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Historia Jose Faustino Sanchez Carrion

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RAÚL PORRAS BARRENECHEA

PRECURSORES

DE LA

EMANCIPACIÓN

PARTE II

DON JOSÉ FAUSTINO SÁNCHEZ CARRIÓN

Selección y Prólogo de Manuel Mujica Gallo

PATRONATO DEL LIBRO PERUANO


PROLOGO

Este volumen reúne dos importantes trabajos de interpretación histórica, cuyo conocimiento ayudará a
comprender mejor la azarosa etapa de nuestra emanci pación nacional. En efecto: el estudio de José de la
Riva- Agüero, del que por su extensión el Patronato se ha visto obligado a substraer lo menos esencial, Don
José Baquí jano y Carrillo, ilumina magistralmente aspectos poco divulgados no sólo sobre la vida y el
pensamiento de este precursor, sino también sobre su época. El trabajo de Riva Agüero se complementa con
un brillante ensayo de Raúl Porras Barrenechea, José Sánchez Carrión, el Tribu no de la República Peruana,
indispensable para la com prensión del papel del Solitario de Sayán en la formación de la República.

El objeto de este libro es obvio: el Patronato del Libro Peruano no cumpliría la misión que se ha
impuesto divulgar las esencias del alma peruana, si no dedicase este volumen a la ambición cívica de resucitar
estas dos vidas rebeldes, cargadas de irradiación evangelizadora, frente a la degradación moral del
despotismo político. Revivir esos nombres, amenazados por el olvido, en toda su dimensión espiritual, es un
deber patriótico improrrogable.

Es conveniente recordar que en cualquier etapa histó rica, y en cualquier región de nuestro territorio,
encon traremos siempre perforando la espesa atmósfera de un régimen tiránico la luz de un espíritu
insurgente. Ese espíritu es siempre expresión de su época y su pueblo.

En pleno rigor del coloniaje, por ejemplo, surge admi rablemente erguido, un limeño hoy en la
penumbra, y en su tiempo alabado por el consenso de sus contemporáneos como el supremo adalid del
liberalismo, de la entereza y del desinterés cívicos: José Baquíjano y Carrillo, Conde de Vista Florida.

Es evidente que para apreciar hoy, en su justa magnitud, el espíritu liberal que se agitaba en Baquí
jano, hay que considerar la opulencia de su vida, la rancia prosapia de su nombre y la rigidez familiar del
período en que actúa. En aquel momento, a los ojos de sus linajudos amigos y parientes, Baquíjano debió
parecer un "renegado", cuando no un "revoltoso". Baquíjano y Carrillo, inspirador intelectual de E1 Mercurio
Peruano, primera publicación americana de la que alzaron vuelo aquellas ideas que inspirarían la lucha por
la conquista de la libertad, murió a los sesenta y siete años. No le ha sido propicia la posteridad, acaso porque
abonado ya el campo para el advenimiento de nuestra emancipación- la historia le reservó únicamente una
presencia represen tativa en las vísperas del triunfo. Como dice Riva Agüero: "modesta y obscura tarea la de
arar el campo y arrojar la semilla para que otros recojan la cosecha y se lleven la gloria".

Contra lo que piensa Riva Agüero, que se "sorprende y admira de la independencia y altivez de
Baquíjano", dado el ambiente de servilismo cortesano que vivía la Lima colonial, el autor de estas líneas
encuentra lógica y natural la reacción de ese gran señor, altivo señor, que respiraba un aire emponzoñado y
humillante.

¡Alguien tenía que romper así lo enseña la historia con el oprobioso estado de humillación tolerado,
con falta de señorío, por la clase dirigente! Riva Agüero con dena enérgicamente aquel ambiente abyecto del
que no se libraba ni la Universidad colonial, donde iba a alzarse la voz viril de la requisitoria histórica de
Baquíjano. "Todos estos elogios académicos escribe Riva Agüero- son lamentables y monstruosos". Y
agrega, sin ambages: "El Elogio de Jáuregui, que (Baquíjano) pronunció el 27 de agosto de 1781, es la
antítesis de todos los Elogios an teriores, es una vigorosa protesta contra un largo pasado de abyecta
adulación". "Y téngase en cuenta sigue Riva Agüero que la época era difícil y nada propicia para que se
disimulara y pasara inadvertida la franqueza y la audacia". Como bien señala el autor de La Historia en el
Perú: "Duraba todavía la impresión de terror producida por el suplicio de Túpac Amaru y su familia, y perma
necían en armas muchos de los sublevados, cuando un catedrático de San Marcos se atrevía, en un acto
oficial y solemne a hablar de tiranía, sangrienta política y humi llación, y a convertir la aparatosa ceremonia
del Elogio en un medio de aludir a todas las cuestiones del día y de expresar casi sin embozo las quejas de
los criollos con tra el régimen colonial".

Y es que, en efecto, el Elogio de Jáuregui por Baquí jano como lo reconoce el propio Riva Agüero es
el remoto anuncio de la independencia, lo cual equivale, ciertamente, a reconocer que el atrevimiento de un
hom bre contra el despotismo es, muchas veces, el signo ra diante de que la libertad no está lejana.

Baquíjano y Sánchez Carrión son evidentemente los precursores doctrinarios de, la independencia del
Perú.

Iniciada en el Perú la aparentemente impracticable y quimérica lucha por la independencia nacional,


brota de la pluma del Solitario de Sayán, el verbo y la voz de la democracia peruana. Serrano de Huamachuco,
Sánchez Carrión, por su ideal libertario, es la máxima y más pura expresión del doctrinarismo republicano.

A la luz de estos dos nombres, y de tantos otros, como los de Toribio Rodríguez de Mendoza, de
Chachapoyas, como del tacneño Francisco de Paula González Vigil, del cuzqueño Rodríguez de Arellano, del
piurano Ignacio Es cudero, de los Gálvez, de Pérez de Tudela, de Riva- Agüero Sánchez Boquete, de los
arequipeños Pacheco, Ureta y Químper, Corpancho, Manuel Pardo, del iqueño Gabino Chacaltana, fácilmente
se descubre lo falaz e inadmisible del concepto desdoroso que se tiene de la congénita sumisión peruana.
Tal creencia es una herejía histórica. La costa, la sierra y la montaña, vale decir el Perú, están integralmente
representados por esos nombres en su lucha contra el servilismo. Hay que recordar siem pre lo que el
historiador chileno Vicuña Mackenna escri bió: "En ningún país de Sud América se encarnó más hondo el
espíritu de rebeldía desde los primeros días de la conquista que en el Perú". En el Presidente Riva -Agüero,
Vicuña reconoce, por ejemplo: "el primer agita dor del Perú y digno por tanto de un puesto ilustre entre los
padres de la nación independiente".

Y es que, a lo largo de las diversas etapas de la his toria nacional, se suceden, sin eclipse, los arranques
de peruanos cuyas voces se alzan desde todos los ámbitos del país. En la conquista, durante la colonia, en
plena eman cipación, durante la República, el espíritu de rebeldía monta guardia contra el despotismo. Y ese
espíritu, que bulle en todo momento en nuestra historia, es el espíritu de nuestra raza. La raza es espíritu y
ese espíritu se ha levantado entre nosotros condenando y pulverizando los remedos cesaristas de los
mandones sin pueblo, sin coraje, sin ley.

Siempre la energía del pueblo peruano, a la corta o a la larga, se ha erguido para oponerse a la
corrupción de la autocracia, hasta reducir al silencio las codiciosas loas del servilismo, perversamente
alentadas desde arriba.

A despecho de lo que astutamente se repite, en nuestro pueblo se asienta una tradición liberal. Es
innegable que en el Perú se afirma una tónica de aversión hostil al vasallaje impuesto por los regímenes
despóticos. Y ella tiene vigencia feliz hasta nuestros días: de allí que re sulte útil exhumar, para actualizarlos,
nombres de perua nos, cuyas vidas rebeldes, cuyo credo liberal, no sólo tiene permanente actualidad, sino
que sirven de exhortación patriótica al sentido del deber ciudadano.

Simbólicamente en las páginas dedicadas a Baquíjano, el lector encontrará la presencia de Sánchez


Carrión, como estudiante, dedicando una oda a las virtudes del maestro sanmarquino. Baquíjano y Sánchez
Carrión se vinculan así por la nobleza del ideal nexo más fuerte que el de la sangre en la medula misma de
nuestra historia.

Porras Barrenechea, al aludir a esta composición poética de Sánchez Carrión, dice: "La escribió en
1810, en honor de Baquíjano, el gran precursor de las ideas liberales, consagrándole la más hermosa de las
admiraciones juve niles, la del amor de la libertad". "Sus arengas dice Porras a los Virreyes no siguen la
inclinada curva de servilismo prescrita por el ceremonial". "A ejemplo de Baquíjano, el émulo admirado por la
juventud, envuelven todas una oculta osadía, cuando no una franca demanda por los derechos que asisten a
los americanos". "La más notable, sin duda, es la dirigida al Virrey Abascal, en nombre del Convictorio, en el
aniversario del día en que se promulgó la Constitución española en Lima. Esa arenga es una luminosa síntesis
de libertades. No parece que el orador fuera un colegial de la colonia, ni que se dirigiera al más autoritario de
los Virreyes, sino que hablara un defensor de los derechos del hombre en una república libre. El ejemplo de
Baquíjano dirigiéndose al Virrey Jáuregui, estimulaba a estos insurrectos en germinación". "No se había oído
dentro de las antesalas del Virrey voz más gallarda que la que ese día, rompiendo una tradición servil,
comenzó a hablar en este lenguaje de rebeldía".

Hay que leer, como quien absorbe lentamente la sagrada enseñanza de sus mayores, estas dos
biografías. Ellas cons tituyen un legado histórico que ningún peruano puede desconocer. Penetrándonos de
sus ideales y formándonos conciencia de esta imperturbable tradición rebelde, de la que el Perú no puede
renegar, conjuraremos la continua amenaza de dictaduras inciviles y voraces. La falta de estudios dedicados
a difundir estas enseñanzas es un peli groso vacío que estamos obligados a remediar.

MANUEL MUJICA GALLO


JOSE FAUSTINO SANCHEZ CARRION
el Tribuno de la República Peruana

Por Raúl Porras Barrenechea

EL PUEBLO NATAL

Sánchez Carrión, el tribuno arrogante, el verbo futuro de la revolución en el Perú, nace en un


oscuro y remoto pueblecito andino, a 30 leguas de la costa y a 3,241 metros sobre el nivel del mar.
El caserío español de Huamachuco, humilde y anónimo, surgió junto a otro pueblo o tambo indígena,
Marca Huamachuco, situado al borde del camino del Inca, del Cuzco a Quito y en el que había, como
en tantos otros pueblos del Tahuantinsuyo, un tambo real y un adoratorio solar. El pueblo silencioso
y sin historia –únicamente el cuadro apacible de sus montañas y de sus rebaños en un recodo andino-
- parece como abrigado y escondido por las sierras, según el decir de Cieza, y, en el siglo XVIII, dice
el geógrafo oficial del Virreinato, don Cosme Bueno, no obstante de ser la capital de la provincia no
tiene más de particular que ser "un paraje frío y asiento del corregidor". En lo demás es un pueblo
anónimo y desamparado, como otros tantos pueblos del Perú, en el que no hay sino un Sub Delegado,
un cura, una plaza y una iglesia. El resto, lo que alegra el alma de sus tres mil habitantes y les
compensa la pena de vivir, es la auste ridad petrificada de sus montañas, el aire puro, el cielo azul
imperturbable. "El Perú es el país por excelencia de los lugarejos, aislados entre montañas ignotas",
dirá más tarde un historiador y viajero ilustre. Pero por debajo de aquellos pueblos humildes e
incomunicados, pasa el cauce profundo de la nacionalidad y se ahonda la historia con una fuerza de
eternidad. Como ondas sísmicas, sienten ellos, periódicamente, llegar las grandezas y las tragedias
del Perú. Túpac Yupanqui y Huayna Cápac detuvieron sus andas frente al atónito caserío, en sus
marchas del Cuzco a Quito. Pizarro durmió dos días en las estancias deso ladas de Huamachuco, en
su marcha de Cajamarca al Cuzco. Bolívar plantó su tienda en ese mismo pueblecito en la campaña
Libertadora y más tarde, en 1883, en el más aciago momento de nuestra historia, toda la atención del
Perú, se volverá de pronto hacia Huamachuco, porque junto al adoratorio indígena y a la torre de la
iglesia espa ñola, un grupo heroico y desesperado se enfrentará, brava mente, defendiendo la tierra al
invasor. Huamachuco fue entonces, por un momento, el corazón del Perú. Después, abrigado por sus
cerros, volvió a ser el humilde pueblecito andino, uno de tantos "lugarejos" que para el historiador
extraño, forman el antiguo y milenario Perú. Pero el des tino del pueblecito, marca incaica, curato
español, capital de provincia republicana, se ilumina particularmente de gloria y de esperanza el 13
de Febrero de 1787, porque ese día nace en su seno José Faustino Sánchez Carrión, el fundador de la
República.

