Pablo A Deiros
Pablo A Deiros
Pablo A Deiros
FORMACIÓN MINISTERIAL
Historia del
CRISTIANISMO
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o
transmitida de ninguna manera ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabado o
cualquier otro sistema de almacenaje o recuperación de información, sin la autorización previa en forma escrita
por parte de su autor.
ISBN: 987-22449-2-8
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
La versión bíblica utilizada en este libro es la Nueva Versión Internacional (Miami: Sociedad Bíblica
Internacional, 1999).
CONTENIDO
Prólogo
Presentación
INTRODUCCIÓN GENERAL
Introducción
El retroceso en occidente
El cristianismo como religión del Estado romano
La invasión de los pueblos germánicos
Los bárbaros y el cristianismo
El surgimiento del papado romano
El retroceso en oriente
El Imperio Bizantino
El cristianismo oriental: las controversias teológicas
El surgimiento del Islam: las invasiones árabes
El Imperio Bizantino y Occidente
La recuperación en oriente
El cristianismo en India
El cristianismo en Asia Central
El cristianismo en China
La recuperación en occidente
La Iglesia en Europa
El monasticismo en Europa
Las misiones en Europa
El imperio cristiano en Europa
El avance hacia el centro y el este de Europa
Ganancias y pérdidas del cristianismo: 500–950
Elementos
Ganancias
Pérdidas
Introducción
Introducción
Movimientos de reforma
Antecedentes medievales
Precursores de la Reforma
Retroceso en oriente
El impacto del Islam
La caída de Constantinopla
Vitalidad en occidente
Perspectivas de una nueva era
Nuevas modalidades
Introducción
El problema ideológico
Relación Iglesia y Estado
Relación Iglesia y sociedad
Relación mundo y trasmundo
Relación vida y muerte
Relación poder y piedad
El problema teológico
Controversia sobre el adopcionismo
Controversia sobre la predestinación
Controversia sobre la virginidad de María
Controversia sobre la eucaristía
Controversia sobre el alma
Controversia sobre el filioque
Controversia sobre las imágenes
El problema cúltico
El culto a María
El culto a los santos
El culto al Diablo
El problema eclesiológico
El papado
El clericalismo
El sacerdotalismo
El sacramentalismo
El problema misionológico
Misión y monasticismo
Misión y expansionismo
Misión y sincretismo
El problema apologético
Las herejías
La Inquisición
Bibliografía
Notas
PRÓLOGO
Este libro de texto sobre la historia del cristianismo tiene su historia. Lo publiqué
por primera vez en 1977 como una edición del Seminario Internacional Teológico
Bautista (Buenos Aires, Argentina). Por aquel entonces, servía como Secretario
Ejecutivo de la Asociación de Seminarios e Instituciones Teológicas del Cono Sur.
Éramos bien conscientes de la carencia de libros de texto especialmente preparados
para servir las necesidades de los nuevos programas de educación teológica por
extensión que estaban surgiendo por todas partes en América Latina. Los libros que
tradicionalmente se habían utilizado en instituciones residenciales (Latourette, Walker,
Baker, Bainton) no parecían adecuados por su complejidad y costo.
En aquellos años, el Fondo de Educación Teológica (del Consejo Mundial de
Iglesias), estaba publicando una serie de guías de estudio muy prácticas. El único
problema es que estaban en inglés y orientadas mayormente para servir a las iglesias
en Asia y África. De manera particular, el TEF (Theological Education Fund) a través
de la editora S.P.C.K. estaba publicando una serie sobre historia del cristianismo, que
seguía el esquema de Kenneth S. Latourette en su obra magna, A History of the
Expansion of Christianity (Historia de la expansión del cristianismo) en siete
volúmenes. Los dos primeros volúmenes de la serie publicada por TEF (1972 y 1974)
fueron escritos por un destacado historiador británico, John Foster; el tercero (1975)
por Alan Thomson; y la serie se completó más tarde con un cuarto volumen (1989)
escrito por Louise Pirouet.
Esta serie de materiales parecía un buen modelo a seguir en cuanto a los
contenidos, pero había que darle un formato más adecuado a las necesidades de los
numerosos programas de auto-estudio y de formación ministerial por extensión. En
esos años, el Dr. Weldon E. Viertel estaba publicando a través de Carib Baptist
Publications (en El Paso, Texas) una serie de guías de estudio, con una metodología
bien adecuada a nuestras necesidades en América Latina. Así, pues, con el permiso del
Dr. Viertel para utilizar su formato, y el apoyo y participación del Fondo de Educación
Teológica, preparé la edición de 1977.
En 1981, la Casa Bautista de Publicaciones (El Paso, Texas) hizo una primera
edición con el agregado de dos capítulos sobre el desarrollo del testimonio cristiano en
América Latina. Y en 1985 hizo una segunda edición revisada y corregida. Estos
materiales han servido a la formación de varias generaciones de siervos y siervas del
Señor a lo largo y a lo ancho del continente. Se han sacado fotocopias y copias
(algunas autorizadas y otras no) por millares. Miles de personas me han pedido una
nueva edición a lo largo de varios años. Finalmente, creo que llegó el tiempo de
responder a esas demandas y presentar esta nueva edición, que espero sea de tanta
bendición para el cuerpo de Cristo como fueron las anteriores.
Pablo A. Deiros
USO DE ESTE LIBRO
Este libro fue diseñado y escrito por primera vez, especialmente para cumplir con
los requisitos y orientaciones de la mayor parte de los diversos programas de
formación ministerial, pastoral, misionera y evangelizadora en América Latina. Fue
preparado con el propósito de poner en manos de los estudiantes una guía de estudios
que resumiera lo mejor de otros materiales más avanzados o que de alguna manera no
están accesibles para la mayoría de los interesados en conocer la historia del
cristianismo.
Este libro de texto está preparado para ser usado especialmente en programas de
educación teológica formales y no formales. Esto significa que puede adaptarse
fácilmente a programas residenciales de diverso nivel académico, como también a
programas de educación teológica por extensión, a distancia o de auto-estudio. De
todos modos, la metodología seguida presupone que el estudiante es responsable en
forma personal de su propio estudio e investigación de los temas aquí tratados. El
énfasis está puesto sobre el trabajo personal del estudiante en el hogar más que en su
trabajo en el aula. El estudio independiente del estudiante resultará en el desarrollo de
sus aptitudes naturales y sus dones espirituales, y en la formación de una disciplina de
estudio que le capacitará mejor para el liderazgo cristiano.
El docente que utilice este libro como libro de texto encontrará de utilidad los
varios instrumentos didácticos que el mismo ofrece. He procurado presentar los
diversos temas de la historia del cristianismo de manera variada, atractiva, simple y lo
más didácticamente posible. Algunos mapas y esquemas ayudan a ilustrar y clarificar
los contenidos. De igual modo, cada unidad está acompañada de un Glosario de
términos técnicos o de uso no muy frecuente, una tabla cronológica, un cuestionario de
repaso, tareas diversas para tres niveles diferentes de complejidad académica, y la
sugerencia de algunas cuestiones para la discusión en grupos pequeños, como también
la sugerencia de algunas lecturas adicionales. La Bibliografía al final del libro presenta
los mejores materiales disponibles para el estudio de esta materia en lengua castellana
y algunos otros en otras lenguas. El docente verá de qué manera puede utilizar mejor
los recursos ofrecidos por este texto en el desarrollo de sus clases.
He procurado hacer un uso responsable de las fuentes secundarias, cuyas
referencias se encontrarán al pie de página. Más importante todavía es el hecho que he
realizado una selección de fuentes primarias, con el fin de exponer al estudiante a los
documentos más relevantes de la historia del cristianismo. Lamentablemente, las
limitaciones de espacio no permiten la presentación de todas las fuentes que uno
quisiera. No obstante, es conveniente que el docente tome en cuenta que el
conocimiento y discusión crítica de las fuentes primarias es fundamental para la tarea
histórica. Dado que el intercambio de ideas es vital en la educación teológica, se
sugiere que haya oportunidades suficientes para la discusión de los temas presentados.
La participación del estudiante en estos debates tiene dos propósitos: por un lado,
compartir su comprensión de la materia con sus compañeros y enriquecerse con el
aporte de ellos; y, por otro lado, estimular el pensamiento y la reflexión al enfrentarse
con puntos de vista diferentes de los propios.
El maestro o tutor actuará en clase como moderador en el repaso del contenido
del libro, la realización de los ejercicios y la discusión grupal, y la asignación de las
tareas para el hogar o trabajos prácticos. Se sugiere que el maestro o tutor no dicte
clases a la manera tradicional, sino que procure cumplir el papel de dinamizador de la
discusión y el diálogo alrededor de los contenidos del libro. Para ello, deberá estar
preparado para responder a las preguntas de los estudiantes, especialmente para aplicar
a las situaciones concretas, propias de cada contexto, los contenidos que se discutan. El
maestro o tutor podrá asignar lecturas complementarias utilizando los materiales de la
bibliografía sugerida, siempre y cuando los mismos sean accesibles a los estudiantes.
Del mismo modo, el docente podrá requerir la elaboración de una monografía o ensayo
escrito sobre algún tema particular, según el nivel académico del curso.
La evaluación del estudiante se hará en función a su asistencia a clase y su nivel
de participación en la dinámica de la misma, cuando el curso se dicte de manera
presencial. En todos los casos, será importante para la evaluación el completamiento
de todos los ejercicios y cuestionarios del libro, el cumplimiento satisfactorio de los
trabajos prácticos, la realización de las lecturas y trabajos escritos que eventualmente
asigne el maestro o tutor. El maestro o tutor podrá establecer algún otro requisito
conforme con las circunstancias propias de cada curso, el nivel académico con que se
trabaje y el lugar en que se enseñe.
En todo el proceso de enseñanza-aprendizaje deberá tenerse muy presente que el
propósito de este curso no es impartir o recoger información sobre el tema que trata,
sino producir cambios de conducta significativos tanto en el maestro o tutor como en el
alumno, a fin de ajustar la vida y el servicio cristianos en términos del significado y el
valor del conocimiento del pasado del testimonio cristiano para la extensión del reino
de Dios. Si después de estudiar estas páginas unos y otros aprenden a vivir y servir
mejor como ciudadanos del reino de Dios, este material habrá cumplido su propósito
fundamental.
Originalmente, este libro consistía en un bosquejo desarrollado del proceso
histórico del testimonio cristiano, como medio para alcanzar los objetivos de un curso
de Historia del cristianismo. En el caso de esta edición, he procurado incorporar otros
materiales que considero importantes para una comprensión más global de esta
historia. En el caso de que el lector esté matriculado en un seminario, instituto bíblico,
escuela de misión o en algún otro programa de capacitación que utilice este libro como
libro de texto, el estudiante será responsable de la lectura cuidadosa del texto y la
bibliografía indicada. Los ejercicios preferentemente deberán ser hechos en el estudio
personal, bajo la guía del instructor. El estudiante es responsable por el cumplimiento
de las tareas para el hogar que figuran al final de cada unidad como Trabajos Prácticos,
y que el maestro o tutor asignará a lo largo del curso. Los Cuestionarios de Repaso
podrán ser utilizados en el estudio personal, para evaluar el progreso en el
conocimiento, o bien el instructor los utilizará a modo de ejercicios, según el nivel
académico en el que estén trabajando los estudiantes. El cumplimiento adecuado de las
lecturas recomendadas, los ejercicios y los trabajos prácticos podrán ser usados como
elementos para la obtención de créditos académicos. La Discusión Grupal es un
elemento adicional que el docente podrá utilizar en el desarrollo de sus clases, al igual
que las Lecturas Recomendadas.
El lector notará que con frecuencia se citan a diversos autores que han escrito
sobre los temas bajo discusión. Las citas transcriptas son el resultado de una cuidadosa
selección de materiales, especialmente de fuentes primarias, hecha con el propósito de
dar oportunidad al estudiante de tomar contacto con las fuentes documentales de la
historia del cristianismo. La Bibliografía presenta la literatura que yo mismo he
utilizado para mi estudio personal del tema. De este modo, estas citas pueden ser útiles
para ilustrar, ampliar, aclarar y fundamentar los conceptos desarrollados en este libro
de texto. A su vez, las fuentes están indicadas como notas al pie de página, para que el
lector pueda referirse a ellas en caso de tener interés en profundizar el tema. La
Bibliografía que se incluye al final del libro no es exhaustiva, pero presenta los
materiales publicados más importantes, especialmente en lengua castellana.
Este libro de texto puede ser también de particular valor para el lector interesado
en conocer más profundamente el desarrollo histórico del testimonio cristiano. No
pretende ser un libro erudito, pero sí es un libro elaborado con el más alto y serio nivel
académico. Si bien no es un libro especializado, reúno en él una síntesis de mis
conocimientos y experiencia como historiador profesional a lo largo de muchos años.
He procurado sintetizar e interpretar los acontecimientos históricos conforme a la
metodología de la investigación histórica más reciente. Su propósito es introducir a los
estudiantes y lectores con diferentes grados de preparación académica a un tema tan
importante como es la historia del cristianismo. Los estudiantes y lectores que deseen
continuar profundizando sus estudios y lecturas sobre esta materia, encontrarán en la
Bibliografía algunos de los mejores libros disponibles en castellano.
PRESENTACION
Mapas
1. Invasiones bárbaras
2. Nuevos reinos germánicos
3. La Iglesia Bizantina
4. Arabia
5. Las invasiones árabes
6. El cristianismo en Oriente
7. El cristianismo en Europa central y oriental
8. Europa en el siglo XV
Cuadros
1. Retroceso del cristianismo
2. Imperio Romano e iglesia cristiana
3. Herejías cristológicas
4. Concilios ecuménicos
5. Estructura social del sistema feudal
6. Las Cruzadas
7. Consecuencias de las Cruzadas
8. Causas del cisma Este-Oeste de 1054
9. Resultados del monacato
10. Los papas del Gran Cisma
11. Los papas renacentistas
12. Características de una nueva era
13. Causas de la decadencia del feudalismo
INTRODUCCIÓN GENERAL
El estudio del desarrollo del testimonio cristiano durante los mil años que los
historiadores han designado como Edad Media es sumamente complejo. Lo es,
primero, por cubrir un período de tiempo tan dilatado, en el que se sucedieron cambios
notables en todas las esferas del quehacer humano: política, económica, social, cultural
y religiosa. Segundo, en estos siglos el cristianismo llega en su expansión “hasta lo
último de la tierra,” en su movimiento hacia el Este (China) y el Oeste (Inglaterra).
Además, la fe de Jesucristo se presenta con una variedad de manifestaciones diferentes
que sorprende. La Iglesia, que en general se mostró como una en el período anterior
(los primeros quinientos años), ahora resultó en un mosaico de los más diversos
colores. Cuarto, será en este período en el que de manera definitiva se consolidará el
paradigma de cristiandad, que perdurará hasta el presente, dándole al cristianismo un
perfil muy particular y presentando el desafío de una comprensión diferente.
Finalmente, muchas de las interpretaciones doctrinales y de las prácticas religiosas que
todavía hoy están vigentes se configuraron durante estos años. Lo mismo puede
decirse de los medios de expresión de la fe y la piedad.
Los “mil años de incertidumbre” que vamos a considerar representan un legado
vasto y profundo tanto para la civilización occidental como para la oriental.
Numerosas instituciones todavía vigentes nacieron en estos años, de manera particular
los grandes cuerpos eclesiásticos de la Iglesia Católica Apostólica Romana, la Iglesia
Ortodoxa en sus varias expresiones y un número importante de Iglesias Orientales
menores. La universidad, que nació en Occidente y desde el seno de la cristiandad,
terminó por globalizarse y ejercer una influencia fundamental en todo el mundo y
todas las culturas. Algunas ideas e instituciones políticas, como la monarquía, el
parlamentarismo, el humanismo y el nacionalismo nacieron de la misma cuna y se
esparcieron por el planeta. A su vez, el islamismo tuvo un impacto notable en
Occidente y continúa todavía hoy siendo el desafío más grande para la expansión de la
fe cristiana.
La influencia de la cristiandad medieval continúa estando vigente hoy en todo el
mundo, especialmente en Occidente. Incluso innumerables elementos de la cultura
global del siglo XXI tienen sus raíces en la cultura medieval, y especialmente en su
marcado carácter cristiano. En maneras profundas, la cristiandad medieval continúa
condicionando nuestro destino hoy para bien o para mal. De allí la importancia de
considerar cuidadosamente el desarrollo del testimonio cristiano durante estos siglos
tan dinámicos y llenos de elementos muy cercanos a nuestra realidad presente. En las
unidades de estudio que siguen procuraremos adentrarnos a esta realidad compleja de
la Edad Media y considerar los aspectos conductores de esa experiencia, sus logros y
fracasos, sus glorias y frustraciones, sus avances y retrocesos, su vitalidad y
decadencia, sus problemas y respuestas.
Finalmente, será necesario tener en cuenta que la experiencia cristiana medieval
sólo puede ser comprendida en la medida en que hagamos el esfuerzo por entender y
percibir la conciencia que tenían los cristianos medievales de los grandes eventos que
determinaron su destino. No obstante, no será suficiente conocer los meros hechos
históricos, sino que será necesario penetrar en su naturaleza íntima hasta llegar a la
mente misma de sus protagonistas y ver sus motivaciones y expectativas. Para ello
deberemos sentir y ver la cosmovisión medieval, que estuvo profundamente marcada
por el cristianismo y su comprensión de la realidad. Este nivel de comprensión nos
permitirá entender cómo los hechos históricos marcaron la conciencia de las personas
que los protagonizaron. Debemos también procurar entender de qué manera los
cambios ocurridos fueron integrados en la experiencia de las personas en el mundo
medieval.
A lo largo de este período y desde la fe cristiana surgieron numerosas ideas
fundamentales. A fin de poder comprenderlas, estas ideas deberán ser consideradas en
el contexto de las situaciones sociales que condicionaron su surgimiento. Así como no
es posible entender la teología de Anselmo en cuanto a la obra salvadora de Cristo sin
ubicarla en el marco del sistema feudal, tampoco puede entenderse el surgimiento de la
escolástica si no se toma en cuenta la influencia de los árabes en Europa. De igual
modo, corremos el riesgo de estimar como superficial la insistencia de la cristiandad
bizantina contra la cláusula filioque, si no entendemos la influencia de las Iglesias
Orientales menores sobre Constantinopla y especialmente el peso del islamismo sobre
la teología cristiana.
En ambientes evangélicos existe la tendencia a considerar a la cristiandad
medieval como totalmente ajena a un cristianismo bíblico y fiel al evangelio de
Jesucristo. En América Latina, la prevaleciente actitud anticatólica romana ha llevado
a muchos a pensar en la Edad Media como una suerte de “agujero negro,” en el que se
perdió todo rastro de un auténtico testimonio cristiano. Nada está más lejos de la
verdad que ilustra la historia. Ningún creyente hoy recibió su fe de mano de un ángel o
de un misionero de otro planeta. Hemos recibido el evangelio de testigos que, a lo
largo de los siglos, supieron comunicar el mensaje de salvación en Cristo Jesús. Y no
sólo esto, sino que con su piedad, consagración y celo cristiano lo llevaron a lugares
distantes a pueblos que permanecían en la ignorancia de las buenas noticias. Estos
creyentes fueron fieles en copiar, traducir, preservar y transmitir las Escrituras, y sin su
trabajo dedicado y fiel hoy no tendríamos la Biblia en nuestro idioma y en tantos otros
idiomas del mundo. Lo mismo podría decirse de la mayoría de los elementos
constitutivos de nuestra fe y práctica cristiana evangélica.
Con una actitud de gratitud a Dios por su permanente obra redentora a lo largo de
la historia, incluida la Edad Media, y con reconocimiento por la herencia que nos viene
de “una multitud tan grande de testigos,” nos proponemos repasar los elementos
históricos más importantes del testimonio cristiano medieval.
UNIDAD 1
INTRODUCCIÓN
Dos cuestiones fundamentales van a ser consideradas en el análisis de este
período del desarrollo histórico del testimonio cristiano: su retroceso y su
recuperación.1 El retroceso del cristianismo abre este período con el predominio de
realidades, especialmente en Occidente, que siembran dudas sobre la supervivencia de
todo testimonio cristiano que merezca el nombre de tal. El período entre los años 500 y
950 comienza con el retroceso más serio que el cristianismo haya experimentado
jamás.
CUADRO 1 - RETROCESO DEL CRISTIANISMO
EL RETROCESO EN OCCIDENTE
El cristianismo como religión del Estado romano
Cuando los bárbaros invadieron masivamente el Imperio Romano este Estado era
cristiano. Con el emperador Teodosio (347–395), el cristianismo había sido decretado
como la religión oficial del Imperio Romano (379). De perseguidos, los cristianos se
transformaron en perseguidores de los paganos. Esta nueva situación, que se produjo
en un tiempo relativamente corto, trajo resultados tanto positivos como negativos.
Resultados positivos. La elevación del cristianismo como religión oficial trajo
ciertos beneficios. Más personas fueron alcanzadas por la influencia del cristianismo.
El cristianismo tuvo una influencia más directa y poderosa sobre la legislación del
Imperio, forzando al Estado a dar más atención a los derechos de los individuos. La
posición de las mujeres fue elevada grandemente, los castigos por el celibato y la falta
de hijos fueron eliminados, el concubinato fue prohibido y el adulterio fue castigado
como uno de los crímenes más graves. Se consideró como un crimen la matanza de
niños y los juegos de gladiadores fueron abolidos. El cristianismo ejerció una
influencia beneficiosa sobre la moralidad pública y privada.
Resultados negativos. La elevación del cristianismo como religión oficial trajo
ciertos resultados negativos. Los cristianos cayeron en intolerancia y decretaron leyes
contra los paganos. El cristianismo se secularizó. La legalización de las corporaciones
cristianas hizo que los obispos se dedicaran al enriquecimiento de las iglesias locales.
La legalización del domingo como feriado hizo de este día una fiesta legal más que
espiritual. La oferta de incentivos temporales para quienes se hacían cristianos hizo
que las iglesias se llenaran de incrédulos. Los beneficios concedidos a los obispos
hicieron que éstos se llenaran de orgullo y mundanalidad. Los paganos que se hicieron
cristianos trajeron consigo numerosos objetos, reliquias y otras mediaciones para la
adoración. El desarrollo jerárquico del clero fue estimulado. La Iglesia se transformó
en un poder perseguidor, usando al poder civil para suprimir la disidencia y el
paganismo. Algunos cristianos reaccionaron a la mundanalidad con excesos de
ascetismo y separación del mundo en los monasterios.
La invasión de los pueblos germánicos
La apertura gradual de las fronteras del Imperio Romano, formadas por los ríos
Danubio en el Este y Rin en el Oeste, debido a la presión invasora de los pueblos
bárbaros del norte de Europa, puso fin a la civilización en cuya unidad y paz el
cristianismo había ganado su éxito más completo. Los bárbaros respetaron todo lo que
era romano, pues eran decididos admiradores de la cultura superior del Imperio. A
menudo adoptaron muchas costumbres romanas y no aceptaron el título de
“invasores,” sino que se consideraron como oficiales y súbditos de Roma. Su
hegemonía fue política y militar, pero culturalmente fueron sometidos a Roma.
No obstante, la civilización romana decayó, no sólo como consecuencia de las
invasiones, sino porque ya estaba agotada, y esto dio paso a la Edad Media o la Edad
Oscura. Los días en que se podía viajar por el mundo mediterráneo con gran facilidad,
usando un solo idioma, que era entendido en todas partes, bajo la seguridad de un
gobierno sólido y organizado que imponía el orden y la ley, habían llegado a su fin. La
vida, poco a poco, fue perdiendo su cosmopolitismo y tornándose más localizada,
asumiendo un estilo rural antes que urbano.
A pesar de la decadencia y desaparición del Imperio Romano Occidental, los
pueblos germánicos que se fueron estableciendo en los territorios alrededor del mar
Mediterráneo cayeron bajo el proceso de romanización. Se conoce con el nombre de
“romanización” el período de asimilación de los habitantes autóctonos de un lugar, a la
cultura y vida de los romanos, aceptando sus instituciones políticas, su idioma, sus
costumbres, su derecho, su arte y su religión. Los romanos han ganado notoriedad en
la historia como grandes colonizadores. Y lo fueron aún después de que su estructura
política, social, económica y cultural desapareció, pues sus “conquistadores”
terminaron por ser afectados profundamente por la herencia de los invadidos, los
romanos.
En cierto sentido, el bien cultural más importante y que más profundamente
penetró en la conciencia de los pueblos germánicos fue la religión cristiana. Los papas
fueron los substitutos obligados de los emperadores de Occidente. Fueron ellos los que
negociaron las paces con los bárbaros invasores o quienes consiguieron de ellos
condiciones de tregua, gracias a su prestigio y respetabilidad. Después del último
emperador romano (476) y en los siglos que siguieron, el Papa se transformó en el más
celoso defensor de Roma. Los sacerdotes no escatimaron esfuerzos para lograr
gradualmente la evolución de costumbres y leyes, y la fusión de razas en la anhelada
universalidad del cristianismo. De igual modo, fueron ellos los que primero atendieron
a las urgentes necesidades sentidas de la población.
Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “La transformación cultural del Imperio
Romano de Occidente para el año 600 era pronunciada. Italia, España y
Galia estaban todas gobernadas por reyes germánicos. El obispo de Roma
era de lejos la autoridad eclesiástica más importante en toda la región y una
fuerza política a tener en cuenta. Las características administrativas seculares
de la sociedad romana urbana fueron reemplazadas por iglesias y
monasterios que básicamente llevaban a cabo tareas civiles. Se estaba
hablando un número considerable de nuevos idiomas, y había dioses y
rituales que previamente habían sido desconocidos en Occidente. A través de
la región se estaba dando un radical encuentro cultural ‘entre romanos y
bárbaros, cristianos y paganos, latinos y germánicos, literarios y orales, vino
y cerveza, aceite y lardo, sur y norte.’ Las consecuencias de este encuentro
reverberarían en los siglos venideros.”3
EL RETROCESO EN ORIENTE
El Imperio Bizantino
No hay una fecha precisa para el comienzo del Imperio Bizantino, con capital en
Constantinopla. El emperador Justiniano (527–565) se consideró como el único
gobernante legítimo tanto del Este como del Oeste. Él se consideraba un continuador
de la vieja tradición romana, razón por la cual hablaba latín y ordenaba su uso en la
administración del Imperio. No obstante, hizo de la derrota de sus enemigos
occidentales el principal objetivo de sus empeños.
José Luis Romero: “La época que siguió a la muerte de Justiniano fue
oscura y difícil. Ninguno de los emperadores que gobernaron por entonces
reunió el conjunto de cualidades que se requería para hacer frente a los
disturbios interiores, a las rivalidades de los partidos—verdes y azules, según
sus preferencias en el hipódromo—, a las querellas religiosas y, sobre todo, a
las amenazas exteriores. Era necesario mantener un ejército poderoso, que
consumía buena parte de los recursos imperiales, y con él se mantenía dentro
de las fronteras un poder que se sobreponía con frecuencia al emperador.
Pero el ejército era cada vez más imprescindible.”7
Para comienzos del siglo VII, el Imperio Bizantino ya era una realidad política,
social y cultural definida. Después del año 610, el emperador de Constantinopla
hablaba griego y estaba involucrado en el desarrollo de un programa que era
típicamente oriental o “bizantino” en su orientación. En los primeros años de su
desarrollo, Heraclio (610–641), el gobernante militar de Cartago, tomó control del
Imperio y cambio el título de emperador (imperator) por el de rey (basileus). Heraclio
reconoció la imposibilidad de la meta de Justiniano de restaurar el viejo Imperio
Romano. Promulgó una nueva constitución en la que Asia Menor quedaba dividida en
distritos militares (themas o circunscripciones) dirigidos por estrategos (strategoi).
Como indica José Luis Romero: “Nunca como entonces, … [el Imperio] estuvo en
mayor peligro, y nunca como entonces pudo realizar un esfuerzo tan vasto y eficaz. No
sólo la situación interior era grave por las discordias y rivalidades de los diversos
grupos y las querellas religiosas, sino que también era dificilísima la situación
exterior.”8
En Italia, los lombardos (una tribu germánica) habían desplazado a las fuerzas
bizantinas a un enclave en torno a Rávena, sobre la costa del Adriático, y a las regiones
más al sur de Italia y Sicilia. El Imperio Sasánida en Persia continuó representando una
amenaza todavía mayor. Desde 612 hasta 619, los ejércitos persas marcharon contra
Constantinopla asediando Siria, Palestina, Asia Menor y Egipto. Incluso, incendiaron
el Santo Sepulcro (614). Simultáneamente, viejos enemigos, como los ávaros y
eslavos, aparecieron por el norte (año 626). Heraclio se vio forzado a confiscar fondos
de la Iglesia para sobornar a los invasores, a fin de arreglar un acuerdo pacífico.
Entonces, en un movimiento atrevido, Heraclio dejó que la ciudad montara su propia
defensa contra el avance aplastante de los persas, mientras él marchó con su ejército
por detrás de las líneas persas. Heraclio derrotó al emperador persa, en una batalla
peleada en 628 cerca de Nínive. No obstante, para mediados del siglo VII, el Imperio
Bizantino se encontraba rodeado de problemas y de pueblos invasores: eslavos desde
el norte, árabes desde el este y el sur, y tribus germánicas en Occidente. De todos estos
invasores, los que mayor influencia cultural ejercieron fueron los eslavos.
MAPA 3 - LA IGLESIA BIZANTINA
José Luis Romero: “Para ese entonces [mediados del siglo VII], el Imperio
Bizantino se había transformado considerablemente en su fisonomía.
Distintos pueblos—eslavos y mongólicos—se habían introducido en su
territorio y habían impreso su sello en algunas comarcas, dando lugar a la
formación de colectividades que coexistían dentro de un mismo orden
político, pero que acentuaban cada vez más sus rasgos diferenciales. Entre
todas esas influencias, la de los eslavos fue la más importante, y se ha podido
hablar de una ‘eslavización’ del Imperio Bizantino; pero la tradición helénica
se sobrepuso y, eso sí, aniquiló definitivamente a la latina, cuya lengua se
extinguió en el imperio.”9
El cristianismo oriental: las controversias teológicas
Mientras el cristianismo occidental se organizaba en torno al Papa de Roma, el
cristianismo oriental continuaba bajo la autoridad del emperador oriental. Los intereses
intelectuales de los teólogos orientales se enfocaban sobre cuestiones doctrinales y se
consumían en controversias, especialmente las controversias cristológicas. Los
emperadores bizantinos intervenían en las controversias teológicas y controlaban a la
Iglesia (cesaropapismo), todo lo cual complicaba todavía más la situación.
CUADRO 3 - HEREJÍAS CRISTOLÓGICAS
Los concilios ecuménicos. Todos los concilios ecuménicos se llevaron a cabo en
el Este: Nicea (325), Constantinopla (381), Éfeso (431), Calcedonia (451). El Cuarto
Concilio (Calcedonia, 451) no puso fin a la controversia cristológica entre los que
abogaban por una naturaleza divina (monofisitas) y quienes abogaban por dos
naturalezas, humana y divina (diofisitas). El emperador Zenón (474–491) quiso unir el
Este con un edicto de unión que enfatizó las decisiones de los concilios de Nicea (325)
y Constantinopla (381), pero hizo poco caso de las decisiones de Calcedonia. Muchos
monofisitas del Este aceptaron el edicto, pero el Oeste lo rechazó, con lo cual se creó
más discordia. Esto llevó a un cisma que duró varias décadas (hasta 518).
CUADRO 4 - CONCILIOS ECUMÉNICOS
El Quinto Concilio (Constantinopla, 553) tuvo una importancia singular en este
proceso. Lo convocó Justiniano el Grande (527–656), pero no participaron los obispos
de Occidente. Su propósito fue aprobar el edicto del emperador Justiniano que
condenaba a los Tres Capítulos (544), que pretendían reconciliar a los monofisitas con
los ortodoxos.
El Sexto Concilio (Constantinopla, 681) condenó a los monotelitas (sostenían dos
naturalezas en Cristo, pero decían que en Jesús sólo actuaba una sola voluntad en o a
través de estas dos naturalezas). Este concilio marcó el retorno a la ortodoxia, puso fin
al monotelismo, y significó el triunfo de Roma; pero condenó al papa Honorio como
hereje.
El Séptimo Concilio (Nicea, 787) condenó a todo el movimiento iconoclasta y
respaldó la posición presentada por Juan de Damasco (675–749) a favor de la
veneración de imágenes. Las tendencias iconoclastas permanecieron en Asia Menor y
entre la clase militar profesional.
Las iglesias orientales. A diferencia de lo que ocurría en Occidente durante estos
siglos, donde la Iglesia de Roma era prácticamente la única expresión de la fe y el
testimonio cristiano, en Oriente se desarrollaron varias ramas diferentes de la
cristiandad, no sólo separadas y en oposición por sus estructuras institucionales y de
gobierno, sino también por profundas diferencias teológicas.
Los monofisitas de Egipto, Nubia y Etiopía. Bajo el liderazgo del patriarca de
Alejandría, estas iglesias de lengua copta rechazaron las decisiones del Concilio de
Calcedonia y continuaron sosteniendo una teología monofisita. Parte de la resistencia
surgió del rechazo del dominio bizantino y su persecución. Con las invasiones árabes
(siglo VII) se vieron liberados del control bizantino, pero cayeron bajo la influencia y
limitaciones del Islam.
Los monofisitas de Siria. Los jacobitas, seguidores de Jacobo Baradeo (490–578),
extendieron su fe hacia el Este como mercaderes o fugitivos. Fueron perseguidos
varias veces. La emperatriz Teodora los trató con simpatía a mediados del siglo VI.
Fue en el Segundo Concilio de Nicea (787) que se los describió como “jacobitas” entre
los anatemas lanzados contra la doctrina monofisita. Decrecieron con las invasiones
musulmanas, pero lograron extender su fe en Mesopotamia y Persia. La iglesia jacobita
todavía existe, pero con pocos miembros.
Los monofisitas de Armenia. Los armenios sostenían los decretos de Nicea contra
los arrianos, pero rechazaron los de Calcedonia y siguieron monofisitas a partir de 491.
En 506, en el Sínodo de Dvin, representantes de todas las iglesias de Armenia y de
Georgia se decidieron en contra de la doctrina de las dos naturalezas de Cristo. Se
denunció a Nestorio y se rechazó el Tomo de León I. El Henoticón del emperador
Zenón (482) fue abrazado como ortodoxia. Finalmente, la doctrina de una sola
naturaleza en Cristo permaneció como parte de la confesión de fe de la iglesia nacional
armenia. Los monofisitas armenios también sufrieron las invasiones árabes y
restricciones a su libertad.
El cristianismo nestoriano fue posiblemente uno de los desarrollos teológicos y
eclesiásticos más importantes. Según el nestorianismo, hay dos personas separadas en
el Cristo encarnado, una divina y otra humana, en oposición al concepto ortodoxo de
que hay una persona con dos naturalezas. Nestorio fue obispo de Constantinopla en
428 y su enseñanza fue condenada por el Concilio de Efeso (431). Nestorio había
condenado la creciente popularidad de la Virgen María, diciendo que María no era
“Theotokos” (madre o paridora de Dios), sino “Christotokos” (madre o paridora de
Cristo). Algunas iglesias en Asia Menor y Siria siguieron sus ideas. La escuela de
teología de Edesa se transformó en un centro de enseñanza del nestorianismo, hasta su
clausura en 489. El nestorianismo se desarrolló en Persia y se independizó de Roma.
Su teólogo más destacado fue Teodoro de Mopsuestia (350–428). El obispo de
Seleucia-Ctesifonte fue elevado como cabeza de esta Iglesia y se lo llamó catholikós.
La conquista árabe de Persia no cambió la situación de las iglesias nestorianas.
Por el contrario, los nestorianos tuvieron dos siglos de paz y prosperidad. Se les dio
libertad para adorar y hacer convertidos entre los persas. Eruditos cristianos tradujeron
a los filósofos griegos al árabe. Los nestorianos fueron grandes misioneros, ya que
llevaron el cristianismo al Yemen y a la costa oriental de Arabia. Sus monjes siguieron
las rutas caravaneras de Asia Central, y llegaron a India, China y Egipto.
El surgimiento del Islam: las invasiones árabes
El cristianismo y el islamismo. Ambas religiones tenían mucho en común. Ambas
religiones eran de origen semita y adoraban al mismo Dios. Los judíos llamaban a
Dios Elohim, los cristianos siríacos Alaha, y los musulmanes le dieron el nombre de
Allah. Tanto el cristianismo como el islamismo aceptaban las Escrituras del Antiguo
Testamento. Incluso los musulmanes consideran a Jesús como un profeta. No obstante,
el surgimiento del Islam en el siglo VII fue la causa del mayor retroceso del
cristianismo de Oriente en toda su historia, y por cierto, mucho más grave que el
retroceso occidental ante las invasiones germanas. Como consecuencia de las
invasiones árabes, se perdieron territorios cristianos que jamás se volvieron a
recuperar, incluso Palestina, Siria y otros países orientales, que fueron campo de labor
de los apóstoles. También se perdió la costa del norte de África, donde vivieron
muchos de los grandes Padres de la Iglesia, como Tertuliano y Agustín de Hipona.
El islamismo nació en Arabia, que bien puede haber sido la cuna de todos los
pueblos semitas. Era un territorio desértico, poblado en aquel tiempo por pueblos
nómadas, sometidos a una vida muy rigurosa y, por lo tanto, muy independientes y
divididos entre sí. En el siglo VII estas tribus dispersas comenzaron a unirse por la
necesidad de sobrevivir en una tierra que ya no los podía sustentar y por el surgimiento
de una nueva religión: el Islam (significa sumisión), la sumisión al único Dios
verdadero y al gobierno de su Profeta. De este modo, en esta coyuntura histórica,
ocurrieron dos fenómenos importantes: un movimiento de población en busca de
espacio vital y el surgimiento de una nueva religión que les dio identidad.
Mahoma y el Islam. El artífice de este extraordinario suceso fue Mahoma (570–
632), un comerciante nacido en 570, que pertenecía a una familia de una de las tribus
árabes dirigentes de la ciudad de La Meca (los coreichitas). Su padre había muerto
poco antes de que él naciera, dejando a la familia en la pobreza. Mahoma se crió con
un tío y se dedicó más tarde al comercio, llegando a ser administrador de los negocios
de una mujer próspera (Cadija), con quien más tarde se casó. Con ella tuvo dos hijos y
cuatro hijas (ninguno de ellos sobrevivió, excepto Fátima).
La religión en Arabia en tiempos de Mahoma era muy primitiva. Creían en la
existencia de espíritus que habitaban en piedras erigidas. El culto más difundido era el
de la Piedra Negra, que se veneraba en la Caaba, un santuario situado en La Meca, al
que concurrían los árabes en peregrinación anual. Hubo también otros movimientos
religiosos, que buscaban una religión más profunda y que se retiraban al desierto para
buscar a Dios: los janifs. Después de la muerte de sus hijos, Mahoma mismo había
participado de este tipo de movimientos, hasta que comenzó a tener visiones por las
que se sintió escogido como mensajero de Dios. En 610 recibió el llamado del ángel
Gabriel a predicar el mensaje del Dios verdadero y único, en contra de la idolatría y el
politeísmo.
Mahoma regresó a su vida de comerciante en La Meca, pero compartió con su
esposa y algunos de sus amigos sus experiencias e ideas, entre las que se destacaban
cuatro convicciones fundamentales. Primero, Dios es uno, el Todopoderoso, Allah, y
hay que someterse de manera absoluta a él. Alá tiene un poder y sabiduría infinitos,
pero no un amor redentor. Segundo, el pecado de la idolatría. Mahoma sostuvo un
monoteísmo abstracto, monótono, sin vida interior y plenitud, antitrinitario, que
negaba la divinidad de Cristo si bien lo aceptaba como un gran profeta. Tercero, el
temor al infierno. Según Mahoma, el diablo es un ángel caído que tienta a los seres
humanos. Cuarto, las recompensas de los fieles. El islamismo expresa fatalismo y gran
temor al castigo por el pecado; por ello mismo, los fieles tienen que ser buenos con los
pobres y necesitados, y perdonar.
Mahoma estuvo muy influido por judíos y cristianos. Es posible que si la
influencia cristiana hubiese sido un poco más efectiva, el movimiento liderado por
Mahoma se habría inclinado hacia el cristianismo. Pero esto no ocurrió, y la nueva
religión llegó a ser el rival más poderoso de la fe cristiana durante toda la Edad Media.
Al principio, la prédica del Profeta fue rechazada, y sólo su esposa y algunos parientes
la aceptaron.
La suerte de Mahoma cambió en 622, cuando se vio forzado a emigrar junto con
sus amigos. Este episodio se conoce como la Égira, y fue tan importante que los
musulmanes consideran a este año como los cristianos consideramos el año en que
nació Cristo, y cuentan los años de su calendario a partir de aquí. La nueva ciudad de
Mahoma fue Yatreb, donde fue bien recibido y donde llegó a ser su gobernante. En
esta ciudad, que más tarde se llamó Medinat-an-Nabí (“la ciudad del Profeta”) o
Medina, se estableció una comunidad musulmana, en la que el culto y la vida civil y
política siguieron los principios del Profeta. Mahoma murió diez años más tarde (632).
Para entonces, La Meca ya lo había reconocido como Profeta de Dios (630), y así
también lo hicieron todas las tribus de Arabia. La idolatría y el politeísmo fueron
desarraigados, y el monoteísmo absoluto del Islam se impuso.
MAPA 4 - ARABIA
El libro sagrado de los musulmanes, el Corán, fue compuesto por Mahoma, según
él, bajo la revelación divina. Éste es el libro sagrado de los musulmanes y el
fundamento de sus creencias y prácticas religiosas, civiles y políticas. Contiene
fragmentos históricos, enseñanzas, consejos e ideas religiosas y morales. Según el
Corán, las creencias fundamentales de los musulmanes son la fe en un Dios único,
Alá; en los ángeles y en los profetas, el último de los cuales, Mahoma, ha traído a los
seres humanos el mensaje definitivo de Dios; en el Corán y sus prescripciones; en la
resurrección y el juicio; y, finalmente, en la predestinación de las personas según la
insondable voluntad de Dios.
El Corán: “El Dios, no hay dios, sino Él, el Viviente, el Subsistente. Ni la
somnolencia ni el sueño se apoderan de Él. A Él pertenece cuanto hay en los
cielos y en la tierra. ¿Quién intercederá ante Él si no es con su permiso? Sabe
lo que está adelante y detrás de los hombres, y éstos no conocen nada de su
ciencia, si no es lo que Él quiere. Su trono se extiende por los cielos y la
tierra, y no le fatiga la conservación de esto. Él es el Altísimo, el Inmenso.”10
Islam significa esencialmente la sumisión a Dios. Esta sumisión involucra el
cumplimiento estricto de ciertos deberes religiosos. El primero es la confesión de fe en
Dios y en Mahoma, su profeta. Otros deberes religiosos fundamentales son: las
oraciones, el ayuno, la limosna, el peregrinaje y la guerra santa, esta última destinada a
conseguir la conversión de los infieles a la nueva fe.
José Luis Romero: “Proveniente del judaísmo y del cristianismo en sus
aspectos doctrinarios, la religión musulmana alcanzó cierta originalidad por
la concepción militante de la fe que logró imponer y que tan extraordinarias
consecuencias debía significar para el mundo. Una especie de teocracia
surgió entonces en el mundo árabe y en las vastas regiones que los
musulmanes conquistaron, en la que el califa o sucesor del profeta reunía
una autoridad política omnímoda y una autoridad religiosa indiscutible.
Sobre esa base, el vasto ámbito de la cultura musulmana se desarrolló de una
manera singular. De todas las regiones que los musulmanes conquistaron
supieron recoger el mejor legado que les ofrecían las poblaciones sometidas,
y con ese vasto conjunto de aportes supieron ordenar un sistema
relativamente coherente, del que predominaba, sin embargo, en cada
comarca la influencia que allí había tenido su origen: la griega, la siria, la
persa, la romana. Acaso la más importante contribución de los musulmanes
—fuera de su propio desarrollo como cultura autónoma—haya sido la
constitución de un vasto ámbito económico que se extendía desde la China
hasta el estrecho de Gibraltar, por el que circulaban con bastante libertad no
sólo los productos y las personas, sino también las ideas y las conquistas de
la cultura y la civilización.”11
Las invasiones árabes. Bajo los sucesores de Mahoma (llamados califas)
comenzaron los ataques árabes, que pronto se transformaron en la invasión y
ocupación de los países vecinos, una vez lograda la unidad territorial en Arabia. Las
invasiones árabes no fueron guerras de religión, sino guerras de conquista territorial.
La conversión de los conquistados al islamismo no fue forzada ni hubo al principio
persecuciones contra judíos y cristianos. No obstante, su religión les dio a los
invasores un sentido de unidad y confianza en la victoria.
Justo L. González: “Los cristianos y judíos podían continuar en el libre
ejercicio de su culto, siempre que respetaran al Profeta y al Corán. Después
se prohibió la conversión de los mahometanos al cristianismo o al judaísmo.
Pero aparte de esto, y de ciertas limitaciones en las señales públicas de su
culto, la única carga que se estableció sobre los judíos y los cristianos fue la
obligación de pagar un tributo mediante el cual el estado se sostenía.
Quienes se convertían al Islam no tenían que pagar ese impuesto. Por tanto,
al mismo tiempo que los musulmanes no tenían interés especial en fomentar
las conversiones a su religión, muchos de los cristianos de convicciones más
flexibles terminaron por aceptar la fe del Profeta.”12
El primer territorio que sufrió el arrollador avance árabe fue el Imperio Bizantino,
cuyo ejército fue vencido en 634. Luego, en una sucesión rápida, cayeron Damasco
(635), Siria (636), Jerusalén (638), Cesarea y Gaza (640), Alejandría y todo Egipto
(642). En los años que siguieron, avanzaron sobre Túnez, Argelia y Marruecos. En 652
conquistaron Persia y fundaron un estado árabe con capital en Bagdad. En 697
invadieron Cartago y en 711 ingresaron a España por Gibraltar (Gebel-Tarik: la colina
de Tarik, el comandante de las tropas moras, bereberes y árabes). En pocos años,
Persia, Siria, Palestina y Egipto, las tierras del origen del cristianismo, cayeron en
manos musulmanas y se perdieron para el testimonio cristiano hasta el día de hoy. En
menos de un siglo, el Islam casi había aniquilado los viejos baluartes del cristianismo
en África del norte, y había cruzado al continente europeo en España. A comienzos del
siglo VIII parecía como si la cristiandad occidental hubiese sido atrapada en un vasto
movimiento de pinzas: los musulmanes avanzaron hacia Francia en 721, y ya en 717
habían puesto sitio a Constantinopla.
Como puede verse, toda la cristiandad se sintió amenazada por el vertiginoso
avance musulmán. Dos eventos quebraron los extremos de estas pinzas y salvaron a la
cristiandad de su desaparición. Por un lado, la defensa de Constantinopla por el
emperador León III, en 718, que hizo que los musulmanes se retiraran de Asia Menor
hasta detrás de los montes Taurus. Por otro lado, la victoria de Carlos Martel (688–
741) y su ejército franco cerca de Poitiers (Francia), en 732, que los echó de Francia
impidiendo su avance y no dejándoles pasar más allá de los Pirineos.
Desde 632 hasta 732 se dio un siglo de avance musulmán y de pérdidas cristianas.
