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Buscando Al Culpable

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BUSCANDO AL CULPABLE

“Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera


me dio del árbol, y yo comí.” (Génesis 3:12)
Días atrás mi hijo Sebastián me dijo: “Sabes papá creo que Dios
tuvo la culpa de que Adán y Eva pecaran” les confieso que cuando
escuché esto estuve a punto de enojarme por considerar esto casi
una herejía en mi casa ese comentario, sin embargo rápidamente
me di cuenta de que me podría perder una preciosa oportunidad
para despejar una duda real de mi hijo de 6 años así que seguí
indagando. - ¿Por qué crees que Dios tuvo la culpa? Le pregunté, él
me dijo: Papá ¿Quién le puso el nombre al árbol del conocimiento
del bien y del mal? La respuesta era evidente: Dios. Si Dios en lugar
de ponerle como nombre “árbol del conocimiento del bien y del mal”
le hubiese puesto “El peligroso árbol del pecado” o “el árbol de
veneno” Adán y Eva no hubiesen comido del fruto.
Le pude explicar a mi hijo que el problema nunca fue el nombre del
árbol sino la desobediencia del hombre, aun llamando al árbol como
mi hijo sugería satanás se las hubiese ingeniado para tentarle a Eva
diciendo, que no era peligroso o que no era veneno de verdad e
igualmente Adán y Eva hubiesen desobedecido.
Cada vez más somos una cultura que no asume responsabilidades;
nuestras desgracias son siempre culpa de alguien. ‘Soy así por
culpa de ellos; ellos me hicieron así’. Esta tendencia a buscar
culpables en otros la inventaron Adán y Eva. Adán culpó a Eva y a
Dios, Eva culpó a la serpiente (e intrínsecamente a su creador).
Desde el edén nos hemos profesionalizado y hemos perfeccionado
el arte de culpar a Dios, a otros o al diablo. El culpable de nuestra
situación financiera es Dios por habernos hecho nacer pobres, no
nuestras propias negligencias; nuestro matrimonio fracasa por culpa
del cónyuge no por nuestras acciones; nuestros hijos son rebeldes
por lo que ven en la tele o por las malas influencias no por lo que
nosotros como padres les permitimos; caemos en pecado por culpa
de las tentaciones del diablo; nuestra vida espiritual está mal por
culpa de la iglesia, de nuestro pastor o de nuestro líder.
Tienes que saber que eres responsable ante Dios de tus decisiones
y de tus actos: “Él juzgará a cada uno según lo que haya hecho”
(Romanos 2:6 NTV). Si tomas decisiones equivocadas o actúas de
manera incorrecta, Él te considerará culpable. “No se dejen
engañar: nadie puede burlarse de la justicia de Dios. Siempre se
cosecha lo que se siembra.” (Gálatas 6:7 NTV). Si otros son
culpables de haberte ofendido, eso será lo que recojan. Pero tu
cosecha depende de tu actitud y de tus actos. Para aliviar tu
sentimiento de culpabilidad, tu desánimo y tu tensión no hay nada
mejor que aceptar tu parte de responsabilidad delante de Dios.
Buenos motivos para dejar esa actitud:
1) Te convierte en víctima. Cuando haces que otros sean
responsables de tus circunstancias, la capacidad de cambiar las
cosas reside en sus manos y no en las tuyas, lo que significa que
nada va a cambiar a menos que ellos decidan hacerlo. Haces de
ellos los dueños de tu destino. La única manera de retener la
capacidad de cambiar tus circunstancias es responsabilizándote de
tus acciones.
2) Te deja triste y deprimido. A lo mejor insistes: ‘No sabes cómo
me hirió’. Es verdad, pero al albergar resentimiento, te sigues
hiriendo a ti mismo continuamente. La Biblia dice: “…Tengan
cuidado de que no brote ninguna raíz venenosa de amargura, la
cual los trastorne a ustedes y envenene a muchos.” (Hebreos 12:15
NTV).
3) Culpar a otros te creará enemigos. La persona a quien culpas
no te va a soltar, sino que va a compilar una serie de pruebas contra
ti para demostrar su inocencia y se va a resentir contigo. Y sus
amigos lo defenderán y se convertirán en tus enemigos. Tus amigos
también se hartarán de esa actitud quejumbrosa tuya y se
distanciarán. Tu “raíz de amargura” se extenderá y contaminará a
muchos, empeorando así la situación. Culpar a los demás es
contagioso; tu familia se ve involucrada y sufre como consecuencia
de ello. Haz un alto en el camino, estás contaminando a los que te
rodean con tu actitud y tus deficiencias.
4) Echar la culpa a otros crea adicción. La justificación que
sentimos al culpar a otros acaba atrapándonos para siempre. Esta
actitud manipula nuestra ira para hacer que nos sintamos bien
evadiendo responsabilidades. Poco a poco nos resulta más fácil
quejarnos que resolver el problema. Y así como ocurre con las
adiciones, a las que hay que alimentar más y más para conseguir la
recompensa, antes de que te des cuenta te habrás convertido en un
adicto en evadir culpas. Esa actitud impide el perdón; no puedes
perdonar a alguien mientras lo estés juzgando y sientas que te ha
ofendido.
Mis padres se separaron cuando mi madre me llevaba en su
vientre, así que crecí en un hogar disfuncional, durante mi
adolescencia y gran parte de mi vida adulta viví lamentándome y
haciéndome historias de lo diferente que fuera mi vida si mis padres
no se hubieran separado, culpaba a mi padre de mi infelicidad, de
mis fracasos y de las cosas malas que vivía, pasaba reclamándole
a Dios por qué había permitido todo eso, mi mientras mantuve esa
actitud efectivamente de viví infeliz y haciendo infeliz a los que me
rodeaban, cuando decidí perdonar y hacerme responsable de mi
presente mi futuro mi vida cambió.
Cuando desperdicias tu tiempo y tus energías culpando a los
demás, renuncias a tu derecho a recibir el perdón de Dios. “…Si no
perdonáis sus ofensas a los hombres, tampoco vuestro Padre os
perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:15). Es hora de asumir la
responsabilidad por tus actos y tu vida y de recuperar la capacidad
divina para responder a las situaciones de acuerdo a Su Palabra,
así que perdona a quien debas perdonar, vuelve a tomar las riendas
de tu vida, y acepta tu responsabilidad.

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