Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Tesis Gonzalo Salazar Deseo Invisible Homoerotismo Masculino Santiago Chile

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 389

UNIVERSIDAD DE CHILE

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y HUMANIDADES


ESCUELA DE POSTGRADO

EL DESEO INVISIBLE:
HOMOEROTISMO MASCULINO EN SANTIAGO DE CHILE
(1950-1973)
Tesis para optar al grado de
Magíster en Estudios de Género y Cultura
GONZALO ANDRÉS SALAZAR V.

Profesora Guía:
Dra. Kemy Oyarzún Vaccaro

Santiago de Chile, 2015


iii

Resumen

La tesis que a continuación se presenta, es un abordaje transdisciplinario a un objeto

de estudio totalmente inexplorado en Chile: el homoerotismo masculino y la cultura que

este configuró en Santiago durante el período 1950-1973. A través de tres capítulos,

construyo el objeto, lo contextualizo espacio-temporalmente y luego lo exploro a través de

la descripción de dos trazos de la cultura homoerótica: las prácticas de captura y los

espacios de encuentro. A continuación vinculo esta cultura con su contexto y con las

variables de clase, raza, edad, género y sexualidad.

Autor: Gonzalo Andrés Salazar Vergara

Profesora guía: Dra. Kemy Oyarzún Vaccaro

Grado académico: Magíster en Estudios de Género y Cultura, mención Humanidades

Título: El deseo invisible: homoerotismo masculino en Santiago de Chile (1950-1973)

Breve currículo: Gonzalo Andrés Salazar es profesor universitario, investigador

transdisciplinar y artista de performance. Ha trabajado exitosamente en la gestión de

proyectos culturales, de investigación y educación. Asimismo, su desempeño académico ha

estado marcado por la excelencia, siendo acreedor de numerosas becas y premios. Además,

ha presentado investigaciones de su autoría en congresos nacionales e internacionales, de

los cuales seis han sido publicados en revistas científicas. Actualmente, vive en Monterrey,

México, estudia yoga y perfecciona sus lenguajes creativos. Su correo electrónico es

desterritorializado@gmail.com.
iv

Para Coni, el árbol de mi vida con quien comparto la raíz.

Para Arturo, mi compañero y fuente de los ánimos más profundos y luminosos.


v

Agradecimientos

Este estudio no hubiese sido posible de no ser por la guía de las investigadoras
Kemy Oyarzún y Lilith Kraushaar, y del investigador Jorge Pavez. Asimismo, esta pesquisa
contó con el financiamiento proporcionado, en distintos momentos, por la Comisión
Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT), la Fundación Volcán
Calbuco y el Proyecto FONDECYT Regular 2012, N° 1131144, “Imaginarios de género,
representaciones del cuerpo y mercados del sexo en Chile (siglo XX)” (2013-2016).
vi

Índice

Introducción 1
1. Homoerotismo masculino en Santiago de Chile entre 1950 y 1973 18
Homoerotismo 18
Masculinidades 32
Santiago, capital de Chile 37
El período 1950-1973 39
2. Prácticas de captura 47
Práctica de reconocimiento. La mirada 53
Práctica de enganche. Diálogo entendido 59
Práctica de enganche. Invitación-paga 62
3. Espacios de encuentro 73
La Plaza de Armas 77
Espacios homosociales: Black and White y Hawai 85
Los cines y teatros de calle Huérfanos 87
Las boîtes 92
El café Waldörf 93
Hoteles 95
La Cárcel Pública 97
Los puentes bajo el río Mapocho 98
El (antiguo) barrio Bellas Artes 100
La Alameda, Il Bosco, los Diana 105
El Tap Room y El Buquesito 107
La Tía Carlina 107
La Quinta Cuatro 111
El cerro San Cristóbal 111
El barrio San Camilo 112
La calle 114
Conclusiones 123
vii

Bibliografía 128
Anexo 1. Transcripción de entrevistas realizadas 137
Anexo 2. Grilla de fuentes primarias 237
Índice de ilustraciones
Imagen 1. Portada de la Revista Vea, 26 de abril de 1973 82
Introducción

Las locas somos zigzagueantes.


Pedro Lemebel

Esta investigación es un acercamiento exploratorio a la cultura homoerótica


masculina de Santiago de Chile entre 1950 y 1973, a través de la descripción de algunas de
sus prácticas y de sus espacios públicos de encuentro clandestino. El presente estudio se
deshace de la palabra “homosexualidad” y opta por indagar en el homoerotismo. Este
último consiste en las relaciones suscitadas entre masculinidades que compartieron la
naturaleza de su deseo, más allá de los elementos identitarios que conforman el significado
de “homosexualidad”. Dichas relaciones dieron origen a una cultura, entendida como
prácticas significantes compartidas (Sewell, 9). Como detallo en el capítulo uno, el deseo
homoerótico se vio sometido, durante todo el período 1950-1973 en Santiago, al destierro
cultural y a la represión y prevención sanitaria de parte del estado. Debido a esto, sus
manifestaciones se vieron compelidas al secreto.1 De ahí que los intercambios
homoeróticos se viesen obligados a elaborar códigos clandestinos. No obstante, estos
colonizaron espacios públicos del centro de la ciudad. Este se vio invadido, a su vez, por
prácticas eróticas supuestamente confinadas a lo privado, pero que delinearon una cultura
homoerótica invisible en medio de la urbe. De esta suerte, el homoerotismo transgredió la
división entre lo público y lo privado. En la imposibilidad de abarcar el conjunto de esta
cultura, y debido a la tremenda importancia del deseo en ella, mi investigación se centra en
la descripción de lo que llamo “prácticas de captura” y “espacios de encuentro”. Las
primeras correspondieron a las acciones de singularización del objeto de deseo en espacios
públicos: la mirada, ciertos diálogos y determinadas invitaciones entre homoeróticos. Los
segundos, en tanto, fueron los espacios públicos utilizados por las masculinidades
homoeróticas a modo de espacios de encuentro erótico y/o sexual, como la Plaza de Armas
o los Juegos Diana.

1
Esta “comunidad de deseo y rechazo exterior” es la misma reconocida por Gruzinski para el México del
siglo XVII (210).

1
2

La presencia concreta del homoerotismo en nuestra historia reciente ha sido casi


completamente olvidada por la memoria popular y por la historiografía del período. Su
cultura participó de una especie de “underground”, mezclada con la bohemia, el hampa y
los mercados del sexo 2 del período. Probablemente, debido a las mixturas sociales de las
que fue parte, el carácter invisible de este deseo se acentuó, e incidió en parte de dicho
olvido.3 A esto es preciso sumar la dictadura cívico-militar que vino después. Esta vio
emerger un mundo homoerótico ligado a las discoteques, a fines de los setenta, y que sólo a
comienzos de los noventa comenzó a emerger lentamente hacia lo público. Entonces, para
el sentido común es como si el homoerotismo no hubiera existido antes de esta última
década. Mi estudio demuestra, por el contrario, que las prácticas culturales homoeróticas
han estado presentes desde por lo menos 1950 -y aún antes- en el espacio público de
Santiago, a vista y paciencia de todos/as.
La elaboración de mi objeto de investigación debió responder, ante todo, a la
pregunta, ¿qué palabras utilizar para referirse a la “homosexualidad” masculina en el
pasado? Cuestión orientada por la intuición de Foucault acerca del carácter histórico y
construido de la identidad “homosexual”. Teniendo en cuenta las investigaciones previas
sobre el tema, que enumero más abajo, herederas, a su vez, de Foucault, llegué al
homoerotismo como concepto flexible y productivo, que remite al deseo y cuyas
implicancias detallo en el capítulo uno. El estudio del homoerotismo precisa de un contexto
urbano,4 y siendo Santiago la ciudad más grande del país, consideré apropiado centrarme en
ella. Esto tuvo una ventaja adicional: mi casa se encuentra en medio del barrio Bellas Artes
de Santiago, antiguo -y actual- espacio de encuentro homoerótico, inserto en el centro
histórico de la capital chilena, espacialidad preferente de este estudio. El período 1950-
1973 proviene de una doble reflexión, vinculada, a su vez, con un tema metodológico. Mi
intención primera fue estudiar el homoerotismo masculino tan atrás como fuese posible,

2
A lo largo de mi estudio, utilizo la expresión “mercado del sexo” y no “prostitución, debido a que esta última
tiende, de acuerdo a Adriana Piscitelli, a obliterar el deseo del cliente en la transacción sexual (7). Mercado
del sexo, en cambio, permite denotar una zona más o menos laxa de oferta y demanda de servicios sexuales.
3
La cultura homoerótica masculina santiaguina del período 1950-1973 jamás alcanzó el grado de
segmentación del mundo gay neoyorkino descrito por George Chancey para el período 1890-1940.
4
Robb indica que, en el ámbito europeo y estadounidense, los homoeróticos han migrado a las grandes
ciudades en busca de tolerancia por lo menos desde comienzos del siglo XIX (8).
3

recurriendo a entrevistas a masculinidades que hubiesen participado de la cultura


homoerótica. 1950 hubo de ser el año de partida de mi investigación, teniendo en cuenta
que los entrevistados debiesen haber nacido, por lo menos, en los años treinta. Desde allí,
mi propósito fue investigar la cultura homoerótica hasta 1990, año del término de la
dictadura cívico-militar en Chile. Este extenso proyecto fue posteriormente segmentado en
dos períodos a fin de hacerlo abarcable: 1950-1973 y 1973-1990. El primer período es el
que considera la presente investigación. El segundo período, en tanto, queda como la mitad
pendiente de este texto, cuyos materiales ya se encuentran recopilados.
Estimulante hubiese sido explorar y describir, también, la cultura homoerótica
femenina o cultura “tortillera”. Sin embargo, como mencioné anteriormente, esto hubiese
hecho mi estudio inabordable. Queda por esperar la salida a la luz del trabajo meticuloso y
paciente de colectivas lésbico-feministas chilenas acerca de su propia historia, 5 para hacer
los trasvasijes y comparaciones necesarios. A pesar de esto, mi investigación considera
entrevistas a dos “tortilleras”, quienes me suministraron información relativa a sus propias
prácticas de captura, bastante cercanas a las del homoerotismo masculino.6
Diagramado el objeto, me encontré ante la dificultad de englobar algo tan amplio
como la cultura homoerótica masculina, durante el período señalado. Debido a lo ignoto de
esta, mi investigación sólo pudo ser exploratoria. Dicha exploración debe comenzar por lo
que dio origen a las relaciones clandestinas entre homoeróticos, es decir, por los
mecanismos que permitieron a estas masculinidades encontrar un compañero: ¿qué
prácticas desplegaron los homoeróticos para encontrarse en el espacio público de Santiago,
durante el período 1950-1973? La mirada, el diálogo entendido y la invitación-paga.7 Estas
fueron las prácticas de captura que permitieron el mutuo reconocimiento y abrieron la
puerta al enganche sexual. Dichas prácticas tuvieron como escenario preferencial el espacio
público, debido al secreto que pesó sobre ellas. Es entonces que aparece la pregunta ¿dónde
se reunieron los practicantes de homoerotismo masculino en Santiago de Chile entre 1950 y
1973? En un circuito de espacios públicos de encuentro, zonas de ligue en el centro de la
ciudad de Santiago. Esto no quiere decir que todos los homoeróticos de la época vivieran
5
Conversación con Toli Hernández, activista tortillera.
6
Ver capítulo dos.
7
Estas prácticas son detalladas en el capítulo dos.
4

un desenfreno sexual constante. Probablemente, hubo muchas masculinidades que vivieron


una vida de pareja. Sin embargo, son estas prácticas las que delimitaron una cultura propia,
particular, hija de la clandestinidad y en sintonía con las culturas homoeróticas de otros
lugares del globo, como indico más abajo. Es preciso recordar que mi estudio es
exploratorio, por ende, más allá de las prácticas de captura y de los espacios de encuentro,
plantea una serie de interrogantes que he procurado contestar. Sin embargo, muchas de ellas
merecen un desarrollo más pormenorizado, el que deberá esperar a futuras investigaciones.

* * *

Hipótesis

-En Santiago de Chile, entre 1950 y 1973 existió, a pesar del destierro cultural y de la
represión y prevención sanitaria del estado, una cultura homoerótica masculina compuesta
de prácticas compartidas y de un circuito de espacios de encuentro.

Objetivo general

-Explorar la cultura homoerótica masculina en Santiago de Chile entre 1950 y 1973,


describiendo sus prácticas y espacios de encuentro clandestino.

Objetivos específicos

 Delimitar teóricamente y contextualizar espacial y temporalmente el homoerotismo


masculino en Santiago de Chile, entre 1950 y 1973.
2. Describir las prácticas compartidas que permitieron a las masculinidades homoeróticas
encontrarse en el espacio público de Santiago de Chile, durante el período 1950-1973.
3. Describir los espacios públicos de encuentro entre masculinidades homoeróticas en
Santiago de Chile entre 1950 y 1973.
5

* * *

Este trabajo es un estudio explorativo y descriptivo de acciones perpetradas entre


1950 y 1973 y de los espacios por ellas habitados. Sin embargo, dichas acciones han
desaparecido. No existen más. La única manera de rescatarlas del olvido es darles la vida
que sólo la escritura puede conceder, construida, a su vez, con retazos discursivos de otras
escrituras y con relatos orales de ancianos y adultos. Y a través de todos estos trasvasijes,
evocar la materialidad de las prácticas en el momento de su acción. De esta suerte, mi
escritura es una huella de las prácticas vivas, que ya están muertas y al mismo tiempo
siguen vivas, gracias a la misma escritura (De Certeau, La escritura, 17-18). Este discurso
es histórico porque está ligado a las operaciones reales de prácticas en el pasado, pero no es
histórico en el sentido disciplinar de la palabra (este trabajo no pretende serlo) (De Certeau,
La invención, 34). Las prácticas de captura aquí descritas son históricas porque alguna vez
fueron carne, tuvieron una existencia real, material, componiendo “una historia múltiple,
sin autor ni espectador, formada por fragmentos de trayectorias y alteraciones de espacios:
en relación con las representaciones [escriturales], esta historia sigue siendo diferente, cada
día, sin fin” (De Certeau, La invención, 105).
El primer paso para construir un discurso sobre el homoerotismo masculino en el
Santiago de las décadas de los cincuenta, sesenta y primeros tres años de los setenta, fue
delimitar el tipo y alcance de las fuentes. En esta tarea, la lectura de la teórica feminista
Judith/Jack Halberstam me fue de utilidad al proponer que, para estudiar la sexualidad, es
preciso “basarse en un enfoque interdisciplinar que pueda combinar información
proveniente de personas con información proveniente de los textos” (34). Asimismo, uso
las técnicas que componen su “metodología carroñera”: “una mezcla de crítica de texto,
etnografía, estudios históricos, investigación de archivos y producción de taxonomías” (32).
Si bien desde un comienzo tuve interés por escuchar las voces y ver los rostros de los
participantes de la cultura homoerótica del pasado, me vi en la necesidad, en vista de mis
objetivos, de utilizar fuentes lo más diversas posible. De esta suerte, mis fuentes primarias
son: entrevistas a practicantes de homoerotismo, obras literarias, pesquisas médico-sociales
sobre homoerotismo de la época y prensa escrita del período.
6

Las entrevistas orales, por su parte, fueron efectuadas a una muestra de once
personas, siete de ellas, mediante grabadora digital y luego transcritas, mientras que las
otras cuatro fueron entrevistas hechas mediante apuntes escritos de los relatos de los/as
entrevistados/as. Algunas de estas últimas no llenan más de una página. Fueron personas de
distintos géneros, clases sociales y edades; todas ellas inmersas, de alguna manera, en el
circuito homoerótico de Santiago durante entre 1950 y 1973. El modo de acceso a los/as
entrevistados/as varió según fue avanzando mi conocimiento de la cultura homoerótica,
entre los años 2011 y 2014. Los/as primeros/as tres fueron contactados el año 2011, a través
de dos amigas, y fueron dos mujeres y un hombre 8 ligados al activismo lésbico y
“homosexual”, respectivamente. A los demás los conocí durante el período 2013-2014, en
la Plaza de Armas u otros lugares, practicando la mirada homoerótica de la que trato en mi
estudio. Todos ellos fueron masculinidades. Con ellos logré ampliar mi muestra de
entrevistados más allá del activismo, hacia hombres de diversas ocupaciones. Las
entrevistas alcanzan distintos niveles de profundidad, según el grado de confianza con el/la
entrevistado/a.
Mi muestra comienza por G.D., entrevistado el 23 de mayo de 2013 y el 2 de agosto
de 2013 en cafés aledaños a la Plaza de Armas de Santiago.9 Nacido en 1928, perteneció al
mundo popular y fue garzón durante gran parte de su vida, frecuentando desde los cuarenta
hasta por lo menos los ochenta el circuito de espacios bohemios y homoeróticos del centro
de la ciudad. Asimismo, me solicitó expresamente no utilizar su nombre, por lo que sólo
dejé sus iniciales. A pesar de esto, decidí considerar su testimonio pues aporta valiosos
datos, susceptibles de ser corroborados con las demás fuentes. Asimismo está Monique,
entrevistada el 27 de agosto de 2013, también en un café vecino de la Plaza de Armas.
Nacida en 1944 como hombre, fue parte del Blue Ballet, conociendo tras bambalinas el
mundo homoerótico de fines de los sesenta y comienzos de los setenta. Durante la
entrevista, se identificó a sí misma como “señora”.

8
A lo largo de mi investigación utilizo las palabras “hombre” y “mujer” de manera estratégica, no como
categorías cuya verdad reside en la biología, sino como sinónimos de lo que entiendo por “masculinidad” y
“feminidad”, respectivamente. Es decir, como parte de los mecanismos representacionales del género.
9
Esta y las demás entrevistas grabadas digitalmente están transcritas en el anexo. Además, sus registros
digitales están junto al texto digital de esta tesis en el CD correspondiente a uno de los productos entregables.
Dicho CD quedará en la biblioteca de la Universidad de Chile.
7

Otro entrevistado fue Marco Ruiz, entrevistado el 10 de enero de 2013, en un café


del barrio Bellas Artes de Santiago. Nacido en 1957, desde su época escolar fue activista y
un bohemio conocedor del ambiente homoerótico de comienzos de los setenta. A esto se
suma su conocimiento de lo relatado por hombres mayores que él, ya fallecidos. De igual
forma, entrevisté a Carlos Sánchez, el 3 de enero de 2013, también en un café del Barrio
Bellas Artes. Nacido en 1955, es activista gay, ex-MIR, estudiante de ciencia política y
técnico en computación. Sus acercamientos a la cultura homoerótica fueron posteriores al
término de la dictadura, pero aún así su testimonio me fue utilidad en la descripción de
ciertas prácticas, como la mirada.
Del mismo modo, entrevisté a F.S., el 13 de octubre de 2011, en un bar frente a la
Plaza Brasil de Santiago. Nacida en 1961, diseñadora y activista lésbica, vivió experiencias
de captura erótica en la UNCTAD durante el gobierno de la Unidad Popular. Asimismo,
entrevisté a E.R. el 16 de octubre de 2011, en su casa en la comuna de Providencia. Nacida
en 1960, de profesión historiadora, su relato me permitió completar el panorama de las
prácticas de captura. El último de mis entrevistados que aceptó ser grabado fue Leonardo
Fernández, a quien visité en el MUMS el 13 de octubre de 2011. Activista e historiador, sin
duda es una de las personas que más conoce acerca de la historia del homoerotismo en
Chile, iluminándome con datos y periodizaciones que ha venido desarrollando gracias a
años de trabajo en la materia.
Los/as cuatro entrevistados/as restantes no aceptaron ser grabados/as. Ellos fueron:
Pedro Lemebel, entrevistado el 3 de febrero de 2014 en su casa del barrio Bellas Artes,
nacido en 1952, escritor, performista y participante de la bohemia santiaguina de fines de
los sesenta y comienzos de los setenta; Lucía Pinochet, entrevistada el 27 de agosto de 2013
en la Plaza de Armas de Santiago, nacida en 1936, ex bailarina del Bim Bam Bum y
miembro del ambiente bohemio desde comienzos de los cincuenta hasta los setenta bajo el
seudónimo “Lula Montecarlo”; Amaro, entrevistado el 4 de agosto de 2013 en la Plaza de
Armas, nacido en 1962 y antiguo mozo/transformista de prostíbulo; y A.H., entrevistado el
3 de abril de 2013 en el barrio Italia de Santiago, nacido en 1952, mueblista y homoerótico
“de clóset”.
Las obras literarias utilizadas como fuentes de mi estudio fueron escritas por
8

homoeróticos/as o tematizan el homoerotismo, durante el período, o bien tratan de él. Los


textos más utilizados son El río, de Gómez Morel, El apuntamiento, de Rivano, El lugar sin
límites, de Donoso y Un barroco de trinchera, de Perlongher. Sin embargo, para mi tesis
sirven de referencia las piezas de Subercaseaux, Mistral, Lemebel, Puig, Sutherland,
González de Alba y Rossi. Todos ellos son autores latinoamericanos cuya escritura contiene
momentos de intenso homoerotismo. Mis fuentes literarias se suman a tres estudios
médico-sociales de las décadas de los treinta y cuarenta: Presidios, regimientos y barcos, de
A. Martín de Lucenay; El problema sexual en las prisiones, de Julio Altmann; y
Homosexualidad. Aspectos del problema en Santiago, tesis elaborada por el médico
Eduardo Correa Bravo.10 A pesar de haber sido producidos durante el período
inmediatamente anterior a 1950, estos textos muestran el debate médico que luego fue
hegemónico y se convirtió en políticas públicas del “Estado Asistencial Sanitario”, vigente
hasta 1973.11 Por último, la prensa escrita del período corresponde a ejemplares de algunas
fechas clave, como aquellas que cubrieron la primera manifestación “coliza” en la Plaza de
Armas en abril de 1973. Estos corresponden a los periódicos Clarín, Puro Chile y La
Tercera, y a las revistas femeninas Vea y Paula.
Habida cuenta de la amplia gama de fuentes, ellas suministraron torrentes de
información. Estos fueron vaciados en una grilla de nueve “vías de acceso” a la historia del
deseo homoerótico masculino en Santiago, entre 1950 y 1990:12 prácticas de captura,
espacios de encuentro, mercados del sexo, roles, significantes identitarios, vidas de clóset,
acoso policial, contexto histórico, sida. Bajo cada vía de acceso, adjunté citas que se
correspondían con ella, tomadas de las fuentes primarias. 13 Cada una de estas vías pudo
haber conformado, debido a la cantidad de datos disponibles, un capítulo entero de varias
páginas. Sin embargo, en vista de los requerimientos temporales y de espacio, utilicé tan
sólo el grueso de la información contenida en las dos primeras vías: prácticas de captura y
espacios de encuentro, que conforman los capítulos dos y tres de mi tesis. Estas son las

10
Agradezco a Jorge Pavez haberme proporcionado estas tres fuentes.
11
Ver capítulo uno.
12
Como señalo más arriba, en el momento de comenzar el análisis de mis fuentes, pretendía abarcar hasta el
año 1990.
13
Dicha grilla se encuentra en el Anexo 2.
9

primeras dos vías de acceso al estudio del homoerotismo masculino en la historia. En ellas,
intercalo algunos datos referentes al mercado del sexo. Sin duda, investigaciones futuras
podrán enriquecer el campo que inauguro con esta investigación.
Las prácticas de captura y los espacios de encuentro formaron parte de una cultura
de encuentros sexuales clandestinos, intensos y fugaces. Podría argüirse que los bajos
fondos pueden no ser “representativos” de las experiencias de una supuesta “mayoría” de
hombres que vivieron su homoerotismo en una oscuridad tal, que las prácticas de captura
les resultaron problemáticas, desatando en ellos emociones como vergüenza, culpa y
fatalismo. 14 Sin embargo, mi tesis no es sobre identidades sociosexuales, sino sobre las
prácticas y los espacios por ellas habitados. Bastó una mirada, luego un diálogo entendido,
y camino al motel la vergüenza fue sustituida por el nerviosismo y la adrenalina de lo
prohibido y deseado al mismo tiempo. De esta suerte, los practicantes de homoerotismo
habitual fueron muchos más que aquellos practicantes de homoerotismo exclusivo. Por otra
parte, mi interés no pasa por identificar sujetos, sino por dar cuenta de prácticas culturales
surgidas al alero de las interacciones de los cuerpos.
Las prácticas y los espacios fueron leídos desde el esquizoanálisis de Deleuze y
Guattari. Es decir, mi texto funciona como una máquina de lectura cómplice del deseo,
abierto a sus líneas de fuga, a sus flujos, a su paseo creador de espacios. Por su parte,
Michel de Certeau y sus proposiciones acerca de cómo los/as practicantes resignifican la
ciudad, me ayudaron a apreciar el uso homoerótico de la urbe como micro-resistencias.
Este uso también fue escenario de diversas relaciones de subalternidad. John Beverley cita
una aproximación de Guha15 a lo subalterno, que sería “un nombre para el atributo general
de la subordinación... ya sea que esta esté expresada en términos de clase, casta, edad,
género y oficio o de cualquier otra forma” (Subalternidad, 54). En otro lugar, el mismo

14
Estas son tratadas en el capítulo uno.
15
Ranajit Guha incluye en su concepto de “clases subalternas” las variables de clase, raza y género. Estas
abarcan “la diferencia demográfica entre la totalidad de la población india y todos aquéllos a quienes hemos
descrito como la élite” (cit. en Spivak, “¿Puede hablar...?” 323). Previamente, ha delimitado la élite a los
grupos dominantes extranjeros y grupos dominantes indígenas, y entre éstos, los que dominan a nivel
nacional, regional y local. De esta manera, a las evidentes consideraciones de clase, agrega la variable racial.
Las capas superiores de la élite son colectivos de procedencia europea, blancos. Y quizá como una respuesta a
la crítica de Spivak en “Subaltern Studies: Deconstructing Historiography”; emprende la escritura de un texto
que incluya la variable género: “Chandra's Death”.
10

Beverley añade al subalterno la cualidad de persistir (“La persistencia”, 335). Allí también
enfatiza que la perspectiva subalterna se sustenta en la cuestión de la desigualdad (338), y
que, metodológicamente, es una herramienta que permite acercase tanto al pasado como al
mundo contemporáneo (336). La clase (que en América Latina está unida indisolublemente
a la raza) y el género son subalternidades porque participaron de un campo de relaciones de
poder. Estas fueron atravesadas una y otra vez por las prácticas homoeróticas, que a su vez
reprodujeron, invirtieron o suspendieron distinciones de clase y género. De esta suerte, el
deseo homoerótico puede servir de prisma con el que observar las relaciones sociales, en
vista de que las relaciones sexuales no pueden separarse de su entorno social e histórico
(Hunter, 116).
La lectura de las fuentes fue completada con el aparato crítico de lectura de
prácticas inventado por de Certeau. De esta suerte, interrogo las prácticas de captura
considerándolas, en primer lugar, como actos enunciativos, es decir operaciones,
actualizaciones, apropiaciones y contratos con un otro. Indago además en su naturaleza
táctica y en su producción-consumo de un espacio. Se trata, en definitiva, “de identificar la
forma, el fraseo, los vagabundeos eficaces o patchworks de lo cotidiano” materializados por
las prácticas de captura (La invención, XLIX).

* * *

Mi viaje investigativo comenzó tomando conocimiento de los trabajos sobre


homoerotismo producidos en Chile durante la década del 2000. El primero de todos ellos
fue el estudio antropológico de Jorge Pujado, Los regios del Santa Lucía. Historias de vida
de jóvenes homosexuales en Santiago. Publicado el 2000 en Barcelona, me fue de utilidad
al proponer un esquema de las relaciones al interior del ambiente homoerótico santiaguino
de los noventa, y que, guardando ciertas reservas, puede ser proyectado hacia el estudio de
la cultura homoerótica masculina del período 1950-1973. Por su parte, el año 2004 vio la
luz una tesis emanada del Programa de Magíster en Estudios de Género de la Facultad de
Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, Entre “sodomitas” y “hombres
dignos, trabajadores y honrados”, de Carolina González. Este y otros artículos publicados
11

por la autora, tematizan las mutaciones que llevaron de la sodomía (categoría jurídica) a la
homosexualidad (construcción identitaria), en el transcurso del siglo XIX al siglo XX,
basándose en registros de causas judiciales por sodomía. El mismo período fue trabajado
por la tesis de Licenciatura en Historia de Víctor Conejeros, Cuerpo, significancia,
subjetividad, del año 2006. Utilizando fuentes similares a las de la investigación de
González, su objetivo principal es hacer hincapié en la significación y subjetivación sufrida
por los cuerpos homoeróticos. Si bien comparto su inquietud acerca de las construcciones
identitarias que ponen límites a la experiencia del deseo, en el estudio prima con mucho la
teoría por sobre las fuentes primarias empleadas. Es la teoría la que guía la reflexión,
haciendo parecer la tesis una comprobación de los postulados de ciertos intelectuales
franceses, aplicada sin cuestionamientos en el estudio del homoerotismo chileno de fines
del siglo XIX y comienzos del siglo XX.
Otro antecedente de mi investigación son los trabajos del historiador Leonardo
Fernández. En Amarionados Sodomistas y Nefandos. Vida erótica y sodomía en la sociedad
colonial. Siglo XVII, también del año 2006, el autor utiliza fuentes judiciales para dar
cuenta de la construcción de la sodomía durante el siglo XVII, y de una vida erótica hija del
barroco, menos regulada de lo que fue posteriormente. En Homosexualidad en Chile, Cien
años de historia compartida. Historia del Movimiento Unificado de Minorías Sexuales,
Fernández construye una historia del movimiento de liberación “homosexual”, desde los
años noventa hasta el 2009. Este texto me fue de gran utilidad pues contextualiza, al menos
en parte, la situación del homoerotismo durante los cincuenta, sesenta y comienzos de los
setenta. Ambos escritos continúan inéditos hasta hoy y están albergados en el Centro de
Documentación y Memoria Profesor Luis Gauthier (CEDOM), del Movimiento por la
Diversidad Sexual (MUMS).
La tesis de Álvaro Ojalvo, Nosotros, los chilenos: Masculinidad hegemónica y
homosexualidad masculina en el Chile Contemporáneo (1973-1998), del año 2008,
tematiza la masculinidad y el homoerotismo durante la dictadura y la postdictadura, pero se
acerca de manera previsible y pedestre a la identidad homoerótica de los ochenta y noventa,
sin complejizar las tensas relaciones entre homoerotismo y masculinidad militar. Por su
parte, la detallada investigación de Jorge Volpi, Sodomitas, Pederastas y Colizas: Discursos
12

y Representaciones de la penetración anal entre hombres en causas criminales por


sodomía del Primer Juzgado Criminal de Temuco 1915-1960, del año 2011, constituye un
valioso primer acercamiento regional y local al estudio de los discursos sobre
homoerotismo, tanto los producidos por instituciones como por la sociedad civil.
En este panorama de reciente y creciente interés por el homoerotismo, es posible
nombrar el análisis de Juan Cornejo, Anatomía de la intolerancia. Medicalización de la
homosexualidad: expresión de la homofobia presente en los discursos jurídicos chileno y
brasileño de fines del siglo XX (1980-2000), que compara dos discursos jurídicos
contemporáneos en su relación con el homoerotismo. También revisé el texto Bandera
hueca, de Víctor Hugo Robles, que me proporcionó datos relevantes para reconstruir la
vida cultural homoerótica de la Plaza de Armas antes del golpe de estado.
Finalmente, dos son las investigaciones chilenas sobre homoerotismo que más
dialogan con mi propio estudio. La exhaustiva Historia gay de Chile, de Óscar Contardo,
publicada el 2011, es rica en datos que me permitieron corroborar informaciones
proporcionadas por mis propias fuentes primarias. Por su parte, el trabajo de Manuel Durán
entra en sintonía con el mío al abordar los espacios y las prácticas de deseo homoerótico
(Lo que va saliendo del clóset; “Michel Foucault”). Sin embargo, no queda clara la
procedencia de los datos que le permiten nombrar algunos espacios de encuentro. Además,
teoriza sobre la existencia de una sociabilidad gay “neoliberal” e identitaria y otra más
antigua, marginal y queer (que es la que correspondería a mi período de estudio), pero lo
hace demasiado pronto, sin desarrollar los datos utilizados, en una elaboración también
guiada por la teoría, de tipo ensayístico y especulativo.
En cuanto a las investigaciones sobre homoerotismo producidas fuera de Chile,
considero que todo intento por historizar la sexualidad debiese comenzar por el trabajo de
Michel Foucault. Su proyecto Historia de la sexualidad abrió un campo de investigación
completamente nuevo, y dejó como herencia la fecha de invención de la “homosexualidad”:
1870. Esta fue un producto discursivo de la modernización capitalista y de regímenes de
poder disciplinarios y biopolíticos. Los trabajos de Foucault han animado el debate sobre el
estudio del homoerotismo en el pasado, tanto si se tienen posturas a favor o en contra de su
periodización. Desde el ámbito angloamericano, el trabajo de Martin Nesvig, “The
13

Complicated Terrain of Latin American Homosexuality”, inserta mi estudio en el contexto


de emergencia de investigaciones sobre homoerotismo en América Latina en la segunda
mitad del siglo XX (720). Su revisión de la historiografía sobre el tema, junto con el trabajo
de Peter Beattie, “Códigos «peniles» antagónicos. La masculinidad moderna y la sodomía
en la milicia brasileña, 1860-1916”, confirman la presencia constante de roles de género
diferenciados dentro de las relaciones homoeróticas en el continente. Es decir, desde por lo
menos fines del siglo XIX hasta fines del siglo XX -y en algunos casos, hasta la actualidad-
existió una jerarquía de “género” al interior de la cultura homoerótica. Activo y pasivo
durante el coito anal fueron también, en el ámbito de la representación, los miembros
masculino y femenino de la relación. Este sistema simbólico atravesó todo mi período de
estudio, siendo el marco discursivo en el que funcionaron las prácticas de captura y los
encuentros homoeróticos narrados.
Sin embargo, mi investigación va más allá del plano de la representación e indaga
en las acciones reales de los cuerpos. En este sentido, y como aclaro en el capítulo uno, me
hago parte de las intuiciones de Néstor Perlongher en su tesis de maestría sobre la
prostitución masculina en Sao Paulo, originalmente publicado en portugués en 1986, y
traducido como El negocio del deseo. El estudio elabora un mapa del deseo homoerótico
centrándose en la prostitución masculina y es, por ello, uno de mis principales referentes en
la elaboración del capítulo tres. Más allá de esto, el poeta argentino describe cómo las
acciones de los cuerpos rara vez coinciden con la representación de dichas prácticas. Es
decir, más allá del esquema binario activo-pasivo, la materialidad de las relaciones
homoeróticas fue polimorfa. Esta intuición es apoyada por Robert McKee en “The Famous
41”, al hablar de “homosexualidades”, para dar cuenta de la multiplicidad de prácticas
deseantes entre masculinidades.
El acabado estudio de George Chancey, Gay New York, que describe la rica cultura
homoerótica neoyorquina desde fines del siglo XIX hasta antes de la Segunda Guerra
Mundial, constituye un brillante ejemplo de abordaje de la historia cultural homoerótica
desde la disciplina historiográfica. El texto aborda la elaboración de una cultura urbana gay
con sus prácticas de cruising y sus espacios públicos de encuentro, además de señalar los
vínculos entre homoerotismo y mercados del sexo. Por su parte, el libro de Graham Robb,
14

Strangers, sobre el amor homoerótico durante el siglo XIX en Occidente, comparte mi


interés por la vida cotidiana y propone utilizar los términos sodomites, margeries,
homosexuals y gays como sinónimos. Es decir, considera innecesaria una teorización
particular acerca de cómo nombrar el deseo en el pasado. En este sentido, Robb discrepa de
Foucault, pues considera que es conceder una importancia excesiva a la teoría decir que la
“homosexualidad” fue inventada por la ciencia médica del siglo XIX (11).16 Para el autor,
siempre hubo personas que se sintieron exclusiva o primariamente atraídas por su propio
sexo y la sociedad siempre supo de su existencia. Estas personas fueron percibidas como
diferentes. Todos/as ellos/as comparten una cultura (12). Asimismo, considera las prácticas
de captura un asunto peligroso, sobre todo en el siglo XIX. Una equivocación pudo derivar
en ser arrestado o golpeado (139).
Desde México, cuento con el iluminador trabajo de Carlos Monsiváis, Que se abra
esa puerta, cuyo acercamiento a la historia de la cultura gay desde la vida cotidiana es
tremendamente inspirador. Desde la República Argentina, en tanto, consideré el ya clásico
trabajo de Jorge Salessi, Médicos maleantes y maricas, donde analiza el discurso de los
intelectuales de élite en relación con el homoerotismo y los vincula magistralmente a la
construcción de la nación argentina.
Los estudios de González, Conejeros y Fernández se sitúan más cerca del Foucault
de La voluntad de saber, pues elaboran la construcción del sujeto “homosexual” a partir de
discursos institucionales (médico y judicial). Por otro lado, los trabajos de Pujado,
Contardo, Durán, Chancey y Monsiváis dan mucha más importancia a la vida cotidiana de
las masculinidades homoeróticas y a sus prácticas culturales. En un punto medio, quizá,
entre la perspectiva “foucaultiana” y la mirada “cultural”, están los trabajos de Ojalvo,
Volpi, Robb y Salessi. Si bien considero necesario indagar en los discursos institucionales
que elaboraron el homoerotismo como anormalidad, también es cierto que estos fueron la
contraparte de la cultura practicada. Describir las prácticas clandestinas y los espacios
públicos de encuentro me parece productivo en dos sentidos: a) se trata de un campo de
conocimiento inexplorado y nuevo en Chile; b) políticamente, en relación con el momento
histórico presente, considero necesario reclamar la historia de nuestra cultura particular. En

16
Retomo este debate en el capítulo uno.
15

relación con el primer punto, me parece teóricamente fructífero abrir el campo del
homoerotismo chileno más allá de lo elaborado por Durán, en sintonía con los trabajos de
Chancey y Robb, hacia los signos corporales practicados por esos cuerpos modelados
también por el destierro cultural, la represión policial y la prevención sanitaria. Esta
dimensión semiótica de las prácticas homoeróticas se ha encontrado, hasta ahora, obliterada
por un cierto excesivo “foucaultianismo” en los escasos trabajos sobre la materia en Chile.
El segundo punto, en tanto, consiste en que podría ser de gran utilidad para las
reivindicaciones “cola” contemporáneas, sobre todo el activismo disidente y “kuir”, al que
me siento cercano, conocer la historia de nuestra cultura. Esto quizá le permitiría elaborar
su identidad estratégica de forma honesta y afirmativa. Con esto me refiero a que prácticas
como el sexo promiscuo en público forman parte de lo que hemos sido los “colas”, y por lo
mismo, también de lo que somos actualmente. En Chile, frente a los intentos del MOVILH
y de la Fundación Iguales por normalizar el deseo homoerótico, hasta meterlo en el
estrecho marco de la pareja monógama propietaria, cabe rescatar en nuestra historia un
proyecto radical de experimentación deseante que no funcionó en base al amor romántico
ni la monogamia, y que tampoco admitió la propiedad privada del cuerpo del otro. Sólo
quien conoce su pasado puede conocerse a sí mismo, y luego puede ser honesto en su
micropolítica diaria. Esto es admitir lo polimorfo que ha sido y es el deseo, y
productivizarlo políticamente. Porque las vivencias descritas en mi investigación fueron
carne, y su oscurecimiento contribuye al olvido de la memoria colectiva “cola” y “marica”.
Ellas fueron fiesta y táctica de supervivencia a la vez, no existiendo una sin la otra.
En el panorama académico chileno los estudios de género y de sexualidad están
íntimamente imbricados. Y si bien decidí privilegiar la sexualidad antes que el género,
considero mi trabajo de inspiración feminista y “antihomofóbica” a la vez. No puede
comprenderse la génesis de los estudios lésbicos y gays en Estados Unidos sin la
emergencia del feminismo académico. Parafraseando a Sedgwick, la crítica LGBT
comenzó en los límites del feminismo, y esto mismo está ocurriendo en Chile. Su presencia
es indispensable si queremos transformar las relaciones entre homoerotismo y sociedad.
También es cierto que el análisis feminista se encuentra, en el país, más desarrollado que el
análisis homoerótico, “cola” u “antihomofóbico” (Sedgwick, 27). Es más antiguo y hoy en
16

día ha logrado penetrar, para nuestra fortuna, en la sociedad civil organizada y en ciertas
esferas institucionales. Por su parte, la perspectiva de sexualidad, y especialmente la de
“homosexualidad”, es reciente, y a pesar de su crecimiento en los últimos años, aún es débil
en comparación con la perspectiva de género, y muy débil frente a la proliferación de la
homofobia asesina. 17 Por todo lo anterior, espero que este texto contribuya a esclarecer
nuestra presencia en la historia chilena, y con ello, invite a una reflexión política feminista
y antihomofóbica.
En otras palabras, este texto va dirigido especialmente a todas las personas
heteroeróticas. Para que conozcan nuestra historia y sepan que hace más de sesenta años
existíamos (y mucho antes también), que nos encontrábamos mediante la mirada u otras
pŕacticas, que muchas veces “culiábamos” en el espacio público, y que todo esto sucedía de
forma invisible para cualquiera que desconociera los sutiles signos de pertenencia a la
cultura homoerótica santiaguina. Este es un trabajo sobre “vestigios de mundo” hasta
volverlos testimonios de las prácticas (de los cuerpos y sus acciones). Junto con visibilizar
la presencia de los “colas” en el pasado, mi estudio pretende ir más allá de la victimización,
tan usual entre cierto activismo LGBT contemporáneo. Ha llegado la hora de la
reivindicación fiestera.

* * *

Mi texto está organizado como tres ensayos estrechamente vinculados entre sí. El
capítulo uno dibuja teóricamente mi objeto de estudio, el homoerotismo masculino, y lo
sitúa en el espacio y en el tiempo. Es decir, realiza una contextualización del Santiago del
período 1950-1973, y de los procesos políticos, económicos, culturales y también
biopolíticos que lo atravesaron. Dicho capítulo pretende funcionar como una “caja de
herramientas”, adecuada para el estudio de las prácticas reales de los cuerpos en el pasado.
El capítulo dos, en tanto, presenta una serie de imágenes de las prácticas de captura que
permitieron a las masculinidades homoeróticas encontrarse en el espacio público: la

17
El lunes 29 de diciembre de 2014, mientras escribía esta tesis, una joven trans fue brutalmente asesinada
con ácido y puñaladas en el cuerpo, en la comuna de La Pintana.
17

práctica de la mirada, del diálogo entendido y de la invitación-paga. Dichas imágenes son


vinculadas con su contexto, analizando, por vez primera en Chile, algunos de los
mecanismos culturales homoeróticos, como sus vínculos con el secreto, las distinciones de
clase y el mercado del sexo. Las prácticas de captura son la puerta de entrada a los espacios
de encuentro clandestino, elaborados por los homoeróticos en el centro de Santiago durante
el período escogido. Esto es, sin prácticas de captura no hubiese habido espacios de
encuentro. Una selección de estos es descrita en el capítulo tres, relacionados con su
entorno y con las subalternidades y mercados del sexo correspondientes a su período de
actividad y a su ubicación en la ciudad.
Capítulo I

Homoerotismo masculino en Santiago de Chile entre 1950 y 1973

Nadie eliminará jamás la polivocidad del deseo.


Guy Hocquenghem

Delimitar teóricamente y contextualizar espacial y temporalmente mi objeto de


estudio es el objetivo de este capítulo. Es decir, la delimitación teórica del homoerotismo
masculino es acoplada con investigaciones sobre Santiago de Chile y con trabajos
históricos sobre el período 1950-1973. Conformo, de esta suerte, un dispositivo discursivo
que, cual “caja de herramientas”, 18 sirve de instrumento específico para abordar la cultura
homoerótica masculina chilena del pasado. De esta suerte, las elaboraciones siguientes
siempre procuran adecuarse a las prácticas reales de los cuerpos, en su contexto espacio-
temporal. Con el fin de ser lo más claro posible, primero desarrollo el homoerotismo como
un concepto clave. Desde allí, problematizo la masculinidad homoerótica y sitúo el uso del
término masculinidad en la presente investigación. Por último, inserto el homoerotismo
masculino en el Santiago del período 1950-1973.

Homoerotismo

En mi estudio, utilizo el término homoerotismo de manera estratégica, para aludir a


lo que el sentido común designa como “homosexualidad”. Sin la carga negativa de esta
última, el homoerotismo me permite agrupar las diversas inclinaciones eróticas y modos de
relación entre masculinidades, en toda la amplitud que estas pudiesen haber tenido durante
el período de estudio. Esto quiere decir que el homoerotismo remite siempre al deseo,

18
Foucault señala: “entender la teoría como una caja de herramientas quiere decir: - que no se trata de
construir un sistema sino un instrumento, una lógica propia a las relaciones de poder y a las luchas que se
comprometen alrededor de ellas; - que esta búsqueda no puede hacerse más que poco a poco, a partir de una
reflexión (necesariamente histórica en algunas de sus dimensiones) sobre situaciones dadas (“Poderes y
estrategias”, 85).

18
19

practicado por masculinidades santiaguinas entre 1950 y 1973, y no a alguna especie de


identidad “gay” existente en el pasado. El homoerotismo es un arco de posibles prácticas
deseantes, una potencialidad, un término abierto. Con esto, asumo que la “homosexualidad”
fue una palabra inventada en el siglo XIX y luego apropiada por la ciencia médica, que la
utilizó para designar una patología. Como aclaro más abajo, dicho término es,
inevitablemente, cómplice del contexto médico, legal, psiquiátrico, sexológico e higienista
que se apropió de él en la segunda mitad del siglo XIX.19 De esta suerte, por su contexto
específico de aparición y por la carga negativa que ha adquirido con su uso, el término
“homosexual” es insuficiente para dar cuenta de la materialidad de las prácticas
homoeróticas y sus espacios públicos de encuentro, entre los años 1950 y 1973 en Santiago.
Por el contrario, lo que define al homoerotismo y sitúa sus manifestaciones en un terreno
particular es, siguiendo a Costa, conformar una experiencia subjetiva moralmente
desaprobada por el ideal sexual de la mayoría (22). Para el psicoanalista brasileño, el
homoerotismo también deja de lado cualquier alusión a una especie de dolencia, desvío,
anormalidad o perversión. Al no poseer una forma sustantivada que indique identidad -
como en el caso de “el homosexual”- la palabra no remite a maneras esencialistas de pensar
el deseo y resguarda su carácter polimorfo (22).20
El homoerotismo que aquí utilizo no remite a identidad alguna. Tal y como
Perlongher en en su estudio sobre la prostitución masculina en São Paulo, aquí pretendo
trazar los derroteros del deseo homoerótico, sin evocar ningún tipo de coherencia
identitaria (anclada, a su vez, a ciertos términos que componen la “nomenclatura
homosexual”), dando cuenta de la multiplicidad de la experiencia corporal. La estrategia de
análisis es dada por la conceptualización misma del objeto de estudio: “Una perspectiva de
análisis que tome al sujeto no tanto como desviado en relación a una norma social
dominante, sino como «viajante» entre «puntos de ruptura» y «puntos de sutura», permitirá
leer el campo social, como demanda Deleuze, no sólo en sus momentos de estructuración,

19
Contardo indica que la palabra “homosexualidad”, surgida del activismo político en 1868, fue adoptada por
la medicina y el discurso científico, reemplazando, “en el vocabulario culto al vocabulario del insulto” (133).
20
Yendo más allá que Costa, en este estudio sustantivo el homoerotismo, pero conservando su significado.
Por eso, en los capítulos dos y tres, en ocasiones uso “los homoeróticos”, para referirme a las masculinidades
que practicaron relaciones eróticas con otras masculinidades. La práctica erótica no remite a identidades
cerradas y fijas.
20

sino también en sus fugas y desestructuraciones” (El negocio, 170). El mercado del sexo
homoerótico paulista y las manifestaciones homoeróticas estudiadas por mí son,
precisamente, campos en el que los cuerpos viajaron por las categorías de su época. En ese
sentido, tanto Deleuze como Perlongher estarían de acuerdo en que el viaje deseante del
cuerpo -y no la categoría- es la instancia más real. Es por eso que mi interés no es la
identidad molar, sino la territorialidad molecular de los flujos deseantes, con su complejo
proceso de transducciones (El negocio, 133-35). Los flujos de deseo y el movimiento de
territorialización y desterritorialización que los acompaña, toman entonces un papel de
primera importancia: “Sería necesario, entonces, restaurar las potencias de la errancia
(dejar de ver, por ejemplo, “identidades sociosexuales” donde lo que en realidad hay son
desplazamientos y flujos, territoriales y libidinales)” (El negocio, 172). Estos flujos de
deseo homoerótico se desplazaron profusamente por la ciudad de Santiago entre 1950 y
1973, y por eso mismo, pueblan mi estudio.
La identidad forma parte de lo que Perlongher llama, siguiendo a Deleuze y
Guattari, el “plano de la expresión”. Este último consiste en los enunciados que inscriben
el cuerpo y el deseo en dos opciones posibles (masculino y femenino, “heterosexual” y
“homosexual”). Por su parte, el deseo como fuga, contradicción o incoherencia, remite
directamente al “plano del contenido”, es decir, a “las acciones y pasiones de los cuerpos”
(El negocio, VII). O como me aseguró Lemebel: “en la cama todos los gatos son fucsia.
Pero tiene que haber un nivel de representación”. En este sentido, el homoerotismo remite
a las prácticas corporales, independientemente de la identidad asumida por quien las haya
ejecutado. No obstante, también generó una suerte de “doble vínculo”, en relación con el
plano representacional de la masculinidad. Al mismo tiempo, se hizo parte y tomó distancia
de ella. Fue un homoerotismo en la encrucijada de la masculinidad.
Desde los estudios literarios, el concepto de homoerotismo ha sido ampliamente
utilizado para dar cuenta de un movimiento similar, en relación con los términos que
usamos para hablar de las construcciones históricas y culturales de sexualidad más allá del
binarismo. Recientes miradas latinoamericanas del homoerotismo en la escritura donosiana
pueden encontrarse en los trabajos de Barcellos, “Homoerotismo e abjecao em o lugar sem
limites de José Donoso”; Cánovas, “Una relectura de El lugar sin límites, de José Donoso”;
21

García-Castro, “Epistemología del clóset de José Donoso (1924-1996) en Conjeturas sobre


la memoria de mi tribu (1996), El jardín de al lado (1981) y “Santelices” (1962)”; Náter,
“José Donoso o el eros de la homofobia”; y Morales, Novela chilena contemporánea: José
Donoso y Diamela Eltit.
Mi conceptualización del homoerotismo como un abanico de prácticas, accionadas
por un deseo siempre nómade, materializado a su vez en las acciones y pasiones de los
cuerpos; marca un corte con su procedencia psicoanalítica. El término homoerotismo fue
inventado por el entomólogo y sexólogo alemán Ferdinand Karsch-Haack, y luego tomado
por el psicoanalista Sándor Ferenczi. Este último, en 1911 señalaba que el homoerotismo
“es preferible a la expresión «homosexualidad» que se presta a malentendidos y destaca, de
modo contrario al término biológico de «sexualidad», el aspecto psíquico del impulso”
(pár. 36). Para el autor, el homoerotismo es una elaboración patológica del deseo,
susceptible de ser curada mediante el análisis: “Estas experiencias [tratando pacientes
homoeróticos] me han hecho concebir la esperanza de que el homoerotismo sea también
curable mediante el método psicoanalítico, como lo son las demás formas de neurosis
obsesiva” (pár. 26). Al mismo tiempo, elabora en su propia versión la clásica división
médica -y popular- entre “homosexual pasivo” y “homosexual activo”. Para ello retoma
esta división, pero ahora entre homoerótico pasivo y homoerótico activo. Así el primero es
el único que “debe llamarse «invertido», pues sólo él representa una inversión verdadera de
los caracteres psíquicos”, es lo que llama “homoerotismo de sujeto”, porque el sujeto se
siente mujer en sus relaciones con otros hombres (pár. 6). Mientras tanto, el homoerótico
activo “es diferente. Se siente hombre en todos los sentidos, es a menudo muy enérgico,
muy activo, y no existe nada de afeminado en él, ni en el plano psíquico ni en el físico”
(pár. 7). Ferenczi lo designa como homoerótico de objeto.
Mi fin con esta somera exposición es mostrar cómo la palabra homoerotismo surgió
al alero del psicoanálisis cumpliendo funciones no muy distintas de las perpetradas por la
palabra homosexualidad. Ambos términos, homoerotismo y homosexualidad, sirvieron a
los intereses de la investigación científica -psicoanalítica y médica, respectivamente- que
anheló conocer la verdad de esta particular elaboración del deseo con el fin de curarla, o
sea, de destruirla.
22

La palabra “homosexual”, por su parte, siempre implica remitirse al vocabulario


médico del siglo XIX que le dio una forma y un sentido moralmente inferior, y a la
epísteme que permite articular ese mismo vocabulario. Por lo tanto, usarla me haría parte
de una historia discursiva de denigración, independientemente de mis “buenas
intenciones”. Además, sería continuar hablando, pensando y funcionando como si existiera
una “sexualidad homosexual”, que se despliega indistintamente a través de culturas y
épocas. En otras palabras, una caída al abismo esencialista. Por el contrario, creo que es
imposible pensar la sexualidad como si fuera independiente de las prácticas lingüísticas 21
que inscriben su materialidad. De esto se desprende, siguiendo a Costa, que cualquier
análisis basado en la categoría “homosexual” se encuentra irremediablemente limitado. El
“homosexual” es, en verdad, un estereotipo, una figura imaginaria producto de prácticas
lingüísticas, construida históricamente entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX.
En esa construcción, la ciencia médica recibió la colaboración de la literatura de Balzac,
Gide y Proust (que es el objeto preferente del libro de Costa).22 El autor explica además
que este estereotipo fue “inventado para funcionar como antinorma do ideal de conduta
sexual masculina adequado à formação da família burguesa” (12). Si, efectivamente, el
“homosexual” fue creado para funcionar como “antinorma” del ideal de masculinidad
burguesa; la historia de la construcción de la “homosexualidad” se inserta, asimismo,
dentro de la historia de la construcción de la familia burguesa, nuclear, capitalista. En esto
coincide con Preciado, para quien la invención del sexo es contemporánea de la invención
de la máquina capitalista (22). El homoerotismo en general y su versión santiaguina en
particular se encuentra, entonces, íntimamente vinculado con la historia política, cultural y
económica, tal y como muestro en esta investigación.
Insistir en que el vocabulario del siglo XIX produjo el término “homosexual”, no es
comprender el vocabulario en el sentido de simple glosario de palabras. Siguiendo a Costa,

21
Costa indica que “O homoerotismo é uma questão de práctica lingüística. Não existe objeto sexual
'instintivamente adequado ao desejo' ou vice-versa, como reitera a psicanálise. Todo objeto de desejo é
produto da linguagem que aponta para o que 'é digno de ser desejado' e para o que 'debe ser desprezado'” (28).
22
En el estudio que cito, Costa indaga en la “construção histórica da figura imaginária do “homossexual” a
partir de fontes literárias do século XIX e das primeiras décadas do século XX. Sugiro que antes desse
período não se tinha nem se podia ter a noção de que existe uma “personalidade” ou um “perfil psicológico”
comum a “todos os homossexuais”, como acreditamos hoje em dia” (12).
23

quien a su vez sigue a Rorty y Wittgenstein, el vocabulario es también sinónimo de


práctica lingüística o juego de lenguaje (14). Y el lenguaje, en la actualidad, está lejos de
ser considerado un instrumento de representación de una “realidad” que le sería extrínseca.
Con Lacan y Rorty, entre muchos/as otros/as, el lenguaje tiene la función de crear lazos
discursivos entre los/as sujetos/as o entre ellos/as y las cosas que los/as circundan. De esta
suerte, el lenguaje logra estructurar un universo de sentido compatible con la continuación
de la vida humana (Costa, 14). Canalizar la pulsión de vida, esa es su tarea érotica. Al
mismo tiempo, las prácticas lingüísticas producen, como su efecto, la subjetividad. Ellas
despliegan las reglas de formación de esa subjetividad y de su reconocimiento privado y
público. O al revés: las subjetividades son un resultado del uso que hacemos de nuestros
vocabularios o prácticas lingüísticas. Esta visión de la subjetividad anhela resaltar la fuerza
performativa del lenguaje, pensado también como práctica (Costa, 11).
De esta teorización, se desprende que el homoerotismo responde, también, a la
necesidad política de cambiar nuestro lenguaje para intentar mitigar, en alguna medida,
problemas contemporáneos como la homofobia, lesbofobia o transfobia. Una manera de
hacerlo es abandonar el uso de categorías como “homosexual”. Este término perpetúa la
posición subordinada de las inclinaciones homoeróticas en nuestra cultura. La
“homosexualidad” será siempre de un estatus moralmente inferior a la “heterosexualidad”.
Es la marca que conserva a partir de la historia de su uso. Por eso, Costa subraya cierta
ingenuidad en el deseo de querer vaciar la palabra “homosexual” de toda su carga de
desprecio, intentando convertirla en un término “neutro”. Por el contrario,

em todo laço social marcado pelo preconceito não há como escapar da montagem
imaginária da discriminação, guardando o sistema de nominação responsável pela
identificação e fixação dos sujeitos nos lugares prescritos pela montagem. A
maneira que temos de sair da engrenagem é desfazê-la, e não reformá-la
preservando os termos de sua definição e deixando-a intocada na base (35).

El autor evidencia que es imposible escapar del “montaje imaginario de la discriminación”,


sin cambiar los términos que usamos para nombrar a los sujetos marcados como inferiores
por ese mismo montaje. Conservar esos términos es mantener intacto el imaginario que
sostiene el prejuicio contra las inclinaciones homoeróticas. Sólo un cambio en el sistema de
24

nombres permite alterar los modos de percibir, describir y valorar las manifestaciones
homoeróticas en nuestra cultura.
Ya he adelantado, más arriba, mi elaboración del homoerotismo como un término
estratégico, que me permite abarcar una multiplicidad de prácticas deseantes entre
masculinidades. Aquí, tengo el fin de precisar el homoerotismo como “perverso
polimorfo”: “que el sexo no sea humano, que el deseo sea fundamentalmente
indiferenciado y no conozca la distinción entre homosexualidad y heterosexualidad, Freud
lo expresa bajo el término de «perverso polimorfo»” (Hocquenghem, 51). Su multiplicidad
en acto no es otra que la de la máquina deseante de Deleuze y Guattari:

Ello funciona en todas partes, bien sin parar, bien discontinuo. Ello respira, ello se
calienta, ello come. Ello caga, ello besa. Qué error haber dicho el ello. En todas
partes máquinas, y no metafóricamente: máquinas de máquinas, con sus
acoplamientos, sus conexiones. Una máquina-órgano empalma con una máquina-
fuente: una de ellas emite un flujo que la otra corta. El seno es una máquina que
produce leche, y la boca, una máquina acoplada a aquélla. La boca del anoréxico
vacila entre una máquina de comer, una máquina anal, una máquina de hablar, una
máquina de respirar (crisis de asma). De este modo, todos «bricoleurs»; cada cual
sus pequeñas máquinas. Una máquina-órgano para una máquina energía, siempre
flujos y cortes. El presidente Schreber tiene los rayos del cielo en el culo. Ano solar
(11).

En el ámbito del homoerotismo, la máquina deseante involucra un acoplamiento de órganos


en una relación de corte-flujo. Esta conexión de órganos -ojo, boca, mano, pene, ano-
delimita el ámbito general de las prácticas homoeróticas de mi estudio. A modo de ejemplo,
en los capítulos dos y tres presento escenas de prácticas sexuales, suscitadas al interior de
los baños de los cines de calle Huérfanos. Como el/la lector/a descubrirá, esta consiste en
un verdadero acoplamiento deseante, que es también la “grupalización homosexual” de
Hocquenghem:

Los homosexuales practicantes son, en cierta medida, quienes han fracasado con su
sublimación; son «incapaces de asumir plenamente las exigencias que la naturaleza
y la cultura pueden imponer a los individuos». Fracasar con su sublimación
significa simplemente concebir las relaciones sociales de otra manera. En última
instancia, cuando el ano encuentra de nuevo su función deseante, cuando las
conexiones de órganos se hacen sin ley ni regla, el grupo goza en una suerte de
relación inmediata de la que desaparece la sacrosanta diferencia entre lo público y
25

lo privado, entre lo individual y lo social (88).

Se trató de relaciones inmediatas llevadas a cabo en cines, parques y otros espacios


públicos, que hicieron estallar, en un flujo esquizofrénico, las distinciones público/privado e
individual/social. Ellas se encuentran mucho más cerca de las elaboraciones de Deleuze y
Guattari acerca de la naturaleza del deseo, que del trabajo de Freud y Lacan.
En los textos de estos últimos, el deseo se encuentra siempre asociado a la
representación, a la falta y a una existencia netamente psíquica. Y a la vez que inviste la
materialidad (del cuerpo, por ejemplo), se encuentra separado de ella. Esta concepción se
revela insuficiente para dar cuenta del acoplamiento real de los cuerpos homoeróticos. Por
el contrario, Deleuze y Guattari no separan el deseo de lo material, sino que lo hacen
producir sus propios objetos. En vez de concebir el deseo como el representante psíquico de
los estímulos corporales (como pensaba Freud), o como la diferencia entre la necesidad y la
demanda (de acuerdo a Lacan), para ellos “el deseo no está asociado a la representación.
Con independencia de las relaciones subjetivas e intersubjetivas, ocupa sin más una
posición que le permite producir sus objetos y los modos de subjetivación que les
corresponden” (Guattari, 135). El deseo no tiene objeto ni sujeto, sino que es un flujo
material que se territorializa o se desterritorializa. 23 Asimismo, el deseo se inscribe al
interior de un régimen de semiotización. Este consiste en una semiótica a-significante que
opera mediante cadenas sintagmáticas, capaces de incidir directamente sobre sus
referentes, en una interacción diagramática o de inscripción. En esto se contrapone a las
semiologías significantes basadas en la articulación de cadenas significantes y contenidos
significados (como la lengua hablada de Lacan). Ejemplos de semiótica a-significante son
la escritura musical, los corpus matemáticos, las sintaxis informáticas. En todas ellas -al
igual que en el capitalismo- opera un diagramatismo, según el cual los sistemas de signos
trabajan directamente con las realidades a las que se refieren. Esto quiere decir que el

23
Al hablar de territorio, sigo a Guattari, quien lo define como “un sistema percibido en cuyo seno un sujeto
se siente «en su casa». El territorio es sinónimo de apropiación, de subjetivación encerrada en sí misma”. En
tanto sistema cerrado de subjetivación, el territorio siempre remite a un determinado código social, cultural,
material, libidinal; las formaciones sociales precapitalistas funcionaron en base a códigos territorializados. La
desterritorialización, por ende, corresponde al movimiento de apertura de un territorio, cuando los códigos se
abren y se descodifican, dando paso a líneas de fuga que pueden acabar completamente con el territorio, o
bien reterritorializarse y recomponer, desplazado, otro territorio (139).
26

referente u objeto es producido por la semiótica misma, al contrario de los sistemas


semiológicos, atrapados en la distancia insalvable entre significante y significado,
representación y objeto representado. En consecuencia, Deleuze y Guattari pueden decir
que la producción deseante constituye “lo Real en sí mismo” (Deleuze, 58). Un efecto de
este desplazamiento es la politización del deseo, pues ahora inviste no solo las relaciones
familiares, sino el conjunto del campo social-histórico (Deleuze, 63). Dicha politización
queda reflejada en los vínculos del homoerotismo con su contexto espacial y temporal,
narrados en los capítulos dos y tres.
Hasta aquí, mi caja de herramientas ha hecho uso de algunas proposiciones del
esquizoanálisis. Sin embargo, en concordancia con mi metodología “carroñera”, considero
productiva la reflexión de Lacan sobre el rol de la mirada en “El estadio del espejo”. En
efecto, observando de cerca el encuentro de dos cuerpos, estos evidencian el deseo que los
une. ¿Qué práctica corporal permite mostrar ese intercambio? En primer lugar, la mirada.
De acuerdo a Lacan, todo/a sujeto/a pasa por una etapa en la que, aún sin tomar
parte en los mecanismos del lenguaje, es capaz de elaborar la propia imagen de su cuerpo
como un todo organizado. Es el Estadio del espejo. Antes de eso, el/la sujeto/a “está más
próximo de la forma del otro que de su propia tendencia. El es originalmente colección
incoherente de deseos -ahí está el verdadero sentido de la expresión cuerpo fragmentado- y
la primera síntesis del yo es esencialmente alter-ego, ella es alienada” (Lacan, O seminario,
50). El bebé descrito en la escena aún no tiene una noción de sí mismo como un cuerpo
unitario. Es un cuerpo en parte unido al de su madre y en parte fragmentado. Esta situación
cambia al enfrentarse al espejo y al juego libidinal contenido en la mirada del otro. Primero
el espejo capta la mirada del bebé “porque en él hay un compromiso libidinal. Ese
compromiso libidinal no es del infans [el bebé], ya que él es dispersión, pura
fragmentación, colección incoherente de deseos, pulsiones desorganizadas. El compromiso
libidinal proviene de la mirada del otro que lo tentaculiza, que apresa su mirar y lo obliga a
detenerse en su conformación” (Quevedo, 30). Es la mirada del otro la que capta la
atención del bebé a través del espejo, la que canaliza el deseo y le permite al bebé
reconocerse a sí mismo como un cuerpo unitario. De esta suerte, en la mirada hay una
potencia deseante: “La infinita potencia del mirar del otro que capta al infans, le ofrece un
27

don y al mismo tiempo lo invocará como objeto, objeto del deseo del Otro. Así los varios
circuitos están lanzados y las posiciones también. Pero esta infinita potencia, se hace
potencia justamente porque marcada por una carencia, y el infans llamado como objeto,
será invocado como tal para tapar dicha carencia” (Quevedo, 31). El don ofrecido al bebé
por la potencia de la mirada es convertirse en un cuerpo organizado, objeto del deseo del
Otro, en camino a ser sujeto/a. Y esta potencia deseante es tal debido a que está -en el
esquema lacaniano- signada por la falta.
El “Estadio del espejo”, anteriormente descrito, revela la potencia de la mirada en la
canalización del deseo, potencia que me fue posible advertir en las prácticas homoeróticas
en el Santiago del período 1950-1973, y que es tratada en el siguiente capítulo. Si bien me
sitúo críticamente ante la noción del deseo marcado por la falta, incorporo a Lacan en la
medida que me permite esclarecer la práctica de la mirada. Esta queda así caracterizada
como un mecanismo privilegiado de comunicación erótica.
Si bien es un hecho histórico que el homoerotismo ha estado “desterrado”24 de la
cultura occidental, la importancia de estudiarlo crece en intensidad y profundidad, al tomar
nota de los trabajos feministas de Eve Kosofsky Sedgwick y Gayle Rubin, así como de
Freud y el mismo Ferenczi. En Epistemología del armario, Sedgwick deja en claro las
sutiles implicancias entre la cultura occidental moderna y los mecanismos del armario en la
definición (también moderna) de la “homo/heterosexualidad” (11). Mientras tanto, Rubin
indica cómo el tabú del incesto, constitutivo del parentesco y del complejo de Edipo,
presupone otro tabú, anterior a él: el tabú contra la “homosexualidad” (131). Esto significa
que las bases de la cultura se asientan sobre deseos homoeróticos reprimidos. Por su parte,
para Freud “aquello que se halla severamente prohibido tiene que ser objeto de un deseo”
(“Tótem y tabú”, 29). De esta suerte, la represión del homoerotismo en la cultura occidental
tendría como base un intenso deseo homoerótico. En Freud, el tabú del incesto aparece
precedido de una organización masculina que descansaba sobre prácticas homoeróticas:

Si los hermanos querían vivir juntos, no tenían otra solución que instituir -después

24
Perlongher señala: “Foucault ve el origen del cruising en el hecho de que la homosexualidad está
«desterrada» en la cultura occidental, lo cual impone «la repentina decisión de ir directo al asunto, la rapidez
con que consuman las relaciones homosexuales»” (El negocio, 141).
28

de haber dominado quizá grandes discordias- la prohibición del incesto, con la cual
renunciaban todos a la posesión de las mujeres deseadas, móvil principal del
parricidio. De este modo salvaban la organización que los había hecho fuertes y que
reposaba, quizá, sobre sentimientos y prácticas homosexuales, adquiridos durante la
época de su destierro [...] Nadie podía ni debía alcanzar ya nunca la omnipotencia
del padre, objeto de los deseos de todos (“Tótem y tabú”, 56-58).

En la misma línea se inscribe el trabajo de Ferenczi, para quien, si bien “el «complejo
homosexual» sucumbe ante el rechazo; sólo subsiste una pequeña porción de él bajo una
forma sublimada en la vida cultural del adulto, la cual desempeña un papel no despreciable
en las obras sociales, las asociaciones de amigos y los clubs” (pár. 14). De la conservación
del tabú contra la homosexualidad en nuestra cultura, 25 es posible deducir que el deseo
homoerótico perdura -reprimido- en todas las prácticas sociales. Esto conforma una parte
del argumento de Guy Hocquenghem, en El deseo homosexual. Tal y como aclaro más
arriba, el deseo “homosexual” es en realidad el deseo polimorfo que cada ser humano
produce desde la primera infancia. Como para la gran mayoría este deseo polimorfo u
“homosexual” se encuentra sublimado bajo la forma de heteroerotismo, Hocquenghem
considera que la cultura entera se sustenta sobre un deseo polimorfo, homosexual u
homoerótico. Esto puede apreciarse más fácilmente en los ambientes homosociales
masculinos, como los baños (Preciado, “Basura y género”; Halberstam, 47). Podría
aseverarse también que la gravitación del deseo homoerótico en la configuración de la
cultura, afirmada, en mayor o menor medida, por todos/as los/as autores/as aquí tratados, es
el tabú de la heterosexualidad obligatoria de Butler en El género en disputa.
Este tabú ha determinado, en conjunto con la epistemología del armario, entre otros
factores aún por explorar, que las relaciones homoeróticas hayan estado históricamente
condenadas al secreto. Este “reinado del secreto elocuente”, funciona como “la práctica
subjetiva en la que se establecen las oposiciones de privado/público, dentro/fuera,
sujeto/objeto y se mantiene inviolada la santidad de su primer término” (D.A. Miller cit. en
Sedgwick, 92). Siguiendo a Sedgwick, el secreto está indisolublemente ligado a lo privado,

25
Si bien los/as autores/as tratados/as se refieren al entorno cultural occidental, tomo prestados algunos
elementos que considero observables en el homoerotismo latinoamericano. Nuestras culturas son un
sincretismo entre elementos americanos y occidentales, situándose históricamente en una relación colonial
con Occidente, su antigua metrópoli.
29

entendido como lo que debe mantenerse oculto por su naturaleza peligrosa, bien escondido
dentro del clóset. En contraposición, la revelación está vinculada a lo público, a “salir del
clóset”. El secreto es en definitiva, para Sedgwick, el propio armario (100). Es preciso
aclarar que este esquema se refiere al grado de privacidad o publicidad de la vida erótica de
los practicantes de homoerotismo masculino, en un espacio (Estados Unidos) y un tiempo
(comienzos de los noventa) en que existió el margen de libertad para decidir “estar dentro”
o “estar fuera” del clóset. Sin embargo, el mismo esquema puede ser aplicable, con
reservas, a las prácticas realizadas en un espacio y un tiempo en que no había otra
posibilidad que la clandestinidad. Esta fue la realidad de las décadas de los cincuenta,
sesenta y primeros tres años de los setenta en Santiago de Chile. El deseo homoerótico no
tuvo posibilidad de manifestarse en público, a excepción de una sola vez. 26 Su materialidad
estuvo confinada a lo privado que es sinónimo de secreto, es decir, de clóset,
independientemente de que las prácticas homoeróticas de mi estudio involucren sólo
espacios públicos. En la acepción de Sedgwick, lo privado del secreto homoerótico tuvo
qué ver con la posibilidad de sustraerse a la mirada del otro heteroerótico. Tanto si el deseo
se desplegó al interior de una vivienda, un cine o el Parque Forestal, para que hubiese
encuentro, este tuvo que sustraerse de la mirada de un otro acusador. Mirada que debió
estar ausente para que los cuerpos pudieran acoplarse.
De esta suerte, en el Santiago de mi período de estudio, la epistemología del
armario, y el secreto que esta contiene, afectó las prácticas y los espacios públicos de
encuentro clandestino. Estos conformaron, a su vez, un trazo de la vida cultural
homoerótica de la capital. Es preciso recordar que los antecedentes de la distinción
feminista entre espacio público y espacio privado remiten a Engels y El origen de la
familia, la propiedad privada y el Estado. Siguiendo al autor, lo público corresponde al
ámbito de la producción y lo privado, al de la reproducción, caracterizados como masculino
y femenino, respectivamente (152). Lo público es también el terreno de la política, de la
ciudadanía y el espacio de socialización más importante . Lo público caracteriza, asimismo,
el conjunto de los espacios de encuentro homoerótico mapeados en mi investigación.
Algunos de estos fueron espacios de acceso totalmente gratuito, como la Plaza de Armas,

26
Dicha ocasión es desarrollada en el capítulo tres.
30

los puentes bajo el río Mapocho, las calles del centro urbano, cerros y parques. Otros
requirieron de un pago en dinero, sea para arrendar una pieza (como en los hoteles
parejeros o los prostíbulos), sea para tomar o comer algo (como en las bôites, bares o
cafés), o bien para disfrutar de algún servicio (cines y Juegos Diana). El secreto funcionó
dentro del espacio público, y en ese espacio público, como parte del juego erótico entre
masculinidades. Esto quiere decir que, a contrapelo del destierro social, las prácticas
homoeróticas usaron el espacio público para sus propios fines. Es bajo esta lógica que
Hocquenghem y Perlongher, entre muchos otros, relevan los encuentros en espacios
públicos como los mingitorios.27 En estas prácticas clandestinas, el deseo va más allá y
transgrede la división entre lo público y lo privado. Las prácticas homoeróticas, al convertir
espacios públicos en espacios de encuentro, contaminaron las fronteras entre lo público y lo
privado, “privatizando” lo público y “haciendo público” lo privado.
El destierro social del homoerotismo y su confinamiento al mundo del secreto le
llevaron a trazar, en el espacio de la ciudad de Santiago, esquemas de acción tácticos. A
diferencia de la estrategia, la táctica es el cálculo de acciones que no pueden tener un lugar
propio (De Certeau, L). De hecho, “lo «propio» es una victoria del lugar sobre el tiempo
[...] debido a su no lugar, la táctica depende del tiempo, atenta a «coger el vuelo» las
posibilidades de provecho. Lo que gana no lo conserva. Necesita constantemente jugar con
los acontecimientos para hacer de ellos «ocasiones»” (De Certeau, L). Las prácticas
homoeróticas se vieron obligadas a desenvolverse en el momento preciso, imprevisto y
fugaz. Su posición fue siempre la del débil, la de un deseo prohibido, que debía aparecer
invisible.
Además de conformar un intercambio libidinal táctico y signado por el secreto, la
experiencia homoerótica estuvo marcada, durante mi período de estudio, por la vergüenza,
la culpa y el fatalismo (G.D., Sánchez). Siguiendo nuevamente a Hocquenghem, vergüenza
y homoerotismo están tan fusionados uno en el otro, que la primera sólo existe en el
movimiento del segundo (64). Tal y como muestro en los capítulos dos y tres, el Santiago
del período 1950-1973 produjo gran cantidad de prensa ligada a crímenes de sangre entre
27
Hocquenghem señala: “El encuentro homosexual no se hace en el interior confinado de lo privado, sino al
aire libre, fuera, en los bosques y en las playas. El paseo del homosexual atento a todo lo que puede venir a
conectarse en su deseo nos recuerda lo que El anti-Edipo llama «el paseo del esquizofrénico»” (110).
31

homoeróticos. En parte debido a esto, el imaginario social continuó “focalizándose sobre


los grandes juicios de costumbres, sobre las revelaciones escandalosas en la sección
especial de los periódicos” (Hocquenghem, 64). Esto significó que el homoerotismo siguió
siendo sinónimo de vergüenza. Y también de culpa.
Sin duda ligada a nuestra matriz cultural católica, la culpa implicó vivenciar el
propio deseo como un crimen. “Y como los judíos son naturalmente antisemitas, el
homosexual es naturalmente hostil a la homosexualidad” (Hocquenghem, 66). Esta especie
de “homofobia homoerótica”, pudo escasamente haber contribuido a la generación de lazos
de solidaridad, entre los miembros del circuito de espacios de encuentro santiaguino. Por su
parte, el homoerotismo fue frecuentemente vivido como una fatalidad. Quizá, esto se debió
a la condena de soledad que llevó aparejada: “la condición homosexual se vivencia como
desgraciada porque su dispersión maquinal se traduce en términos de falta y de sustitución”
(Hocquenghem, 110).
Tenemos, hasta aquí, un homoerotismo polimorfo, clandestino, de accionar táctico y
marcado por la vergüenza, la culpa y el fatalismo; cuyas manifestaciones transgredieron lo
público y lo privado, y cuya represión fue y sigue siendo necesaria para el mantenimiento
de nuestra cultura de dominación masculina. En los capítulos dos y tres, movilizo este fértil
campo teórico utilizando, con fines estilísticos, diversos términos capaces de albergar su
riqueza. Varias veces, uso la palabra homoerótico, a secas, para referirme a los hombres
practicantes del homoerotismo. Pero quise ir más allá y hacer confluir mis intuiciones
teóricas con la sugerencia historiográfica según la cual, al momento de escribir sobre una
época, es conveniente utilizar sus mismas palabras. El resultado es que los “colas” y
“mostaceros” que accionan las imágenes de los capítulos dos y tres, fueron nombrados así
por las mismas fuentes primarias. Y ellos correspondieron, al mismo tiempo, a
masculinidades practicantes del homoerotismo. De esta suerte, a la vez que ambas palabras
dan cuenta de su contexto temporal de uso, involucran toda la apertura conceptual del
homoerotismo.
La palabra “cola” correspondió al vocablo más genérico, capaz de englobar a todas
las nomenclaturas que recubrieron las prácticas homoeróticas. Fue un término surgido al
alero del hampa y de los mercados del sexo capitalino de fines del siglo XIX (Contardo,
32

201-202). “Mostacero”, mientras tanto, es definido por Rivano como un joven “prostituto
de homosexuales” (498). Vaciando estos vocablos de sus contenidos denigrantes, he
querido ver en ellos su potencial discursivo para nombrar a los cuerpos practicantes de
homoerotismo masculino en el período de estudio. Tomándome, asimismo, cierta libertad
escritural, me permití utilizar alternativamente otros sinónimos derivados de “cola”:
“coliza”, “colipato”, además de “marica”; todos los cuales designan por igual a los cuerpos
homoeróticos del pasado. Ellos operan en un doble sentido: a) dando cuenta de la
multiplicidad de experiencias homoeróticas y, b) reivindicando el vocabulario popular
chileno con el fin de acercarse, quizá, a términos más honestos (latinoamericanos) para
autodesignar nuestra presencia en la historia. Se trata de una disección de las palabras en su
encuentro con la teoría. Vaciadas de su significado denigrante y luego rellenadas con
significados liberadores, múltiples. Estos le injertan fuerza performativa y afirmativa a
términos populares y chilenos, que me parecen, en definitiva, los más auténticamente
latinos.

Masculinidades

Estudiar el homoerotismo masculino es también estudiar el género. En ese sentido,


los estudios de la masculinidad comenzaron a mediados de los setenta en Estados Unidos,
directamente influenciados por la crítica feminista en torno al carácter construido de los
géneros (Kimmel y Messner, 15). Sus trabajos nacen como una forma de integrar la
siguiente consigna al ámbito del conocimiento académico: “to be a man is to participate in
social life as a man, as a gendered being. Men are not born, they are made” (Kimmel y
Messner, 15). La masculinidad como un constructo social, supone también la visibilización
de los mecanismos de dominación masculina (Bourdieu, 7-8).
Ahora bien, ¿qué define la masculinidad? La masculinidad es un proyecto28 de
género, sustentado en “fomentarle [al niño que está siendo masculinizado] unos

28
De acuerdo a Judith Butler, el género como proyecto fue esbozado, en primer lugar, por Simone de
Beauvoir. Ver “Variaciones sobre sexo y género. Beauvoir, Wittig, Foucault”, en Teoría feminista y teoría
crítica. Ensayos sobre la política de género en las sociedades de capitalismo tardío. Valencia: Ediciones
Alfons el Maghilnim, 1990.
33

comportamientos, de reprimirle otros y de transmitirle ciertas convicciones sobre lo que


significa ser varón” (Marqués, 18). La operación de la masculinidad tiene el fin de crear los
signos corporales que la cultura reconoce como propios de lo masculino. Esta definición
merece ser enriquecida con las intuiciones de Perlongher y Preciado. Para el primero, la
masculinidad consiste en “cierta «gramática» corporal hecha de signos, gestos,
indumentaria, toda una gama de elementos no verbales diferenciados” (El negocio, 186).
Esta gramática da forma a la actuación: es fácil reconocer a un michê -versión brasileña del
mostacero- porque su ropa resalta sus atributos “viriles” y jamás deja de toquetearse el
pene. Perlongher señala a la masculinidad como un conjunto de prácticas discursivas con
efectos materiales, en el sentido que también propone Butler (El género, 256).29
Para Preciado, la masculinidad es una tecnología de género, es decir, “el conjunto de
instituciones y técnicas, desde el cine hasta el derecho pasando por los baños públicos, que
producen la verdad de la masculinidad y la feminidad” (“Basura y género”). La autora
considera que pensar la masculinidad desde la existencia “biológica” del pene, sólo es
situar al pene en el centro de la definición de lo masculino. Ella repudia esta asociación
pene=masculinidad -que, sin embargo, tuvo asidero real en mi período de estudio- porque
pretende abrir el campo de lo vivible, hacia un mundo de tecnologías sin género. Y si bien
el pene es un órgano real, no es posible mencionarlo sin citar la “sobrecodificación” que lo
constituye en nuestra cultura. Con sobrecodificación, me refiero a que dicho órgano está
saturado de significaciones, que lo hacen sinónimo del poder. Esto significa que no existe
una esencia de lo masculino, y que el pene sólo ha sido el órgano sobre el cual se ha
sustentado, histórica y arbitrariamente, la elaboración cultural de la masculinidad. Esta
podría, en el futuro, sobrecodificar otro órgano cualquiera. No obstante, mi estudio se sitúa
en el pasado y, por ende, está obligado a reconocer y utilizar la asociación “cuerpo-con-
pene=masculino”, pues los cuerpos narrados fueron socializados como masculinos debido,
precisamente, a que nacieron con pene. Esto no quiere decir que yo apoye la centralidad del

29
Para Butler, el género -y, por ende, también la masculinidad- es el producto de una serie de “actos, gestos y
deseo [que] crean el efecto de un núcleo interno o sustancia, pero lo hacen en la superficie del cuerpo […]
dichos actos, gestos y realizaciones […] son performativos en el sentido de que la esencia o la identidad que
pretenden afirmar son invenciones fabricadas y preservadas mediante signos corpóreos y otros medios
discursivos” (El género, 256).
34

órgano sobrecodificado “pene” en la definición de lo masculino. Por el contrario, mi fin es


evidenciar y criticar su importancia como parte del régimen de producción del género
masculino, durante mi período de estudio.
Lo masculino está firmemente asociado al ejercicio del poder. La socialización de
género, al mismo tiempo que aumenta las diferencias entre lo masculino y lo femenino,
minimiza las distinciones al interior del colectivo de hombres o de mujeres. Estas prácticas
no son estáticas, la masculinidad está en constante configuración de las prácticas que la
conforman: permanentemente reelabora los moldes que nadie logra llenar del todo. Porque
“la masculinidad, así como la feminidad, siempre está asociada a contradicciones internas y
rupturas históricas”, según cómo se articulen en cada una el deseo y las relaciones de poder
(Kimmel y Messner, 37).
Siguiendo a Connell, la multiplicidad de masculinidades establece distintas
relaciones entre sí: de hegemonía, subordinación, complicidad y marginación. La
masculinidad hegemónica “ocupa la posición hegemónica en un modelo dado de relaciones
de género, una posición siempre disputable” (39). Dado que es hegemónica, en sí misma
contiene los fundamentos de la aceptación por parte de los hombres -y también de las
mujeres- de la dominación masculina y de las normas de género que su posición dominante
les exige encarnar. El autor también señala que “la hegemonía es probable que se establezca
sólo si hay alguna correspondencia entre el ideal cultural y el poder institucional” (40). De
esta suerte, son los empresarios, militares y gobernantes quienes despliegan en conjunto
una masculinidad hegemónica, dado que recurren a la autoridad -y no a la violencia directa-
para inscribir su posición. Sin embargo, la hegemonía es históricamente móvil y está
permanentemente sujeta a juegos de poder.
Si los hombres que estrictamente ponen en práctica la masculinidad hegemónica son
más bien la minoría, el común de los hombres obtiene un dividendo patriarcal de la
dominación masculina (Connell, 41). Esta es la ventaja que las masculinidades obtienen
como producto de la subordinación general de las mujeres, por lo que crean relaciones de
complicidad con dicha subordinación. Y si bien los hombres ejercen como un todo la
hegemonía -en términos de dominación cultural- sobre el colectivo de mujeres, también
existen relaciones de dominación y subordinación al interior del colectivo masculino. Es el
35

caso de las masculinidades homoeróticas, subordinadas a las heteroeróticas por un conjunto


de prácticas discursivas excluyentes y denigrantes.
Jorge Pujado, en su libro Los regios del Santa Lucía, señala citando a Connell:

...en este juego de relaciones e identificaciones que se dan entre los géneros, existen
redes de poder, que están otorgando hegemonía a las masculinidades respecto a las
femineidades y a la masculinidad heterosexual respecto a la homosexual (se asume
que existe una masculinidad homosexual). Entonces, la cuestión de la identidad de
género homosexual, entendida no como un "tercer género", o como el género
homosexual, sino como un posicionamiento particular ante las configuraciones de
género dadas, sería un constante proceso de negociación entre la identidad de
género masculina hegemónica y esta otra masculinidad (73).

Las disimetrías de poder entre los géneros son solidarias de la hegemonía que disfruta la
masculinidad heteroerótica, así como también de la posición subordinada, incluso marginal,
de la masculinidad homoerótica. En ese sentido, ¿cuál fue la masculinidad vivida por los
cuerpos que pueblan mi estudio?
Estos cuerpos vivieron en la encrucijada de la masculinidad, transitando por el
género y haciéndolo inestable con sus prácticas. Concretamente, entre 1950 y 1973, tener
un cuerpo con pene era suficiente para ser socializado en la masculinidad (y ser formado en
el alto valor de la violencia, por ejemplo).30 Los signos de la masculinidad estaban (y están)
firmemente asociados al poder. De esta suerte, todos los “colas” y mostaceros fueron
socializados en el ámbito de lo masculino. Entonces, se trató de cuerpos masculinizados
pero que no cumplieron con: a) tener deseos exclusivamente heteroeróticos, y b) los
prototipos gestuales y discursivos de la masculinidad hegemónica. Fueron masculinidades
subordinadas, de segunda categoría en el rango de las masculinidades, por producir un
deseo abyecto e innombrable. Su nivel de marginación estuvo en directa relación con su
cercanía o lejanía de los modelos gestuales y discursivos de la masculinidad hegemónica.
Es decir, con su “grado de afeminamiento”. Si fueron cuerpos cuyos gestos y discursos se
acercaron a lo culturalmente “aceptable” de lo masculino, de seguro fueron escasamente
marginados. Pasaron “piola”, no se les “notó”. Es el caso de muchos “padres de familia”

30
Ver el trabajo de Michael Kaufman, “Las siete P's de la violencia de los hombres”. Disponible en
<www.ifi.uio.no/~eivindr/iasom>.
36

asiduos a espacios de encuentro homoerótico. En cambio, las “yeguas sueltas” fueron las
más relegadas, debido a su lejanía de los ideales de masculinidad chilena y
latinoamericana. 31 De esta suerte, los cuerpos homoeróticos que habitan mi estudio vivieron
en la encrucijada de la masculinidad. Por un lado, la transgredieron y, con ello,
evidenciaron sus mecanismos. Y por otro lado, la desearon y se hicieron parte -hasta donde
pudieron- de sus reglas. Es esta la masculinidad homoerótica presente en las escenas de los
capítulos siguientes. Cuerpos que, asignados al género masculino y socializados como tales,
quebraron sus reglas básicas al desear a otro de su mismo género, junto con alejarse de la
gestualidad masculina hegemónica. Por esto, es posible afirmar que los “colas” y
mostaceros santiaguinos del período de estudio viajaron, en mayor o menor medida, por el
género, desestabilizándolo con sus prácticas.
El vaivén del deseo a través del género es retratado por Pujado. El autor presenta las
prácticas homoeróticas en una “relación pendular” entre lo masculino y lo femenino (73).
De una parte, “los homosexuales siempre tienen un nexo (engagement) con el género
masculino dominante, que se da inevitablemente en los procesos de socialización primaria
y secundaria” (Connell cit. en Pujado, 75). Dicho nexo se ve reflejado, por ejemplo, en los
prejuicios sexistas que impregnan sus relaciones diarias, como la valoración del rol
“activo” durante la relación sexual. De otra parte, muchos homoeróticos “marcadamente
femeninos”, ejercen ese rol no porque esté intrínsecamente asociado a su deseo, sino
porque es la lectura que ellos hacen de la presión social masculinista (Pujado, 74).
Es preciso aclarar, también, que la masculinidad homoerótica que acabo de
conceptualizar incluyó desde la masculinidad de un rudo “padre de familia” con
inclinaciones homoeróticas, hasta la masculinidad de los mostaceros travestidos de la Plaza
de Armas de Santiago. Mi estudio no pretende indagar en el “grado de masculinidad” de los
cuerpos, ni en las nomenclaturas internas de la cultura homoerótica, sino en sus prácticas y

31
La masculinidad latina es aquella definida por Jorge Pujado: “En el caso específico de la cultura latina, los
fundamentos de honor que la han sostenido históricamente impiden cualquier sensualización de las
interacciones entre hombres. La masculinidad se construye en profunda relación con un tipo de agresividad
fálica mediante la cual se somete y se compite sexualmente por la mujer, y a través de la que se intenta
someter a otro hombre, más simbólica que realmente. Esta agresividad se hace evidente en la construcción del
lenguaje, que denota como pérdida grave, irrecuperable, mancilla definitiva, al objeto del «tomar por culo», o
ser un «culiao» (Los regios del Santa Lucía, 69).
37

espacios de encuentro. Haber practicado el homoerotismo es razón suficiente para ser


incluido en esta investigación. Y tanto los bodegueros “colas” de la Vega Central, como las
travestis “mostaceras” del barrio San Camilo, fueron cuerpos que compartieron una
socialización al interior de lo masculino. Y al mismo tiempo, transgredieron dicha
socialización, en tanto masculinidades atravesadas por el deseo homoerótico.

Santiago, capital de Chile

Las masculinidades homoeróticas de mi estudio habitaron diversos espacios


públicos del centro de Santiago de Chile, durante mi período de estudio. Si el lugar es, para
De Certeau, “el orden (cualquiera que sea) según el cual los elementos se distribuyen en
relaciones de coexistencia”; el espacio es “un lugar practicado. De esta forma, la calle
geométricamente definida por el urbanismo se transforma en espacio por intervención de
los caminantes” (129). Esto significa que hay espacio cuando las prácticas intervienen el
lugar. Las prácticas crean los espacios, porque estos se conforman de los vectores de
dirección, de velocidad y de tiempo diagramados por los cuerpos en acción (129).
Conviene señalar que los espacios homoeróticos santiaguinos, entre 1950 y 1973,
vivieron también el proceso de modernización que experimentó la capital durante el mismo
período. Dicho proceso fue acompañado del crecimiento demográfico más acelerado de
toda su historia. Este último estuvo directamente vinculado a una intensa migración campo-
ciudad. Mientras el censo de 1952 arrojó la cifra de 1.350.409 habitantes, el de 1970
contabilizó 2.861.900 personas (De Ramón, 197). Es decir, en 18 años la población de
Santiago aumentó a más del doble. La gran mayoría de los nuevos habitantes de Santiago se
estableció en la periferia urbana, dando origen a cientos de “poblaciones callampas”:

Los años '60 fueron tiempos de levantamiento de ranchos y nuevos asentamientos


populares. Los “sin casa” se habían organizado y se produjeron tomas de terreno
masivas, tanto como creación de cooperativas. Santiago se dibujó de habitaciones
populares improvisadas. Territorios antes callados y solitarios comenzaron a hablar
lengua de campo y balde de agua (Illanes, 434).

De acuerdo a De Ramón, en 1960 un tercio de los pobladores de Santiago habitaba en esta


38

periferia (242). En 1970, en cambio, uno de cada cuatro santiaguinos fue definido en
situación de “marginalidad”, por los organismos de la época (244). Toda esta gran masa
pobladora sufría de problemas similares, como

insuficiente o inexistente urbanización (pavimentación, agua, luz, alcantarillado),


escaso o nulo equipamiento comercial, educacional, de salud y recreación. Al
mismo tiempo, soportaban también una situación de hacinamiento que ponía a los
índices de bienestar muy por debajo de los mínimos exigibles (242).

A esta precariedad vital, se sumaba una miseria tan extrema que muchos/as pobladores/as ni
siquiera contaban con el dinero suficiente para pagar el transporte público hacia el centro
urbano. Sin embargo, es factible que la gran mayoría de los mostaceros que accionaron los
mercados del sexo homoerótico, proviniesen de las comunas periféricas de la ciudad: La
Cisterna, La Florida, La Granja, Renca, Conchalí y Pudahuel (242-43).
Por su parte, el centro histórico de la ciudad, antigua residencia de la oligarquía,
vivió durante el período un deterioro cada vez más acusado. La clase alta, que desde
comienzos del siglo XX venía migrando desde el centro a las nuevas comunas del sector
oriente, terminó de abandonar sus mansiones (De Ramón, 219). Estas fueron habitadas por
marginales urbanos, que compartieron el espacio del centro de la ciudad con la clase media,
y con burgueses habitantes del (antiguo) barrio Bellas Artes (De Ramón, 234; Contardo,
243). Si a esto sumo la población flotante que a diario acudía (y aún acude) al centro para
trabajar, estamos ante un paisaje humano que incluyó a todas las clases sociales y a todos
los personajes urbanos.
Es preciso recordar que el deseo homoerótico fue un flujo que se territorializó y
desterritorializó en dicho escenario. Esto quiere decir que el homoerotismo, siempre
nómade y táctico, se apropió continuamente de lugares de la ciudad y se territorializó en
ellos, haciéndolos sus espacios. Al mismo tiempo, viajó incansablemente por la urbe,
muchas veces sin rumbo fijo, deshaciendo sus territorios, desterritorializándose y
recomponiendo, en otro sitio, un nuevo territorio. Fue la micropolítica de un deseo
polimorfo, que resignificó la ciudad para sí y constituyó su propio mapa.
39

El período 1950-1973

El homoerotismo masculino santiaguino presenció, durante el período 1950-1973,


las presidencias de González Videla (1946-1952), Ibáñez (1952-1958),32 Alessandri (1958-
1964), Frei Montalva (1964-1970) y Allende (1970-1973). Sin embargo, para entender a
cabalidad las características de mi período, es necesario ir más atrás, hasta 1924. Ese fue el
año en que, de acuerdo a Illanes, empezó a conformarse el “Estado Asistencial Sanitario”
(En el nombre del pueblo, 273). Este transformó al estado en motor de progreso de la
nación, a través de la provisión de servicios educativos, sanitarios, de vivienda y de
pensiones para el mundo popular y medio organizado (En el nombre del pueblo, 379).
Dicho modelo de estado, primó durante todo el período 1950-1973.
En los cincuenta, Chile vivió una época de crisis del modelo económico asociado el
“Estado Asistencial Sanitario”, denominado Industrialización y Sustitución de
Importaciones (ISI), y promovido por los gobiernos de los frentes populares (1938-1952).
Tal proyecto hizo crisis por la incapacidad económica del estado de satisfacer la oleada de
demandas sociales, que se sucedieron a lo largo de toda la década. Fue un período de alza
permanente del precio de los artículos de consumo básico, de congelamientos de precios y
salarios, de hambre cotidiana, y de masivas protestas populares, sucedidas de represión
política (En el nombre del pueblo, 408-409). El movimiento sindical de todo el período
1950-1973 se encontraba, asimismo, altamente organizado y unificado en la Central
Unitaria de Trabajadores (CUT). Esta realizó periódicos paros generales. Por otro lado,
hasta 1958 el Partido Comunista vivió fuera de la legalidad. La década de los cincuenta fue
también un período de ampliación de la matrícula pública, de rápida urbanización y de
ampliación del electorado que, sin embargo, sucumbió ante el populismo ibañista en 1952.
En 1958, al final de ese gobierno, el mapa político se tercerizó en derecha (conservadores y
liberales), centro (democratacristianos) e izquierda (socialistas y comunistas).
Los conflictos desatados durante los cincuenta no fueron resueltos. La década de los
sesenta asistió

32
Mi estudio no considera el mito de los homoeróticos lanzados al mar durante la dictadura de Ibáñez (1927-
1931).
40

al derrumbe de la capacidad por parte del Estado de neutralizar política y


socialmente los daños humanos y económicos de la ya vieja tragedia capitalista. La
legislación social y provisional junto a la movilización militar y de la
intelectualidad médica que en 1925 habían logrado sortear la crítica situación social
y política de los años '20, era una vía no sólo imposible de reeditar, sino que, peor
aún, ella misma vivía su propia tragedia histórica. Por todas partes hacía agua el
Estado Asistencial y de Seguridad: deficitaria la previsión social, con graves
problemas la atención hospitalaria, incapacidad del Estado de responder a las
demandas de vivienda popular, enorme deserción escolar, falta de salida viable a
los conflictos laborales, etc. (Illanes, En el nombre del pueblo, 431).

Junto con la agudización de las problemáticas sociales asociadas a la crisis económica, el


país experimentó una explosión demográfica. La población chilena pasó de 5.933.000
habitantes en 1952, a 7.628.000 habitantes en 1960 (432). Esta fue acompañada de una
masiva migración campo-ciudad, sobre todo a Santiago, que vio crecer su área urbana de
manera descontrolada (De Ramón, 241-42; Illanes, 432). Al comienzo de la década,
escasamente pudo el gobierno gerencial de Jorge Alessandri hacerse cargo de las
condiciones materiales de la nación: “Alessandri, que había asumido el poder con un tercio
de los votos, fue la expresión de un gobierno desfasado respecto del proceso social
desencadenado en la historia de Chile desde hacía ya varias décadas” (Illanes, 444). El
avance de los sesenta presenció la instalación de un gobierno demócratacristiano, y la
proliferación de concentraciones políticas y de protestas contra la inflación. Estas fueron, a
su vez, signos de la democratización de la sociedad y de una intensidad cada vez mayor en
la ocupación del espacio público. Un síntoma del avance de las libertades individuales,
sobre todo entre la juventud, fue la popularización de la anticoncepción (Illanes, 458). A
fines de los sesenta, el proceso de demandas sociales y políticas se aceleró (Correa, 233).
Esto levantó “exigencias de mayor participación y mayor información”, viviéndose “un
momento intenso en el mundo de la cultura popular y de la comunicación de masas” (233).
Mientras la revolución sexual y el movimiento hippie recorrían Estados Unidos y Europa
occidental, Chile se preparaba para su propio experimento político radical, conforme a su
historia colonial y latinoamericana: la Unidad Popular.
El período 1950-1973 fue heredero, en cierta medida, de los modelos de
masculinidad obrera y popular promovida desde el estado durante los gobiernos de los
41

frentes populares (1938-1952). Rosemblatt indica que, en ese período,

diversos aparatos estatales -y las instituciones médicas y de seguridad social, en


particular- intentaron asegurar la “constitución adecuada” de las familias chilenas, y
de las familias pobres en especial. Estos aparatos no sólo trataron de imponer
ideales de género, sino también asegurar, dentro del mundo popular, conductas
consistentes con esos ideales. Las reformas materiales y morales de las relaciones
de género que emprendieron estaban estrechamente ligadas a su forma de hacer
política, a su proyecto para reformar el Estado y a su definición de identidad
nacional (182-83).

