Los Cuentos Populares o La Tentativa de Un Texto Infinito
Los Cuentos Populares o La Tentativa de Un Texto Infinito
Los Cuentos Populares o La Tentativa de Un Texto Infinito
Índice
Introducción
Preliminares
Primera parte
Estado actual de la cuestión
Breve descripción de los estudios más importantes de la
escuela rusa, y sus críticos; con observaciones acerca
de otras formas narrativas
Segunda parte
Los cuentos maravillosos españoles
Comentario a dos cuentos maravillosos básicos
Cómo presentan los cuentos maravillosos españoles la
estructura de las funciones según Vladimir Propp
El cuento popular en Hispanoamérica
La rehabilitación de la familia
(Intento de explicación de una transformación a partir
de La niña sin brazos)
Tercera parte
Cuentos de costumbres
Cuentos de animales
Apéndice
Los cuentos de tradición oral en España
(Acerca de su variabilidad sistemática y su sentido)
Bibliografía
(Teoría, métodos, fuentes y cuentos populares
hispánicos)
Introducción
La materia y el método
Preliminares
Como es frecuente en todo proceso de investigación, la proximidad de los
materiales de trabajo establece una relación dialéctica con el plan
original, que obliga a modificar tanto la delimitación del objeto de
estudio como la metodología prevista. Objeto y método, por consiguiente,
se van definiendo por su mutua relación, y de un modo especial en las
primeras etapas del trabajo.
En el caso que nos ocupa, las modificaciones fueron múltiples, aunque no
llegaron a ser sustanciales y merecerán una explicación más detallada,
pues de alguna manera han de llevar al lector al terreno propio de los
cuentos populares y de su taumaturgia. Nos habíamos propuesto en un
principio estudiar los cuentos populares castellanos, sirviéndonos en lo
posible de la moderna metodología que rige los estudios de narrativa desde
que Vladimir Propp, en 1928, publicara el primer método realmente útil
para conocer la estructura de los cuentos maravillosos rusos. Una
sobrecarga de bibliografía estructuralista reciente, especialmente
francesa (Barthes, Todorov, Greimas, Bremond, Genette, etc.), a la que se
incorpora ya el generativismo y la semiótica formal14, nos había hecho
temer que la cuestión del método para estudiar los cuentos populares
llegaría a ser más importante que los cuentos mismos (en nuestra
investigación, se entiende), por el alto grado de interés que alcanzó la
polémica extendida entre los años 1965-1975, aproximadamente, acerca de la
narratividad, el universo de la significación lingüística, la relación
entre semántica y sintaxis y, finalmente, la gramática del texto. Todo
ello, por extraño que pueda parecerle al profano, surgía de las numerosas
y riquísimas sugerencias que despertó el método inventado por Vladimir
Propp y, lo que es más sorprendente aún; por la estructura misma de
ciertos cuentos populares. A tal extremo llega la importancia que tiene
entre los lingüistas, semiólogos y etnólogos este tema, que puede
afirmarse sin temor a exagerar que, gracias a los estudios que han seguido
sucediéndose en todo el mundo acerca de los cuentos populares, se ha
podido avanzar en caminos que parecían definitivamente cerrados en esos
dominios de la ciencia contemporánea; se ha hecho más estrecha la
colaboración entre disciplinas aparentemente alejadas como la antropología
cultural y la crítica literaria. Más adelante veremos cómo fue posible que
de un tema, en apariencia marginal; como el de los cuentos populares
rusos, y sólo una clase de ellos, los llamados maravillosos (en español de
encantamiento o «de hadas», denominación imprecisa que hemos de discutir
en seguida) pudo provocar tamaño despliegue de interés. La cuestión llegó
a tocar incluso a la antropología norteamericana, poseedora de una gran
tradición de estudios sobre culturas indias del Nuevo Continente, y
alcanzó significativas manifestaciones de interés en encuentros
internacionales, revistas, etc. De América, en sentido contrario, vino la
influencia de Chomsky sobre el tema, ya aludida; pero también vino, aunque
de la otra mitad -la hispanoamericana-, un nuevo caudal de información
sobre la suerte que habían corrido los cuentos populares españoles en la
atareada penetración colonial de nuestra cultura.
Y así fue como, desde una Universidad norteamericana, la de Stanford, un
profesor «oriundo de Colorado, de familia española», y «uno de los más
fervientes hispanistas de América»15, vino a España en 1920 y la recorrió
recogiendo cuentos populares de la viva voz de buenos narradores, los que
todavía podían encontrarse con cierta facilidad por aquel entonces. Se
llamaba Aurelio M. Espinosa. Gracias a él, y a su hijo, del mismo nombre,
que en 1936 recogió más de quinientas versiones solamente en Castilla, se
pudo salvar buena parte de ese tesoro antiquísimo de la cultura de nuestro
pueblo, hoy sumamente mermado en las calles y en los lugares donde fue
aliciente de tertulias campesinas y motivo de asombro permanente para los
mayores y para los niños.
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas publicó entre 1923-26
los tres tomos del trabajo de Espinosa padre, consistente en 280 cuentos y
un extenso y pormenorizado estudio acerca de sus procedencias, parentescos
y versiones, que aunque no demasiado útil para las exigencias actuales,
constituyen un monumento bibliográfico característico del infinito amor
con que los filólogo-folkloristas se consagraban a estas tareas. En 1946
se hizo una reedición de este trabajo, una de las bases de nuestras
investigaciones, y al que nos remitiremos constantemente.
No tuvo la misma suerte Aurelio Espinosa (hijo), cuya colección de
quinientas versiones castellanas ha permanecido editada parcialmente hasta
hace poco16. De las demás colecciones españolas hablaremos más adelante.
Todas son inferiores a las de Espinosa padre e hijo. Distinto es si
miramos el problema del lado iberoamericano, donde han proliferado
colecciones de mucho interés, reflejadas en nuestra bibliografía.
Interesa resaltar en estos preliminares cómo la fecha en que el primero de
estos notables estudiosos llevaba a cabo su trabajo por tierras españolas
coincidía con las de Propp, en Rusia, quien ya trabajaba en su método,
teniendo delante las ricas colecciones de cuentos rusos existentes en su
país17. Huelga decir que no había la menor posibilidad de contacto entre
ambos investigadores.
Tampoco hubo mucha suerte en años posteriores, pues los que siguieron
publicando colecciones de cuentos, de ámbito regional casi siempre, apenas
se preocuparon ya de método alguno; todo lo más dieron por bueno el
antiguo método genético-comparatista, que, a decir verdad, revela muy poco
acerca de la composición misma de los cuentos. Esta carencia es de
lamentar, por cuanto, de haberse preocupado en alguna medida de las
características internas de estos relatos, habrían desarrollado ese
necesario instinto de los buenos folkloristas para apreciar lo auténtico y
descartar lo artificioso. Aurelio Espinosa contaba, por supuesto, con esa
cualidad, y por eso su colección es realmente útil, mientras en las demás
conviene caminar con cautela.
Justo es reconocer que también en los demás países europeos distintos de
Rusia la conciencia metodológica es bastante tardía y surge a partir de
una edición inglesa del primer libro de Propp, del año 1958, que es la que
debió leer Greimas (por cierto, no muy bien), y de la edición francesa de
1970. Más de treinta años habían transcurrido desde que el investigador
ruso diera a conocer sus conclusiones, verdaderamente extraordinarias,
sobre las leyes que rigen la estructura interna del cuento maravilloso; y
de no ser por el auge del estructuralismo, acaso seguiríamos dando palos
de ciego en el conocimiento directo de nuestro objeto. Más adelante
hablaremos de cómo fueron los debates que se cruzaron entre unos y otros
estructuralistas a propósito de Propp; también de las objeciones que éste
mismo recibiera (especialmente por parte de Lévi-Strauss); de su réplica,
y de otros aspectos de tan movida controversia. Procuraremos emplear los
términos más comprensibles para un público medio, sin renunciar al rigor
científico.
No deja de ser motivo de satisfacción que lo que ya se sabía, por
comparación de rasgos, se compruebe de un modo estructural, a saber: que
los cuentos populares españoles pertenecen al mismo tronco indoeuropeo,
que los extendió por toda Europa, con la aclimatación propia a ciertas
peculiaridades de nuestra cultura. Esto, sin embargo, nunca alcanzó a lo
más sólido de esa tradición paneuropea: la estructura narrativa, el
armazón del relato, el cual es inalterablemente el mismo que en Rusia,
Lituania, Francia, Alemania, etc.
