflexionar, también se necesita Habitar experiencialmente ese lugar. Para eso el
trabajar identificando la corporalidad y la “sopa emocional” en la cuál se encuentra el coachee es fundamental.
Invitarlo a reconocer ese cuerpo es clave, ya que le permite a futuro, observarlo con más distancia y desapegarse
del decreto, “¡yo soy así!”
Dado esto -desde el coaching- “Habitar el quiebre ontológico” es, vivir la experiencia de detenerse, permitiendo al
coachee conectar y observar lo conocido y lo desconocido de su propio mundo. Siendo elementos fundamentales
de ese mundo; identificar cuáles son las conversaciones; la corporalidad y las emociones del quiebre articulado. El
Habitar es el lugar donde la confianza profunda en las naturalezas conectadas del coach y el coachee, permitirán
que surja la magia, que aparezca una danza creativa y misteriosa, donde nada se controla, en donde sólo se fluye.

Christine Calldwell, sicoterapeuta


(Habitar el Cuerpo), nos plantea que “Hay que distinguir entre Quién soy y Dónde estoy. Quién soy es cambiante, y
siempre está influenciado por lo que otros dijeron. Sin embargo, es la habilidad de localizarnos a nosotros mismos,
identificar Dónde estoy, lo que le da luz y belleza a la vida. Aquí estoy en el aquí y en el ahora”, concluye la autora.
De esta forma, vivir en el momento presente es lo que crea la experiencia directa, y esta experiencia directa nos
conecta irremediablemente con el estar vivos.
Menciono lo que escribe esta destacada sicoterapeuta, porque el Habitar del coaching es esto, una invitación al
coachee a vivir la experiencia de estar vivo. Vivir en el aquí y en el ahora, en la presencia del ser que somos y no
con el que fuimos o con el que queremos ser; nos regala, sin duda, la experiencia de un aprendizaje que parte
desde la raíz, con consistencia, con la fuerza que nos da el mirar con los ojos abiertos eso que ya no nos sirve, con
identificar dónde estamos, dándonos la posibilidad de un construir real y de dónde queremos estar.
La invitación entonces es a recordar el paso a paso, a volver a sentirle el gusto a la vida… cuando nos permitimos
vivirla observándola, oliéndola, tocándola, escuchándola. Y como coaches, a honrar, respetar y validar los ritmos
de transformación de nuestros coachees.

Palabra poderosa que determina el fin de lo que no quieres más para tu vida y el inicio de un
proceso profundo de transformación.
Cuando aprendemos la diferencia entre tener un problema y declarar un quiebre, nos damos
cuenta del beneficio de esto último. Ahora bien… ¿Qué pasa cuando los acontecimientos
que nos van a impactar no suceden? Por supuesto que no estamos concientes de este
acaecer puesto que no podemos adivinar y predecir que algo va a pasar. Lo que sentimos
en esos momentos es justamente, eso… Que no pasa nada, que necesitamos que pase algo,
que sentimos que estamos inmersos en una inercia de inacción ante la que nos sentimos mal,
nos desorientamos, nos perdemos, parece que no podemos detener ese descenso en nuestro estado de
ánimo.
¿Has vivido alguna vez, una situación así?
¿La estás viviendo?
¿Crees que nunca va a terminar?

¿Cómo declarar voluntariamente un quiebre?


Tu tienes la herramienta porque los seres humanos rompemos nuestra transparencia cuando algo sucede y
podemos declarar el quiebre… y también tenemos la posibilidad de decidir declarar nosotros un quiebre…
para comenzar nuestra transformación… ¡Es cuando declaramos Basta!
Con esta declaración –acto lingüístico que crea una realidad- nos anticipamos al quiebre, decidimos tomar
una posición definida frente a una situación.

¿Estás harto de hacer lo que no quieres y con lo que te sientes cansado, agotado, que no te motiva?
¿Estás harto de la rutina?
¿Estás harto de discutir con personas con las que tienes una relación, de familia, de pareja, de amistad?
¿Estás harto…?

La maestría de la vida reside en la posibilidad humana de declarar el quiebre y hacerse cargo del mismo.

¿Te parece difícil?


¿Te da miedo?
Al principio, quizás hasta extrañes aquello que no querías más para vos.

