Resumen
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Libros históricos
Los libros llamados históricos por la división católica tradicional agrupan los que la Biblia hebrea
denomina profetas anteriores (Josué, Jueces, 1-2 Samuel y 1-2 Reyes) y algunos de los que se incluyen
entre los Escritos (Esdras, Nehemías, 1-2 Crónicas, Rut y Ester), además de otros no admitidos por el
canon hebreo (Tobías, Judit, 1-2 Macabeos).
Teniendo en cuenta, como ya se ha dicho, que el concepto de historia en la Biblia es diferente de lo que
nosotros entendemos como tal, de estos libros unos cuentan la historia de Israel, siempre desde una
perspectiva y con una finalidad religiosa, pero otros (Rut, Ester, Tobías, Judit y 2 Macabeos) son
narraciones noveladas que tienen la finalidad de enseñar mediante el ejemplo de personajes fieles a
Yahvé en épocas históricas anteriores cuya situación es similar al tiempo en que se escribe el libro.
En los libros llamados por los judíos “profetas anteriores” encontramos una explicación teológica de su
pasado: Yahveh ha ido actuando en su historia, respondiendo con advertencias y castigos a las continuas
infidelidades del pueblo, y así ven en la destrucción de Israel y en la desaparición del Reino de Judá con
el exilio, el castigo a la infidelidad y la ruptura de la Alianza.
Josué, Jueces, Samuel (1-2) y Reyes (1-2) narran los hechos ocurridos después de la muerte de Moisés,
es decir, desde su penetración en Canaán, hasta la desaparición como estado (s. VI a.C.). Más en ningún
caso son una historia lineal, pues en ellos encontramos relatos que refiriéndose a los mismos hechos son
diferentes. Así, el libro de Josué es un relato épico que describe la penetración y el asentamiento en
Canaán como una conquista rápida y triunfal de todo el país, y el libro de los Jueces, a continuación,
describe una situación diferente: Las tribus que penetraron en Canaán sólo habrían logrado asentarse en
las montañas y desde ellas, cuando surgía una caudillo, un jefe carismático suscitado por Yahveh, asaltan
y conquistan las ciudades fortificadas cananeas o se defienden del ataque que otros pueblos.
Los libros de Samuel y de los Reyes (los judíos agrupan los cuatro y los denominan “libros de los reinos”)
contienen la historia del Reino desde sus preliminares con la figura de Samuel, puente entre los jueces y
los reyes, la construcción del Reino por David, con quien alcanza su mayor importancia y a quien sucede
su hijo Salomón; la división del Reino a la muerte de éste y la historia de ambos reinos que para el del
Norte o Israel acaba cuando es conquistado y destruido por los asirios (721 a.C.) desapareciendo las
tribus que lo formaban, y para Judá, con la deportación a Babilonia (586 a.C.). La tribu de Judá regresará
del exilio, pero ya nunca volverá a ser un reino independiente.
Esdras y Nehemías junto con los dos libros de las Crónicas, que pudieron formar una sola obra
originariamente, nos ofrecen una nueva visión teológica que pretende abarcar la historia de la
humanidad desde Adán hasta la reconstrucción de Israel tras el Exilio.
El cronista, nombre empleado para denominar al autor de estos cuatro libros, ve la Historia totalmente
dirigida por Dios a quien atribuye toda clase de acciones milagrosas. Los hombres son instrumentos
suyos y apenas intervienen en el desarrollo de los acontecimientos si no es por la oración y la liturgia.
Debido a esta visión da poca importancia a la exactitud de los hechos y así exagera cifras y se fija poco
en el orden cronológico. Sus ideas fundamentales son las legitimación de la dinastía de David, cuya
restauración futura espera, y la restauración del tempo como lugar de culto único donde ha de reunirse,
como heredera de Israel, la comunidad postexílica para vivir en fidelidad a la Torá.
Esdras y Nehemías relatan el retorno del Exilio y la configuración de Israel como comunidad de fe en
torno a la reconstrucción del Templo.
Los libros de las Crónicas son una reflexión de la comunidad asentada en Israel cuando el exilio ya está
lejos y las esperanzas de los profetas no se han cumplido, pues Judá no ha sido restablecido como Reino
sino que es un reducido territorio sin importancia dentro de una satrapía Persa. Esta reflexión gira sobre
su historia pero acomodando las fuentes a su visión teológica por lo que los hechos, ya recogidos en
otros libros anteriores, son narrados muchas veces de forma diferente y se presenta también de manera
distinta a sus protagonistas.
De los restantes libros de este apartado, sólo el libro I de los Macabeos tiene el carácter de histórico,
siempre en el sentido ya dicho, y sigue su estilo narrativo. Presenta —intentando hacer un relato
objetivo y realista, aunque contiene algunas exageraciones en números y victorias— una visión histórica
teológica de los hechos sucedidos a partir de la persecución de Antíoco IV Epífanes que da lugar a la
rebelión de Matatías y sus hijos, hasta la muerte del último de los Macabeos. También alude a lo
sucedido en tiempo de Juan Hircano, que es algo posterior. Antíoco IV Epífanes quiere impulsar la
helenización de su reino imponiendo en todo el territorio incluso la religión helénica. Algunos judíos
siguen la iniciativa renunciando a su religión y tradiciones, acción fuertemente censurada por el autor.
Frente a ellos se levanta Matatías y sus hijos comenzando una guerra santa, consiguiendo
progresivamente la independencia religiosa y política de Israel. Dios actúa en la Historia y ha querido
liberar a Israel por medio del valor de los Macabeos. Su acción humana y no los hechos milagrosos
sirven al plan providente de Dios.
Rut, Ester y Tobías, son narraciones noveladas con finalidad didáctica de edificación.
Rut narra el destino de dos mujeres que se mantienen fieles a Dios tanto en el sufrimiento y la desgracia
como en la prosperidad y la alegría. La historia se sitúa en el tiempo de los jueces y posiblemente está
basada en una tradición popular antigua acerca del origen moabita del Rey David en cuya ascendencia
se encuentra Rut.
Ester es una mujer judía que alcanza el favor real en la corte persa en el tiempo del exilio, circunstancia
que aprovecha para interceder a favor de su pueblo.
Tanto Rut como Ester forman parte de los Cinco Rollos de la liturgia judía de las grandes fiestas. Rut se
lee en la fiesta de Sabuot (Semanas) por la recolección del trigo. Ester en la fiesta de Purim, que
posiblemente pasó al calendario judío tomada de las costumbres mesopotámicas y quizá este libro
pretenda explicar su origen.
Tobías cuenta la historia de Tobit, un judío piadoso que vivió en Nínive en tiempo de la deportación y al
quedar ciego cae en desgracia. Su pariente Ragüel tiene una hija, Sara, cuyos sucesivos maridos han
muerto la misma noche de bodas. Tanto Tobit como Sara han rogado a Dios verse libres de sus
angustias. Dios escucha las oraciones de ambos y envía a su ángel Rafael para conducir a Tobías, hijo de
Tobit, a casa de Ragüel y desposarlo con Sara, indicándole además el remedio para curar la ceguera de
su padre. Este libro destinado al judaísmo de la Diáspora quiere enseñar que la observancia de la Ley y la
caridad con los conciudadanos no pueden conducir al fracaso; la desgracia sólo es una situación
transitoria que cederá el paso a la prosperidad.
El libro de Judit es una historia corta de exaltación patriótica y religiosa. Aunque habla del reinado de
Nabucodonosor y da otros datos históricos o geográficos, no pretende enseñar un hecho de la historia
de Israel sino el sentido general de la Historia: el orgullo del poder político que quiere ponerse en lugar
de Dios ha de ser confundido por el débil, instrumento de Dios para confundir al fuerte. En este caso,
como en tiempos antiguos lo fue Moisés, ese instrumento es Judit, que además de su belleza y valor
personal es fiel observante de la Ley. Esta obra está dirigida a un pueblo que pasa por momentos de
opresión, posiblemente los años que siguen a la revuelta Macabea en la mitad del S. II a.C., y proclama
por una parte la liberación del pueblo por Dios que se muestra celoso por la justicia y la causas del débil
y por otra, el poder absoluto del Dios de Israel sobre los poderosos de la tierra. Enseña también que el
culmen de la piedad está en la observancia de la Ley, que las pruebas de Israel son consecuencia del
pecado y la salvación viene por la confianza en Dios.
• Los libros históricos del A.T. abarcan la vida del pueblo hebreo desde el momento de su entrada
a la Tierra prometida en el tiempo de Josué (1451 a.C). hasta el período de los Macabeos (150 antes del
nacimiento de Cristo).