Somos conscientes de que nuestra aportación supone un giro de bastantes
grados, por el enfoque metodológico con que reanudamos el estudio de los
cuentos populares en España, al introducir los criterios de lo que podría
llamarse escuela rusa, con su actualización y enriquecimiento recibidos
principalmente en Francia. No quiere decirse que descartemos nuestra rica
tradición folklórico-filológica, de la que tenemos en cuenta muchos
hallazgos. Tal vez le faltó a esa tradición (Fernán Caballero, Antonio
Machado Álvarez, Aurelio Espinosa, como miembros más destacados de otras
tantas épocas bien definidas), unos hermanos Grimm, un Perrault o un
Afanasiev. Como consecuencia de no haber contado con ese catalizador de
cultura que es siempre el genio, hemos vivido en una dependencia excesiva
del acervo cuentístico de otros países, como si aquí no hubiésemos tenido
siempre una Blancanieves, una Cenicienta, un Pulgarcito, que nuestras
clases medias y altas ignoraron. No los ignoró el pueblo llano, que sigue
llamándolos Mariquita, Puerquecilla o Periquillo. De esta forma el pueblo,
especialmente el pueblo campesino, le volvía la espalda a los que ya se la
habían vuelto. Pocas veces en este país la cultura oficial ha querido
saber nada de lo que ocurría en la acera de enfrente, salvo por esnobismo;
paternalismo o adoctrinamiento. Este trabajo, entre otras cosas, acaricia
la pretensión de patentizar en lo posible ese abismo, sabiendo que no es
otro que el de las clases sociales.
En cuanto a la función social de los cuentos, tema de la máxima
importancia y del que apenas nos hemos podido ocupar en esta ocasión,
parece obvio que no se trata de historias para entretener a los niños o a
los adultos -aunque también-, y que sus propios narradores desconocen de
qué se trata. El hecho de que la mayoría de esos cuentos compartan una
materia común con algún mito antiguo, plantea los mismos interrogantes de
para qué sirven los mitos. A una de nuestras informantes, Ángeles Salgado,
campesina de Carmona (Sevilla), le preguntábamos cuándo y por qué se
contaban aquellos cuentos; por ejemplo, el de Juanillo el Oso, que nos
acababa de contar. En cuanto a tiempo y lugar nos respondía que a eso de
media mañana, cuando los jornaleros paraban para echar el cigarro, y
todos, los hombres y las mujeres que hacían la recogida de la aceituna,
pasaban el rato con esas historias. Creía ella que, en concreto, la de
Juanillo el Oso se contaba para asustar a la gente haciéndoles desistir de
la tentación de entrar a robar los frutos de una huerta cercana, de la que
se contaban aquellas cosas. No hace sino multiplicar nuestro asombro una
motivación tan baladí, viniendo de quien atesora en su mente una de las
historias más populares del mundo, desde la India a Nuevo México; que
aparece en mitos y leyendas del Rig Veda; en un cuento de Konon, autor
griego del siglo I, y que tiene implicaciones del mito de Fausto y de
Teseo.
Un folklorista del siglo XIX, don Sergio Hernández de Soto, escribía al
frente de sus Cuentos populares de Extremadura18: «Por todas partes se
aprestan los campeones de los estudios folklóricos a aportar su
contingente para la gigante empresa de reconstruir bajo un nuevo plan la
historia de la humanidad». La deliciosa ampulosidad de este lenguaje no
oculta lo que podría admitirse como el extremo opuesto a la explicación de
nuestra campesina andaluza. Entre lo uno y lo otro debe andar la
respuesta.
Primera parte
Tres períodos hemos dicho que hay que distinguir en los estudios de los
cuentos populares españoles, con sus correspondientes bibliografías:
Mediados del XIX, con Fernán Caballero como figura preeminente, en la
etapa que llamaríamos folklórico-costumbrista. Década de los 80 del mismo
siglo, con Machado Álvarez a la cabeza, en la escuela
folklórico-positivista. Por último, los años 20 y 30 de nuestro siglo, con
Aurelio M. Espinosa, en la etapa folklórico-filológica, seguidora de la
escuela finlandesa.
Además de las dos colecciones fundamentales, debidas a los Aurelio
Espinosa, padre e hijo, base de nuestro estudio, disponemos de otras
muchas, de muy diferente utilidad. De la primera etapa seguimos contando
con las de Cecilia Böhl de Faber, Fernán Caballero, Cuentos y poesías
populares andaluces, a lo que hay que añadir otra miscelánea suya:
Cuentos, oraciones, adivinas, y refranes populares e infantiles, donde
aparecen los Cuentos de encantamiento. También, Machado Álvarez,
Biblioteca de Tradiciones Populares.
Les siguen las de Constantino Cabal, Cuentos tradicionales asturianos; A.
de Llano Roza de Ampudia, Cuentos asturianos; Sánchez Pérez, Cien cuentos
populares; Marciano Curiel, Cuentos extremeños; A. Llano de Ampudia y
otros, Cuentos españoles peninsulares; José Manuel Espinosa y otros,
Cuentos españoles de América; Larrea Palacín, Cuentos gaditanos.
En edición incompleta, los Cuentos populares de Castilla, de Aurelio M.
Espinosa (hijo), ofrece 72 cuentos de los 511 que este investigador
recogiera en aquella región en 1936, y que tuvo la amabilidad de
remitirnos en manuscrito (consultar nota 3). Otras colecciones o
misceláneas de menor importancia serán citadas cuando convenga y en la
bibliografía general, donde figura también la referencia completa de los
libros citados.
Sobre este punto, sólo cabe decir que ha dejado de interesar por completo
en la forma en que apasionó a los folkloristas del XIX y de principio de
siglo, y que ha corrido una suerte paralela al tema del origen del
lenguaje, el cual es hoy considerado tabú por todas las escuelas. El
paralelismo es algo más que una coincidencia, pues todo lo que se refiere
al estudio interno de los cuentos populares afecta al estudio gramatical
del lenguaje, tal como indica la corriente actual de investigaciones
semánticas y sintácticas (Greimas y Todorov, principalmente), a partir de
Propp. Ha sido, por cierto, este mismo autor el que, con nuevos criterios,
ha vuelto a tratar el delicado tema del origen de los cuentos. De todo
ello habremos de tratar más despacio.
Por lo demás, la colección de Espinosa presenta los defectos típicos de
estas colecciones, ya mencionados, y que no merecen mayor tratamiento:
mezcla del cuento con toda clase de géneros populares, como el chiste, el
trabalenguas, la leyenda, etcétera. La imprecisión más importante está,
sin embargo, en la teoría, y aparece en la definición de Espinosa: «El
tipo de cuento hay que determinarlo no por la presencia de éste o aquel
motivo fundamental, sino por la presencia de un grupo de motivos
fundamentales expresamente combinados para desarrollar una trama que se
ajusta a un plan definido en orden, carácter, manera, etc.»33.
Don Antonio Machado y Álvarez, padre del poeta Antonio Machado, reservó a
los cuentos bastantes páginas de su extensa y trabajosa «Biblioteca de
tradiciones populares», entre otros trabajos, desde su óptica de buen
folklorista, que estaba como a medio camino entre las exageradas
recreaciones de los costumbristas y los escrúpulos de los filólogos
venideros. Los cuentos aparecen en los volúmenes I, II, V, VIII y X. Suman
un total de cuarenta y cuatro, pertenecientes a diversas regiones, y
fueron recogidos en su mayoría por autores distintos a Machado Álvarez,
que actuó principalmente como director y orientador de la «Biblioteca». En
seguida nos ocuparemos de cada uno de esos volúmenes.
Interesa primero destacar las preocupaciones de orden teórico y
metodológico que atribularon al buen don Antonio hace ahora un siglo, y
que imaginamos fueron objeto de la atenta observación del poeta, todavía
niño, hasta inmortalizarlas en unos versos muy conocidos.
Machado Álvarez llevó al prólogo del volumen V algunas de estas
preocupaciones, con fecha del 15 de agosto de 1884, donde reconoce dos
momentos diferentes en su concepto de la literatura popular: la krausista
(ideológica, interpretativa) y la positivista (darwinista, científica,
acopiadora de materiales), separadas por el año 1879 en que empezó a
colaborar en la Enciclopedia de Sevilla, con su artículo «Una docena de
cuentos, por Don Narciso Campillo». En su primera etapa reconoce «el error
de vestir con forma literaria los cuentos populares, pecado imperdonable
en quien no podía aspirar, como Valera en su Pájaro Verde, por ejemplo, a
realzar con los encantos de su estilo las producciones del vulgo» (p. 13).
No sabemos Si en la última afirmación hay ingenuidad o ironía. Tal vez
ambas cosas.
Pero estas preocupaciones apuntan ya en el volumen I, cuya segunda parte
va precedido de unas «Advertencias preliminares», donde dice: «A esta
clase de público [el no folklorista] debo advertir que no espere hallar
otros autores no dedicados a estos estudios», de lo que parece
desprenderse que no podía perdonar los excesos de los literatos metidos a
folkloristas, salvo que lo hiciesen con la categoría de un Valera, dando
así satisfacción al viejo aforismo que dice que en literatura está
permitido el plagio, siempre que vaya acompañado de asesinato. Aun así,
nos sigue pareciendo que hay cierta ironía cuando se refiere al
sofisticado autor de Pepita Jiménez.
