COMULGAD BIEN Pbro Luis Chiavarino
COMULGAD BIEN Pbro Luis Chiavarino
COMULGAD BIEN Pbro Luis Chiavarino
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Necesidad de la vestidura nupcial
Parábola de los invitados a las bodas (narra el Santo Evangelio):
Un rey quiso celebrar con mayor solemnidad la boda de su hijo, y preparó
una gran cena, invitando a ella a sus parientes y amigos.
Muchos presentaron sus excusas y evadieron la invitación, en vista de lo cual
el rey ordenó a sus criados que fueran por las plazas y por las calles de la
ciudad e invitaran a cuantos encontrasen.
Llena ya la sala y ocupados todos los puestos, revisó a todos los convidados,
y, al ver que uno no llevaba el vestido de boda, le dijo: “Amigo, ¿cómo has
venido sin el vestido o traje de bodas?”. Y acto seguido, dirigiéndose a los
criados, les dijo: “Llevadlo, atadlo y metedlo en el calabozo”.
Cuando aquel hombre vio que era indigno, debió oponerse y presentar excusa, o
pedir perdón antes de entrar. Todo el que va a comulgar en pecado mortal, se
encuentra en las mismas condiciones de este infeliz, y, por tanto, en peligro de ser
juzgado y condenado. Además, Dios mismo lo ha dicho por medio del apóstol San
Pablo: “El que come mi carne indignamente, come su misma condenación y se
juzga a sí mismo”.
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Los Judas se suceden
Hay Judas en todas partes, en todas las clases sociales.
Jesucristo ha instituido la Comunión y el sacerdocio, a pesar de ellos, sabiendo
también que muchos comulgarían digna y santamente, de donde recibiría grande
honra y gran amor, como también previó que, sin la Comunión no sería posible a un
gran número de cristianos mantenerse fieles y constantes en su fe.
Al instituir la Santísima Eucaristía, Jesucristo ha preferido nuestro provecho, aún a
costa de ser despreciado. Jesús es siempre Jesús, infinito en bondad y
misericordia. Hace como la madre que se deja arañar de su hijo, y encima lo come
a besos; o como la que, a pesar de que la amenazan y la desprecian, los aguanta,
los quiere y los atiende constantemente. Jesús es siempre el Divino Maestro,
paciente, resignado, indulgente.
Nuestra opinión y nuestro juicio humano son demasiado cortos y terrenales, los de
Jesús son muy distintos. Más contento y felicidad siente Él cuando uno comulga
bien, que dolor puede causarle todos los sacrilegios que cometen tantas almas
indignas. Es como el sol que, aunque extienda sus rayos sobre todas las
inmundicias de la Tierra, no obstante, todo lo llena de luz, de vida y calor.
Jesús se siente más contento y feliz con el cariño de un hijo bueno, que con todos
los disgustos de los demás hijos malos. Infinitamente bondadoso es Jesucristo, por
esto abusan tanto de Su bondad, mas, ¡ay de los ingratos y de los traidores!, los
castigos para ellos serán terribilísimos, pero merecidos; no habrá excusa para
ellos. Las palabras de Jesucristo son eternas e infalibles: “El que come
indignamente mi carne, come su misma condenación”.
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Castigos terribles
Y mayores serán los castigos si estos sacrilegios los cometieran (Dios no permita)
personas religiosas o ministros de Dios. Torturas inimaginables se repetirán
eternamente en el Infierno contra los sacrílegos que no hayan correspondido o
hayan correspondido mal a los favores de Dios y a las gracias de la Santa
Comunión; para éstos, será mucho peor su muerte.
Todos los sacrilegios, cometidos con tantísima frecuencia por cientos y miles de
veces, tendrán sus “avispas” en el Infierno que atormentarán eternamente a los
religiosos y sacerdotes que hayan abusado de su vocación y de su ministerio de
amor, y se hayan hecho reos de sacrilegios en este ministerio de amor; con la
particularidad de que, estas “avispas” no desaparecerán, como ellos, nunca jamás,
renovándose constantemente estas torturas.
