Historiografia Urbana en Latinoamerica D
Historiografia Urbana en Latinoamerica D
Historiografia Urbana en Latinoamerica D
INTRODUCCIÓN
2. Adoptando una concepción que puede parecer algo simplista, pero que re-
sulta operativa a efectos de iniciar un registro de tendencias y fuentes, creo que por
historia urbana generalmente se entiende aquella que se centra en la ciudad y el pro-
ceso de urbanización; por extensión, también se suele designar así a la historia de
las disciplinas que se han ocupado del diseño y administración de la ciudad, espe-
cialmente del urbanismo técnico que surgió a raíz de los problemas de la ciudad in-
dustrial. La distinción entre historia urbana y urbanística resulta útil de mantener al
aproximarse, como pretende este texto hacerlo, a aspectos historiográficos y meto-
dológicos de este campo en las últimas décadas, en medio de una creciente literatura
internacional de obras generales y estudios de casos.3 En este sentido, valga hacer
notar que la conformación de revistas y asociaciones especializadas internacionales
confirman tal distinción entre las dos sub-áreas, distinción que sostengo a efectos de
estructurar este texto.4
Comenzando con las obras centradas en la ciudad y la urbanización, pueden
encuadrarse como antecedentes de historia urbana algunos estudios clásicos resul-
tantes de la historia económica y social, así como de la aplicación de las nacientes
ciencias sociales del siglo XIX al ámbito de la ciudad en diferentes períodos históri-
cos. Así por ejemplo, dentro de la tradición positivista de la historiografía francesa, la
interpretación que Fustel de Coulanges ofreció en La cité antique (1864) de los gru-
pos familiares y sociales que originaron las instituciones urbanas griegas y romanas,
la cual fue ampliada y actualizada para la polis en La cité grecque (1928) de Gustave
Glotz.5 Después que Max Weber tipificara las ciudades históricas en tanto formas de
dominación socio-política en Economía y sociedad (1922),6 Henri Pirenne estudió las
instituciones burguesas en Les villes du moyen age (1925), así como Léon Homo de-
talló Les institutions politiques romaines (1927).7 Dentro de la denominada "sociolog-
ía histórica" que venía de Coulanges y Weber, acaso uno de los productos más co-
nocidos del siglo XX haya sido The Preindustrial City (1960) de Gideon Sjoberg.8
Proveniente de la estadística social, no se puede olvidar la precursora obra de Adna
F. Weber sobre The Growth of the Cities in the Nineteenth Century (1899).
Además de esa camada de obras resultantes de las ciencias sociales en gene-
ral, y de la historia económica y social en especial, creo que el carácter más especí-
fico vinculado al espacio y la forma urbana se acentuó en trabajos de inspiracion
bergsoniana, tales como Cities in Evolution (1915) de Patrick Geddes, o Paris. Son
évolution créatrice (1938) de Marcel Poëte.9 Tal como lo ha hecho notar Michel Ra-
gon, en esas obras el recorrido histórico es en el fondo un método de interpretación y
revisión organicista de la forma urbana, que se contrapuso al funcionalismo del urba-
nismo moderno emergente.10 Influida por Geddes y Poëte, una obra capital de la his-
toria urbana del siglo XX es The City in History (1961) de Lewis Mumford, en la que
se torna difícil la distinción entre historia urbana y urbanística, ya que recorre la histo-
ria de la ciudad como producto del urbanismo en tanto forma de civilización.11 Aun-
que construidos sobre diferentes premisas teóricas y escalas territoriales, creo que
algo de esta asociación con la praxis urbanística ocurre también en los recorridos
elaborados por E.A. Gutkind y Giulio Carlo Argan.12
3. A pesar de esta genealogía que la entronca con el siglo XIX, puede decirse
que la historia urbana en tanto campo epistemológico es de constitución relativamen-
te reciente, lo cual puede ser visto en parte como consecuencia del lento y tardío de-
sarrollo que la historia social tuvo, a mediados del siglo XX, bajo el influjo de la es-
cuela de los Annales y otras vertientes de inspiración weberiana o marxista.13 En
1961 el MIT y la Universidad de Harvard convocaron a un congreso, en vista de las
dificultades y deficiencias de este campo en medio de un mundo de creciente urbani-