Una masculinidad proveedora y buen padre de familia, y una feminidad al cuidado del
hogar y de los hijos, fue el modelo de hogar bien constituido promovido durante los frentes
populares, y cuyos efectos se evidenciaron durante los cincuenta, sesenta y comienzos de
los setenta, incluido el gobierno de la Unidad Popular (Contardo, 274). 33
Asimismo, durante los veintitrés años de mi período de estudio, el “Estado
Asistencial Sanitario” tuvo particular interés por la salud del pueblo. Por ello, no es casual
que en el año 1952 se aprobara el proyecto de reforma de la Ley del Seguro Obligatorio.
Este creó, entre otras instituciones, el Servicio Nacional de Salud (SNS) (Illanes, 380-90).
Dicho organismo fue el encargado de colaborar con el progreso nacional a través del
saneamiento del cuerpo del pueblo:

Para el grupo médico, la base de realidad del proyecto descansaba, en buena


medida, en el estado de salud de la población. Chile contaba entonces con
5.200.000 habitantes. Una población sana y con una atención y curación efectiva
era el fundamento del trabajo y por ende del salario y de la 'imposición'. La salud
era la base de la seguridad. La vía de la reforma se jugaba en los cuerpos. La
política, la economía y quizás hasta la mentalidad ideológica dependería de la
clínica y la biología. Era la bio-política en acción. La clase política quedaba
fuertemente amarrada al estamento médico (Illanes, 386).

La salud del pueblo se convirtió, durante los cincuenta, en la base material sobre la que se
sustentaría no sólo el trabajo obrero, ni el ahorro de pensiones de vejez, sino el progreso de

33
Contardo indica que “la virilidad parecía ser un asunto sumamente importante en «la vía chilena al
socialismo» [...] La Unidad Popular, la izquierda y los periódicos cercanos al Gobierno exaltaron hasta el
golpe de Estado una idea de «hombría» nada de revolucionaria, sino más bien conservadora, moralista y en
extremo violenta en contra de los homosexuales” (274).
42

la nación. Esto fue, a su vez, síntoma de la consolidación de la biopolítica en el continente


latinoamericano (Foucault, Historia de la sexualidad 1, 131-135).34
En este contexto, no es casual que el Servicio Nacional de Salud tuviera la función
de lidiar con los cuerpos “infectos” de la sociedad, cuerpos homoeróticos incluidos. Junto a
la Brigada de Delitos Sexuales, fueron los dos principales organismos estatales de
disciplinamiento y normalización sexual (Vea, 26-04-73).
Durante todo mi período de estudio, el estado tuvo con respecto al homoerotismo
una política de represión y prevención sanitaria: “el problema de la homosexualidad se
aborda en Chile desde dos ángulos prácticos: represión y prevención sanitaria. Se protegen
más las buenas costumbres, la moral, y se evita que la prostitución de invertidos provoque
peste de enfermedades venéreas”, respondía el comisario Alfredo Reguel, Jefe de la
Brigada de Delitos Sexuales en 1973 (Vea, 26-04-73). Mientras tanto, ¿qué escribía el
doctor Correa en 1941? Las conclusiones de su tesis son esclarecedoras:

1.- La Homosexualidad es un problema médico-social en nuestra capital, que debe


ser encarado por la autoridad sanitaria.
2.- La Homosexualidad es una perversión del instinto en un cierto número de
individuos, en los cuales es el resultado de una alteración congénita que se
exterioriza más o menos tempranamente durante la evolución del sujeto, pero sobre
una base psíquica anormal.
3.- Al lado de estos casos, hay un número más o menos grandes de pervertidos, que
más bien llamaremos perversos, entre los que la Homosexualidad se practica como
un vicio, y aún más, como un medio de ganarse la vida.
4.- En nuestra capital existe la Homosexualidad como vicio, es decir, en la forma de
"Prostitución Masculina", sin que exista ninguna reglamentación sanitaria al
respecto.
5.-La perversión homosexual se inicia a edad de muy precoces de la vida de los
individuos, aún antes de la pubertad, siendo el resultado, la más de las veces, de
una inducción o intimidación por parte de un invertido habitual.
6.- Los niños que están más expuestos a adquirir dicho vicio, son los de las clases
proletarias, por la falta de ambiente social familiar, la facilidad de entregarse a la
vagancia y adquirir malas compañías y la dejación, por ignorancia, de parte de sus

34
De acuerdo a Foucault, “habría que hablar de «biopolítica» para designar lo que hace entrar a la vida y sus
mecanismos en el dominio de los cálculos explícitos y convierte al poder-saber en un agente de
transformación de la vida humana” (Historia de la sexualidad 1, 135). Dicha biopolítica, desarrollada en
Europa desde el siglo XVIII, “se centró en el cuerpo-especie, en el cuerpo transido por la mecánica de lo
viviente y que sirve de soporte a los procesos biológicos: la proliferación, los nacimientos y la mortalidad, el
nivel de salud, la duración de la vida y la longevidad, con todas las condiciones que pueden hacerlos variar”
(131).
43

padres para enviarles a la escuela y ejercer sobre ellos durante el interesante


período de la vida infantil que es la pubertad, una vigilancia estricta, tanto en sus
actividades como de sus problemas psicosexuales.
7.- La Sociedad debe velar por evitar la creación de estas perversiones sexuales en
la infancia, que es la edad más propicia para la adquisición de esta perversión como
hábito, mediante una educación sexual sistemática y científica para el adulto, a sus
hijos, con lo que conseguiremos, a la vez que la prevención de muchas
enfermedades, un mejoramiento de la Raza.
8.- No todo invertido sexual debe caer bajo el peso de la Ley, como lo sostienen
muchos Códigos Penales, sino que deben recurrir al médico, para que este actúe
con el tratamiento adecuado, tratando de corregir el hábito pervertido.
9.- La Sociedad debe cuidar el desarrollo del niño e instruirle para que llegue a ser
un individuo útil, y debe ilustrarle para impedir que se desarrolle en él, el hábito
perverso, si es que se trata de un predispuesto y en todo caso, evitar que sea presa
de los individuos que ya poseen una inversión más o menos desarrollada (53-4).

La primera conclusión es prístina: El homoerotismo es un “problema médico-social”, y


tratarlo corresponde a la “autoridad sanitaria”, encarnada en el estamento médico. Luego
procede, en las conclusiones dos, tres y cuatro, a hacer una nomenclatura del “problema de
la homosexualidad”. Esta separa a la “perversión del instinto”, resultado de “una alteración
congénita” (pero adosada, sin que se sepa cómo, sobre una “base psíquica anormal”); de los
“perversos” y viciosos que practican el homoerotismo como medio de ganarse la vida.
Estos últimos son los que dan vida a la existencia de “Prostitución Masculina” en Santiago.
Luego Correa menciona la supuesta importancia de la figura del “inductor”, “invertido
habitual” que actuaba sobre todo con niños de las “clases proletarias”. El médico evidencia
su preocupación por el cuerpo del pueblo, el que debía desarrollarse, por su propia salud, en
una familia con roles de género claramente delimitados (Rosemblatt, 183). Para él, la
sociedad debía defenderse de estas “perversiones”, mediante una educación sexual
“sistemática y científica”, con lo que se conseguiría prevenir enfermedades y, finalmente,
“un mejoramiento de la Raza”. La medicina debía tomar a su cargo esta tarea, y no el
aparato legal, puesto que el homoerótico ya no es más un delincuente, sino un perverso
producto del hábito. Esto significa que la prevención sanitaria, como estrategia de abordaje
del “problema de la homosexualidad”, parecía encontrarse bastante consolidada en 1941.
En esto concuerda María Angélica Illanes (273).
Por su parte, la represión policial hacia las manifestaciones homoeróticas fue una
práctica institucionalizada, sobre todo al interior de la Policía de Investigaciones. En el
44

período 1950-1973 el artículo 365 del Código Penal, que castigó expresamente el delito de
sodomía, entró en desuso. La represión policial se basó en el artículo 373 del Código Penal,
sobre ofensas a la moral y las buenas costumbres (Fernández, Historia, 16). El
homoerotismo fue considerado, indiscutidamente, una práctica que atentó contra la moral;
por lo que vestir estrafalario, darse afecto en público o simplemente bailar entre hombres al
interior de un recinto cerrado, pudo ser causa de detención (Contardo, 335). La Brigada de
Represión de Delitos Sexuales de la Policía de Investigaciones tuvo fichas de todos los
“colipatos” que alguna vez habían sido detenidos, y supo perfectamente cuáles eran los
espacios de encuentro homoerótico, fuesen estos sitios de captura, de sexo tarifado o sexo
gratuito (G.D.; Monique; Rivano, 267; Vea 26-04-73). Una vez presos, los “colas” fueron
sometidos a golpizas y tratos humillantes, siendo retenidos durante horas o tal vez días.
Antes de ser soltados, fueron rapados al cero (Rivano, 261 y 265). Si el aparato judicial se
ensañaba, podían ser culpados del delito de ofensas a la moral y pasar 61 días en la cárcel
(Monique; Contardo, 241; Robles, 11-12). Esto se enmarcó en la (bio)política de represión
y prevención de males sociales implementada por el “Estado Asistencial Sanitario”:
La ansiedad de los personeros del poder con respecto al homoerotismo, pudo haber
sido incrementada por la publicación, a fines de los cuarenta, del informe Kinsey (VI).
Junto con destacar que sólo el cinco por ciento de la población tiene deseos exclusivamente
homoeróticos, propone que “casi la mitad (46%) de la población practica actividades
heterosexuales y homosexuales a la vez, o reacciona psíquicamente respecto a personas de
los dos sexos” (Hocquenghem, 23-24). El hecho de que casi la mitad de la población
pudiese ser calificada de “bisexual”, fue una inquietante conclusión que pudo haber
reforzado la homofobia de quienes conocieron el informe.
De acuerdo a las evidencias presentadas, la política de represión y prevención
sanitaria contra el homoerotismo tuvo continuidad a lo largo del período 1950-1973. De
esta suerte, existió un “doble corte” -legal y médico- del deseo homoerótico, orquestado en
torno a dos instituciones, una de ellas dependiente del estado y la otra fuertemente
vinculada a él: la policía y la ciencia médica. Incluso, es posible sugerir que la represión y
prevención sanitaria funcionó desde los años veinte. Y sus efectos fueron vividos por
muchos homoeróticos, sobre todo aquellos que participaron, de una forma u otra, de
45

mercados del sexo.


De forma paralela a los designios estatales, y en medio del mar de “poblaciones
callampas” de la periferia urbana (que se multiplicaron a lo largo de todo el período 1950-
1973), el centro de la ciudad gozó de una variada vida artística e intelectual, conocida como
la bohemia. Esta comenzó a fines de la década de 1930 y continuó, con altibajos, hasta el
golpe de estado cívico-militar de 1973 (De Ramón, 201). De esta suerte, mi período de
estudio comienza con la bohemia ya instalada en su principal escenario: el centro de
Santiago con sus cafés, bares, boîtes, prostíbulos y teatros de revista:

La bohemia no era más que pequeños grupos de hombres y mujeres congregados


en bares y cafés con la excusa de hablar sobre arte y literatura. Un poco ingenuos y
un poco esnobs. La mayoría eran jóvenes que buscaban hacer de Santiago su
propio París, dibujando una escena de intelectuales que se agrupaban como una
comunidad de espíritu nuevo, recorriendo la ciudad y animándola gracias a un par
de boliches y a la voluntad de esa reducida manada [...] ya en la mitad del siglo los
artistas se habían volcado a la calle como lugar de reunión, sobreviviendo a punta
de encargos ocasionales de diarios y editoriales, bajo el alero del Estado a través de
la Universidad de Chile, y en una ciudad que apenas soñaba con ser metrópoli
(Contardo, 222-23).

Este pequeño grupo de artistas e intelectuales dio vida a una suerte de apropiación
productiva del entorno urbano, haciendo del espacio santiaguino un lugar propio (De
Certau, LII). Probablemente, la bohemia emergió de las voluntades de un puñado de
personas, artistas e intelectuales de estado, quienes fueron sus primeros impulsores. Pero
esta bohemia pronto creció y se extendió, a lo largo de los cincuenta, sesenta y primeros
tres años de los setenta (G.D.). A ella se unieron cuerpos no necesariamente artistas ni
intelectuales, sino provenientes de un gran espectro social que abarcó políticos, prostitutas,
“maricas”, “borrachines” y “hampones”. Todos entremezclados en la juerga que multiplicó
espectáculos por la capital.
Pronto la bohemia tendió puentes con las marginalidades urbanas, como el ambiente
de las “locas”. Según el libro de Contardo, demasiado enfocado en personajes ilustres, “la
bohemia de los años cincuenta estableció un puente con la marginalidad del mundo gay a
través del arte” (223). De esta suerte, los espacios de reunión de la bohemia se convirtieron
también en espacios de encuentro homoerótico (Fernández, Homosexualidad, 10).
46

A lo largo de este capítulo he construido el dispositivo teórico, espacial y temporal


que me permitirá indagar, en los capítulos siguientes, en el homoerotismo masculino en
Santiago de Chile entre 1950 y 1973. Este me permitió observar cómo la cultura
homoerótica se desarrolló en el secreto, a partir de la clandestinidad de un deseo compartido
entre masculinidades. Debido a ese mismo secreto, en esta cultura los mecanismos de
encuentro tuvieron un estatus particular. Sin ellos no hubo satisfacción sexual posible, ni
tampoco espacios susceptibles de ser colonizados. De ahí que el relato de los espacios de
encuentro homoerótico entre 1950 y 1973 en Santiago de Chile (organizado en el capítulo
tres) requiera de un discurso anterior: el panorama de cómo ocurrieron esos mismos
encuentros. Sin una perspectiva de las prácticas de captura, no puede haber mapa del deseo
homoerótico alguno.
Capítulo II

Prácticas de captura

Trottoir
Si a la pelambre de los güeldos lía, caparazón de anís, la sobreceja,
enarca sus trebejos un aceite de alambre. El encarnado pie, si avanza,
atrácase, en la remolina de los pliegues, en los pegasos de limozul
asaetinados en el brete, que se emberretan en el vuelto: el derrame
de flejos sobre las cejas almendradas. Almena, almena da a
castillo sobreceja que si líquenes vierte sesgo aceza. Jadea, en esa
almena, el castillejo regodeante, el zalameo de las tejas en el peje
jaspeado del alambre. El cinto, de las cinchas, en el empeine terciopelo
casca las limbas del jabón. El vierte, si prepucio, sobre la lima azul
el atorrante jopo de la jarcia, el limonero de la leche en el dije de
chambre. La chambona, campera, campechana, si se olvidaba la
campana, era por acezar las ristras del jadeante, esterillarlo en cremas
de calambre, en paniazul nostalgia paniaguada de un desagüe
rellano. En esa incertidumbre, vespertina, del jadeo al masaje,
del raye de Luis XV en la manguera de la calle, jopo, esa aspereza de la
chapa, guiño, el parpadear errante y fijo. Renguea al ramonear la
pestaña de nylon de la mirada que se aplasta.
Néstor Perlongher

En este capítulo, describo las prácticas compartidas que permitieron a las


masculinidades homoeróticas encontrarse en el espacio público de Santiago de Chile,
durante el período 1950-1973. En esos años -y también en la actualidad- fue habitual que
los homoeróticos nos reconociéramos entre nosotros. Muchas veces, contándole historias a
amigos y amigas de preferencias heteroeróticas, ellos/as me preguntan “y los cola... ¿se
cachan entre ellos?”. Entonces siempre les hablo de la mirada homoerótica. Una mirada que

47
48

nos permite reconocernos al primer contacto, o a veces, reconocernos después de sostenerla


más allá de los segundos permitidos por la masculinidad latina.35 Puede darse en cualquier
momento, con cualquier persona, en cualquier lugar. Sólo te miras y... sabes. ¿Qué sabes?
Que el otro es “cola”, “colita”, “mariconcito”, igual que una. O como cada quien quiera
llamarse. Pero lo que hubo de verdad, durante los cincuenta, sesenta y primeros tres años de
los setenta en Santiago, fueron cuerpos que compartieron la naturaleza del deseo y la
misma cultura de tinieblas sociales, y cuya historia comienza, precisamente, por las
prácticas de captura. O por el ligue, como dice Monsiváis:

¿En dónde comienza la historia de una minoría unida por la naturaleza del deseo y
la cultura de las tinieblas sociales? Necesariamente por el ligue, evidente o
discreto, ritual o improvisado. En ese rumor que solía transmitirse de generación a
generación, el ligue es el hábito de reglas muy fáciles de manejar y de riesgos que
se olvidan al estallar la lujuria (134).

Es ese “hábito de reglas muy fáciles de manejar y de riesgos que se olvidan al estallar la
lujuria” el que llamo prácticas de captura.
Las prácticas son las actividades sensoriales humanas, que es la manera en que
debía ser captada la realidad, según Marx en sus Tesis sobre Feuerbach. Esto significa,
siguiendo a De Certeau, que las prácticas siempre remiten al cuerpo que les dio vida en un
momento y un lugar preciso, siendo su materialidad la pluralidad incoherente de
contradictorios movimientos humanos (La escritura, 16 y ss.; La invención, XLI y 107). Al
mismo tiempo, las prácticas son siempre sociales y constantemente escapan a los
mecanismos del poder, medrando y proliferando gracias a (y a contrapelo de) su propia
ilegitimidad (La invención, 108). Se trata de micro-resistencias que habilitan micro-
libertades (La invención, XXII). De esta suerte, conforman un mapa de “tácticas ilegibles
pero estables al punto de constituir regulaciones cotidianas y creaciones subrepticias” (La
invención, XXII). De Certeau resalta el carácter resistente y liberador de las prácticas, pero
al mismo tiempo, deja abierta la puerta para que, alcanzada cierta estabilidad, se incorporen
en una estructura mayor. Este último es el acento que pone Bourdieu en El sentido práctico.
Allí, incluye las prácticas dentro de su teoría del habitus, por lo que las hace participar de

35
Ver capítulo uno.
49

las condiciones sociales de producción de los agentes, y del sistema históricamente


construido en el que emergen. El habitus como sentido práctico es estructurado y
estructurante: “es aquello por medio de lo cual encuentra la institución su realización plena:
la virtud de la incorporación, que explota la capacidad del cuerpo para tomarse en serio la
magia performativa de lo social, es lo que hace que el rey, el banquero, el sacerdote sean la
monarquía hereditaria, el capitalismo financiero o la Iglesia hechos hombre” (93). Doble
dimensión de lo práctico: es parte de la estructura y al mismo tiempo escapa de ella
constantemente.
Las prácticas aquí tratadas son prácticas de captura, porque ellas propiciaron,
durante mi período de estudio, aventuras eróticas clandestinas entre masculinidades. Dichas
aventuras se sustentaron en la habilidad de las prácticas de captura de singularizar -
capturar- el objeto del deseo entre el mar de cuerpos indiferentes de la ciudad. 36 Las
prácticas de captura pusieron en juego toda clase de “simulaciones polimorfas, hallazgos
jubilosos, poéticos y guerreros” (De Certeau, La invención, L).
Las prácticas de captura tuvieron un esquema de acción táctico. A diferencia de la
estrategia, la táctica es el cálculo de acciones que no pueden tener un lugar propio. De
hecho, “lo «propio» es una victoria del lugar sobre el tiempo [...] debido a su no lugar, la
táctica depende del tiempo, atenta a «coger el vuelo» las posibilidades de provecho. Lo que
gana no lo conserva. Necesita constantemente jugar con los acontecimientos para hacer de
ellos «ocasiones»” (De Certeau, La invención, L). Las prácticas de captura fueron
presionadas a actuar en momentos precisos, imprevistos y fugaces. Su posición fue siempre
la del débil, la de subalternos sexuales cuyo deseo se encontraba prohibido, por lo que debía
aparecer invisible. Dicha subalternidad se replicó, a su vez, al interior del mismo mundo
homoerótico, en ciertas prácticas fuertemente atravesadas por distinciones de clase y de
género, según analizo más abajo.

36
Perlongher extrae una sistematización de la captura homoerótica desde la estética benjaminiana: “hay una
cierta expectativa de aventura erótica que dividiría de por sí la marcha de la multitud indiferente y
automatizada en las megalópolis contemporáneas. Benjamin, en su análisis del soneto A une passante, de
Baudelaire, describe cómo el mirar del flâneur “captura” (singulariza, enviste) el objeto -furtivo- de su deseo:
en la instantaneidad de esa pasión apresada el sexo se separa del eros. Partiendo de las sugerencias de
Benjamin se podría esbozar alguna analogía entre el vagabundeo de la bohemia y la deriva de las
homosexualidades” (El negocio, 140).
50

A efecto de dar mayor claridad a la singularización del objeto de deseo que fue la
captura, y con el fin de hacer posible la elaboración de imágenes, este capítulo presenta las
prácticas de captura en dos momentos: el reconocimiento y el enganche. El primero
correspondió al acto de distinguir el deseo del otro en medio de entornos hostiles, 37
mientras que el segundo consistió en los actos encaminados directamente a materializar un
encuentro sexual. Es decir, separo el acto de captura en sus instantes de distinción y de
concreción. Estos momentos no tuvieron una relación lineal ni de continuidad alguna, por el
contrario, su ensamblaje obedeció cada vez a los afectos de su propio presente. Estos
fueron, a su vez, atravesados por las condiciones materiales del período 1950-1973. Las
prácticas de reconocimiento y las prácticas de enganche fueron los movimientos de dos
cuerpos que se percibieron entre la multitud y que, movidos por un encanto mutuo, se
extrajeron a sí mismos del mar heteroerótico para así tener, al menos, la posibilidad futura
de poder gozar el uno del otro en un encuentro clandestino.
Las prácticas de reconocimiento no se remitieron tan sólo a la mirada, incluyeron
también las maneras de caminar y de vestir. Sin embargo, considerando el espacio
disponible, opté por describir tan sólo la primera. El intercambio de miradas homoerótico se
diferenció, entre 1950 y 1973, de las miradas rápidas que los hombres se dieron
habitualmente, pues fue más directa y sostenida en el tiempo (Perlongher, El negocio, 143).
También pudo ser posesiva y dirigirse directamente a la bragueta, siendo el paso previo al
toqueteo genital en algún cine pretérito.38 En cuanto empezó el acto de palpar el cuerpo del
otro, saltamos al terreno de las prácticas de enganche, que se encauzaron directamente a
conseguir algún tipo de encuentro sexual. De la misma manera que con las prácticas de
reconocimiento, estas fueron desde pasear por la ciudad en busca de un encuentro hasta
palpar el pene de otro hombre en un sauna o un cine, pero decidí, teniendo en cuenta el
espacio disponible, concentrarme en el estudio de dos prácticas: el diálogo entendido y la
invitación-paga. Miradas, diálogos, invitaciones y prácticas de captura en su conjunto
siempre involucraron interacciones entre desconocidos “recorridas por redes, más o menos

37
En Santiago de Chile, entre 1950 y 1973, sin duda que todo espacio que no fuera la clandestinidad
homoerótica momentánea de un encuentro furtivo, fue un entorno hostil.
38
“El gay que se urbaniza atraviesa el espacio secreto y público a la vez donde «la raza maldita» se reconoce
gracias a la mirada posesiva y la mirada braguetera, y a partir de allí se palpa febrilmente” (Monsiváis, 136).
51

implícitas, de signos codificados” (Perlongher, El negocio, 42). Fueron miradas, diálogos e


invitaciones constitutivas de la intimidad relacional que a su vez permitió inducir trazos de
una cultura compartida.
Como aclaro en la introducción, toda cultura se conforma de sistemas de signos
practicados. Si las prácticas de captura son leídas como actos u operaciones (fugaces y
huidizas) de enunciación, tienen de por sí una triple función: a) tal y como el locutor en el
acto de habla se apropia de la lengua, las prácticas de captura de apropian de los signos que
gobiernan cada práctica (función de apropiación); b) así como el acto de habla es también
una actualización de la lengua, las prácticas de captura son a su vez actualizaciones de sus
propios sistemas de signos (función de actualización); c) de la misma forma que el acto de
habla implica un contrato pragmático entre locutores, las prácticas de captura dan vida a un
contrato entre cuerpos deseantes (función contractual) (De Certeau, La invención, 110).
Estas tres funciones delimitan el uso 39 que las prácticas de captura hicieron de algunas
prácticas sociales cotidianas, cargándolas de una expectativa erótica que las llevó a
singularizar cuerpos en el espacio público. En efecto, al comunicar un deseo homoerótico
las prácticas de captura dieron un uso social alternativo a la mirada, a la invitación y a
ciertas maneras de saludar. Este uso produjo micro-regiones o espacios de interacción
pasajeros. Y al mismo tiempo presentó, en determinadas ocasiones, el predominio de la
función fática, pues las prácticas fueron un claro esfuerzo por asegurar la comunicación
(De Certeau, La invención, 110). La importancia de esta función se evidencia al tener en
cuenta que, en el Santiago del período 1950-1973, todo lugar que no fuese la
microrregión40 secreta de un encuentro momentáneo, fue un medio hostil en el que era
difícil comunicarse.41
En este capítulo presento dos momentos de las prácticas de captura homoeróticas:
las prácticas de reconocimiento y las prácticas de enganche. Las primeras fueron
corporizadas por la mirada y las segundas por el diálogo entendido y la invitación-paga.

39
De Certeau define el uso como “el fenómeno social mediante el cual un sistema de comunicación se
manifiesta en realidad” (La invención, 112).
40
La región es un “espacio creado por una interacción [...] en el mismo lugar, hay tantas «regiones» como
interacciones o encuentros entre programas se den”. G. Miller y P.N. Johnson-Laird, citados por De Certeau
(La invención, 138).
41
Ver capítulo uno.
52

Cada momento de las prácticas de captura es presentado y vinculado con su contexto


espacio-temporal de producción. De esta suerte, la captura es la puerta de entrada a la
bohemia, a los contactos del mundo homoerótico con el hampa, el mercado del sexo y las
políticas proletarias; desde la década de 1950 hasta 1973.
Perlongher, Monsiváis, Hocquenghem y Contardo, entre otros autores, han
elucubrado acerca del origen de las prácticas de captura, este sistema de actos singular
propio del mundo homoerótico. Todos coinciden en que el destierro social 42 del amor
homoerótico produjo que sus encuentros públicos fuesen clandestinos. Como indico en el
capítulo uno, esta epistemología del armario que significa el secreto sobre el amor
homoerótico determina que, para concretar su encuentro, los amantes deben sustraerse de la
mirada acusadora del otro heteroerótico. En este sentido, entre 1950 y 1973 no hubo
posibilidad alguna de salida victoriosa hacia lo público. La necesidad de mantener el
secreto sobre los encuentros habría tenido un papel decisivo en su elaboración: “aislamiento
del acto sexual en el tiempo y el espacio, limitación a un mínimo de los ritos de preparación
del acto sexual, disolución de la relación inmediatamente después del acto, desarrollo de un
sistema de comunicación que permite la minimización de los riesgos, en tanto maximiza el
rendimiento orgásmico” (Monsiváis, 141). Es la “máquina de ligue” de Hocquenghem: “a
la máquina de ligue no le importan en absoluto los nombres y los sexos. La deriva en la que
todos los encuentros se hacen posibles es el momento en el que el deseo se produce sin
culpabilizar” (109). De manera un tanto más pedestre, Contardo afirma que la codificación
de signos en la mirada y otros gestos obedeció a la necesidad de estar alerta ante la
hostilidad del medio y el riesgo de equivocarse (227).
Como aclaro en el capítulo uno, el período que va desde 1950 hasta 1973 sumó dos
actitudes con respecto al homoerotismo. De parte de la cultura, un “destierro” discursivo y
práctico; de parte del “Estado Asistencial Sanitario”, una política de represión policial y
prevención sanitaria. Sin embargo, las prácticas de captura se abrieron camino al interior de
pequeños espacios de libertad conseguidos al alero de la bohemia, del hampa y de los
mercados del sexo.

42
Ver capítulo uno.
53

Práctica de reconocimiento. La mirada

Tú vas en la calle y tú sabes que ojo de loca no se equivoca, entonces tú miras a


alguien y sabes que con la mirada te encuentras. Se usaba también la mirada, la
mirada también es un código. Eran señales. Lo de la mirada siempre ha sido, es un
fenómeno tan sutil pero tan decidor. Siempre ha funcionado, y no solamente aquí
sino en todas partes. Donde quiera que tú vayas te vas a encontrar con lo mismo
(Sánchez). 43

Reconocerse a partir de la mirada es un hecho que presenta esa frase tan típica de la cultura
homoerótica chilena: “ojo de loca no se equivoca”. La mirada es una práctica de
reconocimiento sutil, sino de alcance global, al menos presente en América Latina,
Norteamérica y Europa.44 Es el acto de reconocer un cuerpo, tan decidor que muchas veces
no se requiere nada más para tener certeza del deseo del otro. Es lo que señalo en el
capítulo uno, cuando abordo la potencia de la mirada en la canalización del deseo. Dicho
acto es sólo de reconocimiento y no necesariamente dará cabida al enganche. La mirada es
entonces una práctica de reconocimiento y de captura, pero no de ligue. Es un percibir y
simultáneamente un interactuar: “con la mirada te encuentras”. Crea una espacialidad
diminuta, una región compartida por dos cuerpos deseantes. Puede ser una mirada blanda,
que busca un compañero en el gélido panorama urbano, o seductora y peligrosa a la vez, al
estilo “mostacero” (Perlongher, El negocio, 144). También suceder paranoide y frenética, o
parecer que desnuda con su profundidad. Quizá es capaz de ofrecer y ser codiciosa, y las
más de las veces, es una mirada sostenida más del tiempo permitido por la masculinidad
latina (Perlongher, El negocio, 143). De cualquier manera, la mirada implica siempre un
destinatario, remite a un otro mediante un contrato tácito y a la vez certero, en medio de
una red posible de intercambios fugitivos (De Certeau, La invención, XLIV).
La práctica del mirar cargado de deseo se inscribió dentro de un vocabulario de
prácticas mucho más amplio, el de las miradas que pueblan nuestro paisaje cotidiano. Se
trata de una operación en un sistema de signos más general, el conjunto de delicados

43
Ver también el libro de Cristián Cottet, Carlos Sánchez: la razón de estar gay.
44
La mirada homoerótica es parte de la práctica chilena de “pinchar” en plena calle. Siguiendo a Perlongher,
su alcance transnacional puede evidenciarse en la existencia del término paquera en Brasil, yirar en la región
rioplatense, cruising en la cultura anglosajona y drague en Francia.
54

indicios que conforma la mirada humana. Estos, a su vez, están configurados por diversas
variables, como por ejemplo, la pertenencia a una determinada clase social. De esta suerte,
si las prácticas son leídas como actos enunciativos, “aunque están compuestas con los
vocabularios de lenguas recibidas y sometidas a sintaxis prescritas, esas frases trazan las
astucias de otros intereses y deseos que no están ni determinados ni captados por los
sistemas donde se desarrollan” (De Certeau, La invención, XLIX). El vocabulario de la
mirada fue repetido y diferenciado en la mirada homoerótica, siguiendo el camino de su
interés y deseo singular. Citando prácticas de captura fuertemente vinculadas a los
mercados del sexo,45 las reelaboró en una versión propia y particular. La operación de la
mirada es, además de una apropiación, una actualización de signos, pues tuvo un momento
y un espacio de presencia real, en el contexto del período 1950-1973 y en el espacio de la
urbe santiaguina.
Una versión literaria ejemplar del mirar homoerótico nos ofrece El lugar sin límites,
de José Donoso, novela que describe impecablemente, para Perlongher, “la condición del
homosexual pobre latinoamericano” (Un barroco, 90). La maestría donosiana nos ha legado
una vívida descripción de la práctica de la mirada:

Don Alejo se acercó a la mesa. Con sus ojos de loza azulina, de muñeca, de bolita,
de santo de bulto, miró a la Manuela, que se estremeció como si toda su voluntad
hubiera sido absorbida por esa mirada que la rodeaba, que la disolvía. ¿Cómo no
sentir vergüenza de seguir sosteniendo la mirada de esos ojos portentosos con sus
ojillos parduzcos de escasas pestañas? Los bajó. ¿Quiubo mijita? La Manuela lo
miró de nuevo y sonrió. ¿Vamos, Manuela? Tan bajo que lo dijo. ¿Era posible,
entonces...? Cuando quiera, don Alejo. Su escalofrío se prolongaba, o se
multiplicaba en escalofríos que le rodeaban las piernas, todo, mientras esos ojos
seguían clavados en los suyos... hasta que se disolvieron con una carcajada. Y los
escalofríos de la Manuela terminaron con un amistoso palmotazo de don Alejo en
la espalda. No, mujer. Era broma nomás. A mí no me gusta...” (El lugar, 73).

En la escena anterior, Alejo despliega su captura creando primero una región íntima que los
incluye a él y a la Manuela, acercándose a la mesa y disminuyendo la proxémica que, hasta
entonces, los separa. Luego la mira. Entonces la Manuela se estremece, sintiéndose
45
De acuerdo a Perlongher, “el «ligue» o «levante» homosexual (Guimarães, 1984) constituye una versión
particular de una práctica más institucionalizada y conocida: el trottoir o callejeo, propio de la prostitución
femenina” (La invención, 140).
55

despojada de toda voluntad, absorbida y disuelta. Continúa mirándola y ella se entrega,


desatándose en su cuerpo reales escalofríos de intenso deseo por Alejo, quien le sostiene la
mirada hasta cuando él lo decide. Se trata de una mirada que, cual prisma, evidencia el
abanico de desigualdades -de etnia, de clase, de género y de sexualidad- entre Alejo y
Manuela: “¿cómo no sentir vergüenza de seguir sosteniendo la mirada de esos ojos
portentosos con sus ojillos parduzcos de escasas pestañas? Los bajó”. Mientras los ojos del
patrón son grandiosos y azules, los de la travesti son parduzcos. Esto la avergüenza y le
hace bajar la mirada, signo inequívoco de sumisión. Las distinciones étnicas asociadas a la
clase, deleznables hijas de la conquista y de la colonización castellana, muy propias de
Chile y de América Latina antes, durante y después de mi período de estudio, se hacen
presentes de manera incuestionable en la mirada que intercambian los personajes. Las
inequivalencias raciales y de clase se suman a otras dos subalternidades implícitas, una de
género y otra de sexualidad. La subalternidad de género consiste en que es Alejo el sujeto
activo en la escena, pues él inicia y termina el contacto visual con Manuela, quien es
receptora sumisa del intercambio. De esta suerte, mientras Alejo está claramente vinculado
con lo masculino, Manuela hace lo propio con lo femenino. La subalternidad sexual, por su
parte, consiste en que, si bien en la mirada de la escena existe cierta tensión homoerótica,
finalmente es la “loca” quien evidencia fuertes inclinaciones homoeróticas, frente al deseo -
finalmente revelado- heteroerótico del patriarca. De esto se desprende que la mirada
canaliza relaciones de poder, y que así como canalizó diferencias, también demostró
equivalencias. Esto último ocurrió y aún ocurre dentro de ciertos ámbitos, como la
convivencia al interior de una misma clase social, o dentro de los grupos de “colizas”.
Quizá la pieza de Donoso tenga alcances y resonancias “universales”, pero es productivo
recordar que, a pesar de haber sido editado en México, en El lugar sin límites resuena el
campo chileno de los sesenta.
La mirada guió también a las masculinidades homoeróticas en el reconocimiento de
sus semejantes al interior de los cines santiaguinos, en plenos años cuarenta del siglo XX :

En los años cuarenta no... no había más que los cines no más, los puros cines. Yo
frecuentaba los cines, por las películas, que me gustaban... Pero, qué iba a andar yo
en los baños, con hombres, mirando, observando, no, no me gustó esa onda, nunca
56

me gustó... No sé si usted me encontrará que me estoy mandando las partes, yo, de


las personas que jamás en mi vida... Tenía quince años y había gente que salía del
cine y me seguía... Yo miraba para atrás, ahhh, decía yo, mucho cuidado, a los
quince años..., a los veinte, a los treinta, pasaba lo mismo. Pero yo jamás abordé a
un hombre. No me gustaba esa onda (G.D.).

Desde los años veinte hasta por lo menos los ochenta, sitios de ligue eran prácticamente
todos los cines de Santiago, pero los más famosos y frecuentados durante el período 1950-
1973 fueron los de calle Huérfanos, uno de los epicentros de la bohemia gracias a sus
teatros de revista.46 Los sitios predilectos de encuentro fueron, por lo general, el sector de
galería y los baños (Fernández). Por razones de luminosidad, la mirada conectó los cuerpos
en estos últimos: “hombres mirando, observando”. Bajo el relato de G.D. es posible suponer
algunas escenas, teniendo en cuenta los rasgos generales del “levante de mingitorio”. 47
Incontables veces, la mirada fue el paso previo para una disminución de la proxémica y así
dar paso a toqueteos, masturbaciones, felaciones o penetraciones de toda clase; en otros,
dejó prendados a varios que, sin aproximarse, gozaron en el mirar a los demás: voyeurs de
los cuarenta. Mientras tanto, en plena calle los hombres se abordaban, siguiendo a otros
hombres en busca de encuentros eróticos tan sólo gracias al poder de la mirada. El
testimonio de G.D. nos presenta cómo la mirada abrió paso al deseo invisible, que
conquistó momentáneamente los oscuros baños de los cines de calle Huérfanos tratados en
el siguiente capítulo, durante el período 1950-1973. Tiempos de destierro cultural, de
represión policial y de prevención sanitaria contra el homoerotismo. Compelido al secreto,
este medró de igual manera entre los ambientes de la bohemia, el hampa y los mercados del
sexo. Sin pertenecer completamente a ninguno de ellos, los cines viabilizaron miradas de
reconocimiento entre los “colas” que, forzados a la clandestinidad, precisaron de la
oscuridad y el anonimato para dar rienda suelta a su deseo. “Colas” que, probablemente,

46
Ver capítulo tres.
47
Según Perlongher, “el mingitorio ocupa el lugar más bajo en la categorización de los lugares de levante
homosexual. Es, junto con los saunas, el más directamente sexual, el menos «amoroso» [...] Un espectáculo
indescriptible de sólo verlo. Los placeres en esos lugares pueden ser varios, comprometedores o no. Podemos
adoptar, según la onda de cada uno, sólo la línea voyeurística. También podemos asistir, tocar, ser tocados,
chupados, chupar, gozar, ser manchados con eyaculaciones, o enlazar a alguien e izarlo a lugares más
tranquilos. En medio de esta profusión de fricciones y masturbaciones exhibicionistas, el abordaje no es, sin
embargo, indiscriminado: exige cierto ritual de miradas y toqueteos” (El negocio, 152).
57

vivieron sus inclinaciones con vergüenza y autodesprecio. 48


La mirada fue una práctica de reconocimiento que, desde el siglo XIX al menos,
hizo contratos con un mundo tan desterrado y reprimido como el mundo homoerótico: el
hampa (Contardo, 156 y ss.). Debido a esta relación de contigüidad, entre 1950 y 1973 los
choros y hampones santiaguinos conocían este uso particular de la mirada. Por eso, una
escena como la siguiente pudo haber tenido lugar durante los años sesenta:

-Vengo del Parque Forestal -me confidenció-. En la mañana vendí


una carga completa y ahora reciencito acabo de rematar otra más.
Se alisó los bigotes. Me molestó la cara del barquillero, llena de
espinillas amarillentas, prontas a reventar. Al sonreír mostraba una hilera de dientes
cariados y sucios. Sus ojos despedían un brillo malicioso y se me puso, entre ceja y
ceja, que el fulano era maraco. Eso me dio bastante rabia, pues siempre pensé que
sólo los ricos son maricones. Por eso cuando veo uno de abajo, igual que yo y que,
además, es cola, me entra una furia que no comprendo bien (Rivano, 263).

El narrador de la novela El apuntamiento, un “choro” llamado Vinizio Zanetti, distingue en


la mirada del barquillero “un brillo malicioso”. Al instante, sabe que es “maraco”. Esto le
conflictúa profundamente, pues “sólo los ricos son maricones”. Como mostacero, sus
clientes habituales eran hombres burgueses, muchos de ellos seguramente casados. En la
escena, el choro no hace sino repetir el viejo discurso masculinista popular que ponía en
duda la masculinidad de la clase alta. Los futres ya eran tildados de afectados y suaves en
los discursos de Juan Rafael Allende a comienzos del siglo XX (Contardo, 119 y ss.). La
escena evidencia bastante bien la distinción de clase que atravesó el mercado del sexo
homoerótico santiaguino durante mi período de estudio. Este también se caracterizó por
vincular a cuerpos de edades diferentes: mostaceros jóvenes y clientes maduros. En la
novela, ambientada durante los cincuenta y sesenta, es notoria la extrema miseria de
Vinizio, que fue la de muchos jóvenes populares en esos mismos años. Fueron décadas de
turbulencias económicas, con una inflación que no dio tregua durante todo el período, y que
contribuyó al alza constante del costo de la vida. A esto se sumó el acelerado crecimiento
demográfico de Santiago, que redundó en la creación de bolsones de pobreza por toda su
periferia. Ambos fenómenos fueron el caldo de cultivo para que muchos jóvenes tomaran la

48
Ver capítulo uno.
58

decisión de engrosar el mercado del sexo homoerótico, embarcándose hacia el centro


urbano.
La mirada y otras sutiles prácticas de reconocimiento se amalgamaron por primera
vez con las políticas proletarias durante la siguiente década, en medio de la algarabía de los
años 1972-1973. F.S., activista lésbica, recuerda:

Los espacios que habían “de reuniones”, así como bastante piola, que eran en ese
entonces la UNCTAD, era el espacio donde se juntaban las lesbianas
camufladamente. Y eran lesbianas comprometidas, políticas. Política con doble
filo, como que una se olía, se percibía, no es que me dijera que era lesbiana. Pero
finalmente te reconocíai. Era una cosa como innata. Ahí yo conocí a varias que
después en otras circunstancias, con los años, nos encontramos. Pero ese era uno de
los espacios donde socializaban políticamente, pero era una cosa como más piola.
Eran comedores populares, se llamaban comedores populares pero eran bastante la
raja. Bastante moderno, bastante a todo ritmo, pero se llamaban populares porque
los precios eran baratísimos. Almorzar ahí era la mitad de precio que en cualquier
lado, todo era a mitad de precio, todo exquisito. Se llenaba, se juntaban diferentes
tipos de grupos, mucha gente joven, estudiantes. Eran espacios más políticos.
Entonces la gente que se juntaba eran en su mayoría estudiantes de liceo,
universitarios. Más comprometidos, más partidistas. También habían muchos
homosexuales hombres. Era como los grupos alternativos. Por ahí había mucha
gente homosexual y muchas lesbianas. La gente en general era gente de izquierda.
[...] Pero en ese momento era todo como piola, nos cachábamos y ese era el punto.
Cuando nos reconocíamos. Nos reconocíamos pero no nos conocíamos. Onda sí,
yo cacho, pero no pesca.

La práctica de captura descrita fue un olerse, un percibirse mutuo e inexplicable que sin
embargo permitió crear una complicidad secreta en medio del furor político. Seguramente,
ese percibirse pasó, en algún momento, por la mirada, práctica de reconocimiento: “nos
reconocíamos pero no nos conocíamos”. La práctica utilizada pudo haber sido sostener una
mirada furtiva, lateral, discreta. Hacerla “piola”. Táctica necesaria tomando en
consideración la homofobia de la propia Unidad Popular (Contardo, 274). Como todo
método del débil, no tuvo más lugar que el del otro. Y sin embargo, la interacción logró
crear una región de afectos homoeróticos al interior del agitado ambiente de la UNCTAD.49
Este edificio, construido entre 1971 y 1972 para servir de sede a la Tercera Conferencia de
las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés:

49
Remodelado en las postrimerías de la Concertación y llamado Centro Cultural Gabriela Mistral.
59

United Nations Conference on Trade and Development), luego se convirtió en un espacio


de encuentro de todo el espesor social constituido en torno al activismo de izquierda. Y
entre medio, “colas” y también lesbianas: “Nos juntábamos en la UNCTAD, cincuenta,
treinta o diez personas, un lote grande. Fue la primera organización” (Lemebel). Entre
escolares del FER (Frente de Estudiantes Revolucionarios) y de las Juventudes Comunistas
reunidos después de degustar los exquisitos y convenientes almuerzos del lugar, unos
cuantos “colas” y otras tantas “tortilleras” se hicieron parte de las tribus urbanas de la
época. Estos habrían sido, según Lemebel, los primeros pasos hacia una región de afectos
que sobrepasara el capturarse mutuamente: la primera organización “tortillera” y “marica”.
Al mismo tiempo que esto sucedía, en plena Unidad Popular, médicos como
Armando Roa hicieron carrera y obtuvieron connotación estudiando el homoerotismo,
participando creativamente, con su discurso, de las prácticas de reconocimiento y captura:
“Los homosexuales genuinos, dentro de los cuales se reclutan pervertidores de niños,
formadores de sectas secretas y de bandas peligrosas, etc., se caracterizan por reconocerse
de inmediato entre ellos a través de la mirada, aunque no se hubiesen visto nunca antes”
(Roa cit. en Contardo, 227).
Mirada homoerótica campesina, bohemia, hampona y proletaria. La mirada fue la
práctica de reconocimiento más decidora en el Santiago del período 1950-1973. Pero a
pesar de sus virtudes, las más de las veces operó acoplada a prácticas que permitieron a los
“colas” no sólo reconocerse entre sí, sino también asegurar el encuentro sexual. Estas
fueron prácticas directamente de enganche, de ligue o levante sexual; muchas veces
suscitadas inmediatamente después de la mirada. De entre el mar de prácticas presentes en
mis fuentes, seleccioné dos por parecerme suficientemente ilustrativas de este hecho: el
diálogo entendido y la invitación-paga.

Prácticas de enganche. Diálogo entendido

“Caminando, sobre todo por Huérfanos, te quedabai mirando con un loco, seguías
mirándolo hasta darte vuelta, él también, y un diálogo típico era: «¿en qué andai?», o
«¿tenís fuego?», o «¿tú las entendís?»” (Lemebel). Primero la mirada, automático
60

reconocimiento entre desconocidos. Entonces la proxémica, y quedar a la distancia


necesaria para lanzar un diálogo verbal sostenido en frases claves para aquellos que, como
Pedro Lemebel, fueron paseantes del mapa del deseo homoerótico santiaguino a comienzos
de los setenta. Se trató de los entendidos,50 quienes utilizaron entre ellos preguntas tomadas
del lenguaje corriente pero cargadas de un significado erótico, evidente sólo para los
mismos entendidos. Nuevamente, una apropiación del lenguaje que habilitó regiones de
captura y permitió gestar un contrato de códigos compartidos con el otro. Preguntas como
“¿en qué andai?”, “¿tenís fuego?” o “¿tú las entendís?”, pasaron totalmente inadvertidas en
el mar heteroerótico, pero fueron olas que agitaron los corazones homoeróticos. Pues esas
interrogantes tuvieron un significado que sólo ellos podían descifrar: el deseo por concretar
un encuentro. En esto consistió lo que llamaré diálogo entendido. Actos de habla
compuestos de preguntas extrañas en el contexto de una conversación entre desconocidos,
pero a su vez perfectamente identificables como levante sexual para los entendidos. Al
mismo tiempo, dichos actos de habla se desgranaron en un pequeño número de frases clave,
por lo que el diálogo entre entendidos era también un diálogo entendido de antemano, que
se movió en un escuálido número de posibilidades que van del “¿cómo estay?” al “¿tenís
fuego?”. En esta segunda acepción, es entendido porque ambos interlocutores sabían de
antemano el abanico de frases posibles utilizadas para enganchar en el espacio urbano.
Prácticas de enganche puestas en marcha después del reconocimiento en pleno centro de la
capital. ¿Destinos posibles? Un escondrijo del Portal Fernández Concha, los baños públicos
de la Biblioteca Nacional o el cerro Santa Lucía, entre muchos otros.
Durante el período 1950-1973, el diálogo entendido muchas veces tomó la forma de
un simple saludo:

También era prudente ir a los baños [de los cines], porque todos me ofrecían, hola,
cómo estay, pero no hacer cosas al baño, me invitaban para afuera. Dentro de los
baños veía gente chupándolo, sobre todo. Porque a los baños les hacían hoyos y el
hombre pasaba la verga por ahí, ¡ayy! Yo me moría. También los hombres se

50
Los investigadores Leonardo Fernández y Manuel Durán coinciden en señalar el uso frecuente de este
término entre los homoeróticos que vivieron entre las décadas del cincuenta y ochenta, como una manera de
reconocerse entre sí. Según Pedro Lemebel, la palabra entendido proviene de España, mientras que su amigo
Néstor Perlongher comprobó su uso en el circuito de los michês paulistas. Marco Ruiz ofrece un ejemplo de
pregunta entendida: “que las entendíai, si acaso las entendíai o no las entendíai”.
61

cruzaban. Lo que pasa es que no estaba el azote que llegó al mundo, por eso es que
había libertinaje. Pero los hombres que estaban dirigiendo el cine, la taquilla, le
quitaban la taquilla al público, los guardias que andaban con linternas. Era una
guerra interminable, porque estaba ese cruzao' con el hombre, el hombre estaba
gozando... lo dejaban no más (G.D.)

El levante de mingitorio descrito tuvo al saludo como primera práctica de captura: “hola,
cómo estay”. Este desplazó su significado: de simple saludo pasó a ser práctica de
enganche. Fue intencionado y convertido en un medio de ligue entre iniciados, iniciando la
comunicación verbal antesala del encuentro corporal. Fue un saludo táctico, pues si el
entendido se daba cuenta de que el otro no lo era, podía, al menos, hacerse el tonto y seguir
en el cine como si nada. Táctica del débil, de quien perteneció a una cultura clandestina y
debió saber protegerse de las equivocaciones en la búsqueda de compañero. Junto con ello,
el saludo creó una compleja región de intercambio de expectativas, de miradas, de gestos
pequeños y decidores, que en conjunto produjeron el enganche de los cuerpos o la ausencia
de este. Región invisible, erótica, siempre presente en la materialidad de esos fugaces
momentos transcurridos durante los cincuenta, sesenta y comienzos de los setenta.
El saludo como práctica de enganche, desplegado en espacios como los cines del
centro de Santiago, tuvo como fin concretar algún tipo de encuentro sexual impersonal. De
esta suerte, dio paso a felaciones, penetraciones grupales, voyeurismo y hoyos en las
cabinas de los baños por donde los hombres pasaron el pene (que en la cultura anglosajona
son llamados glory holes). Todo esto, en el contexto 1950-1973, pre-VIH, que el
entrevistado no duda en calificar de “libertinaje”. Son imágenes del levante homoerótico
santiaguino, encuentros rápidos, anónimos y clandestinos en sintonía con las prácticas
culturales homoeróticas de otras regiones de América Latina, como Brasil. En su estudio de
la prostitución brasileña, Perlongher describe cómo los pasillos de la planta baja del cine
Ártico, en São Paulo, se encontraban siempre chorreados de semen debido a la cantidad y la
urgencia de los coitos allí perpetrados (El negocio, 101). Como explico en el capítulo uno,
las condiciones de este libertinaje estuvieron constreñidas al secreto que pesó sobre las
relaciones homoeróticas. Fue un espacio -Santiago- y un tiempo -el período 1950-1973- en
el que el homoerotismo estuvo desterrado de la vida cultural, siendo objeto de la represión
y prevención sanitaria de parte del “Estado Asistencial”. Estos fenómenos dejaron a los
62

“colas” un estrecho marco de acción, el que fue sin embargo productivizado en la


elaboración de una cultura de encuentros fugaces y clandestinos en espacios públicos. Y si
bien algunos, como Monsiváis, parecen lamentarse de que las relaciones homoeróticas no
hubiesen tenido el reconocimiento de las relaciones heteroeróticas burguesas, otros como
Foucault y Perlongher celebran el sadomasoquismo y el levante callejero en tanto prácticas
de fuga del deseo homoerótico. Todas estas prácticas pudieron ser, en el período estudiado,
iniciadas por un simple saludo, que sirvió de diálogo-entendido a las “maricas”
santiaguinas deseosas.

Prácticas de enganche. Invitación-paga

Además del diálogo entendido, otra práctica de enganche fue la invitación-paga:

Existía eso pero era cuestión de... de estar preocupado de irse a acostar... no, no yo
siempre tuve recato y miedo... más miedo que nada. Porque yo siempre pensaba,
mi papá siempre me decía, si vai al cine hijo, tenga cuidado... eso me decía, pero
nunca me dijo pásalo bien, diviértete. Al contrario, yo llegaba del colegio y dejaba
los libros y me iba al patio en una silla de reposo, me ponía a leer... Hijo, estai
aburrido, yo te noto, ¿por qué no me hacís este encargo pa'l centro? Ya, yo venía a
hacerle el encargo y aquí en el centro no faltaba quién lo mirara. Entonces porque
siempre ha existido eso, cuando la persona es joven, llama la atención. Todavía
existe eso. Hay hombres de edad que siguen a los jóvenes, aquí en la Plaza [de
Armas] existen mucho que... empiezan con las rodillas, o temas diferentes, yo te
invito a tomar una bebida, un helado o un trago o un sandwich, existe... pero yo
nunca acepté, porque siempre fui miedoso. No fui audaz (G.D.).

El relato de G.D. roza su adolescencia en los años cuarenta y luego nos trae de vuelta al
siglo XXI, mientras nos introduce en una segunda práctica de enganche homoerótico: la
invitación-paga. “La historia de siempre. Un jovencito con un señor mayor decente de
compañía. Y por intermedio de un regalo” (Monique). En el espacio de la Plaza de Armas,
la invitación-paga generalmente fue realizada por un hombre mayor a un jovencito, dando a
entender, mediante silencios y subterfugios, que esperaba su cuerpo a cambio. 51 De esta

51
Agradezco a Lilith Kraushaar, investigadora de los mercados del sexo, este certero comentario. Ver Pavez,
Jorge y Lilith Kraushaar. Capitalismo y pornología. La producción de los cuerpos sexuados. San Pedro de
Atacama: Universidad Católica del Norte, 2011, 343 y ss.
63

suerte, la invitación cumplió el rol de una verdadera paga por servicios sexuales. La
práctica de enganche fue parte de los mercados del sexo del período 1950-1973, pues ella
nos muestra la demanda y la oferta de servicios sexuales homoeróticos (Piscitelli, 7). En
dicho mercado circularon, además de jóvenes cuerpos masculinos, invitaciones a comer, a
tomar, todo tipo de regalos y, por supuesto, dinero. Muchos fueron los jóvenes de clase
popular que ejercieron de mostaceros ocasionales, sin serlo “de tiempo completo” (Correa,
32; Perlongher, Un barroco, 91).52 En esta decisión, para muchos dolorosa, sin duda
colaboró su miseria, que durante las décadas del cincuenta y sesenta, se vio acentuada por
la inflación y el alza del precio de los artículos básicos. La pobreza material fue un aliciente
para muchos adolescentes sin casa ni otro medio de subsistencia, como presenta Rivano
(272). La invitación-paga fue, por su parte, una táctica de hombres mayores y de clase alta,
para conseguir el favor de algún efebo de clase popular. Ellos fueron los clientes adinerados
y de edades superiores a cuarenta años, que demandaron los servicios sexuales de
mostaceros pobres de entre quince y veinticinco años. Distanciados por la edad y la clase
social y en diferentes posiciones de fuerza (donde el mostacero es subalterno del cliente en
términos de clase),53 se hicieron parte de un esquema de relaciones bastante frecuentes al
interior del mundo homoerótico (Ruiz; Perlongher, Un barroco, 91).
Al mismo tiempo, la invitación-paga fue la táctica del hombre mayor y con
recursos, pero que ha visto desvalorizarse su cuerpo en el mercado sexual. De esta suerte,
entre 1950 y 1973, la frontera entre un encuentro homoerótico netamente “por placer” y el
sexo tarifado, fue difusa. Obviamente, en esto tuvo qué ver el destierro social del
homoerotismo, lo que dificultó la formación de parejas estables al estilo del amor burgués
romántico. De todos modos, estas existieron y están presentes en los relatos de mis
entrevistados (Sánchez; Ruiz; Fernández; E.R.).
Marco Ruiz nos ofrece un vívido relato del funcionamiento de la invitación-paga en

52
Perlongher señala que en el Chile de 1980, “si los homosexuales burgueses se enloquecen por ingresar en
los fatuos circuitos del consumo -concurriendo a sofisticados boliches sólo accesibles en automóvil-, las
maricas pobres se inclinan con frecuencia al travestismo, disputando con las putas el favor de lúmpenes y
marineros del Barrio Chino, en el puerto de Valparaíso”. Agradezco a Jorge Pavez haberme proporcionado
esta valiosa fuente.
53
Esta subalternidad podría quedar, de alguna manera, “compensada” en las ocasiones en que el mostacero
fuese “más masculino” que la “loca” que lo contrató.
64

tanto práctica de enganche a comienzos de los setenta, distinguiendo entre la invitación-


paga del pasado y la prostitución lisa y llana del presente:

de repente alguien te daba plata para que salgai a comer, pa la micro, qué sé yo,
esas hueás existían pero como que tú te pararas... hoy día [Bellas Artes] es una
zona de trabajo sexual. Yo me subo a un auto y te digo, te cobro tanto, no hola
cómo estay, te subíai al auto y te ibai a echar un polvo y chao [...] te subíai al auto,
si teníai más suerte alguien te llevaba a su departamento. La gente que te llevaba a
sus lugares privados tenía qué ver con que te conocía, que te había visto, sabía de
alguien o había tenido relaciones con alguien y le decía, sí, yo lo conozco, no te
preocupís. Pero porque además también circulabai en esos espacios donde te
cachaban.

Esta escena transcurrió en una de las agitadas esquinas del barrio Bellas Artes de Santiago
en los inicios del gobierno de la Unidad Popular. Al diálogo entendido (“hola cómo estay”),
le siguió subirse al auto y de ahí una rápida carrera a la sombra del Parque Forestal, o hasta
la Costanera y más allá, hacia cerros todavía deshabitados. “Culiar” dentro del auto o al aire
libre, volver. Y que el pago en dinero o en especie significara un agregado, no el fin último
del muchacho enganchado por el hombre mayor. Efectivamente, pudo haber existido una
diferencia entre la actitud de pararse a putear en el centro y el hecho de sólo recibir dinero
como una suerte de “extra” luego del follón. En este sentido, durante mi período,
probablemente las expectativas de quien recibió la compensación y quien la ofreció, fueron
diferentes. El primero pudo no estar esperando una retribución, pero la aceptó entrando en
el intercambio económico-sexual del otro, quien consideró la relación sólo en esos
términos.54 Ruiz nos habla de una circulación de cuerpos masculinos jóvenes entre los
hombres habituales del centro, que los “cachaban”. Pasándose el dato unos a otros, “este
chiquillo está bien rico, tiene un culito delicioso”, y teniendo sexo sucesivamente con el
efebo de turno, los “colas” maduros de antaño compartieron sus amores fugaces. 55
La invitación-paga fue parte de los mercados del sexo durante todo mi período de
estudio. De hecho, para los prostitutos santiaguinos fue común entremezclar instancias de
cobro de dinero en efectivo (usando la actitud señalada más arriba), con ocasiones en que

54
Agradezco a Lilith Kraushaar su guía en relación con las lógicas operacionales de los mercados del sexo.
55
El grupo de amigos que comparte a sus conquistas aparece en las obras de Rivano, Correa y Rossi, así
como en la entrevista a Marco Ruiz.
65

sólo una invitación bastaba como pago. Prácticas de los mostaceros de los cuarenta y
sesenta (Correa, 11; Rivano, 270). Una poderosa imagen del cuerpo y del deseo de un
prostituto en la década de los cuarenta, invitación-paga incluida, es la que ofrece la
siguiente descripción médica de un caso de prostitución masculina:

C. R. N., 46 años; soltero, mozo de prostíbulo. Estatura regular; constitución física


viril, normal; implantación pilosa masculina; voz de tonalidad femenil; ligeramente
amanerado en sus modales y actitudes. Órganos sexuales normales. Ano con sus
pliegues borrados, ligeramente infundibular; hemorroides.
Reacción Wassermann: Hemolisis retardada; Reacción de Kahn: +++.
Nació en Valparaíso, donde pasó sus primeros años; tuvo 2 hermanas mayores que
él, las que murieron en la primera infancia; fue muy regalón de su madre, debido a
que quedó solo con ella a raíz del fallecimiento de aquellas y de la expatriación de
su padre, que era un comercialmente español. Vivió en estas condiciones hasta los
14 años, en que murió su madre. Antes de la separación obligada de sus padres, en
su casa había bienestar y comodidades, pues su padre se preocupaba de su hogar y
hacía una vida de familia en buenas condiciones.
Debido al gran cariño que le profesaba su madre, lo envío
tardíamente a la escuela, a los 11 años, ingresando a la Escuela Superior No 1, de
allí pasó luego a otra escuela y finalmente al Colegio de los SS.CC.; en total
estudió durante 4 años, aprendiendo a leer, escribir y sacar cuentas correctamente.
En la Escuela Superior fue el alumno predilecto del maestro, quien
lo favorecía con regalos especiales (cuadernos, lápices, libros de cuentos, dulces,
etc.), alababa sus cuadernos, los que guardaba personalmente, con lo cual
consiguió atraer en forma especial la atención del niño. Poco a poco fue
invitándolo a quedarse después de terminadas las clases, con el pretexto de que le
ayudase a asear y ordenar la sala, revisar las tareas, etc.; cuando ya estaban solos,
lo sentaba en sus rodillas y le acariciaba, llegando a consumar el acto homosexual,
el que dice le produjo una sensación agradable, como "una cosquilla". El profesor
le aconsejaba que no se juntara ni jugara con los demás niños y durante los recreos
le facilitaba cuentos, con el objeto de impedirle mezclarse en los juegos de sus
compañeros. Mantuvo estas relaciones actuando siempre en el rol pasivo, durante
todo el año, al cabo del cual abandonó la escuela; no volvió a ver al maestro. Al
ingresar a la otra escuela, reanudó sus prácticas homosexuales, esta vez con sus
compañeros, para lo cual hacía la "cimarra" y se iban a los cerros, donde tenían sus
relaciones, a veces con varios muchachos sucesivamente en cada reunión, actuando
alternativamente en actitud activa y pasiva, pero siempre prefería esta última.
Dichas reuniones tenían lugar una o dos veces por semana.
Después ingresó al Colegio de los SS. CC., donde tuvo relaciones
homosexuales con uno de los sacerdotes, por el cual sentía especial predilección, le
ayudaba en el arreglo del altar, se confesaba con él, etc.; mantuvieron relaciones
homosexuales durante un año, una o dos veces semanales. El sacerdote lo invitaba
a su celda, le acariciaba, le regalaba medallas y santos, a los cuales era muy
aficionado desde la infancia, pues su madre era muy católica y lo había educado en
este sentido, y finalmente realizaban el acto homosexual.
A los 16 años fue retirado del colegio por un pariente de su madre,
66

ocupándose durante 3 años como telefonista de una Comisaría, tiempo durante el


cual niega toda actividad homosexual.
Enseguida viene a Santiago y trabaja como mozo en diversas
oficinas, hasta hace 4 años, sin que tampoco realice actos homosexuales.
Nuevamente se va al Puerto, donde se encuentra con uno de sus antiguos patrones,
quien le invita a su casa, lo lleva al teatro y a la vuelta de este, realizan el acto
homosexual, relaciones que se repitieron en diversas oportunidades, recibiendo
dinero en pago, las que se mantienen durante 3-4 meses, cada 10 o 12 días; al cabo
de este tiempo se interrumpen por un viaje al extranjero de su protector.
Rápidamente encuentra un sucesor, en un señor con el cual se reunía en una de las
plazas de Valparaíso y de allí se iban a algún hotel, donde efectuaban sus relaciones
homosexuales, recibiendo en pago 30 a 50 pesos por cada relación.
Dice reconocer en la calle a los homosexuales, por sus modales
especiales.
No siente ninguna atracción por las mujeres, aunque sostiene haber
tenido relaciones heterosexuales con sus compañeras de prostíbulo, pero solamente
para evitar habladurías, ya que él prefiere las relaciones homosexuales, aun cuando
asegura que no las ha realizado desde hace 3 años. Actualmente trabaja en
prostíbulos, desde hace 3 años, pero se adelanta a afirmar que nunca ha recibido
clientes en ellos, lo cual es difícil aceptarlo, ya que allí tiene un sueldo de $50.-
mensuales y anda relativamente bien vestido.
Es un individuo retraído, temeroso, poco franco, que duda y
medita antes de dar sus respuestas, como calculando el alcance que pueden tener
estas.
COMENTARIO.- Homosexualismo habitual en un individuo con
cierta predisposición psíquica. Caso de prostitución masculina (Correa, 40-41).

Presenciar el cuerpo prostituido es posible gracias a la descripción médica. De la historia


familiar edípica, se pasa rápidamente al cliché del iniciador: un profesor, un cura, sus
compañeros de escuela. Una práctica de captura se desliza en el relato de su vuelta a
Valparaíso, “donde se encuentra con uno de sus antiguos patrones, quien le invita a su casa,
lo lleva al teatro y a la vuelta de este, realizan el acto homosexual”. Luego del encuentro
furtivo en la ciudad -mirada mediante- vino la invitación-paga. Estar en la casa, ir al teatro,
“culiar”. Y que la invitación valiera por el “follón”. Es decir, el pago en dinero tomó la
forma de una invitación. Fue la táctica de quien no pudo manifestar su deseo de manera
explícita en el intercambio verbal corriente, y debió, por lo tanto, ocultarlo bajo
subterfugios del tipo “¿por qué no vamos para mi casa?”, o “¿te tinca ir al teatro?”.
Además, esta práctica de enganche y de captura fue atravesada por la estructura chilena (y
latinoamericana) de clases sociales, porque generalmente involucró a hombres mayores y
pertenecientes a la burguesía con suaves efebos del mundo popular santiaguino. Se trata de
67

una práctica muy extendida, cuya historia se remonta por lo menos hasta la Colonia
(Fernández).
Como toda práctica, la invitación-paga fue una operación que actualizó ciertos
signos (las maneras de invitar) y al instante se los apropió y les otorgó un sentido nuevo,
permeado de deseo: servir de puente para el encuentro de dos cuerpos. La invitación, así
apropiada por el deseo homoerótico y constituida en un pago por servicios sexuales, fue
también un contrato tácito entre quien invitó y quien fue invitado. A cambio de la
invitación, el muchacho debió otorgar algún servicio de naturaleza variable, dependiendo
de la compleja negociación entre los gustos del cliente, el tipo de seducción entre este y el
joven, y los límites que este último pusiera a su labor. De esta suerte, todo pudo quedar en
una felación, o bien el joven debió dejarse “culiar”, o cumplir con alguna exigencia
particular. La invitación-paga fue sólo una más de las prácticas de enganche homoerótico
durante el período 1950-1973 en Santiago. Prácticas invisibles, agazapadas en las sombras,
siempre vecinas de los mercados del sexo, la bohemia y el hampa.
En efecto, el mundo del hampa del Santiago de los sesenta de continuo se traslapó
con el ambiente homoerótico (Rivano, 266-267; Contardo, 202). Choros y hampones
pelearon el día a día de su miseria haciendo de ladrones, cafiches y mostaceros según la
ocasión, y conocieron bastante bien prácticas de enganche como la invitación-paga:

-¿Así es que no va a hacerle empeño a los barquillos?


-No por ahora; además, ya se está haciendo tarde y me están bajando ganas
de ir a tomarme un trago. ¿Iría usted?
«Primero me invita y después se tira al dulce», pensé al ver como el viejo
observaba con miradas lascivas mis manos que mantenía entrelazadas sobre las
rodillas. Me tiré de espalda en el pasto (Rivano, 306).

La escena presenta a Vinizio Zanetti, protagonista de El apuntamiento, en su encuentro con


el barquillero “cola” ya mencionado más arriba, en las faldas del cerro Santa Lucía. Este se
arriesga a practicar el enganche sin saber si su destinatario es homoerótico, tanteando un
camino sinuoso para capturar a su presa. Táctica del débil que no tiene más que lo que ha
ganado ese caluroso día de verano vendiendo barquillos. Por su parte, Vinizio capta
enseguida las intenciones del barquillero y lo mantiene en una incertidumbre que, al final,
68

le será ventajosa para su designio de hampón sobreviviente, cuando convierta el contrato


prostitucional en un asalto a mano armada.

* * *

Las prácticas de captura homoerótica en Santiago de Chile entre 1950 y 1973,


fueron presentadas mediante escenas extraídas desde las fuentes primarias, sin seguir un
orden cronológico. Quise privilegiar, en cambio, la claridad en la exposición de ejemplos
concretos de prácticas y de algunos de sus mecanismos. Las prácticas de captura fueron
leídas poniendo atención en el aparato de análisis de prácticas de De Certeau. De esta
suerte, las aprecié como actos de habla y, como tales, actualizaron y se apropiaron de
prácticas sociales. Cada práctica de captura entonces fue una cita de una práctica social y al
mismo tiempo un contrato deseante entre dos (o más) cuerpos. Se trató de tácticas del débil,
creadoras de microespacios de interacciones, resistentes a los poderes institucionales del
período (el de las visitadoras sociales, la ciencia médica, el poder judicial y policial).
También observé cómo las prácticas de captura fueron atravesadas por la estructura de
clases sociales, al mismo tiempo que funcionaron como topoi fáticos, pues su función fue la
de iniciar una comunicación entre desconocidos.
El análisis de las prácticas de captura me permitió reconocer las prácticas de
reconocimiento y de enganche. Mientras las primeras consistieron en las acciones de
reconocimiento del deseo homoerótico del otro, las segundas estuvieron apuntaron
directamente a concretar un encuentro sexual, siendo, de alguna manera, el paso intermedio
entre el reconocerse y tener sexo. Desde el conjunto de prácticas de reconocimiento
halladas en las fuentes, opté por explorar y describir tan sólo la mirada. Esta fue
contextualizada en el campo chileno de los cincuenta y sesenta; en la bohemia del período
1950-1973, asociada a los cines de calle Huérfanos; el hampa de los sesenta en su uso del
cerro Santa Lucía; y las políticas de izquierda de comienzos de los setenta. Por su parte, de
entre la amplia variedad de prácticas de enganche, traté tan sólo dos, debido a su mayor
frecuencia de aparición en las fuentes: el diálogo-entendido y la invitación-paga. El
primero fue escenificado como un saludo al interior de los cines del centro de Santiago, a lo
69

largo de todo el período 1950-1973; y también como un diálogo de sutiles complejidades,


ocurriendo en Huérfanos de boca de Lemebel a comienzos de los setenta. La segunda, en
tanto, fue presentada ocurriendo en la Plaza de Armas también a lo largo de todo mi
período de estudio. Junto con ello, se desplegó a fines de los setenta en el actual barrio
Bellas Artes, en los cuarenta dentro del mercado del sexo porteño, y en los sesenta
vinculada al hampa santiaguino.
A partir de mi somera exposición y de las contribuciones de los autores tratados, es
posible concluir que la mirada fue, entre 1950 y 1973, la práctica más utilizada por los
“colas” para reconocer el deseo del otro. Su mecanismo homoerótico particular se sustentó
en un intercambio de miradas, mantenido más de lo que es usual entre hombres
heteroeróticos. Dicho intercambio, tuvo lugar en los espacios públicos del centro de
Santiago, en prostíbulos como el de la Tía Carlina, versión santiaguina y glamorosa del
burdel de El lugar sin límites, abordado más arriba. Asimismo, mostré cómo la mirada
operó al interior de los cines y en espacios públicos abiertos, como el cerro Santa Lucía o la
UNCTAD. En el caso de los prostíbulos, bares y cines, el contacto visual clandestino contó
con la protección de una cortina de oscuridad. En cambio, el reconocimiento homoerótico
acaecido a plena luz del día, sólo contó con el resguardo que le otorgó la clandestinidad.
El uso de la mirada antes, durante y después de mi período de estudio está
documentado en América Latina y los centros metropolitanos norteamericanos y europeos.
La mirada es hija del secreto. Si las relaciones homoeróticas no hubiesen estado sometidas
al destierro social, a la represión policial y a la prevención sanitaria, los “colas” no
hubiesen tenido necesidad de desarrollar esta práctica de reconocimiento, ni ninguna otra
práctica de captura. En el ámbito chileno, la mirada también canalizó desigualdades de
clase y de raza propias de nuestro continente. Asimismo, constituyó un pasadizo entre
homoerotismo y sexo tarifado, directamente vinculada a las condiciones materiales de su
contexto, que llevaron a “patinar” a muchos adolescentes de la periferia santiaguina. Por
otro lado, a pesar de emerger desde el secreto y canalizar las desigualdades de clase y de
raza, la mirada homoerótica también subvierte el destierro cultural y la represión y
prevención sanitaria del estado. Ella permitió a los “colas” reconocerse para tener la
posibilidad de concretar lo que no debía ser concretado, ni menos hablado: un encuentro
70

sexual entre dos hombres. Fue el primer paso para la creación de regiones de afecto y
espacios de encuentro más allá de los designios institucionales. Canalizando el deseo
mitigó, hasta cierto punto, la soledad descarnada de vivir el homoerotismo entre 1950 y
1973 en Santiago de Chile.
De acuerdo a lo expuesto, el diálogo entendido fue una práctica de enganche que
funcionó durante todo el período 1950-1973. Tal y como la mirada, probablemente su uso
traspase los límites temporales de esta investigación tanto hacia el pasado como hacia el
futuro. El diálogo entendido fue una apropiación homoerótica del código social del saludo,
que correspondió a un cierto número de preguntas clave -con frecuencia, realizadas después
del atraparse mutuamente en el mirar- que permitieron saber si el interlocutor estaba
dispuesto a un acercamiento más íntimo. El conocimiento de estas preguntas quedó en
poder de los entendidos, vocablo utilizado por los “colas” para hablar de sí mismos durante
las décadas tratadas. Lo que caracterizó a esta praćtica, fue implicar casi siempre una
disminución de la proxémica entre los cuerpos involucrados, primer paso para todo tipo de
acercamiento sexual. Tal y como expuse, el diálogo entendido operó en espacios públicos
abiertos y cerrados, luminosos y oscuros, como la calle y el interior de los cines,
respectivamente. Así como la mirada, esta práctica tampoco hubiese existido de no ser por
la clandestinidad obligada del deseo homoerótico.
La invitación-paga fue, de acuerdo a las fuentes, una de las prácticas de enganche
más utilizadas por los “colas” durante el período 1950-1973. Al igual que las otras dos
prácticas de captura, es probable que sus mecanismos se remonten hasta antes del período
de estudio, y hayan seguido operativos después. Ella fue un acto de habla que se apropió de
los códigos sociales de la invitación, cargándola de deseo homoerótico y dando vida a un
contrato sexual entre desconocidos. Consistió en la invitación realizada por un hombre
mayor a un adolescente con el fin de obtener servicios sexuales, a modo de paga. Este tipo
de invitación fue un mecanismo de levante muy común en el período, conformando un
mercado del sexo distinto al de la prostitución femenina. Las fuentes de mi estudio me
permiten afirmar que esta práctica ya era utilizada en las calles de Valparaíso y
probablemente también en Santiago, en la década de los cuarenta. La continuidad de este
uso puede seguirse a través de los contactos del mundo homoerótico con el hampa en el
71

cerro Santa Lucía durante los sesenta, en los mercados del sexo del barrio Bellas Artes, a
comienzos de los setenta, y en la Plaza de Armas a lo largo de todo el período.
La invitación-paga delineó una región de intercambio entre la marginalidad
homoerótica y los demás excluidos de la urbe. Sin duda, la pobreza del período colaboró en
que muchos jóvenes del mundo popular aceptaran transar con hombres maduros y
burgueses. De esta suerte, en esta práctica de enganche casi siempre tomaron parte cuerpos
de distintas clases sociales, en relaciones de poder que reprodujeron las desigualdades de su
contexto histórico. Al mismo tiempo, la invitación-paga emergió como fruto de los cálculos
de quienes vivieron toda su vida bajo el miedo constante de ser descubiertos y castigados
por su deseo. En este sentido, ella es también una táctica del débil, constituyente de
espacios de afectos intensos y fugaces, que cotidianamente escaparon al destierro cultural y
la represión y prevención sanitaria contra el homoerotismo.
Asimismo, es preciso recordar que, en el presente de su acontecer, las prácticas de
captura no ocurrieron por separado, sino conformando una sola acción de captura. Esta
contuvo una diversidad de movimientos sin relación de causalidad, a veces contiguos, otras
contradictorios. Y si bien el corpus analizado me ofreció, en su densidad y variedad,
imágenes de múltiples prácticas, me vi obligado a recortarlas al mínimo, con el fin de
organizar una extensión razonable para este capítulo. Las prácticas no consideradas aquí
son mencionadas en las conclusiones.
Mi escritura acerca de las prácticas de captura contiene imágenes de una cultura
homoerótica en pleno desarrollo entre 1950 y 1973, sustentada en encuentros sexuales
impersonales. Cultura que, haciendo frente al destierro cultural y a las políticas de represión
y prevención sanitaria, se desarrolló en los espacios públicos, pero de manera invisible para
la gran masa heteroerótica. Con su producción discursiva, puede aseverarse que tanto la
policía como los/as profesionales de la higiene social colaboraron en la producción de
prácticas de captura y espacios de encuentro (Correa, 15). De esta suerte, la cultura
homoerótica se desplegó tácticamente, en permanente fuga y negociación con el poder,
utilizando y salvaguardando el secreto siempre que esto le permitió sobrevivir. Ella colonizó,
gracias a las prácticas de captura y a otras prácticas más directamente sexuales, un circuito
de espacios públicos en el corazón de Santiago. Algunos de estos fueron abiertos, cobijando
72

el deseo en medio del trajín diurno de la ciudad. Otros fueron espacios cerrados y, de
preferencia, oscuros. Todos ellos conforman el mapa del deseo que abordo en el siguiente
capítulo.
Capítulo III

Espacios de encuentro

Cualquiera puede ser un “raro”.


Revista Vea, 1973.

La Plaza de Armas, bares como el Black and White y el Hawai, los cines y teatros de
la calle Huérfanos, diversas boîtes, el café Waldörf, ciertos hoteles parejeros, la Cárcel
Pública, los puentes bajo el río Mapocho, el (antiguo) barrio Bellas Artes, la Alameda, los
Juegos Diana, el restaurant Il Bosco, los prostíbulos El Buquesito y la Tía Carlina, la Quinta
Cuatro, el cerro San Cristóbal, el barrio San Camilo y, en general, las calles del centro
urbano; fueron los espacios públicos de encuentro homoerótico que conforman el mapa
trazado por este capítulo, en Santiago de Chile entre 1950 y 1973. Es preciso señalar: la
lista anterior pudo ser mucho más larga, pero debido a los límites de mi estudio, terminó
siendo una muestra de los emplazamientos del deseo. Estos espacios fueron definidos y
organizados por prácticas homoeróticas de conexión de cuerpos. Ellas se distinguieron, a su
vez, en prácticas de captura y prácticas sexuales. Dichas prácticas clandestinas dieron vida
a una subcultura invisible, ligada a zonas de la ciudad accionadas por el deseo homoerótico.
Muchas veces, estas se vieron traslapadas con la bohemia, el hampa y el mercado del sexo
capitalino del período. Esta activación fue siempre táctica y nunca estratégica, en el sentido
definido en el capítulo uno. Es decir, los “colipatos” no dispusieron jamás de un lugar
propio, debiendo sacar provecho de la ocasión, en un uso efímero y a la vez constante del
centro de la ciudad. Esta apropiación de la urbe por parte del deseo homoerótico estuvo,
también, atravesada por la historia política, social y cultural chilena. En un intento por dar
cuenta de los vasos comunicantes, mi narración elabora imágenes de las prácticas
homoeróticas, de los espacios por ellas definidos, y cómo estos interactuaron, según sea el
caso, con la historia política, social y cultural. Al mismo tiempo, como el/la lector/a irá
descubriendo, el mapa del deseo dibujó un espiral en el centro de Santiago.
Si el lugar es el espacio codificado y ordenado del poder, el espacio es el lugar

73
74

practicado (De Certeau, La invención, 129). En el caso de mi investigación, las prácticas


homoeróticas delimitaron espacios de encuentro. Se trató de cuerpos que se encontraron, es
decir, que se conectaron de las maneras más diversas. Caminaron, capturaron miradas,
entablaron diálogos o invitaron al cine, dando realidad a espacios momentáneos de deseo.
Hizo lo propio el acoplamiento de manos, bocas, anos o penes.
Entre 1950 y 1973, la presencia del deseo homoerótico en la ciudad fue siempre
invisible, pues nunca dispuso de sus espacios públicos como si habitara un lugar propio.
Esto significa que, durante mi período de estudio, se desenvolvió casi completamente en la
clandestinidad y careció de territorio, de un sitio en el que desplegarse como “en su casa”
(Guattari, 139).56 Debido a esto, su accionar fue táctico y no estratégico (De Certeau, La
invención, L). Siempre en la posición del débil, su existencia fue una victoria del lugar
sobre el tiempo. Deseo nómada, siempre de paso, incapaz de conservar lo ganado con el
despliegue continuo de todo tipo de prácticas homoeróticas, creadoras, a su vez, de
efímeros espacios de encuentro.
Las tácticas homoeróticas fueron acciones colonizadoras de lugares frecuentados,
en su mayoría, por heteroeróticos. Las prácticas dieron a estos sitios un significado
diferente, secreto y, sin embargo, conocido por los “entendidos”. Estos son los “rincones
nuevos” que, según Contardo, escondía Santiago durante los cincuenta: “Lugares,
recorridos y espacios que los «entendidos» [...] conocían. Un mundo paralelo al del resto,
los primeros indicios de una cultura gay que se confundía con una incipiente bohemia
compuesta por un puñado de personajes que nunca fueron una multitud” (222). Estos
“lugares, recorridos y espacios” consistieron en el uso deseante que los “colas” hicieron de
zonas y derroteros urbanos no concebidos con esos fines. Dichos espacios, muchas veces
atestados de “colas”, jamás estuvieron orientados exclusivamente hacia un público
homoerótico (como sí sucede en la actualidad). Según Contardo,

hasta principios de los setenta, la mayor parte de los lugares que convocaban a un
público homosexual, en ciudades como Santiago y Valparaíso, no eran
exclusivamente para clientes gay. Ni los bares de calle Merced y Monjitas, ni los

56
Esto cambió sólo a fines de los setenta, cuando comenzó la habilitación de todo tipo de espacios “gay”,
como las discoteques.
75

prostíbulos con espectáculos de transformismo -como La Carlina, de calle Vivaceta,


o los burdeles de la calle Clave de Valparaíso- eran espacios específicamente
creados para convocar a personas homosexuales. Solo la costumbre y la relativa
tolerancia de los administradores los transformaron en puntos de encuentro (44-5).

Contardo habla de bares y prostíbulos, pero lo cierto es que las “maricas” ocuparon, de
manera general, los lugares de reunión de la bohemia, del hampa y de los mercados del
sexo. Las “colas” consumieron estos lugares y los hicieron sus espacios, a su manera. De
esta suerte, es posible avizorar la presencia de una cultura “cola” en el Santiago de los
cincuenta, sesenta y comienzos de los setenta, sostenida en prácticas compartidas por sus
miembros y en la apropiación de lugares, convirtiéndolos en espacios de encuentro.
A pesar de que los espacios de encuentro fueron parte importante en la vida “cola”
del período, es posible visualizar que muchos hombres santiaguinos, que tuvieron deseos
homoeróticos durante las mismas fechas, no fueron miembros habituales del circuito del
deseo. Debido a su ausencia de la cultura “cola” estudiada y a que mi investigación tiene
límites de extensión, sus prácticas han quedado fuera de mi relato. De esta suerte, los
espacios públicos de encuentro que aquí trato y las prácticas que les dieron vida son sólo
una muestra de las prácticas cotidianas de las “colas”, “locas” y “mostaceros” del período
1950-1973.

* * *

Los relatos de lugares son, para De Certau, “trabajos artesanales. Están hechos con
vestigios de mundo” (La invención, 120). Esto significa que este capítulo fue construido
con vestigios de mundos vividos, extraídos desde entrevistas orales, obras literarias,
estudios médico-sociales y reportajes del período. A partir de estas fuentes, elaboro un
relato de espacios públicos que se moviliza por el centro de Santiago, comenzando en la
Plaza de Armas. Mi trabajo consiste en crear, en base a las fuentes, imágenes de prácticas
homoeróticas que, o bien ocurrieron realmente, o bien son un ejemplo factible de cómo
estas organizaron los espacios de encuentro homoerótico. Desde allí, siempre que me es
posible y teniendo en cuenta las características del espacio, trazo vasos comunicantes con el
76

contexto histórico, social y cultural. También observo, en los casos que lo permiten las
fuentes, la presencia del contexto en las mismas prácticas, y en cómo ellas expresan, a su
vez, las condiciones sociales y culturales de su época. Como plantea Mark Hunter, no es
posible abstraer las relaciones sexuales de las relaciones sociales y de las prácticas
históricamente arraigadas, sin caer en una debilidad conceptual fundamental: “At fault here,
and more broadly in many well-intentioned but often disapointedly ineffective AIDS
«education» campaigns, is a fundamental conceptual weakness: the abstraction of sexual
relations from social relations and historically rooted dynamics and practices” (116). En
mi opción por mostrar movilidades y conexiones, también presento algunos ejemplos de
prácticas homoeróticas que influyeron en trazos de la cultura bohemia del período. Siempre
que me fue posible a partir de las fuentes, escenifico las marcas de clase y de género, junto
con la represión y la prevención sanitaria vivida por los espacios de encuentro. Debido a mi
apuesta teórica y a la gran cantidad de elementos en juego, a ratos la narración parece
volverse circular, o más bien, en espiral. Prácticas, espacios, contexto, y vuelta a las
prácticas del siguiente espacio. De la misma manera, espiral es el trazado del deseo
homoerótico por el centro de Santiago.

* * *

En este capítulo considero los espacios públicos de encuentro homoerótico que


tuvieron lugar en el período 1950-1973. Dentro de este lapso temporal, cada espacio se
desplegó a una velocidad distinta. Determinados espacios funcionaron como tales desde
antes de 1950, mientras otros comenzaron a funcionar durante esa década. Algunos fueron
fundados durante los sesenta. Por otra parte, ciertos espacios cerraron en los sesenta,
mientras muchos se vieron obligados a hacer lo mismo en 1973. Aún así, varios de ellos,
como la Plaza de Armas, siguieron operando después de 1973. Se trata de un entramado de
sitios distribuidos por el centro de Santiago de Chile de diferentes características, pero que
compartieron el haber cobijado y el haber sido intervenidos por prácticas homoeróticas
durante el período 1950-1973. Esto dio lugar a relatos que giran en torno de la historia de
cada espacio, y que al mismo tiempo se remiten al contexto histórico.
77

La Plaza de Armas

Un joven prostituto camina hacia el oriente, bordeando la Plaza de Armas, desde la


esquina de Ahumada con Compañía hacia la esquina de Estado con Merced. Es la una de la
mañana, y su andar es lento y rudo, lo que contrasta con su vestuario: pantalones claros
ajustados y un suéter color rojo italiano (Rivano, 265). Esto lo hace reconocible para
quienes anden en busca de amor bajo los pilares del Portal Fernández Concha (Correa
Bravo, 13-14). Enganche de miradas, un diálogo de entendidos y una invitación-paga.
Desde allí, un destino posible es la casa de quien devenga cliente, pero lo más seguro es
que el intercambio sexual y monetario tenga lugar en alguno de los hoteles que rodean el
sector (G.D.; Monique). Mientras los cuerpos estén allí, capturándose o practicando sexo
tarifado en la Plaza de Armas, el Portal Fernández Concha o el hotel de turno, estos serán
espacios de encuentro homoerótico. Espacios que les son propios, en tanto dure el fragor
del deseo concretado, y que a su vez los hace espacios impropios, para los vigilantes de la
ciudad. En ellos habita otra temporalidad, distinta al no tiempo de la ciudad, un pliegue en
el tiempo indiferenciado del caminar urbano (De Certeau, La invención, 106). Se trata de
espacios poblados por cuerpos abyectos, diferentes de los cuerpos normales, que consumen
la ciudad de forma invisible pero efectiva. Es el año 1950.
De Ramón señala que la Plaza de Armas fue, desde los siglos coloniales, el centro
económico, social y cultural de la capital (179). En ella confluyeron, desde antaño,
mendigos y mendigas, prostitutas y prostitutos, empleados domésticos, habitantes de la
periferia, trabajadoras y trabajadores del estado y las familias dueñas del poder político y
económico. Este papel profano jugado por la Plaza intentó ser disciplinado en numerosas
ocasiones por el poder estatal. De Ramón describe cómo, en pleno siglo XVIII, la mudanza
del mercado de abastos y de las corridas de toros, que funcionaban en la Plaza, fue un
intento por expulsar al mundo popular del centro de la ciudad (179). Durante el siglo XIX
la Plaza fue transformada en paseo elegante, pero la mezcla de clases sociales siguió
ocurriendo, debido, al menos en parte, a que continuó siendo el punto de partida y de
llegada de los tranvías urbanos. Siguiendo siempre a De Ramón, a comienzos del siglo XX
el uso deseante de la Plaza, bajo la forma de un mercado del sexo, era un problema que
78

preocupaba a las autoridades encargadas del orden público:

Tan antiguo como el problema de los mendigos y rateros era el de la prostitución,


visible a todas horas en la cercanía de la Plaza de Armas y a veces en su interior
mismo. En 1901 la Alcaldía municipal insistió en la necesidad de perseguir a «las
mujeres que pululan por las calles de la población repartiendo enfermedades y
corrompiendo a niños de menor edad, algunos hasta de catorce años», las que
aparecían por las tardes y las noches en distintos puntos centrales de la ciudad «sin
que falten tampoco en los portales que dan a la Plaza de Armas y calles adyacentes,
provocando a los transeúntes y menores de edad». Un informe de la prefectura de
policía de Santiago en 1899 había denunciado que en un radio tan reducido y a
pocas manzanas de la Plaza de Armas, como era el conformado por la avenida del
Mapocho entre Miraflores y Puente y calles adyacentes (Esmeralda, Bandera y
Miraflores), había 24 casas de prostitución (De Ramón, 182).

El uso prostitucional de la Plaza de Armas, descrito en la cita anterior, tuvo continuidad


durante todo el siglo XX, incluidas las décadas del cincuenta, sesenta y setenta (G.D.;
Monique; Ruiz; Amaro).57 De Ramón describe, asimismo, parte del modus operandi de las
prostitutas: aparecer “por las tardes y las noches […] provocando a los transeúntes y
menores de edad”. Tal y como indiqué en el capítulo anterior, las prácticas de captura
homoeróticas estuvieron en íntima relación con las prácticas de captura de los mercados del
sexo. En la cita, bajo la descripción de los sutiles movimientos de las prostitutas, se
esconden otros desplazamientos, tan oscuros y tan abyectos para el poder (y también para
De Ramón), que este ni siquiera osa nombrarlos: los recorridos de jóvenes cuerpos
masculinos en venta (Vea, 26-04-73). En la novela El apuntamiento, que considero
descriptiva de los mecanismos prostitucionales de los cincuenta y sesenta, Rivano describe
cómo “mostaceros y prostitutas nos tratábamos como compañeros de un mismo oficio. A
veces las putitas se tomaban del brazo de alguno de nosotros para librar de los pacos de la
Primera” (272). Sumando la información de la novela a las voces “colizas” registradas por
la Revista Vea, me es posible aseverar que la práctica de arribar por las tardes y las noches a
la Plaza de Armas y sus inmediaciones, fue usual entre las prostitutas y los prostitutos de
los cincuenta, sesenta y primeros tres años de los setenta (Vea, 26-04-73). También lo fue la
acción de “provocar a los transeúntes” mediante la mirada, el diálogo entendido o la

57
De acuerdo a Pablo Vergara y Ana María Sanhueza, el mercado del sexo siguió operando en la Plaza de
Armas hasta entrados los años noventa del siglo XX.
79

invitación-paga.
Más allá de los mercados del sexo, la Plaza de Armas fue el centro de los espacios
de encuentro homoerótico en Santiago, durante el período 1950-1973. Como afirmó
Amaro: “La Plaza [de Armas] siempre ha sido gay”. Su uso deseante transcurrió, sin
embargo, a contrapelo de la represión y prevención sanitaria. Al mismo tiempo, la sociedad
vivía un proceso de democratización que se espejó, en la capital, en una intensa vida
nocturna y una activación de los espacios públicos. De esta suerte, calles, parques, bares,
cafés, bôites, prostíbulos, teatros y cines del centro de la capital formaron un circuito de
vida social, intelectual, artística y erótica. Y el centro de todo ello fue la Plaza de Armas.
Las arquerías del Portal Fernández Concha, en su orilla sur, sirvieron de espacio de
encuentro homoerótico clandestino durante las tardes y las noches; también fueron ámbitos
de reunión, a toda hora, de artistas, escritores y sus seguidores. Todos ellos disfrutaron del
“olor a sopaipillas, castañas y almendras asadas, durante el invierno y a cerveza, fruta y
miel, durante el estío” (De Ramón, 201). Al mismo tiempo, en el Portal Bulnes, frente al
lado oriente de la Plaza, “había dos cafés muy concurridos: el Patio Andaluz y La Puñalada.
Mientras en el Patio Andaluz «se recitaban versos, se cantaban coplas, se bailaba y se
bebía», en La Puñalada había conversación y «se tomaba café, chocolate, cerveza y
horchata»” (De Ramón, 201).
La voz de entrevistados e historiadores coincide en que los torrentes humanos (y
bohemios) que hicieron uso de la Plaza y de las principales calles del centro, aumentaron su
caudal durante la segunda mitad de los sesenta y los tres años de la Unidad Popular (G.D.;
Lemebel; F.S.; Illanes, 436; Correa Sutil, 233). La única voz disidente es la de De Ramón.
Este señala que la bohemia se agotó a fines de los cincuenta, debido, supuestamente, al
acelerado crecimiento de la ciudad. Luego propone que “el declinar de esta vida nocturna
durante los años 60 recibió el golpe de gracia en la década siguiente por causa del «toque
de queda» instaurado desde septiembre de 1973” (201). Sin embargo, no da razones que
justifiquen su apreciación para los años sesenta, más allá de simples especulaciones. Es
cierto que esta década fue un período crítico, en la que el modelo capitalista de desarrollo
vivió una crisis arrastrada desde la década anterior (Illanes, 432). Esto impulsó, durante
todos los sesenta, la búsqueda de nuevos paradigmas económicos y políticos, a los que se
80

sumó un proceso de demandas sociales cada vez más acelerado (Illanes, 441). Junto con
ello, ingresaron nuevos actores a la escena política, como los pobladores y la juventud
(Correa Sutil, 233). Pero de ninguna manera esto significó la retirada de la calle por parte
de la ciudadanía organizada, sino su ocupación activa (Illanes, 436).
La excitación política y cultural del centro histórico de la capital de Chile tenía su
contrapunto en la miseria vivida por quienes habitaban las comunas de la periferia. Desde
allí, y también desde la marginalidad que vivía en el centro, fluyeron jóvenes cuerpos
homoeróticos hacia la Plaza de Armas, en busca de subsistir convirtiéndose en mostaceros,
“colas” o “guaneros”, y vender su cuerpo por un plato de comida, una invitación al cine, o
algunos escudos que les alcanzaran para pasar la noche en un hotel de mala muerte
(Contardo, 202; Rivano, 272). Siempre y cuando, no estuviesen siendo extorsionados por
detectives, que solían cobrar diez escudos diarios por mantenerles en libertad (Rivano,
275).
Desde siempre agitada por un intenso tránsito diurno, la Plaza de Armas fue
también un espacio bohemio desde el atardecer hasta la madrugada. Y entre medio del mar
de personas que la recorrieron durante los cincuenta, sesenta y comienzos de los setenta,
ciertos hombres mayores caminaron, quizá, más lento de lo habitual, dando vueltas por la
Plaza y sus portales aledaños, sin rumbo fijo. Volviendo sobre sus pasos, se sentaron en una
banca, esperando hasta capturar la mirada cómplice de otro hombre. Usualmente, este era
un “jovencito” venido de la periferia: “había un poco de prostitución masculina en el centro
pero muy discretamente” (Monique). Mirada, acercamiento, diálogo entendido e invitación-
paga. Seguramente, no todos los encuentros pasaron por todas y cada una de estas prácticas
de captura. Pero ellas diagramaron, en el espacio público, una línea posible en el camino
hacia el encuentro de los cuerpos. Sus prácticas habilitaron, mientras duraron, un espacio de
deseo que les fue propio y que, aunque efímero, logró romper por unos momentos con el
tiempo impersonal del andar urbano. Consumo certero e invisible de la ciudad.
Es productivo destacar que, en el caso anterior, existe una marcada desigualdad de
clase entre el “jovencito” y el “señor mayor decente”. La distancia entre un muchacho
pobre y proveniente de la periferia y un hombre mayor (posiblemente casado) perteneciente
a la burguesía, provee la base material para la transacción sexual (Hunter, 116). En este
81

ejemplo, el objeto que vehiculiza el intercambio es un regalo o invitación. También es


interesante señalar el rol que jugó la masculinidad. Tanto la masculinidad de una “loca”
burguesa y casada, con deseos homoeróticos reprimidos, como la masculinidad de un
adolescente proletario devenido prostituto. En ambos casos, sus vínculos homoeróticos
atentaron directamente contra su masculinidad. En el último caso, si bien la transa con otro
hombre fue un atentado a su masculinidad “popular”, en el ejemplo primó el deseo de
subsistencia frente a la norma de género.
Las razzias policiales contra las prácticas homoeróticas fueron selectivas. Vivieron
en peligro los “colas” que andaban de captura en el cine, las “maricas” asiladas en
prostíbulos, o los señores de medio pelo que, furtivamente, tenían sexo con otros hombres
en ciertos hoteles (Contardo, 283). Pero jamás fueron detenidos homoeróticos de la élite,
como Benjamín Subercaseaux o Alone (Fernández). Quienes se llevaron la peor parte
fueron los mostaceros cuyo único lugar era la calle. Y entre ellos, los más “atorrantes” de
todos, los “colas” de la Plaza de Armas (Contardo, 299-300; Robles, 13).
A las siete de la tarde del domingo 22 de abril de 1973, un centenar de hombres se
reunió, al parecer de manera previamente concertada, en la pérgola de la Plaza de Armas
(Robles, 14-15). La mayoría fue vestido a la moda de ese entonces: suéter a rayas ajustado,
pantalones pata de elefante y zuecos (Lemebel). Varios lucieron su rostro maquillado y su
cabello largo y cuidado (Vea, 26-04-73). Una veintena de ellos, principalmente mostaceros,
comenzó a bailar con movimientos “feminoides y chocantes”, y a gritar “somos los colas de
la Plaza de Armas, y estamos haciendo esta manifestación para pedir que nos dejen
tranquilos de una vez”, y “que nos dejen ser como somos y no nos persigan” (Vea, 26-04-
73). Ellos mismos se expusieron, por primera vez a rostro descubierto, a reporteros y
fotógrafos. Mientras tanto, el grueso de los asistentes se mantuvo en los alrededores,
apoyando la manifestación pero sin atreverse a aparecer en los medios (Vea, 26-04-73). El
líder de los colas, conocido como la Gitana (Robles, 11), resaltó frente a la prensa cuál fue
su objetivo: “lo que nosotros queremos es que nos dejen tranquilos, que nos permitan vivir
nuestras vidas sin molestarnos si no hacemos mal a nadie, pero los carabineros y los
detectives nos persiguen. Nos maltratan y nos cortan el pelo” (Vea, 26-04-73). Las “locas”
de la Plaza de Armas se movilizaron exigiendo su derecho a estar tranquilas, a vivir su
82

propia vida, y a vivirla de acuerdo a su deseo. Protestando contra el acoso policial,


activaron el potencial político del centro de los espacios de encuentro entre los “colas” de
Santiago, convirtiéndolo en el primer foco público de reivindicación homoerótica en Chile.

Imagen 1. Portada de la Revista Vea, 26 de abril de 1973.

