CUENTO El Valor de La Verdad
CUENTO El Valor de La Verdad
CUENTO El Valor de La Verdad
¿Debía, quizá, escoger a la muchacha más bella? ¿Sería mejor quedarse con la
más rica? ¿O mejor comprometerse con la más inteligente?…Era una decisión
de por vida y tenía que tenerlo muy claro.
Un día, por fin, se disiparon todas sus dudas y mandó llamar a los mensajeros
reales.
– Quiero que anunciéis a lo largo y ancho de mis dominios, que todas las
mujeres que deseen convertirse en mi esposa tendrán que presentarse dentro de
una semana en palacio, a primera hora de la mañana.
Cuando llegó el día señalado, cientos de chicas se presentaron vestidas con sus
mejores galas en los fabulosos jardines de la corte. Impacientes, esperaron a
que el príncipe se asomara al balcón e hiciera públicas sus intenciones. Cuando
apareció, suspiraron emocionadas e hicieron una pequeña reverencia. En
silencio, escucharon sus palabras con atención.
Entre tanta muchacha distinguida se escondía una muy humilde, hija de una de
las cocineras de palacio. Era una jovencita linda de ojos grandes y largos
cabellos, pero sus ropas eran viejas y estaban manchadas de hollín porque
siempre andaba entre fogones. A pesar de que era pobre y se sentía como una
mota de polvo entre tanta bella mujer, aceptó la semilla que le ofrecieron y la
plantó en una vieja maceta de barro ¡Siempre había estado enamorada del
príncipe y casarse con él era su sueño desde niña!
Durante semanas la regó varias veces al día e hizo todo lo posible para que
brotara una planta que luego diera una hermosísima flor. Probó a cantarle con
dulzura y a resguardarla del frío de la noche, pero no fue posible.
Desgraciadamente, su semilla no germinó.
Cuando se cumplieron los seis meses de plazo, todas las muchachas acudieron a
la cita con el príncipe y formaron una larga fila. Cada una de ellas portaba una
maceta en la que crecía una magnífica flor; si una era hermosa, la siguiente
todavía era más exuberante.
El príncipe bajó a los jardines y, muy serio, empezó a pasar revista. Ninguna
flor parecía interesarle demasiado. De pronto, se paró frente a la hija de la
cocinera, la única chica que sostenía una maceta sin flor y donde no había nada
más que tierra que apestaba a humedad. La pobre miraba al suelo avergonzada.
– ¿Qué ha pasado? ¿Tú no me traes una maravillosa flor como las demás?
– Durante mucho tiempo estuve meditando sobre cuál es la cualidad que más
me atrae de una mujer y me di cuenta de que es la sinceridad. Ella ha sido
honesta conmigo y la única que no ha tratado de engañarme.
– Os regalé semillas a todas, pero semillas estériles. Sabía que era totalmente
imposible que de ellas brotara nada. La única que ha tenido el valor de venir y
contar la verdad ha sido esta joven. Me siento feliz y honrado de comunicaros
que ella será la futura emperatriz.