A continuación se extiende Machado Álvarez en describirnos su método y su
teoría, que, a decir verdad, no fueron mucho más lejos de un
comparativismo rudimentario, en permanente tensión emocional entre lo
universal y lo propio. Dice: «Llamo concordancias a la simple indicación
de aquellos cuentos populares extranjeros que corresponden a los nuestros;
notas, a la exposición de las analogías y diferencias que se advierten
entre aquellos y los de esta colección, y, por último, observaciones, a
las ideas y pensamientos que en mí despierten la lectura de cada cuento y
de sus versiones y variantes. Aunque he de poner al fin del libro las
fuentes bibliográficas consultadas, quiero indicar aquí las que
principalmente han de servirme por ahora, y son las tituladas: Contos
populares portuguezes, de F. Adolpho Coelho (1879); Fiabe, novelle e
racconti popolari siciliani, de Giuseppe Pitre (1879), y Contes populaires
lorrains, de M. Cosquin (1877-1882). Las notas dependerán del número de
versiones consultadas sobre cada cuento. De las observaciones dedicaré
siempre una al título, otra al argumento, otra a los personajes y otra,
por último, a los incidentes del cuento, aceptando, en parte, las
resoluciones del comité constituido en la Folk-Lore Society para el
estudio de los cuentos populares».
Pero acaso lo más interesante sea su intento de definición: «Llamo cuentos
populares españoles a los contenidos en ella [la colección], como Coelho
portugueses a los suyos y Cosquin y Pitrè loreneses y sicialianos,
respectivamente, a los que han coleccionado, porque están escritos en
idioma español; y no por otra causa. La inmensa mayoría de ellos, si no
todos, no son oriundos de España y tienen un remoto abolengo. Esto no
obstante, al circular en labios de nuestro pueblo o de las naciones y
tierras que hablan nuestro idioma, reciben un sello español, cuyo valor
histórico importa mucho estudiar y conocer; pues el amor a lo semejante no
debe nunca llevarnos a olvidar lo diferente, que es, en éstas como en
todas las producciones, lo más difícil de conocer y determinar.
Vayamos ahora a los cuentos que aparecen repartidos en esos cinco
volúmenes de la «Biblioteca de tradiciones populares»:
-Vol. I: 12 cuentos: La negra y la tórtola (más conocida como la negra y
la paloma, 2.ª secuencia de uno de nuestros casos discutibles); María la
Cenicienta; Don Juan Bolondrón; El príncipe Jalma y El Culebroncito. Estos
cinco proceden de Chile, y fueron recogidos por Th. H. Moore, colaborador
del Folk-Lore Magazine. Los demás son: Mariquilla la ministra (recogido
por don Alejandro Guichot y Sierra, otro eminente folklorista de la época,
socio fundador de «El Folklore Andaluz», sociedad de estudios que trabajó
muy unida al «Folklore Frexnense», hasta el punto de que llegaron a
disponer de un órgano común de expresión durante algún tiempo: «Folklore
Bético-Extremeño», dirigida en Fregenal de la Sierra por don Luis Romero
Espinosa); El papagayo del cuento (por don Sergio Hernández, socio
honorario del Folklore Frexnense, quien apunta al final de su versión,
recogida en Zafra: «Lo reproduzco con la mayor fidelidad, conservando
hasta algunas repeticiones y defectos de estilo» -el subrayado es
nuestro-); La reina rosa o Tomasito (Guichot, Sevilla); El barquito de
oro, de plata y de seda (Da Cipriana Álvarez de Machado, colaboradora de
«El Folklore Andaluz» y madre del autor); La sirena (Da Cipriana, recogido
en Huelva); El marqués del sol (Guichot, Sevilla); La flor de Lililá
(Guichot, Sevilla).
-Vol. II: 3 cuentos, recogidos por Eugenio de Olavarría y Huarte,
secretario del Folklore Castellano, en la provincia de Madrid: La mano
negra (versión truculenta y literaria de El príncipe encantado; han
desaparecido casi todos los elementos maravillosos; puede tratarse incluso
de otro cuento asimilado. No se indica la procedencia); La palomita blanca
(de nuevo La negra y la paloma, sin indicación de procedencia); Las
cerezas (cuento de los que comienzan «Cuando Cristo y San Pedro andaban
por el mundo [...]», y que, según Olavarría, «se refieren a sucesos
imaginarios acaecidos al Redentor y a su discípulo, sucesos que aprovecha
el pueblo para exponer profundas ideas de moral». Es forzoso aclarar que
se trata de un cuento absolutamente literario, desarrollado a partir de
una leyenda y que no contiene ninguna «idea moral», salvo en la moraleja,
acuñada por Olavarría, con bastante poca gracia por cierto: «No despreciar
nada ni a nadie». Nada tiene que ver con la anécdota del «cuento», donde
se ejemplifica la conveniencia de no desdeñar nada cuando se está en la
pura miseria; lejos de toda moral cristiano-burguesa, late aquí el más
crudo pragmatismo de un pueblo con hambre de siglos).
-Vol. V: 2 cuentos, al parecer en versión literaria del propio Machado
Álvarez: El médico bonito (1871) y El ahorcado a lo divino (1872).
Inservibles a nuestro propósito.
-Vol. VIII: Consta de dos partes, una dedicada a Galicia y otra a
Asturias. La primera, a cargo de Cecilia Schmidt Branco, se titula «A rosa
na vida dos poyos», y no contiene ningún cuento. La segunda, a cargo de
Giner Arivau, se titula «Folklore de Proaza (contribución al folklore de
Asturias)», contiene 3 cuentos: Xuanón del cortezón (historia de la
princesa, que, repudiada por su padre, ha de disfrazarse de pavero; hemos
encontrado una versión muy similar en la colección «Jiménez», de El Arahal
(Sevilla), recogida en 1971); Bernabé (las tres hijas del rey van en busca
de aventuras; tras el encuentro con un gigante, el cuento se parece
también a Miguelín el valiente, también de la colección «Jiménez»); Juan
de Calais (no es maravilloso, pero tiene algunos elementos sueltos que sí
lo son). Los tres van seguidos de notas de carácter comparativista.
-Vol. X: 24 cuentos de Extremadura, recogidos por Sergio Hernández de
Soto, como «Primera parte: Cuentos de encantamiento», de los ciento
setenta de todas clases que manifiesta en el prólogo haber recogido.
Prólogo delicioso, por cierto, escrito en 1885, donde el autor cuenta las
vicisitudes de su recopilación y da curiosas noticias de cómo y quiénes
eran algunos de sus informantes, que nos ponen de improviso ante una
página viva de la historia del pueblo, como parte de lo que el propio
autor denomina felizmente «reconstruir, bajo un nuevo plan, la historia de
la humanidad» refiriéndose a la tarea de los folkloristas.
Gran intuición poseía don Sergio Hernández de Soto para determinar y casi
ordenar los que eran cuentos de encantamiento, de entre los 170 de su
colección, de manera que muchos de ellos se acercan a nuestros arquetipos.
Su buen gusto literario puso lo que faltaba hasta habernos dejado una de
las colecciones más aprovechables y gratas en este piélago de libros de
valor tan irregular. De forma sucinta, indicaremos la equivalencia de esos
cuentos con los modelos de nuestro estudio, más algunas observaciones de
otro tipo. No nos detendremos en los que no son maravillosos o están
demasiado lejos de serlo:
ILa palomita: La negra y la paloma o 2.ª secuencia de Las tres
naranjas del amor.
IILas tres naranjas de un salto: ídem.
IIIEl mágico Palermo: Blancaflor (muy largo y recreado).
IVEl castillo de irás y no volverás: el mismo.
VDon Juan jugador: Blancaflor.
VIFernando: El príncipe encantado, con personajes intercambiados en
su función, tal vez porque se ha mezclado con Blancaflor.
VIIEl rey durmiendo en su lecho: sobre una base similar a La bella
durmiente y mezcla de otros cuentos
VIIIEl príncipe oso: otro «Príncipe encantado», no maravilloso.
XILos tres leones: sobre fondo de Blancanieves y con muchos
elementos de los demás cuentos de esa familia. En otros lugares se
recoge como Los tres (dos) toritos.
XVIEl pájaro herido: principio de Cenicienta, con desarrollo muy
divergente.
XXEl castillo de las puertas calás: El príncipe encantado.
XXIILos dos hermanos: excelente versión del famoso cuento de los
hermanos Grimm Hänsel y Gretel, que casi no aparece en colecciones
posteriores españolas. ¿Se habrá perdido? A diferencia del cuento
alemán, es el padre, y no la madre, quien decide deshacerse de los
hijos. Hernández de Soto lo compara con versiones portuguesas y
brasileñas.
Otras colecciones
A la primera hipótesis
A la segunda hipótesis
Dice Propp: «Las secuencias con H-J se desarrollan según la rama superior;
las secuencias con M-N según la rama inferior; las secuencias que incluyen
las dos parejas, primero de acuerdo con la rama superior, y luego, sin
llegar hasta el final, según la inferior; en cuanto a las secuencias que
no presentan ni H-J ni M-N se desarrollan evitando los elementos que
diferencian unas secuencias de otras»73.
Para terminar, volvemos un momento al final del otro capítulo del mismo
autor (el de Semántica estructural), que quedó interrumpido por el resumen
que acabamos de realizar.
Tras observar que el sentido del relato no se agota en la prueba, sino
teniendo en cuenta su contexto, el comienzo y el final sobre todo, se
puede realizar una interpretación acrónica del cuento según la cual el
restablecimiento del contrato, roto en un principio, se corresponde con la
reintegración de los valores. Dice, exactamente Greimas: «la existencia
del contrato (del orden establecido) corresponde a la ausencia del
contrato como la alienación corresponde al pleno goce de lo s valores»110.