El Mediterráneo, que había sido un lago romano, ahora estaba bajo el control
musulmán. Los musulmanes se adueñaron de casi la mitad del Imperio Romano
cristiano. Esto tuvo enormes consecuencias para el comercio europeo occidental y para
la difusión del testimonio cristiano. Por eso, ésta resultará ser la pérdida territorial más
grande que experimentará el cristianismo en toda su historia. Casi toda la Península
Ibérica quedó bajo su control. África del norte, Egipto, Palestina y Siria no habrían de
recuperarse hasta hoy como territorios bajo influencia cristiana.
Además, si bien las invasiones árabes no fueron guerras de religión, sino de
conquista, el gobierno árabe en los territorios sometidos afectó a la religión cristiana.
En Egipto, la Iglesia Copta sufrió persecuciones, pesados impuestos, dificultades para
realizar matrimonios y los cristianos eran considerados como extranjeros: éstas y otras
presiones llevaron a que muchos se hicieran musulmanes. En el norte de África, la
Iglesia cristiana casi desapareció. Ya los vándalos habían diezmado a los cristianos y
más tarde Justiniano hizo lo mismo, asolando especialmente a la población local o
indígena (bereberes), entre quienes el cristianismo no tenía mucho arraigo. Muchos
consideraban que estaban mejor bajo el dominio musulmán que bajo el dominio
bizantino; otros huyeron a Sicilia e Italia. En tiempos de Agustín de Hipona (m. 430)
había alrededor de setecientos obispados en el norte de África; para el año 700 apenas
había unos treinta. Sólo España se va a ir recuperando poco a poco para el
cristianismo, pero a lo largo de un proceso de reconquista agotador, que duró ocho
siglos. No obstante, el peligro peor había sido evitado al ser detenido el Islam en su
avance sobre Europa. La cristiandad occidental sobrevivió, y estaba lista para
aventurarse nuevamente con su fe hacia Oriente una vez más.
MAPA 5 - LAS INVASIONES ÁRABES
Fernando Picó: “La política oficial del Islam triunfante era la tolerancia de
la ‘gente del libro’, cristianos y judíos, a quienes se les ponían cargas
fiscales, pero se les permitía el libre ejercicio de su religión, aunque no el
proselitismo. Parte de las tierras conquistadas se repartían entre los
guerreros. En un par de generaciones los árabes se hicieron navegantes y
aprendieron las técnicas de los marineros de los puertos conquistados.
También aprovecharon los saberes acumulados de los griegos y sus
sucesores, e incorporaron a su acervo cultural técnicas de construcción,
sabiduría médica, interés en las matemáticas y la astronomía, técnicas de
horticultura, drenaje y riego, y el arte de la reglamentación urbana. Todos
estos conocimientos serían pasados eventualmente a Occidente a través de
España y de Sicilia.”13
El Imperio Bizantino y el Islam. Las guerras contra los persas sasánidas agotaron
los recursos económicos y humanos del Imperio. En 636, un ejército islámico infligió
una derrota mayor a las fuerzas del Imperio Bizantino, en Yarmuk. La derrota le costó
al Imperio todo el territorio de Siria y Palestina. En 642 fuerzas islámicas capturaron la
más rica de todas las provincias del Imperio, Egipto. Cuatro años más tarde una flota
musulmana derrotó a la armada bizantina y ganó el control del Mediterráneo (año
646).
Entre 673–678 naves musulmanas bloquearon la ciudad de Constantinopla. La
marina bizantina logró romper el sitio. En su campaña contra los musulmanes los
bizantinos introdujeron un arma nueva llamada “fuego griego.” El “fuego griego” era
una especie de lanzadera de fuego que se llevaba a bordo, construida alrededor de un
tubo a través del cual se disparaba contra el enemigo una mezcla de nafta, sulfuro y
salitre. Tan pronto como el Imperio había roto el bloqueo, sus viejos enemigos—los
búlgaros y avaros—atacaron desde el norte. En 679 los búlgaros cruzaron el Danubio y
marcharon contra la ciudad. Para el año 700, el Imperio estaba reducido a una fracción
de su tamaño anterior. Ciento treinta y cinco años después del reinado de Justiniano, el
emperador bizantino controlaba solamente el sur de Italia, Rávena, una pequeña parte
de los Balcanes y la mayor parte de Anatolia.
En 717, León el Isaurio, o León III, subió al trono de Constantinopla como
emperador. Durante los veinticuatro años de su reinado (717–741), León III logró
mantener a raya a los adversarios del Imperio. En 717 los árabes renovaron sus ataques
contra la ciudad capital mientras que otro ejército musulmán marchaba, como vimos,
cruzando el norte de África y entrando a España (717–719). León III concentró sus
recursos en proteger el corazón de su Imperio. Tomó medidas para reorganizar la
burocracia y la administración, y tuvo éxito en echar de Asia Menor a las tropas
musulmanas (740). Las victorias de León III le dieron al Imperio Bizantino un respiro
de dos siglos antes de nuevos avances árabes.
La Iglesia de Oriente y el Islam. Los cristianos al este de Palestina sufrieron el
avance árabe, pero a diferencia de lo ocurrido en España, el norte de África y en los
territorios bajo el Imperio Bizantino, lograron sobrevivir conservando su identidad e
instituciones. Cuando el califato abásida estableció su nueva capital islámica en
Bagdad (750), el patriarca de la Iglesia Persa o Siríaca del Este (es decir, la Iglesia de
Oriente) también se trasladó a la ciudad capital. En 780, el obispo Timoteo, un hombre
reformador y de espíritu misionero, llegó a ser el patriarca. En 781, participó durante
dos días de un diálogo interreligioso con el califa abásida, Mahdi, y luego escribió un
relato de su conversación, que circuló como una apología. El documento refleja algo
de la cristología diofisita (es decir, dos naturalezas), que era característica por entonces
en la Iglesia de Oriente. Lo interesante es este ejemplo de diálogo religioso cristiano-
musulmán en una época tan temprana.
Timoteo de Bagdad: “Yo respondí a su Majestad: ‘Oh nuestro victorioso
Rey, en este mundo todos nosotros estamos como en una casa oscura en el
medio de la noche. Si en la noche y en una casa oscura ocurre que una perla
preciosa cae en medio del pueblo, y todos son conscientes de su existencia,
cada uno procurará recoger la perla, que no caerá en manos de todos sino de
uno solo, en tanto que alguien se adueñará de la perla en sí, otro de un
pedazo de vidrio, un tercero de una piedra o de un terrón de tierra, pero cada
uno estará feliz y orgulloso de ser el poseedor real de la perla. Sin embargo,
cuando la noche y la oscuridad desaparecen, y surgen la luz y el día,
entonces cada una de aquellas personas que habían creído que tenían la
perla, extenderán y dirigirán su mano hacia la luz, que es la única que puede
mostrar lo que cada una tiene en la mano. Aquel que posee la perla se
regocijará y será feliz y se gozará con ella, mientras que aquellos que tenían
en la mano pedazos de vidrio o trozos de piedra sólo llorarán y estarán
tristes, y suspirarán y derramarán lágrimas.
‘De la misma manera nosotros los hijos de la humanidad estamos en
este mundo perecedero como en tinieblas. La perla de la verdadera fe cayó
en medio de todos nosotros, y está indudablemente en la mano de uno de
nosotros, mientras que todos nosotros creemos que poseemos el objeto
precioso. Sin embargo, en el mundo venidero, la oscuridad de la mortalidad
pasa, y la niebla de la ignorancia se disuelve, dado que la niebla de la
ignorancia es absolutamente ajena a la luz verdadera y real. En ella se
regocijan los poseedores de la perla, están felices y complacidos, y los
poseedores de meras piezas de piedra llorarán, suspirarán y derramarán
lágrimas, como dijimos más arriba.’ …
Y nuestro victorioso Rey dijo: ‘Tenemos esperanza en Dios que
nosotros somos los poseedores de esta perla, y que la tenemos en nuestras
manos.’—Y yo respondí: ‘Amén, oh Rey. ¡Pero quiera Dios concedernos
que nosotros también podamos compartirla contigo, y regocijarnos en el
lustre brillante y radiante de la perla! Dios ha colocado la perla de Su fe
delante de todos nosotros como los rayos brillantes del sol, y todo el que
desee puede gozar la luz del sol’.”14
El Imperio Bizantino y Occidente
A lo largo del siglo VII y principios del VIII hubo tan sólo relaciones mínimas
entre el Imperio Bizantino y Europa Occidental. Una explicación de esto se encuentra
en la necesidad de concentrar los recursos del Imperio en su defensa y en el desorden e
inferioridad de la situación imperante en el Oeste. Estas condiciones comenzaron a
cambiar a mediados del siglo VIII. Con la victoria de Carlos Martel sobre los
musulmanes (732), el Papa manifestó un renovado interés en la cristiandad oriental. El
emperador León III el Isaurio provocó una controversia con la Iglesia Occidental
cuando prohibió el uso de íconos en los cultos religiosos. El Papa se opuso a la
proclamación de León y respaldó con su autoridad el uso de imágenes.
La controversia iconoclasta. Esta disputa sobre el uso religioso de las imágenes,
que duró desde 717–843, tuvo enormes consecuencias sobre la espiritualidad tanto
oriental como occidental. El conflicto fue inaugurado por los Isaurios (llamados así por
una región en Asia Menor) y tenía que ver con el uso devocional de imágenes o
íconos. En el Oriente griego, el uso de los íconos estaba bien difundido. Los íconos
eran venerados no porque tuvieran algún valor material inherente, sino más bien por
las verdades espirituales que ellos manifestaban. Servían como recordatorios de
verdades espirituales y como medios de discernimiento espiritual. Los íconos también
significaban el completamiento o glorificación (theosis) espiritual de otros seres
mortales junto a Cristo. Estas imágenes eran muy populares en la devoción personal, la
oración y la meditación.
El emperador León el Isaurio consideraba a los íconos como ídolos y su
veneración como idolatría. Él fue el iniciador de la controversia iconoclasta
(“rompedor de íconos”). Seguramente, su postura resultó de las influencias
musulmanas en su región de origen en Asia Menor (Isauria, frente a la isla de Chipre),
pero también al hecho de que en sus días hubo un incremento del culto al emperador.
Los más devotos a los íconos eran monjes y monjas, cuyas comunidades no sólo
estaban eximidas del pago de los impuestos imperiales sino que no hacían ningún
aporte significativo al Imperio.
En 730, León publicó un edicto contra los íconos. El patriarca de Constantinopla
se opuso y fue removido de su puesto. Los soldados imperiales intentaron destruir los
íconos por la fuerza en los lugares públicos, con la oposición especialmente de grupos
de mujeres. Constantino V continuó con la política de su padre (desde 743). Un
concilio reunido en 753 condenó los íconos y como consecuencia hubo persecuciones
y martirios de monjes y monjas. El sucesor de Constantino V, León IV, disminuyó la
persecución bajo la influencia de su esposa Irene, que estaba a favor de la veneración
de imágenes. Cuando Irene tomó el poder como regente de su hijo menor en 780,
revirtió la política iconoclasta de los Isaurios y en 787, junto con su hijo Constantino
VI, convocó en Nicea el Séptimo Concilio Ecuménico, que aprobó la veneración de
íconos como una práctica ortodoxa. El Concilio también estableció que las imágenes
no eran dignas de la adoración debida sólo a Dios (latría), sino de una veneración
inferior (dulía).
Alfred Weber: “En esta disputa, presenciamos una curiosa sublevación de
la concepción oriental de lo religioso, judaico-arábiga, procedente del Sur
(Capadocia), que carece rigorosamente de imágenes, que se opone a la
veneración de lo divino expresado en imágenes, lo cual había tomado cierto
aspecto pagano, que se opone a la veneración de los íconos como ídolos ‘no
hechos por los hombres,’ que ponía en manos de la Iglesia y de los
conventos—que cada día adquirían mayores proporciones—un poder
peligroso en forma de medios de salvación milagrosos. Al mismo tiempo, sin
embargo, este movimiento constituyó la expresión política, la voluntad de
una mundanalidad casi de tipo pagano antiguo, que encarnaba en aquellos
poderosos príncipes, en contra de la santurronería supersticiosa que se iba
formando. En el siglo IX, se llega respecto de esta polémica a una
transacción, mediante la incorporación o encaje de las congregaciones
monacales y al mismo tiempo volviendo a permitir las imágenes. Este nuevo
Imperio coloreado con tonos muy vivos había vencido el espíritu de la
cultura griega, desde el punto de vista político; pero en lo cultural había
vencido en cambio la helenidad adoptando la forma de un cristianismo
magístico y gnóstico; y no triunfó a modo de una actitud ética—pues nunca
se había producido la lucha en torno a ésta—sino más bien como una
sensibilidad plástica de tipo heleno infundida en la Iglesia.”15
Después de la muerte de Irene en 803, el partido iconoclasta intentó hacer
prevalecer su posición. Así es como se impusieron nuevas restricciones sobre el uso de
íconos en las iglesias mediante edictos imperiales, que se proponían terminar con lo
que consideraban idolatría. Monjes y obispos se resistieron, y nuevamente hubo una
persecución severa. Finalmente, en 840, la persecución amainó. La oposición a los
íconos había sido más una cuestión de los emperadores y los militares, y no había sido
efectiva para desarraigar la iconolatría del corazón del pueblo. Con la muerte del
último emperador iconoclasta, Teófilo, su esposa, la emperatriz Teodora, ordenó el
final de la persecución. En 843, el patriarca de Constantinopla predicó un sermón en
Santa Sofía, que proclamó que los íconos debían ser reinstalados en la Iglesia. Ésta es
la fecha que la Iglesia Ortodoxa celebra, hasta el día de hoy, como el final de la
controversia.
Las relaciones entre Este y Oeste. Desde un punto de vista político, estas
relaciones se empeoraron entre 780 y 802. En 780 Constantino VI, un niño de diez
años, llegó a ser el emperador bizantino. La madre de Constantino, Irene, actuó como
regente hasta el año 790, cuando su hijo se deshizo de los consejeros de su madre y
tomó el control del poder. Irene intrigó contra su propio hijo, al punto que sus secuaces
lo enceguecieron, con lo cual quedó ritualmente descalificado para ser emperador.
Irene se nombró a sí misma emperatriz y gobernó de 797 hasta 802. El papa León III
(no confundir con el emperador León III, el Isaurio) intervino en la controversia y
declaró vacante al trono oriental, arguyendo que una mujer no podía gobernar sobre el
Imperio. El Papa presentó una afrenta todavía mayor cuando unilateralmente, como
veremos más adelante, nombró a Carlomagno “emperador de los romanos” en el día de
Navidad del año 800. Las consecuencias prácticas de la acción del papa León III no
fueron grandes. No obstante, el nombramiento de un occidental como cabeza del Sacro
Imperio Romano señaló el comienzo de seis siglos de lucha entre las cristiandades
occidental y oriental.
Desde un punto de vista teológico, en Occidente se mantuvo en general una
posición intermedia entre los iconoclastas (destructores de los íconos) y los
iconodulistas (adoradores de los íconos). Los teólogos occidentales distinguían entre
las naturalezas divina y material de Cristo, mientras afirmaban algún modo de
comunicación por el cual cada una compartía sus propiedades con la otra. Para los
teólogos orientales, la veneración de los íconos expresaba su fuerte énfasis sobre el
misterio de la encarnación. El teólogo más importante en este sentido fue Juan de
Damasco, un monje de Palestina que escribió Exposición de la fe ortodoxa y tres
Discursos contra los que rechazan las santas imágenes. Estas obras no sólo fueron una
afirmación del uso devocional de las imágenes, sino también una de las declaraciones
teológicas más importantes de los principios que se discutieron en la controversia.
Juan de Damasco: “Puesto que algunos nos culpan por reverenciar y honrar
imágenes del Salvador y de Nuestra Señora, y las reliquias e imágenes de los
santos y siervos de Cristo, recuerden que desde el principio Dios hizo al ser
humano a su imagen. ¿Por qué nos reverenciamos unos a otros, si no es
porque somos hechos a imagen de Dios?… Por otra parte, ¿quién puede
hacer una copia del Dios que es invisible, incorpóreo, incircunscribible y
carente de figura? Darle figura a Dios sería el máximo de la locura y la
impiedad.… Pero puesto que Dios, por sus entrañas de misericordia y para
nuestra salvación, se hizo verdaderamente hombre … vivió entre los
humanos, hizo milagros, sufrió la pasión y la cruz, resucitó y fue elevado al
cielo, y puesto que todas estas cosas sucedieron y fueron vistas por los
humanos … los Padres, viendo que no todos saben leer ni tienen tiempo para
hacerlo, aprobaron la descripción de estos hechos mediante imágenes, para
que sirvieran a manera de breves comentarios.… Nosotros no reverenciamos
lo material, sino lo que esas cosas significan.”16
Desde el punto de vista cultural, las diferencias entre Este y Oeste eran notables.
La exquisitez y sofisticación de la cultura bizantina estaba muy por arriba del retraso y
barbarie de los logros germánicos. Cuando el Imperio Bizantino y el Occidente se
enfrenaron en el siglo VIII en torno a un problema concreto, la cuestión de los íconos,
sus perspectivas y premisas habían llegado a ser muy diferentes. No obstante estas
diferencias, el sentido de inferioridad cultural del Occidente latino respecto a Bizancio
prevaleció hasta el siglo XII y le permitió al arte, la arquitectura, y el pensamiento
bizantino ejercer considerable influencia sobre el desarrollo cultural de Occidente.17
La dinastía macedónica. Los emperadores que condujeron al Imperio Bizantino
desde 867 hasta 1025 pertenecieron a una dinastía macedónica. Los siglos IX y X
fueron un período de prosperidad para el Imperio. Los ejércitos bizantinos tomaron la
ofensiva y recapturaron buena parte de Siria, Armenia, Chipre y Creta. Con
Constantino VII, que reinó entre 920–959, el Imperio recuperó parte de su prestigio y
esplendor. Basilio II (927–1025) aplastó a los búlgaros y su acción en el orden cultural
tendió a la protección de las ciencias y las artes. En materia política estabilizó las
fronteras del Imperio frente a los magiares y eslavos, los cuales fueron evangelizados.
Desarrolló relaciones amistosas con Vladimir de Kiev (casado con una hermana de
Basilio), en el sur de Rusia. Vladimir invitó a Basilio (989) a enviar monjes a Rusia, lo
que llevó a la conversión de los eslavos al cristianismo y su adopción de la cultura
bizantina. El comercio se expandió durante estos siglos y las reformas de la burocracia
imperial mejoraron la vida dentro de los límites del Imperio. Sin embargo, la profunda
crisis social que aquejaba al Imperio provocó numerosos conflictos, agravados por la
ineptitud de los sucesores de Basilio II.
A partir del siglo XI, el Imperio Bizantino entró definitivamente en decadencia.
Sin embargo, un grave suceso lograría prolongar todavía por dos siglos la vida del
Imperio. En 1057, el emperador bizantino solicitó la ayuda del Papa romano con el fin
de detener a los turcos otomanos, que ya habían ocupado Siria y Palestina, y
amenazaban con poner sitio a Constantinopla. El papa Urbano II promovió las
Cruzadas, que lograron detener momentáneamente a los peligrosos enemigos, pero la
dinastía macedónica llegó a su fin y con ello casi desapareció el Imperio Romano de
Oriente, que quedó virtualmente reducido a la ciudad de Constantinopla y sus
alrededores.
LA RECUPERACIÓN EN ORIENTE
Para el siglo VII, el patriarca de la Iglesia de Oriente (siríaca) era la autoridad
cristiana más importante en todo el territorio al este de Persia. Su interés no estaba
enfocado tanto en los debates teológicos de sus días, sino más bien en cuestiones
prácticas y políticas. La adoración en la Iglesia de Oriente se llevaba a cabo en lengua
siríaca, mientras estos cristianos sustentaban una teología nicena. Entre los patriarcas
que sirvieron bajo el dominio musulmán de Persia, uno de los más influyentes fue
Timoteo I, ya mencionado. Él personalmente envió más de cien misioneros a nuevas
regiones donde no había testimonio cristiano.
La expansión del testimonio cristiano al este de Persia después del año 600 fue
básicamente la obra de monjes de la Iglesia de Oriente. Hubo también sacerdotes y
mercaderes que llevaron su testimonio a lo largo de las rutas caravaneras que cruzaban
el continente asiático. Fue precisamente en las principales ciudades junto a estas rutas
entre Persia y China que, ya antes del siglo X, se fueron estableciendo monasterios,
que sirvieron de centros de adoración, evangelización, hospedaje para mercaderes y
escuelas. En ellos se copiaron y tradujeron los textos siríacos de las Escrituras, la
liturgia cristiana, y las historias de santos y mártires.
El cristianismo en India
Hay que esperar hasta el siglo XVI para tener referencias históricas más seguras
en cuanto al desarrollo del testimonio cristiano en India. No obstante, como se vio en
el volumen anterior, hay abundantes indicaciones de la presencia de cristianos en este
sub-continente con anterioridad al siglo VI. Para mediados del siglo VII, encontramos
referencias en la correspondencia del patriarca de la Iglesia de Oriente, Ishoyahb III, de
la ruptura de relaciones con el metropolitano en Rewardashir. Las iglesias en India
continuaron sosteniéndolo financieramente. En el siglo VIII encontramos nuevamente
referencias a las iglesias en India en los registros persas. Se nos informa que tenían un
metropolitano propio, elegido de entre su propia comunidad en la presencia de los
otros obispos. Evidentemente, debería haber más de una diócesis, ya que según la
tradición persa, los metropolitanos eran nombrados cuando había por lo menos seis
obispos bajo su autoridad. Las iglesias aparentemente estaban bien establecidas. Hay
varias cartas del patriarca Timoteo I que mencionan la presencia cristiana en India.
Una de ellas está dirigida a un monje llamado Tomás, que estaba viajando con un
grupo de inmigrantes a la India. Otra ofrece instrucciones en cuanto a irregularidades
ministeriales. En el siglo IX encontramos la mención de dos hermanos armenios que
llegaron a India como misioneros.18
Existe un interesante documento de mediados del siglo IX, que consiste de unas
placas de cobre con inscripciones, que menciona concesiones dadas por los reyes
locales a los cristianos para construir sus lugares de culto. A la luz de esta evidencia
arqueológica, se puede ver que las comunidades cristianas en India eran pequeñas y
mayormente ubicadas en el sur de la India. En su mayoría, se trataría de inmigrantes
venidos de Persia, que se establecieron en la costa Malabar a lo largo de varios siglos.
Algunos llegaron como mercaderes, otros como refugiados escapando de la
persecución persa o islámica, pero también había algunos misioneros. Muchos de ellos
son mencionados como peregrinos, que venían para visitar Cranganore, el lugar al que
según la tradición había llegado el apóstol Tomás, o Mylapore, cerca de Madrás en el
este, donde se creía estaba ubicada su tumba. Con el tiempo, estos cristianos llegaron a
constituir una casta separada, con lo cual gozaron del reconocimiento social y político
de los gobernantes locales según la costumbre religiosa hindú tradicional. Al igual que
los miembros de otras castas en India, estos cristianos vivían en casas vecinas a su
centro religioso, en este caso sus templos, constituyendo así vecindarios cristianos
distintivos.
El siríaco continuó siendo la lengua litúrgica, a pesar de haber sido desplazada
por el arábico en Persia. Esta lengua les dio un sentido de identidad cristiana, al
parecer más cercana a la lengua hablada por Jesús y sus discípulos. En sus cultos las
iglesias de la India celebraban liturgias que guardaban cierta relación simbólica con
Jerusalén. Pero al mismo tiempo estaban contextualizados con la cultura local, ya que
utilizaban tortas de arroz y vino de palmera para la eucaristía. Esto pone en evidencia
que su identidad cultural era plenamente india. Estos cristianos probablemente llevaron
su testimonio por mar a Sri Lanka, y tal vez a Java, la península Malaya, e incluso
hasta la costa de China. De hecho, hay mención de mercaderes persas y a veces
armenios que visitaron estos lugares entre los siglos VII y X.
El cristianismo en Asia Central
Al este de Persia, el testimonio cristiano siguió las rutas caravaneras,
especialmente la Ruta de la Seda, que cruzaban por Balkh, la capital de Bactria, y
seguían por las ciudades de Merv y Samarcanda. Estas mismas rutas eran seguidas por
monjes, sacerdotes y mercaderes zoroastristas, budistas, maniqueos y musulmanes,
además de aquellos que sostenían creencias animistas y chamánicas. La primera
presencia cristiana estuvo ligada al establecimiento de monasterios en las principales
ciudades. Como se indicó, estos monasterios estaban directamente relacionados con el
comercio de mercaderes cristianos, a quienes ofrecían alojamiento y atención religiosa.
Las iglesias siríacas fueron bien conocidas por sus médicos, algunos de los cuales eran
también sacerdotes y monjes. La presencia de cementerios con inscripciones funerarias
cristianas para mujeres y hombres es evidencia de cierto grado de educación en estas
ciudades de Asia Central, e indica la existencia de comunidades cristianas permanentes
a lo largo de la Ruta de la Seda desde Persia hasta China occidental.
En una de sus cartas (781), el patriarca Timoteo I informaba que había recibido
una comunicación de un rey entre los turcos (hunos), en la que le decía que él y su
pueblo se habían convertido al cristianismo. Este rey le pedía que ordenara y les
enviara un obispo junto con algunos monjes, cosa que Timoteo hizo. En otras cartas,
Timoteo I daba testimonio de su interés en asistir a un creciente número de iglesias,
monasterios y sedes episcopales a lo largo de lo que ahora son las naciones de
Uzbekistán, Kazajstán y Tayikistán. En una de sus cartas, Timoteo informaba que el
metropolitano de China había muerto y que él estaba nombrando a alguien para que
ocupara su lugar. En otra escribió que estaba preparándose para consagrar a un obispo
para los tibetanos. Algunos textos cristianos escritos en la lengua tibetana antes del
siglo X sugieren que había interés, sino una necesidad, de literatura cristiana en lengua
tibetana. La decisión de Timoteo de consagrar a un obispo para Tibet indica que había
un grupo considerable de cristianos en aquella región.
Para fines del siglo VII el mensaje cristiano había alcanzado lo que es ahora
China occidental. Las antiguas ciudades de Tunhuang y Turfan tenían comunidades
cristianas. En la primera, se han encontrado numerosos escritos cristianos en cuevas
budistas. Lo mismo ha ocurrido en Turfan, al norte de Tunhuang, todo lo cual provee
de buena evidencia para afirmar una presencia cristiana considerable en esta región
antes del siglo X. Estos cristianos serían persas, turcos, mongoles y chinos, con
algunas influencias armenias y griegas, según se ve por los escritos encontrados.
Además de las Escrituras, estos materiales incluían libros de adoración, homilías,
comentarios bíblicos, vidas de santos y mártires, tratados de medicina y obras
filosóficas.
Una carta de Abdisho, obispo de la ciudad de Merv, escrita al patriarca de Bagdad
alrededor del año 1000, provee de evidencia de la extensión más septentrional
alcanzada por la influencia misionera cristiana durante este período. Este obispo
informaba al patriarca que el rey de los turcos keraítas que vivía alrededor de la región
junto al lago Baikal en el norte de Mongolia, había tomado contacto con él. El rey se
había convertido a la fe cristiana a través de la aparición de un santo cristiano, que le
había mostrado el camino a través de una tormenta de nieve y se identificó como un
seguidor de Cristo. Como resultado de esto, el monarca había buscado a mercaderes
cristianos que estaban viajando a través de la región, y ellos lo instruyeron en las
doctrinas básicas de la fe. Incluso le habían dejado una copia del Evangelio. Según
Abdisho, unos doscientos mil miembros de la tribu de este rey habían llegado a abrazar
la fe cristiana.
El rey estaba bien comprometido con la nueva fe y estaba solicitando ser
bautizado. Para ello pedía instrucciones en cuanto a cómo prepararse. Se le indicó que
debía ayunar por largos períodos de tiempo durante un año. Los turcos entendieron que
debían abstenerse de comer carne o productos lácteos durante estos ayunos, pero ésta
era su dieta básica y única. El patriarca respondió a sus inquietudes diciéndole a
Abdisho que debía enviar a un sacerdote y a un diácono a bautizarlos y a ministrarles.
En cuanto al ayuno, en razón de la ausencia de otros alimentos, ellos debían abstenerse
de comer carne, pero podían consumir productos lácteos. Éste es un interesante
ejemplo de contextualización misionológica.
MAPA 6 - EL CRISTIANISMO EN ORIENTE
El cristianismo en China
El cristianismo llegó a China en el año 635, el año en que la misión céltica
llegaba al norte de Inglaterra, en Northumbria. Si bien este movimiento fue muy
pequeño, es suficiente como ilustración para recordar que el cristianismo no es una
religión exclusivamente occidental, sino universal. Puede decirse, entonces, que para
Inglaterra del norte y para el Lejano Oriente, la historia cristiana comenzó en el año
635.
Los misioneros en China. El documento arqueológico más completo para la
reconstrucción de la llegada del cristianismo a la China es la Estela de Ch’ang-an,
encontrada en la provincia de Xian. Esta piedra de granito negro, grabada con
caracteres chinos en todas sus caras, lleva por título “Monumento que conmemora la
transmisión de la Religión de la Luz en China.” Fue grabada en 781 y declara que la
llegada del testimonio cristiano a la capital del Imperio Chino bajo la dinastía T’ang
(Ch’ang-an) se produjo en el año 635, cuando monjes siríacos de la Iglesia de Oriente,
arribaron bajo el liderazgo de Alopen (o Alouben). La dinastía T’ang fue una de las
más destacadas en la larga historia de la civilización y cultura china. La ciudad de
Ch’ang-an contaba con alrededor de dos millones de habitantes, lo que la hacía la más
grande del mundo en aquel tiempo. El confusionismo era la ideología predominante
del Estado, pero se estudiaban también otras religiones e ideas como el taoismo, el
budismo, el zoroastrismo y el maniqueísmo. Entre estas nuevas ideas estaba la
representada por monjes provenientes del extremo occidental de Asia (Siria), y que en
chino se conocía como Jing Jiao (Religión Ilustre o Religión de la Luz o Luminosa).
Estela de Ch’ang-an: “La doctrina sagrada que ha traído luz al mundo vino
aquí durante el reinado del Emperador Taizong. Las enseñanzas gloriosas
fueron traídas por Alouben, un hombre de alta virtud del Imperio de Da Qin
(Siria). Él vino sobre nubes azules trayendo las escrituras verdaderas, y
después de un viaje largo y arduo, arribó en Ch’ang-an durante el noveno
año de Zhenguan. El emperador envió a su ministro Fang Xuanling para
saludarlo en el suburbio occidental. El visitante fue bienvenido en el palacio
donde se le pidió que tradujera sus escrituras. Cuando el emperador oyó las
enseñanzas, se dio cuenta profundamente de que ellas hablaban la verdad.
Por lo tanto, pidió que estas enseñanzas fuesen enseñadas, y en el mes
séptimo en el otoño del vigésimo año de Shenguan, proclamó un decreto:
‘El Camino no tiene un nombre común y lo sagrado no tiene una forma
común. Proclamen las enseñanzas por todas partes para la salvación del
pueblo. Alouben, el hombre de gran virtud del Imperio de Da Qin, vino
desde una tierra lejana y arribó a la capital para presentar las enseñanzas e
imágenes de su religión. Este mensaje es misterioso y maravilloso más allá
de nuestra comprensión. Las enseñanzas nos hablan acerca del origen de las
cosas y de cómo ellas fueron creadas y nutridas. El mensaje es lúcido y
claro; las enseñanzas beneficiarán a todos; y ellas deben ser practicadas por
toda la tierra’.”19
Los primeros misioneros en ir a China vinieron de Persia (Da Qin o Siria en la
Estela), que para aquel entonces estaba bajo el gobierno musulmán. El grupo
misionero había sido enviado por la Iglesia de Oriente, y estaba constituido por
veintiún monjes de habla siríaca, bajo la dirección de uno llamado Alopen. Un edicto
imperial del año 638 les concedió tolerancia religiosa y el emperador mismo les dio un
monasterio en la ciudad capital. El sucesor del emperador ordenó la construcción de
monasterios en muchas provincias y le dio a Alopen el título de “Señor Protector de las
Grandes Enseñanzas.” La Estela señala: “La enseñanza se esparció a las diez
direcciones y el país prosperó. Se construyeron monasterios en cientos de ciudades y
muchas personas recibieron bendiciones de la Iglesia de la Religión de la Luz.”20
Sin embargo, en 698, al cambiar la dinastía gobernante, los cristianos tuvieron
que hacer frente a la oposición, que por momentos fue muy violenta. Maestros budistas
esparcieron rumores en contra de los creyentes. Para el 712, la oposición comenzó en
la capital misma y aparentemente resultó en la destrucción de recintos y objetos
sagrados. A mediados del siglo VIII se restauró el favor imperial. Se construyó una
iglesia en un ducado “donde la doctrina podía ser enseñada a más personas de maneras
simples y directas,” y “en poco tiempo, muchas personas fueron convertidas.”21 El
siguiente emperador no sólo permitió la predicación cristiana, sino que hizo regalos a
un monasterio y se les pidió a los monjes que dirigieran la adoración en el palacio
imperial. Un nuevo edicto de tolerancia permitió ciertos progresos en el trabajo
misionero en varias provincias.
La teología en China. La primera parte de la Estela de Ch’ang-an es un resumen
de la doctrina cristiana sostenida por los primeros misioneros en llegar a China. La
declaración de fe comienza confesando a Dios Altísimo como el Creador, uno y
eterno. En cuanto a los seres humanos, “originalmente ellos no tenían deseo alguno,
pero bajo la influencia de Satanás, abandonaron su bondad pura y simple por el brillo y
el oro.”22 Como consecuencia de esta situación es que apareció Ye Su (Jesús), “Aquel
que emana en tres cuerpos ocultos, escondió su verdadero poder, se hizo un ser
humano, y vino de parte del Señor del Cielo a predicar las buenas enseñanzas. Una
virgen dio a luz a lo sagrado en una morada en el Imperio Da Qin.”23 La Estela
continúa expresando una cristología bastante similar a la de Nestorio:
Estela de Ch’ang-an: “El mensaje fue dado a los persas quienes vieron y
siguieron la luz brillante para ofrecerle regalos. Los veinticuatro santos [los
libros del Antiguo Testamento según el canon hebreo], nos han dado las
enseñanzas, y el cielo ha decretado que sea proclamada la nueva religión de
la ‘Pureza de los Tres-en-Uno de los que no se puede hablar.’ Estas
enseñanzas pueden restaurar la bondad a los creyentes sinceros, liberar a
aquellos que viven dentro de los límites de los ocho territorios [quizás las
Bienaventuranzas, Mt. 3:3–10], refinar el polvo y transformarlo en verdad,
revelar el portal de las tres constantes [probablemente fe, esperanza y amor,
1 Co. 13:13], conducirnos a la vida y destruir la muerte. Las enseñanzas de
la Religión de la Luz son como el sol resplandeciente: tienen el poder de
disolver el reino de las tinieblas y destruir para siempre el mal.
“Él puso a flote la barca de la salvación y la compasión de modo que
podamos usarla para ascender al palacio de la luz y unirnos con el Espíritu.
Él llevó a cabo la obra de liberación, y cuando la tarea fue completada,
ascendió a la inmortalidad en un gran resplandor de luz. Él dejó veintisiete
libros de escrituras [Nuevo Testamento] para inspirar nuestro espíritu; reveló
las obras del Origen; y nos dio el método de la purificación por el agua
[bautismo].”24
Es posible conocer algo más de la teología cristiana china primitiva a partir de
documentos encontrados en las cuevas de Tunhuang y Turfan. Estos documentos son
muy parecidos a las sutras budistas en su estilo. Uno de ellos, la Sutra de Jesucristo, ha
sido fechado alrededor del 638 y puede estar relacionado con la misión original de
Alopen. Otras tres sutras, agrupadas bajo el título común de Discursos sobre
monoteísmo, parecen haber sido compuestas alrededor de 641.
Es interesante notar el vocabulario de estos manuscritos. En la Sutra de Jesucristo
se usa el nombre “Buda” para la divinidad, mientras que las otras tres usan el término
chino I-shen (“Un Dios”). Cristo es también llamado Shih-tsun (“Señor del Universo”)
y el Espíritu Santo Liang-feng (“Brisa o Viento Fresco”). Este lenguaje facilitaba la
comunicación del evangelio en un contexto típicamente budista y taoista. La Primera
sutra litúrgica, compuesta cerca de 720, ilustra la adaptación de la liturgia cristiana al
contexto local con su oración a “Aquel con el rostro como jade.”
Sutra de Jesucristo: “De modo que Dios hizo que la Brisa Fresca viniese
sobre una mujer joven escogida llamada Mo Yan [María], que no tenía
esposo, y ella quedó embarazada. Todo el mundo vio esto, y entendió lo que
Dios había obrado. El poder de Dios es tal que puede crear un espíritu
corpóreo y conducir al sendero claro y puro de la compasión. Mo Yan dio a
luz a un niño y lo llamó Ye Su, quien es el Mesías y cuyo padre es la Brisa
Fresca.… Dios mira con compasión hacia abajo desde el Cielo, y controla
todas las cosas en el Cielo y la Tierra. Cuando Ye Su el Mesías nació, todo el
mundo vio un misterio brillante en los Cielos. Todas las personas vieron
desde sus casas una estrella tan grande como una rueda de carro. Esta luz
misteriosa brilló sobre el lugar donde Dios iba a ser encontrado, porque en
este momento el Único nació en la ciudad de Wen-li-shih-ken [Jerusalén] en
el huerto de But Lam [Belén]. Después que hubieron pasado cinco años el
Mesías comenzó a hablar. Él hizo muchas cosas milagrosas y buenas
mientras enseñaba la Ley.… El Mesías ofreció su cuerpo a los malvados por
amor a todos los seres vivientes. A través de esto todo el mundo sabe que
toda vida es tan precaria como la llama de una vela. En su compasión él
entregó su vida.
“Los malos trajeron al Mesías a un lugar apartado, y después de lavar su
cabello lo llevaron al lugar de ejecución llamado Chi-Chu [Gólgota]. Ellos lo
colgaron alto sobre un cadalso de madera, con dos criminales, uno a cada
lado de él. Él colgó de allí por cinco horas.… Temprano esa mañana hubo
una luz solar brillante, pero a medida que el sol se movió al Oeste, tinieblas
vinieron sobre el mundo, la tierra se sacudió, las montañas temblaron, las
tumbas se abrieron y los muertos caminaron. Aquellos que vieron esto
creyeron que él era quien él decía que era. ¿Cómo puede alguien no creer?
Aquellos que toman a pecho estas palabras son verdaderos discípulos del
Mesías.”25
De las otras tres sutras mencionadas, la primera ofrece una discusión metafísica
sobre la naturaleza invisible de Dios, y la naturaleza visible e invisible del ser humano.
La segunda trata con la creación y la naturaleza humana (cuerpo, alma y espíritu). La
tercera titulada El discurso del Señor del Universo sobre la limosna, provee una
ilustración del énfasis cristiano sirio sobre la importancia del papel de las mujeres en el
evento de la salvación.
A la luz de estos documentos, parece evidente que las autoridades chinas
consideraban al cristianismo como una secta similar al budismo. Esta identificación
facilitó el ingreso del testimonio cristiano en China bajo la dinastía T’ang.26
Los resultados en China. Las crisis políticas internas y externas no fueron
favorables para un gran avance de la fe cristiana en China. La estela de Ch’ang-an
describe la situación hasta el año 781, cuando fue esculpida y termina con una nota de
confianza. Dice la Estela: “Esta doctrina es grande y sus obras son poderosas y
misteriosas. Si soy forzado a describirla, las llamaría la obra del Señor Tres-en-Uno.
Todo lo que este humilde siervo ha hecho es registrar en el monumento lo que ha
sucedido y glorificar al Señor Primordial.”27 La historia posterior debe ser reconstruida
a partir de otros documentos.
A mediados del siglo VIII, la expansión árabe hacia el Este (especialmente Tibet)
creó conflictos con el Imperio Chino. En estos años, uno de los líderes chinos más
destacados fue el duque Kuo Tzu-i, quien defendió los territorios chinos de los avances
árabes. El monumento de Xian dice que uno de los comandantes nombrados por el
emperador para acompañar al duque era un sacerdote cristiano llamado I-ssu, a quien
la Estela lo menciona como su donante. Para entonces, parece que en algunas iglesias
la adoración se hacía en chino y no en siríaco. Es probable que la creciente
identificación del cristianismo con el budismo haya sido la causa de su rápida
declinación hacia mediados del siglo IX. Los registros chinos mencionan a los
cristianos hasta aproximadamente el año 900, cuando desaparece todo rastro de
cristianismo en China. Las razones para este cataclismo fueron dos.
Primero, persecución. En el año 845 un emperador pro-taoísta decidió suprimir
las religiones que no eran de origen chino, incluso el budismo. El edicto decía:
“¿Cómo pueden las religiones triviales de Occidente compararse con las nuestras?” El
edicto menciona a monjes cristianos y zoroastristas (se los menciona juntos, porque
ambas religiones provenían de Persia) en número de 3.000 que, al igual que los
budistas, debían “retornar al mundo para no confundir las costumbres de China.” La
política persecutoria duró sólo veinte meses. El budismo logró recuperarse, pero la
pequeña Iglesia cristiana se debilitó casi definitivamente.28
Segundo, desorden. Las continuas guerras civiles durante el siglo IX crearon un
clima de inestabilidad e inseguridad. En el año 878 la rebelión arruinó todo el sur de la
China y su comercio marítimo. Los mercaderes extranjeros regresaron en multitud a
Occidente, y la falta de un gobierno estable puso fin a las comunicaciones pacíficas en
Asia Central, y con todo esto, la tarea misionera murió.
El último testimonio que oímos de este período viene de un cronista árabe que
informa haber conversado con un monje cristiano en Bagdad en 987. Siete años antes,
el monje había formado parte de una misión enviada por el patriarca para poner en
orden las cuestiones de las iglesias en China. Pero no pudieron encontrar a un solo
cristiano en todo el territorio. A pesar de este informe negativo, veremos más adelante
que el cristianismo en el Lejano Oriente logró sobrevivir entre algunas tribus del Asia
Central, desde donde volvería a expandirse nuevamente hacia el Este.
Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “Mirando hacia atrás a los primeros tres
siglos del movimiento cristiano en China, encontramos a una comunidad que
jamás sumó más que una docena de monasterios establecidos y varios miles
de creyentes cristianos. El número de cristianos empalidece a la luz de la
fuerza de las escuelas budista y taoísta de ese tiempo.… En ninguna otra
parte en el mundo en los siglos séptimo y octavo puede uno encontrar a
cristianos comprometidos en un estudio y diálogo activo con budistas,
taoístas, zoroastristas, maniqueos e incluso vecinos confucionistas.… Hubo
una buena cantidad de mezcla de ideas entre estas varias tradiciones en
China. Quizás … ésta fue en parte la causa de la decadencia de estas
primeras comunidades cristianas al final. El eclipse parcial de una identidad
cristiana distintiva dejó a los cristianos chinos con pocas razones para
mantener su propia existencia separada en medio de las escuelas de la
dinastía T’ang en China.
“Un argumento histórico más probable es que a pesar de la notable obra
de traducción e incluso de composición de nuevas obras teológicas en chino,
la mayor parte de la iglesia cristiana en China desde los siglos séptimo al
décimo permaneció como una comunidad de extranjeros residentes. Si bien
por algún tiempo en el siglo octavo Ch’ang-an fue constituida como ciudad
metropolitana por el patriarca en Bagdad, las iglesias en su mayoría
permanecieron dependientes del clero foráneo de la región de Balkh para su
liderazgo. La comunicación fue difícil a lo largo de la Ruta de la Seda
después del surgimiento de los árabes o por mar desde la India.”29
LA RECUPERACIÓN EN OCCIDENTE
La Iglesia en Europa
Establecidos los reinos germánicos, y concretada la atomización política de
Europa occidental, la Iglesia quedaba como la única expresión de cierto orden
institucional. La Iglesia se erigió como celosa guardiana de la organización y cultura
romanas. Poco a poco los monarcas germánicos se fueron convirtiendo a la fe cristiana
y con ellos sus pueblos. La Iglesia fue creciendo en su influencia y prestigio. A fin de
consolidar su unidad y la del mundo cristiano que lideraba, la Iglesia organizó y
estableció sus jerarquías siguiendo el modelo de la administración civil del
desaparecido Imperio Romano. De este modo, Europa quedó dividida en provincias
eclesiásticas o arquidiócesis colocadas bajo la autoridad de arzobispos. A su vez, cada
arquidiócesis estaba constituida por un número de diócesis bajo la autoridad de
obispos. Las diócesis estaban compuestas por varias parroquias urbanas y rurales a
cargo de los presbíteros o curas párrocos.
Este conjunto de religiosos constituía el clero secular, porque vivía en contacto
con el seculum (mundo o sociedad). A partir del siglo V aparece otro tipo de clero
cuyos miembros (monjes y monjas) vivían en monasterios, alejados del mundo y
sujetos a una disciplina determinada, expresada en una regla monástica. Por ello
mismo, estos religiosos pertenecían al clero regular. A través de su clero, secular y
regular, la Iglesia controlaba la totalidad de la vida cotidiana, desde el nacimiento
hasta la muerte. También ejercía un creciente poder en el campo político, al coronar y
deponer a reyes y emperadores. Pero sobre todo, moderó las costumbres de los
germanos y ayudó a la difusión de la cultura romana.
Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “El factor singular más importante que
ligaba a los pueblos de estas regiones [España, Galia, Italia y Gran Bretaña]
alrededor del año 600 era la religión católica: sus obispos proveían de una
red administrativa de naturaleza moral y espiritual. Las iglesias eran dueñas
de tierras, promovían la educación y apoyaban los encuentros regionales de
sus líderes. Dentro de esta red en el Oeste, el obispo más poderoso era el que
ocupaba la sede histórica de Pedro en Roma, el Papa.”30
Durante la temprana Edad Media el poder del papado se incrementó. El Papa de
Roma jugó un papel primordial en mantener viva y desarrollar la idea de un Imperio en
Occidente. Ya desde los días del papa Dámaso I (375), el Papa pretendía tener una
autoridad suprema en materia de enseñanza de toda verdad en la cristiandad. Dámaso
basaba su pretensión en la doctrina petrina, según la cual Jesús había establecido a
Pedro como la “roca” sobre la cual la Iglesia debía ser construida. Esta ideología del
papel conductor del Papa como líder de la cristiandad occidental, fue reforzada y
ampliada por el papa Gregorio I (590–640). Él fue el primer miembro de una orden
monástica en llegar al papado. Los logros de Gregorio (conocido como el Grande) le
valieron un lugar de honor entre los grandes Padres de la Iglesia (junto con Jerónimo,
Ambrosio y Agustín). Gregorio desarrolló ideas como la de la penitencia y conceptos
como el del purgatorio. Centralizó la administración de la Iglesia y fue el primer Papa
en gobernar como cabeza secular de Roma así como de los territorios alrededor de la
ciudad. Se destacó como gran estadista, especialmente en el manejo de los lombardos
que amenazaban con invadir sus posesiones. Gregorio apoyó a la orden benedictina y,
en un tiempo cuando las comunicaciones entre las diferentes partes de Europa estaban
colapsando, los utilizó para crear las bases institucionales de la Iglesia Latina
occidental.
Todos, romanos y bárbaros, necesitaban un emperador, pero no lo encontraron en
el Imperio, sino en la Iglesia, que sobrevivió al Imperio y que con el papa Gregorio I
alcanzó su apogeo. Gregorio trajo al trono papal la planificación de un estadista y la
devoción de un monje. Su contribución más notable fue la misión a Inglaterra, que se
concretó con misioneros del monasterio benedictino fundado por él, bajo la dirección
de un monje llamado Agustín (no es Agustín de Hipona).