Las “maricas” pidieron ser dejadas tranquilas, demandando derechos al estado:


“sería bueno que esto se reglamentara de algún modo. Tenemos derecho a vivir como nos
manda nuestra propia manera de ser” (Vea, 26-04-73). También señalaron su intención de
“pedir al Congreso una ley que los ampare” (Vea, 26-04-73). En esto no se diferenciaron del
resto del mundo popular, caracterizado por un peticionismo estatista (Salazar, 183). Al
mismo tiempo, los colizas aclararon no ser delincuentes, sino enfermos: “comprenda que
nosotros somos enfermos, señora. Hacemos estas cosas porque las sentimos, no porque
seamos malos o delincuentes […] nací cola, pero esto es una enfermedad, no un vicio”
(Vea, 26-04-73). En ese sentido, podría argumentarse que su acción se hizo parte del
discurso higienista y biopolítico del “Estado Asistencial Sanitario”, pues utilizó los
argumentos de este (en una especie de “auto-patologización”), con el fin de demandar el fin
del acoso policial. Esta fue la “chicha y chancho” (Clarín, 24-04-73), solicitada por un
83

puñado de cuerpos marginales al estado todopoderoso: reivindicar su derecho al deseo


desde la trinchera de la enfermedad incurable.
Víctor Hugo Robles documentó este episodio como “la primera rebelión”
homoerótica chilena (11). Coincido con él en atribuir al acoso policial reiterado el papel
detonante de la protesta. Un entrevistado suyo recuerda: “nos atrevimos a protestar porque
estábamos cansados del abuso policial. En ese tiempo, tenía unos 18 años y vivía detenido
por ofensas a la moral y las buenas costumbres. Si no iba preso, era rapado por la policía
cuando me sorprendían puteando en la calle” (José Ortiz cit. en Robles, 11). El mismo
Robles, Contardo, Carlos Sánchez y la Revista Vea están de acuerdo en que las “locas” de
este primer mitín pertenecieron al mundo popular, teniendo la reunión un marcado carácter
de clase. Más allá de estas certezas, es posible especular acerca de la recepción chilena del
movimiento Gay Pride estadounidense, 58 y la posibilidad de que un eco de todo aquello se
escuchara en las voces “colizas”. Por mi parte, quiero contribuir con dos ideas a la
apreciación del fenómeno.
No es posible entender el primer levantamiento homoerótico chileno sin la
activación política del cuerpo social ocurrida durante la década de los sesenta, y acelerada
durante los tres años de la Unidad Popular. En esto coincido con Fernández
(Homosexualidad, 20). Fue un período de auge de la organización popular (Correa Sutil
233; Illanes, 441), de amplia ocupación de los espacios públicos (Perlongher, Un barroco,
88-89), y de cierto relajo moral (Lemebel); procesos acentuados entre 1970 y 1973: “Yo en
la UP fui feliz. Se soltó todo. En los setenta no había represión” (Lemebel). Esclarecedora
es la crónica de Perlongher durante su viaje a Chile en 1980:

Cierto es que la aventura allendista no provocaba desmanes sólo en el campo del


reparto de los bienes terrenales. Chile gozó, bajo Allende, las turbulencias de un
desmelenado “destape”: hippies, gays y toda suerte de marginales deambulaban
abiertamente por las calles, en un clima de agitación social casi anárquico [...] La
acusación de defensoras -solapadas o abiertas- del régimen derrocado que se
blandió para hostigarlas, puede llegar a tener algunos visos de veracidad, no tanto
por una supuesta identificación de las locas con las consignas socializantes, sino
por un detalle indiscutible: nunca habían gozado, en la tradicionalmente
democrática “Inglaterra del Pacífico”, de tanta libertad. Así, en los últimos meses

58
Iniciado en 1969 con la legendaria rebelión del bar Stonewall, en Nueva York.
84

de la UP, una manifestación de travestis recorrió las calles de Santiago, reclamando,


entre otras reivindicaciones, el derecho al libre ejercicio de la prostitución (Un
barroco, 88-89).

De acuerdo a Lemebel y Perlongher, los años de la Unidad Popular significaron un alto en


la represión, permitiendo la emergencia de “un clima de agitación social casi anárquico”.
Fue en este contexto de mayor libertad que los mostaceros de la Plaza de Armas
organizaron su revuelta. Paradójicamente, sin embargo, esta fue una protesta contra el
abuso policial. Cabe entonces preguntarse, ¿disminuyó realmente la represión policial
contra el homoerotismo durante el gobierno de Allende? La prensa de izquierda de la época,
como Clarín (24-04-73), y Puro Chile (27-04-71), y las investigaciones de Robles y
Contardo, permiten aventurar que no fue así. De hecho, las “colizas” de la Plaza protestaron
con el fin de terminar con la persecución de que eran objeto. Y por primera vez, tuvieron el
coraje de aparecer en público, quizá, influidas por la oleada de movilizaciones sociales que
acompañaron el gobierno de la Unidad Popular. Cansados de los “pacos” y los “tiras”, los
mostaceros y “colizas” de la Plaza de Armas se atrevieron a hacerles frente, levantando el
secreto sobre sus prácticas y aprovechando la (relativa) libertad conseguida durante la
“aventura allendista”. ¿No emergen las manifestaciones contra el “abuso”, en tiempos de
mayor libertad política? Quizá las ciencias políticas podrían responder a esta pregunta. De
todas maneras, me interesa destacar que, más que un eco del Gay Pride estadounidense, la
primera rebelión “cola” puede leerse como una reapropiación homoerótica del accionar
popular del período 1970-1973, que emergió en un momento de (relativa) mayor libertad
política.
Por otra parte, me pregunto, ¿por qué la primera emergencia reivindicativa fue en la
Plaza de Armas? La antigüedad del uso prostitucional y homoerótico de este espacio, ¿tuvo
qué ver con la gestación de la primera protesta homoerótica? Si con De Certeau definí el
espacio como un lugar practicado, la Plaza de Armas, en tanto espacio, fue construido por
las prácticas homoeróticas de una multitud de cuerpos:

Casi vivíamos ahí, a veces también dormíamos en algún rincón. En el día nos
dedicábamos a pedir monedas y después íbamos a comer a la UNCTAD […],
porque vendían comida barata y súper rica. Después volvíamos a la Plaza de Armas
85

y en la noche íbamos a patinar por Providencia o a la Plaza Italia (Robles, 11).

Las prácticas de pedir monedas y de dormir en la Plaza, como parte de la experiencia de


vivir allí, sin duda dejaron huellas en aquel espacio público. Los cartones y pobres enseres
travestis se sumaron a las huellas de todos los cuerpos homoeróticos que consumieron el
lugar y lo hicieron suyo, a lo largo de los años. Quizá la activación política de la Plaza tuvo
qué ver, precisamente, con revitalizar la memoria de ese antiguo uso homoerótico.
Junto con ello, y gracias a la prensa -de izquierda y de derecha- que se festinó con la
revuelta (Clarín, 24-04-73; Vea, 26-04-73), la sociedad tomó conocimiento de este uso
alternativo del centro de la capital.

Espacios homosociales: Black and White y Hawai

El período investigado se caracterizó, en Chile, por la promoción desde el estado de


un modelo de mujer dueña de casa, cuyo deber fue estar al cuidado de los hijos (Rosemblat,
183). En parte debido a esto, fueron escasas las mujeres que frecuentaron los sitios
asociados a la bohemia. Esto significó que la amplia mayoría de los espacios bohemios,
“colonizados” por el deseo homoerótico, fuesen también espacios de reunión homosocial.
Es decir, por costumbre ellos estuvieron reservados, casi por entero, a la masculinidad. Esta
homosocialidad sirvió de guarida al homoerotismo, el que, a su vez, tensionó la existencia
de zonas homosociales. Desde esta perspectiva, puede aseverarse que, a comienzos de los
setenta, el deseo homoerótico se extendió hacia la esquina suroriente de la Plaza de Armas
y tomando calle Merced, colonizó el edificio situado en la vereda sur, unos pasos más allá
de la Plaza, donde hoy se encuentra la casa-museo de Mateo de Toro y Zambrano.
Agazapado bajo las reuniones homosociales bohemias, se instaló subrepticiamente en el bar
Black and White (Puz, 1971).59
Sin concretarse -al menos, en los discursos que sirven de fuente a esta

59
La autora describe que ir al bar durante las tardes de los sesenta y primeros setenta era “asistir a un desfile
interminable de clientes sedientos que entran a rogar a los mozos que les sirvan una caña «de pasadita». El
Black and White ofrece chicha de Villa Alegre y borgoña con chirimoya y se jacta de ser «El rincón de la
bohemia santiaguina» y con un letrero que «mucho sexo acorta la vista»”.
86

investigación- en prácticas de captura y prácticas sexuales, el deseo homoerótico latente en


los encuentros de este espacio homosocial fue puesto al descubierto en el año 1971, cuando
la Revista Paula emitió un reportaje titulado “Donde los hombres se divierten solos” (Puz).
En una de sus páginas, una foto de dos hombres bebiendo en un bar fue acompañada de la
sugerente proclama: “El bar: donde la amistad no tiene límites”. Por su parte, la
homoerótica implícita en los encuentros masculinos puede leerse a través de la aguda
descripción de la periodista:

Observar el comportamiento de los hombres en los bares es tarea entretenida y llena


de sorpresas. Los hombres conversan entre ellos como no lo hacen las mujeres
entre sí. Ellos, que tienen tanto sentido del ridículo para otras cosas, no lo tienen
hablando con un amigo, conversando una botella de vino. Se miran, se palmotean
las espaldas, se tocan, se hablan con cariño, se prometen amistad eterna, se ofenden
a la menor desconfianza del otro. Ellos ponen la vida al conversar, son en eso
mucho más cálidos y vitales que las mujeres. De repente se paran tres que están en
una mesa y brindan chocando los vasos chorreados, como en un ritual mágico.
Deben estar brindando por su amistad eterna (Puz, 1971).

El momento de homoerotismo más evidente sucede al ser descrito el modo de relación de


los cuerpos masculinos entre sí: “Se miran, se palmotean las espaldas, se tocan, se hablan
con cariño, se prometen amistad eterna, se ofenden a la menor desconfianza del otro”.
También me parece sugerente la metáfora de los vasos chorreados como ritual, en el que los
flujos derramados sellan la alianza masculina, sostenida, a su vez, en deseos homoeróticos
reprimidos (Rubin, 115). El ejemplo de sitios como el Black and White permite proyectar la
búsqueda del deseo homoerótico mucho más allá de su concreción en prácticas de captura y
prácticas sexuales, entrando en su órbita todos los espacios y las instituciones
homosociales. Sin embargo, una exploración semejante haría inabarcable esta
investigación. Por su parte, las acciones de captura y las actividades sexuales invadieron de
igual modo otros espacios bohemios.
Entre fines de los sesenta y 1973, fue común que un oficinista que trabajara en el
centro cruzara Merced, abandonando el Black and White, y atravesara el pasaje Phillips,
saliendo a Monjitas. Y que doblando a la derecha, al llegar a la esquina con San Antonio,
ingresara a la fuente de Soda Hawai. En ella “entraba de todo”, siendo habitual el ligue “de
87

mingitorio”, como el descrito por G.D.: “Entonces yo voy al baño y estoy en el baño y hay
uno de ellos. Alto, buen mozo, bien elegante, buen trato. Y estaba con el miembro en la
mano, me insinuó montones de cosas”. Escenas como esta fueron comunes en los espacios
ligados a la bohemia capitalina. Ella refleja la mezcla de clases sociales, pues G.D., de
oficio garzón, señala a su seductor como un hombre “bien elegante, buen trato”. También
muestra la reapropiación homoerótica del espacio, que de baño de fuente de soda se
convierte en región de ligue sexual. Por último, la clandestinidad que primó en los
encuentros de este tipo, debió vérselas con la represión y prevención sanitaria
protagonizada por el “Estado Asistencial”.
Participando o no de las prácticas de captura y de las prácticas sexuales en los baños
del Hawai, ese mismo oficinista pudo salir de allí y caminar en dirección sur, por la
transitada calle San Antonio. Mezclándose con la multitud, estuvo, sin embargo, siempre
atento a las miradas de los paseantes. Alargando la tarde o la noche se desplazó lentamente,
pisando con decisión, apropiándose de la urbe mientras su cuerpo estuvo allí. Quizá con un
poco de ansiedad y nerviosismo por lo que buscaba -y esperaba- encontrar, aceleró el paso
y llegó hasta la calle de los cines: Huérfanos.

Los cines y teatros de calle Huérfanos

En el período 1950-1973, la zona con más cines de Santiago conformó una línea de
pocas cuadras a lo largo de la calle Huérfanos. Entre Miraflores y Morandé, la arteria contó
con al menos diez cines, además de la legendaria boîte Goyescas, el Teatro Ópera (sede del
Bim Bam Bum), y muchos bares y cafés bohemios (G.D.; Lemebel, De perlas, 73-74).
Durante el mismo período, “colas” de todas las edades y clases sociales asistieron a los
cines de Santiago en busca de encuentros homoeróticos (G.D.; Monique; Fernández;
Contardo, 224; Rivano, 269). Las prácticas de captura y las prácticas sexuales
resignificaron los cines como espacios de encuentro, poco tiempo después de que este
comenzara a popularizarse, en los años veinte (De Ramón, 212; Fernández). Esta
reapropiación afectó tanto a los cines del centro como a los de barrio (Contardo, 224). En el
caso de Huérfanos, la abundancia de cines y de lugares de diversión -vespertina y nocturna-
88

hizo de la calle, en sí misma, un espacio de encuentro “cola”, como recuerda Lemebel. Los
“maricas” desplegaron toda suerte de prácticas de captura en el espacio público, tal y como
indiqué en el capítulo anterior. Y la mirada, el diálogo-entendido y la invitación-paga
operaron también en el espacio cerrado y oscuro de los cines, entremezcladas con otras
prácticas, más directamente sexuales: “Yo cuando venía al cine, llegaba, se sentaba alguien,
bien oscuro, y con la pierna empezaba, así y la mano la ponían aquí... así. Yo llegaba al
cine, cuando en eso sentía la pierna... después la mano en la butaca...” (G.D.). Caricias
furtivas con la pierna y luego con la mano, en busca de enganchar al vecino de butaca y,
quizá, invitarle al baño. Allí los cuerpos pudieron desenvolverse con más libertad,
parapetados tras las cabinas, como ocurrió en el más emblemático de los cines “cola” de
Huérfanos: el Miami.
Fundado en 1917 y ubicado entre las calles Ahumada y Bandera, este antiguo teatro
(como muchos de los cines situados en la misma calle), fue un espacio de encuentro
homoerótico mencionado en tres fuentes diferentes (G.D.; Contardo, 225; Durán, pár. 14).
Para los “colipatos” de los cincuenta, sesenta y comienzos de los setenta, caminantes del
centro durante las tardes y las noches, fue común buscar hombres allí. Seguramente, la
mayoría ingresó furtivamente al cine, temerosos de ser descubiertos. Algunos lo hicieron
con indiferencia. Otros, los menos, con cierto desenfado. Guiados hacia el sector de galería,
se sentaron cuidando de quedar al lado de otro hombre que -mirada mediante- pudiese
corresponder a su deseo. Tocando con discreción y astucia (G.D.; Rivano, 269), llevaron al
escogido hacia el baño más próximo a galería. Allí se integraron en el enjambre de cuerpos
conectados de las maneras más diversas y sorprendentes, ensartados unos en otros (G.D.).
Bajo el sonido protector de alguna película de bajo presupuesto se manosearon, olieron,
besaron; o bien se lamieron, penetraron y chuparon. Efímero festival de carnes, esparcido
desde la galería hasta el baño, y viceversa. Creación de un espacio-tiempo propio para el
deseo homoerótico, vuelto a crear en cada encuentro, en un presente eterno y momentáneo
en tanto los cuerpos estuvieron juntos. Pequeña zona de la ciudad enrojecida, guarecida al
calor de los hombres que se restregaron infinitas veces al interior del cine Miami,
ampliamente reconocido como un espacio de encuentro entre las “colas” de la capital.
En enero del año 1970, pocos meses antes del triunfo electoral de la Unidad
89

Popular, prácticas homoeróticas muy similares a las del cine Miami fueron descritas -sin
serlo- al interior del cine Baquedano (situado en la plaza del mismo nombre). Fue en un
reportaje de Raquel Correa, citado por Contardo:

El público de la galería [del cine Baquedano] está formado exclusivamente por


varones [...] la mayoría jóvenes: algunos maduros; un solitario anciano de barbas;
más hombres y yo, que trato de pasar inadvertida junto al reportero gráfico José
Muga, que oculta su cámara fotográfica bajo la chaqueta [...] ¿Qué película dan? Al
parecer eso importa poco, porque cada cual ha llegado a la galería a vivir su propia
película, tan escabrosa y perversa que ningún cineasta osaría filmarla y ningún país
del mundo la dejaría exhibir. Sin embargo, aquí está rodando a diario en la
penumbra de los cines de la Alameda y nadie parece darse por enterado (275).

De “tan escabrosas y perversas”, las prácticas homoeróticas sólo pudieron ser atisbadas de
lejos por la escritura de la periodista. A pesar del asco que le provocaron, logró dar cuenta
de diálogos amorosos y besos entre las butacas, y de manos tomadas camino hacia el baño
cercano a la galería del cine.
Butacas y baños de los cines cumplieron, según desprendo de las fuentes, funciones
levemente diferentes en el acto complejo del ligue homoerótico. Como muestro en el
capítulo dos, las butacas fueron el ámbito de prácticas de captura como el mutuo
reconocimiento, el diálogo entre entendidos, las invitaciones verbales o corporales. Los
baños, en tanto, fueron espacios creados por prácticas directamente sexuales, como
felaciones, penetraciones o voyeurismo. Claramente, esta clasificación es provisoria y sujeta
a excepciones probables, como el acontecimiento de una felación en medio de las butacas
del cine.
Es preciso señalar que el homoerotismo se hizo de las butacas y los baños de todos
los cinematógrafos de la capital, durante el período que abarca esta investigación. Este
hecho se vio favorecido por el horario de cierre de los cines, entre las doce de la noche y la
una de la mañana (G.D.). Solo una lista de los cines de Huérfanos signados como espacios
de encuentro homoerótico incluye al cine Lido, entre Miraflores y Mac-Iver; el Tívoli, el
Rex y el Huelén, entre Mac-Iver y San Antonio; el Astor y el Teatro Ópera, entre San
Antonio y Estado; el Teatro Cine Central, entre esta última calle y Ahumada; el Miami, el
Roxy y el Teatro Pacífico, entre Ahumada y Bandera; y finalmente el cine Gran Palace,
90

antes de llegar a Morandé (G.D.; Contardo, 225; Durán, pár. 14; Rivano, 269).
Frente a este movimiento de apropiación, por parte del deseo homoerótico, de sitios
de entretención como los cines, se dejó sentir el control policial a través de razzias
habituales. Durante los cincuenta, sesenta y primeros tres años de los setenta, una tarde o
una noche cualquiera, carabineros o detectives acostumbraron hacer redadas en los cines
del centro (Contardo, 224-25). Quizá coordinados con la administración del
establecimiento, se desplegaron rápidamente por la galería y los baños cercanos a esta,
atrapando a todas las “colas” con las manos en la masa. Las que no pudieron escapar,
fueron detenidas (G.D.). Al cabo de algunas horas, o en mal caso, algunos días, las
“maricas” fueron liberadas, pero socavadas en su dignidad. Cada una había sido golpeada
arbitrariamente, estaba rapada al cero y llevaba una ficha policial a cuestas (Monique;
Rivano, 268). Para el aparato policial del “Estado Asistencial Sanitario”, sus prácticas
deseantes no eran otra cosa que “ofensas a la moral (católica) y las buenas costumbres”.
A pesar del constante acoso policial, el itinerario homoerótico de calle Huérfanos
incluyó sitios emblemáticos de la bohemia, como el teatro de revista Bim Bam Bum, 60
cuyos shows contaron con la presencia de bailarines “colihues”. A continuación, reproduzco
íntegramente su versión lemebeliana:

Y por entonces el Paseo Huérfanos era una calle más del centro de Santiago, una
arteria comercial llena de cines donde la gente se amontonaba en la estrecha vereda
del Teatro Ópera, para conseguir a gritos una entrada a la función nocturna del Bim
Bam Bum; la compañía teatral de revistas eróticas que hacía desfilar bosques de
piernas, enfundadas en medias Labán por las bambalinas roñosas del escenario. Y
eran varios los teatros que presentaban un Broadway hilachudo para la ilusión de
glamour que trasnochaba la velada bohemia finalizando los sesenta […] Eran varios
los teatros de revistas, pero ninguno como el Bim Bam Bum y su esplendor lamé
dorado y cortinajes de felpa que se abrían al estruendo de la orquesta. Por ahí había
más presupuesto, más money para diluviar la noche de estrellas importadas,
vedettes del Teatro Maipo de Buenos Aires que iluminaban la cartelera con el
ampolletero de sus nombres, mes a mes, la novedad expectante escribía en la
marquesina las letras de: Nélida Lobato, luciendo su espectacular tocado de marabú
que había usado en el Lido de París. Susana Giménez, y su gran porte de bomba
argentina que dejaba a los transeúntes tartamudos cuando ella salía del teatro.
Moria Casán, y el temblor caliente de su tetada generosa, ahí, casi al alcance de la

60
Trascendencia que se expresó recientemente en la emisión de una miniserie de televisión con el nombre
“Bim Bam Bum”, en 2013.
91

mano de los jubilados transpirando frío con el zangoloteo voluptuoso del tapapecho
porteño, de la carne porteña, por cierto más despampanante que la geografía local.
«Pero son tan pesadas y grandotas», se quejaban los bailarines colihüillos que
debían levantarlas en el aire. «Hay que ser Hércules para subirse al hombro a esa
Susana Giménez que pesa como una vaca», comentaban en el camarín, pintándose
como puertas las locas flacuchentas acompañantes coreográficas de las diosas (De
perlas, 73-74).

Claramente, el Bim Bam Bum no era un sitio mayoritariamente frecuentado por


homoeróticos. Pero como espacio artístico, dio cabida a bailarines “colihuillos”, “locas
flacuchentas” acompañantes de las diosas, artistas bohemios que, a la salida del Bim Bam
Bum, pasaban a “partusear” a Vivaceta 1226 (G.D.; Monique), otra zona emblemática del
mapa del deseo homoerótico santiaguino, a la que me referiré más adelante.
Las prácticas homoeróticas gozaron, durante el período, de un cierto “margen de
tolerancia” al interior de los espacios vinculados a las artes, como los cines, el Bim Bam
Bum y otros pertenecientes al (antiguo) barrio Bellas Artes (a los que me refiero más
abajo). En la constitución de dicho “margen de tolerancia”, cabe incluir la reapropiación
erótica de cines y teatros, como una acción que inventó usos nuevos de espacios concebidos
para otros fines. Citando las prácticas de los enamorados, los cuerpos se sirvieron de la
oscuridad, en una invisibilidad necesaria para aquellas prácticas cuya identidad fue ser
clandestinas, sin lugar propio, eternamente nómades. Al mismo tiempo, la intensidad y los
juegos grupales que invocarron, ciertamente diferenció las prácticas homoeróticas de las
prácticas de dos amantes heteroeróticos.
El anonimato y la situación de los cines, en pleno centro de la ciudad, colaboraron
en encuentros entre miembros de distintas clases sociales. Estos también repitieron y
diferenciaron los roles de género al interior de las parejas heteroeróticas. Como señalo en el
capítulo uno, los vínculos homoeróticos solían responder, en el ámbito de la representación,
a una lógica binaria que distinguió un miembro pasivo y un miembro activo al interior de
la pareja (asociados, respectivamente, a la posesión de características femeninas o
masculinas) (G.D.; Perlongher, El negocio, 138; Beattie, 111-112). Esta es la lógica interna
que, al menos en el discurso, siguió la mayoría de las relaciones entre travestis y “hombres
heteroeróticos”, y entre “locas” y mostaceros. En teoría, la travesti y la loca son “pasivas”,
mientras el “hombre heteroerótico” y el mostacero hacen de activos. Sin embargo, el género
92

comienza a tambalearse ante la realidad de una “loca” afeminada, de edad madura y


proveedora de un mostacero u “hombre heteroerótico”, que es masculino, joven y cafiche
(Ruiz). Más allá de lo generizado de las relaciones, está el hecho probable de que, tal y
como indica Lemebel, en la cama “todos los gatos hayan sido fucsias”.

Las boîtes

Dentro de los espacios homoeróticos compartidos con la bohemia se encontraban


también las boîtes. Estas eran los lugares de diversión casi por antonomasia durante los
cincuenta, sesenta y primeros tres años de los setenta. Monique, actual señora trans61 y ex-
bailarín del Blue Ballet62 recuerda: “No era la época de las discoteques [que comenzaron a
fines de los setenta y comienzos de los ochenta], era la época de las boîtes”. Estas
sintetizaban, de cierta manera, las funciones actuales de un bar, un café y un cabaret, con
orquesta propia y una variada oferta de platos y bebestibles. A esto sumaban shows
artísticos reservados a ciertos espacios y a determinadas horas de la noche (Plath, 63-4). La
mayoría de las boîtes estaban en el centro y sus precios las hacían recibir un público
exclusivo: “habían boîtes elegantes, bonitas, estaba el centro de Santiago lleno con boîtes
elegantes. Eran caras, iban hombres de plata” (G.D.).
Una de las más concurridas boîtes de Huérfanos era el Goyesca (también llamado
“Goyescas”), en la esquina surponiente de Huérfanos con Estado, donde hoy se encuentra
una farmacia Salcobrand (Plath, 63). Signado como espacio de encuentro homoerótico por
G.D., aunque sin describir sus prácticas, es posible evocar la cultura que lo habitó gracias al
extracto del libro de Oreste Plath, El Santiago que se fue:

El Goyesca se ubicaba en la calle Estado 900, esquina de la calle Huérfanos, donde


estuvo por años la tienda Oberpaur con su escala mecánica, la primera que
conocieron los santiaguinos y fue la gran curiosidad de los niños. Se llamó la
esquina del Goyesca. Era fácil encontrarse, como acontecía con la esquina de Los
Gobelinos o la esquina del correo. Lugares de citas y encuentros. Era como el decir
juntémonos en el centro, para tomar té. Su confitería, salón de té y sus fiestas
artísticas están presentes en los capitalinos y también en los artistas extranjeros que

61
“Yo sé en el fondo de mí que soy trans pero yo me considero una señora”.
62
Más abajo me detengo en la importancia cultural del Blue Ballet.
93

actuaron, y que contrataba uno de sus principales dueños, don Cesar Marasso. En
los primeros tiempos fue animador Mario Subiabre. En el recuerdo están la
orquesta de Francisco Canaro, las canciones de Libertad Lamarque, Domenico
Modugno, Carmen Sevilla, la Tongolele, Mario Clavel, los Churumbeles de
España, el zorro Iglesia, Doris y Rosie, Gladys Ocampo, Dolly Sisters, las mellizas
Castilla, Eduardo Farrell, Leo Marini, Pedro Vargas, Sonia y Myriam, los Cinco
Latinos, Alberto Castillo y los chistes de Manolo González (Manuel Carrasco
González). El Goyesca, fue un personaje popular del centro. Todos lo conocieron,
tanto en su exterior como en su interior. Aquí se citaban artista (sic), y a muchos se
les dirigía allí la correspondencia. Los niños tuvieron sus tardes junto a una taza de
té, chocolate o una copa de helados y celebraban las gracias de Vitrolita, la mujer
grande que hacía de niña chica, y el fonomímico Gambino, ambos argentinos. El
Goyesca, había nacido en 1950 y se ausentó para siempre el 31 de marzo de 1963
(63-64).

El café Waldörf

Una tarde cualquiera de las décadas de 1950 y 1960, período en el que se ambienta
la novela El apuntamiento, un “maraco” de mediana edad, puede haber decidido
desapegarse del ajetreo de Huérfanos, con sus cines, teatros de revista y boîtes. Quizá fue
un hombre regordete, colorado, casado, con hijos, descendiente de migrantes alemanes y
con domicilio en la -por entonces- creciente comuna de Providencia (Rivano, 272).
Tomando calle Ahumada63 una cuadra hacia el sur, llegó hasta la esquina de Agustinas y
entró en el café Wäldorf (Pinochet). Allí se encontró con su amigo Eduardo, soltero y con
domicilio en un departamento del centro de Santiago. Este lo citó porque quería presentarle
a Vinizio, un jovencito de dieciséis años, sin casa, al que conoció en un cine y al que
prometió encontrarle trabajo (Rivano, 269). Antes de la cita, Eduardo le regaló un traje a
Vinizio:

Un día me llevó a su departamento y me regaló un traje clarito que


había comprado en Los Gobelinos y que no le quedaba bien.
-Póngaselo para ver cómo le anda -me dijo Eduardo-, quiero que se
vea lindo como un príncipe.
El traje me quedó a la pinta. Al día siguiente me llevó a conocer al
otro maraco. Nos encontramos en el Café Waldorf. El otro cola era un viejo
rechoncho, grandote y colorado. Tenía pinta de alemán. Parecía buena persona, sin

63
Durante mi período de estudio no existían los actuales paseos peatonales de Ahumada, Estado y Huérfanos.
Estos eran calles por las que circulaban automóviles.
94

embargo.
El viejo me quedó mirando entre curioso y risueño.
-¿De dónde sacaste este rey, Eduardo?
Me sentí halagado cuando el grandote dijo eso. Mucho tiempo
después he venido a comprender que la mayoría de las veces uno cae con éstos de
puro vanidoso y nada más. Y ellos lo saben y, entonces, explotan la situación hasta
que lo llegan a aburrir a uno diciéndole que es lindo, que parece un príncipe y otras
cosas.
El maraco macizo nos invitó a comer, pero Eduardo se excusó y
fuimos solos (Rivano, 270).

La escena anterior ilustra algunas de las tácticas de seducción de homoeróticos mayores y


de clase alta con jovencitos pobres, sin casa ni familia. Regalar un traje, adular
sucesivamente, invitar a comer. Esta última, en realidad una invitación-paga que debió ser
cancelada por Vinizio con su cuerpo (Rivano, 271). Todas fueron tácticas sin lugar propio,
acciones que se desenvolvieron aprovechando el tiempo y la ocasión, y que crearon
momentáneamente (en el caso de la adulación y la invitación) un espacio de encuentro
homoerótico al interior del café Wäldorf. Estas prácticas conectaron, a su vez, a clases
sociales y edades diferentes. Como señala Hunter para el caso de Sudáfrica, la distancia
económica y etaria junto con la estrecha asociación entre sexo y regalos (definidos en un
sentido amplio, en el que también cabe una invitación), permite hablar, en el caso de la
escena anterior, de “sexo transaccional” (100). Para Piscitelli, en cambio, el vínculo entre
Vinizio y el “viejo rechoncho, grandote y colorado” sin nombre, estaría dentro del
“mercado del sexo” (7-8). La riqueza de su conceptualización (que desarrollo en el capítulo
uno) consiste en permitir observar, en vez de la “prostitución”, la diversidad de trabajos
sexuales, en conjunto con el deseo materializado en la demanda de los clientes (7).
Claramente, la novela nos dice que Vinizio llegó a prostituirse debido a su extrema pobreza
y a su historia de orfandad. Por su parte, quien paga por su cena, desea también su cuerpo
masculino y joven. La escena sin duda se repitió incontables veces a lo largo de los
cincuenta, sesenta y comienzos de los setenta, debido a la miseria de muchos jóvenes -y del
pueblo en general (Illanes, 435), sumada a la represión del deseo entre muchos “colas”.
El café Waldörf fue un espacio de encuentro homoerótico concurrido por distintas
clases sociales. En su interior, las prácticas homoeróticas reprodujeron los vínculos de clase
de la sociedad. Así puede inferirse de la relación de poder entre el hombre mayor y Vinizio,
95

en la escena anterior. Pues es el burgués quien tiene el poder de atraer a Vinizio con su
invitación a cenar. Este último queda como la víctima incauta e ingenua. Pero sólo las
primeras veces, pues pronto el mostacero comienza a sacar ventaja de su corporalidad
frente a los “colas”, con el fin de obtener el mayor beneficio monetario posible. De esta
suerte, en la relación sexual mercantilizada, tiene lugar también un intercambio entre
clases. Mientras el hombre mayor posee el cuerpo sin órganos del capitalismo, el capital-
dinero (Deleuze, 218), convertible en todos los regalos imaginables e inimaginables; el
joven Vinizio no tiene otra cosa que su propio cuerpo de “choro hampón” latinoamericano.
Pero pronto este último entra en las reglas del “ambiente de los maracos” y comienza a
sacar provecho de lo único que posee, su cuerpo, con el fin de maximizar su beneficio hasta
terminar con la muerte de su “cliente”, al final de la novela (Rivano, 322).

Hoteles

Los testimonios de G.D. y Monique coinciden en señalar la presencia de hoteles


para parejas en todo el centro histórico de Santiago, durante los sesenta y setenta.
Probablemente, la mayoría de ellos no aceptaba clientela homoerótica. Pero hubo algunos
que sí lo hicieron, como un hotel situado en la esquina de Santo Domingo con Amunátegui,
otro ubicado en el cruce de Esmeralda con San Antonio, y uno que estuvo en calle
Miraflores, entre Monjitas y Merced (G.D.). De este último, G.D. recuerda con picardía:
“bien bueno, decentitas las camas. Recibían gente normal y gente del ambiente”. Una vez
más, nos encontramos frente a espacios no “oficialmente homoeróticos”, sino compartidos
con personas heteroeróticas. Y precisamente por recibir a clientes “indeseables”, este
puñado de hoteles parejeros (o “moteles”), corrió el riesgo de recibir allanamientos
policiales: “era muy difícil, era todo como oculto, había alguien que aceptaba pero corrías
el riesgo de que llegaran los pacos” (Monique).
La existencia de hoteles parejeros no exclusivamente homoeróticos, pero que
aceptaban “maricas”, es distinta de la elaboración que hace Contardo, quien, precisamente a
partir de un allanamiento a un hotel parejero ocurrido en el año 1970, formula la existencia
de “hoteles galantes restringidos a clientela homosexual”, es decir, de hoteles exclusivos
96

para “colas”:

Puro Chile deja rastro de una nueva vida bajo cuerdas. A los lugares de reunión
habituales como los prostíbulos, y los sitios de encuentro anónimo como los cines,
parques y baños públicos, se le suman hoteles galantes restringidos a clientela
homosexual. Si bien es cierto que los prostíbulos como El Buquecito, en Santiago
Poniente, y La Condesa, de Recoleta, incluían oferta de prostitución homosexual
travesti junto a las prostitutas mujeres, el hotel que describe en este caso Puro Chile
indica un modelo distinto, exclusivo y en el que solo se presta el servicio de ofrecer
las habitaciones a las parejas (284).

El allanamiento al que se refiere Contardo fue en un hotel ubicado en calle Tarapacá,


perteneciente al ex bailarín del Blue Ballet Pedro Espinoza. Más conocido como “Ilusión
Marina”, fue un verdadero personaje del mundo “cola” de los cincuenta y sesenta. Carlos
Sánchez la recuerda:

Era un transformista, yo lo alcancé a ver aquí en el Tap Room, que estaba en la


Avenida Bulnes, en la entrada de Avenida Bulnes, en un subterráneo que era un
cabaret. Yo la conocí vieja a la Ilusión Marina, con unos perfumes... del año de la
cocoa, unos perfumes fragantes que no se podían resistir, pero ella muy vestida con
velos, con trajes muy suaves, era muy señora también. También era otro personaje
de la época.

La misma “Ilusión Marina” es señalada por Lemebel como dueña de un “toplón”, especie
de cabaret donde había “hombres que mostraban la pichula” (Lemebel), durante los sesenta
y comienzos de los setenta. Quizá ese “toplón” es el mismo hotel que relata Contardo.
Quizá no. Conjeturando, tal vez “Ilusión Marina” simplemente arrendó un espacio y lo usó
para todo tipo de fines comerciales (hotel, “toplón”, o bar clandestino) habida cuenta de sus
probables redes con el mundo homoerótico santiaguino. Y si puso un hotel, sin duda recibió
a sus amigos. Más allá de estas suposiciones, no es posible decir con certeza si el hotel
allanado en 1970 era exclusivamente para “colizas”, o bien recibió, de tanto en tanto, a
alguna pareja heteroerótica, “normal”.
97

La Cárcel Pública

Dentro de los espacios de encuentro homoerótico en el centro de Santiago entre


1950 y 1973, no puedo dejar de mencionar la Cárcel Pública, ubicada en calle General
Mackenna, entre Amunátegui y Teatinos, hacia el norponiente de la Plaza de Armas. Como
señaló Julio Altmann Smythe, influyente médico durante los treinta y cuarenta: “las
prisiones están repletas de invertidos y de masturbadores, quienes se entregan a todos los
excesos. Eso lo sabemos todos” (32). Un estudio similar, explícitamente descriptivo de las
prácticas sexuales en las prisiones, es Presidios, regimientos y barcos, de A. Martín de
Lucenay (9 y ss.). Por su parte, las prácticas de iniciación a los presos nuevos, muchas
veces consistentes en violaciones masivas, fueron sólo un ápice de la “normalidad”
homoerótica que aparece en la tesis del médico Eduardo Correa Bravo, “Homosexualidad.
Aspectos del problema en Santiago”:

En 1936, [el mostacero de iniciales C.M.M.] tiene nuevas relaciones homosexuales


en la Cárcel, donde cayó preso por 61 días; relata que en este establecimiento
inician a todos los reos, especialmente a los muchachos que caen presos por
primera vez en las prácticas homosexuales, actuando con ellos diversos individuos;
tales muchachos no pueden reclamar por temor a las venganzas posteriores. Al
abandonar la Cárcel, nuevamente fue operado de un nuevo absceso perianal (17).

Nos encontramos ante el caso de un “invertido” de 42 años, pianista de prostíbulo y


mostacero ocasional, cuyo cuerpo de 1936, al momento de la entrevista médica, exhibía un
estado deplorable: “ano: múltiples cicatrices perianales; sale escasa secreción purulenta por
el orificio anal. Sarna impetiginizada generalizada” (17). Estuvo preso 61 días,
probablemente por “ofensas a la moral y las buenas costumbres”, en la Cárcel Pública de
Santiago. Allí vivió la “ley del hampa” (Gómez Morel, 224-25), y la “homoerotización de
las relaciones de poder” de los recintos penitenciarios (Morales, 160-161). Tales prácticas
continuaron durante mi período de estudio, y aún persisten en la actualidad, no sólo en la
principal cárcel de Santiago, sino en todas las de Chile y el mundo.
98

Los puentes bajo el río Mapocho

La Cárcel Pública de Santiago fue un espacio de encuentro homoerótico dentro de


las leyes del mundo del hampa (Gómez Morel, 224-25). En ese sentido, continuamente
“choros” transitaron entre el espacio de encierro y, tres cuadras hacia el poniente (siguiendo
por General Mackenna), las márgenes y puentes del río Mapocho. Flujo de cuerpos
presentado de manera literaria por Alfredo Gómez Morel en su novela El río. Ambientado
en un Santiago que fluctúa entre los años veinte y los años cuarenta, presenta una
comunidad de “choros hampones” ligados profundamente a la experiencia de haber vivido,
en algún momento de sus vidas, en el río Mapocho (237).64 En este espacio, los “choros”
prácticaron el voyeurismo homoerótico, al apreciar otros cuerpos masculinos en el
momento del baño:

Fui a bañarme.
Ya estaban en la poza otros chicos. Me desnudé sin recato ni temor. Empecé mi rito
como otras veces. Las aguas estaban turbias, pero tentadoras. Existíamos el río y
yo. No sentía prevención por los pelusas que estaban junto a mí. Ya me lanzaba al
agua cuando oí:
-¡Qué blanquita la carne del pavo!
De pronto me detuve y sentí frío, ira, dolor. Me pareció que alguien me hubiese
lanzado una piedra, dándome con ella en el blanco de un ojo. ¿Era por mí que lo
decían? Me costó aceptarlo, pero era así. Lentamente di vuelta la cabeza y los vi.
Me miraban todos. Observaban el cuerpo de uno que se creía del grupo, como sólo
se hace con el que ha venido del cauce o con el homosexual declarado. Su manera
de mirar mi desnudez indicaba que no producía ni respeto ni consideración.
-Habría que jabonarle la espalda -dijo uno.
No había duda. Volví a mirar hacia atrás. Hacían rueda en torno a una roca situada
cerca de la poza. Con un disimulo evidente e insultante retiraban los ojos cuando yo
los miraba. Me parecieron unos enanillos torvos, socarrones y crueles. Estaban
emitiendo su opinión. Nada había cambiado. Era ése el trato que debía esperar de
ellos (241).

La mirada es aquí no una práctica de reconocimiento entre homoeróticos, sino una práctica

64
Cuando Toño, el protagonista, es trasladado desde la Cárcel de Valparaíso a la Cárcel Provincial, el
Matasiete le dice que vaya “p'al río”: “Esa tarde me trasladaron a la Cárcel Provincial. Al pasar frente a los
calabozos, en la salida, vi a los reos agrupados tras las rejas. Matasiete me despidió, haciéndolo todo para que
le escucharan:
—Mañana mesmo le mandamos isil a los de Santiago.
Vai a salil luego, como menol. Anda p'al río. Chao” (237).
99

de enganche, una incitación al deseo: “Su manera de mirar mi desnudez indicaba que no
producía ni respeto ni consideración”. La ira de Toño, el protagonista, se debe a que, al ser
mirado por los otros “choros”, es deliberadamente feminizado y no le respetan en tanto
“choro” de igual rango. Lo “subalternizan”, poniéndolo en la posición de objeto de deseo.
En la escena, el acto de mirar otro cuerpo masculino no feminiza a quien mira, sino sólo a
quien es mirado. Los “choros” que se burlan de Toño no sienten amenazada su
masculinidad por masturbarse observando otro hombre, o invitándole a ser receptor pasivo
en una posible penetración anal entre las rocas. De esta suerte, las prácticas homoeróticas
descritas en la escena anterior evidencian la reproducción de la norma de género, porque la
mirada -activa- resguarda la masculinidad. En ellas existe una división entre quien es activo
y observa, y quien es pasivo y observado. Esta clasificación es solidaria de rígidos roles de
género, asociados a la penetración anal y representados en sus relaciones por las “colas” del
período: “normalmente ocupabai el tema de si acaso era pasiva o erai activa, que era una
cuestión que estaba fuertemente marcada” (Ruiz; G.D.; Sánchez; Lemebel, Hernández;
Puig, 192-93; Donoso, 107).
La vida del hampa bajo los puentes del Mapocho también es señalada como espacio
de homoerotismo por el médico Correa Bravo:

[D.A.M.] abandonó la casa de esta [su tía] a los 12 años, después de haber asistido
durante 2 años a la escuela pública, para dedicarse a la vagancia con otros
muchachos de su edad, con los cuales se inició en las prácticas homosexuales bajo
los puentes del Mapocho y en los cerros; también aprendió la práctica del onanismo
(19).

Teniendo en cuenta el carácter táctico de la ocupación homoerótica del espacio, es posible


hipotetizar acerca del uso de los puentes del Mapocho antes, durante y después de mi
período de estudio (1950-1973). Hasta fines de los setenta, los “colas” nunca dispusieron de
espacios propios, sino que debieron sacar provecho de los sitios habilitados por los
mercados del sexo, el hampa o la bohemia. Y si bien las fuentes que me permiten
caracterizar los puentes proceden -y presentan imágenes- de los años treinta y cuarenta, no
hay razón para sostener que su uso homoerótico se haya detenido en las décadas siguientes.
Los indicios reunidos aquí apuntan en la dirección opuesta: mientras los “colizas” no
100

contaron con un espacio vivido como propio, se apoderaron de los espacios urbanos
habilitados para otros fines.

El (antiguo) barrio Bellas Artes

Yendo bajo los puentes del río Mapocho, uno por uno, siguiendo una ruta que va
desde el norponiente hacia el suroriente, incontables “maricas” en busca de amor llegaron
al Parque Forestal. Este ha sido, desde su fundación bajo el gobierno de Bernardo
O'Higgins, un refugio para los amantes -heteroeróticos y homoeróticos- en medio de la
ciudad. Y el período 1950-1973 no fue la excepción. Probablemente debido al anonimato,
los “colas” eligieron la noche para ir a pasear al Parque. De la manera más discreta posible,
hacia él fluyeron burgueses del barrio cercano al Museo de Bellas Artes, bodegueros de la
Vega Central, choros del río Mapocho o del barrio Matta, mostaceros venidos de la
periferia: “en los sesenta y setenta en la noche había romerías [...] romerías de hombres,
parejas buscando hombres” (G.D.). Era tal el volumen de paseantes nocturnos que G.D. usa
la metáfora “romerías”, para designar el gran número de “colizas”, “mariquitas”, “carrozas”
(Ruiz), “locas”, “entendidos” (Durán, pár. 11) y “mostaceros” que se entremezclaron sobre
y bajo el follaje. Es preciso recordar que esta resignificación del espacio urbano ocurrió en
un Parque mucho menos iluminado que en la actualidad, y cuya vegetación era mucho más
densa, similar a la que hoy sobrevive en el Parque Los Reyes. Estos fueron los llamados
“matorrales”, escondite preferido de los practicantes de amor homoerótico (R.F.; Ruiz). En
ellos tuvo lugar, también, una mezcla de clases sociales, probablemente acompañada de
algún tipo de mercado del sexo. Asimismo, la presencia constante de “ofensas a la moral”
entre los escondites del Parque debió haber suscitado la presencia -indeterminada,
intermitente- de la policía.
Las “maricas” no sólo contaron con el Parque Forestal, sino, de manera general, con
todos los parques y áreas verdes de Santiago (Contardo, 145). Sin embargo, la muestra de
espacios definida por esta investigación sólo considera, además del citado parque, el cerro
Santa Lucía y el cerro San Cristóbal. El primero se encuentra a dos escasas cuadras del
Parque Forestal, caminando hacia el sur, por José Miguel de la Barra. El segundo, por su
101

parte, está cinco cuadras hacia el nororiente del Parque, y me refiero a él más abajo, cuando
el recorrido del deseo homoerótico que trazo en este estudio, pase por allí.
Es posible seguir en fuentes diversas el rastro de las prácticas homoeróticas, que
entre 1950 y 1973, conformaron el cerro Santa Lucía como espacio de encuentro (Monique;
Ruiz; Fernández; Rivano, 262; Contardo, 144; Pujado, 40). Tanto en sus múltiples terrazas
como en sus infinitos rincones, los “colitas” se reunieron durante la tarde, la noche o la
madrugada. Una imagen de estos encuentros, correspondiente a las décadas del cincuenta y
sesenta, es retratada por Rivano al final de su novela El apuntamiento. Se trata del
protagonista, el joven mostacero Vinizio, y un hombre de mediana edad, de oficio
barquillero, que volviendo de vender helados en el Parque Forestal se encuentra con el
primero y trata de seducirlo. Invitación-paga y mirada confluyen en esa operación:

-No me ha contestado si vamos a tomarnos un trago o no -insistió el


hombre, al mismo tiempo que se alisaba los cabellos lacios con sus dedos oscuros
de nicotina. Lo miré a los ojos. «Claro que es maraco», pensé nuevamente.
«¿Cuánto habrá vendido? ¿Tendrá plata para cafichearle algo, además de los
tragos?» (317).

La invitación a tomar un trago, práctica de captura homoerótica, es intuida por Vinizio y le


lleva a mirar al barquillero a los ojos, para confirmar que, efectivamente, este es “maraco”.
Entonces el “choro” comienza a pensar en sacar el máximo provecho de la situación:

-¿Sabe, compañero? Vamos a decirle que sí por la cerveza.


El hombre se levanta echándole una mirada al tarro rojo que yace abandonado cerca
de nosotros. Pienso que es mejor trabajármelo aquí mismo. Me paro yo también y
camino hacia un rincón. Él se da cuenta de cuál es mi necesidad. Me sigue.
-Cuando uno ve a otro también le bajan ganas -se disculpa.
Me mira de reojo y la máscara se le viene al suelo, aflorando a su rostro el
deseo.
Camino, mirándolo en silencio, hacia un lugar más apropiado.
-¿Qué edad tienes? -me tutea.
-Veinte años.
Guarda silencio, siempre caminando detrás de mí.
-¿Lo has hecho otras veces? -pregunta.
Trato de esbozar algo que parezca sonrisa al responder:
-Varias.
Caminamos hacia la sombra de los ramajes. Él me adelanta y ahora soy yo quien lo
sigue. Llega a un hueco oscuro formado por varios arbustos de gran tamaño.
102

Ambos sabemos a lo que vamos, pero yo sé algo más y que él ignora.


[…]
El viejo también sonríe.
-¡Dame dinero! -le exijo.
El barquillero frunce los ojos al sonreír de nuevo. Noto que está feliz mientras
hurga en sus bolsillos. Sé que tiene plata. Mucha más de la que yo necesito para
darle al rati.
-Aquí hay mucho -dice al deslizar en mi mano tres billetes de cinco
escudos. Los guardo.
Siento en mis hombros sus manos como zarpas. Estamos frente a
frente y con su mirada me pide que me arrodille. Me resisto a hacerlo y entonces
clava las uñas en mis clavículas. Siento un dolor agudo bajo la presión de sus
garras. Rozo con el mentón la hebilla metálica de su correa.
Levanto la vista. Allá arriba los peumos, los boldos campesinos y
las enredaderas parásitas que trepan por los murallones del cerro se juntan en un
remolino de hojas y ramas. Aspas vegetales que destrozan pedazos de cielos y
lunas.
La mirada satánica del viejo desciende hasta mí. Salto con rapidez hacia él
tapándole la boca. Un sentimiento de asco me sobreviene al notar su lengua,
húmeda y viscosa, reptándome por la palma de la mano.
De pronto me siento un ser alado e indestructible como un arcángel.
Mientras con una mano hago que enmudezca el viejo, con la otra busco en el
bolsillo de mi chaqueta. Saco mi cortaplumas presionando al mismo tiempo el
botón del resorte.
La mirada del viejo se transforma en súplica. Pero ya no hay remedio.
El ruido seco, corto y metálico es un trueno en el silencio. Salta hacia adelante,
acerada y brutal, la hoja asesina, como la lengua de una serpiente enloquecida o el
diente único de un demonio vengador (320-22).

Dejándose invitar, Vinizio pone en práctica la táctica del “ligue de mingitorio”. Al decidir
“trabajarse” al barquillero, va a orinar sabiendo que este lo seguirá y, desde allí, “mirándolo
en silencio”, le da a entender que está dispuesto a tener sexo con él. Después de un titubeo
inicial, el otro se anima y camina con el mostacero “hacia la sombra de los ramajes”. Hecha
la demanda por dinero a cambio de sexo, el barquillero se siente con el derecho de exigir de
Vinizio lo que desee; en ese momento, que le chupe el pene. El círculo de peumos y boldos
que los rodea, vegetación del cerro Santa Lucía, es testigo del movimiento del “choro”, que
tapa la boca de su víctima. Esta no advierte lo que se avecina, y lame la mano que,
finalmente, la matará. Rivano presenta la jugada de quien no tiene nada qué perder, y que
ultima a un “maraco” sólo porque de esa manera puede llevarse las “doscientas lucas” que
este tiene, y no los quince escudos pagados por sexo en el cerro Santa Lucía. La escena
anterior ilustra las transacciones sexuales practicadas en una zona de intersección entre el
103

mundo homoerótico y el hampa, durante los años cincuenta y sesenta. En ella es posible
identificar a un “cola” mayor y a un mostacero joven, ambos pertenecientes al mundo
popular. Es el “cola” quien paga por sexo, compensando -en el mercado sexual- su vejez
con dinero, y obteniendo el poder de solicitar las prácticas que él desee (Perlongher, El
negocio, 215).
El período en que transcurre la escena estuvo marcado por la efervescencia social,
el alza en el costo de la vida y la proliferación de la pobreza. Y Vinizio y el barquillero eran
parte de ella. En el caso del primero, desde pequeño sufrió la violencia de vivir en la
precariedad material y afectiva, que luego se sumó a otra violencia, la persecución policial
por parte del “Estado Asistencial Sanitario”. Esta “violencia material y simbólica” continua
produjo en él un desprecio por su vida y la de los demás (Bourdieu, 36-37). La expectativa
de aliviar temporalmente sus penurias, bien vale asesinar a un desconocido, sobre todo si
este es “maraco”.
Los “colas” que asistieron al cerro Santa Lucía durante mi período de estudio se
besaron entre los árboles, se penetraron sobre el pasto, o bien se chuparon en el intenso
paso bajo nivel, 65 que conectaba el cerro con calle Lira, en su esquina suroriente. También
se “culiaron” en los baños subterráneos de la Biblioteca Nacional, al poniente del cerro:
“eran famosos, iban incluso estudiantes. Las locas se metían a las cabinas, luego se
cambiaban de cabina, empezaba el sonido de culión, cuando escuchaban pasos bajando la
escalera salían de las cabinas” (Lemebel). El flujo de paseantes homoeróticos en este
microcircuito, elaborado alrededor del cerro Santa Lucía, se vio incrementado por la
vecindad de muchos “colas” pertenecientes a la burguesía, que vivieron en calles
adyacentes como Mosqueto (Rivano, 267), Victoria Subercaseaux, Quito y Guayaquil
(Contardo, 195).66
Entre 1972 y 1973, desde la región de deseo conformada en torno al cerro Santa
Lucía, las “maricas” caminaron por la Alameda dos cuadras hacia el oriente hasta
encontrarse con el edificio de la UNCTAD. Como narro en el capítulo dos, luego de servir

65
Según Lemebel, este paso, “era heavy. Si pasabai por ahí podíai salir trasquilao'”. Hoy se encuentra
clausurado.
66
Es preciso recordar que la muerte del artista transdisciplinar Jorge Cáceres, famoso “colita” de su tiempo,
ocurrió en su departamento de calle Guayaquil.
104

como sede a la Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo,
el lugar se convirtió en centro de reunión de activistas de izquierda. Y entremezclados con
ellos, decenas de “tortilleras” y “colas” jóvenes y simpatizantes de la Unidad Popular (F.S.;
Lemebel), sumados a algunos mostaceros de la Plaza de Armas (Robles, 11). De manera
breve pero significativa, las prácticas homoeróticas hicieron del edificio de la UNCTAD un
espacio de encuentro homoerótico, amalgamado con las políticas de izquierda. En esto,
los/as practicantes torcieron el camino seguido por la prensa de izquierda del período,
caracterizado por una homofobia rampante (Puro Chile, 27-04-71).
Desde allí, tomando Namur o Lastarria, fue posible para las “colas más artísticas” -
como el joven Pedro Lemebel- formar parte del trajín creativo de la Casa en la Luna Azul.
Fundada en 1968 y ubicada en Villavicencio, este centro cultural dirigido por el artista -y
también “marica”- cubano Hugo Marín, vino a confirmar el carácter bohemio del actual
barrio Bellas Artes (Contardo, 248). Este comprendió un triángulo entre calle Miraflores, el
Parque Forestal, Plaza Baquedano y la Alameda. Su carácter artístico y cultural se delineó
desde los cincuenta y se desarrolló durante los sesenta y setenta, a partir de la cercanía entre
la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, la UNCTAD y numerosos bares y
cafés bohemios, como El Loro Perjuro o La Guarida (Contardo, 243; Lemebel). De esta
suerte, es posible aseverar que el talante artístico, cultural67 y “gay-friendly” del actual
barrio Bellas Artes, no es sino una cita a su propia historia de 1950-1973. Dicha historia se
encuentra indisolublemente ligada al crecimiento de las manifestaciones culturales en el
país, durante el mismo período (Correa Sutil, 233). Y el barrio fue uno de los epicentros de
ese movimiento. De por sí, esto atrajo todo tipo de cuerpos, entre ellos, muchas “maricas”
con intereses artísticos. Transitaron cuerpos jóvenes y viejos, provenientes de sectores
burgueses o del mundo popular. El deseo homoerótico compartido reunió a mostaceros
habitantes del centro o venidos de la periferia, obreros, bodegueros y cargadores de la Vega
Central, oficinistas, intelectuales y artistas. Todos a la búsqueda del compañero ocasional,
en el despliegue táctico de prácticas de captura, invisibles para la mayoría heteroerótica.

67
Esto puede apreciarse hoy, fácilmente, en los carteles de los paraderos del Transantiago situados en el barrio
Bellas Artes. Están pintados e indican el carácter “artístico-cultural” del lugar.
105

La Alameda, Il Bosco, los Diana

Al sur de este triángulo bohemio, se encuentra la principal vía de la ciudad, la


Alameda. Durante el período 1950-1973, el tramo de esta comprendido entre Plaza
Baquedano y calle Ahumada, fue una región de “patinaje” ocasional y de transacciones
sexuales (G.D.). Espacio de tránsito por excelencia, no-lugar, por ella se desplaza,
tácticamente, el mostacero y “choro” Vinizio Zanetti: “empecé a patinar sin importarme
nada; lo hacía por las proximidades de los Juegos Diana, en la esquina de Estado, en las
puertas del restaurante El Bosco. Por esos lugares, mostaceros y putas nos tratábamos como
compañeros de un mismo oficio” (Rivano, 272). Yendo por la Alameda, entre Estado y San
Antonio, Vinizio circunda el legendario restaurante bohemio nombrado originalmente en
italiano, Il Bosco que “era de estos de intelectuales, de escritores, y entre medio de gays
también” (G.D.; Monique; Pinochet). En sus afueras, fue común encontrar grupos de
mostaceros a la espera de enganchar con alguna “loca” burguesa que, desprevenida, cayera
bajo la tentación de los cuerpos jóvenes y rotosos.
Entre la década de los cincuenta y comienzos de los setenta, frente a Il Bosco, en la
esquina de la Alameda con calle Londres, 68 se encontraban los Juegos Diana, otro espacio
de encuentro homoerótico. En sus cercanías, al costado de la iglesia San Francisco, patina
Vinizio en el relato de Rivano, mimetizado entre los/as asistentes a los Juegos. Entre estos,
la lotería fue el más famoso y lucrativo, llegando a reunir, desde la tarde hasta la
madrugada, a santiaguinos de todas las clases sociales:

La popularidad [de los Juegos Diana] como punto de encuentro masivo se vivió
durante la década del 50, cuando el negocio funcionó a un costado de la Iglesia San
Francisco. En el lugar se podía encontrar un mini parque de atracciones y la famosa
lotería, que en ocasiones se jugaba hasta las seis de la mañana y que escandalizó a
los vecinos por ser un reconocido foco de prostitución. La diversión era transversal,
no se hacía distinción entre segmentos socioeconómicos (Gloo, 30-05-13).

Por otro lado, carabineros e investigaciones tenía plenamente identificado el mercado del
sexo que operaba en el lugar. Con esto, la policía participó también de la producción

68
Su dirección exacta entre 1950-1973 fue Delicias 1167.
106

discursiva de los Juegos Diana como espacio de sexo tarifado. Siguiendo con Rivano, la
primera detención de Vinizio fue por sospecha, debido a que una camioneta de detectives lo
sorprende patinando con “pinta de cola”,69 en las proximidades de los Juegos. Quien lo
toma preso lo identifica como “un mostacero de los Diana” (267). Después le muestran
fotografías de “maracos”, que se encontraban en las fichas policiales sólo por ser tales. Le
preguntan si conoce a uno de ellos, al parecer, involucrado en el asesinato de otro
“maraco”. El mismo detective, de apellido Castillo, insiste: “este mocoso tiene que
conocerlo. Ese maraco va todas las noches a buscar cabritos a los Diana. El cabro es rubio y
al viejo cola le gustan así, que parezcan europeos” (268). Se evidencia la política represiva
del “Estado Asistencial Sanitario”, para cuyos agentes, la policía de investigaciones, los
homoeróticos eran intrínsecamente sospechosos, portadores de la anormalidad, catalogada
de “perversión” por la medicina del período (Correa Bravo, 53-54). Basta con apreciar la
escena que presenta el fichaje de los “colas”, al menos de los supuestamente involucrados
en el asesinato de la “loca” de calle Mosqueto:

El detective de guardia sacó del cajón de su escritorio un sobre con varias


fotografías. Empezó a separarlas con rápidos movimientos, igual que uno cuando
está contando los puntos en la brisca y, a medida que pasa de una mano a otra las
cartas de la baraja, va separando mentalmente el valor de los monos. Como quien
arroja la sota de oros, el rati tiró sobre la mesa la foto de un viejo gordo y pelado
que jugaba con un perro policial.
-¿Conoces a este maricón? -me preguntó (Rivano, 268).

La imagen coincide con los profusos y homofóbicos relatos de crímenes entre (y contra)
homoeróticos, que abundaron en la prensa del período 1950-1973 (Clarín, 8-10-54, 24-04-
73; Puro Chile, 27-04-71; Contardo, 236-289). Hechos de sangre que suscitaron reiterados
fichajes de “colas”, probablemente, de aquellos más inmersos en el mundo homoerótico del
centro de Santiago. Los mismos que fueron asiduos a los Juegos Diana.
Como gran parte de los espacios de encuentro homoerótico, la Alameda, el
restaurante Il Bosco y los Juegos Diana fueron regiones de mixtura de las clases sociales
santiaguinas. Esta composición estuvo acompañada de un agitado mercado del sexo, que se

69
Hasta cierto punto, la policía decidió quién tuvo “pinta de cola”, y quien no, produciendo discursivamente a
los sospechosos de homoerotismo.
107

distribuyó, de manera bastante laxa, por el espacio público de la Alameda y las afueras de Il
Bosco y los Juegos Diana. Al mismo tiempo, en los tres espacios fue visible la presencia del
hampa, engarzada con el sexo tarifado, en los cuerpos de proxenetas y cafiches de las
prostitutas. Los mostaceros, en cambio, parecen haberse prostituido sin intermediarios
(Rivano, 267; Rossi, 17). Esto concuerda, asimismo, con el estudio de Perlongher para el
São Paulo de los ochenta (El negocio, 21). La venta de servicios sexuales fue una estrategia
de sobrevivencia radical ante la miseria cotidiana, directamente vinculada al contexto de
pobreza material vivido por la gran mayoría de la población chilena del período. De esta
suerte, el “patinaje” urbano fue, en parte, un efecto de las desigualdades de clase. Al mismo
tiempo, dio mayor vida al mercado del sexo asociado al “mundo de la noche”, la bohemia.

El Tap Room y El Buquesito

Desde los Diana, fue factible para los “colizas” bajar cuatro cuadras por la Alameda,
hasta Avenida Bulnes. Torciendo por ella hacia el sur, en el subterráneo del número 135,
estaba la boîte Tap Room (Monique; Sánchez). Probablemente fundada en los cuarenta,
entre 1950 y 1973 fue un espacio bohemio que también funcionó como espacio de
encuentro homoerótico. Cuando el local estaba muy vacío, los “colizas” decidían transitar
hacia el prostíbulo El Buquesito, ubicado diez cuadras hacia el sur y dos hacia el poniente,
en calle Coquimbro con Lord Cochrane (G.D.; Monique). En este, tal y como en el
legendario prostíbulo de la Tía Carlina, hubo show de transformismo y mercado sexual, con
oferta homoerótica y heteroerótica (Contardo, 240). En ambos, también, los “colas”
pudieron bailar impunemente entre ellos (241). Al menos hasta que llegara la policía.

La Tía Carlina

El período 1950 y 1973 vivió el comienzo y el apogeo de La Tía Carlina. Para llegar
a ella desde El Buquesito, en calle Coquimbo, fue necesario torcer hacia el norte y el
poniente, atravesando la Alameda y el río Mapocho, tomando Fermín Vivaceta, hasta
detenerse en el número 1226. G.D. recuerda:
108

En esa época estaba todo más revuelto, entraba gente normal porque eran bonitos
los shows, las pinturas, cómo se transformaban los travestis, era todo bonito, no
había separación. Pero si a Vivaceta llegaban ministros, diputados, políticos, todo.
Ahora los artistas del Bim Bam Bum que eran coristas, que eran regios, cuerpo de
baile, figuras famosas; terminaban el show en Huérfanos y se iban a Vivaceta.
¡Porque era lindo, bonito, lentejuelas, brillo, noche, alegre, canciones, baile!

G.D. enfatiza que “en esa época estaba todo más revuelto”, dando cuenta de la mezcla de
deseos y clases sociales que tuvo lugar en La Carlina (y en la mayoría de espacios
bohemios). En ella convivieron heteroeróticos y homoeróticos, políticos, artistas y obreros,
garzones como G.D. y, seguramente, proxenetas y miembros del hampa. 70 Todos ellos
disfrutaron de su show orquestado por transformistas y bebieron toda la noche. Algunos,
también pagaron por tener sexo con mujeres o con hombres.
Al local de Vivaceta asistieron, además, artistas nocturnos como los bailarines
“colihuillos” del Bim Bam Bum, recordados por Lemebel (De perlas, 74). Terminado su
show en Huérfanos a las cuatro, cinco o seis de la mañana, recorrieron media ciudad en
busca de la mezcolanza bohemia de los únicos sitios que seguían de fiesta, los prostíbulos:

Nos íbamos a los prostíbulos, porque eran los únicos lugares que estaban abiertos
después de que terminaban las boîtes y donde había alcohol y hueveo a destajo, de
bailar, tomar, pasarlo bien... se encontraban novios ocasionales, por la noche, por
un rato. Y al otro día, todo normalmente (Monique).

De acuerdo al testimonio de Monique, los prostíbulos, junto a los cines “eran los otros
lugares donde había un poco de libertad. En otros no, no había, no existía . . . [en la Tía
Carlina] tú podías vestir de mujer, hacer show y todo eso. Que era como lo máximo de
libertad.” La libertad de la que habla Monique fue la habilitación momentánea de un
espacio propio, precario e inestable, gracias a la práctica del transformismo. Este también
permitió a los “colas” travestidos enganchar con alguna masculinidad de la concurrencia,
tal y como aclara Monique: “se encontraban novios ocasionales, por la noche, por un rato”.

70
Contardo señala que “la bohemia tuvo un nuevo punto de encuentro en estos lugares. Los burdeles se
transformaron -en la segunda mitad de los sesenta- no solo en un lugar de diversión, sino además en una
especie de credencial de pertenencia para quienes se jactaban de su agitada vida nocturna. Escritores, artistas,
obreros, abogados, periodistas, políticos, heterosexuales y homosexuales reunidos en el jolgorio de las noches
de fiesta eterna de las casas de tolerancia. En particular una, la más célebre, la regentada por Carlina Morales,
en Vivaceta 1226” (239-40).
109

La Carlina fue, en efecto, un espacio compartido por el deseo heteroerótico y el deseo


homoerótico. Se trató, en realidad, de un no-lugar donde se relajaban las normas de género
(Butler, 23), en el espacio delimitado del prostíbulo y en el tiempo que durara la juerga.
Espacio-tiempo efímero que puede apreciarse en el relato de un entrevistado de Contardo
sobre el local de Vivaceta:

Hasta el pasillo de dos metros de ancho, iluminado con luz ámbar los clientes
chismorreaban, fumaban, reían, bebían, disimuladamente se pichicateaban,
paseaban, coqueteaban con los homosexuales, besuqueaban a alguna sobrina
ramera (...) De ahí en adelante nadie supo de qué lugar del cielo aterrizaba el
brebaje ni tampoco si eran hombres o mujeres a quienes sacaban a bailar (Freire cit.
en Contardo, 241).

En ese “nadie supo de qué lugar del cielo aterrizaba el brebaje”, la cita inaugura un espacio
de confusión del tiempo y el espacio, de los roles de género y del deseo, que continúa con
“ni tampoco si eran hombres o mujeres a quienes sacaban a bailar”. Es cierto que el
modesto espacio de La Carlina ofertó cuerpos femeninos y cuerpos masculinos travestidos.
Los compradores fueron, en su mayoría, masculinidades “heterosexuales”, hombres
casados o solteros en noche de jarana. Estas masculinidades compartieron los escasos
metros cuadrados del prostíbulo con masculinidades diferentes, subordinadas,
homoeróticas. Los “maricas”, a pesar de no ser clientes del tipo de oferta sexual que
imperaba en prostíbulos como La Carlina, asistieron a ellos -según Contardo- debido a su
aprecio por los shows de transformismo, y a que allí tenían la posibilidad -inaudita en otros
espacios- de bailar entre ellos (241).
El auge de la Tía Carlina estuvo marcado por la calidad de sus shows de
transformismo. En el año 1965, en ella se formó el cuerpo de baile que más tarde fue
conocido como Blue Ballet, y que llegó a ser el más famoso del país. Monique evoca: “la
Tía Carlina era como una escuela. Ella era muy estricta, cabrona. Y había que tener su
espectáculo, estar bien vestidas, qué sé yo, era el único lugar donde tú te sentías valorada
[...] y podíai hacer show y un lugar de categoría.” Fueron seis “colitas” (entre los que se
encontraba la futura Candy Dubois) que, como bailarines de La Carlina, fueron vistos por el
empresario ariqueño Tino Ortiz, según Contardo, en 1967 (241). Luego fueron contratados
110

por él y llevados a Arica, donde prepararon un show con el que volvieron a presentarse en
Santiago, en el prostíbulo El Buquesito. Allí les fue dado su nombre definitivo (242).
Después de presentarse en la boîte La Sirena, ubicada en Irarrázaval con Vicuña Mackenna,
lo hicieron en el Bim Bam Bum, en calle Huérfanos, coronando un éxito nunca visto por
show de transformismo alguno, en toda la historia chilena precedente. A comienzos de los
setenta, partieron a Europa de gira y sus bailarines cambiaron de género. Para Monique,
este reconocimiento público a la calidad de su show “era una posibilidad de salir, de
valorizar a los travestis, fue como una punta de lanza, que la gente se borrara esa idea que
tenía negativa [...] Nosotras fuimos las primeras que cambiamos la mentalidad de la gente.”
Contardo coincide con ella: “el éxito del Blue Ballet rompió con la lógica de la
criminalidad con la que, hasta ese momento, se había asociado cualquier cosa que viniera
desde donde la homosexualidad y la prostitución se cruzaran” (242).
Hoy sería difícil concebir la exitosa trayectoria de transformistas como Francis
Françoise, Kassandra Romanini, Francisca del Solar y muchas otras, sin la notoriedad
alcanzada en su momento por el Blue Ballet. De alguna manera, como dice Monique, este
fue “una punta de lanza”, la primera visibilización travesti más allá de la medicalización y
la criminalización de la época. Ellos marcaron, de hecho, un hito en la historia del
transformismo chileno, dejando su huella en las generaciones posteriores (Robles, Retratos
urbanos, párr. 9). Este es un ejemplo de cómo las prácticas homoeróticas del período 1950-
1973 se apropiaron de la cultura bohemia, influyendo en el espacio cultural chileno de
entonces.
Tanto en La Carlina como en los otros espacios que componen este mapa -
exploratorio, descriptivo- del deseo homoerótico en Santiago de Chile, es posible apreciar
una intensa mezcla de clases sociales. Es así como, parafraseando a Jorge Pavez, las
transgresiones a la sexualidad permitida producidas al interior del prostíbulo de Vivaceta
1226, fueron también un despliegue del deseo entre clases, incluso, del deseo por la clase
(74). Esta parece ser una característica de los mercados del sexo y los espacios bohemios de
Santiago entre 1950 y 1973, colonizados de manera invisible por el deseo homoerótico.
111

La Quinta Cuatro

Desde su situación en el norponiente de la ciudad, fue factible para el deseo


desplazarse hacia el oriente y asentarse en una quinta de recreo ubicada cerca del cruce de
las calles Recoleta y Zapadores: la Quinta Cuatro (Monique). De acuerdo a Durán, esta se
encontraba en funcionamiento ya en la década de los cincuenta y funcionó hasta los setenta
(párr. 14). Contardo, mientras tanto, alarga su vida hasta entrados los ochenta (332). El
espacio era poblado por matrimonios, hombres “heterosexuales” solos, travestis y “colas”
(algunas de ellas, incluso “colas regias”), que se distribuían separadamente, en las mesas
del patio de la casa que alojaba la Quinta (Contardo, 333). Luego “los hombres iban a dejar
a sus mujeres y volvían para bailar con los travestis” (Contardo, 332-33). Nuevamente,
desorden del deseo, del género y de la clase, en medio de la chilenidad pretérita del
ambiente de una quinta de recreo en las afueras de la ciudad, con casa de adobe y parra.

El cerro San Cristóbal

Pocas cuadras separaban la Quinta Cuatro, en Avenida Recoleta, de los faldeos del
cerro San Cristóbal. Tal y como el cerro Blanco, la Quinta Normal o el Parque Cousiño, allí
fueron a parar muchas “colas” urgidas, sin un lugar en el que “follar” con la conquista del
día. Comúnmente, este fue un jovencito pobre de las calles del centro de Santiago que, ya
enganchado, las acompañó a subir el cerro, aceptando salirse del camino para “culiar” entre
los árboles. Terminado el encuentro sexual, sucedió muchas veces que el muchacho les
robara: “te amarraban los zapatos para que, empelotado entero, no pudierai correr”
(Amaro). Nuevamente, las relaciones entre las clases como producto de su encuentro en el
mercado sexual, espeja la miseria popular. La vida del pueblo, desenvuelta en un nivel de
mera subsistencia, les hizo aprovecharse de cada situación con el fin de extraer el máximo
beneficio posible. Tal y como en el caso de Vinizio, protagonista de la novela El
apuntamiento, robarle al cliente siempre fue una opción posible dentro de las prácticas del
sexo tarifado.
112

El barrio San Camilo

Saliendo del Cerro San Cristóbal, una tarde cualquiera de los cincuenta, sesenta y
principios de los setenta, las “colas” más bohemias pudieron haber tomado Pío Nono hacia
el sur, hasta llegar a Plaza Baquedano. Desde allí, siguieron por Vicuña Mackenna y, a la
altura de la actual Avenida Diagonal Paraguay, torcieron hacia la izquierda, en busca de la
esquina de calle San Camilo. En este recorrido, hicieron causa común con los cientos de
personas que frecuentaron el barrio del mismo nombre, emblemático por su nutrido
mercado sexual (Contardo, 272). Monique recuerda: “era el barrio rojo de esos años, que
eran los callejones, eran manzanas completas de puros burdeles. No era exclusivamente de
gay, sino que ahí los gay estaban para servir, para el aseo, ese tipo de cosas. Que quiero
decir, donde podían desahogarse”. El barrio San Camilo tuvo como columna vertebral a la
calle San Camilo, que hoy, con el nombre de Fray Camilo Henríquez, va de norte a sur
entre Diagonal Paraguay y Avenida Matta. Sus burdeles se dispusieron en los callejones
cercanos a Diez de Julio que, perpendiculares a San Camilo, aún están situados entre las
Avenidas Vicuña Mackenna y Portugal. Como indica Monique, y como también se
desprende de las imágenes narradas más arriba sobre la Tía Carlina, el ambiente prostibular
permitió un margen de tolerancia hacia el homoerotismo. Las “maricas” ejercieron allí
funciones subalternas, de porteros o ayudantes, “maricones del piano”, que a veces también
hicieron show de transformismo (Contardo, 238-9). Estos les acarrearon numerosos
clientes, al parecer, atraídos por la feminidad travesti: “me ponía un babydoll y los hombres
caían solos” (Amaro). Servir, y también descargarse. Al igual que en el prostíbulo de
Vivaceta, los “maricones” que no trabajaban en el barrio rojo, tuvieron allí la posibilidad de
encontrarse con otros como ellos, pudiendo incluso llegar a seducir a “machos
heterosexuales”.
Este estrecho margen de tolerancia prostibular, practicado en el Santiago del
período 1950-1973, también parece haber tenido presencia en el campo chileno. Por lo
menos, así puede inferirse del pasaje de El lugar sin límites: “apenas llegó la Manuela, la
Japonesa se adueñó de él. Creyó que el bailarín de quien le habían hablado sería más joven:
este andaba pisando los cuarenta, igual que ella. Mejor, porque los chiquillos jóvenes,
113

cuando los clientes se emborrachaban, le hacían la competencia a las mujeres” (Donoso,


67). De hecho, la obra de Donoso, ambientada en los sesenta, sugiere que los prostíbulos de
la zona del Maule albergaban “maricones del piano”, que también hacían shows de baile y
canto. Este es el caso de la Manuela, protagonista de la novela. “Marica” de casa de putas
que está dispuesto a ayudar en todo lo que le pidan, y que también baila, (tra)vestido de
española. Servir y hacer show, dos funciones que ejercieron los “colas” en provincia y en
Santiago durante mi período de estudio. Pero siempre, mal mirados: “en el barrio rojo los
gays estaban nada más que para el aseo, servir, ese tipo de cosas. Siempre fueron muy mal
mirados los gays de prostíbulos” (Monique).
A pesar de lo anterior, la presencia de shows de transformismo al interior de los
espacios prostibulares de Santiago, entre 1950 y 1973, puede leerse como una conquista
“coliza” al interior de las pautas culturales bohemias. Una conquista precaria, labrada por
quienes siempre estuvieron en la posición del débil. Pues a pesar de la tolerancia bohemia,
en términos de género, durante el período 1950-1973, los “colas” de los prostíbulos siempre
cumplieron labores de servicio y de cuidado, tradicionalmente asociadas al género
femenino. Más abajo, en la conclusión de este capítulo, volveré a referirme a este punto.
Tal y como señalo en el capítulo uno, las prácticas homoeróticas y su fiesta
(invisible) del deseo se desenvolvieron en un contexto de hostilidad de parte del “Estado
Asistencial Sanitario”. En el caso de los prostíbulos, estos fueron sometidos a constantes
allanamientos, como el realizado días antes del viernes 8 de octubre de 1954:

Expulsado. A las 11:45, por el expreso a Valparaíso, dos detectives trasladaron a


Llay-Llay, para tomar la combinación del Trasandino, a Jorge Alberto Ortiz
Sandoval, 33 años, argentino, expulsado del país por «indeseable». Ortiz fue
detenido por la Brigada Móvil en una batida que realizó en el barrio de “los
callejones”, donde en calle San Camilo 551, se inauguró en la madrugada del
domingo recién pasado, un antro de inmoralidad (Clarín).

En este caso, fue el antro recién inaugurado en San Camilo 551 el que sufrió el embate de
la policía. Una de sus víctimas, el argentino Jorge Ortiz Sandoval, “expulsado del país por
«indeseable»”, posiblemente fue el “maricón del piano”. Su exilio tuvo qué ver con el
“antro de inmoralidad” en el que fue detenido y, probablemente, se debió a los cargos de
114

ofensas a la moral y las buenas costumbres. La deportación sufrida por Jorge Ortiz es una
muestra más de los efectos de la “represión y prevención sanitaria” vivida por los “colizas”
de la época, sobre todo, aquellos practicantes de mercados del sexo.

La calle

Más allá de los espacios con domicilio conocido, me parece necesario señalar que,
seguramente, el espacio público de encuentro homoerótico más grande y más importante de
todos, fue la calle. Así, al menos, puede desprenderse de las investigaciones del médico
Correa Bravo. Su tesis, del año 1941, mostró que los hoteles, prostíbulos, colegios, plazas y
la calle en general fueron espacios homoeróticos: “[H.R.R.] a los 15 años comenzó a
concurrir a los prostíbulos, donde muy pronto encontró clientes que le pagaban por las
relaciones sexuales; además, salía a las calles para hacer conquistas homosexuales” (49).
Estas calles no eran cualquiera. Eran las calles centrales de la ciudad: “en total, dice haber
actuado con unos 50 o 60 individuos diferentes, la mayoría de los cuales los ha buscado en
las calles centrales de nuestra ciudad” (22-23). Se trata del “patinaje”: “en cuanto a la
búsqueda de sus clientes, la realiza en los prostíbulos o «patinando» por la calle” (15). La
calle, la región más impersonal de la ciudad, definida ontológicamente como lugar de
tránsito, no-lugar, devino espacio de deseo al ser activada por las prácticas homoeróticas.
Más allá del caminar como una acción que lleva de un lugar preciso a otro, en el ámbito
homoerótico el paseo tuvo un sentido en sí mismo. De Certeau puede ayudarme en este
punto: “andar es no tener lugar. Se trata del proceso indefinido de estar ausente y en pos de
algo propio. El vagabundeo que multiplica y reúne la ciudad hace de ella una inmensa
experiencia social de la privación de lugar; una experiencia, es cierto, pulverizada en
desviaciones innumerables e ínfimas” (116). Si el caminar es no tener lugar, y al mismo
tiempo hacer de la ciudad una experiencia de la privación de lugar, esto fue especialmente
cierto para los “colas” de los cincuenta, sesenta y setenta, que practicaron el paseo deseante
o “patinaje”. Debido a la inexistencia de un lugar propio para el deseo homoerótico, su
viaje por la urbe no tuvo otro fin más que el mismo viaje, y la posibilidad que este contenía:
un encuentro erótico fortuito con un compañero fugaz.
115

El “patinaje” homoerótico durante mi período de estudio puede vincularse también


con la “deriva” perlongheana:

Existe un modo de circulación característico de los sujetos involucrados en las


transacciones del medio homosexual: el “levante” o la deriva. Se trata de personas
que salen a la calle en busca de un contacto sexual o simplemente “va al centro para
ver si pinta algo”, toda una masa que “se nomadiza” y recupera un uso antiguo,
arcaico, de la calle. La calle […] se convierte en algo más que un mero lugar de
tránsito dirigido o de fascinación espectacular ante la proliferación consumista: es,
también, un espacio de circulación deseante” (Perlongher, El negocio, 139-40).

El poeta argentino relaciona la deriva homoerótica con el paseo del flâneur, cuya mirada,
tal y como mostré en el capítulo anterior, “captura” o singulariza el objeto de deseo.
Asimismo, tiende vasos comunicantes con el trottoir o callejeo, una práctica propia “de la
prostitución femenina”, y con ciertas prácticas de seducción campestre (140). De este
suerte, la calle como ámbito de un paseo que sólo remite a sí mismo, o como campo abierto
a la deriva que singulariza el objeto de deseo, funcionó como un gigantesco espacio
nómade de encuentro de los flujos de deseo homoerótico, antes, durante y después del
período 1950-1973.

* * *

En este capítulo, elaboro un mapa de los espacios públicos de encuentro


homoerótico en Santiago de Chile, entre 1950-1973. Este es de carácter pionero,
exploratorio y descriptivo. Por lo tanto, los espacios en él descritos corresponden a una
selección, realizada en base a la cantidad y calidad de las fuentes disponibles para cada
emplazamiento. Ninguno de ellos fue un espacio exclusivamente homoerótico, pues los
“colas” jamás dispusieron, durante el período, de espacios propios. Ellos se reunieron, de
forma clandestina, en los espacios de la bohemia, del hampa y de los mercados del sexo.
Compartiendo con todo tipo de personas, hicieron de estos sitios un uso deseante. Esto
significó que, de manera táctica, las “maricas” constantemente se apropiaron de
emplazamientos pensados con otros fines. Todos estos espacios, dibujaron un espiral sobre
el plano de la ciudad de Santiago. Reescritura de la ciudad trazada, a su vez, por la mirada
116

de los hipotéticos caminantes de mi relato.


El centro del mapa del deseo homoerótico santiaguino fue la Plaza de Armas. Este
fue, desde la Colonia, un espacio caracterizado por una intensa mezcla de actividades y de
clases sociales. Junto con ello, fue cobijo de un mercado sexual desde fines del siglo XIX
hasta por lo menos los años noventa del siglo XX (Vergara y Sanhueza, 24). En él se
entremezclaron prostitutas y mostaceros, que asediaron la Plaza desde la tarde hasta la
noche, practicando la mirada, el diálogo-entendido o la invitación-paga. Es preciso
considerar que este y otros mercados del sexo, no pueden desvincularse de su contexto
temporal y de sus condiciones materiales. Entre 1950 y 1973, la mayor parte de la
población santiaguina vivía en la pobreza. Esto significó que el sexo transaccional estuviese
atravesado por marcas de clase, pues propició el intercambio entre jóvenes populares y
“locas” mayores y burguesas. Al mismo tiempo, la masculinidad, tanto de unos como de
otras, fue cuestionada y reelaborada en cada acercamiento. Como la mayoría de los
espacios de encuentro homoerótico, la Plaza de Armas estuvo sometida a la vigilancia
policial. Esta última recayó en los “colas” más pobres quienes, en abril de 1973, realizaron
la primera protesta política homoerótica en Chile.
En la esquina suroriente de la Plaza el recorrido del deseo por el centro de Santiago
hace su primera parada. Se trata del bar Black and White que, en tanto espacio homosocial,
sirvió de cobijo a la camaradería masculina de fines de los sesenta y comienzos de los
setenta. Hacia el nororiente, en la esquina de Monjitas con San Antonio, estuvo la fuente de
soda Hawai, otro espacio homosocial, cuyos baños sirvieron de activo espacio de encuentro
sexual entre cuerpos de distintas clases sociales. El mapa del deseo homoerótico considera,
además, todos los cines de calle Huérfanos, desde Miraflores hasta Morandé. Estos y los
demás cines de Santiago, fueron espacios de encuentro homoerótico desde su aparición en
el paisaje urbano, en la década del veinte, hasta por lo menos los noventa. En la actualidad,
algunos cines porno del centro siguen cumpliendo esa función. En ellos se dio, también,
una mezcla de clases sociales y una desestabilización de la masculinidad, de la mano de una
reapropiación creativa del entorno urbano. A esto cabe agregar, en el caso del Bim Bam
Bum, la conquista, por parte del deseo, de pequeños márgenes de tolerancia asociada a los
ámbitos artísticos.
117

Las boîtes de Huérfanos y de Agustinas fueron también parte del mapa, como
espacios homosociales y de ocasionales encuentros homoeróticos durante el período 1950-
1973. En la esquina de esta última calle con Ahumada, durante los sesenta el café Waldörf
sirvió como refugio de “maricas” pertenecientes a la burguesía, en sus tratos con jóvenes de
clase popular. En estos casos, fue de vital importancia la existencia de un “regalo” que
viabilizó el acceso al cuerpo del muchacho por parte de la “marica” de turno. “Sexo
transaccional”, donde dinero, regalos y cuerpos formaron parte del mismo circuito de
intercambio. Muchos de estos tráficos también se llevaron a cabo en hoteles parejeros que
aceptaron clientes “colizas”. Las fuentes coinciden en tres hoteles, operativos durante los
sesenta y setenta: uno en Santo Domingo con Amunátegui, otro en Esmeralda con San
Antonio, y el último en calle Miraflores, entre Monjitas y Merced. Con el primero, el mapa
del deseo tuerce, desde Agustinas, hacia el norponiente, para luego continuar hacia el norte
y detenerse en la Cárcel Pública.
La Cárcel Pública ocupó (hasta los noventa) toda la manzana situada entre
Amunátegui y Teatinos, por calle General Mackenna. Tanto esta como los puentes bajo el
río Mapocho, trazaron una línea de deseo por el norte del centro histórico, en el límite de
las actuales comunas de Santiago y Recoleta. Ambos espacios existieron como espacios de
encuentro desde antes de los cincuenta y continuaron siéndolo después de los setenta.
Ambos, también, fueron espacialidades regidas por las normas y pautas culturales del
mundo del hampa. Este último participó de cierta homosocialidad. Bajo esta, hubo
relaciones homoeróticas entre masculinidades, que estuvieron férreamente marcadas por la
primacía del elemento activo y penetrador.
El (antiguo) barrio Bellas Artes es entendido en un sentido más amplio que el barrio
actual, como un gran triángulo entre la Alameda, desde Plaza Baquedano hasta calle
Miraflores, la propia calle Miraflores, y el Parque Forestal. Con él, el mapa del deseo dobla
hacia el sur. Esta fue una zona bohemia y ligada a la producción artística desde antes de los
cincuenta. Entre esta década y hasta 1973, en ella los espacios de encuentro clandestino
entre colas fueron también ámbitos de reunión de las clases sociales que, en ciertos casos,
colindaron con el hampa (cerro Santa Lucía), o con las políticas proletarias (UNCTAD). La
misma Alameda, el restaurant Il Bosco y los Juegos Diana, fueron también espacios de
118

encuentro. Mientras la primera existe desde los inicios de la República, Il Bosco y los
Diana vivieron su apogeo durante mi período de estudio, decayendo luego del golpe de
estado de 1973 (a pesar de que un segmento del negocio asociado a los Diana sigue
operando, en la más franca decadencia). Espacios de mezcla de clases sociales y muy
ligados a la práctica del “sexo transaccional”, ellos delinearon un nuevo viraje en el mapa
del deseo, que se instaló sobre la Alameda. Desde allí, el deseo homoerótico se deslizó
hacia la (antigua) Avenida Bulnes 135, la boîte Tap Room. Tanto esta como el prostíbulo El
Buquesito, ubicado en Lord Cochrane con Coquimbo, protagonizaron, durante el período,
el viaje del deseo hacia el surponiente de la Plaza de Armas.
Con la Tía Carlina, el prostíbulo ubicado en Vivaceta 1226, el mapa del deseo
vuelve a doblarse y a situarse en el norponiente de la ciudad. En este local se dio, antes,
durante y después de mi período de estudio, una mezcla intensa de clases sociales, de
masculinidades y feminidades bohemias que también participaron de un institucionalizado
mercado del sexo. Por su parte el Blue Ballet, nacido en sus tablas, resignificó los espacios
bohemios para el homoerotismo, generando aceptación social para las prácticas “colas”, por
primera vez en la historia chilena. Más abajo me detengo en la importancia de este
fenómeno.
En el cruce de Recoleta y Zapadores estuvo la Quinta Cuatro, cuya diversa clientela
significó, durante mi período, un nuevo desplazamiento del mapa del deseo, en dirección
nororiente. Continuando hacia el oriente, otro espacio de encuentro fue el cerro San
Cristóbal (y, en general, toda las áreas verdes de Santiago). Este último participó de la
mezcla de clases sociales en el contexto de transacciones sexuales. Desde allí, torciendo
hacia el sur casi en línea recta, el mapa del deseo se detuvo en el barrio San Camilo. En este
amplio mercado del sexo, activo durante todo mi período de estudio, nuevamente se hizo
presente la mezcla de clases sociales. En el caso de los “colas”, estos ejercieron allí y en la
mayoría de los prostíbulos de la época, funciones subalternas de aseo y de cuidado. Sin
embargo, con el ejercicio voluntario de la prostitución y, sobre todo, con la validación de
sus shows de transformismo, las “colas” prostibulares comenzaron a conquistar su propio
reconocimiento como artistas. Finalmente, el último y más grande espacio de encuentro
homoerótico fue escenario de un vagabundeo deseante antes, durante y después del período
119

1950-1973: la calle.
Este mapa del deseo homoerótico se sustenta en una diversidad de fuentes, como
detallo en la introducción. Muchos otros (probables) espacios de encuentro quedaron fuera
de mi muestra por no aparecer mencionados en las fuentes primarias. Algunos de ellos
fueron: los baños sauna Delicias, Santiago y Miraflores, el prostíbulo La Miguelina, el
restaurant El Candil y el piano-bar La Guarida (Contardo, 225-226, 247). Muchos de estos
espacios, tal y como los mencionados en el mapa, abrieron todos los días de la semana sin
temor, pues la capital chilena disfrutó, durante el período, de locomoción colectiva toda la
noche (G.D.).
Como he venido señalando a lo largo de estas páginas, el mapa de los espacios de
encuentro homoerótico, entre 1950 y 1973, estuvo sustentado en prácticas de captura y
prácticas sexuales, compartidas por un colectivo de masculinidades subalternas. En base a
esto, considero pertinente afirmar la existencia de una cultura “cola”, en el centro de
Santiago de Chile. Dicha cultura, de marcados rasgos urbanos, tuvo -y tiene- sus propias
versiones en otras ciudades de América Latina, como Buenos Aires (Bazán, 18), São Paulo
(Perlongher, 54), Bogotá (Ramírez, 47) 71 y Ciudad de México (Monsiváis, 115). Para el
caso de Nueva York, los trabajos de Chancey y Robb dan cuenta de la riqueza de su cultura
gay.72 Desde esta perspectiva, es posible imaginar un parentesco y una distancia entre los
“colas” santiaguinos y las “Carolinas” barcelonesas:

Al desfilar de este modo por las calles de la ciudad, las Carolinas afirman quiénes
son delante del mundo: son hijas de la vergüenza, ciertamente, pero se muestran a
plena luz, y juntas. Son un colectivo. Un grupo que se moviliza en torno a una
referencia común en un carnaval alegre y pintoresco, y cuyos miembros comparten
una cultura (una cultura de la vestimenta, por supuesto, aunque, como indica con
claridad la descripción de los ropajes de la procesión, sea eminentemente plural;
una cultura fundada asimismo sobre un uso específico de los lugares urbanos, sobre
prácticas compartidas, como, por ejemplo, la de ligar en los mingitorios o en sus
cercanías (Eribon, 10-11).

El uso de los lugares urbanos como espacios de encuentro formó una parte considerable de la
71
Doy las gracias a mi amigo Danny Grajales por haberme proporcionado esta reciente y valiosa
investigación colombiana, de intereses tan cercanos a las míos.
72
Sólo considero pertinente el uso de la palabra gay en el caso de referirme a las culturas homoeróticas
anglosajonas.
120

cultura “cola” del pasado. La mirada de Eribon coincide con la de Pollack, para quien: “las
instituciones clave de la vida homosexual son, fundamentalmente, los lugares de ligue:
bares, saunas, cines y restaurantes especializados, parques” (79). En el caso santiaguino, este
circuito deseante constituyó una cultura, fue casi totalmente clandestino y estuvo asociado a
la bohemia, el hampa y los mercados del sexo.
La existencia de los espacios de encuentro, permitió a los “colas” la posibilidad de
“desahogarse” -momentáneamente- del inmenso peso social que llevaron sobre sus hombros.
Pues la represión y prevención sanitaria del “Estado Asistencial Sanitario”, tuvo como
contrapartida un casi completo “destierro” del homoerotismo del lenguaje cotidiano. De tan
negado y abominable, se lo omitía del discurso.73 En ese sentido, concuerdo con Contardo,
quien señala que “esa pequeña revolución de las costumbres que tenía lugar en la bohemia
no alcanzaba a lograr consistencia más allá de un barrio de Santiago y algunas horas del día”
(249). De esta suerte, a pesar de la existencia de la bohemia, del hampa y de los mercados
del sexo, y de los “márgenes de tolerancia” que permitieron al homoerotismo, Chile sin duda
fue, entre 1950 y 1973, un ambiente extremadamente opresivo para las masculinidades
homoeróticas. Ser intelectual o artista con inclinaciones homoeróticas debió haber sido
asfixiante. Quizá por eso mismo muchos artistas migraron de Chile: “va a haber cierta
tolerancia pero en los ámbitos muy reducidos de los prostíbulos, elemento tradicional de
diversión de la oligarquía. En el ámbito de ciertos prospectos artísticos. Por qué Claudio
Arrau se desarrolló afuera, por qué la Gabriela Mistral se va fuera, los artistas tienen que irse
de esta mierda de país. José Donoso...” (Fernández).
Los espacios públicos de encuentro homoerótico entre 1950 y 1973 no pueden
desprenderse de su contexto histórico. Ellos estuvieron directamente vinculados con los
procesos -siempre políticos- sociales y culturales vividos por Chile. Al mismo tiempo, toda
una micropolítica de resistencia fue labrada desde las acciones de los cuerpos homoeróticos
en la ciudad de Santiago (Foucault, 104). Si, para De Certeau, la ciudad está definida por
una triple operación, la producción de un espacio propio, de un no tiempo y de un sujeto
universal; esto significa que su administración ansía distinguir y distribuir sus partes y
funciones (106). Al mismo tiempo, tiene lugar una eliminación: “hay rechazo de lo que no

73
Y en muchos casos, aún se lo omite.
121

es tratable y constituye luego los «desechos» de una administración funcionalista


(anormalidad, desviación, enfermedad, muerte, etcétera)” (107). Las prácticas
homoeróticas, al no disponer de espacios propios, al romper el no-tiempo de la ciudad, al
ser acciones de cuerpos que se fugan de toda elaboración universal posible; fueron parte de
una micropolítica que, desde el uso de la ciudad, hizo chorrearse su administración
funcionalista.
Resistencia desde la apropiación efímera del espacio urbano, y resistencia desde
afectos que crearon un presente amoroso, de resguardo ante a los procesos de normalización
y disciplinamiento social. Es preciso recordar que en el período 1950-1973 aún nos
encontramos frente a un “Estado Asistencial Sanitario”, aliado de la institucionalidad médica
en su tentativa de disciplinar el cuerpo del pueblo, con el fin de mejorar la “Raza Chilena”.
Totalmente a contrapelo de estos designios estatales y pretendidamente científicos, los
“colas”, con su promiscuidad, resistieron a la represión y a la sanidad. Su sola presencia hizo
tambalearse la masculinidad “moderno-industrial”, su proyecto de familia y de identidad
nacional, promovido desde los frentes populares (Rosemblatt, 183-184).
Por otra parte, las prácticas “colas” resignificaron trazos de la bohemia en clave
homoerótica. Es decir, el deseo se apropió de ámbitos culturales y de algunos mercados del
sexo con relativa eficacia. Cabe mencionar la activa presencia de “colizas” entre el mundo
artístico y cultural de la capital, que hizo emerger, al interior de los espacios bohemios y
artísticos, márgenes de tolerancia bastante más amplios de lo que fue habitual en el período
“sanitario”. Asimismo, puede aseverarse que el mercado del sexo -más o menos evidente-
del barrio San Camilo, de la Quinta Cuatro, de la Tía Carlina, del Tap Room, de El Buquesito
y de las bôites, fue colonizado por las prácticas travestis de un puñado de “locas” pobres. La
presencia de shows de transformismo cobró mayor brío a contar de la segunda mitad de los
sesenta, con la aparición del Blue Ballet. Este constituyó un verdadero corte en la historia de
la cultura “cola”, pues fue la primera vez que este tipo de presentaciones salió de espacios de
encuentro marginales, para ser apreciadas por el público masivo de las boîtes. El impacto del
Blue Ballet incidió en la emergencia de una nueva generación de transformistas, asociados al
circuito de discoteques fundado a fines de los setenta y comienzos de los ochenta, cuya punta
de lanza fue el Fausto.
122

Como menciono varias veces, la amplia mayoría de los espacios de encuentro


homoerótico fueron también espacios de encuentro entre las clases. Sin duda, eso está ligado
a las características de los lugares bohemios y a la existencia de mercados sexuales. Pero
también puede leerse allí cierta micropolítica deseante que rompió con las barreras de clase,
participando de cierta “violencia del goce” (Perlongher, 195), que tiene “el deseo entre las
clases” (Pavez, 74). Por otro lado, es cierto que las prácticas y sus espacios de encuentro
reprodujeron los roles de género al interior del mundo homoerótico: “macho” con travesti y
mostacero con “coliza”. Reproducción que, sin embargo, nunca fue tal.
Conclusiones

Este viaje íntimo por el homoerotismo masculino en Santiago de Chile entre 1950 y
1973 me permitió demostrar la existencia, en dicho período, de una cultura “cola”. Un
primer acercamiento a esta, me permitió describir sus prácticas de captura y sus espacios
públicos de encuentro. Dicha cultura se desarrolló a contrapelo del destierro cultural y de la
represión y prevención sanitaria del estado hacia el homoerotismo. En el capítulo uno,
delimité mi objeto de estudio y contextualicé su espacio-tiempo. De esta suerte, las
prácticas de captura y los espacios de encuentro, de los capítulos dos y tres,
correspondieron a una primera exploración descriptiva de un homoerotismo múltiple,
clandestino, que transgredió lo público y lo privado y desestabilizó la masculinidad.
También especifiqué cómo el destierro cultural del homoerotismo es vital para el
funcionamiento de la sociedad. Este se desplegó en una ciudad en crecimiento y pobre.
Asimismo, debió afrontar la represión y prevención sanitaria del “Estado Asistencial
Sanitario”, invistiendo la crisis política, económica y social de los cincuenta y sesenta.
Además, el homoerotismo hizo uso de la bohemia, y de la democratización de la sociedad y
del espacio público orquestados a fines de los sesenta.
El capítulo dos movilizó las coordenadas del capítulo uno en el despliegue de las
prácticas de captura. Estas fueron desarrolladas como un medio de comunicación entre
homoeróticos invisible para los heteroeróticos. Se trató de una “máquina de ligue”,
producida por los “colas” frente a las imposiciones de la clandestinidad. Ellas permitieron
singularizar el objeto del deseo en el espacio público, y siempre remitieron al cuerpo.
Dentro del mar de prácticas de captura, tan sólo me ocupé de tres: la mirada, el diálogo
entendido y la invitación-paga. La primera fue una práctica de reconocimiento y las dos
últimas fueron prácticas de enganche. La mirada fue la práctica de reconocimiento más
decidora en el Santiago del período 1950-1973, dada su presencia en los ambientes
bohemios, hampones y proletarios. Asimismo, ella canalizó subalternidades de clase, raza,
género y sexualidad. Dentro de las prácticas de enganche, mientras para el diálogo
entendido fue de vital importancia la proxémica, la invitación-paga ocurrió sobre todo
entre hombres mayores y burgueses y jovencitos pobres. Esta última formó parte de los

123
124

mercados del sexo del período, y evidenció subalternidades de clase, raza y edad, a su vez,
características de la pobreza material del período. La invitación-paga fue también, de
acuerdo a las fuentes, una de las prácticas de enganche más utilizadas por los “colas”
durante el período 1950-1973. Todas las prácticas de captura fueron una actualización y una
apropiación de signos, desplegados de manera táctica, que permitieron la creación de
espacios de encuentro. Ellas fueron, además, un ejemplo de resistencia cotidiana de los
homoeróticos, ante el destierro cultural y la represión y prevención sanitaria del estado.
No todas las prácticas de captura del período fueron abordadas por mi estudio. Esto
lo hubiese hecho interminable. Además de la mirada, el vestuario excéntrico que ciertas
locas más conspicuas construyeron para sí mismas, fue una práctica de reconocimiento de
la que hicieron gala, entre otros personajes de sus épocas, (la travesti) Ilusión Marina,
Benjamín Subercaseaux (ambos en las décadas del cincuenta y sesenta), Tomás Vidiella y
Pedro Lemebel (en los sesenta y setenta) (Sánchez; Fernández; Lemebel). El vestuario
incluyó accesorios como grandes anillos dorados con piedras preciosas, puestos en la mano
izquierda, y cuyo uso se mantiene en ciertos sujetos de mediana edad, como los que pude
observar por mi cuenta en una farmacia cercana a la Plaza de Armas de propiedad de una
pareja “cola” (Sánchez). Ambos llevaban el mismo tipo de anillo. Otros accesorios
utilizados fueron las medallas de la virgen y los pañuelos al cuello (Sánchez; Rossi 40).
Podría hablarse de cierto “dandysmo” a la chilena, que dialogó con los referentes de la
moda y que debió haber sido bastante transgresor para la época. Las prácticas de
reconocimiento incluyeron además los peculiares movimientos de contoneo que algunas
“colas” solían -y suelen- hacer al caminar.
Las prácticas de enganche incorporaron, además del diálogo entendido y la
invitación-paga, una suerte de caminar en busca de la captura (G.D.; Monique; Lemebel;
Ruiz). Este caminar baudeleriano ansió concretar un encuentro sexual y afectivo con un
otro, al igual que la práctica de disminución de la proxémica o abordaje (G.D.; Lemebel).
Otra clara práctica de enganche fue palpar el cuerpo de otro en la oscuridad de los cines o
entre medio del espesor de los saunas (G.D.; Ruiz).
El capítulo tres, por su parte, describió el mapa del deseo homoerótico en el centro
de Santiago de Chile entre 1950 y 1973. De esta suerte, puso en movimiento los contenidos
125

abordados en los capítulos uno y dos. Dicho mapa incluyó a la Plaza de Armas, el bar Black
and White y la fuente de soda Hawai, los cines y teatros de la calle Huérfanos, boîtes como
el Goyesca, el café Waldörf, ciertos hoteles parejeros, la Cárcel Pública, los puentes bajo el
río Mapocho, el (antiguo) barrio Bellas Artes, la Alameda, los Juegos Diana, el restaurant Il
Bosco, los prostíbulos El Buquesito y la Tía Carlina, la Quinta Cuatro, el cerro San
Cristóbal, el barrio San Camilo y, en general, las calles del centro urbano. Si se traza con un
lápiz una línea sobre un plano del centro de Santiago que, partiendo en la Plaza de Armas,
siga la ubicación de los espacios de encuentro descritos por mí, se dibujará el espiral que
colonizó la ciudad durante el período señalado. Todos ellos fueron espacios públicos de
encuentro homoerótico, activados tanto por prácticas de captura como por prácticas
sexuales. Dichos encuentros fueron, tal y como las prácticas que los accionaron, invisibles
para la mayoría heteroerótica.
Algunos fueron espacios a plena luz del día, en medio de la calle. Otros fueron
espacios de encuentro durante la tarde y la noche, como la Plaza de Armas o el Parque
Forestal, o bien funcionaron siempre oscuros, como los cines. Bares y prostíbulos fueron,
sin duda, espacios de escasa visibilidad. La oscuridad fue garantía de anonimato.
Ninguno de los espacios narrados fue exclusivamente homoerótico, pues los “colas”
jamás dispusieron, durante el período, de espacios propios. Ellos se reunieron, de forma
clandestina, en los espacios de la bohemia, del hampa y de los mercados del sexo; creando
espacios propios y fugaces, zonas nómades de precaria seguridad. La existencia de dichos
espacios permitió ciertos “márgenes de tolerancia” hacia el homoerotismo.
Tal y como las prácticas de captura, los espacios de encuentro estuvieron
atravesados por la clase, la raza, la edad, el género y la sexualidad. Algunos de ellos
reprodujeron las desigualdades sociales, mientras que otros las subvirtieron. Al igual que
las prácticas de captura, los espacios de encuentro también cobijaron mercados del sexo y
estuvieron ligados a la bohemia y el hampa, estando fuertemente vinculados con su
contexto histórico. De la misma manera, ellos fueron resistencia material y cotidiana al
destierro diagramado por la cultura y la represión y prevención sanitaria de los agentes
estatales. De esta suerte, mediante el ensamblaje de las prácticas de captura y los espacios
de encuentro, es posible hablar de una cultura homoerótica, o “cola”, avistada a través de
126

dos vías de acceso.