Aquí nos interesa hacer una aclaración, que nos sugiere la notación
simbólica utilizada por Greimas. Para establecer esta equivalencia entre
la estructura semántica del relato y su sentido social, nuestro autor
emplea -tímidamente, nos parece-, la notación de una proporcionalidad
aproximada, mediante el signo . Nos resulta una actitud similar a la de
Goldman cuando, después de establecer su concepto de la homología, para
explicar una profunda equivalencia entre la estructura de la novela y la
estructura de la sociedad para el mercado, él mismo parece no atreverse a
identificar sin más ambas estructuras, por su función social alienante, e
introduce un factor intermediario, cual es «la tendencia del grupo a una
conciencia adecuada y coherente, a una conciencia que no se realiza sino
excepcionalmente en el grupo, en el momento de la crisis y, como expresión
individual, en el plano de las obras culturales»111. Esta imprevista, e
inaceptable, justificación de las «grandes obras culturales» -entiéndase,
de las realizaciones de los grandes artistas-, como expresión de la
tendencia del grupo a la posesión de una conciencia coherente, revela una
última indecisión en el momento de aplicar el método dialéctico para
establecer, sin más, la identidad de dos estructuras a través de su
función. Cuando se refuta la identificación del arte gótico con la
escolástica, por ejemplo, como algo carente de rigor científico, no se
tiene en cuenta que sólo se está considerando la función social de ambas
realidades a través de aquello para lo que prioritariamente fueron creadas
por un mismo grupo social (el alto clero), y esta función no es otra que
el control del poder. La coherencia de los grupos de presión, detentadores
del arte a través de la historia, en modo alguno nos parece que se pueda
sacar de los estrechos límites de sus intereses oligárquicos. De lo
contrario, habría que admitir que existe una medida para el arte, que
sirve también para medir la conciencia de la burguesía. En todo caso,
¿conciencia de qué y para qué? Pero no es preciso llegar a ese
planteamiento, pues, por fortuna, no existe otra medida del arte que el
tiempo y las circunstancias, que es tanto como no decir nada. La
pervivencia de las catedrales como admirables fábricas del género humano,
cuando la escolástica apenas pervive, es la verdadera prueba de su valor
arquitectónico, y aun así habría que analizar más detenidamente si sus
actuales valores no serán las agencias de turismo europeas. Pensar de otra
manera supone una abrumadora cantidad de identificaciones formales
indebidas cuyo resultado final tiende a decir, aunque sea tímidamente, que
toda gran obra de arte es progresista. He aquí cómo el platonismo puede
resultar revolucionario, por obra y gracia de la formación burguesa de
algunos intelectuales marxistas.
Siguiendo con Greimas, sé observa una suerte de ambigüedad fatal en la
captación del sentido del cuento popular maravilloso, pues la segunda
interpretación, que tiene en cuenta la disposición temporal de los
términos de la analogía, ve como implicación lo que antes veía como
correlación, aunque sigue utilizando la misma notación . Esta segunda
interpretación es resumida por Greimas así: «En un mundo sin ley los
valores son trastocados; la restitución de los valores hace posible la
vuelta al reino de la ley»112. ¿Con cuál de las dos interpretaciones nos
quedaremos? Ambas nos parecen insatisfactorias, pues si la primera se
queda en el mero paralelismo, disfrazado de proporción, entre el
restablecimiento del orden y la alienación, la segunda cae en el exceso
contrario, estableciendo una relación metafísica de causa a efecto, entre
la vuelta a los valores y el restablecimiento de la ley.
Algo se aclara la cuestión cuando, más adelante, dice respecto a la
interpretación primera, la acrónica: «La captación paradigmática
(acrónica) del relato establece, por consiguiente, la existencia de la
correlación entre los dos campos, entre la suerte del individuo y de la
sociedad», y más adelante: «En resumen, podemos decir que la segunda parte
de la proporción estructural plantea, de hecho, la alternativa entre el
hombre alienado y el hombre que goza de la plenitud de los valores»113.
La debilidad, con todo, de estas interpretaciones, queda superada por la
claridad de las dos definiciones del cuento que se derivan de ellas, y que
bien podrían haberse obtenido por la simple aplicación del método
dialéctico, cuando dice: «La secuencia diacrónica elemental del relato (la
prueba) comporta, en su definición, todos los atributos de la actividad
histórica del hombre, que es irreversible, libre y responsable»114. Bien
mirado, esto se podría deducir directamente del análisis de la prueba que
realiza Propp (eso sí, en la edición corregida y aumentada de su
Morfología que Greimas no ha tenido suficientemente en cuenta o no
conoce), pues en ese análisis el orden de las funciones es siempre el
mismo, y, por lo tanto, irreversible; el héroe puede aceptar o no la
asignación de la prueba; esto es, se manifiesta libremente; e incluso
puede perder, no superarla y, sin embargo, continuar en su camino
(«responsable»), y todo ello intensificado por algo que no se tiene en
cuenta y es el hecho de que el héroe nunca sabe que tras la prueba viene
la obtención del objeto mágico, imprescindible para el restablecimiento
del orden social roto. Está dispuesto, por consiguiente, a realizar su
misión sin ninguna ayuda, sólo que ésta llega siempre, siendo en realidad
la primera recompensa a su heroísmo o a su bondad. El carácter mágico del
objeto es lo que no resulta suficientemente explicable desde esta
perspectiva. El fuerte contraste semántico que introduce con respecto a la
libertad del héroe, infinitamente solo en su humanidad responsable, arroja
la inquietante pregunta de cuál será el sentido que pueda tener la
aparición inmediata de lo más maravilloso. Tras lo más humano (la
libertad), lo más extraordinario (el objeto mágico), y como consecuencia
del arrojo del hombre, como obligada recompensa, cabría decir, a su
heroísmo demostrado, pero... ¿inútil?
Finalmente, la posibilidad de la doble interpretación subraya, para
Greimas, «el gran número de contradicciones que puede contener el relato.
Esta es a la vez afirmación de una permanencia y de las posibilidades de
cambio, afirmación del orden necesario y de la libertad que rompe o
restablece ese orden». Esto último confirma la tesis, repetidamente
expuesta en este trabajo, de la condición de lengua y habla a un tiempo
que posee el relato popular. Todo lo demás en Greimas, incluida una final
e inesperada distinción entre dos grandes clases de relatos: los que
aceptan el orden presente y los que lo rechazan, nos parece inferior a
esta sugerencia de las contradicciones, que podía haber desarrollado más
(ellas son, en definitiva, las que dan cuenta de todo lo real), e inferior
a otra sugerencia también dialéctica, que ve en la prueba la expresión del
modelo transformacional, por cuanto representa la superación inevitable.
Por nuestra parte, sólo hemos de añadir que la contradicción del héroe al
tener que elegir entre su libertad y la reparación del orden social roto,
sólo puede ser superada en favor de esto último siguiendo el impulso
elemental de la justicia, que es palpable en los cuentos populares.
Sobre otras aplicaciones de la teoría de Propp
Segunda parte
Selección y clasificación
Una vez realizado ese estudio, con el método basado en toda la discusión
que precede, hemos llegado a la conclusión de que existen en España seis
cuentos maravillosos básicos, uno de ellos desdoblado en dos variantes,
por lo que podrían considerarse siete en total. Son los siguientes:
La adivinanza del pastor
Blancaflor, la hija del diablo
El príncipe encantado
Juan el Oso
La princesa encantada
La serpiente de siete cabezas o El castillo de irás y no volverás
Los animales agradecidos o La princesa encantada
Las tres maravillas del mundo
Casos discutibles119
Son los que no presentan ninguna de las dos funciones fundamentales (la
entrega del objeto mágico o el auxiliar maravilloso y la realización de
unas pruebas por parte del héroe), y si las presentan lo hacen
desprovistas de su verdadera función narrativa: reparar la carencia o la
fechoría inicial. La recepción del objeto mágico, si lo hay, no se hace
por merecimiento del héroe (aunque esto, como ya veremos, caracteriza a
casi todos los cuentos maravillosos españoles), el cual, a su vez, está
identificado con la víctima, es el mismo personaje. Como arquetipos de
estos cuentos presentamos y estudiamos:
La niña sin brazos
«Blancanieves» (En español siempre con otros nombres)
«Cenicienta» (En español siempre con otros nombres).
Sin llegar a constituir, por ahora al menos, arquetipos, tomamos también
en consideración otros cuentos tales como:
Las tres prendas de Pedro (Llano, 5)
El pájaro que habla, el árbol que canta y el agua amarilla. (Llano, 6 y
Curiel: Los tres linos del sultán, p. 63 ss.)
Para un mejor entendimiento de las razones que nos mueven a llevar a una
clasificación aparte y provisional un cierto número de cuentos -entre
otros muchos que seguramente el lector aficionado a esta materia podría
citar-, hablaremos en particular de algunos de ellos.
Cuento con probada fama de antiguo (aparece en Las mil y una noches), lo
cual proporciona una prueba de que la antigüedad no es un parámetro que
permita distinguir los cuentos maravillosos puros de los que no lo son.