El monasticismo en Europa
Al comienzo del período de declinación, algo empezó a ocurrir. Al principio
debió haber parecido sólo de importancia local, pero finalmente llegó a salvar la
situación del testimonio cristiano en todo Occidente. Se trató del surgimiento del
movimiento monástico, como expresión de profunda espiritualidad y de gran devoción.
A medida que se profundizaba el deterioro moral y espiritual en Europa fue creciendo
el celo monacal. Debido al ingreso masivo de paganos a la Iglesia, a la violencia e
inestabilidad generalizada, a la falta de educación y al caos imperante, muchas
personas veían en la vocación monástica una manera de huir del mundo y sus poco
atractivas circunstancias. El monasterio ofrecía una vida más segura, anticipable y con
buenas oportunidades para el desarrollo cultural.
El monasticismo se originó en el Cercano Oriente. Los primeros monjes estaban
motivados por un deseo de vivir vidas dedicadas a la contemplación y la adoración a
Dios. En Italia, Benito de Nursia (480–540) estableció los fundamentos del
monasticismo occidental, cuando hizo una contribución típicamente romana, no
inventando algo nuevo, sino agregando disciplina y orden a lo que ya estaba. En el año
500 se hizo ermitaño, y en el 529 fundó un monasterio en Monte Casino, al sur de
Roma, destruyendo un templo de Apolo que había sobre una colina.
Benito había formulado una Regla, que establecía un modelo permanente para los
monjes occidentales. Hasta entonces, la vida de un monje estaba marcada por la
pobreza y la castidad. Benito enfatizó una tercera virtud: la obediencia. Benito le dio
estabilidad a la vida monástica mediante una buena organización. El monasterio estaba
presidido por un abad asistido por un prior. Si bien era estricta, la vida en un
monasterio benedictino estaba bien balanceada en el uso del tiempo: adoración y
oración (en varios momentos del día); trabajo en el campo o en la cocina; y, estudio.
Algunos dichos famosos de Benito eran: “El ocio es el enemigo del alma,” y “Un
claustro sin libros es un fuerte sin armamento.” En menos de tres siglos los
monasterios benedictinos se esparcieron por todo el continente europeo, y la Regla de
Benito llegó a unificar a todo el monaquismo occidental.
Las misiones en Europa
Mientras el Islam destruía muchos baluartes cristianos antiguos y arrinconaba a la
cristiandad latina en Europa occidental, en el norte del continente europeo el
cristianismo resistía encarnizadamente el avance musulmán y lograba introducirse en
nuevos territorios a través de movimientos misioneros sumamente dinámicos.
El cristianismo en España. El evento más importante en la Península Ibérica a
comienzos de la Edad Media fue la conversión del rey visigodo Recaredo del
arrianismo al cristianismo católico (587). Dos años más tarde, Recaredo convocó el
famoso Tercer Concilio de Toledo, el primero de una serie de dieciséis cónclaves de la
Iglesia, que se llevaron a cabo bajo la supervisión real entre 589 y 702. Estos concilios
se transformaron en un verdadero poder legislativo, integrado por miembros del clero
y la nobleza. La recopilación de las distintas disposiciones legislativas dictadas por
esas asambleas constituyeron la base del derecho español, que más tarde (687) quedó
plasmado en un código llamado Fuero Juzgo. Este Concilio fue importante porque su
propósito declarado era la conversión pública de los germanos y el fortalecimiento de
la fe católica en todo el territorio (esto antes de la invasión musulmana). Entre otras
cosas, el Tercer Concilio de Toledo decretó que el Credo fuese recitado antes del
Padrenuestro toda vez que se celebraba la eucaristía. En las actas de este concilio
aparece por primera vez la cláusula filioque, el agregado de la frase “y del Hijo” al
Credo de Nicea en cuanto a la procedencia del Espíritu Santo.
Tercer Concilio de Toledo (589): “Por lo tanto confesamos que existe el
Padre, quien genera de su misma sustancia un Hijo co-igual y co-eterno con
él mismo, pero no de tal manera que sea tanto hijo como padre; sino más
bien, el Padre que genera es una persona, y el Hijo que es generado es otra,
aun cuando ambos subsisten en una divinidad de sustancia. Porque el Padre
de quien el Hijo existe, él mismo existe de ninguna otra cosa; y el Hijo tiene
un Padre, no obstante él subsiste en divinidad sin comienzo y sin
disminución, de tal manera que es co-igual y co-eterno con el Padre. Y de
manera similar, confesamos y predicamos que el Espíritu Santo procede del
Padre y del Hijo y es uno en sustancia con el Padre y el Hijo; realmente que
el Espíritu Santo es una tercera persona en la Trinidad, aunque tiene en
común con el Padre y el Hijo la esencia de la divinidad.”31
Los visigodos eran los más cultos de los pueblos bárbaros y al fusionarse con los
hispanorromanos dieron origen a un alto grado de civilización en el reino que crearon
en España. El clero fue el depositario de la cultura y los trabajos literarios se ocupaban
de temas referentes a la religión, la moral y la historia. La figura más destacada de este
período fue el arzobispo Isidoro de Sevilla, un hombre erudito que escribió sobre casi
todas las materias que, en su época, comprendía el saber humano, desde teología hasta
las artes mecánicas. Entre sus muchas obras se destaca Etimologías, una obra
monumental dividida en veinte libros, en los que se ocupa de temas religiosos, y de
derecho, legislación, historia y ciencias naturales.
El reino visigótico subsistió hasta principios del siglo VIII, cuando sucumbió a
causa de la invasión de los musulmanes. En 711, los musulmanes pusieron pie en tierra
española y en el mes de junio derrotaron al rey visigodo Rodrigo. Los enclaves
cristianos quedaron arrinconados por la presencia musulmana en algunos valles del
Cantábrico y en la región montañosa de Asturias, a partir de 713. De esta manera
desapareció la monarquía visigoda y comenzó la lucha por la Reconquista, que se
prolongó por más de siete siglos como una verdadera cruzada cristiana. El iniciador de
tal epopeya cristiana fue el rey visigodo Pelayo, que logró vencer por primera vez a los
invasores en la batalla de Covadonga (718). Pero la expulsión de los musulmanes de la
Península recién pudo ser completada en 1492.
El cristianismo en las Islas Británicas. El desarrollo del testimonio cristiano en
las Islas Británicas tuvo dos movimientos fundamentales. Por un lado, está la misión
celta, que representó una corriente misionera proveniente del norte, básicamente del
movimiento monástico desarrollado en Irlanda. Uno de los misioneros celtas más
famosos fue Columbano (543–615), contemporáneo de Gregorio I. Nacido y educado
en Bangor (Irlanda), condujo a un grupo de doce misioneros al continente europeo
(Galia) a fines del siglo VI. Allí estableció varios monasterios en el sur de Francia y el
norte de Italia, y compuso una regla monástica basada en las prácticas ascéticas celtas.
Al igual que muchos otros líderes espirituales de este período, Columbano es
recordado por los milagros y maravillas que llevó a cabo. Estas señales y prodigios
sirvieron para llamar la atención de los paganos y hacer que dejaran a sus dioses
tradicionales por Cristo. En 603 escribió una carta a un sínodo de obispos en Galia, en
defensa de su adhesión a las costumbres de la Iglesia celta (especialmente en cuanto a
la Pascua) y en oposición con la práctica romana y gala.
Columbano: “Finalmente, padres, oren por nosotros así como nosotros lo
hacemos por ustedes, aunque estemos maltrechos, y rehúsense a
considerarnos alejados de ustedes; porque todos nosotros somos miembros
unidos de un cuerpo, ya sean francos o bretones o irlandeses o cualquiera
que sea nuestra raza. Así que todas nuestras razas se regocijen en la
comprensión de la fe y la aprehensión del Hijo de Dios, y ocupémonos todos
en lograr una humanidad plena, a la medida de la estatura de la plenitud de
Jesucristo, en quien debemos amarnos unos a otros, alabarnos unos a otros,
corregirnos unos a otros, alentarnos unos a otros, orar unos por otros, para
que con Él unos y otros podamos reinar y triunfar.”32
Otro gran protagonista de esta acción misionera celta fue Columba (521–597), a
quien se lo conoce como “apóstol de Escocia.” Columba era nieto del rey que
gobernaba Irlanda cuando Patricio, el misionero bretón que evangelizó ese país (432),
fue capturado y hecho esclavo. Columba llegó a ser abad y fundó varios monasterios
en Irlanda, hasta el año 563, cuando “deseó ir en peregrinación por amor a Cristo”
dejando su tierra. Columba escogió a doce monjes que estaban dispuestos a
acompañarlo en su misión y fue a la isla de Iona, frente a la costa occidental de
Escocia, donde fundó un monasterio como base de operaciones. Columba no sólo fue
apóstol de Escocia sino también el fundador de la misión celta en Inglaterra, misión
que desde el año 635 convirtió buena parte del centro de las Islas Británicas
(Northumbria). El año 597 es importante porque señala el año de la muerte del celta
Columba y el comienzo de la historia de la Iglesia en Inglaterra pues es el año de la
llegada del misionero romano Agustín (m. 604), que más tarde sería consagrado como
el primer Arzobispo de Canterbury.
Por otro lado, está la misión romana. El protagonista de este movimiento
misionero jamás pisó tierras británicas, pero fue uno de los estrategas misioneros más
notables de toda la Edad Media: Gregorio el Grande, a quien se lo conoce como el
“apóstol de Inglaterra.” Gregorio I es uno de los dos papas llamados “grandes.”
Gregorio pertenecía a una familia noble de Roma (nació en 540). Llegó a ser
gobernador de la ciudad en una época muy difícil (572), de pobreza y peligros. Al
morir sus padres (574), heredó una gran fortuna, que entregó a los pobres, y
transformó su casa en un monasterio benedictino, haciéndose monje él mismo. En 578,
el Papa lo envió a la corte del emperador en Constantinopla como su representante, y
luego lo colocó como su secretario personal. En 590 fue nombrado Papa, sin que él
buscara esa posición de honor. Durante el año que pasó en Constantinopla se dio
cuenta de que el emperador no podía hacer nada por Europa occidental. Consciente de
lo difícil de la tarea, asumió la responsabilidad de transformar a Roma en la
conductora y la salvadora de la cristiandad occidental.
Gregorio fue un gran misionólogo. Hizo planes a largo plazo, como que planeó la
conversión de toda Inglaterra cuando todavía el territorio no estaba unificado, de modo
que hubo una Iglesia de Inglaterra antes de que existiera Inglaterra. Alentó la
adaptación a las costumbres nativas, ya que instruyó a sus monjes que los templos
paganos no debían ser abandonados si podían servir como iglesias cristianas. También
les indicó que había que aprovechar las fiestas paganas y hacerlas cristianas. Agustín,
con cuarenta monjes, después de un viaje largo y difícil, desembarcó con sus
compañeros en Kent (597), donde comenzaron sus contactos con los anglosajones. A
los pocos meses, Agustín informaba a Gregorio del bautismo de 10.000 anglosajones.
Posteriormente, se convirtió el rey y todo su reino; Agustín fue nombrado arzobispo (el
primero de Canterbury) y se creó una nueva provincia eclesiástica. Hubo varios
obispados y la Iglesia estuvo relacionada con Roma.
Como puede verse, en la evangelización de las Islas Británicas intervinieron dos
tradiciones cristianas diferentes: una celta y la otra romana. Esto dio lugar a la
confusión, especialmente cuando ambas corrientes se encontraron en Northumbria, en
el centro de Inglaterra. El problema mayor tenía que ver con la celebración de la
Pascua, ya que unos la celebraban según el calendario celta y otros según el latino.
Pero en el fondo lo que se discutía era si la Iglesia de las Islas Británicas debía ser
independiente de Roma o no.
Para resolver este problema se convocó un sínodo, que tuvo lugar en Whitby, en
el año 664. El discurso decisivo lo tuvo Wilfrido, abad de un monasterio romano en
Ripon (Inglaterra) y el primer obispo anglosajón. Era un admirador de la Iglesia
Romana, y en Whitby respaldó la posición de que la Iglesia de Inglaterra dependiera
de Roma. La victoria del partido romano fue un triste golpe para la misión celta, que
poco a poco regresó a Irlanda. Así, las Islas Británicas se pusieron en conexión con el
continente, aunque no sin heredar de la tradición celta del norte un profundo espíritu
misionero, que habría de manifestarse una y otra vez en su historia.
Un caso interesante de catolicidad lo ofrece quien fuera el séptimo arzobispo de
Canterbury, Teodoro de Tarso (602–690). Este monje vivía en Roma como refugiado
por el avance musulmán en el Este. El Papa lo consagró como arzobispo de Canterbury
en 668, de modo que la cabeza de la Iglesia en Inglaterra fue un monje proveniente
nada menos que de Asia Menor y del Imperio Bizantino. Teodoro fundó escuelas en
las que se enseñó griego y latín, y trabajó diligentemente para mejorar el liderazgo
pastoral y la vida espiritual de su provincia eclesiástica. Nombró obispos, creó diócesis
nuevas, estableció un sistema parroquial, y celebró sínodos que acercaron todavía más
a la Iglesia de Inglaterra a Roma. Quizás la extraña combinación que se dio en Gran
Bretaña de la disciplina espiritual celta y su fuerte vocación misionera, con el
pragmatismo romano y sus conexiones con Roma, junto con la erudición teológica
clásica representada por Teodoro, hicieron que a lo largo del siglo VII surgiera una
forma distintiva de cristianismo anglosajón. Más tarde, en los siglos VIII y IX, se
verían los frutos de esta amalgama de auténtica catolicidad en los territorios en los que
los misioneros anglosajones llevaron el testimonio cristiano.
El cristianismo en el norte de Europa. Inglaterra, de campo misionero se
transformó en agencia misionera, y apenas un siglo después de la llegada de Agustín
de Canterbury se inició la expansión del cristianismo hacia el continente europeo.
Hubo dos personajes destacados en este proceso misionero.
El primero de ellos fue Willibrordo (658–739) a quien se lo conoce también como
el “apóstol de los Países Bajos.” Wilfrido de Ripon, en uno de sus viajes a Roma, pasó
algún tiempo en la costa de los Países Bajos, donde quiso interesar a los jefes de las
tribus bárbaras en la civilización cristiana. Fue del monasterio de Wilfrido en Ripon de
donde salió el primer gran misionero anglosajón: Willibrordo. En el año 690 se
embarcó junto con otros once monjes. Llegaron a Utrecht, donde realizaron su obra y
donde llegó a ser el primer obispo. Su trabajo misionero se realizó bajo la protección
de los francos, que estaban expandiéndose hacia el este. La historia lo recuerda como
el santo patrono de Holanda.
El otro protagonista importante de esta expansión cristiana anglosajona fue
Winfrido o Bonifacio (679–755), conocido como el “apóstol de Alemania.” Bonifacio
nació en el año 679 y fue educado en un monasterio cerca de Winchester, donde luego
fue invitado para enseñar. Se hizo monje y fue candidato a abad, pero se unió a
Willibrordo en el año 718. De los Países Bajos continuó su obra hacia Alemania. Fue
consagrado obispo y más tarde arzobispo de Maguncia por el Papa, quien en 739 le
escribió para elogiarlo por “los cien mil germanos liberados de las ataduras paganas.”
El proceso de conversión no fue difícil, ya que contó con el respaldo de los ejércitos
francos, que abrieron Sajonia a la obra misionera. Además, Bonifacio apeló a los
monjes y monjas anglosajones a respaldar con oración y servicio su obra
evangelizadora en Alemania. Cientos de estos misioneros se unieron a su proyecto.
El incidente más dramático en su carrera misionera fue cuando derribó, ante la
mirada asombrada de una multitud, un roble dedicado a Thor, el dios del trueno, y
luego con su madera construyó una capilla. Su método fue establecer pequeños
monasterios como bases misioneras. A los setenta y cinco años se retiró de su
ministerio como arzobispo y continuó involucrado en el trabajo misionero. En el año
755, fue martirizado en Holanda, donde había dado sus primeros pasos como
misionero, cuando después de un viaje de predicación, reunió a sus convertidos para
ministrarles la confirmación, y hombres armados lo atacaron.
Destrucción del roble de Thor: “Muchas de las personas de Hesse fueron
convertidas [por Bonifacio] a la fe católica y confirmadas por la gracia del
Espíritu: y recibieron la imposición de manos. Pero había algunos, todavía
no fuertes en su alma, que se rehusaban a aceptar plenamente las enseñanzas
de la verdadera fe. Algunos hombres sacrificaban en secreto, y otros incluso
abiertamente, a árboles y manantiales. Algunos practicaban en secreto la
adivinación, sortilegios y encantamientos, y otros en público. Pero otros, que
eran de una mente más sana ponían a un lado toda profanación pagana y no
hacían ninguna de estas cosas; y fue con el consejo y consentimiento de
estos hombres que Bonifacio procuró derribar un cierto árbol de gran
tamaño, en Geismar, llamado en la lengua antigua de la región, el roble de
Jove [es decir, Thor]. El hombre de Dios fue rodeado por los siervos de
Dios. Cuando estaba listo para derribar el árbol, he aquí que una
muchedumbre de paganos que estaban allí lo maldijo agriamente entre ellos
porque él era el enemigo de sus dioses. Y cuando él había comenzado a
cortar el tronco, una brisa enviada por Dios sacudió por arriba, y de pronto la
copa del árbol se quebró, y el roble con su enorme follaje cayó al suelo. Y se
rompió en cuatro partes, como por voluntad divina, de modo que el tronco
quedó dividido en cuatro grandes secciones sin ningún esfuerzo de los
hermanos que estaban cerca. Cuando los paganos que habían maldecido
vieron esto, dejaron de maldecir y creyendo, bendijeron a Dios. Entonces el
más santo de los sacerdotes consultó con los hermanos y construyó con la
madera del árbol un oratorio y lo dedicó al santo apóstol Pedro.”33
El cristianismo en el corazón de Europa. Las invasiones bárbaras terminaron
aportando una gran masa de nuevos aliados a la Iglesia de Roma en Galia,
especialmente los francos, que fueron el reino germánico más importante durante la
temprana Edad Media. Desde la conversión de Clodoveo, los francos favorecieron el
desarrollo del cristianismo en sus territorios y fueron instrumentos de su expansión a
las nuevas tierras por ellos conquistadas. Fue gracias a la alianza entre los francos y el
papado, que el segundo pudo verse aliviado de los lombardos, que amenazaban invadir
Roma y ganar los territorios vecinos a esta ciudad, conocidos como los “estados
papales.”
Muchas de estas concesiones se lograron gracias a documentos falsos, que
sirvieron para engañar a los monarcas francos y a sus sucesores durante mucho tiempo.
Entre estos documentos cabe mencionar a dos como los más influyentes. El primero, la
Donación de Constantino, decía que, cuando Constantino trasladó la capital del
Imperio a Constantinopla (330), le había dado al obispo de Roma el dominio de
Occidente, además del territorio del norte de Italia, y había ordenado que todo el clero
cristiano debía responder al obispo romano. La falsificación fue hecha cerca del año
754, pero recién fue descubierta en el siglo XV por Lorenzo Valla (1407–1457). Para
entonces, ya había cumplido su propósito.
Donación de Constantino: “En nombre de la santa e indivisa Trinidad.… El
emperador Constantino … al más santo y bendito padre de los padres,
Silvestre, obispo de la ciudad de Roma y Papa; y a todos sus sucesores, los
pontífices, que se sienten en la silla del bendito Pedro hasta el fin del tiempo.
… En razón de que nuestro poder imperial es terrenal, hemos decretado que
venere y honre a su más santa Iglesia Romana y que la sagrada sede del
bendito Pedro sea gloriosamente exaltada por sobre nuestro imperio y trono
terrenal. Atribuimos a él el poder y la dignidad gloriosa y la fuerza y honor
del Imperio, y ordenamos y decretamos que él también tenga gobierno sobre
las cuatro sedes principales: Antioquía, Alejandría, Constantinopla y
Jerusalén, y también sobre todas las iglesias de Dios en todo el mundo. Y el
pontífice que por el momento preside sobre esa muy santa Iglesia Romana
será el más alto y principal de todos los sacerdotes en todo el mundo y
conforme a su decisión se resolverán todas las cuestiones que se emprendan
para el servicio de Dios o la confirmación de la fe de los cristianos.…
Concedemos al ya mencionado y muy bendito Silvestre, Papa universal,
tanto nuestro palacio, como adelanto, y del mismo modo todas las
provincias, palacios y distritos de la ciudad de Roma e Italia y de las
regiones del Oeste; y, donándolos a su poder e imperio y de los pontífices,
sus sucesores, nosotros … determinamos y decretamos que lo mismo sea
puesto a su disposición, y legalmente lo otorgamos como una posesión
permanente a la santa Iglesia Romana.”34
Otros documentos importantes fueron las Decretales seudo-isidorianas, llamadas
así por haber sido atribuidas a Isidoro de Sevilla. Como se vio, Isidoro fue un
arzobispo de esa ciudad y doctor de la Iglesia, un líder que gozó de gran influencia
durante la Edad Media por haber reunido en el siglo VII toda la legislación eclesiástica
conocida hasta entonces. A esta colección, en el siglo IX, se agregaron documentos
falsos, que llevaban la firma de un tal Isidoro Mercator. Su propósito era fortalecer la
posición del obispo de Roma, reclamando para él una jurisdicción suprema. No
existiendo en aquella época un sentido crítico, las Decretales fueron inmediatamente
aceptadas como genuinas, y la falsedad no se descubrió hasta que la Reforma despertó
los estudios históricos y críticos.
Los francos fueron quienes dominaron el corazón de Europa desde el siglo VI
hasta el X. El hijo de Carlos Martel, llamado Pipino el Breve (714–768), fue quien le
puso fin al débil régimen de los reyes merovingios y destronó al rey Childerico III,
haciéndose coronar en su lugar. Así concluyó la dinastía inaugurada con Clodoveo y
comenzó la dinastía Carolingia (751), con el total apoyo de la autoridad espiritual de la
Iglesia. Pipino había enviado a Roma a dos obispos con el encargo de consultar al papa
Zacarías (papa de 741–752) respecto de los reyes merovingios que tenían el título, pero
no la autoridad. El Papa respondió que más valía llamar rey a quien poseía autoridad.
Poco después, Pipino fue consagrado solemnemente por el papa Esteban III (papa de
752–757), que se trasladó a la abadía de Saint-Denis para ungirlo y proclamarlo “rey
de los francos por la gracia de Dios.”
El imperio cristiano en Europa
La derrota de los visigodos por los musulmanes en 711 y el rápido avance de
éstos a lo largo de la Península Ibérica hicieron temblar el corazón de Europa, la Galia.
Hasta 750, España constituyó un emirato bajo la dependencia del califa de Damasco y
la antigua capital visigótica (Toledo) fue reemplazada por Córdoba. En Francia, los
reyes merovingios defendieron como pudieron sus fronteras, hasta que en 732 los
mulsulmanes fueron contenidos por Carlos Martel en Poitiers.
José Luis Romero: “La conquista de España por los musulmanes puso en
contacto directo dos civilizaciones. Esta circunstancia caracterizó todo el
período subsiguiente, pues obligó al mundo cristiano a adoptar una política
dirigida por la idea del peligro inminente que lo acechaba. La reordenación
del Imperio occidental por los carolingios fue la consecuencia más
importante de esta nueva situación.”35
Carlomagno (742–814). El más grande de los monarcas francos fue Carlos el
Grande (del latín magnis, “el grande”). Fue un gran guerrero, porque duplicó el
territorio recibido de su padre (Pipino el Breve). Fue también un gran organizador,
porque supo manejar con mano firme el Estado y la Iglesia. Y fue un gran promotor de
la cultura, porque contribuyó significativamente a la educación, si bien él mismo no
sabía escribir y apenas podía leer en latín.
Como cristiano dejó mucho que desear, pero su política como gobernante ayudó a
fortalecer y extender la fe cristiana, si bien muchas veces usó la fuerza para ganar
nuevos convertidos. En el año 773, los lombardos volvieron a amenazar los territorios
papales, y el papa Adriano I (papa de 772 a 795) pidió auxilio al “Patricio de los
romanos,” Carlomagno. Éste cruzó los Alpes con un gran ejército y destruyó a los
lombardos en forma definitiva. Así, Carlomagno se transformó en el protector de
Roma. En el norte de Alemania, Carlomagno extendió los territorios francos
conquistando a los sajones (780), que todavía no habían aceptado el cristianismo, a
pesar de la obra misionera de Bonifacio. Con el bautismo forzado de los sajones,
vemos por primera vez el uso a gran escala de la fuerza y violencia militar para obligar
a un pueblo a convertirse al cristianismo. Por otro lado, la conquista de Alemania fue
un hecho importante, porque marcó el primer gran avance logrado por la cultura latina
y la fe cristiana al este del Rin. Así, pues, con Carlomagno se puede hablar por primera
vez de una entidad política y culturalmente singular llamada Europa.
José Luis Romero: “Así constituyó Carlomagno un vasto imperio, que
reproducía con ligeras variantes el antiguo Imperio Romano de Occidente—
sin España, pero extendiéndose hacia Germania—, en el que se reunían los
antiguos reinos romanogermánicos. La fuerza realizadora del nuevo imperio
provenía del poder extensivo del pueblo franco y del genio militar y político
de Carlomagno, pero la inspiración provenía, sobre todo, del papado, que se
consideraba heredero de la tradición romana y pugnaba por reconstruir un
orden universal cristiano.”36
El largo reinado de Carlomagno permitió el desarrollo de una cultura cristiana
carolingia (renacimiento carolingio), que contó con el respaldo entusiasta del
emperador y de algunos religiosos que lo respaldaron. Entre ellos cabe mencionar al
anglosajón Alcuino (735–804), el franco Eginardo (770–840) y el lombardo Pablo
Diácono (730–796). El primero fue el líder del movimiento intelectual de Carlomagno,
pues actuó durante quince años como organizador y director de la escuela palatina,
destacándose por su erudición teológica. El segundo fue el consejero íntimo del
emperador y autor de varios relatos históricos imitando a los escritores de la
antigüedad, entre ellos una biografía de Carlomagno. El tercero fue un cronista que
escribió una Historia de los lombardos y sirvió como consejero del emperador. Todos
estos eruditos escribieron en latín, considerado por entonces como el idioma por
excelencia para la expresión intelectual, y que ya servía como la lengua sagrada de la
Iglesia.
Fernando Picó: “Aconsejado por el monje anglosajón Alcuino, Carlomagno
impulsó la revisión cuidadosa de las copias circulantes de la Vulgata (la
traducción latina de la Biblia por Jerónimo) y la renovación de la caligrafía
(con la introducción de la llamada minúscula carolingia, precursora de la
actual escritura del alfabeto latino). Alcuino dirigió una escuela para clérigos
en la residencia principal de Carlomagno en Aachen (Aix-la-Chapelle en
francés y Aquisgrán en español). También aconsejó al emperador a que
patrocinara a distinguidos escritores como Teodulfo de Orleáns. Bajo tales
impulsos florecieron las escuelas de las catedrales.”37
El Papa y el emperador. A sus conquistas territoriales, Carlomagno agregó la
conquista del título de emperador romano, desaparecido en Occidente desde la época
de las invasiones bárbaras (476). El papado desempeñó un papel muy importante en la
restauración de la dignidad imperial. La Iglesia necesitaba de un Estado fuerte, que la
protegiera de los reinos enemigos. El Papa era un señor feudal más, que no tenía poder
militar suficiente como para defenderse. Carlomagno gobernaba un vasto reino, que
incluía los territorios de la Iglesia, y tenía la fuerza necesaria como para traer paz y
seguridad a Roma. Ante esta situación se llegó a pensar que el plan de Dios era que el
Papa tuviera el poder espiritual y el emperador el poder terrenal. Papa y emperador se
necesitaban mutuamente.
José Luis Romero: “Desde principios del siglo VII, el papado había
acrecentado considerablemente su autoridad, gracias a la enérgica y sabia
política de Gregorio el Grande, y poco a poco la Iglesia había ido
adquiriendo una organización cada vez más autocrática y jerárquica debido a
la progresiva aceptación, por parte de los obispos, de la autoridad pontificia.
La conversión de diversos pueblos conquistadores a la ortodoxia había
permitido y facilitado esta evolución, de modo que, al promediar el siglo
VIII, el papado poseía una autoridad que le permitía gravitar sobre la vida
internacional del Occidente con manifiesta eficacia. Sólo le faltaba el ‘brazo
secular,’ es decir, una fuerza suficientemente poderosa para hacer respetar
sus decisiones y ponerlo al abrigo de todas las amenazas. El pueblo franco
aceptó esa misión por medio de los duques de Austrasia, que lograron en
cambio el beneplácito papal para su acceso al poder real, y desde entonces la
unión entre ambos poderes fue estrecha y fecunda.”38
Carlomagno necesitaba del Papa, porque sólo él podía otorgarle el título de
“emperador de los romanos”. El papa León III necesitaba de la protección del rey
franco, porque había sido expulsado de Roma por una revuelta popular en 799 y no
tenía medios políticos ni militares para retomar el poder perdido. Así, el día de
Navidad del año 800, Carlomagno fue coronado como emperador por el papa León III
(papa de 795 a 816) en la Iglesia de San Pedro, en Roma. La restauración imperial no
significaba para Carlomagno mayor poder territorial o político. Pero tenía un
extraordinario alcance moral, pues le daba a Carlomagno, convertido en heredero de
los césares romanos, el magnífico prestigio de la dignidad imperial, que cuatrocientos
años de invasiones y de luchas no habían logrado disipar. Así se fortaleció una relación
que habría de llevar a una parcial unificación de Europa y al desarrollo de la autoridad
papal.
El Sacro Imperio Romano-Germánico. El gran Imperio creado por Carlomagno se
deshizo a la muerte de su sucesor Ludovico Pío, cuyos hijos se repartieron el Imperio
en el Tratado de Verdún (843): Carlos el Calvo recibió Francia; Luis el Germánico,
Alemania; y Lotario, la Lotaringia que comprendía el valle del Rin, los Alpes y el
norte de Italia. Al mismo tiempo le correspondía la dignidad imperial que recibiría en
lo sucesivo el nombre de Sacro Imperio Romano-Germánico. En el Tratado de Verdún
quedaron echados los cimientos de Francia y Alemania y de los futuros estados de
Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Suiza. Fue la primera tentativa de equilibrio europeo
basada en la estructura social y económica de los estados. La rivalidad de los príncipes
y la invasión de los normandos, de los magiares y de los musulmanes, deshicieron la
obra de Carlomagno.
El primer monarca alemán fue Otón I el Grande (936–973) de la casa de Sajonia,
que impuso su autoridad a la nobleza unificando todos los ducados germanos.
Extendió su reino hacia el Este derrotando a los húngaros y eslavos, y a imitación de
Carlomagno creó marcas fronterizas de contención. Fue coronado emperador por el
Papa en Roma el año 962 fundándose así definitivamente el Sacro Imperio Romano-
Germánico. Sin embargo, pronto la intervención del emperador en los asuntos
eclesiásticos y el carácter feudal de muchos prelados alemanes, originó grandes
conflictos con el pontificado: las luchas político-religiosas conocidas como las guerras
de las investiduras.
Fue Otón I quien puso en vigor una estrecha política de colaboración con los
obispos y abades. En vez de delegar en condes las atribuciones principales del Estado,
Otón I creó vastos principados eclesiásticos, encomendados a los obispos y abades del
reino. A la muerte de cada prelado el rey intervenía para nombrar a su sucesor. Era
frecuente que el seleccionado fuera uno de los capellanes de la corte, vinculado a
alguna familia aristocrática y miembro de algún cabildo catedralicio.39 De esta manera
el control de estos principados eclesiásticos nunca pasaba fuera de las manos de la
corona, pues los elegidos habían sido formados en la corte real. La autoridad real tenía
un firme apoyo en los prelados alemanes, pero en algunas ocasiones los obispos
alemanes manifestaron su independencia de criterio frente a la corona, especialmente
en asuntos relacionados con la integridad de sus diócesis. La situación de estrecha
alianza entre el rey y los prelados alemanes duró un siglo, pero como veremos más
adelante tuvo inesperadas consecuencias.
En el 955, Otón I obtuvo una completa victoria sobre los magiares en el Lechfeld.
Esta victoria reafirmó el prestigio de la corona como preservadora del orden. A la vez
Otón I fomentó la conversión de los daneses, los eslavos y los magiares al cristianismo
y trató de utilizar los adelantos en la evangelización para extender la influencia del
reino.
El Papa como cabeza de la cristiandad occidental. Los cristianos occidentales de
la Edad Media estaban convencidos de que el obispo de Roma tenía un lugar central en
el reino de Cristo. Pensaban de él como “vicario” o representante de Pedro. En muchos
sentidos, el obispo de Roma era único y la leyenda ayudó a esto (por ejemplo, la
Donación de Constantino y las Decretales seudo-isidorianas). El Papa había actuado
en forma independiente durante mucho tiempo como único gobernante de Roma y de
sus territorios vecinos. En Europa se presentaba como el único poder “romano”
unificador y como el representante de la única autoridad central: “La Santa Iglesia
Romana.”
Sobre estas premisas básicas se movió el papa Nicolás I (papa de 858 a 867), que
de cabeza de la Iglesia transformó al papado en cabeza de la cristiandad, es decir, en
gobernador de todos los territorios donde la Iglesia tenía poder e influencia. Su lema
era: “Aquello que el Papa ha decidido debe ser observado por todos.” Era un hombre
de valor y atrevimiento, que tuvo la fortuna de no enfrentar a un poder secular
demasiado fuerte. Esto le permitió excomulgar al patriarca de Constantinopla durante
un breve cisma, obligar al emperador del Sacro Imperio a tomar nuevamente a su
esposa, de la que se había divorciado, y a humillar a los arzobispos renuentes que no
querían obedecerlo.
El avance hacia el centro y el este de Europa
La mayoría de los pueblos que habitaban la región en este período eran eslavos. A
lo largo de estos años, los eslavos ubicados más hacia Occidente adoptaron un
cristianismo de tipo católicorromano y quedaron bajo la tutela de Roma. Los territorios
que hoy comprenden la República Checa, Eslovaquia, Austria, Hungría, Eslovenia y
Croacia eran parte del Sacro Imperio Romano-Germánico, bajo Carlomagno. A la
muerte de este monarca, el Imperio se dividió en tres, y la parte oriental del mismo (las
provincias eslavas) quedó en manos de un nieto de Carlomagno, Luis el Germano. Los
pueblos eslavos ubicados hacia el Este siguieron un cristianismo de tipo griego
(bizantino), que tenía su centro de influencia en Constantinopla. A los pueblos eslavos
que aceptaron el cristianismo católicorromano hay que agregar a los ávaros y
magiares, y más tarde a algunos pueblos de la cuenca sur y este del Báltico.
De este modo, a partir del siglo IX se dio un período de intensa rivalidad
misionera. La presencia de dos versiones del cristianismo, especialmente en Europa
central, cada una tratando de convertir a reyes y naciones, y de ampliar su esfera de
influencia, explica el éxito que tuvieron en ganar a las sociedades paganas para el
cristianismo. En todos estos casos, el proceso de entrada a la Iglesia era generalmente
por grupos o en masa. A la conversión del rey seguía la conversión y bautismo de todo
su pueblo. Los misioneros fueron monjes y el resultado fue el establecimiento de la
ideología de cristiandad.
Paul Johnson: “Parece que los primeros conversos francos estuvieron
guiados por consideraciones de carácter militar, más o menos como el propio
Constantino: un ejército cristiano tenía más probabilidades de ganar una
batalla. Otro factor fue la incapacidad de las sociedades paganas germánicas
para producir una explicación satisfactoria de lo que sucedía después de la
muerte, en contraste con la certidumbre de salvación ofrecida por el
cristianismo.”40
El cristianismo en Europa central. Desde Alemania, el cristianismo se expandió
hacia el Este avanzando sobre Europa central. Los ávaros se convirtieron alrededor del
año 800. Estaban establecidos en Europa central desde el siglo VII y habían asolado
los territorios balcánicos del Imperio Bizantino. En 795, bajo presión de los francos,
uno de los jefes ávaros se sometió al gobierno carolingio y al año siguiente todo el
pueblo se hizo cristiano y quedó bajo el dominio del cristianismo romano. En las
décadas subsiguientes importantes grupos de eslavos, incluyendo a croatas, serbios,
eslovenos y checos, aceptaron la fe cristiana. A lo largo del siglo IX el poder germano
continuó siendo un factor político importante en Europa central. Y esto hizo que el
cristianismo latino se expandiese a todos los pueblos dominados y conquistados. En
871 se convirtió y fue bautizado el rey de Bohemia, bajo la predicación de Metodio.
Hacia el año 1000, el cristianismo estaba penetrando en Polonia y también en Hungría.
En Hungría se convirtió su rey, Esteban (997–1038), que luego sería canonizado como
San Esteban. Todos estos reinos quedaron bajo la jurisdicción de Roma, puesto que
eran territorios eslavos del Sacro Imperio Romano-Germánico.
MAPA 7 - EL CRISTIANISMO EN EUROPA CENTRAL Y ORIENTAL
GLOSARIO
abad: denominación que deriva de la palabra aramea abba (padre o papá) con que se
llama, desde los inicios del siglo IV, al asceta que guiaba a otras personas en la
adopción de este tipo de vida. A partir de la regla de Benito de Nursia, el título pasa a
Occidente, contando con un desarrollo posterior considerable durante la Edad Media.
abadesa: título derivado del latín abbatisa que hace su aparición en torno al año 514.
Es el equivalente femenino del abad y al igual que esta última figura resulta fruto de un
desarrollo eclesial posterior ajeno al descrito en el Nuevo Testamento.
abásidas: califato de mayor duración en el gobierno (656–1258). La dinastía
descendía de Abbás, tío de Mahoma, y por ello mantenía la pretensión de gozar de
derechos hereditarios al califato. Valiéndose del apoyo inicial de los alidíes
(descendientes de Alí, el primo de Mahoma), los abásidas derrotaron a los omeyas y
consiguieron el nombramiento como califa de Abul-Abbás. Su sucesor, al-Mansur,
fundó Bagdad, convertida pronto en un centro importante de cultura.
alta Edad Media: es el período (siglos IX al XIII) que transcurre desde la disolución
del Imperio de Carlomagno hasta el comienzo de la crisis medieval. En su transcurso
aparecen obras fundamentales del intelecto, como la Suma teológica de Tomás de
Aquino y las catedrales góticas. Declina la autoridad de los reyes y surge la Europa
feudal que se disgrega en gran número de señoríos. No sucede lo mismo con el
Imperio Bizantino y el califato árabe, pues ambos mantienen su unidad durante más
tiempo.
ascetismo: del griego askesis (ejercicio, laboriosidad), se refiere a la práctica estricta
de la auto-negación como una medida de disciplina personal y especialmente
espiritual, a través de la oración, el ayuno, la meditación y la mortificación del cuerpo.
baja Edad Media: es la etapa (siglos XIV y XV) en que diversas transformaciones
llevan a la crisis del mundo medieval. Aparece la burguesía urbana, que muy pronto
acumuló grandes riquezas, y no tardó en luchar contra la nobleza, primero por el
predominio económico y luego por el político. Los monarcas se apoyaron en los
burgueses para enfrentar a los nobles y en esta forma, consolidarse en el trono. Se
produjeron conflictos políticos, sociales, económicos y religiosos, y el feudalismo
entró en decadencia.
bárbaros: del latín barbari o del griego barbaroi, se refería a personas cuya lengua
sonaba como “bar-bar” (bla-bla), es decir, una lengua incomprensible.
bien cultural: toda la cultura existente en una sociedad específica en un momento
dado. El término es usado con mayor frecuencia en los debates acerca del desarrollo de
las invenciones o innovaciones de cualquier tipo, tanto relativas a la cultura material
como a la inmaterial.
Caaba: la Casa de Dios (12x9x15 m) situada en La Meca hacia la que se vuelven los
musulmanes para orar. Es muy posible que el lugar fuera inicialmente un centro de
culto cósmico relacionado con el aerolito que se custodia en el interior del mismo y
que Mahoma conservó. Según la tradición islámica, su primer constructor fue Adán y,
posteriormente, fue reconstruida por Abraham e Ismael. Convertida más tarde en lugar
de adoración de ídolos, fue purificada por Mahoma.
cabildo catedralicio o capítulo: conjunto de canónigos y otros cargos que se ocupan
del servicio eclesiástico en las catedrales. En la Edad Media tenían la potestad de elegir
los obispos. Su extracción social fue generalmente nobiliaria y sus propiedades
territoriales muy extensas.
califa: denominación española del jalifa rasul Allah (sucesor del mensajero de Dios).
El primero, Abú Bakr, se limitó a suceder a Mahoma y accedió al cargo mediante una
elección celebrada en Medina. Con el segundo, Omar, al título de califa se une el de
Amir al-muminim (comendador de los creyentes). El califa era así defensor de la fe,
pero ni podía definir la misma ni dictar dogmas.
celta: grupo de pueblos indoeuropeos establecidos antiguamente en la mayor parte de
las Islas Británicas (especialmente Irlanda), Galia y en buena parte de España y
Portugal, así como en Italia del norte, Suiza, Alemania del oeste y sur, Austria,
Bohemia y la Galacia en Asia Menor.
cesaropapismo: supremacía del Estado sobre la Iglesia (como ocurrió en el Imperio
Bizantino). Es lo opuesto de la hegemonía de la Iglesia respecto al Estado. El
cesaropapismo significa una restricción tanto sobre la Iglesia como sobre el Estado en
sus respectivas esferas.
clero regular: clérigos que son monjes y que viven bajo una regla (en latín regula)
monástica, en oposición a clero secular, que vive en el mundo y que no pertenece a una
orden religiosa.
Corán: libro sagrado del Islam dotado de una extensión similar a la del Nuevo
Testamento. Regla infalible de fe y conducta para el musulmán, contiene el conjunto
de revelaciones recibidas por Mahoma y comunicadas por éste a sus contemporáneos.
Su redacción definitiva se produjo durante el tercer califato, gracias a la tarea de
unificación de las siete lecturas del Corán. Esta redacción canónica implicó la
destrucción de todos los demás textos y volúmenes coránicos, lo que, muy
posiblemente significó el abandono de algunos textos originales de Mahoma. Está
compuesto por 114 capítulos o suras, divididos en versículos.
cosmopolitismo: doctrina y género de vida de las personas que consideran como patria
suya el mundo entero, y en consecuencia, adoptan elementos culturales y socio-
político-económicos de diversidad de naciones.
cristiandad: el concepto de cristiandad representa una totalidad cultural y una unidad
política: es el conjunto de los fieles cristianos, el mundo cristiano. Pero también la
cristiandad es al mismo tiempo unidad militar, jurídica y eclesiástica. En el paradigma
de cristiandad, la Iglesia funciona como una parte integral del aparato del Estado. En
esta asociación, el cristianismo proveyó a los líderes del Estado la ideología capaz de
pacificar a los pueblos sometidos y la legitimación moral para llevar a cabo sus
objetivos políticos y económicos. A cambio, el Estado garantizó a la Iglesia un acceso
ilimitado y protegido a nuevas fuentes de recursos humanos y materiales.
decretal: carta papal, o parte de ella, que contiene una decisión sobre un punto
concreto del derecho canónico.
Égira: del árabe Hijra (emigración). Es el término que designa el viaje de Mahoma y
algunos de sus seguidores de La Meca a Medina en el 622, motivado por la cada vez
más deteriorada situación en la primera ciudad. Omar ibn al Jattab decretó durante su
califato (634–644) que el año de la Égira se contara como el primero de la era islámica.
ícono: (del gr. eikon, imagen) nombre que designa cualquier imagen venerada por los
cristianos de rito bizantino. Generalmente, consiste de una placa de madera pintada al
óleo con gran profusión del dorado, con representaciones de Cristo, la Virgen María o
un santo. Su uso puede remontarse al siglo V.
Islam: nombre con el que se conoce la religión fundada por Mahoma. Deriva de la raíz
árabe para “someterse” e incluye la idea de rechazar cualquier otro objeto de culto.
janif: el término aparece una docena de veces en el Corán. Primitivamente se aplicaba
a los paganos. En tiempos de Mahoma calificaba a los monoteístas que no eran ni
cristianos ni judíos. En el Corán se usa en relación con Abraham y se recomienda a
todos a que se conviertan en junafa (plural), es decir, monoteístas que renuncian al
culto a las imágenes y a los astros.
omeyas: el primer califato de corte dinástico (661–750). Fue instaurado por Mu’auiya,
gobernador de Siria, tras la muerte de Alí y la abdicación de al-Hasán. Aunque el
segundo califa omeya, Yazid, no pudo evitar que ‘Abdallah ibn al-Zubayr se
proclamara califa en el Hijaz, este califato paralelo tuvo escasa duración y bajo los
omeyas el dominio islámico se extendió desde el Atlántico hasta China.
pagano: del latín pagus (rústico). Se aplicó a fines de la antigüedad y durante la Edad
Media a los que no eran cristianos y a los que habían sido evangelizados, pero
rechazaban después el mensaje del cristianismo adhiriéndose a sus religiones
originales o tradicionales.
palio: banda de lana blanca en forma de yugo, bordada con cruces, usada por el Papa y
también por algunos arzobispos, y que simboliza, en este último caso, la delegación
que ostentaban dichos arzobispos respecto a la jurisdicción metropolitana sobre los
demás obispos de su provincia eclesiástica. Lo confería el Papa y normalmente había
que recogerlo en Roma personalmente.
Papa: término derivado del griego papas (latín: papa) que significa “padre.” El
término no aparece en la Biblia. Hasta 1073 era de aplicación a todos los obispos,
cuando Gregorio VII ordenó que se reservara exclusivamente al de Roma. La figura
del Papa está ligada a las tesis de un primado de Pedro, sucesivo y ligado al obispo de
Roma.
prior: prelado ordinario o superior del convento en algunas órdenes religiosas
(conventos de los canónigos regulares y de las órdenes militares); y en otras, segundo
prelado después del abad. En una abadía, la autoridad siguiente a la de abad; superior
de una casa religiosa que no tenía la categoría de abadía.
reliquia: en un sentido general, es el residuo que queda de un todo. En el sentido
religioso, es la parte del cuerpo de un individuo estimado como santo, o lo que, por
haberle tocado, se considera puede producir un milagro o es digno de veneración.
siríaco: lengua semita que es un dialecto del arameo, y que cuenta con un número
considerable de obras cristianas primitivas y con una traducción específica de la
Biblia, denominada Peshitta. Fue la lengua utilizada en la gran expansión del
testimonio cristiano hacia el Este.
sura: nombre que recibe cada una de las 114 secciones en que se divide el Corán. El
término deriva de shurah (“tirada”), en el sentido de sucesión de pasajes.
sutra: vocablo sánscrito que significa “hilo” y se refiere a un rosario de preceptos que
resumen la enseñanza védica. En el brahmanismo es un precepto, aforismo, regla
breve, y también la colección de tales aforismos o reglas, como el Código de Manú. En
el budismo, se refiere a la parte narrativa de las escrituras budistas, especialmente los
diálogos de Buda.
temprana Edad Media: designa al período desde el siglo V hasta mediados del IX en
Europa occidental, es decir, entre la época de las invasiones bárbaras hasta la
disolución del Imperio de Carlomagno. Entre los acontecimientos importantes deben
mencionarse: la destrucción política del Imperio Romano, el surgimiento de los reinos
romanogermánicos y el propósito de estos nuevos Estados para constituirse en
unidades sociales. Adquieren importancia en este período las culturas bizantinas e
islámicas.
