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Textos Todos Somos Diferentes

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TODOS SOMOS DIFERENTES

Autor: Pablo Zevallos, Brasil.

Cuenta una historia que varios animales decidieron abrir una escuela en el
bosque. Se reunieron y empezaron a elegir las disciplinas que serían impartidas
durante el curso. El pájaro insistió en que la escuela tuviera un curso de vuelo.

El pez, que la natación fuera también incluida en el currículo. La ardilla creía que
la enseñanza de subir en perpendicular en los árboles era fundamental. El conejo
quería, de todas formas, que la carrera fuera también incluida en el programa de
disciplinas de la escuela.

Y así siguieron los demás animales, sin saber que cometían un gran error. Todas
las sugerencias fueron consideradas y aprobadas. Era obligatorio que todos los
animales practicasen todas las disciplinas.

Al día siguiente, empezaron a poner en práctica el programa de estudios. Al


principio, el conejo salió magníficamente en la carrera; nadie corría con tanta
velocidad como él.

Sin embargo, las dificultades y los problemas empezaron cuando el conejo se


puso a aprender a volar. Lo pusieron en una rama de un árbol, y le ordenaron que
saltara y volara.

El conejo saltó desde arriba, y el golpe fue tan grande que se rompió las dos
piernas. No aprendió a volar y, además, no pudo seguir corriendo como antes.

Al pájaro, que volaba y volaba como nadie, le obligaron a excavar agujeros como
a un topo, pero claro, no lo consiguió.

Por el inmenso esfuerzo que tuvo que hacer, acabó rompiendo su pico y sus alas,
quedando muchos días sin poder volar. Todo por intentar hacer lo mismo que un
topo.
La misma situación fue vivida por un pez, una ardilla y un perro que no pudieron
volar, saliendo todos heridos. Al final, la escuela tuvo que cerrar sus puertas.

¿Y saben por qué? Porque los animales llegaron a la conclusión de que todos
somos diferentes. Cada uno tiene sus virtudes y también sus debilidades.

Un gato jamás ladrará como un perro, o nadará como un pez. No podemos obligar
a que los demás sean, piensen, y hagan algunas cosas como nosotros. Lo que
vamos conseguir con eso es que ellos sufran por no conseguir hacer algo de igual
manera que nosotros, y por no hacer lo que realmente les gusta.

Debemos respetar las opiniones de los demás, así como sus capacidades y
limitaciones. Si alguien es distinto a nosotros, no quiere decir que él sea mejor ni
peor que nosotros. Es apenas alguien diferente a quien debemos respetar.
EL BURRITO ALBINO

Autora: Claudia Mariel Corallini, Argentina

Gaspar era un burrito muy simpático y divertido. No le temía a nada ni a nadie.


Tenía un carácter jovial, alegre, era especial, diferente a los demás burritos.

Por ser diferente todos los animales lo miraban con desconfianza, y hasta
con temor. ¿Por qué era diferente? Cuando nació era totalmente de color blanco;
sus cejas, sus ojos, sus uñas, el pelaje, el hocico, todo era blanco. Hasta su mamá
se sorprendió al verlo.

Gaspar tenía dos hermanos que eran de color marrón, como todos lo burritos. Su
familia a pesar de todo, lo aceptó tal cual era. Gaspar era un burrito albino. A
medida que fue creciendo, él se daba cuenta que no era como los demás burros
que conocía. Entonces le preguntaba a su mamá por qué había nacido de ese
color. Su mamá le explicaba que el color no hace mejor ni peor a los seres, por
ello no debía sentirse preocupado.

- Todos somos diferentes, tenemos distintos colores, tamaños, formas, pero


no olvides, Gaspar, que lo más importante es lo que guardamos dentro de nuestro
corazón, le dijo su mamá.

Con estas palabras, Gaspar se sintió más tranquilo y feliz. Demostraba a cada
instante lo bondadoso que era. Amaba trotar alegremente entre flores, riendo y
cantando. Las margaritas al verlo pasar decían:

- ¡Parece una nube que se cayó del cielo, o mejor un copo de nieve cayendo sobre
el pastizal, o una bola de algodón gigante!