Debemos confiar que estos infieles religiosos y sacerdotes sean pocos en el mundo,
porque Dios los protege y los guarda, y Jesucristo los defiende como la pupila de
sus ojos. Pero será difícil que no haya alguna sorpresa desagradable.
¿Poner coto a tantos sacrilegios? ¡Pero si apenas se ha empezado a caminar!
Empezar tan pronto a frenar, nos llevaría al Jansenismo1 despiadado y cruel.
1Jansenismo (Enciclopedia Católica): corriente de espiritualidad cristiana que tuvo su origen en las ideas de
Cornelio Jansen (1585-1638). Se caracterizaba por una exigencia de vida virtuosa y ascética, poniendo la
salvación en la gracia divina. El jansenismo se difundió durante los siglos XVII y XVIII en los Países Bajos,
Francia, Alemania e Italia. Fue declarada herética por sus postulados, entre los que se cuentan los siguientes:
Algunos de los mandamientos de Dios son imposibles para los hombres justos que desean y se
esfuerzan por cumplirlos, considerando los poderes que realmente tienen; la gracia por la cual estos
preceptos pueden hacerse posibles, también está ausente.
En el estado de naturaleza caída, nadie resiste nunca la gracia interior.
Para ameritar, o demeritar, en el estado de naturaleza caída, debemos estar libres de toda limitación
externa, pero no de necesidad interior.
Pretendían que la gracia de la fe es tal, que el hombre puede seguirla o resistirla.
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En lo alto de la cúpula que está encima del presbiterio de una de las iglesias más
hermosas de Roma, están representados los comienzos del fin del mundo. El fondo
representa un altar suntuoso, en el que un sacerdote celebra la última Santa Misa;
alrededor, asiste una muchedumbre de fieles con la mayor devoción; se preparan a
recibir la Sagrada Comunión, mientras arriba, en lo más alto, multitud de Ángeles,
inclinados con sus trompetas de oro, esperan el final de la Santa Misa para
anunciar cómo ha llegado la hora de la Justicia Divina.
En este cuadro, obra del célebre Leonardo da Vinci, el autor quiso decirnos: “Estoy
convencido de que, sin la Santa Misa y sin la Sagrada Comunión, el mundo se
hubiera hundido en el abismo de sus propios crímenes”.
Ello quiere decir que, es necesario fomentar más y más la Comunión frecuente,
procurando al mismo tiempo que estas Comuniones estén bien hechas, haciendo
guerra y oponiendo el mayor coto posible a las Comuniones sacrílegas.
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Amor inmenso de Jesucristo
Dios es siempre bueno y misericordioso. Jamás cambia. Ahora y siempre, como
entonces, tiene Sus delicias en tolerar y perdonar. Y, aunque los sacrilegios sean
como espinas que punzan Sus pupilas, y crueles espadas que atraviesan Su corazón,
aun así, calla, y perdona, y tolera, en atención al consuelo y alegría que recibe de
los que comulgan bien. Y, como las comuniones bien hechas superan en número a
las mal hechas, Él permite estas últimas.
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Parábola de la cizaña
Un gran señor dio buena semilla a sus criados, y los mandó que fueran a
sembrarla en sus tierras. Los criados hicieron lo mandado, y al llegar la
primavera, cuando visitaron las tierras, se dieron cuenta de que juntamente
con el trigo, había nacido gran cantidad de cizaña.
Entonces fueron a su amo y, contándole el hecho, le dijeron:
Si usted quiere, iremos a arrancarla.
De ninguna manera (contestó el amo), no sea que, al arrancar la
cizaña arranquéis al mismo tiempo el trigo. Dejad que crezcan los
dos, y cuando llegue la siega, separaremos el grano con el grano, y la
cizaña, atándola en haces, la echaremos a la lumbre.