SINOPSIS CRONOLÓGICA
527– Reinado de Justiniano I.
565
800 El papa León III corona a Carlomagno como emperador del Sacro Imperio
Romano-Germánico.
800– Esplendor del Imperio Bizantino.
1000
862 Cirilo y Metodio van a Moravia como maestros a pedido de su rey, Ratislavo.
869 Muere Cirilo; Metodio trabaja con la Biblia y la liturgia en eslavo, que van a
ser usados por la Iglesia Griega en Bulgaria.
CUESTIONARIOS DE REPASO
6. Dice el texto: “En menos de un siglo, el Islam casi había aniquilado los viejos
baluartes del cristianismo.” Haz una lista de no menos de ocho territorios cristianos
ocupados por el Islam.
7. ¿Qué dos eventos salvaron a la cristiandad de ser totalmente rodeada por los
ejércitos árabes?
8. ¿Qué tipo de presión soportó la Iglesia Copta en Egipto bajo el gobierno de los
musulmanes?
11. ¿Quién fue el que dijo: “El ocio es el enemigo del alma.”?
12. Dice el texto: “Mientras el Islam destruía muchos baluartes cristianos antiguos, en
el norte de Europa el cristianismo avanzaba por nuevos territorios.” ¿Dónde comenzó
este movimiento y quiénes fueron sus protagonistas?
13. ¿Es cierto o falso que la misión céltica convirtió buena parte de las Islas Británicas
desde el año 635?
16. Con tus propias palabras, resume la vida y el trabajo de Gregorio I antes de ser
Papa.
18. ¿Cuáles fueron las dos tradiciones que intervinieron en la evangelización de las
Islas Británicas? ¿Dónde se encontraron?
22. ¿Cuáles fueron las dos razones por las que hacia el año 900 desapareció todo rastro
de cristianismo en China?
23. Menciona dos documentos falsos que sirvieron para engañar a los monarcas
francos y a sus sucesores, y describe su contenido.
24. ¿Quién fue el más grande de los monarcas francos? ¿En qué tres aspectos fue
grande?
26. ¿Quiénes fueron Constantino (Cirilo) y Metodio? ¿Cuál fue su obra más
importante?
27. ¿Quiénes eran los ros y en qué año su rey se convirtió a la fe cristiana?
28. ¿Cuáles fueron las cuatro religiones que Vladimiro el Grande, rey de Kiev, mandó
investigar antes de convertirse al cristianismo ortodoxo (bizantino)?
29. ¿Qué tres elementos hay que tomar en cuenta para evaluar como un período de
retroceso los siglos que hemos considerado en esta unidad?
30. ¿Por qué razón, hacia el siglo IX, las pérdidas del cristianismo resultaron mayores
en Oriente que en Occidente?
2. ¿Qué tipo de país es Arabia, y por qué su pueblo, a lo largo de toda su historia, ha
tenido que moverse hacia los territorios vecinos?
3. ¿Qué tipo de religión practicaban los árabes antes del advenimiento de Mahoma?
5. Investiga qué países hoy están bajo gobiernos musulmanes y cuál es la actitud de
estos gobiernos hacia la gente de otras religiones, especialmente hacia los cristianos.
TRABAJOS PRÁCTICOS
DISCUSIÓN GRUPAL
1. Discutir la afirmación del autor: “La presión de las circunstancias externas lleva a
una devoción más profunda y a un fervor renovado, que tarde o temprano termina en
un avivamiento misionero y evangelizador, que cumple con la tarea central de la
Iglesia de ‘Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura’.” ¿Esto es
siempre así? Fundamenten su respuesta.
LECTURAS RECOMENDADAS
Bainton, La iglesia de nuestros padres, 65–95.
Baker, Compendio de la historia cristiana, 81–112.
González, Historia de las misiones, 92–106; 109–116.
González, Historia del cristianismo, 1:243–262; 273–288; 303–306; 315–327; 333–
338.
Latourette, Historia del cristianismo, 1:329–451.
Latourette, Los chinos, 239–243.
Muirhead, Historia del cristianismo, 1:181–243.
Romero, La Edad Media, 9–44; 105–140.
Vos, Breve historia de la Iglesia cristiana, 56–65.
Walker, Historia de la Iglesia cristiana, 195–218.
UNIDAD 2
INTRODUCCIÓN
Los sucesores de Carlomagno no tuvieron su habilidad para las cuestiones
políticas, y el poder de los francos comenzó a decaer. Poco a poco la estructura política
del Sacro Imperio Romano-Germánico fue perdiendo efectividad ganando lugar el
sistema feudal, que fue característico de toda la Edad Media.
Henri Daniel-Rops: “El feudalismo, que iba a constituir la base del mundo
medieval, había estado evolucionando durante un largo tiempo en el pasado,
debido a la fuerza de las circunstancias. El desorden continuo de las Grandes
Invasiones había alentado a los débiles a reunirse en torno a unos pocos
hombres fuertes, que eran más capaces de protegerlos que los representantes
de la autoridad oficial; éste fue el principio de recomendación. Cuando la
autoridad central fallaba, los caudillos locales tendieron a hacerse
autónomos.… El colapso de la civilización urbana, al darle a la agricultura
una importancia enorme, había hecho de la unidad agrícola, la villa, un
centro económico independiente, y del gran terrateniente una especie de
gobernante. A estos factores, que surgían naturalmente de la evolución
histórica, se agregaron otros dos: inmunidad y vasallaje, que fueron
propuestos por los mismos gobiernos centrales. Los monarcas débiles, que se
sentían inseguros de sus insubordinados, autorizaron a los grandes
terratenientes a liberarse del control de los oficiales reales, y a tomar el lugar
de los últimos en la administración de la justicia, la recolección de impuestos
y la leva de guerreros en sus propios dominios.… Ahora toda la evidencia
muestra que Carlomagno estuvo involucrado en este proceso.”1
Desde un punto de vista social, el feudalismo supuso la existencia de clases, cuya
diferenciación se establecía en las relaciones del ser humano con la tierra. En
consecuencia, disminuyó la densidad de la población, se cortaron las comunicaciones,
creció el aislamiento y la vida se tornó más insegura y violenta. Desde un punto de
vista político, el feudalismo consistió en una jerarquización de poderes unidos entre sí
por lazos de fidelidad personal. Desde un punto de vista económico, el feudalismo
produjo una economía reducida a círculos agrícolas cerrados, falta de metal precioso,
disminución de las transacciones monetarias, desaparición de los salarios y el pago de
los servicios prestados con tierra. Desde un punto de vista moral, el feudalismo hizo
predominar la fuerza y la violencia.
Se produjo, entonces, una atomización del poder caracterizada por la ausencia de
una autoridad central y la organización de gobiernos locales en manos de los nobles y
terratenientes. El origen de este sistema estaba en múltiples concesiones de tierras, que
los monarcas francos habían hecho a sus jefes militares durante las guerras de
conquista. El imperio de Carlomagno se transformó en un Estado feudal, y más tarde,
después de la muerte del gran monarca (814), cuando su imperio fue dividido entre sus
sucesores (Tratado de Verdún, 843), el proceso se profundizó. Los territorios del
Imperio carolingio se repartieron de la siguiente forma: Lotario, fue reconocido
emperador y gobernó Italia y una franja de terreno llamada Lotaringia, que separaba
los dominios de sus hermanos; Luis el Germánico quedó con Germania o la región
comprendida al este del Rin; y Carlos el Calvo recibió las tierras al oeste del Rin,
aproximadamente la actual Francia.
El régimen feudal predominó en Europa desde comienzos del siglo X hasta el
XV. En este contexto, la vida medieval estaba estructurada, en buena medida, como las
piezas de un juego de ajedrez: reyes, reinas, obispos (alfiles), caballeros (caballos) y
otros nobles vivían en castillos (torres), a costa del trabajo de sus siervos (peones). Los
siervos (siervos de la gleba), a cambio del privilegio de cultivar la tierra suficiente para
poder sobrevivir, trabajaban tres días de la semana para su señor, que podía ser un
caballero, un obispo o un rey. En una emergencia, y muy frecuentemente en tiempo de
cosecha, el señor podía exigir a los siervos un trabajo extra. Un siervo no podía hacer
abandono de la tierra de su señor, ni casarse sin su aprobación; también eran usados
como sirvientes domésticos, y muchas veces eran excelentes artesanos. Los siervos
constituían la infantería en las guerras ofensivas y defensivas de su señor. Carecían de
protección y eran los más vulnerables en toda la pirámide social de aquel entonces.
Los caballeros no tenían otra ocupación más que la guerra, y eran recompensados
por el soberano con tierras y con siervos. Cuando no había guerras, los caballeros se
entretenían con torneos y peleaban fieramente para practicar, para ganar el favor de
una dama noble o el castillo de otro caballero. Con el tiempo, los caballeros (vasallos)
se convirtieron en nobles, de modo que nobleza y caballería se identificaron de tal
forma que no se consideraba noble más que a aquel que había sido armado caballero.
Estos señores vivían en castillos, que al principio no fueron más que torres de piedra
con dos o tres niveles, y más tarde se ampliaron con murallas y fosos. El castillo era el
pivote de la vida medieval. Fundamentalmente, era un refugio, una plaza fuerte, una
fortaleza capaz de resistir un sitio. La riqueza del castillo provenía de la tierra trabajada
por los siervos fuera de los muros del mismo.
Los obispos administraban los negocios así como los asuntos espirituales de la
Iglesia. Los obispos eran señores feudales que muchas veces recibían importantes
donaciones, especialmente de tierras, lo cual les daba gran prestigio y poder. El
sistema feudal llegó a ser de gran beneficio para las pretensiones de Roma, porque no
había rey o señor tan fuerte, que pudiera competir con el poder y la influencia papal.
Además, la Iglesia se enriqueció en forma fabulosa porque al morir los obispos sus
propiedades quedaban en manos del Papa y muchos nobles testaban también en favor
de Roma.
CUADRO 5 - ESTRUCTURA SOCIAL DEL SISTEMA FEUDAL
La reina generalmente estaba tan bien educada como el rey, y a veces lo eclipsaba
en su poder. Era el centro de las fiestas de la corte y a menudo se unía a los hombres
en la caza con halcones. Muchas reinas medievales cristianas ayudaron a la conversión
de sus esposos a la fe. El rey pretendía que su poder, gozado por derecho divino, era
supremo. Su pretensión era disputada incesantemente por los nobles feudales y por la
Iglesia. Incluso en su corte, se veía forzado a estar en guardia contra las intrigas. La
corte de un rey era el epítome mundano de una edad predominantemente religiosa.
La Iglesia ocupaba el lugar central en el tablero de la sociedad medieval. Los
reyes necesitaban el apoyo de la Iglesia; todos los hombres necesitaban el apoyo
espiritual de la Iglesia. Tanto el siervo como el noble, el caballero como el rey eran
iguales en esto: cada uno estaba seguro de otra vida más allá de la muerte y estaban
aterrados por ese trasmundo. De este modo, la Iglesia, con sus sacramentos y ritos,
traía algo de paz a la vida de estos seres sumidos en la ignorancia, la superstición y la
violencia. Éste es el trasfondo histórico-cultural de Europa en el período que
seguidamente consideraremos.
EL RESURGIMIENTO DEL CRISTIANISMO
El cristianismo en Europa occidental
Nuevas invasiones bárbaras. En el ámbito político, el mundo escandinavo estaba
en proceso de cambio cuando comenzaron las correrías vikingas por el Occidente.
Esfuerzos por consolidar políticamente en pequeños estados a los habitantes de lo que
hoy día son los territorios de Suecia, Noruega y Dinamarca parece que acrecentaron el
nivel de violencia en esas regiones y resultaron en la expulsión de las facciones
perdedoras. Por otro lado, el reino de Dinamarca, políticamente el más desarrollado de
estos estados incipientes, había sufrido la presión del avance carolingio en el norte de
Alemania. La conversión forzada de los sajones y las enormes matanzas de éstos en el
curso de las guerras de conquista francas, deben haber alarmado grandemente a los
daneses, que se encontraban en la ruta de expansión franca, con Carlomagno y Luis I
persistiendo en su política agresiva. Además, el avance en las técnicas de navegación
de los jóvenes guerreros educados en una tradición de ejercicio militar y aventuras, les
proveyó un nuevo campo de acción.2
Fernando Picó: “Es la combinación de todas estas razones lo que nos
explica la súbita y destructora irrupción de los hombres del norte en el
Occidente. En algunos sitios se les llamó vikingos, en otros, los hombres del
norte (Northmen o Nordmen). En el este de Europa y en Constantinopla se
les conocería como varegos. Pero todos pertenecen al mismo movimiento
general de los escandinavos en esa época.”3
Hacia el año 800, los normandos (vikingos) de Escandinavia comenzaron un
nuevo proceso de invasión sobre Europa. Todas las poblaciones costeras del Mar del
Norte y de los ríos navegables del noroeste de Europa sufrieron los asaltos
devastadores de estos nuevos piratas invasores. De todos, quienes más sufrieron fueron
los monjes: las iglesias y los monasterios estaban ricamente dotados y eran presa fácil
por carecer de defensa militar. De este modo, monasterios e iglesias resultaron ser uno
de los blancos preferidos de estos saqueadores vikingos. Casi todos los monasterios
celtas en las Islas Británicas fueron asaltados e incendiados. En el año 851, trescientos
barcos vikingos entraron por el río Támesis y saquearon Canterbury y Londres. A fines
del siglo IX, habían conquistado ya gran parte del territorio de Irlanda y de los reinos
anglosajones. El rey de Wessex, Alfredo el Grande (849–901) logró rechazarlos hacia
el norte, pero un siglo más tarde los daneses se adueñaron de toda Inglaterra. Los
normandos invadieron también el noroeste de Francia, y le dieron su nombre al
territorio ocupado: Normandía.
Paralelamente a las invasiones normandas en el Oeste, los eslavos y los húngaros
hostigaron las fronteras orientales de la Europa carolingia. Los eslavos eran pueblos
paganos de raza aria. Los principales pueblos eslavos que avanzaron hacia el Oeste
fueron los polacos, los checos, los eslovacos y los moravos. Los que avanzaron hacia
el sur fueron los servios, croatas, eslovenos y búlgaros eslavizados. Los húngaros o
magiares, pueblos de raza mongólica, fueron los invasores más temibles, pues eran
guerreros feroces dedicados al saqueo y al exterminio.4 Estas incursiones violentas
fueron parcialmente detenidas cuando el trono de Germania fue ocupado por Otón I el
Grande (936–973), quien reorganizó las fuerzas de su reino y contuvo las invasiones
del Este.
Una tercera ola de invasiones fue la de los sarracenos (musulmanes). Fueron más
bien expediciones de rapiña y piratería, desde España y el norte de África (Zagreb).
Conquistaron la isla de Sicilia, pero el principal resultado de sus correrías fue la
interrupción del comercio por el mar Mediterráneo.
La eventual conversión de los escandinavos y los húngaros cambió el panorama
político y fundamentalmente religioso de Europa hacia el siglo X. Con mucha lentitud,
algunos retrocesos y renuencias y no pocos conflictos los escandinavos comenzaron a
aceptar el cristianismo en sus propios territorios de origen, Dinamarca, Noruega y
Suecia, y la recién poblada isla del norte, Islandia. Este proceso requirió el sacrificio y
la dedicación de varias generaciones de misioneros, especialmente de monjes.5 La
cristianización de estas tierras facilitó los intercambios comerciales y culturales, y
como en el caso de Hungría, acabó integrando a las nuevas monarquías del norte con
los otros estados europeos.
La conversión de Noruega. El testimonio cristiano entre los pueblos escandinavos
y su conversión fue al principio un proceso gradual y las más de las veces sin un
esfuerzo misionero organizado. Los escandinavos tendieron a adoptar el idioma, la
cultura y la religión de sus vecinos cristianos, especialmente los francos. La eventual
conversión de todos estos pueblos se debió en parte al atractivo que la civilización
franca ejercía sobre los normandos, así como la conversión de los francos se debió en
buena medida a la atracción que la civilización romana ejercía sobre ellos. De todos
modos, la conversión de Noruega ocurrió en razón de la influencia de algunos de sus
reyes convertidos al cristianismo. El primero fue Haakon el Bueno (rey de Noruega
desde 946), quien había sido bautizado en Inglaterra.
En el año 994 hubo una nueva invasión normanda sobre las Islas Británicas, pero
con un final diferente. El jefe del contingente pirata, Olaf Trygveson, en viaje hacia
Inglaterra, se encontró con un monje que le dijo: “Tú serás rey de Noruega y llevarás a
muchos a la fe cristiana.” Después de ser herido de muerte y orar por su sanidad, se
hizo cristiano cuando curó milagrosamente, y continuó su viaje a Inglaterra no para
saquear, sino para ser confirmado por el obispo de Winchester. Un año más tarde,
Trygveson regresó a Noruega como su primer rey cristiano, usando ahora su poder no
para destruir el cristianismo en el extranjero, sino para establecerlo en sus propios
dominios. Era un hombre violento y lo fue durante toda su vida, pero ahora usaba su
espada en defensa del cristianismo que antes había hostigado. Así comenzó la
conversión de Noruega, y con ella, la de casi todas las islas del Mar del Norte, incluso
Islandia y Groenlandia, que eran parte de su reino. Una sucesión de monjes venidos
desde Inglaterra por iniciativa de Trygveson ayudaron en este trabajo. Lo mismo hizo
otro rey cristiano de Noruega, Olaf Haraldsson (rey desde 1015), razón por la cual
todavía hoy se lo venera como San Olaf.
La conversión de Dinamarca. La conversión de Dinamarca comenzó gracias a las
influencias cristianas provenientes desde Sajonia (norte de Alemania). Uno de los
primeros misioneros en trabajar entre los escandinavos fue Anskar (800–865), enviado
por el emperador Ludovico Pío. Anskar se estableció en Hamburgo y de allí viajó
varias veces a Dinamarca y Suecia, regiones a las que más tarde sirvió como obispo.
Se lo considera a Anskar como el primer apóstol a los pueblos escandinavos. Uno de
los primeros reyes de Dinamarca en convertirse fue Harald Blaatand (Haroldo
Dienteazul, 950–986), que lo hizo debido a un milagro llevado a cabo por un sacerdote
cristiano en su corte. El rey inmediatamente ordenó a todos sus súbditos convertirse a
la nueva fe. Sacerdotes y obispos llegaron de Alemania para ocuparse de la
evangelización.
Un nieto de Harald Blaatand, Knud o Canuto se convirtió en 1019. Canuto había
sido rey de Inglaterra antes de adicionar la corona de Dinamarca. En este caso también
recibió mucha ayuda desde Inglaterra a través de los monjes misioneros. Canuto era un
cristiano convencido que hizo mucho por establecer el cristianismo en sus dominios.
“Menos de setenta años después de la muerte de Knud, Dinamarca llegó a tener su
jerarquía eclesiástica propia, con un arzobispo en la ciudad de Lund—que hoy
pertenece a Suecia.”6 Fue necesario un siglo completo hasta que el cristianismo se
estableciera definitivamente entre estos pueblos. Pero, “en la primera mitad del siglo
XI, bajo el rey Canuto, quien llegó a gobernar toda Inglaterra, Dinamarca, Suecia y
Noruega, casi todos los escandinavos eran ya cristianos, al menos de nombre.”7
La conversión de Suecia. Los suecos fueron los últimos de los pueblos
escandinavos en aceptar el cristianismo. Los misioneros más destacados entre ellos a
partir del año 1000 fueron monjes ingleses, llegando a ser algunos de ellos mártires por
la fe cristiana. En este caso, los reyes suecos jugaron también un papel importante en
la conversión de sus pueblos. El primer rey cristiano fue Olov Skötkonung, pero el
testimonio ya había llegado antes a Suecia gracias a las labores de Anskar. Los
sucesores de Olov continuaron su promoción del cristianismo, que fue más rápida y
profunda que en otros pueblos escandinavos.
Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “Anglosajones, noruegos, daneses,
francos, sajones, burgundios o eslavos—éstas eran identidades tradicionales
que la gente había llevado mientras migraban de lugar en lugar. Para el siglo
décimo la mezcla entre las tribus había alcanzado un punto en el que las
fronteras ya no eran claras, ya sea en idioma o en geografía. Las historias
locales tradicionales de dioses y héroes guerreros nacionales estaban siendo
superadas por una historia más grande, la del pasado cristiano romano. Lo
que estaba emergiendo era una civilización común. Mientras muchas
culturas y economías locales, lenguas vernáculas e instituciones políticas
cubrían la tierra, ésta se mantenía unida por una estructura eclesiástica
bastante unificada, liderada por una clase de líderes y clérigos educados que
hablaban una lengua común (latín) en su liturgia y teología. La única
autoridad eclesiástica más importante dentro del entramado de la cristiandad
occidental era el Papa. No obstante, incluso su autoridad no se extendía de
manera pareja o sin interrupción a lo largo del paisaje. Papas individuales
resultaron ser corruptos o ineptos, sin menoscabar el papel total de la Iglesia
Católica en todo el Oeste. Al final, la tradición latina llevó la fe hacia delante
en la cristiandad occidental.”8
La conversión de otros pueblos bálticos. Hacia el noroeste de Europa, a mediados
del siglo XII, se convirtieron los vendos. Éstos eran un pueblo eslavo que vivía al este
del río Elba. No eran cristianos sino que adoraban a deidades tribales eslavas
tradicionales. En 1147 los gobernantes alemanes de Sajonia procuraron permiso para
lanzar una cruzada contra ellos y convertirlos. En realidad, lo que querían los sajones
junto con los daneses era ampliar sus dominios. Los vendos fueron sometidos, sus
templos paganos destruidos, se los forzó al bautismo, se los obligó a entrar a la
cristiandad como súbditos de los reyes alemanes y daneses, y se establecieron iglesias
cristianas en sus territorios. En el siglo XIII fueron incorporados a la cristiandad los
pueblos de la cuenca oriental del mar Báltico (prusianos, estonios y finlandeses); y, en
el siglo XIV ocurrió lo propio con los lituanos.
La conversión de húngaros y eslavos. Los húngaros se convirtieron al
cristianismo en la década de los años 970. Por un largo proceso de asentamiento y de
cambio a una economía basada en la agricultura y el comercio, estos pueblos nómadas
y guerreros se integraron a la convivencia con las zonas vecinas de su reino o regiones
sometidas. Eventualmente enlaces dinásticos con diversas casas reinantes del
Occidente imbricaron a Hungría en el sistema político europeo.
Justo L. González: “A fines del siglo X, el rey Gueisa recibió el bautismo,
así como su corte y su heredero Vayk. En el año 997, Vayk, quien para
entonces había tomado el nombre de Esteban, heredó la corona, e
inmediatamente les ordenó a sus súbditos que se hicieran cristianos. Por la
fuerza, el país se convirtió. Tras la muerte de Esteban en el 1038, el pueblo
lo tuvo por santo, y por tanto se le conoce como San Esteban de Hungría.”9
Los pueblos eslavos vecinos a Sajonia, Baviera, el ducado de Corintia y
eventualmente a la marca del este (Austria), empezaron también a aceptar a los
misioneros cristianos en sus territorios y a formar sus propias provincias eclesiásticas.
El caso más dramático fue el del reino de Polonia, cuya extensión y número de
habitantes era considerable.
El cristianismo en el Cercano Oriente
El desafío musulmán y las Cruzadas. Alrededor del año 1000, pueblos
montañeses de las mesetas de Asia Central avanzaron hacia el Oeste. Venían del
Turquestán y se los conoció como los turcos selyúcidas. Para el año 1055 ya habían
ocupado toda Persia, conquistando el califato árabe de Bagdad. No desplazaron al
califa como líder religioso, pero lo relegaron a esa función, mientras el gobierno
efectivo pasó a manos de los sultanes o reyes turcos (1058). En 1076 tomaron
Jerusalén, donde cometieron todo tipo de crueldades contra los cristianos. Desde
Bagdad se extendieron a Siria y Palestina (que había estado bajo el califato de Egipto).
En 1071 destrozaron al ejército del Imperio Bizantino y avanzaron sobre Asia Menor,
y establecieron su capital en Nicea, cerca de Constantinopla. Eran de religión
musulmana y fieros guerreros nómadas.
Los bizantinos, desesperados frente a la amenaza que representaban las hordas
invasoras, pidieron auxilio a los cristianos de Europa occidental. El emperador
bizantino Alejo Commeno (1081–1118), pese a la interrupción de las relaciones con
Roma que siguió al cisma de 1054, se dirigió al papa Urbano II (papa de 1088 a 1099),
solicitándole que animara a los cristianos occidentales a luchar contra el enemigo
común. Este pedido llegó oportunamente, ya que el Papa de Roma estaba procurando
terminar con la turbulencia y la violencia de la sociedad feudal, y quería lograr una
unión más sólida de la cristiandad en torno a su autoridad. La posibilidad de canalizar
la violencia de los señores feudales en una lucha con un motivo tan noble como la
defensa de los intereses cristianos en Oriente, se presentaba como una efectiva
estrategia para el logro de las pretensiones hegemónicas del Papa.
El islamismo había sido el primer adversario en derrotar al cristianismo en el
siglo VII. Ahora, a fines del siglo XI, la cristiandad occidental reestablecida estaba en
condiciones de ofrecer un efectivo contraataque. A pesar de que los soldados cristianos
estaban muy lejos del ideal moral neotestamentario, su intervención en las Cruzadas
fue un notable progreso respecto de la turbulenta sociedad feudal. “Dado que quieren
pelear, que peleen por fines cristianos.” Tal era la estrategia papal. El papa Urbano II
actuó rápidamente en respuesta al pedido bizantino, proclamando una campaña para
recuperar la Tierra Santa de manos de los turcos. Este desafío cautivó la imaginación
de los cristianos europeos, que ya se sentían lo suficientemente fuertes como para
enfrentarse a un enemigo considerado pagano. Fue así que, en 1095, el Papa convocó
un Concilio en Clermont (Francia) y expuso ante numerosos arzobispos, obispos,
abades, señores feudales y multitud de fieles, la necesidad de emplear todos los
esfuerzos para combatir el peligro de los turcos selyúcidas musulmanes. En el año
1096, los cristianos se lanzaron a la primera Cruzada con el lema “Dios lo quiere”
(Deus vult). El Papa actuó como cabeza de la cristiandad y su iniciativa lo colocó al
frente de la Europa cristiana.
Los fines de las Cruzadas. En esta empresa existieron ciertamente muchos
motivos diferentes. Algunos fueron menos nobles, como la codicia, la ambición, el
afán de aventuras, etc. Pero en general los móviles de los europeos fueron nobles e
idealistas, y muchas veces inspirados por una gran espiritualidad mística.
Hubo fines de orden religioso. Entre los más importantes objetivos de las
Cruzadas estaba el de rescatar el Santo Sepulcro. La devoción a la humanidad de
Cristo acrecentó el entusiasmo por aquellos lugares santificados con su presencia. Pero
también se aspiraba a lograr la unión con la Iglesia Oriental, sujetando a ésta a la
autoridad de Roma y poniendo fin al cisma de 1054. El Papa esperaba que su iniciativa
le permitiera ejercitar su autoridad universal por encima de la del emperador y los
reyes. También se esperaba lograr la defensa de Occidente contra la invasión del Islam,
que continuaba presionando constantemente sobre Constantinopla como primer paso
para llegar a Occidente. La caída de Jerusalén y la reciente iniciación de un nuevo
milenio (con todo su componente de milenarismo y apocalipticismo) crearon una
atmósfera favorable para la generalización de un exaltado sentimiento religioso.
Hubo fines político-económico-sociales. Los caballeros vieron una oportunidad
para satisfacer sus impulsos guerreros y el ansia de aventuras. La necesidad de
encauzar en una empresa noble el espíritu guerrero de los caballeros y señores
feudales, para quienes la Tregua de Dios era un freno insoportable, fue central en la
estrategia de la Iglesia. Por otro lado, los vasallos y siervos vieron en las Cruzadas un
modo de liberarse del poder de los señores, mientras que los comerciantes buscaron
nuevos mercados en las ricas tierras orientales.
El desarrollo de las Cruzadas. En general, los historiadores consideran que hubo
ocho Cruzadas, que se llevaron a cabo entre 1096 y 1291. Las dos primeras
despertaron mucho interés religioso y los cruzados se movieron hacia el Este por tierra,
porque no había suficientes embarcaciones para tantos miles de aventureros. En las
Cruzadas posteriores decayó el entusiasmo religioso popular y los participantes fueron
más bien señores, que eligieron las rutas marítimas y estuvieron motivados más por
fines políticos y económicos. Las dos últimas fueron organizadas por la corona
francesa.
La primera Cruzada (1096–1099) fue el resultado de la prédica de Urbano II,
instigando a los cristianos a luchar como soldados de Cristo contra los infieles y a
favor de la fe. Una multitud de personas humildes se lanzaron a las órdenes de un
monje, Pedro el Ermitaño, sin ningún tipo de preparación militar ni logística (1096).
Cruzaron toda Europa, llegaron hasta Constantinopla, desde donde cruzaron a Asia
Menor, para ser casi aniquilados por las huestes musulmanas. Un año más tarde
(1097), llegaron a Asia Menor caballeros normandos del sur de Italia, franceses del sur
y del norte, y alemanes y flamencos, quienes se apoderaron de Nicea y más tarde de
Antioquía y Edesa. De allí marcharon hacia Jerusalén (1099) a la que consiguieron
tomar poco después. En Jerusalén, los cruzados establecieron un reino cristiano bajo el
gobierno de Godofredo de Bouillon (1061–1100). Se establecieron también otros
señoríos en Antioquía y Edesa. Muy pronto llegaron aventureros y mercaderes, y a
principios del siglo XII comenzaron a abrirse las rutas del comercio mediterráneo.
La segunda Cruzada (1147–1149) fue predicada por Bernardo de Clairvaux y se
organizó para defender los dominios cristianos. Los reyes Luis VII de Francia y
Conrado III de Alemania fracasaron en sus intentos, hasta que finalmente en 1187, el
sarraceno Saladino logró apoderarse de Jerusalén. La tercera Cruzada (1189–1192)
reunió a tres reyes: Federico Barbarroja (emperador), Ricardo Corazón de León
(Inglaterra) y Felipe Augusto (Francia), con el fin de recuperar la ciudad de Jerusalén.
A pesar de algunos éxitos limitados, Federico murió ahogado y los otros dos monarcas
regresaron a Europa para seguir allí peleando entre sí, mientras Jerusalén quedaba en
poder de los musulmanes. La cuarta Cruzada (1202–1204) fue organizada por
caballeros franceses, pero dirigida por los mercaderes venecianos con fines
económicos. Los cruzados se volvieron contra Constantinopla (1204) a la que
saquearon y en la que fundaron el Imperio Latino de Oriente (1204–1261), del que
Balduino de Flandes fue el primer emperador, quedando los bizantinos reducidos a sus
territorios de Asia Menor. El papa Inocencio III condenó esta operación como
contraria a los objetivos religiosos de las Cruzadas.
CUADRO 6 - LAS CRUZADAS
CUADRO 7 - CONSECUENCIAS DE LAS CRUZADAS
Durante el siglo XIII se organizaron cuatro cruzadas más. La quinta Cruzada
(1219–1221) fue dirigida por Andrés II, rey de Hungría, y Juan de Brienne, un
caballero francés. Su objetivo era capturar Egipto, el principal dominio de los
musulmanes, pero esto no se logró. La sexta Cruzada (1228–1229) fue organizada por
el emperador de Occidente, Federico II, que no contó con el respaldo papal debido a
sus conflictos con el Papa. Federico entró en negociaciones con los musulmanes y
obtuvo la posesión de Jerusalén con excepción del barrio donde está situada la
mezquita de Omar. Con este pacto se activó el comercio, especialmente con las
ciudades italianas, pero Jerusalén se perdió definitivamente en 1244. La séptima
Cruzada (1248–1254) fue organizada por Luis IX de Francia y se dirigió a Egipto. Se
lograron algunos resultados, que pronto se perdieron. La octava Cruzada (1270) fue
también organizada por Luis IX y se lanzó contra Túnez, pero la expedición se
malogró en parte por la muerte del rey de Francia. Las ciudades de Palestina fueron
cayendo una a una en manos de los turcos. Con la pérdida de Tolemaida (1291),
termina el período de las Cruzadas.
La evaluación de las Cruzadas. Como toda gran empresa humana, las Cruzadas
admiten una evaluación tanto positiva como negativa. Entre los elementos negativos,
cabe mencionar que las Cruzadas comenzaron como un movimiento popular y
espontáneo, sin mayor organización y con resultados desastrosos. Tal fue el caso de la
primera cruzada. Miles se enrolaron en un ejército irregular, sin armas, ni
conocimientos tácticos, y sin provisiones ni medios de transporte, bajo el liderazgo de
Pedro el Ermitaño. De estos 18.000 cruzados, pocos llegaron a Palestina y nadie
regresó. Los que no murieron en el camino, cayeron a filo de la espada de los turcos al
llegar a Asia Menor.
Por otro lado, la conquista de los lugares santos, que era el fin principal de las
cruzadas, se consiguió sólo parcialmente. Los territorios conquistados y los cuatro
reinos feudales que se organizaron fueron muy inestables. Al cabo de un siglo
Jerusalén volvió a caer en manos de los musulmanes. Además, más que guerras de
conquista, la mayor parte de las cruzadas fueron guerras de reconquista, defensivas o
de repliegue. También hay que señalar que el llamado original había sido para
defender el Imperio Oriental de la amenaza turca. Pero no siempre fue así. La cuarta
cruzada se volvió contra el Imperio Bizantino en lugar de avanzar sobre Egipto. Los
cruzados saquearon Constantinopla en 1204 y la debilitaron para siempre,
profundizando aún más la división entre los cristianos griegos y los latinos.
Finalmente, la fundación del Imperio Latino y del patriarcado latino de
Constantinopla, lejos de promover la unión con la Iglesia Griega sólo sirvió para
distanciar todavía más a los griegos. Nicetas Choniates (1155–1217), un erudito
bizantino que fue testigo del saqueo de Constantinopla, describe lo ocurrido en
términos dramáticos:
Nicetas Choniates (1155–1217): “¡Cómo puedo comenzar a contar de las
acciones obradas por estos hombres nefastos! ¡He aquí, las imágenes, que
debían haber sido adoradas, fueron pisoteadas bajo sus pies! ¡He aquí, las
reliquias de los santos mártires fueron arrojadas a lugares impuros! Luego se
vio lo que uno se estremece de oír, es decir, el cuerpo y la sangre divinos de
Cristo fueron derramados sobre el piso o arrojados por ahí. Arrebataron los
preciosos relicarios, tiraron en su seno los ornamentos que éstos contenían, y
utilizaron los restos rotos como sartenes o copas para beber.… Tampoco la
violación de la Gran Iglesia [Santa Sofía] puede ser oída con ecuanimidad.
Porque el altar sagrado, formado de todo tipo de materiales preciosos, y
admirado por el mundo entero, fue hecho pedazos y distribuido entre los
soldados, como fueron todas las otras riquezas sagradas de un esplendor tan
grande e infinito.… Cuando los vasos y utensilios sagrados … fueron
sacados como botín, mulas y caballos ensillados fueron llevados al santuario
del templo mismo.… Incluso más, una cierta ramera, una participante en su
culpa, … insultando a Cristo, se sentó en el trono del patriarca, cantando una
canción obscena y danzando frecuentemente.… Nadie se quedó sin
participar en el dolor. En las callejuelas, en las calles, en los templos, quejas,
llanto, lamentaciones, dolor, el clamor de los hombres, los gritos de las
mujeres, heridas, violación, cautiverio, la separación de aquellos más
cercanos. Los nobles vagaban en ignominia, los de edad venerable en
lágrimas, los ricos en pobreza. Así fue en las calles, en las esquinas, en el
templo, en los escondrijos, porque ningún lugar quedó sin ser asaltado o
sirvió para defender a los suplicantes. Todos los lugares en todas partes
fueron repletos de todo tipo de crímenes. ¡Oh, Dios inmortal, cuán grandes
las aflicciones del pueblo, cuán grande el dolor!”10
Entre los elementos positivos, cabe mencionar algunos que tuvieron
consecuencias más permanentes. No todo fue negativo en las Cruzadas. Hubo, al
menos, dos aspectos altamente positivos. Por un lado, las Cruzadas fueron el primer
intento de los nuevos pueblos europeos de actuar juntos en una causa cristiana. Por el
otro, las Cruzadas abrieron el camino hacia Oriente, a la civilización superior del
Imperio Bizantino y de los pueblos del Cercano Oriente y aun más allá. Con esta
apertura, el comercio, las ciencias y las artes se beneficiaron. Las Cruzadas despertaron
un renovado espíritu misionero, que permitió la llegada del cristianismo a Asia. Las
Cruzadas dieron un golpe mortal al feudalismo, pues caballeros y príncipes, al estar
lejos de sus dominios, aprendieron a obedecer. Las Cruzadas salvaron a Occidente del
peligro musulmán y retrasaron la caída de Constantinopla.
El cristianismo en el Imperio Bizantino
La crisis del año 1054. Se considera al año 1054 como la fecha en que la
cristiandad latina y la griega se separaron. La Iglesia Griega del Este se había
orientalizado, mientras la Iglesia Latina del Oeste se había germanizado. La primera se
caracterizaba por una manera de pensar más especulativa y una perspectiva mística,
mientras que la segunda era más práctica y menos educada. Constantinopla estaba
dominada por los emperadores, mientras que Roma estaba controlada por los papas,
impuestos por familias nobles de esta ciudad. Los hechos inescrupulosos de estos
últimos entre 904–964, hicieron que este período se conociera como “pornocracia,” es
decir, el gobierno de todo tipo de mal. Esto hizo que en el Este los cristianos miraran a
Roma con desconfianza y rechazo. A esto se agregó la controversia teológica y la
diferencia en relación con algunas prácticas, como el celibato del clero, el uso de pan
sin levadura en la eucaristía y el uso de la barba en los sacerdotes.
El punto de discusión teológica giraba en torno al uso de la cláusula filioque (“y
del Hijo”) por parte de la Iglesia Romana, en relación con la procedencia del Espíritu
Santo. Los orientales podían aceptar que el Espíritu Santo vino “a través” del Hijo pero
no “del Hijo.” No obstante, el problema mayor fue más bien de carácter político:
¿quién tenía mayor autoridad, el Papa de Roma o el Patriarca de Constantinopla?
Además, en el Este el criterio para la toma de decisiones era a través de sínodos o
concilios, mientras que en el Oeste el Papa era quien tenía la primera y la última
palabra. Por cierto que ambas cristiandades quedaron separadas también por el avance
musulmán, que obstaculizaba la libre navegación del Mediterráneo.
Con el acceso al trono papal de León IX en 1048, se iniciaron negociaciones para
ver de resolver el distanciamiento. El emperador Constantino IX pidió legados al Papa,
quien no supo escoger a los mejores candidatos. Llegados éstos a Constantinopla, se
dejaron arrastrar en el debate teológico. Humberto, el representante latino, disputó
públicamente con Nicetas, el representante bizantino, en términos muy radicales, y el
patriarca Miguel Cerulario (m. 1059) terminó por prohibirles a los latinos celebrar
misa en la ciudad. La reacción de Humberto y sus compañeros fue todavía más dura,
puesto que en julio de 1054 depositaron sobre el altar de Santa Sofía, ante el clero y el
pueblo reunido para el oficio religioso, una bula de excomunión contra el patriarca
Cerulario, redactada por Humberto en términos durísimos. Y se marcharon, pensando
que Cerulario se sometería o sería depuesto por el emperador. Pero no fue así. La bula
de excomunión fue quemada en la plaza pública y un sínodo de la Iglesia de
Constantinopla promulgó un edicto por el que los latinos eran declarados culpables de
pervertir la verdadera fe. El ejemplo de Constantinopla fue seguido por todas las
demás Iglesias de Oriente (en Serbia, Bulgaria, Rusia, Rumania, etc.), y así se selló un
cisma que se profundizó todavía más con las Cruzadas y que perduró hasta 1965,
cuando el papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras anularon las excomuniones.
La crisis del año 1204. La separación más radical y definitiva entre la Iglesia
Romana y la Iglesia Griega ocurrió a partir de 1204, cuando cruzados franceses y
marinos venecianos destrozaron Constantinopla. Los cruzados habían sido llamados
por Alejo el Joven, quien prometió una fuerte suma de dinero para que repusieran en el
trono de Constantinopla a su padre Isaac el Ángel. Isaac fue repuesto en su trono, pero
terminó depuesto por los nobles bizantinos y los cruzados no recibieron el dinero
prometido. Entonces asediaron Constantinopla y la saquearon vergonzosamente y
constituyeron el Imperio Latino de Constantinopla, con Balduino de Flandes como
emperador. Venecia recibió extensas posesiones, principalmente las islas que eran
importantes para su comercio y se nombró un patriarca latino para Constantinopla.
Con esto, el Imperio Bizantino quedó debilitado para siempre. No obstante, la
Iglesia Griega no se sometió, salvo en aquellas cosas que le fueron impuestas por la
fuerza militar de los latinos, y logró mantener a su propio patriarca. El pueblo
bizantino aborrecía a los latinos por las aberraciones que cometieron y la división entre
las dos alas de la cristiandad se profundizó. El Imperio Bizantino continuó con su
capital en Nicea, hasta que en 1261 la ciudad de Constantinopla fue retomada
nuevamente por un emperador bizantino, Miguel VIII el Paleólogo. La dinastía de los
Paleólogos habría de gobernar hasta la caída definitiva de Constantinopla en manos de
los turcos otomanes (1453).
CUADRO 8 - CAUSAS DEL CISMA ESTE-OESTE DE 1054
GLOSARIO
SINOPSIS CRONOLÓGICA
843 Tratado de Verdún: división del Imperio Carolingio.
1033– Anselmo.
1209
1084 Orden de los cartujos. Enrique IV corona como Papa a Clemente III.
1095 Alejo Commeno pide ayuda al papa Urbano II contra los selyúcidas.
1126– Averroes.
1298
1202– Cuarta Cruzada: Inocencio III envía un ejército cruzado contra Egipto; los
1204 venecianos usan a los cruzados para saquear a Constantinopla.
1210 Valdenses.
1270 Séptima Cruzada: San Luis muere en su esfuerzo por tomar Túnez.
CUESTIONARIOS DE REPASO
4. ¿Quién fue Canuto? (un Papa, un rey, un monje). Subrayar la palabra correcta.
10 ¿Qué narraba la historia del Preste Juan? ¿Era cierta esta historia?
11. ¿Quién fue Kubilai y cuál es su importancia para la historia del cristianismo?
13. ¿Cuáles fueron las tres religiones posibles que los mongoles tenían para escoger?
¿Cuál fue la que rechazaron?
14. ¿Qué forma asumieron, durante la Edad Media, las inquietudes por una nueva vida
religiosa?
17. ¿Quiénes fueron los que produjeron algunos de los cambios más importantes en
toda la historia de la Iglesia Católica Romana?
23. ¿En qué aspectos de su organización se parecían los dominicos y los franciscanos?
24. Menciona dos órdenes militares. ¿Qué prometían sus miembros como monjes y
como soldados?
25. ¿Cómo denominan los historiadores al período entre los años 500 y 1500? ¿Por
qué?
26. ¿Qué tres condiciones hicieron posible el desarrollo del arte y la arquitectura gótica
entre los años 1050 y 1350?
34. Según Gregorio VII, ¿qué dos poderes había en los planes de Dios?
36. ¿Cuáles fueron algunos de los instrumentos que Gregorio VII utilizó para alcanzar
sus metas? 37. ¿Cuáles fueron algunas de las reformas importantes de Gregorio VII?
2. Identificar los siguientes términos: Cruzadas, Preste Juan, Gengis Khan, keraítas.
3. ¿Qué es lo que el autor quiere significar con la expresión: “El Papa actuó como
cabeza de la cristiandad.”?
4. ¿Quiénes fueron los frailes, y cuál fue la diferencia más importante entre ellos y la
mayoría de las órdenes monásticas?
2. Compara la acción del papa Gregorio X al enviar una misión a Mongolia, con la
acción del papa Gregorio I al enviar una misión a Inglaterra. ¿Qué resultados hubo en
cada caso?
3. Resume con tus propias palabras la enseñanza de Tomás de Aquino sobre fe y
razón.
4. Pedro Abelardo sostenía que en cuestiones de ciencia, ética y religión siempre hay
más de una respuesta (sí y no). ¿Qué piensas sobre esto? Ofrece razones para tu
respuesta.
TRABAJOS PRÁCTICOS
- ¿Qué podemos hacer los cristianos hoy para neutralizar la violencia que se manifiesta
en múltiples formas en todo el mundo, especialmente a través de la guerra y el
terrorismo?
- ¿En qué medida la doctrina y obra del Espíritu Santo es hoy una cuestión que
mantiene divididos a muchos cuerpos cristianos? Presentar ilustraciones.
DISCUSIÓN GRUPAL
1. En 1963, un informe de la Comisión de Misión Mundial y Evangelización del
Consejo Mundial de Iglesias, declaraba: “La verdadera excelencia en el estudio
teológico sólo se desarrollará en una comunidad cristiana.” ¿Cuál es la opinión del
grupo?
2. Algunos cristianos condenan al papa Urbano II y a otros papas por haber confiado
en la fuerza armada y otros recursos humanos para el logro de fines religiosos. Tales
críticos dicen que la Iglesia no debe hacer uso de las armas mundanas. ¿Cuál es la
opinión del grupo? ¿Se justifica una guerra religiosa?
LECTURAS RECOMENDADAS
Bainton, La iglesia de nuestros padres, 95–129.
Baker, Compendio de la historia cristiana, 113–135.
González, Historia de las misiones, 106–109; 116–132.
González, Historia del cristianismo, 1:325–332; 339–453.
Knowles, Nueva historia de la Iglesia, 2:224–228; 299–356.
Latourette, Historia del cristianismo, 1:457–528; 545–699.
Latourette, Los chinos, 313–334.
Muirhead, Historia del cristianismo, 1:244–301.
Puiggrós, El feudalismo medieval, 7–11; 38–47; 55–72; 114–129; 144–157.
Romero, La Edad Media, 45–74; 141–179.
Vos, Breve historia de la Iglesia cristiana, 65–72.
Walker, Historia de la Iglesia cristiana, 218–292.
UNIDAD 3
INTRODUCCIÓN
El período entre los años 1350 y 1500 se caracteriza por la segunda declinación
en la historia del cristianismo, debida en buena medida a los triunfos de los
musulmanes en Asia Central y a la ruptura del ordenamiento y equilibrio que
caracterizó a la alta Edad Media en Europa occidental.
En Occidente, el impacto que tuvieron las Cruzadas rompió el enclaustramiento
en el que la cristiandad se había desarrollado. La renovación de la vida económica y el
ascenso acelerado de la burguesía agregó nuevos factores de poder y quebrantó el
orden social. Los reinos nacionales emergentes y la decadencia del feudalismo llevaron
al fortalecimiento de la monarquía, ahora poderosa y con recursos suficientes para
lograr sus fines. La declinación de la idea de un orden ecuménico, que resultó de la
debacle tanto del Imperio como del papado, dio lugar al surgimiento de nuevos
incentivos culturales, muchos de los cuales venían de más allá de las fronteras de la
cristiandad occidental (mundo bizantino, influencias árabes).
