Este documento discute la tendencia humana a culpar a otros por nuestros propios errores y fracasos, como lo hicieron Adán y Eva al culpar a Dios y la serpiente por su desobediencia. Argumenta que culpar a otros nos convierte en víctimas, nos deja tristes y deprimidos, crea enemistades y adicciones a evadir responsabilidades. En cambio, asumir la responsabilidad por nuestras propias acciones es la única forma de recuperar el control sobre nuestra vida y merecer el perdón
Este documento discute la tendencia humana a culpar a otros por nuestros propios errores y fracasos, como lo hicieron Adán y Eva al culpar a Dios y la serpiente por su desobediencia. Argumenta que culpar a otros nos convierte en víctimas, nos deja tristes y deprimidos, crea enemistades y adicciones a evadir responsabilidades. En cambio, asumir la responsabilidad por nuestras propias acciones es la única forma de recuperar el control sobre nuestra vida y merecer el perdón
Descripción original:
Mensaje bíblico compartido por Fernando Añazco, Anciano de la Iglesia Cristiana Verbo.
Este documento discute la tendencia humana a culpar a otros por nuestros propios errores y fracasos, como lo hicieron Adán y Eva al culpar a Dios y la serpiente por su desobediencia. Argumenta que culpar a otros nos convierte en víctimas, nos deja tristes y deprimidos, crea enemistades y adicciones a evadir responsabilidades. En cambio, asumir la responsabilidad por nuestras propias acciones es la única forma de recuperar el control sobre nuestra vida y merecer el perdón
Este documento discute la tendencia humana a culpar a otros por nuestros propios errores y fracasos, como lo hicieron Adán y Eva al culpar a Dios y la serpiente por su desobediencia. Argumenta que culpar a otros nos convierte en víctimas, nos deja tristes y deprimidos, crea enemistades y adicciones a evadir responsabilidades. En cambio, asumir la responsabilidad por nuestras propias acciones es la única forma de recuperar el control sobre nuestra vida y merecer el perdón
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BUSCANDO AL CULPABLE
“Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera
me dio del árbol, y yo comí.” (Génesis 3:12) Días atrás mi hijo Sebastián me dijo: “Sabes papá creo que Dios tuvo la culpa de que Adán y Eva pecaran” les confieso que cuando escuché esto estuve a punto de enojarme por considerar esto casi una herejía en mi casa ese comentario, sin embargo rápidamente me di cuenta de que me podría perder una preciosa oportunidad para despejar una duda real de mi hijo de 6 años así que seguí indagando. - ¿Por qué crees que Dios tuvo la culpa? Le pregunté, él me dijo: Papá ¿Quién le puso el nombre al árbol del conocimiento del bien y del mal? La respuesta era evidente: Dios. Si Dios en lugar de ponerle como nombre “árbol del conocimiento del bien y del mal” le hubiese puesto “El peligroso árbol del pecado” o “el árbol de veneno” Adán y Eva no hubiesen comido del fruto. Le pude explicar a mi hijo que el problema nunca fue el nombre del árbol sino la desobediencia del hombre, aun llamando al árbol como mi hijo sugería satanás se las hubiese ingeniado para tentarle a Eva diciendo, que no era peligroso o que no era veneno de verdad e igualmente Adán y Eva hubiesen desobedecido. Cada vez más somos una cultura que no asume responsabilidades; nuestras desgracias son siempre culpa de alguien. ‘Soy así por culpa de ellos; ellos me hicieron así’. Esta tendencia a buscar culpables en otros la inventaron Adán y Eva. Adán culpó a Eva y a Dios, Eva culpó a la serpiente (e intrínsecamente a su creador). Desde el edén nos hemos profesionalizado y hemos perfeccionado el arte de culpar a Dios, a otros o al diablo. El culpable de nuestra situación financiera es Dios por habernos hecho nacer pobres, no nuestras propias negligencias; nuestro matrimonio fracasa por culpa del cónyuge no por nuestras acciones; nuestros hijos son rebeldes por lo