Las rosas, por su lado opinaban:

- ¡es la luna nueva que cayó a la tierra y no sabe volver!

Cuando Gaspar salía de paseo por los montes, las mariposas salían a su
encuentro, revoloteando a su alrededor, cual ronda de niños en el jardín; los
gorriones, lo seguían entonando su glorioso canto. Gaspar se sentía libre y no le
importaba que algunos animales se burlaran de él. De repente llegó a un arroyo y
mientras bebía agua, los sapos lo observaban con detenimiento y curiosidad y se
preguntaban:

- ¿Y este de dónde salió?, ¿Será contagioso, un burro color blanco?, ¿o será una
oveja disfrazada de burro?

Siguió su paseo, y en el camino se encontró con un zorro que le dijo:

- Burro, que pálido eres, deberías tomar sol para mejorar tu aspecto.

- Yo tomo luna, por eso soy blanco, me lo dijo un cisne que nadaba en la laguna,
respondió el burrito inocentemente.

- ¡Qué tonto eres! Jajaja, eso de tomar luna, es muy chistoso, jajaja, se burlaba el
astuto zorro.

Gaspar no entendía dónde estaba el chiste, porque él se creyó eso de tomar luna.
Siguió su camino, pensando en lo que le había dicho el zorro. Entonces decidió
recostarse sobre la fresca hierba bajo el intenso sol de verano. Transcurrieron
unas horas en las cuales, Gaspar, se había quedado dormido.

Después de un rato se despertó, tan agobiado y muerto de calor que corrió a


refrescarse en la laguna. Cuando salió del agua, observó su imagen reflejada en
ella y una triste realidad, su pelaje seguía blanco como siempre. El cisne lo
había engañado. Los cisnes que lo miraban se reían de él.

- Que tonto eres, ¿crees que poniéndose al sol su pelaje cambiará de color?, se
burlaban.

Gaspar siguió su camino, y de repente encontró frente a sus ojos, un paisaje muy
bello que lo dejó atónito. Se encontró en su lugar, su mundo. Todo era blanco,
como él. Se metió más y más, y empezó a reír y reír. Estaba rodeado de jazmines,
por acá, por allá, más acá, más allá, todo blanco y con un aroma embriagador.
- Gaspar, ¿Qué vienes a hacer por aquí?, le preguntaron los jazmines.

- Aparecí de casualidad, no conocía este sitio, le contestó Gaspar.

- Cuando te vimos de lejos supimos que eras tú. Oímos hablar de ti, los gorriones
y las mariposas nos contaron tu historia. No debes sentirte triste por tu aspecto,
míranos a nosotros, deberíamos sentirnos igual, y sin embargo tenemos algo que
nos identifica, que no se ve, pero se siente, es el hermoso perfume que
emanamos, que es único y hace que todos los días nos visiten cientos de
mariposas y pájaros, tan bellos como nunca vimos.

Comparten todo el día con nosotros y no les importa si somos blancos o de otro
color. Tú también tienes algo que es más importante que tu color, que se percibe.
Es tu frescura, tu bondad y alegría. Cualidades que hacen que tengas muchos
amigos verdaderos. Debes aceptarte tal cual eres, para que te acepten los demás,
le animaron los jazmines.

Gaspar, recordó las palabras de su mamá. Desde ese día se aceptó como era, y
cosechó muchos más amigos que no lo miraban por su aspecto, sino por lo que
guardaba en su gran corazón.
LAURA CAMBIA DE CIUDAD

Autora: Antoñita Valle Rodríguez, España

Las vacaciones se terminaron y Laura estaba triste. De nuevo tenía que ir


al colegio y no estaba entusiasmada con la idea. Y es que a su padre lo habían
ascendido a director de una sucursal bancaria y por ello tuvieron que mudarse de
ciudad. Ella quería volver al colegio de siempre donde tenía muchos amigos.

