Sobrevivientes de La Tempestad Alirio Bustos Valencia
Sobrevivientes de La Tempestad Alirio Bustos Valencia
Sobrevivientes de La Tempestad Alirio Bustos Valencia
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Alirio Bustos Valencia ...
nació el 23 de enero de 1968
en La Palma, Coodinamarca.
Es locutor y productor de radio y
televisión, y comunicador social
y periodista egresado de la
Universidad C~ntral de Bogotá.
Desde 1993 trabaja en el diario
El Tiempo, donde se d~sempeña
como redactor especializad·o en "'
el cubrimiento de información
de orden público y organismos
de seguridad del Estado.
También se ha dedicado a la
cátedra universitaria en materias
como cultura antigua y moderna e
historia de Colombia.
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Alirio Bustos Valencia
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(~CIRCULO .
DE LECTORES
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© 1998, ALIRIO BUSTOS VALENCIA
© 1998, INTERMEDIO EDITORES, una d iv is ión de
CíRCULO DE LECTORES S.A.
meses de vida más crueles que tuve que vivir. Allá, en el monte,
como un animal salvaje ...
La algarabía de los muchachos del colegio hizo que Angélica
se callara y que en compañía de Hé ctor se corriera unos cuantos
metros hasta quedar de frente a la (glesia del ya fallecido padre
Bilbao.
...
\Tr
La tarde de enero de 1955 en que
logré dar cacería al tercero de los asesinos de mi familia
-recuerda Malasuerte- yo estaba limpiando un maizal y
cuatro matas de yuca y colicero que había sembrado en un
pedacito de tierra que no era de mi propiedad, sino de un tío
que también murió en la revolución.
El cuento era que lo habían matado en un camino real para
robarle tres mulas y un macho. Otros decían que un tipo lo
p'ílló picándole el ojo a su mujer y que cobró venganza con
dos tiros: uno en el pecho y otro en la cabeza, pero es la hora
que no se sabe ni a dónde fueron a parar sus huesos. Los pocos
sobrevivientes dicen que deben de estar en el abismo de Los
Tiestos, donde botaban todo lo que no servía. Otros cuentan
que fueron a parar a una fosa común. La única verdad es que
ese tacaño está bien muerto.
Don Alberto , un forastero que no sé a qué horas se con-
virtiÓ en mi vecino, se arrimó hasta la cerca de alambre de
púas y me dijo : -tenga cuidado Malasuerte, que pÓr ahí
en una de esas enramadas andan unos malhechores que
64 SoBRE V IVI ENTEs DE LA T EM PE ST AD
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que era mejor entrar un rato a hablar con los muertos mie~tras
oscurecía y así poder atravesar el pueblo sin tener que soportar
la mirada de tanto fisgón.
Por respeto con los muertos, dejé la bestia amarrada de un
borrachero que estaba casi a la entrada del cementerio. Esa ma-
ta, a la que también le dicen cacao sabanero, como que también
es maldita, porque ni los animales se la tragan. Por eso es muy
buena para sembrarla aliado de las cercas.
Me eché la bendición y me puse a rezar un padrenuestro...
mientras caminaba por entre las tumbas. Después de recorrer
la morada de tanto muerto, que por cierto estaba bien amon-
tada, me senté aliado de una lápida. Se sentía el frío de la
muerte. "Ojalá que un bendito rayo me parta en mil pedazos
y así me ahorro la majadería de los entierros", me dije para mis
adentros.
Al fin oscureció. Monté en mi caballo y pasé por los la-
ditos del pueblo, a todo galope, hasta coger el camino que
conduce a Murca. Por ahí sólo se escuchaban las chicharras,
esos animaluchos que cantan en verano y chillan hasta es-
tallarse.
En menos de lo que canta un gallo llegué a M urca. Casi todo
el camino me había embobado escuchando el sonido de los
cascos al golpear la tierra. Y o no sé de música, pero parece
que los caballos sí.
Serían como las ocho de la noche cuando ya estaba en las
orillas del río M urca. Prendí la linterna, le di de beber al anima-
lito, lo desenjalmé y lo amarré de una mano para que pudiera
pastear el resto de noche.
El cansancio comenzó a vencerme. Me arropé con mi ruana
y quedé dormido aliado del río, debajo de un guarumo. Eso
sí, sin quitar la mano de la cacha del machete.
Muy de mañanita, cuando aún no habían cantado los gallos,
me levanté en busca de un tinto. Fue fácil, una viejita que
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los malos pensamientos me decían que ya la habían sacado
para Los Tiestos . En mis pesadillas la veía tirada en el fondo
del abismo . ¡Muerta! ¡Muerta! ¡Sí, estaba muerta!