que ven en la tele o por las malas influencias no por lo que nosotros como padres les permitimos; caemos en pecado por culpa de las tentaciones del diablo; nuestra vida espiritual está mal por culpa de la iglesia, de nuestro pastor o de nuestro líder. Tienes que saber que eres responsable ante Dios de tus decisiones y de tus actos: “Él juzgará a cada uno según lo que haya hecho” (Romanos 2:6 NTV). Si tomas decisiones equivocadas o actúas de manera incorrecta, Él te considerará culpable. “No se dejen engañar: nadie puede burlarse de la justicia de Dios. Siempre se cosecha lo que se siembra.” (Gálatas 6:7 NTV). Si otros son culpables de haberte ofendido, eso será lo que recojan. Pero tu cosecha depende de tu actitud y de tus actos. Para aliviar tu sentimiento de culpabilidad, tu desánimo y tu tensión no hay nada mejor que aceptar tu parte de responsabilidad delante de Dios. Buenos motivos para dejar esa actitud: 1) Te convierte en víctima. Cuando haces que otros sean responsables de tus circunstancias, la capacidad de cambiar las cosas reside en sus manos y no en las tuyas, lo que significa que nada va a cambiar a menos que ellos decidan hacerlo. Haces de ellos los dueños de tu destino. La única manera de retener la capacidad de cambiar tus circunstancias es responsabilizándote de tus acciones. 2) Te deja triste y deprimido. A lo mejor insistes: ‘No sabes cómo me hirió’. Es verdad, pero al albergar resentimiento, te sigues hiriendo a ti mismo continuamente. La Biblia dice: “…Tengan cuidado de que no brote ninguna raíz venenosa de amargura, la cual los trastorne a ustedes y envenene a muchos.” (Hebreos 12:15 NTV). 3) Culpar a otros te creará enemigos. La persona a quien culpas no te va a soltar, sino que va a compilar una serie de pruebas contra ti para demostrar su inocencia y se va a resentir contigo. Y sus amigos lo defenderán y se convertirán en tus enemigos. Tus amigos también se hartarán de esa actitud quejumbrosa tuya y se distanciarán. Tu “raíz de amargura” se extenderá y contaminará a muchos, empeorando así la situación. Culpar a los demás es contagioso; tu familia se ve involucrada y sufre como consecuencia de ello. Haz un alto en el camino, estás contaminando a los que te rodean con tu actitud y tus deficiencias. 4) Echar la culpa a otros crea adicción. La justificación que sentimos al culpar a otros acaba atrapándonos para siempre. Esta actitud manipula nuestra ira para hacer que nos sintamos bien evadiendo responsabilidades. Poco a poco nos resulta más fácil quejarnos que resolver el problema. Y así como ocurre con las adiciones, a las que hay que alimentar más y más para conseguir la recompensa, antes de que te des cuenta te habrás convertido en un adicto en evadir culpas. Esa actitud impide el perdón; no puedes perdonar a alguien mientras lo estés juzgando y sientas que te ha ofendido. Mis padres se separaron cuando mi madre me llevaba en su vientre, así que crecí en un hogar disfuncional, durante mi adolescencia y gran parte de mi vida adulta viví lamentándome y haciéndome historias de lo diferente que fuera mi vida si mis padres no se hubieran separado, culpaba a mi padre de mi infelicidad, de mis fracasos y de las cosas malas que vivía, pasaba reclamándole a Dios por qué había permitido todo eso, mi mientras mantuve esa actitud efectivamente de viví infeliz y haciendo infeliz a los que me rodeaban, cuando decidí perdonar y hacerme responsable de mi presente mi futuro mi vida cambió. Cuando desperdicias tu tiempo y tus energías culpando a los demás, renuncias a tu derecho a recibir el perdón de Dios. “…Si no perdonáis sus ofensas a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:15). Es hora de asumir la responsabilidad por tus actos y tu vida y de recuperar la capacidad divina para responder a las situaciones de acuerdo a Su Palabra, así que perdona a quien debas perdonar, vuelve a tomar las riendas de tu vida, y acepta tu responsabilidad.