Esto no significa que todo haya sido miel sobre hojuelas. Por el contrario, esta
investigación me permite confirmar una primera intuición: el Santiago del período 1950-
1973 fue un ambiente extremadamente opresivo para las masculinidades homoeróticas.
Simultáneamente, las micropolíticas de resistencia fueron labradas desde las acciones de los
cuerpos homoeróticos en la ciudad de Santiago, y de los espacios por ellos apropiados.
Totalmente a contrapelo de los designios estatales, pretendidamente científicos, los “colas”,
con su cultura de la promiscuidad sexual, resistieron a la represión y a la sanidad. Su sola
presencia hizo tambalearse la masculinidad “moderno-industrial”, su proyecto de familia y
de identidad nacional, promovido desde los frentes populares hasta el gobierno de Allende.
El homoerotismo que permeó el centro de Santiago durante las décadas del
cincuenta, sesenta y primeros tres años de los setenta, permite configurar un mapa más
completo de nuestra historia cultural, evidenciando sus lugares “exteriores”. Dichos
márgenes son habitados por un deseo que funcionó como “exterior constitutivo”, porque su
sola presencia hizo entrar en crisis la comunidad imaginada de la nación chilena (Anderson,
6-7). Desde una posición más política, el olvido que pesa sobre la materialidad del
homoerotismo en nuestro pasado, justifica hoy en día los llamados al odio homofóbico, que
realizan desde las pandillas neonazis hasta las (disminuidas) hordas católicas y evangélicas.
Todos ellos se lamentan por la decadencia de nuestras sociedades, como si los
homoeróticos existiésemos solo desde que adquirimos visibilidad. La materialidad gozosa
del deseo invisible, en cambio, fue una vigorosa sección de los bajos fondos urbanos desde
hace décadas. Arrojar luz sobre ella es dar espesor a nuestra historia y reconocernos en los
que hemos sido. Esto es especialmente relevante si, en tanto cuerpos deseantes, nos
enfrentamos a la posibilidad de jugar un rol en la renegociación del pacto social que Chile
deberá llevar a cabo para terminar, de una vez por todas, con la herencia dictatorial.
Algunas de las prácticas y espacios mapeados correspondieron a un período anterior
a 1950 y, en algunos casos, posteriores a 1973. De esta suerte, aventurando una
periodización para la cultura homoerótica, es posible visualizar una continuidad de pautas
culturales entre la década del veinte y, por lo menos, el año 1979. Estas consistieron en el
despliegue clandestino de prácticas de captura, que a su vez habilitaron espacios de
127

encuentro. Esta geografía del deseo fue, en parte debido al mayor grado de destierro
cultural y represión estatal, mucho más polimorfa que la actual (Durán, párr. 12). Una vez
instalado el neoliberalismo dictatorial, el homoerotismo santiaguino comenzó el proceso
que lo llevaría a dejar de ser invisible, con un primer hito: la fundación de la primera
discoteque gay, Fausto, el 22 de agosto de 1979. Esta trajo consigo un modelo nuevo
importado de Estados Unidos: un lugar exclusivamente para homoeróticos. Con este
comenzó la transnacionalización de la identidad gay al escenario chileno. Esta trajo de la
mano un modelo de relaciones basadas en el modelo burgués del amor romántico, e
integradas en los flujos de producción y consumo capitalista. Dicha identidad se ha
consolidado desde los noventa hasta la actualidad, y hoy es cuestionada por el emergente
activismo disidente sexual.
Mi estudio es una exploración descriptiva de la cultura homoerótica santiaguina
entre 1950 y 1973, a partir de sus prácticas (invisibles) de captura y sus espacios
(invisibles) de encuentro. Sin embargo, quedan aún por estudiar los mercados del sexo
homoerótico, durante el mismo período, o los esquemas de relaciones al interior del
homoerotismo. También está pendiente el estudio del homoerotismo durante el escabroso
período 1973-1990, entre otras múltiples posibilidades, a partir del campo que ahora ha
quedado abierto.
Bibliografía

Fuentes primarias

Entrevistas

-A.H. Entrevista personal. Barrio Italia, Santiago de Chile, 3 de abril de 2013.


-Amaro. Entrevista personal. Plaza de Armas de Santiago de Chile, 4 de agosto de 2013.
-Carlos Sánchez. Entrevista personal. Barrio Bellas Artes, Santiago de Chile, 3 de enero de
2013. Archivo digital en CD de tesis.
-G.D. Entrevista personal. Plaza de Armas de Santiago de Chile, 23 de mayo de 2013 y 2 de
agosto de 2013. Archivo digital en CD de tesis.
-E.R. Entrevista personal. Santiago de Chile, 16 de octubre de 2011. Archivo digital en CD
de tesis.
-F.S. Entrevista personal. Santiago de Chile, 13 de octubre de 2011. Archivo digital en CD
de tesis.
-Leonardo Fernández. Entrevista personal. Sede del MUMS en Santiago de Chile, 13 de
octubre de 2011. Archivo digital en CD de tesis.
-Lucía Pinochet Romero. Entrevista personal. Plaza de Armas de Santiago de Chile, 27 de
agosto de 2013.
-Marco Ruiz. Entrevista personal. Barrio Bellas Artes, Santiago de Chile, 10 de enero de
2013. Archivo digital en CD de tesis.
-Monique. Entrevista personal. Plaza de Armas de Santiago de Chile, 27 de agosto de 2013.
Archivo digital en CD de tesis.
-Pedro Lemebel. Entrevista personal. Barrio Bellas Artes, Santiago de Chile, 3 de febrero
de 2014.

128
129

Obras literarias

-Donoso, José. El obsceno pájaro de la noche. Santiago: Alfaguara, 1997.


-_____. Conjeturas sobre la memoria de mi tribu. Santiago: Alfaguara, 1996.
-_____. El lugar sin límites. Santiago: Alfaguara, 1995.
-_____. Casa de campo. Santiago: Alfaguara, 1983.
-_____. Este domingo. Santiago: Bruguera, 1980.
-Gómez Morel. Alfredo. El río. Santiago: Sudamericana, 1997.
-González de Alba, Luis. El vino de los bravos y unos tequilas. México, D.F.: Planeta
Mexicana, 2011.
-Lemebel, Pedro. De perlas y cicatrices. Santiago: LOM, 1998.
-Mistral, Gabriela. Niña errante. Cartas a Doris Dana. Santiago: Lumen, 2009.
-_____. Cartas de amor y desamor. Sel. Fernández Larraín, Sergio. Santiago: Andrés Bello,
1999.
-_____. Tala. Santiago: Andrés Bello, 1979.
-_____. Poema de Chile. Santiago: Pomaire, 1967.
-Perlongher, Néstor. Un barroco de trinchera, cartas a Osvaldo Baigorría. Buenos Aires:

Mansalva, 2006.
-_____. Poemas completos. Buenos Aires: Seix Barral, 1997.
-Puig, Manuel. El beso de la mujer araña. Madrid: Espasa Calpe, 2004.
-Rivano, Luis. Narrativa completa. Santiago: Alfaguara, 2010.
-Rossi, Jorge. Puto chilensis. Santiago: Cadaqués, 2009.
-Subercaseaux, Benjamín. Santa Materia. Santiago: Ercilla, 1964.
-____. Daniel (Niño de lluvia) Relato. Santiago: Ercilla, 1942.
-_____. Chile o una loca geografía. Santiago: Ercilla, 1940.
-_____.Quince poemas directos. Santiago: Nascimento, 1936.
-Sutherland, Juan Pablo. A corazón abierto. Geografía literaria de la homosexualidad en
Chile. Santiago: Sudamericana, 2001.
130

Estudios médico-sociales

-Altmann, Julio. El problema sexual en las prisiones. Conferencia dada en el Salón de


Honor de la Universidad de Chile. 1936.
-Correa Bravo, Eduardo. Homosexualidad. Aspectos del problema en Santiago. Tesis para
optar al título de médico-cirujano. Dirección General de Sanidad, Universidad de Chile,
1941.
-De Lucenay, Martín. Presidios, regimientos y barcos. Madrid: Fénix, 1933.

Diarios y revistas

-Clarín, 25 y 30 de septiembre y 8 de octubre de 1954, y 24 de abril de 1973.


-La Tercera, 18 de abril de 1983 y 10 de abril de 2011.
-Paula, 24 de abril de 1979.
-Puro Chile, 27, 28 y 29 de abril de 1971.
-Puz, Amanda. “Donde los hombres se divierten solos”. Paula, 1971.
-Vea, N° 1.765, 26 de abril de 1973.

Páginas web

-<http://www.fausto.cl/principal#!__principal/nuestra-historia>. Recuperado el 8 de
septiembre de 2014.
-<http://www.gloo.udp.cl/sobrevivientes-entretenimientos-diana-primera-parte/>.
Recuperado el 11 de junio de 2014.
-Plath, Oreste. El Santiago que se fue. Apuntes de la memoria. Santiago: Grijalbo, 1999.
Disponible en <http://www.oresteplath.cl/antologia/santiago1.html>. Recuperado el 5 de
septiembre de 2014.
-Robles, Víctor Hugo. “Retratos urbanos: Mauricio Zenteno, leyenda del transformismo en
Chile”. Cultura + Ciudad de El Mostrador. Disponible en
<http://www.mums.cl/2014/01/retratos-urbanos-mauricio-zenteno-leyenda-del-
131

transformismo-en-chile/>. Recuperado el 15 de noviembre de 2014.

Fuentes secundarias y referencias teórico-metodológicas

-Anderson, Benedict. Imagined Comunities: Reflections on the Origin and Spread of


Nationalism. Londres: Verso, 1983.
-Barcellos, José Carlos. “Homoerotismo e abjecao em o lugar sem limites de José Donoso”.
Literatura y Lingüística, N°18, 2007: 135-144.
-Bazán, Osvaldo. Historia de la homosexualidad en la Argentina. Buenos Aires: Marea,
2004.
-Beattie, Peter. “Códigos «peniles» antagónicos. La masculinidad moderna y la sodomía en
la milicia brasileña, 1860-1916”. Balderston, Daniel y Donna Guy (eds.). Sexo y
sexualidades en América Latina. Buenos Aires: Paidós, 1998.
-Beverley, John. “La persistencia del subalterno”. Revista Iberoamericana, Vol. LXIX,
N°203, abril-junio 2003: 335-342.
-_____. Subalternidad y representación. Debates en teoría cultural. Madrid-Frankfurt:
Iberoamericana/Vervuert, 2004.
-Bourdieu, Pierre. El sentido práctico. Buenos Aires: Siglo XXI, 2007.
-_____. La dominación masculina. Barcelona: Anagrama, 2000.
-Butler, Judith. El género en disputa. Barcelona: Paidós, 2007.
-_____. “Variaciones sobre sexo y género. Beauvoir, Wittig, Foucault”. Teoría feminista y
teoría crítica. Ensayos sobre la política de género en las sociedades de capitalismo tardío.
Valencia: Ediciones Alfons el Maghilnim, 1990.
-Cánovas, Rodrigo. “Una relectura de El lugar sin límites, de José Donoso”. Anales de
Literatura Chilena, N°1, diciembre 2000: 87-99.
-Chancey, George. Gay New York: Gender, Urban Culture, and the Making of the Gay Male
World, 1890-1940. Nueva York: Basic Books, 1994.
-Conejeros, Víctor Manuel. Cuerpo, significancia, subjetividad. Tesis para optar al grado de
Licenciado en Historia, Universidad de Chile, 2006.
-Connell, Robert. “La organización social de la masculinidad”. Valdés, Teresa y José
132

Olavarría (eds.). Masculinidad/es. Santiago: Isis Internacional/FLACSO Chile, 1997.


-Contardo, Óscar. Raro. Una historia gay de Chile. Santiago: Planeta, 2011.
-Cornejo, Juan Rolando. Anatomía de la intolerancia. Medicalización de la
homosexualidad: expresión de la homofobia presente en los discursos jurídicos chileno y
brasileño de fines del siglo XX (1980-2000). Tesis para optar al grado de doctor en Estudios
Americanos, USACH/IDEA, 2005.
-Cottet, Cristian. Carlos Sánchez: la razón de estar gay. Santiago: Mosquito
Comunicaciones, 2005.
-De Certeau, Michel. La invención de lo cotidiano. 1 Artes de hacer. México, D.F.:

Universidad Iberoamericana, 1996.


-_____. La escritura de la historia. México, D.F.: Universidad Iberoamericana, 1993.
-Deleuze, Gilles. Derrames entre el capitalismo y la esquizofrenia. Buenos Aires: Cactus,
2005.
-_____ y Guattari, Félix. (1972). El antiedipo: capitalismo y esquizofrenia. Buenos Aires:
Paidós, 2005.
-Durán, Manuel. Lo que va saliendo del clóset. Editorial Académica Española, 2013.
-_____. “Michel Foucault y su política queer de los placeres. Una mirada a las geografías
del deseo homo erótico en Chile”. Cyber Humanitatis, N° 35, invierno 2005.
-Ferenczi, Sándor. (1911). “El homoerotismo: nosología de la homosexualidad masculina”.
Conferencia pronunciada en el Tercer Congreso de la Asociación Psicoanalítica
Internacional de Weimar. Obras Completas. Psicoanálisis Tomo II. Madrid: Espasa-Calpe,
1984.
-Fernández, Leonardo. Homosexualidad en Chile, Cien años de historia compartida.
Historia del Movimiento Unificado de Minorías Sexuales. Inédito, 2009.
-_____. Amarionados Sodomistas y Nefandos. Vida erótica y sodomía en la sociedad
colonial. Siglo XVII. Inédito, 2006.
-Foucault, Michel. Historia de la sexualidad 1: la voluntad de saber. Buenos Aires: Siglo
XXI, 2008.
-_____. Historia de la sexualidad 3: la inquietud de sí. Buenos Aires: Siglo XXI, 2008.
-_____. Historia de la sexualidad 2: el uso de los placeres. Buenos Aires: Siglo XXI, 2003.
133

-_____. Microfísica del poder. Madrid: Ediciones La Piqueta, 1993.


-_____. “Poderes y estrategias”. Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones. Madrid:
Alianza, 1985.
-Freire Costa, Jurandir. A inocência e o Vício: estudios sobre o homoerotismo. Rio de
Janeiro: Relume-Dumará, 1992.
-Freud, Sigmund. “Tótem y tabú”. Obras completas, Vol. XIII. Buenos Aires: Amorrortu,
1978.
-_____. “Pulsiones y destinos de pulsión”. Obras completas, Vol. XIV. Buenos Aires:
Amorrortu, 1978.
-García-Castro, Ramón. “Epistemología del clóset de José Donoso (1924-1996) en
Conjeturas sobre la memoria de mi tribu (1996), El jardín de al lado (1981) y “Santelices”
(1962)”. Revista Iberoamericana, Vol. LXVIII, N° 198, enero-marzo 2002.
-González, Carolina. Entre 'sodomitas' y 'hombres dignos, trabajadores y honrados'. Tesis
para optar al grado de Magíster en Estudios de Género y Cultura en América Latina,
Universidad de Chile, 2004.
-Guattari, Félix. Plan sobre el planeta. Capitalismo mundial integrado y revoluciones
moleculares. Madrid: Traficantes de Sueños, 2004.
-Guha, Ranajit. “Chandra's Death”. A Subaltern Studies Reader, 1986-1995. Minneapolis:
University of Minnesota Press, 1995.
-Halberstam, Judith. Masculinidad femenina. Barcelona-Madrid: Egales, 2008.
-Hocquenghem, Guy. El deseo homosexual. España: Melusina, 2009.
-Hunter, Mark. “The Materiality of Everyday Sex: thinking beyond 'prostitution'”. African
Studies, 61, 1, 2002: 99-120.
-Illanes, María Angélica. En el nombre del pueblo, del estado y de la ciencia. Historia
social de la salud pública, Chile 1880 – 1973. Santiago: Ministerio de Salud, 2010.
_____. Cuerpo y sangre de la política. La construcción histórica de las Visitadoras
Sociales. Chile, 1880-1940. Santiago: LOM, 2007.
-Kaufman, Michael. “Las siete P's de la violencia de los hombres”. Disponible en
<www.ifi.uio.no/~eivindr/iasom>. Recuperado el 7 de octubre de 2010.
-Kimmel, Michael y Michael Messner (Eds.). Men's Lives. Boston: Pearson Education,
134

2010.
-Kinsey, Alfred. Conducta sexual del varón. México, D.F.: Interamericana, 1949.
-Lacan, Jacques. (1958). “La significación del falo”. Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI,
1988.
-_____. (1955-1956). O Seminario: livro 3. As Psicoses. Río de Janeiro: Jorge Zahar
Editores, 1988.
-Marqués, Josep-Vincent. “Varón y patriarcado”. Valdés, Teresa y José Olavarría (eds.).
Masculinidad/es. Santiago: Isis Internacional/FLACSO Chile, 1997.
-Marx, Karl. Tesis sobre Feuerbach. Edición digital disponible en:
<http://www.ehu.es/Jarriola/Docencia/EcoMarx/TESIS%20SOBRE%20FEUERBACH%20
Thesen%20ueber%20Feuerbach.pdf>. Consultado el 28 de junio de 2014.
-Mc Kee Irwin, Robert. “The Famous 41”. GLQ, 6: 3. Duke University Press, 2000.
-Monsiváis, Carlos. Que se abra esa puerta. Crónicas y ensayos sobre la diversidad sexual.
México, D.F.: Paidós, 2010.
-Morales, Leonidas. Novela chilena contemporánea: José Donoso y Diamela Eltit.
Santiago: Cuarto Propio, 2004.
-_____. “El testigo y su mirada”. Mapocho, N° 56, segundo semestre 2004.
-Náter, Miguel Ángel. “José Donoso o el eros de la homofobia”. Revista Chilena de
Literatura, N° 68, abril 2006: 123-140.
-Nesvig, Martin. “The Complicated Terrain of Latin American Homosexuality”. Hispanic
American Historical Review 81: 3-4. Duke University Press, 2001.
-Ojalvo, Álvaro. Nosotros, los chilenos: Masculinidad hegemónica y homosexualidad
masculina en el Chile Contemporáneo (1973-1998). Tesis para optar al grado de
Licenciado en Historia, Universidad Finis Terrae, 2008.
-Pavez, Jorge y Lilith Kraushaar. Capitalismo y pornología. La producción de los cuerpos
sexuados. San Pedro de Atacama: Universidad Católica del Norte, 2011.
-_____. “Deseo de clase y violencia sexual: Institución y espectáculo de la transgresión”.
Archivos de Filosofía 4-5, 2009-2010: 73-109.
-Perlongher, Néstor. El negocio del deseo. La prostitución masculina en San Pablo, Paidós,
Buenos Aires, 1999.
135

-Piscitelli, Adriana. “Apresentação: gênero no mercado do sexo”. Cadernos Pagu, N° 25,


julio-diciembre de 2005: 7-23.
-Preciado, Beatriz. Manifiesto Contrasexual. Barcelona: Anagrama, 2011.
-_____. “Basura y género. Mear/cagar. Masculino/femenino”. Texto recuperado de
Caosmosis el 6 de julio de 2010.
-Pujado, Jorge. Los regios del Santa Lucía. Historia de vida de jóvenes homosexuales en
Santiago. Barcelona: Alertes, 2000.
-Quevedo, Maritza. El niño en el discurso psicoanalítico. Una contribución para la
comprensión de la clínica psicoanalítica con niños en el marco de la neurosis, psicosis y
autismo infantil. Tesis para optar al grado de Magíster en Psicología Clínica, mención
Psicoanálisis. Universidad Diego Portales, s/f.
-Ramírez Arcos, Fernando. De cruising por Chapinero: gubernamentalidad, consumo y
transgresión en tres lugares de encuentros homosexuales entre hombres en Bogotá. Tesis de
grado para optar al título de Magíster en Estudios Culturales, Universidad Nacional de
Colombia, 2014.
-Riesco, Manuel. “La necesidad de reconstruir el Sistema
Nacional de Educación Público desmantelado
por la dictadura y la LOCE”. Pensamiento Educativo, Vol. 40, N° 1,
2007: 243-262.
-Robb, Graham. Strangers: Homosexual love in the Nineteenth Century. Nueva York: W. W.
Norton & Company, 2003.
-Robles, Víctor Hugo. Bandera hueca. Arcis/Cuarto Propio, Santiago, 2008.
-Rosemblatt, Karin, “Por un hogar bien constituido: El Estado y su política familiar en los
Frentes Populares”. Disciplina y Desacato. Santiago: SUR, 1995.
-_____. “Masculinidad y trabajo: el salario familiar y el estado de compromiso, 1930-
1950”. Proposiciones, N° 26, SUR, Santiago, 1995.
-Rubin, Gayle. (1975). “El tráfico de mujeres: notas sobre la “economía política” del sexo”.
Revista Nueva Antropología, Vol. VIII, N°30, México, 1986.
-Salazar, Gabriel. Del Poder Constituyente de Asalariados e Intelectuales (Chile, siglos XX
y XXI). Santiago: LOM, 2009.
136

-Sedgwick, Eve Kosofsky. Epistemología del armario. Barcelona: Llibres de l'Índex, 1998.
-Sigal, Peter (ed.). Infamous Desire: Male Homosexuality in Colonial Latin America.
Chicago: University of Chicago Press, 2003.
-Spivak, Gayatri. “¿Puede hablar el subalterno?”. Revista Colombiana de Antropología.
Vol. 39, enero-diciembre 2003: 297-364.
_____________. “Estudios de la Subalternidad: deconstruyendo la historiografía”. Rivera
Cusicanqui, Silvia, y Barragán, Rossana (comp.). Debates postcoloniales: una introducción
a los Estudios de la Subalternidad. La Paz: Ediciones Aruwiyiri.
-Vergara, Pablo y Ana María Sanhueza. Spiniak y los demonios de la Plaza de Armas.
Santiago: UDP y La Copa Rota, 2008.
-Volpi, Jorge. Sodomitas, Pederastas y Colizas: Discursos y Representaciones de la
penetración anal entre hombres en causas criminales por sodomía del Primer Juzgado
Criminal de Temuco 1915-1960. Tesis para optar al grado académico de Licenciatura en
Antropología, Universidad Católica de Temuco, 2011.
Anexo 1. Transcripción de entrevistas realizadas

Entrevista a Carlos Sánchez


Barrio Bellas Artes, Santiago de Chile
3 de enero de 2013

G: Gonzalo Salazar
C: Carlos Sánchez

G: Tú eres del año...

C: '55. El problema es que yo no te voy a servir para elementos tan históricos y tan de atrás,
porque de verdad mi “vida homosexual”, es una vida de reciente data. Más bien desde el
punto de vista de la reflexión política, del conocimiento político, sí puedo mirar para atrás.
Pero yo no soy un chico... nunca fui un chico de ambiente. Nunca me involucré en los
grupos gay de ninguna época, salvo a partir del año '94, luego del término de la dictadura,
[tengo] una historia más bien política antidictatorial. Y terminando la dictadura me
involucré con los movimientos homosexuales. Desde esta perspectiva, desde el punto de
vista de las vivencias, yo reconozco que hay montones de compañeras y compañeros que te
podrían haber servido... Claro que a estas alturas están todas muertas.

Te hablaba de la Sarita Montiel por ejemplo, porque fue un personaje que yo conocí, a ella
y a su compañero, que no sé si estará vivo a estas alturas. Y ellos se casaron vestidos de
novia y de novio. Se casaron, hicieron un matrimonio, hicieron una ceremonia, invitaron
cincuenta mil amigos, se emborracharon, dejaron la cagá. Y tú los veías en la vida común y
corriente y eran dos tipos. De día y de noche eran dos tipos. Pero ellos como pareja, la
Sarita Montiel era la esposa. Si se casaron vestidos de novios, entonces...

G: ¿Qué año fue ese matrimonio?

137
138

C: Ese debe haber sido en los años cincuenta o sesenta, si eran viejísimos. Quizá un poco
después. La Sarita Montiel y su pareja, no sé si está viva, no tengo idea si estará viva, quién
sabe, quién sabrá de él... en una de ésas el Víctor Hugo [Robles] puede saber. Bueno, yo me
acuerdo de haber visto fotografías de ese matrimonio, que alguna vez su pareja las llevó,
justamente cuando la Sarita estaba muy enferma, se estaba muriendo. Y llevó la fotografía,
me acuerdo, al Mums... No sé, no creo que estén en el Mums. Y las mostró.

G: Quizá están en el archivo de...

C: ...De Leonardo. Habría que hablar con Leonardo si es que tiene algún antecedente de la
Sarita Montiel. Pero ese era un personaje, a mi juicio, prototípico de los años cincuenta,
sesenta. Eran súper sufridos, súper... Otro personaje, que también se murió, que ya no está,
pero del mundo del transformismo, era la Ilusión Marina. Era un transformista, yo lo
alcancé a ver aquí en el Tap Room, que estaba en la Avenida Bulnes, en la entrada de
Avenida Bulnes, en un subterráneo que era un cabaret. Yo la conocí vieja a la Ilusión
Marina, con unos perfumes... del año de la cocoa, unos perfumes fragantes que no se
podían resistir, pero ella muy vestida con velos, con trajes muy suaves, era muy señora
también. También era otro personaje de la época. Pero todos esos personajes como que ya
han dejado de existir, y a mí, cuando estábamos en el Mums, una de las grandes
preocupaciones que teníamos era qué estaba pasando con los viejos. Los viejos estaban
desapareciendo y no sabíamos dónde estaban. Una cosa misteriosa, como que se esfuman,
desaparecen, hay una generación, hay una historia completa que está desaparecida.

G: Me interesa mucho ese tipo de detalles que mencionas, como los perfumes, las ropas que
usaban; cómo ellas construían su cuerpo también. Porque la identidad está inscrita de
alguna forma en el cuerpo.

C: Claro, está completamente heterosexualizado, pero era una forma de vivir la vida y de
normalizarse de alguna manera. Desde lo más marginal entraban a un mundo que ellas
mismas legitimaban, porque desde afuera nadie los legitimaba, pero la comunidad los
139

legitimaba. Entonces todo era un circuito interno.

G: Ellas trabajaban en cabarets...

C: La Ilusión Marina trabajaba en cabaret, era transformista. La Sarita Montiel... no sé si en


su juventud... tiene que haber sido ¿no? No conozco su historia de joven. Pero conozco su
historia de vieja, yo los conocí viejos ya, y eran pobrísimos, pobrísimos, pobrísimos. Vivían
en un cité en la calle Maipú, entre Erasmo Escala y Romero, en un cité de una pobreza
impresionante. Lo digo porque yo viví a dos pasajes de ellos. Vivían así, eran muy pobres.

G: Dentro de los relatos que tú manejes, más que tu experiencia, me interesa si tienes
alguna noción de las palabras que utilizaban los “homosexuales” de los años cincuenta y
sesenta para designarse a sí mismos. Porque yo tengo algunas palabras que he recuperado:
El término “entendido”, el término “uranista”, el término “chinas”, que era como se decían
las locas... No sé si tú conozcas algunas otras palabras, o puedas darme alguna impresión
sobre los significados de estas palabras.

C: Yo por lo menos, de estos personajes de antaño, no recuerdo haber escuchado conceptos


que manejaran ellos más allá de lo que nosotros hoy día conocemos también... claro, hoy
día es mucho menos frecuente escuchar al “cola”, el “colipato”. El “colipato” era súper
despectivo mirado desde fuera, pero los de adentro... todos éramos colas. Éramos colas
igual. Yo siento que...

G: Cola era como transversal...

C: …Era como transversal. Pero había formas de hacerlo más despectivo. Ahora, por qué
cola de pato, supongo yo, siempre he tenido la misma inquietud por qué se le dice el cola de
pato, “colipato”, debe ser, me imagino, por la forma de mover las caderas... No me imagino
otra manera de poder percibirlo (risas).
140

G: Volviendo al tema de esta división jerárquica que había dentro de las mismas parejas
homosexuales, ¿había alguna forma de nombrar al que era el “cola macho”...?

C: El pasivo y el activo nada más, siempre ha existido ese concepto.

G: ¿Pero se hablaba así?

C: Sí, el pasivo y el activo. O cumplía el rol de la mujer... Mira, yo una vez me encontré
con un travesti, antigua, una vieja travesti, cuando yo vivía en la calle Maipú justamente,
esto fue en el año '97 o '98, yo tenía una pareja en ese entonces, vivía con él, que era
bastante más chiquito que yo, no sé si ubicas a Marcos Ruiz... fue dirigente del Movilh
también. Y él fue mi pareja. Pero era más chiquito. Y siempre andábamos juntos para todos
lados. Y un día voy llegando solo a la casa, o voy saliendo, y esta travesti siempre estaba
parada en la esquina. No estaba vestida de travesti, no estaba travestida, sino que era una
loca que se prostituía, vieja, viejísima, decadente total, y siempre me jodía en la calle y me
decía “flaco, convídame un cigarrito”, qué sé yo, yo en esa época todavía fumaba me
acuerdo. Yo de repente le convidaba cigarrillos. Pero en un momento en que no tuve
cigarrillos, entonces le decía “no tengo” y me hueviaba y me gritaba a media cuadra,
“flaco, flaquito, te la chupo, te la chupo”. Pero él no cachaba que yo era gay. Un día me lo
topo así de frente y me dice “flaco, ya, me tenís que dar un cigarrillo”; “no, voy apurado,
voy pa' la casa”; “¿y qué tan apurado?”; “voy a ver a mi marido” le digo yo. “¡¿Qué?!”;
“voy a ver a mi marido”; “¿quién es tu marido, ese chiquitito con el que siempre andas?”;
“ese es mi marido”; “ese es tu marido... o sea TÚ eres la mujer...”; “bueno sí, él es mi
marido, él es mi mujer... o sea, yo soy su mujer”. Se, se impresionó. Ahí me di cuenta que
para él el concepto... claro, uno estaba cumpliendo el rol de la mina en la pareja. O del
pasivo, supuestamente (nervioso, mira hacia abajo). Uno estaba cumpliendo un cierto rol
dentro de la relación, de la mina o de la mujer. Quedó muy sorprendido él, y ahí hicimos
una amistad en ese entonces, lo vi... en varias ocasiones después lo vi, pudimos conversar
algunas cosas pero... y de sus rollos, sus propios problemas. Pero... claro, para ellos era
como normal que en una pareja alguien tuviera el rol de la mujer y fuese así, es la mujer de
141

la pareja.

G: Siempre es el pasivo.

C: El pasivo. Pero una vieja también del año de la cocoa. Tiene que haberse muerto
también.

G: También hay una asociación con el tipo físico, ¿o no? Si uno es más alto iba a ser el
hombre...

C: Claro.

G: O también el aspecto. Si es más masculino...

C: Tenía que ser más masculino para ser macho. Bueno y de verdad porque a la Sarita
Montiel tú la veías por ejemplo, muy menuda, no usaba pechos pero... no usaba tetas pero...
era menuda, era muy femenina ella. Dentro de lo masculino que era, era femenina. Existía
esa tendencia a caracterizar lo femenino como más mujeril.

Mira yo siento que todos estos procesos de identidad, justamente... Quizá en esa época era
más propio... a ver, ¿cuándo se fundan estos movimientos pro-identitarios? Yo percibo que
esto es muy posmoderno, los procesos identitarios. Muy de los años setenta, ochenta pa'
adelante. Antes no existía esta idea de identificarse. Si tú te vas a la historia del siglo XVIII,
el siglo XIX, los primeros activistas “homosexuales”, Ulrich, qué sé yo, ellos fundan, uno
de ellos funda el concepto de homosexualidad. Pero no se lo plantean como un fenómeno
de identidad. Si no más bien, es como producto o resultado de los procesos de exclusión. O
sea, a nosotros se nos excluye porque somos diferentes, ¿por qué se nos excluye? Una
práctica sexual distinta, qué sé yo. Entonces entramos a tratar de definir fenómenos desde
una perspectiva más bien sociológica o política, pero si no percibimos ese proceso de
exclusión, el proceso de definiciones identitarias no existe. Entonces creo que... el cómo se
142

vivía, cómo tú lo estás tratando de enfocar, pudiera ser quizá más relevante. Pero es difícil
pesquisarlo si tú no hablas directamente con quiénes lo vivieron. A mí me cuesta, por
ejemplo, salvo por los pocos testimonios que tengo, poder rescatar aquellas vivencias, pero
me las imagino tan... integradas si se quiere. Era como propio saber que el “colita” del
barrio era buena gente. El tipo que ayudaba a todas las vecinas, era amigo de todas las
vecinas, comadreaba con todas las vecinas, eso lo sé porque la loca con la que yo me
entrevistaba era amigo de todas las vecinas. Era un papel de comadre. Cuidador, vigilante,
solidario, atento, no estaba permitido que cumpliera otro rol. Dentro de la exclusión había
un rol que estaba asignado para esa “casta”.

G: Y ese rol daba un margen de tolerancia también

C: Mientras no te salieras de ese rol. El maricón del prostíbulo era aceptado mientras fuera
el maricón del prostíbulo. Podiai tener hasta sexo con el maricón del prostíbulo pero
mientras estuviera dentro de ese rol.

G: ¿Cuándo tu consideras que comenzó a popularizarse el término gay?

C: Bueno, esa es una tendencia claramente europea, impuesta desde Europa. El día de hoy
la agenda del movimiento homosexual es una agenda europea. Todo lo que hace el
movimiento homosexual se gatilla desde Europa. Por lo menos desde los años '60 empieza
a acuñarse el concepto gay con fuerza y trata de imponerse en América Latina toda. Aquí
hay una gran discusión a mediados de los '90 cuando el movimiento feminista hace su
aporte también respecto de la emergencia de las lesbianas. De la diferenciación de las
lesbianas respecto de los hombres. En Europa y Estados Unidos la mujer lesbiana es gay.
Pero hay un segmento del movimiento feminista que cuestiona aquéllo. Hay lesbianas que
no son gay. Y acá eso empieza a emerger en los años '60-'70, empiezan a aparecer gay, pero
es recién en los '90 cuando en América Latina esto se cimenta. Antes no existía una manera
de nombrarse en tanto no existía movimiento social ni político. El movimiento político es
un movimiento gay. Antes eran las locas, las colas...
143

Claro, coincide una cosa, hay un período, hay una onda, hay una moda que se instala. En
Chile en particular las discoteques emergen en los años '70. Antes no existían las
discotecas, existían más bien... las colas se reunían en sus casas. Había un movimiento
previo que era así como un club privado, se llamaba Integración, donde las locas hacían
organizarse para encontrarse. Y hacían fiestas. Cada vez que hacían fiestas era solamente
para eso. Encuentros entre pares. Ese es uno de los precursores en el caso chileno, de lo que
más adelante fue el movimiento homosexuales. Pero en realidad eran reuniones en casas,
eran redes, pequeñas redes de locas, de colas, que se reunían en determinadas
circunstancias, en determinados momentos, para tener encuentros. Se establecían
amistades, eran circuitos, como hoy día tú conoces 50 amigos a través del facebook, y son
todos colita, como en ese entonces no habían espacios para encontrarnos o no existía esta
libertad, estos 50 colitas tenían códigos, eran códigos clarísimos. En la calle, por ejemplo,
se usaban códigos como andar con un pañuelo, el pañuelo puesto en el bolsillo de
determinada manera, algunos lo dejaban colgando, una puntita, códigos sutiles. Es como
cuando hoy día tú vas en la calle y tú sabes que ojo de loca no se equivoca, entonces tú
miras a alguien y sabes que con la mirada te encuentras. Se usaba también la mirada, la
mirada también es un código. Eran señales. Lo de la mirada siempre ha sido, es un
fenómeno tan sutil pero tan decidor. Siempre ha funcionado, y no solamente aquí, sino en
todas partes. Donde quiera que tú vayas te vas a encontrar con lo mismo. La mirada. Pero
existían esos códigos, por ejemplo el tipo de anillos que tú usas también. Los anillos son
característicos, tú ves acá una loca y eran anillotes, generalmente eran dorados, les gustaba
usar mucho el dorado. O la medallita, la medallita era otra característica, todavía tú
encuentras locas antiguas con la medallita de la virgencita. Señales sutiles. De repente uno
se equivoca, ahora se equivoca, pero antes no se equivocaba. Era muy característico la
medallita.

G: ¿Cómo vivían su vida estos colas?

C: Yo diría que se vive en general y que todavía existe en algunos segmentos, con un
144

fatalismo tremendo. Bueno, además de que existía también esa impresión de que el cola
traía mala suerte. Y dentro de los colas existía también una suerte de fatalismo, de
percepción fatalista, de que nuestro destino es este, de que no tenemos otra posibilidad de
vivir la vida como la estamos viviendo, y había, dentro de eso, que vivir la vida lo menos
dolorosamente posible. Yo percibo eso, por lo que he podido constatar.

G: ¿No había una especie de sentimiento contestatario ante esta moralidad tan opresiva?

C: Posiblemente en algunos segmentos lo había, sobre todo en el ámbito de los que ejercían
la prostitución, porque ellos sí se tenían que confrontar directamente con los pacos.
Entonces se tenían que ver de igual y de combo a combo con la policía. Y en ese sentido tú
estabas viendo al adversario de igual a igual. Estaba la violencia institucionalizada que
tienen que enfrentar ellos. Y mientras más tú te enfrentabas a ellos, era más difícil, entonces
el colita que vivía en la población, en el barrio, se mantenía dentro de la subordinación,
pero el más rebelde, contestatario, menos dócil, era justamente el que se prostituía. Y eso
nos revela el levantamiento de Stonewall el '69, en Chile el año '73, las primeras
manifestaciones de las locas.

G: ¿Estas locas, tenían algún tipo de estética particular?

C: No eran travestis propiamente tales. Eran colitas, hombres muy afeminados para
caminar, en esa época, los años '70, se usaban los pantalones pata de elefante, eran muy
ajustados arriba y sueltos abajo. Era una especie de travestismo no tan exacerbadamente
afeminado como el que trata de hacer hoy día la travesti (yo pongo el ejemplo de la
Manuela de El Lugar sin límites). Más precario.

G: ¿Presenciaste episodios de violencia homofóbica?

C: Bueno han habido distintos... hoy día uno conoce casos de violencia extrema en el caso
de las travestis, pero antes era una cuestión casi... de lo cual... la mayoría se justificaba (…)
145

irse al Clarín de la época, uno se daba cuenta que en la crónica roja (…) de maricones
muertos, porque simplemente eran maricones y estaban dentro de su ley. Y su lógica era
esa. Todos crímenes que quedan impunes. Entonces yo personalmente no conocí de casos
de violencia directa de esa época, pero por lo que uno podía constatar a través de los
medios de esa época, es cierto. Lo que señala Víctor Hugo Robles en su libro Bandera
Hueca de esa época, de los años '70, era real. Él rescata del Clarín, pero no es el único
titular del Clarín. El Puro Chile era un diario de izquierda súper homofóbico. O sea la
homofobia era un discurso que estaba legitimado por todo el mundo. El MIR tenía la
misma impresión sobre los homosexuales que las FF.AA.: no podían haber homosexuales
en el partido por razones de seguridad, pues eran susceptibles de ser chantajeados.
146

Entrevista a G.D.
Plaza de Armas de Santiago de Chile
23 de mayo de 2013

G: Gonzalo Salazar
G.D.: Entrevistado

G: Yo recuerdo que la vez que lo ubiqué aquí en la plaza...

G.D.: Es la plaza de los jubilados.

G: Evidentemente... Pero usted me habló también de que habían más grupos en la plaza,
otros tipos de personas...

G.D.: Sí, siempre de todo hay aquí... es granado el ambiente aquí en la plaza, por eso es que
yo estoy un rato, hago mis cosas y me voy.

G: Porque... también mencionó que había prostitución, por ejemplo... y habían, también
homosexuales...

G.D.: Sí... Toda la vida ha existido eso acá. Toda la vida, la cuestión de malandras,
prostitución, gente en abandono, de calle, que es lo más deprimente eso.

G: Y homosexualidad...

G.D.: También.

G: Pero, ¿de manera pública?

G.D.: Pero ahora ya está más abierto, porque ¿cuándo fue que celebraron “el día gay”? Y
147

acá había un espectáculo en la plaza. Cantando, bailando, esos transformistas...

G: ¿Y cómo eran antes?

G.D.: Era más pacato acá... Pero bueno, como yo trabajaba acá en el centro, en la oficina,
yo tenía que caminar por acá, todo el día, ir y salir y llegar, porque comía en la oficina de
mi jefe acá en Santo Domingo.

G: ¿Hasta que año más o menos usted trabajó acá?

G.D: Acá en el centro, trabajé... cuando caí enfermo me jubilaron, cuando caí enfermo tuve
un problema de... cómo se dijera... el problema mío es que me por un descuido mío, tuve
problemas a los ganglios, me tuve que operar... salí bien de la operación.

G: ¿Cuántos años tenía usted cuando se jubiló?

G.D: Como... sesentaytantos.

G: Siguiendo con el tema de la homosexualidad, usted me hablaba de demostraciones


públicas de homosexualidad en la plaza. Usted dice que ahora es más abierto, antes era más
pacato pero igual existía...

G.D.: Claro, toda la vida ha existido eso aquí en Santiago... en todos los países del mundo
sigue igual.

G: Y qué lugares usted identifica como lugares de reunión de homosexuales, que usted
supiera o que usted viera...

G.D.: Lo que veo es acá no más, no veo en otros barrios históricos. Porque los barrios que
habían antes, de toda la gente liviana, que le gustaban los prostíbulos, ahora ya no existe
148

eso. Cuando salió la ley, no hay prostíbulos ahora, incluso habían departamentos adelante,
aquí en pleno centro y no... no existe ya eso.

G: ¿Y en qué época era eso, más o menos? ¿De qué año estamos hablando?

G.D.: Esto se terminó cuando entró Piñera al gobierno... fue eliminando todo... no, no por la
manera de vivir de los seres humanos, sino que porque todo se calmó después de la era
Pinochet, ya no hubo más libertinaje, nada...

G: ¿Usted dice que antes de la era de Pinochet había mucho libertinaje acá, prostitución?
¿Se acuerda de cómo era antes de la era de Pinochet? Pensando en lugares de prostitución o
de reunión de homosexuales, por ejemplo.

G.D.: Sí, eso existió siempre pero... con mayor auge... era en este tiempo... en los gobiernos
civiles. Cuando Pinochet estuvo en el gobierno, no había. En esta plaza, a las ocho de la
noche, no había nadie, toda la gente en sus casas. Usted sabe que fue crítico. Usted estaba
joven... más joven de lo que está ahora, ¿qué edad tiene usted?

G: Yo tengo 25 años.

G.D.: Tengo que arreglar mi audífono... se me echó a perder. Tengo tinnitus, es un problema
a los oídos. Que ahora lo están descubriendo pero no han podido descubrir de qué viene. En
Estados Unidos hay un instituto del tinnitus que trabajan día y noche para encontrar la
manera de combatirlo... En el mundo hay miles y miles.

G: ¿Y qué le pasa con eso?

G.D.: Es un ruido que se pone en el oído que no lo para nadie. Es un ruido constante y
molestoso. Pero ya estoy acostumbrado, así que no lo tomo en cuenta. Por eso tengo el
audífono que tengo que llevar a reparar, porque son delicados. Me lo dieron los médicos.
149

Tengo que llevarlo a reparación.

G: Don G., ¿usted fue casado, no?

G.D.: No, conviví no más. Cuando era joven, usted sabe que la juventud... es loco uno. No
hay reparos ni trancas ni ná', todo es igual, entonces yo conviví y lo pasé bien. No tengo
nada qué ver con problemas grandes ni nada.

G: ¿Cuántos años tenía cuando se fue a convivir?

G.D.: Empecé como a los 18 años, a los 20...

G: Súper joven... ¿Y cuántos años tenía cuando se separó? ¿Cuando dejó de vivir con su
pareja?

G.D.: ¿Con pareja?

G: Sí...

G.D.: ¿De mujer?

G: No, pareja hombre...

G.D.: No, yo... empecé joven porque a todos los encuentran bonito cuando es joven.
Después cuando pasa los 50 años, ya no es joven, es viejo. Eso es lo que pasa aquí en este
país. De que todos los que son mayores de edad son como estorbo, como molestan. Y en
ese sentido de las cosas de la vida yo... nunca le tomé apecho a esas cosas. Encontraba que
el que ofende.... tiene pecados también.

G: Y volviendo a la pregunta, usted tenía 18 años cuando se fue a convivir. Y... ¿cuántos
150

años tenía cuando se separó?

G.D.: Yo conviví 10 años con una persona. Tenía 20-25 años, pero... no hubieron dramas.
Dramas de... además que yo siempre fui... retirado de.... los problemas de.... de
enfermedades. Yo fui muy cauteloso. Lo que pasa es que, ahora que salió esa pandemia
mundial, con mayor razón yo.... no estuve con nadie, no estuve con nadie... una vida como
monacal. Ya nada de contacto, porque no sabe con quién se puede meter, si ahora hay que
tener mucho ojo. Sobre todo, yo recomiendo a la juventud que tenga cuidado.

G: Y antes de eso, ¿pudo vivir su vida más... también teniendo pareja, no tan monacal como
usted dice. Antes de que apareciera esa pandemia.

G.D.: No, tranquilamente. Nada de problemas graves, nada. Si no que, la última pareja que
tuve yo, duró diez años y el problema no era mío, porque cuando yo trabajaba en la oficina,
me abordó una persona y me dijo que yo era simpático, agradable, encantador... y... yo
practiqué todas las cosas de la vida, pero en buena lid.... nada de problemas grandes,
escándalos, nada. Si no que yo... tuve una buena vida,un buen pasar. Porque siempre me
preocupé más de mis hermanos. Mis hermanos quedaron solos... tres hermanos quedaron
chicos, cuando murió mi madre. Entonces yo ahí me empecé a preocupar en trabajar, en
aportar para el hogar...

G: ¿Cuántos hermanos eran ustedes?

G.D.: Éramos seis... quedamos tres, se han muerto tres de cáncer.

G: ¿Y usted era el mayor?

G.D.: Hay dos mayores y uno menos detrás de mí. Que yo estoy con duda con el hermano
menor. El que se murió.
151

G: ¿Y su padre?

G.D.: Mi padre murió el '80.

G: Entonces, cuando murió su madre su padre seguía viviendo.

G.D.: Claro, mi madre murió joven. Murió el '46.

G: Entonces su padre no se hacía cargo de ustedes.

G.D.: No, mi padre murió a los ochentaytantos años.

G: Pero él no se hacía cargo....

G.D.: No, pero yo ya estaba independiente ya, y él me aceptó mi independencia, me fui de


la casa joven.

G: Se fue a vivir con su pareja, ¿o no? ¿Cuando se fue de la casa?

G.D.: No, solo. Y... a lo largo del tiempo conocí gente que... realmente, pensaba yo que
estaban a mi lado, que eran leales... pero, uno ve los desencantos de la vida.

G: ¿Y dónde conoció a esas personas?

G.D.: Los conocí cami[nando]..., en el trabajo, me abordaban... que era joven, bien parecío,
según la gente, que no era mal parecío, me vestía bien...

G: ¿Habían lugares donde lo abordaran más?

G.D.: No, en la calle, caminando, a la salida de los cines también, me abordaban y yo... no,
152

era precavido, no era rompefilas, que vaya a decir yo... me acuesto con uno y otro y no... no
puede ser así, uno tiene que tener recato, y cuidado, cuidado... yo a lo largo de la vida yo
tuve una... preparación mía, no que me la hayan indicado. A los 27 años yo ya era... hasta
en el colegio era... me encontraban simpático, agradable, los compañeros gays, bien buena
gente, todo eso. Pero en cuanto a la...

G: ¿Usted donde estudió don Guillermo?

G.D: Yo estuve en los Hermanos Edwards, esa congregación que pertenece a los
hermanos.... maristas.

G: Entonces estaba en un colegio de puros hombres.

G.D: Puros hombres.

G: Y sus compañeros también lo encontraban simpático, bien parecido...

G.D: Sí, yo siempre llevé una vida tranquila, no era... era apartado delos boches, las peleas,
los rencores, todo eso. Incluso tuve compañeros que, como yo tenía 16 años, me peleaban
el cariño, la amistad mía. Yo... cabro, no sabía si era por simpatía o por acostarse con ellos.
Yo eso fui precavido, nunca fui al lote de acostarme con el primero que aparecía...

G: Pero igual me imagino que algunos compañeros de usted querían acostarse con usted...

G.D.: No solamente compañeros, salía de un cine y me seguían los gallos, los hombres me
seguían, me hablaban, hola cómo estay, sacando... hola le decía, bien y... nunca yo fui de
esos que realmente fue al cine a puro hacer eso de estar conquistando gente en el cine,
nunca me gustó. A mí no me inculcó mi papá, a pesar de que mi papá... vivió su juventud
bien, tenía hartas regalías con los padres, mis abuelos, pero... él tenía idea de que yo era....
me sabía cuidar. No con... yo siempre tuve recato.
153

G: Su colegio, ¿dónde estaba?

G.D: En San Diego, cerca del Barros Borgoño. Esa es la congregación marista.

G: San Diego cuánto más o menos, con qué más o menos.

G.D.: Con Maule. Tengo buenos recuerdos porque era bonito, los hermanos eran cariñosos,
los hermanos maristas...

G: Alguno de los hermanos nunca se le insinuó a usted...

G.D.: No, no, no...

G: O se supo de alguno de sus compañeros que le pasó algo así...

G.D.: Con otros yo creo que pasó, pero conmigo no. Porque yo era muy cauteloso...

G: Usted supo, de todas maneras, que algún compañero de usted tuvo algún tipo de
encuentro con algún hermano...

G.D.: Yo me fijé... A pesar de que era tan cabro, me fijé, me di cuenta... Yo me fijé cuando
ya estamos terminando las clases y nos vamos ya, cada uno para su casa, yo me fijé que
había un profesor que había dejado unos niños ahí... yo dije, ¿para qué? Piensa uno... Yo
creo que la mentalidad del hombre no es igual a la mentalidad de la mujer... Es más, es más
audaz. Porque yo he conversado con gente importante sí ah... Porque yo trabajé en dos
embajadas, la de Estados Unidos, antes que jubilara, y la de Venezuela. Y pasa lo siguiente
que los embajadores hacían las reuniones sociales entre ellos y el cuerpo diplomático y... yo
veía cosas, como garzón atendiendo... yo me daba cuenta. Existe en todos los niveles
sociales... eso. Y me di cuenta. Yo sacaba.... porque siempre me cuidé, me protegí yo... Yo
154

me protegí por la experiencia.

G: ¿Cómo se daba cuenta usted, qué percibía, qué veía?

G.D.: Por la simpatía que se daban las dos personas iguales, el mismo sexo. Bien, la vida
tiene de todo, tiene puras cosas...

G: ¿Y esa simpatía, con qué se expresaba? Porque de alguna manera, usted la podía ver,
pero era invisible para las demás personas. Entonces, ¿qué podía ver usted en esa simpatía
que le hacía pensar que habían segundas intenciones, o algo más ahí?

G.D.: Yo sé que existía, sabía.

G: Pero habían miradas, o...

G.D.: Lo que me pasó a mí últimamente... hace diez años atrás, que yo iba al departamento
de mi jefe, un hombre intachable, con su mujer, sus niños, todo eso. Salía del trabajo y tenía
que ir a dar cuentas al departamento de él. Y un día yo llego y me aborda un... una persona
que vivía en el edificio. Andaba en pantalones cortos, nada mal parecido, muy educado,
siempre, hasta la fecha yo digo que es muy bien educado, buen trato, todo eso, una persona
muy simpática. Y me abordó y... conversamos. Me dijo, tú me caíste bien, te encuentro
simpático... Yo no fui una mi... miss universo que tuviera las medidas exactas, entonces yo
decía por qué me pesca a mí... Mientras más vida más veo, siempre dije yo. Y el hombre
casao', con sus hijos, todo eso. En la cual tuve una relación de diez años...

G: Con ese hombre que lo abordó...

G.D.: Claro, porque era agradable para conversar, simpático, las tenía todas. Bellísimo el
hombre sí ah. De cuerpo, físico, todo... Nunca me dijo una mala palabra, hasta los años en
que ya... como que se terminó la... la relación nuestra sentimental, que yo también siempre
155

me fui diciendo que esto no iba a durar... Pero duró diez años, de la cual no estoy
arrepentido. Yo tenía como 50 y tantos...

G: Fue su última pareja...

G.D:: Sí, pero muy buena gente, un hombre intachable, pero... no tengo nada qué decir.
Conocí a la esposa de él.

G: ¿Y ella no sospechaba de nada?

G.D.: Yo creo que se dio cuenta... Y ahora no están... no por mí, están separados, mucho
tiempo, ella vive en Viña, él vive en Santiago. Y de repente me llama, hola cómo estay, bien
le digo yo, cómo estai tú, nada más, que cuando vai a venir, que tú me gustai, que tú me
atraí, no... Y eso que es bellísimo ah, el hombre es bellísimo, de cuerpo, de cara, de mente,
de todo. Es un pan de dios. Hombre simpático... pero yo no... dije yo, esto no es duradero,
estas cosas no duran.

G: Y, ¿usted, cuántas parejas ha tenido, más o menos?

G.D:: No, yo... el que más ha durado, me duró, fue él. Muy caballero, muy buena gente.

G: ¿Y alguna vez usted visitó un lugar de ambiente?

G.D.: ¡No! Después que salió esta pandemia, como le vuelvo a repetir, yo tuve más recato.
Nunca más... Porque le tuve miedo, y le aconsejaba a mis hermanos porque, a mi hermanos
menores había que advertirle... Con mujeres o con hombres, ahí está la pandemia. Y le
advertí a mis hermanos, ahora me quedan dos hermanos vivos, éramos seis, han muerto tres
de cáncer.

G: Pero me imagino que usted sabía de algunos lugares donde se reunían personas... cuando
156

usted era joven.

G.D.: No, yo nada, nada en la vida, de cabro, de que estaba en el colegio, nunca jamás yo
abordé a una persona del mismo sexo, no, no, no, eso en mí no está. Hasta que me hice
adulto mayor, nunca jamás abordé un hombre. No, poco ah, porque yo estaba preparado
para eso sí. Porque yo nunca... me gustó esa manera de actuar de los seres humanos. Porque
yo fui muy... no recatado si no... precavido. Con mayor razón hoy en día. A pesar de que
estoy solo, me quedan dos hermanos, ayer incluso estuve en la casa de mi hermana en
Ñuñoa, pero no... no soy de los que andan detrás de la noche en las calles. Por las boites, las
fuentes de soda, no, no, no...

G: En los '40-'50, usted supo de oídas que existían lugares así, me imagino.

G:D.: Claro, yo estaba consciente de que, habían todos los niveles.

G: ¿Y dónde estaban esos lugares?

G.D.: En los años '40 no... no había más que los cines no más, los puros cines. Yo
frecuentaba los cines, por las películas, que me gustaban... Pero, qué iba a andar yo en los
baños, con hombres, mirando, observando, no, no me gustó esa onda, nunca me gustó. No
sé si usted me encontrará que me estoy mandando las partes, yo, de las personas que jamás
en mi vida... Tenía 15 años y había gente que salía del cine y me seguía... Yo miraba para
atrás, ahhh, decía yo, mucho cuidado, a los 15 años..., a los 20, a los 30, pasaba lo mismo.
Pero yo jamás abordé a un hombre. No me gustaba esa onda.

G: Y además de cines, ¿qué otros lugares había en esa época?

G.D.: No, no, no, no salía a los bailes no. Nunca, me daba miedo. Yo fui medio cobardón
para la bohemia, esa bohemia que existía antes.
157

G: Pero había bohemia...

G.D.: Sí, había, harta, mujeres y hombres, todo eso.

G: ¿En los años '40 había?

G.D.: Sí, los '40...

G: ¿Y en los '50 también?

G.D.: Bueno que... hasta los '40 yo estaba joven, no podía salir mucho tarde en la noche.
Estaba mi padre vivo, mi madre murió el año... '46. No había libertinaje para mí.

G: En los años '50, cuando usted ya estuvo un poco más grande... ¿supo de algún lugar?

G.D.: Existía eso pero era cuestión de... de estar preocupado de irse a acostar... no, no yo
siempre tuve recato y miedo... más miedo que nada. Porque yo siempre pensaba, mi papá
siempre me decía, si vai al cine hijo, tenga cuidado... eso me decía, pero nunca me dijo
pásalo bien, diviértete. Al contrario, yo llegaba del colegio y dejaba los libros y me iba al
patio en una silla de reposo, me ponía a leer... Hijo, estai aburrido, yo te noto, ¿por qué no
me hacís este encargo pa'l centro? Ya, yo venía a hacerle el encargo y aquí en el centro no
faltaba quién lo mirara. Entonces porque siempre ha existido eso, cuando la persona es
joven, llama la atención. Todavía existe eso. Hay hombres de edad que siguen a los jóvenes,
aquí en la plaza existen mucho que... empiezan con las rodillas, o temas diferentes, yo te
invito a tomar una bebida, un helado o un trago o un sandwich, existe... pero yo nunca
acepté, porque siempre fui miedoso. No fui audaz. Haber sido audaz, estaría viviendo con...
había un millonario que me ofrecía el oro y el moro cuando yo era joven... tiene que haber
fallecido ya. Pero nunca quise, nunca acepté.
[...]
158

Fue terrible esa época (la de Pinochet), no se podía andar tarde en la noche en la calle. Mi
papá me decía, cuidado, no...

G: ¿Y usted tiene recuerdo de las palabras que usaban en el cine para identificarse? Porque
cuando un hombre es audaz, como dice usted, anda siguiendo a otro hombre y se da cuenta
que ese hombre está receptivo a tener algo, o hacer algo...

G.D.: Siempre existió eso del abordaje, que se llama. Yo cuando venía al cine, llegaba, se
sentaba alguien, bien oscuro, y con la pierna empezaba, así, y la mano la ponían aquí... así.
Yo me daba cuenta al tiro, yo decía este huevito quiere sal, pero después prendían la luz
cuando terminaba la película y los veía, ¡Ohhhh! Decía yo, no, no, no. No aceptaba yo, era
reticente.

G: ¿Y cómo le decía usted a esas personas?

G.D.: No, no, no, no, no, me quedaba callado no más, nunca rebatía ni insultaba ni decía
nada, sino que... cuando insistían mucho le decía yo que no podía porque tenía controlada
la hora de llegada a mi casa, todo eso... Un día fui al cine que había en Huérfanos con
Morandé... Todavía existe, Gran Palace. Y ahí me abordó un caballero, muy elegante, muy
bien vestido. Terminó la función, me siguió... entonces yo noté que me siguió. Y ahí me
abordó y me dice... yo estaba joven, me dice... ¿cómo estay? ¿Te gustó la película?
Cualquier chiva así... Sí, bien, entretenido... yo había ido a tomar la locomoción a mi casa,
porque antiguamente había locomoción toda la noche, y ahora no... y es peligroso también.
Entonces le dije yo, sí, me gustó la película, la trama, todo eso, pero... Insistía el gayo,
intachable, recto, era temprano, en el verano... [Y le dijo] ¿Tú me acompañarías al garage a
retirar mi autito y te invito un trago, lo que se te ofrezca? Ah, bueno, le acepté, pero cuando
me llevó a la casa... Llevamos el auto, yo pensé, dije yo, acá me va a servir el trago y
vamos a conversar cosas bonitas, cosas así. Llegué a la casa, una casa de familia, todo, las
fotos, llenas, el living, el comedor, con fotos de familia, hijo, padre e hijo, madre e hija. Yo
me extrañé y me dio como reticencia y le dije yo, llévame a donde me encontraste porque
159

me voy a mi casa, se me va a hacer muy tarde. Se sintió mal el hombre, un hombre alto,
distinguido, la casa frente al Estadio Nacional era una mansión... y vi todo el salón con
fotografías de la mujer, de los hijos... Él llegó con una bata, con una bandeja con trago... no,
le dije yo, vivo lejos y se me va a hacer más tarde. Y cuando vi todas esas fotos de familia,
le dije yo, llévame a donde me encontraste, por favor, porque no voy a encontrar
locomoción por aquí cerca.

G: Pero antes se usaban otras palabras para hablar de ese mismo acto, o de esos gustos,
¿qué palabras se usaban antes?

G.D: No, antiguamente no, al menos yo no me crié, no me quedé con palabras feas, así,
ordinarias, no.

G: Me interesa saber para compararlas con las palabras que se usan ahora...

G.D.: Habían otras maneras de conversar, de hablar, todo eso. Pero ahora no, ahora van al
hecho al tiro, directamente. Ahora hubo que en la plaza, en el quiosco ese de la música,
había un movimiento gay que tengan leyes y que no lo rechace la gente, a los
transformistas, los gays... todos pintados como mujer. Ellos encuentran que es bonito eso, si
son jóvenes, nada mal parecido y elegante... que tengan sus leyes y los favorezcan, que no
les pase nada grave. Porque han pasado cosas graves, muchos transformistas han recibido la
muerte, a muchos no los aceptan. Pero yo encuentro que está bien para tener precaución y
todo eso...

G: ¿Y esas maneras de conversar que usted dice, cómo se estilaba?

G.D.: ¿Cómo se estilaba? Era, hola, cómo estás tú, qué andas haciendo, o te gustó la
película si a uno lo encontraban en el cine. Pero yo siempre tuve, le vuelvo a repetir, recato,
era cauteloso, miedo, que no me fuera a pasar algo.
160

G: ¿Y había algún tipo de ropa que permitiera distinguir a las personas, algún atuendo?

G.D.: En esos años, andar bien decente, bien ordenado para que no lo rechazaran, porque
picante no... no lo tomaban en cuenta. El lenguaje, la rotería, nunca entró conmigo eso.
Como hoy día, que hablan de esto, de esto otro, ohhh, tenís drogas, vamos, si no tenís
drogas, no vamos.

G: Y una vez que uno estaba en pareja, igual dentro de la pareja siempre hay como roles
también, ¿o no? ¿Cómo era eso cuando usted tuvo sus primeras parejas, en los años '50?

G.D.: Era más recatado, era más bonito, ahora no, está más abierto, andan pintadas, vestidas
de mujer, atrayendo al sexo masculino. Pero eso ahora ya no va... a estas alturas no me voy
a transformar yo, haría el ridículo...

[...]

No, ahí se hablaba más de la decisión de irse a acostar, pasar un rato agradable... no, yo
tuve más desencantos que... que cosas agradables porque... un día me invitó a... un
ejecutivo de [...] muy elegante, alto, distinguido, me invitó a... servirme once y... lo
hicimos, tomamos once. Pero después me invitó a... ya, yo siempre decía, se va a pagar la
once que me sirvió. Ya, vamos, quiere irse a acostar conmigo... pero... me desencanté al tiro
con él, qué te creís, que yo soy basura, que me voy a venir a revolcar a esta cochiná,
contigo, me llevó a un cuchitril, ropa sucia, maloliente, ropa interior de hombre, cochina,
todo eso.

G: ¿Era su casa o era un motel?

G.D.: La de él, donde me invitó, mi casa nunca la he tenido... No, era una casa de alguien
conocido, no sé... ¡Pero inmundo! Estay loco, le dije yo, creís que yo me crié en la basura...
La cama asquerosa, llena de calcetines hediondos, ropa interior de hombre sucia, todo eso.
161

Lo reté y más encima me fui al tiro, me fui. Y nunca más le hablé y nunca más él me tuvo
respeto.

G: ¿Y existía eso de los roles activo y pasivo?

G.D.: Activo y pasivo. Sí, si existía eso, pasivo y activo. No había feeling ahí [con transar].
Yo fui muy idiota para esas cosas, fui muy idiota... No clasista sino que... el cuidado,
protegerse. Si a mí me hubiesen pasado [...] inmensos si hubiese sido lanzao'... No mirar ná
pa adelante, mirar... siempre andar buscando eso, esa cuestión del sexo. Había una fuente de
soda bien bonita aquí en la esquina [Merced con San Antonio], era famosa, se llamaba... no
me acuerdo. Y me encuentro con un amigo que es descendiente de griegos, y justo, amigo,
conversamos, qué felicidad encontrarte, estay trabajando bien, sí... lo cotidiano. Y vamos a
servirnos una cerveza, tiempo de verano, y llegamos aquí. Y había.... yo no entré. Me enteré
que había una mesa más allá, que estaban estos caballeros más allá, como 8 ejecutivos,
chicago boys de la época.

G: ¿Qué época?

G.D.: La de los chicago boys, como diez años atrás. Y los portadocumentos al lado, y en la
mesa habrían sus ocho. Y la mesa llena de cervezas. Cuando en eso yo le digo a mi amigo,
porque la cerveza a uno lo hace orinar. Le dije voy al baño, temo... éramos bien amigos,
amigos... no de cama, sino que de sentimientos, de actuar, todo eso...

G: ¿Cómo hubiese nombrado a los ejecutivos que estaban ahí?

G.D: No, yo me fijé que todos eran bien agradables, bien vestidos... [El amigo le dijo]
¿Viste tanta cantidad de hombres que hay ahí sentados, son todos chicago boys. Entonces
yo voy al baño y estoy en el baño y hay uno de ellos. Alto, buen mozo, bien elegante, buen
trato. Y estaba con el miembro en la mano, me insinuó montones de cosas. No, le dije yo,
estay loco, estay loco. Aquí no se puede hacer esas cosas, le dije yo, porque el mozo te
162

sorprende y te dobla el espinazo.

G: ¿Y el local era de ambiente o “normal”?

G.D: Nooo, normal. Una fuente de soda donde se servía almuerzo, comida, once,
desayuno... Tay loco, le dije yo, te doblan a palos, le dije yo. Eso no me gusta a mí, le dije
yo. Oy perdonaaa, perdona, me dijo. Y ahí me lavé las manos y me vine pa' afuera. Y ahí
llegó la hora de despedirse y le dije a mi amigo, no sabís ná lo que me pasó, qué te pasó,
entré al baño y estaba este gayo ahí, con el miembro en la mano, insinuando... y todo eso.
¿Tú creís que uno es tarro de basurero, le dije yo? De lo último... Yo sí que fui fregao en mi
juventud, porque todos estos gayos andan buscando la juventud. Ya, eran las 11 de la noche,
mi amigo tenía que tomar para Santa Elena, para Portugal, porque allá vivía. Y yo vivía
aquí en San Martín con San Pablo. Eran las 11 y tanto de la noche, gusto de verte, saludos a
tu mami, dale cariños, besitos, y nos encontraremos. Yo venía por aquí, y voy a atravesar la
plaza y estaba el hombre con el portadocumentos esperando. Te quiero pedir mil perdones
por lo que pasó. Uy, le dije yo, y tú tan bien, esperándome a mí, ¿por qué? ¿Qué atracción
te dio de mí? El hombre era bellísimo sí ah, alto, un hombre guapo. Bien vestido,
elegantísimo. Y ahí conversando un rato, le dije yo, yo vivo acá en San Martín con San
Pablo, se me hace tarde, me tengo que ir. Yo siempre le tuve miedo a la noche, de cabro
chico. Me dijo, ¿sería mucho que te acompañara a dejarte? Y nos fuimos conversando por
el camino, hasta que llegamos a San Martín con San Pablo. Y ahí yo saco mis llaves, abro
la puerta de calle y todo eso. ¿Sería mucho me convidarai un café? Lógico, pasa, le dije yo.
Yo siempre mantenía mis cosas yo, que todavía las tengo igual, bien ordenado, limpio, todo
eso. Ya, le puse la tetera, en ese tiempo no habían hervidores eléctricos... Ahora hay, es más
fácil. Entonces viene, le digo yo, ¿te gusta café con leche o puro? Puro me dice. Así que le
serví el café y me ofrece cigarrillos, fumaba poco yo, y conversando, ya, le dije yo, se va a
hacer tarde y tengo que ir a trabajar mañana. Es hora de sueño. Pero un caballero sí ah,
nada de roterías ni atrevido ni nada. Te voy a confesar una cosa, me dijo, yo quedé como un
palmo de narices, una de las cosas que me ha pasado en la vida, en el largo camino de mi
vida... Yo quedé pero... blanco que... digo yo, ¿cómo hay hombres que les pasan esas cosas?
163

Tú sentiríai mucho que me quedara un ratito más, porque yo tomo un auto, un taxi, y me
voy pa' la casa. Mi matrimonio no se ha consumado, me dijo, estoy hace una semana
casado y no se consumó. Qué extraño le dije yo, un hombre como tú, alto, buen mozo,
ganador de plata, eh... regio, estupendo, y no se consumó... A la mujer la voy a tocar me
dijo, y no me la puedo... ¿Y por qué? Qué extraño lo que le pasa a un hombre, a estas
alturas que no se haya consumado un matrimonio... Le iba a agarrar los pechos a mi mujer
y no se dejaba, me gritaba, peleaba, me insultaba. Psicológicamente está mal tu mujer poh,
le dije yo, y tú no le hiciste un tratamiento antes de llegar a la boda... No se dejó que la
tocaran ni que le diera un beso, él le tocaba los senos y todo eso...

G: ¿Cómo era vivir con este deseo diferente?

G.D: ¿Cómo si hay feeling entre dos hombres?

G: Sí, cómo es vivir eso. Porque igual tiene que ser escondido, ¿o no? Porque está mal
mirado.

G.D.: Pero ahora se lucha en el mundo que tiene que existir eso.

[...]

Época crítica fue porque había que andar... monacalmente vestido y evitar los problemas.
En mi casa, un hogar bien constituido, yo era recatado, no había ná' que fuera del otro
mundo, mi papá me decía, hijo, ¿está aburrido? Cuando llegaba del colegio. Porque no va a
un cine, te doy plata y se va a un cine... No le decía yo, prefiero estar en el patio leyendo
papi... Mi madre murió joven, de 32 años, y yo no... siempre con el respeto, la cautela de no
cometer errores. No porque me haga el santurrón, pero ese era mi manera de vivir. Yo le
cuento la verdad. Yo fui cauteloso, no fui rompefilas. Yo llevé una vida tranquila, no se
puede decir que yo era amigo de andar buscando hombres, para qué...
Todavía hay hombres desesperados que quieren estar todo el día con hombres. Yo no
164

encuentro eso, no. Aquí en la Plaza hay hombres gay que andan ofreciéndoles plata a los
hombres para irse a acostar. Están acostumbrados a eso. Y yo digo, ¡todos los días! ¡Cómo
hay seres humanos que todos los días quieren estar con un hombre! Yo encuentro que es
bonito el sexo cuando está bien hecho, con ambos que se van... estén de acuerdo. Yo eso sí,
es de mi parte mía. Yo creo que el sexo es bonito cuando dos personas están de acuerdo. Y
se sientan atraídos. No... andar en la calle y que uno... lo hable una persona y... Y vaya al
tiro, no. Esta persona que le digo yo, llevamos 10 años juntos, o sea juntos no, teniendo
sexo. Porque él es respetuoso y yo también. Yo era... no tanto sexo sino que era... los
cuerpos, tocarse los cuerpos, tan bonito, atrayente, atracción física, este niño es... hermoso,
lindo de cara, regio cuerpo, todo eso. Y llegaba a mí, ¡sin que yo lo llamara! Sentía el
celular, hola cómo estay, y siendo casao' con hijos! ¡Eso es lo que yo no me lo puedo sacar
de la mente, por qué!

G: ¿Hubo muchos casos así?

G.D.: ¡Montones! Y yo digo, ¿qué atracción le encuentran a uno? Noventa-sesenta-


noventa... Pero yo digo, la amistad del hombre no tiene fin... Porque cómo un hombre
casao, como el caso de él... Yo estoy tranquilo en mi casa, haciendo mis cosas, suena el
celular... Hola quiero ir a verte. Yo quedaba plop. O sea que quiere decir que yo no estoy
mal... la amistad del hombre está mal. Hablando directamente de la manera de pensar mía...

G: ¿Usted antes pensaba que estaba mal? Cuando era más joven...

G.D.: Sí, que estaba mal, yo pensaba que estaba mal... Más encima a uno lo engatusaban,
cuando era joven, yo inocentemente... Pero veía cosas que estaban fuera de lo normal. Yo
respeté siempre todas las cosas. Yo inocentemente me gustaban cabros... yo pensaba que era
por amistad duradera, no el sexo sino que la compañía... Yo pensaba... Y no pues, es
atracción. Y este niño, supo la mujer... Y se separó de él.

G: ¿Cuándo cambió su forma de pensar (sobre su deseo)?


165

G.D.: Cuando yo estaba más adulto ya. De treinta años yo me empecé a dar a cuenta cómo
es la mente del hombre. Yo respeto todas esas cosas, porque no soy quién para criticar.
Porque el mundo está hecho así. Dígame usted, el caso de dos mujeres que se amen... yo las
respeto igual. Yo, este cristiano amigo mío, el Queno... es un adonis, bellísimo, pero nunca
me volví loco yo. Yo le decía, tú Queno, tenís que llevar una vida tranquila, rodeado de tus
seres queridos...

[...]

Ya, te voy a ir a ver. Ya. ¿No vai a salir? No poh, si vai a venir cómo voy a salir. Se
empelota, a la cama, y la tele. Porque es tevito. Yo qué voy a hacer ahí. ¿Voy a alegar? ¿Voy
a patalear? Porque yo lo acepté, ya, ven. Se empelota, a la cama, le sirvo a la cama, lo que
tengo que llevarle. Después al rato, ya poh, desnúdate poh, me dice. Yo digo, cómo un
hombre tan buenmozo, intachable el físico que tiene... Yo lo adoro ah, no físicamente, sino
que moralmente, porque es un hombre buenísimo, no es atrevío, no me toma ningún adorno
que tengo yo, que tengo tantos adornos, mala onda o que me vaya a sacar la plata que tengo
en el velador. No me ha tomado jamás un peso. Pero estoy metido en dos murallas, estoy
psicológicamente mal, de repente me pongo a pensar mucho y digo, cómo es el ser humano.
Yo pienso, el hombre tiene muchas cosas... tiene más que uno, más cosas que uno. Claro
que el hombre activo ve un cuerpo desnudo y se calienta, quiere tener sexo... A mí me deja
agotado, yo le digo, ya, déjame tranquilo... No poh, es que te quiero, te amo... Un día no me
dejó dormir en toda la noche. Yo decía, y la energía de dónde la saca. A pesar de que yo le
atiendo bien, nunca lo dejo... leche, café con leche, hay almuerzo, comida, yo lo sirvo bien,
pero en la cama, en la cama... El otro día, tiempo atrás, fuimos al casino Enjoy... Él llevaba
ganado como 400.000 pesos, yo estaba en el bingo, porque yo no bebo... A pesar de que yo
le chupaba todo el cuerpo, un cuerpo lindo, limpiecito, blanquito. Estaba en mi casa, se
bañaba, yo le prendía el calefont, bañarse y todo eso. Pero nunca un rechazo de él, no. No
sé si sería por dentro limpio, pero... [...] Si en la cama no me dejaba en paz. Qué atracción,
decía yo [...] Yo pensaba que si lo satisfacía mejor que una mujer... Me encantan los
166

hombres, pero con límites. Pero con este no, no habían límites. Estupendo, buena gente, las
tiene todas. De repente me llama, yo no puedo salir, ná'. Tengo que esperarlo a él. Luis
tiene... 40. Joven, súper joven. Me gustai poh, me dice, desde que te conocí. Tu cuerpo,
besártelo, olértelo, sí poh, si me ha mordido... Caníbal, estoy con un caníbal le digo yo...
(risas). Yo realmente, me atrae el sexo masculino, pero algunos, no todos. Les encuentro a
unos... detalles. Soy detallista terrible. Yo cuando era joven, también, igual, detallista. Me
llevé cachetadas...

G: ¿En qué detalles se fijaba?

G.D.: En que los detalles eran de trato. La higiene.


167

Entrevista a G.D.
Plaza de Armas de Santiago de Chile
2 de agosto de 2013

G: Entonces, usted decía que antes había mucha más vida nocturna que ahora...

G.D.: ¡Era otro mundo...! No ahora que está todo muerto. Ahora no existen boites, no hay
vida nocturna como antes, por qué, por la culpa de las enfermedades, de los cogoteros, de la
gente mala, mal vividora, el tráfico de drogas... Antiguamente andaba hasta las cuatro de la
mañana, y lo pasaba reeegioo, porque habían partes para ir a bailar entre gays y entre gente
normal, habían boites elegantes, bonitas.

G: ¿Dónde estaban esos lugares?

G.D.: Estaba el centro de Santiago lleno con boîtes elegantes. Estaba el Goyesca, en la
esquina de Huérfanos con Estado... ¡Era maravilloso! Los cines funcionaban hasta las 12 de
la noche o una de la mañana. Y usted se entretenía viendo películas bonitas... ¡Ahora no hay
un cine! ¡No hay nada! Este país está muerto, cuando entró el militar, descarado, que en paz
descanse, ese echó a perder todo el mundo.

G: ¿Cuándo se empezó usted a juntar con amigos? ¿Con amigos gays?

G.D.: Cuando empecé a trabajar acá en el centro, dejé los estudios, como en el año '66. Era
otro mundo, se me abrió otro mundo. Y había vida nocturna bonita, no había tanto cogotero
como hay ahora.

G: ¿Cómo se empezó a juntar con amigos gays?

G.D.: Por intermedio del trabajo, a donde iba a dejar recados, mandados, paquetes... Ahí
conocí mucha gente.
168

G: ¿Y a qué lugares iba?

G.D.: Por supuesto hoy ya no existen. Hay muchas artistas... yo iba donde la Anita
González, a Miraflores. Trabajaba en la radio yo, me topé con ella en el Radiotanda. La
Anita González era una dama tan simpática, tan agradable...

G: ¿Y dónde se juntaba con sus amigos?

G.D.: Aquí en el centro, en la Plaza de Armas.

G: ¿Y dónde más?

G.D.: En la calle, en la plaza, sentado ahí. Pero después nos íbamos a la Fuente de Soda, el
Hawai, ahí en Monjitas pasadito San Antonio. Se bailaba entre hombres, lo pasaban bien.

G: ¿Cómo era su decoración?

G.D.: Normal, bien bonita. La atención, sobre todo lo que valía era la atención. Y no había...
Que le echaran pa' la calle porque era de gente normal. ¡Mentira, si la gente normal es la
más mala! Los anormales somos mejores, ¡más inteligentes! Usted sabe que los grandes
cerebros que han existido, han sido escritores, la mayoría de la clase gay... Y ahora no,
ahora no... Yo empecé muy joven a trabajar.

G: Esta fuente de soda, ¿qué hacían ustedes ahí?

G.D.: Convivían con la gente.

G: ¿Esta fuente de soda era de gente normal o de gente gay?


169

G.D.: No, de todo, entraba de todo ahí. No había puertas separadas, todos entraban ahí.

G: ¿Y la gente normal no decía nada?

G.D.: Nada, al contrario, participaban. En la mesa, sirviéndose un combinado, una bebida,


una cerveza. El Hawai funcionó en los '60. El '75 ya no había nada de vida nocturna aquí.
Fue atroz la entrada de este militar...

G: ¿Qué otros lugares de reunión había?

G.D.: Vivaceta 1226, la “Tía Carlina”. Para ir a bailar con los gays, allí se vestían de mujer.
Duró entre los años '50 y los '80. Había mucha gente que se operaba de mujer, que
pertenecían al cuerpo de baile del Vivaceta, después recorrieron toda Europa, estuvieron en
el Teatro Ópera de Huérfanos, haciendo un espectáculo que era finísimo, bonito.

G: ¿Y con quién iba usted a esos lugares?

G.D.: Yo iba solo, andaba siempre independiente. Antiguamente era el puro saludo y cada
cual hacía su vida. Yo llegaba del trabajo, mi papá me decía, cuídate hijo, no lleguís muy
tarde. Uno andaba feliz porque no había tanto cogotero, delincuencia.

G: ¿Algún otro lugar que recuerde?

G.D.: El Buquesito, en Coquimbo con Lord Cochrane. Era una casa particular que era pa' la
calle. Y adentro había baile, trago, todo eso, alegría. Hacían shows. Fue en los '70. Estos
lugares funcionaban de lunes a domingo. Si poh... si no le digo que era otro mundo, ahora
no hay nada. Ahora está muerto todo este país. Desde que entraron los militares.

G: ¿Y cómo era la clientela de El Buquesito?


170

G.D.: Eran gays y gente normal, pero carísimo.


[...]
Una vez conocí una persona y ahí anduvimos, por las casas de remolienda, estaban los
cabarets esos famosos, que salieron en la película. Otro mundo, aparte, de la noche. Usted
sabe que toda la vida han existido enfermedades. Yo era precavido porque me daba miedo.
Y me hablaba gente más adulta. Yo con un caballero que conocí me fui a Valparaíso por
primera vez. Yo conocí un mundo nuevo, el puerto de Valparaíso, el tren, ahora no hay en la
Estación Mapocho. Y llegué a Valparaíso tan joven, tenía 14 años. Mi papá me había
mandado a hacer un encargo al centro de Santiago y me perdí por tres días. Yo andaba con
todos los documentos guardados.
Cuando llegamos a la Avenida Argentina se metió a una residencial y yo quedé mirándolo...
alto, facha de turco, árabe. Y veo que está secretiándose con el nochero y le dice, porque
llegamos de noche no tan tarde. Eran como las seis y media. Y pagó la habitación y yo veo
que le ordena al nochero que no me deje bajar porque va a tener una amonestación porque
yo era menor de edad. Y yo quedé encerrado ahí. Cuando eran las nueve golpeé, llamé al
nochero, ábrame por favor. Y el nochero me dijo tú soy decente, buen mozo, nada mal
parecido, y andai en estas lides. Si el hombre va a volver, dejó pagado. Quiero ir a la
farmacia, que tengo que tomarme un remedio todos los días. Y bajo del hotel y llegué aun
mundo nuevo por la Avenida Argentina, caminando, viendo los barcos, tan grandes. Había
una boîte muy famosa ahí también. Estaban los marinos del barco de guerra francés, abajo,
y el garzón me dijo, qué venís a hacer aquí. Soy de Santiago y ando conociendo. Los
marinos hablaban poco castellano y me ofrecían trago. Y el garzón que sabía los idiomas,
les dice que yo era menor de edad. Y unos marinos buenmozos, todo eso, ah, me lo llevo
para el barco, le decían. Imagina hubiese pasado eso. Y el garzón me dijo, te vai a ir a la
residencial o te vai conmigo a la casa.
Total que el nochero se dio cuenta y me dijo ya anda a acostarte y esperai a mañana para
irte a Santiago. Y así fue, abre la puerta mi hermano mayor, llegaste me dijo, y el encargo
de mi papi iba igual, yo no perdí plata ni nada. Le dije que conocí un caballero y me invitó
a Valparaíso, y como yo no conocía Valparaíso... Mi papá me dijo, ten cuidado, no te vaya a
pasar algo.
171

G: ¿Y en qué otras partes de juntaban los gays?

G.D.: En todas partes había... si no le digo que había libertinaje. Ahora no, no hay nada.
Antes había libertinaje porque realmente la gente era más sana, ahora está plagado de
cogoteros, bandidos, de todo... Había quintas de recreo en la Gran Avenida, El Rosedal, La
Higuera... Bailes y comida. Parrilladas y show folclórico y de travestis. Gente gay mezclada
con gente normal. Toda es vida bohemia que era tan bonita. Ahora no. Este país está
muerto.

G: ¿Algún lugar exclusivamente gay?

G.D.: En esa época estaba todo más revuelto, entraba gente normal porque eran bonitos los
shows, las pinturas, cómo se transformaban los travestis, era todo bonito, no había
separación. Pero si a Vivaceta llegaban ministros, diputados, políticos, todo. Ahora los
artistas del Bim Bam Bum que eran coristas, que eran regios, cuerpo de baile, figuras
famosas; terminaban el show en Huérfanos y se iban a Vivaceta. ¡Porque era lindo, bonito,
lentejuelas, brillo, noche, alegre, canciones, baile! Ese empezó en 1940... Yo lo conocí antes
de que se fuera la dueña y terminara la bohemia.

G: ¿Qué otros lugares más recuerda?

G.D.: Capri, en San Antonio, había boîte. Todos estos grandes hoteles tenían boîte, el Hotel
Carrera, el Crillón, todos esos hoteles tenían show y la gente se amanecía en la calle. Ahora
no hay nadie, se amanecen los que no tienen casa. Antes no, la noche bohemia, toda la
noche bohemia.

G: ¿La otra vez usted me habló de los cines, se acuerda de algunos?

G.D.: Todos los del centro, el Teatro Central, el Huérfanos, el REC, el Lido de calle París.
172

En Huérfanos estaba el Lido, el REC, el cine Huérfanos, el Teatro Central, el Miami...

G: Cuando uno pinchaba con alguien en los cines... ¿Cómo era?

G.D.: Yo no pinchaba, a mí me pinchaban. No era cachiporra yo, pero hay gente que le
gusta fantasear... Yo llegaba al cine, cuando en eso sentía la pierna... después la mano en la
butaca... Y un día estoy viendo una película en el cine Huérfanos, y se acerca un caballero
alto, bien alto, distinguido, se sienta al lado mío, prenden las luces en el intermedio... Hola
me dijo, que hacís solito aquí en el cine. Estoy entreteniéndome... como todos. Ya,
acompáñame a la calle tanto y tanto del barrio de Huérfanos con Teatinos. Habían
estacionamientos donde demolían... hacían playas. Fuimos a buscar el auto. Te ofrezco un
trago en mi casa me dijo. Tan tarde, le dije yo, me van a matar en la casa. No, yo después te
voy a dejar a la casa. A mí me gustó la vida loca, la vida loca es bonita, pero sabiéndola
llevar. Una mano que le toca a uno y le digan, no hagas esto porque no te conviene. El
hombre alto, buen mozo. A mí siempre me gustaron los hombres buen mozos. Y me dijo,
me acompañai a la casa, vamos y te voy a dejar a tu casa en auto.

¿Y dentro del cine, qué más cosas hacían?


Yo no me dejé hace nunca nada, porque “siempre con el temor de que vayan a prender las
luces y sorprenda un carabinero. Porque al que se llevan preso no es al hechor, sino a la
víctima...”. También era prudente ir a los baños, porque todos me ofrecían, hola, cómo
estay, pero no hacer cosas al baño, me invitaban para afuera. Dentro de los baños veía gente
chupándolo, sobre todo. Porque a los baños les hacían hoyos y el hombre pasaba la verga
por ahí, ¡ayy! Yo me moría. También los hombres se cruzaban. Lo que pasa es que no
estaba el azote que llegó al mundo, por eso es que había libertinaje. Pero los hombres que
estaban dirigiendo el cine, la taquilla, le quitaban la taquilla al público, los guardias que
andaban con linternas. Era una guerra interminable, porque estaba ese cruzao' con el
hombre, el hombre estaba gozando... lo dejaban no más. Pero después que salió el azote...
¡nunca más! Al menos yo nunca más.
173

G: ¿Y las boîtes, cómo eran?

G.D: Las boîtes eran caras. Iban los hombres de plata. En el Parque Forestal, en los '60-'70
en la noche había romerías, ¡ay no! Dije yo. Romerías de hombres, parejas buscando
hombres. Los hombres iban ahí también. Yo conocí a varios hombres interesantes, buen
mozos. A mí me seguían como moscas. Me decían, vámonos para el pastito, bájate los
pantalones... ¡No! Les decía yo. Me decían: “Oye que soy buen mozo, tai cabrito, ven,
vamos pa' mi casa, pa' mi departamento”. Otros lugares eran la Alameda, desde Plaza
Baquedano hasta Ahumada, toda la gente caminando porque... feliz. Y la gente que le
gustaba estar con gays, feliz buscando, con autos, buscaban con autos. También había
prostitución callejera. Y ahora se terminó todo eso.

G: ¿Había alguna manera especial para pinchar?

G.D: Lo típico para abordar: “hola, ¿cómo estay?”. Así que muchos hombres me ofrecían
que me fuera a su departamento, a su casa. Se veían matrimonios normales. Varias veces
me quedé en casas de hombres casados y como sus mujeres me conocían, me trataban bien
y me dejaban dormir en otra pieza. Y de repente el marido se iba a acostar conmigo. De
repente no ahí en la casa, sino que ya después me decía, le caíste bien a mi mujer. Voy a
perderme unas horas para que vayamos al hotel. Porque habían hoteles que nos permitían.

G: ¿Dónde estaban esos hoteles?

G.D.: Había uno en Santo Domingo con Amunátegui, otro en Esmeralda con San Antonio,
el Miraflores... bien bueno, decentitas las camas. Recibían gente normal y gente del
ambiente. Todas esas calles tenían hoteles que admitían a toda la gente que iba a estar. No
eran hoteles clandestinos, sino legales.

G: ¿Cuándo funcionaron esos hoteles?


174

G.D.: En los años '60-'70.

G: ¿Qué palabras se usaban para autonombrarse?

G.D: Mireee la prostituta. ¿Cómo estay prostituta? A mí no me decían porque no sabían mi


vida privada. Yo no estaba profundamente metido en el ambiente. Era común travestir el
nombre masculino: Carla, Margot, Mireya, Carola. Era común nombrarse así dentro del
grupo. Para los cuatro vientos no. Los que eran más vulgares eran los de los prostíbulos.
Porque estaban más metidos en el ambiente ese. [Allí] tenían todos su sobrenombre: la
Caro, la Juanita, la Victoria...

G: ¿Y la palabra cola, se usaba?

G.D. Sí, pero poco, caía mal. No te metai con esa, me decían, porque esa es maraca.

G: Para decir que alguien era del ambiente, ¿cómo se decía?

G.D.: Hola niña... cómo estay mariquita...

[...]

Antes había mucha policía civil en la calle... Que nos llevaban ahí a Investigaciones. Los
que estaban marcados eran los que trabajaban en la noche y robaban billeteras, con
documentos, con todo... Cuando habían bailoteos y tomateras llegaban civiles y
carabineros. Los carabineros pasaban no más... pero Investigaciones llegaba y algunas
veces les pidió el carnet a cada uno. Pero a mí nunca me lo pidieron. Les decían que a la
próxima se los llevaban.

G: ¿Usted presenció que alguna vez se llevaran gente?


175

G.D.: Sí, se los llevaban a esos furgones que tenían. Lo timbraban y estaba toda la noche
detenido, hasta el otro día. Si tenía problemas más grandes lo pasaban al Juzgado. Le veían
los antecedentes, porque estaban fichados en Investigaciones, que eran ladrones, los
hombres regios los invitaban a las casas y les robaban obras de arte, joyas, todo eso.

G: Cambiando de tema, ¿desde cuándo cree usted que se usa la palabra “gay”?

G.D.: Eso es nuevo... hace como 5 años que está, más...

G: ¿Por qué a usted le gusta esa palabra?

