¿Existe El Cuerpo... (Sin El Género) ?
¿Existe El Cuerpo... (Sin El Género) ?
¿Existe El Cuerpo... (Sin El Género) ?
Ya desde el viejo Cassirer y su concepto del ser humano como “animal simbólico”
de la década de los treinta, la filosofía y la psicología, a las que luego se sumaron
con gran vigor la antropología y la (etno)historia, se han dedicado a mostrar, de
maneras cada vez más sofisticadas y profundas, cómo la dimensión significativa
de la acción humana constituye lo real tanto como las condiciones materiales de
la existencia. O bien, para decirlo de otro modo, cómo es que se puede dejar de
comer hasta morir en la anorexia; o cómo la desigualdad y la miseria son
naturalizadas y justificadas “científicamente” en ocasiones, y son combatidas y
resistidas en otras.
En las décadas de los ‘70 y ‘80, se produce un hito en el estudio de los modos de
producción de las subjetividades sociales con la obra de Michel Foucault, que
resultó una síntesis de gran interés para la comprensión de cómo se articulan
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dimensiones que hasta el momento aparecían como dicotómicas. En particular,
su desarrollo de la noción de “discurso” y más precisamente de las “tecnologías”,
como síntesis de significaciones y prácticas, en tanto efecto y también causa de
las relaciones sociales que establecen los sujetos y a los sujetos. “Es la ‘economía’
de los discursos, quiero decir su tecnología intrínseca, las necesidades de su
funcionamiento, las tácticas que ponen en acción, los efectos de poder que los
subtienden y que conllevan – es esto y no un sistema de representaciones lo que
determina los caracteres fundamentales de lo que dicen” (1992). Es decir, el
discurso no solo es lo que se expresa sino también y sobre todo lo que se
genera, lo que se hace en un determinado contexto de significación.
La búsqueda histórica del autor lo fue llevando a precisar estas cuestiones en las
“Tecnologías del yo” (1996)que define como matrices de razón práctica “que
permiten a los individuos efectuar, por cuenta propia o con la ayuda de otros, cierto
número de operaciones sobre su cuerpo y su alma, pensamientos, conducta, o
cualquier forma de ser, obteniendo así una transformación de sí mismos con el fin
de alcanzar cierto estado de felicidad, pureza, sabiduría o inmortalidad”. Las
tecnologías del yo se combinan con otras; en particular, con las tecnologías de
poder, que “determinan la conducta de los individuos, los someten a cierto tipo de
fines o de dominación y consisten en una objetivación del sujeto” (1996).
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reglas, pasa a construir un cuerpo que, en ese acto mismo, se traslada al terreno
de la probabilidad antes que al de la necesidad. ¿Se puede vivir sin sentir
hambre?. La enorme mayoría no puede, algunas/os sí pueden. ¿Se puede vivir
sin hacer el amor regularmente? Muchos/as no pueden pero muchos/as sí
pueden. El límite físico, para algunos/as al menos, pasa a ser la muerte. Y a
veces se “detiene” a la muerte para esperar la llegada de un ser querido, o se
apresura cuando esa persona ya se murió...
En este sentido entonces, podríamos poner en duda que “exista”, para los seres
humanos, un cuerpo por fuera de las significaciones sociales hegemónicas y que
sea algo absolutamente “dado” e inmutable. Ese cuerpo cambia por movimientos
estéticos (el control del peso pero también los tatuajes permanentes, la depilación
definitiva, etc.), por la intervención de la medicina (la implantación de órganos
donados, y también los marcapasos, los dispositivos intrauterinos, las hormonas
otras seres vivos, etc.), por las relaciones económicas dominantes (la dentadura,
la textura de la piel, etc., entre sujetos de diferentes sectores sociales con la
misma edad cronológica, que marcan una “edad” corporal en ocasiones con
diferencias aparentes de veinte o treinta años). Donna Haraway, en un artículo
ya clásico de 1985, hablaba del “cyborg” como nuevo concepto para pensar a los
sujetos sociales: el cyborg tiene una parte humana, pero también una parte
máquina y una parte animal.