Por muchos detalles se aproxima a la gran materia común de la niña
abandonada: incesto, descendencia monstruosa, hermanos fugitivos y
reencuentro con el rey (padre o marido) gracias a la intervención de un
pájaro; es decir, pertenecen al mismo fondo de La niña sin brazos,
Blancanieves y Cencienta, y comparte otros muchos motivos con otros
cuentos maravillosos, tales como la señal de que uno de los hermanos está
en peligro (El castillo de irás y no volverás), el abandono de los niños
en una caja que se echa al río, que pertenece al acervo aún más universal
de la mitología (Moisés, Amadís, etc.).
Perfectamente recogido por Llano en Asturias y algo más deteriorado en la
versión extremeña de Curiel, presenta este cuento, en su estructura,
rasgos idénticos a los tres de su mismo patrimonio, como la identidad
entre heroína y víctima, y la no existencia de combate ni de pruebas para
la consecución del objeto mágico. Se diferencia de los otros tres en que
presenta un objeto mágico triple. Su función no es claramente la de
reparar la fechoría, pues sirven para otras cosas, como desencantar las
piedras negras, devolver la salud o llamar la atención del rey. En cuanto
al pájaro que habla, su función reparadora se establece a través de
insinuaciones y pistas que van orientando al rey hasta descubrir la verdad
por boca del hortelano.
Paloma Blanca
El príncipe español
Piel de piojo
A lo ya dicho en la clasificación general, hay que añadir que la versión
recogida por Espinosa en Santa Fe (Granada) no es raro presente el aspecto
de un cuento maravilloso, debido a la gran riqueza cuentística de este
pueblo, que fácilmente explica la tentación de algún narrador por añadirle
a este cuento elementos maravillosos. De paso, la procedencia de estos
elementos de La adivinanza del pastor, Juan el oso y Los tres animales
agradecidos, refuerza nuestra teoría de que estos son, en efecto, cuentos
básicos maravillosos.
La princesa encantada
Definición y aclaraciones
1. Recordemos lo que ocurría con las dos parejas de funciones H-J y M-N
(Combate-Muerte del agresor y Tarea difícil-Tarea cumplida): no son
excluyentes, pero cuando aparecen juntas se suceden en el orden expuesto y
en distintas secuencias. Si el orden es inverso, se trata de una
combinación mecánica. Algunos cuentos emplean las dos parejas, otros una
de las dos, y otros ninguna. Nuestros siete cuentos básicos cumplen esas
leyes de la siguiente manera:
-Ninguno emplea las dos parejas.
-Los que emplean la primera son: Juan el oso, El castillo de irás y no
volverás y Los animales agradecidos.
-Los que emplean la segunda pareja son: Blancaflor, El príncipe encantado
y La adivinanza del pastor.
-Las variantes de Las tres maravillas del mundo no emplean, por lo
general, ninguna de las dos parejas.
2. En la configuración de los seis personajes y sus esferas de acción,
podemos observar:
-El agresor en Juan el oso tiene por lo menos dos actantes: el oso, que
secuestra a la vaquera, y el gigante.
-En Blancaflor, el héroe y la princesa se mueven en un plano casi de
igualdad en cuanto a protagonismo. El cambio de un actante por otro se
efectúa paulatinamente a lo largo de la segunda secuencia.
-En El príncipe encantado, el propio príncipe es el donante que entrega a
la muchacha el objeto maravilloso.
-En La adivinanza del pastor no hay agresor propiamente dicho.
-En El castillo de irás y no volverás, el donante -pescado- se convierte
en objeto maravilloso -caballo, perros, lanzas- tras ser sembrado.
-En las versiones de Las tres maravillas del mundo el efecto de
triplicación afecta al héroe (tres héroes), al donante (tres donantes) a
las habilidades enseñadas a los tres héroes por los tres donantes.
En el análisis de Juan el oso, que presentamos como ejemplo de esta
técnica, hacemos otras observaciones de carácter general.
En ningún caso cabe afirmar que haya habido influencia de versiones cultas
sobre versiones populares, como cree María Rosa Lida en El cuento popular
en Hispanoamérica y la literatura125. La relación habitual entre estos dos
polos se produce siempre en sentido inverso, y así es como surgieron las
grandes colecciones de Grimm o de Perrault, como ejemplos de un primer
grado de tratamiento literario de cuentos populares, todavía aprovechables
para el folklorista, aunque con muchas precauciones. Un segundo grado de
aprovechamiento literario, con demasiada recreación de autor para los
fines de los folkloristas, y también de los nuestros, lo ofrecen versiones
de otros escritores españoles. Nos limitaremos a reproducir la opinión de
Espinosa, que compartimos enteramente: «Las colecciones de cuentos que
publican Narciso Campillo, Antonio de Trueba, Juan Valera y muchos otros,
no tienen mucha importancia para la ciencia del folklore. Hay en estas
colecciones, es verdad, muchos cuentos inspirados en fuentes populares,
pero para darles forma artística los autores los han modificado y
refundido materialmente. De igual defecto adolecen las colecciones de
cuentos para niños publicados por las casas editoriales Callejas, Fernando
Fe, etc.»126.
Claro que también Espinosa dejó paso en su colección a versiones
claramente contaminadas de tratamiento culto, no nos explicamos de qué
manera. Ciertamente son muy pocas, y por eso sólo damos un ejemplo. En el
cuento 118, María del Rosario, la portera de palacio se expresa de esta
guisa: «Señora, mire usted, que no me obliga menos de decirla [...]»
Hay una relación evidente de tipo estructural entre el punto de partida de
muchos cuentos maravillosos españoles y los libros de caballería, por
cuanto ambas formas de narración están motivadas por el mero deseo de
salir en busca de aventuras. La motivación ideológica, secundaria -hacer
el bien, cumplir un destino, etc.-, no nos interesa ahora. El cuento 141
no puede ser más explícito en su arranque: «Era un caballero que salió por
el mundo alante a buscar la vida y las aventuras». Profundizar en este
parecido es una tentación casi irresistible para los estudiosos españoles,
por razones obvias. Por nuestra parte, hemos de atenernos al principio
anteriormente enunciado, según el cual el sentido de esa relación es
siempre de lo popular a lo culto, y por tanto es en los trabajos de
naturaleza contraria a la de éste donde tiene cabida su tratamiento. En
este ámbito de investigación hay ya importantes resultados, aunque queda
mucho por hacer. Sólo citaremos, para orientación, el más reciente
aparecido entre nosotros, Cuentecillos tradicionales en la España del
Siglo de Oro, de Maxime Chevalier127, que estudia tanto las famosas
colecciones de Timoneda y Santa Cruz, como su aprovechamiento para otros
fines (Mal Lara, Covarrubias, Correas), y también por nuestros grandes
escritores de la época. Incluye una bibliografía muy útil.
Otro de los estudiosos que se han ocupado del tema es María Rosa Lida en
su artículo «El cuento popular hispanoamericano y la literatura»134. Nos
interesa de ese artículo su parte tercera, que se refiere específicamente
al cuento hispanoamericano, en su presunta vinculación con la tradición
literaria europea. Conocida la posición central de esta notable
investigadora, y discutida algunas veces por el exceso de inspiración
libresca, nos parece que es ésta una de las ocasiones en que más
débilmente se sostienen entre sí el documento y la opinión. Parte la
investigadora de la pregunta: «Cómo ha pasado el cuento de las versiones
literarias al pueblo», dando por sentado que la transmisión se produce en
tal sentido, contra la opinión sostenida por una abrumadora mayoría de
folkloristas y de etnólogos (que nosotros hemos visto de cerca en otras
partes de este libro), según la cual el mito y los cuentos populares
comparten una misma materia en dos manifestaciones diferentes, y que la
transmisión oral de ambas modalidades discurre paralela a la transmisión
culta que una y otra han tenido, gracias a la escritura. Entre ambas
formas de transmisión los contactos son esporádicos, casuales y no
condicionan ni a la versión oral ni a la versión literaria. Por último,
cabe señalar una tendencia más acusada del mito a adquirir forma
literaria, y lo contrario respecto del cuento popular. Estos
comportamientos son particularmente claros en lo que se refiere a la
relación-oposición que se da entre el mito y el cuento popular
maravilloso.
María Rosa Lida, por el contrario, fundamenta su punto de vista diciendo
que tal vez hoy el contacto entre la forma literaria y la forma popular
«parece absurdo sólo cuando se lo concibe dentro de las condiciones
culturales modernas. La Edad Media, época en que más activa es la
penetración de los cuentos y parábolas del Asia, es también la época en
que el cuento literario ha estado más cerca del pueblo por obra del
espíritu de la predicación cristiana, que desde un comienzo prefiere a la
reflexión abstracta los ejemplos -de ahí el nombre medieval del género-
para inculcar su enseñanza moral»135. Más adelante señala que esta
transmisión de lo culto a lo popular estaría muchas veces en manos de esa
«clase fluctuante entre eclesiásticos y legos [...] goliardos y clérigos
apicarados»136, y pone como ejemplo un fabliau.