G.D.: Gay es más decente que homosexual. No es tan hiriente. Porque es más corta y más...
no es tan hiriente, como maricón o homosexual. Eso es ofensivo. Yo pienso que toda la
vida, hasta hoy día, hay que andar con pies de plomo. Yo siempre lo mantuve así. Siempre
fui bien respetuoso, respetaba y que me respeten. Más encima en esa época era más
libertinaje, ahora no. No hay vida nocturna. Tendría que ir al cabaret que hay ahí en...
Bellavista, cerca del cerro. Donde había una que salió una que andaba en la tele, la Heder
[se refiere al bar Vox Populi]. Siempre ha sido estable ahí del negocio.
176

Entrevista a E.R.
Providencia, Santiago de Chile
16 de octubre de 2011

G: Gonzalo Salazar
E.R.: Entrevistada

E.R.: Yo tengo 51 años, nací el año '60, pero también me asumí mucho más tarde, a los 28
años. Mi madurez sexual fue en la época de la dictadura y el tema homoerótico era algo
absolutamente no hablado. Ni siquiera se mencionaba. Entonces a mí me pasaban cosas con
las niñas pero no sabía qué era. Simplemente me dejaba llevar por lo que era la norma, por
lo que estaba dicho, por cómo debía ser, que era enamorarse de un tipo y casarse con él. Ese
era el rol esperado y no había ninguna posibilidad de discutir porque cuando tú no tienes un
referente, cómo te vas a asociar a él. Mi único referente era Safo, que es una cosa rarísima,
lo más extravagante del mundo. Y de repente, así con cuchicheos y cállense, que vienen los
niños, algún tío o alguna conocida de alguien parece que era lesbiana. Entonces la palabra
lesbiana era algo muy poco frecuente en mi vida, entonces yo sentía un montón de cosas
que no estaban dichas, que no estaban encarnadas en una palabra o en un concepto o en una
actitud que una pudiera tener, menos en un deseo o en una identidad. Entonces yo no iba a
ninguna parte, estudié en la escuela de arte y ahora me he dado cuenta que entre mis
compañeras éramos un montón las que éramos lesbianas. En esa época éramos
fundamentalmente mujeres. Ahora he conocido a otras compañeras que estaban
exactamente en la misma generación, o una después o una antes, que eran también
lesbianas y que ahora nos hemos encontrado de viejas. Si hubiéramos tenido tal vez otro
referente cultural a lo mejor habríamos tortilleado felices nosotras, como les debe pasar a
cuántas cabras que ahora entran a estudiar arte. Pero no era el caso, así que cada una de
nosotras vivía su vida, trataba de tener su pololo, y chao, si es que acaso sintió, pensó o
incluso se enamoró de alguna de estas compañeras no había ninguna posibilidad de ni
siquiera verbalizarlo. No se trata de yo como encerrada adentro y pensando que me gustaba
esa otra compañera, sino que en realidad ni siquiera me permitía pensarlo. Porque como no
177

existía, no era, ya. Entonces si esto en algún minuto salía, era una aberración tremenda y
por lo tanto, se negaba. Y lentamente con los años, naturalmente que esto fue
incrementándose, cada vez más fuerte, y bueno, 28 años exactos hasta el año '88. En que
conocí una amiga y realmente la relación se fue un poco de las manos, se fue cada vez más
intensificando hasta que finalmente nos declaramos nuestro amor y empecé a vivir esto de
una mera súper escondida. Pero igual yo tuve la ventaja de que mi hermano [menor] me
había confesado unos años antes que él era gay. Unos tres o cuatro años antes de eso. A
través de él yo había conocido a varios de sus amigos. Entonces cuando yo me asumí, o sea
cuando empecé a vivir esto, porque además el hecho de que mi hermano me dijera esto,
para mí fue el darme cuenta de que era posible. Que todo eso que yo sentía era algo real,
que se podía vivir, que podía concretarse. Eso me llevó a tener esta relación con esta chica.
Bueno, y cuando estábamos juntas y estábamos súper solas, nos empezamos a cercar a los
amigos de mi hermano, y a mi hermano y a su pareja. Entonces mi inicio en los bajos
fondos fue, bajos fondos les llamo yo porque eran realmente los bajos fondos, fue a través
de los hombres, no a través de las mujeres, porque yo nunca supe en esa época que hubiera
algún espacio de mujeres ni tuve otras amigas lesbianas. Porque como estaríamos de
closeteadas que por ejemplo la María Paz [amiga suya compañera de arte] ni siquiera me
dijo que ella era lesbiana y eso que ella tenía una relación de pareja con una niña. Y éramos
amigas íntimas. Porque era súper prohibido, en los hombres era terrible y en las mujeres
también. Mi hermano participó un poco en esta organización porque eran los primeros años
del Sida, en la famosa CORPO. Mi hermano se fue a Inglaterra y dejó algunos amigos, de
los antiguos miembros de la CORPO, los que no se murieron. Y los amigos míos eran los
que estaban en torno a la Escuela de Ingeniería [de la U. de Chile], que eran donde
estudiaba mi hermano. Entonces esos eran mis amigos también y yo andaba para arriba y
para abajo con ellos. Y con mi pareja de ese entonces. Y ahí conocí los dos lugares a los que
uno iba: al Quásar y a la Fausto. Esto debe haber sido el '88, tal vez un poco antes. El
Quásar era al que más yo iba, me hice asidua, iba mucho. Esas cosas empezaban a las 12 de
la noche y uno tenía que estar hasta las 4 ó 5 de la mañana. Me encantaba el Quásar porque
allí había un show que era para morirse de la risa, realmente era buenísimo, que era el de la
Francis Francoise. Que era una transformista que realmente era graciosísima. Como eran
178

los únicos espacios en realidad lo que uno hacía era bailar hasta que te caíai muerto y
pasarlo bien y reírte. Reírte con la gente, con el show, que es el típico show que se hace en
todos lados hasta el día de hoy. Y lo que tenía la Francis Francoise era una rapidez y era
muy graciosa, entonces chistes políticos, chistes de contingencia. Y realmente era
graciosísimo, entonces tú te estrujabai de la risa. Era un momento en el sábado en la noche
en que tú te olvidabas de esta inmensa represión que había a tu alrededor. Y te olvidabas
ahí. Y era realmente un tugurio ah. Yo al Fausto no iba mucho porque era como de gay más
elegante y más estirado. Estos amigos ingenieros cuando querían pinchar iban pa' allá. Pero
a mí no me agrada, además de que eran mala onda con las mujeres. Muy machistas. No
habían espacios para mujeres, entonces la única posibilidad era que una se insertara en los
espacios de hombres. La última vez que fui al Fausto me pasó exactamente lo mismo que
me pasó la primera vez que fui. La primera vez que fui, fui con un par de amigas y los
hombres como que te impedían el paso, era muy desagradable, y particularmente en el
Fausto, era como un dominio más exclusivo de ellos, no sé, pero sí, era muy penca. En
cambio el Quásar no, el Quásar era muy divertido. El Quásar incluso tú entrabas, no me
acuerdo si era en la calle Copiapó o en la calle Coquimbo. Estaba al lado de ese cantón
militar, al lado, uno salía a la calle y veía, era como Avenida Matta, por ahí. Era una casa
grande y tú entrabas y a la izquierda habían como unas piezas que estaban abiertas, y ese
era el lugar de los lesbianas. Unos baños muy ordinarios. No, los baños... no teníai que ir a
hacer pipí. El tema de look lésbico no iba. Le Trianon [de propiedad de Candy Dubois y
Monique], Dionisio. Está en el barrio Yungay. Todavía está. Después estuvo el Carlos
Franco, que era el que hacía el espectáculo en... el último espectáculo que hizo en la
Búnker. Y había una discotheque que quedaba cerca de la iglesia San Francisco, que tú
entrabai pa' abajo. Entre San Francisco y Santa Rosa había una galería, y en esa galería
bajas tú a un cine o un teatro, que se llamaba... era muy rasca. En el Quásar estaban estas
piezas y ahí se solían poner las lesbianas. Pero eran lesbianas así como de calce, camionas
camionas camionas. Unas gallas pero tremendas. Y ellas eran las que tenían más look
lésbico, pero el look lésbico camiona, el masculino fuerte. Y además te miraban así y te
decían oye reina, querís bailar, y yo la verdad que me apertrechaba con mis amigos
maricones. Y me iba para el otro lado, que ahí había un pasillo bien ancho y luego un
179

espacio grande donde estaba el escenario. Y ahí era el lugar donde uno bailaba, en realidad
bailaban en grupo. Yo no me acuerdo que hubiera habido en ese momento algún look
especial, así como hoy en día que tú notas mucho cuando alguien es gay. En esa época no,
pasábamos todos un poquito piola. Además, siempre había peligro de allanamientos de los
tiras o de carabineros. [El Quásar] siempre fue ilegal. El espectáculo este era completo así
[hablado en femenino]. El primer antro de donde se empezó a originar todo el hueveo fue el
Fausto. Nos cayó súper bien el Quásar. Después empezamos a cachar que había un bar que
no era el bar de Willy, que es otro antro bien conocido, que una mina había puesto un bar y
se llamaba Dionisio. Quedaba al lado de la Búnker. Tenía dos pisos, era chiquitito. Y nos
hicimos bien amigas de la dueña, así éramos de lunes a domingo ahí. Y habían hartos
boliches clandestinos. Quásar era absolutamente clandestino. El Dionisio no era
clandestino. En el Le Trianon (barrio Yungay) había una estética, era una cuestión elegante
[afrancesada]. Era un lugar donde tú ibai a cenar. Con cortina de terciopelo y los (...) con
boquilla. Estética de los '80. Después hubo una explosión de lugares que no tuvieron fin,
sobre todo de minas, los de minas nacen y mueren, nacen y mueren a cada rato. Había uno
que se llamaba el Sui Generis, otro Terapia. Después estuvo también la primera versión del
Amor del bueno. El Amor del bueno tiene dos versiones. ¿Cachai la cervecería Bierstube?
Atrás había uno que se llamaba el Club M, la Monroe. Era en la calle Santiago Bueras. Es
como un club, más que disco es como club. Ahí al principio habían ciertas celebridades. Y
después hubo uno que quedaba frente al Monserrat Las Condes, era como bien exclusivo,
era bonito. Justo frente al Alto Las Condes pero por Las Condes. Duró poco, pero era piano
bar, tenía un nombre bien siútico. Había un ladito para bailar, un ladito para comer y una
persona que tocaba piano. Habían algunos garetos con destinos que te los iban diciendo.
Estaban las fiestas Spandex. Y el Tavelli del Drugstore que cumplía el rol... era la única
cuestión que estaba abierta los domingos. Tú ibai al Tavelli del Drugstore el domingo como
al mediodía y cachabai a todas las locas... era evidente. Yo diría que es súper simbólico el
Tavelli del Drugstore. Cachabai a todos los que habían estado pululando la noche anterior
que después estaban ahí tomándose su cafecito con el ligue que les hubiera correspondido
al día siguiente. En los lugares todo el mundo sabía a qué iba uno. Pero no tenían ni un
cartel afuera ni nada. Si tú no llegabas por ayuda de alguien que te avisara, no llegabas.
180

Siempre se llegaba en grupo. Yo no creo que fuera posible para alguien llegar solo. Y
tampoco lo pasabas bien, porque adentro era en grupo la cosa. No era ná de simple. Había
mucho prostituto adentro. [El ambiente] era terrible, lo más tremendo, el Quásar era
realmente un antro. Estaban como los hombres-señora, como de la feria así, con cadenas,
con... Era un lugar grande, yo creo que deben haber habido unas trescientas personas las
noches de viernes y sábado, tranquilamente. Las camionas eran súper evidentes y
territoriales, estas señoras de que te hablaba. Como que cada una se instalaba en un lado.
Habían grupos grandes de prostitutos, chiquillos jóvenes, de 17-18 años, pero pa' todo
servicio, porque a mí también me ofrecieron en más de una oportunidad servicios sexuales.
O sea, lo que cayera. Y en el medio, estaba como todo el grupete de la gente más joven que
estábamos simplemente bailando, pasándolo bien, tomándonos un trago. Pero por cualquier
cosa se agarraban, porque además mucho revoltijo social, de edades, sexos. Había de todo.
Totalmente distinto después cuando uno va a otros lugares hoy en día que están organizados
por clase social, incluso por barrios. Y en ese iba todo. Dependía de la hora, teníai horarios,
o sea, a esa hora ya no fuerai. Porque estaban todos arriba de la pelota, ese ambiente hoy
día lo podís encontrar en algunos lugares de Valpo. Era como de puerto ese lugar [el
Quásar], chorooo, de partida, de la cajera pa' adelante era choro el... Habían muchos grupos
de personas, de guardias que intentaban mantener el orden. Porque cuando se agarraba la
gente llegaba generalmente carabineros, entonces salíamos todos arrancando. El otro lugar
que fue de fines de los '90 fue el Máscara. Alias el Ráscara. Quedaba donde antes estaba La
Candela de la Charo Jofré, en Purísima. Se nos olvida el Capricho español, donde cada
mesa tenía un telefonito con un anexo entonces tú llamabas y decías si te gustaba el tipo.
Era ligue gay fundamentalmente. Y era de hombres. En general todos los locales de
lesbianas terminan por quebrar. El único que ha sido realmente un milagro es el Sabor a mí,
alias Sabor a pipí. Que existe hasta el día de hoy y que lleva muchos años, cinco o seis
años. Y les va realmente bien. Queda en Purísima con Antonia López de Bello. También
fueron importantes las fiestas Spandex. [En los '80] No habían muchos lugares donde ir, era
todo tan extremadamente oculto... Lo que se daba en el ambiente gay era mucho la
prostitución, entonces una sabía que la calle San Camilo estaba llena de trans, de travestis
les llamaban en esa época. No eran lugares para pinchar, tú ibai a reírte, a bailar. Ibas a eso,
181

no era un espacio de sociabilización, que ahora es mucho más eso, que ahora hay lugares
que tú puedes ir derechamente a conversar, es mucho más libre además. La gente además es
más evidente, se deja ver. No sé, miradita, de repente conversar un ratito, la ida al baño, te
dabai el teléfono. Yo creo que hoy la forma del ligue lésbico en Chile es el chat. Y desde
hace muchos años. Acá en Chile se empezó a hablar de VIH recién el '87, por ahí. Empezó
primero la CORPO, que ahora se llama AcciónGay. Debe ser del año '85-'86. Se
organizaron porque un grupo de dos o tres estaban con el virus y se organizaron,
seguramente con fondos para comprar condones y empezar a hacer difusión en el mundo
gay. Y de hecho en algunas oportunidades cuando yo estaba en el Quásar llegaban y te
daban condones y cosas. También había el trasnoche del cine Normandie que era otro lugar
al que había que ir. Era como más intelectualoide. Ahí yo fui a ver Cuando cae la noche.
Estaba lleno de lesbianas. Ahí fue la primera vez que yo vi algo como un estilo lésbico.
Todas con el pelo muy corto, todas mirándonos unas a otras. Eso sería el año '94-'95. El bar
de Willy, en Providencia donde está el giratorio, hay una callecita por detrás del Paseo Las
Palmas, hay unas escaleras mecánicas que te llevan a un tercer piso. Tienes que ir en la
noche para verlo en su plena expresión, están todos los maricones viejos tomando y
fumando como hace 20 años. Es el lugar más decadente del mundo, un antro. Yo ahora
cultivo un look súper lésbico y lo hago a propósito. Pero yo siento pesado sobre mí las
miradas. Por la forma en que uso el pelo, por los anteojos que llevo de sol y la ropa que
uso. Que trato que sea masculina, lo hago a propósito, para verme, para ser visible, como
reto al resto del mundo. Y noto las miradas de reprobación. Es como decir no me voy a
esconder más, no voy a vestirme como no quiero vestirme. Voy a vestirme como me dé la
gana. Y realmente a mí no me queda la faldita ni el moño. No lo llevo, no lo siento bien.
Entonces uso estos bototos porque me acomodan, y ando arriba de la moto porque me
acomoda. Y vivo como me da la gana. Y eso es un gesto revolucionario, y es contestatario a
una sociedad tan pacata como la que vivimos. Aquí en el edificio me miran como la rara del
edificio. Pero la gente en general respeta, aunque no estén de acuerdo contigo. No te
agrede, a veces te miran feo, sobre todo muchas mujeres te miran feo. Los hombres
heterosexuales no pueden hablar de otra cosa que no sea en forma despectiva del sexo con
otros hombres. Cuando ellos son los primeros que están preocupados de eso. Tienen sus
182

deportes, el partido de fútbol, que el roce, que las duchas juntos. Yo sé que si fuera un
hombre y saliera de la mano con mi pareja hombre... todo el mundo se permitiría decirme
de todo. En todo caso, si yo comparo los años de mi juventud con esto. Esto es un paraíso.
En serio. Porque hay muchos más espacios, muchas más posibilidades de identificación. Lo
que te decía al principio, nosotras no sabíamos lo que éramos. Si tú eras de izquierda te
podías reconocer en eso, de hablarlo. Pero esto, no había ninguna posibilidad de hablarlo.
Nada. Cero. Tú y tu cuerpo te las teníai que arreglar sola. Y cualquier cosa que saliera del
esquema, era una aberración.
183

Entrevista a F. S.
Plaza Brasil, Santiago de Chile
13 de octubre de 2011

G: Gonzalo Salazar
F.S. Entrevistada

F.S.: Yo te puedo hablar de los años '70 no más. Los espacios que habían “de reuniones”,
así como bastante piola, que eran en ese entonces la UNCTAD, era el espacio donde se
juntaban las lesbianas camufladamente. Y eran lesbianas comprometidas, políticas. Política
con doble filo, como que una se olía, se percibía, no es que me dijera que era lesbiana. Pero
finalmente te reconocíai. Era una cosa como innata. Ahí yo conocí a varias que después en
otras circunstancias, con los años, nos encontramos. Pero ese era uno de los espacios donde
socializaban políticamente, pero era una cosa como más piola. Eran comedores populares,
se llamaban comedores populares pero eran bastante la raja. Bastante moderno, bastante a
todo ritmo, pero se llamaban populares porque los precios eran baratísimos. Almorzar ahí
era la mitad de precio que en cualquier lado, todo era a mitad de precio, todo exquisito. Se
llenaba, se juntaban diferentes tipos de grupos, mucha gente joven, estudiantes. Eran
espacios más políticos. Entonces la gente que se juntaba eran en su mayoría estudiantes de
liceo, universitarios. Más comprometidos, más partidistas. También habían muchos
homosexuales hombres. Era como los grupos alternativos. Por ahí había mucha gente
homosexual y muchas lesbianas. La gente en general era gente de izquierda. Algunos eran
más audaces y se identificaban. Pero el identificarse en ese momento era ser marginado. A
no ser que fuerai un tipo no sé, bacán como político, o artista, ahí era como, ya bueno, ya,
el hueón igual es bacán, medio cola pero qué le vamos a hacer, pobrecito. Pero uno
cualquiera, no, o sea totalmente marginado. De hecho, había reserva, no había movimiento
ni gay ni lésbico ni nada. Pero en ese momento era todo como piola, nos cachábamos y ese
era el punto. Cuando nos reconocíamos. Nos reconocíamos pero no nos conocíamos. Onda
sí, yo cacho, pero no pesca. Eso yo creo que nació después del golpe (lo de hablar del
tema), como el '76-'77. Ahí se empezó a levantar, ahí se empezó a dividir ese grupo. Había
184

militancias partidistas y ahí se empezó a establecer, ni siquiera hablábamos de


discriminación, sino de una aceptación en realidad. Yo creo que por ahí en esos años
empezó a levantarse el tema de por qué no visibilizarnos. Estoy hablando de otras, no de
mí. Por ahí empieza a nacer, después del Golpe. Antes del Golpe no se manifestaba como
un movimiento político, sino que se manifestaba como un movimiento social, el cacharse,
el atinar, el hacer reunioncitas por aquí y por allá, entre los más conocidos, eran fiestas
particulares, más íntimas, personales, eso es lo que se manejaba en ese entonces. Era
reducido. La UNCTAD era como social, a conocer, a cachar, a atinar también de repente, a
coquetear un rato, a vacilar. Era como ir a cazar en realidad. Eso es lo que se hacía. Yo
vacilaba no más, porque yo era muy chica pero igual cachaba todo. Había ligue. Estas
fiestecitas se hacían en casa de algunos o los que podían hacer sus fiestecitas eran los más
grandes, o las más grandes, que eran más independientes, tenían sus casas, porque yo con
suerte llevaba una compañera a la casa, porque no me dejaban. Entonces menos hacer una
fiesta. Eran como personas más grandes. En esa época existían algunos lugares especiales.
Yo no sé si estaba precisamente en esa época, el Clavel. La Bomba, también. Antes del
Clavel se llamaba la Bomba. Era una hueá muy especial, más de gay en realidad. Nunca lo
conocí, supe de él conversando con compañeros gay. Pero sí después de eso estuvo el
Clavel. Estaba entre Compañía y Santo Domingo. Entre Cumming, antes de Sotomayor,
Cueto por ahí... ese sector. Había un local tipo quinta de recreo, en su mayoría los que
participaban de ahí eran gay, muy pocas lesbianas, siempre habían muy pocas lesbianas,
eran como las más atrevías, las más grandes, también eran mujeres más independientes,
profesionales recién, mujeres grandes digo, deben haber tenido como 25 años, pero eran
grandes para nosotras. Tuvo harta fuerza porque duró harto tiempo. Eso fue después del
Golpe. Cuando llegaban a fiscalizar los pacos, lo que fuese. En ese entonces había una
cuestión muy particular, que los gays y las lesbianas eran como muy yunta. Esto con el
tiempo se quebró. Pero en ese entonces eran como muy amigos, no había esa
discriminación entre población. Seguramente porque no eran tan políticos, eran un solo
sentido. Entonces cuando llegaban a fiscalizar eran todos amigos, todos pololos, no sé poh.
Entonces vienen los pacos y yo soy tu hermana, nosotros nos parecemos, ustedes pololean,
ya. Funcionaba (...) clandestino. Pero igual yo creo que se corría la voz de que ahí se
185

juntaban todos los raros. Entonces había que perseguirlos poh (risas). Cuando se hacían
esos show (de travestis) se hacían a puertas cerradas. Pero por lo general era como ir a
servirse algo, ir a comer algo, tomarse un copete, cantar, bailar. Y los shows eran a puertas
cerradas, porque ahí cómo justificabai... Y los shows eran ¡cuáticos poh! (risas), eran súper
cuáticos, si uno quedaba así como... Yo era rechica, tendría unos 15 ó 16 años. Yo siempre
iba con una yunta que tenía la misma edad mía. Éramos dos bien atrevidas, una que era
bien camiona, mi amiga, mi yunta de la vida, y yo, que era más piola. Yo me creía más
piola por lo menos. Yo creo que sí porque me miraban así como rara, parece que se
equivocó esta niñita, no debería estar acá. A lo mejor era más delicada. Porque una se va
construyendo y se va poniendo más dura. Eran (personas) de 20 ó 30 años, no más que eso.
Pero nosotras éramos estudiantes de media no más. Una vez me permitieron (quedarse al
show de travestis), cuando ya me conocían, porque antes me echaban, porque no quería
arriesgarse, si pasaba cualquier cosa no podían tener a menores de edad. Y además nunca se
tenían tantos permisos, ¿me entendís? Una vez participé y fue cuático, son a puertas
cerradas. Pero era eso, como la diversión, no había mucha trascendencia de hacer algo más
político. Seguramente por el momento que se estaba viviendo, no se podía. Esto era de a
voz. Estos lugares se conocían por voces no más. O sea, yo te cuento, mira, aquí en la
esquina hay una movía, qué sé yo, funciona el día jueves, nada más. Se daba el dato al
conocido, al amigo, al de confianza. Yo conocía unos colas en la esquina de mi casa, que se
instalaron, que eran súper reprimidos en un principio y después ya todo el mundo los
quería, se hicieron querer. Eran todos amigos, eran viejaños ya. Y ellos tenían como todas
las manos y me sacaron el rollo. Porque yo siempre iba a sapear, a cachar qué había, y ellos
me daban los datos. Ellos estaban muy metidos en este tipo de cosas porque ellos eran los
que hacían shows aquí y allá. Ellos tenían como toda la historia, todos los cuentos, ahora
deben estar ancianos, si es que están vivos algunos de ellos. Yo vivía en Quinta Normal,
cerca de la Quinta, en Santo Domingo.

G: Toli me dijo que tú ibas a algunos lugares cerca de tu casa, un lugar que no era gay, pero
cuyo dueño era gay y que a veces hacían cosas gay.
186

F.S.: Ese se llamaba la Trampa. Claro. Ellos [los colas vecinos de F.S.) hacían a puertas
cerradas shows todos los sábados. O sea, ellos atendían como en cualquier lugar hasta las
nueve, y a las once ya entraba otra gente. Se llenaba de autos, eran puros colas de plata.
Pero no se les cobraba entrada ni nada, eran casi todos conocidos, amigos, pero lo que se
consumía ahí se pagaba. Y ellos hacían show de transformismo bacanes, porque el hueón
parece que le pegaba (al transformismo). De hecho yo lo vi muchas veces en avisos
comerciales en televisión buenísimos. No de mina, pero se notaba a la primera que es cola.
El hueón siempre estaba metío, ganaba más plata que la cresta. Se hacían todos estos shows
a puertas cerradas hace cualquier año, y algunas vecinas, las privilegiadas, las más abiertas
de criterio, entraban. Que eran uno o dos. Pero ahí se hacían buenos shows. Y de ahí
conocí, él me dio los datos de lo poco y nada que se movía en aquel entonces, como... el
Quásar, que no lo había conocido, y que lo conocí cuando el Quásar eran una cosita así,
este cuadrado (delimita un espacio muy pequeño). Y después fue creciendo con los años, y
eso fue en plena dictadura, pero eso fue súper represivo ahí. Estaba en Coquimbo con San
Ignacio. Ahora hay una imprenta ahí, inmensa. Porque después eso creció, creció, creció,
porque se empezó a llenar, ahí nos dimos cuenta que no éramos cien, sino éramos como
miles los maricones y las mariconas. Ahí tú encontrabai de todo, ahí cachabai a todos los
artistas maricones. Porque todos los hueones... como el Tomás Vidiella, como la Soledad
Pérez, que siempre anda con el peluquero y vende la pomá... (risas). Sus trancas, que nunca
salió del clóset. Finalmente yo la puedo entender porque era una mina bastante
comprometida políticamente en aquel entonces iba a todas las marchas, era la mina, era
como el ícono de todas las lesbianas. Y la mina era como bacán. Y ene compadres que no se
sabían, como estos futbolistas que son súper tapaos, como el Elías Figueroa, que era súper
macho, súper mino, fue uno de los primeros jugadores vendidos, que se hizo una fortuna...
y después tú lo empezai a cachar en todos estos lugares... en otra. Pero es tan privado... que
tú a lo mejor con los años podíai soltar la pepa, pero en ese momento no les ibai a cagar la
vida a ellos. O si lo dices, lo dices en un ámbito donde no los podai perjudicar, como en
este (risas).

G: Entonces todo el código era visual, uno entraba al grupo porque uno cachaba
187

visualmente que el otro era así como del... le sacabai el rollo a la otra persona.

F.S.: Sí.

G: Así te dabai cuenta.

F.S.: Sí. El Quásar es de los '70, es viejísimo, debe ser del '77. Yo me fui de Chile como tres
o cuatro años, me tuve que exiliar, y antes de eso ya era latero para mí ya ir. Significaba que
yo iba mucho. Yo iba sola. Ya me manejaba, había empezado a carretear chica. Era como
manejar los códigos, no asustarme, no impresionarme, porque había tenido (ya) mis
primeras impresiones. Era como eso.
Venía gente que tampoco era de Santiago. Yo me hice amiga de varios hueones cuicos que
eran de La Serena. Unos eran de Curicó del interior. Que llegaban, se pegaban el fin de
semana. Tú notabai en seguida cuando había un local gay porque se llenaba de vehículos,
era una hueá extraordinaria. Y llegábamos los más ratones a pata, éramos la mitad. Pero ahí
no había clase. Ahí no te llevaba “la hueona picante” no, no. Había de todo y todos se
respetaban. Y si había algún roce, que a veces habían roces, eran cuando los hueones
estaban muy curaos, y eran unos minos, los más misóginos, por lo general eran los que les
decimos ahora las locas, que eran un poquito misóginas con las lesbianas. Pero entre ellos
mismos se paraban. O sea yo nunca vi una pelea. Sí discusiones entre ellos, que se
levantaban los minos, porque era típica esa hueá. Pero no había clase ahí, tampoco raza. No
existía esa discriminación al interior, por eso te digo que antes era distinto. Había una cosa
en común. Tampoco había política. No se hablaba de política, porque te encontrabai con
algunos compadres que eran más fachos que la cresta. Pero eran buena onda, y como
estábamos en otra... No hablábamos de política. Se suspendía todo (lo que estaba pasando
afuera). Era como una válvula de escapa para todos. Yo creo que para muchos. Eso quedaba
en Quinta Normal (una iglesia anglicana que acogió un grupo de lesbianas). Ese fue el
primer levantamiento con otra compañera, éramos compañeras de liceo, con la que salía a
carretear. Yo creo que ahora ella sería feliz siendo trans. De mina a mino. Nunca lo intentó,
yo creo que se asustó. Pero yo creo que ahí habría estado su espacio. Eso fue en el sector de
188

Quinta Normal por Joaquín Pérez a la altura del 5000. Era una iglesia, y ahí se logró
mantener como a 15-20 mujeres lesbianas. Haciendo algo, intentando hacer algo. Lo que se
intentó hacer era juntarnos, pero no en base al carrete. La idea era poder informar a la gente
que existíamos. Hacer algún díptico, no sé, una revista. Hueás que nunca se concretaron.
Porque no duró mucho. Esto fue antes de que empezaran las marchas, antes de que me
fuera. Debió haber sido el '84 o el '83. Ellos (los anglicanos) nos dejaron el espacio, nos
propusieron el espacio porque nos conocían como lesbianas. Patricia, mi amiga, era amiga
de ellos. Era gente de barrio que se fue a Estados Unidos, después de muchos años
volvieron y se reconocieron. Y nosotros no entendíamos por qué eran tan abiertos, y luego
entendimos por qué: la hija de ellos era lesbiana, y se quedó en Estados Unidos. Eso lo
descubrimos después. Ella no quería venirse a Chile, porque era tan represivo, que no podía
hacer su vida... Eso no resultó porque la gente no tenía mucha conciencia de qué significaba
ser lesbiana, y lo otro es que nadie quería salir del clóset. Porque eso significaba lo que
significa hasta el día de hoy. Si soy profe no podís ser lesbiana, en primer lugar. O sea,
podís serlo pero puertas afuera. Ahí nos juntamos dos o tres meses, ni duró más. Eran
reuniones en que casi socializábamos nuestros problemas. Sostenerlas. Yo pasé a ser la
sostenedora de muchas, de sus rollos, y que mi mamá, y que cómo lo hago. Finalmente yo
estaba haciendo consejería, y las que éramos más fuertes, las que la teníamos más clara, la
que teníamos más carrete, sosteníamos a las otras. Y eso fue como un pasillo. Y yo al final
desistí de eso y supe que no duraron más de dos o tres reuniones más. También habían otros
espacios, esos eran fuertones, a la vida. Participé un par de veces, de puro curiosa. Me
gustaba juntarme con las mujeres más grandes porque tenían más cuento, las cabras chicas
no tenían mucho qué decir. Nos íbamos a Las Vizcachas, habían unos moteles, teníamosun
grupo gay, con minos, con minas, y arrendábamos dos o tres piezas, y hacíamos LA fiesta
(risas) y después se repartían cada una, se repartía un grupo aquí, otro grupo acá, y lo que
pasara era otra historia, ya más porno, más xxx. Pero ahí participaba el que quería, el que
no se dormía. Ahí se fumaba mucha marihuana, era copete y marihuana. Eso era de antes
que yo participara y siguió por mucho tiempo después de que yo estuviera ahí. (Pasaba) lo
que tú permitieras, porque ahí nadie exigía nada. Y todo quedaba ahí. Estamos hablando del
año '83-'84, mucho antes de que yo me fuera. Yo tengo 50 años. El Yo Claudio (frente al
189

Santa Lucía) era un lugar de ir a copetearse después de, o antes de, era como la previa, o
después de las discos. Tenían onda de juntarse, también ligar, también pinchar. Pero
generalmente era como el remate o el comienzo. Ahí llegaba mucha gente también en las
otras situaciones en que te sorprendíai y pensabai, qué hace este mino/a acá, no sabía que
era maricón/a. Eso por Santa Rosa, como a dos cuadras de la Alameda. La Rosa Salaverry
también existía. Ése era entretenido. Estaba en Echaurren, como en la cuarta calle. Una vez
me puse a mear ahí y de repente vi un milico, qué hace ahí, y ahí nos dimos cuenta de que
estábamos cercados de milicos. Que había mucho milico, muchas hueás de milico ahí.
Había un milico cuidando el edificio, no lo habíamos visto. Y ahí pasaron hartas cosas,
llegaban los pacos a pedirte carnet, una vez hicieron una redada, sacaron a la gente, y como
éramos más chicas nosotras y éramos muy pocas mujeres, siempre las mujeres participaban
muy poco, las lesbianas mujeres, y a nosotros nos escondían para que no nos llevaran
presas. Por lo menos la Rosita nos escondió dos veces. Con nuestro grupo de minas. La
Rosita era una bailarina (de cabaret), era muy conocida en el mundo artístico. Era hetero,
no tenía ni un rollo. Era una mina espectacular, tenía cualquier año y estaba impecable,
todas la mirábamos y todas nos enamoramos de ella. La Rosita, era como la mamá. Ella
arrendó el local solamente para este tipo de “eventos”. Funcionaba solamente un día, me
parece que era el viernes. Y era manejado por mujeres, por la Rosa, ahí me encontré con
una comadre que nunca pensé que era lesbiana, que era del liceo, la vi atendiendo en
guardarropía, a la Estrellita. Era un lugar bastante amplio, bastante bonito. Y ahí se hacían
shows. Y aparte del show, siempre hacían show, los maricones son para hacer el show, muy
bueno el show, se bailaba, se ligaba. Pero por lo general era súper latero para las lesbianas
porque si habían seis lesbianas era con suerte seis, entre tres, cuatro, y uno quería ir a
sapear, entonces uno cachaba esos lugares. Se llenaba de gays en realidad. Quedaba en
Echaurren como a tres o cuatro cuadras de la Alameda. La otra vez lo reconocí, fui con una
chica de historia. Ahora es una casa... Era maravillosa la casa, porque las casas de esos
barrios son antiguas y tienen un estilo muy personal. Esto funcionó en dictadura, si nos iban
a sacar... De principio se los llevaban detenidos, y si eran muy amanerados los hueones les
sacaban la mugre, los castigaban. Y si veían una mujer era peor. Entonces por eso ella
(Rosita) reconociendo el género, nos protegía más a nosotras que a ellos, que a los cabros.
190

Si se los llevaban, ella se preocupaba de sacarlos. Por eso la querían tanto también, porque
no se desligaba de la hueá y que los saque cualquiera, y justamente nunca supieron que era
gay y va la mamá a sacarlo porque estaba detenido por estar... ¿cachai? Entonces ella se
preocupaba se sacarlos a todos. Eso fue por los '80. En los '70 yo creo que lo que sí había
eran fiestas privadas. No se podía, era imposible. Si no había vida nocturna en Chile. Hubo
un apagón horroroso de todo, y todo lo que se hacía era muy privado. Y no era así como
que tú te enterabai, tú te podíai enterar después pero tampoco te decían, porque si se llenaba
mucho y quedaba la escoba, significaba que podían... y podían desaparecerlo, y
desaparecieron cuántos también. Entonces peligraba tu vida en realidad. Esto como que
afloró a principios de los '80, cuando se empezó a relajar un poco, recuerda que entre el '74,
5, 6, 7, 8... fue heavy. Súper heavy. Entonces uno no pensaba en esas cosas, las extrañaba,
pero por lo menos yo no. Sí, pero ahí [la Tía Carlina] iba de todo, yo también fui, después
del Quásar íbamos a conocer lugares. No faltaba el grupo, tú te hacíai buena onda con algún
gay, loca, qué sé yo, y te amaban, te adoraban, entre copetes. Yo me acuerdo que una vez
salimos un grupo de a dos o tres autos. Y nos fuimos donde la Tía Carlina, y fui con mi
socia, la Pati, pero era terriible. Era patético, era deprimente. Pobrísimo. A mí me deprimió.
No me gustó mucho el lugar pa' ná'. Igual lo vacilé, lo caché, tú igual podíai hacer tu fiesta
particular, no te jodían mientras tú consumierai, ya que no ibai a ver minas... pero a las
lesbianas igual las acosaban las compañeras trabajadoras (travestis). Sí, igual te acosaban.
Ahí en ese momento ya no se cruzaba, se cruzaba todo, se cruzaba todo, entonces les daba
lo mismo a las comadres. Habían travestis y habían mujeres también, hetero. Entonces
había una mezcla entre hetero... las que más habían eran prostitutas mujeres. (Las travestis)
no eran la mayoría, yo diría que la minoría, pero habían. Y a mí, en ese momento, todavía
me resultaba un poquito grotesco, era como fuerte la imagen pa mí todavía, tenía mis
apreciaciones, no discriminaba pero tenía mi distancia. Eso era como en los '70. Lo
encontré patético, me dio pena, las minas, estar ahí, su trabajo, respetable y todo, pero igual
era como muy pobre, totalmente decadente. Después de haber venido de los brillos,
cachai... entonces llegar ahí... Entonces la Pati me decía, vámonos nomás, pero socializa
poh, no seai tan mala, socializa con las minas, quieren conversar, y por último, empápate de
esta hueá y no te olvidís de esto, esto también existe, esto también es parte de Chile, es
191

parte de la realidad, uno no puede estar viviendo... como obligando a mis compañeras a que
se quedaran. El Túnel yo lo escuché, nunca fui, eso fue como más '70 yo creo. Todas esas
cosas, yo creo que la Gaviota, que es una lesbiana viejaña, ella yo creo que conoció esos
lugares y conoció otros, con ella salía a las hueás de Las Vizcachas, porque yo no cachaba,
eran puras viejas grandes, con ella también estuve en fiestas privadas, donde tú creís que
van a llegar tres o cuatro, y llegan veinte, treinta, cuarenta mujeres, tú no pensai que la hueá
es tan ohhhh... quedai así. Y tú como cabra nueva, todas te echan el ojo (risas). Exitosa
totalmente. Me encantaba salir con ella porque sentía que tenía éxito con las mujeres. Yo
creo que ella tiene una historia maravillosa, de hecho ya la encontré (a la Gaviota). Después
de 18 años que no la veía. Está igual, se ve impecable y lúcida. Debe tener por lo menos 65
si es que no tiene más. No pero es rubia mireya, anda mejor que yo yo cacho. Tiene
historias bonitas. Y también existió otro lugar alternativo y que fue una cuestión bien heavy,
que fue en la embajada de Panamá. Esto fue arriba, no me acuerdo el nombre... ahí se
mezcló por última vez la mezcla entre gays, lesbianas, trans, la loca. Tampoco hubo clase,
ni raza ni nada. Pero antes de ocupar esa casa, era tremenda casa, maravillosa, con piscina,
con todo. Se fue la embajada en el gobierno de Allende y después eso se lo tomaron los
milicos y fue un lugar de tortura. En ese momento no era nada, era una casa que se estaba
cuidando. Y un compañero, Cristóbal, yo estaba trabajando en la Pluma Pincel como
diseñadora. Él era el junior y le dejaron esa casa para cuidarla. No tenía dónde vivir y
necesitaba plata. Y a él se le ocurrió, era medio maricón, que hiciéramos algo. Yo le dije,
inventa algo y yo te pongo la plata. Y se inventó una disco alternativa, haciéndole el peso al
Quásar y al Fausto. Y se hacían cosas tan entretenidas ahí, eran dos espacios, estaba el
espacio de los pendejos, el espacio de las viejas, el espacio de los viejos, estaba la terraza
donde tú podíai conversar y estaba el pantanal, que era un patio inmenso donde tú te perdíai
y después al otro día limpiando preservativos. Por suerte que usaban preservativo, porque
en ese tiempo no se repartían. Existía ese lugar, se le restó público a todas estas cosas
(Quásar y Fausto), pasó lo mismo que antaño, se llenaba de autos afuera, hasta que duró lo
que yo aguanté, porque yo administraba esa hueá. Estaba al lado de Otto Krauss. Ella (La
Gaviota) traía a las viejañas, el Cristóbal traía a los viejaños y yo ponía la plata. Eso duró
un poco menos de dos años, un año. No aguanté más porque era viernes y sábado y yo
192

trabajaba, era diseñadora. Y eso fue un espacio donde se hacían show, se conversaba, se
ligaba, estaba todo en realidad porque la casa era inmensa. Yo creo que por eso tuvo éxito.
Estaba aquí en Providencia a la altura de Salvador. Nunca hubo una redada, porque era
particular. Estaba visada, no podía entrar nadie (tenía un tipo de protección diplomática).
Nunca se cobró entrada a nadie. Fue una época muy entretenida para todos, porque tenía
todos los espacios, y en la disco tenís el espacio para bailar nomás, y poco conversar, si es
que podís conversar con la bulla. Y tenís una sola música y aquí habían tres ambientes más
el cuarto que era el que más ocupaban, pantanal. Yo creo que por eso iban, les salía más
barato y consumían como locos (risas). Pero nunca hubo un problema. Esto fue en los '80,
después de mi vuelta, como el '88-'89. Los shows eran de acá, en todos los lugares han sido
de acá. Yo creo que ahora, toda esta weá te exige traer shows de afuera. [Amigas más
grandes le contaban] que existían lugares igual, siempre han existido lugares. Siempre,
siempre, siempre. Pero siempre ha sido como de voz, lugares específicos, donde se va a
mariconear, pero así como nombres... Se hablaba mucho, de mucha gente, hasta de mi
compañero que está atrás, el Víctor [Jara]. Siempre se especuló con él. Y yo creo que sí. Yo
creo que él tuvo un transitar por los géneros, nada más y punto. Y se quedó donde le
acomodó más. De hecho yo tenía esa sensibilidad con él, sentía que... sí. Pero por respeto
uno nunca dice nada. Y me parece ok. Y con él, como otros, como el Rolando Alarcón, que
es de la misma época, un compositor folclórico, buenísimo, y que también era muy suave.
[Víctor Jara era suave de carácter], para hablar también, para todo. Era muy sensible
además él. Una persona súper sencilla, muy sensible, muy comprometido además, muy
consecuente con su vida.
193

Entrevista a Leonardo Fernández


Sede del MUMS, barrio Brasil, Santiago de Chile
13 de octubre de 2011

G: Gonzalo Salazar
L: Leonardo Fernández

L: Yo me empecé a meter en esto y se empezó a estimular cierta necesidad de dar cuenta.


Yo me dediqué a hacer una recopilación, hace diez años que terminé mi primer libro de
recopilación histórica, pero me pareció una bazofia así que lo tiré, por ahí debe andar
arrumbado. Porque lo que necesitamos no es una recopilación al estilo Alberto (...) o como
lo hacen los periodistas. Necesitábamos una mirada desde la perspectiva histórica o
historiográfica, entonces lo que eso significaba. Yo soy Licenciado en Historia y Ciencias
Sociales y Magíster en Antropología. Soy Director de Educación del Movimiento y
Director hace 16 años de este Centro de Documentación. Y conozco a casi todos los que
han escrito de este tema al menos aquí en Chile. Aunque re pocos me citan. Usted puede
encontrar también material mío en internet, en algunas páginas. Tengo un blog y otras
páginas. Necesitábamos una mirada que nos permita vernos y leernos. Entonces hay toda
una problemática conceptual, porque topábamos hace quince años atrás con Foucault, el
foucaultianismo, ese culto a Foucault que nos impedía ver en Chile sino a partir de los
victorianos, del “Nosotros, los victorianos”, del primer tomo de la Historia de la sexualidad.
Entonces uno llega acá y hacia el pasado... oscuridad. Nadie había incursionado en estas
materias hasta que yo logré, tengo una transcripción paleográfica de seiscientes páginas.
Hice todo el siglo XVII ya. Si de recopilaciones se trata…

G: ¿Qué fuentes usaste para el siglo XVII?

L: Me tomó cinco años hacer esto. La palabra nefando la incorporé yo. Ahora se le atribuye
al Pedro Lemebel, pero en realidad yo se la conté al Pedro Lemebel. Lo mismo que de la
Esmeralda, y todas esas historias que él maneja, se las conseguí yo. Esta es una
194

transcripción paleográfica. Esta es fotocopia... (de documentos originales del Archivo).


Porque hace años tenía muy buenos amigos en el Archivo Nacional. Entonces ahí podía
trabajar con los volúmenes originales, y tenía mi escritorio en el subterráneo del Archivo
Nacional, y estuve años haciendo mi trabajo, haciendo transcripciones paleográficas. Esta
cosa obsesiva del anticuario, tenía la idea de hacer esta historia-monumento. Me di veinte
años para hacer el trabajo, he estado muchos años recopilando información, porque lo que
necesitamos es editar una línea de documentos para la historia, yo decía de la
homosexualidad, pero hoy día no se puede. Para la cosa que sea necesitamos las fuentes.
Esta cosa se ha hecho, hay una perspectiva general de cómo fue variando toda esta
dimensión de lo sodomítico, deberíamos llamarlo la semiótica del espacio sodomítico.
Porque yo trabajo por el movimiento, no trabajo para mí, además tengo un fuerte
cuestionamiento a lo que hizo Pedro Lemebel, el Pancho Casas y su fracaso en esto. Es
porque en mi opinión se ha profitado del movimiento. Lo que ha hecho el Víctor Hugo
Robles. Es que terminan peleándose por egos. Yo como viejo militante de izquierda estoy
más metido en el proyecto general y mi persona y mi trabajo están a servicio del proyecto.
Yo pierdo mi individualidad porque mi individualidad está al servicio del partido [o sea el
MUMS]. El Juan Pablo Sutherland, también de los nuestros, que ha escrito cuatro o cinco
libros, Santo Roto, Ángeles Negros, la recopilación de de la geografía... cuatro o cinco
libros ha publicado Juan Pablo. Está también todo el trabajo que ha hecho el Pedro Lemebel
con posicionarnos, el problema es que no nos hemos leído adecuadamente. [A Contardo] yo
le he ayudado harto a meterse en este campo, a mí lo que me interesa es la perspectiva
historiográfica, su trabajo no es historiográfico, hay datos historiográficos, que es distinto.
Yo tengo otro trabajo por ahí que se llama “Cien años de historia compartida. Historia del
movimiento de la diversidad sexual”, cincuenta páginas más. Es del siglo XX. Me falta el
siglo XIX y el siglo XVIII. Por mi formación histórica no me interesa mucho la casuística,
sino la tendencia, los temas de reconstrucción del mito, y he caído en algunas cosas
también de tratar de ubicar lugares, o el escándalo del hijo del embajador, que lo pillan
vestido de mujer y todos se arrancan. Esa comidilla que vende mucho pero es poco
relevante a veces desde el punto de vista histórico. Hay algunos materiales de eso. Mucho
de ello viene en el libro de Contardo. Como él es periodista ha hecho un trabajo bien
195

interesante. Hay otro trabajo de Juan Cornejo, tengo algo de él ahí, te lo puedo buscar
porque tiene unos datos de los '50 también. Toda esta parte de los años '50 no se ha
trabajado en lo específico. Hay cuestiones que sería interesante profundizar, por ejemplo, el
mito de los homosexuales tirados al mar por Carlos Ibáñez. El mito no es ese hecho, no hay
ningún dato que pueda probar que (el hecho) sea efectivo. Yo me dediqué a saber cómo se
construyó el mito, el mito se construyó en un lapso de treinta años más o menos. Lo
interesante es la historia de la Ley 11.625 de estados antisociales. En función de eso lo que
nos puede aportar líneas es ir a trabajar al sanatorio El Peral. Porque muchos homosexuales
eran destinados a hospitales psiquiátricos, yo sospecho que para efectos de ese tratamiento,
otros fueron destinados a campos de trabajo, aunque nunca se dictó el reglamento que hacía
operativa la ley. Sí sabemos que en la comuna de Chanco sí hubieron campos (de
concentración), colonias agrícolas, cosas así. Tengo todo el material para la historia de la
ley. Si quieren consultarlo está por ahí, esto está desordenado. La historia de la ley va entre
los '20 y los '50. Pero el trabajo histórico es muy pobre lo que hay. Y acá está todo el tema
público [en Cien años de historia compartida], la conceptualización, como llega la noción
de homosexualidad a Chile, cómo es asumida, cómo le van agregando... el tema del artículo
365 del Código Penal. Nadie se ha ocupado de eso, quien va a llegar más cerca va a ser
Contardo. Lo que yo trabajo es construir el sujeto político. No me gusta Gabriel Salazar,
pero igual uno tiene interés social, he tratado de hacer una historia zigzagueante, oblicua,
una historia por fuera, cómo saliendo de esta mierda de... El Juan [Cornejo] también
conocía mi antiguo trabajo, mi Historia de la homosexualidad en Chile que ya no sé dónde
habrá quedado, lo escribí el 2003-2004. Era muy amplio, pretendía abarcar desde 1522 a la
fecha. Me dediqué a hacer recopilación, recopilación, una cosa bonita... no resulté ser más
que un ratón de biblioteca. Nadie le dio seriedad. Porque también el horno no estaba para
bollos en ese tiempo. Porque el movimiento no necesitaba leerse históricamente aún. Hoy
día sí es relevante por el tema de los 20 años (del MUMS). Veinte años antes (de la llegada
de Pedro de Valdivia) ya tengo materiales relacionados con lo que va a ser Chile. Fue el
trabajo de muchos años de archivo. Tuve que leer casi todos los cronistas. Logré hacer una
panorámica general. Pero no es nada más que una recopilación y no da cuenta de los
procesos. Llegué hasta el movimiento. Es que yo escribo, los imprimo y los tiro. Y después
196

me dedico a otra cosa. No tengo ningún apuro, nadie sabe tanto como yo hasta ahora del
tema. Entonces pueden venir muchos historiadores y yo los apoyo porque cada uno se
ocupa de un período, a mí me interesa la cosa monumental así a lo Barros Arana (risas). [La
historia de la homosexualidad en Chile] no resultó ser más que una recopilación de
pequeños acontecimientos, que no podían ser leídos en términos historiográficos, sino que
además podían ser anécdotas. De ahí que salté a la necesidad de trabajar a fondo algún
tema, y me tiré con la transcripción paleográfica, necesitábamos documentos, porque de ahí
debería salir una novela histórica, una serie de materiales de esos dos volúmenes [de
transcripciones]. Por lo menos mi trabajo ha permitido visualizar o visibilizar ciertos
momentos donde es posible comenzar a escarbar. Porque si puedo valorar mi trabajo es que
fui como una vela en un océano de información en la noche. Dónde, qué busco, qué
categorías, qué palabras clave. No había nada. Entonces tuve que leerme la mitad del
Archivo Nacional, encontré zoofilia, necrofilia, corrupción de menores, como quince tipos
de sodomía distinto... Hasta orgías en el siglo XVII. Ahí me focalicé y donde más he
profundizado [la Colonia]. El trabajo que hice del siglo XVII también, que fue mi tesis de
Licenciatura, es una panorámica poniendo como elemento central el caso de don Manuel de
León Escobar pero la idea era develar cuerpos. La significación de la masculinidad, por qué
el tema de la sodomía, qué significa la sodomía, por qué, cómo se va construyendo.
Entonces lo del siglo XIX o del XX a mí me interesa construir esta perspectiva histórica,
por qué el movimiento se ubica a la izquierda del espectro político. Tú has leído acá cómo a
fines del siglo XIX se recepciona la sodomía, y para la medicina era importante develar
poh, develar en el cuerpo sodomítico. Era todo un lío para la naciente medicina penal.
Entonces qué tiene que ir a buscar un médico en un sodomita, en esta cosa que se está
construyendo como homosexual, está cruzándose, los términos que debían tener en cuenta
los médicos para auscultar el cuerpo sodomítico venían prescritos por Tardieu, incluso
algunos elementos venían del período republicano en Roma. Por ejemplo el ano
infundibuliforme. El ano en forma de embudo. La teoría dice que de tanto practicar el sexo
anal en el pasivo el ano se dilata permanentemente. Y por ello los involucrados en este
caso, del siglo XVII, le hacen la prueba. El cirujano le dice “bájese los pantalones, tronco
incline, abra los cachetes”, y tiene una vela y se la introducía en el trasero. Entonces si el
197

trasero se... no entra, no ha pasado nada. Pero si esta cosa entra... mmm. Eran
infundibuliforme. Ellos tenían que corresponder con un sodomita activo. El sodomita activo
que debía tener el pene pequeño, delgado y puntiagudo. Como medio torcido, toda esta
cosa como introducida en ese ano infundibuliforme. Y también tenemos datos históricos y
modernos de sexo oral. Entonces el exceso de sexo oral se podía notar cuando el individuo
tenía los dientes pequeños, la boca chueca y los labios torcidos.

G: Hay toda una deformación de cuerpo en la práctica homosexual.

L: Claro, monstruoso poh. Entonces cómo estos monstruos podían ser develados, entonces
el médico qué debía buscar en el cuerpo sodomítico. Eso. Pero como la sodomía era un
acto, era posible solamente ver las huellas del acto. Pero en cambio en el homosexual es
una identidad. El Federico Puga Bornell, el fundador del Instituto Médico Legal, que tiene
un tratado de medicina legal, de 1889. Él se cruza con este concepto del homosexual.
Entonces claro, apunta que los datos del profesor Tardieu eran precisos para algunos casos,
pero que no podían probar la exactitud de los datos del sodomita activo. Porque de acuerdo
a la evidencia empírica el sodomita activo no necesariamente tenía el pene pequeño,
delgado y puntiagudo. Pero sí siempre tenía el ano infundibuliforme aquel que practicaba
sexo pasivo. Además agrega que estos sujetos se podían reconocer por su estilo de vida,
pero estamos hablando ya del homosexual, a fines del siglo XIX. Porque Puga Bornell se
encuentra los datos del sodomita, que es el acto, porque recuerden que cualquier persona
podía cometer sodomía, pero después el homosexual es un sujeto distinto, de una biografía,
etcétera [Foucault]. Entonces se caracterizan por usar sortija, el pelo encrespado, mucho
perfume, ropa ajustada y son estrechos de cintura y de caderas anchas. Entonces son
cuestiones que debía observar el médico. Es donde se cruza el homosexual con el sodomita.
La característica física, biológica...

G: Eso en Latinoamérica es a fines del siglo XIX y principios del siglo XX.

L: Ahí justo estoy hablando. La Carolina también me entrevistó para hacer su cosa y yo le
198

conté estas mismas cuestiones. Esto lo conté en una clase que hice para el magíster, cuando
ella estaba haciendo el magíster fui profesor invitado. Entonces una mirada posible es la
medicina. Y va a haber una serie de desarrollos y a partir de los casos judiciales cómo van
reconociendo los cuerpos. Los cuerpos también van cambiando. Entonces, desde lo judicial
la penalización. Y tienes una cantidad de tesis de derecho penal que se dedicaron a este
tema. En el ámbito político está todo el problema de los años '20, '30, '40, el problema
social. Y dentro de la cuestión social, recuerda que esto es parte de un contexto global, está
la crisis mundial, la caída del salitre, la migración a las ciudades, y este crecimiento
expansivo no hay capacidad del estado de absorber tanta demanda. Hay problemas de
salubridad. Está la tesis de Allende, muy interesante de ese período también. También se
ven las ideas del higienismo social. Entonces hay varios elementos que están cruzándose. Y
dentro de estos programas sociales están los ladrones, las prostitutas, los pobres, los
mendigos, los homosexuales, una serie de fenómenos sociales que es necesario extirpar,
porque son la lacra social. Y el gobierno empieza, no sé si es Ibáñez o el segundo período
de Alessandri, que se comienza un estudiar un proyecto de ley que dé solución definitiva a
la cuestión social en Chile. Para ello hay una comisión de expertos juristas, el jefe es un
jurisconsulto, el señor Lavatut y otros. Entonces los mandan a Europa a estudiar las
legislaciones alemana e italiana, en los '30-'40, en pleno fascismo. Exactamente. Entonces
la ley 11.625 de estados antisociales va a ser el máximo exponente de solución a la cuestión
basado en los avances efectivos de las naciones más desarrolladas de Europa, Italia y
Alemania. Allá era la cuestión judía, aquí es la cuestión social, allá nos mandaron a los
campos de concentración, aquí va a ser la ley 11.625 de estados antisociales que
recomienda la formación de granjas agrícolas para la reforma de estos, es trabajo forzado
porque también se recomienda destinarlos a lugares apartados donde se requiriera la mano
de obra en obras públicas, construcción de caminos. Mano de obra gratuita, el trabajo como
elemento reformador. Por un tiempo determinado, en donde a los tipos se les iba a pagar,
pero esa plata iba a servir para pagar su manutención. Y a otros se les iba a destinar a
hospitales psiquiátricos por tiempo absolutamente indefinido. Y ese hospital es donde mis
sujetos -pienso- pueden estar. Esto estuvo una parte. No he tenido tiempo de meterme y
profundizar en ese ámbito. Sería interesantísimo trabajar en el sanatorio El Peral. El mito
199

habla de los homosexuales apresados y lanzados al mar por el general Ibáñez. Ese día que
la comisión de derechos humanos no recuerda, en donde muchas locas aprendieron a nadar.
Pero ninguna llegó a la costa. En forma tan romántica te lo plantea Pedro Lemebel. El mito
habla del primer período del general Ibáñez. Ahí hay un montón de incongruencias que te
las voy a mencionar. Andrés Pérez hizo La huida. Me consultó también respecto al tema y
yo le dije que no tenía ningún antecedente que me pudiera afirmar ni negar. Es más, hubo
una especie de Comisión Rettig en esos años, una comisión investigadora de los crímenes
de la dictadura y sí, aparece dos veces la palabra fondeamiento. O amenaza de fondear.
Pero no es probable que se haya fondeado a nadie. Pero sin embargo, me parece que es en
el libro Un muchacho del siglo XX o Un hombre de edad mediana y en el libro Pisagua, de
Volodía Teitelboim, que estando él relegado en Pisagua comenta que había homosexuales
allá que habían sido traídos de Santiago. Tenemos homosexuales en el norte, y hay algunos
datos acá, en un marco general, que tienen que despejar las cárceles, entonces hay una
orden del Ministerio de Justicia de que se traslade a todos los presos homosexuales,
aplicándole el test de Rocha a los que no fueran declarados, y a los que se sospechara se les
aplicaba y se los llevaban para allá. Entonces muchos fueron llevados a Valparaíso y de ahí
no se supo nunca nada más. El tema es que Volodia dice que sí habían allá. Entonces, al
parecer llegaron a buen puerto. Entonces, el mito dice que fueron llevados al mar, y nunca
más se supo de ellos. Pero al parecer quedaron allá en el norte y después se quedaron en el
norte poh. Y ahí vamos construyendo los cruces. Entonces, el mito habla de los
homosexuales lanzados al mar por Carlos Ibáñez. Eso es como soluciones políticas, por un
lado se está trabajando la ley 11.625, mientras tanto los mandamos para allá, a las zonas
extremas, hay que alejar de las ciudades este mal, porque pienso que esa decisión se tomó
en el marco de esta ley. El problema sexual de los penados, de Guillermo Toledo
Rodríguez, del año '37, pero tengo aquí una edición que es del año '33. No las presto y no
se fotocopian (risas). Esta tesis provocó un gran impacto en la clase política. Todo esto lo
puedes leer en mis otros trabajos. Todo lo que te estoy diciendo está escrito con derechos de
propiedad intelectual (risas). Bueno, aquí te estoy dando el marco. Las decisiones del
estado obedecen a una lectura de la realidad. Entonces yo parto de acá, como buen hombre
de izquierda en Chile, con los problemas del estado. Aunque no me guste Salazar. Pero qué
200

está ocurriendo en la realidad. Y yo tuve la fortuna de poder entrevistar hace mucho tiempo
a homosexualidades mayores de ochenta años, de cómo era la cosa allá en los años '30. Y
ahí tengo algunas transcripciones, unas grabaciones. Cortitas. Era más curiosidad
intelectual que otra cosa, cuando lo hice. Hay un contexto, primero está el tema del
higienismo, y eso está apuntando a cierto tipo de literatura, a ciertas prácticas culturales,
hay una expansión de la oferta cultural en los años '20-'30. Llegó el cinematógrafo. El
cinematógrafo implicaba el hacinamiento de gente en espacios muy reducidos. Y eso
llegaba a oídos de la autoridad también. Y es ahí donde las locas iban a buscar hombres. Ya
los teníamos como lugares de ligue en los años '30. Y eso es un problema policial. Entonces
hay un problema cultural, un problema de difusión de las ideas, de ciertos autores que ya
están comenzando tímidamente a publicar, llega literatura de Europa, que dice relación con
visibilización de los cuerpos, con cuestiones más eróticas. Es como lo que nos está pasando
hoy día a nosotros, pero en los años '30. Y el estado policíaco, higienista, en esa época
necesitaba controlar, explicar, reprimir todo esto. Porque hay un movimiento en la realidad.
Es el hecho de que hayan proliferado los cinematógrafos, estos encuentros, de que se haga
más visible, habían lugares de encuentro, restoranes, fuentes de soda, donde la gente
siempre se reunía, si en una ciudad siempre ocurre. Y habían muchos prostíbulos,
chinganas, quintas de recreo... Y estos sujetos están presentes. El problema es que en el
contexto de la cuestión social se hace mucho más visible eso que siempre estuvo, que
siempre se supo que estaba, que lo estudió la medicina, estaba controlado por el artículo
365 y 373 del Código Penal, se transforma en una cuestión real. Que había que dar
respuesta. Ahí debemos entender la tesis de Allende o ciertas investigaciones de opiniones
endocrinológicas. Él proponía que había que injertarle trozos de testículos de
heterosexuales a homosexuales porque le dan una oferta de testosterona fundamentalmente.
Yo creo que sí (se practicó). Porque han habido investigaciones, el profesor Alejandro
Lipschutz, tengo un libro por ahí, Cincuenta años de endocrinología sexual, tenía una
opinión diferente. Ese viejo fue un genio en esta cosa, se adelantó demasiados años. Para él
la conducta sexual de las personas obedecía a tres factores como mínimo: la cuestión
genética, cierta propensión psicológica y la cuestión ambiental. Y no obedecía a cuestiones
que pudieran controlarse con injertos más o injertos menos. Y Lipschutz era la máxima
201

autoridad en endocrinología sexual en Chile. Él hacía sus experimentos. Entonces me da la


impresión a mí que estas opiniones tal vez se hayan aplicado. Yo tengo cierta sospecha. Hay
una brecha ahí que podría estudiarse si se tuviera acceso a los archivos históricos del
sanatorio El Peral. El que está allá en la precordillera. Antiguamente estaba fuera de
Santiago. Cuando hay una mayor vida social, una mayor vida pública también, hay una
mayor visibilidad. Y en ese contexto de visibilización, en que son más reconocibles los
lugares de ligue es en donde actúa el estado. Donde la opinión homofóbica se manifiesta de
forma más abierta. Y de ahí es de donde llegan estos rumores, del hijo embajador de
España, que se estaba casando, con no sé quién, por ahí tengo los nombres y los apellidos
de ellos. Se estaba casando con su novio. Y que llegó la policía y se los llevó a todos
presos.

G: ¿Y esto dónde lo pillaste, en el Archivo?

L: Sí.

G: ¿En qué estudio habrán sacado esto...?

L: La película Las cosas del querer relata la experiencia de un cantor español de flamenco
en los tiempos de Franco. Pero que en Argentina lo persiguieron, le pusieron una trampa, lo
pillaron con un muchacho y se fugó y pidió asilo político a Chile. Y en Chile lo apresaron,
se le negó el asilo político y se lo devolvió a España, se lo entregó al general Franco.
Homosexuales de esa época. Salió un pequeño trocito en El Mercurio de la época. Todo lo
que se habla de Arrau, por ejemplo, proviene de esa época. Que fue sorprendido cuando
estaba de gira por Australia, en unos baños públicos, en un parque. Qué raro. Otro pequeño
escandalillo con un muchacho de la Esmeralda, pero en Nueva York. Y todos vienen de esa
época '30-'50. Porque a nosotros nos parece oscura, pero pareciera que (...) como muy
abierta. Es que después esta cosa decae. Hay un período, el entreguerras, que en Europa
estaba la Liga Internacional por la Reforma Sexual. Gregorio el Marañón, Nano (Magnus)
Hirschfeld, era como nuestra actual ILGA. En ese tiempo hay muchos periódicos en
202

Europa, como catorce periódicos, que todo lo que se relata era historia natural de la
homosexualidad. Ese contexto después se va a acabar con la guerra, y después con el
mcartismo, y las ideas mcartistas, la idea del peligro comunista, el problema social, va a a
generar que venga una tremenda razzia contra toda esta forma de expresión cultural, que
son leídas como formas de degeneramiento, de perversión social promovidas por el
comunismo internacional. Entonces así como se reprimen los sindicatos se reprime a los
homosexuales, se reprime a los partidos políticos, pero no a la prostitución. Por eso es que
yo no me puedo separar de la cosa política, no son campos independientes. De ahí que
venga un período de oscuridad para todos nosotros. Porque el apresamiento de toda esta
gente va a ocurrir en los años '40, cercano a la guerra. Porque la ley se va a publicar, la ley
11.625 que comenzó su largo proceso por allá por los años '20, se va a publicar en el
segundo período de Ibáñez. Que nunca se puso en operación. Está el marco de la Ley de
Seguridad Interior del Estado, Ley de Protección Permanente de la Democracia, Ley 11.625
de Estados Antisociales, son los efectos del mcartismo, de la posguerra en Chile, cómo la
cosa se vive con una enorme represión y la instalación de ideas sumamente conservadoras.
Va a haber cierta tolerancia pero en los ámbitos muy reducidos de los prostíbulos, elemento
tradicional de diversión de la oligarquía. En el ámbito de ciertos prospectos artísticos. Por
qué Claudio Arrau se desarrolló afuera, por qué la Gabriela Mistral se va fuera, los artistas
tienen que irse de esta mierda de país. José Donoso... Si quieres ver el asunto de la cultura
tienes que leerte la obra de Benjamín Subercaseaux. Necesitaría un libro para mostrarte la
bibliografía de Benjamín Subercaseaux. La loca más productiva que ha habido en el siglo
XX. Chile, una loca geografía... Era periodista, ensayista. Pero escribió una cuestión de la
cultura, él saca las cuentas criticando toda esta cosa de la pacatería en Chile. Benjamín
Subercaseaux es parte de nuestra tradición. Chile, o una contribución a la realidad. Saca
las cuentas frente a la masturbación, el discurso anti-masturbatorio, si en Chile se sacaran
las cuentas en realidad cuánto semen se pierde en actos fallidos, porque él está criticando
esta heterosexualidad orientada hacia la reproducción. Si en Chile hay tanta población,
tantos estań casados, entonces vamos a suponer que tantos matrimonios tienen una
sexualidad más o menos sana que están copulando. Entonces en todos ellos hay emisión de
semen. Pero no en todos ellos quedan las mujeres embarazadas, se pierde tanta cantidad de
203

semen, cuántos mililitros por hombre, tantos litros. Cuántos jóvenes que se masturban
compulsivamente en los baños, en los internados, y todas las relaciones homosexuales en el
Ejército o en los seminarios, en los internados, y pederastas y una cantidad de cosas;
entonces hay una cantidad de semen perdido enorme. Y él hablaba en este lenguaje [en el
año '39]. Entonces Benjamín Subercaseaux fue muy suelto en esa época, es el aparte. Él no
era loca, porque las locas de la época, si eran pobres, se llamaban chinas, y buscaban a los
hombres, había una mayor identificación con lo femenino. Entonces el homosexual era
femenino. Y buscaba hombres. Los viejos de ochenta años no entienden la gaydad. Cómo
un hombre busca a otro hombre. Tiene que haber una diferencia jerárquica y de género.
Pero Benjamín Subercaseaux al igual que otros sujetos de la época, actores, Alone, entre
otros, no eran homosexuales. Eran uranistas. (Así) se definían a sí mismos. Cuando eran de
clase alta eran uranistas. Cuando eran de clases populares, chinas o locas, lo que
conocemos como loca hoy día. Entonces es necesario diferenciarlo. Lo que es un uranista,
conozco tipos que han sido rectores o decanos de universidades y son uranistas. Caballeros
muy compuestos, son unas damas de clase alta. Jamás andarían en el cerro o en un baño
público (risas). Hay que leerlos así, por eso te digo que hay que saber leerlos. A tí te va a
servir mucho Benjamín Subercaseaux. Yo creo que es la matriz para comprender la cultura
de ese período. Porque el tipo más productivo, la lengua más afilada, y que se odiaba con
Mariano Latorre. Porque Mariano Latorre hablaba de esta loca destabada. Mariano Latorre
era un destacado criollista, de esta tendencia literaria. Los tolstoianos poh. Memorias de un
tolstoiano. Hay que entender a Augusto D'Halmar, que es el líder de toda esta hueá. De
todas las locas más o menos...

G: Entonces igual había una cierta sociabilidad cultural súper de élite.

L: Exacto, entonces, por eso yo empecé con esta cosa medicamitosa, política, legal, para
llegar a la cultura. Porque en la cultura tenemos que aprender a diferenciarlo, porque estas
razzias no se enfocaron hacia... nunca se llevaron preso a Benjamín Subercaseaux, ni
Alone.
204

G: Su homosexualidad igual era de dominio público y había cierta tolerancia con ellos.

L: Por supuesto. Lo de ellos no eran homosexuales, eran “gente especial”. Debemos


entender qué estaba operando: todos lo saben, pero nadie lo dice. Creo que tengo por ahí
unas tarjetas de unas palabrotas que se mandaban. El grupo de los 10 poh. El trabajo de
Juan Pablo Sutherland te va a permitir también introducirte en la literatura de la época. Leer
Amasijo, de la Marta Brunet, cómo se veía este homosexual cuya única salida frente a la
neurosis que siempre presentaba por la marca del pecado termina como debe terminar,
muriéndose, suicidándose. Porque no hay ningún término feliz en esto, ni siquiera con la
Manuela, de José Donoso. Hay que leerlo en esos contextos. Hay mucha producción, pasan
muchas cosas, pero muy poco de eso trascendió. No tenemos cartas, un epistolario que
hayamos herededado, no he encontrado material de ese tipo. Entonces está como bien
fragmentado hasta ahora. Como era tu diagnóstico inicial, y el mío también, no se ha hecho
investigación al respecto, y debemos estimularla. Mi pega en este Centro de
Documentación es justamente estimularte, para que lo hagas, y entregarte todo lo que yo sé,
que no es mío, sino que es compartido. Por eso no soy dueño de esto. Quieres los datos, te
doy todos los datos que quieres (risa nerviosa). Tienes que leerte Memorias de un
tolstoiano, de Santiván. Juan José Servelli, escritor argentino, Escritos sobre escritos,
ciudades bajo ciudades. Es cronista, gay argentino también. Que de paso por Chile, él vino
en los '60, hace una semblanza del Chile de esa época. Parece que Nicolás Guillén decía del
Santa Lucía, “tan pecador de noche, tan inocente de día”. Viejas historias de (...) Entonces
cuando entrevistes gente vas a saber del Crillón, del Bosco, lugares de encuentro, de
intelectuales. Es muy antiguo el Bosco (que estaba en la Alameda entre Estado y San
Antonio). Yo creo que con esto tú puedes tener una panorámica para buscar. En las revistas
de la Universidad de Chile, por ejemplo, había una irreverencia enorme. “Jesús era un
homosexual megalómano y sus apóstoles sodomitas pasivos”. Así hablaban los estudiantes
de la Universidad de Chile, tapados en las luchas anticlericales. La gran fuente de
información para ese tiempo en sexualidad y que revolucionó todo, obviamente, para tu
período, es el Kinsey Report, el informe Kinsey. La idea del 10%. Es de 1948, esa edición
es del '49 en castellano. Durante mucho tiempo se va a leer desde ahí. Va a pasar mucho
205

tiempo antes de que llegue Foucault a Chile. La idea de la deconstrucción, comenzar a


despejar esta cosa. Hay muchas materias también que puedes ver en judiciales. Juicios por
sodomía en el siglo XX. Gran parte del Archivo Judicial del siglo XX está en el Archivo
Nacional. No sé si habrán separado aguas y habrán enviado los archivos judiciales al
Archivo Siglo XX. De hecho, tengo datos ahí en mi computador. Lo puedes ver en los
catálogos, tienes que darte el tiempo. Y si es que está en los catálogos, porque gran parte de
lo que yo encontré respecto de esto en el siglo XX no estaba catalogado. Te dije que tenía
muy buenos amigos en el Archivo, entonces me asignaron un escritorio en el subterráneo,
en la bóveda, entonces todos los días llegaba en la mañana... No, ya no me dejan, muy
controlado, está la Emma de Ramón ahí. Mi fascinación por el Archivo se acabó. Leer eso
te da la posibilidad de conocer el contexto social, no sé si tú vas a trabajar con la élite o con
los sectores populares. Para mí toda esta literatura tiene un propósito, que es entrar a la
pelea, en la lucha por las mentes. Yo no estoy para informar ni para buscar curiosidades
históricas, no es lo relevante. Esto es sólo un caso... un testigo, Francisco dice. El oidor...
dice que lo violó, entonces él describe el cuerpo del oidor. El oidor tenía el miembro en
extremo grande, duro y cabezón, entonces se lo puso en el ojete a este testigo, y como el
oidor tenía el miembro muy grande hizo muchos esfuerzos, y a este testigo le escocía
mucho el ojete. Entonces llegan a hablar en ese lenguaje y eso te permite ver el cuerpo. Hay
unas descripciones, ya sea bajo tortura o libres, son casi etnográficas. Es como una
etnografía de la época. La relación autobiográfica de la monja Úrsula Suárez. Que es
genial, pero tiene seis líneas que son fantásticas para nuestros estudios. Yendo, buscando
una varita mágica por un arroyuelo llegó a unas piezas donde las puertas estaban abiertas y
había gente dentro de ellas en los aposentos. Yo pensé eran casamientos, pero me pregunté
¿cómo tantos en un solo aposento? (risas). Yo me fui y le pregunté a mi mamá, ¿cómo es
que tantos se casan en un solo aposento? Y mi mamá me pegó porque no eran cosas que las
niñas anduvieran hablando. Y yo era tan inocente, y como siempre estaba atenta a las
reprimendas de mi madre, y ella me golpeó porque yo no debía hablar de eso. Entonces yo
seguí yendo a mirar pero nunca más hablé del tema. ¿Qué vio la niña? Tenía como siete u
ocho años. Una orgía en el siglo XVII. Cómo se manifestaba el erotismo. Todas nuestras
investigaciones deben estar atentas no solamente a los elementos del pasado, sino a hoy día.
206

Porque en la medida que nosotros sabemos hoy podemos llevar una luz al pasado. (...) Toda
oscuridad. En mis primeras investigaciones yo veía una serie de cosas pero no podía
interpretarlas. Veía lesbianas por ejemplo, escribía lesbianas. Pero cuando conocí mi primer
trans masculino comencé a revisar todos mis escritos y no eran lesbianas. Cuando comienzo
a estudiar acerca de cuerpos cyborgs, o tecnologías de los cuerpos, esta hueá de la cirugía.
Parece una cosa como posmoderna. Pero Alonso Ramírez Díaz de Guzmán cuando confesó
ante el obispo de Cartagena de Indias que en realidad él no era hombre, que era mujer y que
estaba doncella. Lo revisaron tres comadronas por orden del obispo que la vieran si era
verdad que era mujer y que estaba doncella. Efectivamente era mujer y era doncella. Y
confesó que se había secado los pechos con un emplasto que le había dado un italiano. Y
fue hombre. Se convirtió en hombre (FTM). Eleno Céspedes nació como Elena Céspedes
pero cuando fue a parir su unigénito como que le salió un pene y creyó que se había
transformado en mujer. Entonces Eleno termina cosiéndose el orificio que estaba demás
(FTM). Cirugías de la época. Pero nosotros no las veíamos eso. Antes de la emergencia de
lo trans masculino veíamos lesbianas. Entonces del mismo modo nosotros cometíamos el
error, y muchos estudiantes, tesistas, cometen el error de buscar homosexuales. Y tú no vas
a encontrar homosexuales... ahí Foucault es canónico. Es que no puedes rastrear eso [el
deseo homoerótico] con algunos elementos teóricos interesantes que aporta John Boswell.
Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad. Las bodas de semejanza. Matrimonio
homosexual, no. Boswell las llama las bodas de la semejanza. Ritos católicos para... es
como la nueva ley de pareja (AVP), pero medieval. Él define el campo, entendiendo toda
esta problemática entre los realistas y los nominalistas. Qué vamos a buscar. Porque no
podemos buscar homosexuales. Lo que él va a buscar son manifestaciones de deseo erótico.
Entonces va a trabajar más bien con el concepto gay. Que era una cuestión medieval que se
remonta al flamenco, entonces podemos buscar esas manifestaciones y construir en el curso
del desarrollo, de cómo se expone esto, cómo hay una producción de discurso
antihomosexual por el siglo XIII-XIV y cómo se instala la intolerancia en Occidente. Pero
lo interesante es la cuestión metodológica. Que él define para abordar esta situación. Y eso
lo encuentras en Cristianismo. Tomás Guevara dice que los machis se casaban. Los machis
hueyes. Putos también les dices (las crónicas). Sodomitas. Hay un trabajo de antropología
207

de Ana Mariela Bacigalupo, que se llama En defensa de la masculinidad del machi. Que
trata de despejar todo este tema. Es su propuesta. Sin embargo uno se puede colgar también
de Tomás Guevara y afirmar que habían ritos entre los mapuche para emparejamiento de
personas del mismo sexo. Te pueden decir que no, que los machis no eran homosexuales. Sí
sé, porque la homosexualidad es esto, sí lo sé, ya. Pero más bien, yo voy a lo tuyo, deseo
erótico. Para que pueda haber contacto sexual entre dos personas tiene que estar mediado
por el deseo. Porque a nadie se le para... Tiene que haber algo. Pero ese algo por qué
elemento está mediado. Hoy día para nosotros está mediado por asuntos estéticos, por una
serie de elementos culturales. Puede estar mediado, nuestras reacciones neuronales o
químicas por otros elementos. Sí son culturales, pero no aquellos (...) El problema son los
nuestros. Puede que lo que nosotros estamos pensando, que son elementos que erotizan, no
son los mismos elementos que erotizaban (antes). Entonces es probable que si uno se queda
con la idea... Tenemos un problema de significación, semiótico también en esto. Entonces si
un machi tenía sexo penetrativo con otro hombre, por qué era, ¿Porque había deseo? Ése es
el punto, hoy día nosotros afirmamos que hay deseo. Porque tenemos otros cronistas que
nos hablan que en el norte, cerca del Perú, habían ciertos templos adoratorios donde estaban
habitados... Porque nosotros estamos hablando del deseo desde nuestra perspectiva. Pero si
este tipo (el cronista) dice que en esos templos hay jóvenes que se prostituyen, que putos o
sodomitas. Y a ese templo concurren curacas y señores principales que cometen el pecado
nefando de la sodomía con ese muchacho. Y a modo de sacrificio. Entonces yo me metí en
todo un estudio de los ritos sacrificiales, la significación del sacrificio, el ahorro ascético, el
derroche festivo, para entender ese caso. El tema de las relaciones anales, o relaciones
sexuales o relaciones sodomíticas en un contexto cultural más amplio, en donde yo
nuevamente me pregunto, este curaca o señor principal tiene que erotizarse para que pueda
haber la conclusión sodomítica. Entonces cuáles son los elementos de significación que le
permiten erotizarse. Elemento sin el cual no puede haber in imisio petri (...) anus
(penetración anal en latín). Entonces qué elementos hay en esa cultura que le permiten a
este individuo erotizarse para que pueda cumplir con el sacrificio. Y eso no lo tenemos
claro. Óscar Ugarteche, economista agrónomo, que incursionó en una cosa interesante
también para explicar este tipo de elementos en culturas más antiguas aún de los ritos
208

sodomíticos o necrofílicos culturales. O sea, que te erotice un muerto no era un asunto


patológico, sino que a todos los muertos había que tirárselos para que pudieran bajar a la Ke
Pacha. El tema es lo erótico, tú tienes que definir tu significación de lo erótico. Porque eso
pasa por nuestros modelos (afirma que el erotismo también es construido culturalmente.
Por supuesto).

G: De Certeau mete el deseo en la historia, hace unos cruces entre historia y psicoanálisis.
Y trabaja el misticismo del siglo XVII en Europa, la historia como escritura y la
cotidianidad cultural.

L: Un caso puede aportar para tender relaciones. Manuel Vicuña, Jefrey Weeks, Carolina
González, Te daré cien pesos porque concedas con mi gusto nefandamente. Mi crítica a ella
es que leyó las primeras 50 fojas, de un expediente que tiene 600 fojas. Entonces te quedas
con elementos sabrosos y picarones, entonces puedes construir una cuestión, pero es
necesario... hay otro volumen de documentos complementarios en el caso. A veces se
demoraba dos años la cartita en llegar. Entonces el oidor terminó, el caso comenzó en 1673
y terminó en 1687 más o menos. (...) Encerrado en una oscura celda, en un torreón en el
puerto del Callao. En mis tribulaciones clamé al señor, y el señor (...) Y yo clamo a mi rey,
el señor natural, ya ha dieciocho años que padezco la injusticia de un perverso residente.
Claro, si al tipo lo absolvieron, porque nunca se pudo probar nada. Pero estuvo dieciocho
años en la cárcel. Cuando salió ya se había muerto el obispo, el residente y la mayoría de
los oidores que lo habían acusado ya habían muerto. El mundo había cambiado. Entonces
pide que lo devuelvan a su puesto, no lo devuelven a su puesto, no lo dejan en Lima, tiene
que irse pa' otro lado, pide que le paguen los sueldos adeudados, le dan como el 5%... total
que se muere dos mese después de salir de la cárcel. Tengo hasta el testamento, todos los
papeles notariales, las cartas del obispo de Santiago, del Presidente de la Real Audiencia,
que era el Gobernador, de los oidores, de la Real Audiencia, toda la correspondencia que
hubo en torno al caso también la tengo. De ahí mi crítica a la Carolina, que construyó su
artículo con las (...) de los estudiantes, de publicar rápido, tenemos que hacernos famosos
rápido. Me tomó seis años transcribir toda la información (del caso). Y después tengo que
209

meditar, reposar las cosas, y voy construyendo. Porque si no...tomas la cosa y la dejas, te
parece inservible porque es el devenir. Toda la cosa del mercado, hay historiadores o hay
cronistas o escritores que lo hacen para el mercado. De ahí que yo no tengo ningún apuro
en esto. Nadie va a hacer mi trabajo, ya los jóvenes no se dan la pega de estar seis años,
todos los días yendo al Archivo, esta cosa la hice con lupa, sílaba por sílaba. Seis años...
¡En seis años saco un doctorado! Están muy apurados en producir y esta cosa significa
hacer un trabajo con poca profundidad. Es un caso. Pero es más fácil escribir de las
primeras cincuenta páginas del caso, cuando en realidad son 600 de esto más 100 páginas
de cartas. Estoy hablando de que si vamos a hacer un trabajo, hagámoslo bien.
Informémonos bien. Hay cientos de libros para poder formarte una opinión, decenas de
entrevistas. Si tu intención es aportar al conocimiento. Yo creo que eso me queda de los
historiadores. Ella es bien como timorata [María Angélica Illanes]. Su carácter, tan suave.
“Sí, si yo vi cosas, hay unas cositas que yo puse en Chile Descentrado, página tanto”.
Salazar es tan como machista él. Mi crítica a Salazar en un párrafo de Labradores, peones y
proletarios. Me parece horrible la mirada que tiene. Página cuatrocientos y tanto... “No sé,
esas hueás son temas de maricones”. Dice “con todo, esa es la notable flexibilidad moral de
la mujer de pueblo que las autoridades no dudaron en condenar como un atentado a la
moral pública. Muchos hombres, especialmente jóvenes, se hallaron incapacitados por la
situación socioeconómica en que estaban inmersos para establecer aún una relación
transitoria de aposentamiento. Lo que parece haber afectado especialmente a los hombres
que vivían en los distritos mineros y los distritos agrícolas de escasa población femenina.
Esto podría explicar el surgimiento de algunas prácticas sexuales irregulares”. Ese es el
contexto. Aquí es donde está: “el cocinero del colegio San Luis de Copiapó fue acusado en
1842 de cometer delitos nefandos corrompiendo a los alumnos del colegio, fue condenado a
una pena de cien azotes, expulsado (...)”. “Un peón de veinte años, de Casablanca, fue
sorprendido en 1843 haciendo un mal a una yegua en un lugar de reuniones”. Hay casos de
corrupción de menores, zoofilia o sodomía. Pero todo esto se explica por qué, ah, por la
situación de la mujer, como hay pocas mujeres , entonces esto no tenía más que, en lugar de
masturbarse, se le ocurría tirarse a la yegua. Entonces me parece una cuestión de un
simplismo...
210

G: Sí, como de la anomalía.

L: Entonces esa es la mirada de la vieja Nueva Historia poh. María Angélica Illanes es parte
de eso, porque ella encontró materiales. “Ah no, yo vi cosas, pero esas cosas no me
servían”. Porque para ellos la iluminación de la vida erótica no tiene nada qué ver con el
trabajo.

G: En María Angélica Illanes un poco sí...

L: Esa debe ser una influencia de Foster, en un artículo que escribió... Revista de Estudios
Culturales, número 3. Donde hace una referencia a la sodomía simbólica y otras cuestiones
para la construcción del roto. No sé de qué año es El canto del macho anciano, de Pablo de
Rokha. Terrible, estuve tres meses deprimido después de leerlo. Tan enfermantemente
masculino, tan terriblemente masculino, tan bíblicamente masculino. El macho anciano que
era el toro joven. Que donde apuntaba disparaba y sus balas daban en el... Y se volteaba a
todas las vaquillas, pero después el macho anciano, ya nadie lo respeta, su pistola ya no
dispara, entonces qué le queda... matarse. Y Pablo de Rokha se mata. José Olavarría, él
estaba a cargo de los estudios de la masculinidad en la FLACSO. Hombres, identidad y
diferencia. Hombres, identidad y sexualidades. Yo lo conocí en la FLACSO (a Marcos
Fernández). Porque él era de la Nueva Historia. Hizo todo su trabajo, que parece
interesante, en la cárcel de Rancagua. Donde ocurre de todo y él trabaja el ansia de libertad
de los presos. Cuando yo le pregunté, y los tipos tiraban adentro, ah, no sé, me dijo, yo no
estudié esa dimensión, para mí ellos eran seres asexuados. O sea nunca vinculaste el deseo
sexual, reprimido o realizado, con el ansia de libertad, no poh, porque para él la libertad es
una cosa abstracta.
211

Entrevista a Marco Ruiz


Barrio Bellas Artes, Santiago de Chile
10 de enero de 2013

G: Gonzalo Salazar
M: Marco Ruiz

M: Ocupar los espacios públicos en clandestinidad también era bastante osado. Hoy día
instalarte desde lo político siendo homosexual o lesbiana “no es gran mérito”. Se han
ganado. Y además, la diferencia, es que en plena dictadura. Yo ocupé los espacios como las
discos gays como un espacio político, donde yo entregaba información a la gente de
oposición. Gente de izquierda. Y me reunía con ella en el local de la Rosa Salaverry ahí en
Echaurren, y ahí me encontré con un montón de gente, mira sabís que necesito entregar esta
información, donde los hueones llegaban, mira, se caían de culo, ten la plena seguridad de
que entremedio de los maricones no encuentran (...) Y de hecho, era el lugar más seguro
donde entregar información. Era un lugar gay.

G: ¿Qué códigos de reconocimiento había en el mundo gay?

M: Yo creo que no ha variado mucho, yo creo que se ha puesto más difuso. Difuso no en el
sentido desde el mundo homosexual, sino que ya más entre gay, porque los otros espacios
se han puesto “a tono” con estos códigos y (...) forma que el mundillo homosexual. Que
tiene qué ver con los colores, que tiene qué ver con los estilos, con los contextos culturales,
con esta cosa mediática por el tema de que este país frente al mundo, sale al mundo, y entra
el mundo a este pequeño pueblucho donde se globalizan todas las cosas. Por lo tanto, uno
tiende a confundirse. Porque las tendencias van marcando una forma distinta. Si partió el
año con un recital de algún personaje de moda como Elton John, pudiera pensarse que era
inimaginable. La Madonna ha venido dos veces en menos de un año. O sea, han pasado por
aquí, en este país, en este pueblucho, gente que hace 20 años atrás... todavía nuestra cultura
se había quedado con la pasá' de Clark Gable, con Pedro Vargas... entonces si tú mirai el
212

tema de los códigos que hoy día se utilizan, son un poco más difusos pero desde esa
perspectiva. Los códigos siguen siendo los mismos, los estilos... Es que pasa por todas por
igual. Porque desde que yo salía a la calle a reunirme con maricas a lugares de encuentro,
que son nómades, porque han sido reciclados, porque también han sido de moda, porque el
mercado así lo pide. Te estoy hablando a comienzos de los '80 el Burger Inn del Paseo
Ahumada, era como ir al Gatsby o el Coppelia. Este era el Coppelia de las maricas pero en
el centro. Donde se juntaba el mundo más popular. Entonces, el Burger Inn desde que
abrían hasta que cerraban, era un desfile de maricas. Ahí hay una mezcla que no ha
cambiado, yo creo que las relaciones humanas en este país no varían mucho. Seguimos
teniendo los mismos prejuicios, seguimos siendo pueblerinos. Yo tendría 16 o 17 años,
menos... porque quedaban resabios de la calle Ahumada, donde pasaban micros. Te estoy
hablando de mediados de los '70. Yo estaba en la enseñanza media. Estudié en colegio
industrial. Las tres o cuatro calles principales del centro, Ahumada, Estado, Huérfanos y
San Antonio, ese era el meollo donde circulaba todo el mundo, te estoy hablando del año
'70 en el que la gente no salía de sus barrios, no había un tránsito en que no implicara esta
cosa mucho más pueblerina, porque eran otras las formas, las mamás eran más aprensivas,
uno tampoco era osado, entonces estabai estudiando en la escuela del barrio que quedaba a
tres cuadras, te podían ir a dejar y a buscar... pero la modernidad te trajo otra cosa. Como
no habían colegios de enseñanza media te teníai que ir un poco más centro, lo que te
permitía también reconocer otros espacios, otras formas. Yo he vivido toda mi vida en
Recoleta. Y estudié en un colegio que estaba a cuatro cuadras de mi casa. Salimos de
octavo y salía esta migración y nos vinimos acá cerca de Mapocho. Estudiaba en el colegio
que quedaba cerca del Valentín Letelier, en el meollo de la comuna que tiene más colegios
en este país [Santiago]. Entonces, encontrarse con un mundo totalmente distinto, además,
en plena ebullición de un cambio social y cultural en este país, recién asumido yo salí el '70
y salí de (...) el '71-'72. El '70 saqué el sexto básico. Y el séptimo y el octavo. En esa época
era impensable que para el séptimo y el octavo fuerai a estudiar fuera de tu casa. Caí en este
lugar ahí, en pleno gobierno de Salvador Allende, donde estaba todo pasando. El tema de
meterte en el mundo político estudiantil. El término homosexual siempre ha existido. El
tema es que dentro de los circuitos, dentro del mundo homosexual, teníai distintos códigos.
213

Las pasivas, las locas, las mariquitas. Las mariquitas no tanto ah... Que las entendíai, si
acaso las entendíai o no las entendíai... Normalmente ocupabai el tema de si acaso era
pasiva o erai activa, que era una cuestión que estaba fuertemente marcada. Porque además
tenía que ver con los roles que tú cumpliai, y los cumpliai a cabalidad. Hoy día es más
diverso. Uno tiene que ponerse a la altura de los tiempos. La gente que era activa, era activa
y era activa... no había por ningún lado. Porque además tu práctica sexual tenía qué ver con
tu rol, un rol fuertemente marcado. Porque nosotros no nos hemos desempolvado de la
cultura machista que llevamos. Tú teníai que diferenciar claramente, era simpático, yo soy
más marica de calle ah... yo crecí, yo aprendí en la calle. Estos eran mis barrios [Bellas
Artes], nosotros nos paseábamos por aquí... esta era una zona de levante... y de buen
levante te voy a decir. Tú mirabai y cachabai... todo, todo, todo. Porque ahí se mezclaba,
esta barrio ha sido histórico, aquí se mezclaba... yo aquí en este barrio conocí al Ítalo
Passalacqua, cuando venía en esos autitos chicos de aquella época a levantar pendejos,
porque habían muchos pendejos... que circulaban en esta zona.

G: ¿Prostituyéndose o... solamente ligando?

M: No, no, no, no, no, no... mira, no, porque... no, si estaba, estaba. O sea, existía. O sea,
uno igual, qué sé yo, de repente alguien te daba plata para que salgai a comer, pa la micro,
qué sé yo, esas hueas existían pero como que tú te pararas... hoy día es una zona de trabajo
sexual. Yo me subo a un auto y te digo, te cobro tanto, no hola cómo estay, te subíai al auto
y te ibai a echar un polvo y chao. Te subíai al auto, si teníai más suerte alguien te llevaba a
su departamento. La gente que te llevaba a sus lugares privados tenía qué ver con que te
conocía, que te había visto, sabía de alguien o había tenido relaciones con alguien y le
decía, sí, yo lo conozco, no te preocupís. Pero porque además también circulabai en esos
espacios donde te cachaban, qué sé yo y... porque aquí habían como tres bares gays
antiguos [en Merced]. Estaba La Palomera y el Che Nut. La Palomera estaba por Monjitas
casi al llegar al Emporio La Rosa, a mitad de la cuadra. El Chenut estaba donde funcionó
históricamente el Instituto Chileno-Alemán [Goethe, Esmeralda 750]. O sea, entrar al Che
Nut, que alguien te invitara ahí era como lo más topísimo. La Palomera era un boliche gay
214

gay, donde también se mezclaban. De repente tú veiai llegar a la Luisa Salgado, a la Sonia
Montecinos. Y no porque eran lesbianas, sino que estar entre ese público, eran como las
invitadas de honor. Entonces le daban más categoría al show. Igual había show... Yo entré
creo que dos veces porque en esa época yo era menor de edad, tendría como 15 ó 16 años [a
comienzos de los '70], si yo estaba en la enseñanza media. Éramos casi puras colegialas,
puras pingüinas, calcetineros si querís llamarlo así (risas). Las calcetineras vienen a fines de
la década de los '60, en la época de la Nueva Ola, que eran los fans de los artistas, entonces
ellas les llamaban calcetineras porque andaban así (sonido de succión).

G: Serían las groupies de hoy en día.

M: Yo creo que sí. Éramos un lote de 10, 12 que nos juntábamos acá en el centro. Si tú
haces una relación en cómo las tribus se han ido tomando las estaciones, los parques,
nosotros hacíamos lo mismo. Éramos 15 maricas que nos tomábamos esta calle, y aquí
cotilleábamos, cotorreábamos, nos contábamos historias, comprábamos un copete, nos
sentábamos a la orilla del cerro [Santa Lucía], el cerro no tenía rejas, era mucho más libre,
podíai transitar toda la noche... O nos íbamos al Parque Bustamante, o nos íbamos al
Parque Forestal cuando existían los matorrales porque ya no tiene. Porque le daba distinta
connotación también. Porque además era una zona de ligue. Y era casi hotel también. Si
llegabai y tirabai ahí. Tirabai en el parque sin ningún temor.

G: ¿Qué signos permitían identificar a un gay? ¿Cómo era el tema de los roles?

M: Los patrones no han cambiado mucho. La cosa se ha puesto más difusa no por las
transformaciones o porque uno haya cambiado los conceptos, sino porque también el
entorno, la cultura general, te permite que los demás cambien por lo tanto te entrai a
mimetizar. Entonces hoy día vestirte con pantalones rosa, andar con el pelo pintado, te
podís poner veinte mil aros en la oreja. O sea, podís ser el más macho o el más marica de la
ciudad, además alguno se va a sorprender cómo te cupieron los veinte mil aros en la oreja,
esa va a ser toda su curiosidad. Y uno también siempre ha tendido a confundirse, también
215

las relaciones con los hombres se han transformado, entonces cuando tú encontrari a un
mino “metrosexual”, o más open minded, que te saluda de beso, que es más afectuoso, no
tiene rollos con su cuerpo, está claro que le gustan las niñas, entonces uno dice, este hueón
se decide o no se decide, es marica o no es marica. Cuesta porque a uno le pasa, porque
tiene esos conceptos instalados, si eres medio delicado, si eres sensible, si vistes de una
determinada manera, este hueón tiene que ser marica. O sea, eso no ha cambiado, uno sigue
teniendo... yo creo que es más relajado. Yo lo he visto en los pendejos. Mi relación con los
pendejos también es distinta, yo circulo por ciertos lugares para cachar si las cosas son
distintas, y no son distintas. Ahora el concepto del pasivo y activo también está bastante
más difuso.

G: ¿Cuándo empezó a difuminarse esa diferencia tan radical que había dentro de la pareja?

M: Yo creo que a comienzos del 2000. Para no ser tan exagerado, a mediados de los '90, a
fines de los '90, tú empezaste a cachar, porque se empezaron a dar otros espacios distintos.
Yo creo que ya la irrupción en la década de los '90 fuertemente de las organizaciones
homosexuales, de ocupar los espacios más públicos, en los medios, yo creo que hizo, te
estoy hablando en términos generales porque en definitiva si tú (...) la comunidad
homosexual no ha hecho muchas transformaciones, muchos aportes. Ha sido mucho más
difícil que hayan transformaciones porque todavía tenemos internalizado nuestra forma,
nuestra práctica sexual. En que una actividad sexual pasa por un acto penetrativo. Cuando
nosotros hemos cuestionado desde el movimiento organizacional el tema, cuando nosotros
en algún minuto planteamos el acto penetrativo como un acto de dominación, las maricas
casi nos cuelgan poh... ¡¿entonces qué?! Fuimos cachando que habíamos un grupo de gente
que estábamos en la militancia política, que fue fuertemente cuestionadora. Si tú escuchai
el Pedro Lemebel con sus lecturas, al Juan Pablo Sutherland en sus libros, al mismo Víctor
Hugo, que hay cosas un poquito más radicales, un poquito de francotirador, pero tenía que
ver con un cuestionamiento a partir de sus propias vivencias y a cuestionar también los
modelos instalados. En que no estaba pasando nada, porque no existía, si tú pensai somos
menos del 1% de las maricas que estamos organizados. El resto pulula. Y agarra y algunos
216

han sido más absorbentes y se han instalado en el microespacio, que no están en el tema de
la organización, por lo tanto su transformación también ha sido en lo micro. No ha sido una
transformación que ha sucedido así como en las mujeres. Las mujeres han creado este
movimiento que ha calado mucho más hondo en términos culturales. Nosotros aprendimos
desde ahí poh. Cuando estábamos reivindicando el tema, este derecho a la corporalidad, el
tema del acto penetrativo como un acto de dominación machista, patriarcal, ¡viene de eso!
(del feminismo). Porque no pasaba por ahí, porque podíamos vivir la sexualidad de una
manera distinta. En ese tiempo era muy difícil, porque además nosotros veníamos también
con una generación muy chapá' a la antigua, donde las cosas eran mucho más radicales. O
sea, las carrozas se transformaban, yo conocí un par de ellas (locas) pero señoras señoronas,
conservadoras, conservadoras pero acérrimas. Franco era un poroto al lado de ellas. Te lo
juro, un poroto. No podría ser de otra manera, meterte con un roto, porque además son
parao's de raja, el tema de clase estaba fuertemente (...). El tema de la clase que se cruza
con el tema de lo masculino. Había un local, estaba desde antes pero se hizo famoso en la
década de los '70, que era la Quinta Cuatro. Y en la Quinta Cuatro tú encontrabai gente...
mira, en el noveno piso en el edificio del barco (de Merced con José Miguel de la Barra)
vivía un señor diplomático, yo lo conocí porque un amigo mío trabajaba con él. Y él recibía
algunos diplomáticos, encargados de negocios, y él los llevaba a la Quinta Cuatro. Porque
allí habían hombres. Este roto cumple de activo, que te va a penetrar, que te va a dominar,
que te va a hacer gozar, ver estrellas... ese imaginario sigue todavía presente. Porque
además las relaciones que se dan hoy día siguen siendo relaciones de poder. Porque es
difícil que tú encontrís una pareja homosexual que tengan la misma edad, que tengan el
mismo nivel socioeconómico o el mismo nivel académico. Porque son dos poderes
antagónicos. Por más marica que seai, son dos machos culturalmente hablando, que están
en un antagonismo, por una cuestión cultural, porque sigo siendo hombre. Y ni siquiera el
tema de la masculinidad, porque la masculinidad tiene una sutileza. Porque yo te puedo
entender si tú me hablas de masculinidad. Pero en el común hablamos de hombre, del
macho. Este macho dominante, proveedor, cazador, penetrativo. Por supuesto que está la
competencia, quién grita más fuerte, quién golpea más fuerte, porque ahí también está
metido el tema de los roles. [Entre los jóvenes] yo creo que tiene sutilezas, que hay cosas
217

interesantes de mirar, pero en definitiva mi experiencia por lo menos con pendejos, con
parejas, se sigue dando de la misma forma [esa diferencia de roles]. Yo creo que hay más
equilibrio en el tema educacional y puede haberlo en el tema económico. Pero en el interior,
en la cama y en el tema doméstico los roles siguen siendo... Entonces por supuesto quien
trabaja más, más tiempo en el ámbito laboral, aporta más. Y quien tiene menos tiempo en el
ámbito laboral o en el tiempo de estudio tiene que dedicar las cosas, porque yo llego muy
tarde, entonces llego más cansao' hueón, entonces por qué no hiciste la cama si yo estoy
trabajando, no pero si yo también trabajo. Y la hueá es así. Hay un tema ahí que es difícil,
que las parejas permanezcan en el tiempo. Más ahora, las que duraron es porque también
tenían otros ideales, tenían otros componentes. Hoy día la hueá es mucho más mediática. El
tema de la fidelidad sigue marcando un espacio dentro de las relaciones de pareja. El
concepto de la fidelidad al interior de las parejas, inclusive jóvenes, sigue siendo el mismo
concepto arcaico de nuestras abuelas, la monogamia, pero es monogamia tipo casi que
aparece, porque si vai a un boliche y te tomai un par de tragos y si tenís la oportunidad de
tirar con un hueón te lo tirai. Sigue siendo la instalación del tema de la propiedad. Tú eres
mío y eres mío en tanto tú eres mi práctica [...]. Porque si yo soy penetrado yo soy tuyo.
Que es distinto cuando tú comulgai con un proyecto en común y trabajai por eso y haces
demarcaciones [proyectos de amor distintos]. Está ahí el tema de la fidelidad, esta fidelidad
que es abstracta. Yo percibo que eso se ve poco [la dedicación a un proyecto en común más
allá de la atracción física]. Y lo percibo no solamente con los cabros jóvenes.

G: ¿Qué palabras usaban las locas antiguas para identificarse?

M: Enferma del chape, no está enfermita del chape, la loca de la cabeza, la loca del culo, la
saranfia. O la chela, no, erís amigo de la chela. Uranista te la dijo el Leonardo. Yo en mi
puta mi vida he escuchado a tres personas ocupar esta palabra. Un periodista, Alberto
Mancilla, un veterano que estuvo exiliado. A un psiquiatra de ochenta años, ya fallecido, y
al Leonardo Fernández.

G: ¿Cuándo comenzó a popularizarse lo gay?


218

M: Los '90, a mediados-fines de los '90. Nosotros hicimos una encuesta a comienzos de los
'90 (sobre el uso de los términos). Los homosexuales éramos los más populares y los gays
eran los que viajaban y tenían más poder. Eran los más regios, los ABC1. Cuando este
pueblito se empieza a globalizar, los medios de comunicación empiezan a instalar más el
tema en esos términos, te ha resultado más políticamente correcto hablar de gay que
homosexual. Por supuesto que es mucho más bien visto ser gay que homosexual. Se instala
además a fines de los '90 esta cuestión de que ser amigo de un gay era como... hueona. Ahí
hay una cosa perversa. Está este acercamiento en que las maricas son mucho más cómplices
con las mujeres, porque los homosexuales son más fieles, son mejores amigos, porque les
podís contar tus secretos... todas estas huevás que siguen manteniéndose en el tiempo.
(Luego habla de una polémica televisiva entre gays y lesbianas, en la que un gay saca del
clóset a una lesbi) Sigue siendo tan feroz como en la década de los '70, el sacarte del clóset,
la necesidad de encasillarte, de develarte en definitiva, en la práctica nos hemos quedado en
la época de la dictadura, la delación. Tenemos el tema de querer identificar por una cuestión
de seguridades quién es quién. Es o no es. Porque si no, no me tiro. Esa necesidad
imperiosa de identificar, de encasillar, de tener la certeza. Porque además tiene qué ver con
el morbo, quiere pasar de macho pero es marica. La travesti en esa época ['70s-'80s] erai
travesti y erai travesti. Era un mundo totalmente distinto.

G: ¿En las boîtes gays no habían travestis?

M: No, estás loco. Aparte de los transformistas. Y los transformistas eran permitidos porque
además tenían un estatus distinto. Porque además estaba muy ligado por el tema del teatro.
La Rosa Salaverry, el 222, ahí en Dardignac, la Rosa Salaverry viene del mundo del
boudeville. Ella era la sobrina de la Silvia Piñeiro, ella fue una de las vedettes famosas en
este país, junto con la Maggie Lay, ícono de las maricas porque todas querían vestir su
ropa. Fue la época del Bim Bam Bum. Entonces la Rosa tenía un local en Dardignac,
famosísimo porque los espectátculos que se montaban ahí eran espectaculares, el dos
veintidós. Había un sauna hoy día en el 222, que después lo cambiaron, creo que estaba allí
219

mismo. Que después se cambio por Bellavista. Iba el Tomás Vidiella, era un cliente asiduo,
nadie se espantaba porque llegaba el Tomás Vidiella. El Sergio Aguirre que era otro
famosísimo actor... pero los hueones eran vistos así como... nada. Porque eran tan asiduos
que no pasaba nada. Entonces el mundo de los travestis era distinto, porque además estaba
en el mundo más popular, mucho más popular. Los lugares por donde circulaba tenía qué
ver con el tema del comercio sexual, y te estoy hablando del comercio sexual popular poh,
o sea en esa época ni loco pensar que las travestis... yo creo que a lo más llegaron hasta
aquí hasta la Católica... (risas) ¡con cuea! Plaza Italia, con cuea. Yo creo que de ahí para
arriba... yo no conozco, por lo menos en esa época, que hayan ejercido o trabajado en esa
zona. Porque además estaban todos los prostíbulos, las casas de tolerancia, estaban acá en
la zona centro. Porque además tenían todo un peso, La Carlina, Vivaceta, teníai San
Camilo, teníai la calle Maipú. Detrás de la cárcel pública, donde estaba el Terminal de
Buses Norte. La zona de San Martín casi al llegar a Mapocho. La Plaza de Armas, que ha
sido un espacio transhumante de permanentes cambios. Donde ha pasado historia. Tienes
historias pero hermosas, de cambios, reciclaje, precioso, porque la Plaza de Armas
históricamente fue ocupada por mujeres. Después aparecen los homosexuales y ahí (...) esta
famosa primera protesta los homosexuales, en el '73, que eran travestis. Y de a poco los
travestis fueron copando la plaza, ya, y se apoderaron de la plaza a fines de los '70.
Cruzados con las maricas, y con las mariquitas y con las carrozas. Carrozas un poco
venidas a menos que tuvieron su momento de opulencia (risas) pero el roto les llevó toda la
plata (risas).