¿Qué logran los hombres con comulgar mal? ¿Qué sacan los delincuentes con
cometer tantos delitos, uno tras otro, deshonrándose a sí mismos y a sus
familias? Nada, lo hacen por depravada intención y mala voluntad, por
desahogo de sus pasiones, por haberse acostumbrado al mal, y por odio. Los
sacrílegos no ganan nada, ni les interesa comulgar mal, lo hacen por estos
motivos: son delincuentes en materia de religión, miserables y desgraciados,
dignos de compasión y necesitan urgentemente nuestra oración.
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Confesión antes de Comunión
Para el que está en pecado mortal, es siempre necesaria la confesión antes de
comulgar. Si no tiene tiempo de ir a la Confesión, o no puede confesarse, no puede
comulgar “mientras tanto”, pues si sabe que está en pecado mortal y comulga,
comete un sacrilegio.
No hay razones, ni pretextos, ni excusas para comulgar en pecado mortal. No hay
excepción que valga. Si uno no puede o no quiere confesarse, que no comulgue. Si
no comulga, ningún mal hace; pero, comulgando en pecado, cometerá siempre un
sacrilegio.
Santo Tomás, y San Pablo antes que él, en nombre de la Iglesia, asegura
terminantemente: “Examínese a sí mismo el hombre” antes de comulgar. Que
cada uno entre en su conciencia y vea si es cómplice de pecado mortal, estando así
que no comulgue, porque lo haría indignamente y comería su propia condenación.
Para comulgar, el alma debe estar en estado de gracia, esto es: sin pecado, y sin
confesarse no desaparece el pecado. Qué te diría el rey si te presentases ante él
con las manos sucias, diciéndole: Dispense, Majestad, después me lavaré.
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Es suficiente no estar en pecado mortal
Basta para comulgar no estar en pecado mortal.
Además de estar en ayunas y de saber a Quién se va a recibir, basta no estar en
pecado mortal para comulgar.
Sin embargo, también es necesario ir con rectitud de intención: para amar a
Jesucristo por encima de todo y de todos, por espíritu de devoción, para obtener
gracias espirituales y materiales por el amor que le tenemos a Nuestro Señor.
Cuanto con mejores disposiciones se vaya a comulgar, más bendiciones y gracias se
recibirán.
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Los que se privan de muchas gracias
Qué quiere decir:
(…) “Los veletas, los disipados, los tibios, la gente de poca fe, los que se
acercan a comulgar con indiferencia y/o sin reflexión, se privan de muchas
gracias” (…)
Primera comparación:
Dos campesinos trabajan en la misma tierra.
Uno, la trabaja y cultiva con asiduidad, quitando primero las hierbas,
cavándola, rastrillándola; la abona, y con todo cuidado, deposita en ella la
semilla; abre zanjas para el desagüe, pone cercas para que no pasen por
ella y vigila constantemente su campo cultivado.
Otro, por el contrario, la trabaja de cualquier manera, de prisa y de pasada.
¿Quién de los dos recogerá mejores y más abundantes frutos?
El primero, sin duda.
Segunda comparación:
Salen juntos dos, al mercado o de paseo.
Uno, se contenta con andar, respirando aire sano, gozando del sol, mirando
los prados floridos; o si van al mercado, observando la mercancía expuesta y
los escaparates de las tiendas.
Otro, por el contrario, recoge de aquellas flores, hace provisión de los
artículos que más le agradan y que le serán más útiles.
Al volver, ¿cuál de los dos habrá aprovechado mejor el paseo?
Sin duda, el que ha adquirido y llevado a su casa lo bueno que encontró.
Para sacar frutos y provecho para el alma, la Comunión debe ser devota y
fervorosa. Perseverar en este propósito, hará que la Comunión sea firme y
eficaz. Como enseñan los teólogos, la Comunión obra ex opere operato: por
su propia virtud sobrenatural y divina. La Comunión es el alimento del
alma: si no se come, ésta acabará languideciendo, morirá y caerá en el
pecado, que es la muerte del alma.
El Espíritu Santo hace hablar así al pecador en la Sagrada Escritura:
“Estoy mustio como hierba cortada; mi corazón se encuentra seco como el
heno del prado, porque he dejado de comer pan”. Es decir, sabía que debía
comer el pan que Jesús ha dado para vivir, y por indiferencia, descuido o
razones fútiles, no lo he hecho: esto es el continuo remordimiento de quien
descuida la Comunión, aunque viva sin cometer faltas graves.
