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Psicoterapias Planificadas, Criterios Que Orientan Nuestra Labor. (Pedro Menedez)

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PSICOTERAPIASPLANIFICAD

AS:
CRITERIOS QUE ORIENTAN NUESTRALABOR

Dr. PEDRO MENÉNDEZ

Lo que voy a exponer va a tener dos partes: una secuencia de principios


generales, de criterios alusivos a nuestra conceptualización de psicoterapias, y luego lo que
más precisamente fue objeto de ese trabajo que yo presentara en el Teatro San Martín, en
el Congreso Interamericano de Psicología, acerca de las implicancias clínicas y técnicas que
tiene el concebir procesos psicoterapéuticos planificados.

Que yo recuerde, los debates habituales en términos de nuestro quehacer han


aludido persistentemente a cuestiones de criterios sobre salud y enfermedad, o sobre el
rol del psicólogo y la identidad profesional. Creo que esa ontología de nuestro
quehacer, prevaleció vinculada a la creación de un objeto y un lugar. Y ahora, con la
promulgación de la ley del psicólogo y con el ejercicio profesional ya instaurado, han
surgido otras cuestiones referidas a cuál es el lugar, o cuál es el status, en qué ámbito
prevalece, en qué territorialidad, qué ubicación tiene el quehacer de cada línea de
trabajo dentro de nuestra disciplina. Un punto que para mi criterio es el fundamental es el
concepto de consulta.

Habitualmente se habla con bastante ligereza en cuanto a la legalidad que


preside un orden determinado. ¿Cuál es esa ley, cuál es la normativa? Creo que la ley que se
instaura en nuestro quehacer, másallá de lasaptitudesdecadauno,másalládelaspretensionesyde la
identidad vocacional de cada uno, es el lugar que ocupamos socialmente en cuanto a nuestro
desempeño. Esto es, se entiende por consulta el pedido de asesoramiento técnico en
determinado ámbito de una disciplina, a alguien que se lo considera idóneo en ese ámbito;
a quien la sociedad le ha conferido un título o una nominación habilitante para tal caso. En
ese sentido, en todo pedido de consulta hay una pregunta implícita ó explícita, y
requiere una respuesta por parte de aquél que es consultado.

En nuestro caso, la consulta psicológica requiere algún tipo de dinámica de


devolución o de intercambio, producto del procesamiento que haga de lo que observe el
consultado. Digo esto porque habitualmente las leyes de abstinencia y neutralidad en
nuestra disciplina, han coartado esto que para ml es fundamental, que es el que nosotros
nos manejamos en un nivel de prevención secundaria, esto es, asistencia. A nosotros nos
tocan el timbre, somos pasivos respecto de nuestra actividad en un primer momento, y
hay implícita una respuesta que espera el que nos consulta.
En alusión a esto quiero hacer una breve referencia al origen que ha tenido en
la historia de la técnica analítica el término de abstinencia y neutralidad. En uno de los
artículos técnicos de Freud, en "Observaciones sobre el amor de transferencia", él
alude a una situación específica y original, singular, de que una paciente demande de su
terapeuta (en aquella época todos los terapeutas eran varones) el interrumpir la relación
de tratamiento e iniciar una relación amorosa. Freud plantea el no avenirse a la demanda
del paciente. Además, la situación específicamente se jugaba en una época en que cobraba
auge el psicoanálisis silvestre, en que se había fundado hacía unos años la Asociación
Psicoanalítica Internacional, en que se había instaurado el psicoanálisis que por
aquella época era didáctico y servía pedagógicamente de formación a cada candidato,
que había habido deserciones importantes en el tronco inicial del psicoanálisis en
discrepancia con Freud y que por entonces Freud también escribe la "Metapsicología"
como un indicio de que él cree que ya culmina su aporte a la disciplina que había
fundado. En este sentido es que se establece, y en este
momento histórico, la abstinencia y la neutralidad en la práctica psicoterapéutica.

Asombrosamente, luego, las instituciones psicoanalíticas han circunscripto a los


artículos técnicos la enseñanza de la técnica psicoanalítica y, en cambio, los historiales
clínicos se dejan relegados para el estudio exclusivamente psicopatológico. Esto es, que
no se aprende de lo que hacía Freud, sino de lo que dijo, una vez y para siempre, en
determinado momento histórico del desarrollo de la técnica analítica. Creo que el
concepto de consulta es algo que primordialmente debe estar presente en cada uno de
nosotros en ocasión de todo el proceso terapéutico y no solamente al inicio.
Habitualmente, lo que uno observa, por lo menos lo que yo he observado
reiteradamente, es que se promete al paciente en las primeras entrevistas que ya se le va a
hacer una devolución. Se gesta una suerte de expectativa en términos de qué va a ser
aquello que, habiendo proceso la información el terapeuta, le va a ser devuelto. En las
postrimerías de esas entrevistas anticipadas por el terapeuta verbalmente, es que el
terapeuta sale a buscar algún tipo de supervisión o asesoramiento, y cuando llega el
momento de hacer esta devolución es que se refiere, casi como en un plan de clase, a lo
que ha estado comentando con el supervisor. Esta secuencia yo la he visto repetida varias
veces, creo que lo que se contrapone a esto es una dinámica de intercambios, es un timing
que tiene que ver con una continuidad en la secuencia de las entrevistas y no en las
postrimerías de la última. Porque es como si el paciente trajera la materia prima, y entonces
el que la elabora es el terapeuta, él da su palabra, y luego tiene licencia para el resto del
tratamiento o para buena parte de él.