zación. De ese evento resultó el clásico libro editado por Oscar Handlin y John Bur-
chard, The Historian and the City (1963), donde el primero reconoció a la ciudad
histórica en tanto “entidad auto-contenida” susceptible de una revisión histórica pro-
pia, epistemológicamente distinta de la del tejido social y económico en la que había
estado inserta; la consolidación de esa distinción necesitaba de un mayor número de
estudios sobre ciudades, más que de ciudades en la historia, lo cual resultó ser una
de las recomendaciones finales del profesor de Harvard.14 Esta profundización pare-
ció ser idea principal compartida por otros invitados al evento, como Christopher
Tunnard, quien también enfatizó la importancia epistémica de los casos de estudio,
sin dejar de reconocer el valor precursor de obras de más alcance, aunque no cen-
tradas en lo urbano, tales como las de Burckhardt, Childe, Spengler y Toynbee, entre
otros.15
En Inglaterra, que quizá sea el caso más evidente de derivación a partir de la
historia económica y social, la historia de pueblos y ciudades vino a consolidarse a
comienzos de los años 1960, con ejemplos tan notables como Victorian Cities (1963)
de Asa Briggs,16 así como a través de la labor de H.J. Dyos, y su “Urban History
Group” (UHG). Si bien este desarrollo epistemológico británico apareció como deri-
vación de la historia económica y social, fue la sociología la que pasaría a tener pre-
dominancia en el nuevo campo disciplinar hasta los años 1980; fue por ello que, a
juicio de Anthony Sutcliffe, la incipiente historia urbana tuvo que sufrir los cuestiona-
mientos epistemológicos que la sociología misma atravesaba.17 Algo de este cuestio-
namiento vinculado al discurso de la sociología urbana a través de algunas de sus
obras capitales se siente en la cautelosa y hasta crítica posición de Philip Abrams en
la compilación Towns in Societies (1978), donde el profesor de sociología manifesta-
ra sus dudas sobre la mistificación de la ciudad en tanto “objeto social unitario” y
autónomo, abogando más bien por su reunificación teórica con el “ambiente social” y
el “complejo de dominación” política de más alcance, inspirado este último en el aná-
lisis de Weber.18 A pesar de esos resabios, puede decirse que aquel enfoque econó-
mico y social, con énfasis sobre el período pre-industrial, ha mantenido su predomi-
nio en la institución heredera del UHG de Dyos, el Centre for Urban History (CUH),
así como en las publicaciones que actualmente le sirven de divulgadores.19
Desde la perspectiva norteamericana, puede decirse que, a partir de los años
1980, se produjo una consolidación del campo disciplinario de la historia urbana, la
cual fue redefinida en algunos estudios por Kostof, Celik y Favro, y Gillette. Ayudaron
a esa consolidación el “re-encantamiento” del “postmodernismo” con “los espacios
urbanos tradicionales y vernáculos”, así como con “lo positivo y colorido de la vida
en la ciudad”. Esta revalorización de las “situaciones urbanas precedentes” fue esti-
mulada por los planteamientos teóricos e historiográficos de tempranas obras pos-
modernas, tales como las de Aldo Rossi, Colin Rowe y Robert Venturi. Desde la
práctica profesional, la revisión y contextualización histórica de la ciudad o de algu-
nos de sus sectores fue alimentada por una disciplina urbanística que, después de
varias décadas de modernismo demoledor, comenzaba a aproximarse al estratificado
tejido urbano con más respeto; ello se evidenciaba en un creciente interés por la
conservación patrimonial, no sólo del monumento aislado, sino de los sectores de
ciudad en los que se insertan, lo cual generalizó “la necesidad de documentación
histórica a nivel urbanístico”.20
4. El debate sobre el progreso y la civilización en la Latinoamérica del siglo XIX
ha dado lugar a revisiones críticas, y en cierta forma, historiográficas, que arrojan
elementos útiles para entender cómo el tema urbano apareció en el discurso
humanístico de ese siglo. La vieja antinomia entre “barbarie” y “civilización”, introdu-
cida en la Argentina por la así llamada generación de 1837, cuya obra emblemática
fuera el Facundo (1845) de Domingo Faustino Sarmiento, sirvió de motivo a E. Brad-
ford Burns para estructurar un sólido capítulo de su libro, The Poverty of Progress.
