Predicación Jonás 4
Predicación Jonás 4
Predicación Jonás 4
Una ciudad completa se arrepintió y se convirtió, por los medios de Dios, no por los de un
hombre.
Jonás había estado predicando hasta ese momento durante un solo día:
Mientras estaba dentro de Nínive, Jonás se enoja y se aflige. Y se dirige a Dios en oración:
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“Ahora, oh Jehová, ¿no es esto lo que yo decía estando aún en
mi tierra? Por eso me precaví huyendo á Tarsis: porque sabía yo
que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo á enojarte, y de
grande misericordia, y que te arrepientes del mal. Ahora pues,
oh Jehová, ruégote que me mates; porque mejor me es la muerte
que la vida.”
En la oración de Jonás hay varios errores. Es una oración pecaminosa de parte de Jonás y a
través de ella aprendemos algunas cosas sobre él:
1- En primer lugar, viendo desde una forma bien general a la oración de Jonás, vemos
que él sabía que Dios es misericordioso. Jonás lo sabía, lo tenía bien claro, pero él no
quería que esa misericordia fuese demostrada a otro pueblo que no fuese Israel.
2- Jonás se excusa delante de Dios: “¿Ves Señor? Precisamente por esto me fui a Tarsis,
si yo sabía que esto iba a terminar mal, yo lo sabía”. A veces nosotros nos
comportamos igual al orar. Nos excusamos delante de Dios y no concebimos que la
voluntad de Dios es perfecta. “Señor, lo tuve que hacer, no tenía de otra”. Me acuerdo
de una conversación que tuve con un hombre que decía creer en Dios. Era de bajos
recursos, y en eso me contó que el robaba porque era necesario para que pudiese vivir.
Me puedo imaginar la oración de ese hombre “Dios, robé, es que fue necesario, si tu
no me das lo que quiero”. Ese hombre no entendía que Dios provee a sus hijos de lo
que NECESITAN para vivir, y Jonás no estaba entendiendo que La Salvación es de
Jehová. Tan preciosa oración que dio en el vientre del pez, terminando con esa frase
hermosa con la que concluye, y sin embargo vuelve a pensar que Dios no debería
mostrar su misericordia con este pueblo pagano.
3- Jonás le dice a Dios que está equivocado. Jonás pensaba que Dios estaba mal por
querer demostrar su amor a otros pueblos. Sin embargo, Dios ya había salvado en el
pasado a otros que no pertenecían a Israel: Rahab, una prostituta de Jericó; Ruth,
moabita que decidió creer en Dios; Naamán, un general sirio que fue limpio de lepra
al depositar su fe en Dios. Cada uno de ellos pertenecía a un pueblo que era enemigo
de Israel, al igual que las personas de Nínive a las cuales Jonás debía predicar por
orden de Dios. El Señor ya había demostrado en el pasado que Él podía mostrar
misericordia al que quiera mostrar misericordia, porque la Salvación le pertenece
solamente a Él.
4- Ora para pedir su muerte. El Señor no le había permitido morir en ningún momento,
por lo tanto, reconocía que su vida estaba en las manos de Dios. Jonás quería dejar de
vivir motivado por una profunda tristeza y una profunda ira. Se deja llevar por sus
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emociones, motivadas por un profundo resentimiento hacia Dios por lo que estaba
haciendo por Nínive.
Debemos tener en cuenta que las emociones que nosotros tenemos no son malas. Son parte
de nosotros, Dios nos creó de esa forma. Tenemos emociones, voluntad e inteligencia. Dios
se goza, así como el Señor se enoja, pero todo de forma santa. Nosotros también podemos
manifestar emociones, pero el problema pueden ser nuestras motivaciones.
Uno puede estar feliz y estar pecando, por ejemplo, si alguien que nos cae mal le pasa algo
indeseado, como uno puede estar triste y no estar pecando, como cuando a un ser querido le
pasa una desgracia. Uno puede estar enojado y no pecar. Sin embargo, lo que hará que
nuestras emociones sean o no pecaminosas son aquellas cosas que las motivan.