De estos argumentos se desprende con facilidad que M.ª Rosa Lida piensa en
dos clases de cuentos: el cuento moral y el cuento picaresco. Nada dice
del cuento de encantamiento (o maravilloso) que no posee ninguna de esas
dos características, y que sin embargo se halla tan difundido como los
otros (no arriesgaríamos demasiado diciendo que más). Difícilmente puede
uno imaginar de qué manera estos cuentos podrían servir de base a la
«predicación cristiana», como tampoco al entretenimiento apicarado. Tal
vez por eso la propia investigadora no estudia más que un caso de cuento
maravilloso, bajo la forma de El esposo encantado, que corresponde a El
príncipe encantado, entre los seis casos que considera. Y no aporta
ninguna cita literaria que pudiera justificar la prelación de lo culto.
Ello sería poco menos que imposible, ya que, así como de La niña sin
brazos hay antecedentes en el Libro de los enxemplos, de El castillo de
Irás y no Volverás en el Amadís, y así algunos otros, no aparecen
versiones cultas del cuento en cuestión en toda la literatura española
medieval (Véase el Motif-Index of Mediaeval Spanish Exemple, de J. E.
Keller)137.
En cuanto a la apelación al fabliau, nada prueba, salvo con la debilidad
del argumento analógico, dado el carácter realista, chocarrero y picante
de estas narraciones -amén de su forma en verso-, tan alejado de los
cuentos populares.
Por consiguiente, las versiones argentinas de este cuento que estudia M.ª
Rosa Lida están en la misma esfera de cultura popular que estaban las del
mismo cuento en Perú, cuando imaginábamos al docto Espinosa Medrano
dirigiéndose a su auditorio de la catedral de Lima, hablando del Amor, a
partir de una historia que alguno de sus oyentes podía estar relacionando
con otra historia, menos sutil, pero no menos enigmática, oída en algún
lugar, por boca de algún campesino totalmente marginado de la cultura
oficial. Lo mismo que en la España de entonces... y en la de hoy.
La rehabilitación de la familia
(Intento de explicación de una transformación a partir de La niña sin
brazos)
-«Güeno -le dice Blanca Flor-, pues ahora tienes que matarme y
echarme en el mar en una botella. Tienes que matarme con este
cuchillo y ten cuidado que no se pierda ni una gota de sangre. Y tú
cuando me eches en el mar te pones a tocar la guitarra.
Pero el mozo no quería matarla.
-¡Ay, que yo no puedo matarte!
Pero ella le dijo que tenía que ser así. Y ya cogió el cuchillo y le
dio una cuchillada y la mató. Y la metió en una botella y la echó en
el mar. Pero se le cayó una gota de sangre en la tierra. Y empezó
entonces a tocar la guitarra. Y venga a tocar y venga a tocar y ella
no salía. Conque ya él se estaba durmiendo y le decía ella desde
abajo del mar:
-¡Muchacho, que te duermes! ¡Muchacho, que te duermes! Y ya salió
ella con el anillo en la boca».
«Y ella le dijo:
-No te asustes por nada. Yo te lo arreglo. Anda ahora a casa y sube
y pídele un barreñón y un cuchillo, el más afilao que tenga en la
casa, y con ése me matas. Y cuando me mates que no se te caiga ni
una sola gota de sangre en el suelo, que toda me la has de echar en
el barreñón. Y después me tiras a la mar sin cuidao ninguno.
Y el joven comenzó a llorar y le dijo:
-Pero, ¿cómo quieres que te mate? No me atrevo yo a matarte.
Y ella le dijo que volvería a verlo.
Y cogió se fue a la casa del demonio y le pidió el barreñón y el
cuchillo afilao. Y se los dieron y cogió y mató a Marisoles y echó
la sangre en el barreñón. Pero se le cayó una gotica de sangre en el
suelo. Y poco después salió ella con el anillo en el dedo. Y salió
con un dedo curro y le dijo que era porque se le había caído una
gotita de su sangre en el suelo».
Tomemos los elementos que aparecen a partir del momento en que Blancaflor
comunica al príncipe las cosas que ha de hacer, y por el orden en que se
suceden (o faltan). Los opondremos unos a otros en tanto que comparten
algo y algo los distingue; marcándolos con el número de los cuentos donde
aparecen. En algunos casos la oposición es cero, bien porque falta el
elemento en cuestión en algún o algunos cuentos, bien porque no falta en
ninguno.
Elemento A:Diálogo, con resistencia del príncipe /ø
(122, 123, 124) /(125)
Elemento B:Cuchillo o puñal /pinchazo en un dedo
(122, 123, 124)(125)
Elemento C:Botella
(123) /barreño
(124) /botella y palangana (barreño)
(125)/ø
122
Elemento D:Se pierde una gota de sangre /ø
(122, 123, 124, 125)
Elemento E:Guitarra /ningún instrumento
(123)(122, 124, 125)
Elemento F:Blancaflor sale con anillo en la boca/
(123)Anillo aparece en el cuello de la botella /
(125)Blancaflor «salió con el anillo» (no dice dónde) /
(122)Blancaflor sale con el anillo puesto en el dedo
(124)
Elemento G:Dedo menguado («manco», «curro») /ø
(122, 123, 124, 125)
Elemento H:Salió «más hermosa que había entrado» /ø
(122)(123, 124, 125)
Elemento I:Dedo menguado tiene trascendencia narrativa/ø
(122)(123, 124, 125)
Para nuestro arquetipo hemos elegido los términos más marcados de cada
oposición, salvo que se trate de cero (Elemento H, I), pues esto no
constituye un rasgo común, sino la ausencia no significativa de rasgo
alguno. Preferimos aquí no hacer extensivo lo que ocurre en otros niveles
del análisis lingüístico, donde el morfema cero es siempre distintivo
(caso del singular frente al plural, en general), por tratarse de un
elemento que se perdería inútilmente, y que entendemos corresponde a una
versión mejor conservada que otras. La excepción a esta norma la
constituiría un elemento que claramente se apreciara procede en préstamo
de otro cuento, y por eso único entre varias versiones comparadas.
Elementos que plantean dudas son C y F, donde resulta difícil la elección.
En el primero «botella» y «barreño» aparecen cada uno dos veces, y tenemos
la sospecha de que responden a dos sentidos diferentes. Con ayuda de otras
versiones hemos elegido «botella». En el F hemos descartado 124 porque
creemos contradice la victoria momentánea del diablo en el hecho de que
Blancaflor ha perdido el dedo donde se coloca el símbolo del compromiso
matrimonial. El 125 porque elimina a Blancaflor como sujeto portador del
anillo. Y el 122 porque está menos desarrollado que el 123, el cual queda
elegido entre los cuatro.
Además de estas bases se han de tener en cuenta todas las aclaraciones a
la definición que ya dimos de cuento maravilloso.
El texto que damos a los elementos seleccionados hemos procurado que sea
siempre lo más parecido a los textos reales, salvando explicaciones y
atributos que suelen ser espurios, vulgarismos o localismos excesivamente
marcados, y sustituyendo estos últimos con criterios de lengua estándar.
Con el mismo criterio -que, desde luego, siempre se verá influido en
alguna medida por los gustos estilísticos del autor- reponemos lo que
falta o aquello de lo que tenemos versión muy deteriorada. En la
construcción de la frase y la relación entre ellas, hemos eliminado la
cópula «y», tan excesivamente reiterada en estos textos, alcanzando
nuestro esquema por lo regular a los tipos «A y B» o «A, B y C». Hemos
introducido más oraciones de relativo especificativas de lo normal, y muy
pocas explicativas, por las que el cuento popular siente una clara
aversión. También introducimos adversativas con «pero», y menos con
«aunque», en casos de fácil tolerancia. Respetamos la ausencia de otras
subordinadas, salvo las temporales y consecutivas del tipo «hasta que»,
«tanto que», y similares.
Faltan en este cuento algunas funciones de las más llamativas, como las
tareas difíciles a que es sometido el héroe en otros cuentos tras
demostrar que es merecedor de la recompensa (Véase La adivinanza del
pastor), o la persecución que sufre por el agresor, cuando ya va de
regreso con la princesa liberada (Véase Blancaflor).
Tercera parte
Cuentos de costumbres147
Sin duda es la relevancia del cuento maravilloso la que, por oposición,
define a los demás. Los demás son los de costumbres y los de animales; los
primeros más técnicamente llamados «de costumbres rurales». Los otros, los
de animales, constituyen en realidad una subclase de los de costumbres,
pero también conforman un subsistema general a las otras dos clases.
Poseen, no obstante, sus propias funciones, como ya tendremos ocasión de
ver. El sistema completo de los cuentos populares se configura, por
consiguiente, como un sistema de triple composición, donde todo viene
marcado, por analogía o por contraste, desde la estructura, las funciones,
y a veces hasta la forma y los contenidos, de los cuentos maravillosos,
indiscutibles estrellas con luz propia, a cuyo alrededor gravita todo lo
demás.
En consecuencia, definiremos los cuentos de costumbres como aquellos que
carecen de elementos extraordinarios, en el sentido de fantásticos o fuera
de la realidad verosímil, salvo los que puedan mantener a manera de
vestigios de cuentos maravillosos, por analogía, por mimetismo o por
simple intención burlesca. (Desde luego, no será la entrega y utilización
del objeto mágico, que colma una carencia o repara una fechoría, pues esto
constituye la médula del cuento maravilloso).