• Los libros de Josué, y de los Jueces en particular, abarcan el período temprano de la vida del
pueblo hebreo, cuando las tribus hebreas, que habitaban la tierra prometida, no habían sido reunidos
en un Estado, sino que vivían más o manos separados unos de otros.
Los libros de Samuel, de los Reyes y de Paralipómenos abarcan el período monárquico de los hebreos,
alrededor de 500 años. Este período concluye con la caída del reino Judío y el cautiverio en Babilonia
586 años antes de Cristo.
Los libros de Esdras, Nehemías, Judit y Ester, relatan los acontecimientos posteriores al cautiverio
babilónico y la reconstrucción de Jerusalén. Los libros de los Macabeos abarcan el fin del último período
de la historia Hebrea del A.T. y los períodos de lucha por la independencia, que precedieron varias
centurias al nacimiento de Cristo.
A través de los siglos, en el trascurso de su historia, el pueblo judío atravesó muchas fases del desarrollo
físico y espiritual. Dios eligió al pueblo Hebreo para traer mediante él la salvación a todos los pueblos de
la tierra. Según los planes Divinos, del pueblo judío tenía que surgir el Salvador del mundo - Cristo, y a su
vez los primeros ciudadanos del Reino de Dios y los propagadores de la fe cristiana. Los profetas del A.T.,
enviados por Dios, preparaban el terreno espiritual en el pueblo judío, para la creación del Reino Divino
entre los hombres. El camino de la evolución espiritual del pueblo judío no era llano, tuvo períodos de
auge espiritual y florecimiento, y períodos de enfriamiento religioso e incluso retrocesos (apostasy).
Por supuesto, todo lo escrito en los libros sagrados, no tiene para nosotros el mismo significado. No hay
que olvidar, leyendo la historia del A.T., que ahí está descripto el tiempo previo al cristianismo. Los altos
principios cristianos de amor hacia los enemigos, perdón total y abstención, hubieron sido desconocidos
y prácticamente inalcanzables para los habitantes de aquel lejano tiempo, sin la gracia Divina. Los
hebreos vivían rodeados de pueblos idólatras y agresivos - cananeos, moabitas, idumeos (edomites),
amonitas, filisteos y luego sirios, asirios, babilonios y otros, los que con sus creencias supersticiosas y las
brutales costumbres paganas arrastraban a los hebreos en el plano espiritual. No había de quien
aprender la bondad.
Teniendo la mínima oportunidad, estos idólatras esclavizaban inclementemente a los hebreos. La lucha
por la conservación de la pureza de la fe y existencia física atraviesa a toda la historia del pueblo judío.
Para entender correctamente esta historia hay que leerla en el contexto de las costumbres y caracteres
de aquel tiempo. En los libros históricos de la Biblia se aprecian la verdad y objetividad de este libro
sagrado. La misma no idealiza a las personas o acontecimientos, sino evalúa estricta o imparcialmente
inclusive a grandes héroes nacionales, por lo cual ayuda al lector a aprender de los ejemplos positivos,
como también de los negativos, que hay que hacer y que no hay que hacer.
Pero a pesar de las condiciones externas no propicias, muchos hijos hebreos alcanzaban gran altura
espiritual y dejaron ejemplos dignos de imitación, para todos los tiempos. Aunque los hebreos no solían
pecar menos que los pueblos vecinos paganos, sin embargo sabían arrepentirse sinceramente. Por
estas, sus cualidades, consideramos, que fueron dignos de la elección Divina. Según la palabra del
Evangelio, se les concedió mucho, por lo cual se exigía mucho de ellos.
Los libros históricos de la Biblia son valiosos también por mostrar claramente, que no es la mera
casualidad, sino Dios, quien dirige el destino de cada hombre y de cada nación. La Biblia cita claros
ejemplos de la providencia Divina, mostrando como El eleva y recompensa a los justos por sus virtudes,
perdona a los pecadores arrepentidos y simultáneamente, como un Juez justo, castiga a los reincidentes
sin ley. En los sucesos cotidianos concretos de la Biblia, el lector ve las cualidades del Gran Dios cuya
misericordia es inagotable, la sabiduría inalcanzable, la fuerza infinita, la justicia inevitable. Ningún libro
histórico, solamente la Biblia, puede trasmitir tal perspectiva espiritual de los acontecimientos vitales.
La historia puede considerarse como el sacramento de la religión de Israel. A través de la historia, Israel
ve la faz de Dios y continúa viéndole aun cuando es invisible. No sería justo detenerse en las múltiples
intrigas humanas que entretejen la historia de Israel, recogida en estos libros. Más allá o por encima de
los intereses creados de los personajes históricos, se revela Dios como el verdadero motor de la historia.
El libro de Josué
Los libros de Moisés (Éxodo, Números y Deuteronomio) terminan su narración con el final de la
deambulación hebrea de 40 años por el desierto de la península de Sinaí. En este desierto, el pueblo
judío se renovó y fortaleció espiritualmente en la fe en Dios. Le llego el tiempo a los hebreos de heredar
la tierra prometida por Dios, a sus antepasados piadosos - Abraham, Isaac y Jacobo. El libro de Josué
relata como los hebreos bajo la conducción de Josué, el alumno del profeta Moisés, conquistaron la
Tierra Prometida. Hasta aquel tiempo poblaban esta tierra los cananeos, descendientes de Can, por lo
cual su tierra se llamaba Canaán.
Luego de la conquista, la Tierra Prometida se dividió entre las 12 tribus hebreas. La tribu de Judá pobló
la parte del sur de esta tierra. Solamente la tribu de Leví no recibió su parcela de tierra, ya que los
descendientes de Leví tenían que ejercer las obligaciones sacerdotales para los habitantes de todo el
país. En cambio, los levitas obtuvieron la posesión de algunas ciudades, esparcidas en distintos lugares
de la Tierra Prometida.
La figura central de esta historia es Josué, designado por el Señor como sucesor de Moisés para
introducir a su pueblo en la tierra prometida. El nombre de Josué significa "el Señor salva." Los judíos de
lengua griega transforman este nombre en Jesús, "el Salvador." La tradición cristiana verá a Josué como
un tipo de Jesús. Ambos, aunque en maneras diferentes, han salvado al pueblo de Dios, introduciéndole
en la tierra de la promesa.
Después de la muerte de Josué, en la vida del pueblo hebreo empieza el periodo de los llamados
"Jueces." Con este nombre se designa a los líderes-gobernadores, a los que Dios tomaba entre los
hebreos, para salvar a este pueblo de los vecinos opresores. El periodo de 400 años, durante el cual los
hebreos vivían en tribus, no teniendo gobernadores estables, está descripto en el libro de los "Jueces."
Este libro contiene la historia del pueblo elegido a partir de la muerte de Josué hasta el juez Sansón
(1425-1150 a.C.). Estableciéndose en la tierra de los cananeos, los hebreos comenzaron a acercarse a
ellos, confraternizando y adoptando la idolatría y las abominables costumbres paganas. Dios castigaba a
los hebreos por estos pecados paganos. Permitía a las tribus ajenas, vecinas - amonitas, filisteos,
moabitas y otros - esclavizar y oprimir a los hebreos. Angustiados por la opresión de los enemigos, los
israelitas se arrepentían y volvían a Dios. Entonces El, caritativo, les mandaba a los hebreos a sus
elegidos en la persona de los "jueces." Los jueces organizaban un ejército y con la ayuda de Dios
expulsaban a los opresores. Dentro de un tiempo determinado los israelitas se olvidaban de Dios,
empezaban a servir a los ídolos y a pecar, y otra vez caían bajo el yugo extranjero. Entonces se
arrepentían nuevamente, y de nuevo Dios les enviaba al juez libertador. De este modo Israel sucumbía
bajo el yugo extranjero y seis veces Dios los liberó por intermedio de los jueces.
En el libro de los jueces se revela claramente el hecho cuando se desiste de la ley de Dios, viene la
esclavitud y después el arrepentimiento - liberación. Con esto, la ayuda de Dios llega de una manera
milagrosa: aquí la cantidad de guerreros, armas y otras ventajas militares no tienen significado para el
término de los sucesos. La actividad del juez Gedeón claramente pinta esta realidad. El, con 300
guerreros batió a un ejército madianita y derrocó su pesado yugo (cap. 6-7). Es también extraordinaria la
vida de Sansón. Recibiendo de Dios una fuerza física singular, reiteradamente causó considerables
derrotas a los filisteos, los que aquel tiempo oprimían a los hebreos (cap. 13-16). Su vida llena de
aventuras, el casamiento con la pérfida Dalila y la heroica muerte en el cautiverio sirvió como tema para
una ópera y películas.