Latin America in the Nineteenth Century (1990), en el que algunas obras de pensa-
miento y ficción que recrearon esa antinomia decimonónica, son comentadas desde
su significación para las élites criollas. Partiendo de las tres “principales filosofías
europeas” – Ilustración, positivismo y evolucionismo natural y social – el autor revisa
no sólo el conflicto entre barbarie y civilización, sino también el progresismo y el libe-
ralismo, desde tempranas obras como Dogma socialista (1838) de Esteban Echeverr-
ía, pasando por el Facundo, hasta El porvenir de las naciones hispanoamericanas
(1899) de Francisco Bulnes y Os sertôes (1902) de Euclides da Cunha. Ese análisis
ensayístico se enriquece con la problemática social que, a partir de las mismas con-
tradicciones, fue recreado en novelas como Amalia (1835) de José Mármol, Martín
Rivas (1862) de Blest Gana, y Aves sin nido (1889), de Clorinda Matto de Turner.
Bradford configura así un tejido crítico que, si bien centrado en el proceso de moder-
nización latinoamericano, lleva implícito las variables urbanas sobre las que aspiraba
fundamentarse.21
Concentrándose sobre algunas obras de corte más monográfico y científico,
Richard Morse trató de ejemplificar cómo las tendencias decimonónicas de la historia
y de las ciencias sociales europeas, también encontraron resonancia en otro grupo
de pensadores latinoamericanos que, sin estar centrados propiamente en la ciudad,
se ocuparon de ella en tanto principal heredera de las estructuras sociales y territo-
riales de la Colonia. Aunque advirtiendo que, a excepción de Sarmiento, en general
hubo poca atención en nuestro continente hacia el tema de ciudad antes de los años
1840 – lo cual resulta discutible, en vista de las referencias antes señaladas - en un
panorámico y penetrante texto, Morse articuló las preocupaciones evolucionista y po-
sitivista a la vez, por indagar cómo aquellas estructuras coloniales podrían asimilar la
modernización del nuevo orden industrial; el profesor americano ilustró con maestría
esa inquietud a través de obras diversas como La miseria en Bogotá (1867) y Re-
trospecto (1896) de José Samper; la Sociología de Lima (1895-1902) de Joaquín Ca-
pelo, inspirada en los principios de Herbert Spencer; y La ciudad indiana (1900) de
José Agustín García, influida por fuentes intelectuales tan diversas como Comte,
Tarde, Le Bon y Simmel, entre otros. A ese “organicismo positivista” adicionó Morse
la “imaginación estética” que se cuela en los análisis de obras representativas de las
ciencias sociales emergentes; así por ejemplo en La multitud, la ciudad y el campo
en la historia del Perú (1929) de Jorge Basadre; en Sobrados e mucambos (1936) de
Gilberto Freyre; y la Radiografía de la pampa (1933) y La cabeza de Goliat (1940), de
Ezequiel Martínez Estrada.22
Aunque quizás no propiamente históricas ni urbanas, estas obras representa-
ban recorridos por procesos territoriales y sociales con un nuevo vocabulario, espe-
cialmente tomado de la sociología. Por otro lado, algunas de ellas pueden ser vistas
como ejemplos de una incipiente historia social que, al igual que en Europa, tuvo un
lento desarrollo en tanto nueva disciplina,23 especialmente antes de desembocar en
las variables propiamente urbanas.