LA FAMILIA
Don Nicolás Rebaza afirmó, para ilustrar la progenie de su pariente, que era de una noble
familia de España, hijo de don Agustín Sánchez Carrión y de doña Perfecta Aranda y nieto del
Corregidor de Huamachuco don Martín de Aranda, alcalde de Trujillo en 1765 y señor de títulos y
campanillas. La verdad documental es otra.

El padre de Sánchez Carrión fue un hombre de acción y de trabajo, dedicado a la explotación


de minas y haciendas en la región de Huamachuco en la que debido a su esfuerzo llegó a poseer
algunas estancias en Chunquiquilca, Llauto bamba, Río Cancha, Guayto, San Juan de Matará, Fecce,
Rafallán, Casahuete y Huataullo. Las minas le dieron alter nativamente prosperidad y pobreza. En lo
social adquirió en Huamachuco una expectable situación. Era Administra dor de Correos de los
partidos de Cajamarquilla y Huama chuco y en 1805 y 1816 fue Alcalde de Huamachuco. Don
Agustín era nieto de don José Sánchez del Risco y el nom bre de Carrión, de ascendencia materna,
probablemente era originario de Piura y acaso de Loja.

En los archivos notariales de la región quedan huellas de la actividad económica del padre:
ventas constantes de casas, tierra y haciendas en la jalca vecina de Huamachuco, que hablan de una
fortuna oscilante y mantenida por el esfuerzo. Don Agustín Sánchez Carrión casó con doña Teresa
Rodríguez y Lesama, vinculada a familias de la cercana Cajabamba. Tuvo siete hijos legítimos, de su
pri mer matrimonio, de los que sobrevivieron dos: Fermina, la mayor y el quinto, José Faustino,
siempre de salud deli cada. Los demás hermanos morirían probablemente hosti gados por la rudeza
del clima del páramo serrano. La ma dre murió el 11 de Enero de 1794, cuando su hijo José iba a
cumplir siete años, y el padre se volvió a casar en 1808 con doña Sebastiana Palomino. De este
matrimonio pro vino Mariano, maestro en domar caballos, inmortalizado en un bello retrato
romántico.

El niño José Faustino nació en la casa de su padre que éste había comprado tres años antes en
1784, de los bie nes de doña Juana Sal y Rosas. La casa, que subsiste, era la principal del pueblo, en
la esquina de la plazuela, con frente a ésta y colindando con el templo de San José, antiguo adoratorio
o terraza ceremonial del Inca. Todas estas referencias documentales atestiguan la posición social de
una familia española burguesa, de vivir hidalgo, en un pueblo andino, principalmente de indios.

LA INFANCIA

El niño, bautizado el 16 de Febrero de 1787 en la igle sia parroquial por el cura don Joseph
Carrión, su homó nimo y acaso su pariente, creció al lado de sus padres hasta la muerte de la madre
y luego seguiría bajo el cui dado de la hermana mayor. Vinculado a gentes de iglesia, de Huamachuco
y de Cajabamba (pues hubo varios presbí teros en la rama materna), se le destinaba a la carrera
eclesiástica, de seguro porvenir entonces. Algún clérigo debió enseñarle las primeras letras e iniciarlo
en el estudio del latín.

La vida del niño huamachuquino transcurriría en el ambiente estrecho y monótono de la


pequeña ciudad en la que la plaza, dominada por el marco austero de los cerros vecinos, era el único
lugar de recreo y de expansión, en el que se celebraban las ferias llenas de colorido y las fies tas
anuales en honor de la Virgen. En ellas surgían por varios días con su música implacablemente
monótona, los cortejos populares con sus danzas características de dia blos, de pallas y de indios
selváticos. Se adivina, sin embargo, que no obstante la vocación estudiosa del ado lescente, debieron
atraerle las excursiones a caballo a las estancias vecinas de su padre y las carreras jadeantes por la
jalca amarillenta que se extendía hasta las márgenes del Marañón. Esta condición de excelso jinete
habría de ser virle más tarde para acompañar sin desmayo a Bolívar en la campaña libertadora, desde
Trujillo hasta Ayacucho. Español por la casta, andino por el nacimiento y la infan cia, este niño
peruano, triste y reconcentrado, tuvo sin embargo, por obra de la situación geográfica de su tierra
natal, trepada en la serranía, pero tendida por el oriente hacia la llanura que linda con el hondo tajo
del Marañón, una visión del Perú más ancha y lejana que la de los niños de otros villorrios andinos,
un horizonte de ensueños y de más dilatadas aventuras. Nunca habló en sus discursos ni en sus
ensayos, de las impresiones de su tierra natal; pero alguna vez, en el Congreso, esta visión del río,
que era grandioso lindero de su provincia, le sugirió una metá fora, al hablar de los horrores de la
demagogia, de los que dijo que podrían dar lugar a que en el Perú corriesen "Marañones de sangre".

A los quince años, el niño huamachuquino es enviado a estudiar en el Seminario de Trujillo,


que concentraba entonces todas las vocaciones intelectuales del Norte del Perú, para estudiar en él la
carrera eclesiástica. Debió hacer con extraordinaria inquietud y alucinación juvenil el camino de
herradura que a través de desoladas llanu ras de cumbres y nevados, desciende, colgado de las laderas
de la cordillera, hasta desembocar en los senderos pol vorientos de la Costa, cercados de tapias y
guarangos, hasta entrar por la Portada de la Sierra, bajo la dulce y húmeda caricia de la "chirapa", a
la episcopal y aristo crática ciudad de Trujillo.

EL SEMINARIO

El Seminario de Trujillo habría de imprimir honda huella en el espíritu infantil de Sánchez


Carrión e influen ciar su inteligencia y carácter. El 2 de Abril de 1802 figura su inscripción como
colegial porcionista en el Real Semi nario de San Carlos y San Marcelo, previa orden dada por el
Obispo de Trujillo don José Carrión y Marfil.

En el Seminario, dirigido por don Tomás González del Rivero, se seguía estudios de Gramática
y Latinidad, luego un año de Lógica, dos años de Física y por último estu dios de Filosofía, en una
especie de pirámide comtiana del saber escolástico virreinal. Como signo de los tiempos se enseñaba
también el francés. La enseñanza era dogmá tica y la disciplina rígida y absoluta. Las horas de estudio
y de rezo se sucedían con implacable monotonía en el ambiente monacal de ascetismo y silencio.
Sólo contadas veces al año se daba propinas a los alumnos, había misa solemne y salían aquellos a
ver las candeladas y lumina rias, las iluminaciones a la veneciana y los fuegos artifi ciales en la
ciudad. Después se recluían de nuevo en el ambiente dulce y severo del cenobio escolar, a debatir
problemas filosóficos o preparar los certámenes en latín. Ninguna rebeldía ni beligerancia era
permitida a los futu ros párrocos de almas y si alguno se apartaba del vivir ascético y puro de la casa,
toda la comunidad de cole giales y profesores era llamada a la puerta del Seminario liara poner en la
calle la cama y los enseres del estudiante alborotado o vicioso. Sólo persistían los temperamentos
dóciles y poseídos de verdadero fervor y vocación.

Sánchez Carrión fue un alumno modelo del Seminario, por su capacidad intelectual en primer
término y por su profunda fe religiosa que conservó toda su vida. Se descu bre desde entonces su
lucidez intelectual y su tesonera voluntad de aprendizaje y de estudio. Al año siguiente de ingresar se
le encarga la oración latina en la apertura de los estudios en la capilla del Colegio, presidida por la
ima gen de Nuestra Señora de Loreto y con asistencia del Dean y los Cabildos Eclesiástico y Civil de
Trujillo. Es la pri mera aparición oratoria del futuro tribuno del Congreso Constituyente. El 7 de
Febrero de 1804, es aprobado por todos los votos en Gramática y Latinidad. En Abril de 1804 vuelve
a pronunciar la oración latina en la apertura de los cursos y el 15 de Noviembre es aprobado en Lógica,
por todos los votos, con asistencia del Rector, Vice Rector y Catedráticos.

Entre las influencias que se ejercieron entonces sobre el ánimo del adolescente está en primer
término la del Obispo de la diócesis, su homónimo también, como el cura que lo bautizó, don José
Carrión y Marfil. Este prelado, al que se ha pintado por su fidelidad al Rey y porque se fue a España
al producirse la Emancipación, como un espíritu ceñudo y fanático, fue en realidad un español leal y
un buen representante del espíritu de la Ilustración. Era jurista educado en Alcalá de Henares, llevó
las armas un tiempo y se ordenó después. En Bogotá fue Secretario del Obispo Caballero y Góngora,
magnate de la ilustración. El Obispo Carrión mostró una tierna predilección por el joven seminarista
y le apoyó en sus estudios y dirigió en su vocación religiosa ayudándole para trasladarse a Lima. Al
dejar el Seminario, en prueba de su afección, el Obispo pone una nota en los libros escolares, en la
que dice que el escolar don José Sánchez Carrión se ha manejado "en todo el tiempo de su colegiatura
con la mejor conducta, juicio y aplicación". Desde Lima, Sánchez Carrión le escribiría cartas hasta
1818, narrándole sus adelantos, llamán dose su secretario y demostrándole adhesión y gratitud.

Casi al mismo tiempo que Sánchez Carrión ingresaba al Seminario, había dejado el Rectorado
de éste un perso naje trujillano de la más inquieta personalidad y fama futura. Era este el clérigo
trujillano Blas Gregorio de Osto laza, el futuro capellán de Fernando VII en Valencey, diputado
peruano a las Cortes de Cádiz en 1812, defensor encarnizado del absolutismo y carlista obcecado más
tarde que fuera fusilado por el pueblo de Zaragoza en 1835. Ostolaza, que rechazó a cuchilladas a
unos asaltantes en Cádiz, era, según Pío Baroja que ha escrito su biografía, "un cura con toda la
barba". El niño Sánchez Carrión y sus compañeros de aula debieron recordar siempre, cuando el
nombre de Ostolaza retumbaba en las cortes gaditanas, aquel maestro inquieto y bullicioso, de rostro
carirredondo y encendido, que en la cátedra de Derecho del Seminario y en sus arengas escolares
trasmitía a sus alumnos, futu ros tribunos republicanos, el pathos de una oratoria vibrante y
estremecida.

Quedan en los libros del Seminario de Trujillo los nom bres de los compañeros de Sánchez
Carrión en las aulas. Algunos llegarán a Obispos, como José María Arriaga en Chachapoyas; otros
serán sutiles latinistas, rectores o pro fesores del Seminario, y la mayoría seguirán el que debió ser el
destino del joven huamachuquino si la independen cia no estalla en esa hora, o sea párroco de almas
en los reposados villorrios andinos.

Aunque no le retuvo definitivamente, no hay duda de que el Seminario trujillano y sus normas
ascéticas dejaron una imperecedera huella en el alma de Sánchez Carrión. El conformó ahí su carácter
paciente y disciplinado, cuan do era necesario, hasta la mansedumbre. Sólo tras el umbral de la
humildad y la paciencia de la terca sumi sión a un ideal obsesivo, que caracteriza los noviciados
cristianos, se pudo preparar providencialmente a los cola boradores peruanos de Bolívar,
incomparablemente dota dos de abnegación y de fe ante los caprichos desbordantes del Héroe. El
Seminario le dio a Sánchez Carrión el tesoro de su fe religiosa, y esa pureza de seminarista que
conservaría toda su vida, y que resplandecerán en la nobleza de sus discursos, en las Bases éticas de
su Consti tución Política, de 1823 y en sus diálogos teológicos con Monteagudo, en el campamento
libertador, bajo la mirada centelleante de Bolívar.