Los libros siguientes de la Biblia, llamados Libros de Samuel, de los Reyes y Crónicas, narran los
acontecimientos monárquicos en la vida del pueblo hebreo. Después de Sansón, el juez fue el profeta
Samuel. En su tiempo, las tribus israelitas decidieron unirse en un estado bajo el cetro del rey. Samuel
ungió a Saúl rey sobre Israel. Después de Saúl primero reinó David y después su hijo Salomón. En
tiempos del hijo de Salomón, Roboám, el único se dividió en dos: judío en el sur e israelita en el norte de
la Tierra Santa. Los libros de los reinos describen el período de 500 años: del nacimiento de Samuel
(1100 a. C), hasta la liberación del rey Enconías de la prisión (en 567 a.C.).
En la Biblia hebrea, el Libro de los Reinos está dividido en dos partes bajo el nombre "Libro de Samuel" y
"Libro de los Reyes." En la Biblia de los 70 intérpretes (traducción griega) y en la Biblia Rusa, el libro de
Samuel está dividido en dos partes: "1" y "2" Libro de los Reinos. El segundo libro de la Biblia hebrea -
Libro de los Reyes, también está dividido en dos partes: "3" y "4" Libro de los Reinos. El profeta Samuel
escribió la 1ra parte del 1er Libro de los Reinos, y los profetas Natán y Gad escribieron el final del mismo
e íntegramente el 2do. El 3er y 4to libro fue escrito por varios profetas.
Los libros de Crónicas parcialmente repiten y completan los libros de Reinos. En la Biblia hebrea ellas
componen un sólo libro ("Anales"). Los setenta los llamaron Paralipómenos (de lo omitido) o Crónicas y
lo dividieron en dos libros. Los hechos más importantes en los libros de Reinos son los siguientes:
El comienzo narra el nacimiento de Samuel. Ana, devota pero estéril, suplicando a Dios, obtuvo un hijo,
lo llamó Samuel, y según la promesa hecha, lo consagró a servir a Dios al lado del sumo sacerdote Elías.
El canto de loas de Ana por la ocasión del nacimiento del hijo (cap. 2) formó la base de algunos cánticos
(irmoses) que se ejecutan en las vísperas. En la vida del profeta Samuel (cap. 1-4) hay mucho de
interesante e instructivo. Por ejemplo acerca de la importancia de la educación de los hijos (ya que el
linaje del bueno pero débil de carácter sumo sacerdote Elías, había sido rechazado por Dios por las
arbitrariedades de sus hijos). Cuando Samuel envejeció, depuso su grado de juez y ungió a Saúl de la
tribu de Benjamín como rey (cap.5-12). Más adelante el libro narra sobre el reinado de Saúl. Al principio
Saúl obedecía a Dios, pero luego se enorgulleció y menospreció la voluntad de Dios. Por esta razón, por
la indicación de Dios, Samuel ungió a David, adolescente de Belén de la tribu de Judá, como rey sobre
Israel (13-16). En aquel tiempo comenzó la guerra de los hebreos con los filisteos, y el adolescente David
con la ayuda de Dios, venció al gigante filisteo Goliat (cap. 17). La derrota de Goliat trajo a los hebreos la
victoria sobre los filisteos y gloria a David, lo que a su vez despertó la envidia de Saúl. Después de esto,
hasta el fin de sus días, Saúl persiguió a David, tratando de asesinarlo (18-24). El libro de los Reinos
termina con visita de Saúl a la hechicera de Endor, desventurada guerra contra los filisteos y la muerte
de Saúl (25-31). David ha grabado en sus salmos inmortales, sus desventuras por la injusta persecución.
El segundo libro de Samuel
Narra el reinado de David de 4 décadas. Los primeros años fueron exitosos, porque Dios le ayudaba en
todo. David les quitó a los Jebuseos su fuerte Jerusalén haciéndolo su capital. Aquí transportó el Arca del
Testamento, y quiso edificar el Templo verdadero en lugar de la tienda-templo. Pero Dios le comunicó a
través del profeta, que el Templo lo edificara su hijo (cap. 1-10). La Segunda mitad del reino de David se
ensombreció con la caída en pecado con la casada Betsabé y por las siguientes conmociones familiares y
estatales. Mucha tristeza le trajo a David la rebelión de su hijo Absalón y la guerra desencadenada (cap.
11-24). David lloró amargamente su pecado de adulterio en el salmo 51 de arrepentimiento.
Para un cristiano hay en la vida del rey David mucha enseñanza: su profunda fe en Dios y esperanza en
su ayuda, compasión con los débiles y oprimidos, la capacidad de ver sus propios defectos y
enmendarlos. Los apóstoles hablan de David con gran respeto. Los santos padres en sus enseñanzas
citaban con frecuencia ejemplos de la vida del rey David. Sus inspirados salmos son un monumento
inmortal de la poesía religiosa y formaron la base del oficio divino. En el 2do libro de los Reinos hay una
profecía sobre el reino eterno del Mesías- Cristo. Esta profecía está dada a David a través del profeta
Natán (2 Rey. 7,12-16, comp. Mt. 22,42 y Lc. 1,32-33).
Primer libro de los Reinos describe el reino de Salomón, a quien Dios por su fe y modestia, dotó de gran
sabiduría. Salomón edificó en Jerusalén el templo, que por su riqueza y belleza superaba a todos los
palacios y templos paganos contemporáneos. En tiempos de Salomón, Israel alcanzó el apogeo de su
bienestar y fama (cap. 1-11). Por otra parte, los altos impuestos y los trabajos de construcción pesados,
resultaron ser una carga pesada para el pueblo y provocaron su descontento. Su fama de regente sabio,
la ha oscurecido Salomón con su poligamia y cantidad de templos paganos, cercanos a Jerusalén. El
descontento con Salomón llevó a que después de su muerte, bajo su hijo, Roboam (cap. 12), el Reino de
Israel se dividió en dos: Judá, con reyes de casa de la David en Jerusalén, e Israelita, con reyes de
distintas dinastías con la ciudad capital Samaría (980 a.C.). Después de Roboam, el 1er y 2do libros
narran paralelamente los acontecimientos en los reinos de Judea e Israel: los hechos de los reyes, de las
hazañas de los profetas, guerras, y estado religioso de estos reinos.
Los reyes de Israel, temiendo que sus súbditos al frecuentar el templo de Jerusalén, quisieran volver
bajo el cetro del rey de Judea, comenzaron a edificar en distintas partes de Israel, templos paganos y
persuadir al pueblo, que adoraran a los ídolos. Su política favoreció la apostasía de Dios del pueblo de
Israel. En este tiempo decadente para la religión, Dios envió a Israel a varios profetas extraordinarios,
que detuvieron el proceso de decadencia espiritual. Entre estos mensajeros de Dios se destacan
especialmente los profetas Elías y su discípulo Eliseo.
El profeta Elías ha sido (900 a.C). Uno de los más fogosos luchadores por la devoción y la fe verdadera
(cap. 17-21). Afligiéndose por la perdición espiritual de su pueblo, Elías ha sido categórico y severo en el
castigo de la arbitrariedad. Elías fue convocada por Dios para el servicio profético en el tiempo del impío
rey Acab. La sanguinaria esposa de Acab, hija del sacerdote de Sidón, Jezabel, mató a muchos profetas
israelitas y llenó a Israel con sacerdotes de Baal. Para hacer comprender a Acab y al pueblo de Israel,
Elías afligió la tierra con una sequía de tres años. El mismo se escondió cerca del riachuelo Querit, donde
un cuervo le traía el alimento. Cuando se secó el riachuelo, el profeta se mudó a lo de la viuda Sarepta,
donde, por la oración del profeta, en los recipientes no mermó la harina ni el aceite de la viuda. Cuando
murió el único hijo de la viuda, Elías con el rezo lo resucitó de las muertes. Al final del tercer año de la
sequía, Elías reunió en el monte Carmelo al rey, sacerdotes paganos y al pueblo israelita. Aquí, por la
plegaria de Elías, el fuego en la forma de rayó cayó del cielo y quemó ante los ojos de todos la ofrenda,
hecha por Elías y todos a su derredor. Viendo este milagro fulminante, el pueblo creyó en Dios y ahí
mismo se arrepintió con lágrimas de su idolatría. Los sacerdotes de Baal fueron capturados y
aniquilados; después de esto, comenzó a llover y se acabó el hambre.
Por su vida santa y ardiente amor a Dios, el profeta Elías fue ascendido vivo al cielo, sobre un carro
ardiente. Con este suceso comienza el 2 libro de los Reinos.