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Saber y pensar en Quién se va a recibir
Para comulgar bien, se requieren 3 cosas:
1. Estar en gracia de Dios.
2. Saber a Quién se va a recibir y pensar en Él.
3. Estar en ayunas (una hora antes, recomienda el Nuevo Catecismo; la
tradición antigua recomendaba estar en ayunas desde la medianoche).
Mucho cuidado en pisotear el más augusto de los Sacramentos, quien lo haga será
un pobre desgraciado en el momento de dar cuentas al Señor de su vida si no se
arrepiente de ello y no se corrige.
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De Dios nadie se burla
Cuenta la Historia Sagrada:
(Capítulo 1 del Libro de los Reyes)
Al devolver los filisteos, castigados por Dios, el Arca santa tomada de los
Israelitas, ésta se detuvo en el campamento de los betsamitas, que
celebraron con gran fiesta el tenerla entre ellos.
Algunos, por exceso de curiosidad, se acercaron y la abrieron para ver lo
que contenía. Tal falta de respeto, que a nosotros puede parecernos ligera y
sin importancia, costó la vida a más de 50 mil de ellos, que cayeron muertos
en tierra mientras el pueblo gritaba:
“¡Cuán terrible es la presencia
de un Dios tan santo y poderoso!”.
Esta semejanza del Arca Santa con la Santísima Eucaristía, es recordada por San
Pablo cuando dice que, en los primeros tiempos de la Iglesia eran castigados
muchos cristianos con enfermedades y hasta con la muerte, como Oza, por haberse
atrevido a abusar en forma indigna de la santidad del Sacramento de la Eucaristía.
Por ello: comulgar cada vez con la mejor disposición, con los mejores sentimientos
de piedad y devoción de que uno sea capaz.
A muchos les basta la fe interna y los esfuerzos que hacen para conservarse en
gracia de Dios. Otros, los suplen con la sencillez del corazón libre de culpas
voluntarias. Los que Jesús detesta son los desgraciados maliciosos, los
indiferentes, los tibios; y más aún, aquellos que pretenden servir a dos señores:
ser cristianos y paganos, creyentes e incrédulos, buenos y malos, castos y
deshonestos; aquellos que, llegado un día, desprendidas las vendas de sus ojos,
cuando acaben los misterios, aparecerán claros y diáfanos por sacrílegos, por haber
comulgado mal, y se llenarán de vergüenza general los que profanaron a
Jesucristo, al Salvador Bondadoso.
Ahora, Jesús se oculta y calla, pero entonces aparecerá con todo el esplendor de
Su Majestad y como juez riguroso, pues quien no se someta a Su misericordia,
obligatoriamente tendrá que someterse a Su justicia.
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Normas para el ayuno eucarístico
3 horas antes de comulgar, abstenerse de tomar bebidas alcohólicas y
alimentos sólidos.
Una hora antes, abstenerse de otras bebidas.
El agua pura no quebranta el ayuno.
Hasta una hora antes, se puede beber leche, café, gaseosa, té, chocolate o
jugo de frutas; ningún licor.
Enfermos y ancianos, aunque no guarden cama, pueden tomar bebidas que
no contengan alcohol y todo lo que sea medicina, en forma líquida o sólida,
antes de la Comunión o de la Santa Misa, sin limitaciones de tiempo.
Para la Misa de Nochebuena, tener cuidado de no comer ni tomar licores
después de las 9pm.
“Exhortamos con instancia a los sacerdotes y a los fieles, a que continúen
observando, siempre que puedan, la antigua y venerable forma del ayuno
eucarístico antes de celebrar la Santa Misa o de comulgar” (Papa Pío XII).
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Ni excesiva tolerancia ni demasiada exigencia
Hacemos mal cuando pensamos que quien se acerca a comulgar distraído o de
prisa, disipado, con poca modestia, hasta poco decentemente vestido, y a veces
con una conducta que deja algo que desear, que no comulgue o que no lo haga
diariamente.