EL COLEGIAL CAROLINO

En la necrología anónima de Sánchez Carrión se dice, recogiendo un saber histórico


cristalizado, que el Colegio de San Carlos de Lima fue "el cuartel general de la insu rrección peruana".
El Congreso Constituyente declararía el 17 de Enero de 1823 que San Carlos ha sido "el semi llero
de los principios revolucionarios". San Carlos era en aquellos días, y desde que asumió su dirección
el Rec tor don Toribio Rodríguez de Mendoza, una escuela de inquietud y de renovación.

Maestros y discípulos, libertados por la nueva filosofía de las antiguas tutelas dogmáticas, se
sienten poseídos de un espíritu de crítica demoledor. Impotentes todavía para atacar el sistema político
vigente, por la rotundidad del poder que desde Lima contrarresta todos los intentos revolucionarios
de Sud-América, su acción renovadora se ejer cita principalmente en la enseñanza, pero con tan
segura eficacia y tenacidad, que provoca las alarmas seniles del arzobispo La Reguera. Ante las
denuncias episcopales pos teriores, el Rey ordena vigilar constantemente el Convic torio y aumentar
las prohibiciones y precauciones que ase guren en él la clausura para las ideas.
En esta época de intensa agitación intelectual, aumentada por las noticias de la insurrección que
va estallando por todos los puntos del continente, transcurre la adoles cencia de Sánchez Carrión en
el Colegio de San Carlos. En las actuaciones escolares ha sorprendido ya su palabra viva y precoz.
Los maestros adiestran al futuro púgil de la palabra en las reñidas oposiciones de tesis y en los torneos
oratorios que eran entonces frecuentes en las aulas carolinas. Pero tan precoz como su vocación para
la elo cuencia se descubre su disposición para la rebeldía. Por las impresiones y recuerdos de sus
condiscípulos, parece haberle auroleado desde muy joven un inusitado prestigio de audacia y de
liberalismo. Debió de ejercer en las aulas, en las discusiones estudiantiles del patio y del refectorio,
un imperioso y vehemente predominio en el que entraban como factores decisivos la profundidad
severa de sus estu dios, la madurez de sus ideas, el entusiasmo súbito de sus arranques liberales, que
ha de vibrar más tarde en sus arengas de republicano, y la seducción de su palabra siem pre cargada
de emociones sonoras.

Al mismo tiempo que en la elocuencia descuella en la poesía. De su consagración a las musas,


ejercicio obligado de todo colegial de San Carlos, queda un valioso testi monio que Juan María
Gutiérrez, el cultísimo crítico argen tino, no ha vacilado en calificar como "una de las mejores
producciones de la musa revolucionaria en América". La escribió en 1810 en honor de Baquíjano y
Carrillo, el gran precursor de las ideas liberales, consagrándole la más her mosa de las admiraciones
juveniles, la del amor a la liber tad. La composición, que figura en el folleto dedicado a describir las
fiestas con que se despidió a Baquíjano de Lima, al ser nombrado consejero de Estado en la península,
es interesante porque comprueba ampliamente la aptitud poética de Sánchez Carrión, demostrada en
mu chas otras composiciones, hoy perdidas, pero que le die ron renombre lírico en su tiempo, y,
además, porque es un testimonio de la adhesión de Sánchez Carrión al grupo constitucionalista que
ensalzaba al magnate limeño. Acaso pudiera servir también para comprobar que para ser gran orador
se necesita tener alma de poeta.

La composición descubre ya sin embozo las ideas patrió ticas de Sánchez Carrión. El
nombramiento del criollo Baquíjano para un importante cargo en España, no auto rizaba a aquel para
los exaltados trasportes de alegría y los saludos entusiastas a la libertad que contiene su composición.
Está patente el deseo de expresar los sentimien tos coactados por la tiranía virreinal y de decir a todos
los vientos su convicción revolucionaria. La designación de Carrillo le sirve, pues, de pretexto
insuficiente para entonar un canto a la libertad muy distante todavía de conseguirse. En el fondo de
esas estrofas, a las que el Con victorio había enseñado una elegancia latina, vibraba ya un latido
insurgente.

Ellas dicen así:

Atado estaba el continente nuevo


Trescientos años con servil cadena
A cuyo ronco son su acerba pena
Su eterna esclavitud llorar solía
En triste desventura
Desde que el padre de la luz salía
Hasta el dulce nacer del alba pura.
El metal valeroso,
La quina saludable,
Y mil riquezas en soberbias naves,
De tributo en señal cortar se vían
Con fuerza irresistible
El húmedo elemento
A pesar de las olas y del viento,
Y el infeliz colono
Por sabio, por intrépido que fuese,
Y en valor excediese
Al vizcaíno, gallego o castellano
Su cerviz sometía,
Y no mandar, sí obedecer sabía,
Cuando ¡alta providencia! de repente
Levantó su ancha frente
La América abatida,
Y a tí ¡oh, Josef! ¡oh, sabio esclarecido!
La suerte de dos mundos
Por toda la nación confiarse vido.
¡Gloria y honor al sabio de la patria!
¡Salve, mil veces salve,
Oh poderosa Lima!
Salve ¡oh Perú! ¡oh América opulenta!
Que la horrible cadena
Hase ya roto; y a su grato estruendo
La santa libertad batió riendo
Sus alas celestiales
Sobre tu fértil suelo,
Y en Baquíjano al fin posó su vuelo.
Salve ¡oh Josef! pues eres el primero
Que a tan excelso honor has ascendido
En quien tu cara patria ha recibido
De igualdad el ejemplo.
Y en quien la unión fraterna tan deseada
Llegó a verse por fin asegurada. .
Salve ¡oh Josef! ¡ilustre americano!
Que el Rímac apacible
De noble orgullo penetrarse siente,
Y por primera vez su faz riente
Sacude alborozado;
Y sus bellas zagalas
La arena melancólica abandonan
E himnos de gozo en tu loor entonan.
Gloriarte puedes, que tu amada patria
Estampará el primero
Tu nombre augusto en la columna de oro
Que eleve a la memoria
De su alma libertad, de su victoria,
Sobre el hado fatal que, enfurecido,
Perpetuarla quiso en el olvido.
Tiende sobre tu cuello
Sus brazos amorosos
Y "basta de quebranto,
Exclama, basta, mi hijo bienhadado,
Olvido mis ultrajes,
Mis antiguas querellas
Que ya las ciencias y las artes bellas
Que el talento peruano cultivase,
De mi felicidad harán la base.
Tú salvaste el primero
La alta muralla que una mano impía
Formó para cerrarme
Del brillante mandar la dulce vía.
Venid, pues, celebremos
A este mi primogénito en la gloria,
Y que en su amable nombre a hablar aprenda
El tiernecillo infante.
Y gloria a mi hijo todo el orbe cante".

Pronto comparte Sánchez Carrión las labores docentes con sus maestros y encuentra en la
cátedra un nuevo estí mulo para su vocación oratoria. Se le encomienda la ense ñanza de las leyes y
cánones y el curso de Digesto Viejo. El brillo y la elegancia de su palabra le conquistan un puesto
entre los oradores del Colegio y de la Universidad. A nombre de ellos lleva la palabra en las
actuaciones solem nes y en los rígidos besamanos. Pero sus arengas a los "Virreyes no siguen la
inclinada curva de servilismo pres crita por el ceremonial. A ejemplo de Baquíjano y Carrillo, el
émulo admirado por la juventud, envuelven todas una oculta osadía, cuando no una franca demanda
de los dere chos que asisten a los americanos. Quedan pocas de estas galanas piezas oratorias, con
que el futuro tribuno rindió tributo a la cortesanía colonial. La más notable, sin duda, es la dirigida al
Virrey Abascal, en nombre del Convic torio, en el aniversario del día en que se promulgó la
Constitución Española en Lima. Esa arenga es una lumi nosa síntesis de libertades. No parece que el
orador fuera un colegial de la Colonia ni que se dirigiera al más auto ritario de los Virreyes, sino que
hablara un defensor de los derechos del hombre en una república libre. El ejemplo de Baquíjano,
dirigiéndose al Virrey Jáuregui, estimulaba a estos insurrectos en germinación. Se comprueba el afán
de imitarles y de conquistar una popularidad tan halaga dora y tan peligrosa como la suya. La arenga
descubre de cuerpo entero al futuro revolucionario. No se había oído dentro de las antesalas del Virrey
voz más gallarda que la que ese día, rompiendo una tradición servil, comenzó a hablar en este lenguaje
de rebeldía:

"Entre los días en que la etiqueta solía congregarnos en este lugar, ninguno estaba consagrado
a la interesante y dulce memoria de los imprescriptibles derechos de la pa tria. Amortiguados los
valerosos españoles por la arbitra riedad y el despotismo del antiguo sistema, se acercaban temblando
en tales días a besar la mano de los reyes, a prostituir el inestimable don de la palabra y a tributar
acaso gracias por la opresión y tiranía. Pero, ¡qué diferencia! Revestidos ahora del sagrado e
inviolable carácter del ciu dadano se reúnen, se presentan a congratularse mutuamente".

Toda la arenga, que merecería reproducirse íntegra, es un himno valiente de la libertad, una
esperanzada invoca ción a la independencia. El discípulo de Baquíjano y de Rodríguez, en cuya
propaganda, si había un ferviente anhelo de libertad, no germinaban ideas separatistas, demuestra, en
el apasionamiento con que califica la obligada sumi sión a la corona, que no comulgaba ya con
aquellos y el partido constitucionalista, en la fidelidad al monarca. Amparado en la carta
constitucional, cuyo liberalismo loa entusiasmado, recalca ante el Virrey español la igualdad de
peninsulares y criollos:

"Cada uno de sus ilustres individuos -(de la nación.)- siente en sí mismo la dignidad de un
hombre y se pre cia de ser parte esencial de la soberanía". "No hay duda, dice -todos somos iguales
delante de la ley, y la virtud y los talentos tienen abierta la carrera de la gloria en cualesquiera
ciudadanos que se consagren a la patria".

Su lenguaje ha perdido la reverencia del vasallo. Hay frases que debieron provocar el disgusto
del Virrey. "La libertad de imprenta y los otros derechos que no hemos querido ni debido renunciar",
dice a quien había gober nado seis años bajo el régimen absolutista e inquisitorial. Y condenando a
quienes "no habían hecho pasar la consti tución de sus labios a su pecho", fulminando a los serviles
que clamaban por el restablecimiento del absolutismo, pre gunta con un desdén comprometedor, por
lo que de cen sura y ultraje tenía para el monarca arbitrario a quien se había obligado a aceptar la
carta liberal y que habría de derogarla ese mismo año: "¿Habrá criminales descon tentos que suspiren
por los vicios del sistema envejecido?".

Palabras tan enérgicas debieron contrariar profunda mente al respetuoso y disciplinado Abascal.
Los biógrafos consignan que le amonestó repetidas veces y que acabó por recomendar que no se
designase a Sánchez Carrión para llevar la palabra por el Convictorio.

Pezuela, que sucede a Abascal en el mando, no tiene la sagacidad ni la paciencia del Marqués
de la Concordia para resistir la creciente propaganda liberal que realizan los maestros de San Carlos.
La Inquisición acusa a diario a estudiantes y maestros lectores de Voltaire, de Montes quieu, de
Volney y de la Enciclopedia.