El profeta Eliseo fue discípulo del profeta Elías y durante su ascensión obtuvo su capa y el don profético.
Eliseo se desempeñó 65 años, en el trascurso de 6 reyes de Israel (desde Acab hasta Joás). Sin inmutarse
decía la verdad a los reyes impíos inculpándolos de su impiedad. Fue profundamente venerado por el
pueblo de Israel, se distinguía por su fuerza de espíritu, una fe firme y clarividencia. Hacia su tiempo, en
el reino de Israel, las hermandades proféticas alcanzan el máximo desarrollo. A sus milagros más
gloriosos pertenece la resurrección del adolescente, la transformación del agua salada de una fuente en
agua dulce y la sanación del jefe de ejército Naamán de la lepra. Aparte, con su clarividencia y sabios
consejos, el profeta Eliseo les trajo la victoria a los reyes de Israel. Eliseo falleció siendo muy anciano en
Samaria durante el reino de Joás. Jesucristo mencionó varias veces a los profetas Eliseo y Elías. A cada
creyente le conviene conocer sus vidas y hazañas.
A pesar de los esfuerzos del profeta Elías, Eliseo y otros, la idolatría y otras costumbres paganas
abominables quebrantaron la base espiritual del pueblo israelita. Por el pecado de la apostasía, Dios
permitió la destrucción del reino de Israel. Después de varias derrotas por los ejércitos asirios, en el año
722 a.C., cayo el reino de Israel (cap. 17). Después de esto, muchos israelitas fueron desplazados a
Asiria, y a su vez, algunos asirios fueron trasladados a Israel. De los israelitas mezclados con los asirios se
han formado los samarios.
El siguiente relato del 4to libro de los Reinos se centra en el reino de Judá. De los reyes de Judá conviene
recordar al devoto Ezequías. Subiendo al trono después de la muerte de su impío padre, Ezequías se
propuso llevar al orden en lo posible a la Judea debilitada. Ante todo su mirada se dirigió al estado
interior del país - la religión se debilitó hacia este tiempo. Bajo la influencia de los vecinos paganos, los
judíos paulatinamente empezaron a olvidar al Dios verdadero, y comenzar a levantar altares a los dioses
paganos, a veces al lado del templo. Ezequías intervino valientemente, destruyendo los templos de los
ídolos, talando los bosques y todo lo que hiciera recordar al pueblo a los ídolos. Con estas medidas
restableció la fe verdadera entre los judíos. De los sucesos de su reino el más extraordinario fue la
victoria milagrosa, obtenida por el ángel, sobre el ejército de 185 mil asirios, que sitiaban a Jerusalén,
bajo la conducción de Senaquerib (cap. 18). También es aleccionadora la curación milagrosa de Ezequías
al que le tocaba morir, pero fue perdonado por Dios por su fe y buenas acciones. Ezequías dejó un
recuerdo luminoso en el pueblo, como los reyes piados David y Josías (cap. 22-23). En el tiempo de
Ezequías vivía el profeta Isaías, uno de los más grandes profetas de todos los tiempos. Siendo un
hombre profundamente iletrado y poeta, el profeta Isaías escribió un libro extraordinario, abundando
en profecías acerca del Mesías y de su bendito reino. A Isaías lo llaman evangelista del Antiguo
Testamento.
Los sucesores de Ezequías fomentaban la idolatría, perseguían a los profetas y los mataban. Así en el
tiempo del hijo de Ezequías, Manasés, el anciano profeta Isaías fue serruchado con una sierra de
madera. También sufrió mucho el profeta Jeremías. El reino de Judá, como en el otro tiempo el reino de
Israel, se llenó de ilegalidad. A pesar de la alianza con los egipcios, el reino de Judá después de sufrir
varias derrotas por parte del rey de Babilonia Nabucodonosor, cayó por fin. El magnífico templo de
Jerusalén fue destruido hasta los cimientos. Los habitantes fueron muertos o llevados en cautiverio a
Babilonia (586 a.C. Cap. 19-25). El cautiverio de Babilonia duró 70 años (empezando desde el primer
cautiverio en el 605 a.C.). Terminó en el tercer año del sometimiento de Babilonia al rey Ciro. Los
profetas Ezequiel y Daniel le prestaban apoyo espiritual a los hebreos cautivos.
De los libros de Reyes surge claramente la ley inmutable y espiritual: la fe en Dios y la piedad aumenta el
bienestar del país y la impiedad lleva hacia la perdición. La fuerza militar, la diplomacia hábil y otras
ventajas externas, tiene solamente ventajas secundarias para el bienestar del país. El efecto de esta ley
se puede seguir a través de la historia de muchas naciones.
El libro de Esdras
El libro de Esdras relata los acontecimientos del final del cautiverio de Babilonia. En la Biblia hebrea cabe
solamente un libro de Esdras, que se llama simplemente "Esdras." En la Biblia griega de los 70
comentaristas, y en la eslava, hay dos libros no canónicos de Esdras, tres en total. El principal contenido
de este libro es el retorno de los hebreos del cautiverio de Babilonia. El primer retorno siguió al decreto
de Ciro (536 a.C.), bajo el mando de Zorobabel y el sumo sacerdote Josué. En este entonces empezó la
reconstrucción del templo. El segundo retorno fue bajo el mando de Esdras en la época de Artajerjes
Longimano.
Esdras, el nieto del sumo sacerdote Azarías, asesinado por Nabucodonosor, se aproximó a la corte del
rey persa como educador de Artajerjes. Artajerjes, en el séptimo año de su reinado (457 a.C). Emitió un
edicto, según el cual se le concedía a Esdras retornar con los judíos que lo desearan a Jerusalén y allí
dedicarse a la construcción de la ciudad y la construcción religiosa de la sociedad judía.
Al cabo de 14 años de gobernar al pueblo, Esdras transmitió todo el poder a Nehemías. El mismo
concentró su actividad en la enseñanza al pueblo de la ley Divina, en la recopilación en el Código de los
libros de la Sagrada Escritura. Fundó la "Gran Sinagoga" - sociedad, con la ayuda de la cual, bajo la
conducción de los últimos profetas Ageo, Zacarías y Malaquías, realizó la revisión y corrección de la
Escritura Sagrada, reuniéndolos en una obra. De esta manera terminó la composición del canon de los
libros del Antiguo Testamento. Los libros, escritos después de Esdras, no entraron en la lista de los libros
sagrados y por esto se llaman "no canónicos," aunque gozan de gran estima y se hallan en muchas
traducciones de la Biblia. La mayoría de estos libros han sido escritos en griego, entonces de uso
general.
Nehemías procedía de la tribu de Judá y probablemente de linaje real. Ocupaba un alto cargo de catador
de vino en la corte de los reyes persas. En el vigésimo año del reinado de Artajerjes (446 a.C.), Nehemías
supo por los compatriotas, arribados de palestina, de la situación deplorable de Jerusalén. Suplicó al rey
y éste mandó a Nehemías a la patria en calidad de regidor con amplios poderes. Aquí edificó la ciudad y
erigió alrededor unas murallas a pesar de la resistencia de los samarios. Al construir la ciudad, la pobló y
santificó las murallas. Nehemías junto con Esdras se dedicó a enseñar al pueblo y a regular su vida moral
y social. Ha sido leída la ley de Moisés, festejado las fiestas de los "Toldos." Los ricos perdonaron las
deudas a los pobres. Ha sido renovado el testamento con Dios, después de lo cual, Nehemías volvió con
Artajerjes, pero más tarde retornó a Jerusalén y se dedicó a la erradicación de distintos crímenes entre
el pueblo. Así, en el transcurso de 30 años hasta su deceso, Nehemías trabajó para la reconstrucción de
Jerusalén y el fortalecimiento en el pueblo de la fe.
Así como la actividad de uno, ha sido la continuación de la actividad de Esdras, así también el libro del
primero resulta ser la continuación del segundo. Esdras describe el comienzo de la reconstrucción de
Jerusalén, del Templo y de la educación moral y espiritual, y Nehemías - la construcción de las murallas,
la población y reconstrucción de la ciudad, organización cívica en principios religiosos. El fin de aquel y
del otro libro es continuar la historia del pueblo de Dios para mostrar los caminos de los cuidados de
Dios, con los cuales ha sido salvado y preparado el pueblo a la espera del Mesías prometido.
El mandato de Artajerjes, dado a Nehemías en el año 446 a.C., tiene un significado especial, ya que con
él comienza el cálculo de las séptimas de Daniel, relativo a la llegada del Mesías (Dn 9,22-27). Citando un
monumento histórico de la benevolencia Divina con el pueblo elegido, el libro de Nehemías tiene un
significado aleccionador muy elevado. El amor abnegado de Nehemías a su pueblo y a su patria, por los
cuales, a semejanza de Moisés, menospreció la vida lujosa en la corte real, su labor ininterrumpida y
desinteresada para el beneficio de la patria, es digno ejemplo para imitar.