5. Las obras de referencia publicadas en campos afines, tales como la historia
del arte y de la arquitectura, parecen haber sido temprano y estimulante insumo para
vislumbrar el campo de la historiografía urbana en América Latina. Aunque el análisis
morfológico no es el camino principal de nuestra investigación, de corte más discur-
sivo, hay que tener presente, tal como nos lo ha hecho notar Roberto Segre, que los
futuros historiadores urbanos se alimentaron del análisis de las formas urbanas en
tratados artísticos que circularon en la región en la primera mitad del siglo XX.24 Así
por ejemplo, la colección de planos coloniales del Archivo de Indias publicada por el
español Diego Angulo Iñiguez entre 1933 y 1939, seguida por la monumental Historia
del arte hispanoamericano (1954-56), publicada por Angulo Iñiguez en conjunto con
Enrique Marco Dorta y Mario Buschiazzo, en cuyos volúmenes se hacía referencia a
los trazados coloniales de las capitales latinoamericanas.25 También está el trata-
miento dado a la ciudad en obras enciclopédicas, como la Histoire générale des civi-
lizations (1953-1961), dirigida por Maurice Crouzet, traducida al español y al portu-
gués casi que inmediatamente, señalada también por Segre como referencia.26
Dentro de las obras enciclopédicas producidas fuera de la región, y aunque
desde una perspectiva proveniente de la historia económica y social, debe mencio-
narse también el tratamiento del tema urbano en obras de referencia como The Cam-
bridge History of Latin America. En el ámbito urbano, uno de sus capítulos más cono-
cidos sea quizás el de James R. Scobie sobre las ciudades de finales del siglo XIX y
comienzos del XX.27 Como editor de una serie de historias de países latinoamerica-
nos, el profesor de Berkeley había publicado Argentina. A City and a Nation (1964),
en el que la historia nacional, con significativos componentes geográficos, se torna
con frecuencia historia urbana, gracias a la tesis central del autor: los cambios políti-
cos de la Argentina republicana fueron resultado del “sostenido desplazamiento de
prosperidad, población y recursos hacia la costa. Complementando el ascenso de la
economía pastoral de Buenos Aires estuvieron la concentración de capital, inmigran-
tes y embarcaciones en el punto de contacto de Argentina con el mundo del siglo
XIX, así como el aislamiento y el declive paralelos del interior”.28
La progresiva especialización en los planes de estudio provee otra aproxima-
ción a la historiografía urbana que promete gran riqueza para los diferentes contextos
nacionales, ya que apenas ha sido iniciada desde el campo de la arquitectura.29 Co-
mo dos de los casos pioneros de estudios urbanos en instituciones académicas, val-
ga señalar que la cátedra de urbanismo en la Universidad del Litoral, Rosario, fue
propulsada desde 1929 por Carlos della Paolera, quien pasaría a ocupar desde 1933
la misma cátedra en la Universidad de Buenos Aires;30 así mismo, a comienzos de
los años 1930, la reforma de Lúcio Costa en la Escola Nacional de Belas Artes, que
también buscaba la institucionalización de la enseñanza del urbanismo en Brasil. En
este sentido, las visitas de famosos urbanistas foráneos ayudaron a consolidar esta
especialización curricular de los estudios urbanos en las universidades latinoameri-
canas, tal como había ocurrido con el austríaco Karl Brunner en Chile y Colombia.31
También Bardet, autor que forma parte del núcleo de la historiografía urbana france-
sa del siglo XX, tuvo temprana influencia en Brasil, donde el urbanista dictara un cur-
so en Belo Horizonte a finales de los años 1940. Siguió la visita del padre Joseph
Lebret, que ayudó a la difusión del Movimiento Economía y Humanismo, dirigido a la
formación de oficinas profesionales de enfoque interdisciplinario.32
6. Proveniente de la arquitectura y con alguna influencia de la arqueología, el
argentino Jorge Enrique Hardoy se erigió desde comienzos de los años 1960 en figu-
ra pionera de la nueva historia urbana en Latinoamérica, especialmente a partir de su
obra Las ciudades precolombinas (1964).33 Junto a Richard P. Schaedel y Richard
Morse, entre otros, desde mediados de los años 1960 Hardoy organizó simposios
sobre la urbanización latinoamericana, especialmente en el marco de los Congresos
de Americanistas: Mar del Plata (1966), Stuttgart (1968), Lima (1970), Roma (1972),
Ciudad de México (1974), y París (1976). Si bien los dos primeros fueron sobre el
proceso de urbanización de América Latina en general, buscando, al decir de Schae-
del y Hardoy, “facilitar un amplio intercambio de ideas entre arqueólogos, arquitectos,
antropólogos, historiadores del arte, historiadores sociales y planificadores urbanos”,
a partir del simposio de Lima se buscó establecer un tema central, pero siempre con-
servando su cobertura desde el período precolombino hasta el contemporáneo.34
Además de la inclusión de las versiones resumidas de las ponencias en las actas ge-
nerales, las ponencias completas de los simposios dieron lugar a varias publicacio-
nes especializadas,35 las cuales se convertirían en “consulta obligada” para una
emergente generación de investigadores en el nuevo campo a lo largo del continente.