Pezuela decide entonces, en el mes de Agosto de 1816, enviar como Visitador al Colegio de
San Carlos, a don Manuel Pardo, el Regente del Cuzco durante la insurrec ción de Pumacahua. Pardo
interroga a alumnos y a profe sores, registra los libros de la Biblioteca y husmea los salones de clase,
sin encontrar confirmación de la propaganda subversiva. Sólo unos cuantos libros prohibidos bajo
llave en una alacena arrinconada. Pero el Visitador comprueba que por la ancianidad del Rector la
disciplina se ha relajado, los estudiantes no concurren a las clases ni a las horas de rezo, y el viejo
maestro recluido por sus dolencias no baja de sus habitaciones al claustro. Rodrí guez de Mendoza
defiende con gallardía su obra decla rando que hace treinta .años que está de maestro, que ha educado
a generaciones brillantes y que el Convictorio, bajo su Rectorado, "ha sido una luz que alumbra a
todo este continente". Pardo se inclina respetuosamente ante el viejo maestro, pero intervienen
entonces un Arcediano y un Obispo para opinar que no se enseñaba en el Convictorio el primer
sentimiento que debía inculcarse en él, que era el amor al soberano, y que se difundían en cambio
"perversas opiniones". El Obispo pedía que se enseñase el Catecismo de San Alberto y el Discurso
sobre la Historia Universal de Bossuet. Rindiendo homenaje a la obra de Rodríguez, se clausura sin
embargo, el Colegio el 31 de Mayo de 1817, por cuatro meses durante los cuales se depura el cuadro
de profesores y alumnos turbulentos v se reabre bajo el Rectorado evangélico de don Carlos Pede
monte.

La propensión legendaria y la falta de documentos ha contribuido a desvirtuar los hechos y a


acumular en la personalidad gallarda de Sánchez Carrión todo el ardor de aquella juvenil rebeldía.
Vicuña escribió que el Colegio fue clausurado por el Oidor Berriozabal en 1818. Rebaza dijo que
Pezuela expulsó a Sánchez Carrión del Convic torio, porque el Virrey decía que si Sánchez Carrión
conti nuaba en el Convictorio hasta los ladrillos iban a volverse patriotas. Agrega que Sánchez Carrión
fue confinado a Huamachuco, a fines de 1818, de orden del Virrey. Los documentos demuestran que
la clausura se realizó el 31 de Mayo de 1817, después de una morosa visita, y que Sán chez Carrión
no fue expulsado, sino que continuó viviendo en Lima dictando sus cursos bajo el aura apacible de
su amigo Pedemonte, y aún que llevó la palabra del Convic torio el 4 de Noviembre de 1817, para
agradecer al Virrey el decreto de reapertura.

En una carta de Sánchez Carrión a su amigo José Joa quín Urdapileta, en Huamachuco,
exhumada por Polo, fechada en el Colegio de San Carlos el 23 de Noviembre de 1817, este se declara
satisfecho del Rectorado de su amigo y dice: "Te aseguro que el Rector es un ángel y que sólo viendo
lo que hace se puede creer. Tengo la satis facción de que me distingue de un modo muy particular, lo
que me es muy lisonjero; porque en lo descubierto yo no he tratado un hombre más amable y de
corazón más bien puesto. ¡Cuánto pueden la verdadera sabiduría, la humildad y el desinterés!"
Perdidos o desaparecidos los Libros de Claustro de San Carlos, se puede comprobar por otras
referencias que Sánchez Carrión continuó en él por lo menos hasta Mayo de 1819.
La necrología de Larriva, testigo cercano de los hechos como maestro de San Carlos, da acaso
la clave de la verdad. Dice Larriva que "el Virrey Abascal le amenazó varias veces y Pezuela llegó al
extremo de botarle del Colegio". Esto sucedió, por fortuna, cuando ya el Colegio necesitaba más de
él que él del Colegio". El decreto del Congreso de 18 de Febrero de 1825, declarando a Sánchez
Carrión bene mérito de la patria en grado heroico y eminente, consigna los hechos en forma menos
rotunda que la leyenda: pues dice que Sánchez Carrión ha hecho "notorios servicios a la causa de la
libertad en consecuencia de su notoria deci sión a ella, desde el tiempo en que fue Colegial en el Con
victorio de San Carlos, por lo que se empeñó el gobierno español en expulsarlo de dicha casa". En
esta versión pa rece que el propósito de expulsarlo no se hubiese cumplido o quizás, como insinúa
Larriva, que él se retirase previa mente ante alguna notificación. El hecho comprobado por esta ley,
es que Sánchez Carrión fue uno de los más des tacados patriotas dentro del claustro carolino y agitador
de la idea de la libertad.

En medio de estas inquietudes, ocurren hechos que van modificando su vida y apartándola del
agitado medio estu diantil. Documentos hallados por mi discípulo don Carlos Neuhaus Rizo Patrón y
que éste me ha comunicado gen tilmente, demuestran que se recibió de Abogado en la Real Audiencia
de Lima, después de rendir examen ante los Oidores de ella el 8 de Agosto de 1818. Su maestro de
práctica fue el célebre jurista y maestro chileno José Jeró nimo Vivar, sindicado alguna vez por la
Inquisición de cultivar lecturas políticas insanas. Larriva manifiesta que se dedicó con celo entusiasta
a su profesión, y que pronto fue el abogado de las causas más célebres y generoso pro tector del
huérfano y la viuda injustamente perseguidos, con todo su instintivo ardor por el derecho. La lectura
de los protocolos no amenguó en él el gusto humanista y con tinuó leyendo obras de literatura y de
imaginación. Leía también en idiomas extranjeros, de los que era además profesor.

Por estos años se resuelve otra crisis importante en fa vida del joven maestro. Sánchez Carrión
había orientado su vida hacia la profesión eclesiástica. En una carta al Obispo Carrión y Marfil, sin
fecha, hallada por el Padre Vargas Ugarte, le decía: "Me he recogido al Colegio con el único deseo
de prepararme al estado eclesiástico adqui riendo los principios que sean necesarios para esta sagrada
profesión. Concluyendo este . género de estudios y asegurada mi vocación me presentaré en esta
ciudad a servir a Vuestra Señoría Ilustrísima en lo que se digne ocuparme". Pero años después, como
su émulo Mariano Moreno, cuel ga los hábitos por amor y el 8 de Noviembre de 1819 se casa en Lima
con doña María Josefa Antonia Dueñas.

En pleno epitalamio debió ocurrir su apartamiento vo luntario o forzado de San Carlos, y acaso
su extrañamiento de Lima, si se quiere convenir con la leyenda. Consta por una certificación del
Secretario de la Universidad, que se le pagaron sus sueldos como maestro de Digesto Viejo, hasta el
16 de Diciembre de 1819. Por otro documento, se sabe que fue nombrado en su lugar don Juan
Bautista Navarrete "en atención a que el D. D. José Sánchez Carrión Regente de la Cátedra de Digesto
Viejo propia del Real Convictorio de San Carlos que se halla vaca, se ha separado del Colegio".
Vicuña Mackenna habla de que en 16 de Marzo de 1820 fue preso Riva Agüero, y que entre sus
satélites carolinos estaban Sánchez Carrión y Mariátegui. Pero diversos documentos universitarios,
prueban que es tuvo casi todo el año 1820 en Lima, asistiendo a algunos exámenes en la Universidad.
En el mes de Diciembre de 1820 nace en su hogar su primera hija, Juana Rosa.

No se tienen datos de sus actividades en los días del desembarco de San Martín y durante el
cerco de Lima. En esta etapa pudo ocurrir, sin embargo, el confinamiento en el pueblo de Sayán, cuyo
nombre escogiera para aparecer en la liza política en contra de la Monarquía, en 1822. En Junio de
1821 se le halla en Huamachuco, donde fue por la muerte de su padre y donde permaneció algunos
meses.

El capitán don Agustín Sánchez Carrión dio poder para testar a su hijo José y le nombró albacea
el 4 de Setiembre de 1820) . En Agosto de 1821, seguía aún en Huamachuco, San Martín había
entrado a Lima y proclamado la independencia, por la que Sánchez Carrión había luchado tan
ardientemente. Rebaza cuenta que Sánchez Carrión asistió a la proclamación de la independencia en
su tierra natal.

EL SOLITARIO DE SAYAN

La reaparición del maestro carolino después de su eclipse provincial y de un período de


abstención y renunciamiento a que se entregó en los primeros meses de 1822, va a ser rotunda, como
convenía a su prestancia revolu cionaria. Por estos días, nos dice Larriva "había renun ciado a las
concurrencias públicas y hasta la sociedad de sus amigos para aguardar encerrado entre las cuatro pa
redes de su casa a que despejado el horizonte rayase la mañana de un día más claro y más sereno". Es
como una vela de amor o una ascética concentración antes de lan zarse a la brega. Pero el
descubrimiento de los planes monárquicos del Protector le hacen colocarse de un salto en el centro
mismo de la lucha.

El egregio soldado de los Andes había asumido el poder político cuya designación correspondía
al pueblo. Aconse jado por Monteagudo -su genio maléfico, según Bulnes-- retardaba la reunión de
un Congreso y pretendía resolver sin el concurso amplio y público de los peruanos la forma de
gobierno. Habían partido comisionados secretos a bus car el Príncipe para el trono perulero y la
nobleza colonial se preparaba con los entorchados de la Orden del Sol a servir de corte al nuevo amo.
Monteagudo, ante los mur mullos de los liberales peruanos, convocó, como en Buenos Aires en 1812,
una Sociedad Patriótica encargada de dis cutir "todas las cuestiones que tengan un influjo directo o
indirecto sobre el bien público". Se nombró para ello a todos los adictos al Protectorado y entre ellos
a los conde y marqueses, comerciantes y algún clérigo que apenas sabía el latín y la moral de Lárraga.
Muchos republicanos auténticos. como Sánchez Carrión, fueron excluidos. El tema principal a
discutir fue "la forma de gobierno más conve niente para el Perú".

Son ampliamente conocidos los episodios de aquella discusión, la tesis del canónigo Moreno,
secuaz de Monteagudo, sobre la inadaptabilidad de la forma republicana al Perú por la extensión de
su territorio, desfavorable para los comicios. y por la ignorancia y analfabetismo de sus habitantes; la
embestida vigorosa del clérigo arequipeño Arce, llamándole Bossuet criollo; la elusión de Luna Pi
zarro; la serena intervención de Tudela impugnando el régimen monárquico, y la aparición del pliego
misterioso firmado con el seudónimo de El Solitario de Sayán, que contenía el más intemperante
alegato en contra de la monarquía. La carta del Solitario, escrita por Sánchez Carrión, no se leyó en
la Sociedad ni pudo imprimirse, pero se leyó en las plazas y en los cafés en que los flamantes
ciudadanos acudían a gritar ¡Viva la República! La Carta puso al descubierto la parcialidad del
Ministro y desató la autén tica opinión republicana. Puso también prácticamente tér mino a la
Sociedad Patriótica y canceló la intentona monarquista. Fue el primer triunfo democrático de Sánchez
Carrión, limpio, puro, doctrinario, sin sombra de persona lismo y de medro, de abajo a arriba, de
anónimo a pode roso, con sólo la fuerza intrépida del ideal.

Monteagudo recurrió, según su genio, a las medidas de arbitrariedad y violencia. Amordazó la


prensa, fusiló dos extranjeros propagandistas de las ideas republicanas y despachó para Calcuta a los
que se atrevieron a protestar de dichas medidas. Los desmanes de Monteagudo se inten sificaron
cuando San Martín se fue a Guayaquil a conferen ciar con Bolívar, en que el Ministro se creyó
omnipotente.

El motín popular del 25 de Julio de 1822 contra Monteagudo fue promovido principalmente
por Riva Agüero, y por Luna Pizarro y sus adherentes, los clérigos Morales y Gallo, "el ciudadano
Tramarría" un demagogo agente de Riva Agüero, especie de tribuno de la plebe o de Cabildo
individual que elevaba recursos al poder público con una representación unipersonal. El memorial
dirigido al Cabil do y a Torre Tagle pidiendo la destitución del Ministro lleva, confundida entre otras,
la firma de Sánchez Carrión. Pero los informantes secretos de Monteagudo, cuyos pape les se han
conservado, no incluyen a Sánchez Carrión entre los principales dirigentes de la asonada popular y
aún apuntan que se negó a desempeñar una comisión y fue sustituido por el cura Burgos. Su misión
era esencialmente doctrinaria y ajena por temperamento a toda demagogia.