Día tras día volví a la misma trinchera hasta lograr escu-
charlá. Desde el corredor del cuartel oí la voz de una difunta.
"Hermanita, estoy que me muero de fiebre", me gritflba a
través de las rejas de hierro helado .
84 SoHHF.VIVIENTE s DE LA TEMP ES T A D
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"P edro " , "J uan " , "J ose, " , "L u1s. " , "C ar1os " , "J orge Alb erto. " ,
"Javier" . .. gritaban sin cesar las pobres viejas . No había poder
que humano que las controlara . Corrían y corrían hasta caer
cansadas en plena calle. Se arrodillaban y lloraban amar-
gamente al no escuchar respuesta alguna a sus desgarradores
y piadosos lamentos .
En el Resbalón, la Esquina del Gato, los Puentes, los Tram-
posos, en fin, en cada calle se veían mujeres tiradas en el suelo.
Lloraban y lloraban . Golpeaban con sus manos la tierra hasta
dejar caer su frente sobre el polvo .
Una de esas pobres miserables no se cansaba de pedirle :-
Dios que se la llevara: "Q ue m e perdon e el Señor, pero yo · .n
mis hijos no quiero vivir" .
Muchas de ellas subieron por el Resbalón y fueror d dar al
cementerio. Contaban que las que sabían leer rt:.petían en
voz alta los nombres que aparecían en cada tumba.
Las madres que no salieron corriendo por el pueblo, gri-
tando nombres de difuntos, terminaron de comerse el plato
de trozos y se sentaron en las escaleras del lado arriba del parque.
Un soldado se les acercó y les preguntó: -¿es que ustedes no
tienen a quién llorar o es que ya están resignadas?
-Ni lo uno ni lo otro, hijo . Estamos guardando fuerzas
para cuando lleguemos a nuestros pueblos -le respondió
una de ellas. Otra le echó la santa bendición.
Algunas mujeres cogieron para la capilla de Santa Bár-
bara, ubicada en una loma, a espaldas de la iglesia principal.
Desde allí se veían todos los ranchos quemados en las
faldas de las montañas . A ese centro religioso le llaman
El Humilladero, porque cada Viernes Santo llega la proce-
sión con el cuerpo de Cristo. Los devotos hacen cola para
ir a acompañar día y noche al crucificado y mientras tanto
tejen coronas y estrellas con palma de ramo hasta el Domingo
de Resurrección.
ALIRIO B US T OS VAL ENC IA 129
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Como les decía, el amanecer más
feliz de mi vida lo viví ese viernes de 1953 -recuerda Mala-
suerte-. Creo que corría el mes de abril o mayo. La verdad,
en esos tiempos era dificil saberlo porque desde que estalló la
revolución por aquí se perdió hasta el almanaque Bristol.
Nadie sabía en qué día vivía, ni tampoco ha~ía tiempo de
averiguarlo. Lo cierto fue que ese día quebré a los dos primeros
asesinos de mi familia, los que no me habían dejado dormir
' en paz ninguna noche de los últimos cinco meses.
Por la mañana, Purificación, una muchachita a la que
también le habían matado toda la familia y que al verse por ahí
sola en el mundo decidió tener amores conmigo, me llevó un
aguacafé a la cama. Bueno, lo de la cama es el solo cuento
porque el colchón y las cobijas no eran más que hojas secas de
plátano y de tauchira.
Me tomé el aguacafé y salí de la choza, que no tenía quince
día·s de construida. Bajé aliado de la quebrada de La Collareja
y me puse a hablar con unas viudas . En eso llegó una mujercita
con la que de vez en cuando me pegaba mis arrastrojadas y
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S o JJ H " \' 1 1' 1 E !\' T ¡:: S [) J·: 1••1 T 1·: ,1/ p E:-; T.\ /)
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136 SoBR E VIVIE N T ES DE LA TEMPE ST AD
que el agua se nos meta y el frío nos haga tiritar. Aquí vamos a
tener un plato de comida caliente y un chirito para cam-
biarnos este trapo viejo y maloliente", le dije a mi hermano
Guillermo . Pero no . Todo resultó peor. La vieja Natalia le
fue diciendo a mi madrastra que únicamente la albergaría
con sus propios hijos . Es decir, sólo Pedro,José , Clara y Jorge
tenían entrada. Guillermo y yo, no.