Tal como lo resume Ramón Gutiérrez, actual director del Centro de Documentación
de América Latina (CEDODAL) y cercano colaborador de Hardoy, en esas publica-
ciones “la temática elegida era analizada desde la perspectiva de los tiempos pre-
hispánicos hasta el presente en aportes que tendían a anudar una visión integrada
de la historia urbana americana”.36
También en términos de eventos, valga hacer notar que en Caracas había te-
nido lugar, en octubre de 1967, el Seminario Internacional “Situación de la Historio-
grafía de la Arquitectura Latinoamericana”, organizado por el Centro de Investigacio-
nes Históricas y Estéticas (CIHE) de la Universidad Central de Venezuela.37 Dirigido
desde su fundación en 1963 por Graziano Gasparini, otra figura de importancia conti-
nental en la historiografía arquitectónica y urbanística latinoamericana, el CIHE des-
empeño, sobre todo a través de su Boletín, una labor de difusión del campo compa-
rable a la del Instituto Torcuato Di Tella en Buenos Aires, bajo la dirección de Har-
doy.38
Además de las revistas de arquitectura que permitieron creciente espacio a los
temas de historia urbana, generalmente para casos de estudio o períodos específi-
cos, la visión cruzada e integradora de los períodos colonial y republicano se logró,
por aquellos años 1960 y 1970, en revisiones históricas del proceso de urbanización
continental, editadas en español por Hardoy y por Francisco de Solano, o en inglés
por el propio Hardoy, Morse o Bryan Roberts, por citar autores cuyos análisis conju-
gan diferentes dimensiones del proceso.39
Por otro lado, la influencia de historiadores y urbanistas franceses como Lave-
dan, Poëte y Bardet, así como del organicismo de Geddes y Mumford, puede verse
en la interesante interpretación historiográfica que Patricio Randle les daría en su
obra Evolución urbanística (1972). Desmarcada por el profesor argentino del evolu-
cionismo darwiniano, esa categoría historiográfica es también más específica que la
geografía histórica urbana o que la historia de las ciudades o del urbanismo, ya que
“impide de por sí la desespacialización que lleva tan fácilmente a entrar en conflicto
con otros enfoques de la historia”, además de que hace “una elaboración o procesa-
miento de datos históricos con método y objetivo propios”.40 Esos métodos incluían
para Randle desde la morfología histórica y cultural de Spengler, hasta la elaboración
de secuencias de cortes temporales a partir de los surveys propuestos por Geddes.
Todos esos autores, conceptos y métodos, de gran influencia en el urbanismo, fueron
reunidos por Randle en esa intuitiva y organicista “evolución urbanística”, cuya dife-
renciación con respecto a otras orientaciones teóricas, fue resumida en los siguientes
términos.
“Evolución, élan vital, azar, he aquí tres palabras claves enlazadas semánti-
camente de una manera compleja. Es la respuesta al positivismo, al materialismo
decimonónico, al mecanicismo darwinista. Y es la época en que se gesta esta disci-
plina que sin el nombre de evolución urbanística, o sin nombre alguno, va a ser pro-
puesta y desarrollada por un puñado de estudiosos de la más variada procedencia.