El triunfo obtenido por el pueblo con la destitución, la prisión y el destierro de Monteagudo,


afirmó la convicción democrática. Sánchez Carrión y Mariátegui, los dos repu blicanos más
ardorosos, íntimamente asociados por enton es, resolvieron continuar la campaña doctrinaria a favor
de la forma republicana a fin de disipar toda sombra de monarquismo. Juntos publican La Abeja
Republicana, que aparece en Noviembre de 1822 y en la que se imprime por primera vez la Carta del
Solitario de Sayán. Mariátegui escribe contra la Inquisición y la monarquía bajo el seu dónimo de El
Patricio, y en los ataques contra Mon teagudo, su despotismo y su boato insolente, restalla el tono de
panfleto del Solitario de Sayán. Sánchez Carrión se separa luego de Mariátegui y publica por sí solo
El Tri buno de la República Peruana, nombre que le corresponde por antonomasia y que él confesó
a Bolívar en una carta haber escrito íntegramente, en medio de las mayores ocu paciones, en pleno
funcionamiento del Congreso y gastan do de su bolsillo doscientos pesos que no le reembolsaron los
lectores ni los suscritores. En ese periódico, como en la Segunda Carta del Solitario de Sayán,
publicada en El Correo Mercantil del mismo año, en que se propone la forma federal, se precisa y
define la doctrina democrática de Sánchez Carrión, que iba a informar los debates del Congreso y la
primera Constitución, obra anímica suya. Refiriéndose a su campaña contra Monteagudo en El Tri
buno, decía Sánchez Carrión a Bolívar en 1824 demos trando su nobleza e incapacidad de rencor: "Al
señor de Monteagudo también le di su ración, por haberse empeñado en monarquizarnos; pero ya
pasó, y somos amigos personalmente".

La Carta del Solitario de Sayán, La Abeja Republicana y El Tribuno de la República Peruana,


los tres documentos inspirados por el genio democrático de Sánchez Carrión. resolvieron el debate
que se planteó por Monteagudo en la Sociedad Patriótica. Cuando el Congreso Constituyente tenga
que resolver la forma de Gobierno, la república no necesitará ya de apologistas. El Solitario de Sayán
y sus colaboradores habrán ganado ya todos los espíritus.

MONTEAGUDO Y SANCHEZ CARRION

Se ha hablado mucho en nuestra historia de la oposición irreductible entre Monteagudo y


Sánchez Carrión. Oposición ideológica entre el pensamiento de la monarquía y el pensamiento de la
república. Antinomia personal entre un autoritario y un liberal, entre un ateo y un creyente.
Monteagudo, decepcionado, cruel, despótico, ávido de realidad y de poder. Sánchez Carrión, férvido,
entusiasta, generoso y humanitario y, sobre todo, romántico, con el teoricismo sagrado de los libros
no confrontados aún con la realidad y con la vida. Hombres antagónicos no sólo en la acción, sino
hasta en el temperamento y en los gustos. El argentino sensual, epicúreo, dominado por el gusto del
placer y la ostentación. El peruano, con su pobreza de colegial maestro, su sobriedad y su desinterés
de jacobino o de fraile.

A la idea de su oposición esencial ha contribuido sobre todo la dramaticidad que revistió en


todo momento la con frontación de ambos espíritus. La primera vez, en el som brío salón de actos de
la Universidad. Monteagudo, presente en persona, presidiendo la Sociedad Patriótica, la mirada
penetrante clavada en el auditorio con fijeza de inquisidor. Y el espíritu gallardo de Sánchez Carrión,
ausente de la Sociedad, irguiéndose en la Carta del Solitario de Sayán con un chasquido de látigo.
Más tarde, el uno tras los mu ros del Palacio virreinal, siniestro y sigiloso, como fiera en acecho, el
otro en la plaza caldeada de tumulto, confun dido entre la muchedumbre, dejándose arrastrar por la
embriaguez demagógica. Hasta entonces lejanos y descono cidos el uno para el otro, pero ya
definitivamente contra puestos. Monteagudo parte desterrado por obra de los republicanos y pocos
meses después el tribuno pide en el Congreso que la cabeza del monarquista sea puesta a pre cio si
vuelve a pisar el suelo de la democracia. Monteagudo vuelve, sin embargo, desafiando al pueblo y a
la ley die tada por el pueblo, para servir de consejero autocrático a Bolívar, gran desdeñador de
pueblos. Entonces el primer encuentro frente a frente. Los dos sabiéndose rivales hasta la muerte. Los
dos dispuestos a luchar por el triunfo inme diato y por el póstumo. Huraños los dos para reconocerse
y saludarse, con el fanatismo refractario de dos ideas anta gónicas. Y Bolívar entre ellos provocando
las sobremesas del campamento, el placer del diálogo afilado y brillante, a veces como acero, a veces
como zarpazo. Y, por último, la trágica emboscada. Monteagudo que gana terreno en el ánimo de
Bolívar para la autocracia. Y un negro que le atraviesa el pecho con un cuchillo, en una calleja de
Lima oscura como una conjuración. Pocos meses más tarde,

Sánchez Carrión muere en el pobre pueblo de Lurín, según el rumor público envenenado por
un satélite de Bolívar.

Asombra ahora comprobar, a la distancia de la historia, la perfecta analogía de estos dos


espíritus tan disímiles en su tiempo. Su radical oposición de entonces se resuelve en identidad. La
Carta del Solitario de Sayán no dice nada fundamentalmente distinto de la "Memoria de los
principios que seguí en la Administración del Perú". Hay, acaso, tan sólo una diferencia de énfasis.
La controversia entre Monarquía y República fue únicamente formal. Los defec tos que ambos
espíritus comprobaban y trataban de corregir en nuestra realidad eran los mismos y los remedios
idénticos, salvo en la mera apariencia gubernativa. El espíritu avizor de ambos se demuestra en la
auscultación de los defectos del carácter peruano. Aciertan ambos cuan do apuntan que el vicio más
característico de nuestro pueblo es el servilismo. No importa que Monteagudo deduzca de ahí la
imposibilidad de fundar un régimen demo crático digno y libre. Ni que Sánchez Carrión arguya que
la única forma de levantar al pueblo envilecido es otor gándole los derechos de un pueblo soberano.
La coinci dencia está en el fondo: ambos piensan en la inferioridad peruana para la democracia y
ambos veneran a ésta como forma inasequible y pura.

Monteagudo no odiaba a la República. La admiraba y la temía como a una quimera o a una


meta distante en otros países. En el Perú la creía francamente inadaptable. Era un régimen para
hombres libres. La Monarquía no era para él una fórmula, sino una experiencia: la expe riencia de la
esclavitud. "No habría tiranos si no hubiese esclavos", escribe. Hallaba en nuestro país el hábito de
obedecer a la fuerza porque nunca ha gobernado la ley, el triunfo constante de la adulación y la bajeza,
la poster gación de la virtud y del mérito.

No es muy distinta la comprobación de Sánchez Ca rrión. Reprueba la Monarquía porque ésta


acentuaría "la blandura del carácter peruano", la propensión criolla a la adulación y a la bajeza.
"Seríamos excelentes vasallos; nunca ciudadanos dice el Solitario de Sayán , tendríamos aspiraciones
serviles y nuestro mayor placer consis tiría en que Su Majestad nos tendiese su real mano para que la
besásemos, solicitaríamos con ansia verle comer y nuestro lenguaje explicaría con propiedad nuestra
obedien cia". ¿No es la misma convicción que en Monteagudo? Podemos ser "excelentes vasallos",
nunca ciudadanos. Pues, a establecer la Monarquía con tales arquetipos, exclama Monteagudo, y le
responde Sánchez Carrión: "¡Eso sería fomentar el servilismo!".

Asombra, también, al recorrer el pensamiento de Sánchez Carrión, la exactitud de sus


observaciones sobre el carácter peruano y la fijeza psicológica de éste, transmitida por la herencia:
Apuntaciones contemporáneas parecen estas sobre el oportunismo criollo: "En primer lugar, hemos
heredado de nuestros antiguos señores el detestable espíritu de pretenderlo todo y de consiguiente
todas las formas de que es preciso vestirse para conseguir el fin , conviene a saber, la bajeza, la
adulación y el modo de conseguir con las flaquezas del que puede o debe conceder la gracia,
creyéndonos aptos para todo, poco premiados con cuanto nos dan y dignos del empleo más eminente,
aunque falten aptitudes y por más que la comunidad perjudique con nuestra colocación. De aquí se
infiere que aún puestos con justicia nos damos por mal servidos, maldecimos el sistema concibiendo
que el único es aquel en nuestro amor propio saca todo partido posible".

La República no es, en realidad, un organismo político, sino un organismo moral. No se crea


por las leyes, sin por los hombres. Por eso ambos quieren reformar al Perú, el uno por la ilustración
y el otro por la virtud. Técnica y eticismo, diríamos ahora. "El mejor modo de ser liberal dice
Monteagudo- es promover la ilustración necesaria para una República". "Sin el influjo de la moral -
escribe Sánchez Carrión- no puede haber República". Y el Con greso Constituyente de 1822,
inspirado por él, hace de la virtud el primer atributo republicano. "Se hace indigno del nombre de
peruano dice el artículo 14 del Proyecto el que no sea justo y benéfico, el que no cumpla con lo que
se debe a sí mismo". Y el Exordio de la Constitución proclama "no habrá más preferencia que las que
den el mérito y la virtud". Para ser diputado o senador, se re queriría - ¡divina inocencia! - "gozar del
concepto de tina probidad incorruptible y ser de conocida ilustración".

El liberal y autoritario coinciden también en el respeto de la ley. El mal del Perú era, para
Monteagudo, el de que entre nosotros nunca había gobernado la ley. El gran peligro del siglo no era
el despotismo, "sino más bien la poca obediencia de los gobernados'". Sánchez Carrión asiente desde
El Tribuno de la República Peruana: "Un pueblo que no se obedece a sí mismo está muy atrasado en
la carrera de la libertad". "Para ser libre es indispen sablemente necesario obedecer las leyes que
custodian las preeminencias propias".

El atributo por restablecer en nuestros pueblos, es lógi camente el mismo para ambos tribunos:
la dignidad. Esta consiste, en primer lugar, en el mantenimiento de sus de rechos y en el cumplimiento
de los deberes republicanos. La dignidad consiste para Monteagudo en no permitir la vejación de sus
derechos. El pueblo que olvida su dignidad resulta esclavo. Y Sánchez Carrión se jacta como de un
blasón de su "dignidad de hombre libre", parte esencial de la soberanía. "Nuestra emulación debe
consistir es cribe--"en ser cada día más austeros, más moderados". Pero, sobre todo, la dignidad
republicana consiste en ante poner la conveniencia pública al interés personal. A eso es a lo que
Sánchez Carrión llama, con acierto formidable, "la caridad civil".

Y no obstante que el diálogo ha terminado, están vi vientes todavía los reproches de


Monteagudo y Sánchez Carrión. No hemos establecido la República que ellos so ñaron. Ella seguirá
siendo imposible y utópica en tanto que nuestros defectos sean, hoy como ayer, el servilismo, la falta
de virtud, de dignidad, el odio a la inteligencia y la ilustración y, sobre todo, la falta clamorosa de
caridad civil.

EL CONGRESO CONSTITUYENTE

Triunfante la facción liberal, se convoca al Primer Congreso Constituyente ambicionado por


todos los tribu nos en agraz. Hallándose el territorio ocupado en gran parte por las armas españolas,
se elige a los miembros de la Asamblea como a los de una Academia, por los títulos del saber, la
virtud o el patriotismo. La Asamblea de 1822 es acaso la más docta corporación que ha tenido la Repú
blica, verdadero areópago de la nacionalidad. Integrada por 92 representantes, hay entre ellos 26
eclesiásticos, 28 abogados, 8 médicos y otros profesionales, empleados o comerciantes. Muchos de
ellos eran conspicuos defensores de la libertad y podían exhibir como credenciales los más altos
títulos patrióticos. Rodríguez de Mendoza, había en señado inquietud a una generación luchadora;
Luna Piza rro, había conspirado con Pezet, con Unanue y Tafur en San Fernando; Sánchez Carrión y
Mariátegui eran de los más audaces carolinos de su época y acababan de ganar la batalla de la
República contra Monteagudo; Pérez de Tudela. había escrito el Acta de la Independencia; cual de
aquellos curas que formaban el Congreso, había sido guerrillero valiente o había olvidado en su
parroquia la prédica del Evangelio por la lectura de la Enciclopedia. quien, patriota tímido, había
prestado algún servicio al Ejército Libertador; todos habían ofrecido alguna vez su inteligencia, su
tesón o su vida en la obra de la libertad. La Asamblea era además preclara por los timbres del saber
y de la probidad. La mayoría de sus miembros había res pirado el ambiente de los claustros
universitarios. El maestro Rodríguez pudo contar 22 discípulos en los esca ños en la sesión inaugural,
en la que le eligieron Presidente de la mesa provisoria. Unanue, el sabio venerable, autor de las Guías
del Virreynato y del Clima de Lima; Méndez Lachica, representaban la generación del Mercurio Pe
ruano; el sabio cosmógrafo Paredes, Tafur, Pezet, a las matemáticas y la medicina; Arce, Cuéllar,
Pedemonte, Luna Pizarro, eran los más rotundos prestigios del clero; Olme do iba a preparar en el
Congreso una victoria para su mejor canto; Araníbar, Tudela, Galdeano, Figuerola, Sán chez Carrión
representaban al foro.