El libro de Ester
El libro obtuvo su nombre por el principal personaje actuando en él, llamado Ester, lo que significa
"estrella." Debido a su belleza, la huérfana hebrea Hadasa llegó a ser esposa del rey persa Asuero y
recibió el nombre de Ester. Ella había sido educada por su tío Mardoqueo, el que trabajaba como
portero en la corte real. Unos años antes Mardoqueo salvó la vida del rey, al que querían matar unos
conspiradores. El mérito de Mardoqueo ha sido mencionado en los documentos persas.
Algún tiempo después de que Ester se convirtiera en reina, el omnipotente ministro del rey, el orgulloso
Amán, odiando a los judíos, se decidió exterminarlos hasta el confín del imperio persa. Con este fin,
como si fuera en nombre del rey, escribió una orden pertinente y empezó a buscar una ocasión
conveniente para entregársela al rey para su firma. Por providencia Divina, Mardoqueo supo del plan de
Amán. Convencido del éxito de su conspiración odiando a Mardoqueo, Amán se apuró a preparar un
patíbulo para él, pero los acontecimientos se desarrollaron de otra manera. Durante el banquete, Ester
valientemente descubrió la conspiración de Amán y que éste se preparaba a ahorcar a su tío, al que el
rey le debía la vida. Enterándose el rey de las intenciones de Amán, el rey enojado destruyó el decreto
preparado y ordenó colgar a Amán en la misma horca, preparada para Mardoqueo. En recuerdo a la
salvación del plan de Amán, fue establecida la fiesta "Purim" (sorteo en hebreo).
Judit
La acción de este libro narrativo se sitúa durante el reinado de Nabucodonosor, rey de Babilonia (605-
562 a. C.), que en un momento determinado decide atacar a Arfaxad, rey de Media. Varios pueblos no
acuden a la petición de ayuda hecha por Nabucodonosor, el cual, tras vencer a Arfaxad, decide
castigarlos. Entre ellos está Judea, cuyos hombres se hacen fuertes en Betulia, cerca de la llanura de
Esdrelón, donde son cercados por hambre y sed. Una débil mujer, Judit, será el instrumento de Dios
para vencer al gran rey y liberar a su pueblo. Toda la obra se puede dividir así en tres actos del drama:
amenaza del ejército de Nabucodonosor a Judea y campaña de Holofernes (1-7), la heroína Judit (8-12),
liberación del pueblo y victoria de Judá mediante Judit (13-16).
La obra, compuesta quizá originariamente en hebreo, nos ha llegado sobre todo en traducciones griegas
bastante diferentes. Quizá por eso no fuese aceptada en el canon hebreo, y en consecuencia en el
protestante, mientras que la Iglesia católica lo recibió en el suyo a través de la traducción griega de los
Setenta desde muy pronto. Las muchas incongruencias históricas y geográficas que contiene el relato
han convencido a los críticos de que no estamos ante una narración estrictamente histórica, sino más
bien ante una obra en la que hechos y personajes históricos, pertenecientes a épocas muy diversas, se
combinan hábilmente con una finalidad preferentemente edificante. De hecho, toda una serie de datos
concretos nos inclinan a situar la composición del libro de Judit en la época macabea, en el s. II, cuando
el pueblo judío era asediado por la campaña de helenización que promovía Antíoco IV Epífanes (175-164
a. C.), con claro peligro para la identidad judía, tanto política como religiosa y cultural. Su autor habría
sido un judío palestino, buen conocedor de la Escritura y hábil narrador, que intentaba animar la
esperanza de sus contemporáneos presentando a Dios como protector de los más débiles.
De hecho, la enseñanza teológica fundamental del libro se contiene en 9,11: Dios protege a los
humildes, venga a los desheredados, salva a los que carecen de esperanza humana, es decir, al pueblo
de Israel. Estamos pues, ante una enseñanza tradicional en la Biblia, que estaba arraigada en los judíos
piadosos desde los tiempos del éxodo y que se prolongará en el NT: Dios humilla a los soberbios, que
confían en su fuerza, y enaltece a los pequeños, que ponen su confianza en Dios y guardan su ley. Junto
a esta enseñanza fundamental, podemos destacar también sus apreciaciones sobre Dios como Señor de
la historia, que protege a su pueblo; un cierto universalismo, ejemplificado en la figura del pagano Ajior;
una gran apreciación de la viudez, y una presentación notablemente racional de las intervenciones de
Dios, que actúa siempre por medio de las personas y los acontecimientos, sin intervenciones milagrosas.
Notemos, finalmente, que la liturgia cristiana usa acomodaticiamente el himno del c. 15, especialmente
15,9, para alabar a María como "gloria de Jerusalén, gloria de Israel y orgullo de nuestra raza.“ Después
de una vida piadosa, Judit, rodeada de estima, falleció ya muy anciana, teniendo 105 años.
Tobías
El libro de Tobías ("bondad del Señor," en hebreo) o, según la versión griega, Tobit, narra la historia de
un judío de la tribu de Neftalí, exiliado en Nínive, fiel a la ley del Señor y, sin embargo, asediado por la
desgracia. En tiempos fue agente comercial del rey asirio Salmanasar y tuvo ocasión de depositar unos
sacos con trescientos cuarenta kilos de plata en casa de Gabael, en Ragués de Media. Ahora, en
momentos más difíciles, encarga a su hijo que vaya a recuperar el dinero. Este, acompañado por el ángel
Rafael, llevará a buen término su viaje, se casará con Sara, una joven poseída por el demonio Asmodeo,
y traerá la solución a las desgracias de su padre.
El libro se presenta como una narración histórica, situada en tiempos de los reyes asirios, antes de la
destrucción de Jerusalén; pero numerosas inexactitudes históricas, así como otros detalles, han llevado
a concluir que se trata en realidad de una narración imaginaria de estilo sapiencial con una finalidad
principalmente didáctica. El autor usa tanto fuentes bíblicas, como extrabíblicas. Entre las primeras hay
que notar la utilización de leyes y normas del Pentateuco, así como ciertas influencias proféticas,
especialmente de Isaías y Jeremías, y muchos rasgos, sobre todo en las plegarias, de los libros
sapienciales y del salterio. Acerca de las segundas, el autor parece conocer la "Historia o Sabiduría de
Ajicar," personaje al que nombra cuatro veces, protagonista de una narración de sabor sapiencial muy
extendida en Oriente. Así pues, el autor debe ser un judío conocedor de las Escrituras y apegado a las
prácticas religiosas tradicionales. Por diversos indicios, parece que compone su obra después de la
destrucción de Jerusalén, quizá hacia finales del s. III.
No conocemos el original completo de Tobías, que debió ser compuesto en hebreo o arameo. A
nosotros ha llegado en traducción griega y en distintas versiones, según los manuscritos. Quizá por eso
no fue, recibido en el canon judío de las Escrituras, aunque siempre fue muy apreciado. Los cristianos lo
recibieron y aceptaron en su canon a través de la traducción griega de los LXX, aunque no figura en el
canon de las biblias protestantes, por no hallarse en la hebrea. Es, pues, uno de los libros llamados
deuterocanónicos.
La enseñanza central de Tobías es la doctrina tradicional sobre la retribución en esta vida: Dios nunca
abandona al justo. Esta justicia consiste en la práctica de las buenas obras, especialmente la limosna, la
piedad para con los difuntos y la castidad matrimonial. Se pone en él claramente de relieve la
trascendencia de Dios y nos ofrece un primer esbozo de angelología: los ángeles son intermediarios
entre Dios y los hombres. Tobías se abre hacia un futuro que parece ir más allá de la misma historia,
previendo la reunificación del pueblo de Dios y la conversión de los paganos. Por otra parte, en la Iglesia
Tobías ha sido siempre leído con gusto. Algunos de sus pasajes son usados en el leccionario del
sacramento del matrimonio, y la figura del ángel Rafael, de la que se hace memoria en la liturgia, ha
acompañado con frecuencia la piedad popular de peregrinos y viajeros cristianos.