Ana Jesús le explicó que nosotros dos habíamos quedado
huérfanos y que siempre nos había querido como a sus pro-
pios hijos . Le dijo que no seríamos una carga porque si un
pan y una aguadepanela había, estaba dispuesta a compartir-
los . "En mi casa sólo tienen entrada usted y sus verdaderos
hijos. El resto que se vayan para la calle y, si no les gusta así,
ahí está la puerta para que se vayan por donde vinieron",
contestó esa mujer sin sentimientos .
Mi madrastra se recostó contra una de las paredes del ran-
cho y se dejó caer hasta quedar sentada en el suelo . Escondió
la cara detrás sus manos y estalló en llanto . Un llanto tan do-
loroso y desesperado que a mí también me dieron ganas de
volver a llorar. Mi hermanito me miraba y no entendía por
qué lloraba.
La vieja Natalia cogió de un brazo a mi madrastra y se la
llevó para otra pieza. Mis otros hermanos permanecían acu-
rrucados en el suelo, en silencio, casi que dominados por el
cansancio y el hambre. A los pocos minutos Ana Jesús re-
gresó al cuarto y nos pasó un talego, de esos en los que empa-
can harina de trigo, y con una voz de angustia que cada día
de mi vida recuerdo, nos pidió que nos fuéramo s en busca de
alguien de la familia.
-Pero, pero, ¿para dónde cogemos?, si nosotros no
conocemos este pueblo y usted sabe que mi mamá está en un
cementerio y mi papá fue asesinado por la tropa -le dije a
Ana Jesús casi que ahogándome en llanto .
ALI H 10 B US TO S VALEN C IA 145
~--
Esta es la
calle principal
de lo que hoy
es Íbama,
un pueblo
al que la guerra
le impidió ser
independiente
de Yacopí,
'~a pesar de
su riquez a
en esmeraldas,
yuca };ganado.
Angélica Valencia juró de niíia qu e ni su espíritu re,(Jresaría a Íbama.
Casi 40 años despu és volvió para conocer el abandonado rnonum ento
donde desca nsan 27 de los sacrificados por la revolución, entre ellos
su padre, Misael.
se convirtió
en el fortín de
la chusma liberal
que enfrentó
a las fuerzas
del gobierno.
.¡
'1
Robertina Medina
prifi.ere no recordar
los estragos de
la guerra , pero
tiene claro que su
tumba se abrirá en
el cementerio
de Íbama , donde
descansan los
sacrificado~ de
la revolución.
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'1
Tal fue el susto del pueblo que de todas las casas salían co-
rriendo niños, mujeres y ancianos . Todos miraban hacia el
cielo para luego correr como si hubieran visto al diablo en
persona o para caer de rodillas con los brazos abiertos. Mu-
chos buscaron refugio en la iglesia, otros se encerraron en los
ranchos y los más inteligentes cogieron para el monte .
De un momento a otro los aparatos se separaron y em-
pezaron a arrojar una fila interminable de paquetes. Parecían
fiambres . ¡Bonitos sus fiambres! Los primeros que cayeron
en la plaza principal se volvieron dos bolas de fuego . Luego
vino uno detrás de otro y del suelo de Yacopí seguían saliendo
bolas de candela. Era algo horrible . Como si se tratara de una
lluvia de fuego o como si Dios hubiera lanzado toda su furia
contra este pueblo rebelde . Tan así que llegué a pensar que
ser liberal era un pecado. Era como si el pueblo hubiera estado
descansando sobre un volcán dormido que ese día le dio por
desp ertarse y acabar con todo.
Después de botar el primer reguero de bombas, los apara-
tos se alejaron hasta el pico de la montaña más lejana. Dieron
la vuelta y como bestias desbocadas se fueron a<;:ercando nue-
vamente . Y otra vez, cuando estaban sobre lo que quedaba
del pueblo, dejaron caer una nueva tanda de paquetes. Ahí sí,
todo se volvió humo. Se escuchaban lamentos y quejidos, se
veía la gente correr por el monte como si la estuviera persi-
guiendo una fuerza extraña y malvada. Era la estampida
humana más terrible de la qu e se tuviera noticia desde la
guerra d e los Mil Días, cuando el gobierno también bom-
bardeó y destruyó a Y acopí por no dejarse matar a sangre fría .
Y es que parece que se volvió costumbre apagar la protestas
de este pueblo con bombardeos y candela.
Los pájaros de la muerte se alejaron otra vez hasta el pico
más lejano de la cordillera y para descanso de los sobrevi-
vientes se perdieron para nunca volver. Cuando me convencí
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llegaban presos decían que por allá no había más que cenizas.