Sánchez Carrión es elegido, junto con Mariátegui, Se cretario de la primera mesa de la


Asamblea. Al señalársele para este cargo se refrendan sus servicios patrióticos y se rinde homenaje a
su capacidad intelectual y al vigor de su pluma revolucionaria. La Asamblea le reconoce como su
portavoz más auténtico, como el verbo representativo de su espíritu.

El primer momento fue de arrebato lírico de exaltación gratulatoria a los héroes, espadas de
honor, inscripciones lapidarias, citas clásicas, repiques de campanas y la orato ria encendida de los
corifeos de la libertad mojada de ternura en la leche del Contrato Social y rebosante de hu manidad,
de justicia, de patriotismo y de filantropía. Las bases de la Constitución sancionan el régimen
republicano, la forma unitaria, el gobierno popular representativo, la religión, la libertad de
pensamiento, y de palabra, la abo lición de privilegios hereditarios, la supresión del comer cio de
negros, la libertad de vientres y la intangible división de los poderes. La tiranía, sombra de los monar
cas, es exorcizada desde todos los ángulos de la Asamblea. Era el momento de la embriaguez oratoria
y de las bellas palabras, de los siempres y los nuncas. "El ejercicio del Poder Ejecutivo nunca puede
ser vitalicio y mucho menos hereditario", dicen las Bases de la Constitución. "La reunión del Poder
Legislativo con el Ejecutivo - dice el fraile Méndez Lachica- en una persona o corporación es el
origen de la tiranía". Y Sánchez Carrión que lleva el trémolo de la Asamblea, se yergue en la tribuna
para defi nir, con palabras aprendidas a Rousseau, los inalienables derechos de la soberanía y
anatematizar, en el ámbito de la Asamblea repentinamente enmudecido por el contagio .de su verbo
cálido y tribunicio, el gobierno unipersonal. "Señor exclama Sánchez Carrión la libertad es mi ídolo
y lo es del pueblo, sin ella no quiero nada: la pre sencia de uno en el mando me ofrece la imagen
abominada de Rey, de esa palabra que significa herencia de la tira nía". Y cuando el clérigo Méndez
cita a Aristóteles, para afirmar "que si la administración del Estado debe ponerse en manos de los
mejores ciudadanos, es más fácil hallar uno bueno, que no muchos", le responde Sánchez Carrión con
un victorioso interrogante: ¿Dónde aparecen más obstáculos para traspasar la ley, mandando uno solo
o tres? El tribuno de Huamachuco se erige incuestionablemente como el primer orador del Congreso
y aunque no haya: quedado sino breves resúmenes de sus discursos, en ellos se siente aún el énfasis
generoso que los animó y el pres tigio de una palabra hablada gallardamente, en alta voz. La principal
tarea del Congreso, la que le embebe prestigia al mismo tiempo, es la de haber dado al Perú su primera
Carta Política, su primera Ley fundamental. Para los teóricos del Convictorio saturados del Espíritu
de las Leyes y del Contrato Social, era en la facultad de darse las leyes, en la que un pueblo palpaba
la realidad de su sobe ranía. En los ejemplos clásicos habían aprendido que se llamaba ciudades libres
a las que se gobernaban por leyes. La imagen de la patria se confunde para ellos con la ima gen de la
ley. "El patriotismo -dice Sánchez Carrión - no envuelve en último análisis otros deberes que los que
con signa el fructuoso y constante estudio de sus leyes"; y el Presidente de la Asamblea, Pedemonte,
al iniciarse el debate de la Carta, enaltece la tarea legislativa que van a realizar, diciendo: "Un país
independiente, por el simple hecho de serlo, no es todavía para sus moradores una patria. Patria es
una asociación de individuos formada bajo de leyes justas". Y cuando se refiere a la necesidad de
terminar su labor antes de que termine la guerra de la emancipación, exclama: "La campaña decisiva
va a abrirse: "Plegue al cielo que cuando destruido el último enemigo vengan nuestros victoriosos
guerreros a decirnos: "Está conquistada vuestra indepen dencia", podamos responderles: "También
ya está cons truida vuestra patria".
Sánchez Carrión es nombrado miembro de la Comisión de Constitución, junto con Rodríguez
de Mendoza, Unanue, Pedemonte, Figuerola, Paredes, Pezet y Francisco Javier Mariátegui. El es, en
realidad, con su ciencia jurídica y social, su culto de los tratadistas de derecho franceses y sajones, el
ejemplo doceañista siempre vivo en él y la flui dez de su pluma, el principal autor y ponente de la
Consti tución. El escribe con serena y noble doctrina el Exordio de la Constitución y los dictámenes
que la fundan, echando los cimientos de nuestra ciencia constitucional. "La Constitu ción Política de
la República Peruana -dice su biógrafo contemporáneo- es un monumento perenne de la gloria de
Carrión, y cada uno de los artículos que encierra es un rasgo brillante de su elogio".

Llegan entre tanto para estos congresales utópicos las sorpresas de la acción. Mientras discuten
normas para una democracia sin territorio, la realidad les da en la cara con la derrota de Torata y
Moquegua y el Jefe del Ejército, Santa Cruz, se presenta en el recinto del Congreso, haciendo sonar
las espuelas, ante la estupefacción de los tribunos embebidos en la lectura de Montesquieu, de Payne
y de Jefferson. Es el día del derrumbe de Luna Pizarro y de sus incautas jugarretas civiles. El Congreso
vacila ante el motín del Balconcillo y prorrumpe en las grandes frases de la tragedia clásica: "Ya no
soy sino un simulacro de dipu tado del Perú", exclama patéticamente el clérigo Arce. Luna Pizarro
quiere suspender toda decisión hasta que desaparez ca "el medio grave" que pesa sobre todos. Pero
se sobrepone el parecer prudente y político de Unanue y de Sánchez Ca rrión. Este, el doctrinario
romántico de la división de los poderes, declara que entre licenciar al ejército y perder la
independencia, o admitir el mando militar, optaba. por el mal menor. Se elige entonces a Riva Agüero
y en el camino de las claudicaciones y de las realidades, se entrega sucesi vamente el mando a Tagle
y a Sucre, hasta rendir final mente honores y confianza y aun la fulminada autoridad unipersonal en
manos del Héroe de Colombia. Olmedo y Sánchez Carrión, mezclados ya a las banderías inevitables
de los parlamentos, son enviados a Guayaquil para traer a Bolívar.

A pesar de sus errores y de sus transacciones con la realidad, no puede negarse admiración a la
obra de los Congresales del 22 y a su corifeo moral que fue Sánchez Carrión. Aparte de la estructura
jurídica de la Carta que dictaron, que inspiró las posteriores constituciones liberales del Perú, con
preponderancia del Poder Legislativo, les enaltece permanentemente su idolatría de la libertad, su
humanitarismo fraternal tan hondamente peruano, su reli giosidad profunda, la dignidad moral de que
quisieron in vestir a la República y a la ciudadanía por el respeto de la ilustración y de la virtud, y el
ejemplo que dieron la mayor parte de ellos, como auténticos quirites de la nacionalidad, del sentido
de la respetabilidad e inviolabilidad de sus car gos. Mientras ejercieron la representación renunciaron
a todo otro cargo b comisiones; no cobraron dietas sino en las grandes urgencias; vistieron de negro,
exigieron jueces para mantener la inviolabilidad de su función y dieron prue bas de desprendimiento
cediendo especies de su uso para las necesidades de la guerra. Tal, la obra afirmativa de los ideólogos
del 22, que trasciende en ejemplo perdurable de patriótica y cívica enseñanza.

EL DELIRIO BOLIVARIANO

Bolívar llegó a Lima el 1° de Setiembre de 1823 en pleno júbilo esperanzado del Congreso y
de la ciudadanía después de los desastres sufridos en la etapa de la patria vieja. El comisionado para
saludarle en nombre de la Re presentación Nacional, como el más ilustre orador del Con greso,
ausente Sánchez Carrión, que venía con Bolívar de Guayaquil, es el diputado Pedemonte. Este
cumplió su come tido lisonjeramente y ganó, seguramente por el encendido entusiasmo del augurio,
la simpatía de Bolívar. Bolívar fue luego al recinto parlamentario y fue recibido con palabras
balbuceantes por Figuerola: "Bolívar ¡El Presidente del Congreso del Perú únicamente os dice: Patria,
Patria, Pa tria!". En trance de efusión benévola, el Libertador elogió a Tagle que "habría él solo
salvado a su patria si se la hubiese confiado este glorioso empeño"; y ensanchando su espíritu dijo:
"Cuento también con los talentos y virtudes de todos los peruanos". Breve y rotundamente prometió
en seguida la victoria, la moderación, la generosidad. El ardor sincero del héroe conmovió a todos y
el diputado Pede monte, "arrebatado de entusiasmo" dice el Acta excla mó: "Señor: el verdadero
día de nuestra libertad ha llegado. Si el ilustre libertador de Colombia nos engaña, renuncie mos para
siempre el tratar con los hombres".

Mientras Bolívar liquida a Riva Agüero en Trujillo, el Congreso termina la obra de la


Constitución, que se pro mulga el 12 de Noviembre de 1823. Esta fue entregada al
Presidente Tagle el día anterior por una comisión que inte graron don Toribio Rodríguez de
Mendoza, Pedemonte, Ferreyros, Andueza, Quesada y Muelle. La presencia de Bo lívar la iba a hacer
inútil.

La prisión de Riva Agüero, su presunta traición, el for talecimiento de los españoles en la sierra
y la entrega de los castillos del Callao a los realistas, envenenan el ambiente limeño.

Bolívar parte al Norte para organizar su ejército, adivi nando el plan estratégico de la victoria.
Es un momento de desfallecimiento, de acritud en los ánimos, de fe única mente en Bolívar, por un
pequeño grupo de obstinados, el breve equipo de apóstoles que cree cuando todo está per dido. El
Perú decía Mariátegui, en una de las sesiones del Congreso, algunos meses antes es una nave sin
timón sin piloto, combatida de todas partes por vientos con trarios".

La hazaña descomunal de Bolívar es vencer esos obstácu los. "Yo soy el hombre de las
dificultades", dijo enton ces, pero lo fue sobre todo al derrotar a los incrédulos. Por eso adquiere tanta
importancia la adhesión ciega, ab surda acaso e hipnótica, de los pocos peruanos que siguieron a
Bolívar incondicionalmente, como él lo requería y era su modo genial, porque sin ellos, sin ese
minúsculo apostolado, la empresa de la libertad se hubiera convertido en la descabellada invasión de
un poder extraño en el Perú satisfecho de su destino. Para ello fue preciso doblegar el orgullo, soportar
los caprichos y la altanería del héroe, su desdén por todos los auxiliares, su colombianismo ofensivo,
sus dicterios e injurias y sus espasmódicos actos de genero sidad o de terror.

El año de 1824 es, acaso, el período en que el frenesí de poder y de mando, de acometividad
arrolladora frente al infortunio, del afiebrado caudillo de Pativilca llega a su clímax. Bolívar que tan
nobles y generosos elogios sabía escoger para sus colaboradores, Sucre, O'Leary o Córdova, estalla
en befas y sarcasmos para quienes no sean colom bianos.

Descarga su ira contra Buenos Aires "republiqueta que no sabe sino maldecir e insultar"; y dice
de Chile "que no ha hecho sino engañarnos sin servirnos un clavo, su con ducta es de Guinea".