La historia de Tobit, inserta en un cuadro histórico convencional, arranca con su genealogía, cuenta su
piedad durante el tiempo anterior al destierro asirio, su fidelidad a la ley en Nínive, durante el reinado
de Salmanasar V (727-722) y sus desgracias en tiempos de Senaquerib (704-681). El estilo en primera
persona nos recuerda las memorias de Nehemías. Entre las virtudes practicadas, se subrayan una serie
de Actitudes alabadas en Dt. 26,12-13, el amor al santuario central de Jerusalén (Dt. 14,22-29), el
matrimonio dentro de la tribu (Nm. 36,7), la observancia de la pureza alimentaria (Lev. 11) y el cuidado
de enterrar a los difuntos (cf. Is. 14,19, Jr. 8,1-2).
El nombre del libro se debe a los héroes, cuyas obras están ahí descriptas. Se relatan los
acontecimientos de los años 330-130 a.C. En reemplazo del imperio persa llegó el griego, fundado por
Alejandro Magno. Su enorme imperio existió brevemente y después de la muerte del emperador, se
dividió en cuatro imperios, dos de los cuales, el egipcio y el sirio tuvieron un significado muy importante
en la historia de los judíos. En el transcurso de sucesivas guerras, Palestina resultó ser la manzana de
discordia entre los gobernantes de estos dos países. En el año 203 a.C. El poder sobre Judea pasó a las
manos de los reyes sirios y desde entonces comenzó un periodo muy grave para los judíos, ya que estos
reyes intentaron implantar en Judea el paganismo. El perseguidor, extremamente cruel con los
creyentes en el Dios Único, resultó ser el rey Antíoco IV Epífanes (175-164 a.C.). En su tiempo, el culto
griego había sido declarado la religión del estado. Las personas que se negaban a aceptar el paganismo,
fueron perseguidas y las mataban. El Templo de Dios fue profanado
El primer libro de Macabeos, mencionando las conquistas de Alejandro Magno y la división de su reino
por los generales (330-310), pasa a la historia de las persecuciones por Antíoco Epífanes a los judíos (175
a.C). y representa sus horrores. En defensa de la fe salió el sacerdote Matatías y sus 5 hijos, nominados
por los Macabeos "martillos" por su lucha exitosa contra los propagadores del paganismo. De los hijos
de Matatías fueron especialmente célebres Judas, Jonatán y Simón.
El segundo libro completa el libro anterior, contando los pormenores de la lucha de los hebreos de
Palestina contra la vejación de la religión por parte de los reyes sirios, comenzando con Heliodoro,
mandado por el rey Seleuco Filopator a despojar el Templo de Jerusalén, antes de la victoria de Judas
Macabeo sobre Nicanor, que fue general de Demetrio Seleuco. En la época de persecuciones de Antíoco
Epífanes fueron víctimas: nonagenario sacerdote Eleazar, luego siete hermanos y muchos otros, los
cuales al cabo de crueles sufrimientos fueron aniquilados en el año 166 a.C. (cap. 6-7). Estos mártires
por la fe más tarde fueron llamados los "mártires Macabeos" y son recordados por la Iglesia el 14 de
agosto.
El tercer libro relata las persecuciones más tempranas a los hebreos en Egipto por Ptolomeo IV
Filopater, que comenzaron en el año 216 a. C., es decir 50 años antes de Judas Macabeo. El motivo de la
persecución fue el enojo del rey Ptolomeo que no fue admitido por Dios en lugar Santísimo del Templo
de Jerusalén, por ruego del sumo sacerdote Simón. Más adelante el libro describe como el rey Ptolomeo
ideó exterminar a los judíos: atrayéndolos al hipódromo y aplastarlos por los elefantes. Debido al ruego
del sumo sacerdote, Dios mando a dos Ángeles que espantaron a los elefantes y los judíos fueron
salvados.
Haciendo el balance, hay que decir que los libros Macabeos abundan en relatos acerca de hazañas por la
fe en Dios y ejemplos de valor. En el tiempo de las persecuciones paganas, los cristianos sacaban de los
libros Macabeos ejemplos de paciencia y firmeza en la fe.
Los sucesos ulteriores en la vida del pueblo judío no entraron a la Biblia. En el año 63 a.C. La Tierra Santa
fue conquistada por el jefe del ejército romano Pompeyo. Desde entonces la Palestina con sus cuatro
regiones fue sometida por Roma y pagaba el tributo. Poco tiempo después el poder se centralizó en las
manos del astuto idumeo, llamado Antípatro, quien supo conquistar la confianza de Roma. De Antípatro
el poder paso a su cruel hijo Herodes el Grande, quien en el año 37 a. C. Se declaró "rey judío." Él fue el
primer rey que se dominó judío no siendo de procedencia judía. En su tiempo, nació en una pequeña
ciudad Belén el verdadero Rey y Salvador del mundo - Jesucristo.
Así se cumplió la profecía del patriarca Jacobo, dicha 2000 años antes del nacimiento de Cristo: "No será
quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Silo; y a él se congregaran los
pueblos" (Gen 49,10).
Jerusalén ha sido la ciudad de Canaán "Ushalim" (fundado por dios Shalem). Es conocido por los
documentos de Acadia del siglo 14. La tradición Bíblica ve en ella a la ciudad de Melquisedec, el
contemporáneo de Abraham (Gen. 14,18) e identifican su ubicación por el monte Moría, donde
Abraham ofrecía sus sacrificios.
Según las profecías, a Elías le tocara volver de nuevo antes del fin del mundo para desenmascarar la
falsedad del anticristo. Entonces sufrirá una muerte de mártir.
En el Antiguo Testamento la diferencia entre la poesía y la prosa, los oráculos y los géneros gnómicos
son más fáciles de reconocer. Los textos en prosa del Antiguo Testamento son los mejores canales de
trasmisión y fijación de los géneros literarios de origen oral como son el discurso, la oración, la plegaria y
la predicación, a los que tenemos que añadir los textos procedentes de la tradición legal del judaísmo
como son las colecciones de le-yes de estilo apodíctico, casuístico, ritual, festivo y los escritos
epistolares. A esta colección de escritos en prosa procedentes de las viejas tradiciones orales tenemos
que añadir los escritos legendarios, mitos, fábulas y otras narraciones que se transmitían de generación
en generación de forma oral y popular. Por otro lado están los escritos provenientes de tradiciones
escritas que recogen datos históricos, acontecimientos biográficos, descripciones de lugares, escenarios,
fisonomías y visiones.
La literatura poética del Antiguo Testamento nos sitúa ante nuevos géneros literarios entre los que
podemos destacar las loas y cantos de victoria, las canciones nupciales y poemas amorosos, los himnos
de guerra y los cantos funerarios, escritos sapienciales así como la amplia colección de oraciones
poéticas en forma de salmos, himnos y cánticos para ser usa-dos en la liturgia y en las celebraciones
festivas del pueblo.
Finalmente tenemos que destacar las sentencias, proverbios, máximas y otros escritos que formaban
parte del patrimonio cultural del pueblo y que son recogidos y destacados en los escritos del Antiguo
Testamento como ilustraciones y referentes para los oráculos, profecías y otros escritos de tipo
histórico.
• - Origen: en el 167 Antíoco Epifanes para imponer la helenización a aquellos judíos que se
resistían, emitió decretos contra el judaísmo. Muchos grupos reaccionaron contra él, uno de
ellos eran los Macabeo, la revolución estallo en Modin.
Cuáles son libros deuterocanonicos del AT? ¿Por qué se llaman así? ¿Cuáles de ellos tienen contenido
narrativo? ¿Cuáles son los principales elementos de su contenido? ¿Qué importancia tienen los
deuterocanonico para el NT?
• Se llaman así porque siendo inspirado, se tardó en reconocerlos, y por tanto en proclamar su
canonicidad.
- Tobías, Judit, Baruc, ½ Macabeo, Ester y una parte de Daniel.
* Tobías: expone y transmite enseñanza doctrinal y moral.
* Judit: narra la liberación del pueblo judío de las manos de Holofernes, general del ejército de
Nabucodonosor.
* Los Macabeo: narran su rechazo al proceso de helenización impuesta por Antíoco IV.
- La Iglesia entiende que Dios habla a su pueblo después de Esdras (400 a. C) y que la revelación
continua hasta la plenitud en Cristo.
- Los libros de Macabeo y sabiduría reflejan la historia del pueblo donde nacerá Cristo.
Josué:
• - prologo 1,1-18
• - epilogo 22,1-24,33
Temas:
Jueces:
• - Dos prólogos:
• a) histórico-geográfico 1,1-2,5
• b) teológico-doctrinal 2,6-3,6
• Temas:
• - gratuidad de la vocación
• - Samuel 1,1-7,15
• - Epilogo 21,1-24,25
Temas:
• - Salomón 1,1-11,43
Temas:
• - David 11,1-29,30
Temas:
• La revuelta Macabea
• La helenización de Palestina comenzó bajo el dominio de los Ptolomeo (siglo III a.C...)
