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El Espiritu de La Madre Selva

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L E Y E N D A G A N A D O R A

El espíritu de la madre
selva y el espíritu del agua
C uentan que cuando recién se empezaba a conquistar
la selva de Madre de Dios, los misioneros de las dife-
rentes órdenes religiosas se aventuraban a transitar por los
numerosos estrechos y tortuosos senderos, llegando a luga-
res y/o caseríos nunca antes visitados por personas foráneas.
Es en uno de estos caseríos diseminados por la selva donde
los nativos –una vez que se acostumbraron a sus extraños visi-
tantes y a su extraña lengua– refirieron el siguiente relato: “Que
en tiempos muy lejanos, guardados en la memoria de la gran madre
selva, existió una tribu numerosa y muy importante dirigida por un
poderoso curaca, que tenía en gran veneración a los habitantes de
los bosques húmedos y a los elementos que le daban vida.

Estos antiguos pobladores conocían los secretos de las


plantas, especialmente las consideradas sagradas y,
entre ellas, se encontraba la soga de los muertos,
“Ayahuasca”. Con la ayuda de esta muy respetada
liana, escudriñaban mágicamente los secretos de
la selva y fue en esa tarea que el curaca se atrevió
a visitar la morada de la gran madre selva porque
quiso averiguar dónde se encontraban los cuerpos
de tres niños ahogados en el río, cosa que realizó
sin mucho esfuerzo.

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Recopilado por escolares peruanos para las generaciones presentes y futuras

También en este sueño sagrado se le reveló cómo nacieron los ríos y las grandes cochas,
descubriendo que, en el principio de los tiempos, toda la selva era un gran pantano donde el
agua de las lluvias se acumulaba en gran medida. Ese era el reino de la dueña del agua, el gran
espíritu del agua, la gran boa madre, la cual tenía tres cabezas: con una de ellas se alimentaba,
con la otra podía ver a sus antepasados que alguna vez habitaron este mundo, y con la tercera
cabeza podía ver las estrellas en las noches silenciosas de esos tiempos; también pudo apreciar
que los ríos y cochas fueron hechas por ella en su afán de alimentar a sus crías. Finalmente,
luego de su largo viaje por el tiempo, se le dictó la siguiente sentencia: que todo ser vivo que
se alimente y viva gracias al agua de los ríos y cochas creadas por el gran espíritu de la selva,
debería ser respetado y protegido, de lo contrario, terribles consecuencias se desatarían, y que
el hogar de la gran madre selva debería ser preservado utilizando solo aquello que era estricta-
mente necesario.

Dicha recomendación fue transmitida del curaca a sus congéneres, pero se dio el caso que
los familiares de los niños ahogados vieron un día que una enorme boa de agua salía del río,
justo en el lugar donde desaparecieron los niños. Pensando en desquitarse con algo, mas allá
de sus respetables creencias, la persiguieron e hirieron mortalmente; la serpiente se arrastró
como pudo barranco abajo hacia el río desapareciendo luego en sus aguas. Por el miedo que

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Mitos y leyendas del agua en el Perú

les daban las boas, desde ese día siguieron matándolas cada vez que las veían. El curaca al
enterarse del hecho presagió terribles consecuencias por la desobediencia de la Ley de la tribu
de respetar a los seres que viven en la morada de la gran madre selva, ya que ella los eligió como
los protectores de su reino.

Al poco tiempo, las quebradas que alimentaban al gran río se secaron y con ella los frutos
de la selva, los peces y los animales que vivían en ella desaparecieron y, por ende, tuvieron que
mudarse. Pero cada sitio que habitaban no les ofrecía el sustento necesario, por lo que en su
gran mayoría murieron de hambre y desaparecieron. El curaca nunca más pudo hablar con la
madre selva ni conocer más de sus secretos. Se dice que los descendientes de los nativos que ma-
taron a dichas boas aún viven en la selva y siguen cometiendo el pecado original de sus padres.

Por todo ello, los misioneros tomaron muy en cuenta dichas palabras y tuvieron mucho
más cuidado al visitar las demás aldeas vecinas.

Fuente oral: Elena Espirilla Sargento; comunidad de Sudadero, Tambopata, Madre de Dios.
Escolar: Gloria Polett Pompilla Quispe; 11 años; Tambopata, Puerto Maldonado, Madre de Dios.
Asesor: Maribel Yacira, Quispe Silva.

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