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LEGADO

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LEGADO HISPÁNICO, LA INDEPENDENCIA Y LA IDENTIDAD

La sangre es española e incaico es el latido


José Santos Chocano

Las puertas del Bicentenario de la Independencia se avecinan a pasos agigantados, la


conmemoración y el júbilo de doscientos años de libertad recorren el país entero,
comprometiendo a dirigentes y autoridades a replantearse objetivos y discursos. A
cumplir la utopía de hacer del Perú un país desarrollado.
Pero todos los intentos por embellecer un país, por lavarle el rostro minado de
corrupción y subdesarrollo serán inútiles si no analizamos el tema de fondo, el problema
latente. La identidad. Qué se entiende por ella, cuál ha sido su proceso de creación y
sobre qué bases se ha podido construir y si de verdad podemos hablar de una. El escritor
venezolano, Arturo Uslar Pietri, enfatizaba en este problema señalando que la
vacilación del nombre es parte importante de la vacilación sobre la identidad que ha
caracterizado hasta hoy esa vasta parte del continente americano, y refleja y confirma
la dificultad polémica de definir su identidad humana y cultural. Para nadie que viva en
este pedazo de tierra latinoamericana es indiferente el hecho de que provenimos,
indubitablemente, de la colisión de dos culturas. Es con base en este mestizaje que se
puede hablar propiamente del Perú.
Cuando los españoles llegaron a este lado del mundo, en aquel entonces totalmente
desconocido, se toparon con una tierra rebosante de mitos y leyendas, con seres jamás
vistos y con un lenguaje extraño dominando sus lenguas. El color de sus carnes, la
sencillez de sus vestimentas y la vida en extremo rudimentaria fue una de las primeras
brechas que separaban estas dos culturas. En palabras de Eduardo Galeano, esa llegada
supondría que los nativos descubrieran que eran indios, que vivían en América, que
descubrieran que estaban desnudos, que existía el pecado, que debían obediencia a un
rey y a una reina de otro mundo, a un Dios de otro cielo, y que ese Dios había
inventado la culpa, el vestido y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara
al sol, a la luna, a la tierra y a la lluvia. Una vez asentados, rebotaban de boca en boca,
hasta llegar a los oídos de los españoles, las noticias de la existencia de un gran imperio,
acorazado en oro y gobernado por alguien que decía ser hijo del sol. Los más avezados
exploradores y futuros conquistadores fulguraron de codicia y valentía, y emprendieron
la larga marcha. Es así que después de casi cuarenta años de la llegada a América, la
civilización inca encuentra el final de su esplendor. Lo que empezó con un hallazgo
fortuito y una clara ambición por las nuevas riquezas encontradas, se transformó en un
claro afán de evangelización cristiana, empapada en la espiritualidad del humanismo
español. En los posteriores tres siglos de ocupación y convivencia se gestará la
hispanidad.
En esos trescientos años se forjaron los cimientos de lo que sería la futura república. El
resquemor del dominio corrupto y lleno de abusos despertó lo inevitable. Los pueblos
que han sufrido la represión del dominio de clases poderosas durante siglos, llenos de
dolor y opresión social, exteriorizan el instinto de libertad que se anida en todos los
hombres. Las rebeliones en la colonia empezaban a materializarse con más atrevimiento
y delineaban una posible Independencia, la cual no se habría podido realizar si el
sentimiento de libertad no encontraba las influencias ilustradas de Europa. El
rompimiento y la separación con la corona española se produjo después de arduas
batallas y campañas, y si bien posteriormente se intentó depurar la naciente república a
través de abusos hacia todo lo que podría representar el pasado monárquico, no se pudo
impedir que las repúblicas americanas se despegaran intelectual y sentimentalmente de
la tradición hispánica. Esto debido a que la misión espiritual que se había llevado
denodadamente en toda la época de la colonia, haciendo uso de todo tipo de artimañas,
había calado con mucha fuerza en las raíces de la población indígena e ibérica. La
fuerza de la hispanidad se debe al nacionalismo y patriotismo exacerbado. Además del
catolicismo, la lengua castellana y el recuerdo de la grandeza en el imperio colonial. Es
este hispanismo el que le hará frente a la invasión revolucionaria, al racionalismo y el
liberalismo. Para Juan Navarro, la hispanidad sería una utopía retrospectiva, ya que, en
vez de proyectarse sobre el futuro, regresa a un pasado deseado.
Ahora bien, el problema de la identidad encuentra dificultad en el camino de su
realización debido a la constante parcialización al momento de reconocer nuestros
orígenes. El racismo y la marginación de la clase alta criolla, legado del pasado
colonial, ha cambiado, pero no ha desaparecido del todo. Existe, aún en estos días,
personas que se adhieren tenazmente a defender un dogma y no a participar de un
dialogo entre culturas. Es necesario, en el Perú, aceptar la Conquista y la Colonia
españolas y destacar su relevancia, sí; pero también es de vital importancia reconocer
los múltiples errores, la violencia y la deficiencia que tuvo esta, así como la
emancipación hispanoamericana, dejando de lado las justificaciones. No podemos caer
en una sobrevaloración del mundo hispano y tampoco del indígena, ya que somos
producto de la cohesión de ambos. Poseemos un pasado común donde debe resaltarse el
legado español, indígena, africano y oriental. No entenderlo así es caer en necedades y
aislamientos. La creación de un ámbito de convivencia, sin prejuicios ni discriminación
a la diversidad cultural, fortalecerá nuestra identidad y libertad. En una conferencia
realizada en Chile, en el año de 1968, José María Arguedas señalaba que no podía ser
demócrata aquel que consideraba inferiores las artes de extracción popular, sus gustos
de cocina, su música; estos tenían que ser elementos unificadores.
Uno siempre titubea si se le pregunta si algún día el Perú tendrá remedio, si algún día
podrán suturar las cicatrices que lo parten. Y uno nunca sabe qué responder. De todos
modos, queda la esperanza depositada en la juventud, en aquella que será capaz de
sacudirse los prejuicios y de valorar todo aquello que integra este país. Que encuentre
en la identidad el faro de luz que lo guíe cuando la marea de la desolación sea
abrumadora.

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