Tan sólo le faltaba un mes para cumplir los cinco años y pensaba que en
su fiesta no tendría ningún amigo. Sin embargo, en presencia de sus padres
disimulaba, sus papás andaban muy ilusionados con la casa que habían adquirido
y ella no quería "aguarles" la fiesta. De camino para el colegio, siempre de la
mano de su mamá, iba pensando en su maestra Cristina y lo bien que se la
pasaba con ella ¡Desde luego, ya no sería lo mismo!

La madre la condujo hasta la puerta de la clase cuando, ¡Qué sorpresa! ¿Cristina


estaba allí? ¿Estaba soñando? Pronto se aclaró el equívoco. La maestra se
llamaba Rosa y era hermana gemela de Cristina. En la clase había veinte niños y
estaban sentados por grupos de siete. Laura se sentó en el grupo donde había
seis.

En dicho grupo estaba sentada María, que era hija de su maestra y que
casualmente vivía en su misma urbanización. Ricardo y Jaime eran dos niños muy
divertidos y habladores. Estaba también Carmen, una niña de etnia gitana de ojos
grande y tez morena, pero la que más le llamó la atención era una niña de rasgos
distintos de los de todos.

Era china y sus padres acababan de instalar un bazar frente al colegio, por lo que
llevaba poco tiempo residiendo en la ciudad. Se llamaba Yenay y todavía no sabía
hablar español. Laura, desde el primer momento, conectó con Yenay y se
entendían perfectamente sin palabras. Había pasado un mes y Laura ya estaba
mucho más alegre.
Jugaba constantemente en el recreo con los niños de su grupo y además se había
propuesto enseñarle su lengua a Yenay. Sus papás le había preparado una fiesta
de cumpleaños a la que habían acudido todos los niños sin faltar ninguno de los
de su grupo.

También acudieron a dicha fiesta amiguitos antiguos, ya que la distancia entre las
dos ciudades era de apenas veinte kilómetros. Laura disfrutó muchísimo. Se había
dado cuenta de que seguía teniendo los amigos de siempre y había conseguido
otros nuevos con los que compartiría todos sus juegos.
Ranita la rana
Autora: Paulina G.M. México
Ranita la rana era una rana como todas las demás. Tenía la piel llena de circulitos
muy parecidos a los cráteres de la luna, pero mucho más chiquitos y de un color
verde-marrón, ojos saltones, y una larga lengua que estiraba para capturar insectos
y alimentarse de ellos. Vivía muy feliz en una laguna a las afueras de la ciudad.

Cierto día, una familia que por allí paseaba, la vio y le pareció tan simpática que
decidió llevarla al jardín de su casa. Ranita de repente se encontró en una latita
con un poco de agua, que se movía al compás vaya a saber de qué y sin tener la
menor idea de cuál sería su destino, se preocupó un poco.

Cuando la familia llegó a su casa, la dejó en el jardín, que a partir de ese


momento se convertiría en su hogar. Sus ojos saltones miraron ese nuevo
lugar: no era feo, al contrario, estaba lleno de plantas, flores, algunos bancos de
madera, una hamaca y una pileta que Ranita confundió con una laguna que le
pareció un poco extraña.

Ranita no era la única habitante de ese jardín, había caracoles, bichos bolita,
gusanos, lombrices, un conejo y dos perritos. También estaban los pajaritos que
hacían nido en los árboles, y mariposas curiosas que iban de aquí para allá. Los
ojos de Ranita parecían aún más saltones que de costumbre, todo la maravillaba,
todo le parecía lindo, a pesar de ser desconocido para ella.

Miraba las cosas con los ojos del corazón, de un corazón bueno, sencillo.
Comenzó a saltar chocha de la vida dispuesta a recorrer cada rincón del jardín y
hacerse nuevos amigos. Lo que la pobre Ranita no sabía era que no sería
bienvenida por sus compañeros del lugar. Ninguno de los animalitos que allí vivían
había visto en su vida una rana, por lo tanto, no sabían bien de qué tipo de animal
se trataba y aún menos cómo era Ranita por dentro más allá de su aspecto físico.

Tampoco les importó mucho que digamos. Todos y cada uno tenían algo que
decir acerca de nuestra amiguita. Convengamos que la ranita no era muy bonita
que digamos, pero en realidad ¿qué importaba eso?
- Está llena de verrugas ¡Qué asco!- dijo el caracol, a quien le costaba mucho
terminar una frase.