El texto original, en hebreo (ahora sólo se conserva en griego), fue escrito por un judío de Palestina,
probablemente en Jerusalén, hacia el año 130 a.C...
– Documentos oficiales del Templo, y algunas cartas de los reyes seleúcidas y del senado romano
Fe que proporciona heroísmo. Lo decisivo no son las fuerzas humanas sino la ayuda divina
Dios no comunica directamente sus designios, sino que actúa con su providencia, y se aguarda una
nueva situación en que “un profeta fiel” manifieste la voluntad divina
Testimonio de cómo Dios fue guiando la historia hasta el momento de enviar al Mesías, Jesús
Jesús muestra celo por el Templo, pero enseña que aquel Templo tiene carácter provisional y a adorar a
Dios “en espíritu y en verdad”
Teología e historia en el Antiguo Testamento están íntimamente compenetradas, pues los relatos
bíblicos nos ponen en contacto con el mundo de sus destinatarios y, en especial, con sus necesidades
vitales, a las que un autor concreto intentaba dar respuesta. El artículo ejemplifica esta realidad
comunicativa en Gen 24. Así pone de manifiesto que la teología del Antiguo Testamento, y
particularmente la del Pentateuco, es histórico-salvífica, esto es, narra la autoconciencia de Israel de su
elección divina precisamente en la gesta histórica de su constitución y sobrevivencia como pueblo,
especialmente en la hora crucial del postexilio. En efecto, la historia es el escenario donde Dios se ha
revelado a Israel e Israel así lo ha percibido. Pero, al mismo tiempo, el proyecto histórico del Israel
postexílico se trasciende a sí mismo, pues el Señor tiene un designio de plenitud humana y social que va
más allá de los estrechos cálculos de los que fraguaron el destino del pueblo en aquella época remota.
Por eso, la teología plasmada en los libros de la Biblia sigue siendo válida en el presente, principalmente
porque delata que el Señor continúa actuando en la historia.
La afirmación del célebre literato francés Paul Valéry (1871-1945) «Los pueblos felices no escriben
historia» pone de manifiesto la razón de la existencia de buena parte de la literatura universal, en
especial del género histórico. ¿Por qué los pueblos narran su historia?; o entrando más de lleno en
nuestra temática, ¿por qué Israel ha dejado por escrito la génesis de su existencia como nación? Sin
duda, porque la subsistencia de Israel como pueblo estuvo seriamente amenazada en aquellas épocas
en las que se fraguó la escritura de los textos que narran las gestas de sus orígenes patrios. Pero no es
solo por eso, sino también porque en esos trances el pueblo elegido percibió que su subsistencia
dependía del concurso de un actor sobrenatural, el Señor, y que su actuación no dejaría de continuar en
el presente.
Historia y teología, por tanto, están íntimamente enlazadas en los relatos del Antiguo Testamento. En
esta presentación describiremos cómo se enlazan e intentaremos mostrar cómo la Biblia Hebrea, al
narrar los orígenes de Israel, persigue principalmente iluminar el presente de sus destinatarios
infundiéndoles esperanzas en la actuación salvífica del Señor en las duras condiciones sociopolíticas por
las que atraviesan.
En primer lugar, debemos rozar la compleja historia de la composición de los libros y unidades literarias
del Antiguo Testamento, cuyo estudio, aun en líneas generales, excede con mucho las posibilidades de
esta exposición. Por eso, parece prudente circunscribir nuestra atención a la composición del
Pentateuco, que nos servirá para ilustrar la relación que existe entre teología e historia en el Antiguo
Testamento. Esta delimitación, además, resulta oportuna en atención al contenido mismo del
Pentateuco, es decir, la Ley (Torá). Ella constituye el fundamento institucional, sociopolítico y religioso
del pueblo elegido y, por lo mismo, es la unidad literaria fundamental del Antiguo Testamento.
¿Por qué fueron compuestos los cinco primeros libros de la Biblia y coordinados en una unidad
literaria?
La respuesta a esta interrogante encuentra una primera iluminación al poner en evidencia la función
singular de la Torá en el contexto de todos los libros de la Biblia Hebrea. Exponemos ahora
apretadamente cómo E. Zenger la pone de manifiesto desde el punto de vista canónico1. Estudia el
contenido de los textos que hacen de bisagras entre las tres partes de la Biblia Hebrea, a saber, la Ley,
los Profetas y los otros Escritos (Torá, Nebiim y Ketubim): Dt 34, 10-12; Jos 1, 1-8; Ml 3, 22-24; Sl 1 y 2 Cr
36, 22-23. Después de un fino análisis de todos estos pasajes, el exégeta bávaro concluye que en todos
ellos, de una u otra manera, queda de manifiesto el carácter único y la autoridad sin comparación del
Pentateuco dentro del Antiguo Testamento2. La Ley contiene y transmite normativamente la voluntad
del Señor, lo que Él prescribe como indispensable para la existencia del pueblo, tanto a nivel personal,
como comunitario. La autoridad de la Torá trae aparejada, también, la superioridad de Moisés,
mediador de la Ley, sobre todos los demás profetas o portadores de la revelación divina3.
En consecuencia, los Nebiim y los Ketubim encuentran su sentido en relación con la Torá4: La profecía se
entiende en el hoy, en el presente, como actualización de la Ley, siempre en relación con un ayer
cuando la Ley fue promulgada por el Señor en el Sinaí y dada al pueblo por la mediación de Moisés5.
Otro tanto sucede con los «Otros escritos», cuya interpretación remite a la meditación sapiencial de la
Torá, actitud que caracteriza al sabio de Israel, es decir, aquel que sabe conducir su vida conforme al
querer del Señor (cf. Sl 1)6.
Volvamos ahora sobre por qué fueron compuestos los cinco primeros libros de la Biblia y coordinados en
la unidad literaria inicial de ella. Ya adelantamos que lo que estaba en juego en la escritura de la historia
de los orígenes de Israel era su subsistencia como pueblo. Desde el punto de vista histórico esta
afirmación requiere rastrear los momentos coyunturales de la existencia de Israel donde, de hecho, su
destino nacional estuvo desafiado por la desaparición. Para esta indagación requerimos unas
herramientas metodológicas que solo la ciencia histórica puede aportar, especialmente el detenido
análisis histórico-crítico de las fuentes no exclusivamente bíblicas, sino también extrabíblicas, y el
contraste de los resultados obtenidos con los datos aportados por la arqueología y otras ciencias
humanas.
Por de pronto, es necesario comenzar distinguiendo entre el mundo narrado por los textos bíblicos y el
mundo de los destinatarios de estos relatos7. De hecho, una de las dificultades mayores que enfrentan
los lectores del Pentateuco en la actualidad es asimilar que los textos narrativos de la Ley no constituyen
un libro historiográfico de los orígenes de Israel, sino que son históricos en otro sentido, en clave
histórico-salvífica8. Si bien hoy se acepta este dato fácilmente para relatos como la creación y el pecado
original (Gen 1-3), cuesta que se imponga para el resto, sobre todo para narraciones donde los rasgos
históricos son muy marcados: los ciclos de los patriarcas, la esclavitud y liberación de Egipto, la perícopa
del Sinaí y la peregrinación por el desierto.
En efecto, los relatos del Pentateuco no persiguen en primer lugar iluminar la historiografía de Israel,
sino brindar los elementos constitutivos de su existencia como pueblo del Señor y, por lo mismo,
transmitir el mensaje de salvación que esta realidad significa. Este es el sentido histórico-salvífico al que
nos estamos refiriendo que, sin duda, es una lectura teológica de los acontecimientos narrados. Por eso,
para captar su significado, el lector debe diferenciar entre la historia narrada y la situación vital a la que
esta historia pretende dar respuesta. Esta situación es la que más importa al intérprete y al historiador,
pues explica el porqué fue escrito un determinado texto, explica su sentido histórico.
Aunque resulta casi evidente, es necesario advertir también que la historiografía no goza de una
objetividad absoluta independiente del sujeto que lee los acontecimientos. Una objetividad así es una
pretensión que, en realidad, no se corresponde adecuadamente con la naturaleza misma del discurso
histórico, el cual es siempre interpretativo y, por lo mismo, incluye subjetividad e ideología. En efecto, se
escribe historia con miras a moldear de alguna manera el presente y siempre desde un determinado
punto de vista, el del autor. Afortunadamente, grandes sectores de la ciencia histórica actual son cada
vez más conscientes de esta realidad y se va perfilando como un requerimiento metodológico necesario
el conocimiento del punto de vista del autor del relato histórico para poder interpretarlo y actualizarlo
en el presente del lector.