Para estos estudiosos, la preocupación por encontrar pistas, vestigios de regularidad,
normas básicas en la vida de las ciudades no los lleva a caer en un pragmatismo
simplista y anticultural, sino que, por el contrario, les hace escoger el término evolu-
ción que emplean una y otra vez implicando esos contenidos vitales tan bien expues-
tos en toda la filosofía bergsoniana”.41
7. A partir de la visión marxista, desde finales de los años 1960 hasta comien-
zos de los 1980, la así llamada Escuela de la Dependencia proveyó a las ciencias
sociales de una matriz histórica para entender el atraso de América Latina durante
las eras colonial y republicana, incluyendo las dimensiones económica, política y so-
cial del subdesarrollo.42 En relación con los cambios urbanos propiamente dichos, la
"urbanización dependiente" de América Latina fue periodizada de acuerdo a los blo-
ques de poder que sucesivamente condicionaron los estadios de dominación capita-
lista; los resultados urbanos de tal sucesión fueron explorados por científicos socia-
les en términos de los sistemas de ciudades nacionales y de los problemas estructu-
rales de la urbanización. Así por ejemplo, un análisis histórico de la constitución de
las redes urbanas nacionales fue hecho por Alejandro Rofman en Dependencia, es-
tructura de poder y formación regional en América Latina (1974); los problemas es-
tructurales de la "urbanización dependiente" a lo largo del siglo XX fueron descritos y
analizados por Manuel Castells en Imperialismo y urbanización en América Latina
(1973), y por Marta Schteingart en Urbanización y dependencia en América Latina
(1973); aspectos sociales y políticos de las ciudades latinoamericanas en tanto esce-
narios dramáticos de esa urbanización fueron tipificados por Marcos Kaplan y Aníbal
Quijano, entre otros.43
Tal como lo ha hecho notar François-Xavier Guerra desde una evaluación pro-
piamente histórica, los autores de la Escuela de la Dependencia ofrecieron en mu-
chos casos “interpretaciones” más que “estudios fundados en una exploración cuida-
dosa de las fuentes”.44 Siguiendo una reacción “contra los análisis demasiado ‘de-
pendentistas’” que también se dio en otros campos de la historia económica,45 buena
parte de esa lógica marxista sería desechada en tanto explicación histórica a partir
de los años 1980, aunque algunos de los postulados urbanos de la escuela mantuvie-
ron sentido en aproximaciones ulteriores, pero reinterpretados desde perspectivas
diversas. Así se evidencia para diferentes períodos en Historia y futuro de la ciudad
iberoamericana (1986), compilada por Francisco de Solano; en De Teotihuacán a
Brasilia (1987), coordinada por Gabriel Alomar; en Repensando la ciudad de América
Latina (1988), compilada por Hardoy y Morse; en Construcción y administración de la
ciudad latinoamericana (1990) de Nora Clichevsky; o en Historia urbana de Ibero-
américa (1990), también compilada por Solano.46
8. Si bien España ha desempeñado un importante papel en tanto núcleo patro-
cinante de eventos de historia urbana latinoamericana,47 el desarrollo del campo,
desde los años 1990, ha estado alimentado por las redes académicas nacionales.
Auspiciado por la Asociación Nacional de Postgrado e Investigación en Urbanismo
(ANPUR), en Brasil, el primer Seminario de Historia de la Ciudad y del Urbanismo
fue en Bahía (1990), el cual se instituyó como seminario y ha tenido lugar desde en-
tonces, cada dos años, en Salvador (1992), Sao Carlos (1994), Rio de Janeiro
(1996), Campinas (1998), Natal (2000) y Salvador de Bahía (2002). También el tema
de historia urbana ha sido incluido en los encuentros de la Red Nacional de Investi-
gación Urbana (RNIU) de México, que se han venido celebrando desde comienzos de
los años 1980.
A pesar de ese relativo desarrollo de la historia urbana en Latinoamérica desde
los años 1960 – casi coetáneo con sus contrapartes europea y norteamericana – se
ha repetido la percepción sobre la supuesta debilidad de este campo en el mundo
académico de la región. Así por ejemplo, en 1975 Morse hacía notar que los estudios
de urbanización en América Latina eran “rara vez conducidos con referencias claras
o consistentes con el marco histórico”;48 más de diez años después, Guerra señaló
que los trabajos de historia urbana estaban “empezando solamente a desarrollarse”,
citando como excepciones los de Susan Socolow, James Scobie y José Luis Romero
sobre Buenos Aires.49 Además del hecho de que la frecuente carencia de perspectiva
histórica en la aproximación de las ciencias sociales al estudio de la urbanización no
se da sólo en Latinoamérica sino también de otras regiones del Tercer Mundo,50 val-
ga advertir – como conclusión parcial de este trabajo - que ese tipo de apreciaciones
sobre la debilidad del campo parecieron no tomar en cuenta los aportes que a la “his-
toria urbana” había realizado ya la historia del urbanismo, buena parte de la cual ha
sido llevada adelante por profesionales de la arquitectura y del diseño urbano, ver-
tiente de la que me ocupo a continuación.