José Luis Romero: “Las postrimerías del siglo XIII señalan a un tiempo
mismo la culminación de un orden económico, social, político y espiritual, y
los signos de una profunda crisis que debía romper ese equilibrio. Quizá sea
exagerado ver en las Cruzadas el motivo único de esa crisis, que sin duda
puede reconocer otras causas; pero sin duda son las grandes
transformaciones que entonces se produjeron en relación con ellas y en todos
los órdenes las que precipitaron los acontecimientos.”1
En Oriente, Miguel Paleólogo (1261–1282) logró expulsar a los franceses de
Constantinopla y recobrar los territorios europeos del Imperio Bizantino (1261). Pero
sus fronteras estaban amenazadas por nuevos peligros internos y externos. En lo
interno, el surgimiento de un nuevo Estado, el reino servio, que se había apoderado de
importantes provincias bizantinas. Y en lo externo, un nuevo avance del islamismo,
representado ahora por los turcos otomanos, que avanzaron hacia el Oeste penetrando
en Europa, llegando en su avance hasta el río Danubio (1389) e invadiendo los
Balcanes, y finalmente produciendo la caída de Constantinopla en el año 1453. Santa
Sofía, expresión del esplendor alcanzado por la cristiandad bizantina, fue convertida en
mezquita (hasta hoy). En Rusia, mientras tanto, se perpetuaba la cultura bizantina,
primero alrededor de la ciudad de Novgorod para pasar más tarde a la hegemonía de
Kiev. Mientras tanto los mongoles habían fundado la Horda de Oro y dominaban las
vastas llanuras amenazando permanentemente al mundo bizantino. Todo esto puso a la
cristiandad bizantina en situación de riesgo. Las otras cristiandades menores en Asia
Central, Cercano Oriente, Egipto, Nubia y Etiopía casi desaparecieron en estos siglos.
Para la cristiandad en Occidente las cosas no fueron mejores. A principios del
siglo XIV comenzó un largo período de profundas crisis y graves conmociones, que se
prolongarían hasta fines del siglo XV. Los abusos de la Iglesia habían llegado a un
nivel insoportable. El Cautiverio Babilónico de la Iglesia, con el papado en Aviñón
(Francia), entre los años 1305 y 1376, colocó a la Iglesia bajo el dominio de Francia a
pesar de su ideal de ser supranacional. Este escándalo fue seguido por otro peor entre
1378 y 1415, conocido como el Gran Cisma o Cisma Papal, cuando hubo dos papas,
uno en Aviñón y el otro en Roma, y los nuevos países se ponían de parte de uno u otro
conforme con sus intereses políticos o económicos. Además, a la crisis eclesiástica se
agregaron en estos dos siglos diversos flagelos, como sequías, inundaciones y
epidemias. Fueron tiempos difíciles en los que la Peste Negra, la Guerra de los Cien
Años, el ataque de los turcos otomanos a Europa y otros conflictos políticos, sociales y
económicos llevaron a un estado de caos e incertidumbre.
La Peste Negra fue una de las causas más importantes que provocaron la crisis del
siglo XIV. Esta pandemia de peste bubónica fue traída de Oriente en naves genovesas,
que arribaron a Mesina en 1347. La enfermedad se expandió con rapidez por el
continente europeo, favorecida por el mal estado sanitario y el hacinamiento en los
centros urbanos, y en menos de tres años produjo la muerte de más de veinticinco
millones de personas. En algunos lugares de Europa la población disminuyó en dos
tercios, con lo cual hubo una reducción drástica de la mano de obra y grandes
extensiones de tierra quedaron sin cultivar. Hubo también una baja de los precios
agrícolas y aumentaron los gastos de explotación. La falta de mano de obra, las malas
cosechas y la carencia de recursos y reservas hicieron que aumentara la escasez, el
hambre, la depresión económica y los conflictos sociales. El flagelo de la Peste Negra
recién declinó en el año 1351. No es de sorprender, entonces, que se oyeran voces de
protesta y rebeldía, especialmente en los países enemigos de Francia, como en Oxford
con Juan Wycliff y en Praga con Juan Huss.
Un nuevo y poderoso factor se agregaba a los muchos que querían romper el viejo
sistema feudal y la opresión del papado romano, llegando a amenazar la unidad de la
cristiandad: el creciente sentido de nacionalismo. En el camino de esta creciente
tendencia siguió un período de Concilios, en el que pareció abrirse un proceso de
desarrollo hacia una cristiandad unida bajo la dirección del Papa y un Concilio, que
representaría los diversos intereses nacionales. Pero para 1459 el Papa había hecho de
esto algo imposible. Al frustrarse la posibilidad de un cambio gradual no quedó otro
camino que el de la revolución, y la Reforma fue esa revolución.
DECADENCIA DE LA CRISTIANDAD ORIENTAL
El Imperio Latino de Oriente, constituido después de 1204, duró por un medio
siglo, hasta que Constantinopla fue recapturada en 1261 por Miguel Paleólogo, un
general griego, quien forzó al emperador y al patriarca latino a huir. Si bien los griegos
vencieron a los latinos, no pudieron resistir los embates de los turcos otomanos.
Constantinopla nunca más pudo alcanzar el esplendor, tamaño, riqueza e influencia
que había tenido con anterioridad al siglo XIII. Mientras la Iglesia Griega declinaba, la
Iglesia Rusa se transformaba en la más grande y en el exponente supremo del
cristianismo bizantino. El resto de las Iglesias Orientales sufrieron su peor hora, con
pérdidas territoriales y numéricas. Para ellas, ésta fue una era oscura y desalentadora.
Como indica Latourette: “Excluyéndose la familia de la Iglesia Ortodoxa, entre las
otras iglesias orientales, numéricamente más pequeñas, no hubo ni un rayo de luz ni de
esperanza para la oscuridad de la retirada.”2
La Iglesia Ortodoxa Griega
A comienzos del siglo XIV, el Imperio Bizantino, que había estado ligado a la
Iglesia Griega por unos mil años, disminuyó rápidamente frente a la agresividad de los
turcos otomanos. Los monarcas bizantinos intentaron unirse a Occidente en contra de
la amenaza turca. Incluso estuvieron dispuestos a poner a un lado las diferencias
teológicas y la autonomía religiosa y reconocer la primacía del obispo de Roma a fin
de conservar su independencia política. Los líderes religiosos orientales, especialmente
los monjes, no pudieron ver la amenaza política y militar que representaban los turcos
otomanos y continuaron sosteniendo sus costumbres religiosas. En algunos casos,
prefirieron capitular ante los turcos antes que aceptar las costumbres religiosas de
Occidente. Mientras tanto, los turcos avanzaban inexorablemente en sus conquistas: en
1326 capturaron Brusa, en 1329 tomaron Nicea y en 1337 Nicomedia.
Los intentos del emperador Andrónico III (1328–1341) y más tarde de Ana de
Saboya, que actuó como regente en lugar de su hermano Juan V Paleólogo (1341–
1391), para tratar de resolver el cisma entre Oriente y Occidente fueron en vano. Juan I
viajó a Italia en procura de ayuda, pero fue apresado como deudor en Venecia. Su hijo,
Manuel II Paleólogo (1391–1425) también visitó Occidente y rogó la ayuda del Papa
contra los turcos. Logró que los occidentales tomaran conciencia del peligro y enviaran
un ejército a los Balcanes, que fue derrotado.
En 1397 los turcos sitiaron Constantinopla, que se salvó porque Timur o
Tamerlán el tártaro (1336–1405) los atacó en el Este y en 1402 el sultán fue derrotado
y capturado por los mongoles de la Horda de Oro. Timur era un oficial militar turco de
fe musulmana en la región cercana a Samarcanda al servicio del khan mongol, que se
hizo del poder con la caída de los mongoles occidentales. A partir de 1365 comenzó a
tomar el control de los territorios mongoles y en unas pocas décadas llevó a sus
ejércitos a través de Irán, India, Mesopotamia, Siria, Anatolia y Georgia. Desde Rusia
hasta la India la gente sufrió bajo uno de los regímenes más terroríficos de toda la
historia humana, al punto que se lo conoció como Azote de Dios y Terror del Mundo.
Sus matanzas redujeron sensiblemente la población en Asia central. Cristianos,
musulmanes e hindúes padecieron bajo la brutalidad extrema de sus conquistas. Las
iglesias cristianas en el Este sufrieron serios golpes con las invasiones de Timur, y los
que escaparon de la masacre terminaron siendo absorbidos por el islamismo.
Sin embargo, en 1413 el dominio de Timur fue quebrado y los turcos otomanos se
recuperaron para continuar con sus avances hacia Constantinopla. Frente a la amenaza
turca, los bizantinos procuraron reestablecer las relaciones con Occidente. En 1439, en
el Concilio de Florencia, se discutió la unión de la Iglesia de Oriente y la Iglesia de
Occidente. Se lograron acuerdos en cuanto al uso de la cláusula filioque en el credo
occidental, las doctrinas de la Eucaristía y el Purgatorio, e incluso el primado del Papa.
El 6 de julio de 1439, el papa Eugenio IV y el emperador oriental Juan VIII Paleólogo
(1425–1448) ratificaron el Decreto de Unión, y todos los padres conciliares se
arrodillaron delante del Papa reconociéndolo como primado y cabeza de la Iglesia. Los
delegados de las principales iglesias orientales, incluyendo a las Iglesias Armenia,
Jacobita, Etíope, Siria, Caldea y Maronita, suscribieron el Decreto de Unión. No
obstante, la delegación oriental que había acordado la unión fue recibida con gritos y
pedradas por el pueblo de Constantinopla. Los patriarcas de Alejandría, Antioquía y
Jerusalén repudiaron el Concilio de Florencia y el Decreto de Unión. Con la caída de
Constantinopla en 1453, el acuerdo quedó en letra muerta.
Decreto de Unión: “ ‘Alégrense los cielos (Laetentur caeli) y gócese la
tierra’ (Sal. 96:2; Vulg. 95:2). Porque la pared intermedia de separación, que
estaba dividiendo a la Iglesia oriental y occidental, ha sido quitada y han
retornado la paz y la concordia, con Cristo, la piedra angular, que ha hecho
de ambos uno … Porque, he aquí, después de un largo período de división y
discordia los padres occidentales y orientales se han expuesto a los peligros
de [viajar por] mar y tierra y, no escatimando esfuerzos, se han congregado
gozosa y ansiosamente en este santo concilio ecuménico, deseando esa unión
muy sagrada y por la restauración del viejo lazo de caridad … Porque los
latinos y los griegos se han congregado en un santo sínodo ecuménico y se
han aplicado con fervor de modo que, entre otras cosas, ese artículo
concerniente a la piadosa procesión del Espíritu Santo pueda ser
diligentemente discutido y determinadamente examinado … Por lo tanto, en
el nombre de la Santa Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, con la
aprobación de este santo y universal concilio de Florencia, definimos que
esta verdad de la fe sea creída y recibida por todos los cristianos, y que todos
hagan así su profesión, que el Espíritu Santo es eternamente del Padre y del
Hijo y que en su ser él tiene su sustancia y su naturaleza del Padre y del Hijo
juntos y de ambos eternamente como si procediese de un principio y de un
origen único … Además, definimos que la explicación de aquellas palabras
‘y del Hijo’ (filioque) ha sido legal y razonablemente agregada al símbolo,
por declarar la verdad y bajo la compulsión de la necesidad … Además,
definimos que la santa sede apostólica y el pontífice romano tienen la
primacía en todo el mundo, y que el pontífice romano es el sucesor del
bendito Pedro, príncipe de los apóstoles, y el verdadero vicario de Cristo, la
cabeza de toda la Iglesia, y que se destaca como el padre y maestro de todos
los cristianos … En adición reafirmamos la posición de los otros patriarcas
venerables decretada en los cánones; el patriarca de Constantinopla como
segundo después del santísimo pontífice romano, en tercer lugar Alejandría,
en cuarto Antioquía, y Jerusalén quinta en orden, esto es salvaguardando
todos sus derechos y privilegios.”3
Desde Occidente se enviaron refuerzos para enfrentar a los turcos en los Balcanes
y en sus ataques contra Constantinopla, pero fueron aplastados. En 1453 griegos y
latinos entraron a Santa Sofía para participar de la misa por última vez. El emperador
Constantino XI Paleólogo (1448–1453) salió de esa misa sólo para encontrar la muerte
en las calles de la ciudad, con su espada en la mano, mientras exclamaba: “¡Moriré
junto a mi ciudad! ¡Dios no permita que viva como un emperador sin imperio!”4
Steven Runciman: “La tragedia fue final. El veintinueve de mayo de 1453,
una civilización fue borrada irrevocablemente. Había dejado un legado
glorioso en la erudición y el arte; había levantado a países enteros de la
barbarie y había dado refinamiento a otros; su fortaleza y su inteligencia
había sido por siglos la protección de la cristiandad. Por once siglos
Constantinopla había sido el centro del mundo de la luz. La brillantez rápida,
el interés y la estética de los griegos, la orgullosa estabilidad y la
competencia administrativa de los romanos, la intensidad trascendental de
los cristianos del Oriente, fundidos en una masa fluida y sensible, ahora
fueron adormecidos. Constantinopla iba a transformarse en la sede de la
fuerza bruta, de la ignorancia, de una magnífica falta de buen gusto. Sólo en
los palacios rusos, sobre los que voló el águila de dos cabezas, la cresta de la
Casa de los Paleólogos, vegetó algún vestigio de Bizancio por algunos siglos
más.”5
Las Iglesias Orientales menores
Los nestorianos casi desaparecieron de Oriente con la caída del Imperio Mongol.
La invasión de Timur hacia fines del siglo XIV terminó con los últimos focos de
nestorianos, incluso en Mesopotamia y el Curdistán. En el siglo XV, el patriarcado
nestoriano se hizo hereditario. Sólo en el sur de la India sobrevivieron algunas
comunidades nestorianas.
Los jacobitas monofisitas, con su patriarca en Antioquía, también sufrieron con la
desaparición del Imperio Mongol en Persia, Mesopotamia y Asia Central. El
islamismo los diezmó, incluso en Siria donde eran más numerosos. A las
consecuencias de las presiones externas se agregaron las divisiones internas entre
patriarcas rivales. Para cuando se resolvió el cisma, a fines del siglo XV, la comunidad
jacobita había quedado reducida a unos pocos centenares de individuos.
El cristianismo armenio también enfrentó dificultades hacia fines de la Edad
Media. Después del dominio mongol, Armenia se dividió en muchos señoríos bajo
control de armenios, turcomanos y curdos. Éstos sufrieron las invasiones de Timur, y
muchos armenios emigraron a otras regiones. Después de la muerte de Timur, buena
parte de Armenia fue gobernada por turcomanos hasta que a comienzos del siglo XVI
pasó a manos persas. Todo esto resultó en la división de la cristiandad armenia.
Algunos permanecieron ligados a Roma (como iglesia uniata), con lo cual conservaron
sus tradiciones pero reconociendo la supremacía del Papa. La mayoría permaneció
alejada de Roma y sumida en luchas intestinas, por momentos muy violentas. Durante
dos siglos, la Iglesia Armenia padeció de circunstancias escandalosas muy parecidas a
las vividas por la Iglesia Latina en Occidente durante el siglo XIV. Finalmente, a
mediados del siglo XV se logró establecer el patriarcado armenio en Echmiadzin, cerca
del monte Ararat, pero no se puso fin a los conflictos ocasionados por las ambiciones
del clero armenio.
Maghakia Ormanian: “En la primera mitad del siglo XV, la Iglesia
Armenia se encontraba en un estado de gran confusión. El reino [armenio]
de Cilicia [Asia Menor] había desaparecido definitivamente (1375); la
ciudad de Sis, sede del patriarcado, había caído en poder de los egipcios …
La sede patriarcal había perdido su fuerza y su esplendor. La propaganda del
catolicismo romano se ejercía con éxito en Cilicia, gracias a la actividad de
los misioneros franciscanos. Al mismo tiempo, los dominicos trabajaban
para convertir la Gran Armenia.… Un número considerable … deplorando el
estado lamentable de su Iglesia, decidieron tomar medidas radicales para
mejorar la situación y poner orden. Como se habían dado cuenta de que no
existía ya razón ni utilidad para mantener alejada de su sede primitiva a la
residencia patriarcal, se pensó en establecerla de nuevo en Echmiadzin, a
causa de la seguridad relativamente superior que gozaba esa ciudad bajo la
dominación persa … Desde el patriarca Grigor Djelalbeguian (1443), la sede
de Echmiadzin fue presa de alteraciones y disturbios interiores y exteriores
que duraron hasta la elección de Moisés III de Tathev (1629).”6
No fue mejor la suerte de la Iglesia Copta en Egipto, que sufrió severas
restricciones y persecuciones a lo largo de los primeros cuatro siglos de dominación
islámica. No podían construir templos, tenían que pagar mayores impuestos, no podían
casarse sin autorizacón y estaban totalmente al margen de la vida política y social en
Egipto. Con el tiempo, los cristianos tuvieron que vivir juntos en barrios separados
cerca de sus templos. En el siglo VIII se impuso el árabe como lengua oficial de los
dominios islámicos y la lengua copta quedó en desuso. El copto se conservó sólo en la
liturgia, pero los textos teológicos tuvieron que ser traducidos al árabe. La Iglesia
Copta continuó deteriorándose bajo el gobierno de los mamelucos musulmanes, y
desde 1517 bajo el dominio turco otomano. Estas dificultades redujeron el número de
cristianos, muchos de los cuales se hicieron musulmanes por conveniencia.
En Nubia (Sudán) el cristianismo también decayó notablemente bajo el dominio
musulmán, y para fines de este período casi no existía. Muchos cristianos nubios
habían sido esclavizados desde mediados del siglo VII en adelante. Esto fue el
resultado de un tratado firmado entre el gobernador musulmán de Egipto y el rey
cristiano de Nubia, según el cual trescientos esclavos por año debían ser entregados al
gobernador árabe en Asuán. Según Irvin y Sunquist, “ésta fue una de las primeras
experiencias de esclavos que fueron comercializados como parte de las relaciones
económicas entre musulmanes y cristianos en África. En los siglos que siguieron
veremos crecer los números de personas esclavizadas, vendidas y removidas
permanentemente bien lejos de sus tierras de origen a medida que continuó el
comercio de carne humana africana.”7
Con el advenimiento de los mamelucos (1260), los cristianos nubios volvieron a
sufrir persecución. Muchos se vieron forzados a abandonar sus hogares y villas o a
retirarse a regiones más remotas donde había comunidades monásticas. Finalmente, en
1323 los mamelucos instalaron a un rey musulmán en la región norte del país y le
impidieron al patriarca de Alejandría enviar sacerdotes a Nubia, con lo cual las iglesias
quedaron sin liderazgo. La última evidencia de comunidades cristianas en la región
viene de mediados del siglo XV. Después de eso, Nubia parece haberse transformado
en una región totalmente musulmana.
En Etiopía, el cristianismo se desarrolló bastante aislado del resto del mundo
hasta el siglo VII, cuando el mar Rojo se transformó en un lago árabe, y las rutas
marítimas a la India quedaron totalmente bajo el control musulmán. No obstante, los
árabes no invadieron el reino de Axum, en buena medida debido a que los etíopes
habían alojado y ayudado a refugiados musulmanes durante las persecuciones en días
de Mahoma. La cabeza de la Iglesia Etíope (conocido como abuna) era nombrada por
el patriarca de Alejandría y su credo era no calcedónico. Con la invasión árabe a
Egipto (siglo VII), el nombramiento de abunas se hizo más difícil, dejando acéfala a la
Iglesia etíope por largos períodos de tiempo. En el siglo IX el reino etíope se expandió
hacia el sur y con ello también se desarrolló el trabajo misionero cristiano,
especialmente en manos de comunidades monásticas.
Las presiones políticas de los mamelucos se hicieron sentir en el reino cristiano
de Etiopía en el siglo XIII, que respondió con un avivamiento de su identidad política,
cultural y religiosa, fundándose en sus lazos históricos con el judaísmo. La capital del
reino se trasladó de Axum a Adefa (más al sur), se construyeron numerosos templos,
los monarcas tomaron la conducción de la Iglesia Etíope y el cristianismo se expandió
por toda la región sur de Etiopía. Este proceso es conocido como el Avivamiento
Salomónico, en referencia a la relación de Salomón con la reina de Saba. La fuente
más importante de esta tradición es el Libro de los reyes, que ofreció la base ideológica
para la idea de la nación etíope como legítima sucesora de Jerusalén, lo cual fortaleció
su identidad religiosa frente al Islam. Los reyes etíopes se consideraban descendientes
de Salomón y miembros de la casa de David, reclamo que ningún musulmán egipcio
podía hacer en el siglo XIII en cuanto a Mahoma o sus descendientes. Así, pues,
mientras el cristianismo desaparecía definitivamente de Nubia y las iglesias coptas
experimentaban serias restricciones de parte de los mamelucos, en Etiopía el
cristianismo estaba firme y se expandía notablemente durante el siglo XIV a pesar de
que el país estaba rodeado por todos lados por Estados musulmanes.
La Iglesia Ortodoxa Rusa
Mientras la cristiandad bizantina se desplomaba como consecuencia del avance
musulmán de los turcos otomanos, la Iglesia Ortodoxa en Rusia no sólo se expandía
territorialmente sino que se mostraba notablemente vital. Lejos de deteriorarla, la
ocupación mongola (la Horda de Oro) provocó un incremento del prestigio de la
Iglesia, que se transformó en el centro de la identidad y resistencia nacional. Después
de 1310, el metropolitano de Kiev y de toda Rusia se trasladó de manera permanente a
Moscú. Hacia fines de ese siglo, el principado de Moscú era lo suficientemente fuerte
como para desafiar al dominio mongol, a quienes finalmente derrotaron. A partir de
1386, el centro de todo el cristianismo ortodoxo ruso estuvo localizado en Moscú. Para
1448, la Iglesia Rusa ya tenía a su propio patriarca ecuménico y se declaraba
autocéfala, si bien continuaba en la tradición ortodoxa. Tres décadas más tarde (1480)
el soberano de Rusia, Ivan III el Grande (1440–1505) salvó a Rusia del poder de los
tártaros, puso fin al dominio de la Horda de Oro, construyó el Kremlin y constituyó así
un reino independiente con una iglesia nacional bajo el primado de Moscú, que fue
considerada como la Tercera Roma.
RETROCESO EN ORIENTE
El impacto del Islam
El primer retroceso del cristianismo en Oriente se produjo a partir del siglo VII,
con el avance del Islam. El Islam ocupó la mitad del territorio que había sido del
Imperio Romano y desplazó al cristianismo de esas tierras en muchos casos en forma
permanente. El Islam llegó también a ocupar territorios hasta entonces más o menos
cristianos en Asia oriental, central y próxima. En el siglo XI, los turcos selyúcidas
invadieron Asia Menor y provocaron las Cruzadas. Si bien las Cruzadas no lograron
sus objetivos principales, consiguieron contener la expansión musulmana hacia
Occidente.
Hemos visto también la oportunidad que perdió el cristianismo durante el imperio
de los Khanes mongoles (1269–1294), y cómo las provincias occidentales de este
imperio se hicieron musulmanas. A fines del siglo XIII, otras tribus turcas, al mando
de Otmán u Osmán, invadieron nuevamente Asia Menor y después de destruir a los
selyúcidas, ocuparon sus territorios y dejaron constituido un imperio que se llamó
otomano u osmanlí y que se caracterizó por su ferocidad y su fanatismo religioso.
Hacia 1368, con la expulsión de los mongoles de China por la dinastía Ming, los
extranjeros se vieron forzados a emigrar hacia Occidente y por segunda vez el
cristianismo desapareció de la China.
El avance turco otomano fue detenido por la invasión de los mongoles tártaros
procedentes de Asia Central, cuando un musulmán conocido como Tamerlán o Timur
tomó el poder (1370). Sus ejércitos saquearon toda Asia destruyéndolo todo, al punto
que redujeron su población. Sometieron todo el Cercano Oriente, Irán, Rusia, norte de
India, incluso atacaron a los turcos otomanos, a quienes vencieron en la batalla de
Angora (1402). Los que escaparon de la masacre fueron absorbidos por el Islam.
La caída de Constantinopla
En el segundo período de retroceso, Europa oriental se agregó a la lista de
pérdidas cristianas, especialmente después de la caída de Constantinopla en el año
1453. De este modo, la pérdida más grande de territorios cristianos en manos del Islam
se produjo con el surgimiento de los turcos otomanos, una pequeña tribu turca sobre la
frontera oriental del Imperio Bizantino en Asia Menor. Como vimos, los turcos
otomanos fundaron un Estado musulmán con un ejército casi invencible, constituido en
su mayoría por esclavos que, desde niños, habían sido entrenados para la guerra y con
un profundo odio hacia todo lo que fuera cristiano. En 1356 pasaron a Europa y hacia
fines del siglo XIV ocuparon los Balcanes, sometiendo al Imperio Bizantino.
A pesar del avance otomán, la vida religiosa de los Balcanes no decayó
demasiado. En la segunda mitad del siglo XIV la Iglesia Búlgara experimentó un
avivamiento notable, con un aumento de la literatura cristiana en idioma eslavo, bajo el
patriarca de Constantinopla. La Iglesia Ortodoxa de Servia también experimentó
avivamiento al constituirse en patriarcado bajo el reinado del rey Dushan. Bajo el
dominio otomano, la Iglesia Servia se transformó en el símbolo del nacionalismo
servio. En Albania, por el contrario, la población se convirtió al islamismo.
Constantinopla se salvó del saqueo otomano en el siglo XIV porque Tamerlán,
como vimos, invadió Asia Menor y destruyó al Estado otomano. Les llevó cincuenta
años a los turcos recuperarse, pero después de la muerte de Tamerlán lo lograron.
Obtenida su independencia, se dispusieron a continuar con su política expansiva. En
1453, el sultán Mahoma II puso sitio a Constantinopla. La lucha duró dos meses y
finalmente la ciudad sucumbió bajo los otomanos. El emperador Constantino XI luchó
hasta el último momento pero cayó junto con su Imperio.
El último baluarte cristiano en Oriente, que había sobrevivido como capital del
Imperio Romano cristiano, estaba ahora en manos musulmanas al igual que las
poblaciones cristianas del sudeste de Europa. Este estado de cosas se mantuvo en
algunos casos hasta fines de la Primera Guerra Mundial, en 1918. La capital cristiana
de Constantino cambió su nombre por el de Estambul y su templo más extraordinario,
la Iglesia de Santa Sofía, fue transformada en mezquita. El dominio de los otomanos
sobre toda la península Balcánica y Asia Menor provocó, directa o indirectamente gran
cantidad de transformaciones en todos los órdenes de la vida, y por ello este
acontecimiento ha sido tomado como punto de partida de una nueva edad histórica.
VITALIDAD EN OCCIDENTE
Perspectivas de una nueva era
Los “mil años de incertidumbre,” que van del 500 al 1500, muestran cómo la idea
de “cristiandad” llegó a ser el principio unificador de Europa occidental en lugar del
Imperio Romano. Occidente era el centro de toda actividad cristiana, dado que Oriente
estaba prácticamente en manos musulmanas. Hacia fines de estos mil años comienzan
tres movimientos nuevos, que produjeron profundos cambios en las vidas de los
pueblos y de la Iglesia de Europa occidental.
Nuevo saber. Avivamiento del saber o Renacimiento son los nombres que se han
dado a este fenómeno. El redescubrimiento de la cultura greco-latina estimuló, primero
en Italia y luego en el resto de Europa, el surgimiento de un nuevo arte manifestado en
la pintura, la arquitectura, la escultura y la literatura. Los eruditos se interesaron por el
estudio de la historia, la crítica histórica y literaria, y la investigación e invención
científica.
En el campo de la literatura hubo una clara separación entre la literatura cortesana
y la burguesa. Cada una representaba en realidad las dos corrientes que aparecieron en
la Iglesia entre agustinos y tomistas: la primera llevó a la ciencia experimental,
mientras que la segunda al misticismo. Como fruto del renacer científico apareció una
serie de ensayos sobre geografía y astronomía.
La mística alemana tuvo en este período su desarrollo literario más pleno. Una de
sus características más importantes fue una lucha intensa en la vida presente por
trascender lo humano, y lograr un estado de perfecta unión y comunión con Dios. La
doctrina fundamental de los místicos era el carácter absoluto de Dios y la
insignificancia humana. Sus más excelsos representantes, la mayor parte de ellos
frailes dominicos, procuraron formular las vías para alcanzar una comunión con Dios
perfecta. Entre ellos cabe mencionar a Juan Ruysbroeck (1293–1381), Meister Eckhart
(1260–1327) y Juan Taulero (1300–1361). Sin embargo, la obra más difundida fue la
Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis (1380–1471), una de las grandes obras
devocionales de todos los tiempos.
Albert Henry Newman: “Los escritos y sermones de los místicos alemanes
hicieron una profunda impresión sobre las mentes de un gran número de
cristianos. Comparativamente pocos fueron conducidos al extremo de la
contemplación mística al cual llegaron los líderes. Pero una fuerte corriente
de una vida cristiana celosa, en oposición al cristianismo exterior y formal
que prevalecía, surgió de estos hombres y fue perpetuada por sus escritos.
No fue todavía una manera totalizadora de ver al cristianismo. Sin embargo,
fue muy efectivo en su oposición al formalismo muerto en el que el
cristianismo había caído.”21
El idealismo literario alcanzó su más alta expresión con dos autores italianos,
Dante Alighieri y Francisco Petrarca. En Dante Alighieri todo era medieval: su
concepción del futuro del ser humano, su fe en Dios, su noción política, y su amor
sublimado a las más altas esferas. Dante escribió un tratado, De monarquía, a favor de
una monarquía universal encarnada en los emperadores germánicos, y un tratado
teológico de profunda raíz escolástica. Pero su obra más importante fue la Divina
Comedia (1307), poema de carácter alegórico, en el que personificaba al alma humana
que, guiada por la razón (representada por Virgilio) conocía el mal, los vicios y sus
diversas manifestaciones, así como los castigos de sufrían en el Infierno quienes se
dejaron arrastrar por ellos. Arrepentida, el alma era llevada al Purgatorio, donde se
purificaba y conseguía la perfección antes de que por la gracia y la teología
(representada por Beatriz) pudiera conocer el misterio de la Trinidad y la felicidad de
contemplar a Dios. En esta obra, las ideas teológicas, las ciencias y la poesía alcanzan
un grado sublime. La obra representa el espíritu humanista cristiano del siglo XIII.
El otro escritor destacado fue el poeta y humanista Petrarca. Escribió Secretum,
posiblemente inspirada en las Confesiones de Agustín de Hipona, y Los triunfos, que
es una visión alegórica típicamente medieval. Petrarca escribió en latín y en lengua
vernácula, y con su trabajo inició la poesía renacentista e influyó sobre toda la lírica
europea moderna.
La invención de la imprenta en 1450 permitió a más personas participar de este
nuevo saber. Los navegantes competían unos con otros en sus viajes de exploración y
descubrimiento. Todo esto elevó el nivel de educación y conocimientos y aumentó el
interés de las personas por el mundo. Todo esto resultó sumamente amenazador para la
Iglesia y el papado, que a lo largo de los siglos se habían considerado los únicos
poseedores y administradores de la verdad y, en consecuencia, de la educación.
Paul Johnson: “De esta forma, el Nuevo Saber chocó por primera vez con la
Iglesia establecida. Pero el conflicto era inevitable. Ahora, los hombres
podían estudiar los textos griegos y hebreos originales, y compararlos con la
versión recibida en latín y considerada sacrosanta durante siglos en
Occidente … Cuando los hombres comenzaron a mirar los textos con
criterios diferentes, advirtieron muchas cosas que los incomodaron o
entusiasmaron. El mensaje del Nuevo Saber de hecho era éste: gracias a la
acumulación del saber alcanzaremos una verdad espiritual más pura.”22
Nuevas tierras. En Europa misma, los Reyes Católicos (Isabel de Castilla y
Fernando de Aragón) lograron la reconquista total de su territorio en España de manos
de los musulmanes (1492), a quienes expulsaron al igual que a los judíos. Los que se
quedaron fueron obligados a hacerse cristianos. La victoria definitiva de la
Reconquista no sólo significó la integración territorial de la Península Ibérica sino
también la configuración territorial de la Europa cristiana. La cristiandad europea
occidental por fin contaba con un territorio sin la presencia de pueblos con una fe
diferente o ajena al cristianismo.
Fuera de Europa, en el siglo XV los europeos navegaron hacia el sur de África y
Asia por primera vez. A fines de este siglo y comienzos del siguiente los marinos
europeos descubrieron el continente americano y las islas del Pacífico. Pronto se inició
el comercio con estos territorios, hasta que esto se transformó en la actividad más
importante. El avance de los europeos sobre nuevas tierras de ultramar fue posible
gracias a varios desarrollos técnicos importantes durante el siglo XV. La cartografía
mejoró notablemente gracias al cambio revolucionario provocado por Nicolás
Copérnico (1473–1543), quien rechazó la tradicional comprensión “geocéntrica” del
universo y planteó su teoría “heliocéntrica.” Entre otras cosas, ésta cosmovisión le
quitó a la astrología, muy popular por aquel entonces, todo fundamento.
A partir de aquí y debido a la influencia que la “revolución copernicana” tuvo
sobre los marinos portugueses y españoles, o al menos aquéllos al servicio de la
Península Ibérica, comenzó la búsqueda comprobatoria de las teorías expuestas sobre
la esfericidad de la Tierra, por diferentes estudiosos, escritores y cartógrafos. Cristóbal
Colón no fue ajeno a la literatura de la época. Pero recién en el primer viaje de
circunnavegación iniciado por Magallanes y llevado a feliz término por Elcano, pudo
afirmarse fehacientemente que la Tierra era una esfera.
No obstante, el descubrimiento más importante de estos años no fueron
meramente nuevos territorios sino los nuevos pueblos que habitaban en ellos. La
enorme diversidad de estos pueblos en términos de sus culturas, cosmovisiones,
religiones y sistemas de organización social y política, resultó en un gran desafío
misionero. Fue esta realidad humana no cristiana la que motivó a los primeros
europeos en aventurarse a ultramar y a considerar la necesidad de evangelizar a estos
pueblos. De allí que, junto con la expansión colonial, las primeras potencias de
ultramar se involucraron en la difusión de la fe cristiana, dando origen a importantes
movimientos misioneros de la Iglesia Romana.
Nueva vida. Después del 1200 comenzó a sentirse la necesidad de una profunda
renovación en la Iglesia occidental. Monjes y frailes, laicos y rebeldes, teólogos y
oficiales de la Iglesia trataron de reformarla. Se lograron algunos cambios importantes,
pero quedaron pendientes muchos problemas serios. Al fin de los mil años, en
diferentes lugares y por diferentes razones, mucha gente todavía veía la necesidad de
una reforma en la Iglesia. Los caminos que se ensayaron para lograrlo, como vimos,
fueron diversos. Algunos optaron por el levantamiento social y violento; otros
siguieron el camino de la protesta religiosa y la disidencia. Todos los sectores sociales
estuvieron involucrados en los procesos de cambio y sintieron la necesidad de vitalizar
a una Iglesia que parecía moribunda. Desde sus filas, hubo quienes propusieron los
caminos del conciliarismo, el misticismo y el humanismo, como vías posibles para
darle a la Iglesia una vida nueva, y esto preparó el camino para el período de reformas
que vendría a partir del siglo XVI.
William H. McNeill: “El conciliarismo, el misticismo y el humanismo
cristiano contribuyeron de diversas maneras a la Reforma Protestante: el
conciliarismo atacando la monarquía papal e insistiendo en que los laicos
debían participar con el clero en el gobierno de la Iglesia; el misticismo
recalcando la posibilidad de un acercamiento individual a Dios sin la
mediación de los sacerdotes; y el humanismo por su crítica racionalista y a
menudo aguda de los abusos constantes que ocurrían en la Iglesia.
Ciertamente ya reinaba un vago descontento con la Iglesia, y cuando el
papado volvió a entronizarse en Roma, se enredó en la política italiana y no
se ocupó seriamente de la Reforma, el camino quedó allanado para que la
personalidad de Lutero hiciese explotar el descontento latente.”23
CUADRO 12 - CARACTERÍSTICAS DE UNA NUEVA ERA
Nuevas modalidades
Estos tres movimientos (nuevo saber, nuevas tierras, nueva vida) determinaron las
nuevas modalidades que la Iglesia habría de asumir en la nueva edad, la Edad
Moderna. El Renacimiento llevó a la gente a pensar acerca del mundo, la historia de su
país y en sí mismos de una manera nueva, y esta nueva manera de pensar afectó su fe.
El segundo movimiento puso a los europeos en contacto con cinco continentes y
numerosos pueblos, y esto abrió el camino para pensar en una Iglesia realmente
“mundial”, pero al mismo tiempo llevó a la dominación colonial de la mayor parte del
mundo por los europeos occidentales. El tercer movimiento llevó a la división de la
Iglesia en Europa occidental y al desarrollo de diversos intentos reformistas.
De todos los factores apuntados, posiblemente el más importante como gestor de
profundos cambios en la cristiandad occidental fue el humanismo. Partiendo de la base
de que los valores humanos constituyen el centro fundamental de la sociedad, los
humanistas proyectaron su atención sobre la antigüedad clásica y se dedicaron al
estudio del ser humano y de su obra. Estaban decididos a encontrar los ideales o
modelos de las formas humanas, literarias, artísticas, históricas, filosóficas y religiosas,
que les sirvieran de ejemplo y paradigma para promover una educación y un estilo de
vida humanístico y cristiano. En general, sus intenciones no eran meramente
académicas, sino que procuraban la defensa del ser humano ante la amenaza que
representaba para su libertad moral y espiritual, la excesiva preponderancia de los
valores secundarios: económicos, políticos o biológicos. Por cierto, los humanistas
aspiraban también a liberar a la fe cristiana de toda opresión clerical, eclesiástica y
dogmática.
El humanismo fue una revuelta contra muchos aspectos del pensamiento y la
sociedad medieval. Los humanistas consideraban que la cultura de la Edad Media era
obsoleta e inadecuada. El centro de la vida se había desplazado del campo a la ciudad.
La economía natural antigua basada sobre el trabajo de la tierra había sido suplantada
por una nueva economía que se nutría del comercio, la artesanía y una población
urbana. El capitalismo comercial estaba naciendo y los burgueses urbanos estaban
reemplazando a la nobleza como líderes de la comunidad. Al irse complicando cada
vez más las bases materiales de la estructura social, los ideales tradicionales
comenzaron a sufrir un profundo proceso de transformación. Por ello mismo, los
humanistas admitían la necesidad de liberar a la Iglesia de las superestructuras
mundanas e históricas que parecían deformarla, y querían desatar a la cultura cristiana
de sus vínculos con las deformaciones provocadas por la filosofía medieval
(escolástica) y las supersticiones. Para ello, procuraron formular una síntesis de la
cultura clásica, preferentemente de orientación platónica, con el cristianismo. En este
sentido, los humanistas fueron la partera de una nueva cultura, la cultura del
Renacimiento, y de una nueva Iglesia, la Iglesia de la Reforma.
Este resultado inesperado y desafortunado, que separó a los protestantes y los
católicos, no sólo fue irreversible, sino que más tarde continuó con su proceso
divisionista con el surgimiento del denominacionalismo (a partir de la segunda mitad
del siglo XVIII). Esto, a su vez, llevó bastante más tarde a otro movimiento que
procuró reunir la Iglesia dividida sin lograrlo: el movimiento ecuménico (segunda
mitad del siglo XX).
GANANCIAS Y PÉRDIDAS DEL CRISTIANISMO: 1350–1500.
El segundo retroceso
Hacia el año 1500 terminaron los “mil años de incertidumbre” con un futuro que
no era menos incierto. Alguien contemplando la realidad del cristianismo en el mundo
al filo del año 1500 y proyectando su mirada hacia atrás a los diez siglos precedentes y
hacia delante al futuro que podía anticiparse, hubiese visto un panorama oscuro y
deprimente. Si bien aquí y allí habría descubierto algunas luces brillando con pálido
esplendor, el conjunto se le habría presentado desolador, tanto en Oriente como en
Occidente.
La Iglesia Ortodoxa Oriental. Mientras España era poco a poco recuperada
totalmente para el cristianismo a través de los largos y penosos años de la Reconquista,
la Iglesia Oriental sufría los estragos producidos por el Islam. Para el año 1500 los
turcos otomanos musulmanes ya habían cruzado a Europa y habían colocado una cuña
en la cristiandad europea, que todavía avanzaría más en las primeras décadas del siglo
XVI. Constantinopla ya había caído en el año 1453 y se perdió de manera definitiva
para la fe cristiana. Sin el Imperio Bizantino que la había sostenido, la Iglesia de
Oriente estaba maltrecha y sólo habría de encontrar vitalidad y fuerza en Rusia y a
través del movimiento monástico que se desarrolló allí.
La Iglesia Católica Romana. Para el año 1500 esta Iglesia acababa de dividirse
debido a conflictos de tipo nacional. El nacionalismo era ahora el nuevo factor
perturbador y todavía habría de ocasionar mayores problemas para la institución
eclesiástica. Poco a poco el papado iba perdiendo poder e influencia sobre los nuevos
reinos nacionales, que se tornaron cada vez más absolutistas y seculares. Las cumbres
de prestigio y poder de poco tiempo atrás se habían perdido definitivamente y nunca
más habrían de recuperarse.
Promesa de recuperación y nuevo avance
La Iglesia Ortodoxa Oriental. Esta Iglesia encontró un nuevo respaldo en el Gran
Ducado de Moscú. Liberado de la subordinación a los mongoles de la Horda de Oro
(ahora musulmanes) hacia el año 1400, el patriotismo ruso encontró su unidad nacional
en torno a la religión cristiana. Cuando cayó Constantinopla (la Segunda Roma),
Moscú fue proclamada como la Tercera Roma, y su gobernante recibió el título de Zar
(César). Desde esta nueva capital se produciría un nuevo movimiento de expansión
cristiana hacia Oriente.
La Iglesia Católica Romana. Manifestó dos señales de nueva vida. Las voces que
se levantaban en rebelión contra Roma no eran sólo negativas y destructivas. Las
enseñanzas de Wyclif viajaron de Oxford a Praga y sus ideas se difundieron
ampliamente por toda Europa. Wyclif y Huss abogaban, entre otras cosas, por un
retorno a la Biblia. Este énfasis fue por demás de significativo ya que proveyó al
período de la Reforma de uno de los secretos de su renovado vigor cristiano. Con la
invención de la imprenta, los libros pudieron ser leídos por un número mayor de
personas, y esto significó una rápida difusión de la Biblia y las nuevas ideas. Todo esto
dio comienzo a un movimiento de nueva vida en una cristiandad hasta entonces
decadente, y habría de ser una de las razones del próximo avance del cristianismo.
El cierre de Asia por los musulmanes afectó al comercio europeo e hizo necesaria
la búsqueda de nuevas rutas hacia Oriente. Antes de terminar este período esas rutas
fueron halladas. España envió a Colón en procura de Oriente por el oeste en 1492;
Portugal envió a Vasco de Gama en procura de Oriente por el sur, siguiendo el litoral
africano, en 1497. Ambos esfuerzos representaban a un mundo nuevo que se abría y
ampliaba. Apareció también un nuevo celo cristiano en la vida y la devoción de la
cristiandad occidental. Bajo los auspicios de las mayores potencias de entonces,
España y Portugal, la Iglesia Católica Romana comenzó un nuevo y más amplio
movimiento misionero, siguiendo las nuevas rutas abiertas por los descubridores y
conquistadores. Ésta llegará a ser la expansión territorial más grande que
experimentará cristianismo en todos los siglos hasta entonces. Una nueva era estaba
comenzando.
GLOSARIO
abuna: del árabe, que quiere decir “padre nuestro,” era el obispo o jefe de la Iglesia
abisinia o etíope.
beneficio eclesiástico: cualquier cargo eclesiástico; renta anexa al mismo. Conjunto de
bienes cuya renta es propiedad de un clérigo que generalmente ostenta una dignidad
eclesiástica (frecuentemente canónigos); normalmente esta renta era vitalicia.
Camera: o Cámara Apostólica era el erario o tesoro de la Santa Sede y la junta que los
administraba.
canonjía: renta de los canónigos de una catedral.
Curia: la Curia romana es el conjunto de congregaciones y tribunales que existen en la
corte pontificia para el gobierno de la Iglesia Católica. Este cuerpo gubernamental
mediante el cual el Papa administra la Iglesia ha ido evolucionando a través de su
historia.
Estados Generales: nombre dado en Francia a las Asambleas generales de la nación
que se constituían con la nobleza, el clero y el tercer estado (estado llano) del reino,
convocados por el rey para tratar con él asuntos importantes concernientes al bien del
Estado. Terminaron en 1789.
estamento: estrato social de carácter más cerrado y rígido que el de una clase social y
menos que el de una casta. La sociedad feudal de la Europa medieval constituyó el
modelo primario del sistema estamental. Los derechos y deberes de los miembros de
un estamento estaban definidos por ley y la pertenencia al mismo era principalmente
de carácter hereditario. Sin embargo, existía alguna posibilidad de movilidad
ascendente, no tanto entre estamentos como dentro de los mismos, debido a que cada
uno incluía una amplia variedad de ocupaciones y niveles socioeconómicos.
flagelantes: grupos que en la Edad Media estaban bajo la influencia de una forma de
histeria religiosa y practicaban una penitencia rigurosa andando descalzos y
azotándose el cuerpo hasta sangrar. Su surgimiento estuvo ligado a épocas de plagas y
hambrunas, especialmente la Peste Negra de mediados del siglo XIII.
humanismo: término genérico que designa la actitud mental y espiritual de considerar
al ser humano como el eje esencial a cuyo alrededor gira la vida filosófica, literaria,
artística, científica, política y religiosa.
iglesia autocéfala: aquella iglesia nacional que forma parte de la Iglesia Ortodoxa
Oriental y está en comunión con Constantinopla, pero es gobernada por su propio
sínodo nacional.
iglesia uniata: iglesia del rito oriental que, independientemente de mantener una serie
de normas propias en materia litúrgica y administrativa, aceptan la jurisdicción
universal del Papa.
legado: representante que una suprema potestad civil o eclesiástica enviaba a otra. Un
legado papal era generalmente un cardenal enviado extraordinariamente por el Papa
para que lo representara cerca de un gobierno o en un Concilio.
mamelucos: del árabe “esclavo”. Eran descendientes de turcos de Rusia que habían
sido vendidos a Egipto. Muchos se hicieron soldados en el ejército egipcio y
ascendieron en sus rangos. En 1250 derrocaron al sucesor de Saladino y establecieron
un nuevo sultanato, que se extendió militarmente por todo Egipto y Palestina, Siria y
partes de Armenia.
nacionalidad: pertenencia e identificación con una nación específica. El término es
esencialmente político e implica a un grupo que comparte rasgos culturales comunes,
incluyendo una lengua y una historia común.
pirámide social: estratos sociales concebidos como formando, aproximadamente, una
pirámide, con los estratos más bajos (que son los más numerosos) en la base y las
clases altas (menos numerosas) en la cúspide (la parte más estrecha).
prebenda: parte de la propiedad o de las rentas de una catedral o de una colegiata
(iglesia colegial atendida por un grupo de clérigos) asignada a una canonjía de esa
catedral o colegiata.
Signatura: tribunal de la corte pontificia, formado de varios prelados, en el cual se
decidían y resolvían diversos asuntos de concesiones papales o de justicia. Su tarea
principal era examinar todos los pedidos de concesiones hechos al Papa. Fue
establecida como departamento fijo durante el pontificado de Sixto IV.
SINOPSIS CRONOLÓGICA
1337– Guerra de los Cien Años.
1453
CUESTIONARIOS DE REPASO
2. Menciona diez métodos usados por la Iglesia Romana para obtener los recursos
necesarios.