G: Eso que describes, ¿fueron casos comunes?

M: Pero claro poh. Digo yo venidas a menos porque ya no tenían la opulencia, porque a
final de cuentas, vivieron la vida, y vivieron la vida y... porque las relaciones en esa época,
hoy día es menos marcada, o sea como sutilezas... (hoy) por lo menos el roto trabaja. Antes
no, no trabajaba. Entonces tú manteníai al hombre. Entonces por supuesto, el macho que
era a veces no ra tan agraciado, entonces tú teníai que darle un estilito porque no podíai
llevarlo a cualquier parte así como “peta con gin” (?). Entonces teníai que comprarle no sé,
220

acaso un Dolce y Gabanna o un Armani, pero por lo menos un pantaloncito de Falabella,


decente. Entonces te gastabai... porque además teníai que mantenerlo, teníai que retenerlo...
o otra loca más viva te lo llevaba. Y eso ha sido siempre. Por lo menos mi experiencia, de
conocedor de otros espacios, ha sido siempre así.

G: Roles de género marcados.

M: Marcadísimos.

G: ¿Y fugas de esos roles?

M: Sí poh, sí poh, pero poquísimo, yo creo que hubieron destellos. Era muy difícil que tú
pudierai notar esa fuga, dado que era la norma, era lo establecido, porque era parte de tu
acervo cultural. Si la loca que no tenía ni un puto peso juntaban toda la plata para ir a
gastársela en el Fausto. En la década de los '70... piensa que tú el Fausto surge en la
dictadura, en el año '74. Era pero es que [...] cuando el [Javier] Aparicio instala el Fausto,
piensa que vino un príncipe holandés y le pusieron a la Raquel Argandoña como siempre
ella, se la pusieron qué sé yo... y parece que este príncipe era medio gay, entonces ella
siempre llevaba lo topísimo topísimo ¡y la loca se lo llevó al Fausto! Era así como luces,
toldo, alfombras, y para esa época hueón... ¡era lo más glamoroso que podía tener este
pueblo! (risas). Llegó la reina Isabel, y todos estos hueones haciendo la reverencia... quien
pudiera conseguirse entradas, para ese día, al Fausto... Porque además en la década de los
'70 todavía nosotros estábamos aislados del mundo. Por una razón cultural y económica
pero además, por la razón política, porque teníamos a la dictadura encima. Entonces ya
éramos los hueones los últimos... Entonces que viniera este personaje... es porque además
hubo toda una parafernalia de apertura, este país no vive en una dictadura, aquí viene un
príncipe, y va y se mueve y no corre ningún peligro. Todo ese ambiente, estos roles, no
podían desmarcarse de ese contexto. Y tú lo podíai mirar en esa discotheque o lo podíai
mirar en... qué más popular en aquella época... 18, el 83, la misma Palomera. La Palomera,
que era mucho más antigua, si bien tenía un prestigio pero era un prestigio distinto. Era sí
221

como si hubiésemos traído a Oscar Wilde, era como más culturoso. Entonces habían otros
boliches, que eran más populares, y que estaban mucho más claros (en un sentido político).
Era una hueá súper extraña, no extraña, sintomática, yo creo que también corresponde a la
época. En que se los boliches gay se abrían como quien abre una panadería. Teníai el
Fausto, estaba La Palomera, estaba el Chenut, estaba el 83, 18, el Dos veintidós, estaba
Gamero, el Siria, Burbujas, era una cantidad de boliches que cada vez que decíai ya,
boliche nuevo, partíai pa' allá. El tema de los roles, de la estética y de los funcionamientos
de las personas está en nuestro imaginario. Tenía que ver también con una cuestión de los
silencios, del ocultamiento. Entonces la marica que vivía en el barrio alto por supuesto que
no iba a tener relaciones... (con el bajo pueblo), porque además era marica marica poh,
porque normalmente aquel que era homosexual se casaba, entonces no lo vivía... y
circulaba en un ámbito mucho más under el tema de la homosexualidad. Entonces era más
fácil buscar rotos, porque desde su clase qué le ibai a hacer caso a un hueón que vivía en La
Pincolla, en La Legua, que dijera fulano de tanto era homosexual. O sea, no había ninguna
posibilidad de peligro, pasaba piola. Y porque además nadie iba a hablar porque te convenía
poh. Tú veíai hasta a las maricas que juntaban chaucha a chaucha para poder entrar al
Fausto porque además tenían que comprarse la tinta más estupenda para llegar marcando
pauta al Fausto. Cuatro de la mañana, en La Holandesa, ¡llena! ¡Llena a rabiar! Así atestada
atestada. Ocho de la mañana y las locas curás como pico intentando levantarse a un hueón,
un roto, que eran los tipos que circulaban por la Alameda, que circulaban por el cerro Santa
Lucía, que sabían que a la hora de la recogida más tarde terminabai ahí. Te estoy hablando
de que La Holandesa era como los after hour. Entonces terminaba a las seis de la mañana el
Fausto y los boliches que habían ahí cerca, y a dónde te ibai, a La Holandesa. Pregúntale a
cualquier marica. Queda ahí a la entradita de Santa Rosa. La Holandesa es una fuente de
soda, ni siquiera es gay. Pero al tipo le daba lo mismo, porque el huéon vendía a lo loco, si
llegabai y entrabai con el roto y póngale una botella de pisco, cuatro coca colas y unos
sándwiches de pernil y teníai la mesa llena y llegaba la otra ¡ay, niña por dios! ¡¿Cómo
estay?! ¡Siéntate acá! Ya y todo pero ya regio, estupendo, y ellas comprando y pagaban y
estaban los rotos ahí... o sea, era una bacanal, me cago de risa. Tú veiai a todas las
conspicuas (...) más feo, y llegaba el hueón y terminaban como alfombra. Y las veíai
222

tirando adentro del baño, y el chico que cuidaba los baños ya, decía, no se puede hacer esto
aquí, salgan. Porque además se creaba una complicidad en este micro mundo,
zoológicamente interesante. Nos íbamos a reír de las locas, con esa maldad perversa que
teníamos las más políticas, y a cachar el cuento porque además teníamos que ir entendiendo
por dónde teníamos que ir caminando. Tú veiai gente, los más conspicuos (...) todos los
fines de semana, viernes y sábado, en su tristeza, en su soledad, tratando de que otro las
acompañe y nosotros conocimos de todos estos casos llevándose minos de ahí. Marta, una
camarera que aprendió a conocer a las colas, trabó complicidad con ellas y tomaba los
turnos de noche. Las cuidaba de los rotos que merodeaban. Ella cachaba a todo el rotaje que
circulaba en la zona de Antonio Ríos, que es la calle entre San Francisco y Santa Rosa, y
donde también hay transas, tránsfugas y todo lo demás. Entonces la mina los cachaba y la
amiga se acercaba o te llamaba y te decía no te lo llevís porque te va a dejar tirada la casa, y
la loca se hacía la tonta y ahí inventaba una excusa y no se iba con él. O conocía a todos los
taxistas, entonces cuando estaban las locas muy curás, ya no, ándate con él, déjemelo en la
puerta de la casa y no se vaya hasta cuando entre. Y te cuidaba. Y todas estas pará's de raja
terminaban ahí poh. Ahí terminaban en El Churrasco, que era otro antro. Otro after. Y otro
que estaba aquí era... La Holandesa funciona todavía. Ándate un día viernes a las cuatro de
la mañana. Te vay a encontrar con locas. Hoy día es distinto. Igual está todavía el cuento de
si acaso podís enganchar a alguien para no perder la... para no llegar cero a tu casa. Pero
todavía siguen... Una vez hicimos un show, una fiesta en casa de un amigo en Manuel
Rodríguez. Y estaba de moda Romané. Entonces a estas maricas se les ocurrió hacer una
fiesta Romané. Y después todas las maricas llegaron de gitanas [a La Holandesa] porque
todas querían ser gitanas. No había ningún gayó, ¡todas de mina! Eso mucha gente lo
empezó a asumir y todavía la gente va y para no irse pa' su casa, que viven más complejas,
hay muchas maricas que a las seis de la mañana todavía no transita su micro porque no
tienen plata pa' taxi o ya se la gastaron toda, y el metro todavía no abre, entonces es más
fácil quedarse ahí hasta que abre el metro y ahí llegan más seguras a su casa. Y funciona
todavía.

G: ¿Cómo se autopercibían las locas?


223

N: El tema de la culpa todavía sigue marcando la vida de muchos hombres. El tema de lo


fatal, el que te lo merecís porque eres pecador, porque no estai dentro de la normalidad, que
todo lo que te pasaba tenía qué ver con eso. Yo por lo menos, yo era un poquito disperso.
Yo me movía en aguas contradictoras, porque yo viví mi homosexualidad dentro del mundo
cristiano, y desde el mundo político. Me movía un poco también dentro del mundo
estudiantil y dentro de esta frivolidad callejera media prostibular que eran mis amigas
escritoras. Entonces yo observaba que tenía qué ver [este mundo prostibular] con cierto
rasgo de liberalidad que te lo daba el mercado. El mercado te permite este espacio de
libertad. Entonces cuando tú lograbas ingresar a ese mundillo, de alguna manera tú sentías
que los homosexuales rompían con estas cadenas. Con estas cadenas que te duraba lo que te
duraba el boliche, con estas luces que se apagaban y tú tenías que volver a tu triste realidad.
Con una realidad espantosa, dolorosa, de padres violentos, agresivos, inclusive de
relaciones de parejas que eran tortuosas. Y que eran mucho más tortuosas que ahora.
Porque el hombre te pegaba. Te pegaba y te quitaba las cosas. Porque se iba y te llevaba la
mitad de las hueás. Porque él se lo había ganado. Se lo había ganado en la cama. Entonces
te quedabai así en la [...] de la vida y no teníai derecho ni pito qué tocar y ni siquiera te
atrevíai, jamás, impensable que alguien pudiera pensar o insinuar hacer una denuncia
porque alguien le robó las cosas. Porque además la respuesta del policía lo más probable
que fuera, si no te dejaba adentro por maricón, te hubiera dicho, eso te pasa por ser marica.
Quién te mandó, te lo merecís. [El mercado] aparece como esta pequeña lucecita de
remanso, del edén, del oasis, de todo lo que podía significar tu vida homosexual. El vivir
preso de una culpabilidad, de un prejuicio, de un miedo, de un temor. En la época en que la
Rosa se cambia del Dos veintidós y se va a Echaurren se cerraba el boliche a las dos de la
mañana y nos quedábamos todos adentro. Era una hueá, tu veíai... la liberación completa y
nos quedábamos hasta que terminaba el toque de queda. Y así era siempre. Era una casona
vieja [la de Echaurren], hermosa, que también le daba todo el glamour. Era bonito. La Rosa
como tenía todo este vínculo con la gente de las artes de repente aparecían y saludaban [...]
Y se iban. Las cosas que veíai [...] a todo trapo, te lo tomabai con todo. Tú veíai cómo
ocupabai ese espacio para poderte liberar, no te ibai hasta que las minas empezaban a
224

barrer. La última posibilidad de engancharte algo, o sea, el tema de la soledad era


espantoso. De ir a comprar algo y no encontrar nada. No poder llevarte nada para tu casa. O
que nadie te llevara. Era una hueá... yo lo miro desde ahora, patético. Patético, porque tú
ibai a la discoteque a cazar. Sí o sí. Sí o sí. No ibai a entretenerte, no. No ibai a pasarlo
chancho, no. Teníai que ir a enganchar, así era el tema.

G: ¿Qué relación había con la institución del matrimonio [heterosexual]?

M: Yo creo que en un alto porcentaje de repetir el modelo que existía. Esta figura en alguna
medida te da un cierto estatus. Y eso está instalado porque está en nuestros códigos.
Nuestro papi histórico está ahí porque ser madre soltera era mal visto, ser una mujer
separada era mal visto, ser viuda era un peligro público, por lo tanto crecimos de nuestras
madres que un matrimonio bien constituido te daba una estabilidad y te daba un estatus. Yo
soy señora. Y eso nosotros lo mirábamos. En definitiva, lo que había detrás de ese mensaje
si tú eres soltero eres una puta porque andai tirando con el primero que se te cruza por
delante. No tienes una relación estable. Era el roto más picante hueón, pero era tu marido.
Entonces eso te daba un estatus, no sé si acaso de clase, yo creo que tiene qué ver con ese
estatus cultural. Porque en definitiva invertíai todo lo que teníai en este “matrimonio” que
te daba seguridad. Porque además teníai sexo a la mano y tú mandabai. El enroque que se
hace es medio perverso (en el mundo homoerótico). Venís siendo “la mujer” pero también
la proveedora. Eso no creo que haya cambiado mucho. Puede estar un poquito difuso,
puede que sí, que exista una relación un poquito más horizontal. Pero difícilmente, eso dura
poco. El tema de las relaciones de poder es “más estable” porque los poderes se
contraponen. Hay un cierto sometimiendo de parte de unos de los miembros de la pareja,
porque nos gusta. El tema de la autonomía nos cuesta todavía. Y las relaciones de personas
de la misma edad, de los mismos niveles, es una relación profundamente complicada. Con
el Carlos fue no tortuoso, pero dos machos que estábamos en permanente gallito. Mi
experiencia fue la calle, aprendí ahí. O sea, mezclado con toda esta hueá.

G: ¿Recuerdas algún caso en particular de violencia homofóbica?


225

M: La muerte de la mujer, por la cual se creó Ayuquelén. Está en la historia del Víctor
Hugo. Yo aparecí públicamente el año '85. Además en la revista que trabajaba mi hermano,
en el APSI. Saliendo del clóset de frentón, con bronca, con bombos y petacas. En donde mi
familia se entera, lo converso con mi mamá y mis hermanos. Yo después me fui enterando,
cuando fundamos el movimiento (Movilh) de golpizas de chicos, de chicas travestis, heavy.
226

Entrevista a Monique
Plaza de Armas de Santiago
27 de agosto de 2013

G: Gonzalo Salazar
M: Monique

M: Mira en ese tiempo... yo te voy a hablar de los años '60-'70, no existían los lugares gay.
Aquí en la plaza se juntaban muy discretamente, vestida muy discretamente, porque
tampoco andaba nadie exagerada, porque si la pillaban un poco ahí se la llevaban [...] era
tan simple como eso.

G: ¿Se utilizaba ese código en que tú te vestías de tal forma que un paco no te pudiera
reconocer pero alguien gay te pudiera reconocer?

M: Sí, entre la gente siempre se reconocen. Y no era por la gente gay, sino que por la
policía. Los lugares en que uno se juntaba en la plaza, en algunos cines... que en la
actualidad todavía se juntan en cines. En los cines porno del centro se juntan. Qué se yo, en
ese tiempo en la Alameda había un café que se llamaba... era de estos de intelectuales, de
escritores, y entre medio de gays también.

G: O sea que estaba todo más revuelto...

M: Claro, generalmente los intelectuales siempre defienden las libertades. Lo demás eran
los cines y los prostíbulos. Que eran los otros lugares donde había un poco de libertad. En
otros no, no había, no existía.

G: ¿Qué prostíbulos conociste?

M: Conocí La Carlina, que fue el más famoso, el Buque, que era como la concurrencia de la
227

Carlina, donde ahí, tú podías vestir de mujer, hacer show y todo eso. Que era como lo
máximo de libertad pero, llegaba la policía y todo (...) El Buquesito estaba en la calle
Coquimbo.

G: ¿Coquimbo con Lord Cochrane?

M: Sí, por ahí. Y en ese tiempo también habían unos... que era el barrio rojo de esos años,
que eran los callejones, eran manzanas completas de puros burdeles. No era exclusivamente
de gay, sino que ahí los gay estaban para servir, para el aseo, ese tipo de cosas. Que quiero
decir, donde podían desahogarse. Lugares como un club, como hay ahora, discoteques,
imposible. A veces en un lugar se podían poner en un momento de locura, qué se yo, a
bailar así con algunos hombres, en algunos barrios, al otro día había una micro de pacos.

G: ¿Dónde estaba ese barrio rojo?

M: El barrio rojo estaba en Diez de julio, entre Portugal y Lira, por ahí. Era una manzana
entera. Habían unos callejones bien famosos en ese tiempo.

G: ¿Prostitución masculina existía?

M: Mmm un poco acá en el centro pero muy, muy discretamente.

G: Eran jovencitos que...

M: Claro poh. La historia de siempre, un jovencito con un señor mayor decente de


compañía. Y por intermedio de un regalo (...) Eso es la historia de siempre. Los hetero con
una muchacha (...) es como la ley de la vida. Como te digo, libertad no existía. No habían
club, no había ni un (...) nada. Bueno, en ese tiempo tampoco era la época de las
discoteques, era la época de las boites. Las discoteques empezaron después de la película
Fiebre de sábado por la noche, ahí empezaron las discoteques.
228

G: ¿El '79?

M: Más o menos por esa fecha, claro, ahí hay un vuelco y la juventud empieza a salir y los
adultos ya se empezaron a quedar.

G: Antes de que aparecieran las discos gays, los pocos lugares donde los hombres podían
reunirse también estaban mezclados con otras personas, eran lugares más de tolerancia...

M: Claro.

G: ¿Y cómo era el tema de los espacios públicos?

M: Como era tan restringido todo, siempre estaba el temor. Todos los gays con miedo. En
ese tiempo la ofensa a la moral eran 61 días de cárcel. Ahora hace poco la sodomía, todo
eso era penado por la ley. Ahora ya se han ido ganando espacios, más libertad, ya no está
penado. Pero por muchas décadas Chile fue un país, yo creo que [...] claro, han conseguido
mucha libertad pero... igual quedan grupos que no aceptan.

G: Algunas personas me contaban que pasaba mucho que un hombre se iba con un chico
que se estaba prostituyendo y que... se iban por el cerro Santa Lucía...

M: En el Santa Lucía siempre hubo un poco de encuentros, en la actualidad todavía.

G: Y a veces este chico le robaba al tipo...

M: En la actualidad todavía pasa eso. No tan sólo... Hoy en día todavía pasa y... van a los
apartamentos. Por ejemplo, ahora hay un grupo de chicos que trabajan abajo del cerro Santa
Lucía y son todos delincuentes. Esos cabros se van al apartamento y le dan algo para que se
duerma a la persona y le roban todo... o lo que pueden.
229

G: ¿Qué nombres de boîtes recuerdas tú que funcionaran como lugares de reunión?

M: Hubo uno que yo no estaba acá en Chile que se llamaba la Quinta Cuatro. Para el lado
de Recoleta. Ese es uno de los raros lugares que iban los gays, bailaban ahí...

G: ¿Qué palabras usaban los gays para molestarse entre ellos?

M: Todas expresiones de mujer en realidad. En el fondo en el corazón de un gay siempre


hay una mujer.

G: Tú viviste el tema de la bohemia que había en Santiago antes del golpe militar.

M: El tiempo que estuvo Allende, pero ese tiempo ya me fui, viajé a Europa justo el '73, el
mes de mayo. O sea que yo no viví de todo lo que pasó durante el (...) militar. Yo volví
después el año '81-'82, que estaba todo calmado, se había arreglado la situación económica,
todo eso, y no se sabía nada. Ya ahora se está sabiendo todo eso de las muertes y de la gente
que mataron. Y muchas veces mataron (...) sobre todo los gays de los prostíbulos. Porque
los milicos entraban a los prostíbulos y con los primeros que cargaban eran con los gays.
Incluso hay una historia que me contaron, que yo quedé pero... horrorizada. En un
prostíbulo un gay lo tomaron y lo amarraron de los testículos y lo empezaron a pasear por
el pueblo, porque era un pueblo, no sé si Iquique o Calama. Pero después le cortaron la
cabeza. Claro que eso nunca se va a saber, que lo vivieron las otras prostitutas, todo ese tipo
de atrocidades y muchos que mataron... y sin embargo Pinochet dio el visto bueno para que
las transexuales se operaran. Por intermedio del seguro social de ese tiempo les ponían la
operación gratis fíjate. Son contradicciones. Yo volví el año '81-'82 y después a instalarme
de nuevo acá el '84-'85. Estaba todavía el toque de queda y todo eso. Pero era una
tranquilidad que había... obligada. Que a veces se echa de menos [...] como están las cosas
hoy día [...] tanta delincuencia, en ese tiempo no había, no había delincuencia porque todos
estaban muertos. Y ahora parece que hay demasiado mano blanda... está el problema de la
230

droga que en ese tiempo no había. La coca siempre existió acá, pero era en los niveles altos.
Los que podían pagarla. Eran comerciantes, gente de plata que se daba sus fiestas, su
desahogo y a la vez se compraba sus papelillos de coca. Y tampoco era la coca como ahora
que es pastabase, que eran residuos. En ese tiempo era pura no más. Luca (Montecarlo)
recorrió casi el mundo entero, fue muy famosa ella. Y ella fue la primera que hizo
striptease en el Bim Bam Bum. Llegó con un número montado, con decorados, todo eso,
era muy buena artista ella. Bueno, en ese tiempo era la época de oro de los cabarets,
entonces los shows eran muy entretenidos.

G: ¿Por qué esa era la época de oro?

M: Sabes que pasa, que eso era familiar, no había ni morbo ni maldad, era una salida de
familia, matrimonios salían, y había un esmero en hacer cosas bonitas, no había
pornografía, no había necesidad, entonces eran verdaderos [...]. Y además que no estaba
todavía la televisión tampoco. La gente tenía la radio o los cabarets para salir a divertirse.
Estaban en ese tiempo las quintas de recreo, que eran día domingo, ahí era más familiar. Y
siempre habían bailarinas, bailarines, qué sé yo. Y era sano. El público del Bim Bam Bum
eran matrimonios y viejos verdes que venían también. En ese tiempo no había nada más
que [...] Entonces los únicos lugares que tenían los hombres para ver una mujer desnuda o
semidesnuda eran las boîtes o en el teatro.

G: ¿Dónde estaban las boîtes?

M: Aquí en el centro habían varias, estaba una que fue muy famosa que fue La Sirena que
todavía existe, hoy se llama Grammy y está en Irarrázaval con Vicuña Mackenna. Y ahí
traían grandes artistas como Adamo, Pedro Vargas... y el Bimbambún que traía números
con vedettes internacionales. Tú podíai salir de la boite y prácticamente irte a pie a tu casa
sin temor de que te fueran a cogotear. Siempre han habido cogoteos, pero esos estaban
cerca de Estación Central, en San Pablo con Matucana, Bandera también era un barrio
bravo... pero eran barrios específicos. No como ahora. Y como te digo todo era más sano.
231

Nos íbamos a los prostíbulos, porque eran los únicos lugares que estaban abiertos después
de que terminaban las boîtes y donde había alcohol y hueveo a destajo, de bailar, tomar,
pasarlo bien... se encontraban novios ocasionales, por la noche, por un rato. Y al otro día
todo normalmente.

[...]

[A su retorno, el año '84] Se había terminado el ambiente nocturno. Con el toque de queda,
murió todo. Incluso revivió cuando empezaron las discotecas. Pero ya era otra generación,
la generación de jóvenes. Entonces hubo un lapsus en que murió todo. Con el toque de
queda, cuando empezaron los militares. Yo creo que nunca más se revivió eso. Las boîtes
murieron, los teatros de revista murieron, porque no podían financiarse, con un toque de
queda a las 7 de la noche, o a la 1. En los pocos lugares en que trabajaban, se quedaba la
gente adentro hasta la amanecida. Pero se sobrevivía. Ya no fue más la época de oro de las
boîtes, la gente se llenaba, y era todos los días, las boîtes no era como ahora que es jueves,
viernes y sábado o viernes y sábado, era todos los días. No había un barrio en que
estuvieran todas [las boîtes] concentradas. En la Avenida Bulnes está el Tap Room. Como
cuatro o cinco habían en el centro. Después estaba La Sirena, estaba el Picaresque en
Recoleta... que tan poco era tanto tanto ah... Estaban los barrios rojos que en ese tiempo
absorbían mucha gente. [Con las discos] ya era otra generación, que no habían conocido lo
anterior. El Fausto fue la primera boîte gay que hubo aquí en Santiago, en el tiempo de los
militares. Después hubo otro que se llamó el Quásar, estaba por el lado, cerca de donde era
El Buquesito. Esos fueron los dos primeros que empezaron. Y ahí era exclusivamente gente
gay. Pero eso era ya en el ochenta y tantos ya.

G: ¿Tú te consideras trans?

M: Yo sé en el fondo de mí que soy trans pero yo me considero una señora.

G: ¿Cómo era la actitud de las personas de la época de las boîtes con respecto al
232

travestismo?

M: Todo era oculto, como te contaba antes. Habían travestis nada más que en los
prostíbulos, no andaban en la calle, no, jamás. Siempre fue un poco de burla. Siempre fue
de burla, siempre. Cambió cuando dieron el tránsito a las operaciones, ahí cambió la actitud
de la gente. Evidentemente si tú te comportas como una señora, porque andar como [...] o
ridícula en la calle, nadie te va a respetar [...] Porque si tú tienes en el fondo de tu corazón
la intención de convertirte en mujer... tienes que comportarte como tal. No puedes seguir
comportándote como un maricón loco.

G: ¿Qué formas tenían los gays para nombrarse?

M: Antes era marica, maricón, loca. Esto de gay ahora último, cuando ya empezó el Movilh
a presionar... pero antes no, cualquiera te insultaba. Como nosotros todos copiamos, es
como más inglés, más americano, es un nombre muy especial, significa alegre.

G: Cuando volviste, ¿se usaba la palabra gay?

M: No todavía, estaba como empezando. Yo creo que fue después de que aprobaron la ley
contra los homofóbicos [se refiere a la Ley Antidiscriminación], en ese tiempo. Porque
antes los tildaban de maricón, loca, etc.

G: ¿Había hoteles donde aceptaran gays?

M: Era muy difícil, era todo como oculto, había alguien que aceptaba pero corrías el riesgo
de que llegaran los pacos y todo eso. Yo fui poco de aventuras y cosas así. Considero que
ya pasé el tiempo de eso. Llevo una vida bien agradable, un buen pasar y bien ubicada en
mi edad también. Nosotros éramos un grupo que fue el primer grupo de travestis que hubo.
Te hablo del '65 [Blue Ballet]. Ahí empezamos. Porque la Tía Carlina era como una escuela.
Ella era muy estricta, cabrona. Y había que tener su espectáculo, estar bien vestidas, qué sé
233

yo, era el único lugar donde tú te sentías valorada. Y los hombres iban exclusivamente a ver
travestis. Fue el primer lugar y después El Buquesito. Cuando nosotros estuvimos ahí ya
fue como el último de lo máximo, ya después ya decayó, nunca más fue lo mismo. Me
imagino que habrá durado unos 20 años... de gloria. Tiempo de los burdeles, cuando
estaban de moda. Y era el único lugar que uno se sentía admirada, valorada, y podíai hacer
show y un lugar de categoría. Porque en lo demás, por ejemplo en el barrio rojo los gays
estaban nada más que para el aseo, servir, ese tipo de cosas. Siempre fueron muy mal
mirados los gays de prostíbulos. En la Carlina era todo lo contrario. Yo creo que [La
Carlina existió] desde los '50 más o menos. Después de que nos fuimos nosotras decayó.
Cuando ya empezamos a trabajar en bar normales, que fue una batalla pero... cómo te
cuento. Fue una vez un empresario que era del norte, el señor Tino Ortiz, y habló con una
de nosotras y le dijo que juntara un grupo de seis. Y nos llevó a Arica, al bar (...) que era lo
mejor que había en Arica en ese tiempo. Arica en ese tiempo era puerto libre, había mucha
plata... y nos fue estupendamente bien. Y de ahí empezamos a bajar a Santiago. Él inauguró
otra boîte en Valparaíso y de Valparaíso hicimos la entrada a Santiago. Pero a cinco días del
estreno la Carlina nos hace un boicot con la policía. Y nos han anulado el estreno cinco días
antes. Que fue un golpe terrible para nosotras, porque nosotras habíamos puesto todo, todo
en eso, porque era una posibilidad de salir, de valorizar a los travestis, fue como una punta
de lanza, que la gente se borrara esa idea que tenía negativa. Y no pudimos hacer nada. La
Carlina mandó cartas al dueño del teatro, diciendo que nosotras habíamos sido prostitutas,
que habíamos estado presas, qué sé yo... Entonces claro, el hombre se asustó [...] Entonces
nos devolvimos a Arica, y volvimos a hacer otro intento, que fue como el año '66, y ahí ya
logramos debutar en Santiago en gloria y majestad. Y ahí hicimos por todo Chile, fuimos
seis años como grupo, nos fue excelentemente bien, todavía hay gente que se acuerda,
porque le dimos mucha categoría, ya no era el mariconeo barato, como la gente pensaba. Y
era gente hetero la que iba a vernos. Existen registros de estos shows en diarios y revistas
que están en la Biblioteca Nacional. Pero había mucha prensa, muchos diarios, entrevistas...
fue una época muy bonita. Y este mismo señor nos llevó a Europa. Y ahí por razones
económicas nos separamos, que era más comercial trabajar separadamente que en grupo. Y
después ya, seguimos trabajando allá, después [todas] hicimos el cambio de sexo. Después
234

volvimos ya como mujeres, con documentos femeninos, todo eso. Yo viví en París. Pero los
gays son en todas partes del mundo igual. Cambia todo el resto de la gente menos los gays.
Son envidiosos, veleidosas, conflictivas, todo eso. Pero como te digo, ha sido una vida
plena, muy muy linda. Que si tuviera que elegir, yo la viviría de nuevo. Sin ningún
arrepentimiento de nada. El grupo de nosotras supo aprovechar las oportunidades que nos
brindó la vida. Eso es muy importante. Además que nosotras tuvimos que nacer de nuevo.
No fue fácil. En La Carlina uno iba y se daba como una audición. Ibai y hacíai tu show y
según como eras... si veía que tú tenías un poco de clase, qué sé yo, ella te dejaba. Y era el
mejor lugar para ir, y el único lugar donde te valoraban como artista, como persona.

G: Igual Carlina se quedaba con una parte de la ganancia...

M: Ah sí poh, como todas las cabronas. Eso olvídate. Como cualquier empresario.

G: Imagino que tuviste una vida amorosa siendo bailarina...

M: Éramos jóvenes, siempre estábamos [...] con historias de amor. Fue una vida muy plena.

G: ¿Viviste episodios de discriminación?

M: Ah sí poh, al principio sí. Sobre todo aquí, cuando te llevaban presa por vestirte de
mujer, eso era humillante [cuando aún estaba en la Carlina y entraban los pacos], te
llevaban de mujer y eran 61 días por ofensas a la moral. Y ahí lo menos que te decían que
erai linda. Eso fue lo más duro. Teníamos celdas aparte. Cuando habían redadas de pacos, a
veces uno alcanzaba a esconderse, otras veces no. A veces entraban de civil, se ponían en
las esquinas y no teníai donde arrancar.

G: ¿Y a los clientes también se los llevaban?

M: No, a menos que hubiera algún delincuente, o menor de edad, o algún ladrón que
235

estuviera buscado por la policía. Yo tenía 17 [cuando llegué a la Carlina]. Cuando


empezamos en el Blue yo había cumplido recién los 21. Y venían buscando por ese lado,
que habían menores de edad, porque nos pusieron miles de trabas. Qué cómo era posible
que un grupo de homosexuales hiciera show... [Las trabas las puso] la policía, los curas,
todo eso. Después que una vez hacíamos el show, cambiaba todo. Si a veces cuando
llegábamos a algunas ciudades, teníamos que dar una audición para el jefe de la policía,
para el alcalde, todo eso... y ahí daban el pase. Si en ese tiempo no existía libertad para los
gay, nada, nada. Nosotras fuimos las primeras que cambiamos la mentalidad de la gente.

G: ¿Cuándo crees que empezó a haber más libertad acá en Chile?

M: Yo creo que una vez que se fue... Pinochet. A pesar que con los milicos se abrieron [...]
el Fausto y el Quásar. Y era contradictorio.

G: ¿Y por qué crees que empezó a haber más libertad?

M: Porque la gente se atrevió a exigir. El Movilh ha hecho una gran labor para la libertad
de los gay. Hay más información, los miedos se han terminado, han cambiado las leyes, ya
la sodomía no está penalizada si son mayores de 18 años. Soy muy amiga de la Francis
Francoise, la del Fausto (...) sí poh si nosotras somos las precursoras de todo eso.
236
Anexo 2. Grilla de fuentes primarias

1920-1949

Prácticas de captura

Eduardo Correa Bravo, Homosexualidad. Aspectos del problema en Santiago. Tesis para
optar al título de médico-cirujano. Dirección General de Sanidad, Universidad de Chile,
1941.
-Descripción médica de homoeróticos-

E.B. “Afirma no ser capaz de reconocer al homosexual en la calle, y no haber realizado


nunca conquistas callejeras de este género” (2).

C.R.N. “Dice reconocer en la calle a los homosexuales, por sus modales especiales” (4).

C.R.U. “...dicho individuo lo conquistó en la calle, a la cual era muy aficionado en su


infancia [...] Pronto la homosexualidad se hizo un hábito para él, y entonces no le bastaban
sus amigos, sino que salía al centro a hacer sus conquistas, especialmente en los Portales y
Plaza de Armas, con cuyo fin salía expresamente al caer la tarde. Dichas relaciones le
producían gran placer.” (7).

L.A.C. “A los 22 años realiza la primera relación homosexual con un empleado de la


mercería donde venía a comprar los materiales para el fundo; dicho individuo lo invitó a
beber y después se lo llevó a su casa, pero no pudieron llevar a término la relación
(paedication), pues sintió mucho dolor; después no lo volvió a ver nunca más [...]
Después de la primera relación homosexual se vino a Santiago, ingresando como garzón de
un restaurante, y de entre los ebrios que quedaban a última hora, elegía a aquellos que creía
que pudieran actuar como invertidos, les hacía insinuaciones en tal sentido y si resultaban,
los invitaba a su pieza. En esta forma tuvo relaciones con unos 40 o 50 individuos

237
238

diferentes, las que realizaba generalmente por gusto, pues no recibía dinero en pago y por el
contrario, en muchas ocasiones, él les pagaba a sus invitados
[...]
Durante algún tiempo estuvo en Valparaíso, donde continuó en sus prácticas homosexuales,
las que realizaba con los marineros, a los que también les pagaba [¿el activo?].” (11).

J.D.G. “A los 9 años fue a la escuela pública, a la cual asistió durante 3 años; allí aprendió a
masturbarse con sus compañeros; a los 14 años de edad se empleó como mozo en una casa
particular, donde trabó amistad con el hijo de su patrón, que era 3 años mayor que él, quien
le propuso relaciones homosexuales, las que realizaron actuando en el rol de invertido
pasivo” (13).

“[H.R.R.] A los 11 años de edad inició las prácticas homosexuales con sus compañeros de
escuela, con los cuales hacían la cimarra y se iban al cerro, donde llevaban a cabo sus
relaciones” (15).

“[E.A.O] A los 15 años efectuó la primera relación homosexual, con uno de los hijos de su
madre adoptiva, muchacho de 20 años; dicho acto lo realizaron en el campo, durante unas
vacaciones. Estaban en Puerto Montt, y todos los días iban a un cerro vecino a jugar, sitio
en que tuvieron varias relaciones homosexuales” (16).

“[C.M.M.] Dos años más tarde, con un compañero de los padres salesianos, realizó la
primera relación homosexual, en el interior del colegio, la que repitieron en 2
oportunidades” (17).

“[L.V.] Se trata de un muchacho que llegó a la Of. de la Denuncia Venérea, que relata lo
siguiente: hace algunos días, en circunstancias que se encontraba a la salida del Teatro
Balmaceda con un grupo de muchachos, más o menos a las 81/2 P. M., fue invitado por O.
C. [Orlando Castillo], cómico de la compañía que actúa en dicho Teatro, para acompañarlo
hasta su casa, cuyos detalles completos relata” (18).
239

“[J.D.R.] A los 12 años realizó la primera relación homosexual, siendo llevado a ella por
fuerza por un individuo adulto, en un campamento obrero en La Unión, donde trabajaba su
padre. Dicha relación le produjo desagrado y un pequeño desgarro anal, pero a pesar de
ello, las repitió después en varias ocasiones” (18).

“[D.A.M.] abandonó la casa de esta [su tía] a los 12 años, después de haber asistido durante
2 años a la escuela pública, para dedicarse a la vagancia con otros muchachos de su edad,
con los cuales se inició en las prácticas homosexuales bajo los puentes del Mapocho y en
los cerros; también aprendió la práctica del onanismo (pág. 52).” (19).

“[D.A.M.] durante este lapso [desde que volvió a Santiago a trabajar como mozo de
prostíbulo], constantemente ha mantenido relaciones homosexuales con clientes que
llegaban a los lenocinios en que él trabajaba, o con individuos que conquistaba en las
calles, a los cuales dice conocer en sus modales y manera de andar” (20).

“[L.G.Ch.] A los 8 años [1932] fue cogido por un grupo de muchachos, quienes practicaron
con él actos homosexuales, a consecuencia de lo cual recibió lesiones anales que le
obligaron a recurrir a la A. P. Después ha practicado en numerosas ocasiones, actos
homosexuales, [tenía 13 años en 1937] actuando en ambas actitudes” (24).

“[H.G.M.] A la misma edad [10 años en 1934] inició relaciones homosexuales, inducido por
un muchacho mayor, las que dice haber realizado solo dos veces; parecer ser poco verídico
en esta aseveración” (25).

“[E.P.O.] Relaciones homosexuales desde los 10 años [1931], con muchachos de su edad y
mayores que él; dice que estos amigos han sido tres y que ha realizado el acto homosexual
unas 30 veces, adoptando preferentemente la actitud pasiva. Presentó una rectitis
(gonocócica?), que sanó rápidamente con lavados. Desde hace un año ha abandonado las
relaciones homosexuales y desde esa época ha tenido varias relaciones heterosexuales” (25-
240

26).

Espacios de encuentro homoerótico

Eduardo Correa Bravo, Homosexualidad. Aspectos del problema en Santiago. Tesis para
optar al título de médico-cirujano. Dirección General de Sanidad, Universidad de Chile,
1941.
-Descripción médica de homoeróticos-

Plazas, hoteles, prostíbulos, colegios laicos y religiosos, la calle.

J.D.G. “...ha mantenido relaciones continuadas con una misma persona durante largos
períodos de tiempo (6 a 8 meses), especialmente con caballeros de edad, a los que
conquistaba en el Portal [Fernández Concha] [...] Para la búsqueda de sus clientes concurría
en las tardes al Portal Fernández Concha y Plaza de Armas, sitios en que dice se reúnen
gran cantidad de invertidos, con idénticos fines, y una vez encontrado algún cliente se
dirigían a uno de los hoteles de la vecindad con el fin de llevar a cabo el acto homosexual”
(13-14).

“[H.R.R.] A los 15 años comenzó a concurrir a los prostíbulos, donde muy pronto encontró
clientes que le pagaban por las relaciones sexuales; además, salía a las calles para hacer
conquistas homosexuales (pág. 49) [...] En cuanto a la búsqueda de sus clientes, la realiza
en los prostíbulos o "patinando" por la calle.
” (15).

“[E.A.O.] Durante su vida homosexual ha mantenido relaciones con múltiples individuos,


de diferentes edades y profesiones (muchachos, ancianos, marineros, etc.), recibiendo en
cada relación, cantidades de dinero que fluctúan entre 15 y 100 pesos, relaciones que
llevaba a efecto en los hoteles” (16).
241

“[C.M.M.] En 1936, tiene nuevas relaciones homosexuales en la Cárcel, donde cayó preso
por 61 días; relata que en este establecimiento inician a todos los reos, especialmente a los
muchachos que caen presos por primera vez en las prácticas homosexuales, actuando con
ellos diversos individuos; tales muchachos no pueden reclamar por temor a las venganzas
posteriores. Al abandonar la Cárcel, nuevamente fue operado de un nuevo absceso
perianal” (17).

“[J.D.R.] Durante su vida ha practicado el uranismo con múltiples individuos, entre los
cuales recuerda, que a los 31 años mantuvo relaciones en la Cárcel con otros reos;
posteriormente, las ha realizado en varias oportunidades, entre las que recuerda que durante
más de un año mantuvo relaciones regularmente 2 o 3 veces por semana, con un compañero
de trabajo en Rancagua” (19).

“[D.A.M.] abandonó la casa de esta [su tía] a los 12 años, después de haber asistido durante
2 años a la escuela pública, para dedicarse a la vagancia con otros muchachos de su edad,
con los cuales se inició en las prácticas homosexuales bajo los puentes del Mapocho y en
los cerros; también aprendió la práctica del onanismo (pág. 52).” (19).

“[D.A.M.] Más o menos a los 22 años trabajó en un mineral, en el Norte, donde también
mantuvo relaciones homosexuales con varios de sus compañeros de trabajo” (19).

“[D.A.M.] durante este lapso [desde que volvió a Santiago a trabajar como mozo de
prostíbulo], constantemente ha mantenido relaciones homosexuales con clientes que
llegaban a los lenocinios en que él trabajaba, o con individuos que conquistaba en las
calles, a los cuales dice conocer en sus modales y manera de andar” (20).

“[J.P.U.] A los 16 años, siguiendo consejos de sus amigos, sale a la Plaza de Armas en
busca de clientes con quienes realizar el acto homosexual, encontrando a un caballero de
cierto edad, con quien entabló conversación y luego, este le hizo proposiciones
homosexuales que él aceptó, realizando el acto en uno de los hoteles vecinos, recibiendo en
242

pago de dicha relación la suma de $100.-; durante la realización del acto experimentó
intenso placer; a dicho señor no lo ha vuelto a ver más. Después de esta primera
experiencia homosexual, siguió "patinando" en la Plaza de Armas y Portales, sitios a los
cuales concurría 2 o 3 veces semanales, mientras estuvo en su casa, saliendo de ella a
realizar el acto homosexual
[...]
En total, dice haber actuado con unos 50 o 60 individuos diferentes, la mayoría de los
cuales los ha buscado en las calles centrales de nuestra ciudad” (22-23).

“O. F. O., 11 años (1937). Ilegítimo. Constitución física feminoide insinuada. Genitales
normales.

Onanismo desde los 9 años, que lo ha practicado varias veces en el día. A la misma edad
fue inducido a efectuar relaciones homosexuales, las que ha practicado con unos 5
individuos diferentes, uno de los cuales era un adulto, que lo violentó en el cerro San
Cristóbal, en 1935, bajo amenaza con arma blanca, produciéndose un desgarro anal; ha
actuado indistintamente en ambas actitudes. Relaciones sexuales en unas 10 oportunidades,
con muchachas de su edad, pero a pesar de todo persisten en él los deseos homosexuales”
(35-36).

“[J.R.M., 10 años en 1937] A los 8 años de edad se fue al Sur, con un señor rico, donde fue
iniciado en las prácticas homosexuales por los trabajadores del fundo; niega relaciones con
el patrón. Volvió a Santiago por los malos tratos, pero no se acostumbró en el hogar, por lo
que frecuentemente lo abandona, quedándose a dormir con sus amigos en los alrededores
del Mapocho, o faldeos del Cerro San Cristóbal y Blanco, donde continuó en sus prácticas
homosexuales con estos, o con invertidos profesionales; generalmente ha desempeñado el
rol pasivo en sus relaciones, aunque ha intentado el activo” (37).

“B. A. T., 9 años (1937). Legítimo. Constitución física viril normal. Genitales normales.
Ano: relajación del esfínter.
243

[...]
A los 4 años, fue inducido por un adulto a realizar el acto homosexual, que ha seguido
practicando hasta hoy; onanismo una o dos veces diarios desde esa edad. Ha tenido
relaciones homosexuales con unos 7 invertidos diferentes, unas 10 o 15 veces con cada uno
de ellos (en los cerros, etc.), en ambas actitudes. Actualmente mantiene relaciones
homosexuales con 4 muchachos de su edad” (39-40).

Mercados del sexo

Eduardo Correa Bravo, Homosexualidad. Aspectos del problema en Santiago. Tesis para
optar al título de médico-cirujano. Dirección General de Sanidad, Universidad de Chile,
1941.
-Descripción médica de homoeróticos-

“A los 16 años, siempre en Concepción, [E.B.] tuvo su segunda relación homosexual, esta
vez con un médico, tipo de unos 50 años, quien lo había asediado por largo tiempo. Este
individuo le prestó ayuda económica, le pagaba un departamento de tres piezas y lo instaló
con un pequeño negocio; el médico le era muy simpático y acordaban citas a las que él
concurría con especial agrado; mantuvieron esta amistad durante 3 años, teniendo
relaciones homosexuales más o menos una vez por semana, recibiendo en cada ocasión
$50. El médico le exigía fidelidad y lo controlaba, pero el muchacho dice que todo eso era
innecesario, por cuanto él se mantenía fiel, tanto por temor como por simpatía hacia su
protector; le esperaba en fechas fijas y se preparaba especialmente para el acto” (2).

“...a instancias de un amigo [E.B.] se va a un prostíbulo en calidad de mozo (le daban pieza,
comida y $10.- mensuales). Allí tuvo buena clientela de homosexuales, 3 o más visitas
semanales, y en ocasiones 2 o 3 distintos en una misma noche; en total eran unos 15 o 20
clientes, algunos de los cuales pertenecían a la clase alta (abogados, etc.); recibía entre 50 y
100 pesos por relación, de lo cual debía darle la mitad a la dueña de casa, además de
pagarle la pieza; en total, reunía alrededor de $1.000.- mensuales (pág. 39).
244

Se retiró de este prostíbulo por un disgusto con la dueña de la casa, ingresando a otro,
donde no le aceptan relaciones homosexuales. Dice no haber vuelto a relacionarse con sus
antiguos amigos, pero le agradaría volver a la antigua casa” (2).

“[C.R.N. hace 4 años] Nuevamente se va al Puerto, donde se encuentra con uno de sus
antiguos patrones, quien le invita a su casa, lo lleva al teatro y a la vuelta de este, realizan
el acto homosexual, relaciones que se repitieron en diversas oportunidades, recibiendo
dinero en pago, las que se mantienen durante 3-4 meses, cada 10 o 12 días; al cabo de este
tiempo se interrumpen por un viaje al extranjero de su protector. Rápidamente encuentra un
sucesor, en un señor con el cual se reunía en una de las plazas de Valparaíso y de allí se
iban a algún hotel, donde efectuaban sus relaciones homosexuales, recibiendo en pago 30 a
50 pesos por cada relación.
[...]
Actualmente trabaja en prostíbulos, desde hace 3 años, pero se adelanta a afirmar que nunca
ha recibido clientes en ellos, lo cual es difícil aceptarlo, ya que allí tiene un sueldo de $50.-
mensuales y anda relativamente bien vestido” (4-5)”.

N.N. “A los 21 años, ingresó como mozo de un convento de Dominicos, donde mantuvo
relaciones homosexuales con uno de los sacerdotes, quien lo perseguía y hacía
proposiciones homosexuales, las que en un principio él habría rechazado, pero luego las
aceptó, recibiendo en pago la cantidad de $100.-” (6).

C.R.U. “A los 15 años realizó el primer acto homosexual, con un "pije", según su propia
expresión, quien lo recompensó únicamente con regalos, tanto la primera vez como las
siguientes (dulces, volantines, etc.); dicho individuo lo conquistó en la calle, a la cual era
muy aficionado en su infancia, manteniendo relaciones con él durante 4 años. Pero durante
este tiempo no solo mantuvo relaciones con este sujeto, sino que él mismo lo recomendó a
otros amigos invertidos, que muy pronto lo conocieron, en tal forma que diariamente tenía
relaciones homosexuales, actuando en actitud pasiva, a veces hasta con 3 o 4 individuos
diferentes en un mismo día (pág. 44)
245

[...]
Continúa en esta forma hasta los 24 años, edad a la cual se fue a La Serena, donde trabajó
como mozo de un cabaret durante 4 años, siguiendo en sus actividades homosexuales.
Enseguida se vino a Valparaíso, donde trabajó durante 6 años en diversos prostíbulos,
actuando como invertido y recibiendo sus clientes especialmente en verano, de entre los
individuos que "iban de farra" del Casino, teniendo 3 a 4 relaciones homosexuales por
noche. Dice que "económicamente le va muy bien", pues sus actividades homosexuales "le
dan para vivir, vestirse y darse sus gustos". Enseguida se vino a Santiago, ocupándose en el
prostíbulo en que trabaja en la actualidad, donde niega recibir clientes, pero cuando
ocasionalmente encuentra alguno, se va a algún hotel para realizar el acto homosexual; dice
que no se acostumbra en Santiago y que desea regresar al Puerto, donde es más abundante
la clientela.” (7).

F.C.P. “A esa misma edad [7 años] llevó a efecto su primera relación homosexual, la que
realizó con un individuo de unos 25 años, quien lo llevó a su casa, le dio dinero, regalos y
ropas, consumando el acto homosexual en el cual el niño actuó en el rol pasivo; dicha
relación le produjo una sensación agradable, por lo que la repitió frecuentemente con el
mismo individuo., durante unos 3 meses, interrumpiéndose dichas relaciones porque este se
casó; mientras duró esta amistad, le exigía fidelidad y era muy celoso. Poco después, por
desavenencias con sus tíos, los abandonó y se vino a Santiago con su padrino, al que
también dejó rápidamente, ingresando a un prostíbulo en el cual tenía relaciones
homosexuales habituales, 2 o 3 veces por semana, con un músico del lenocinio, las que
persistieron durante unos dos años [...] Volvió entonces [a los 12 años] al antiguo
prostíbulo, donde efectuó múltiples relaciones homosexuales, ya que su clientela era muy
numerosa, yendo muchas personas especialmente a relacionarse con él; de sus ganancias
participaba la dueña de casa, y a raíz de la exigencias de esta, que él consideraba excesivas,
tuvieron un disgusto, retirándose el muchacho después de una permanencia de 5 o 6 años en
dicho lenocinio. Se fue a otro prostíbulo, en calle Maipú donde permaneció alrededor de 3
años, practicando durante ese tiempo el homosexualismo, pero en proporción mucho
menor, por la escasez de sus clientes, en vista de lo cual resolvió volver nuevamente al
246

primitivo lenocinio, que es el mismo en que trabaja, contando actualmente con 5 clientes
fijos, algunos de los cuales son personas muy bien colocadas, las que le pagan de 30 a 50
pesos por cada relación; normalmente, como mínimo, realiza un ayuntamiento homosexual
diario, siendo relativamente frecuente que tenga dos o tres por noche. Como preparación y
también como profilaxis, se hace lavados rectales antisépticos antes y después de la
paedication (sic); además, visita a un practicante con el fin de que le haga curaciones
rectales (pág. 46).” (9-10).

J.G. “A los 15 años comenzó a sentir los primeros deseos de orden sexual, dirigidos hacia
las mujeres, a pesar de lo cual, a esa edad tuvo su primera relación homosexual, por dinero,
con un sujeto de más o menos 30 años, acto que le produjo desagrado, pero que lo
repitieron más o menos una vez al mes durante unos 2 años, recibiendo en cada ocasión
$20.- Dicha primera relación le produjo dolor y pequeña hemorragia rectal, pero se vio en
la necesidad de seguir practicando el homosexualismo, pues necesitaba el dinero que le
daba su amigo. A los 16 años comenzó a concurrir a los prostíbulos, donde tuvo nuevas
relaciones homosexuales, pero dice que la mayoría de las veces lo hizo en estado de
ebriedad; en total, con unos 10 o 15 individuos diferentes” (12).

J.D.G. “Una vez que abandonó esta ocupación se entregó de lleno a las prácticas
homosexuales, las que ha realizado con múltiples individuos; durante un tiempo las
practicó diariamente, y aún en algunas ocasiones, 2, 3 o más veces en un mismo día; ha
mantenido relaciones continuadas con una misma persona durante largos períodos de
tiempo (6 a 8 meses), especialmente con caballeros de edad, a los que conquistaba en el
Portal; dichas relaciones homosexuales las realiza por dinero. Desde hace 5 meses vive en
un prostíbulo de propiedad de su hermana, en el que trabaja como garzón y afirma que en
este tiempo no ha tenido ninguna relación homosexual, pues no tiene tiempo para salir a la
calle en busca de clientes” (13-14).

“[E.A.O.] Durante su vida homosexual ha mantenido relaciones con múltiples individuos,


de diferentes edades y profesiones (muchachos, ancianos, marineros, etc.), recibiendo en
247

cada relación, cantidades de dinero que fluctúan entre 15 y 100 pesos, relaciones que
llevaba a efecto en los hoteles. A los 19 años de edad comenzó a concurrir a los prostíbulos,
donde intensificó sus prácticas invertidas, manteniendo relaciones a diario, y en ocasiones,
más de una vez por noche
[...]
En el prostíbulo en que trabaja, gana $15.- semanales, pieza y comida y allí busca sus
clientes homosexuales” (16).

“[L.V.] Allí, en su pieza, procedieron a realizar la paedication sobre un diván, actuando el


muchacho en el rol pasivo, según parece, con pleno consentimiento de este. Dice que dicha
relación le produjo dolor y que es la primera vez que la realizaba, por lo cual culpa de su
infección ano-rectal al susodicho cómico, de quien recibió la suma de $20.- como pago por
la relación (pág. 51)” (18).

“[J.D.R.] Desde los 15 años comenzó a concurrir a los prostíbulos, en donde


ocasionalmente practicó relaciones homosexuales” (18-19).

“[D.A.M.] A los 16 años comenzó a frecuentar los prostíbulos con el fin de conseguir
clientes para llevar a cabo relaciones homosexuales, por dinero, inducido a ello por sus
amistades [...] permaneció en dicho trabajo [en el mineral del norte] poco más de un año, al
cabo del cual vuelve a Santiago para emplearse como mozo de prostíbulos, en los que ha
trabajado hasta la fecha; durante este lapso, constantemente ha mantenido relaciones
homosexuales con clientes que llegaban a los lenocinios en que él trabajaba, o con
individuos que conquistaba en las calles
[...]
Afirma que practica el homosexualismo solamente por necesidad de dinero y no por
placer.” (19-20).

“[J.P.U.] A los 16 años, siguiendo consejos de sus amigos, sale a la Plaza de Armas en
248

busca de clientes con quienes realizar el acto homosexual, encontrando a un caballero de


cierto edad, con quien entabló conversación y luego, este le hizo proposiciones
homosexuales que él aceptó, realizando el acto en uno de los hoteles vecinos, recibiendo en
pago de dicha relación la suma de $100.-; durante la realización del acto experimentó
intenso placer; a dicho señor no lo ha vuelto a ver más. Después de esta primera
experiencia homosexual, siguió "patinando" en la Plaza de Armas y Portales, sitios a los
cuales concurría 2 o 3 veces semanales, mientras estuvo en su casa, saliendo de ella a
realizar el acto homosexual
[...]
Durante las permanencias fuera del hogar se va los prostíbulos, donde trabaja; de allí sale a
buscar sus clientes, o bien los busca en estas mismas casas, manteniendo por lo general, dos
a tres relaciones homosexuales diarias (pág. 54)” (22).

“[R.S.V.] Desde hace dos años [a los 10 años, en 1935] inició relaciones homosexuales, dos
o tres veces semanales, las que se mantuvieron durante varios meses con un invertido
profesional, recibiendo dinero y regalos en pago; niega relaciones con otros individuos”
(26).

“[M.D.] Hasta los 11 años [1931] vivió en San Fernando, en mejores condiciones
económicas que las actuales; después se vino a Santiago, donde se inició en el onanismo
(dos a tres veces semanales) y también en las relaciones homosexuales con pervertidos
profesionales. El individuo que lo inició era de su condición social y solo tuvieron una
relación; posteriormente mantuvo relaciones homosexuales con otro individuo, de buena
posición social, en varias ocasiones por dinero” (26-27).

“[C.S.S., 15 años en 1936] A los 14 años fue inducido a efectuar el acto homosexual por
tres primos adinerados, invertidos profesionales, recibiendo de 20 a 100 pesos por cada
relación; ha actuado continuamente, en múltiples ocasiones, con cada uno de ellos. Afirma
no haber tenido relaciones homosexuales desde hace un año. Fue expulsado del hogar
paterno al saber estos sus prácticas homosexuales. No siente repulsión por tales relaciones”
249

(33).

“[E.D.D., 12 años en 1937] Onanismo desde hace más o menos 5 años, frecuente. A los 7 u
8 años inició las relaciones homosexuales, las que ha realizado con 15 o 20 individuos
diferentes, unas 8 a 10 veces con cada uno de ellos, en muchas ocasiones por dinero,
adoptando el rol pasivo. A los 9 años, una relación heterosexual con una niña de la misma
edad” (33).

“A. R. I., 16 años (1937). Ilegítimo. Constitución física normal, de predominio muscular.
Genitales normales; desarrollo exagerado del prepucio. Ano infundibuliforme. Piodermitis.
Quinto año Escuela Sto. Tomás de Aquino. Carácter mentiroso, vagabundo; bebedor.
Situación económica familiar difícil.
[...]
Desde los 13 años, onanismo ocasional. Después de muchos interrogatorios y basándose en
el examen, se logra que confiese que ha mantenido relaciones homosexuales con dos
individuos profesionales, entre los 14 y 16 años, justificando que lo hizo por necesidad
(por dinero). En algunas ocasiones ha realizado relaciones heterosexuales. Parece ocultar
gran parte de la verdad” (34).

“[J.R.M., 10 años en 1937] A los 8 años de edad se fue al Sur, con un señor rico, donde fue
iniciado en las prácticas homosexuales por los trabajadores del fundo; niega relaciones con
el patrón. Volvió a Santiago por los malos tratos, pero no se acostumbró en el hogar, por lo
que frecuentemente lo abandona, quedándose a dormir con sus amigos en los alrededores
del Mapocho, o faldeos del Cerro San Cristóbal y Blanco, donde continuó en sus prácticas
homosexuales con estos, o con invertidos profesionales; generalmente ha desempeñado el
rol pasivo en sus relaciones, aunque ha intentado el activo” (37).

“[C.S.S., 13 años en 1937] Después de gran trabajo y de numerosos interrogatorios, revela


que a los 12 1/2 años fue presentado por su hermano mayor, a invertidos profesionales
adinerados, con los que practicó a diario la homosexualidad, habiéndola realizado más o
250

menos con unos 15 individuos, actuando indiferentemente en el rol activo o pasivo;


sostiene que le han practicado el "succis pennis" (pero niega haberlo realizado él). A su vez,
él ha inducido a otros niños acomodados del barrio a concurrir a los reservados de sus
clientes” (38).

“[F.E.V., 9 años en 1938] Desde hace un año, relaciones homosexuales continuadas, en


actitud pasiva y activa, en múltiples ocasiones. Hace dos meses, una relación heterosexual
con una niña vecina de 10 años, a instancias de un adulto, que les pagó a ambos y presenció
el acto” (41-42).

“[E.T.L., 15 años en 1937]. Onanismo hasta cinco veces diarias, desde los 12 años, hasta
hace alrededor de un año. Relaciones homosexuales con adultos, desde la misma edad
diariamente actuando en el rol pasivo. Durante dos años actuó continuadamente con seis
invertidos en Valparaíso; después se vino a Santiago, donde continuó en sus prácticas
homosexuales con un solo individuo, compañero del Liceo [Lastarria], con el cual se fugó
de la casa en una oportunidad. No ha tenido relaciones, ni siquiera inclinaciones
heterosexuales; se muestra muy satisfecho de su situación y dice no interesarle llegar a ser
un individuo normal” (45).

“De aquí deducimos la importancia que tiene el ambiente de miseria en que se ha


desarrollado la infancia de una gran parte de los invertidos, la que favorece la promiscuidad
de muchas personas en cuartos reducidos, la mala alimentación, la adquisición de malos
hábitos, la vagancia, etc., factores todos, que los conducen a la mendicidad, en la cual
pueden encontrarse, fácilmente, con algún uranista que por algunas monedas los induzca al
vicio, ya que tales prácticas les representa un medio fácil de obtener dinero” (48).

Roles

Eduardo Correa Bravo, Homosexualidad. Aspectos del problema en Santiago. Tesis para
optar al título de médico-cirujano. Dirección General de Sanidad, Universidad de Chile,
251

1941.
-Descripción médica de homoeróticos-

“Durante su estada en el Seminario [E.B.] ayudó misa, y fue muy regalón de uno de los
sacerdotes, lo visitaba en su celda, y del cual, a los 14 años, recibió la primera insinuación
de carácter homosexual, llegando a la consumación del acto, en el cual el niño actuó como
pasivo. Dicha relación le produjo desagrado y a consecuencia de ella, presentó una gran
hemorragia anal” (1).

“[E.B.] ...le esperaba en fechas fijas y se preparaba especialmente para el acto, teniendo
relaciones en que actuaban recíprocamente como activos una vez cada uno; permanecían
reunidos alrededor de una hora, al cabo de la cual el médico se retiraba, no exigiéndole
antes de la realización del acto ninguna clase de excitación. Tampoco nunca le hizo
proposiciones de coito bucal” (2).

“[C.R.N.] Mantuvo estas relaciones actuando siempre en el rol pasivo, durante todo el año,
al cabo del cual abandonó la escuela; no volvió a ver al maestro. Al ingresar a la otra
escuela, reanudó sus prácticas homosexuales, esta vez con sus compañeros, para lo cual
hacía la "cimarra" y se iban a los cerros, donde tenían sus relaciones, a veces con varios
muchachos sucesivamente en cada reunión, actuando alternativamente en actitud activa y
pasiva, pero siempre prefería esta última. Dichas reuniones tenían lugar una o dos veces por
semana” (4).

N.N. “Ha actuado en ambas actitudes indistintamente (activa y pasiva). Niega toda
infección venérea. Ha realizado una que otra relación heterosexual, pero confiesa que siente
mucho mayor placer en las relaciones homosexuales, que en las heterosexuales, pro las
cuales no experimenta atracción de ninguna especie” (6).

C.R.U. a los 15 años “diariamente tenía relaciones homosexuales, actuando en actitud


pasiva, a veces hasta con 3 o 4 individuos diferentes en un mismo día [...] Siempre en sus
252

relaciones homosexuales ha actuado como invertido pasivo, y durante el acto mismo,


experimenta orgasmo y llega a la eyaculación espontánea. En múltiples ocasiones se ha
vestido de mujer en los prostíbulos; también en varias oportunidades ha realizado la
fellatio. Jamás ha realizado relaciones heterosexuales y no siente ninguna atracción hacia
las mujeres, ni le agrada su compañía” (7-8).

A.T. “Más o menos en esa misma fecha [cuando tenía 20 años], encontrándose en estado de
ebriedad, tuvo su primera relación homosexual con un amigo, actuando como invertido
pasivo; dicha experiencia le produjo placer, por lo que la repitió posteriormente” (8).

F.C.P. “A esa misma edad [7 años] llevó a efecto su primera relación homosexual, la que
realizó con un individuo de unos 25 años, quien lo llevó a su casa, le dio dinero, regalos y
ropas, consumando el acto homosexual en el cual el niño actuó en el rol pasivo; dicha
relación le produjo una sensación agradable [...] Al imponerse su padrino de sus actividades
[prostibulares], lo encerró en los Talleres de San Vicente, con el fin de que aprendiese algún
oficio, pero a los 12 años de edad, como no le agradece la comida se fugó del
establecimiento. Durante su permanencia en dicho plantel, mantuvo frecuentes relaciones
homosexuales con 3 de sus compañeros, actuando siempre en actitud pasiva [...] Nunca ha
sido muy excitable, pero se ha masturbado frecuente y habitualmente desde los 7 años de
edad. Jamás ha actuado como invertido activo, y tampoco ha tenido relaciones
heterosexuales, no sintiendo ninguna clase de atracción hacia ellas. A veces experimenta
orgasmo y llega a la eyaculación espontánea durante las relaciones homosexuales, pero en
otros casos se masturba, o lo masturba su compañero durante la relación, con el objeto de
alcanzar tales fines. En múltiples ocasiones ha practicado la fellatio con sus clientes. Niega
haberse vestido de mujer.” (9-10).

L.A.C. “A los 22 años realiza la primera relación homosexual con un empleado de la


mercería donde venía a comprar los materiales para el fundo; dicho individuo lo invitó a
beber y después se lo llevó a su casa, pero no pudieron llevar a término la relación
(paedication), pues sintió mucho dolor; después no lo volvió a ver nunca más [...]
253

Durante las primeras relaciones homosexuales experimentaba orgasmo y la eyaculación era


espontánea, pero últimamente para alcanzar tales resultados necesita recurrir a la
masturbación durante el acto homosexual [era pasivo].
[...]
Entre los años 1930 y 1935, aquí en Santiago, mantuvo relaciones homosexuales
exclusivamente con un muchacho, exigiéndose ambos mantener fidelidad, la que él
cumplió en forma estricta; dichas relaciones terminaron, porque su compañero cayó preso.
Ocasionalmente, en contadas oportunidades ha actuado como invertido activo, pero en sus
relaciones prefiere actuar en el rol pasivo. Afirma que jamás se ha vestido de mujer y que
tampoco ha realizado nunca el coito bucal. Desde hace muchos años que no realiza
relaciones heterosexuales, pues no experimenta ninguna atracción por las mujeres (pág.
47).” (11-12).

J.G. “Durante las relaciones homosexuales experimenta orgasmo y en ocasiones llega a la


eyaculación en forma espontánea [¿pasivamente?]. Sostiene haber tenido relaciones
heterosexuales con varias mujeres, y que dichas relaciones le producen mucho mayor
placer que las homosexuales. En ocasiones ha actuado como invertido activo, en relaciones
con sus compañeros de prostíbulo” (12-13).

J.D.G. “a los 14 años de edad se empleó como mozo en una casa particular, donde trabó
amistad con el hijo de su patrón, que era 3 años mayor que él, quien le propuso relaciones
homosexuales, las que realizaron actuando en el rol de invertido pasivo. Dicha relación le
produce cierta sensación de placer, aunque sufrió un desgarro anal, acompañado de una
pequeña hemorragia [...] Siempre en sus prácticas onanistas ha actuado en el rol pasivo, y
durante ellas, para experimentar orgasmo, recurre a la masturbación, pues en caso contrario
este no se produce. Antes y después del acto homosexual se hace lavados rectales con
permanganato u otra substancia desinfectante” (13-14).

“[H.R.R.] A los 11 años de edad inició las prácticas homosexuales con sus compañeros de
escuela, con los cuales hacían la cimarra y se iban al cerro, donde llevaban a cabo sus
254

relaciones, actuando indistintamente en el rol activo o pasivo, pero personalmente él


prefería esta última actitud; dichas relaciones le producían placer, por lo que las siguió
practicando regularmente una o dos veces semanales durante todo el tiempo que
permaneció en la escuela” (15).

“[E.A.O.] Estaban en Puerto Montt, y todo los días iban a un cerro vecino a jugar, sitio en
que tuvieron varias relaciones homosexuales, actuando siempre en el rol pasivo [...] Nunca
ha actuado como homosexual activo; durante el acto mismo experimenta orgasmo
espontáneo, sin necesidad de recurrir a ninguna maniobra especial” (16).

“[L.V.] Allí, en su pieza, procedieron a realizar la paedication sobre un diván, actuando el


muchacho en el rol pasivo, según parece, con pleno consentimiento de este. Dice que dicha
relación le produjo dolor y que es la primera vez que la realizaba, por lo cual culpa de su
infección ano-rectal al susodicho cómico, de quien recibió la suma de $20.- como pago por
la relación (pág. 51)” (18).

“[J.D.R.] Durante sus actividades homosexuales, ha actuado más o menos igual número de
veces como invertido pasivo y activo, prefiriendo la última de estas actitudes. Niega haber
realizado la fellatio y nunca se ha vestido de mujer. En la actualidad no mantiene
relaciones homosexuales” (19).

“[D.A.M.] En cuanto a las relaciones homosexuales, en ocasiones se reducen a


masturbaciones recíprocas con sus amigos, y en las oportunidades en que él actúa como
invertido pasivo, recurre a la masturbación para procurarse el orgasmo, el que no se
produce espontáneamente” (20).

“[J.P.U.] No le gusta tener relaciones varias veces con una misma persona y tampoco le
agrada relacionarse con sus amigos invertidos, a pesar que todas las veces que se la ha
citado, ha venido acompañado por otro de los invertidos ya anotado anteriormente, con el
cual niega terminantemente toda relación sexual.
255

Dentro de los prostíbulos se pinta la cara y viste ropas de mujer, con el objeto de aumentar
la atracción hacia sí, de los clientes que llegan a ellos [...] En dos ocasiones ha actuado
como invertido activo. Muchas veces ha realizado la fellatio, antes de efectuar la
paedication, por exigencia de sus clientes, sin experimentar ningún placer o sensación
especial” (23).

“[L.C.L.] Hace más de tres años [1934, cuando tenía 10 años] mantuvo relaciones
homosexuales, durante un año y medio, con un muchacho de 20 años, actuando como
invertido pasivo. Da la impresión de ocultar muchos hechos relacionados con sus prácticas
homosexuales” (24).

“[R.F.C.] Desde la misma edad [10 años], relaciones homosexuales con muchachos
mayores, actuando en el rol pasivo. Afirma que solo ha realizado el acto homosexual en
tres ocasiones, pero parece ocultar parte de la verdad” (25).

“[A.H.A.] Desde hace dos años [a los 9, en 1935], prácticas homosexuales en actitud pasiva
y masturbación frecuente; ha actuado con tres muchachos mayores que él; dice que la
última vez fue hace 6 meses, y ha abandonado tales actividades, porque sus compañeros
hacían burlas de él y le daban el apodo correspondiente. A pesar de todo, mantiene sus
deseos homosexuales” (28).

“[H.S.B.] A los 14 años [1937] fue intimidado a tener relaciones homosexuales por un
muchacho de 18 años; actuó en el rol pasivo. Dicha relación le produjo un desgarro anal y
ha quedado profundamente amargado por dicho acto” (29).

“[G.R.G.I.] Relación homosexual, en actitud pasiva, en una ocasión, bajo intimidación con
arma cortante, por un muchacho mayor; afirma no haber actuado nunca después en tal tipo
de relaciones” (30).

“A. R. G., 9 años (1936). Legítimo. Constitución física y genitales normales. Analfabeto.
256

Carácter desobediente, inquieto, voluntarioso; tendencia la vagancia. Huérfano desde hace


6 años [...] actualmente vive en un ambiente de
semi-abandono moral y material [...] Relaciones homosexuales, una vez en actitud pasiva y
muchas, en el rol activo” (30).

“[G.O.A., 13 años en 1937] A los 8 años relaciones homosexuales, actuando en el rol


activo, con un niño menor, acto que realizó en repetidas ocasiones; desde los 10 años,
onanismo dos o tres veces semanales. Niega relaciones homosexuales posteriores, pero
parece ocultar la verdad y que actualmente continúa en tales actividades” (30).

“M. G., 15 años (1937). Ilegítimo. Constitución física viril, normal. Genitales normales.
Sordo-mudez parcial congénita. [...] Fue expulsado de la Escuela de Sordo-mudos por ser
sorprendido en prácticas homosexuales con un compañero de 22 años, quien lo indujo a
actuar en actitud pasiva” (31).

“[E.D.D., 12 años en 1937] Onanismo desde hace más o menos 5 años, frecuente. A los 7 u
8 años inició las relaciones homosexuales, las que ha realizado con 15 o 20 individuos
diferentes, unas 8 a 10 veces con cada uno de ellos, en muchas ocasiones por dinero,
adoptando el rol pasivo. A los 9 años, una relación heterosexual con una niña de la misma
edad” (33).

“[J.R.O., 13 años en 1937] ]A los 7 u 8 años se inició en el onanismo y homosexualismo;


desde entonces ha practicado relaciones homosexuales con unos 40 niños, tanto mayores
como menores que él, actuando en ambas actitudes, pero prefiere la activa” (34).

“O. F. O., 11 años (1937). Ilegítimo. Constitución física feminoide insinuada. Genitales
normales. Onanismo desde los 9 años, que lo ha practicado varias veces en el día. A la
misma edad fue inducido a efectuar relaciones homosexuales, las que ha practicado con
unos 5 individuos diferentes, uno de los cuales era un adulto, que lo violentó en el cerro
San Cristóbal, en 1935, bajo amenaza con arma blanca, produciéndose un desgarro anal; ha
257

actuado indistintamente en ambas actitudes. Relaciones sexuales en unas 10 oportunidades,


con muchachas de su edad, pero a pesar de todo persisten en él los deseos homosexuales”
(35-36).

“R. C. G., 10 años (1939). Legítimo. Constitución física de tipo feminoide. Genitales:
hipoplasia testicular; tendencia a la ectopía. Ano infundibular; esfínter relajado. Inteligencia
escasa [...] Desde hace más o menos un año, relaciones homosexuales frecuentes con varios
muchachos de su edad y especialmente mayores que él, y aún con algunos adultos, siempre
adoptando la actitud pasiva” (36).

“[G.V.G., 19 años en 1937] Relaciones homosexuales desde los 12 años hasta el presente,
con 40 o 50 individuos diferentes y por lo general, varias veces con cada uno de ellos.
Dichas relaciones las ha realizado con niños y adultos, profesional y aficionados, adoptando
ambas actitudes” (37).

“[J.R.M., 10 años en 1937] A los 8 años de edad se fue al Sur, con un señor rico, donde fue
iniciado en las prácticas homosexuales por los trabajadores del fundo; niega relaciones con
el patrón. Volvió a Santiago por los malos tratos, pero no se acostumbró en el hogar, por lo
que frecuentemente lo abandona, quedándose a dormir con sus amigos en los alrededores
del Mapocho, o faldeos del Cerro San Cristóbal y Blanco, donde continuó en sus prácticas
homosexuales con estos, o con invertidos profesionales; generalmente ha desempeñado el
rol pasivo en sus relaciones, aunque ha intentado el activo” (37).

“[C.S.S., 13 años en 1937] Después de gran trabajo y de numerosos interrogatorios, revela


que a los 12 1/2 años fue presentado por su hermano mayor, a invertidos profesionales
adinerados, con los que practicó a diario la homosexualidad, habiéndola realizado más o
menos con unos 15 individuos, actuando indiferentemente en el rol activo o pasivo;
sostiene que le han practicado el "succis pennis" (pero niega haberlo realizado él). A su vez,
él ha inducido a otros niños acomodados del barrio a concurrir a los reservados de sus
clientes” (38).
258

“[J.V.L., 26 años en 1937] A los 13 años fue internado en un colegio, donde permaneció un
año y medio, iniciando allí relaciones homosexuales con sus compañeros, con los cuales
adoptaba preferentemente la actitud activa. Al año siguiente ingresó al I. Barros Arana,
donde continuó en sus prácticas homosexuales, eso sí que con menor frecuencia, por la
vigilancia más estricta. Dice haber actuado más o menos con unos 10 o 12 invertidos; fue
expulsado del colegio por su mala conducta. Onanismo frecuente desde los 12 años; desde
los 16 años presenta tendencia a la vagancia, fugándose del hogar en repetida ocasiones.
Más o menos desde la misma edad comenzó a concurrir a salones de bailes y a tener
amistades amorosas con mujeres, empeorando su conducta. Hasta los 20 años vivió en su
casa observando una conducta irregular; en esa época inició las relaciones heterosexuales,
pero muy raras veces” (38).

“[L.P.H., 20 años en 1937] Desde los 13 años, actos de sodomía con un perro, hasta el año
pasado; primeramente le acariciaba los genitales y después consiguió tener relaciones
sexuales con este animal, actuando él como pasivo; dichas relaciones las realizada 3 a 4
veces por semana, para lo cual se encerraba solo con el perro en su pieza. Desde los 13
años, relaciones homosexuales, con un total de unos 15 individuos, practicando el acto unas
30 veces con cada uno de ellos; actualmente mantiene relaciones periódicas continuadas
con tres homosexuales, a los cuales les ha practicado el "succis pennis" frecuentemente. A
los 19 años, intentó relaciones heterosexuales con una mujer, en 3 ocasiones, pero no logró
éxito, pues dice tener gran timidez ante las mujeres” (39).

“B. A. T., 9 años (1937). Legítimo. Constitución física viril normal. Genitales normales.
Ano: relajación del esfínter.
[...]
A los 4 años, fue inducido por un adulto a realizar el acto homosexual, que ha seguido
practicando hasta hoy; onanismo una o dos veces diarios desde esa edad. Ha tenido
relaciones homosexuales con unos 7 invertidos diferentes, unas 10 o 15 veces con cada uno
de ellos (en los cerros, etc.), en ambas actitudes. Actualmente mantiene relaciones
259

homosexuales con 4 muchachos de su edad” (39-40).

“S. S. N., 10 años (1937). Legítimo. Constitución física normal, desnutrido. Genitales
normales. Esfínter anal ligeramente dilatado.
[...]
Numerosas fugas del hogar, iniciadas a los 6 años de edad, por lo que el padre lo mantiene
encadenado. Relaciones homosexuales desde hace dos años, en actitud pasiva, con
muchachos de su edad y mayores; a menudo se queda a dormir en los quioscos con sus
amigos” (41).

“[R.C.G., 18 años en 1936] Masturbación frecuente desde los 12 años; a la misma edad dice
haber realizado el primer acto homosexual, estando ebrio. Ha tenido relaciones
homosexuales con unos 10 individuos diferentes, con los cuales "Ha vivido", entre una
semana y un mes, actuando en ambas actitudes. Dice haber mantenido relaciones
heterosexuales durante 15 días (?).

COMENTARIO.- Discreta predisposición constitucional, acentuada por el hábito. Se


muestra satisfecho de su situación y parece no sentir remordimientos por sus actividades”
(43).

“O. A. S., 19 años (1936). Legítimo. Constitución física normal. Ano y genitales normales
[...] Desea ser sacerdote
[...]
Masturbación desde los 7 años, 4 o 5 veces (?) diarias; últimamente solo una vez cada
noche. Desde igual edad empezó a experimentar deseos homosexuales; entre los 13 y 18
años, ha mantenido relaciones homosexuales regulares con un amigo, 2 o 3 veces por
semana; dicho individuo es barbilampiño y se arregla mucho. Recientemente ha
abandonado estas prácticas, porque fue sorprendido por su madre; a pesar de todo, persisten
sus deseos homosexuales en forma muy intensa. Ha actuada en ambas actitudes, pero
prefiere el rol pasivo; también ha actuado en masturbaciones recíprocas. Jamás ha tenido
260

relaciones heterosexuales, ni experimenta deseos de realizarlas” (43).

“[E.T.L., 15 años en 1937]. Onanismo hasta cinco veces diarias, desde los 12 años, hasta
hace alrededor de un año. Relaciones homosexuales con adultos, desde la misma edad
diariamente actuando en el rol pasivo. Durante dos años actuó continuadamente con seis
invertidos en Valparaíso; después se vino a Santiago, donde continuó en sus prácticas
homosexuales con un solo individuo, compañero del Liceo [Lastarria], con el cual se fugó
de la casa en una oportunidad. No ha tenido relaciones, ni siquiera inclinaciones
heterosexuales; se muestra muy satisfecho de su situación y dice no interesarle llegar a ser
un individuo normal” (45).

NOTAS MÉDICAS
“Vemos, que la mayoría corresponde a homosexuales pasivos, siguiendo en el orden de
frecuencia los homosexuales que actúan en ambas actitudes indiferentemente, pero de este
grupo, hay cuatro que en sus relaciones prefieren desempeñar el rol activo y seis, que
prefieren la actitud pasiva. De nuestros 19 casos, hay 4 que confiesan haber practicado la
fellatio (21%) y 5 niegan terminante estas prácticas. Uno confiesa haber actuado en
masturbaciones mutuas; cinco acusan haberse vestido de mujer (26,31%) para atraer a sus
clientes; cinco casos confiesan, y en algunos de ellos lo hemos comprobado personalmente,
haberse pintado, depilado, etc.” (47).

“Aquí encontramos que hay un desacuerdo completo entre ambos grupos de casos, lo que
atribuimos a la diferencia de edad de los sujetos considerados, ya que en el primer grupo, la
mayoría son niños, en cambio en el segundo, son adultos, y por tanto, con la práctica del
homosexualismo han adquirido los modales y actitudes feminoides, pues su experiencia les
ha enseñado, que la adopción de ellos les reporta mayores beneficios para los fines por ellos
perseguidos” (49).

Significantes identitarios
261

“O. L. L., 14 años (1936). Ilegítimo. Constitución física: longilíneo; aspecto y modales
feminoides. Genitales y ano normales. Retrasado mental. Tercer año escuela pública.
Carácter tímido; en sus actividades con sus compañeros de escuela adopta modales
feminoides, por lo cual lo apodan "La Yola" (de su apellido Loyola), sin que esto le
produzca disgusto” (44).

Vidas de clóset

Eduardo Correa Bravo, Homosexualidad. Aspectos del problema en Santiago. Tesis para
optar al título de médico-cirujano. Dirección General de Sanidad, Universidad de Chile,
1941.
-Descripción médica de homoeróticos-

“E. B.; de 22 años; soltero; bajo de estatura, amanerado en sus modales y en el andar. Voz
de tonalidad femenil. Constitución física masculina, normal; implantación pilosa normal.
Órganos sexuales normales; cicatriz de chancro. Ano infundibuliforme; pequeña cicatriz en
sus márgenes.
Reacción Wassermann; +; Reacción Kahn; +.
Carácter tímido, retraído, franco.
Benjamín de la familia; regalón de su madre hasta la muerte de esta, acaecida cuando el
niño tenía 8 años. Durante su infancia su familia gozaba de buena situación económica; el
padre era comerciante y siempre se comportó en buena forma. La madre era muy religiosa
y le inculcó sus ideas. Hizo la primera comunión a los 8 años, poco antes del fallecimiento
materno, y después siguió comulgando regularmente hasta hace 6 años. A la muerte de su
madre, el padre se despreocupó de su familia y empezó a hacer una vida alegre, porque el
niño quedó abandonado y muy pronto dejó el hogar. Inició tardíamente sus estudios, a los 9
años, en la escuela pública, para al año siguiente ingresar al Seminario de Concepción,
donde permaneció 4 años, al cabo de los cuales abandonó el establecimiento, porque según
él, "los sacerdotes le abrían los oídos". Durante su estada en el Seminario ayudó misa, y fue
muy regalón de uno de los sacerdotes, lo visitaba en su celda, y del cual, a los 14 años,
262

recibió la primera insinuación de carácter homosexual, llegando a la consumación del acto,


en el cual el niño actuó como pasivo. Dicha relación le produjo desagrado y a consecuencia
de ella, presentó una gran hemorragia anal. A raíz de este hecho hizo la denuncia al
Superior, retirándose del convento.
Antes de esta edad no se había masturbado nunca, y desde entonces empieza a hacerlo con
cierta frecuencia. Con posterioridad a este acto homosexual, dice haber sentido atracción y
deseos sexuales hacia la mujer.
A los 16 años, siempre en Concepción, tuvo su segunda relación homosexual, esta vez con
un médico, tipo de unos 50 años, quien lo había asediado por largo tiempo” (1-2).

“[E.B.] Terminó estas relaciones porque le sorprendió su hermano mayor; al doctor no lo


volvió a ver nunca más. Sigue con su negocio, sin tener nuevas relaciones homosexuales
durante 3 años, al cabo de los cuales se vino a Santiago con el propósito de trabajar, pero a
instancias de un amigo se va a un prostíbulo en calidad de mozo (le daban pieza, comida y
$10.- mensuales)” (2).

“[E.B.] Ha sido poco excitable, masturbándose unas 2 veces por semana. No le llaman la
atención las relaciones heterosexuales. Primera relación heterosexual a los 18 años, con una
amiga que concurría a su negocio, relaciones que ignoraba el médico, al igual que esta
ignoraba sus relaciones homosexuales; lo hacía solo para evitar sospechas, pues tenía más
cariño por su amigo y sentía remordimientos de engañarlo. Luego buscó motivos para
romper sus relaciones con esta mujer, y esporádicamente tenía relaciones con alguna otra,
pero siempre para evitar murmuraciones, pues no sentía ningún deseo hacia la mujer” (2).

“Sostiene que a los 20 años estuvo enamorado y aún pensó casarse, pero luego tuvo
vacilaciones y temores, faltándole el impulso para llegar al matrimonio.
Como antecedentes genitales tenemos: Blenorragia [gonorrea] rectal y uretral, y chancros
[marcas de sífilis], tanto en la región peri-anal, como en el pene; mientras tuvo sus lesiones
rectales dice haber sufrido mucho, y se trataba personalmente mediante lavados; también se
hizo colocar Neo, Bismuto y Mercurio, por un practicante. De estas enfermedades culpa al
263

médico, pues en la época en que le aparecieron no tenía relaciones sexuales con otra
persona. Desde entonces se cuida mucho en sus relaciones y dice que siempre que "se
desocupa de un cliente", se hace lavados, a pesar de haberlos examinado antes del acto
(examina si hay secreción uretral y también el tamaño del miembro).
Experimenta mayor placer en las relaciones homosexuales que en las heterosexuales, y en
las primeras, en muchas ocasiones llega a la eyaculación.
COMENTARIO.- Homosexualismo habitual, profundamente arraigado en un individuo que
presenta una predisposición psíquica para la inversión. Caso de prostitución masculina.”
(3).

“C. R. N., 46 años; soltero, mozo de prostíbulo. Estatura regular; constitución física viril,
normal; implantación pilosa masculina; voz de tonalidad femenil; ligeramente amanerado
en sus modales y actitudes. Órganos sexuales normales. Ano con sus pliegues borrados,
ligeramente infundibular; hemorroides.
Reacción Wassermann: Hemolisis retardada; Reacción de Kahn: +++.
Nació en Valparaíso, donde pasó sus primeros años; tuvo 2 hermanas mayores que él, las
que murieron en la primera infancia; fue muy regalón de su madre, debido a que quedó solo
con ella a raíz del fallecimiento de aquellas y de la expatriación de su padre, que era un
comercialmente español. Vivió en estas condiciones hasta los 14 años, en que murió su
madre. Antes de la separación obligada de sus padres, en su casa había bienestar y
comodidades, pues su padre se preocupaba de su hogar y hacía una vida de familia en
buenas condiciones.
Debido al gran cariño que le profesaba su madre, lo envío tardíamente a la escuela, a los 11
años, ingresando a la Escuela Superior No 1, de allí pasó luego a otra escuela y finalmente
al Colegio de los SS.CC.; en total estudió durante 4 años, aprendiendo a leer, escribir y
sacar cuentas correctamente. En la Escuela Superior fue el alumno predilecto del maestro,
quien lo favorecía con regalos especiales (cuadernos, lápices, libros de cuentos, dulces,
etc.), alababa sus cuadernos, los que guardaba personalmente, con lo cual consiguió atraer
en forma especial la atención del niño. Poco a poco fue invitándolo a quedarse después de
terminadas las clases, con el pretexto de que le ayudase a asear y ordenar la sala, revisar las
264

tareas, etc.; cuando ya estaban solos, lo sentaba en sus rodillas y le acariciaba, llegando a
consumar el acto homosexual, el que dice le produjo una sensación agradable, como "una
cosquilla". El profesor le aconsejaba que no se juntara ni jugara con los demás niños y
durante los recreos le facilitaba cuentos, con el objeto de impedirle mezclarse en los juegos
de sus compañeros. Mantuvo estas relaciones actuando siempre en el rol pasivo, durante
todo el año, al cabo del cual abandonó la escuela; no volvió a ver al maestro (pág. 40).
[...]
Después ingresó al Colegio de los SS. CC., donde tuve relaciones homosexuales con uno de
los sacerdotes, por el cual sentía especial predilección, le ayudaba en el arreglo del altar, se
confesaba con él, etc.; mantuvieron relaciones homosexuales durante un año, una o dos
veces semanales. El sacerdote lo invitaba a su celda, le acariciaba, le regalaba medallas y
santos, a los cuales era muy aficionado desde la infancia, pues su madre era muy católica y
lo había educado en este sentido, y finalmente realizaban el acto homosexual.
[...]
[a los 19 años] ...viene a Santiago y trabaja como mozo en diversas oficinas, hasta hace 4
años, sin que tampoco realice actos homosexuales” (3-4).

“[C.R.N.] No siente ninguna atracción por las mujeres, aunque sostiene haber tenido
relaciones heterosexuales con sus compañeras de prostíbulo, pero solamente para evitar
habladurías, ya que él prefiere las relaciones homosexuales, aun cuando asegura que no las
ha realizado desde hace 3 años” (4).

“[C.R.N.] Es un individuo retraído, temeroso, poco franco, que duda y medita antes de dar
sus respuestas, como calculando el alcance que pueden tener estas.
COMENTARIO.- Homosexualismo habitual en un individuo con cierta predisposición
psíquica. Caso de prostitución masculina” (5).

“J. M. A., 22 años; soltero; pianista de prostíbulo. Constitución física viril, bien
conformado, longilíneo. Implantación pilosa normal. Órganos genitales normales. Ano
infundibular. Sarna generalizada.
265

R. de Wassermann: Hemolisis retardada. R de Kahn: ++++.


Llama intensamente la atención en este sujeto, el aspecto físico netamente masculino, que
contrasta con sus ademanes y su voz de timbre feminoides. Es poco franco en sus
respuestas y trata a toda costa de negar y justificar sus actos homosexuales, diciendo que
fueron cometidos bajo la influencia del alcohol, aun cuando después confiesa
impávidamente, que a un individuo que "le gustó", le buscó la amistad y lo conquistó,
llegando poco después a tener con él, relaciones homosexuales.
Fue el menor de 8 hermanos; quedó huérfano de padre a los 4-5 años, y de madre, a los 7
años, haciéndose cargo de la casa de su hermana mayor casada. Antes del fallecimiento de
sus padres, existía bienestar en su hogar, pero con la muerte de estos se destruye la familia,
y él empieza a recibir malos tratos de parte de su hermana y cuñado, como castigo ante su
flojera y porfía para cumplir con los mandados y encargos que estos le encomendaban.
Solo a los 10 años empezó a concurrir a la escuela pública, asistiendo a clases durante 6 o 7
meses, al cabo de los cuales se retira por flojera, habiendo aprendido escasamente a
deletrear. En la actualidad, apenas lee y no sabe escribir. En esa misma época comenzó
aprender a cantar y tocar la... [incompleto]” (5).

N.N.
“...a edad), el cual aprovechaba cuando la madre iba al mercado, para invitarlo a su cama en
las mañanas, lo cual ocurría casi diariamente. Después siguió teniendo relaciones
homosexuales con diferentes individuos, entre los cuales menciona algunos de los hijos de
sus patronos, en casa de los cuales él trabajaba como mozo. A los 21 años, ingresó como
mozo de un convento de Dominicos, donde mantuvo relaciones homosexuales con uno de
los sacerdotes, quien lo perseguía y hacía proposiciones homosexuales, las que en un
principio él habría rechazado, pero luego las aceptó, recibiendo en pago la cantidad de
$100.-; sostiene que solo tuvo una relación con este sacerdote, pues posteriormente se negó
a acceder a las nuevas proposiciones y como aquel insistiera, se retiró del convento.
De allí se fue a un prostíbulo, donde mantuvo relaciones homosexuales diariamente,
durante unos 5 años, recibiendo en pago cantidades de dinero que fluctuaban entre 20 y 60
pesos, cada vez.
266

Después se vino a Santiago, donde permaneció alejado de las prácticas homosexuales, las
que reanuda al volver a Valparaíso y encontrarse con un caballero que había sido su patrón
algún tiempo antes, con el cual mantuvo relaciones frecuentes durante 2 o 3 meses, las que
se interrumpen por un viaje de su protector. Rápidamente encuentra un sucesor, en la
persona otro caballero de cierta edad, quien le pagaba por cada relación alrededor de $50.-.
Al poco tiempo se vino a Santiago, pasando por diferentes prostíbulos, en los cuales ha
trabajado como mozo. Niega relaciones homosexuales dentro de estos, lo que parece ser
poco verídico, pues en la actualidad está muy descontento en el prostíbulo en que trabaja,
ya que está interno ganando $100.- mensuales y sobre todo, lo que a él más le disgusta es
que la dueña de casa le prohíbe las relaciones homosexuales, motivo por el cual piensa
cambiarse, lo que hace suponer que espera obtener mayores facilidades para desarrollar sus
actividades pervertidas en otro lenocinio.
En múltiples ocasiones se ha vestido de mujer para así atraer a sus clientes; también
confiesa haber practicado la fellatio en algunas oportunidades, y además, haber actuado en
"cuadros plásticos" conjuntamente con otros invertidos, delante de sus clientes [...]
COMENTARIO.- Homosexualismo habitual muy arraigado. Caso de prostitución
masculina.” (5-6).

“C. R. U., 35 años; soltero; nochero de prostíbulo. Constitución física e implantación pilosa
de tipo masculinos: voz de tonalidad femenil; modales y andar feminoides. Órganos
sexuales y Ano, nada de especial. Llama inmediatamente la atención el arreglo facial, pues
se arregla las pestañas, depila las cejas y se pinta.
R. de Wassermann: Hemolisis retardada; R. de Kahn: ++++.
Nació en Santiago, donde pasó sus primeros años y adquirió las primeras experiencias de
orden sexual. Sus padres viven en la actualidad: es el menor de sus hermanos y durante su
primera infancia fue el niño regalón de su madre; en su casa había bienestar y comodidades,
proporcionadas por su padre, que desempeñaba en buena forma sus funciones de jefe de la
familia. Fue a la escuela pública, solo durante un año, abandonando los estudios por flojera
[...]
A los 20 años abandonó su casa, pues como su padre y hermanos sospechaban [de] sus
267

actividades comenzaron a vigilarlo, motivo por el cual tomó dicha resolución, con el fin de
obtener libertad. Continúa en esta forma hasta los 24 años, edad a la cual se fue a La Serena
[...]
Hace algunos años fue sorprendido en una fiesta de invertidos en la calle León Prado,
siendo detenido por la Policía, hecho que fue muy comentado en esa época.
Considera que le sería imposible cambiar y por lo demás no le interesa mayormente; dice
textualmente: "esto me tiene muy dominado".
COMENTARIO.- Hábito homosexual profundamente arraigado por el vicio, en un
individuo psíquicamente predispuesto. Caso de prostitución masculina” (6-8).

“A. T., 36 años; soltero; guitarrista de prostíbulo. Constitución física, implantación pilosa,
voz, modales y andar viriles, normales. Genitales normales; múltiples cicatrices de
chancros peneanos. Ano infundibuliforme, pliegues borrados.
R. de Wassermann: (-); R. de Kahn: +.
Nació en Santiago, donde ha pasado toda su vida. Su padre, matarife, falleció cuando él
tenía 4 o 5 años, comportándose siempre en buena forma con su familia; madre vive en la
actualidad. Fueron 24 hermanos, de los cuales viven 3; no fue el benjamín. Durante su
primera infancia fue muy regalón de su madre y hermanas mayores, con las cuales jugaba a
las muñecas. En su hogar existió siempre un bienestar económico: no había ambiente
religioso.
Su madre y hermanas, al igual que sus abuelos, eran muy aficionados al canto; una hermana
le enseñó a tocar la guitarra y cantar.
Fue a la escuela pública, en la que alcanzó hasta el 5° año, abandonando los estudios a la
edad de 13 años. En esta época de su vida dice que tenía tendencias homosexuales, pues
sentía admiración y atracción especiales hacia los hombres, aunque nunca llegó a la
ejecución de actos homosexuales. No era muy excitable y practicaba el onanismo solo
ocasionalmente. Dice haber tenido algunas aventuras amorosas heterosexuales.
A los 17-18 años, empezó a ejercer el oficio de guitarrista en los prostíbulos; antes solo
había cantado y tocado en fiestas familiares. Alrededor de los 20 años, comenzó a
interesarse por las cuestiones sexuales, teniendo a esa edad su primera relación
268

heterosexual con una compañera del prostíbulo, relación que le produjo placer. Más o
menos en esa misma fecha, encontrándose en estado de ebriedad, tuvo su primera relación
homosexual con un amigo, actuando como invertido pasivo; dicha experiencia le produjo
placer, por lo que la repitió posteriormente (pág. 45).
Poco tiempo después tuvo nuevas relaciones homosexuales, "por amor" con un amigo, las
que realizó en varias oportunidades, pero nunca recibió dinero por tales actos. Dice haber
tenido relaciones heterosexuales con varias mujeres, especialmente en el prostíbulo, de una
de las cuales tuvo una hija, que actualmente vive con su madre.
Siente atracción hacia las mujeres, pero no puede negar, que también algunos hombres le
atraer sexualmente. En sus relaciones sexuales, tanto homo como heterosexuales,
experimenta placer, pero dice que este es mucho más intenso en las primeras.
No bebe, no le agrada salir; vive como interno en el prostíbulo, donde gana $25.-
semanales, casa, comida y propinas, teniendo derecho a salir una vez por semana, salida
que aprovecha para ir a ver a su madre.
Niega relaciones homosexuales en el prostíbulo últimamente, pero parece ser un individuo
que desarrolla una actividad homosexual más o menos intensa.
COMENTARIO.- Homosexualidad ocasional, con gran tendencia a hacerse habitual, en un
individuo psíquicamente predispuesto” (8-9).

“F. C. P., 26 años, soltero; mozo de prostíbulo. Constitución física: longilíneo (1,90 mtr. de
estatura); aspecto general y modales feminoides; cintura escapular y pelvis, de anchura
sensiblemente iguales; voz varonil; pilosidad normalmente distribuida. Órganos genitales
normales. Ano: ligeramente infundibular, con sus pliegues conservados. Erosiones anales;
cicatrices perianales de condilomas, resecados, por lo cual estuvo hospitalizado en el
Hospital San Luis, hace 2 años.
Reacción de Wassserman y Kahn negativas.
No conoció a sus padres; fue hijo único; en su infancia vivió en Barrancas, al cuidado de
sus tíos, los cuales nunca se preocuparon mucho de él. A los 7 años de edad ingresó a la
escuela pública, a la que asistió durante un año
[...]
269

Cree que no podría abandonar su hábito homosexual, y por otra parte dice que no le
agradaría hacerlo, pues repite "yo he nacido así y no puedo cambiar; ¿para qué lo voy a
intentar?".
COMENTARIO.- Homosexualismo habitual y quizá si congénito, en un individuo orgánica
y psíquicamente predispuesto. Caso de prostitución masculina” (9-10).

“L. A. C., 40 años, soltero; mozo de prostíbulo. Constitución física, implantación pilosa
viriles, normales; voz de tonalidad masculina; modales y ademanes masculinos. Órganos
genitales normales. Ano: Hemorroides y condilomas perianales.
R. Wassermann: (-); R. de Kahn: + +.
Nació en Molina, donde su padre era administrador de un fundo; este falleció cuando el
niño tenía 9 años; quedó huérfano de madre a los 17 años. Fue el menor de 11 hermanos;
durante su infancia fue muy regalón de su madre y hermanas mayores, especialmente de la
primera, pues se quedaban solos en la casa cuando sus hermanos mayores salían a trabajar,
después de la muerte del padre. Sus padres eran católicos, pero sin exageración; hizo la
primera comunión a los 12 años.
Mientras vivió su padre existió bienestar económico en su hogar. Asistió a la escuela del
fundo durante un año, donde apenas aprendió a leer y escribir. Al quedar huérfano a los 17
años, abandonó el hogar, pues sus hermanos mayores ya estaban casados; primeramente
vivió con una hermana casa durante dos años, al cabo de los cuales se vino a Santiago, en
calidad de llavero de un fundo en Barrancas.
A los 16 años empezó a sentir los primeros deseos de orden sexual, normales; estuvo de
novio con una muchacha campesina, con la cual mantuvo relaciones sexuales, quedando
esta embarazada cuando él se vino a Santiago.
[...]
Hace más o menos unos 4 años, presentó una fístula anal, que curó con tratamiento
específico en la Hospital San Luis; además, simultáneamente, presentó pérdida de
secreción purulenta y sangre por el ano, y dice que los exámenes revelaron que se trataba
de una blenorragia [gonorrea].
COMENTARIO.- Homosexualismo habitual. Caso de prostitución masculina” (11-12).
270

“J. G., 38 años, soltero; músico de prostíbulo. Constitución física, implantación pilosa, voz
y modales netamente masculinos. Genitales normales. Ano: pliegues borrados. Chancro
anal (blando). Sarna generalizada.
R. de Wassermann: (-); R. de Kahn: +-.
Quedó huérfano de padre a los 10 años y de madre a los 18; durante su infancia fue el
regalón de su madre, pues era el menor de sus hermanos; en su hogar, nunca existió
bienestar económico; respecto a su padre, no lo recuerda.
A los 12 años asistió a la escuela pública, durante un año
[...]
Como antecedente venéreos cita una gonorrea tratada con lavados por un practicante, hace
más o menos 10 años.
COMENTARIO.- Homosexualismo habitual poco acentuado, realizado con fines
económicos” (12-13).