Hacemos mal pensando de esta manera porque, aunque es posible que personas
como éste hombre tengan muchos defectos, también es cierto que no están
cometiendo faltas graves; y, no cometiendo pecados graves, siempre pueden y son
dignos de comulgar, no sólo de cuando en cuando, sino con frecuencia. Porque el
que está preparado para comulgar de tanto en tanto, puede también comulgar
cada día.
No hay que ser demasiado exigentes.
Ni más exigentes que la Santa Madre Iglesia, ni más papistas que el Papa.
La excesiva exigencia aleja a muchas almas.
Y este alejamiento, hace que la gracia de Dios disminuya, de lo cual se facilita la
caída en el pecado mortal.
Jesucristo dijo: “No necesitan los santos de médico, sino los enfermos”.
Por lo tanto, éstos que se acercan a comulgar en circunstancias imperfectas a la
vista de todos, son enfermos con derecho a recibir la Sagrada Comunión, o sea,
con derecho a acercarse a Jesucristo, que vino para ellos, para curarlos y sanarlos.
¿Y si no sanan nunca?
Paciencia. Si no llegan a sanar, siempre serán los enfermos predilectos de Jesús,
los predilectos de los bondadosos cuidados de Su compasión infinita, de la que
ninguno debe alejarnos jamás.
Son enfermos crónicos aquellos que así se comportan.
Pero los médicos NUNCA rehúsan a los enfermos crónicos.
No pueden deshacerse de ellos o dejarlos sin curar.
Al contrario, esta clase de enfermos requiere más cuidados y más miramientos.
Por lo tanto, no hay que ser demasiado exigentes.
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El Cuerpo del Señor no debe darse a los perros
Santo Tomás lo afirma categóricamente, en el Himno que compuso al Santísimo
Sacramento del Altar.
Historia de San Ambrosio, Arzobispo de Milán y Doctor de la Iglesia:
Había prohibido entrar en la iglesia al emperador Teodosio, por haber
cometido una falta grave.
El emperador le dijo:
También el rey David fue adúltero y cometió homicidio.
San Ambrosio le contestó:
Desde luego, pero si has imitado a David en el pecado, imítale
también en la penitencia, ¡fuera de aquí!
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Fe y amor
Estas son las disposiciones para comulgar bien.
Las que llevan a aprovechar las gracias y los tesoros extraordinarios y admirables
que encierra este augusto Sacramento, tan precioso y tan divino.
Muchos Santos:
Celebrando la Santa Misa, en el momento de la Consagración y de la
Comunión, veían y sentían visiblemente a Jesucristo, Beato Juan de Ribera,
Beato Eymard, San José Cottolengo, San Juan Bosco. Sin contar los
sacerdotes, muchos como Santa Teresa de Jesús, San Luis Gonzaga, Santo
Domingo Savio, con frecuencia quedaban arrobados, en éxtasis, después de
comulgar; y al volver en sí de este suavísimo sueño, se sentían rebosar de
Jesús y de Sus Divinos consuelos.
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Los 4 grados del amor
Santo Tomás de Aquino, serafín de amor:
“Debemos acercarnos a comulgar con el mismo impulso con que se precipita la
abeja sobre la flor para libar del polen, que después convierte en dulcísima miel;
con la misma ansiedad con la que, calenturiento, se lanza uno sobre el agua para
calmar la sed; con la impetuosidad con que el niño se pega al pecho de su madre”.
Para sentir ese amor y esa fe, acostumbrarse, con sumo empeño y esforzando la
buena voluntad. Es cosa también de hacerse siempre niños, considerar la Comunión
como la leche que nos da la vida, el crecimiento, la robustez, la perfección, la
Santificación y la divinización. Como aquel pobre que pide al rico, como el
enfermo que pide salud al médico, como el náufrago que demanda ayuda y
salvación. Nosotros somos los necesitados de siempre, los enfermos de todas las
horas, necesitamos constantemente la Eucaristía –tesoro inagotable, medicina,
divino bálsamo-. Nuestras Comuniones fructifican y son muy agradables a
Jesucristo, son tal como Jesucristo las quiere y como deben ser siempre:
OBRADORAS DE MILAGROS.