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cuerpo es interpelada y configurada como diferencia sexual en un conjunto
de relaciones simbólicas; relaciones dicotómicas en que “lo femenino” –
todavía - ocupa un lugar de subordinación, y se asimila a lo pasivo, lo
pasional, lo privado... Mientras que lo masculino aún aparece como lo activo, lo
racional, lo público... Relaciones de género construidas en un contexto
dualizador (dos sexos, dos géneros, dos clases, etc.) de diferencias jerárquicas
que determinan un polo más “valioso” y un polo que lo es menos...
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Sabemos que la causa de stress más fuerte es la muerte del cónyuge.
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Varela, Julia (1997) Nacimiento de la mujer burguesa. Madrid: La Piqueta.
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cualidades específicas, y se articuló sobre el dispositivo de sexualidad”. La autora
identifica y estudia algunos de esos procesos. Por una parte, la expulsión de las
mujeres de las clases populares del ámbito reglado de las corporaciones. Y
también, por otra parte, la diferenciada vinculación de las mujeres con el saber
legítimo y la expulsión de las mujeres “burguesas” de las universidades cristiano
escolásticas que abrían el acceso al ejercicio de las nacientes profesiones
liberales. En el plano del cuerpo y la intimidad, la institucionalización de la
prostitución y la institucionalización del matrimonio cristiano con su carácter
indisoluble. En suma, el surgimiento de estilos de vida “femeninos” diferenciados
de los “masculinos”, “a los que contribuyeron de forma especial los humanistas al
diseñar la utopía de la mujer cristiana ideal (de la perfecta casada), constituyen
piezas indispensables para entender la génesis del dispositivo de feminización.”
Siguiendo este pensamiento, podríamos afirmar que, algunos siglos más tarde,
la educación formal también pasa a integrar “el dispositivo de feminización” de la
modernidad, ya que si hablamos de procesos de subjetivación, las políticas y las
prácticas educativas representan una instancia principal, tanto para el refuerzo
como para la resistencia. Y en el mundo occidental, el proceso de construcción de
la educación pública implicó la imposición de una visión del mundo por parte de
un sector de clase; pero también de un sector de género.
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• en el silenciamiento sistemático de las cuestiones que, de ese modo,
fortalecieron su calidad de “privadas”: en particular, la sexualidad.
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décadas se discutió acerca de la conveniencia de que eran los varones
quienes debían necesariamente saber matemática, o filosofía...
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y la agresión a otros suelen ser componentes de cohesión grupal.
Sin embargo, ni todas las chicas ni todos los varones responden de manera
homogénea al estímulo escolar y social, ni todas/os los/as docentes van en esa
misma dirección. Y las respuestas no son solamente individuales sino que las
hay grupales. Si bien requiere un particular trabajo emocional, la “buena
alumna” puede llegar a ser desprolija, o fea (horror) y aceptada socialmente.
Para los varones no hegemónicos por ejemplo, y principalmente para los
homosexuales, es crucial encontrar una red social de pares que acepte sus
diferencias; y en las escuelas a veces esto también ocurre.
En suma
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Bibliografía citada
Brown, Rollo and Fletcher, Richard (1995) Boys in schools: addressing the real
issues. Sydney: Finch
Foucault, Michel (1996, 1ª. Ed 1990) Tecnologías del yo. Barcelona: Paidós. Ver
también Sawicki, Jana (1991). Disciplining Foucault. New York : Routledge y
McNay, Lois (1993) Foucault and Feminism:Power, Gender and the Self. Boston:
Northeastern University Press. Y de Lauretis, T. (1996) “Tecnologías de género”
en Revista Mora del Area Interdisciplinaria de Estudios de la Mujer de la
Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
Foucault, Michel (1992, 1ª. Ed. 1984) Microfísica del poder. Madrid: La Piqueta.
Mac an Ghaill, Mairtín (1994) The making of men: masculinities, sexualities and
schooling. Buckingham: Open University Press.