Los cuentos de costumbres, por el contrario, desarrollan un argumento
-muchas veces satírico y humorístico- dentro de unas determinadas
circunstancias históricas y sociales, proporcionando una imagen crítica de
ellas. Entre las costumbres recogidas por estos cuentos las hay de dos
tipos: arcaicas y modernas -entendiendo por «modernas» las que se
corresponden con las sociedades agrarias-. Tanto de unas como de otras se
recogen a su vez modos de producción, relaciones de producción y,
principalmente, instituciones sociales, con los principios y valores que
las rigen, a menudo transformadas en símbolos, expresiones indirectas o
sátiras. El enfrentamiento entre dichas concepciones arcaicas y modernas
y, posteriormente, la no aceptación por una parte de la sociedad de los
nuevos valores instituidos, configuran la dialéctica del cuento, el motor
de sus intrigas y la explicación a su sentido más profundo.
Representan los cuentos de costumbres, en consecuencia, una fase
históricamente más avanzada de la humanidad que la que representan los
cuentos maravillosos, a saber, la del asentamiento de las nuevas
sociedades agrarias, mientras los maravillosos reflejan crudamente el
largo período de inestabilidad que vivieron las sociedades nómadas
indoeuropeas en la transición a las formas de vida sedentaria. Ese cambio
-verdaderamente el único cualitativo que la humanidad ha experimentado
hasta ahora-, trajo consigo enormes sacudidas sociales, pero también
individuales, pues es la propia persona la que llegó a cuestionarse en su
integridad, por su resistencia o su aceptación de las transformaciones.
Todo ello fue dejando en los cuentos huellas imborrables, particularmente
en el plano de las relaciones sociales, y sobre todo en los cuentos
maravillosos, susceptibles de ser analizados como símbolos del
inconsciente colectivo. La lectura psicoanalítica del cuento maravilloso
no es, pues, despreciable, y aún tendrá cierta aplicación en los de
costumbres y en los de animales.
Se comprende que una conmoción tan profunda tuvo que dejar marcas
indelebles en la personalidad individual y colectiva de los pueblos. ¿Pero
en qué consistieron realmente esos cambios? Hagamos un breve resumen, que
nos permitirá ver con perspectiva el conjunto de todos los cuentos
populares, ahora que nos acercamos a los de costumbres.
La época del cuento maravilloso es la del modo de subsistencia nómada, o
mixto entre nómada y sedentario, anterior a la agricultura como fuente
principal de abastecimiento. Las relaciones sociales son las de la tribu o
clan endogámico, que practica los matrimonios en un ámbito de parentescos
relativamente reducido. La propiedad privada no existe, sino una suerte de
comunismo primitivo. La interpretación del mundo es mágica, sobre todo a
la hora de enfrentarse con las fuerzas naturales, a las que quiere dominar
mediante prácticas rituales. Parte sustancial de esos ritos son los de
iniciación de los adolescentes en los secretos de la tribu, y los del
culto a los muertos. El conjunto de estas actividades mágicas y creencias
respecto del más allá, es propia de las religiones arcaicas. El tabú
principal de estas sociedades es el incesto, que suele estar relacionado
con prohibiciones alimenticias.
Los cuentos de costumbres reflejan ya el modo de subsistencia propio de la
agricultura y de las sociedades sedentarias, aunque todavía subsisten
muchos elementos de la etapa anterior. Estas relaciones serán poco a poco
las de la familia exógama, nuclear y vitalicia. Se instituye fatigosamente
la propiedad privada y el derecho a transmitirla a los propios hijos. Los
desheredados y los pobres lucharán o criticarán el nuevo sistema. La
interpretación del mundo es menos mágica, pues el hombre ha aprendido a
dominar ciertas fuerzas naturales con el uso de la agricultura;
desaparecen los ritos de la iniciación en gran medida, pero perdura en
cambio el culto a los muertos. Las religiones históricas suceden a las
arcaicas, con el pretexto de relacionar o preparar al hombre para el más
allá; en realidad lo que tratan es de consagrar el nuevo sistema de
valores. El nuevo tabú de estas sociedades terminará siendo la propiedad
hereditaria y, en relación con ella, directa o simbólica, la doncellez.
Por último, los cuentos de animales (de los que trataremos más por extenso
al llegar a ellos), se especializan en representar la lucha por la vida,
la analogía entre la selección natural y la difícil supervivencia del
individuo en la sociedad. El tabú principal, cuyo rompimiento es fuente de
humor, es el tabú escatológico.
Resumen de la definición
Cuentos de costumbres son los que reflejan los modos de vida de las
sociedades agrarias, manteniéndolos o criticándolos; no contienen
elementos fantásticos, salvo los que puedan conservar por mimetismo o
relación satírica con los cuentos maravillosos. Las principales
instituciones reflejadas son la propiedad privada y el matrimonio exógamo.
Ellas explican tanto la mayoría de los argumentos como su sentido general,
manifiesto o latente.
Funciones secundarias
Mujeres «taimadas»
La propiedad privada
La otra esfera de problemas derivados del nuevo régimen social girará en
torno a los conflictos de la propiedad privada, que pueden ser de dos
tipos: conflictos familiares y conflictos sociales. Entre los primeros, el
más acentuado en los cuentos es la falta de descendencia. A causa de ello
el matrimonio forzará a los dioses a que se les conceda un heredero,
muchas veces mediante promesas descabelladas (aunque se lo lleve más tarde
el diablo; aunque sea muy pequeño, muy pequeño, etc.). La cara contraria
del problema, pero que significa lo mismo, es que un matrimonio pobre
tenga hijos, pero no los pueda criar. El conjunto de unos y otros
producirá los «Garbancitos», Juan y medio, El alma del cura o La casita de
turrón, que es el «Hänsel y Gretel» no maravilloso. (El equivalente
maravilloso era Miguelín el valiente).
A veces es una hija la que nace con el malhadado sino de convertirse en
mujer mundana cuando sea mayor, asunto que viene a reforzar con un nuevo
pretexto aquella institución del enclaustramiento total, sin contacto
alguno con el mundo (caso de Rosa verde), para garantía de doncellez en la
heredera. (Los equivalentes maravillosos de esta cuestión estaban en los
últimos cuentos del ciclo «La niña perseguida», especialmente Mariquilla
la ministra, prolongado en el de costumbres La mata de albahacas).
En cuanto a los conflictos sociales surgidos alrededor de la propiedad de
la tierra, bien se comprende que su raíz histórica no fue otra que el
aumento de población que trajo consigo el nuevo modo de producción
agrícola, mientras la tierra, que no aumentaba, no podía seguir siendo
repartida. Inevitablemente surgió la clase de los desheredados, que pronto
fue mucho mayor que la de los propietarios. Aquí se inscriben casi todos
los cuentos pícaros, y muy particularmente Pedro el de malas.
Todos los cuentos con un protagonista de matiz picaresco o con un claro
enfrentamiento entre los que poseen y los que no, los hemos agrupado en el
ciclo de «Pícaros y de pobres y ricos».
La caricatura final de esta dialéctica en todas sus formas (las de la
propiedad y las del sexo, principalmente) motivan los cuentos de tontos,
que resultan los más modernos y los más grotescos, como corresponde a una
visión popular mucho más segura de su disentimiento de un sistema social
que todo se lo concede al que ya lo tiene todo, y todo quiere quitárselo,
incluso la dignidad, al que nada tiene. Los tontos de nuestros cuentos
concentran, pues, todos los símbolos negativos de la narrativa popular. Es
hijo varón (apenas hay cuentos de tontas), y como tal no legitima ninguna
herencia; pero además esa herencia no existe, ya que, por encima de todo,
suele ser pobre de solemnidad; pero es que si tuviera que tener
descendientes, no sabe buscar novia; y cuando consigue casarse, no sabe
qué hacer la noche de bodas; y cuando ya hace vida de casado, estropea los
bienes de su mujer. El paradigma contrario es la princesa, punto por
punto: es hija, heredera, y con capacidad de legitimar descendencia
hereditaria; es pues, rica. No tiene que buscar novio, porque para eso
existe la institución de la convocatoria a los príncipes del contorno, que
pelearán por su mano, etcétera. Del encuentro de los dos paradigmas deriva
la fuerza cómica que tienen los cuentos donde un pastor termina casándose
con una princesa (a menudo el pastor también es o tiene aspecto de tonto).
Por último, entre las costumbres de estos cuentos quedan todavía algunas
muy arcaicas relativas al culto a los muertos, que hoy parecen
atrocidades, pero que de todos modos han sido suficientemente reelaboradas
por la propia tradición hasta adquirir categoría simbólica. Por ejemplo,
ciertas prácticas de antropofagia ritual no han dejado apenas huella, ni
siquiera el retorno de los difuntos a pedir explicaciones, pero de todo
ello hay algo en los «cuentos de miedo» que llevamos al final de los
cuentos de costumbres, como hicimos con sus homólogos maravillosos.
Cuentos de animales
Las divertidas andanzas de la zorra astuta, el lobo malvado e infeliz, el
gallo presumido, el burro con suerte o el león jactancioso, representan la
parte más pequeña de nuestros cuentos populares. No por eso la menos
interesante. Para el estudioso, desde luego, pueden llegar a ser los que
más, dado el peligroso trance de desaparición casi total en que se
encuentran y lo muy sufrido de sus avatares históricos. Pero es que el
contenido mismo de esos cuentos, y sus posibles lecturas, deparan también
importantes sorpresas, además de ser todas ellas relajantes y dotadas de
una gracia primigenia, inalcanzable para la literatura culta.