Un ejemplo analógico iluminará lo que estamos tratando de decir. Si consultamos distintos libros para
estudiar la Independencia de Chile, los acontecimientos serán narrados de forma diferente según sean
tanto los diversos puntos de vista de los autores, como las necesidades de los destinatarios a los que las
diferentes obras históricas están dirigidas. Así, por ejemplo, un libro de 1830 contará los episodios con
tono de epopeya, los patriotas serán héroes y los realistas, traidores. Si el libro proviene de 1910, el
primer centenario patrio, los acontecimientos continuarán siendo sustancialmente los mismos, pero
ahora se dará más importancia a la trascendencia republicana de los mismos, pues los destinatarios
perciben los hechos de 1810 como el irreversible inicio de la república chilena. Si el libro fuera actual, en
el año del bicentenario, la presentación de los mismos hechos históricos de la Independencia muy
posiblemente estaría mediada por los intereses de los destinatarios contemporáneos. Tal vez, se
matizarían las diferencias entre los bandos enfrentados y se haría referencia con mayor precisión a los
factores externos que influyeron en el desencadenamiento de los acontecimientos.
Algo similar pasa al estudiar los relatos bíblicos; ellos no solo hablan de un mundo narrado, que en el
caso de las narraciones del Pentateuco es solo arduamente rastreable para la ciencia histórica, sino
también y principalmente nos ponen en contacto con el mundo de sus destinatarios y, en especial, con
sus necesidades vitales, a las que un autor concreto intentaba dar respuesta.
Veamos un ejemplo concreto del Pentateuco: la fina narración del matrimonio de Isaac con Rebeca del
capítulo 24 del libro del Génesis. En el relato, hay elementos tradicionales propios de la catequesis y/o
predicación popular. Destaca el uso de la escena típica del encuentro junto al pozo13, desarrollada
también en otras narraciones del Pentateuco: el matrimonio de Jacob con Raquel en Gen 29 y el
matrimonio de Moisés con Sífora en Ex 214. En todas ellas se relata el encuentro junto a un pozo del
protagonista de la historia, joven soltero y que viene de lejos (o su representante), con una o más
jóvenes casaderas. Media el abrevar ya de la cabalgadura y/o de la tropilla del recién llegado, ya del
ganado que conduce la mujer al pozo, ya de ambos. Aunque cada trama tiene un tratamiento con
circunstancias diferentes, todas terminan con el matrimonio del protagonista con la joven (o una ellas),
que abre paso a la narración del nacimiento de los hijos de los recién casados. Así como Gen 24 narra la
misión del viejo siervo de Abraham, quien se encuentra junto al pozo con la hija de Betuel, pariente de
su amo, y termina con el matrimonio de Isaac y Rebeca, así también Gen 29 narra el final del viaje de
Jacob a Padamaram, donde junto al pozo encuentra a Raquel, su pariente, con quien después de
muchas peripecias vuelve a Canaán junto al hijo de ambos, José15. Así también, Moisés, fugitivo de
Egipto, se topa junto al pozo con las siete hijas de Reuel, sacerdote de Madián, y al final contrae
matrimonio con 2, 15b-22).
Volvamos sobre el matrimonio de Isaac con Rebeca. El relato subraya el origen en el mismo linaje de
todos los antepasados de los israelitas, tanto por línea paterna, como materna. De hecho, Abraham
encarga a su mayordomo ir a la Alta Mesopotamia para encontrar allí una esposa para su hijo Isaac
entre las chicas de su parentela (Gen 24, 3.37). Por contraste, le prohíbe tomar mujer para Isaac de
entre las mujeres cananeas (Gen 24, 4. 38. 40).
Esta observación sugiere que lo que Gen 24 pretende transmitir no es la narración historiográficamente
controlable del matrimonio de Isaac y Rebeca —de hecho, no poseemos otras fuentes que permitan tal
verificación—, sino la importancia de la ascendencia de los esposos que contraen matrimonio dentro del
pueblo de Israel. No se trata de excluir a priori la historicidad del relato, ni denegar tal vez algún fondo
histórico al que pueda aludir, pero es evidente que no es posible pasarlo por la criba de los datos
aportados por la literatura antigua comparada y por la arqueología en relación con el período histórico
antiquísimo al que, según la cronología bíblica, correspondería la narración. En efecto, según la
cronología bíblica más común, Gen 24 narraría acontecimientos sucedidos aproximadamente hacia el
año 1700 a. C.
La teología del Pentateuco —o la sinfonía de teologías que se dan cita en él— no está desvinculada de la
historia, pues la historia es el escenario donde Dios se ha revelado a Israel e Israel así lo ha percibido.
Pero, al mismo tiempo, el proyecto histórico del Israel postexílico se trasciende a sí mismo, pues sus
gestores comprenden que en la génesis del pueblo entra en juego un actor sobrenatural, el Señor, que
tiene un designio de plenitud humana y social que va más allá de los estrechos cálculos de los que
fraguan los destinos de los pueblos. Esto era válido para ese entonces y continúa siéndolo hasta ahora.
Algo parecido sostenía G. von Rad. Comparando Enuma Elish, célebre mito cosmogónico babilónico, y el
relato bíblico de los orígenes, el exégeta de München hacía notar que el primero termina con la
fundación de Babilonia, la capital de un imperio y, por lo mismo, se autorrevela en el fondo como una
explicación justificante de un poder temporal. El segundo, en cambio, desemboca en una explicación
que se extiende al destino universal de la humanidad, pues finaliza en la así llamada tabla de las
naciones (Gen 10). En ella, Israel no entiende su destino desvinculado del resto de los pueblos. La
particularización de la historia de los orígenes solo adviene con las narraciones referidas a Abrahán, pero
tampoco ellas resultan ser una restricción de la dispensación del favor divino, sino, por el contrario, la
puesta en marcha con más decisión de un designio de salvación que incumbirá a todos pueblos.
Hace algunos años leí el fantástico libro titulado «Oltre la Bibbia» de M. Liverani, en cuyo prefacio
sintetiza magníficamente el sentido en que el Pentateuco y en general todo el Antiguo Testamento es
histórico. Lo es no en cuanto «historia normal», sino en cuanto «historia inventada» de Israel.
Según el autor, la «historia normal» de Israel no se encuentra en la Biblia, pues el relato de la sucesión
de acontecimientos de aquellos dos reinos hebreos del área de Palestina en el bronce tardío, Israel y
Judá, no son rastreables en las páginas de las Sagradas Escrituras hebreas de modo confiable desde el
punto de vista de la ciencia histórica. Esto no quiere decir que para la relación histórica el Antiguo
Testamento no aporte datos importantes, sino que ellos son limitados toda vez que mientras más se
retrocede en el tiempo se vuelven siempre más inseguros. Además, la historia normal de Israel y Judá
solo importa a los especialistas, que tal vez podrían disponer de otros ejemplos incluso mejor
documentados entre los otros reinos que compartieron el escenario palestino en aquella época lejana:
Karkemish, Tiro o Gaza. Todos sujetos a la destrucción, deportación y desculturación en manos de los
imperios hegemónicos que se sucedieron: Asiria primero y Babilonia después.
La historia inventada por el Israel exílico y postexílico interesa no solo a los especialistas, sino también a
un amplio número de estudiosos e, incluso al gran público, pues está a la base de la fundación del
judaísmo, religión que ha «influido en el curso completo de la historia sucesiva a escala mundial»46.
Interesa particularmente a la teología cristiana en cuanto que le permite darse cuenta cómo la
comunidad creyente, de la que la Iglesia se siente heredera y continuadora, ha percibido a Dios
actuando y manifestando su poder y misericordia en las vicisitudes de su existencia nacional como
pueblo elegido, pero no como destinatario exclusivo y excluyente de la bendición o favor divino, como
era lo acostumbrado en las religiones del mundo medioriental antiguo, sino como instrumento de
salvación de todas las generaciones (Gen 12, 1-3; cf. Is 66, 18-24).
¡Y vaya paradoja! Israel solo capta esta misión cuando precisamente experimenta su propia debilidad y
ve amenazada su subsistencia como pueblo por la destrucción de su Santuario, la pérdida de la libertad
y del propio territorio, y la imposición del duro exilio. Por eso, el desierto es el escenario del origen de
Israel como nación: fuera de la tierra prometida y sin tener rey propio. Lo que asegura la existencia del
pueblo elegido, por tanto, es la alianza con el Señor —el verdadero rey de Israel—, que no solo elige a
los hebreos, sino que también les enseña el camino, la Torá, para alcanzar la plena realización personal y
comunitaria aún sin entrar jamás en la tierra.