- Me quiere imitar todo el tiempo saltando y saltando, pero no va a lograr saltar


tanto como yo. ¿Vieron sus patitas? Parecen palitos de helado al lado de las mías-
comentó el conejo.

-¿Y el color de su piel? Digo yo, ¿no estará medio podrida? -. Preguntó una
mariposita que volaba por allí.

No sólo ningún animalito del jardín le dio la bienvenida, sino que en vez de
preocuparse por conocer a Ranita y ver así si podían ser amigos, se ocuparon de
criticar no sólo su apariencia, sino todo lo que hacía.

- ¡Es una burlona!-, se quejaba un gusanito- ¿No se dieron cuenta cómo nos saca
la lengua?

- ¡Tienes razón! Nos burla a todos, no hace más que sacar esa lengua larga y
finita que tiene ¿qué se cree? -. Agregó el conejo.

- Yo opino igual- dijo el caracol, cuyas frases nunca eran muy largas, porque si no
tardaba demasiado en decirlas.

- ¿Y los ojos? ¡Parecen dos pelotitas de golf!! Para mí que los tiene tan afuera
para poder mirarnos bien y burlarse mejor. Por ahí algún día se le caen vaya uno a
saber-. Comentó un bicho.

- Pues si ella nos burla, haremos como si no existiera-dijo una mariposita.

Lo cierto es que Ranita sacaba su lengua a cada rato para alimentarse de


insectos, como hacen todas las ranas hechas y derechas y no para burlarse de
nadie. Tampoco tenía los ojos saltones para mirar a los demás, sino porque todas
las ranas y sapos los tienen. Lo que ocurre, es que nadie se tomó el trabajo de
preguntarle, de conocerla bien y así poder saber cómo era la ranita realmente.
Pasado un tiempito, Ranita empezó a sentirse muy solita. Intentaba hablar con sus
vecinos, pero ninguno le hacía caso. La ranita quería volver a su laguna, pero por
más que saltara lo más alto posible, sabía que no podría llegar hasta allí, ni salir
del jardín siquiera. Dándose cuenta que no era bienvenida Ranita se metió dentro
de un agujero que había en el pasto y trató de salir de allí lo menos posible para
no molestar a nadie.

Llegó el verano y con él una invasión de mosquitos nunca antes vista en el jardín
de la casa. Todos los animalitos se rascaban sin parar, trataban de esconderse
bajo una piedra (los que entraban), los perritos en sus casas, el conejo en una
cajita donde dormía, pero aun así los mosquitos avanzaban sin parar.

- ¡Esto nos va a matar! - decía el caracol dentro de su caparazón.

- ¡Ni saltando los puedo esquivar! - se quejaba el conejo.

- Menos mal que yo puedo esconderme debajo de las piedras - comentó aliviado
el gusanito -, pero algún día tendré que salir a buscar comida.

Todos en el jardín estaban muy nerviosos y molestos. La única que estaba


feliz era Ranita, nunca había tenido tan a mano tanta comida y además estaba
muerta de hambre por todo el tiempo que había estado dentro del agujero.
Dispuesta a hacerse una panzada, la ranita saltó al jardín y empezó a recorrerlo
persiguiendo cuanto mosquito se cruzaba en su camino.

Con su larga lengua, que tantos problemas le había traído, agarraba todos y cada
uno de los insectos que habían invadido el jardín. Al cabo de un tiempo, los demás
animales empezaron a ver el resultado de la gran comilona de Ranita, no sólo
porque la ranita ya tenía una panza que parecía un globo, sino porque ya casi no
quedaban mosquitos dando vueltas.

- ¡Nos salvó, la gorda nos salvó! decía el caracol, quien en realidad quería gritar
de contento, pero no le salía demasiado.
- No entiendo- decía el gusanito-, primero nos burla y luego no saca de encima a
los insectos molestos, ¿quién la entiende?

- ¿Yo qué quieren que les diga? ¡Salto de contento! ¡Por fin nos libramos de esos
bichos! - agregó el conejo.