Del Perú afirma que se halla bajo la influencia de un "astro intrigador", desde los Pizarros y
Almagros, hasta los La Sernas y Pezuelas, y que "no hay un hombre bueno, si no es inútil para todo
y el que vale es como una legión de diablos". En este desamparo sólo confía en los suyos, como en
seres predestinados o superiores. Al decir que ha encargado el gobierno a sus más tenaces
colaboradores peruanos, escribe desdeñosa e ingratamente: "El servicio será más o menos como antes,
pero con menos rapidez, porque estos señores no son del temple de los colombianos". Un oficial
inglés que visitó el campamento de Bolívar, se admiró de las expresiones injuriosas de éste para los
pe ruanos, estando ellos presentes. Y en sus cartas los llama, entre otros epítetos, "esos señorones", a
más de traidores o cobardes. Era además el momento decisivo de la contienda y Bolívar sentía el
imperativo estratégico de una política im placable a base del terror. A Sucre le escribía, el 8 de Febre
ro de 1824, desde Pativilca: "La guerra es alimento del des potismo y no se hace por el amor de Dios.
No ahorre usted nada por hacer: muestre usted un carácter terrible, inexora ble". Y el 13 del mismo
mes: "Yo me voy a Trujillo a decla rar la Ley Marcial. No tengo confianza si no es en los nues tros y
haga usted otro tanto". Los fusilamientos estaban a la orden del día. "Que lo afusilen", decía él mismo
sarcástica mente; era la voz más usual del mundo. Y Vicuña Mackenna apunta que Bolívar en un solo
día fusilaba más personas que cuantas murieron en las batallas del General San Martín. A Salom le
escribía por la misma época: "Se compondrá todo con la receta de las orejas de plomo y los cuatro
adarmes de pólvora que estoy propinando para aliviar a la patria de la apoplejía de los traidores que
tiene". "Trate Ud. al pueblo de Quito muy bien; pero al que caiga en alguna culpa capital, fusílelo Ud.
La orden del día es el terror". La única consigna en tal estado trepidante, para propios y extraños, era
la absoluta entrega al destino iluminado del héroe. "Se obedece ciegamente lo que mando", comunica
a Sucre su General en Jefe. Y cuando reemplaza a Heres por Pérez, dice satisfecho: "Es un hombre
que hará lo que yo lc mande". '

Había, aparte de la cooperación leal, absoluta y sin dobleces, una puerta falsa para ganar la
estimación del héroe; y fue la que muchos franquearon con éxito diverso, esta era la lisonja, a la que
Bolívar, ególatra de instinto, prestó siempre oídos gratos. En el Perú compitieron colom bianos,
peruanos y extranjeros de todas clases, en adular a Bolívar. No podría discernirse quién sería digno
de ganar el campeonato de la cortesanía áulica en los salones apenas abandonados del Virrey, si no
existiera la arenga de Cho quehuanca, flor de la hipérbole colonial. Las comparacio nes clásicas y
heroicas llegaron al máximo. Tudela, uno de los republicanos más cautos y moderados, escribió::
"Para reemplazar a Filipo fue necesario un Alejandro... ¿Quién se atreve a reemplazar en Colombia
al gran Bolívar?". Vidaurre, hidrópico de citas, le escribe en Mayo de 1824: "Ella -mi imaginación-
me presenta a V. E. a cada ins tante, elevado en un templo en que sirven de gradas los Aníbales,
Escipiones, Farnesios y Turennes. Yo veo disputar a V. E. el vértice a Guillermo Tell y Washington,
y ellos ceder y poner su gloria en admirar a V. E.'". Pando escribe con su impertérrita arrogancia: "El
único genio que con cedió la Providencia a este continente". Olmedo llena la copa de miel -dice: "Si
Bolívar hubiera escrito versos, se habría elevado al nivel de Píndaro". Hay otros caudillos
republicanos cuyas cartas parecen entresacadas de epistola rios de enamorados o de novelas
románticas. Larrea y Lo redo confiesa a Bolívar que al separarse de él en el Callao "se fue a Lima
arrasado en lágrimas y casi enajenado de todos mis sentidos". "Yo no he sentido en mi vida –dice--
un dolor más vivo y penetrante que la noche fatal. . . ". Ga marra, el tosco caudillo cuzqueño, dice a
Bolívar: "Su carta que he besado muchas veces". Y La Fuente: "En Arequipa no tiene V. E.
apasionados, sino adoradores"; y en otra ocasión amenaza con el suicidio: "Al recelar que V. E. me
apeare su estimación, ¿qué clase de muerte no sería preferible?". Y se llegó aún a la apostasía
democrática. La Fuente dice, en carta a Bolívar, que si éste se va del Perú, habría "que maldecir la
victoria de Ayacucho y con fesar que la suerte. del Perú era mayor bajo el predominio español". Santa
Cruz, Jefe de Estado Mayor, le declara: "No quiero dar en mi vida un paso que le desagrade". Larrea
se suscribe, olvidado de la Constitución: "Su apasionado súbdito". Y Gamarra, en pleno delirio
vitalicio, escribe: "No hay otra cosa que hacer: o Bolívar, o nadie". Y el propio Luna Pizarro, cabeza
de la oposición liberal, no puede eludir el ditirambo áulico y le escribe en Octubre de 1825: "¿Quiere
V. E. desamparar a sus hijos, a esta nueva patria que lo aclamó padre, hijo primogénito, su ho nor, su
consuelo, su piedra fundamental?". Sánchez Carrión hace también profuso gasto de estas lisonjas
efusivas, entre cortesanas y románticas; y le dice a Bolívar: "Me parece que me muero sin tener el
gusto de verlo" y en otra ocasión le habla de su "ciega obediencia". Pero este lenguaje de Sánchez
Carrión, tiene en su caso como en el de Unanue, una compensación honorable. En sus cartas a
Santander, de colombiano a colombiano, de los únicos que habla bien es de Unanue y Sánchez
Carrión. "El señor Carrión tiene talento, probidad y un patriotismo sin límites", escribe el 23 de
Febrero, un mes después de la muerte de Monteagudo.

¿Quién perdía o quién ganaba al fin, en este juego aleve y burdo, bruscamente contradicho por
ambas partes a muy corto plazo? Probablemente Bolívar desdeñó muchas veces tales aplausos, la
mayor parte interesados o venales, pero los peruanos que los usaron, sincera o taimadamente, sabían
bien para el logro de sus fines particulares o patrióticos, que ese era el talón de Aquiles del héroe.

Era necesaria esta digresión para explicar el grado de sacrificio de los colaboradores peruanos
de Bolívar, y tam bién para borrar el estigma de servilismo que generalmente se echa sobre ellos. En
realidad, soportaron y padecieron las más graves angustias e injurias por su desesperada ob sesión de
patria. Bolívar traía en sus manos la tea quemante de la Libertad, y había que chamuscarse para
acercarse a ella. Fueron muy pocos los estoicos que padecieron y se gloriaron al mismo tiempo de la
amistad de Bolívar. El mismo lo dice, en carta a Santander: "Quince o veinte indi viduos en el Perú
están con nosotros: todos los demás se han quedado con el enemigo, más de desesperados que de
godos; pues como aquí ni se ha visto milagros sino desas tres, pocos creen en nuestros portentos".
Entre los creyentes peruanos de Bolívar, estuvieron desde la primera hora en lugar preeminente,
Sánchez Carrión, Unanue, Larrea y La redo y Pedemonte. Ellos hicieron posible la libertad del Perú.

HOMBRE REPRESENTATIVO DE LA INDEPENDENCIA

A la luz de la Historia y en la lejanía serena del tiem po, se puede afirmar, sin jactancia ni
desmedro, que Sánchez Carrión es la figura representativa de la Indepen dencia del Perú. Por
imposiciones de la naturaleza, por el mandato geográfico de su territorio, el Perú, centro de la
dominación española en América y de los más poderosos elementos de reacción, no pudo obtener su
terca obsesión de libertad, desde el levantamiento de Tupac Amaru en 1780, y a él convergieron las
corrientes libertadoras del Sur y del Norte, para reñir la batalla final de América, por un ejército
coaligado de peruanos, argentinos, colom bianos y chilenos, en el campo fraternal de Ayacucho.

El Perú tuvo que ceder, con sacrificio y postergación abnegada de sus caudillos militares y
civiles, la dirección de la guerra y aún la del Estado, a los más conspicuos generales de América,
adiestrados en la contienda iniciada en la periferia del poder español cuyo reducto militar eran los
Andes peruanos. Al hacerlo dio prueba de su decisión para la libertad y ejemplo de su devoción a la
idea de la solidaridad continental.
Terminada la guerra de la Emancipación, a la que prestó el mayor contingente humano y el
estoico sufrimiento de sus pueblos para soportar los padecimientos y estragos materiales de la
contienda, sostenida con sangre y sudor peruanos, no le tocaron en los repartos del triunfo las ventajas
políticas ni las económicas y aún vio oscure cidas las de su gloria. No le fueron ratificados los viejos
títulos de su heredad cultural y política; arruinó su ha cienda por media centuria, para pagar los gastos
de la empresa común y aún perdió, por obra de denuestos palos de yangüeses extraños y de curas,
amas y bachilleres propios, la confianza en sí mismo y en la primacía de su destino civilizador.

La más honda disminución producida por la guerra de la Independencia en el patrimonio


espiritual del Perú, fue acaso en el campo histórico. Escrita desde fuera, en la em briaguez de los
caudillos regionales y en la exaltación de las figuras próceres, se exageró la acción individual, como
en las viejas crónicas de la conquista escritas en loor ex clusivo del capitán, contra las que resonara
ya la ronca protesta miliciana del gran soldado raso de la guerra y de la crónica que fue Bernal Díaz
del Castillo. Se olvida sobre todo, al pueblo de la Emancipación, que era en su mayoría, en la campaña
final, en ambos bandos, pueblo del Perú, en guerra civil de largos siglos.

La historia de nuestra Emancipación se escribió así, principalmente, por argentinos,


colombianos y chilenos. En aquellas grandes historias la acción peruana sufrió olvido, cuando no
mutilación o desmedro interesado. No aparecie ron en el horizonte heroico ni el cuadro peruano
diezmado en la batalla en la posición menos ventajosa; ni el guerri llero invencible en la breña natal
y pieza de ataque en las grandes jugadas de los estados mayores; ni las poblaciones saqueadas e
incendiadas por su amor a la patria; ni los guías baquianos indispensables a los ejércitos; los
mensajeros que sabían morir en estoico silencio bajo las arcadas de los portales coloniales, las mujeres
o los estudiantes que proveían de vendas, de víveres o de municiones; ni mucho menos el pueblo que
entregaba el fruto de sus cosechas y sus ganados, forjaba en las maestranzas lanzas, estribos y
herraduras, fundía las alhajas de las casas y las iglesias para comprar fusiles y caballos, y salía a
recibir, con es trofas cívicas, arcos de flores y dulzainas criollas, el paso de los libertadores.

Todo este esfuerzo constante, denodado y humilde, como el de las bajas de los cuadros
extranjeros, silencio samente cubiertas por reclutas peruanos, fue preterido, después de la campaña
en que Castilla estuvo preso, Riva -Agüero, el primero de los conspiradores y caudillos perua nos,
desterrado e infamado, y de que. en los partes de Junín y Ayacucho, se amenguó el esfuerzo de los
jefes y soldados peruanos.

La historia de la libertad no había comenzado tampoco en 1820 o en 1824, en que arriban las
expediciones liber tadoras del Sur y del Norte, ni éstas trajeron una semilla desconocida. La historia
americana del siglo XIX, aristocrática e individualista, ceñida al culto cesáreo de los caudillos,
desdeñó la etapa oscura, penosa, pero preñada de gloria y de dolor de los precursores. En esos
cincuenta años, sin embargo, ¡cuántas amarguras, cuántas zozobras y callados heroísmos y rebeldías!
Túpac Amaru, el indio de la mascapaicha roja y el Sol de los Incas sobre el pecho, arrastrado
miserablemente por los caballos implacables de Areche, después de haber paseado el suntur páucar
de sus antepasados por la meseta del Collao. Aguilar, contando en la cárcel, en renglones rimados,
las horas de la angus tia fatal. Zela, cerrando los ojos en el presidio malsano de Chagres, lejos de todo
bondadoso regazo. Melgar, el adolescente enamorado de Silvia, con el cráneo perforado por las balas,
no sólo por haber hecho relampaguear el cañón insurgente en Humachiri, sino, acaso, también por
haber revivido la más auténtica queja peruana: el yaraví. Pumacahua, colgado en Sicuani, los Angulo
en el Cuzco; Gómez, Alcázar y Espejo en Lima, y los mil héroes anóni mos de las casasmatas y de
los presidios y de las carni cerías de Checacupe, de Chacaltaya, Huanta, y el puente de Ambo, cuyos
defensores blanquearon con sus huesos la pampa de Ayancocha. ¡Ellos bastan para honrar la histo ria
de cualquier pueblo!

