El Culto Al Padre Jean Galot SJ
El Culto Al Padre Jean Galot SJ
El Culto Al Padre Jean Galot SJ
En el evangelio de San Juan, Jesús durante el coloquio con la Samaritana, anuncia un nuevo
culto: “Viene la hora; y es esta; en la cual los verdaderos adoradores adorarán al Padre en
espíritu y verdad porque El Padre quiere así a sus adoradores” (Jn 4,23). Desde aquel
momento la adoración asume un nuevo rostro: en el culto judaico se requería absolutamente una
distancia con sentimientos de temor, mientras Jesús nos acentúa la íntima proximidad del Padre;
Aquel quien viene a ser adorado es un Padre, animado del deseo de ser muy cercano a sus
propios hijos y de suscitar en ellos sobretodo la confianza: Por eso Jesús que habría podido
hablar de la adoración del verdadero Dios, prefiere caracterizar el nuevo culto como adoración
del Padre:
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debe responder el impulso de nuestra gratitud; demasiado frecuente al revés, en cambio del
“gracias” debido, que no viene dicho! Sabemos como Jesús se ha mostrado sensible a la falta de
gratitud cuando vió a uno solo de los diez leprosos sanados regresar a El para agradecerle y
rendirle Gloria a Dios (Lc 17,15-19). Aquellos que son hijos del Padre no pueden ignorar los
dones que reciben cada día; deben reconocer las señales de la benevolencia del Padre y
devolverle una sincera alabanza por la inmensidad de Su amor. Siguiendo el ejemplo de Cristo
que en un gesto de acción y de gracia ha ofrecido el sacrificio de la última cena y nos ha
comunicado el fruto en la mesa eucarística, los cristianos son invitados a prolongar la acción de
gracias con un ofrecimiento de su persona y de su actividad al Padre para el desarrollo de Su
reino.
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sabiduría de los ancianos. Aceptar esta objeción sería prohibir definitivamente cualquier
desarrollo en la liturgia.
Se objetaba un peligro de admitir una pluralidad de dioses: la fiesta particular del Padre habría
podido crear confusiones sobre Dios Uno y Trino, dando la idea de una especie de otro Dios,
siendo una Persona divina distinta de las otras. Una objeción similar hubiese podido ser hecha
contra cada fiesta particular de Cristo o del Espíritu Santo. En realidad el peligro de un
politeísmo no existe, y las fiestas de las Personas de la Trinidad pueden ser celebradas sin esta
preocupación.
Una argumentación contraria a la fiesta venía del principio que las fiestas litúrgicas debían ser
celebradas para conmemorar un evento particular de la obra de la salvación: en el caso del Padre,
no hay un evento de este género. Es fácil responder que una Fiesta como aquella de la Trinidad
no está ligada a un evento particular.
Por otra parte el Padre ha intervenido con Su iniciativa soberana en todos los eventos de la obra
salvífica y no puede ser juzgado ajeno al cumplimiento de su designo divino de liberación de la
humanidad. El es también el primer promotor de toda la liturgia.
Precisamente, en cuanto es el iniciador de toda la obra salvífica y el término final del camino de
la humanidad salvada, el Padre debería ser celebrado. La liturgia debe seguir el movimiento
esencial que caracteriza el camino y el culto de Cristo, que va del Padre al Padre.
La fiesta del Padre debe ser acogida como una fiesta muy importante para la paternidad y la
maternidad. Hemos ya notado los vínculos entre la maternidad de Maria y la paternidad del
Padre: la maternidad de Maria es la imagen más similar y más conmovedora del amor paterno
del Padre. Aquí agregamos que cada maternidad, como cada paternidad humana, es hecha a
semejanza de la suprema paternidad del Padre.
Del Padre se deriva cada paternidad: cada papá está destinado a reproducir el rostro del Padre
celeste. Del Padre surge también cada maternidad.
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No podemos olvidar que las más sublimes manifestaciones del amor materno descienden
misteriosamente del corazón paterno y materno del Padre. Así se entiende que la fiesta del
Padre confiere a la fiesta de los padres y a la fiesta de las madres su más auténtico valor.
Además esta fiesta puede tener una irradiación muy amplia porque tiene un valor ecuménico.
Es fiesta de un Padre que extiende Su amor a todos los hombres. La oración “Padre Nuestro”
es oración por excelencia de las reuniones ecuménicas y puede ser adoptada por todos: la fiesta
del Padre tendría así una difusión universal.