En eso intervino Koko, uno de los perritos de la casa, quien, hasta ese momento,
no se había metido demasiado en el asunto.

- Yo diría que hay que ir a agradecerle ¿no les parece amigos?

- ¿A la gorda llena de verrugas, con color medio podrido y que encima se burlaba
de nosotros todos los tiempos? ¡Ni loco que estuviera! - Gritó el gusanito.

- Es lo que corresponde y es lo que harán todos y cada uno de ustedes o de lo


contrario me encargaré personalmente que ese animal verdoso y feúcho no coma
más mosquitos.

Koko estaba enojado por la actitud de sus amigos.

- ¿Vamos chicos? - preguntó tembloroso el caracol, que se había asustado mucho


de sólo pensar que los molestos mosquitos volvieran.

Y allí fueron todos, no muy convencidos, por cierto. En una larga fila los más
chiquitos primero y los más grandes después, con Koko incluido, fueron a
agradecerle a Ranita. En realidad, iba a empezar a hablar el caracol, pero tardó
tanto que el conejo tomó la palabra.

- Mire doña, la verdad es que queremos agradecerle.

Ranita no entendía por qué le agradecían, pero de sólo ver que sus todos sus
vecinos se habían acercado a hablarle, le sacaba una sonrisa más grande que su
boca misma.

- Perdón, no entiendo- dijo Ranita humildemente-. Agradecerme a mí, ¿Por qué?


- Usted nos quitó esos molestos insectos, lo que no entendemos es por qué desde
que llegó no hizo más que burlarse de nosotros y luego nos ayuda con los
mosquitos.

- ¿Burlarme yo? ¿De quién? ¿Por qué lo habría hecho?

Ranita entendía menos aún que sus vecinos. La verdad es que en ese jardín todo
era un malentendido. Eso pasa cuando las personas no se comunican y entonces
no se conocen.

- Vamos confiese, de sacar esa lengua, todo el día sacándonos la lengua ¿se cree
que no la veíamos? No sólo que nos sacó la lengua todo el tiempo, sino que, para
poder burlarse mejor, sacaba esos ojos que tiene bien para afuera.

- Lamento desilusionarlos vecinos, pero yo no me burlé de nadie. Me llamo Ranita,


mis ojos son así saltones de nacimiento y la lengua la saco para cazar insectos. Si
alguno de ustedes se hubiese acercado a hablarme o me hubiera dejado a mí
acercarme, nos hubiéramos conocido y hubieran sabido bien cómo es una rana.

-¿Una qué?- preguntó el caracol que ya empezaba a sentirse avergonzado.

- Una rana caballeros, soy una rana con ojos saltones como todas las de mi
especie y con una lengua larga que uso sólo para alimentarme y no para burlarme
de nadie.

Muy dolida Ranita se fue a su agujerito, aunque ahora le costaba más entrar
porque estaba mucho más gorda por todos los mosquitos que se había comido.
Todos los animalitos quedaron en silencio. Sabían que habían actuado mal.
También sabían que si se hubiesen presentado ante Ranita el día que ella llegó,
jamás hubieran pensado que se burlaba de nadie. Hubiera sido tan fácil, sin
embargo, no lo hicieron.

Ahora, ante el dolor de Ranita, se daban cuenta del daño que habían hecho. Sin
necesidad de decir una palabra, uno por uno, otra vez en filita se acercaron al
agujerito de la rana. No hizo falta ponerse de acuerdo, pues todos querían hacer lo
mismo.

- Doña Ranita se nos olvidó algo- dijo el conejo con voz un poco temblorosa.

- Pedirle perdón- agregó el caracol.

Con esta esa última palabra, simple pero muy grande, Ranita salió de su agujerito
dispuesta a darles a sus vecinos una nueva oportunidad. Al cabo de un tiempo, los
dueños de casa trajeron una lagartija. Los animalitos del jardín nuevamente veían
un espécimen que no conocían. Sólo que esta vez actuaron diferente. Y una vez
más, todos en filita, Ranita incluida, se acercaron al nuevo habitante, pero en esta
ocasión para presentarse y darle la bienvenida.

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