Jonás estaba airado porque Dios estaba salvando a otro pueblo. Y el Señor mismo es quien
le quiere mostrar que su enojo no está bien justificado, es pecaminoso.
Imagínense, Jonás le está rogando a Dios que lo mate justo después de haber dado excusas
por su pecado y de haberle dicho a Dios que Él estaba equivocado. El Señor solo se limitó a
reprocharle con una pregunta, en vez de destruirlo en el momento.
Después de esta conversación entre Jonás y Dios, el profeta decide irse de la ciudad. Deja su
misión de lado, no la termina. Había estado predicando durante un solo día, dando un mensaje
que a la vista de cualquier predicador es deficiente, y sin embargo, deja a un lado su deber y
se retira de la ciudad.
¿A dónde va? Hacia el oriente de Nínive, no muy lejos al parecer. Se construyó una choza
para ver si se podía cubrir del sol de alguna forma.
¿Por qué lo hizo? Porque quería ver que le pasaría a la ciudad de Nínive.
- ¿Será que Dios los destruirá al fin y al cabo? ¿Quizás Dios se arrepintió de ser
misericordioso con ese pueblo pagano que merece ser destruido? Al fin y al cabo, la
predicación fue pobre, solo recorrió una parte de la ciudad y no toda, y quizás el
arrepentimiento de estas personas pudo haber sido falso. Quien sabe, quizás Dios si
se dignará a destruirlos.
Jonás acababa de dejar desamparada a toda una ciudad que recién se había convertido al
Señor. Los pudo haber guiado para que ellos pudiesen seguir los caminos de Dios. Pudo haber
sido su pastor, pero no lo fue.
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Pensemos en un rebaño de ovejas, por un lado, tenemos al buen pastor. Las ovejas le
pertenecen, él las cuida y las llama por su nombre. Está dispuesto a dar su vida por sus ovejas.
Por otro lado, tenemos al asalariado, una persona a la que se le paga por cuidar las ovejas,
pero las ovejas no son suyas. Entonces, cuando viene el lobo a cazar, el asalariado escapa,
porque prefiere salvar su vida antes que salvar las vidas de las ovejas.
¿Saben quién es Jonás? Alguien peor que el asalariado, porque por lo menos el asalariado
cuida de las ovejas mientras el lobo no viene. Sin embargo, Jonás esperaba que el lobo llegase
y se las comiera.
¿Quién es el buen pastor? Jesús es el buen pastor. Ama a sus ovejas, las llama a cada una por
su nombre, da su vida por ellas y él mismo nos dice:
Nuevamente vamos a ver como Dios actúa con sus hijos. Otra bonita ilustración del
evangelio. Ya hablamos del perdón perfecto de Dios, vimos que Dios transforma la voluntad
de sus hijos para que sigan sus caminos, y ahora vamos a ver cómo Él va moldeando el
carácter de los suyos.
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Cada vez que Dios quería tocar la vida de Jonás para guiarlo en sus caminos, Él intervenía.
Jonás iba a Tarsis, y Dios le mandó una tormenta. Jonás terminó en alta mar, y Dios había
previsto todo para que ese Gran Pez lo tragara y lo llevara hacia tierra firme. Y fue que Dios
cambió la voluntad de Jonás, obró en ella y Jonás reconoció su situación cuando estuvo en el
vientre del pez durante tres días y tres noches. Dios intervino, Dios preparó todo para que la
voluntad de Jonás fuese moldeada conforme a la suya. Y ahora, nuevamente vemos que Dios
quiere obrar en Jonás ¿Será en su voluntad? No, esta vez será en su corazón, en sus
emociones.