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Todos los días renueva en la Santa Misa el sacrificio que hizo por nosotros en la
Cruz. Así es como Él completa y perfecciona Su Amor para con nosotros.
Entonces:
Si Jesucristo ha instituido la Santísima Eucaristía para completar y perfeccionar Su
Amor para con nosotros, nosotros debemos hacer lo mismo por Él, si en verdad le
amamos.
En primer lugar, debemos DESEAR SU COMPAÑÍA.
Y después, ACOMPAÑARLE DE VERAS, quedándonos el mayor tiempo posible en la
Iglesia, desde donde nos llama y en donde nos espera con VERDADERA ANSIEDAD.
“Venid a Mí todos, porque mis mayores delicias consisten en estar con los
hijos de los hombres”.
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Y cada día, oh Jesús, me uniré a Vos.
Y también a costa de grandes sacrificios, oh Jesús, a Vos me uniré.
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La Sagrada Comunión es como el hierro y como el fuego del médico,
que quema y hace desaparecer las llagas del alma, quitándole todas
las manchas.
Nuestra alma se vuelve cada vez más hermosa y limpia, encontrando
Jesús Sus delicias en comunicarnos Sus gracias especiales, por la
Comunión frecuente, ojalá diaria.
Así como lavamos diariamente nuestro cuerpo en el baño, debemos
lavar diariamente nuestra alma en la Sagrada Comunión.
La Sagrada Comunión preserva de los pecados mortales de 2 maneras:
La Comunión nos preserva de los pecados, aumenta la gracia en nosotros, nos pone
alerta ante las tentaciones, nos aparta del deseo y de las tretas del Maligno, pero
no nos fuerza ni nos quita el libre albedrió que nos dio Nuestro Señor. San Agustín
nos dice que “Dios, que nos ha creado sin nosotros, no nos salvará sin nosotros”.
La Comunión nos hace conocer mejor el mal que nos domina: castiga, remueve y
obstaculiza el camino del pecado, pero no suprime la libertad del hombre.
La Comunión nos rocía con la Sangre Preciosa de Jesucristo, verdadero Cordero
Pascual, y el ángel de la tentación que es el demonio, no se atreve a entrar ni a
dar muerte al alma con el pecado.
La Sagrada Comunión bien hecha nos une a Jesucristo y nos hace semejantes a
Él:
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Dios nos creó a Su Semejanza, para que Le amáramos con más facilidad, ya que la
semejanza engendra el amor. Perdida esta semejanza por el pecado, Jesucristo
quiso darnos el remedio con el Sacramento de la Eucaristía.
Por la fisonomía.
Por el carácter.
Por las acciones.
La Comunión nos une a Jesucristo y nos asemeja a Él de estas 3 maneras:
Comulgad bien, porque la Comunión bien hecha nos pone en íntima relación
con María Santísima:
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Entre La Santísima Virgen y El Santísimo Sacramento existe una
relación íntima y triple: en la Eucaristía existe una relación íntima
entre la carne de María y la de Jesucristo, al formarse Él en ella por
obra y gracia del Espíritu Santo. Como dice San Agustín, la carne de
Jesucristo es carne de María, y el Salvador nos da esta carne de
María como alimento de nuestra vida. Por lo tanto, comiendo la
Eucaristía, establecemos una íntima unión también con María
Santísima.
Comulgad bien, porque la Comunión bien hecha es la más grande ayuda para las
benditas almas del Purgatorio:
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Nada son todas las penas del mundo comparadas con las del
Purgatorio.
El Catecismo nos dice que podemos ayudar a las benditas almas del
Purgatorio con oraciones, con ayunos, con limosnas, con indulgencia,
y sobre todo, con el Santo Sacrificio de la Misa; en forma más fácil y
eficaz, con el piadoso ejercicio de la Comunión diaria bien hecha.
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