Pero vino el maldito pero que nunca falta. ¡Debía pagar 200
pesos de fianza! para obtener la boleta de salida. "Adiós liber-
tad", dije. No tenía ni un céntimo en mis bolsillos. Estaba
más pelado que pepa de guama. Estaba peor que el camello
queriendo meterse por el ojo de una aguja .
Me eché a dormir con el convencimiento de que la justicia
era la peor injusticia. Sabía que no estaba condenado por el
cuento de las versiones contradictorias, sino por haber nacido
en una tierra rebelde. Mi único delito era ser de Yacopí.
Por la mañana no quise hacer cola para tomar el desayuno .
Cada uno de los pocos sentidos que me quedaban los tenía
ocupados echando cabeza a ver cómo recogía esa millonada.
Pagaban 150 pesos por matar a un tipo, pero yo no era nin-
gún matón. Pagaban 30 pesos por dar nalga, pero lo último
que empeñaría sería mi hombría. Pagaban 50 pesos por ayudar
a cavar túneles . .. Pero no, las buenas costumbres me obli-
garon a vender parte de mi comida y a pedir limosna durante
cuatro meses . Con mi talegada de monedas y custodiado por
un guardián llegué directamente hasta el Capitolio Nacional
y consigné la injusticia. ·
Regresé a La Palma, pero como la cosa estaba tan fea y por
"' ahí ya no vivía ni Narciso Melo, me fui a Zipaquirá y monté
una zapatería . Cuando vivía allí escuché que en la Modelo
habían matado a dos de los asesinos de mi familia .
Años después, cuando regresé definitivamente a La Palma,
me enteré que a los otros cinco los habían dejado en libertad.
Tres murieron de viejos y sobreviven Luis Chávez, el que
me pegó el tiro, y su hem1ano Carlos. Luis llegó al pueblo y
mató a su señora de dos machetazos . Desde entonces como
que perdió el sentido y anda por ahí sin rumbo .
Cuando pasan junto a mí, yo no les chisto palabra alguna .
Si me dicen adiós, les respondo lo mismo. Pero no ~anverso
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___::..:c.:; Son H EV I VIE:\ T ES or-: 1. ,1 TUIPE STAD
dieron el lujo de llega r a 13 ogo tft a hablar de fr- ente con el nuevo
gobierno .
C u entan los q u e v iero n , que el co mbate se inició co mo a
la una de la tarde c uando e ll os d os co no cieron que la tropa
ib a a pasa r po r el bdo de la qu ebrada en busca d el último
carnp am e nto levamado por la chu sma lib eral. Entonces,
Rojas y So to escogieron a sus mejores 50 co mbatientes, que
se agaz:1paron a lo anc ho del abismo por donde yo me tiré. Y
preciso , cuando la trop a pasaba, eran como 40 militares, les
cayero n en c ima y d e entradita se ll evaron c omo a 20 . Fue tan
feroz e l com b ate que m ás d e uno d e la tropa prefirió suici-
darse antes que caer en mano s de la c husma. Todos esos
ca dá ve res fue ron Ln1z:1do s al agua para qu e la co rri e nte se los
llevara , p ero co mo era tan d éb il , ahí qu ed aron y los chulos
duraron re vo lotea ndo m ás d e una semana sob re todo s esos
mortec inos.
Co m o fue tan grand e mi impresión al rec ordar ese com-
bate, a p esar de es tar herid o en la pierna, con la cara ensangren-
tada y los brazos ra spados. atra vesé la qu ebrada arrastrándome
ha sta quedar oc ult o en la mitad d e un potrero tragado por la
m aleza . Era tanto el frío que te mblaba co mo un p e rro. Y para
colm o d e m ales, se pu so a llo ve r duro , co mo cuando la natu-
raleza quiere castigar con rabia la ti erra . Traté de ubicar un
árbol p ara protegerme , p ero la oscuridad no d ejaba ver más
allá de mis na ri ces y la d eb ilidad ya no m e d epba mo ve r de la
ca ntidJd d e sJngre que h ab ía p erdido . En las hora s sigu ientes
no sup e qué paso co nmigo . Só lo volví a sa b er d e mí al otro día
cuando un puto dolor de ca beza y los rayo s del sol rne d esperta-
ron . Intenté pon erme d e pie , pero la borrachera y el dolor e n
la pierna m e ganaron y a tierra fui a dar. " No sé pa'qué putas
diablos no me d ej é matar' ' , me repro chaba una y otra vez.
M e miré la pierna herida y me di c uenta que la bala úni-
ca m e nt e hab ía cogido la carne y había salido " Debo buscar
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