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Robot Masa

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Robot masa

Sebastián Szabo
Somos unos pocos los que conservamos nuestro aspecto humano. Los que somos de carne y
hueso. Todos los demás se plegaron a la moda, todos son de metal. Todos son robots-
humanos.
Desde que el Rectorado aprobó la robotización, hace ya 300 años, todos se fueron operando
y adoptaron el cuerpo de metal. De humanos sólo conservan el cerebro y el corazón que
ahora bombea un líquido neutro.
Es fácil, es una operación de rutina, no duele nada, me dicen los robots.
– Tenés que probarlo. Unite al mundo.
Desde que la robotización apareció, se modificó el mundo. Todo se rige por ella.
Nadie puede ser dirigente si no es robot. Los líderes, los artistas… todos son robots.
Somos unos pocos los que no nos robotizamos. Nos miran raro, nos ridiculizan.
Hace tres días que no veo a Urla. La extraño. Es la primera vez que desaparece.
Cuando salgo a la calle siento que se clavan en mí las miradas de las viejas robots. Viejas
conventilleras que no perdieron su “capacidad de chisme y odio”, a pesar de su operación.
No entiendo como se enamoran, si no se distinguen los hombres de las mujeres. Cómo
pueden obtener satisfacción de sus cuerpos de metal.
La presión de los medios, de la sociedad, del Rectorado del planeta, para que nos
roboticemos es terrible. No nos dejan en paz. Nos apedrean en la calle. Nos arrestan por
subversivos. Nos condenan por el solo hecho de no querer cambiar. Con Urla, mi novia,
juramos que no cambiaríamos, que seríamos humanos, de carne y hueso, hasta la muerte.
Hace tres meses que no veo a Urla . Ya comienzo a olvidarla. La ciudad sigue igual. Todos
son robots. Hace mucho que no veo a un humano. Tal vez sea el último de los de carne y
hueso.
Tengo que vivir escondido, sólo salgo de noche. Recorro los bares humanos, donde
solíamos reunirnos los últimos, y no encuentro a nadie. Todos han desaparecido.
Alguien golpea la puerta de mi casa. Alguien entra. Viene hacia mí.
– Hola –me dice- Soy yo, Urla ¿te acordás de mí?
No le contesto, la miro. No puedo creer que sea un robot. Ella se ha operado, es una
máquina más.
Hace horas que corro. Trato de alejarme de la ciudad, de esa horrible imagen de Urla. Ella
me traicionó. No la odio. No le guardo rencor.
Pobre, la presión era muy fuerte. No la pudo soportar. Yo tampoco puedo hacerlo. Me
detengo y giro. Vuelvo a la ciudad.
Estoy acostado en la camilla. Dos robots me conducen al quirófano.
– “¡¡¡Extra, extra!!! El último de los humanos ya es robot”- pregonan los robots
canillitas en toda la ciudad.

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