3. ¿Con qué reyes tuvo conflictos el papa Bonifacio VIII? ¿Qué hicieron éstos?
6. ¿Quién fue el Papa que por primera vez pensó en trasladar la sede papal de Aviñón a
Roma?
7. Explica con tus propias palabras cómo la elección papal de 1377 llevó a lo que se
conoce como Gran Cisma de Occidente.
9. Menciona dos profesores universitarios que sugirieron cómo podía terminarse con el
Gran Crisma. ¿Qué sostenían?
10. Indica la fecha de los siguientes Concilios: Pisa, Constanza, Pavía, Basilea,
Ferrara-Florencia.
22. ¿Qué tribu musulmana causó la pérdida más grande de territorios cristianos? ¿Qué
tipo de ejército tenían?
23. ¿Por qué Constantinopla no cayó bajo los turcos otomanos cuando esta tribu cruzó
de Asia a Europa en 1356?
24. ¿Por qué afirma el autor que entre los años 500 y 1500 Occidente fue el centro de
toda actividad cristiana?
25. ¿Qué tres tipos de movimientos produjeron profundos cambios en las vidas del
pueblo y la Iglesia en Europa occidental a fines de la Edad Media?
2. “Los tiempos habían cambiado.” ¿Qué quiere decir el autor con esta expresión?
2. Wyclif consideraba a la Biblia “como autoridad final para la doctrina,” aun por
sobre la Iglesia. ¿Qué pensaban las autoridades eclesiásticas de su día acerca de esta
convicción? ¿Cuál es tu propia opinión?
4. Explica la afirmación del autor, cuando dice: “El trabajo reformista de Nicolás II,
León IX, Gregorio VII o Inocencio III era como si no hubiese existido nunca.” ¿Se
puede afirmar que el trabajo de muchos grandes cristianos ha sido inútil?
5. En un párrafo breve presenta tu propia evaluación del impacto del humanismo sobre
el cristianismo.
TRABAJOS PRÁCTICOS
- ¿Qué ventajas o desventajas puedes mencionar en relación con el hecho de que para
el año 1500 el cristianismo estaba representado mayormente por la cristiandad latina?
TAREA 3:
Copia o calca un mapa que incluya Europa, Cercano Oriente y norte de África, y marca
en él las siguientes ciudades: Alejandría – Antioquía – Aviñón – Basilea – Canterbury
– Constantinopla – Constanza – Florencia – Jerusalén – Kiev – Mesina – Moscú –
Nápoles – Nicea – Nicomedia – Novgorod – Otranto – Oxford – París – Pisa – Praga –
Roma – Ruán – Tolosa.
DISCUSIÓN GRUPAL
1. ¿Pueden pensar en algún invento del siglo XX o XXI que haya ejercido una
influencia tan grande sobre la expansión del cristianismo, como la que tuvo la
introducción de la imprenta en Europa en el siglo XV? ¿Hay alguna relación entre el
desarrollo tecnológico y científico y el progreso del cristianismo?
2. “El Renacimiento llevó a la gente a pensar acerca del mundo, la historia de su país y
en sí mismos de una manera nueva, y esta nueva manera de pensar afectó su fe.”
¿Cómo la afectó, positiva o negativamente? Algunos cristianos han dicho que la
Iglesia no tendría que haberse identificado con el Renacimiento, porque estaba basado
sobre las ideas paganas de la antigua Grecia y Roma. ¿Cuál es la opinión de ustedes?
LECTURAS RECOMENDADAS
Bainton, La iglesia de nuestros padres, 130–141.
Baker, Compendio de la historia cristiana, 136–174.
González, Historia del cristianismo, 1:453–557.
Knowles, Nueva historia de la Iglesia, 2:407–469.
Latourette, Historia del cristianismo, 1:703–789.
Muirhead, Historia del cristianismo, 1:303–343.
Puiggrós, El feudalismo medieval, 130–139.
Romero, La Edad Media, 75–101; 180–209.
Vos, Breve historia de la Iglesia cristiana, 76–84.
Walker, Historia de la Iglesia cristiana, 292–334.
UNIDAD 4
EL PROBLEMA IDEOLÓGICO
Relación Iglesia y Estado
El anhelo de unidad. El gran problema religioso y político que mantuvo en vilo al
mundo medieval fue el de la unidad. Desde los días del emperador Constantino, la gran
preocupación había sido cómo lograr la unidad política del Imperio Romano a partir de
su unidad espiritual y religiosa en torno al cristianismo. Con las invasiones bárbaras y
el establecimiento de los reinos germánicos el problema de la unidad se tornó todavía
más acuciante. Europa vio profundizarse la brecha entre Oriente y Occidente.
Destruida la realidad de la unidad imperial, ésta permaneció como una aspiración y
como un proyecto. La Iglesia cristiana occidental, en la que se fijaron múltiples rasgos
de la estructura imperial, fue la promotora principal de la concepción unitaria de
Occidente y creó un modelo del papado a imagen y semejanza de la autoridad de los
emperadores.
El Imperio carolingio fue expresión de esta aspiración de una unidad político-
religiosa, estimulada por la Iglesia y posibilitada por el ascenso al poder de los francos.
En este sentido, el Imperio organizado por Carlomagno fue una restauración del viejo
ideal del Imperio Romano. Pero la aspiración a un orden universal alimentada por el
recuerdo del Imperio Romano, no logró superar el proceso de fragmentación
provocado por la multiplicación de los señoríos con el feudalismo. Con la desaparición
de Carlomagno el ideal de unidad no desapareció, pero sí su expresión concreta. El
proceso de desintegración que se operó en el curso del siglo IX fue una lucha universal
por el predominio de las diversas regiones y el desarrollo del feudalismo. A la antigua
unidad política le siguió una infinita parcelación del poder. El ideal de unidad,
entonces, fue proyectado a un plano religioso, en el que la Iglesia y el papado
representaban la única posibilidad de realización del anhelo ecuménico. Como indica
José Luis Romero: “El imperio no fue en ningún momento, durante la Edad Media, ni
una realidad, ni siquiera una virtualidad verosímil. Sólo cabía la posibilidad de lograr
una unidad espiritual, la de la cristiandad, o al menos, la de la cristiandad occidental, y
esa posibilidad correspondía exclusivamente al papado.”1
Cuando alcanzamos la segunda mitad del siglo XIII, la disolución del orden
medieval parecía inminente. La renovación de la vida económica y el ascenso
acelerado de la burguesía, que siguió a los siglos de las Cruzadas, no sólo incrementó
el individualismo sino que puso en riesgo el ideal de unidad. Los reinos nacionales
fueron adquiriendo identidad y poder, mientras declinaba la viabilidad de un orden
ecuménico bajo la conducción de la Iglesia y especialmente del papado. Cada vez más,
reyes y burgueses, herejes y disidentes reclaman una cuota de poder y autonomía a
expensas de la Iglesia una y del dominio papal.
José Luis Romero: “Lo que representaban papado e imperio eran ya,
inequívocamente, ideas superadas que los nuevos tiempos no sentían con el
fervor de antaño. El mundo occidental comenzaba a moverse ahora al
impulso de nuevos incentivos, muchos de los cuales venían de más allá de
las fronteras del área del cristianismo occidental. En el campo de la cultura,
la influencia de los mundos vecinos se hacía notar enérgicamente, a través
del averroísmo y de la ciencia árabe, a través de las renacientes sugestiones
de la antigüedad, que llegaban desde Bizancio, a través de los relatos sobre
países y culturas exóticos. Una nueva perspectiva se abría para el mundo
occidental, que comenzó por encandilarse y sumergirse en las más
descabelladas experiencias.”2
En el matrimonio medieval entre la Iglesia y el Estado, fue la primera la que
mantuvo la iniciativa y la voz cantante. El mundo medieval se mantuvo unido
principalmente por la Iglesia y, en un grado considerablemente menor, por las
instituciones del Estado. Fue la Iglesia la que inundó toda la cristiandad de estructuras
eclesiásticas e institucionales, que crearon una verdadera red universal. Arzobispados,
obispados, parroquias, escuelas, universidades, claustros, monasterios, templos y
oratorios configuraron una red gigantesca, que cubría todo el continente europeo y se
extendía también más allá. El calendario eclesiástico regía la vida cotidiana de la
Iglesia y el Estado. El ciclo del año era una dramática renovación anual de la historia
cristiana. Cada día recordaba a un mártir o a un santo y sus hechos más destacados.
Además, la Iglesia se transformó a lo largo de la Edad Media en una de las
fuerzas que más colaboraron en el robustecimiento del poder real. Las relaciones de la
Iglesia con el Estado presentan en todo este período una curiosa paradoja: por un lado,
los clérigos son los más acuciosos en defender el poder real en su lucha contra el
feudalismo, pues ven en el primero una mayor garantía para el desempeño de sus
funciones religiosas; pero, por otra parte, los prelados tratan de convertirse ellos
mismos en señores feudales de las villas o territorios en que residen.3
Un orden universal. La idea de que la vida individual está insertada en un sistema
universal ordenado por Dios fue característica de los tiempos medievales. Esta idea fue
heredada de los ideales del Imperio Romano y perduró en la concepción universal
(católica) de la Iglesia de Roma.
José Luis Romero: “Tan contradictoria como pudiera parecer la realidad
históricosocial respecto a esa convicción, [ésta] fue alimentada y sostenida
por el recuerdo duradero del imperio y por la enérgica acción del papado. Se
entremezclaron a lo largo de la temprana Edad Media las dos raíces que la
nutrían, chocaron a veces las dos concepciones que representaban, y se
fundieron poco a poco en el plano teórico aun cuando esbozaran muy pronto
sus zonas de fricción. Una y otra representaban dos interpretaciones
diferentes del ideal ecuménico, pues la tradición romana tendía a una unidad
real—el Imperio—, y la tradición cristiana conducía a una unidad ideal—la
Iglesia—, en la que, sin embargo, el pontificado hubo de ver, en cierto
momento, la virtualidad de una unidad tan real como la del Imperio. De esta
disparidad surgiría más tarde el conflicto entre ambas potestades.”4
Poco a poco la Iglesia se fue transformando en la gestora de este orden universal.
Al principio, tal orden estaba limitado al reino del espíritu sin aspirar a ostentar algún
poder temporal. Pero con el tiempo, la Iglesia y especialmente el papado fueron
creciendo en su apetencia de colocar a “los reinos de este mundo” bajo su tutela
espiritual y control político. La unidad religiosa y la obediencia al obispo de Roma
fueron consideradas condiciones necesarias para el mantenimiento del deseado orden
universal. El papado fue alimentando cada vez más su aspiración a transformar su
autoridad y poder espiritual en una autoridad y poder terrenal. Todos aspiraban a un
orden universal regido por una autoridad ajena a las luchas políticas. La única entidad
que podía satisfacer tal anhelo era el papado, especialmente cuando el Imperio
desaparecía o declinaba. A lo largo de la mayor parte de la Edad Media, el papado no
tuvo competidores como poder regulador de la cristiandad, frente a la indefinida
fragmentación del poder político provocada por el feudalismo.
Su éxito en instaurar un cierto orden universal mediante la organización de la
jerarquía eclesiástica, la reforma de las órdenes monásticas, las universidades, las
grandes empresas internacionales como las Cruzadas, le permitió al papado disfrutar
de autoridad y poder universal. Es así como, hacia fines de la Edad Media, surge la
teoría de “las dos espadas,” según la cual todo poder venía de Dios y se mantenía por
medio del brazo eclesiástico y el brazo secular, de los cuales el segundo debía estar al
servicio del primero. Pero cuanto más se salía de la esfera espiritual para entrar en la
esfera propiamente temporal, sus intentos enfrentaron la resistencia de otros agentes
con apetencias similares. En este caso, ya no se trataba del Imperio, sino de los reinos
nacionales, que luchaban por ganar su identidad poniendo fin al feudalismo y a la
hostilidad de sus vecinos.
La controversia de las investiduras. Uno de los aspectos más memorables del
siglo XI fue el conflicto entre el papado y el Imperio alemán en torno a la selección de
los prelados eclesiásticos y su instalación en sus oficios. Este conflicto se ha llamado a
veces “la querella de las investiduras,” “la reforma Gregoriana” o según la concepción
del historiador alemán Gerd Tellenbach, “la revolución Gregoriana.”5 En la historia
política europea este conflicto es memorable porque le dio un impulso decisivo a la
definición del Estado vis a vis la Iglesia. Eventualmente, de este conflicto va a nacer
una mayor conciencia entre los europeos sobre la distinción entre el Estado y la
sociedad civil.
Para entender las raíces del conflicto, hay que recordar las diferencias entre las
concepciones romana (pública) y germánica (patrimonial) del Estado. También hay
que traer a colación la noción de “iglesia propia” o “iglesia particular” (Eigenkirche)
que los germanos desarrollaron dondequiera que se establecieron. Según esta noción,
el dueño de una iglesia (templo) era la persona que había donado la tierra sobre la cual
estaba emplazado el altar. No importaban las adiciones al monasterio o al templo en
cuestión, no importaban las rentas que se acumularan o los donativos que se añadieran,
el donante original y sus herederos retenían la propiedad de la iglesia como parte de su
patrimonio.
De este derecho de propiedad, reconocido en la ley germánica, se derivaban
varios corolarios. El patrón o dueño de la iglesia (o templo) la confería como un
beneficio de por vida a una persona, para que atendiera las necesidades de la misma.
Pero cuando esta persona moría, el derecho de nominar a su sucesor se revertía al
patrón. Éste tenía derecho a gozar de las rentas cuando la iglesia no tenía titular, y
podía heredar una porción de los bienes muebles del titular.
Esta noción germánica de la iglesia o templo como propiedad de un particular
estaba en conflicto abierto con la noción romana de la iglesia o templo como
perteneciente a la comunidad de los creyentes, cuyo gestor era el obispo. Por eso
fueron tan frecuentes los conflictos entre los obispos que querían mantener jurisdicción
sobre todas las iglesias de sus diócesis, y los patronos que querían mantener los
derechos heredados sobre las iglesias fundadas por sus familias.6
Relación Iglesia y sociedad
La Iglesia y la sociedad feudal. El desmoronamiento del gobierno centralizado
fue acompañado por un fenómeno similar en la Iglesia. El papado se convirtió en botín
disputado por las facciones nobles de Roma e Italia, y hasta hubo batallas entre los
pretendientes rivales. Los papas designados carecían del prestigio y los medios
necesarios para controlar los asuntos religiosos del vasto territorio de la cristiandad
occidental. En realidad, durante buena parte de la Edad Media, papas, arzobispos,
obispos y abades no gozaron de más poder y prestigio que el que les correspondía
como señores feudales en competencia con otros señores feudales.
Los monasterios y las diócesis poseían tierras extensas y ricas que, bajo las
condiciones caóticas de los siglos IX y X, fueron presa tentadora para los señores
fuertes y rapaces. Ante la ausencia de un instrumento público de paz y orden, los
obispos y abades se vieron obligados a arreglárselas como podían para proteger sus
bienes. Esto significó, naturalmente, buscar caballeros y concederles feudos a cambio
de sus servicios como defensores de las tierras de la Iglesia. De este modo la Iglesia se
fue feudalizando completamente, y hasta los mismos abades y obispos llegaron a ser
generalmente hijos segundones de la aristocracia feudal. Como abad u obispo, el hijo
menor de un duque o conde podía llegar a poseer vastas tierras y rentas proporcionales
a su rango; y en no pocas ocasiones tales eclesiásticos tenían la oportunidad de valerse
de su entrenamiento caballeresco capitaneando a sus hombres para combatir contra
algún señor vecino con quien tenían una disputa. Es cierto, sin embargo, que las
tradiciones del derecho y la administración romanos no se olvidaron por completo y
perduraron con mayor vigor entre los eclesiásticos.7
La Iglesia y la corrupción feudal. Como puede fácilmente imaginarse, la Iglesia
se corrompió no pocas veces dadas las condiciones feudales. Muchos obispos y abades
apenas se distinguían de sus compañeros nobles en cuanto a la conducta personal se
refiere. La mayoría de los párrocos estaban casados a pesar de las prohibiciones del
derecho canónico. La ambición de bienes terrenales y de poder y prestigio afectaban de
igual modo a los señores eclesiásticos como a los seglares. Éstas y otras deficiencias
perturbaban a las personas piadosas, y se hacían esfuerzos para corregirlas, si bien no
siempre con resultados efectivos.
Durante el transcurso de los siglos X y XI muchos fieles de la Iglesia, tanto
miembros del clero como laicos, llegaron a pensar que la corrupción y degradación
prevalecientes en la Iglesia no se podrían remediar mientras los laicos poseyeran la
facultad de nombrar prelados, y especialmente mientras los cargos eclesiásticos se
vendieran a los candidatos interesados. La simonía y la investidura laicas parecían ser
—en particular a los ojos de los monjes cluniacenses—los obstáculos principales que
impedían la reforma y purificación de la Iglesia.
Las actividades de los frailes infundieron un nuevo ardor e idealismo a la práctica
cristiana. Las ciudades, en rápido crecimiento, fueron desde el principio el terreno de
su preferencia. Los frailes cuidaban a los enfermos y a los pobres, y para ello fundaron
hospitales; además predicaban, a menudo en las esquinas de las calles, y tomaban parte
activa en la educación. Por primera vez los habitantes de las ciudades de Europa
occidental entraron en contacto con todo el poder del idealismo cristiano gracias a los
franciscanos, mientras que los escépticos y herejes quedaban expuestos a los sutiles y
convincentes argumentos de los cultos frailes dominicos.
En realidad, la Iglesia se mostró hostil hacia los campesinos y siervos de la gleba.
Muchos clérigos escribieron de manera muy negativa acerca de ellos, destacando su
avaricia, violencia e ignorancia. De hecho, no hubo muchos santos campesinos, salvo
Juana de Arco, que llegó tardíamente a los altares, después de haber sido condenada a
la hoguera como bruja. El clero se fue haciendo cada vez más urbano y menos rural.
No obstante, el campesinado permaneció católico, porque la Iglesia era su única
esperanza de salvación en este mundo y por la eternidad.
Relación mundo y trasmundo
La cosmovisión medieval estuvo dominada por la imposición de las ideas
cristianas sobre el trasfondo de la tradición pagana (no destruida totalmente) y los
aportes de los pueblos germánicos invasores. La tradición pagana grecorromana había
aportado una cierta imagen naturalista, de corte politeísta y mágico, que coincidía
bastante con el aporte de la tradición de los germanos. En ambos casos, lo milagroso y
misterioso ocupaba un lugar muy importante. El trasmundo de los dioses y de los
muertos irrumpía constantemente en el mundo real. Fue sobre este trasfondo que se
impuso el cristianismo, de suerte tal que la concepción naturalista de la realidad no
desapareció, sino que encontró formas de expresión en la religión cristiana, como en
una multitud de supersticiones, el culto de las imágenes, la veneración de la Virgen
María y el sacramentalismo.
El mundo. La Edad Media se presenta, en general, como una era en la que lo
religioso ocupó un lugar fundamental. La religión afectó todas las esferas de la vida de
los pueblos, y produjo una inevitable tensión entre los presupuestos y los
mandamientos religiosos por una parte, y las necesidades prácticas de la realidad
mundana por la otra.
Herbert Rosinski: “Esta tensión subyacente entre religión y mundo fue
especialmente aguda en el cristianismo, cuya original independencia radical
del mundo sólo gradualmente cedió a una progresiva adaptación. La relación
del cristianismo con el mundo, de hecho, estaba destinada a ser
esencialmente tensa. Esta tensión podía franquearse y en la práctica se
franqueaba, pero, no obstante, en principio, permanecía sin resolver y era
necesario que permaneciera de ese modo si se pretendía preservar su esencia
y su singular fuente de energía … Sin embargo, esta tensión era mucho más
intensa en el Occidente que en Bizancio, hecho que tuvo decisiva
significación para el desarrollo interior de las dos ramas del cristianismo,
como también para su destino definitivo.”8
En el caso del Islam, la situación era totalmente diferente, ya que Mahoma fue
profeta pero también un hombre de Estado. La religión para él no era algo que estaba
en contradicción con el mundo. Por el contrario, era un poder que encontraba su meta
precisamente en el dominio político y en la transformación política del mundo.
Religión y mundo en el cristianismo eran términos opuestos, ya que la primera tiene
que ver básicamente con la relación del alma con Dios, mientras que en el Islam la
religión está más relacionada con la regulación escrupulosa de la vida y no hay
contradicción con el mundo.
El ideal de vida superior durante toda la Edad Media fue la vida monástica, es
decir, la huida del mundo para poder vivir una vida contemplativa. Las formas de la
convivencia monástica giraban en torno a reglas particulares, la mayoría siguiendo el
modelo ideado por Benito de Nursia, que combinaban diferentes dosis de acción y
contemplación, estudio y plegaria. Pero el retiro del mundo no fue la opción de todos.
La mayoría de las personas fueron encontrando en las incipientes ciudades medievales
las posibilidades de invertir sus vidas como artesanos o mercaderes, estudiosos o
religiosos, líderes de la comunidad o sacerdotes. La ciudad, de algún modo, ofrecía la
oportunidad de escapar a la dominación señorial y lograr algún grado mayor de
libertad y oportunidad para una vida mejor. La vida ciudadana fue resultando más
ordenada, previsible y ajustada a derecho, que la vida rural propia del feudalismo. Este
proceso sirvió para cambiar poco a poco la valoración negativa que se tenía del
mundo, y tanto más cuando nos acercamos a la baja Edad Media. La aparición del
humanismo completó el proceso de secularización y de valoración del mundo como
esfera adecuada para la realización del ser humano.
El trasmundo. Ya en la temprana Edad Media puede advertirse de qué manera, en
un complejo cultural dominado por una cosmovisión cristiana, se da la presencia
eminente del trasmundo. La realidad inmediata estaba saturada por la presencia del
trasmundo, que se tornaba en una realidad bien concreta gracias al fuerte impulso
apocalíptico que animó la comprensión de la fe cristiana en ese tiempo. Incluso en la
alta Edad Media continúa advirtiéndose la presencia de un ideal de vida vigorosamente
enraizado en la imagen del trasmundo. Si bien la imagen del mundo mejoró
notablemente para entonces, nada perteneciente al mundo real podía compararse en
significación con la esperanza de la eternidad y la vida bienaventurada después de la
muerte.
Las expresiones más elevadas de la cultura medieval destacan la presencia
permanente del trasmundo en la conciencia colectiva de aquel tiempo. El trasmundo se
presentaba en los capiteles historiados de los claustros e iglesias románicas y góticas,
los pórticos, los vitrales y las pinturas. La decoración, especialmente la escultura,
adquirió una significación extraordinaria y una simbología llena de misterio, que
incitaba a la constante consideración del trasmundo a través de las alusiones al Juicio
Final y a las historias sagradas. Catedrales, iglesias y edificios comunales de estilo
gótico a partir del siglo XII, al tiempo que revelan el empuje de la burguesía en
ascenso, fueron testigos elocuentes de la importancia que el trasmundo tenía para
quienes los construyeron y utilizaron.
Alfred Weber: “Sobre el sencillo sentido religioso de externidad, propio de
los cistercienses, se eleva como nacida de esas contraposiciones la gran
arquitectura gótica de plenitud.… Las formas expresivas de esta arquitectura
exhalan la múltiple diversidad de la vida, como en amplios tonos
orquestales; unen la línea horizontal de lo terreno con la línea vertical de lo
eterno; y están creadas y representadas por aquel fuerte sentido religioso
enfocado al otro mundo, cuyos efectos espirituales y psicológicos fueron los
que hicieron posible que, en el siglo XIII, se pudiese superar el estilo tan
maravilloso del último período de arte románico en Alemania, que constituía
ciertamente un arte rico, esclarecido y altivo, pero todavía con un sentido
terrenal.
“En el exterior y en el interior de los templos creados o afectados por
ese sentido religioso de lo eterno, de ultratumba, hallamos las obras plásticas
de esta época, las cuales se hallan configuradas de un modo técnico con toda
la fuerza de las formas aprendidas del mundo antiguo, pero siendo
ciertamente en cuanto a su esencia cristianas hasta el último pliegue … Y
estas figuras constituyen ciertamente los documentos más impresionantes de
aquel destino europeo, convertido entonces por vez primera en realidad, de
aquel destino espiritual del mundo occidental, de aquel destino inserto en la
contraposición entre Dios y Mundo, que no tiene solución.”9
Por otro lado, la totalidad de la sociedad cristiana a lo largo de la Edad Media, se
basaba en una intensa creencia en lo sobrenatural. El trasmundo mágico y fantástico se
vivía a flor de piel. Al no disponerse de un sistema científico que permitiera una
comprensión más objetiva y crítica de la realidad, la dimensión sobrenatural de la
existencia humana se veía magnificada. En este contexto, los milagros ocupaban un
lugar muy destacado y la intervención de Dios en el mundo era estimada como
permanente. Los eventos calificados como miracula penetraban la vida en todos los
niveles. De allí la enorme cantidad de relatos y testimonios de milagros en la literatura
medieval, especialmente de aquellos relacionados con los santuarios de santos y sus
reliquias. Además, estaban los milagros atribuidos a la Virgen y a algunos misioneros.
Benedicta Ward: “A lo largo de la Edad Media se vio unánimemente a los
milagros como parte de la Ciudad de Dios sobre la tierra, y cualesquiera
hayan sido las reflexiones que las personas hayan tenido sobre su causa y
propósito, ellos constituían una parte integral de la vida ordinaria. La
exploración de los relatos de milagros deja dos impresiones principales: el
número y diversidad de los eventos considerados como de alguna manera
milagrosos, no con ingenuidad sino a partir de una concepción más compleja
y sutil de la realidad que la que poseemos; y la unidad de opinión acerca de
los milagros tanto en el pensamiento como en su registro, una unidad
expresada por Agustín: ‘Dios mismo ha creado todo lo que es maravilloso en
este mundo, los grandes milagros así como las maravillas menores que he
mencionado, y él los ha incluido a todos en esa maravilla única, ese milagro
de los milagros, que es el mundo mismo’.”10
Además de manifestarse a través de los milagros, el trasmundo se hacía también
evidente a través de la magia, que era su contraparte. Si bien las “artes mágicas”
habían sido consistentemente prohibidas por la Iglesia, gozaron de gran popularidad,
especialmente en los siglos XIV y XV. El uso de la magia para el contacto con lo
sobrenatural y el trasmundo fue común tanto en las tierras paganas del norte de Europa
como en el mundo del Mediterráneo, al punto que la diferencia entre magia y milagro
no siempre estuvo muy clara. No obstante, en teoría al menos, la magia que
involucraba la invocación de demonios fue condenada por la Iglesia mientras que los
milagros fueron recomendados como el método adecuado para la obtención de poder
sobrenatural por parte de los cristianos. Sin embargo, en las masas predominaba un
área intermedia de prácticas y creencias sincretizadas, donde lo mágico y lo milagroso
se mezclaban.
Benedicta Ward: “La discusión de los milagros durante la Edad Media
muestra por sobre cualquier otra cosa la aceptación de lo milagroso como
una dimensión básica de la vida. Los lazos de la realidad incluían lo invisible
de una manera ajena al pensamiento moderno. Los milagros eran la regla
más que la excepción, y el concepto de la mano de Dios obrando en la
totalidad de la vida coloreaba la percepción de los milagros y sus registros.
Dada esta preocupación con los milagros, es de esperar que hubiera muchos
registros de milagros contemporáneos.… El número mayor de estos milagros
fue registrado en los santuarios de los santos, dado que virtualmente cada
pueblo tenía su santuario y frecuentemente también a alguien capaz de
registrar los milagros.”11
Será durante la baja Edad Media que se hará más evidente la tensión entre una
concepción teísta y trascendentalista de la realidad y una concepción naturalista e
inmanentista. El humanismo promovía lo segundo, pero las grandes masas no
educadas continuaron sumergidas en el dominio del trasmundo y en toda suerte de
supersticiones y sincretismos. Mientras algunos humanistas expresaron a través de sus
obras (literarias o plásticas) un optimismo radical en las posibilidades humanas, otros
representaron en sus producciones el patetismo angustiado frente a la enfermedad, el
hambre, la miseria y la muerte. Como indica José Luis Romero: “La presencia del
trasmundo—signo revelador de la perduración de la típica medievalidad—se enerva en
unos mientras se robustece en otros, o a veces se reviste de cierta gracia ingenua que
parece compartir una y otra tendencia.”12
Relación vida y muerte
La presencia de la muerte. Toda la Edad Media estuvo caracterizada por un
sentido muy vivo de la presencia constante de la muerte en la vida de las personas. La
violencia feudal, la fragilidad frente a la pobreza y la miseria, la falta de recursos para
satisfacer las necesidades humanas básicas, y la vulnerabilidad frente a plagas y
cataclismos, llevaron al desarrollo de un verdadero culto a la muerte. En tiempos
medievales hubo una relación dinámica entre vivos y muertos, que hoy es desconocida.
Patrick J. Geary: “En este mundo [medieval], que comprende
esencialmente esas regiones de Europa bajo la influencia directa de las
tradiciones políticas y culturales de los francos, la muerte era omnipresente,
no sólo en el sentido de que las personas de todas las edades podían morir y
de hecho morían con asombrosa frecuencia y celeridad, sino también en el
sentido de que los muertos no dejaban de ser miembros de la comunidad
humana. La muerte marcaba una transición, un cambio de estatus, pero no el
fin. Los vivos continuaban debiéndoles ciertas obligaciones, la más
importante era la de la memoria, el recuerdo. Esto significaba no sólo el
recuerdo litúrgico en las oraciones y las misas ofrecidas por los muertos por
semanas, meses y años, sino también mediante la preservación del nombre,
la familia y las acciones de los que partieron. Para una categoría de los
muertos, aquellos venerados como santos, las oraciones por ellos cambiaron
a oraciones a ellos. Estos ‘muertos muy especiales’ …, podían actuar como
intercesores a favor de los vivos delante de Dios. Pero esta diferencia era
sólo de grado, y no de especie. Todos los muertos interactuaban con los
vivos, continuaban ayudándolos, advirtiéndoles o amonestándoles, incluso
castigándoles si las obligaciones de memoria no se cumplían.”13
Esto se hizo todavía más patético con episodios catastróficos como la Peste Negra
(1348–1349). En pocos meses, la población de Europa Occidental se redujo a un tercio
de su total. Las consecuencias económicas y sociales de la peste fueron muchas. Se dio
una drástica reducción de los cánones de arrendamiento y las exacciones señoriales; la
mano de obra diestra urbana se encareció; hubo una concentración de la riqueza
inmueble en los sectores dirigentes por las muchas herencias de los sobrevivientes y la
estructura social tambaleó.
Culturalmente la peste bubónica también afectó la vida y el pensamiento. La
muerte omnipresente en los frescos y en las sepulturas de las décadas subsiguientes
ensombreció el arte. En la vida religiosa la epidemia dejó hondas huellas. Una alta
proporción del clero secular murió y en muchos lugares nunca volvió a tener la misma
importancia numérica. Muchos monasterios y conventos tampoco recuperaron el
número de miembros que habían tenido antes de 1348. Los estragos de las epidemias y
el horror de su recurrencia marcaron las percepciones y las mentalidades. La
fascinación con los temas mórbidos marcó la expresión religiosa. En la mente de
muchos fieles, la epidemia era un castigo divino, y por eso se desarrollaron prácticas
penitenciales comunitarias, que a veces canalizaron y otras veces fomentaron la
histeria colectiva.14 A la vez, los excesos ascéticos y la prédica moralizante
propiciaron la ironía y el escepticismo.15
La concepción heroica de la vida. Mientras en Oriente la actitud cristiana
predominante era de carácter contemplativo y las cuestiones terrenales se proyectaban
al más allá, en Occidente y debido al impacto de los pueblos germánicos, el destino del
ser humano se cumplía de este lado de la eternidad. En la cosmovisión germánica, el
guerrero y su heroísmo eran sinónimo de virtud, en contraste con el quietismo
contemplativo predominante en el cristianismo de origen oriental. Heroísmo y
activismo llevaron a una concepción señorial de la vida, en la que constituían el signo
de una acción relacionada con el poder, la gloria y la riqueza.
La Iglesia procuró poner bajo control esta concepción heroica de la vida y
canalizarla de maneras más creativas y convenientes a sus propios intereses. Esto es lo
que intentó en las sucesivas Cruzadas contra los musulmanes, que predicó con
entusiasmo. Incluso los monjes occidentales fueron muy diferentes de los orientales,
en que mientras estos últimos se dedicaban a una vida contemplativa y de oración, los
primeros se mostraban como santos militantes, capaces de poner en acción su vocación
religiosa en beneficio de la propagación y defensa de la fe. En este sentido, fueron
monjes y soldados los que a lo largo de la temprana Edad Media esparcieron la fe por
todo el continente europeo. Y más tarde, fueron caballeros cristianos, que aprendieron
a subordinar el heroísmo a la fe, los que la defendieron frente a los musulmanes y los
herejes surgidos en el seno mismo del mundo cristiano.
En la baja Edad Media, esta concepción heroica de la vida asumió un carácter
más refinado. El espíritu caballeresco sobrevivió a las Cruzadas, pero poco a poco se
secularizó y mundanalizó. Perdió prestigio popular, pero se refugió en las minorías
señoriales y en las cortes. Se llenó de convenciones propias del decadente orden feudal
y estableció reglas sofisticadas para la conducta social. Fiestas y torneos, ceremonias y
festines fueron las ocasiones en que este espíritu se manifestó de manera más
espectacular. Los trovadores y ministriles exaltaban, a través de sus canciones y
poemas, las virtudes de la caballería, que eran imitadas por los burgueses ricos. La
exaltación e idealización de la mujer, el amor cortés, la apetencia por la buena vida y el
goce de vivir, un sentido profano de la realidad, la contemplación de la naturaleza, la
creación estética y el amor por la belleza fueron expresión de esta concepción heroica
de la vida, que estuvo acompañada de un creciente individualismo. Lo individual se
fue tornando más importante que lo colectivo. El espíritu de aventura, la apetencia del
saber y la aparición del retrato en la pintura son manifestaciones de esta concepción
heroica y exaltada de la vida.
El Purgatorio y el Infierno. Más allá de su particular posición en la compleja
pirámide social medieval y de su manera de entender y vivir la vida, todas las personas
compartían la misma certidumbre en cuanto a la muerte. Señores y siervos, obispos y
laicos, cultos e incultos todos eran bien conscientes de la proximidad de la muerte y de
su funesto efecto nivelador. Frente a ella todos eran iguales y enfrentaban los mismos
temores y necesidad de salvación. Fue en torno a esta realidad palmaria que se
elaboraron los conceptos y creencias en cuanto al Purgatorio y al Infierno.
El Purgatorio. La preocupación por la muerte llevó necesariamente a preocuparse
por qué ocurría con el alma después de experimentarla. Ya en el monasticismo
temprano se había planteado la necesidad de responder a la inseguridad de la salvación
y la inminencia del castigo divino con algún camino alternativo. En el monasticismo
celta se acentuaba el carácter penitencial de la vida monástica. En la concepción celta,
la majestad de Dios era tal y la fragilidad humana y su inclinación al pecado eran tan
pronunciadas, que continuamente había que estar reconciliándose con Dios. El monje
irlandés hurgaba su conciencia sin cesar para ver en qué había ofendido a Dios y cómo
reparar esas ofensas. Por esa insistencia celta en la necesidad continua del perdón y la
reconciliación, la práctica penitencial de Occidente se modificó y se elaboraron
numerosos libros penitenciales. Las penitencias que se les imponían las cumplían
después de la absolución. De esa manera la absolución vino a anteceder a la penitencia,
y la confesión de los pecados vino a ser un ejercicio privado que sustituyó la antigua
absolución pública. Sin embargo, subsistió la ansiedad en cuanto a qué pasaba si uno
se moría antes de cumplir con todas las penitencias que se le habían impuesto. De ahí
vino a cobrar importancia la noción de purgar por los pecados, de la cual en el siglo
XII se esbozó teológicamente el concepto de Purgatorio.
Fernando Picó: “De esta noción de conmutar la penitencia no cumplida con
una obra piadosa también surgió eventualmente la noción de indulgencia,
que tanto dio que hacer en las controversias de la Reforma Protestante del
siglo XVI. La indulgencia era un equivalente en oraciones de la obra
piadosa, que a su vez equivalía a una penitencia no cumplida. Sin embargo,
en los siglos XIV y XV surgiría la noción de que hacer un donativo en
dinero para llevar a cabo una obra piadosa era equivalente a hacer la obra
piadosa. Por lo tanto, le restaba purgatorio por cumplir al donante lo que le
hubiese restado de días de penitencia la obra piadosa.”16
Los Padres Griegos no hablaron del Purgatorio, pero recomendaron las oraciones
y servicios eucarísticos a favor de los difuntos. Los Padres Latinos, especialmente
Agustín enseñaron la purificación por medio del sufrimiento en la otra vida. Los
escolásticos sistematizaron y desarrollaron la herencia patrística, enseñando que el más
ínfimo dolor del Purgatorio era mayor que el más grande dolor de la tierra, aunque a
las almas allí las consuela el saber que se hallan entre aquellos que van a ser salvos.
Desde Tomás de Aquino y Buenaventura, los teólogos latinos enseñaban que las almas
en el Purgatorio eran atormentadas por el fuego, pero los teólogos bizantinos no
aceptaron esta conclusión. Por otro lado, a la luz de la práctica de las indulgencias,
estos tormentos ocurrían en el tiempo y se medían en términos de años y días. Se decía
también que el estado del Purgatorio consistía en cierta posición en el espacio, y que
era algo totalmente diferente del Cielo o del Infierno. Pero cualquier teoría en cuanto a
su latitud o longitud, según se lo describe en la Divina Comedia de Dante, era pura
imaginación.
El Purgatorio era para las almas de los creyentes (bautizados), que no dejaban de
ser miembros de la Iglesia por ir allí. Es por esto que estas almas podían ser ayudadas
por los sufragios (oraciones, ofrendas, buenas obras y sacrificios) de los vivientes. El
sacrificio por excelencia a favor de quienes estaban en el Purgatorio era el sacrificio de
la Misa, porque ella aseguraba la salvación al penitente. El fundamento bíblico que se
citaba era la creencia judía en la eficacia de la oración por los muertos, según 2
Macabeos 12:42–45. Sea como fuere, la eficacia de las oraciones por los muertos e
indirectamente la doctrina del Purgatorio fueron rechazadas por los cátaros, los
albigenses, los valdenses y los lolardos, junto con otros disidentes medievales, porque
carecía de base bíblica y era contraria a una sana doctrina.
El Infierno. El temor a ser condenado en el Infierno por la eternidad llenó de
terror a la cristiandad medieval. La creencia en el Infierno fue tan firme para los
medievales como su esperanza del Cielo, sólo que la primera los llenaba de temor y
determinaba la mayoría de sus acciones. En razón de que era poco menos que
imposible tener certidumbre de salvación debido a que la misma dependía cada vez
más de lo que el ser humano podía hacer para salvarse, el temor al Infierno acercaba
este aspecto oscuro del trasmundo a la realidad inmediata. Estos temores fueron
alimentados especialmente por la lectura y predicación dramática del Apocalipsis, que
llenó de pánico a personas carentes de otro recurso salvífico que los sacramentos
cuasi-mágicos que les ofrecía la Iglesia. A la interpretación tremebunda del
Apocalipsis se sumaba La Ciudad de Dios de Agustín, que dominó la teología
medieval y que hizo la conocida distinción entre dos mundos contrapuestos: la ciudad
celeste y la ciudad terrestre. Esta afirmación del trasmundo continuó con la mayoría de
los teólogos medievales, especialmente aquellos que trabajaron en la alta Edad Media.
José Luis Romero: “El mundo después de la muerte, con su Infierno, su
Purgatorio y su Cielo, había sido imaginado muchas veces antes de que
Dante le proporcionara, en las postrimerías de la Edad Media, los rigurosos
perfiles con que aparece en la Comedia. La Visión de San Pablo y el Viaje de
San Brandán en el siglo XI, la Visión de Túndalo, el Purgatorio de San
Patricio y la Visión de Alberico en el siglo XII, así como el Viaje al Paraíso
de Baudoin de Condé y el Sueño del Infierno de Raoul de Houdenc, nos
muestran cuánto se pensaba en el misterio del vago mundo que esperaba al
hombre para morada eterna. Era seguramente el tema que más interés
despertaba en el auditorio de los predicadores, y alrededor de él gira la obra
de Joaquín de Fiore, el ferviente y semiherético monje calabrés fundador del
grupo de los Espirituales, una de cuyas obras fundamentales desarrolla el
comentario del Apocalipsis. Poco antes, los inquietantes signos del fin del
mundo habían sido esculpidos con honda dramaticidad en los capiteles del
claustro del monasterio de Silos y seguían siendo tema predilecto de otros
imagineros.”17
Relación poder y piedad
Desde los días del emperador Constantino, cuando éste decidió establecer la
capital del Imperio Romano en la ciudad que llevó su nombre, la separación entre
Oriente y Occidente fue inevitable. Los patriarcas de Oriente quedaron sometidos al
emperador (cesaropapismo) y distanciados del obispo de Roma. En los cinco siglos
que siguieron al reinado de Constantino hubo cinco grandes cismas entre la Iglesia de
Oriente y la Iglesia de Occidente. Además, de cincuenta y ocho patriarcas que
gobernaron en Constantinopla durante este período, veintidós fueron considerados
como herejes o sostenedores de enseñanzas heréticas en el Oeste. Todos ellos menos
uno fueron depuestos por los emperadores. A diferencia del obispo de Roma, estos
líderes religiosos dependían del Estado para el ejercicio de su ministerio. Así
continuaron las cosas hasta que finalmente en 1054, bajo Miguel Cerulario, la división
se consumó de manera definitiva, en buena medida debido a la competencia entre los
líderes religiosos y también al carácter totalmente diferente de su concepción en cuanto
al poder. Mientras para el patriarca de Constantinopla la base sobre la cual proclamaba
su primacía era puramente política, para el Papa de Roma su autoridad pretendía ser
exclusivamente espiritual.
Lloyd B. Holsapple: “El legado de Constantino a la Iglesia fue una
controversia que perduraría durante cuatro siglos y traería aparejada consigo
una desunión sin precedentes. La disputa religiosa se convertiría en la
principal actividad de la Iglesia y los individuos en Oriente. Él legó las
causas que no podrían dejar de producir el cisma entre Oriente y Occidente
tanto en la Iglesia como en el Estado.”18
Al impacto político de la influencia de Constantino se agregó el enorme efecto del
pensamiento de Agustín de Hipona (354–430) sobre toda la cristiandad occidental.
Para sus días, tres de las cuatro fuerzas espirituales que habían animado al mundo
grecorromano—el judaísmo y las civilizaciones griega y romana—estaban exhaustas.
Sólo el cristianismo estaba en pleno ascenso y apenas empezaba a ejercer influencia en
los asuntos seculares. La transformación del cristianismo, de fuerza espiritual que se
mantenía separada del mundo, a una fuerza que poco a poco iba penetrándolo e
identificándose con él, representó el fin de una edad y el comienzo de una nueva era: la
Edad Media.
Por otro lado, la desintegración de Occidente debido a las sucesivas invasiones de
pueblos germanos, la presión externa de los pueblos euroasiáticos sobre Oriente, y el
surgimiento y expansión del Islam condujo a la división tripartita que constituyó el
mundo de la Edad Media. La parte oeste abarcaba la mitad occidental del Imperio
Romano, invadido y repartido entre las tribus germánicas, y las zonas germánico-
eslavas ubicadas en el centro y el norte de Europa, fueron gradualmente absorbidas en
su órbita. El Imperio Bizantino comprendía la península balcánica y Asia Menor. El
mundo islámico incluía básicamente (además de Irán) Siria, Egipto, el norte de África
y grandes extensiones en España. Los tres territorios fueron herederos del mundo
antiguo. La significación histórica del período medieval radica en los diferentes modos
por los cuales estas tres civilizaciones desarrollaron su herencia espiritual y política
común, especialmente la dimensión religiosa.
Las tres civilizaciones fueron esencialmente monoteístas y desplazaron a las
religiones míticas politeístas. Esta difusión del monoteísmo resultó en un proceso sin
precedentes de penetración cultural, que saturó de sentimientos y conceptos religiosos
la sociedad y la cultura. Todas las esferas de la vida de los pueblos se vieron afectadas
por la manera en que los individuos se relacionaban personalmente con Dios. Esto hizo
que fuese imposible separar la esfera del poder político de la esfera del poder religioso,
de suerte tal que la simbiosis entre poder y piedad caracterizó la mayor parte del
período medieval, tanto en el Este como en el Oeste.
La cosmovisión medieval no era horizontal sino vertical. Por sobre la tierra, que
era plana, se extendía la bóveda celeste, donde moraban Dios y sus ángeles. Por debajo
de la tierra estaba el infierno, habitado por Satanás y sus demonios. Encerrada por este
marco espiritual, la realidad terrenal estaba dividida en estamentos estancos, un vasto
orden jerárquico que tenía al Papa como señor supremo compartiendo su posición con
el emperador. En los niveles que seguían hacia abajo, cada uno tenía sus tareas
especiales, y sus deberes y derechos particulares.
Herbert Rosinski: “En esta vasta armonía dispuesta por Dios, nada parecía
encontrarse aislado, ni pensamiento, ni sentimiento; ni ángel, ni hombre; ni
animal, ni planta ni objeto inanimado. Todo tenía, además de su realidad
inmediatamente dada, un profundo significado simbólico. Todo estaba
vinculado con todo y, en último análisis, con el Creador de todas las cosas.
En la civilización occidental de la Edad Media, la vieja forma básica de las
Grandes Civilizaciones, el sistema universal del mundo vinculado y
equilibrado en todas sus direcciones, tuvo su última y su más general
realización en una forma clarificada y racionalizada por los pensamientos
bíblico y griego.”19
EL PROBLEMA TEOLÓGICO
Cuando pensamos en la Edad Media, la tendencia es a considerarla como mil años
de aridez en el desarrollo teológico. A lo sumo, se destaca la importancia de la teología
escolástica y su contribución al pensamiento cristiano occidental, con consecuencias
que todavía persisten. No obstante, los tiempos medievales no fueron tan quietos en
materia de producción teológica como nos parecen. Una serie de cuestiones ocuparon
la atención de quienes procuraban expresar su experiencia de fe cristiana en términos
que pudiesen ser entendidos por otros. Esto llevó al surgimiento y desarrollo de una
serie de controversias, especialmente durante el período del Renacimiento Carolingio,
que ayudaron a madurar el pensamiento cristiano y a actualizar la comprensión de la
acción redentora de Dios en la historia humana.20 Lamentablemente, la mayor parte de
estas discusiones estuvieron muy comprometidas con cuestiones políticas, que no
siempre ayudaron al desarrollo de una sana doctrina. Más adelante, en el siglo XII, la
teología maduró con el escolasticismo, que fijó el dogma de la Iglesia Romana, a pesar
de los desafíos planteados por un buen número de disidentes.
Controversia sobre el adopcionismo
En tiempos del emperador Carlomagno, una de las controversias que mantuvo
ocupados a los pensadores cristianos giró en torno al adopcionismo. El escenario
principal de tales debates fue España y como es de suponer, la discusión teológica no
pudo abstraerse de los conflictos políticos, especialmente la enorme empresa de la
reconquista de la Península de manos musulmanas.
El personaje que se destacó en este debate fue Félix de Urgel (m. 818), quien
sostenía una postura adopcionista, es decir, que Cristo había sido adoptado como Hijo
de Dios durante su ministerio en la tierra. El arzobispo Elipando de Toledo había
intentado refutar el sabelianismo, pero al hacerlo propuso una cristología de corte
adopcionista, a la que se adhirió Félix. En reacción a ellos se colocó el Beato de
Liébana, Alcuino, Paulino de Aquileya y los papas Adriano I y León III, y por
supuesto, el propio Carlomagno.