¿Qué sucederá? ¿Qué puede pasar?


Cuando una persona declara un quiebre está lista para trabajar con su Coach Ontológico. Comienza un
proceso de transformación que la conectará con quién es realmente, qué quiere para su vida, cuáles son
sus metas en todos sus dominios, termina con sus excusas, se hace fuerte y va por sus sueños.
Hago mías las palabras de un testimonio de una de mis Coachees porque me parecen de una claridad de
impacto capaz de hacer vivenciar al que las lea, situaciones de su propia vida.
Cuando pensé en testimoniar sobre mi proceso de coaching ontológico, me surgió que no quería caer en
cursilerías ni en frases trilladas porque creo que, a veces, eso evita que se demuestre cuán profundo se
trabaja. ¿Qué quiero decir? No importa que tanto diga que soy feliz que todo es maravilloso, que comeré
perdices… ¡Lo que realmente importa es que hubo un cambio en mí, que va mas allá de finales de novelas
rosa! Hubo cambios tan profundos que durante el proceso, dolieron, pero luego, sanaron. He dicho cosas
tan horribles, que no solo empeoraban mi vida, sino también la de los que me rodeaban, que si mi madre
me hubiera escuchado, lloraría sinfín. He hecho cosas que me auto limitaban y sin embargo las seguía
haciendo, juntándome con gente que no me devolvía el afecto, con amigos que no querían escuchar mis
penas solo estaban para la juerga, solo estaban ahí porque querían servirse de mi compañía porque
estaban mucho más desesperados que yo.

Salvando las distancias y las circunstancias, esto que ella transmite…


¿Te resulta más cercano, más posible?
Elige la opción que más te sirva, la información ortodoxa y científica del proceso o las palabras de mi
coachee, pero elige una, si estás harto de que la vida pase por ti en vez de pasar tu por la vida
¿Será fácil? ¿Será difícil?
Será las dos cosas en diferentes momentos del proceso. No puedes predecir, pero si realmente lo quieres,
el quiebre del basta, al ser una declaración necesita de todo tu compromiso para sacarlo adelante. Si esta
condición está presente, todo lo que transites será menor en su dolor que lo que logres.
Si no declaras el Basta o De ahora en adelante –que es lo mismo– nada sucederá. Si lo declaras, cerciórate
de tu coraje y entrega y de que estés dispuesto a apostar por Ti.

Invierte en ti a no ser que creas que el producto no tiene valor.

Y luego, ¿qué?
Y lo principal Comprometerte contigo mismo y con la nueva vida que vas a construir, una basada en el
pleno conocimiento de lo ya no quieres más para ti y haciendo foco en todo aquello que sí quieres.
Ese es el momento de conectar con un Coach para que te asista desde el principio hasta el final porque en
esta declaración el Coach toma para sí el compromiso de que tu lo vas a lograr y permanecerá contigo
hasta ver que puedess caminar solo.
Esta es la garantía –la mayor y de más valor de ellas- que el Coach te da, su propia persona profesional,
con el corazón en la mano para vincularse contigo desde la empatía más pura y honesta.
¿Se comprende lo que digo? El Coach pone su persona profesional como garantía y hasta que tu no
termines tu proceso, allí estará.
Quizás hasta abandones, los miedos pueden tomar forma de monstruos gigantescos… pero nunca será
porque tu Coach te abandone. Tu habrás decidido.
Quizás hasta te enojes, el ego en su puesto de enemigo –se puede aprender a tenerlo de amigo- habrá
triunfado sobre ti porque tu Coach nunca te abandonará.
Quizás hasta abandones porque la claridad que estás obteniendo te hace ver un camino diferente –tu
descubrimiento de lo que realmente quieres- y por pre-juicios y pre-conceptos no te animas a plantearlo.
Tu Coach siempre estará ahí.
¿Quieres decir a algo “basta”?
¿Quieres comenzar un proceso de transformación profundo e iluminador?
¿Quieres tener una nueva vida?

Solo te falta decidir si te vas a hacer cargo de la declaración de tu quiebre y vas a apostar tu compromiso
en él.

¡Ya! ¡En este momento!… ¿A qué quieres decir basta?

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