“J. D. G., 22 años, soltero; garzón de prostíbulo. Constitución física, pilosidad, voz,
modales y ademanes viriles, normales. Órganos genitales: Fimosis congénita. Ano:
Condilomas anales; abundante secreción purulenta rectal, cuyo examen reveló la presencia
de gonococos.
R. de Wasserman: (-); R. de Kahn: +++.
Nació en Santiago; respecto a su padre, no recuerda ningún dato, pues este abandonó a su
familia cuando el niño tenía dos años; según ha sabido, falleció hace 3 años. Su madre vive,
es lavandera, católica, siempre se ha preocupado de él, aunque en el hogar nunca ha
existido bienestar económico; fue el hijo menor, motivo por cual fue muy regalón de su
madre.
[...]
Como antecedentes venéreos, fuera de su lues serológica, que seguramente es de origen
rectal, pues niega toda relación (homo o hétero-sexual) en que él haya actuado en actitud
pasiva [¿no será activa?], debemos mencionar la existencia de condilomas anales desde
hace 8 meses, acompañados de abundante pérdida de secreción rectal (gonocócica).
271

Además confiesa ser constipado crónico, presentando dificultades para la defecación, la que
en algunas ocasiones se acompaña de pequeñas hemorragias, lo cual nos hace pensar en la
existencia de una estenosis rectal (linfogranulomatosa?).
COMENTARIO.- Homosexualismo habitual, en un individuo con una apropiada
disposición psíquica. Caso de prostitución masculina” (13-14).

“H. R. R., 24 años, soltero, mozo de prostíbulo. Constitución física de tendencia levemente
feminoide; caderas ligeramente más anchas que la cintura escapular; barbilampiño;
implantación pilosa ligeramente femenil, sin ser típica. Modales y voz feminoides.
Genitales de conformación normal; cicatrices chancrosas peneanas. Ano infundibular
marcado; cicatrices perianales.
R. de Wassermann: (-); R. de Kahn: +++.
No conoció a su padre; quedó huérfano de su madre a los 12 años. Fue hijo único, muy
regalón de su madre, con la cual vivieron solos, hasta el fallecimiento de esta; en su casa no
había ambiente religioso y en cuando a la situación económica, era regular.
A los 9 años comenzó a asistir a la escuela pública, concurriendo a clases durante 3 años. A
los 10 años empezó a practicar el onanismo, en forma intensa, 4 o 5 veces por semana a
veces más de una vez al día.” (14-15).

“[H.R.R.] En varias oportunidades ha practicado el coito bucal, por dinero, con sus clientes
del prostíbulo; también en varias ocasiones se ha vestido de mujer, ya sea para atraer
clientes, o en reuniones de invertidos.
[...]
Durante el acto homosexual, a veces se masturba para alcanzar el orgasmo; como
preparación previa a las relaciones, se hace lavados rectales. No tiene ningún interés en
llegar a ser un individuo normal.
Como antecedentes venéreos, además de su lues serológica, acusa una gonorrea hace 2
años; afección rectal (gonorreica?) purulenta hace un año, ambas tratadas con lavados por
un practicante. Chancros blandos peneanos y perianales hace un año.
COMENTARIO.- Homosexualismo habitual, en un individuo orgánicamente predispuesto.
272

Caso de prostitución masculina” (15).

“E. A. O., 24 años, soltero, mozo de prostíbulo. Constitución física general, implantación
pilosa y voz normales; de mediana estatura. Genitales normales. Ano infundibular;
papilomas perianales pequeños; hemorroides. Llama la atención que a pesar de su aspecto
general viril, se depila las cejas, arregla el cabello y pinta la cara; además, al conversar,
adopta actitudes y modales feminoides.
R. de Wassermann: +; R. de Kahn: +++.
No conoció a sus padres, pues murieron cuando él era muy pequeño, por lo que fue
adoptado por una amiga de su madre, en cuya casa vivió hasta los 18 años de edad, en que
aquella murió; allí había bienestar y dicha señora tenía hijos mayores que este niño.
A los 9 años fue a la escuela pública a la que asistió durante un año, para después ingresar
en calidad de interno a un colegio de sacerdotes, donde permaneció 2 años; fue un mal
alumno, sabe leer, pero escribe con gran dificultad” (15-16).

“[E.A.O.] Estaban en Puerto Montt, y todo los días iban a un cerro vecino a jugar, sitio en
que tuvieron varias relaciones homosexuales, actuando siempre en el rol pasivo; estas se
suspendieron, porque él tuvo que venirse a Temuco, donde conoció diferentes amigos, con
los que continuó con sus prácticas pervertidas. Posteriormente estuvo en Victoria y
Valparaíso, lugares en los que no interrumpió sus relaciones uranistas.
[...]
Niega haber practicado el coito bucal, aunque dice que en múltiples ocasiones se lo han
propuesto. Muchas veces se ha vestido de mujer.
Antes y después de la relación homosexual, se hace lavados rectales con ácido bórico o
permanganato. No ha sido muy excitable, ni se han masturbado mucho durante su vida.
[...]
Hace 6 años presentó un catarro rectal, con pérdida de abundante secreción purulenta: en
varias ocasiones ha presentado erosiones anales. No tiene ningún interés en llegar a ser un
individuo normal (pág. 50).
COMENTARIO.- Homosexualismo habitual intenso. Caso de prostitución masculina” (16).
273

“C. M. M., 42 años, casado, dos hijos sanos; pianista de prostíbulo. Constitución física,
implantación pilosa, voz y modales viriles, normales. Órganos genitales: nada de especial.
Ano: múltiples cicatrices perianales; sale escasa secreción purulenta por el orificio anal.
Sarna impetiginizada generalizada.
Reacciones de Wasserman y Kahn: negativas.
Nació en Santiago; quedó huérfano de padre a los 16 años, y de madre, a los 35; mientras
estos vivieron, en su casa hubo bienestar, proporcionado por su padre, que era tenedor de
libros y dibujante, y que siempre se comportó en buena forma con su familia.
Fue el hijo mayor, siendo muy regalón de sus padres, especialmente de su madre. A los 10
años fue a la escuela, alcanzando hasta el 5o año de Preparatoria; en un principio asistió a la
escuela pública, pero después ingresó como interno en los padres salesianos. A los 12 años
de edad comenzó a practicar el onanismo, con relativa frecuencia, pues durante algunos
períodos lo hacía diariamente, a los 14 años empezó a sentir los primeros deseos de orden
sexual, que eran normales, dirigidos hacia las mujeres, llevando a cabo la primera relación
heterosexual a los 15 años, contrayendo en ella, varios chancros, una orquitis unilateral y
una infección generalizada de la piel” (17).

“L. V., 19 años, soltero; ayudante de pastelero, cesante. Constitución física, modales, voz y
pilosidad normales. Genitales: cicatriz de chancro en el dorso del pene. Ano: inflamación
anal, con pérdida de secreción purulenta. Informe anal. (Dr. Lerner). Linfogranulomatosis
rectal y anorectitis úlcero-vegetatante Nicolás y Favre.
Se trata de un muchacho que llegó a la Of. de la Denuncia Venérea” (18).

“J. D. R., 41 años, casado, pianista de prostíbulo. Constitución física, pilosidad, voz y
modales viriles, normales. Órganos genitales: nada de especial. Ano: pliegues borrados;
cicatriz antigua perianal (según dice es resultante de un
cortaplumazo).
R. de Wassermann: (-); R. de Kahn: ++++.
Padres vivos en la actualidad; durante su infancia, en su hogar hubo una difícil situación
274

económica; su padre era fogonero y lo regaloneaba mucho. No fue el benjamín.


A los 11 años fue a la escuela pública, a la que asistió durante cuatro meses, aprendiendo a
leer y escribir.
[...]
Como antecedentes venéreos tenemos su lues serológica; a los 18 años presentó un chancro
único del glande, resultante de su primera relación heterosexual, y 4 años después, presentó
un nuevo chancro, también único como el primero.
COMENTARIO.- Homosexualismo habitual poco acentuado” (18-19).

“D. A. M., 38 años, soltero; mozo de prostíbulo. Constitución física, distribución pilosa,
voz y modales masculinos, normales; de mediana estatura; carácter tímido, ligeramente
femenil. Genitales enormes. Ano: infundibular, pliegues
borrados; condilomas perianales.
Reacción Wassermann: +; R. de Kahn: +++.
Huérfano de padre desde los 5 años, y de madre, desde los 8, quedando desde esa edad al
cuidado de una tía; abandonó la casa de esta a los 12 años, después de haber asistido
durante 2 años a la escuela pública, para dedicarse a la vagancia con otros muchachos de su
edad” (19).

“[D.A.M.] Niega haber practicado el coito bucal y el haberse vestido de mujer, aunque
confiesa que ha sido aficionado a los disfraces femeninos en las festividades primaverales,
los que ha adoptado más de una vez en tales ocasiones.
Como antecedentes venéreos tenemos su lues serológica, que posiblemente proviene de
aquel chancro contraído a los 16 años; blenorragia uretral a los 22 años y posiblemente,
también rectal.
COMENTARIO.- Homosexualismo habitual, ¿llevado al vicio por necesidad? Caso de
prostitución masculina” (20).

“N. N., 51 años, español, casado, pastelero. Constitución física, modales y voz normales.
(Se trata de un individuo que consulta privadamente, por su perversión psíquica).
275

Su padre, carrocero, falleció a los 84 años; su madre, a los 55; esta era católica, sin ser
beata. En su hogar había bienestar económico; no fue regalón de nadie en su infancia y
tampoco fue benjamín. En su niñez dice haber jugado a las muñecas, y haberle interesado
especialmente las flores, bordados, dibujos y cosas artísticas un tanto femeninas. A los 7
años fue a la escuela fiscal, a la que asistió durante 4 años, al cabo de los cuales abandonó a
su familia para irse a Barcelona a trabajar en una pastelería. A los 10 años de edad
desempeñó las funciones de monaguillo en una aldea de Cataluña.
[...]
Ha tenido relaciones heterosexuales con 3 mujeres diferentes; incluyendo en ellas a su
esposa. En los primeros años de su matrimonio, fue muy feliz y sentía verdadera placer
durante las relaciones sexuales conyugales, pero poco a poco ese placer se fue haciendo
cada vez menos intenso, hasta hace unos 10 años, en que ya las relaciones le eran
francamente penosas, pues sentía repulsión hacia las mujeres, y para atenuar dicha
repugnancia, durante la ejecución del coito pensaba en alguno de los hombres que había
visto durante el día y que le había llamado la atención. Confiesa haber acariciado a diversos
hombres, unas 10 a 12 veces, experimentando una viva y real satisfacción con la realización
de tales actos; relata que muchas veces, al ver algún hombre que le agrade, en la calle, en el
carro, o en cualquier otro sitio, le es muy difícil contener sus deseos de abalanzarse hacia él
y acariciarle en la cara, pero "sin que ello implique un deseo sexual". Asegura, enseguida,
que si encontrase "un macho" a quién hacer cariños, sería "el hombre (?) más feliz", y él se
entregaría con verdadero entusiasmo (pág. 53).
Cuenta que hace alrededor de unos 12 años, le dio un ataque, según él, debido a la obsesión
de un hombre que le impresionó y le atrajo en forma tan intensa, que estuvo varios días sin
conocimiento, sin darse cuenta al volver en sí, que había permanecido ese tiempo en casa.
Niega haber llevado a cabo relaciones homosexuales, pero no duda que pueda llegar a
efectuarlas algún día. Le interesa llegar a ser un individuo normal, pues en las actuales
circunstancias, sus ideas homosexuales obsesionantes le producen un gran sufrimiento
moral.
En realidad se trata de un individuo neuropático con un gran sentimiento de inferioridad,
dominado por su obsesión. Como un dato curioso recordamos el que cuenta que en su
276

noche de bodas no pudo alcanzar la erección, por lo que al día siguiente, desesperado,
consultó a un farmacéutico, quien le preparó unas obleas, con el empleo de las cuales, a las
noche después, pudo realizar el coito normal varias veces.
COMENTARIO.- Homosexualismo psíquico típico. Podría pensarse en la existencia de una
predisposición congénita, que no se exteriorizó por la ausencia de factores determinantes
que hicieran manifiesta esta homosexualidad latente.” (20-21).

“J. P. U., 18 años, soltero; nochero de prostíbulo. Pseudónimo: Gaviota. Constitución física
feminoide; cintura pelviana más ancha que la escapular; implantación pilosa femenina;
barbilampiño; se arregla las cejas, encrema el cabello, que lo peina en forma de una melena
femenil; se pinta las uñas y labios. Modales, ademanes y voz femeninos. De carácter
franco, cínico, risueño. Genitales: fimosis reductible. Ano: pliegues normales; condilomas
perianales; hemorroides; incontinencia parcial del esfínter.
Reacciones de Wasserman y Kahn negativas.
Huérfano de padre desde los 8 años; madre vive en la actualidad, señora perteneciente a la
clase alta, que un día llegó hasta la Of. de la Denuncia Venérea, con el objeto de pedir datos
sobre la conducta y actividades de su hijo, al saber que había sido citado a esta. Fue el
penúltimo de 7 hermanos.
Durante sus primeros años fue el regalón de su hermana mayor, que actualmente tiene 25
años; en su hogar siempre ha existido gran bienestar económico. Inició sus estudios en el
Liceo Hispano-americano, para después continuarlos en otro liceo de sacerdotes, llegando a
cursar hasta la 6a Preparatoria. A los 14 años comenzó a sentir los primeros deseos de orden
sexual, que estaban dirigidos hacia los hombres, por los cuales sentía gran atracción
[...]
Posteriormente ha abandonado el hogar en 3 oportunidades, fugas que dice realizar con el
fin de obtener mayor libertad para desarrollar sus actividades pervertidas, pues sus
hermanos mayores se han dado cuenta de ellas y lo fiscalizan en sus salidas” (22).

“M. E. Z., 12 años (1937). Legítimo. Constitución física viriloide, tipo muscular. Genitales:
pre-púberes.
277

[...]
A los 3 años de edad primera fuga del hogar; después se ha fugado en repetidas ocasiones a
los 5 y 9 años, permaneciendo fuera hasta 20 días; ha sido recluido varias veces en la Casa
de Menores.
A los 7 años fue inducido a las prácticas homosexuales por su hermano mayor, relaciones
que efectuaron varias veces; a los 9 o 10 años, nuevamente es inducido al mismo acto, por
un adulto (cobrador de tranvía).
Onanismo 2 a 4 veces semanales. Niega otras relaciones homosexuales.
COMENTARIO.- Homosexualismo ocasional, inducido por individuos mayores,
favorecido por la vagancia, ambiente de pobreza familiar y tal vez por alguna tara
neuropática” (27).

“[H.C.H.] Hace 3 meses [en 1937, a los 12 años] fue inducido a efectuar relaciones
homosexuales por un muchacho mayor, con el cual efectuó el acto en 3 oportunidades;
siente remordimiento por la realización de tales hechos” (28).

“H. M. C., 15 años (1938). Legítimo. Niño prematuro. Constitución física viriloide,
tendencia a longilíneo. Genitales y ano normales [...] Relaciones heterosexuales con dos
mujeres a los 14 años. Relación homosexual con un niño menor; onanismo combinado con
amigos. Masturbación dos o tres veces semanales” (32).

“[R.P.O., 14 años en 1937] A los 7 años comenzó a vagar, adquiriendo pronto el hábito del
onanismo; también se inició en el homosexualismo, que practicaba con sus amigos en el
campo, prácticas que continúan frecuentemente en la actualidad” (35).

“[L.E.R.V., 12 años en 1939] Desde hace seis meses, relaciones homosexuales con varios
muchachos mayores que él; dice que en la realización del primer acto de esta naturaleza fue
intimidado” (36).

“G. V. G., 19 años (1937). Legítimo. Constitución física normal; longilíneo. Órganos
278

sexuales normales, balanitis y edema del prepucio en fimosis. Lues secundaria (máculo-
pápulas generalizadas). Ano: condilomas y placas mucosas; relajación del esfínter.
[...]
Relaciones homosexuales desde los 12 años hasta el presente, con 40 o 50 individuos
diferentes y por lo general, varias veces con cada uno de ellos. Dichas relaciones las ha
realizado con niños y adultos, profesional y aficionados, adoptando ambas actitudes.
Onanismo desde la misma edad, hasta 2 veces diarias. Confiesa que las numerosas fugas
de su hogar han obedecido a su tendencia homosexual. En tres ocasiones ha tenido
relaciones heterosexuales, con la misma mujer; ha practicado el onanismo combinado y el
coito bucal” (37).

“C. S. S., 13 años (1937). Legítimo. Constitución física viril normal. Órganos genitales:
fimosis. Sexto año escuela pública. Carácter rebelde, irascible, pendenciero, desobediente,
irrespetuoso. Situación económica familiar difícil. Padre 52 años, empleado, intransigente,
maltrataba a su mujer e hijos, a los cuales abandonó; madre 51 años, trabaja. Es el menor de
6 hermanos.
Después de gran trabajo y de numerosos interrogatorios, revela que a los 12 1/2 años fue
presentado por su hermano mayor, a invertidos profesionales adinerados, con los que
practicó a diario la homosexualidad, habiéndola realizado más o menos con unos 15
individuos, actuando indiferentemente en el rol activo o pasivo; sostiene que le han
practicado el "succis pennis" (pero niega haberlo realizado él). A su vez, él ha inducido a
otros niños acomodados del barrio a concurrir a los reservados de sus clientes. Durante un
tiempo que estuvo sometido a intenso tratamiento en la Of. de Educación Familiar, se
obtuvo una mejoría transitoria, pero luego reincidió. También estuvo internado en la Casa
de Menores” (38).

“[O.Ch.F., 14 años en 1938] A los 7 u 8 años, primera relación homosexual, con un adulto,
a consecuencias de la cual presentó un desgarro anal y edema de los genitales; después ha
continuado en las relaciones homosexuales con 4 o 5 niños de su edad, unas 10 veces con
cada uno y desde hace más o menos cinco años, con tres adultos. Siente deseos
279

homosexuales, no así, heterosexuales” (41).

NOTAS MÉDICAS
“De este cuadro se desprende la precocidad de la edad de iniciación de las prácticas
homosexuales entre los invertidos de nuestra capital, ya que de los 70 casos totales, 56 se
iniciaron antes de los 15 años, o sea el 80%, en lo que concordamos con los autores
extranjeros, que sostienen la precocidad de la manifestaciones de la homosexualidad,
muchas veces, aún antes de la pubertad.

De acuerdo con este cuadro vemos que la mayor parte de los casos son inducidos por
individuos mayores, eso sí que debemos aceptar, que han actuado en la mayoría de ellos,
sobre un terreno predispuesto, ya que encontramos solo 5 casos en que dicha relación les
produjo desagrado y no la volvieron a realizar en ocasiones posteriores. Por otra parte,
encontramos un gran número que nos confiesa que dicha primera relación les produjo
agrado (6 de nuestros 19 casos); hay otro grupo que culpa de tales prácticas homosexuales,
a la miseria, los que habrían iniciado estas relaciones movidos por la necesidad, pero no
podemos aceptar tal explicación como verídica, sino como una justificación; dentro de este
tipo tenemos un total de 14 de nuestros 19 casos” (46).

Acoso policial

“[J.P.U.] A los 17 años se fugó de su hogar, siendo detenido por Agentes de Investigaciones
por encontrarlo "patinando y por fuga del hogar"” (22).

Contexto histórico

“[J.P.U.] Durante cierto tiempo estuvo concurriendo a la Of. de Educación Familiar


[Oficina de Educación Familiar, dependiente del Departamento de Higiene Social]
dependiente de este Depto., sin conseguir resultado positivo, lo que parece deberse a que él
no tiene el menor deseo de llegar a ser un individuo normal, por lo cual abandonó el
280

tratamiento” (23).

La Oficina de Educación Familiar llevaba un catastro de los casos de homosexualidad.

“En cuanto al tipo de Homosexualismo, tenemos:


Ocasional
Habitual
Con tendencia a
habitual
De base constitucional
De base psíquica
Psíquico puro
Como vemos, no hemos encontrado un gran número de verdaderos homosexuales, es decir,
homosexuales congénitos; es por ello que hemos adoptado una clasificación práctica, que
es la que hemos aplicado al cuadro precedente. Allí encontramos, que la mayoría de los
casos de ambos grupos, pertenecen a las dos primeras clasificaciones, lo que nos indica su
evidente carácter perverso, es decir, vicioso
[...]
En el grupo de base constitucional, incluimos aquellos casos que presentan en su
constitución física, rasgos o caracteres generales feminoides. Y, en el grupo de base
psíquica, anotamos aquellos casos que han presentado o presentan tendencias
homosexuales u atracción psíquica hacia el sexo masculino, pero poco intensa. A este
respecto anotaremos, que de nuestros 19 casos, hay 12 que no experimentan ninguna
atracción hacia el sexo femenino, a pesar de haber tenido relaciones heterosexuales, y se
sienten muy satisfechos de ellos; no deseando llegar a ser individuos normales” (52).

Cuerpos

NOTAS MÉDICAS
“Del cuadro anterior deducimos que son pocos los invertidos que presentan una
281

constitución física feminoide, y por el contrario, son numerosos los que poseen una
constitución física completamente normal; igual cosa podemos decir con respecto a los
órganos genitales. En cuanto al ano, debemos hacer notar que la gran mayoría de ellos
presenta un ano infundibular, con pliegues borrados, esfínter dilatado, etc., pero hay un
cierto número, que a pesar de practicar la paedication en forma más o menos intensa, no
presentan dichas anormalidades anales. Ya hemos hablado anteriormente de las lesiones que
hemos encontrado a nivel del ano, por lo que volvernos sobre ellas aquí” (48-49).

1950-1973

Prácticas de captura

Entrevista a G.D.

“El abordaje” en plena calle: “en la calle, caminando, a la salida de los cines también, me
abordaban”. Esto “siempre existió”. “Era, hola, cómo estás tú, qué andas haciendo, te gustó
la película si a uno lo encontraban en el cine”.

Conquistar gente en el cine a través del tacto: “Yo cuando venía al cine, llegaba, se sentaba
alguien, bien oscuro, y con la pierna empezaba, así y la mano la ponían aquí... así. Yo
llegaba al cine, cuando en eso sentía la pierna... después la mano en la butaca...”.

Dentro del cine dice no haberse dejado hacer nada, porque “siempre con el temor de que
vayan a prender las luces y sorprenda un carabinero. Porque al que se llevan preso no es al
hechor, sino a la víctima...”.

La mirada: “No mirar ná pa adelante, mirar... siempre andar buscando eso, esa cuestión del
sexo”. También en los baños de los cines. Lo típico para abordar: “hola, ¿cómo estay?”. Así
que muchos hombres me ofrecían que me fuera a su departamento, a su casa”.
282

“Yo creo que el sexo es bonito cuando dos personas están de acuerdo. Y se sientan atraídos.
No... andar en la calle y que uno... lo hable una persona y... Y vaya al tiro, no”.

“Más encima a uno lo engatusaban, cuando era joven, yo inocentemente...”.

“A mí me seguían como moscas. Me decían, vámonos para el pastito, bájate los


pantalones... ¡No! Les decía yo”.

Buscar en auto.

Entrevista a Monique, ex-bailarina del Blue Ballet.

“Entre la gente [gay] siempre se reconocen”. Los gays se vestían “discretamente” en los
lugares de encuentro como la Plaza de Armas, para no llamar la atención.

Entrevista a F.S.

En reuniones en la UNCTAD de grupos políticos afines a la Unidad Popular, se hacía


“política con doble filo, como que una se olía, se percibía, no es que me dijera que era
lesbiana. Pero finalmente te reconocíai. Era una cosa como innata [...] Pero en ese momento
['70-'73] era todo como piola, nos cachábamos y ese era el punto. Cuando nos
reconocíamos. Nos reconocíamos pero no nos conocíamos. Onda sí, yo cacho, pero no
pesca”.

“Antes del Golpe no se manifestaba como un movimiento político, sino que se manifestaba
como un movimiento social, el cacharse, el atinar”.

G: Entonces todo el código era visual, uno entraba al grupo porque uno cachaba
visualmente que el otro era así como del... le sacabai el rollo a la otra persona.
283

F.S.: Sí

G: Así te dabai cuenta.

F.S.: Sí.

Entrevista a L. Fernández

“El cinematógrafo implicaba el hacinamiento de gente en espacios muy reducidos. Y eso


llegaba a oídos de la autoridad también. Y es ahí donde las locas iban a buscar hombres. Ya
los teníamos [como lugares de ligue] en los años '30. Y eso es un problema policial”.

Entrevista a P. Lemebel

“Caminando, sobre todo por Huérfanos, te quedabai mirando con un loco, seguías
mirándolo hasta darte vuelta, él también, y un diálogo típico era: «¿En qué andai?», o
«¿Tenís fuego?», o «¿Tú las entendís?» [Según Pedro, esta última expresión proviene de
España]”.

“Las locas siempre se han vestido estrafalario”. Gran influencia de la moda hippie: blusas,
pantalones, pelo largo, pulseras, collares.

“Traían la moda de París”: pantalones anchos desde arriba (no pata de elefante), zuecos y
camisas escocesas entalladas, impermeables hasta el tobillo, botas de gamuza. “Nadie se
vestía así. Una se las ingeniaba, compraba camisas escocesas en La Vega y después las
costureabai. En Música Libre salió esa moda. Después me mandé a hacer unos zuecos de
veinte centímetros. Con una amiga nos pintábamos las poleras con cepillo y colador y
quedaban bonitas, salpicadas”, como los stencil de hoy. “El pelo largo era amariconao'”.
Estaba de moda el corte de simio, al estilo del Romeo de Zeffirelli.
284

Entrevista a J.M. Manríquez

“Los gay para distinguirse tenían que ser distintos [refiriéndose a la ropa]”.

Donoso en El lugar sin límites (1967)

“Don Alejo se acercó a la mesa. Con sus ojos de loza azulina, de muñeca, de bolita, de
santo de bulto, miró a la Manuela, que se estremeció como si toda su voluntad hubiera sido
absorbida por esa mirada que la rodeaba, que la disolvía. ¿Cómo no sentir vergüenza de
seguir sosteniendo la mirada de esos ojos portentosos con sus ojillos parduzcos de escasas
pestañas? Los bajó. ¿Quiubo mijita? La Manuela lo miró de nuevo y sonrió. ¿Vamos,
Manuela? Tan bajo que lo dijo. ¿Era posible, entonces...? Cuando quiera, don Alejo. Su
escalofrío se prolongaba, o se multiplicaba en escalofríos que le rodeaban las piernas, todo,
mientras esos ojos seguían clavados en los suyos... hasta que se disolvieron con una
carcajada. Y los escalofríos de la Manuela terminaron con un amistoso palmotazo de don
Alejo en la espalda. No, mujer. Era broma nomás. A mí no me gusta...” (73).

Carrillo y Whithing en Revista de Psiquiatría (1952)

“Hemos comprobado que en muchos casos que los pacientes pertenecen a clubes de
homosexuales son de mal pronóstico. En el estudio de tres pacientes, el club representa
inconscientemente la alianza con los hermanos y/o el padre contra la mala imagen de la
madre oral simbolizada por la sociedad punitiva y perseguidora”. Citado en Contardo (199).

Armando Roa en Cuadros psicopatológicos... (1970)

“Los homosexuales genuinos, dentro de los cuales se reclutan pervertidores de niños,


formadores de sectas secretas y de bandas peligrosas, etc., se caracterizan por reconocerse
de inmediato entre ellos a través de la mirada, aunque no se hubiesen visto nunca antes”.
285

Citado en Contardo (227).

Contardo

Contardo hace referencia a dos estéticas dentro del mundo homoerótico: la exaltación
masculina (de antecedentes griegos) y “el camp, un código que apela al artificio, la
teatralidad y que tiene en la admiración de ciertas mujeres célebres o divas un culto a lo
femenino como aspiración estética” (203). Un ejemplo de estética camp es el culto a las
divas del cine de los '50 y '60, como Sara Montiel.

“Siempre una especie de cara y sello de lejanía y cercanía, de vínculo intenso pasajero y a
la vez débil, de complicidad en la acción clandestina, y ausencia (e imposibilidad) de
compromiso real. El «levante» o ligue callejero (...) es un fenómeno urbano de rasgos
universales” (226).

“Tal vez se deba tan solo al registro de códigos y a saber interpretar señales adecuadas de
manera rápida (...) Reconocer signos, gestos y además saber cuándo una mirada que se
sostiene se hace con un interés particular, no es un ejercicio privativo de los homosexuales;
el cliché romántico del «amor a primera vista» se basa en el mismo principio. La diferencia
está en que se trata en este caso de dos personas del mismo sexo, por lo que el riesgo de una
equivocación es mayor y proporcional a la hostilidad del medio. La necesidad de
mantenerse alerta debe terminar por pulir los sentidos, del mismo modo en que un ciego
utiliza con mayor destreza el oído y el tacto que una persona de vista sana” (227).

Contardo estima que el grupo de iguales funcionaba como un lugar de refugio formado,
además de la amistad, por un “sentido de sobrevivencia y pragmatismo”. (228).

Felipe Paredes: “Un minero que conocí en un caracol en Concepción, él iba subiendo, yo
iba bajando, nos miramos y enganchamos”. Citado en Contardo (359).
286

Durán en Michel Foucault... (2005)

“La oralidad y la construcción de códigos iniciáticos aseguraban el secreto [...] El sistema


relacional afectivo, propuesto por Foucault, se había conformado en Chile anterior a la
conformación de los movimientos políticos gay, en la «cultura de ambiente», que los
autodenominados «homos», habían establecido. Constituyendo una geografía de la homo
erótica, más dinámica y fluida que la actual”.

Perlongher en El negocio del deseo

“El acercamiento entre unos y otros [prostitutos y clientes], en esto que parece en un
principio una gran confusión, en general no es directo: se establece a partir de un juego de
desplazamientos, guiños, miradas, alusiones, pequeños gestos casi imperceptibles para un
extraño, a través de los cuales se intercambian indicios sutiles de peligrosidad, de riqueza y
poder, de libidinosidad, de inteligencia. No mencionamos estos preámbulos barrocos sino
para detenernos en un aspecto: en ese locus de contornos aparentemente difusos y huidizos
se articula toda una serie de demandas y ofertas sexuales. Esas articulaciones aparecen
como casuales, “libres” o arbitrarias. Al conocerlas más de cerca se percibe que, sin perder
su cualidad de azar, esas interacciones estaban recorridas por redes, más o menos
implícitas, de signos codificados” (42).

Monsiváis en Que se abra esa puerta

“¿En dónde comienza la historia de una minoría unida por la naturaleza del deseo y la
cultura de las tinieblas sociales? Necesariamente por el ligue, evidente o discreto, ritual o
improvisado. En ese rumor que solía transmitirse de generación a generación, el ligue es el
hábito de reglas muy fáciles de manejar y de riesgos que se olvidan al estallar la lujuria”
(134).
287

Espacios de encuentro homoerótico

Entrevista a G.D.

“Todos los [cines] del centro”: Gran Palace (Huérfanos con Morandé), Teatro Central
(Huérfanos con Estado), Huérfanos (Huérfanos con Ahumada), REX (Huérfanos, entre San
Antonio y Mac Iver), Lido (en calle París o en Huérfanos, no queda claro), Miami
(Huérfanos antes de llegar a Morandé).

“Los cines funcionaban hasta las 12 de la noche o una de la mañana”.

“Dentro de los baños [de los cines] veía gente chupándolo, sobre todo. Porque a los baños
les hacían hoyos y el hombre pasaba la verga por ahí. ¡Ayy! Yo me moría. También los
hombres se cruzaban. Lo que pasa es que no estaba el azote que llegó al mundo, por eso es
que había libertinaje. Pero los hombres que estaban dirigiendo el cine, la taquilla, le
quitaban la taquilla al público, los guardias que andaban con linternas. Era una guerra
interminable, porque estaba ese cruzao' con el hombre, el hombre estaba gozando... lo
dejaban no más. Pero después que salió el azote... ¡Nunca más! Al menos yo nunca más”.

Plaza de Armas y la Alameda entre Plaza Baquedano y Ahumada. También menciona la


antigua existencia de barrios de “gente liviana” [podría referirse a al barrio San Camilo].

Parque Forestal: “En los '60-'70 en la noche había romerías [...] Romerías de hombres,
parejas buscando hombres”.

Cuando empezó a trabajar en el centro “se me abrió otro mundo. Y había vida nocturna
bonita”.
Boites: “Habían partes para ir a bailar entre gays y entre gente normal, habían boites
elegantes, bonitas, estaba el centro de Santiago lleno con boites elegantes. Eran caras, iban
hombres de plata”. Una de estas era el Goyesca, en la esquina de Huérfanos con Estado.
288

También estaba el Capri, en San Antonio. “Todos estos grandes hoteles tenían boite, el
Hotel Carrera, el Crillón, todos esos hoteles tenían show y la gente se amanecía en la calle.
Ahora no hay nadie, se amanecen los que no tienen casa. Antes no, la noche bohemia, toda
la noche bohemia”.

Fuentes de soda: Hawai en Monjitas con San Antonio ('60s-'75): “Entraba de todo ahí. No
habían puertas separadas, todos entraban ahí”. También había otra en Merced con San
Antonio.

Baños: “Entonces yo voy al baño y estoy en el baño y hay uno de ellos. Alto, buen mozo,
bien elegante, buen trato. Y estaba con el miembro en la mano, me insinuó montones de
cosas”.

“Yo iba donde la Anita González, a Miraflores. Trabajaba en la radio yo, me topé con ella
en el Radiotanda.

Otros lugares de reunión eran La Tía Carlina ('50s-'80s), en Vivaceta 1226 [de donde salió
el Blue Ballet] y El Buquesito, en Coquimbo con Cochrane ('70s). Estos lugares
funcionaban de lunes a domingo. Las casas de remolienda aparecen mezcladas en su relato
con la vida homoerótica.

“En esa época estaba todo más revuelto, entraba gente normal porque eran bonitos los
shows, las pinturas, cómo se transformaban los travestis, era todo bonito, no había
separación. Pero si a Vivaceta llegaban ministros, diputados, políticos, todo. Ahora los
artistas del Bimbambum que eran coristas, que eran regios, cuerpo de baile, figuras
famosas; terminaban el show en Huérfanos y se iban a Vivaceta. ¡Porque era lindo, bonito,
lentejuelas, brillo, noche, alegre, canciones, baile!”.

Quintas de recreo en la Gran Avenida: El Rosedal, La Higuera: “Bailes y comida.


Parrilladas y show folclórico y de travestis”. “Gente gay mezclada con gente normal”.
289

Hoteles en: Santo Domingo con Amunátegui, Esmeralda con San Antonio, Hotel Miraflores
“Bien bueno, decentitas las camas. Recibían gente normal y gente del ambiente”.

“Todas esas calles tenían hoteles que admitían a toda la gente que iba a estar” ('60s-'70s).

El Vox Populi, que aún se mantiene.

Entrevista a Monique, ex-bailarina del Blue Ballet.

Los cines han sido lugares de encuentro homoerótico en el pasado y aún en el presente: “En
los cines porno del centro se juntan”.

La plaza de Armas siempre ha sido un punto de encuentro, “se juntaban muy


discretamente”. Otro lugar de encuentro urbano era el cerro Santa Lucía.

Existencia de un barrio rojo en los callejones entre Portugal y Lira cercanos a Diez de julio
[barrio San Camilo]: “era el barrio rojo de esos años, que eran los callejones, eran
manzanas completas de puros burdeles. No era exclusivamente de gay, sino que ahí los gay
estaban para servir, para el aseo, ese tipo de cosas. Que quiero decir, donde podían
desahogarse”.

Supuesta mayor seguridad en las calles: “Tú podíai salir de la boite y prácticamente irte a
pie a tu casa sin temor de que te fueran a cogotear. Siempre han habido cogoteos, pero esos
estaban cerca de Estación Central, en San Pablo con Matucana, Bandera también era un
barrio bravo... pero eran barrios específicos. No como ahora”.

Otros lugares: Antiguamente boite La Sirena, hoy Grammy (Irarrázaval con Vicuña
Mackenna), Quinta Cuatro en Recoleta, un café en la Alameda “era de estos de
intelectuales, de escritores, y entre medio de gays también” [Puede ser Il Bosco].
290

Los prostíbulos, que junto a los cines “eran los otros lugares donde había un poco de
libertad. En otros no, no había, no existía”. En la Tía Carlina, por ejemplo, “tú podías vestir
de mujer, hacer show y todo eso. Que era como lo máximo de libertad”. La Tía Carlina
existió desde los cincuenta y tuvo su última época de gloria con el Blue Ballet. Otro
prostíbulo era El Buquesito [ubicado en calle Coquimbo]: “Era como la concurrencia de la
Carlina”.

No era la época de las discotheques [que comenzaron a fines de los '70 y comienzos de los
'80], “era la época de las boites”. “Lugares como un club, como hay ahora, discotheques,
imposible. A veces en un lugar se podían poner en un momento de locura, qué sé yo, a
bailar así con algunos hombres, en algunos barrios, al otro día había una micro de pacos”.

“Nos íbamos a los prostíbulos, porque eran los únicos lugares que estaban abiertos después
de que terminaban las boites y donde había alcohol y hueveo a destajo, de bailar, tomar,
pasarlo bien... se encontraban novios ocasionales, por la noche, por un rato. Y al otro día,
todo normalmente”.

“No había un barrio en que estuvieran todas [las boites] concentradas”.

Un panorama de la bohemia: cuatro o cinco boites en el centro [una de ellas el Tap Room
de Bulnes], más La Sirena en Irarrázaval y el Picaresque en Recoleta. Estos funcionaban
todos los días. A esto se sumaban “los barrios rojos que en ese tiempo absorbían mucha
gente”.

Hoteles: “Era muy difícil, era todo como oculto, había alguien que aceptaba pero corrías el
riesgo de que llegaran los pacos”.

En las década del sesenta y hasta 1973 [fecha en que Monique dejó de vivir en Chile], los
lugares de encuentro homoerótico eran también frecuentados por personas heteroeróticas.
291

Este mismo período es descrito como la “época de oro de los cabarets (...) eso era familiar”.

Entrevista a C. Sánchez

Tap Room (cabaret de Bulnes).

Entrevista a F.S.

La UNCTAD era un espacio de encuentro solapado y no abierto, dentro del activismo


político de la UP: “Era el espacio donde se juntaban las lesbianas camufladamente. Y eran
lesbianas comprometidas, políticas [...] La UNCTAD era como social, a conocer, a cachar,
a atinar también de repente, a coquetear un rato, a vacilar. Era como ir a cazar en realidad.
Eso es lo que se hacía. Yo vacilaba no más, porque yo era muy chica pero igual cachaba
todo. Había ligue [...] También habían muchos homosexuales hombres. Era como los
grupos alternativos. Por ahí había mucha gente homosexual y muchas lesbianas. La gente
en general era gente de izquierda”.

“[Amigas más grandes le contaban] que existían lugares igual, siempre han existido
lugares. Siempre, siempre, siempre. Pero siempre ha sido como de voz, lugares específicos,
donde se va a mariconear”.

Entrevista a L. Fernández

Cerro Santa Lucía, cerro San Cristóbal, baños públicos, “restoranes, fuentes de soda, donde
la gente siempre se reunía, si en una ciudad siempre ocurre. Y habían muchos prostíbulos,
chinganas, quintas de recreo... Y estos sujetos están presentes”.

Otro lugar era Il Bosco, bastante antiguo y de público intelectual, ubicado en la Alameda
entre Estado y San Antonio.
292

“Parece que Nicolás Guillén decía del Santa Lucía, tan pecador de noche, tan inocente de
día”.

Entrevista a P. Lemebel

“Nos juntábamos en la UNCTAD, cincuenta, treinta o diez personas, un lote grande. Fue la
primera organización”.

La calle Huérfanos era frecuente lugar de ligue: “Sobre todo por Huérfanos”.

Baños de la Biblioteca Nacional (públicos y en un subterráneo). Eran famosos, iban incluso


estudiantes. Las locas se metían a las cabinas, luego se cambiaban de cabina, empezaba el
sonido de culión, cuando escuchaban pasos apresurados bajando la escalera salían a toda
prisa de las cabinas.

Paso bajo nivel del Santa Lucía en la noche. “Eran heavy. Si pasabai por ahí podíai salir
trasquilao'”.

Casa de la Luna Azul de Lastarria, La Guarida, frente a Los Chinos de Monjitas: “No me
dejaban entrar ahí” (Porque era muy chico, probablemente a fines de los '60). También
había un bar lésbico en San Pablo, concurrido por el fun club de Cecilia. Los sábados
hacían “cahuines” (“hueveo homoerótico”): “Primera vez que nos sacaron a bailar hombres
[pelaos del ejército]. Bailaban lentos, era la época del Festival de San Remo. Era
sumamente erótico”.

Burger Inn, Drugstore de Providencia, El Túnel ('70).

En Valparaíso le pusieron Ilusión Marina, por los ojos verdes, a una travesti dueña de un
“toplón”, lugar donde había “hombres que mostraban la pichula”.
293

Perlongher en los '70 decía que “esto era el paraíso de los maricones”.

Entrevista a L. Montecarlo

En los '60 operaba Il Bosco, ubicado en Alameda con San Antonio. También estaba el
Waldörf, en Ahumada con Agustinas. Ambos lugares estaban asociados a la bohemia, esta
ligada a su vez con el ambiente artístico e intelectual.

Entrevista a A.H.

Un punto de reunión era el Coppelia de Providencia, antes del Golpe. En los '60-'70 dice
haber escuchado de bares en Independencia.

Luis Rivano en El apuntamiento (1967)

“Una vez fui al cine Roxy a ver una película de John Wayne. Había pasado un cuarto de
hora solamente cuando sentí una mano cálida junto al muslo. Creí que había sido una
casualidad y no le di mayor importancia. Lo único que hice fue correr mis piernas sin armar
escándalo. Percibí en la respiración entrecortada del otro un cierto anhelo que él deseaba
confesar. En el intermedio salí al baño. Mi vecino salió detrás de mí”.

“Empecé a patinar sin importarme nada; lo hacía por las proximidades de los Juegos Diana,
en la esquina de Estado, en las puertas del restaurante El Bosco. Por esos lugares,
mostaceros y putas nos tratábamos como compañeros de un mismo oficio”. Citado en
Contardo (206).

Raquel Correa en Revista Vea (1970)


294

“El público de la galería [del cine Baquedano] está formado exclusivamente por varones
[...] la mayoría jóvenes: algunos maduros; un solitario anciano de barbas; más hombres y
yo, que trato de pasar inadvertida junto al reportero gráfico José Muga, que oculta su
cámara fotográfica bajo la chaqueta [...] ¿Qué película dan? Al parecer eso importa poco,
porque cada cual ha llegado a la galería a vivir su propia película, tan escabrosa y perversa
que ningún cineasta osaría filmarla y ningún país del mundo la dejaría exhibir. Sin
embargo, aquí está rodando a diario en la penumbra de los cines de la Alameda y nadie
parece darse por enterado”. Citada en Contardo (275).

Gómez Morel en El río ('20-'30)

“—No te procupís, cauro. Sabimos donde poís dolmil. ¿Querís acompañalnos? Los seguí.
Confié. Tuve un gran momento de felicidad. La noche fría y sin techo espanta como un
pulpo avanzando bajo la almohada. Llegamos a un suburbio. Allí está hoy la Plaza
Chacabuco: en un solar abandonado se veían varias casuchas de lata, madera delgada y
cartón. —Entra, cauro —ordenó el guía señalándome una de ellas—. Poís acostalte ahí—
señaló unos jergones sucios y pestilentes. Los compañeros también entraron. Uno sugirió:
—Sácate los guardapeos, poís arrúgalos. —Claro, veldá: pueen arugáseles —coreó el
mayor chasqueando la lengua y haciendo un guiño a los otros—. Sácatelos, caurito. Lo
hice. Quedé desnudo. Nos acostamos y tapamos nuestros cuerpos con los jergones. Sentía
la tibieza de las piernas de mis compañeros de cama. Me sentí seguro. Eran mayores que
yo, más fuertes y decididos. Apenas comprendí sus intenciones, salí corriendo desnudo de
la casucha. Reían hasta desternillarse. Empezaron a perseguirme, pero produciéndome la
impresión que no podían alcanzarme. Les estaba haciendo el juego, sin saberlo.
Únicamente querían acorralarme en un punto donde fuese imposible seguir arrancando.
Caí. Me pegaron bastante, el mayor me hirió levemente con un cortaplumas en la nalga,
siguió amagándome el vientre, hizo el ademán de darme una puñalada: grité espantado, me
arrodillé y pedí piedad. —Soi muy farruto, caurito. No tenis ni calne siquiera. ¿No comíai
en tu casa? No te vamos a hasel na. Pero teñimos que vendel esos pantalones, ¿sí? —dijo el
que esgrimía el arma, compadecido acaso con mi postura genuflexa. —¿Y qué me pongo
295

después? No tengo más. -Te damos otros. Leántate. Camina: vamos a olmil. Regresamos a
la casucha y nos acostamos nuevamente. La insistencia continuó. Me besaban y uno se
masturbaba con su pierna puesta sobre mis nalgas. Otros a mi lado se abrazaron. Me di
vuelta hacia la pared del rancho y vi una botella cervecera vacía. Se espejaba en ella parte
de lo que estaba ocurriendo a mis espaldas. Un hervor extraño me subió por los muslos”
(66-7).

Las Noticias Gŕaficas (1947)

“Los conspicuos departamentos de las calles Guayaquil, Quito y Victoria Subercaseaux


fueron una de las principales metas seguidas por la investigación [del asesinato de
Madge]”. Se refiere al sector cercano al cerro Santa Lucía. Citado en Contardo (195).

Revista Vea, 26-04-73

“De pronto la atención de los paseantes se concentró en la pérgola [donde] un nutrido grupo
de muchachos vestidos de manera estrafalaria comenzaron a lanzar gritos y a bailar con
movimientos feminoides y chocantes [...] Uno de los promotores del desorden se hizo
escuchar por sobre el tumulto: «Somos los colas de la Plaza de Armas y estamos haciendo
esta manifestación para pedir que nos dejen tranquilos de una vez» [...] La Plaza de Armas
nunca ha sido un lugar muy santo al atardecer [...] En el lugar se ejerce desembozadamente
la prostitución. Mujeres y niñas de trece a dieciséis años se pasean todas las tardes por la
plaza lanzando miradas provocativas a diestra y siniestra [...] Pero en esa rara comunidad
que se reúne todas las tardes en la Plaza de Armas hay otros miembros que el inocente
transeúnte no puede notar a simple vista [...] Solo sus amigos y conocidos saben que son
homosexuales al acecho”. Citada en Contardo (298-9).

Donoso en El lugar sin límites (1967)


296

Los prostíbulos como lugares de homoerotismo hasta los '70: “Los chiquillos jóvenes,
cuando los clientes se emborrachaban, le hacían la competencia a las mujeres”.

Contardo

El Santiago de los '50 “escondía rincones nuevos. Lugares, recorridos y espacios que los
«entendidos» [...] conocían. Un mundo paralelo al del resto, los primeros indicios de una
cultura gay que se confundía con una incipiente bohemia compuesta por un puñado de
personajes que nunca fueron una multitud” (222).

“La bohemia de los años cincuenta estableció un puente con la marginalidad del mundo gay
a través del arte [...] Muchos puntos en los que la bohemia se reunía eran también
reconocidos como lugares de encuentro de homosexuales” (224).

“El circuito comprendía también un trazado que comenzaba en la Plaza de Armas, se


extendía por calle Monjitas, recorriendo a paso flojo, descuidado, en dirección al Parque
Forestal, de ida y vuelta, cruzando el río en los altos del club social Minerva, del barrio de
avenida La Paz, entre veguinos y cargadores. Podían también detenerse [...] en los baños
públicos del Banco de Chile, que tenían una entrada independiente y un largo pasillo”
(224).

“Todo prostíbulo de categoría tiene su maricón, y como tal, su dedicación debe ser la de
campanillero, mozo de la cabrona o el encargado de tocar el piano (...) los prostíbulos de
Santiago, Valparaíso y Concepción contaban entre sus asilados a hombres que ejercían el
comercio sexual y a la vez actuaban como transformistas. Así ocurría en algunos burdeles
de la calle Clave de Valparaíso; en El Buquesito de la calle Coquimbo de Santiago; en el
prostíbulo de Recoleta regentado por «el Condesa», predilecto de los futbolistas; y en la
chingana de La Perla, en Concepción” (238-9).

La calle San Camilo, llena de prostíbulos y travestis (Contardo, 272).


297

“La bohemia tuvo un nuevo punto de encuentro en estos lugares. Los burdeles se
transformaron -en la segunda mitad de los sesenta- no solo en un lugar de diversión, sino
además en una especie de credencial de pertenencia para quienes se jactaban de su agitada
vida nocturna. Escritores, artistas, obreros, abogados, periodistas, políticos, heterosexuales
y homosexuales reunidos en el jolgorio de las noches de fiesta eterna de las casas de
tolerancia. En particular una, la más célebre, la regentada por Carlina Morales, en Vivaceta
1226” (239-40).

“Los espectáculos de transformismo de la Tía Carlina no eran grandes piezas teatrales, sino
pequeños números modestos de baile y canto sobre un escenario en un extremo del salón en
el que se distribuían las mesas. Un testigo recuerda: Era un salón de una casa antigua.
Como una boite pobre. Iban hombres heterosexuales y también gays. Salían los maricas
vestidos de mujer y luego sacaban a bailar (...) El único prostíbulo que le hacía el peso era
El Buquesito, regentado por el Negro Miguel que, tal como ella, también se dedicaba «al
comercio sexual de homosexuales», o más específicamente con travestis” (240).

“Los hombres gay que acudían a los prostíbulos no lo hacían para buscar servicios
sexuales, sino por los espectáculos de transformismo y porque allí podían hacer lo que en
ningún otro lugar público: bailar entre ellos” (241).

Antonio Freire sobre La Carlina: “Hasta el pasillo de dos metros de ancho, iluminado con
luz ámbar los clientes chismorreaban, fumaban, reían, bebían, disimuladamente se
pichicateaban, paseaban, coqueteaban con los homosexuales, besuqueaban a alguna sobrina
ramera (...) De ahí en adelante nadie supo de qué lugar del cielo aterrizaba el brebaje ni
tampoco si eran hombres o mujeres a quienes sacaban a bailar”. Citado en Contardo (241).

“La calle, los baños, los cines. Una y otra vez. Ninguno de esos recorridos o circuitos eran
exclusivamente homosexuales (...) eran trazos de la ciudad que los homosexuales
simplemente habían llegado a ocupar estableciendo un uso alternativo, paralelo” (225).
298

“El encuentro [de aristócratas] con hombres de clases inferiores ocurría en el espacio
público, en el trabajo o en las correrías callejeras” (205).

El circuito de los años '50 se completaba con los cines: “los de barrio y los del centro”.
Estaba el Roxy y el Miami, este último en Huérfanos entre Ahumada y Bandera, donde “la
proyección era una cortina de sonido para los hombres que se instalaban lejos de la platea,
en el balcón, a buscar el cómplice de la tarde. Esa ubicación tenía su propio baño y una
circulación constante a veces interrumpida por las redadas policiales [...] Las detenciones
calmaban las aguas por un par de días, pero pronto los habituales volvían a buscar
compañía entre las butacas del Miami” (224-5).

“Baños turcos, en particular el Delicias de Estación Central. Un sugestivo nombre para un


edificio de dos plantas que prestaba un servicio oficial y uno clandestino. Había masajistas
que se prostituían y camarines por los que se pagaba una propina si se quería acceder con
compañía (...) Era una ocupación silenciosa de los lugares públicos que permitía la cercanía
de los cuerpos o la desnudez. Se combinaba aquí un relativo anonimato que, al mismo
tiempo, protegía de quedar al descubierto y entorpecía la posibilidad de relaciones más
duraderas más allá de la satisfacción momentánea” (225-6).

Contardo citando a un entrevistado: “En los baños sauna siempre pasaba algo. En todos.
Había algunos más obvios, como el Catedral 2735, que era como una catacumba sucia. Allí
iba tupido y parejo un cura del colegio San Marcos. Los camarines eran de tablas tan
separadas que se podía mirar de un camarín a otro. Incluso, en los Baños Santiago, que
estaban en el pasaje del Banco del Estado y era muy grande y elegante, y en el Miraflores,
había toqueteos furtivos” (225-6).

Para Contardo, el éxito del Blue Ballet “coincide con otro hito: la aparición de El Loro
Perjuro, el primer bar de ambiente gay en Santiago”, ubicado en “Merced, casi al llegar a
José Miguel de la Barra” (243).
299

Contardo señala para la fundación de El Loro Perjuro, “el barrio combinaba un paisaje
urbano de relativo anonimato -una temprana asociación con la prostitución masculina,
según registran los diarios de Alone-, la cercanía con la Escuela de Bellas Artes y el Parque
Forestal, con un alumnado abierto a las experiencias nuevas, y un grupo de connotados
vecinos homosexuales pertenecientes a la burguesía. Hombres que vivían solos en grandes
departamentos en una época y en una sociedad que juzgaba esta forma de vida como una
anomalía” (243).

“En 1968, el barrio alrededor de la calle Lastarria y cercano al Parque Forestal terminó de
consagrarse como un lugar de bohemia artística cuando [...] el artista Hugo Marín se hizo
cargo de un centro cultural en calle Villavicencio [...] La Casa en la Luna Azul” (248).

“Pero esa pequeña revolución de las costumbres que tenía lugar en la bohemia no alcanzaba
a lograr consistencia más allá de un barrio de Santiago y algunas horas del día” (249).

“Del mismo modo en que en un prado se forman huellas espontáneas que desafían el
sendero originalmente establecido en su diseño, los hombres homosexuales dibujaban y
convivían en un mapa informal, invisible para la gran mayoría. La conformación de una
«comunidad» estaba condicionada por la clandestinidad, los encuentros esporádicos, las
reuniones en casas particulares y eventualmente la bohemia asociada a los prostíbulos”
(332).

“Hasta principios de los setenta, la mayor parte de los lugares que convocaban a un público
homosexual, en ciudades como Santiago y Valparaíso, no eran exclusivamente para clientes
gay. Ni los bares de calle Merced y Monjitas, ni los prostíbulos con espectáculos de
transformismo -como La Carlina, de calle Vivaceta, o los burdeles de la calle Clave de
Valparaíso- eran espacios específicamente creados para convocar a personas homosexuales.
Solo la costumbre y la relativa tolerancia de los administradores los transformaron en
puntos de encuentro”. (44-5).
300

Contardo también menciona el prostíbulo La Miguelina (sin detallar ubicación), el restorán


El Candil (en Merced al llegar a Santa Lucía, que tenía un subterŕáneo reservado a los
homosexuales), el piano-bar La Guarida (en Monjitas) (247)

“Puro Chile [del año '70] deja rastro de una nueva vida bajo cuerdas. A los lugares de
reunión habituales como los prostíbulos, y los sitios de encuentro anónimo como los cines,
parques y baños públicos, se le suman hoteles galantes restringidos a clientela homosexual.
Si bien es cierto que los prostíbulos como El Buquecito, en Santiago Poniente, y La
Condesa, de Recoleta, incluían oferta de prostitución homosexual travesti junto a las
prostitutas mujeres, el hotel que describe en este caso Puro Chile indica un modelo distinto,
exclusivo y en el que solo se presta el servicio de ofrecer las habitaciones a las parejas”
(284) [Este hotel pudo haber sido el de Ilusión Marina].

Mauricio Centeno, alias Francis Françoise, sobre la Quinta Cuatro (en Zapadores), que
funcionó desde por lo menos los '50 hasta los '80: “Las colas regias llegaban en auto y a
muchos les pinchaban los neumáticos. Era lo más parecido que vi a una película de
Almodóvar: Era un patio, con tubos fluorescentes. Había una orquesta al fondo, una pista
de baile y mesas a cada lado. La gente se agrupaba: a un lado los travestis del barrio, cerca
de ellos los cafiches, en otro lado los homosexuales y en otro sector los matrimonios. Las
familias pedían parrillada. Los hombres iban a dejar a sus mujeres y volvían para bailar con
los travestis”. Citada en Contardo (332-33).

Durán en Michel Foucault... (2005)

“En Chile [...] lugares como cines, parques, baños públicos, quintas de recreo y,
actualmente, salas de internet, se han desarticulado y rearmado desde una orilla alternativa
de los placeres. Tales son los casos del cine Miami y los baños turcos Delicia y Chacabuco
que hacia los 50s y hasta un poco antes de los 70s eran reconocidos por un cierto grupo de
iniciados como un «lugar de encuentro». Otro ámbito del placer homo erótico, anterior a la
301

irrupción de los movimientos gay, eran algunas quintas de recreo que proliferaron en
sectores populares de Santiago y Valparaíso, donde una diversidad de masculinidades
podían relacionarse social y afectivamente. A diferencia de los lugares del deseo gay, estos
espacios no eran conocidos como lugares de «ambiente», sino que se encontraban abiertos a
todo tipo de asistentes, quebrando las barreras de la clase, el deseo e incluso el género. La
Quinta Cuatro fue uno de aquellos emblemáticos locales que funcionó en la calle
Independencia hasta avanzado los años setenta, era visto como espacio carnavalesco donde
los roles genéricos y sexuales se flexibilizaban”.

“Los cines eróticos, conocidos en los círculos de entendidos como cines de «webeo» (sic),
conforman otra de las expresiones de estas prácticas. Instaurados por las agencias
hegemónicas para exhibición del deseo machista, las masculinidades alternativas
resignifican este espacio desarticulando los mecanismos del deseo hetero-sexista (sic),
fálico, patriarcal y homofóbico. Por otra parte los cines de ambiente, al constituirse desde
los cimentos del poder pero fuera del discurso hegemónico, no confiere una identidad
determinada al deseo de quienes transitan por él. En ellos se reúne una variada gama de
masculinidades que no pueden ser clasificadas ni como hegemónicas ni como
homosexuales, sino únicamente queer”.

Eribon en Una moral de lo minoritario

“Al desfilar de este modo por las calles de la ciudad, las Carolinas afirman quiénes son
delante del mundo: son hijas de la vergüenza, ciertamente, pero se muestran a plena luz, y
juntas. Son un colectivo. Un grupo que se moviliza en torno a una referencia común en un
carnaval alegre y pintoresco, y cuyos miembros comparten una cultura (una cultura de la
vestimenta, por supuesto, aunque, como indica con claridad la descripción de los ropajes de
la procesión, sea eminentemente plural; una cultura fundada asimismo sobre un uso
específico de los lugares urbanos, sobre prácticas compartidas, como, por ejemplo, la de
ligar en los mingitorios o en sus cercanías...)” (10-11).
302

Graham Robb en Strangers

“The 1994 National Survey of Sexual Attitudes and Lifestyles in Britain finds that the only
obvious distinguishing feature of British homosexuals apart from sexual orientation is a
tendency to live in London. Anecdotal and forensic evidence suggests that this internal
migration has been going on for at least 200 years, and probably for as long as large
settlements have existed. Towns and cities offered a more tolerant or indifferent population
and a more varied social life. On arriving in a big city, many 19th-century homosexuals
were amazed to find that they were not unique after all” (8).

Perlongher en El negocio del deseo

“Este sexo promiscuo en público, no necesariamente pautado ofrece grandes encantos,


especialmente para aquéllos que no quieren integrarse en las reglas más personalizadas del
orden gay” (102).

Monsiváis en Que se abra esa puerta

“El término ambiente, según diversos informantes, se extiende en América Latina en la


década de 1930, como una adaptación del término gay, que “despoja” al idioma inglés del
vocablo destinado a lo alegre o feliz. Si de los gays en Norteamérica sólo se espera la
alegría sin consecuencias, el carnaval incesante en donde al parecer nada divierte tanto
como la exclusión, en América Latina ser de ambiente es ser frívolo, entregado a la
diversión, concentrado en la moda, al día en bailes y en ídolos del show business, expertos
en darle la vuelta al insulto homofóbico; en resumen y circularmente, ser de ambiente es, al
pie de la letra, ser gay, y en el concepto se entremezclan la americanización, la creación
individual y colectiva de un estilo y, a fin de cuentas, la obtención de espacios de
seguridad” (146).
303

Lemebel en De perlas y cicatrices

“Y por entonces el Paseo Huérfanos era una calle más del centro de Santiago, una arteria
comercial llena de cines donde la gente se amontonaba en la estrecha vereda del Teatro
Opera, para conseguir a gritos una entrada a la función nocturna del Bim Bam Bum; la
compañía teatral de revistas eróticas que hacía desfilar bosques de piernas, enfundadas en
medias Labán por las bambalinas roñosas del escenario. Y eran varios los teatros que
presentaban un Broadway hilachudo para la ilusión de glamour que trasnochaba la velada
bohemia finalizando los sesenta. Existía el Humoresque en Avenida Matta y el Picaresque
en Recoleta, copias más picantonas y menos refinadas donde evacuaba la calentura el
choclón obrero, la platea hombruna y delirante con la vibración de la celulitis en el vedeteo
pilucho de las tablas. Allí los puntos corridos y las cicatrices de apéndice, maquilladas con
Brix-Cake, completaban el deterioro del edificio, eran parte del guión-humor donde la
carne, el sexo fallado y su fatalidad eran la risotada del comentario, el reír de sí,
colectivizando el pellejerío bufonesco que ironizaba el subdesarrollo en su erizado güeviar.
Eran varios los teatros de revistas, pero ninguno como el Bim Bam Bum y su esplendor
lamé dorado y cortinajes de felpa que se abrían al estruendo de la orquesta. Por ahí había
más presupuesto, más money para diluviar la noche de estrellas importadass, vedettes del
Teatro Maipo de Buenos Aires que iluminaban la cartelera con el ampolletero de sus
nombres, mes a mes, la novedad expectante escribía en la marquesina las letras de: Nélida
Lobato, luciendo su espectacular tocado de marabú que había usado en el Lido de París.
Susana Giménez, y su gran porte de bomba argentina que dejaba a los transeúntes
tartamudos cuando ella salía del teatro. Moria Casán, y el temblor caliente de su tetada
generosa, ahí, casi al alcance de la mano de los jubilados transpirando frío con el
zangoloteo voluptuoso del tapapecho porteño, de la carne porteña, por cierto más
despampanante que la geografía local. «Pero son tan pesadas y grandotas», se quejaban los
bailarines colihüillos que debía levantarlas en el aire. «Hay que ser Hércules para subirse al
hombro a esa Susana Giménez que pesa como una vaca», comentaban en el camarín,
pintándose como puertas las locas flacuchentas acompañantes coreográficas de las diosas”
(73-74).
304

“También en la escandalera de esos años que hervían de cambios sociales, juveniles y


sexuales, se anunció a todo bombo la visita de Coccinelli al Bim Bam Bum, el primer
homosexual francés que se cambió el sexo en París. Y el tumulto a la entrada del Opera era
un empujar de santiaguinos curiosos que deseaban ver este milagro de la cirugía. Y todos
quedaron mudos cuando Coccinelli bajó del auto en un relámpago de flashes. Era más bella
de lo imaginado, con su pelo aluminio, sus grandes ojos verdes, y el par de mamas como
rosados melones que desembolsó en el escenario para el estupor del público. «Todo es
falso, puro relleno», murmuraban los bailarines colisas sapeando envidiosos tras las
cortinas” (75).

“La Mónica [Briones, lesbiana asesinada en los ochenta, cuya muerte motivó la creación de
la Colectiva Lésbica Feminista Ayuquelén] era una artista, sobreviviente del hippismo, el
Parque Forestal y de tantos cafés utópicos que humeaban las tardes de la Unctad, en la
lejana Unidad Popular” (155).

“Antes de la avalancha comercial de cafés, pubs, restoranes, bares y bailongos, este lugar
[Bellavista] ya tenía olores de puerto, rugidos de zoológico, picadas y clandestinos donde
bigoteaban el pipeño los intelectuales del sesenta. Ya existía el Venecia en el corazón del
Bella, donde llegaban poetas famosos atraídos por su amable languidez parroquiana” (176).

Revista Paula, 1971.


Reportaje “Donde los hombres se divierten solos”, por Amanda Puz.

El reportaje sobre los lugares de reunión homosocial de la época incluye a “los billares, los
cafés, los bares, los restoranes, las boites”. El café Haití de Ahumada y el café Sao Paulo de
Bandera son mencionados como los antepasados de los cafés con pierna, al igual que
lugares de diversión nocturna como el Royal, el Tap Room, La Sirena, el Picaresque y el
Night and Day. Una descripción interesante de los rituales homosociales tiene lugar al
abordar el comportamiento de los hombres en los bares:
305

“Los hombres conversan entre ellos como no lo hacen las mujeres entre sí. Ellos, que tienen
tanto sentido del ridículo para otras cosas, no lo tienen hablando con un amigo,
conversando una botella de vino. Se miran, se palmotean las espaldas, se tocan, se hablan
con cariño, se prometen amistad eterna, se ofenden a la menor desconfianza del otro. Ellos
ponen la vida al conversar, son en eso mucho más cálidos y vitales que las mujeres. De
repente se paran tres que están en una mesa y brindan chocando los vasos chorreados como
en un ritual mágico. Deben estar brindando por su amistad eterna.
En todos los bares se encuentra más o menos lo mismo. Empiezan a funcionar a las 7 de la
tarde. Instalarse en un bar a las cinco, por ejemplo en el Black and White (Merced) es
asistir a un desfile interminable de clientes sedientos que entran a rogar a los mozos que les
sirvan una caña «de pasadita». El Black and White ofrece chicha de Villa Alegre y borgoña
con chirimoya y se jacta de ser «El rincón de la bohemia santiaguina» y con un letrero que
«mucho sexo acorta la vista».
Los ansiosos se van a esperar al café Dante (Merced con San Antonio) la hora de apertura
de los bares. Engañan la sed con pilseners.
[...]
El Picaresque ha sido siempre exclusivamente para hombres. Antes aunque fuesen mujeres
a las funciones, éstas tenían que estar dispuestas a aceptar striptises audaces, sketches
picantes y tallas de grueso calibre del público [...] Pero ahora es otra cosa. No se trata de
chistes de doble o triple sentido sino de un abierto odio a la mujer [...]
[Incompleto] ...dos por los varones de la platea son los que giran sobre temas
homosexuales. El artista más celebrado es un señor alto que además de imitar bien a
algunos cantantes, hace de mariconcito. Demasiado bien. Se contonea, blanquea los ojos al
tiempo que mueve las caderas y da graciosos manotones con su manita velluda. Hace
gestos obscenos desde el escenario y convida a los espectadores a algo muy gráfico.
Después -loado sea Dios- baja a la platea y rasca y acaricia las cabelleras largas de los
señores del público. Hace lo mismo con varios y yo tiemblo de sólo pensar que se venga
donde el fotógrafo [que es Luis Poirot]” (74 y ss.).
306

Clarín, sin fecha.

“Colipatos piden chicha y chancho. Hicieron mitin frente a calle Phillips [al lado de la
Plaza de Armas]”.

Revista Vea, 26 de abril de 1973

En portada:
“Rebelión homosexual. Los «raros» quieren casarse”.

Mercados del sexo

Entrevista a G.D.

Había prostitución callejera en la Alameda “toda la gente caminando porque... feliz. Y la


gente que le gustaba estar con gays, feliz buscando, con autos, buscaban con autos”.

“Aquí en la Plaza hay hombres gay que andan ofreciéndoles plata a los hombres para irse a
acostar. Están acostumbrados a eso”.

La policía tenía un catastro de los prostitutos: “Los que estaban marcados eran los que
trabajaban en la noche y robaban billeteras, con documentos, con todo”.

Entrevista a Monique, ex-bailarina del Blue Ballet.

Había un poco de prostitución masculina en el centro pero muy discretamente: “La historia
de siempre, un jovencito con un señor mayor decente de compañía. Y por intermedio de un
regalo”.
307

Entrevista a L. Fernández

“Habían muchos prostíbulos”.

Entrevista a P. Lemebel

“Los cafiches eran de las casas de putas: San Camilo, calle Maipú, La Carlina. Eran las
locas del piano”.

Contardo

Contardo señala que las palabras “cola”, “mostacero” y “guanero” “eran palabras
vinculadas a la prostitución masculina, lo que indica que el comercio sexual entre hombres
era en la capital una actividad lo bastante frecuente como para merecer cuatro palabras
distintas que aludieran a ella [...] Si había un coa, un argot, había un grupo que necesitaba
utilizarlo como fórmula para reconocerse entre iguales. Un grupo o varios que se cruzaban
en las aventuras callejeras y que no respetaban distancias de origen social” (202).

“En el auto de mi mamá íbamos a patinar por callé Huérfanos. Recogíamos gente joven y
la llevábamos arriba a Las Condes, donde no había nada. Todo pasaba en el auto o al aire
libre. También íbamos a la plaza Pedro de Valdivia. Allí iban conscriptos. Les pagábamos
con ropa” (206).

Durante los '50, “en las afueras del legendario bar Il Bosco, en calle San Antonio con la
Alameda, era usual que circularan jovencitos buscando compañía. Sobre el centro se podía
dibujar un trazado fantasma de circulación clandestina. Uno de ellos era el descampado en
el que se instalaban los Juegos Diana, en plena Alameda, entre Ahumana y Estado. El lugar
era conocido como «el callejón de los meados», lugar favorito de los llamados
«mostaceros»” (224).
308

“Los hombres que armaban batahola [la primera protesta] eran parte de esa suerte de
comunidad prostibularia fantasma que circulaba por el centro de Santiago. Los mismos que
habitualmente merodeaban en silencio la plaza a solas o en grupo, matando el tiempo,
haciendo calle, durmiendo bajo las columnas del flamante edificio de la UNCTAD,
pidiendo monedas, buscando clientela, patinando por la Alameda hasta Providencia [...]
Existía una fuerte conciencia de distinción de clase dentro del mismo bando. Ellos se
distinguían como los más «atorrantes», distintos de los que se reunían en la calle
Huérfanos, que eran considerados «las locas más regias»” (299-300).

Puro Chile, 30-03-71

“Los médicos lograron extraerle la bala y la Ramona quedó amarrada al catre, hasta que se
le pase el ataque de histeria que le da a cada momento. Medio dormido todavía a causa de
la anestesia se negó a prestar declaraciones y no quiere decir quiénes son los que lo
balearon. Insiste en su versión de que fueron dos clientes [del prostíbulo El Gitano] duros
para pagar los que le dispararon, pero los detectives no se han tragado ese cuento. Es muy
posible, nos dijo unos de los encargados de la pesquisa, que se trate de una pelea entre
homosexuales. Ellos tienen problemas por hombres y cuando toman unos tragos se sueltan
las trenzas de inmediato”. Citado en Contardo (282).

Roles

Entrevista a G.D.

“Activo y pasivo. Sí, sí existía eso, pasivo y activo. No había feeling ahí [con transar los
roles].”
309

La loca y el macho: “Claro que el hombre activo ve un cuerpo desnudo y se calienta, quiere
tener sexo... A mí me deja agotado, yo le digo, ya, déjame tranquilo... No poh, es que te
quiero, te amo... Un día no me dejó dormir en toda la noche. Yo decía, y la energía de
dónde la saca. A pesar de que yo le atiendo bien, nunca lo dejo... leche, café con leche, hay
almuerzo, comida, yo lo sirvo bien, pero en la cama, en la cama [...] A pesar de que yo le
chupaba todo el cuerpo, un cuerpo lindo, limpiecito, blanquito. Estaba en mi casa, se
bañaba, yo le prendía el calefont, bañarse y todo eso. Pero nunca un rechazo de él, no. No
sé si sería por dentro limpio, pero... [...] Si en la cama no me dejaba en paz. Qué atracción,
decía yo [...] Yo pensaba que si lo satisfacía mejor que una mujer...”.

Entrevista a C. Sánchez

“Para ellos [las locas viejas] era como normal que en una pareja alguien tuviera el rol de la
mujer y fuese así, es la mujer de la pareja”.

“Tenía que ser más masculino para ser macho. Bueno y de verdad porque a la Sarita
Montiel [cola de la época] tú la veías por ejemplo, muy menuda, no usaba pechos pero... no
usaba tetas pero... era menuda, era muy femenina ella. Dentro de lo masculino que era, era
femenina. Existía esa tendencia a caracterizar lo femenino como más mujeril”.

“El maricón del prostíbulo era aceptado mientras fuera el maricón del prostíbulo. Podiai
tener hasta sexo con el maricón del prostíbulo pero mientras estuviera dentro de ese rol”.

Entrevista a L. Fernández

“Entonces Benjamín Subercaseaux fue muy suelto en esa época, es el aparte. Él no era loca,
porque las locas de la época, si eran pobres, se llamaban chinas, y buscaban a los hombres,
había una mayor identificación con lo femenino. Entonces el homosexual era femenino. Y
buscaba hombres. Los viejos de ochenta años no entienden la gaydad. Cómo un hombre
busca a otro hombre. Tiene que haber una diferencia jerárquica y de género”.
310

Entrevista a P. Lemebel

“Yo soy pasiva... [Me gusta el] raspe y gane”.

“Por mucho tiempo uno pagaba el activo. Pero las locas se lo daban vuelta, y el hombre que
prueba la cosa... No hay vuelta atrás. Nunca más te culió [...] En la cama todos los gatos
son fucsia. Pero tiene que haber un nivel de representación. Todos los hombres se acuestan
con hombres”.

“En Perú y México los hetero todavía se pescan a las locas”.

Donoso en El lugar sin límites (1967)

“Ella no es más que la gran artista que ha venido a la casa de la Japonesita a hacer su
número, loca, loca, quiere divertirse, siente las manos pesadas de Pancho pulsándola esa
noche como quien no quiere la cosa cuando nadie lo está mirando, agarrones, sí señor,
agarrones y de los buenos. Que hagan lo que quieran con ella, treinta hombres” (107).

“Pancho, de pronto, se ha callado mirando a la Manuela. A eso que baila allí en el centro,
ajado, enloquecido, con la respiración arrítmica, todo cuencas, oquedades, sombras
quebradas, eso que se va a morir a pesar de las exclamaciones que lanza, eso increíblemente
asqueroso y que increíblemente es fiesta; eso está bailando para él, él sabe que desea
tocarlo y acariciarlo, desea que ese retorcerse no sea sólo allá en el centro sino contra su
piel, y Pancho se deja mirar y acariciar desde allá... el viejo maricón que baila para él y él
se deja bailar y que ya no da risa porque es como si él, también, estuviera anhelando. Que
Octavio no sepa. No se dé cuenta. Que nadie se dé cuenta. Que no lo vean dejándose tocar
y sobar por las contorsiones y las manos histéricas de la Manuela que no lo tocan,
dejándose sí, pero desde aquí desde la silla donde está sentado nadie ve lo que le sucede
debajo de la mesa, pero que no puede ser no puede ser y toma una mano dormida de la
311

Lucy y la pone allí, donde arde. El baile de la Manuela lo soba y él quisiera agarrarla así,
así, hasta quebrarla, ese cuerpo olisco agitándose en sus brazos y yo con la Manuela que se
agita, apretando para que no se mueva tanto, para que se quede tranquila, apretándola, hasta
que me mire con esos ojos de redoma aterrados y hundiendo en sus vísceras babosas y
calientes para jugar con ellas, dejarla allí tendida, inofensiva, muerta: una cosa” (121-22).

Contardo

Contardo indica que los hombres heteroeróticos que asistían a los burdeles de los '60 y '70
no eran considerados maricones, pues se suponía que ejercían el rol activo durante el coito.
“El mismo esquema se aplicaba a los explotadores y cafiches de homosexuales prostitutos.
Esta es una figura que no calza con la idea moderna de hombre gay propiamente tal, que se
identifica como homosexual independiente del rol” (241).

“El historiador Paolo Zanotti llama a esta idea de que los homosexuales buscaban hombres
heterosexuales «exogamia», en contraposición a la «endogamia» que surge con fuerza en
cuanto se hace visible una comunidad gay” (245).

Significantes identitarios

Entrevista a G.D.

Prostituta, por ejemplo decir “¿cómo estay prostituta?”.

Travestir el nombre masculino, pero siempre “dentro del grupo”.

Los nombres “más vulgares eran los de los prostíbulos. Porque estaban más metidos en el
ambiente ese. [Allí] tenían todos su sobrenombre: la Caro, la Juanita, la Victoria...”.

Cola se usaba poco, “caía mal”.


312

“Gay es más decente que homosexual. No es tan hiriente. Porque es más corta y más... no
es tan hiriente, como maricón o (sic) homosexual. Eso es ofensivo”.

Entrevista a Monique, ex-bailarina del Blue Ballet.

“Antes era marica, maricón, loca [...] todas expresiones de mujer en realidad. En el fondo
en el corazón de un gay siempre hay una mujer”.

“Esto de gay ahora último, cuando ya empezó el MOVILH a presionar... pero antes no,
cualquiera te insultaba. Como nosotros todos copiamos, es como más inglés, más
americano, es un nombre muy especial, significa alegre”

Para ella, la palabra gay no es ofensiva, en los ochenta estaba empezando a ser utilizada
pero ella atribuye la popularidad del término al activismo del MOVILH y a la
promulgación de la Ley Antidiscriminación.

“Yo sé en el fondo de mí que soy trans pero yo me considero una señora”.

Entrevista a L. Fernández

Uranistas, chinas y locas: “Benjamín Subercaseaux al igual que otros sujetos de la época,
actores, Alone, entre otros, no eran homosexuales. Eran uranistas. [Así] se definían a sí
mismos. Cuando eran de clase alta eran uranistas. Cuando eran de clases populares, chinas
o locas, lo que conocemos como loca hoy día. Entonces es necesario diferenciarlo. Lo que
es un uranista, conozco tipos que han sido rectores o decanos de universidades y son
uranistas. Caballeros muy compuestos, son unas damas de clase alta. Jamás andarían en el
cerro o en un baño público”. Su homosexualidad era de dominio público y había cierta
tolerancia con ellos (los intelectuales uranistas). “Por supuesto. Lo de ellos no eran
homosexuales, eran «gente especial». Debemos entender qué estaba operando: todos lo
313

saben, pero nadie lo dice”.

Contardo

“Crear un mundo aparte que necesita de un lenguaje propio y de referencias particulares


que den cuenta de esa realidad de fronteras difusas. Surge entonces un argot que cambia
según la sociedad y el idioma, pero que mantiene patrones universales [...] Uno de esos
trucos del lenguaje es el cambio de género, la costumbre de usar nombres femeninos
cuando se está dentro del grupo [...] «Ellos» pasan a ser «ellas» en una especie de
travestismo simbólico utilizado internacionalmente” (200-201).

“En Santiago, en los sesenta, había un par de amigos homosexuales de familia acomodada -
Maucho y Arturo- que llevaron este juego al extremo de hablar sobre ellos mismos en
tercera persona y en femenino. Cada uno contaba sus penurias y relataba sus hazañas como
quien contaba la historia de una heroína de telenovela. «Ella» eran ellos mismos. De esa
manera era posible hablar en medio de extraños de los últimos acontecimientos amorosos.
Este truco cumplía dos funciones: la de coartada frente a sus familias y compañeros de
trabajo, y la de mantener una conversación absurdamente ingeniosa como fórmula de
entretenimiento” (201).

“El ejercicio de la ironía, la suspicacia defensiva y el manejo del subtexto con mayor o
menor habilidad, son constantes en la jerga homosexual de distintos tiempos y lugares. Es
un lenguaje que, por lo general, alude al rol y al comercio sexual, a los sitios de reuniones,
a los fracasos amorosos y a la posibilidad de que un desconocido sea también homosexual”
(201).

“En Chile, en la primera mitad del siglo y en el ambiente del hampa, había surgido la
expresión «cola», que junto a «mostacero» y «guanero» eran palabras locales para designar
a los homosexuales más allá de los insultos habituales” (201-2).
314

Vidas de clóset

Entrevista a G.D.

Dice haber estado múltiples veces con hombres casados, haber sido invitado a sus casas y
convivido con las esposas.

“A la mujer la voy a tocar me dijo [un hombre casado], y no me la puedo...”

A los 14 años se perdió por tres días con un hombre que conoció en la calle y lo invitó a
Valparaíso. Allí fue abordado por garzones y marinos.

Entrevista a Monique, ex-bailarina del Blue Ballet.

“Todo era oculto, como te contaba antes. Habían travestis nada más que en los prostíbulos,
no andaban en la calle, no, jamás. Siempre fue un poco de burla. Siempre fue de burla,
siempre. Cambió cuando dieron el tránsito a las operaciones, ahí cambió la actitud de la
gente. Evidentemente si tú te comportas como una señora, porque andar como (...) o
ridícula en la calle, nadie te va a respetar (...) Porque si tú tienes en el fondo de tu corazón
la intención de convertirte en mujer... tienes que comportarte como tal. No puedes seguir
comportándote como un maricón loco”.

“En el barrio rojo los gays estaban nada más que para el aseo, servir, ese tipo de cosas.
Siempre fueron muy mal mirados los gays de prostíbulos”.

“Pero los gays son en todas partes del mundo igual. Cambia todo el resto de la gente menos
los gays. Son envidiosos, veleidosas, conflictivas, todo eso”.

Ella fue parte del primer show de travestis reconocido en el país, el Blue Ballet, proveniente
de la Tía Carlina y formado el año '65: “La Tía Carlina era como una escuela. Ella era muy
315

estricta, cabrona. Y había que tener su espectáculo, estar bien vestidas, qué sé yo, era el
único lugar donde tú te sentías valorada [...] y podíai hacer show y un lugar de categoría”.

El Blue Ballet sale de la Tía Carlina y comienza a presentarse en bares “normales” por todo
Chile: “Era una posibilidad de salir, de valorizar a los travestis, fue como una punta de
lanza, que la gente se borrara esa idea que tenía negativa [...] Nosotras fuimos las primeras
que cambiamos la mentalidad de la gente”.

El Blue Ballet fue precursor de los shows de travestis actuales.

[Con el cambio de sexo] “nosotras tuvimos que nacer de nuevo”.

Entrevista a C. Sánchez

Conoció a un personaje llamado “Sarita Montiel” que se casó simbólicamente con su pareja
en las décadas del '50 o '60: “ese era un personaje, a mi juicio, prototípico de los años
cincuenta, sesenta. Eran súper sufridos, súper...”.

Otro personaje fue “Ilusión Marina”, que hacía shows de transformismo en el Tap Room:
“Era muy señora también [...] era una forma de vivir la vida y de normalizarse de alguna
manera. Desde lo más marginal entraban a un mundo que ellas mismas legitimaban, porque
desde afuera nadie los legitimaba, pero la comunidad los legitimaba. Entonces todo era un
circuito interno”.

Ambos personajes vivían su deseo con un “fatalismo tremendo”.

Entrevista a L. Fernández

“Todo lo que se habla de Arrau, por ejemplo, proviene de esa época ['30-'40]. Que fue
sorprendido cuando estaba de gira por Australia, en unos baños públicos, en un parque. Qué
316

raro. Otro pequeño escandalillo con un muchacho de la Esmeralda, pero en Nueva York”.

Entrevista a P. Lemebel

“Ninguna loca era pobre [ya había arribismo]”.

“En las poblaciones pasaba de todo, pero no sexo tarifado”.

Contardo

Personajes míticos de los '50: la Cota Soriano, la Chacha Stuven y la Maclovia Valdivieso
de los Verdes Campos Elíseos. Contardo (202).

“La falta de un lugar propio era un problema para muchos homosexuales que seguían
viviendo con sus familias hasta adultos. Tener una vida íntima en esas condiciones era
arriesgarse a hoteles de mala muerte -con el peligro de allanamientos o chantajes- o
resignarse a encuentros en parques o cines. Entre los que tenían presupuesto era usual vivir
con los padres, pero manteniendo en arriendo un departamento pequeño que usaban para las
citas o para acudir con sus parejas, una garçonniere al estilo de la que tenía Alone o
muchos varones casados para citarse con sus amantes” (244).

Contardo aborda también la cercanía entre homoeróticos y mujeres que hizo posible el
comienzo de la emancipación de estas últimas (244 y ss.).

Contardo habla del autoexilio de muchos homoeróticos (de clase alta o ligados al arte):
Jorge Onfray, Mauricio Wacquez, Luiz Oyarzún (más Gabriela Mistral y José Donoso)
(248).

Contardo citando a un entrevistado que habla sobre fines de los '60: “Estar en una fiesta
solo con hombres o ir a un lugar como el bar La Guarida era vivir en la zozobra de la
317

amenaza permanente. De algún modo esa amenaza te provocaba una excitación doble. Todo
era clandestino. La mayoría de las fiestas se hacían en verano porque las familias se iban de
vacaciones y las casas quedaban a disposición. La libertad se sentía solo cuando no había
nadie cerca” (250).

Lemebel en De perlas y cicatrices

“Tendría que arremangarme los años para recordar a Margarito, tan frágil como una
golondrina crespa en la escuela pública de mi infancia [...] en esas nubes de polvo donde
los niños machos pichangueaban el recreo; los hombrecitos proletarios, jugando juegos de
hombres, brusquedades de hombres, palmetazos [homoeróticos] de hombres. Tan diminutos
y ya ejercían las ventajas del machismo burlón, humillando a Margarito, riéndose de él
porque no participaba del violento rito de la infancia obrera [...] Y parecía que Margarito,
vaporoso, despreciaba profundamente la prepotencia de sus compañeros, esa única forma
bruta de comunicarse que practican los hombres. Por eso se aislaba de los grupos en la
soledad mocosa de anidarse un rincón lejos del patio [...] Margarito era el hazmerreír de la
clase, el juego preferido de los cabros grandes que le gritaban «Margarito maricón puso un
huevo en el cajón» [...] Y ese era el caso de Margarito, nombrado así, burlado así, por los
pailones del curso que, groseros, imitaban su caminar de pichón amanerado, sus pasitos
coligües cuando tenía que salir a la pizarra transpirando, como pisando huevos en su
extraño desplazamiento de cigüeña cachorra rumbo a la patriarcal educación” (150-151).

Acoso policial

Entrevista a G.D.

“Antes había mucha policía civil en la calle... Que nos llevaban ahí a Investigaciones. Los
que estaban marcados eran los que trabajaban en la noche y robaban billeteras, con
documentos, con todo”.
318

Investigaciones entraba a los lugares pidiendo identificación. “Les decían que a la próxima
se los llevaban”.

A quienes se llevaban podían pasar la noche detenidos. “Si tenía problemas más grandes lo
pasaban al Juzgado. Le veían los antecedentes, porque estaban fichados en Investigaciones
[sobre todo los prostitutos].

“Han pasado cosas graves, muchos transformistas han recibido la muerte”.

Entrevista a Monique, ex-bailarina del Blue Ballet.

En la calle “si la pillaban un poco [vestida estrafalariamente] ahí se la llevaban”.

Acoso a los prostíbulos y redadas frecuentes: “Siempre estaba el temor. Todos los gays con
miedo [...] A veces uno alcanzaba a esconderse, otras veces no. A veces entraban de civil, se
ponían en las esquinas y no teníai donde arrancar”. La clientela no era molestada salvo “que
hubiera algún delincuente, o menor de edad, o algún ladrón que estuviera buscado por la
policía” [relación hampa-prostitución]. Ella fue detenida en algunas de las redadas a la
Carlina y pasó en la cárcel los 61 días reglamentarios por “ofensas a la moral”.

Entrevista a L. Fernández

El acoso policial tenía un claro sesgo de clase: “En la cultura tenemos que aprender a
diferenciarlo, porque estas razzias no se enfocaron hacia... nunca se llevaron preso a
Benjamín Subercaseaux, ni Alone”.

Puro Chile, 05-10-71

“[...] La loca trató de conquistárselo y en eso [el detective] Moyano se dio cuenta de que se
319

trataba de la Judith y la agarró del brazo, dispuesto a llevársela al cuartel. El homosexual


entonces se zafó y partió arrancando dificultosamente empinada en sus tacones altos;
también agarró unas piedras y se las tiró al rati. Este sacó su revólver y disparó al aire.
Finalmente volvió a agarrar a la Judith. En el forcejeo y viéndose apurado el detective
gatilló nuevamente su arma. El balazo fue a herir al homosexual en un costado [...]”. Citado
en Contardo (281).

Contardo

A mediados del siglo XX, “a los allanamientos a lugares de reunión se sumarían estrategias
de caza utilizando policías encubiertos que tentaban a paseantes, quienes después eran
acusados por indecencia pública. Las carnadas policiales [...] recorriendo parques, baños
públicos y cines se volverían habituales en ambas orillas del Atlántico” (196).

Contardo señala que ya en los '50 “había grupos de hombres jóvenes que tenían como
entretención salir a golpear homosexuales” (228).

“Bailar entre hombres en un lugar público podía ser considerado una «ofensa al pudor», y
quienes ejecutaran tal acto eran susceptibles de ser denunciados y detenidos” (241).

“Allanamiento a un hotel parejero de calle Tarapacá, en el centro de Santiago. El hotel


funcionaba desde 1967 y pertenecía a Pedro Espinoza, más conocido como «Ilusión
Marina», exbailarín del Blue Ballet. En la madrugada del 4 de agosto de 1970, la Brigada
de Homicidios allanó el lugar -sin que hubiera ningún delito que lo justificara- y detuvo a
los administradores y a los clientes” (283-4).

“Uno de esos allanamientos tuvo lugar en 1971 y su impacto sería recordado por una
generación de hombres homosexuales. Para muchos, la portada del Puro Chile del 8 de
junio de 1971 significó una especie de amenaza pública velada para sembrar el temor. El
titular del diario decía «Los maricones presos son», y enseguida añadía una lista de
320

nombres con el oficio, profesión o lugar de trabajo de catorce hombres [...] detenidos por la
Brigada de Prevención y Represión de los Delitos Sexuales en un allanamiento a un hotel
ubicado en calle Agustinas 2080 [...] Aunque las redadas de Carabineros eran habituales en
los cines y prostíbulos, rara vez las identidades de los detenidos eran publicadas con tanto
detalle por la prensa” (286-7).

Graham Robb en Strangers

“[In Europe and United States] punishment was rarely systematic and never a vital element
of gay culture” (18).

Contexto histórico

Entrevista a G.D.

“Esa bohemia que existía antes [...] ¡Era otro mundo...! No ahora que está todo muerto.

“Antiguamente había locomoción toda la noche, y ahora no”.

“Cuando entró el militar, descarado, que en paz descanse, ese echó a perder todo el
mundo”. Con el golpe cívico-militar se acabó “el libertinaje” que había antes. “Fue terrible
esa época [la de Pinochet], no se podía andar tarde en la noche en la calle”.

Entrevista a L. Fernández, historiador


321

“Primero está el tema del higienismo, y eso está apuntando a cierto tipo de literatura, a
ciertas prácticas culturales, hay una expansión de la oferta cultural en los años '20-'30.
Llegó el cinematógrafo [...] Entonces hay un problema cultural, un problema de difusión de
las ideas, de ciertos autores que ya están comenzando tímidamente a publicar, llega
literatura de Europa, que dice relación con visibilización de los cuerpos, con cuestiones más
eróticas. Es como lo que nos está pasando hoy día a nosotros, pero en los años '30. Y el
estado policíaco, higienista, en esa época necesitaba controlar, explicar, reprimir todo esto.
Porque hay un movimiento en la realidad. Es el hecho de que hayan proliferado los
cinematógrafos, estos encuentros, de que se haga más visible, habían lugares de encuentro
[...] Cuando hay una mayor vida social, una mayor vida pública también, hay una mayor
visibilidad. Y en ese contexto de visibilización, en que son más reconocibles los lugares de
ligue es en donde actúa el estado. Donde la opinión homofóbica se manifiesta de forma más
abierta. Y de ahí es de donde llegan estos rumores, del hijo embajador de España, que se
estaba casando, con no sé quién, por ahí tengo los nombres y los apellidos de ellos. Se
estaba casando con su novio. Y que llegó la policía y se los llevó a todos presos”.

“Y todos vienen de esa época ['30-'40]. Porque a nosotros nos parece oscura, pero pareciera
que [...] como muy abierta. Es que después esta cosa decae. Hay un período, el
entreguerras, que en Europa estaba la Liga Internacional por la Reforma Sexual. Gregorio
el Marañón, Nano [Magnus] Hirschfeld, era como nuestra actual ILGA. En ese tiempo hay
muchos periódicos en Europa, como catorce periódicos, que todo lo que se relata era
historia natural de la homosexualidad. Ese contexto después se va a acabar con la guerra, y
después con el mcartismo, y las ideas mcartistas, la idea del peligro comunista, el problema
social, va a a generar que venga una tremenda razzia contra toda esta forma de expresión
cultural, que son leídas como formas de degeneramiento, de perversión social promovidas
por el comunismo internacional. Entonces así como se reprimen los sindicatos se reprime a
los homosexuales, se reprime a los partidos políticos, pero no a la prostitución. Por eso es
que yo no me puedo separar de la cosa política, no son campos independientes. De ahí que
venga un período de oscuridad para todos nosotros. Porque el apresamiento de toda esta
gente va a ocurrir en los años '40, cercano a la guerra”.
322

“Está el marco de la Ley de Seguridad Interior del Estado, Ley de Protección Permanente
de la Democracia, Ley 11.625 de Estados Antisociales, son los efectos del mcartismo, de la
posguerra en Chile, cómo la cosa se vive con una enorme represión y la instalación de ideas
sumamente conservadoras. Va a haber cierta tolerancia pero en los ámbitos muy reducidos
de los prostíbulos, elemento tradicional de diversión de la oligarquía. En el ámbito de
ciertos prospectos artísticos. Por qué Claudio Arrau se desarrolló afuera, por qué la
Gabriela Mistral se va fuera, los artistas tienen que irse de esta mierda de país. José
Donoso...”.

“La gran fuente de información para ese tiempo en sexualidad y que revolucionó todo,
obviamente, para tu período, es el Kinsey Report, el informe Kinsey. La idea del 10% [...]
Durante mucho tiempo se va a leer desde ahí”.

Entrevista a P. Lemebel

“Yo en la UP fui feliz. Se soltó todo. En los '70 no había represión”.

Contardo

“La bohemia no era más que pequeños grupos de hombres y mujeres congregados en bares
y cafés con la excusa de hablar sobre arte y literatura [...] ya en la mitad del siglo los
artistas se habían volcado a la calle como lugar de reunión, sobreviviendo a punta de
encargos ocasionales de diarios y editoriales, bajo el alero del Estado a través de la
Universidad de Chile” (222-3).

“El éxito del Blue Ballet [a fines de los '60] rompió con la lógica de la criminalidad con la
que, hasta ese momento, se había asociado cualquier cosa que viniera desde donde la
homosexualidad y la prostitución se cruzaran” (242).
323

Contardo habla de un cierto vacío cultural y crítico sobre la percepción social del
homoerotismo en el Chile de los '60 y '70. Este vacío habría impedido la formación de
grupos reivindicatorios desde la izquierda, a la manera estadounidense (264-5).

“La virilidad parecía ser un asunto sumamente importante en «la vía chilena al socialismo»
(...) La Unidad Popular, la izquierda y los periódicos cercanos al Gobierno exaltaron hasta
el golpe de Estado una idea de «hombría» nada de revolucionaria, sino más bien
conservadora, moralista y en extremo violenta en contra de los homosexuales” (274).

“Tal como en los cuarenta, y siguiendo la misma lógica utilizada en el asesinato del pintor
Madge, [en los '70] para la policía -y por lo tanto para la prensa- los asesinatos de hombres
homosexuales caen siempre en un estatus especial. Se presume automáticamente que quien
lo cometió es otro homosexual y se sugiere que la víctima de alguna manera se lo merecía
por pertenecer a un mundo descrito como abyecto y vicioso” (283).

Lemebel en De perlas y cicatrices

“De la misma época que Paul Anka, Chuby Checker, Neil Sedaka y toda esa manga de
afectados señoritos que hoy hacen el show-rock de la tercera edad, el gringo Dean Reed era
un baladista famoso conquistando muñecas adolescentes con su repertorio emotivo que
enlazaba a las parejas de fines de los cincuenta. Aquella generación de lirios y margaritas,
pololos de media tarde, palomos de motoneta, adictos al chicle, la Coca Cola y el Yo-Yó.
Empaquetados rebeldes, coléricos de esquina, que soñaban con cambiar el mundo con el
tocadiscos en el corazón” (121).

La identidad chilena de los sesenta-setenta:

“Archivado en el álbum de las caricaturas que intentaron describir con dibujo y letra al
conocido rotito chileno [...] Condorito vivió sus años de gloria en las décadas del sesenta-
setenta [...] donde el pájaro-pobre, el hombre-pájaro, o el cóndor-queltehue [...] Por
324

aquellos años, Chile se reconocía en la eterna mala pata de este personaje, siempre
errándole a la suerte, de por vida condenado a la rancha meada por el perro Washington, la
mediagua que compartía con el sobrino Coné, un cóndor niño sin procedencia [...]
Condorito fue el relator de otro país, desaparecido bajo las latas del tercer mundo. Un Chile
sencillo y provinciano que reía del chiste blanco rematado por el ¡Plop! que paraba las
patas con el conocido «Exijo una explicación» [...] Tal vez por eso, su desnutrida parodia
tocó fin al llegar la yuppiemanía de los ochenta. Las águilas doradas del mercado que le
abrieron la puerta al neoliberalismo. Para entonces, el humilde Condorito ya no
representaba una buena imagen para estos Nuevos Tiempos” (153-154).

Sida

Entrevista a G.D.

Lo describe como “pandemia mundial” que lo llevó a la cautela. “Lo que pasa es que no
estaba el azote que llegó al mundo, por eso es que había libertinaje”.

1973-1990

Prácticas de captura

Entrevista a M. Ruiz

Red afectiva-relacional: “Te subíai al auto, si teníai más suerte alguien te llevaba a su
departamento. La gente que te llevaba a sus lugares privados tenía qué ver con que te
conocía, que te había visto, sabía de alguien o había tenido relaciones con alguien y le
decía, sí, yo lo conozco, no te preocupís. Pero porque además también circulabai en esos
espacios donde te cachaban”.

“Tú veíai hasta a las maricas que juntaban chaucha a chaucha para poder entrar al Fausto
325

porque además tenían que comprarse la tinta más estupenda para llegar marcando pauta al
Fausto”.

La última recogida: “Ocho de la mañana y las locas curás como pico intentando levantarse
a un hueón, un roto, que eran los tipos que circulaban por la Alameda, que circulaban por el
cerro Santa Lucía, que sabían que a la hora de la recogida más tarde terminabai ahí”.

“La ultima posibilidad de engancharte algo, o sea, el tema de la soledad era espantoso. De
ir a comprar algo y no encontrar nada. No poder llevarte nada para tu casa. O que nadie te
llevara. Era una hueá... yo lo miro desde ahora, patético. Patético, porque tú ibai a la
discoteque a cazar. Sí o sí. Sí o sí. No ibai a entretenerte, no. No ibai a pasarlo chancho, no.
Teníai que ir a enganchar, así era el tema”.

Entrevista a F.S.

“Yo conocía unos colas en la esquina de mi casa [...] Y ellos tenían como todas las manos y
me sacaron el rollo. Porque yo siempre iba a sapear, a cachar qué había, y ellos me daban
los datos”.

Entrevista a E.R.

En el Quásar “estaban estas piezas y ahí se solían poner las lesbianas. Pero eran lesbianas
así como de calce, camionas camionas camionas. Unas gallas pero tremendas. Y ellas eran
las que tenían más look lésbico, pero el look lésbico camiona, el masculino fuerte. Y
además te miraban así y te decían oye reina, querís bailar, y yo la verdad que me
apertrechaba con mis amigos maricones [...] Las camionas eran súper evidentes y
territoriales, estas señoras que te habla la Gigi. Como que cada una se instalaba en un lado”.
Sin embargo “yo no me acuerdo que hubiera habido en ese momento algún look especial,
así como hoy en día que tú notas mucho cuando alguien es gay. En esa época no,
pasábamos todos un poquito piola”.
326

Entrevista a A.H.

El patinaje en auto: “Patinábamos tres o cuatro horas hasta que agarrabai algo”. En estos
encuentros, si bien habían besos y caricias, “no se preguntaban cosas personales […] nunca
una palabra amorosa”.

“Se usaba mucho toparse al mediodía y hacerlo ahí mismo […] habían hoteles especiales
para gay”.

Entrevista a Amaro

Como transformista de prostíbulo, “Me ponía un babydoll y los hombres caían solos”.

Entrevista a Antonio

La mirada era más común antes de los '90, cuando habían muchos menos lugares de
encuentro que ahora. Ahora es menos común mirarte en la calle con otro hombre.

Siempre han habido locas que se visten con colores chillones. Pero antes la mayoría de los
gays se vestían igual a la masa, para no llamar la atención.

Espacios de encuentro homoerótico

Entrevista a Monique, ex-bailarina del Blue Ballet.

Con el Golpe y el toque de queda murió la bohemia: “Incluso revivió cuando empezaron las
discotecas. Pero ya era otra generación, la generación de jóvenes. Entonces hubo un lapsus
en que murió todo”.
327

“El Fausto fue la primera boite gay que hubo aquí en Santiago, en el tiempo de los
militares. Después hubo otro que se llamó el Quásar, estaba por el lado, cerca de donde era
el Buquesito. Esos fueron los dos primeros que empezaron. Y ahí era exclusivamente gente
gay. Pero eso era ya en el ochenta y tantos ya”.