A los teólogos más ligados a la ortodoxia, el adopcionismo les parecía un rebrote
de nestorianismo, es decir, cierta tendencia a dividir la persona de Cristo. Quienes
reaccionaron lo hicieron procurando enfatizar la unidad de lo divino y lo humano en
Cristo y la comunicación de las propiedades entre sus dos naturalezas. Así, pues,
mientras Elipando y Félix parecían hacer una distinción entre la humanidad y la
divinidad de Cristo, con énfasis en la preservación de esta última con sus
características intactas, sus opositores rechazaron tal división porque temían que se
perdiese la realidad de la encarnación. Una vez fallecidos Elipando y Félix, el debate
se terminó tan pronto como había comenzado.
Controversia sobre la predestinación
Esta controversia ocurrió también durante el período carolingio. Los principales
protagonistas fueron Rábano Mauro, Ratamno de Corbie, Servato Lupo, Prudencio de
Troyes, Floro de Lión y Juan Escoto Erígena. Un monje de nombre Gotescalco,
seguidor fanático de la enseñanza de Agustín de Hipona, llegó a desarrollar un
concepto radical de la predestinación, con énfasis en la condenación de los réprobos.
Su planteo era de una doble predestinación (a salvación y a condenación), de modo
que Cristo murió sólo por los elegidos. Gotescalco fue condenado por Rábano Mauro,
quien escribió contra él un tratado titulado De la presciencia y la predestinación, de la
gracia y el libre albedrío, en el que enseñaba que somos predestinados en la
presciencia divina.
La oposición de Mauro fue continuada por el arzobispo Hincmaro de Reims
(806–882), quien insistía en la voluntad salvadora universal de Dios. Prudencio de
Troyes y Servato Lupo se opusieron a este planteo y apoyaron una doble
predestinación. Pronto intervino en el debate Retramno de Corbie (m. 868), quien
escribió un tratado titulado De la predestinación, en el que sigue la doctrina de
Agustín al pie de la letra. Fue entonces que hizo su entrada en el debate Juan Escoto
Erigena (810–877), que también escribió un tratado titulado De la predestinación, en
el que hace un acercamiento más filosófico que teológico al tema y en el que apoya la
posición de Hincmaro. Su libro provocó nuevas reacciones de parte de Prudencio de
Troyes y más tarde de Floro de Lión. Al final, el debate perdió todo sentido de
discusión teológica y se transformó en una confrontación por poder y prestigio entre
las sedes episcopales de Lión y Reims, representadas por sus líderes Floro e Hincmaro.
En realidad lo que estaba en discusión era una cuestión de énfasis. El énfasis
agustino tendía a sacrificar la libertad humana a favor de la soberanía divina, mientras
que del otro lado se respeta el derecho del ser humano a disponer de sí mismo y a
hacer su parte en el logro de su salvación eterna. Por cierto, el problema no se resolvió
y en consecuencia volverá a presentarse nuevamente en los siglos XVI y XVII en los
debates teológicos dentro del catolicismo y del protestantismo.
Controversia sobre la virginidad de María
Nuevamente aparece el nombre de Ratamno de Corbie en esta breve controversia.
Este monje reaccionó a ciertas enseñanzas que circulaban en Alemania en el sentido de
que Jesús no había nacido de María del modo natural, sino que había surgido del
secreto vientre virginal de algún modo misterioso y milagroso. Según Ratamno, Jesús
nació de María por la vía natural, pero esto no lo contaminó ni violó la virginidad de su
madre. Esto significa que María fue virgen antes del parto, en el parto y después del
parto, y esto es algo que sólo puede aceptarse por la fe.
La enseñanza de Ratamno fue refutada por un tal Pascasio Radberto (786–865),
quien no discutió la perpetua virginidad de María sino el modo en que esa virginidad
permaneció intacta en el parto. Según él, la virginidad permaneció intacta porque Jesús
nació milagrosamente, estando el útero cerrado. Toda esta discusión fue muy
importante para el desarrollo del dogma de la perpetua virginidad de María y otras
doctrinas dependientes de este dogma.
Controversia sobre la eucaristía
Esta discusión giró en torno a la doble cuestión de, primero, si la presencia del
cuerpo y la sangre de Cristo en la eucaristía era tal que sólo podía verse con los ojos de
la fe o si, por el contrario, se trataba de una presencia verdadera, y, segundo, si el
cuerpo de Cristo que estaba presente en la eucaristía era el mismo que nació de María,
sufrió, murió y fue sepultado, y ascendió a los cielos. Pascasio Radberto había escrito
un tratado (844) en el que presentaba una interpretación realista extrema de la
presencia de Cristo en la eucaristía. Según él, cuando los elementos son consagrados,
se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo de manera sustancial. De modo que
la eucaristía era una repetición del sacrificio de Cristo, y esto de tal modo que repetía
la pasión y muerte del Salvador.
Quien respondió a Pascasio fue Ratramno de Corbie con un tratado titulado Del
cuerpo y la sangre del Señor. Según él, el cuerpo de Cristo no estaba presente de
manera real sino “en figura.” Cristo estaba presente en el sacramento, pero no de
manera visible. Además, ese cuerpo no era idéntico al que nació de María y fue
crucificado, porque ese cuerpo visible estaba sentado a la diestra del Padre, mientras
que el cuerpo presente en la eucaristía era sólo espiritual, y el creyente participaba de
él sólo espiritualmente. El debate continuó con una nueva reacción de Pascasio y la
intervención de Gotescalco y Rábano Mauro que se le opusieron. Finalmente,
prevaleció la interpretación realista de la eucaristía. Se afirmó la transformación
substancial del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, y se enfatizó la
realidad de su presencia en el rito. Esto constituyó un importante antecedente de la
posterior doctrina de la transustanciación, que habría de ser característica del dogma
católicorromano.
El debate en torno a la eucaristía volvió a plantearse siglos más tarde (siglo XI)
cuando Berengario de Tours adoptó como propia la interpretación de Ratramno de
Corbie. Berengario negaba la transformación de la esencia del pan y del vino y
afirmaba que el cuerpo de Cristo estaba presente sólo de manera “intelectual,” es decir,
espiritualmente. Berengario fue condenado varias veces, más por cuestiones de poder
eclesiástico que por asuntos propiamente teológicos. Entre quienes rechazaron su
planteamiento estaba Hugo de Chartres, quien afirmó la conversión real del pan en el
cuerpo de Cristo, aun cuando conservara el sabor del pan. La cuestión de la presencia
real de Cristo en la eucaristía y la transformación de los elementos seguía siendo tema
de preocupación para los teólogos de la segunda mitad del siglo XI. No obstante, habrá
que esperar hasta 1215 para ver consagrada definitivamente la doctrina de la
transubstanciación.
Controversia sobre el alma
Dos cuestiones fueron motivo de debate durante el período carolingio: la
incorporeidad del alma y su individualidad. Respecto del primer asunto, Ratramno de
Corbie sostenía que el alma era incorpórea, y por lo tanto, no estaba circunscrita al
cuerpo, sino que sobrepasaba sus límites. Estas conclusiones fueron refutadas por
quienes sostenían que el alma estaba atada al cuerpo, si bien no estaba limitada a él. El
segundo asunto fue más importante, ya que de la individualidad del alma dependía la
posibilidad de una vida eterna individual y consciente.
Algunos monjes habían enseñado una doctrina según la cual había sólo un alma
universal, de la que participaban las almas individuales. Esta enseñanza fue refutada
por Ratramno, quien quería preservar la individualidad de las personas. En su Tratado
sobre el alma, Ratramno rechazó la idea de que el alma pueda ser una y múltiple.
Según él, hablar del alma en singular no implica un alma universal que exista por
encima y más allá de las almas particulares.
Controversia sobre el filioque
La cuestión de la procedencia del Espíritu Santo ya había sido tema de discusión
durante el período carolingio en Europa occidental, como parte del debate acerca de la
doctrina de la Trinidad. Sin embargo, fue en el Este donde la cuestión adquirió mayor
relevancia y finalmente llevó al cisma teológico entre Oriente y Occidente.
Mientras en Occidente se confesaba que el Espíritu procedía “del Padre y del
Hijo,” en Oriente se decía que procedía “del Padre por el Hijo.” En el primer caso, se
comenzó por agregar a la fórmula del Credo Niceno la frase “y del Hijo”—filioque—
para indicar la doble procedencia del Espíritu Santo. Mientras tanto, en Constantinopla
se rechazó tal agregado como violatorio del significado del Credo Niceno-
Constantinopolitano, si bien los motivos de este rechazo eran más de carácter político
que propiamente teológicos.
Con posterioridad al Segundo Concilio de Nicea (787) el tema continuó
debatiéndose pero con tintes más políticos que teológicos. El patriarca Focio entró en
conflicto con la sede romana (el papa Nicolás I), especialmente por el control de la
cristianización de Bulgaria y por su oposición a la introducción de la cláusula filioque
en el Credo Niceno. La controversia sobre la procedencia del Espíritu Santo siguió en
aumento hasta que para mediados del siglo IX (cisma de Focio, 867), la cuestión del
filioque se había transformado en uno de los motivos principales de la separación entre
la cristiandad occidental y la oriental. El Concilio de Constantinopla (869–870)
condenó a Focio, que de todos modos quedó como patriarca en Constantinopla con el
reconocimiento del papa Juan VIII, mientras que Roma se quedó con el control de
Bulgaria.
Fuera de los motivos políticos que movían el debate, lo que estaba en discusión
eran dos maneras diferentes de ver la cuestión trinitaria. En Occidente el énfasis caía
en la relación que une a las tres personas de la Trinidad. Se pensaba del Espíritu como
el amor que une al Padre y al Hijo. En razón de que este amor es mutuo, entonces es
posible decir que el Espíritu procede “del Padre y del Hijo.” En Oriente el énfasis era
puesto en la unidad de la trinidad y en su origen único. En este sentido, sólo podía
haber una fuente en el ser de Dios, y esa fuente era el Padre, de allí la fórmula “del
Padre, por el Hijo.”
Controversia sobre las imágenes
Este debate se dio fundamentalmente en el Imperio Bizantino y tuvo importantes
componentes políticos además de la cuestión propiamente teológica. Especialmente,
bajo el gobierno de León III el Isaurio y sus sucesores (siglo VIII) se suscitaron
profundas controversias, de las que la de las imágenes fue la más seria. León asumió
una actitud “iconoclasta” (opuesta a la veneración de imágenes), probablemente
influido por el contacto con judíos, musulmanes y monofisitas, y en oposición al poder
de los monjes que defendían tal veneración. Como indica Justo L. González: “Para
León, su campaña iconoclasta era parte de su programa de restauración imperial. El
hijo y sucesor de León III, Constantino V, estaba convencido de que la veneración de
las imágenes y de las reliquias de los santos y de la Virgen era falsa.”21
Entre los defensores de la veneración de imágenes estaban el patriarca Germán de
Constantinopla (715–729) y Juan de Damasco (675–749). Al segundo nos hemos
referido en la Unidad Uno. En cuanto al primero, refutó el argumento según el cual la
veneración de imágenes era idolatría marcando la distinción entre diversos tipos de
“adoración.” Según él, una cosa era proskunesis (respeto o veneración) y otra muy
distinta era latreia (adoración en sentido estricto), que se debe sólo a Dios.
Juan de Damasco, por su parte, distinguía entre diversos grados de culto. El culto
absoluto era sólo para Dios (latreia) y si se rendía a una criatura eso era idolatría. Pero
la reverencia a las imágenes era más una cuestión de respeto u honra (proskunesis
timetiké) y podía prestarse a objetos religiosos e incluso a personas en el ámbito civil.
Finalmente, el culto a las imágenes fue restaurado por el Concilio de Nicea en 787, que
afirmó la conservación de las mismas, pero indicando que no debía adorárselas como
se adora a Dios.
En Occidente el debate no fue tan importante como en Oriente. En general, los
Papas asumieron una actitud favorable a las imágenes, pero cuidándose de no caer en
idolatría. Así, pues, se conservaron las imágenes, pero no se las consideró dignas de
adoratio, es decir, de la adoración debida sólo a Dios. Por eso, en Occidente no se le
atribuyó a las imágenes el poder sacramental que tenían en Oriente, ni llegaron a
ocupar allí el lugar de importancia que tuvieron en Oriente. No obstante, en la
religiosidad popular, las imágenes en Occidente adquirieron la funcionalidad de
verdaderos ídolos, ya que la realización de milagros y señales estuvo ligada
directamente a ellas y al poder que se les atribuía.
EL PROBLEMA CÚLTICO
El culto a María
La mariolatría (culto o adoración a la Virgen María) surgió muy temprano en la
experiencia de la cristiandad, como resultado de un deseo de aumentar la glorificación
de Cristo. El misterio de la encarnación del Hijo de Dios colocó a la madre de Jesús en
una posición de honor y prestigio. A mediados del siglo IV, los teólogos cambiaron del
título de María como “madre del Señor” para transformarla en “madre de Dios” y
“reina del cielo.” De “bendita tú entre las mujeres” (Lc. 1:28) María pasó a ser
considerada como una intercesora por encima de todas las mujeres y participante de
algún modo en la redención humana. La veneración de la Virgen se transformó en
adoración, y en algunos momentos llegó a ser más importante que Cristo mismo,
especialmente en la religiosidad popular.
El monasticismo ascético, que estimó el celibato como superior al matrimonio,
enfatizó la virginidad de María. José era considerado como una persona de edad, que
se casó con María sólo para protegerla de la calumnia. Los hermanos de Jesús eran
hijos de José de un matrimonio anterior. Ya para el siglo IV se afirmaba la perpetua
virginidad de María. Parecía lógico, pues, que si María era la madre de Dios, ella
merecía ser objeto de adoración. Primero, se la invocó buscando su protección. Luego,
en el siglo V, muchos templos fueron dedicados a la “Santa Madre de Dios” o la
“Virgen Perpetua.” Justiniano I imploró su intercesión frente a Dios para la
restauración del Imperio Romano. En los siglos que siguieron, su imagen fue venerada
y surgieron innumerables leyendas en cuanto a los milagros que se producían a través
suyo. La piedad popular le adscribía una concepción y nacimiento sin pecado, y una
resurrección y ascensión milagrosa al cielo.
En la Edad Media, Bernardo de Clairvaux jugó un papel director en el desarrollo
del culto a la Virgen, que llegó a ser una de las manifestaciones más importantes de la
piedad popular del siglo XII. Él no fue el inventor de la mariolatría (adoración de
María) ni de la mariología (doctrina sobre María). Según los eclesiásticos medievales,
esta doctrina estaba implícita en los Evangelios mismos. Pero en el pensamiento
medieval temprano, la Virgen María había jugado un papel muy menor, y es sólo con
el surgimiento de un cristianismo más emocional en el siglo XI, que ella se transformó
en una intercesora de primer orden a favor de la humanidad delante de la deidad. Se la
consideraba como la madre amante de todos, cuya misericordia infinita ofrecía la
posibilidad de salvación a todos los que buscaran su asistencia con un corazón amante
y contrito. Anselmo y algunos de sus discípulos hicieron contribuciones importantes a
la expansión rápida del culto a la Virgen a fines del siglo XI, pero fue Bernardo quien
hizo de la mariología una doctrina cardinal de la fe católica y una creencia que fue más
allá de las dimensiones de la enseñanza estrictamente religiosa hasta enriquecer
profundamente la visión artística y literaria de la alta Edad Media.22
Así, pues, la piedad popular se fundaba no tanto en las doctrinas filosóficas
elaboradas por los teólogos medievales, como en la veneración de los santos y las
reliquias, y especialmente en el culto a la Virgen María. Durante el siglo XII el papado
afirmó su derecho a canonizar nuevos santos, y se estableció un procedimiento legal
para probar su santidad. Se creía que las reliquias poseían poderes curativos y
propiedades milagrosas. Lo más característico de la religión popular, sin embargo, fue
la vasta difusión del culto mariano. Se consideraba a la Virgen María como intercesora
por los seres humanos ante Dios, más poderosa que los demás santos, e infinitamente
más compasiva. Así, pues, las plegarias de las personas comenzaron a dirigirse con
creciente frecuencia a ella.
Los cristianos bizantinos también reverenciaron a María con gran entusiasmo.
Ciertas aclamaciones litúrgicas cotidianas la declaraban: “Más honorable que los
querubines, y más gloriosa fuera de toda comparación que los serafines.”23 Desde el
siglo X, el tema de la intercesión de la Virgen encontró una iconografía distintiva,
mucho más apasionada y amorosa que en las formas estáticas anteriores. Desde
entonces la Virgen adquirió un perfil más maternal y humano en las representaciones
bizantinas.
Ligada directamente a la devoción mariana, se desarrolló en la alta Edad Media
una transformación del carácter del caballero andante. La cristianización de la
caballería constituyó un ejemplo notable del poder de la religión en la Edad Media.
Los guerreros toscos y brutales del siglo X se fueron transformando en “caballeros
gentiles y perfectos,” defensores galantes de los pobres y los débiles, dedicados a
promover la religión y a defender a la Iglesia. Tal era, por lo menos, el ideal expresado
en innumerables romances—el del Santo Grial, por ejemplo—y simbolizado en
ceremonias relacionadas con la investidura de la caballería. La realidad, como siempre,
distaba bastante del ideal. Sin embargo, no debe menospreciarse la eficacia de la
Iglesia y del sentimiento religioso para mitigar la violencia de las guerras internas en la
cristiandad. Muchas veces los miembros del clero intentaron reducir la plaga de la
guerra privada declarando una Tregua de Dios, durante la cual se prohibía la lucha
entre cristianos. Dichas treguas no eran observadas universalmente, por supuesto, pero
posiblemente contribuyeron a favorecer un clima de paz en las regiones rurales de
Europa.24 En estos procesos de cambio cultural la devoción mariana jugó un papel
fundamental.
Por otro lado, las mujeres (tanto en Oriente como en Occidente) fueron grandes
promotoras del culto mariano, especialmente de la veneración de su imagen sea en
forma de estatuas (en el Oeste) o de íconos (en el Este). La razón es que las mujeres,
que ocuparon generalmente un lugar secundario respecto de los varones en la sociedad
y la cultura, buscaban mediadores sagrados (María u otras mujeres santas) para
interceder ante un Dios masculino de tremendo poder y majestad. Hay evidencia de
que las madres alentaban a sus hijas a besar y acariciar estatuas o íconos así como
algunas niñas hoy juegan con una muñeca. Las imágenes familiares eran consideradas
como miembros honorables de la familia, e incluso a veces se nombraba a una imagen
como madrina de un niña.
La misma raíz mariana puede verse en el cambio de la posición de la mujer en la
sociedad caballeresca medieval. La mujer pasó a ser idealizada y se transformó en la
depositaria de lo que se llamó el amor cortés y romántico. El culto a la Virgen María
motivó un grado de mayor reverencia hacia la mujer y la maternidad. La caballería y
los trovadores alababan la lealtad a la mujer que había ganado el corazón de un
caballero, y exaltaban no sólo su belleza física sino especialmente la hermosura de su
ser interior.25
Alfred Weber: “En esta sociedad aparece entonces como centro la mujer,
llamada a actuar de árbitro del varón, en un curioso paralelo con el culto a
María Santísima, que es venerada en aquella época de manera idolátrica. Se
trata de una sociedad, en la cual los caballeros son los representantes de las
preciosas formas culturales de este período, las cuales muy pronto se
convierten en amaneradas. Y en esa sociedad, los caballeros no sólo
desenvuelven sus dotes varoniles, y sus aptitudes amorosas cortesanas, sino
también su productividad espiritual, sobre todo en la epopeya y en las
canciones. El clérigo, que antes lo había dominado todo en el terreno
espiritual, no es descartado, sino que, junto a la corte feudal, obtiene una
nueva tribuna en el centro espiritual de Europa.”26
No obstante, a lo largo de la Edad Media, la mujer representó un papel doble: el
de agente del Diablo para la perdición del hombre y el de esposa de Cristo para su
redención. Se consideraba a la mujer como fuente de todos los males a través de la
seducción sexual, su supuesta inclinación a lo sensual más que a lo espiritual e
intelectual, y su debilidad moral y espiritual por su descendencia de Eva. Por otro lado,
cuando la mujer se retiraba del mundo y se hacía monja pasaba a ser la esposa de
Cristo, dedicada a la intercesión por la redención de los hombres. En la Virgen María,
la mujer llegó al estatus de redentora y vencedora de la serpiente tentadora, a la que le
pisa la cabeza.27
El culto a los santos
El ingreso de grandes masas de paganos a la Iglesia llevó a la adoración de los
mártires, santos y reliquias. Los mártires cristianos ocuparon el lugar de los viejos
dioses y héroes en la devoción de las masas. A los martirologios se agregaron los
santos, que fueron reconocidos por su piedad ascética extraordinaria y su servicio a la
Iglesia. Después de Ambrosio y Jerónimo, sólo personas célibes o vírgenes podían
calificar para ser considerados santos. Con posterioridad al Concilio de Nicea (325) se
fue desarrollando la invocación formal a los santos como patrones e intercesores
delante de Dios. Se construyeron templos y capillas sobre las tumbas de los mártires y
se los dedicó a sus nombres (advocación). Allí se llevaban a los enfermos para su
sanidad y se celebraban fiestas en honor del mártir en el aniversario de su muerte,
mientras se veneraba alguna reliquia suya, a la que se atribuían poderes milagrosos.
A lo largo de la Edad Media, el número de santos se multiplicó notablemente, al
punto que el santoral llegó a contar con más de uno por cada día del año. La
canonización de los santos la hacía el obispo conforme con el testimonio de los fieles
de que habían ocurrido milagros por la intercesión del mismo. Los sínodos extendían
después la veneración de un santo a varias diócesis. Pero los papas empezaron a
reservarse el derecho de canonización de los santos. El primer santo canonizado por un
Papa fue Ulrico de Augsburgo (m. 973), canonizado por el papa Juan XV (993). El
papa Alejandro III reservó todas las canonizaciones a la Santa Sede. Los santos
canonizados eran inscritos en el Martirologio. Estos catálogos o listas de santos
aprobados se conocían ya desde el siglo IV; el más célebre era el Martirologio
Jeronimiano (450). En el siglo IX se compusieron muchos de estos catálogos, como el
de Wandelberto de Prum, el de Rábano Mauro o el de Adón de Vienne.
Patrick J. Geary: “La devoción a los santos era aceptada tan
universalmente, y el culto de las reliquias era una parte tan natural de la vida
humana, que la regulación y limitación de estos fenómenos no era siquiera
considerada, excepto sobre una base ad hoc cuando un caso de abuso o
fraude era tan evidente y tan dañino a la comunidad de los fieles que no
podía ser ignorado. Así los niveles de fuerza e intensidad por los cuales los
fieles, laicos y religiosos, procuraban ganar el favor de los santos se
desarrolló naturalmente y se incrementó en intensidad con la urgencia de los
problemas que eran traídos a la consideración de los santos.”28
Las Cruzadas contribuyeron notablemente a aumentar la devoción a los santos.
Después de la caída de Constantinopla en manos de los cruzados (1204), Occidente se
inundó de reliquias. Los papas y los obispos procuraron oponerse en cierta medida a la
superstición, al engaño y al tráfico ilegal de reliquias. Pero en muchos casos supieron
aprovechar la oportunidad de lucro y de control social que las mismas representaban.
Las fiestas de algunos santos como Nicolás, María Magdalena, Lorenzo y Juan
Bautista fueron declaradas de precepto, es decir, de observancia obligatoria.
Howard Clark Kee, et al.: “Los santos y sus reliquias, el peregrinaje y la
esperanza de una recompensa celestial encontraron su camino
profundamente en la conciencia de los hombres y mujeres medievales. El
cristianismo ofrecía esperanza para la vida venidera y significado en sus
vidas terrenales duras y precarias, tocando virtualmente todos los elementos
de su existencia cotidiana. Desde el nacimiento hasta la muerte, las vidas de
los campesinos giraban en torno de la iglesia de la villa, donde los infantes
eran bautizados, las parejas se casaban, y los afligidos oraban por las almas
de sus muertos, que estaban enterrados en el cementerio de la iglesia.”29
El culto al Diablo
La figura del Diablo y los demonios es tanto o más frecuente que la de santos y
ángeles en el arte y la literatura medieval. Se creía que el aire estaba plagado de
demonios y el Diablo era una presencia permanente y temible en la vida cotidiana. La
diabología y demonología de la temprana Edad Media estuvo dominada por el
monasticismo, que siguió el concepto tradicional del Diablo desarrollado por los
padres del desierto. Más tarde, el surgimiento de las ciudades permitió el desarrollo de
universidades y la comprensión escolástica del Diablo y sus acciones. También durante
la alta Edad Media, la comprensión cristiana de lo diabólico se alimentó de la teología
y las creencias musulmanas sobre el particular. No obstante, a lo largo de todo el
período medieval la creencia en Satanás ocupó un lugar muy importante.
Jeffrey Burton Russell: “El arte y la literatura siguieron, más bien que
condujeron, a la teología del Diablo. No obstante, dramáticamente
expandieron y fijaron ciertos puntos en la tradición. El esfuerzo por crear
unidad artística, por hacer el relato uno bueno y el desarrollo de la trama
convincente, llevó a un escenario en ciertas maneras más coherente que el de
los teólogos. El Diablo pasó por varios movimientos de declinación y
avivamiento en la alta y baja Edad Media. El decaimiento de Lucifer en la
teología de los siglos XII y XIII fue balanceado por el crecimiento de una
literatura basada sobre preocupaciones seculares tales como el feudalismo y
el amor cortés, y más tarde por el crecimiento del humanismo, que atribuyó
el mal a las motivaciones humanas más que a las maquinaciones de los
demonios.”30
A la figura del Diablo y los demonios se agregaba el temor a un sinnúmero de
otras criaturas malvadas, cuyo objetivo era molestar al ser humano, hacerlo sufrir o
destruirlo. La mayoría de estas criaturas diabólicas provenían del folklore pagano,
como duendes, gnomos, elfos, enanos, gigantes, monstruos, ogros y, sobre todos ellos,
el Anticristo. El Anticristo era el más importante de todos los cómplices del Diablo. Su
influencia era profunda en todas las cuestiones humanas y se creía que hacia el fin del
mundo vendría en la carne para conducir las fuerzas del mal en una última batalla
desesperada contra el bien. A la lista de ayudantes del Diablo se agregaban herejes,
judíos y brujas.
Se consideraba que el Diablo tenía mucho poder y se invocaba su ayuda de
múltiples maneras especialmente haciendo un pacto formal con él. Una vez hecho este
pacto era muy difícil deshacerse del mismo y de sus consecuencias. El compromiso y
veneración del Diablo estaba relacionado con la magia y varias otras prácticas del
ocultismo. La mayoría de los practicantes de las artes mágicas eran curanderos y
adivinos. El ejercicio de la magia médica estaba muy generalizado, mediante el uso de
hierbas y animales medicinales. Eran populares los encantamientos mediante el uso de
oraciones, bendiciones e invocaciones. Todo el mundo utilizaba algún tipo de amuleto
o talismán protector, y se creía en el poder de ciertas piedras semipreciosas para curar
o proteger del mal. La adivinación y la brujería se desarrollaron notablemente a lo
largo de toda la Edad Media, al igual que la astrología, la magia astral, la cábala, la
necromancia y más tarde la alquimia.
Richard Kieckhefer: “Los misioneros medievales tempranos en su conflicto
con la religión germana y celta pudieron predicar contra la magia. No
obstante, al hacer acomodaciones a la cultura germana y celta permitieron
prácticas que según definiciones medievales tardías serían consideradas
como mágicas y quizás demónicas. Sin duda la confusión se incrementó por
la importación más o menos simultánea de diferentes tipos de magia de la
cultura árabe. El arribo de las ciencias ocultas, basadas en la metafísica y la
cosmología, prestó una nueva respetabilidad a la magia no demoníaca, pero a
lo largo de la misma ruta de transmisión cultural vinieron elementos clave de
necromancia.”31
EL PROBLEMA ECLESIOLÓGICO
El papado
La idea del papado comenzó a desarrollarse en Occidente durante el tiempo de las
invasiones germanas (450–750). Para entonces Roma era muy débil, pero el obispo de
Roma se consideraba sucesor del emperador romano. En razón de sus conflictos con el
imperio bizantino, el papado buscó a un rey occidental que resucitara al Imperio en el
Oeste y restaurara la unidad política y la fuerza de los países católicos latinos. Este
avivamiento y reconstrucción ocurrió a principios del siglo IX bajo Carlomagno, y la
idea del imperio fue muy significativa en Occidente desde el siglo IX al XIV,
especialmente entre los monarcas germanos.
Ya hemos considerado cómo las divisiones políticas y geográficas del Imperio
afectaron la organización de la Iglesia. El área de la jurisdicción episcopal se
transformó en “diócesis,” que había sido la división administrativa imperial instituida
por Diocleciano. De igual modo, las “provincias” del Imperio pasaron a ser el ámbito
administrativo de los arzobispos o metropolitanos, que adquirieron poder en razón de
gobernar sobre las ciudades más importantes del Imperio. Mientras tanto, en el Imperio
Bizantino, los obispos de las ciudades más importantes (Constantinopla, Alejandría y
Antioquía) recibían el título de patriarcas. La ventaja del obispo de Roma, el más
importante en Occidente, fue que no tuvo competidores por el poder y esgrimió
argumentos bíblicos con gran consistencia. Al no tener demasiados conflictos
teológicos ni políticos a los que hacer frente, el obispo de Roma (o Papa) pudo
desarrollar mayor poder y prestigio y extender y afirmar su autoridad (papado). De este
modo, el papado fue el continuador de la autoridad imperial romana y la teoría de una
monarquía teocrática encontró en esta institución una vía de expresión.
Quien más hizo por afirmar la idea del papado como institución fue el papa
Gregorio I el Grande. Al tiempo que afirmó la autoridad pastoral de los obispos en la
Iglesia, Gregorio era bien consciente de que el obispo de Roma era más que un mero
obispo. Como obispo de Roma, él era sucesor de Pedro, primado de la Iglesia, y servus
servorum Dei, “siervo de los siervos de Dios.” Gregorio expresó la autoridad del
papado en términos de responsabilidad, jerarquía y poder, ya que quien tiene mayor
responsabilidad tiene que gozar de mayor poder. En razón de que el Papa era
responsable delante de Dios por su ministerio como líder de la Iglesia cristiana,
demandaba una autoridad ilimitada en orden a llevar a cabo la obra divina que se le
había confiado.
No obstante, una cosa era desarrollar la ideología del papado, y otra muy
diferente era afirmar el liderazgo del papado en Europa occidental, especialmente
frente a los poderes seculares. A lo largo de la alta Edad Media el papado estuvo
involucrado en hacer prevalecer su pretensión de dominio absoluto frente a los
monarcas nacionales cuyo poder estaba en ascenso. Para cuando el papado alcanzó el
máximo de su poder temporal y prestigio en el siglo XIII, con el papa Inocencio III,
pasó a ocupar un lugar más en el concierto de otros poderes emergentes, que con el
tiempo le pondrían límites y en definitiva reducirían su impacto en la conducción de la
cristiandad europea occidental. Para fines del período medieval, estaba claro que el
papado debía renunciar a toda ambición de poder mundano y debía reformarse para
dedicarse a una tarea más específicamente religiosa y pastoral.
Inocencio III fue el Papa que sostuvo las pretensiones de autoridad y poder más
grandes de todo el papado medieval. Él no agregó nada nuevo al concepto del papado,
pero procuró hacer valer su convicción sobre la supremacía del papado sobre cualquier
otro poder en el mundo.
Kenneth S. Latourette: “[Inocencio III] soñaba con la cristiandad como una
comunidad en la cual el ideal cristiano había de ser realizado bajo la
dirección papal. Como sucesor de Pedro, el Papa—así lo creía Inocencio—
tenía autoridad sobre todas las iglesias. Al menos en una ocasión, además, él
declaró que él como Papa era el vicario de aquel de quien se había afirmado
que era el Rey de reyes y Señor de señores. Escribió que Cristo ‘legó a Pedro
el gobierno no sólo de la Iglesia sino también de todo el mundo’. También
dijo que Pedro era el vicario de aquel de quien son la tierra y lo que en ella
está, el mundo y los que en él habitan … Admitía que a los reyes les eran
confiadas ciertas funciones por comisión divina, pero también afirmaba que
Dios había ordenado tanto el poder pontifical como el real, lo mismo que él
creó el sol y la luna, y que como ésta recibe su luz de aquél, así el poder real
deriva su dignidad y su esplendor del poder pontifical. Además, como
sucesor verdadero de los grandes papas reformadores, Inocencio insistía en
que el poder del gobernante secular no alcanzaba al clero, sino que el clero
había de ser independiente de la ley del Estado y sujeto tan sólo a la de la
Iglesia.”32
El clericalismo
El surgimiento del clericalismo es anterior al período medieval. El gnosticismo
jugó un papel muy importante en hacer una diferencia entre aquellos que tenían el
conocimiento (gnosis) de los misterios de la religión y el común de la gente que los
ignoraba. De este modo, los obispos (pastores) surgieron como hombres que
ostentaban una autoridad religiosa y dogmática, administrativa y pastoral por encima
de cualquier otro creyente. Ellos tenían la responsabilidad de definir el dogma y ejercer
un control absoluto sobre el rebaño. Los presbíteros (sacerdotes) surgieron como
asistentes de los obispos. Los sacerdotes estaban bajo la autoridad del obispo y lo
asistían en su ministerio en la catedral y en las congregaciones locales que dependían
de ella y eran parte de su diócesis. Se creía que la autoridad de los obispos derivaba de
su ordenación mediante la sucesión apostólica, es decir, de Cristo a través de los
apóstoles y por sus sucesores legítimos a todos los obispos. El misterioso poder
espiritual de la Iglesia era considerado como emanando de Cristo en una línea directa
hasta el que ocupaba cada sede episcopal.
El desarrollo de la jerarquía eclesiástica fue también alentado por el crecimiento
del sacramentalismo. A través de los ritos misteriosos de los sacramentos el creyente
podía obtener acceso a la gracia salvadora de Dios. Por ser los únicos administradores
de los sacramentos, los sacerdotes adquirieron un gran poder y prestigio, y se
consideraba que tenían una relación especial con Dios. Tan especial era esta relación
que parte de su deber era ofrecer el sacrificio de la misa de manera regular y
permanente, incluso estando solos o fuera de la congregación. Esto hizo que los
miembros del clero adquiriesen un estatus social y espiritual superior al de cualquier
otra persona en la sociedad medieval. Esta diferenciación era marcada mediante el uso
de vestimentas especiales, la tonsura del cabello, el celibato y una vida alejada de lo
que se consideraba mundano.
No obstante, muchos clérigos y monjes estaban lejos de practicar los ideales de la
fe que profesaban. El voto de castidad era violado permanentemente por la mayoría de
los clérigos. Borracheras, venalidad y simonía eran comunes. Los deberes sacerdotales
eran llevados a cabo a la ligera y sin dedicación. En algunos casos, el clero se
involucró en prácticas ocultistas e incluso satánicas. Los obispos se transformaron en
magnates que se ocupaban más de las cuestiones temporales que de sus deberes
espirituales y pastorales. Todo el mundo respetaba el oficio sacerdotal, pero muchos
resistían los abusos del clero y expresaban una actitud anticlerical. El desarrollo del
clericalismo puso en evidencia el contraste entre el ideal del evangelio cristiano y la
corrupción del mismo.
Kenneth S. Latourette: “Los muchos esfuerzos para la reforma del clero y
los monasterios y de la Iglesia como un todo son al mismo tiempo una
indicación de una vida religiosa que no podía permanecer satisfecha con los
abusos o con nada menos que la perfección establecida en los Evangelios, y
con los alejamientos patentes y crónicos de ese modelo. La introducción del
cristianismo [al clericalismo] trajo una tensión entre lo ideal y lo real.
Muchos fueron atraídos, pero muchos también estaban contentos con
encontrar un estilo de vida más o menos confortable en las concesiones y
otros emolumentos provistos por los fieles.”33
El sacerdotalismo
Debido al sacramentalismo y el clericalismo, el sacerdocio (sacerdotium) ocupó
una posición elevada por encina de la posición de otros miembros de la Iglesia. Sólo
los sacerdotes podían llevar a cabo el milagro de la eucaristía (transubstanciación) y
darle validez a los demás sacramentos de la Iglesia. Con la institución de una jerarquía
eclesiástica, el sacerdocio de todos los creyentes se perdió y se creó la noción contraria
al Nuevo Testamento del creyente común como laico (es decir, perteneciente al
pueblo). De este modo, el laicado quedó bajo la autoridad de la jerarquía, sujeto a los
sacerdotes y los obispos. Los dones del Espíritu Santo, que en los primeros siglos del
testimonio cristiano habían estado en manos de todos los creyentes, ahora eran
privilegio exclusivo de la jerarquía. Con todos los cinco ministerios bíblicos
(predicación, enseñanza, comunión, adoración, servicio) ocurrió lo mismo. Los laicos
quedaron limitados al papel de espectadores de los rituales sagrados llevados a cabo
por los sacerdotes y obispos.
En relación con los sacerdotes y su autoridad para llevar a cabo los misterios
sacramentales, se decía que era su oficio y no la calidad de su conducta la que daba
efectividad al milagro sacramental. Esto era así, se decía, porque el sacerdote no
actuaba como ser humano, sino como representante de Cristo y oficial de la Iglesia. El
sacerdote era el único que podía, mediante las palabras y fórmulas prescritas, hacer que
los sacramentos operasen como vehículos de gracia salvadora.
En razón de que la parroquia era la unidad básica de la organización de la Iglesia
y que el sacerdote era el personaje más importante de la comunidad, su prestigio y
poder casi no tuvieron competencia. La edad para acceder a los órdenes mayores era de
treinta años para el sacerdocio, veinticinco para el diaconado y veinte para el
subdiaconado. Los sacerdotes que vivían en pueblos gozaban de una variedad mayor
de servicios y oportunidades para su desarrollo. En las iglesias más grandes, los
sacerdotes vivían en una comunidad semimonástica conforme con una regla (canon)
de donde se deriva el nombre de cánones para estos sacerdotes. Estas comunidades
sacerdotales eran llamadas collegia y se designaba a estas iglesias como colegiales.
Los cánones estaban asociados también con las catedrales, en las que servían como
asistentes de los obispos. Durante el siglo XII, los cánones de las catedrales (conocidos
colectivamente como el capítulo) llegaron a jugar un papel decisivo en la selección de
nuevos obispos.
Carl A. Volz: “Los sacerdotes que servían en las grandes iglesias urbanas
eran sostenidos mediante legados de tierra que producían renta y que se
llamaban prebendas. Algunos cánones abusaron del sistema en la baja Edad
Media cuando se dedicaron a colectar los derechos de varias prebendas, con
cuya renta contrataron a substitutos (vicarios) para cumplir con sus deberes.
Se promulgaron regulaciones que estipulaban que todo sacerdote debía pasar
al menos un tercio de cada año en residencia en su parroquia. El surgimiento
de los pueblos e incluso de las grandes ciudades a comienzos del siglo XII,
junto con la aparición de las universidades, incrementó considerablemente
las oportunidades para la educación y el mejoramiento clerical.”34
La separación y distinción marcada por el sacerdotalismo encontró un fuerte
elemento definidor en la práctica del celibato sacerdotal. Con anterioridad a la Edad
Media ya se consideraba al celibato como indicación de santidad, y en consecuencia,
como requisito necesario para aspirar al sacerdocio. No obstante, fue dentro de los
círculos monásticos que el celibato fue elevado por primera vez a un estado
obligatorio, y de allí pasó a ser requerido a todo el clero. El celibato romano era
diferente del aprecio bizantino por el matrimonio de su clero. En el Este, sacerdotes y
diáconos continuaban con su vida matrimonial después que eran ordenados. Sólo se
obligaba a los obispos a enviar a sus esposas a monasterios distantes.
El sacramentalismo
Es a lo largo de la Edad Media que la práctica y doctrina del Bautismo y de la
Eucaristía se desarrollaron considerablemente con un tinte mágico. Ambos ritos
cristianos adquirieron en estos siglos un marcado carácter sacramental, es decir, se los
consideró como sacramentos. El sacramentalismo es el concepto teológico que
considera al sacramento como una forma visible de la gracia invisible de Dios. Este
concepto apareció bien temprano en la historia del cristianismo y debe mucho de su
contenido a formulaciones procedentes del helenismo. No obstante, fue a lo largo de la
Edad Media que el sacramentalismo se afirmó de manera definitiva, especialmente en
relación con el Bautismo y con la Eucaristía.
Durante la alta Edad Media, los sacramentos se organizaron y sistematizaron.
Hugo de San Víctor (1097–1141) consideraba que eran treinta en total, siguiendo el
modelo de Agustín. Pero su contemporáneo Pedro Lombardo, en sus Sentencias
produjo una sistematización que consideraba sólo siete y los distinguía de los
sacramentales menores. Sus conclusiones recibieron el sello de ortodoxia en el Cuarto
Concilio Laterano y su sistema fue finalmente confirmado y establecido
teológicamente por Tomás de Aquino en su Suma teológica e impuesto oficialmente
por el Concilio de Florencia (1439). Según Lombardo y Aquino, los sacramentos
confieren gracia divina simplemente al ser ejecutados (ex opere operato). Esto es lo
que se conoce como sacramentalismo.
Bautismo. La comprensión del bautismo fue afectada por la controversia entre
Agustín de Hipona y Pelagio. La doctrina del pecado original, que sostenía Agustín,
resultó en la comprensión del bautismo como medio de salvación y fomentó la
necesidad de bautizar a los niños para que no fueran al infierno o al limbo. La alta tasa
de mortalidad infantil, característica de los tiempos medievales, hizo que el bautismo
se practicara cada vez más temprano en el recién nacido. Además, en razón del
concepto de cristiandad, el bautismo llegó a ser no sólo el medio de ingreso a la
comunión en la Iglesia sino también a la sociedad cristiana (Estado).
A partir de Gregorio I comenzó a practicarse una sola inmersión del catecúmeno
(hasta entonces se lo sumergía tres veces, desnudo). La aspersión para entonces era
bastante común y se la consideraba como equivalente a la inmersión. De todos modos,
el bautismo era considerado como un rito de purificación en el que todos los pecados
previos eran lavados y la persona comenzaba la vida eterna. Sólo el martirio podía ser
un substituto válido para el bautismo. Generalmente, los bautizados eran adultos, pero
el bautismo de infantes ya estaba bien difundido a comienzos de la Edad Media y llegó
a ser la práctica universal durante estos siglos.
Carl A. Volz: “El Bautismo ocupó un lugar a la cabeza de los sacramentos
porque era por él que se hacían nuevos cristianos. Si bien en la iglesia
primitiva el número de bautismos de adultos era grande, para el año 1200 la
mayor parte de los adultos ya había entrado a la Iglesia, y los bautismos eran
primariamente de niños. Bajo Carlomagno el gran bautisterio para adultos
dio lugar a una fuente más pequeña, y la inmersión fue reemplazada por la
aspersión, pero los infantes siguieron siendo sumergidos en grandes fuentes
hasta el siglo XVI. El rito era acompañado del uso de símbolos—agua, vela,
vestidura blanca, sal y aceite. En una edad posterior el niño recibía la
Confirmación, que era una afirmación del Bautismo.”35
Hacia fines del período medieval comenzó a desarrollarse la idea de que con el
bautismo el alma quedaba sellada con un “sello” indeleble, con lo cual no era
necesario repetirlo. Lo mismo se afirmaba de los sacramentos de la confirmación y de
la ordenación. Esto era una conclusión lógica a partir del concepto agustino de que el
bautismo de los donatistas era válido, y por lo tanto no era necesario repetirlo aun
cuando los herejes donatistas se arrepintieran y reconciliaran con la Iglesia Católica.
Eucaristía. La celebración de la Eucaristía o Santa Comunión, acompañada de
ciertas oraciones, continuó siendo a lo largo de la Edad Media el clímax de la
adoración cristiana, tanto en Oriente como en Occidente. En estos siglos se confirmó la
comprensión sacramental de la Eucaristía en Occidente, al afirmarse la presencia real
de Cristo en los elementos, su transformación substancial (transubstanciación) y su
carácter como renovación del sacrificio expiatorio. Como vimos más arriba, en el siglo
IX, Ratramno fue uno de los últimos escritores en describir los elementos de la
Eucaristía como “símbolos,” pero su libro fue condenado en 1050. Él se oponía a
Pascasio Radberto que asumió la posición realista, que afirmaba una presencia real de
Cristo en los elementos eucarísticos y anticipaba la idea de la transubstanciación de los
mismos. Así, pues, alrededor del año 1000, ya estaba bien generalizada la idea de que
en la Eucaristía el signo es lo mismo que aquello que significa o señala (posición
realista). Finalmente, el Cuarto Concilio Laterano (1215) afirmó la idea de la
transubstanciación y enseñó que la sustancia del pan y del vino es cambiada en el
cuerpo y en la sangre reales de Cristo.
Aquino defendió la transubstanciación usando categorías aristotélicas, lo cual dio
lugar a nuevos énfasis y prácticas. La eucaristía se transformó en el rito máximo del
culto y hubo un aumento de devociones fuera de la liturgia. Entre estas devociones
secundarias una de las más populares fue la fiesta del Corpus Christi (cuerpo de
Cristo), en la que se veneraba a la hostia consagrada. Los laicos quedaron excluidos de
la participación del vino, para evitar que derramaran el vino transubstanciado en la
sangre de Cristo. También empezaron a celebrarse misas (sacrificios eucarísticos) por
los muertos y misas privadas.
En Oriente, ya desde el siglo IV se sostenía que Cristo se hacía presente en los
elementos sacramentales durante la oración conocida como la Invocación. Se oraba
para que el Espíritu Santo descendiera y efectuara el cambio de los elementos
consagrados. En Occidente se creía que la consagración de los elementos ocurría
cuando se pronunciaban las palabras de Jesús: “esto es mi cuerpo … éste es el nuevo
pacto en mi sangre.” En Oriente la acción consagratoria era la epiklesis u oración
invocando al Espíritu Santo. Esta oración central era recitada como un susurro por el
sacerdote, lo cual acentuaba el misterio del acto pero también alienaba a la gente de la
participación en el mismo.
La presencia real de Cristo hacía de la Cena tanto un sacrificio como un acto de
comunión. En Oriente se enfatizaba el aspecto de la comunión según la cual la Cena
era un misterio vivificador, por el cual el participante recibía el cuerpo y la sangre
transformadores del Señor, y de ese modo participaba de la naturaleza divina. En
Occidente, donde se afirmaba que la salvación venía a través de una correcta relación
con Dios a través de un sacrificio, se concebía a la Eucaristía como un drama en el que
el sacerdote, detrás de un velo, ofrecía un sacrificio a Dios y apelaba a él para que se
mostrara misericordioso hacia aquellos por quienes se ofrecía tal sacrificio.
Hubo controversias entre el Este y el Oeste en cuanto a la práctica de la
Eucaristía. En Occidente se generalizó la práctica de usar pan sin levadura (azymes) y
desde el siglo VIII en adelante se usaron hostias para la comunión. En Oriente, por el
contrario, se utilizó pan común. El Cuarto Concilio Laterano (1215) estipuló que todos
los cristianos debían comulgar por lo menos una vez al año, y especialmente para
Pascua. Para los siglos XI y XII la misa era exclusivamente una ceremonia sacerdotal
en la que las personas participaban como espectadores pasivos. Además, al ser llevada
a cabo en latín y con el sacerdote de espaldas a la congregación, era ininteligible para
la mayor parte de las personas.