¡Cincuenta años de trabajo costó la libertad en el Perú! Y en la primera categoría de los


libertadores están los precursores ideológicos, los maestros que difunden, como Baquíjano y Carrillo,
Rodríguez de Mendoza o Unanue, la cultura, la ilustración y el amor a la tierra, destierran la
Escolástica y el silogismo y enseñan a pensar libremente, los hombres de pensamiento que embebidos
en la lectura de la Enciclopedia, como Olavide, desafían a la Inqui sición, se escriben con Voltaire y
fundan las logias libera doras; los jesuitas expulsados de su tierra natal, como el arequipeño Vizcardo,
que, encendida en reproche el alma volcánica, escribe para la patria distante, que nunca vol vería a
ver, aquellas palabras invictas de la Carta a los Americanos, que el propio precursor Miranda
imprimió en volantes para prender con fuego peruano, en el erial venezolano de 1806, la chispa de la
insurrección ameri cana. El máximo precursor de la independencia peruana, en los días en que
Mariano Moreno llamaba a Abascal "el Visir de la América del Sur", es Riva Agüero, sinuoso y
múltiple, alma americana 1810, maniobrador de diarios y correspondencias secretas, que se juega la
cabeza escri biendo el lúcido folleto de las 18 causas que fundamentan la Emancipación y que, aunque
vista la casaca encarnada del regimiento de la Concordia o se cuelgue al pecho la cruz de Carlos III,
es el señor de la popularidad mandinga de Lima, el director de todas las conspiraciones en celdas y
salones, el autor de los ajetreos del Ayuntamiento y de los planes militares enviados a San Martín
para la toma de Lima, maniobrador eterno, inasible como una sombra. Riva Agüero, puesto de lado
por su peligrosidad política por San Martín y Bolívar, estuvo a punto de obtener la libertad del Perú,
sin tutelas extranjeras, unido al alto peruano Santa Cruz en la fórmula más propicia para nues tro
destino que se presentó en la época de la Emancipación y que hubiera resguardado la idea de un gran
Perú.

Para ostentar la máxima categoría heroica de la liber tad en el Perú, precisa por esto haber
pertenecido al equipo glorioso y trunco de los precursores, haberse adhe rido al ideal de la libertad y
haberle servido sin desmayo desde sus albores, haber comulgado plenamente con el espíritu de la
Revolución en su máximo programa demo crático y haber batallado en los campos de la Emancipa
ción en las jornadas decisivas del triunfo. Estas tres cate gorías heroicas sólo se conjugan
predestinadamente en nuestro suelo en la personalidad de José Faustino Sánchez Carrión. El es uno
de los más auténticos precursores de la independencia en los trágicos momentos de incertidum bre y
temor de la época de Abascal y de Pezuela, y su enseñanza preñada de rebeldía y de patriotismo de
lúcida doctrina democrática, remueve los viejos cimientos del Co legio de San Carlos y aún se atreve
a erigirse con dignidad de hombre libre ante el amo del Virreynato escudado en el ardor liberal de su
entusiasmo doceañista. En el mo mento del estallido revolucionario, ideólogo trocado en hombre de
acción, es el fustigador airado de la monarquía y de las supervivencias coloniales, que reta a
Monteagudo y decide el destino republicano del Perú, de conformidad con el sino infalsificable de la
Revolución que pretendían retardar los calculadores, los temerosos y los abúlicos. Y para rematar su
acción gloriosa, es el abanderado del Perú junto a Bolívar, el Jefe del equipo masculino de los
peruanos que prestan su ayuda al Héroe, tienen fe en la estrella bolivariana y la abnegación cívica
necesaria para secundarle, hasta obtener el fin supremo de la libertad. En tal calidad es Ministro
General de Bolívar durante la cam paña libertadora, y el organizador de la victoria.

SANCHEZ CARRION, HOMBRE TELURICO

Si no hay quién le supere en el ardor y la lucidez de la doctrina, si es él el tipo del estudiante


insurgente que se da la mano manchada de tinta con sus compañeros de América para cambiar libros
secretos y proclamas ambi ciosas en una cadena de rebeldía; si es el primer orador del Congreso, el
verbo civil de la Revolución y "el compa ñero inseparable del Héroe", como le llamó Vidaurre, hay
en Sánchez Carrión otra calidad íntima y acaso impal pable. que apenas se descubre en su aspecto
físico severo, dulce y melancólico en el reposo y tremante en el pensa miento hablado o escrito, y es
su investidura telúrica.

Descendiente de españoles, nacido en un pueblo indí gena y andino, poseído del viejo espíritu
democrático es pañol, aprendido en las obras de Saavedra Fajardo o de Feijoo, pero, sobre todo, en
la tradición populista de los escritores españoles impugnadores de la tiranía o injusticia del príncipe,
y en el ejemplo cívico que recuerda con or gullo atávico de "los comuneros de Villalar", se halla a la
vez nutrido de la doctrina política europea pero anheloso de originalidad y de autonomía espiritual,
proclama la necesidad de repudiar las copias, fulmina implacablemente los rezagos de intolerancia
española y busca también, con amor e inquietud, en sus devaneos geográficos o poéticos de El
Tribuno de la República, las esencias indígenas del Perú antiguo, en las canciones indias o en la
contemplación de la cordillera, con sus sombras oscuras y sus blan cas nieves, o en la vista del Mar
Pacífico que le invita a reposar, sintiendo, como él mismo escribe, su pequeño ser estrechado entre
el mayor de los mares y la más alta de las cordilleras". Hombre peruano, integral por el barro y por
el espíritu, nació en una provincia de la sierra peruana que, excepcionalmente, mira a la costa por el
clásico ca mino de herradura que conduce al mar y por el Oriente desciende suavemente por la jalca
amarillenta que se ex tiende a la salida de Huamachuco - donde muchas veces galoparía dialogando
con Bolívar y Monteagudo- y que se prolonga hasta el profundo tajo del Marañón que por ahí discurre
encajonado antes de incorporarse al Amazo nas. Es el mismo paisaje que otro hijo de Huamachuco,
Ciro Alegría, ha reflejado más tarde en su admirable novela La Serpiente de Oro sobre la vida de los
balseros del Marañón. Esta fraternidad de sierra, costa y montaña se trasfunde subconscientemente
en su espíritu y en su vida. Ella inspira su mentalidad cosmopolita y costeña, su me lancolía y timidez
serranas, su fe en la perfectibilidad y progreso del indio, su preocupación por la educación indí gena,
por las comunidades indias a las que da su primer estatuto jurídico, y le induce a citar el Marañón en
sus metáforas oratorias y a pedir en el Congreso de 1823, para integrar nuestra dimensión geográfica,
"que se entre en relación de unión y amistad con los indígenas de las mon tañas del Perú".

Y en su vida se mezclan también este sino de unidad y de misteriosa vinculación anímica con
todas nuestras regiones con ese destino secreto que une profundamente a todos los lugares en el
inmenso e ignoto Perú. Tres pue blos pequeños, tres villorrios humildes, simbolizan el viaje humano
de Sánchez Carrión. Huamachuco, prendido entre la serranía y la selva, en que le toca nacer y que
Bolívar escoge, por sus punas abiertas, para campamentos del Ejército Libertador antes de Junín y
donde el caudillo de la Libertad duerme en la misma casa en que nació el tri buno de la República.
Luego Sayán, hundido entre la sierra roja y arcillosa como un encendido y ascético pre ludio de
revolución, donde Sánchez Carrión medita solita rio el destino de la patria antes de salir a la palestra
democrática. Y, por último, Lurín, la aldea costeña y mes tiza de caña y paja, con su templo castizo
y las viejas voces de bronce de sus campanas, donde muere, como Bo lívar en Santa Marta, frente al
mar infinito y abierto de la historia. Podría decirse, por eso, que Sánchez Carrión es un hombre síntesis
del Perú republicano. Nacido en los Andes, educado en la costa y alucinado en la infancia y en la
madurez por la cercanía del Dorado Amazónico, ha bía en él la sensibilidad de un hombre nuevo, sin
prejui cios divisionistas, con el sentido ancho e integral del Perú.

EL MENSAJE DEMOCRATICO

Pero en Sánchez Carrión, tanto como la personalidad humana e histórica, vale el mensaje que
nos legó. El es el más auténtico definidor de la doctrina democrática y quien asienta en el Congreso
Constituyente y en la primera Cons titución las bases políticas y los fundamentos morales de nuestro
sistema republicano. Los principios enunciados por él en sus discursos, escritos periodísticos y en el
Exordio de la Constitución, sobre libertad y obediencia, sobre el imperio de la ley, el equilibrio de
los poderes, el horror a la tiranía, el predominio de la virtud, el desinterés cívico y la caridad civil,
son hasta hoy las metas ideales de nues tra democracia. Resplandece, sobre todo, en la doctrina del
tribuno peruano como nota distintiva de nuestro pueblo, la condición del equilibrio moral, de la
conciliación entre las realidad y la utopía, del repudio del exceso y de la fuerza de quien proclama en
su memoria de Ministro que ha po dido cumplir su áspera tarea libertadora "sin que una sola víctima
se haya sacrificado y que la filantropía no tenga nada que reclamar durante el período del mando
dictato rial". Ese humanitarismo, preñado entonces, y hoy, de emoción continental, tiene su primera
expresión en las pa labras y las iniciativas del Ministro General del Perú en la campaña libertadora.
Es un peruano auténtico, con ins tinto generoso y civilizador, el tribuno que proclama para orgullo
nuestro "que nadie nace esclavo en el Perú", "para desagraviar los fueros de la naturaleza hollados
por la mer cancía de nuestra propia especie", que pregona nuestra hospitalidad y dice que el Perú es
el asilo de la humanidad y que el que pise su territorio será sostenido en los dere chos que le invistió
naturaleza, ya que tuvo la fortuna de burlar la fuerza, y cuando asienta que "la patria del hom bre es
todo el globo". En tal carácter y por tal convicción suya y de su pueblo firmó José Sánchez Carrión
la invi tación a todos los países de América a reunirse en el Con greso de Panamá, primer ensayo
jurídico de la fraternidad continental que el Perú convoca e inspira.

En Sánchez Carrión está el más puro legado de nuestra doctrina democrática. Le admiramos
cuando exalta la dig nidad de la ciudadanía, fundándola a .la vez que en la libertad en la obediencia
y el bien común, cuando declara que al proclamar la Independencia del Perú lo que quiso y lo que
quiere el pueblo es, no sólo la separación de la metrópoli, sino el acrecentamiento de la población y
la riqueza, que la virtud y la ilustración lleguen a su máximo, que los hombres aprendan a ser
ciudadanos, o sea a ceder parte de sus derechos comprometiéndose a la obediencia, con el objeto de
conservar inmune la otra parte, y, sobre todo, cuando nos dice que el objeto de la Emancipación y de
la vida democrática "es ser libres sin zozobra".

Sánchez Carrión, conocedor y fustigador de nuestros defectos nacionales, postula un programa


en común que sigue siendo nuestra aspiración esencial: que el peruano ame sus propias instituciones
y adore sus leyes; que nues tra emulación consista en ser cada vez más austeros y moderados. "El día
en que cumplamos este propósito, dice, seremos libres, habremos alcanzado nuestra emancipación
civil y desaparecerán el crimen y los vicios que corrompen la moral, sin cuyo influjo no puede haber
república". La patria auténtica—dice él—, la patria de vivientes y no de fórmulas vacías no puede
existir sin la libertad, que "es un co elemento de nuestra existencia, sin el cual los pueblos son rebaños
y toda institución inútil"

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