Comenzaremos por definir exactamente a qué clase de cuentos nos referimos.
Sólo a aquellos que tienen por protagonistas a animales que hablan, y no a
personas transformadas o metamorfoseadas, en virtud de encantamiento, en
tal o cual lagarto, rana, dragón, etc. Puede haber personas en los cuentos
de animales, como personajes ocasionales o en competencia con aquéllos, y
ya sean secundarios o en pie de igualdad narrativa. En el comportamiento
de los animales de estos cuentos, aparecen reflejos de la condición
humana, más o menos directos, derivados de alguna cualidad física o de la
conducta del propio animal: la astucia en la zorra, la malignidad y la
tontura en el lobo, el liderazgo en el gallo, la presunción en el león, la
tozudez y la corpulencia en el burro, la perfidia en la serpiente, etc.
En la estructura narrativa de estos relatos advertimos dos ingredientes
principales: el hambre y el humor escatológico. El primero es móvil
prácticamente universal de todos ellos; se trata de quién se come a quién,
o cómo el animal más pequeño evita ser comido o desposeído. Nada, pues, de
moralejas ni conclusiones supuestamente edificantes, como en las fábulas y
en los apólogos orientales. Todo está regido por la primera y casi única
ley de los animales: comer o ser comido. Tan larga mano es la suya -la del
hambre-, que alcanza incluso a un cuento tan ingenuo como el de La
hormiguita (hoy La ratita presumida), donde la protagonista se come a su
marido en un descuido al día siguiente de la boda; episodio, que, por
cierto, ha desaparecido en las versiones comerciales de este siglo.
El segundo de estos ingredientes, el humor escatológico, ha sido sin duda
la causa principal de la ruina de estos textos, acosados por la pudibundez
y los remilgos pequeño-burgueses, pese a que constituyen un recurso
hilarante de efecto seguro. No es fácil explicarse por qué esta
abundancia, que el lector notará en seguida, de cuanto se refiere a las
funciones últimas de la fisiología animal, y generalmente al final del
cuento, aunque los hay también que empiezan por ahí, como en Buen día de
vianda para el lobo.
A nuestro modo de ver, ello debe estar en relación con el sentido del
primer ingrediente señalado, el hambre, pues en un medio donde la
subsistencia resulta tan dura, lo excremental es en cierto modo signo de
buena andanza, de saber subsistir, esto es, un signo de poder. Por otro
lado, el haber colocado ciertos valores de la condición humana bajo forma
animal, puede haber sido un recurso, tan antiguo como la humanidad, para
que el hombre hable de sí mismo, pero de manera indirecta, acerca de
aquello que al fin y al cabo le identifica con los animales: la necesidad
de subsistir, la lucha elemental por la vida. Un cierto y milenario pudor
a referirse a estas cuestiones puramente fisiológicas, habría encontrado
en los pueblos indoeuropeos, y en épocas prehistóricas, el recurso al
cuento de animales. De ahí que las fábulas, incluso los apólogos
orientales, resulten claramente reelaboraciones literarias basadas en
cuentos de esta índole, cuando mucho más tarde la humanidad quiso
«dignificar» aquellas viejas historias, haciéndoles expresar cualidades
morales o dudosas enseñanzas.
Tampoco hay que descartar una posible interpretación psicoanalítica, que
vería en todo ello la representación de la fase anal del niño, sólo que en
dimensión más colectiva, y, por tanto, liberadora. La tertulia campesina
se reconoce en estos detalles, especialmente dirigidos a divertir al
público infantil, pero también a los mayores, que según su grado de
candidez moral, responderán con la sonrisa, la risa o la carcajada, al
rompimiento del tabú.
Esa proximidad de los humanos a lo que ocurre en los cuentos de animales
explica muchas cosas más. En primer lugar, la ausencia de animales
fabulosos, e incluso de animales salvajes, que no estén en relación más o
menos directa con el hábitat humano: lobo, zona, oso, lagarto, sapo,
cigüeña, codorniz, etc. La neutralización confirma la regla: El
tragaldabas, del cuento del mismo título, es un animal desconocido, de
cuya forma no sabemos nada -ni falta que hace-, pues es pura acción de
engullir todo lo que se le acerque. Es decir, la primera función de estos
cuentos ha alcanzado en él su máxima depuración. Y en cuanto al león, que
aparece de vez en cuando, no es más que el paradigma de todos los animales
salvajes, un puro convencionalismo. (En algún caso el tigre, con idéntico
valor).
Los que restan son todos animales domésticos, que se dividen en dos
grupos: activos y pasivos. Los activos suelen ser los domésticos
acompañantes (perro, gato), mientras que los pasivos son los de
subsistencia, el ganado: cabras, ovejas, gallinas. La neutralización aquí
es el gallo, que asume el papel de líder en varios cuentos, pues esa
parece su actitud vital.
En cuanto a los animales domésticos se vuelven inútiles, porque envejecen
o porque roban comida al amo, son expulsados y han de enfrentarse con
animales salvajes, saliendo ganadores, en virtud de la astucia o de la
casualidad.
En la disputa entre animales grandes y pequeños, siempre ganan los
pequeños, por su astucia, incluso si es contra la zorra.
Entre los astutos y los feroces, siempre salen ganando los primeros, lo
que explica todos los triunfos, sin excepción, de la zorra y el lobo.
La oposición entre herbívoros y carnívoros da el triunfo también a los
primeros (Los tres cabritos, por ejemplo). Incluso el burro le gana al
león, aunque aquí se superpone la oposición entre domésticos y salvajes.
En varios cuentos se plantea la lucha entre voladores (aves o insectos) y
no voladores. Siempre ganan los primeros. El sentido de esta victoria se
hace difícil, pues lo más lejos que queda de la facultad humana, comparada
con todos los animales, es precisamente la de volar. Tal vez sea por eso,
por añoranza de lo imposible, la misma que debe estar tras los sueños en
que los hombres desean volar.
Por último, queda el enfrentamiento entre el hombre y cualquier animal.
Siempre ganará el hombre. Tan sólo conocemos la excepción de La vieja y el
lobo, cuento rarísimo de la colección de Aurelio de Llano. A veces no hay
tal enfrentamiento, sino una relación ocasional, no conflictiva. El
resultado es indiferente.
Para mayor claridad, resumiremos esta cuestión, relacionando las
oposiciones que tienen una cierta funcionalidad genérica. El primer
término de cada pareja, es el ganador, y el otro el perdedor:
Animales domésticos / animales no domésticos (activos o pasivos)
Animales pequeños / animales grandes
Animales astutos / animales feroces
Herbívoros / carnívoros
Voladores / no voladores
El hombre / los animales
Estas seis oposiciones explican en última instancia el dinamismo de los
cuentos de animales. A veces redundan unas sobre otras. El resultado es el
de una mayor claridad en el mensaje latente. Como se ve, por la columna de
la izquierda, la de los ganadores, todo está más cerca del hombre que lo
que hay a la derecha, con la excepción única de volador/no volador (ya
explicada), e incluyendo herbívoro/no herbívoro, pues lo primero es
producido por el hombre más fácilmente, mediante la agricultura y la
ganadería, mientras que lo carnívoro queda al albur de la caza y está cada
vez más lejos en la historia de la humanidad (aunque subsiste como una
compulsión en los cazadores de hoy). Con esta indicación última, nos
volvemos a situar en la cuestión de qué clase de hombre es el que produce
estos cuentos. De nuevo, el hombre del bajo Neolítico, transicional entre
la tribu nómada y cazadora y la sociedad agraria y sedentaria. El hombre
que teme ya por sus propiedades estables y se enfrenta a los animales del
bosque, especialmente al lobo y la zorra, como su más dañina amenaza.
Definición resumida
Antes de pasar a los temas históricos y antropológicos, permítasenos
resumir la definición. Cuentos populares de animales son aquellos cuentos
de tradición oral cuyos protagonistas son principalmente animales que
hablan, sin ser personas metamorfoseadas. Esos animales, tanto domésticos
como salvajes, pertenecen al hábitat humano, y quieren asemejarse en su
comportamiento a los hombres. Los argumentos se deben al móvil principal
del hambre, y la ley que los rige es la ley natural de la supervivencia.
Como ingrediente humorístico habitual poseen la ruptura del tabú
escatológico. Carecen de moraleja o de otras formas de remate sentencioso,
salvo que éste tenga un carácter fundamentalmente humorístico.
Nuestra colección
Los ciclos
Apéndice
De ahí que los cuentos burlescos en los que un tonto gana la mano de la
princesa resulten los más exagerados en recursos cómicos, con abundantes
escatologías, erotismo anticonvencional, etc.
Entre los cuentos de animales hemos detectado el siguiente código del
poder, en el que ganan siempre los situados a la izquierda.
Animales domésticosNo domésticos
pequeñosgrandes
astutosferoces
herbívoroscarnívoros
voladoresno voladores
el hombrecualquier animal
Bibliografía
(Teoría, métodos, fuentes y cuentos populares hispánicos)
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