El Señor obra de la misma forma en nosotros, Él pone las pruebas, Él manda el castigo. Dios
manda las tormentas como también puede calmarlas. El Señor cierra un camino, y Él mismo
es quien nos abre otro. Dios está pendiente de sus hijos para formarlos en santidad, abarcando
TODO aspecto de sus vidas, desde la voluntad, hasta las emociones. El Señor transforma los
corazones.
Si el Señor solo se limitara a cambiar nuestra voluntad para que nos dedicáramos solamente
a obedecer, sin cambiar nuestras motivaciones y emociones pecaminosas, no seríamos
diferentes a los fariseos que Jesús enfrentó cuando estuvo en esta tierra, y seríamos como
sepulcros blanqueados, muy limpios por fuera, pero por dentro seríamos podredumbre, llenos
de malas intenciones y emociones pecaminosas. El Señor actúa en todo aspecto de nuestras
vidas a través del evangelio, para que nuestras obras sean motivadas por
La Biblia nos dice que el Señor preparó una Calabacera. Tradicionalmente se le asocia a un
árbol conocido como Ricino, una planta de rápido crecimiento y que da mucha sombra. Sin
embargo, el Señor hizo crecer a esta planta durante poquito tiempo, realmente un milagro.
Jonás se alegró tanto. Imagínense, estaba triste y enojado porque Dios iba a salvar a una
ciudad entera, al punto que deseaba morir. Pero ahora, con una simple planta, Jonás se alegró
“grandemente”. Jonás se alegraba más por una planta que por la salvación de un pueblo.
Sin embargo, Dios también había preparado dos cosas más: Un gusano, para que hiriese a la
planta y esta se secara, y un viento fuerte y caliente, que arrastraría todo y dejaría a Jonás
desprotegido del calor del sol. Ahora Jonás volvía a estar afligido y deseando la muerte.
Jonás tenía puesta su felicidad en las cosas equivocadas. De la misma manera que, si Dios
no nos cambia, nuestra felicidad siempre va a estar donde no debe. Miremos al mundo y sus
anhelos: Riqueza, fama, poder. Todas estas cosas perecen, se mueren. No las vamos a poder
llevar con nosotros a la vida eterna. El mundo no podrá llevarse ninguna de esas cosas al
infierno y los hijos de Dios no se las podrán llevar al cielo.
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Jonás 4: 9 – 11 Dios le enseña a Jonás
“Entonces dijo Dios á Jonás: ¿Tanto te enojas por la calabacera? Y él respondió: Mucho
me enojo, hasta la muerte. Y dijo Jehová: Tuviste tú lástima de la calabacera, en la cual
no trabajaste, ni tú la hiciste crecer; que en espacio de una noche nació, y en espacio de
otra noche pereció: ¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella grande ciudad donde hay
más de ciento y veinte mil personas que no conocen su mano derecha ni su mano izquierda,
y muchos animales?”
Una vez que Dios le da una lección a Jonás, en vez de destruirlo, solo se limita a preguntarle
por su enojo. Jonás sigue enojado, hasta la muerte misma. Y aquí el Señor le da una lección
que también es para nosotros.
Jonás estaba muy feliz por una calabacera que no había ni plantado ni cuidado, y sintió
lástima por esta planta cuando murió. Nosotros también podemos estar felices cuando
recibimos bendiciones terrenales, como podemos estar tristes cuando las perdemos. Cuánto
más Dios estaría feliz por la salvación de un pueblo completo, al no destruirlos por sus
pecados. Incluso se preocupó por los animales que habitaban en la ciudad. El Señor quiere
que nosotros veamos las cosas como Él las ve, desde una perspectiva ETERNA y no
TERRENAL. Si aprendemos a mirar con los ojos de la fe, entonces evangelizar sería más
sencillo para nosotros, pero si seguimos utilizando nuestros ojos terrenales, estos que se dejan
llevar por sus concupiscencias, entonces solo pondremos nuestra mirada en las cosas de esta
vida.