Entrevista a C. Sánchez

“En Chile en particular las discoteques emergen en los años '70. Antes no existían las
discotecas, existían más bien... las colas se reunían en sus casas”. [Él estuvo casado y sólo
en los '90 salió del clóset].

Entrevista a M. Ruiz

“La Plaza de Armas, que ha sido un espacio transhumante de permanentes cambios. Donde
ha pasado historia. Tienes historias pero hermosas, de cambios, reciclaje, precioso, porque
la Plaza de Armas históricamente fue ocupada por mujeres. Después aparecen los
homosexuales y ahí (...) esta famosa primera protesta los homosexuales, en el '73, que eran
travestis. Y de a poco los travestis fueron copando la plaza, ya, y se apoderaron de la plaza
a fines de los '70. Cruzados con las maricas, y con las mariquitas y con las carrozas
[maricas viejas de desmejorada posición social que circulaban en auto].

El actual barrio Bellas Artes “era una zona de levante... y de buen levante te voy a decir. Tú
mirabai y cachabai... todo, todo, todo. Porque ahí se mezclaba, este barrio ha sido histórico,
aquí se mezclaba... yo aquí en este barrio conocí al Ítalo Passalacqua, cuando venía en esos
autitos chicos de aquella época a levantar pendejos, porque habían muchos pendejos... que
circulaban en esta zona”.

“Éramos casi puras colegialas, puras pingüinas, calcetineros [...] Éramos un lote de 10, 12
que nos juntábamos acá en el centro. Si tú haces una relación en cómo las tribus se han ido
328

tomando las estaciones, los parques, nosotros hacíamos lo mismo. Éramos 15 maricas que
nos tomábamos esta calle [se refiere a alguna de Bellas Artes], y aquí cotilleábamos,
cotorreábamos, nos contábamos historias, comprábamos un copete, nos sentábamos a la
orilla del cerro [Santa Lucía], el cerro no tenía rejas, era mucho más libre, podíai transitar
toda la noche... O nos íbamos al Parque Bustamante, o nos íbamos al Parque Forestal
cuando existían los matorrales, porque ya no tiene. Porque le daba distinta connotación
también. Porque además era una zona de ligue. Y era casi hotel también. Si llegabai y
tirabai ahí. Tirabai en el parque sin ningún temor”.

“Esta frivolidad callejera media prostibular que eran mis amigas”.

Entre el '74 y comienzos de los '80 se abrió gran cantidad de lugares homoeróticos: “Era
una hueá súper extraña, no extraña, sintomática, yo creo que también corresponde a la
época. En que los boliches gay se abrían como quien abre una panadería. Teníai el Fausto,
estaba La Palomera, estaba el Chenut, estaba el 83, 18, el 222, estaba Gamero, el Siria,
Burbujas”.

Local de Rosa Salaverry en Dardignac 222, luego trasladado a la calle Echaurren. Presencia
allí de cierta farándula homoerótica ochentera [Tomás Vidiella, Sergio Aguirre].

La Palomera [Monjitas entre el Emporio la Rosa y José Miguel de la Barra, a mitad de


cuadra]: “boliche gay gay, donde también se mezclaban [...] había show” [de
transformistas], “era como más culturoso”.

Chenut [Esmeralda 750], lugar caro, no exclusivamente homoerótico.

Fausto [desde el '74]: “Era así como luces, toldo, alfombras, y para esa época hueón... ¡era
lo más glamoroso que podía tener este pueblo!”.

El Burger Inn de Ahumada [mediados de los '70-comienzos de los '80] “era el Coppelia de
329

las maricas pero en el centro. Donde se juntaba el mundo más popular”.

La Holandesa [Santa Rosa con Alameda], especie de after informal: “Si llegabai y entrabai
con el roto y póngale una botella de pisco, cuatro coca colas y unos sándwiches de pernil y
teníai la mesa llena y llegaba la otra ¡ay, niña por dios! ¡¿Cómo estay?! ¡Siéntate acá! Ya y
todo pero ya regio, estupendo, y ellas comprando y pagaban y estaban los rotos ahí... o sea,
era una bacanal, me cago de risa. Tú veiai a todas las conspicuas [...] más feo, y llegaba el
hueón y terminaban como alfombra. Y las veíai tirando adentro del baño, y el chico que
cuidaba los baños ya, decía, no se puede hacer esto aquí, salgan. Porque además se creaba
una complicidad en este micro mundo, zoológicamente interesante”. Otro after en la
Alameda era El Churrasco.

Entrevista a F.S.

“En los '70 yo creo que lo que sí habían eran fiestas privadas. No se podía, era imposible. Si
no había vida nocturna en Chile. Hubo un apagón horroroso de todo, y todo lo que se hacía
era muy privado. Y no era así como que tú te enterabai, tú te podíai enterar después pero
tampoco te decían, porque si se llenaba mucho y quedaba la escoba, significaba que
podían... y podían desaparecerlo, y desaparecieron cuántos también. Entonces peligraba tu
vida en realidad [...] El hacer reunioncitas por aquí y por allá entre los más conocidos, eran
fiestas particulares, más íntimas, personales, eso es lo que se manejaba en ese entonces. Era
reducido”.

A comienzos de la dictadura estaba El Clavel, Ex La Bomba, más gay, en el cuadrante entre


Compañía, Santo Domingo, Cumming y Cueto [no es un solo cuadrante, es necesario
corroborar la dirección]: “Había un local tipo quinta de recreo, en su mayoría los que
participaban de ahí eran gay, muy pocas lesbianas, siempre habían muy pocas lesbianas,
eran como las más atrevías, las más grandes, también eran mujeres más independientes,
profesionales recién, mujeres grandes digo, deben haber tenido como 25 años, pero eran
grandes para nosotras. Tuvo harta fuerza porque duró harto tiempo. Eso fue después del
330

Golpe [...] Cuando se hacían esos show [de transformismo en El Clavel] se hacían a puertas
cerradas. Pero por lo general era como ir a servirse algo, ir a comer algo, tomarse un
copete, cantar, bailar. Y los shows eran a puertas cerradas, porque ahí cómo justificabai... Y
los shows eran ¡cuáticos poh! [risas], eran súper cuáticos, si uno quedaba así como...”.

Otro local de los mismos años era La Trampa: “Ellos [unos colas vecinos de Freya] hacían
a puertas cerradas shows todos los sábados. O sea, ellos atendían como en cualquier lugar
hasta las nueve, y a las once ya entraba otra gente. Se llenaba de autos, eran puros colas de
plata. Pero no se les cobraba entrada ni nada, eran casi todos conocidos, amigos, pero lo
que se consumía ahí se pagaba. Y ellos hacían show de transformismo bacanes, porque el
hueón parece que le pegaba [al transformismo] [...] Se hacían todos estos shows a puertas
cerradas hace cualquier año, y algunas vecinas, las privilegiadas, las más abiertas de
criterio, entraban. Que eran uno o dos. Pero ahí se hacían buenos shows”.

“Esto era de a voz. Estos lugares se conocían por voces no más. O sea, yo te cuento, mira,
aquí en la esquina hay una movía, qué sé yo, funciona el día jueves, nada más. Se daba el
dato al conocido, al amigo, al de confianza”.

El mítico Quásar: “Que lo conocí cuando el Quásar era una cosita así, este cuadrado
[delimita con las manos un espacio muy pequeño]. Y después fue creciendo con los años, y
eso fue en plena dictadura, pero eso fue súper represivo ahí. Estaba en Coquimbo con San
Ignacio. Ahora hay una imprenta ahí inmensa. Porque después eso creció, creció, creció,
porque se empezó a llenar, ahí nos dimos cuenta que no éramos cien, sino éramos como
miles los maricones y las mariconas. Ahí tú encontrabai de todo, ahí cachabai a todos los
artistas maricones [...] El Quásar es de los '70, es viejísimo, debe ser del '77 [...] Venía gente
que tampoco era de Santiago. Yo me hice amiga de varios hueones cuicos que eran de La
Serena. Unos eran de Curicó del interior. Que llegaban, se pegaban el fin de semana. Tú
notabai en seguida cuando había un local gay porque se llenaba de vehículos, era una hueá
extraordinaria. Y llegábamos los más ratones a pata, éramos la mitad. Pero ahí no había
clase. Ahí no te llevaba “la hueona picante” no, no. Había de todo y todos se respetaban. Y
331

si había algún roce, que a veces habían roces, eran cuando los hueones estaban muy curaos,
y eran unos minos, los más misóginos, por lo general eran los que les decimos ahora las
locas, que eran un poquito misóginas con las lesbianas. Pero entre ellos mismos se paraban.
O sea yo nunca vi una pelea. Sí discusiones entre ellos, que se levantaban los minos, porque
era típica esa hueá. Pero no había clase ahí, tampoco raza. No existía esa discriminación al
interior, por eso te digo que antes era distinto. Había una cosa en común. Tampoco había
política. No se hablaba de política, porque te encontrabai con algunos compadres que eran
más fachos que la cresta. Pero eran buena onda, y como estábamos en otra... No
hablábamos de política. Se suspendía todo [lo que estaba pasando afuera]. Era como una
válvula de escape para todos. Yo creo que para muchos”.

La Tía Carlina, ya en decadencia en los '70 en comparación con “los brillos” del Quásar:
“Pero ahí iba de todo, yo también fui, después del Quásar, íbamos a conocer lugares. No
faltaba el grupo, tú te hacíai buena onda con algún gay, loca, qué sé yo, y te amaban, te
adoraban, entre copetes. Yo me acuerdo que una vez salimos un grupo de a dos o tres autos.
Y nos fuimos donde la Tía Carlina, y fui con mi socia, la Pati, pero era terriiible. Era
patético, era deprimente. Pobrísimo. A mí me deprimió. No me gustó mucho el lugar pa'
ná'. Igual lo vacilé, lo caché, tú igual podíai hacer tu fiesta particular, no te jodían mientras
tú consumierai, ya que no ibai a ver minas... pero a las lesbianas igual las acosaban las
compañeras trabajadoras [travestis]. Sí igual te acosaban. Ahí en ese momento ya no se
cruzaba, se cruzaba todo, se cruzaba todo, entonces les daba lo mismo a las comadres.
Habían travestis y habían mujeres también, hetero. Entonces había una mezcla entre
hetero... las que más habían eran prostitutas mujeres. [Las travestis] no eran la mayoría, yo
diría que la minoría, pero habían. Y a mí en ese momento, todavía me resultaba un poquito
grotesco, era como fuerte la imagen pa' mí todavía, tenía mis apreciaciones, no
discriminaba pero tenía mi distancia. Eso era como en los '70. Lo encontré patético, me dio
pena, las minas, estar ahí, su trabajo, respetable y todo, pero igual era como muy pobre,
totalmente decadente. Después de haber venido de los brillos, cachai... entonces llegar
ahí...”.
332

Otro lugar de encuentro a fines de los '70 era El Túnel.

Fiestas privadas en Las Vizcachas: “También habían otros espacios, esos eran fuertones, a
la vida. Participé un par de veces, de puro curiosa. Me gustaba juntarme con las mujeres
más grandes porque tenían más cuento, las cabras chicas no tenían mucho qué decir. Nos
íbamos a Las Vizcachas, habían unos moteles, teníamos un grupo gay, con minos, con
minas, y arrendábamos dos o tres piezas, y hacíamos LA fiesta [risas] y después se
repartían cada una, se repartía un grupo aquí, otro grupo acá y lo que pasara era otra
historia, ya más porno, más xxx. Pero ahí participaba el que quería, el que no se dormía.
Ahí se fumaba mucha marihuana, era copete y marihuana. Eso era de antes que yo
participara y siguió por mucho tiempo después de que yo estuviera ahí. [Pasaba] lo que tú
permitieras, porque ahí nadie exigía nada. Y todo quedaba ahí. Estamos hablando del año
'83-'84”.

“Con ella [la Gaviota] salía a las hueás de Las Vizcachas, porque yo no cachaba, eran puras
viejas grandes, con ella también estuve en fiestas privadas, donde tú creíai que van a llegar
tres o cuatro, y llegan veinte, treinta, cuarenta mujeres, tú no pensai que la hueá es tan
ohhhh... quedai así. Y tú como cabra nueva, todas te echan el ojo [risas]. Exitosa
totalmente. Me encantaba salir con ella porque sentía que tenía éxito con las mujeres”.

“Eso quedaba en Quinta Normal [una iglesia anglicana que acogió un grupo de lesbianas].
Ese fue el primer levantamiento con otra compañera [...] Eso fue en el sector de Quinta
Normal por Joaquín Pérez a la altura del 5000. Era una iglesia, y ahí se logró mantener
como a 15-20 mujeres lesbianas. Haciendo algo, intentando hacer algo. Lo que se intentó
hacer era juntarnos, pero no en base al carrete. La idea era poder informar a la gente que
existíamos. Hacer algún díptico, no sé, una revista. Hueás que nunca se concretaron. Porque
no duró mucho. Esto fue antes de que empezaran las marchas, antes de que me fuera. Debió
haber sido el '84 o el '83”.

El Yo Claudio, frente al Santa Lucía: “Era un lugar de ir a copetearse después de, o antes
333

de, era como la previa, o después de las discos. Tenían onda de juntarse, también ligar,
también pinchar. Pero generalmente era como el remate o el comienzo. Ahí llegaba mucha
gente también en las otras situaciones en que te sorprendíai y pensabai, qué hace este
mino/a acá, no sabía que era maricón/a. Eso por Santa Rosa, como a dos cuadras de la
Alameda”.

Local de la Rosa Salaverry: “Ése era entretenido. Estaba en Echaurren, como en la cuarta
calle [...] Ella arrendó el local solamente para este tipo de “eventos”. Funcionaba solamente
un día, me parece que era el viernes [...] Era un lugar bastante amplio, bastante bonito. Y
ahí se hacían shows. Y aparte del show, siempre hacían show, los maricones son para hacer
el show, muy bueno el show, se bailaba, se ligaba. Pero por lo general era súper latero para
las lesbianas porque si habían seis lesbianas era con suerte seis, entre tres, cuatro, y uno
quería ir a sapear, entonces uno cachaba esos lugares. Se llenaba de gays en realidad.
Quedaba en Echaurren como a tres o cuatro cuadras de la Alameda. La otra vez lo reconocí,
fui con una chica de historia. Ahora es una casa... Era maravillosa la casa, porque las casas
de esos barrios son antiguas y tienen un estilo muy personal”.

Antigua embajada de Panamá: “Ahí se mezcló por última vez la mezcla entre gays,
lesbianas, trans, la loca. Tampoco hubo clase, ni raza ni nada [...] Haciéndole el peso al
Quásar y al Fausto. Y se hacían cosas tan entretenidas ahí, eran dos espacios, estaba el
espacio de los pendejos, el espacio de las viejas, el espacio de los viejos, estaba la terraza
donde tú podíai conversar y estaba el pantanal, que era un patio inmenso donde tú te perdíai
y después al otro día limpiando preservativos [...] Existía ese lugar, se le restó público a
todas estas cosas [Quásar y Fausto], pasó lo mismo que antaño, se llenaba de autos afuera,
hasta que duró lo que yo aguanté, porque yo administraba esa hueá. Estaba al lado de Otto
Krauss. Ella [La Gaviota] traía a las viejañas, el Cristóbal traía a los viejaños y yo ponía la
plata. Eso duró un poco menos de dos años, un año. No aguanté más porque era viernes y
sábado y yo trabajaba, era diseñadora. Y eso fue un espacio donde se hacían shows, se
conversaba, se ligaba, estaba todo en realidad porque la casa era inmensa. Yo creo que por
eso tuvo éxito. Estaba aquí en Providencia a la altura de Salvador. Nunca hubo una redada,
334

porque era particular. Estaba visada, no podía entrar nadie [tenía un tipo de protección
diplomática]. Nunca se cobró entrada a nadie. Fue una época muy entretenida para todos,
porque tenía todos los espacios, y en la disco tenís el espacio para bailar nomás, y poco
conversar, si es que podís conversar con la bulla. Y tenís una sola música y aquí habían tres
ambientes más el cuarto que era el que más ocupaban, pantanal. Yo creo que por eso iban,
les salía más barato y consumían como locos [risas]. Pero nunca hubo un problema. Esto
fue en los '80, después de mi vuelta, como el '88-'89”.

Entrevista a E.R.

“Yo nunca supe en esa época [fines de los '80] que hubiera algún espacio de mujeres ni tuve
otras amigas lesbianas [...] No habían espacios para mujeres, entonces la única posibilidad
era que una se insertara en los espacios de hombres”.

“El Quásar era al que más yo iba, me hice asidua, iba mucho por el año '88. Esas cosas
empezaban a las doce de la noche y uno tenía que estar hasta las cuatro o cinco de la
mañana. Me encantaba el Quásar porque allí había un show que era para morirse de la risa,
realmente era buenísimo, que era el de la Francis Françoise. Que era una transformista que
realmente era graciosísima. Como eran los únicos espacios en realidad lo que uno hacía era
bailar hasta que te caíai muerto y pasarlo bien y reírte. Reírte con la gente, con el show, que
es el típico show que se hace en todos lados hasta el día de hoy. Y lo que tenía la Francis
Françoise era una rapidez y era muy graciosa, entonces chistes políticos, chistes de
contingencia. Y realmente era graciosísimo, entonces tú te estrujabai de la risa. Era un
momento en el sábado en la noche en que tú te olvidabas de esta inmensa represión que
había a tu alrededor. Y te olvidabas ahí. Y era realmente un tugurio ah [...] No me acuerdo
si era en la calle Copiapó en la calle Coquimbo. Estaba al lado de ese cantón militar, al
lado, uno salía a la calle y veía, era como Avenida Matta, por ahí. Era una casa grande y tú
entrabas y a la izquierda habían como unas piezas que estaban abiertas, y ese era el lugar de
las lesbianas [...] Había un pasillo bien ancho y luego un espacio grande donde estaba el
escenario. Y ahí era el lugar donde uno bailaba, en realidad bailaban en grupo [...] Era un
335

lugar grande, yo creo que deben haber habido unas trescientas personas las noches de
viernes y sábado, tranquilamente [...] Y en el medio, estaba como todo el grupete de la
gente más joven que estábamos simplemente bailando, pasándolo bien, tomándonos un
trago. Pero por cualquier cosa se agarraban, porque además mucho revoltijo social, de
edades, sexos. Había de todo. Totalmente distinto después cuando uno va a otros lugares
hoy en día que están organizados por clase social, incluso por barrios. Y en ese iba todo [...]
Habían muchos grupos de personas, de guardias que intentaban mantener el orden. Porque
cuando se agarraba la gente llegaba generalmente carabineros, entonces salíamos todos
arrancando”.

“El espectáculo era completo así [hablado en femenino]”.

“Yo al Fausto no iba mucho porque era como de gay más elegante y más estirado. Estos
amigos ingenieros cuando querían pinchar iban pa' allá. Pero a mí no me agrada, además de
que eran mala onda con las mujeres. Muy machistas”.

“El bar de Willy, en Providencia donde está el giratorio, hay una callecita por detrás del
Paseo Las Palmas, hay unas escaleras mecánicas que te llevan a un tercer piso. Tienes que
ir en la noche para verlo en su plena expresión, están todos los maricones viejos tomando y
fumando como hace 20 años. Es el lugar más decadente del mundo, un antro”.

“En los lugares todo el mundo sabía a qué iba uno. Pero no tenían ni un cartel afuera ni
nada. Si tú no llegabas por ayuda de alguien que te avisara, no llegabas. Siempre se llegaba
en grupo. Yo no creo que fuera posible para alguien llegar solo. Y tampoco lo pasabas bien,
porque adentro era en grupo la cosa. No era ná' de simple”.

“[En los '80] no habían muchos lugares donde ir, era todo tan extremadamente oculto... [...]
No eran lugares para pinchar, tú ibai a reírte, a bailar. Ibas a eso, no era un espacio de
sociabilización, que ahora es mucho más eso, que ahora hay lugares que tú puedes ir
derechamente a conversar, es mucho más libre además”.
336

Entrevista a A.H.

Durante los primeros años de la dictadura salía a “patinar” por Providencia o la Costanera,
después de las 10 de la noche. También en plena dictadura, dice haber escuchado rumores
de una disco gay frecuentada por militares, cerca de Lo Castillo.
Existió también un hotel en calle Blanco durante los '80, frente a la Facultad de Ingeniería
de la U. de Chile, en Beauchef.

Entrevista a Amaro

“La Plaza [de Armas] siempre ha sido gay”. Otros lugares de encuentro eran el cerro San
Cristóbal, el cerro Santa Lucía y sus pasadizos: “gente se ponía a esperar, incluso desnuda,
a que pasara alguien para ligar” y el Parque Forestal: “En los arbustos hacían trencitos”.

También menciona el bar Il Bosco y un edificio-vivienda lleno de locas frente a la Pérgola


de las Flores, donde había “zamba y canuta”.

En la intersección de las calles Serrano con Riquelme: “pasaba de todo”, “iban pacos y
estaban ahí, mirando”.

Las Últimas Noticias, 26-10-79

“ [...] La iluminación era tan escasa que se confundían hombres bailando con hombres y
mujeres con mujeres [...] El día de su inauguración, los propietarios Javier Aparicio,
Patricio Muruaga y Patricio Sandoval la presentaron como algo totalmente diferente y para
personas muy «in» [...] A los pocos días, la discoteque fue conocida con el nombre de
«Fausto» y comenzó a reunir a todo el jet set mapochino [...] Según los vecinos del sector
junto con la inauguración del exclusivo local comenzaron a llegar personas muy raras y de
337

extrañas costumbres. Es decir, sin haber bailes de disfraces muchos pilosos varones
llegaban disfrazados de mujer [...] La gente que frecuentaba el negocio es muy adinerada.
Incluso una vez un colega le chocó un auto a uno de ellos y nadie reclamó. Se ven cosas
muy raras sobre todo de madrugada”. Citado en Contardo (314).

Contardo

Luego del golpe de estado sobrevivieron algunos lugares de reunión de la bohemia, como el
café Iris, el café Jamaica y el São Paulo.

“Fue a fines de la década de los setenta, en plena dictadura, cuando aparecieron los
primeros bares y discoteques destinados exclusivamente al público homosexual. Entonces
comenzó a gestarse un circuito propio que giraba en torno a la diversión nocturna del fin de
semana, y en el que se vislumbraba la influencia de la subcultura gay de las grandes
ciudades de Estados Unidos y Europa occidental” (45).

Desaparecida la bohemia, en dictadura “lo más parecido a un circuito de diversión nocturna


eran los locales a los que concurrían hombres gay: el bar Morocco, la discoteque Fausto, el
Bar de Willy y el Strass” (49).

“En los años inmediatamente posteriores al golpe de Estado aparecieron bares en salas de
teatro como el Morocco, en el segundo piso del teatro Hollywood en Irarrázaval, y el bar
del teatro El Túnel de Merced con Lastarria. Si bien no estaban específicamente orientados
a una clientela homosexual, se transformaron en punto de encuentro para una nueva
bohemia gay compuesta por hombres jóvenes -y sus cercanos- que buscaban diversión. En
este nuevo grupo la clase social aparecía como un rasgo importante”.

Contardo: “El bar Burbujas de calle Suecia con General Holley fue el primero. Abrió en
1976. Los mismos dueños del Burbujas inauguraron en 1979 la discoteque Fausto. Ambos
locales aspiraban a mantener un público burgués” (333-4).
338

José Pizarro (administrador de lugares homoeróticos): “Toda la vida nocturna del momento
la manejaban los hombres gay. Estaban involucrados con las tiendas, con La Maison que
era la boutique más elegante del momento [ubicada frente al Teatro Municipal] y donde los
hombres que atendían eran homosexuales. Era la farándula de esos años, e incluía también
a las amigas de los gay. Todas mujeres regias”. Citado en Contardo (333).

“Entre la apertura del bar Burbujas en 1976 y la inauguración de Fausto en 1979 abrieron
por lo menos dos bares de ambiente gay para un público más popular en distintas zonas de
Santiago. Uno fue el Anatasuki, en la calle Sierra Bella, atendido por su propio dueño,
quien oficiaba de anfitrión vestido de kimono y mantenía siempre lista una torta de
cumpleaños para fingir una celebración en caso de que la policía irrumpiera. El otro fue el
bar La Clave -orientado a las clientas lesbianas- que funcionaba en calle Baquedano, en
Santiago Poniente, un barrio antiguo y desangelado. La Clave era un sitio pequeño y oscuro
que tuvo entre sus atracciones a cantantes chilenas de la Nueva Ola. En 1980, Ana María de
la Fuente, dueña de La Clave, abrió junto a Jorge Belmar -un exfuncionario de la Policía de
Investigaciones- la discoteque Quásar [que cerró el 2000], en calle Coquimbo al llegar a
Dieciocho. Aunque los dos locales estaban a una distancia considerable, los barrios en los
que se ubicaban tenían mucho en común: zonas antiguas del centro, casas de fachada
contigua y un ambiente diurno casi provinciano. En la misma época ya funcionaba el bar de
Dardignac 222, de la exbailarina y vedette Rosita Salaverry del Bim Bam Bum [...] en
donde el espectáculo corría por cuenta de un grupo de transformistas quienes continuaron
con la tradición del Blue Ballet, interrumpida por el toque de queda. Durante la última
década en que gobernó el régimen militar, el circuito gay terminó por establecerse. El Bar
de Willy de Providencia, el Piccolo Mondo y la discoteque Galao en Valparaíso, y
eventualmente algunos lugares clandestinos en provincia abrieron sus puertas durante los
ochenta. El gueto creció, pero estaba sujeto a controles arbitrarios de rutina” (335).

“En los ochenta surgió en Chile la figura del hombre homosexual como cliente de un
circuito de diversión nocturno orientado específicamente al público gay. Un consumidor
339

peculiar, cautivo, que encontraba en estos nuevos locales evasión y posibilidad de


encuentros con otros iguales. Un modelo tributario de la subcultura gay de las grandes
ciudades de Europa occidental y Estados Unidos, solo que sin activismo político que
complementara la mera diversión con una reivindicación de derechos. La arquitectura de
estos lugares de ambiente gay puede interpretarse como una metáfora de la doble vida que
la gran mayoría de sus clientes estaba obligada a mantener: por fuera, fachadas anodinas,
sin letreros hacia la calle, locales nocturnos camuflados; por dentro, ambientes iluminados
con luces de colores, animados por la música y el alcohol” (338-9).

“Este estrecho espacio de tolerancia [de parte de la dictadura] fue el que ocuparon los
nuevos bares y discoteques para clientela homosexual, el que las mujeres de Ayuquelén en
la entrevista que dieron a la revista Apsi denominaron «el gueto». Obviamente no se
referían a una zona específica acotada, ni a un barrio -como los guetos judíos-, sino a los
locales, la mayoría nocturnos, repartidos por las ciudades, adonde hombres y mujeres
homosexuales concurrían a divertirse. El concepto de «gueto» respondía a la noción de un
«lugar gay», entendido como un espacio de reunión de personas homosexuales reconocido
como tal, algo que en Chile solo apareció en los años setenta y se difundió en dictadura”
(331).

Contardo citando a Raquel Correa: “Al parecer, el cine era el único lugar de reunión posible
para algunos que parecían mantener una relación sentimental: «Una voz afectada,
feminoide, da explicaciones: “perdóname, Gonzalo, no pude llegar ayer... se quedó el
cacharro en pana. ¿Estás enojado?». El clímax del artículo sucede cuando dos varones se
encuentran, conversan, se abrazan y besan «apasionadamente». «Escuchamos sus
respiraciones entrecortadas, una sonajera de llaves en los bolsillos. En el mismo momento
otros dos salen de la mano»” (275). El autor señala que los cines continuaban activos en los
'80 (337).

Duran en Michel Foucault... (2005)


340

“El fenómeno de los parques de ligue es donde el sistema relacional foucaultiano tiene su
máxima expresión. En ellos no sólo se practica un placer resignificado, por su carácter de
clandestinidad y anonimato, sino también se establecen fuertes redes de protección contra
el poder policíaco. Durante la dictadura militar, que hostigó duramente a los locales gay, el
parque se presentaba como lugar de encuentro y sociabilidad, frontera entre lo público y lo
privado. Las sombras y la oscuridad protegían a quienes transitaban por él, cubriendo
simbólicamente el deseo disperso [...] Entre estos se encuentra el cerro Santa Lucía,
ejemplo de resignificación espacial, ya que este se eleva en el centro de la ciudad como
símbolo de la conquista y es rearticulado por los cuerpos oscuros como espacio de
resistencia y germen de la cultura gay”.

Lemebel en De perlas y cicatrices

“Concurridas y chorreadas de whisky eran las fiestas en la casa pije de Lo Curro, a


mediados de los setenta. Cuando en los aires crispados de la dictadura se escuchaba la
música por las ventanas abiertas, se leía a Proust y Faulkner con devoción y un set de gays
culturales revoloteaba en torno a la [Mariana] Callejas, la dueña de casa [...] La desenvuelta
clase cultural de esos años que no creía en historias de cadáveres y desaparecidos. Más bien
le hacía el quite al tema recitando a Eliot, discutiendo sobre estética vanguardista o
meneando el culo escéptico al ritmo del grupo Abba. Demasiado embriagados por las
orquídeas fúnebres de Mariana, la Callejas” (14).

“Mientras Santiago se recagaba de miedo de espaldas a las bayonetas, el hermano santo


[Hasbún] extraviado en sus túneles eucarísticos, soñaba con blandos seminaristas de manso
mirar. El fraile de la tele, se veía en un cielo azul marino persiguiendo mancebos con alitas
y arcángeles de piernas peludas, enjambres de acólitos y querubines que el Altísimo le daba
de premio por su lucha antimarxista. Y él, humildemente lascivo, los miraba trotar y correr
por su jardín del paraíso, los veía emocionado brincando entre las nubes por el “campo de
flores bordado” de su Chile militar” (18).
341

“Casi lo conocí en esas Quintas de Recreo de la peluda comuna de Recoleta. Finalizaban


los setenta y la farra popular, silenciada por el toque de queda, se las arreglaba para
hilvanar meneos clandestinos y sandungas del cuerpo en esas fondas colectivas y
restaurantes con patio y ramá, donde la pobla remecía sus sinsabores al ritmo maraco de
una cumbia, con la tumbadora, el bongó, los timbales y el pallá y pacá de la pachanga
hereje del mambo.
Fue allí, cerca de Huechuraba, donde los colizas ensayaban sus merengues de conquista,
confundidos con las vecinas, las guaguas y los obreros. Fue ahí, en la famosa Quinta
Cuatro, donde la noche guaracha era una tomatera interminable, la noche mal iluminada por
cuelgas de ampolletas que no era noche sin el Zalo, el morenazo pinganilla que hacía bailar
hasta a los cabros chicos con su caliente «Chicharrón de corazón».
Entonces el Zalo era parte de esa flora popular que cada fin de semana aplaudía y gritaba
pidiendo una vez más el cumbión del cantante. Y después, y luego de animar por horas la
salsa del bailongo proleta, transpirado entero recorría las mesas bromeando con las locas,
bailando con las señoras, compartiendo el vino turbio de las poncheras con su risa de perlas
frescas que por esos años lucía el Gorrión de Conchalí” (45).

“Llegados los setenta, el golpe militar seguido del toque de queda, desanimó las noches
putifarras en la catedral del vedetismo. Las funciones de las diez se adelantaron a las siete,
y era raro asistir al espectáculo tan temprano. Además la censura política del régimen afectó
el doble filo del humor, y poco a poco fue desapareciendo la costumbre popular del teatro
revisteril. El Bim Bam Bum fue el último en cerrar su cortinaje de brillos, cuando una
empresa inmobiliaria compró la propiedad que ocupaba el teatro Opera en la calle
Huérfanos para convertirla en galería comercial. Sólo dejaron para el recuerdo, la
pretenciosa fachada de columnas y el arco de ingreso, como una cáscara hueca que adorna
nostálgica el plástico vidriero del Santiago actual. Sólo eso quedó de aquella fiesta, y por
cierto alguna vieja vedette que, en su casa, acaricia las plumas lloronas de ese extinguido
resplandor” (75).

“El garage Matucana Nueve


342

[...]
Y era que se vagaba por la noche santiaguina mediando los ochenta, en largos carretes de la
revuelta resistente. La manga callejera, media artista, media artesa, poetas de gomina
punkie, intelectuales de izquierda ñuñoína y pobladores desalambrados en su vértigo de
cunetear cajas de vino tinto en las plazas, en los actos políticos, en las peñas, en los
recitales, en fin, donde se proyectara el rito ansioso de fumarse con rabia un cambio al
presente. Y si no ocurría, por lo menos había que imaginarlo en la farra nochera que hilaba
zapatillas, sandalias y bototos under camino a Matucana. En Estación Central, a media
cuadra de Alameda, el Garage cuna del margen vanguardia, a reventarse de pelados
metaleros y chascones floripondios, todos allí, hermanados por el subterráneo alternativo
donde se ideaba el Chile en democracia” (129).

Evocación velada al ambiente nocturno del centro de Santiago:

“Al variar el público del Paseo Ahumada que se deja caer en los asientos esperando los
shows callejeros; los humoristas, cantantes y oradores evangélicos que ocupan la calle con
su teatro de paso, con su circo limosna que alegra la ciudad, cuando se relaja el tráfico de
un agitado día y Santiago finge que duerme para que aflore la noche despelucada del escote
putinga y su lunfardo resplandor” (139).

Sobre las fiestas de la burguesía dictatorial y su deseo homoerótico reprimido:

“Lo supe por allá en los 80, en los mejores años de la mordaza milica. Cuando un magnate
chileno sembraba dólares como flores con su negocio armamentista [...] Y le fue bien a este
platudo de la guerra, tan bien, que pasó a formar parte del jetset carretela que armaron las
revistas de moda en esos años de alcurnia fascista y rotaje apaleado [...] [Narra que estando
en el circo Timoteo, la Rosita Show le cuenta la historia de un auto que la vino a buscar] Y
qué auto niña, casi me caigo de culo al ver el medio Mercedes con chofer buscando a esta
princesa. Y yo en esa facha, pero igual me acerqué a la ventanilla del auto y les dije:
¿Ustedes buscan a Rosa Show? Yo soy, qué se les ofrece. Entonces los reconocí altiro, era
343

ese locutor de la tele que daba las noticias, andaba con otro, un cómico medio pelao que se
rió y me dijo: pero usted no es la Rosita Show. Claro que sí. Lo que pasa es que ando de
civil. Bueno, sucede que nosotros la queremos contratar para el cumpleaños de un amigo.
Le pagamos 20 mil pesos y usted le canta cumpleaños feliz, le menea un poco el queque y
eso es todo [...] Yo no tenía miedo porque eran personajes de la tele y en el camino me
fueron explicando lo que tenía que hacer en la fiesta. El auto cruzó el centro, subió por
Alameda, Providencia, Apoquindo, Las Condes y siguió subiendo [...] Entonces oí la
música y vi las luces, y me acordé del circo al ver esas carpas blancas y toda esa gente fina
copeteándose y riéndose, tan feliz [...] «Aquí todos son famosos menos yo», le dije al pelao
que me empujó al micrófono para que cantara el cumpleaños feliz. Pero no sé el nombre del
festejado le dije. Se llama Carlos [Cardoen] y es ése de terno azul. Pero no fue un buen dato
porque casi todos andaban de terno azul, y ni supe a quién le dediqué la canción, y por eso
los saludé uno por uno, y todos me decían cochinadas, y todos me daban agarrones, y todos
me desarmaban la esponja de las tetas, y todos me metían la mano por ahí y la sacaban
mirando pal lado, y todos andaban demasiado cufifos cuando me encuentro al pelao que
andaba repartiendo su bandeja de sal. Y con ese frío, y con ese romadizo de mierda que me
dio, atchís, que le estornudo encima y adiós a esa huevá blanca que todos chupaban por la
nariz, a la chucha ese polvo que los tenía a todos tiesos y hablando babosos, habiendo tan
buena música. Puta qué cagada, decían los famosos en cuatro patas, olfateando como perros
el suelo” (161).

La cadena Burger Inn se instala a fines de los setenta en Chile. Su local de Ahumada fue, de
acuerdo al testimonio de Marco Ruiz, un punto de encuentro homoerótico.

La Tercera de La hora, lunes 18 de abril de 1983

“Siete lenocinios de calle San Camilo, fueron allanados por carabineros de la 4a Comisaría
en espectacular operativo efectuado anoche por orden judicial [...] El operativo efectuado al
filo de la medianoche, estuvo centrado en calle San Camilo entre las calles Argomedo y
Santa Elvira
344

[...]
Desde hace algún tiempo, los vecinos del sector venían formulando reclamos a la autoridad
por riñas nocturnas, disturbios, gritos y fiestas permanentes organizadas ilegalmente por los
propietarios y regentes de los clandestinos allanados”.

Mercados del sexo

Entrevista a C. Sánchez

Los prostitutos fueron, de alguna manera, los más contestatarios a la moral social que los
excluía: “ellos sí se tenían que confrontar directamente con los pacos. Entonces se tenían
que ver de igual y de combo a combo con la policía. Y en ese sentido tú estabas viendo al
adversario de igual a igual. Estaba la violencia institucionalizada que tienen que enfrentar
ellos. Y mientras más tú te enfrentabas a ellos, era más difícil, entonces el colita que vivía
en la población, en el barrio, se mantenía dentro de la subordinación, pero el más rebelde,
contestatario, menos dócil, era justamente el que se prostituía. Y eso nos revela el
levantamiento de Stonewall el '69, en Chile el año '73, las primeras manifestaciones de las
locas”.

Entrevista a M. Ruiz

Lugares de prostitución eran La Carlina, el barrio San Camilo, la calle Maipú, San Martín
al llegar a Mapocho y la Plaza de Armas.

“O sea, existía. O sea, uno igual, qué sé yo, de repente alguien te daba plata para que salgai
a comer, pa la micro, qué sé yo, esas hueás existían pero como que tú te pararas... hoy día
[Bellas Artes] es una zona de trabajo sexual. Yo me subo a un auto y te digo, te cobro tanto,
no hola cómo estay, te subíai al auto y te ibai a echar un polvo y chao”.

“Los lugares por donde circulaban [las travestis] tenían qué ver con el tema del comercio
345

sexual, y te estoy hablando del comercio sexual popular poh, o sea en esa época ni loco
pensar que las travestis... yo creo que a lo más llegaron hasta aquí hasta la Católica... [risas]
¡con cuea! Plaza Italia, con cuea. Yo creo que de ahí para arriba... yo no conozco, por lo
menos en esa época, que hayan ejercido o trabajado en esa zona. Porque además estaban
todos los prostíbulos, las casas de tolerancia, estaban acá en la zona centro”.

Entrevista a E.R.

“Había mucho prostituto adentro. [El ambiente] era terrible, lo más tremendo, el Quásar era
realmente un antro [...] Habían grupos grandes de prostitutos, chiquillos jóvenes [de entre
diecisiete y dieciocho años], pero pa' todo servicio, porque a mí también me ofrecieron en
más de una oportunidad servicios sexuales. O sea, lo que cayera”.

“Lo que se daba en el ambiente gay era mucho la prostitución, entonces una sabía que la
calle San Camilo estaba llena de trans, de travestis les llamaban en esa época”.

Entrevista a A.H.

Había prostitución callejera en el centro. Se subían a los autos y “cobraban 500 pesos, unos
5.000 de hoy”.

Entrevista a Amaro

Prostitución callejera donde eran comunes los robos: “te amarraban los zapatos para que,
empelotado entero, no pudierai correr”.

Perlongher en El negocio del deseo

Perlongher define a los michê como varones generalmente jóvenes que se prostituyen sin
346

abdicar, en su presentación frente al cliente, de los prototipos gestuales y discursivos de la


masculinidad” (17).

“Para establecer dichos contactos, fue preciso también seguir los rituales de interacción
propios del medio. Esto es, aun reconociendo que algún muchacho era michê no era
ténicamente recomendable llegar hasta él sin el ritual de miradas, gestos y desplazamientos
que precede habitualmente a las conversaciones entre desconocidos en los circuitos del
trottoir homosexual” (34).

Lemebel en De perlas y cicatrices

El “antaño glorioso barrio travesti de San Camilo” (145).

Roles

Entrevista a M. Ruiz

Roles de género muy marcados dentros de las parejas homoeróticas (activo y pasivo,
hombre y mujer): “Normalmente ocupabai el tema de si acaso era pasiva o erai activa, que
era una cuestión que estaba fuertemente marcada [...] La gente que era activa, era activa y
era activa... no había por ningún lado. Porque además tu práctica sexual tenía qué ver con tu
rol, un rol fuertemente marcado. Porque nosotros no nos hemos desempolvado de la cultura
machista que llevamos”.

“Tú eres mío y eres mío en tanto tú eres mi práctica [...] Porque si yo soy penetrado, yo soy
tuyo. Que es distinto cuando tú comulgai con un proyecto en común y trabajai por eso y
haces demarcaciones. Está ahí el tema de la fidelidad, esta fidelidad que es abstracta. Yo
percibo que eso se ve poco”.

“El tema de la clase que se cruza con el tema de lo masculino [...] Este roto cumple de
347

activo, que te va a penetrar, que te va a dominar, que te va a hacer gozar, ver estrellas... ese
imaginario sigue todavía presente. Porque además las relaciones que se dan hoy día siguen
siendo relaciones de poder [...] Digo yo [las carrozas] venidas a menos porque ya no tenían
la opulencia, porque a final de cuentas, vivieron la vida, y vivieron la vida y... porque las
relaciones en esa época, hoy día es menos marcada, o sea como sutilezas... [hoy] por lo
menos el roto trabaja. Antes no, no trabajaba. Entonces tú manteníai al hombre. Entonces
por supuesto, el macho que era a veces no tan agraciado, entonces tú teníai que darle un
estilito porque no podíai llevarlo a cualquier parte así como “peta con gin”. Entonces teníai
que comprarle no sé, acaso un Dolce y Gabanna o un Armani, pero por lo menos un
pantaloncito de Falabella, decente. Entonces te gastabai... porque además teníai que
mantenerlo, teníai que retenerlo... o otra loca más viva te lo llevaba. Y eso ha sido
siempre”.

“Porque el hombre te pegaba. Te pegaba y te quitaba las cosas. Porque se iba y te llevaba la
mitad de las hueás. Porque él se lo había ganado. Se lo había ganado en la cama. Entonces
te quedabai así en la (...) de la vida y no teníai derecho ni pito qué tocar y ni siquiera te
atrevíai, jamás, impensable que alguien pudiera pensar o insinuar hacer una denuncia
porque alguien le robó las cosas”.

“Yo creo que hubieron destellos [de fugas de los roles de género dentro de las relaciones
homoeróticas]. Era muy difícil que tú pudierai notar esa fuga, dado que era la norma, era lo
establecido, porque era parte de tu acervo cultural”.

Entrevista a A.H.

“O eras activo o eras pasivo”. A veces, en pleno ligue, se encontraban dos activos y no
llegaban a concretar nada, pues el rol no era intercambiable.

Manuel Puig en El beso de la mujer araña (1976)


348

“-Vos, físicamente sos tan hombre como yo...


-Uhm...
-Sí, no tenés ningún tipo de inferioridad. ¿Por qué entonces, no se te ocurre ser... actuar
como hombre? No te digo con mujeres, si no te atraen. Pero con otro hombre.
-No, no me va...
-¿Por qué?
-Porque no.
-Eso es lo que no entiendo bien... Todos los homosexuales no son así.
-Sí, hay de todo. Pero yo no, yo... no gozo más que así. [...]
-Quiero decirte que no tenés que pagar con algo, con favores, pedir perdón, porque te guste
eso. No te tenés que... someter.
-Pero si un hombre... es mi marido, él tiene que mandar, para que se sienta bien. Eso es lo
natural, porque él entonces... es el hombre de la casa.
-No, el hombre de la casa y la mujer de la casa tienen que estar a la par. Si no, eso es una
explotación.
-Entonces no tiene gracia.
-¿Qué?
-Bueno, esto es muy íntimo, pero ya que querés saber... La gracia está en que cuando un
hombre te abraza... le tengas un poco de miedo” (192-93).

Significantes identitarios

Entrevista a C. Sánchez

Cola, colipato: “El colipato era súper despectivo mirado desde fuera, pero los de adentro...
todos éramos colas”.

Entrevista a M. Ruiz

“El término homosexual siempre ha existido. El tema es que dentro de los circuitos, dentro
349

del mundo homosexual, tenía distintos códigos: las pasivas; las locas; las mariquitas; que
las entendíai, si acaso las entendíai o no las entendíai [esto también aparece mencionado en
el libro de Perlongher, con el término entendido]; enferma del chape, no está enfermita del
chape; la loca de la cabeza; la loca del culo; la saranfia. O la chela, no, erís amigo de la
chela [...] uranista se lo he escuchado sólo a tres personas”.

Entrevista a A.H.

A él le gusta el vocablo gay, le atribuye mayor status: “Yo creo que la palabra exacta es gay,
porque así te mueves en un mundo ah...”.

Entrevista a Eduardo

De coliza y maricón se pasa a gay, que es vivido como liberador. El cambio empieza en los
'80, “con la tele”.

Contardo

“En una carta enviada al Peregrino desde Cambridge, Estados Unidos, en 1957, Oyarzún le
relata un viaje a La Habana prerrevolucionaria [...] «En ninguna parte el placer es más
fácil» [...] «Muy gay, como dicen aquí» (...) En nuestro país, esa palabra solo se haría de
uso común tras la epidemia del sida, en la segunda mitad de la década de los ochenta”
(220).

“La expresión «gay» [...] comenzó a ser utilizada en la segunda década del siglo XX en
circuitos urbanos de las grandes ciudades norteamericanas -específicamente en ambientes
relacionados con el hampa y la prostitución- para referirse a los homosexuales. El mismo
origen que tuvo la palabra chilena «cola» [...] Más que a la mera sexualidad, la expresión
«gay» aludiría a un conjunto de características -hábitos, estética, gustos- que iban más allá
350

de lo individual y genital. Hacía referencia a una comunidad, a un «ambiente», tal como lo


expresaba Oyarzún en su carta sobre los placeres de La Habana” (221).

Vidas de clóset

Entrevista a M. Ruiz

“Normalmente aquel [de clase alta] que era homosexual se casaba, entonces no lo vivía... y
circulaba en un ámbito mucho más under el tema de la homosexualidad. Entonces era más
fácil buscar rotos, porque desde su clase qué le ibai a hacer caso a un hueón que vivía en La
Pincolla, en La Legua, que dijera fulano de tanto era homosexual. O sea, no había ninguna
posibilidad de peligro, pasaba piola. Y porque además nadie iba a hablar porque te convenía
poh”.

“Tú veiai gente, los más conspicuos [...] todos los fines de semana, viernes y sábado, en su
tristeza, en su soledad, tratando de que otro las acompañe y nosotros conocimos de todos
estos casos llevándose minos de ahí [La Holandesa]”.

“Yo aparecí públicamente el año '85. Además en la revista que trabajaba mi hermano, en el
APSI. Saliendo del clóset de frentón, con bronca, con bombos y petacas. En donde mi
familia se entera, lo converso con mi mamá y mis hermanos”.

Entrevista a F.S.

“Yo era rechica, tendría unos 15 ó 16 años. Yo siempre iba con una yunta que tenía la
misma edad mía. Éramos dos bien atrevidas, una que era bien camiona, mi amiga, mi yunta
de la vida, y yo, que era más piola. Yo me creía más piola por lo menos. Yo creo que sí,
porque me miraban así como rara, parece que se equivocó esta niñita, no debería estar acá.
A lo mejor era más delicada. Porque una se va construyendo y se va poniendo más dura.
Eran [personas] de 20 ó 30 años, no más que eso. Pero nosotras éramos estudiantes de
351

media no más”.

“Ellos [los anglicanos] nos dejaron el espacio, nos propusieron el espacio porque nos
conocían como lesbianas [...] Era gente de barrio que se fue a Estados Unidos, después de
muchos años volvieron y se reconocieron. Y nosotros no entendíamos por qué eran tan
abiertos, y luego entendimos por qué: la hija de ellos era lesbiana, y se quedó en Estados
Unidos. Eso lo descubrimos después. Ella no quería venirse a Chile, porque era tan
represivo, que no podía hacer su vida... [...] Eso [el espacio en la iglesia] no resultó porque
la gente no tenía mucha conciencia de qué significaba ser lesbiana, y lo otro es que nadie
quería salir del clóset. Porque eso significaba lo que significa hasta el día de hoy. Si soy
profe no podís ser lesbiana, en primer lugar. O sea, podís serlo pero puertas afuera. Ahí nos
juntamos dos o tres meses, ni duró más. Eran reuniones en que casi socializábamos nuestros
problemas. Sostenerlas. Yo pasé a ser la sostenedora de muchas, de sus rollos, y que mi
mamá, y que cómo lo hago. Finalmente yo estaba haciendo consejería, y las que éramos
más fuertes, las que la teníamos más clara, las que teníamos más carrete, sosteníamos a las
otras. Y eso fue como un pasillo. Y yo al final desistí de eso y supe que no duraron más de
dos o tres reuniones más”.

Entrevista a E.R.

“El hecho de que mi hermano me dijera esto [sus inclinaciones homoeróticas], para mí fue
el darme cuenta de que era posible. Que todo eso que yo sentía era algo real, que se podía
vivir, que podía concretarse. Eso me llevó a tener esta relación con esta chica. Bueno, y
cuando estábamos juntas y estábamos súper solas, nos empezamos a acercar a los amigos
de mi hermano, y a mi hermano y a su pareja”.

“Porque cómo estaríamos de closeteadas que por ejemplo la María Paz [amiga suya,
compañera de arte en la universidad] ni siquiera me dijo que ella era lesbiana y eso que ella
tenía una relación de pareja con una niña. Y éramos amigas íntimas. Porque era súper
prohibido, en los hombres era terrible y en las mujeres también”.
352

Entrevista a P. Lemebel

“Nosotros culiábamos con los milicos, con los pelaos. También con los pacos. Esos son
caqueros, les gusta la caca. Siempre ha habido una relación entre los milicos y las locas”.

Entrevista a A.H.

“No se hablaba el tema, no te podían ver con alguien afeminado [...] Yo estaba mal, la
sociedad estaba perfecta”.

Revista Paula, 24-04-79

“Están en todas partes. Sus problemas oscilan entre la soledad o desafiar a la sociedad. Ser
o no ser, un dilema que los atenaza a casi todos, especialmente cuando comienzan a
percatarse de que en su personalidad hay algo distinto. Difícil enfrentar la situación incluso
desde el punto de vista periodístico. ¿Quién se atreve a declarar públicamente en Chile que
es homosexual sin temor de ser rechazado? La gente prefiere obviar el asunto. ¿Para qué
escribir o hablar de un tema tan peligroso? Meses para reportear una realidad tangible que
se hace cada vez más evidente. Después de todo, la presión social y mundial también nos
llega. Hasta que al fin a través de psicólogos, se contacta gente dispuesta a hablar sobre su
condición de homosexual, siempre, claro está, que le aseguren anonimato. Toda gente
«bien», como suele decirse. Gente profesional que ha llegado a una claridad y a una
autoaceptación, que busca la superación en todos los sentidos, y cuando es necesario con
ayuda psiquiátrica, psicológica o religiosa” (1).

“Una pareja de homosexuales chilenos que entrevistamos declaró que durante muchos años
gastaron su tiempo y su dinero en «tratarse» y vivían convencidos de que eran enfermos.
Uno de ellos confesó que durante los años que asistió a la universidad vivía en el conflicto
353

de no saber si estaba enfermo o era una perversión. «Yo oscilaba entre la posición de que
era una perversión porque fui muy religioso de chico -y por otro lado pensaba que no podía
ser que Dios fuera tan injusto de haberme hecho homosexual desde chico. Porque yo nunca
he dudado de mi homosexualidad desde que tengo razón. Siempre he sentido que mi
complexión sexual se da con una persona de mi mismo sexo. Pero nunca he tenido por esto
horror a las mujeres. No las rechazo, porque hay muchos homosexuales que rechazan a las
mujeres. Tuve una polola una vez, de mi misma edad, pero me di cuenta que no podía
comprometerme con ella completamente. Me confesé con un cura y tuve una serie de
problemas porque él reaccionó mal. Entonces yo me alejé de la Iglesia. Empecé una
búsqueda de mi propia identidad. Le confesé a mi mamá. Le dije: mamá yo soy
homosexual y quiero saber qué pasa conmigo. Y quiero saber qué lugar ocupo en el mundo.
Yo tengo que averiguarlo por mí mismo porque tú no me puedes ayudar porque no eres una
persona que esté preparada para eso. Entonces ella me dijo una cosa muy sabia: mira hijo,
yo creo que la felicidad mía es la felicidad de ustedes. Si tú eres feliz así, yo soy feliz de la
manera que lo seas tú. Yo me di cuenta de que ella aceptó de que mi condición era ésa» [...]
El entrevistado es una persona que hace una vida tranquila con su pareja, trabaja en una
profesión importante, lo mismo que su amigo. Se siente sano, equilibrado. Para llegar a eso
debió luchar. En la actualidad forman parte de un grupo de homosexuales que busca apoyo
social, siguiendo el eco del Gay Power internacional [...] La pareja entrevistada, por su
parte, opinó que un homosexual sano, equilibrado, es aquel que se acepta a sí mismo y
acepta todas las limitaciones que su condición le impone: no tener hijos, vivir un poco en
contra la corriente, para lo cual propician comprensión. «Debemos comprender nosotros a
quienes todavía no están preparados para aceptarnos, si queremos que nos acepten tal como
somos». Tener paciencia y defenderse de la agresión del medio (2).

Alberto Fuguet en Las Últimas Noticias (1986)

“La vida de Claudio no es nada envidiable. Es un muchacho sin rumbo, falso, que vive a
escondidas. Nadie en su familia ni sus amigos saben que recorre los cines y las plazas
buscando compañía, siempre huye de sí mismo como si se tratara de arrancar de las cosas
354

que ha hecho”. Citado en Contardo (338).

Acoso policial

Entrevista a C. Sánchez

La homofobia como discurso legitimado “por todo el mundo”: Él fue mirista y el MIR
tenían la misma impresión sobre el homoerotismo que las FF.AA.: no podían haber
homosexuales en el partido por razones de seguridad, pues eran susceptibles de ser
chantajeados. Además pesaba la asociación fácil del homoerotismo con crímenes
pasionales.

Entrevista a F.S.

“Una vez me puse a mear ahí [en el local de Rosa Salaverry en Echaurren] y de repente vi
un milico, qué hace ahí y ahí nos dimos cuenta de que estábamos cercados de milicos. Que
había mucho milico, muchas hueás de milico ahí. Había un milico cuidando el edificio, no
lo habíamos visto. Y ahí pasaron hartas cosas, llegaban los pacos a pedirte carnet, una vez
hicieron una redada, sacaron a la gente, y como éramos más chicas nosotras y éramos muy
pocas mujeres, siempre las mujeres participaban muy poco, las lesbianas mujeres, y a
nosotros nos escondían para que no nos llevaran presas. Por lo menos la Rosita nos
escondió dos veces. Con nuestro grupo de minas [...] Esto [el local de Rosa Salaverry]
funcionó en dictadura, si nos iban a sacar... De principio se los llevaban detenidos, y si eran
muy amanerados los hueones les sacaban la mugre, los castigaban. Y si veían una mujer era
peor. Entonces por eso ella [Rosita] reconociendo el género, nos protegía más a nosotras
que a ellos, que a los cabros. Si se los llevaban, ella se preocupaba de sacarlos. Por eso la
querían tanto también, porque no se desligaba de la hueá y que los saque cualquiera, y
justamente nunca supieron que era gay y va la mamá a sacarlo porque estaba detenido por
estar... ¿cachai? Entonces ella se preocupaba de sacarlos a todos. Eso fue por los '80”.
355

Entrevista a E.R.

“Quásar era absolutamente clandestino”.

Entrevista a Antonio

Convicción, al interior de las FF.AA., de que “la vida dura te va a curar de esta
enfermedad”. Sus organismos de seguridad internos rastreaban comportamientos
homoeróticos. Una vez identificados, los hombres eran dados de baja. Esa era la política
oficial: “Para las FF.AA. el homosexual es débil de carácter, susceptible de ser
chantajeado”.

Las Últimas Noticias, 26-10-79

“Una exclusiva, moderna y reservada discoteque para personas sin inhibiciones fue
allanada por carabineros de la Novena Comisaría. La diligencia policial se efectuó luego de
tenerse conocimiento de que en el local se atentaba contra la moral y las buenas
costumbres, además de atenderse a menores de edad, los que consumían licores en forma
indiscriminada”. Se refiere al Fausto, lo más «in» del momento. Citado en Contardo (313).

Contardo

“[Durante la dictadura] La normativa más frecuente para detener hombres y eventualmente


mujeres homosexuales era el artículo 373 del Código Penal [...] Ropas inusuales, actitudes
amorosas sospechosas y el baile entre personas del mismo sexo eran las excusas más
recurridas para detener a hombres gay. La creación de una discoteque, por lo tanto,
significaba un desafío a las convenciones policiales porque establecía el baile entre
personas del mismo sexo como la oferta principal del establecimiento. Los allanamientos
fueron en adelante una rutina, sin que eso significara la clausura del lugar” (335).
356

“El círculo de ocio gay (creado a fines de los setenta y durante los ochenta) asumió, sin
más, una situación de desventaja y semiclandestinidad, tolerando allanamientos policiales
rutinarios sin otra excusa que la voluntad del carabinero de turno para terminar la fiesta. Se
gestó una cultura de apertura relativa y custodiada” (45).

Rosa Escobedo, empleada del Quásar, sobre los allanamientos: “Cuando llegaba la micro
de carabineros había que prender una ampolleta para avisarle al público que la policía iba a
entrar. La música se detenía. Los carabineros entraban, separaban a hombres de mujeres.
Todos debían tener el carné de identidad en la mano. A veces se los llevaban a la Segunda
Comisaría que está en calle República. Cuando eso sucedía yo subía arriba de la micro a
entregarle a los clientes sus chaquetas. Teníamos un cliente que era carabinero, era capitán.
Iba de civil y en cuanto llegaban los carabineros se escondía en la guardarropía”. Citada en
Contardo (336).

Las transformistas siempre llevaban la peor parte en las detenciones. Mauricio Centeno,
alias Francis Françoise, dice que “Me maquillaba asustado mirando que la ampolleta no se
encendiera. En un principio nos escondíamos en unos cuartuchos hasta que una vez nos
pillaron. Nos llevaban a la comisaría y de ahí a la penitenciaría. Nos golpeaban. Salíamos
en la mañana del día lunes. Antes nos manguereaban”. Citada en Contardo (336).

“La nota [de Raquel Correa] aseguraba que la asesoría técnica de la Policía de
Investigaciones tenía más de quinientas fichas de hombres homosexuales” (276).

LA TERCERA de La hora, lunes 18 de abril de 1983

“200 homosexuales interrogados por crimen del jubilado

No menos de 200 homosexuales, travestistas y delincuentes han sido conducidos a las


oficinas de la Brigada de Homicidios en las últimas seis semanas para esclarecer las
357

circunstancias en que fue asesinado el jubilado de la Caja de Empleados Particulares


Eduardo Sidney Campbell Roca, de 70 años de edad, cuyo cuerpo sin vida fue hallado la
mañana del miércoles 2 de marzo en el segundo piso de la residencia ubicada en calle
Portugal 258.

El cadáver de Campbell presentaba múltiples cuchilladas en el tórax, tanto en la espalda


como en el pecho, y demostraba haber sido de un ensañamiento inusual de un asalto
corriente. Por tal razón, en el comienzo de las investigaciones se pensó en una venganza.

Los detectives de la Brigada de Homicidios han continuado trabajando incesantemente y se


estima que unos 200 homosexuales y delincuentes fueron interrogados en las últimas
semanas”.

“Allanan lenocinios en el barrio San Camilo

[...] 40 personas fueron conducidas al cuartel de la 4a Comisaría de calle Chiloé y puestas a


disposición de la justicia por diversos delitos contra la moral y las buenas costumbres;
ofensas al pudor, ebriedad, sospecha y sodomía. Los efectivos de carabineros actuaron con
descerrajamiento en algunos casos, sorprendiendo a los detenidos en la comisión de faltas y
delitos que se les imputan”.

Contexto histórico

Entrevista a Monique, ex-bailarina del Blue Ballet.

“Y muchas veces mataron (...) sobre todo los gays de los prostíbulos. Porque los milicos
entraban a los prostíbulos y con los primeros que cargaban eran con los gays. Incluso hay
una historia que me contaron, que yo quedé pero... horrorizada. En un prostíbulo un gay lo
tomaron y lo amarraron de los testículos y lo empezaron a pasear por el pueblo, porque era
un pueblo, no sé si Iquique o Calama. Pero después le cortaron la cabeza”.
358

“Y sin embargo Pinochet dio el visto bueno para que las transexuales se operaran. Por
intermedio del seguro social de ese tiempo les ponían la operación gratis fíjate. Son
contradicciones”.

Al volver a Chile, a comienzos de los ochenta, dice haber presenciado una “tranquilidad
obligada”.

Entrevista a M. Ruiz

“Yo observaba que tenía qué ver [este mundo prostibular del circuito homoerótico] con
cierto rasgo de liberalidad que te lo daba el mercado. El mercado te permite este espacio de
libertad. Entonces cuando tú lograbas ingresar a ese mundillo, de alguna manera tú sentías
que los homosexuales rompían con estas cadenas. Con estas cadenas que te duraba lo que te
duraba el boliche, con estas luces que se apagaban y tú tenías que volver a tu triste realidad.
Con una realidad espantosa, dolorosa, de padres violentos, agresivos, inclusive de
relaciones de parejas que eran tortuosas. Y que eran mucho más tortuosas que ahora [...] [el
mercado] aparece como esta pequeña lucecita de remanso, del edén, del oasis, de todo lo
que podía significar tu vida homosexual. El vivir preso de una culpabilidad, de un prejuicio,
de un miedo, de un temor”.

Entrevista a F.S.

“Esto [las discoteques] como que afloró a principios de los '80, cuando se empezó a relajar
un poco, recuerda que entre el '74, 5, 6, 7, 8... fue heavy. Súper heavy. Entonces uno no
pensaba en esas cosas, las extrañaba, pero por lo menos yo no”.

Entrevista a P. Lemebel
359

En plena dictadura, Francisco Casas llegó a exclamar: “Culiábamos como las ricas [...] Con
el miedo, los hombres siempre andaban con la pichula pará [...] pero fueron mejores los
'80”.

“La cantidad de locas que mataron en dictadura, no los milicos, sino los cafiches,
impresionante. La Cuarta hacía un escarnio con nosotras”.

Revista Apsi, 22-06-87

Declaración de Ayuquelén: “Creemos que ha llegado el momento de hablar, pero todavía


tenemos miedo al rechazo, miedo a nuestras propias familias, a los compañeros de trabajo.
Es súper difícil que se empiece a dar una apertura en Chile. En primer lugar porque este
país es altamente homofóbico, basta ver el humor que existe, deben existir más de diez mil
chistes que se mofan de los homosexuales. Vivimos en un gueto, vivimos una doble vida”.
Citada en Contardo (321).

Contardo

Contardo y el silencio de la bohemia post-golpe: “De repente, todo cambió. De repente,


todo quedó en silencio” (304).

“La dictadura de Pinochet no persiguió ni reprimió de manera particular a los


homosexuales. Tampoco se empeñó en un acoso policial más intenso que el que
históricamente se había ejercido sobre los lugares de reunión de hombres gay. La diferencia
principal entre el Gobierno democrático de la Unidad Popular y el régimen popular en esta
materia es sencilla: en dictadura, las libertades civiles estaban restringidas para la población
en general. En esta lógica es posible especular que no tenía sentido invertir recursos en una
persecución en contra de los homosexuales y lesbianas si ningún grupo opositor
reivindicaba sus derechos, ni se trataba tampoco de un grupo articulado bajo un estandarte
político” (321-22).
360

Contardo hace alusión -de pasada- a la reclericalización y el fortalecimiento del


conservadurismo durante la dictadura, junto al endémico privilegio de la uniformidad en la
sociedad chilena (325-27).

“Lo mismo que en la censura al show de transformismo «Vedettísimas», la cancelación de


la transmisión del concierto de Boy George sirve como evidencia de la forma en que las
autoridades y la prensa relacionaban transgresión moral con apariencia física y sexualidad.
El peligro, en estos casos, era difundir la imagen de hombres que pretendían ser mujeres; el
afeminamiento encarnaba la amenaza y el foco de las perturbaciones [...] Para la mentalidad
del momento, la iconografía erótica gay era un alfabeto desconocido, complejo y difícil de
descifrar para un neófito. La única representación posible del homosexual era «la loca», y
esa era la que se debía controlar” (329-31).

La gran diferencia entre la subcultura gay occidental y la subcultura gay local, es que esta
última “no estuvo acompañada de un movimiento político de reivindicación de derechos,
sino que surgía en medio de una dictadura, con una oposición de izquierda que desdeñaba
las reivindicaciones de las personas homosexuales” (45).

Contardo estima que la comunidad homosexual chilena surgió (y está) mucho más asociada
al consumo que a un movimiento político reivindicatorio (46).

“El desconocimiento de la iconografía internacional [la bandera multicolor] es una prueba


de que la influencia de la militancia gay norteamericana y europea en el movimiento
chileno no era mínima, sino derechamente inexistente” (315).

Contardo indica que en 1979 fueron publicados dos artículos en la prensa que por primera
vez abordaron la homosexualidad no desde el prejuicio (310-11).

Víctor Hugo Robles en Bandera Hueca


361

Fundación en 1977 del grupo Betania, que en 1981 pasa a llamarse Movimiento
Integración. En 1984 se fundó Ayuquelén, el primer movimiento lésbico de carácter
político.

Jorge Pavez en Deseo de clase y violencia sexual

Muestra los vasos comunicantes entre dictadura, pulsión y prácticas culturales al señalar las
pulsiones sádicas de torturadores y asesinos amparadas por el “estado de excepción militar”
(77).

Revista Paula, 24-04-79

Las opiniones “progre” del artículo son las de la iglesia católica de “opinión avanzada: la
homosexualidad es una variante sexual. Existen relaciones homosexuales insanas,
acristianas y pecaminosas en la misma medida que entre las relaciones heterosexuales.
Según esta posición, la inmoralidad no se encuentra en la condición de ser homosexual, ni
en el deseo o la práctica de contacto físico, sino en la medida que el homosexual (igual que
el heterosexual) falla en [...] ejercer el control sobre sus actos y no tiene respeto real con la
persona a quien quiere o cree querer. Hay diferentes maneras de ser homosexual y de ser
heterosexual. El entendimiento cristiano alaba la relación vista en un contexto de amor,
fidelidad y permanencia. Al homosexual no se le puede pedir cuenta de su homosexualidad,
sino de lo que hace con ella. Recibió los mismos mandamientos y las mismas promesas
para ser persona con personas. Los participantes del seminario de la U.C. Entre los que
figura el padre Lemmers coincidieron en creer que los homosexuales igual que las
feministas exageran su lucha por la liberación” (3).

También está la psicología de orientación freudiana, donde la homosexualidad es producto


de una detención en el desarrollo de la psique del niño, identificándose con su madre y
fijando como objeto de deseo al padre. La causa de todo esto estaría en una falla de la
362

figura paterna: “Está casi comprobado que en los homosexuales masculinos falla la figura
paterna. Esta falla puede ser física, social o espiritual (psicológica). Si se analiza se puede
comprobar fácilmente que o el padre murió o no vivió con sus hijos o no dejó ninguna
huella por falta de carácter o mala imagen (alcoholismo, excesiva severidad o blandura) [...]
No han sabido sacar una fuerza interior masculina porque no han tenido una buena imagen
a tiempo [...] Jaramillo ve el origen de la homosexualidad masculina desde dos planos: con
raigambre en la infancia y adquirida a través del contacto con homosexuales” (4).

La periodista luego aventura elucubraciones propias, bien alimentadas por ciertos prejuicios
acerca de los estilos de crianza “liberales” o “convencionales”: “Quizás, en muchos casos,
experiencias placenteras de naturaleza homosexual ocurridas cuando el proceso mental es
de algún modo impresionable y receptivo, motiven el deseo de más experiencias del mismo
tipo. Si es así, la intrincada urdimbre de las coincidencias puede asumir tantas formas, que
los padres no son sino uno de los miles de factores. Tal vez, los padres que estimulan el
amor, la exploración sensual y el goce de la vida -es decir, aquéllos cuyos hijos tienden a
ser brillantes y apasionados- sean los que más probabilidades tengan de criar hijos
homosexuales y bisexuales, así como heterosexuales, todos sanos. Puede ocurrir también
que, en muchos casos, cuanto más inhibido sea el niño y más temeroso y atado a las
convenciones crezca, menos probabilidades tenga de despertar sexualmente, y más fácil le
resulte elegir su pareja de acuerdo con las pautas convencionales” (4-5).

“Las conclusiones del seminario U.C.

-Hay más homosexuales de lo que comúnmente se cree.


-El término homosexual o heterosexual es demasiado amplio para describir la sexualidad de
una persona. Hay que especificar más. Sullivan (1953) habla de cuarenta y cinco «patterns»
de conducta sexual.
-Hay que llegar a una aceptación más amplia de la homosexualidad. Los prejuicios pueden
provenir en parte de la religión. Aunque es más probable que la gente busque textos de la
Biblia para fundamentar los prejuicios que ya tiene.
363

-La actitud de las culturas primitivas varía desde aquellos pueblos que sancionan
severamente todo comportamiento de tipo homosexual hasta otros, que no sólo aceptan,
sino que la fomentan en ciertos miembros.
-En nuestra sociedad hay una minoría de personas que condenan drásticamente la
homosexualidad, diciendo que es una «perversión», hasta llegar al extremo en que existe
una minoría que dice que la homosexualidad ni siquiera es una enfermedad, sino que es una
variante o variación de la respuesta sexual.
-Pero lo más cierto es que la sociedad en que vivimos no acepta la sexualidad. Para mucha
gente esta condición es una fuente de mucho sufrimiento. Por eso tenemos que plantearnos
la prevención de la homosexualidad. Los homosexuales dicen que esta prevención sería
signo de discriminación. Pero cuando se les pregunta: ¿les gustaría que sus hijos fueran
homosexuales? La mayoría contesta que no.
-Si existe curación o no, queda como una pregunta abierta. Unos dicen que es un mito, que
no tiene remedio, otros dicen lo contrario. Pensamos que el tratamiento tiene que dirigirse
primeramente a desensibilizar la angustia frente al sexo opuesto, o establecer un repertorio
conductual para acercarse a las personas del sexo opuesto.
-El psicólogo puede ayudar al homosexual a aceptar su homosexualidad. La enfermedad no
consiste en la homosexualidad, sino en la «homofobia» (la no aceptación de su condición).
A veces sería necesario dar una terapia de pareja análoga a la terapia conyugal” (6)

Sida

Contardo

De acuerdo a Contardo, el primer caso de sida en Chile fue detectado en 1984. Sin
embargo, aventura que la enfermedad existía desde antes en el país, pero no había sido
identificada por los médicos (344-5).
364

Contardo citando al padre del primer enfermo diagnosticado de sida: “Me dijo que lo que
más le dolía no era enterarse de la muerte de su hijo, sino saber que había sido homosexual”
(349).

Contardo: “La identificación entre homosexualidad, sida y peligro de muerte fue


automática. La alarma cundió incluso entre los médicos [...] El sida instaló el miedo en la
población y la reacción de las autoridades frente a ese miedo fue establecer que la
enfermedad era un asunto que se restringía a los «grupos de riesgo» [...] La
homosexualidad [...] estaba en el centro del más numeroso de esos grupos de riesgo. El sida
era, entonces, un problema de un grupo acotado que históricamente había sido vinculado a
catástrofes y plagas. El rumor de fondo indicaba que era un castigo a su propia naturaleza -
«cáncer gay» y «peste rosa» eran expresiones habituales para referirse a la enfermedad- y
muchos de los titulares de los reportajes, columnas y artículos sobre el tema evocaban
escenas bíblicas [...] El sida despertó una reacción más allá de lo meramente médico.
Provocó un estallido de miedos, fobias y prejuicios relacionados con aspectos culturales de
la sociedad, sobre todo respecto de las conductas sexuales de las personas. En su columna,
Lafourcade distinguía además, como muchos lo hacían, diferentes tipos de víctimas del
virus: aquellos inocentes -mujeres y niños contagiados- y otros que de alguna manera se lo
tenían merecido” (350-351).

“La cobertura del diario La Cuarta al caso [...] y los testimonios escogidos entre los
vecinos de Putaendo, ilustran las ideas que manejaba la opinión pública del momento. Para
la mayoría era inaceptable que llegara este tipo de reclusos a su pueblo, pero juzgaban
razonable que se aislara a los homosexuales, incluso a los que no habían cometido delito”
(353).

“Durante un largo período, la preocupación de la opinión pública -reflejada en la prensa-


estuvo en la detección y aislamiento de los contagiados. El cuidado de quienes padecían la
enfermedad era un tema que apenas inquietaba a la mayoría de la población y sobre el que
las autoridades daban señales vagas” (353).
365

“Esta política de trabajo se tradujo en redadas para retener y controlar al llamado «grupo de
riesgo». Eventualmente, la policía los obligaba a someterse al examen de Elisa” (354),

Viola Acuña: “Los primeros murieron en sus casas y nadie se enteró. Es lo que sucedió por
lo menos en el ambiente que yo conocí. De mis amigos, unos diez murieron en Chile,
muchos otros en Nueva York. Me tocó cuidar a algunos. Terminé reconociendo la cara de la
gente que tenía sida: se les hundían los ojos, las mejillas”. Citada en Contardo (340).

“El sistema de salud nacional no estaba preparado para la epidemia [...] El virus del sida se
extendió sigilosamente. Los testimonios de la época describen un avance mudo, apenas
anunciado. Hombres que eran habituales de los bares y discoteques repentinamente
desaparecían” (341).

“El sida no solo minaba la salud de quienes lo padecían, sino también sus relaciones
sociales y las posibilidades de pedir auxilio en un sistema sanitario hostil” (356).

Contardo profundiza en el rechazo sostenido de la iglesia católica hacia las campañas de


prevención del sida que recomendaran el uso del condón, al mismo tiempo que predicaba la
necesidad de acoger a los enfermos (361-3).

Jorge Marchant Lazcano: “La sensación que tengo después del paso del tiempo es que en
los setenta, antes del golpe, incluso después, los grupos de amigos gay eran grandes. Nos
juntábamos quince o veinte personas. Yo creo que a partir de los años siguientes, al ochenta
por ciento de esas personas no las volví a ver. Nunca más supe de ellos. Enfermaban y
morían de sida sin que nadie se enterara. Simplemente desaparecieron”. Citado en Contardo
(376).

“Fue el sida lo que hizo visible la homosexualidad en Chile y empujó a que la


discriminación por la condición sexual de las personas se transformara en un asunto de
366

interés público y de derechos civiles [...] el clóset se abría a medias, luego se volvía a cerrar
o sencillamente se disfrazaba de otra cosa” (376-7).

1990-2000

Prácticas de captura

Entrevista a C. Sánchez

La mirada: “Tú vas en la calle y tú sabes que ojo de loca no se equivoca, entonces tú miras
a alguien y sabes que con la mirada te encuentras. Se usaba también la mirada, la mirada
también es un código. Eran señales. Lo de la mirada siempre ha sido, es un fenómeno tan
sutil pero tan decidor. Siempre ha funcionado, y no solamente aquí sino en todas partes.
Donde quiera que tú vayas te vas a encontrar con lo mismo”.

Indumentarias identificatorias: anillos, pañuelos, medallas de la virgen.

Entrevista a M. Ruiz

“Tú mirabai y cachabai... todo, todo, todo”.

“Igual está todavía el cuento de si acaso podís enganchar a alguien para no perder la... para
no llegar cero a tu casa”.

De acuerdo a él, los códigos de reconocimiento dentro del mundo homoerótico no han
variado demasiado las últimas décadas. Es el mundo heteroerótico el que ha adoptado
estilos provenientes del homoerotismo, difuminando los códigos (usando ropa de colores,
por ejemplo): “El entorno, la cultura general, te permite que los demás cambien por lo tanto
te entrai a mimetizar. Entonces hoy día vestirte con pantalones rosa, andar con el pelo
pintado, te podís poner veinte mil aros en la oreja [...] Y uno también siempre ha tendido a
367

confundirse, también las relaciones con los hombres se han transformado, entonces cuando
tú encontrari a un mino “metrosexual”, o más open minded, que te saluda de beso, que es
más afectuoso, no tiene rollos con su cuerpo, está claro que le gustan las niñas, entonces
uno dice, este hueón se decide o no se decide, es marica o no es marica”.

Entrevista a E.R.

“La gente además es más evidente, se deja ver. No sé, miradita, de repente conversar un
ratito, la ida al baño, te dabai el teléfono. Yo creo que hoy la forma del ligue lésbico en
Chile es el chat. Y desde hace muchos años”.

Entrevista a Antonio

Actualmente (y desde los '90) se ha alcanzado gran liberalidad en el vestir.

Contardo

El cuento (de Sergio Gómez) “presenta la idea de una comunidad de amigos y de gustos,
deslizando de soslayo una colección de guiños a la subcultura gay urbana santiaguina [de
los '90]”. (36).

Lemebel en De perlas y cicatrices

“De encontrarse en oscuridad de telarañas con un chico por ahí. De saber que éramos dos
extraños en una ciudad donde todos somos extraños, a esa hora, cuando cae el telón
enlutado de la medianoche santiaguina. Y cada calle, cada rincón, cada esquina, cada
sombra, nos parece un animal enroscado acechando. Porque esta urbe se ha vuelto tan
peluda, tan peligrosa, que hasta la respiración de las calles tiene ecos de asalto y filos de
navaja. Sobre todo en fin de semana de invierno, caminando en el cemento mojado donde
368

los pasos resuenan a fugas aceleradas porque alguien viene, alguien te sigue, alguien se
acerca con un deseo malandra y negras intenciones. Y al pedir un cigarro, uno sabe que la
llama del fósforo va a iluminar un cuchillo. Uno sabe que nunca debió detenerse. Pero
estaba tan cerca, a sólo unos pasos, y al decirle que fumo Life, para que supiera mi estado
económico, igual me dice que bueno aspirando mi tabaco ordinario, igual me busca
conversa y de pronto se interrumpe. De pronto se queda en silencio escuchándome y
mirando fijo. Y yo, tartamudo, lo cuenteo hablándole sin pausa para distraerlo, pensando
que viene el atraco, el golpe, el puntazo en la ingle, la sangre. Y como en hemorragia de
palabras, no dejo de hablar mirando de perfil por dónde arranco. Pero el chico, que es
apenas un jovenzuelo de ojos mosquitos, me detiene, me chanta con un: yo te conozco, yo
sé que te conozco. Tú hablai en la radio. ¿No es cierto? Bueno sí, le digo respirando hondo
ya más calmado. ¿Teníai miedo?, me pregunta. Un poco, me atreví a contestar. A esta hora
es muy tarde y uno no sabe. No te equivocaste, dijo soltando la risa púber que iluminó de
perlas el pánico de ese momento. Yo te iba a colgar, loco, agregó sonriendo. Mostrándome
una hoja de acero que me congeló el alma colipata” (147).

Espacios de encuentro homoerótico

Entrevista a M. Ruiz

Los lugares de encuentro son nómades, “han sido reciclados”.

La Holandesa aún persiste como lugar de encuentro en la madrugada.

Entrevista a E.R.

“El otro lugar que fue de los '90s fines fue el Máscara. Alias el Ráscara. Quedaba donde
antes estaba La Candela de la Charo Jofré, en Purísima. Se nos olvida el Capricho español,
donde cada mesa tenía un telefonito con un anexo entonces tú llamabas y decías si te
gustaba el tipo. Era ligue gay fundamentalmente. Y era de hombres. En general todos los
369

locales de lesbianas terminan por quebrar. El único que ha sido realmente un milagro es el
Sabor a mí, alias Sabor a pipí. Que existe hasta el día de hoy y que lleva muchos años,
cinco o seis años. Y les va realmente bien. Queda en Purísima con Antonia López de
Bello”.
Lugares de reunión: Le Trianon [de propiedad Monique y de Candy Dubois] en el barrio
Yungay, Dionisio [al lado de la Búnker] “y había una discoteque que quedaba cerca de la
iglesia San Francisco, que tú entrabai pa' abajo. Entre San Francisco y Santa Rosa había
una galería, y en esa galería bajas tú a un cine o un teatro, que se llamaba... era muy rasca”.

“El primer antro de donde se empezó a originar todo el hueveo fue el Fausto. Nos cayó
súper bien el Quásar. Después empezamos a cachar que había un bar que no era el bar de
Willy, que es otro antro bien conocido, que una mina había puesto un bar y se llamaba
Dionisio. Quedaba al lado de la Búnker. Tenía dos pisos, era chiquitito. Y nos hicimos bien
amigas de la dueña, así éramos de lunes a domingo ahí. Y habían hartos boliches
clandestinos [...] El Dionisio no era clandestino. En el Le Trianon había una estética, era
una cuestión elegante [afrancesado]. Era un lugar donde tú ibai a cenar. Con cortina de
terciopelo y los [...] con boquilla. Estética de los '80. Después hubo una explosión de
lugares que no tuvieron fin, sobre todo de minas, los de minas nacen y mueren, nacen y
mueren a cada rato. Había uno que se llamaba el Sui Generis, otro Terapia. Después estuvo
también la primera versión del Amor del bueno. El Amor del bueno tiene dos versiones.
¿Cachai la cervecería Bierstube? Atrás había uno que se llamaba el Club M, la Monroe. Era
en la calle Santiago Bueras. Es como un club, más que disco es como club. Ahí al principio
habían ciertas celebridades. Y después hubo uno que quedaba frente al Monserrat Las
Condes, era como bien exclusivo, era bonito. Justo frente al Alto Las Condes pero por Las
Condes”.

“Estaban las fiestas Spandex [estas prentendían traer el espíritu ClubKid de Nueva York,
haciendo fiestas en lugares “under” como los Juegos Diana] y el Tavelli del Drugstore que
cumplía el rol... era la única cuestión que estaba abierta los domingos. Tú ibai al Tavelli del
Drugstore el domingo como al mediodía y cachabai a todas las locas... era evidente. Yo
370

diría que es súper simbólico el Tavelli del Drugstore. Cachabai a todos los que habían
estado pululando la noche anterior que después estaban ahí tomándose su cafecito con el
ligue que les hubiera correspondido al día siguiente”.

Entrevista a Eduardo

“Desde el barrio alto vienen todos a buscar gente acá [la Plaza de Armas], porque en el
barrio alto, pasada cierta edad, todos se casan”.

Vergara y Sanhueza en Spiniak...

Dan cuenta a lo largo de su libro del antiguo y nutrido mundo prostitucional de la Plaza de
Armas (40 y ss.) y del “circuito homosexual del centro” (56).

“[El] «Viejo Hugo», un tipo que en los altos del Cine Nilo, en Monjitas con 21 de Mayo,
arrienda piezas para que hombres se lleven allí a los niños de la plaza” (95).

Vergara y Sanhueza mencionan la discoteque Quásar aún en funcionamiento durante los


noventa (24).

Duran en Michel Foucault...(2005)

“La invisibilidad refuerza los mecanismos de coerción, pero al emerger nos volvemos
blanco de control, tal como ocurre con lugares de ambiente gay (discotecas y bares)
convertidos en ghetos (sic) de vigilancia”.

“Foucault señala a este respecto es importante que haya lugares como los saunas, donde sin
estar aprisionados, sujetos a su propia identidad, a su estado civil, a su pasado [...] se
puedan encontrar personas que están allí y que están allí para ustedes como se está para
371

ellos”.

Lemebel en De perlas y cicatrices

“A lo mejor, este Mapocho que se dice río, es sólo un caudal mugriento que no tiene que
ver con la idea de remanso verde y aguas cristalinas, como aparece en las fotos del
Welcome Santiago. Es lo contrario de las imágenes turísticas que tienen los ríos en Europa.
Por eso contrasta con las mansiones y palacetes modernos del Barrio Alto. Más bien, afea el
Barrio Alto con su torrente ordinario. Y aunque los alcaldes de estas comunas fi-fi lo
decoren con murallones de piedras y enredaderas y parquecitos con estatuas y macetas de
jazmines, el roto Mapocho sigue viéndose moreno, entierrado y muy indio en sus porfiadas
desconocidas. Sigue corriendo pendiente abajo, Santiago abajo, sin mirar el lujo firulí que
bordea el lodo de esas playas con estacionamiento privado. Sigue desbarrancándose
amurrado, dando tumbos en los tajamares coloniales, que en el setenta y tres vieron pasar
cadáveres sonámbulos y rajados por un yatagán.
[...]
Siempre hay algo de vergüenza cuando un turista pregunta por el Mapocho, y los
santiaguinos lo muestran diciendo que más arriba viene clarito, clarito, pero la mugre de la
ciudad, los desagües y mierdales colectivos de las alcantarillas lo dejan así, como una
arteria fecal donde los mojones son truchas para las gaviotas despistadas que picotean
hambrientas. Las nubes de gaviotas que emigran corriente arriba, por la contaminación de
las playas y, a la altura de la Estación Mapocho, transforman el río en un puerto sin mar. Y
pareciera que desde allí este río ya no tiene que poner caras de Támesis o Danubio azul
para complacer a la ciudad remozada. Al oeste de Santiago, el Mapocho se explaya a sus
anchas besando la basta deshilachada de la periferia. Como si se encontrara a sus anchas en
ese paisaje de callampas, latas y gangochos, y cariñoso, suaviza su andar armonizando su
piel turbia con este otro Santiago basural y boca abajo; con este otro Santiago, oculto por el
afán moderno de tapar el subdesarrollo con escenografías pintorescas” (119-120).

“Como si de un paraguazo nos hubieran borrado el recuerdo, andamos por ahí,


372

deambulando en un paisaje extraño, tratando de recuperar la ciudad perdida donde


crecimos. La ciudad amada y odiada en sus rasmillones de clase. La ciudad puta y santa,
desguañangada en sus tiritones de arrabal huachuchero. La ciudad conflicto y cementada
contradicción que nos enseñó el duro oficio de creernos habitantes de sus calles resecas de
smog y cansancio” (182).

“Tal vez, este travestismo urbanero que desecha la ciudad ajada como desperdicio, pretende
pavimentar la memoria con plástico y acrílico para sumirnos en una ciudad sin pasado,
eternamente joven y siempre al instante. Una ciudad donde sus peatones se sienten
caminando en Marte, perdidos en el laberinto de espejos y metales que levanta triunfal el
encatrado económico. Aunque a veces, en la orfandad de esos paseos por Santiago actual,
nos cruza fugaz un olor, un aire cercano, un confitado dulzor. Y nos quedamos allí, quietos,
sin respirar, como drogados tratando de no dejar escapar ese momento, reteniendo a la
fuerza la sensación de un espacio conocido. Tal vez, los restos de un muro, el marco de una
puerta tambaleándose a punto de caer. Quizás, el sabor del aire que tenía una cuadra donde
quisimos quedarnos para siempre, agarrados al árbol en que escuchamos por primera vez un
te quiero. Donde, otra vez, nos quedamos esperando a ese compañero que nunca llegó a la
cita, o al contacto para sacarlo del país, esos años de gasa negra. Nos quedamos por un
momento en silencio, atrapados en la fragilidad cristalizada del instante. Como sumergidos
bajo una campana de vidrio, raptados por otra ciudad. Una ciudad lejana, perdida para
siempre, cuando al pasar ese minuto, el estruendo del tráfico la desbarata, como un castillo
de naipes, al cambiar el semáforo” (183).

“Una ciudad que no siente suyo este clima ocioso y templado” (199).

Mercados del sexo

Entrevista a Monique, ex-bailarina del Blue Ballet.

“Ahora hay un grupo de chicos que trabajan abajo del cerro Santa Lucía y son todos
373

delincuentes. Esos cabros se van al apartamento y le dan algo para que se duerma a la
persona y le roban todo... o lo que pueden”.

Entrevista a A.H.

Una vez que enviudó, el año 2010, contrató a un joven que le enseñó “todo el mundo gay”
en tres meses. Dice que “ha cambiado mucho”.

Jorge Pavez en Deseo de clase y violencia sexual

“La violencia sexual se puede leer como transgresión de los interdictos de clase en una
sociedad tan estratificada y segregada como la chilena” (81).

“La antigua indistinción moral entre homosexualidad, pedofilia y clientelismo


prostitucional” (75).

Vergara y Sanhueza en Spiniak...

Vergara y Sanhueza mencionan la técnica del “patinaje” (47).

“El [mundo] de la gente que se prostituye. Muchos no son homosexuales” (35).

“El cuartel general de los prostitutos se encuentra en la Plaza de Armas” (57).

“A los 13 años, explica Carlitos, salió un día al centro por curiosidad, por saber cómo era.
Allá conoció a un hombre al que le decían “Pa' Callao”. Él lo invitó a conversar y después
se lo llevó a los departamentos de un amigo en Renca junto a otros niños. Al tiempo
regresaron a la Plaza de Armas, donde otros niños se prostituían. Él aprendió de ellos.
Pagaban bien por tener sexo con hombres” (91).
374

Roles

Entrevista a C. Sánchez

Activo y pasivo: “siempre ha existido ese concepto”.

La permanencia en los roles sociales asignados, por marginales que fuesen, daba un cierto
margen de tolerancia: “me las imagino tan... integradas si se quiere [a las colas]. Era como
propio saber que el colita del barrio era buena gente. El tipo que ayudaba a todas las
vecinas, era amigo de todas las vecinas, comadreaba con todas las vecinas, eso lo sé porque
la loca con la que yo me entrevistaba era amigo de todas las vecinas. Era un papel de
comadre. Cuidador, vigilante, solidario, atento, no estaba permitido que cumpliera otro rol.
Dentro de la exclusión había un rol que estaba asignado para esa «casta»”.

Entrevista a M. Ruiz

“Ahora el concepto del pasivo y activo también está bastante más difuso”, sin embargo, las
relaciones asimétricas continuarían, “porque es difícil que tú encontrís una pareja
homosexual que tengan la misma edad, que tengan el mismo nivel socioeconómico o el
mismo nivel académico. Porque son dos poderes antagónicos. Por más marica que seai, son
dos machos culturalmente hablando, que están en un antagonismo, por una cuestión
cultural, porque sigo siendo hombre [...] Porque yo te puedo entender si tú me hablas de
masculinidad. Pero en el común hablamos de hombre, del macho. Este macho dominante,
proveedor, cazador, penetrativo. Por supuesto que está la competencia, quién grita más
fuerte, quién golpea más fuerte, porque ahí también está metido el tema de los roles”.

“Mi experiencia por lo menos con pendejos, con parejas, se sigue dando de la misma forma
[la diferencia de roles]. Yo creo que hay más equilibrio en el tema educacional y puede
haberlo en el tema económico. Pero en el interior, en la cama y en el tema doméstico los
375

roles siguen siendo... Entonces por supuesto quien trabaja más, más tiempo en el ámbito
laboral, aporta más. Y quien tiene menos tiempo en el ámbito laboral o en el tiempo de
estudio tiene que dedicar las cosas, porque yo llego muy tarde, entonces llego más cansao'
hueón, entonces por qué no hiciste la cama si yo estoy trabajando, no pero si yo también
trabajo. Y la hueá es así”.

“Ha sido mucho más difícil que hayan transformaciones porque todavía tenemos
internalizada nuestra forma, nuestra práctica sexual. En que una actividad sexual pasa por
un acto penetrativo. Cuando nosotros hemos cuestionado desde el movimiento
organizacional el tema, cuando nosotros en algún minuto planteamos el acto penetrativo
como un acto de dominación, las maricas casi nos cuelgan poh... ¡¿entonces qué?!”.

“El enroque que se hace es medio perverso [en el mundo homoerótico]. Venís siendo “la
mujer”, pero también la proveedora. Eso no creo que haya cambiado mucho. Puede estar un
poquito difuso, puede que sí que exista una relación un poquito más horizontal. Pero
difícilmente, eso dura poco. El tema de las relaciones de poder es “más estable” porque los
poderes se contraponen. Hay un cierto sometimiento de parte de unos de los miembros de la
pareja, porque nos gusta. El tema de la autonomía nos cuesta todavía. Y las relaciones de
personas de la misma edad, de los mismos niveles, es una relación profundamente
complicada”.

Durán en Michel Foucault... (2005)

“Tanto la identidad como los espacios del deseo gay se encuentran íntimamente ligados al
capitalismo que posibilita la fuga del «deseo gay» hacia ciertos espacios [...] En Chile la
identidad gay se constituyó cercana a modelos masculinistas y burgueses. La «loca» como
imaginario de resistencia se desechó una vez llegada la democracia. Los mecanismos
normalizadores del poder han configurado su otro marginal en el gay políticamente
correcto”.
376

Perlongher en El negocio del deseo

“Ése modelo de vínculo sexual intermasculino es clásico en el Brasil (como ya sostuvo


Peter Fry, 1982). Se trata de un modelo «popular» o «jerárquico» […] según el cual los
pares se clasifican por su posición en el coito. Pero ese modelo «marica/macho» entra en
competencia con otro -«moderno» o «igualitario»- donde ya no es la loca afeminada y
«pasiva que se somete frente a un chongo viril y activo, sino que un sujeto asumido como
homosexual (como los entendidos de Guimarães, 1977) se relaciona de igual a igual con
otro homosexual: se trata del modelo gay/gay. Así la irrupción de un nuevo modelo
clasificatorio (en un proceso que hemos registrado históricamente entre 1959 y 1984, a
través de un análisis de los cambios categoriales y territoriales en el seno del gueto gay de
San Pablo), al desplazarse y superponerse al anterior, produce una proliferación, confusión,
y una acentuada mutabilidad y precariedad de las categorías” (21-22).

Este proceso habría cristalizado en Chile durante los '90.

Significantes identitarios

Entrevista a C. Sánchez

Lo gay proviene de Europa y “es recién en los '90 cuando en América Latina esto se
cimenta”.

Entrevista a M. Ruiz
377

Lo popularización de lo gay iría de la mano con un componente de clase. Esto mostró, a


comienzos de los '90, parte de los resultados de una encuesta hecha por el MOVILH
[histórico]: “Los homosexuales éramos los más populares y los gays eran los que viajaban y
tenían más poder. Eran los más regios, los ABC1”.

“Los medios de comunicación empiezan a instalar más el tema en esos términos, te ha


resultado más políticamente correcto hablar de gay que homosexual. Por supuesto que es
mucho más bien visto ser gay que homosexual”.

“Sigue siendo tan feroz como en la década de los '70, el sacarte del clóset, la necesidad de
encasillarte, de develarte en definitiva, en la práctica nos hemos quedado en la época de la
dictadura, la delación. Tenemos el tema de querer identificar por una cuestión de
seguridades quién es quién. Es o no es. Porque si no, no me tiro. Esa necesidad imperiosa
de identificar, de encasillar, de tener la certeza. Porque además tiene qué ver con el morbo,
quiere pasar de macho pero es marica [...] Cuesta porque a uno le pasa, porque tiene esos
conceptos instalados, si eres medio delicado, si eres sensible, si vistes de una determinada
manera, este hueón tiene que ser marica”.

Contardo

“La bandera multicolor [...] solo fue popular en Chile a partir de la década de los noventa”
(315).

Durán en Michel Foucault... (2005)

Durán considera lo gay como una identidad domesticada, sustentada en el binarismo


homosexual/heterosexual. A esta opone lo queer, definido como “un uso de prácticas y
placeres que se desarrollan en espacios resignificados”.
378

Perlongher en El negocio del deseo

“Ello revela otra de las características de las bandas nómades, presente en los grupos
informales de michês callejeros: la inestabilidad y su rápida disolución y reagrupamiento
[...] Sería necesario, entonces, restaurar las potencias de la errancia (dejar de ver, por
ejemplo, identidades sociosexuales donde lo que en realidad hay son desplazamientos y
flujos, territoriales y libidinales)” (172).

“La premisa de la identidad [...] parece resultar más un presupuesto a priori del observador
que un fenómeno empíricamente registrable. Esa premisa no solamente aleja del campo
estudiado las fugas, las contradicciones, las incoherencias, los deseos de los sujetos
aplastándolos bajo el imperativo de la sujeción a una coherencia preestablecida, sino que
tiende a transformarse en una suerte de “obstáculo epistemológico”: llevado por esos
conceptos, el observador tenderá a detenerse en los meandros de la atribución de la
identidad, tal vez en detrimento de las prácticas concretas” (175).

Vidas de clóset

Entrevista a M. Ruiz

“Las carrozas se transformaban, yo conocí un par de ellas, pero señoras, señoronas,


conservadoras, conservadoras pero acérrimas”.

“El tema de la fidelidad sigue marcando un espacio dentro de las relaciones de pareja. El
concepto de la fidelidad al interior de las parejas, inclusive jóvenes, sigue siendo el mismo
concepto arcaico de nuestras abuelas, la monogamia, pero es monogamia tipo casi que
aparece, porque si vai a un boliche y te tomai un par de tragos y si tenís la oportunidad de
tirar con un hueón te lo tirai. Sigue siendo la instalación del tema de la propiedad”.

“El tema de la culpa todavía sigue marcando la vida de muchos hombres. El tema de lo
379

fatal, el que te lo merecís porque eres pecador, porque no estai dentro de la normalidad, que
todo lo que te pasaba tenía qué ver con eso”.

Entrevista a E.R.

“En todo caso, si yo comparo los años de mi juventud con esto. Esto es un paraíso. En
serio. Porque hay muchos más espacios, muchas más posibilidades de identificación. Lo
que te decía al principio, nosotras no sabíamos lo que éramos. Si tú eras de izquierda te
podías reconocer en eso, de hablarlo. Pero esto, no había ninguna posibilidad de hablarlo.
Nada. Cero. Tú y tu cuerpo te las teníai que arreglar sola. Y cualquier cosa que saliera del
esquema, era una aberración”.

Entrevista a A.H.

Estuvo casado 18 años (1991-2010). Considera su matrimonio como un “paréntesis en la


vida” y dice haber tenido casi nada de contacto homoerótico a lo largo de su vida: “una
opción de vida que tomamos muchos que veníamos de familias tradicionales”. Como él,
muchos de su generación se casaron y tuvieron hijos. Intentando llevar una vida “normal”,
sentía frustración y culpa ante su deseo: “¿Por qué a mí?”.

Contardo

Contardo señala que hasta los noventa existían contadísimos casos de “salidas del clóset”.
Casi todos seguían dentro (339).

Durán en Michel Foucault... (2005)

“La «política del clóset» es un ejemplo claro de este sistema [binario], si estamos dentro se
nos incitará a salir, pero si confesamos nuestra condición, se nos castigará por ello. La
380

confesión es a fin de cuentas un mecanismo de clasificación del deseo”.

Contexto histórico

Entrevista a Monique, ex-bailarina del Blue Ballet.

Dice que empezó a haber más libertad una vez que se fue Pinochet, “A pesar que con los
milicos se abrieron [...] el Fausto y el Quásar. Y era contradictorio”.

Entrevista a P. Lemebel

“Pero las cosas cambiaron pa' bien”.

Entrevista a A.H.

Cuando llegó la democracia empezó a abrirse más el mundo homosexual.

Entrevista a Antonio

Es verdad que entre los '70 y los '80 comenzó cierta apertura, pero fue en los '90 cuando se
dieron los pasos más trascendentales en la apertura de la sociedad hacia la homosexualidad.
Después sólo ha continuado.

Víctor Hugo Robles en Bandera Hueca

En 1991 es fundado el MOVILH histórico, la primera agrupación política LGBT.

Lemebel en De perlas y cicatrices


381

“El amor sexuado entre mujeres es más reprimido en estos sistemas donde a veces lo gay
hace de florero en la fiesta eufórica neoliberal” (156).

“El pulpo de mil ojos que implementó la democracia como custodio de la libertad” (180).

“Los jóvenes de terno que madrugan para hacer la cola frente a esas oficinas que ofrecen
empleo en el diario. Y cuando todo está bien, cuando la secretaria le dijo que el puesto era
suyo, cuando le aseguró que el currículo había sido aceptado por la gerencia, cuando le
repitió que todos sus papeles de estudio, honorabilidad y antecedentes cumplían los
requisitos; después que el gerente en persona, un rubio un poco mayo que él, le dio la mano
y lo miró con aprobación de arriba abajo, justo ahí, aparece la sorpresa; la secretaria con el
lápiz en la boca diciendo que lo único faltante es el test antidrogas y el test del sida para
que se haga cargo del puesto [...] Como si no bastaran los sistemas de control montados
para inhibir la pasión urbana, ahora introducen en la sangre la araña intrusa del
empadronamiento. El ojo voraz que persigue linfocitos drogos o células ebrias de carrete
para satisfacer la alba moral de la patria democrática. La caza de brujas reguladora, que
apunta con su uña sucia la tímida matita de mariguana. La inocente yerba del volado que
amortigua la pena y hace más soportable la misa feudal de la moralina chilena” (181).

También podría gustarte