EL PROBLEMA MISIONOLÓGICO
Misión y monasticismo
A diferencia de sus antecesores orientales, los monjes occidentales no sólo se
dedicaron a la vida contemplativa y de separación del mundo, sino que se
transformaron en la fuerza misionera más importante, especialmente durante la
temprana Edad Media. Desde el siglo VI en adelante, la mayoría de los misioneros de
la Iglesia Romana y de la Iglesia Griega eran hombres y mujeres que habían hecho
votos monásticos. Entre los primeros, los monjes irlandeses ocuparon un lugar muy
particular. Eran hombres de un buen nivel de educación y de gran celo religioso, que
orientaron su vocación hacia la tarea misionera y fueron así pioneros en la conversión
de los paganos anglosajones y en sus intentos por reformar la Iglesia en Galia. La
estructura no jerárquica de sus monasterios, donde el abad no tenía autoridad sobre los
monjes, sino que éstos eran libres para ir y venir como les parecía bien, favoreció el
desarrollo de sus aventuras misioneras. Norman E. Cantor señala, además, que “los
misioneros celtas que comenzaron la conversión del norte de Inglaterra a fines del
siglo VI y principios del VII trajeron con ellos su profunda erudición, y las escuelas
anglo-sajonas de los siglos VII y VIII se debieron en parte a las contribuciones de la
erudición irlandesa.”36
En el caso de los benedictinos, con el tiempo se tornaron más elitistas y sus
cuadros estuvieron integrados mayormente por personas pertenecientes a la nobleza.
No obstante, si bien la mayoría de los monjes permaneció en sus monasterios y sujetos
a sus votos, en el siglo VIII los monjes benedictinos más capaces dejaron con
frecuencia sus comunidades para dedicarse a la obra misionera. De este modo, el
monasticismo de Benito de Nursia, que había sido pensado como una forma de huir del
mundo civilizado para dedicarse a una vida contemplativa, se transformó en la
temprana Edad Media no sólo en una parte integral de la sociedad sino también en una
fuerza salvadora de primera importancia en la civilización caótica que siguió a las
invasiones germanas.
Fue especialmente en el continente europeo que los monjes jugaron un papel
importante en la conversión de numerosos pueblos paganos. A fines de la última
década del siglo VII, monjes anglosajones comenzaron a misionar entre los frisios
paganos de los Países Bajos. Muy pronto estos misioneros tomaron contacto con los
carolingios, la nueva familia dominante en Francia. Bajo la dirección de Pipino el
Breve, se transformaron en la vanguardia de la expansión de los francos al norte del río
Rin.
Norman E. Cantor: “La actitud de simpatía de los carolingios hacia los
misioneros anglo-sajones estuvo motivada por su deseo de aparecer como
amigos de la Iglesia, cuyo apoyo moral podía ser especialmente útil en vista
de su propio dudoso derecho legal a dominar la monarquía francesa, y en
razón de que creían que la cristianización de las tribus germánicas de la
frontera haría más fácil su absorción efectiva a la monarquía franca.”37
En este proceso, algunos misioneros, como Bonifacio, jugaron un papel
fundamental, ya que fueron los gestores de la primera Europa. Bonifacio no sólo fue el
apóstol de Alemania, sino también el reformador de la Iglesia franca y el principal
gestor de la alianza entre el papado y la dinastía carolingia. Sus labores misioneras en
Alemania fueron de gran trascendencia, ya que colocó bajo la civilización cristiana
latina a un amplio territorio de Europa occidental y echó los cimientos de la Iglesia
alemana, que ya en el siglo X se destacó por la intensa calidad de su religiosidad. El
profundo espíritu misionero de los monjes anglosajones de la temprana Edad Media
está bien ilustrado por una carta que Bonifacio dirigió a todos los obispos y clero de la
Iglesia en Inglaterra, solicitando su asistencia en la labor misionera que estaba
llevando a cabo.
Bonifacio: “Humildemente les rogamos … que la palabra de Dios pueda
avanzar y ser glorificada. Les encarecemos que estén alertas en la oración
para que Dios … pueda volver los corazones de los sajones paganos a la fe
católica … y reunirlos entre los hijos de la Madre Iglesia. Tengan compasión
por ellos, porque ellos mismos están diciendo ahora: ‘Todos nosotros somos
de una sola sangre y hueso con ustedes.’ … Además, que sea notorio a
ustedes que al hacer esta apelación cuento con la aprobación, la conformidad
y la bendición de dos pontífices de la Sede Apostólica.”38
Las labores misioneras de estos monjes benedictinos y sus esfuerzos por
cristianizar el occidente europeo pusieron en movimiento un complejo de ideas e
instituciones que llegaron a configurar la civilización de la primera Europa. Por cierto
que este mundo de tensiones, ambigüedades, logros y desengaños estaba bastante más
allá de los ideales puros y simples y de las expectativas misionológicas de los
misioneros anglo-sajones.
Misión y expansionismo
Una constante de los grandes emprendimientos misioneros de todos los tiempos
es que los misioneros acompañan a los ejércitos y mercaderes de los poderes
dominantes, en el proceso de su expansión territorial. En la historia del cristianismo, la
expansión del poder carolingio durante el siglo IX fue clave para determinar el éxito de
la empresa misionera en Europa occidental. En la conversión de los pueblos paganos al
norte del río Rin dos factores se asociaron de manera estrecha: el celo misionero de los
monjes anglo-sajones y la fuerza militar de la dinastía carolingia.
Evangelización belicosa. Durante el período carolingio, la expansión del
cristianismo estuvo ligada directamente a la expansión territorial de los francos. Esto
se vio claramente en la evangelización del norte de Europa y especialmente de Europa
central. Los francos querían crear una estructura social y cultural que fuese cristiana
por definición. El resultado de tremenda empresa fue un maravilloso sentido de unidad
y coherencia bajo el signo de la cruz. Esto le dio a Europa occidental un gran
dinamismo cultural, pero implicó cierto grado de intolerancia doctrinaria, litúrgica, y
en el fondo cultural y social, lo cual no hizo posible el desarrollo de una Iglesia
auténticamente ecuménica. Por lo menos, una Iglesia que combinara lo mejor de las
tradiciones cristianas de Oriente y de Occidente.
Paul Johnson: “Se obtuvo la unidad profunda a expensas de la unidad
amplia. La penetración cristiana en todos los aspectos de la vida de
Occidente significó la creación de una estructura eclesiástica muy
organizada, disciplinada y particularista, que no podía permitirse la
concertación de un compromiso con los desvíos orientales. Más aún, el sesgo
imperioso de la Iglesia carolingia poco a poco tiñó las actitudes del papado y
rigió a la postura romana mucho después de que el propio Imperio carolingio
desapareciera. Durante los siglos X y XI Roma utilizó, en sus
enfrentamientos con Constantinopla, argumentos que habían sido concebidos
por la corte franca en los siglos VIII y IX, y a los que en ese momento
aquélla se había opuesto, o bien había intentado moderar.”39
La importancia de la violencia como método misionológico fue un rasgo
especialmente acentuado en Occidente. Los cristianos orientales tendieron a seguir las
enseñanzas de Basilio de Cesarea, para quien la guerra era una práctica vergonzosa.
Ésta había sido la actitud de la tradición cristiana original. Pero en Occidente se
siguieron las enseñanzas de Agustín de Hipona, para quien la guerra era “justa” si era
la voluntad de Dios. De allí que cuando Urbano II predicara la primera Cruzada lo hizo
al grito de: “¡Dios lo quiere!” Por otro lado, el uso de la fuerza era meritorio cuando se
lo orientaba contra los que afirmaban o sostenían otras creencias religiosas o ninguna.
Las Cruzadas se transformaron así, probablemente, en la empresa más monumental de
evangelización belicosa emprendida por la cristiandad occidental.
Cuatro factores confluyeron en el desarrollo de las Cruzadas militares. El primero
fue el desarrollo de la Reconquista española, que estuvo cargada de un profundo
contenido espiritual y de fanatismo religioso. El segundo fue el temple violento de los
pueblos germánicos, especialmente los francos y más tarde los anglosajones, siempre
afectos al uso de las armas. El tercero fue el peso de la tradición histórica, ya que los
francos, desde los días de Carlomagno, habían asumido el derecho y el deber de
proteger los lugares santos de Jerusalén y a los peregrinos occidentales que los
visitaban. Y, el cuarto fue la idea de unir la expansión territorial a expensas de los
infieles con la práctica de la peregrinación religiosa masiva y armada a Tierra Santa.
Paul Johnson: “La idea de que Europa era una entidad cristiana, que había
adquirido ciertos derechos inherentes sobre el resto del mundo a causa de su
fe y de su deber de extenderla, armonizaba perfectamente con la necesidad
de hallar una salida tanto a su afición a la violencia como al exceso de su
población.… Por consiguiente, las Cruzadas fueron hasta cierto punto un
extraño episodio a medio camino entre los movimientos tribales de los siglos
IV y V y la migración transatlántica masiva de los pobres en el siglo XIX.”40
No obstante, las Cruzadas fueron un derroche de violencia, pero
misionológicamente fueron nulas. Los cristianos occidentales gobernaron a la
población conquistada como una elite colonialista. No se realizó ningún esfuerzo por
convertir a los musulmanes y los ataques contra Constantinopla debilitaron
radicalmente a la cristiandad bizantina. Sin embargo, el espíritu de cruzada caracterizó
la mayor parte de los esfuerzos evangelísticos y misioneros de la alta y baja Edad
Media. En muchos casos, no se podía entender de qué otra manera podía predicarse el
evangelio que no fuese a punta de espada. Las excepciones a esta estrategia bélica
fueron Francisco de Asís y Raimundo Lulio, en sus intentos por llegar a los
musulmanes con el evangelio.
Paul Johnson: “Un aspecto que seguramente debe parecer extraño al
historiador es que ni la cristiandad occidental ni la oriental crearon órdenes
misioneras. Hasta el siglo XVI el entusiasmo cristiano, que adoptó tantas
otras formas, nunca se orientó institucionalmente por este canal. La
cristiandad continuó siendo una religión universalista. Pero su espíritu
propagandístico se expresó durante la Edad Media en distintas formas de
violencia. Las cruzadas no fueron iniciativas misioneras sino guerras de
conquista y experimentos primitivos de colonización; las únicas instituciones
cristianas específicas que ellas originaron, las tres órdenes caballerescas,
fueron cuerpos militares.”41
Evangelización urbana. La decadencia del feudalismo y el restablecimiento del
poder real significaron un cambio en la comprensión de la misión cristiana. El régimen
feudal había provocado la desintegración política y territorial de Europa en pequeños
Estados, gobernados por señores representantes de la nobleza. Pero a fines del siglo
XIII, el feudalismo comenzó a declinar en Francia e Italia y si bien el sistema se
prolongó por más tiempo en Alemania e Inglaterra, hacia el año 1500 ya se había
extinguido totalmente en Europa occidental.
CUADRO 13 - CAUSAS DE LA DECADENCIA DEL FEUDALISMO
EL PROBLEMA APOLOGÉTICO
Las herejías
Uno de los problemas que más agobió a la Iglesia en Occidente durante la alta
Edad Media fue el problema de la herejía. Al finalizar el siglo XII, la Iglesia debió
hacer frente a diversos movimientos de disidencia y renovación, e incluso grupos
heréticos, que representaban una reacción contra el estado calamitoso del clero y los
abusos del papado. Algunos de estos movimientos procuraban la recuperación de un
cristianismo más bíblico y semejante al de los primeros siglos. Los más importantes de
estos movimientos fueron los encabezados por los albigenses o cátaros y los valdenses.
Rodolfo Puiggrós: “Como la teología abarcaba entonces en profundidad y
extensión toda la superestructura del feudalismo y lo consideraba un régimen
estático sin tolerar competencias ni críticas, a cualquier movimiento
revolucionario se le colgaba el sambenito de hereje. Oponerse al orden social
establecido equivalía a oponerse a la Iglesia. Es cierto que las querellas entre
el trono y el altar o las rivalidades entre los señores parecían agitar nada más
que la superficie del régimen sin modificarlo, pero aun así provenían de la
ebullición de factores internos, cuya acción se prolongó en el curso de la
Edad Media, a través de un sordo y constante descontento que estallaba
convulsiva y esporádicamente sin desprenderse de su cobertura religiosa e
hizo crisis a fines del siglo XII.”44
El fin de la cultura de la alta Edad Media se vio marcado por una profunda
percepción de la crisis del orden tradicional. Las certidumbres que se habían logrado
en este período comenzaron a hacer agua y el naturalismo encontró vías de desarrollo.
No obstante, hubo una exaltación del sentimiento religioso, que tendió a apartar a
muchos de las vías cada vez más racionales que adoptaba la teología oficial. Como
indica José Luis Romero: “En el campo de las creencias populares, aparecieron
numerosas herejías cuyo signo era el retorno a la verdad simple y pura del evangelio,
con prescindencia de todo el vasto aparato de saber intelectual que la escolástica había
construido, y con prescindencia también del vasto aparato de poder que la Iglesia
significaba y que había adquirido una desmesurada importancia a lo largo del duelo
sostenido por el papado y el imperio.”45
Movimientos. Los cátaros (puros) representaron la herejía más difundida de todas
las herejías medievales. El nombre de cátaros se utilizó por primera vez en el Concilio
de Tours (1163). También recibieron el nombre de albigenses. Este nombre se debió a
que la primera diócesis cátara se constituyó en la ciudad de Albi, en el sur de Francia.
Los cátaros predicaban la abstinencia de todo lo que suponían impuro, como una
reacción a la laxitud moral del clero, especialmente los monjes. La doctrina de los
cátaros tenía cierta inspiración oriental ya que admitía la existencia de dos principios:
el bien y el mal. Al primero pertenecía el alma y al segundo el cuerpo. Para defender el
alma, creada por Dios, era preciso destruir el cuerpo, símbolo de impureza. En base a
esto, algunos cátaros recomendaban el suicidio y condenaban el matrimonio. Los
cátaros creían en la trasmigración del alma, la que luego de abandonar el cuerpo solía
pasar al de un animal. Por eso se abstenían de matar animales y no consumían carne, ni
leche ni huevos. No admitían más sacramentos que la penitencia y el bautismo.
Estos movimientos de alguna manera estaban relacionados con los bogomilas
(amigos de Dios) de Bulgaria y Siria. Éstos fueron conocidos con distintos nombres
por toda Europa: umiliatos (humillados) en Italia, ketzer (herejes) en Alemania,
strigolniki (pelos cortos) en Rusia. La confusión acerca de los nombres revela cierta
confusión respecto a las ideas, pero en esencia todas estas herejías eran iguales.
Apuntaban a reemplazar al clero corrupto por una elite perfecta. Repudiaban a la
Iglesia institucional y querían restaurar un cristianismo similar al del Nuevo
Testamento. Algunos de ellos no reconocían otra autoridad que la que recibían
directamente del Espíritu, y rechazaban a la Iglesia, la Biblia y la encarnación de
Cristo, y eran marcadamente dualistas o maniqueos.
Los valdenses, también llamados “pobres de Lión,” tuvieron como inspirador
como vimos a Pedro Valdo, un rico comerciante de esa ciudad, que orientó su
ministerio a partir de una actitud ascética y repartió sus bienes entre los pobres. Valdo
adquirió notoriedad por su predicación pública del evangelio y su rechazo del
ministerio sacerdotal, afirmando que no hacía falta ninguna mediación humana o
institucional para obtener la salvación. También rechazó la eucaristía y prohibió el
culto a los santos como idolatría.
El primer canon del Cuarto Concilio Laterano (1215) contenía un credo
formulado cuidadosamente para expresar las diferencias que existían entre el
cristianismo latino y las creencias de los valdenses y albigenses. El Concilio condenó a
estas herejías y ordenó el castigo de todos los herejes que no se arrepintieran. Esto
mostró la nueva importancia del problema de la herejía a comienzos del siglo XIII. Por
primera vez desde la supresión del arrianismo, la fe ortodoxa se confrontaba con un
serio rival en Occidente. Había habido herejías menores en la temprana Edad Media e
incluso más tarde, pero generalmente fueron el resultado de pequeñas controversias
teológicas y más tarde de argumentos escolásticos, y en la mayor parte de los casos
casi no habían encontrado apoyo popular. Incluso un maestro tan bien conocido como
Abelardo no había causado un peligro real para la Iglesia cuando cayó en herejía
(según se lo acusaba). Una vez que sus errores fueron expuestos, él y sus seguidores
renunciaron a ellos uno por uno y el problema se terminó. Pero las nuevas herejías de
fines del siglo XII eran populares, no académicas; los herejes contaban con el apoyo de
miles de personas fuera del clero, y no podían ser eliminados simplemente usando
argumentos teológicos. La Iglesia tenía que encontrar métodos nuevos para combatir la
herejía y se tomó algún tiempo para hacerlo.
Bajo el pontificado de Inocencio III, la Iglesia reprimió con mano dura a los
movimientos heréticos, y para ello utilizó distintos recursos que variaron desde la
prédica hasta la excomunión. Como los herejes y disidentes persistieron en su actitud,
el Papa organizó una Cruzada que reunió gran número de señores franceses y
alemanes. Al mando del conde Simón de Montfort (m. 1218), la campaña duró unos
veinte años (1209–1229) y se caracterizó por su extremada violencia y crueldad. Los
albigenses, al mando del conde de Tolosa y el rey Pedro II de Aragón (m. 1213),
fueron derrotados en la batalla de Muret, en el sur de Francia (1213). La sangrienta
lucha prosiguió por algunos años y terminó con el triunfo de los cruzados, que
lograron exterminar a los herejes.
A estos casos de disidencia y herejía habría que agregar las numerosas
desviaciones dogmáticas, condenadas por concilios y papas, pero limitadas a los
círculos eclesiásticos intelectualizados. Berengario de Tours desconocía la presencia
real de Cristo en la eucaristía. Amalarico de Géne (m. 1206), teólogo de París que lo
divinizaba todo, proclamó el amor libre, llamaba Anticristo al Papa y anunciaba el
comienzo del reinado del Espíritu Santo. El calabrés Joaquín de Fiore (1145–1202),
profeta del evangelio eterno, del cual la Biblia no era más que un antecedente, y de la
era del amor con nuevos apóstoles, los fraticelli, constructores de la ciudad perfecta,
logró una audiencia importante.
A fines de la Edad Media se destaca la figura de Jerónimo Savonarola (1452–
1498), un dominico de Florencia, y su lucha contra la corrupción de la Curia romana
bajo el reinado de Alejandro VI. Savonarola fue un fogoso y popular predicador, que
empezó a conmover a sus auditorios anunciando el inminente juicio de Dios, y
llamando a sus oyentes al arrepentimiento y a una vida ascética. Según él, la Iglesia
sería renovada después de un período de aflicción, los incrédulos se convertirían y el
evangelio triunfaría sobre la tierra. Bajo su liderazgo, la ciudad de Florencia se vio
conmovida por un auténtico avivamiento espiritual. Pero esto le valió la enemistad del
papa Alejandro VI, quien le prohibió continuar con su predicación. Savonarola no sólo
retomó la predicación pública, sino que denunció valientemente los males de la Iglesia
y del papado. En 1497, el Papa lo excomulgó y más tarde amenazó a Florencia con el
interdicto. Esto comenzó a colocar a la opinión popular en su contra, hasta que un
franciscano lo acusó públicamente de herejía. Finalmente, el gobierno de la ciudad
arrestó a Savonarola y lo juzgó bajo tortura, y terminó por condenarlo, ahorcarlo y
quemar su cuerpo en 1498, según directivas de Alejandro VI.
Motivos. La razón principal del debilitamiento del control de la fe ortodoxa sobre
el pueblo era el disgusto de la gente con la conducta del clero. No es que los
eclesiásticos de fines del siglo XII eran más inmorales que sus predecesores—por el
contrario, su carácter había mejorado notablemente—sino que los laicos estaban
estableciendo una pauta mucho más alta para ellos. Ya no era suficiente que un clérigo
se abstuviese del pecado abierto; debía también llevar una vida de piedad activa. La
gente en las ciudades quería más instrucción religiosa; no estaban satisfechos con
cultos sin sermones, o con sermones recitados de un libro. Los laicos se rehusaban a
reverenciar a prelados y sacerdotes que vivían en lujo y que gastaban más tiempo en
administrar sus propiedades que el que invertían en cumplir con sus deberes religiosos.
Se acusaba a la Iglesia de preocuparse más por el aumento de su ingreso que por el
aumento del pecado, por exprimir el diezmo a los pobres que por darles caridad, por
promover a clérigos corruptos al obispado que por promover a los verdaderos santos.
La gente quería que el clero dedicara su tiempo a predicar en lugar de administrar, y
reclamaban que el dinero que tenían fuese utilizado en ayudar a los pobres y no en una
vida cómoda para ellos.
Rodolfo Puiggrós: “Las herejías procedían, en general, de las clases
oprimidas y atacaban sin tapujos al orden social establecido, desde dos
puntos de vista antitéticos, que solían confundirse en uno solo, siendo difícil
diferenciar el prevaleciente: a) para destruir el feudalismo y crear algo
confusamente entrevisto, cuyas bases materiales de desarrollo comenzaban a
apuntar, y b) para restaurar una sociedad prefeudal idealizada o, en
particular, las primitivas comunidades cristianas.
Ambos tipos de rebeldía (… una mirando al futuro y otra al pasado)
derivaban de la misma causa socioeconómica: la estructura interna de los
dominios feudales adaptada a una economía de autoabastecimiento era
corroída por la introducción desde el exterior de una economía de mercado, a
través de formas precapitalistas (comercio y usura).”46
Obviamente los laicos estaban tratando de aliviar algo de sus propios sentimientos
de culpa en cuanto a la codicia y a la usura atacando la avaricia del clero, pero el
ataque no carecía de fundamentos. Este reclamo era muy difícil de confrontar porque
el papado mismo había alentado a los laicos a demandar pautas morales altas de sus
pastores. Cuando Gregorio VII y Urbano II prohibieron a los sacerdotes con esposas o
concubinas celebrar la misa, se apoyaron en las congregaciones parroquiales para ver
que esta orden se cumpliese. De esta manera, el movimiento de reforma, al enfatizar la
importancia de pautas morales altas para el clero, hizo posible el desarrollo de la
herejía. Todo eclesiástico de influencia a lo largo del siglo XII denunció las vidas
malas de algunos miembros de su orden, y los líderes heréticos atrajeron poca atención
cuando comenzaron el mismo tipo de ataque. Muchos líderes comenzaron a extraer la
conclusión final y a enseñar que el clero ordenado del la Iglesia Católica Romana era
inútil. Miles de herejes que diferían en otras cuestiones concordaron en esta
convicción, y todos ellos pueden ser agrupados como “anti-sacerdotalistas.”
Los anti-sacerdotalistas eran especialmente fuertes en las ciudades. Esto era
natural, dado que las ciudades habían jugado un papel importante en el movimiento de
reforma y estaban bien preparadas para unirse a una nueva ola de indignación moral.
También es cierto que las personas en las ciudades estaban inclinadas a ser más críticas
y menos conservadoras que los campesinos y, por lo tanto, eran fácilmente seducidas
por las nuevas doctrinas. No estaban satisfechas con los cultos regulares de la Iglesia y
querían sermones entusiastas que denunciaran el vicio y la corrupción. Si los
sacerdotes de sus parroquias fracasaban en interesarlos, ellos estaban siempre listos
para escuchar a un revivalista de ortodoxia dudosa que predicara en cualquier esquina.
Manifestaciones. El carácter gregario de la vida urbana les daba a los habitantes
de las ciudades medievales oportunidades frecuentes para la discusión, y dado que la
religión era tan importante en sus vidas, eran afectos a dedicar mucho de su tiempo a
dialogar sobre ella. Las teorías anti-sacerdotalistas se generaban fácilmente en esta
atmósfera, y se esparcían de una ciudad a otra a través de los contactos comerciales.
Como resultado de esto, para el 1200 una buena proporción de la población urbana en
Europa occidental había aceptado alguna forma de herejía, y los demás habitantes
urbanos, si bien nominalmente se decían ortodoxos, eran muy críticos del clero. Los
anti-sacerdotalistas aceptaban la fe cristiana pero rechazaban la organización y
jerarquía de la Iglesia. No obstante, un grupo de herejes más peligroso era el de
aquellos que rechazaban la fe junto con la organización y la jerarquía.
Además, los líderes de los herejes se aprovechaban del bajo nivel de educación y
moralidad del clero cristiano católico. Los heresiarcas eran hombres capaces que
llevaban vidas virtuosas y practicaban un ascetismo extremo. Su prestigio era tan
grande que los viajeros buscaban su compañía a fin de sentirse protegidos por la
reverencia que ellos inspiraban. Los católicos ortodoxos pedían ser enterrados en los
cementerios junto a los herejes, de manera que pudieran descansar entre la “buena
gente.” Muchos señores feudales protegían a los líderes de los herejes y les permitían
predicar en público. Algunos nobles abiertamente aceptaban estas nuevas formas de la
fe y muchos más las practicaban en secreto. El éxito de la herejía se debió no sólo a la
virtud de sus maestros, sino también a la simplicidad de su doctrina. En el caso de los
cátaros, los líderes (los “prefectos”) tenían que llevar vidas bien ascéticas, pero no
ponían demasiadas restricciones sobre sus seguidores. Estos últimos, si tenían fe,
podían alcanzar la salvación simplemente recibiendo el rito final (el consolamentum)
de los “perfectos” en su lecho de muerte.47
La Inquisición
La Inquisición toma su nombre de un procedimiento penal específico: la
inquisitio, no existente en el derecho romano, que se caracterizaba por la formulación
de una acusación por iniciativa directa de la autoridad, sin necesidad de instancias de
parte, es decir, de delaciones o acusaciones de testigos.
Comienzo y desarrollo. A fines del siglo XII, la Iglesia desarrolló este
procedimiento con el decreto del papa Luciano III: Ad abolendam (1184). La rápida
difusión de herejías en Europa occidental como el maniqueísmo, el valdeísmo y más
tarde el catarismo obligó a la Iglesia Romana a crear una estrategia defensiva. En 1184
se empezó a aplicar la pena de fuego para los herejes; en 1199 se añadieron otras penas
como la confiscación de bienes y se autorizó el empleo de la tortura en el
interrogatorio sobre materias de fe, incorporándose además determinadas disposiciones
sobre el secreto en las actuaciones, como la ocultación de los testigos y la eficacia
procesal.
Para evitar el resurgimiento de las herejías y consolidar la unidad de la Iglesia, el
papa Gregorio IX convocó un Concilio en Tolosa, que en 1229 creó el Tribunal de la
Inquisición o Santo Oficio. La responsabilidad de esta institución era la de combatir
toda trasgresión al dogma o al culto católico, e investigaba la conducta religiosa de las
personas, incluido el clero. Así, pues, desde 1230 el procedimiento inquisitorial se
transformó en una nueva institución eclesiástica, que se creó en Francia especialmente
para reprimir el catarismo o herejía albigense, institución controlada inicialmente por
el papa Gregorio IX.
El primer inquisidor conocido fue Roberto de Brougre, un dominico que había
sido antiguo cátaro. Concretamente, donde más éxito tuvo la Inquisición fue en el sur
de Francia, aunque no con pocas resistencias, como lo demuestra el asesinato en 1242
del dominico Guillermo Arnaud, inquisidor de Tolosa. El apogeo de esta Inquisición
tuvo lugar durante la segunda mitad del siglo XIII, y las últimas ejecuciones de cátaros
fueron llevadas a cabo entre 1319 y 1321.
Procedimiento y carácter. El procedimiento empleado por el tribunal era secreto.
El acusado de herejía conservaba la libertad mientras se acumulaban pruebas en su
contra. Éstas consistían en actuaciones verbales o escritas. Para evitar venganzas, se
ocultaba el nombre del delator, aunque podía ser ajusticiado el que acusaba falsamente.
Reunidas las pruebas, el supuesto hereje era detenido, alojado en la cárcel y torturado
si no confesaba su culpa. Si el acusado insistía en su negativa o abjuraba de sus
creencias en un acto público, era absuelto. En caso contrario, el tribunal lo entregaba al
“brazo secular” o laico, que era el encargado de aplicar las sentencias, en su mayoría
multas y prisión temporal o perpetua. Los relapsos (reincidentes) y los que persistían
en su actitud de herejía, eran quemados vivos. El principio dominante en todo el
proceso era que una persona era culpable hasta tanto se demostrara que era inocente.
Las herejías medievales tuvieron un marcado carácter de revueltas populares,
pues aglutinaban a todas las clases sociales marginadas en el proceso de conquista del
poder por la burguesía urbana. La penetración de la herejía cátara en Italia supuso
también la introducción de inquisidores en Lombardía—aquí el inquisidor Pedro de
Verena fue asesinado y canonizado con el nombre de San Pedro Mártir—y en Viterbo
donde en 1273 llegaron a ejecutarse más de doscientos herejes en un día. En el siglo
XIV había tribunales inquisitoriales en Bohemia, Polonia, Portugal, Bosnia y
Alemania. Sólo los reinos latinos de Oriente, Gran Bretaña, Castilla y Escandinavia
carecían de tribunales inquisitoriales.
Progresivamente se fue multiplicando la burocracia inquisitorial y se editaron
manuales procesales, como el de Raimundo de Peñafort (siglo XIII), Bernardo Gui
(siglo XIV) y Nicolau Eymerich (siglo XV). Las categorías delictivas también se
fueron ampliando hasta incorporar otros delitos: blasfemia, bigamia y brujería. A partir
de 1438 se descubrieron sabbats (aquelarres) en los Alpes, con lo que se desató la caza
de brujas.48
CUESTIONARIOS DE REPASO
3. ¿En qué consistía la teoría de las “dos espadas” de fines de la Edad Media?
5. ¿Cuál fue la actitud de la Iglesia hacia los siervos de la gleba y los campesinos?
8. ¿Qué sentido tuvo la muerte en la vida de las personas durante la Edad Media? ¿Por
qué?
10 ¿Qué es el Purgatorio?
12. ¿Qué tres civilizaciones monoteístas desplazaron a las religiones míticas politeístas
durante la Edad Media?
13. ¿Durante qué período se dio la mayor parte de las controversias teológicas
mencionadas en esta unidad?
26. ¿Qué cuatro factores confluyeron en el desarrollo de las Cruzadas militares, según
el autor? 27. ¿Qué valor misionológico tuvieron las Cruzadas? Explica.
28. ¿Quiénes fueron los agentes evangelizadores más efectivos en los contextos
urbanos medievales?
32. ¿Cuál fue la actitud del Cuarto Concilio Laterano (1215) hacia los valdenses? 33.
¿Quién fue Jerónimo Savonarola y qué hizo?
34. ¿Qué fue la Inquisición y cuándo se creó?
4. ¿Qué es el trasmundo?
8. ¿Quién fue el monje que jugó un papel director en el desarrollo del culto a la
Virgen?
11. ¿Qué quiere decir el autor cuando afirma: “El desarrollo de la jerarquía eclesiástica
fue también alentado por el crecimiento del sacramentalismo.”?
16. ¿Cuáles fueron las razones sociales para el surgimiento de movimientos disidentes
durante la alta y baja Edad Media?
2. Describe con tus palabras la concepción heroica de la vida que se tenía en la Edad
Media.
5. ¿Cuál fue el principio dominante en todo el proceso inquisitorial? ¿En qué manera
este mismo principio ha sido utilizado por las dictaduras militares del siglo XX en
América Latina?
TRABAJOS PRÁCTICOS
- ¿Qué lugar te parece que tienen estos elementos en la cultura posmoderna actual?
Considera en tu respuesta la literatura, el arte, el cine y otras expresiones culturales
contemporáneas.
DISCUSIÓN GRUPAL
1. El concepto de cristiandad (paradigma de cristiandad) ha estado en vigencia desde
los días del emperador Constantino hasta el presente. Durante la Edad Media, esta
manera de entender la fe cristiana y sus implicaciones políticas, sociales y culturales,
maduró y adquirió características que han perdurado en el tiempo. ¿En qué aspectos
fundamentales es posible detectar rasgos del concepto de cristiandad en las iglesias
evangélicas hoy día? ¿Está caduco el paradigma de cristiandad o todavía sigue
vigente? Hacer una evaluación de la vigencia del paradigma de cristiandad ofreciendo
fundamentación para las conclusiones a las que se llegue.
LECTURAS RECOMENDADAS
Knowles, Nueva historia de la Iglesia, 2:231–295; 357–403.
Latourette, Historia del cristianismo, 1:531–543.
Muirhead, Historia del cristianismo, 1:244–301.
Puiggrós, El feudalismo medieval, 7–11; 38–47; 55–72; 114–129; 144–157.
Romero, La Edad Media, 45–74; 141–179.
Vos, Breve historia de la Iglesia cristiana, 65–72.
Walker, Historia de la Iglesia cristiana, 218–292.
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NOTAS
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1
Juan A. Mackay, Prefacio a la teología cristiana (México: Casa Unida de Publicaciones; Buenos Aires:
Editorial La Aurora, 1957), 37–38, 52.
2
Kenneth S. Latourette, A History of the Expansion of Christianity, 7 vols. (Grand Rapids, Mich.: Zondervan,
1970), vol. 2.
1
Tal es el subtítulo del segundo tomo de la serie publicada por el Theological Education Fund del Consejo
Mundial de Iglesias: John Foster, Church History 2: Setback and Recovery AD 500–1500. TEF Study Guide 8
(Londres: S.P.C.K., 1974).
2
José Luis Romero, La Edad Media (México: Fondo de Cultura Económica, 1966), 18.
3
Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist, History of the World Christian Movement, vol. 1: Earliest Christianity to
1453 (Maryknoll, NY: Orbis Books, 2001), 239.
4
Romero, La Edad Media, 18–20.
5
Los sajones eran cuatro: Kent, Sussex, Wessex y Essex; y, los anglos eran los tres restantes: Northumberland,
Mercia y Estanglia.
6
Sobre el particular, ver: Robert A. Baker, Compendio de la historia cristiana (El Paso, TX.: Casa Bautista de
Publicaciones, 1995), 72–75.
7
Romero, La Edad Media, 28.
8
Ibid., 28, 29.
9
Ibid., 30.
10
El Corán, cap. 2:256, Surah de la Vaca.
11
Romero, La Edad Media, 34.
12
Justo L. González, Historia del cristianismo, vol. 1: Desde la era de los mártires hasta la era de los sueños
frustrados (Miami: Editorial UNILIT, 1994), 318.
13
Fernando Picó, Historia general del occidente europeo: siglos V al XV (Río Piedras, Puerto Rico: Ediciones
Huracán, 1997), 65.
14
Apología del patriarca Timoteo de Bagdad delante del califa Mahdi. Citada en John W. Coakley y Andrea
Sterk, eds., Readings in World Christian History, vol. 1: Earliest Christianity to 1453 (Maryknoll, NY: Orbis
Books, 2004), 241, 242.
15
Alfred Weber, Historia de la cultura (México: Fondo de Cultura Económica, 1963), 159.
16
Juan de Damasco, Exposición de la fe ortodoxa, 4.16.
17
Ver Deno John Geanakoplos, “The Influence of Byzantine Culture on the Medieval Western World,” en
Byzantine East and Latin West: Two Worlds of Christendom in the Middle Ages and the Renaissance (Nueva
York: Harper and Row, 1966), 11–54.
18
Ver, Irvin y Sunquist, History of the World Christian Movement, 1:308–310.
19
Citado en Coakley y Sterk, eds., Readings in World Christian History, 1:244.
20
Ibid., 1:245.
21
Ibid.
22
Ibid., 1:243.
23
Ibid., 1:244.
24
Ibid.
25
Ibid., 1:251.
26
Irvin y Sunquist, History of the World Christian Movement, 1:318, 319.
27
Coakley y Sterk, eds., Readings in World Christian History, 1:246.
28
Foster, Setback and Recovery, 51.
29
Irvin y Sunquist, History of the World Christian Movement, 1:321–322.
30
Ibid., 1:324.
31
Coakley y Sterk, eds., Readings in World Christian History, 1:254.
32
Ibid., 1:258.
33
Willibaldo, Vida de Bonifacio (c. 786), 6.
34
Citada en Henry Bettenson, ed., Documents of the Christian Church, 2da. ed. (Oxford: Oxford University
Press, 1979), 98–101.
35
Romero, La Edad Media, 37.
36
Ibid., 40–41.
37
Picó, Historia general del occidente europeo, 76.
38
Romero, La Edad Media, 41.
39
Gerd Tellenbach, The Church in Western Europe from the Tenth to the Early Twelfth Century, trad. Timothy
Reuter (Cambridge: Cambridge University Press, 1993), 58.
40
Paul Johnson, Historia del cristianismo (Barcelona: Vergara, 2004), 246.
41
Foster, Setback and Recovery, 67–68.
42
Citado de la Crónica primaria rusa: texto laurenciano, por Coakley y Sterk, eds., Readings in World
Christian History, 1:310–311.
43
Picó, Historia general del occidente europeo, 67.
44
Coakley y Sterk, eds., Readings in World Christian History, 1:246.
45
Ibid., 1:308–309.
1
Henri Daniel-Rops, The Church in the Dark Ages, 3 vols. (Garden City, N.Y.: Image Books, 1962), 2:159,
160.
2
Sobre las causas de los movimientos vikingos de ultramar ver Gwyn Jones, A History of the Vikings (Nueva
York: Oxford University Press, 1968), 182–199.
3
Picó, Historia general del occidente europeo, 93.
4
El temor que inspiraron se recuerda todavía hoy en la palabra “ogro,” que deriva de “ogur”, nombre primitivo
con que se los designaba.
5
Ver, Tellenbach, The Church in Western Europe, 19–21.
6
Justo L. González, Historia de las misiones (Buenos Aires: Editorial La Aurora, 1970), 107.
7
González, Historia del cristianismo, 1:342.
8
Irvin y Sunquist, History of the World Christian Movement, 1: 375.
9
González, Historia del cristianismo, 1:342.
10
Citado en Coakley y Sterk, eds., Readings in World Christian History, 1:336.
11
Kenneth S. Latourette, Historia del cristianismo, 2 vols. (El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones,
1994), 1:666.
12
González, Historia de las misiones, 129, 130.
13
Citado en Foster, Setback and Recovery, 77.
14
Citado en Ibid., 80.
15
Citado en Ibid., 86.
16
Ibid.
17
Citado en Coakley y Sterk, eds., Readings in World Christian History, 1:376.
18
C. H. Lawrence, El monacato medieval: formas de vida religiosa en Europa occidental durante la Edad
Media (Madrid: Editorial Gredos, 1999), 11.
19
Ibid., 211.
20
Ibid., 283.
21
Citado en Coakley y Sterk, eds., Readings in World Christian History, 1:354–355.
22
Picó, Historia general del occidente europeo, 181, 182.
23
Ver, Doris Van de Bogart, Introduction to the Humanities: Painting, Sculpture, Architecture, Music, and
Literature (Nueva York: Barnes & Noble Books, 1968).
24
Ludwig Hertling, Historia de la Iglesia (Barcelona: Editorial Herder, 1996), 223, 224.
25
Picó, Historia general del occidente europeo, 115.
26
Emilio González López, Historia de la civilización española (Nueva York: Las Américas Publishing
Company, 1970), 96.
27
Ver Beryl Smalley, The Study of the Bible in the Middle Ages (South Bend, Indiana: University of Notre
Dame Press, 1970).
28
Picó, Historia general del occidente europeo, 183.
29
Romero, La Edad Media, 179.
30
Edwin Panofsky, Gothic Architecture and Scholasticism (Cleveland y Nueva York: Meridian Books, 1967),
58, 59.
31
Ibid., 44, 45.
32
Ibid., 48, 49.
33
Picó, Historia general del occidente europeo, 205.
34
Ibid., 191.
35
González López, Historia de la civilización española, 123–124.
36
William H. McNeill, La civilización de Occidente: manual de historia (San Juan, Puerto Rico: Editorial
Universitaria, 1968), 300.
37
Hertling, Historia de la Iglesia, 222.
38
Henry Adams, Mont-Saint-Michel and Chartres (Boston: Houghton Mifflin Co., 1933), 376.
39
Frederick C. Copleston, Medieval Philosophy (Nueva York: Harper Torchbooks, 1961), 84.
40
Ibid., 14, 15.
41
Ibid., 69.
42
Hertling, Historia de la Iglesia, 220.
43
Copleston, Medieval Philosophy, 69, 70.
44
Citado en Eddie Ensley, Sounds of Wonder: Speaking in Tongues in the Catholic Tradition (Nueva York:
Paulist Press, 1977), 55.
45
Romero, La Edad Media, 69.
46
Jeffrey Burton Russell, A History of Medieval Christianity: Prophecy and Order (Arlington Hights, Ill.:
Harlan Davidson, 1968), 120, 121.
47
Citado en Agustin Fliche, La Réfome grégorienne et la Reconquete chrétienne: 1057–1125 (París: Bloud et
Gay, 1944), 18.
48
Norman E. Cantor, Medieval History: The Life and Death of a Civilization, 2da. ed. (Londres: Macmillan,
1969), 288.
49
Citado en Foster, Setback and Recovery, 134.
50
Edward McNall Burns, Civilizaciones de Occidente: su historia y su cultura, 2 vols. (Buenos Aires: Siglo
Veinte, 1980), 2:171.
51
Citada en Coakley y Sterk, eds., Readings in World Christian History, 1:298, 299.
52
Ibid., 1:300.
53
Ibid., 1:334, 335.
1
Romero, La Edad Media, 75.
2
Latourette, Historia del cristianismo, 1:713.
3
Citado en Coakley y Sterk, eds., Readings in World Christian History, 416, 417.
4
William R. Cannon, History of Christianity in the Middle Ages (Nueva York: Abingdon Press, 1960), 291.
5
Steven Runciman, Byzantine Civilization (Nueva York: Meridian Books, 1956), 240.
6
Maghakia Ormanian, La Iglesia Armenia (Buenos Aires: n.p., 1994), 62–64.
7
Irvin y Sunquist, History of the World Christian Movement, 294.
8
Rodolfo Puiggrós, El feudalismo medieval (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1969), 142, 143.
9
Romero, La Edad Media, 81.
10
Citado en Coakley y Sterk, eds., Readings in World Christian History, 1:397, 398.
11
Romero, La Edad Media, 197, 198.
12
Ver George Homes, Europe, Hierarchy and Revolt: 1320–1450 (Nueva York: Harper and Row, 1976).
13
Cantor, Medieval History, 533.
14
Citado en Johnson, Historia del cristianismo, 298.
15
M. David. Knowles, Nueva historia de la Iglesia, vol. 2: La Iglesia en la Edad Media (Madrid: Ediciones
Cristiandad, 1983), 420.
16
Ibid., 432
17
Citada en Bettenson, ed., Documents of the Christian Church, 136.
18
Ver R. W. Southern, Western Society and the Church in the Middle Ages (Londres: Penguin Books, 1979),
135, 136.
19
Citado en, Ibid., 158.
20
Weber, Historia de la cultura, 240, 241.
21
Albert Henry Newman, A Manual of Church History, vol. 1: Ancient and Medieval Church History (to A.D.
1517) (Filadelfia: American Baptist Publication Society, 1939), 490.
22
Johnson, Historia del cristianismo, 361.
23
McNeill, La civilización de Occidente, 333.
24
Irvin y Sunquist, History of the World Christian Movement, 504.
25
Citados en Coakley y Sterk, eds., Readings in World Christian History, 414, 415.
1
Romero, La Edad Media, 162.
2
Ibid., 184.
3
González López, Historia de la civilización española, 120.
4
Romero, La Edad Media, 121, 122.
5
Ver Gerd Tellenbach, Church, State and Christian Society at the Time of the Investiture Contest, trad. R. F.
Bennett (Oxford: Basil lackwell, 1959).
6
Sobre el particular, ver Picó, Historia general del occidente europeo, 117, 118.
7
McNeill, La civilización de Occidente, 255, 256.
8
Herbert Rosinski, El poder y el destino humano (Buenos Aires: Editorial Paidós, 1967), 107.
9
Weber, Historia de la cultura, 223.
10
Benedicta Ward, Miracles and the Medieval Mind: Theory, Record and Event (1000–1215) (Filadelfia:
University of Pennsylvania Press, 1982), 2.
11
Ibid., 33.
12
Romero, La Edad Media, 195.
13
Patrick J. Geary, Living with the Dead in the Middle Ages (Ithaca y Londres: Cornell University Press,
1994), 2.
14
Ver R. W. Southern, Western Society and the Church in the Middle Ages (Harmondsworth, Inglaterra:
Penguin Books, 1972), 307–309.
15
Picó, Historia general del occidente europeo, 246.
16
Ibid., 119, 120.
17
Romero, La Edad Media, 153.
18
Lloyd B. Holsapple, Constantino el Grande (Buenos Aires: Espasa-Calpe Argentina, 1947), 403.
19
Rosinski, El poder y el destino humano, 110, 111.
20
En la discusión de estas controversias sigo a Justo L. González, Historia del pensamiento cristiano, 3 vols.
(Buenos Aires: Editorial La Aurora, 1972), 2:107–130.
21
Ibid., 2:210.
22
Cantor, Medieval History, 372.
23
Howard Clark Kee, et al., Christianity: A Social and Cultural History (Nueva York: Macmillan; Toronto:
Collier Macmillan Canada, 1991), 251.
24
McNeill, La civilización de Occidente, 293–294.
25
Latourette, Historia del cristianismo, 1:658.
26
Weber, Historia de la cultura, 222.
27
Ver, Howard Bloch, Medieval Misogyny and the Invention of Western Romantic Love (Chicago y Londres:
University of Chicago Press, 1991).
28
Geary, Living with the Dead, 117.
29
Kee, Christianity: A Social and Cultural History, 251, 252.
30
Jeffrey Burton Russell, Lucifer: The Devil in the Middle Ages (Ithaca y Londres: Cornell University Press,
1984), 208.
31
Richard Kieckhefer, Magic in the Middle Ages (Cambridge: Cambridge University Press, 1991), 200, 201.
32
Latourette, Historia del cristianismo, 1:572.
33
Latourette, A History of the Expansion of Christianity, 2:354.
34
Carl A. Volz, The Medieval Church: From the Dawn of the Middle Ages to the Eve of the Reformation
(Nashville: Abingdon Press, 1997), 145.
35
Ibid., 155, 156.
36
Cantor, Medieval History, 204.
37
Ibid., 208.
38
Citado en Ibid, 210.
39
Johnson, Historia del cristianismo, 253.
40
Ibid., 330, 331.
41
Ibid., 327.
42
Romero, La Edad Media, 117.
43
Johnson, Historia del cristianismo, 339.
44
Puiggrós, El feudalismo medieval, 130.
45
Romero, La Edad Media, 157.
46
Puiggrós, El feudalismo medieval, 132, 133.
47
Sobre toda esta discusión, ver Joseph R. Strayer y Dana C. Munro, The Middle Ages: 395–1500 (Nueva
York: Appleton-Century-Crofts, 1970), 313–317.
48
Sobre esta discusión, ver Ricardo García Cárcel, La Inquisición (Madrid: Grupo Anaya, 1990).
49
Erasmus, The Julius exclusus of Erasmus, trad. Paul Pascal (Bloomington, Ind.: Indiana University Press,
1968), 87/88.
50
Romero, La Edad Media, 153, 154.
51
Russell, Lucifer: The Devil in the Middle Ages, 124, 125.
52
Puiggrós, El feudalismo medieval, 137.