Otro punto, aparte del concepto de consulta, que creo que en alguna medida nos
puede desilusionar pero que es crudamente la realidad, es el siguiente: la vigencia de la
nosografía que nosotros empleamos. ¿Por qué triunfó Kräpelin y no Freud en la
nosografía? ¿Por qué todo el mundo, no sólo en la psiquiatría forense, sino en el léxico
habitual sabe que hay enfermedades psicosomáticas, neurosis, psicosis, perversiones,
hay delirios crónicos? En psicoanálisis y en psicología en general se dio un fenómeno
que en otras disciplinas se dio en forma mucho más paulatina. Por ejemplo, en biología
desde el gran clasificador que fue Linneo, al gran ordenador y que dio una
comprensión integral de la disciplina, que fue Darwin, transcurrieron cincuenta años.

En cambio, en nuestra disciplina, en 1895 se publica la quinta edición del


"Tratado de psiquiatría" de Kräpelin, que es el que ordena de acuerdo a un criterio
diagnóstico-pronóstico el maremagnum infernal que eran las enfermedades mentales hasta
entonces, y de 1895 es el manuscrito H, si bien Freud no le dio publicación en aquella
época, ya era un aporte a la comprensión de la paranoia donde Freud describe, en su
correspondencia con Fliess, la proyección. Es decir que nosotros hemos tenido una
evolución muy apresurada de lo que ha ido de la descripción de su comprensión. ¿Por
qué ha prevalecido Kräpelin? Es duro decirlo, pero lo que pasa es que lo que interesa
en primer lugar del paciente es su peligrosidad y su grado de imputabilidad, después
vienen los psicodinamismos. Nosotros estamos en un ámbito de quehacer, donde
habitualmente lo primero poco importa porque es descartado, porque es grueso.
Pero lo vigente y a tener en cuenta es que el orden legal prevalente no es si tal o cual
psicodinamismo o la organización tal o cual del Edipo, sino, si es responsable de sus actos
o si es peligroso para sí o para terceros. Entonces, a la ley primordial del concepto de
consulta, esto es, pedido de asesoramiento técnico, para lo cual nos han conferido un título
habilitante, se agrega la otra a no perder de vista que es: lo que importa inicialmente es
una situación legal, no psicológica; en todo caso, lo psicológico involucrado en lo legal.

la Otro criterio que quería referir, es que nosotros concebimos una jerarquía que
tiene como punto de partida clínica, luego la teoría y por último la técnica. Lo que se
observa regularmente es que, a priori, se instaura un modelo teórico, y se trata de
constatar todo lo observable a ese presupuesto. O bien se instaura una modalidad de
asistencia independientemente de las condiciones singulares de la situación clínica en
curso. Quiere decir que se tratan de la misma manera, con el mismo plan, todas las
situaciones planteadas. En realidad, nuestra disciplina que fue la última en
diferenciarse de la filosofía, tiene trasladado a su seno lo que ha sido una discrepancia
secular dentro de la filosofía en el campo específico de la gnoseología que es el
procesamiento de la experiencia, esto es: qué validación se le da al observable.
Siguiendo la metáfora que emplea Platón en el diálogo del Timeo, ¿la realidad son las
sombras que están en el fondo de la caverna proyectadas, o la luz que está fuera de la
caverna? En nuestro caso el fenómeno, que en griego quiere decir "lo que aparece", el
motivo de consulta, ¿es genuinamente la enfermedad, o la enfermedad es algo que se
manifiesta a través de esos epifenómenos? Dicho de otra manera, la atenuación o el
borramiento del motivo de consulta, de lo que aparece de los fenómenos, ¿asegura la
curación? O bien esta se logra por vía indirecta, esto es remitiéndose a otra realidad no
accesible directamente por la empiria, inferible, y por vía indirecta operable. Esto da
lugar a las dos perspectivas señeras dentro de nuestro ámbito, que son la perspectiva
fenomenológica, tributaria de la cual es también toda la perspectiva
psicofarmacológica, toda la terapia de continencia o de soporte, y por otro lado toda la
terapia del insight que concibe una realidad, en el caso de la metáfora platónica, la luz fuera
de la caverna, no accesible directamente. Estas dos perspectivas son clínicas ("cliné"
quiere decir cama) es decir son de estar al lado del paciente y examinar lo que le pasa.
Nuestra disciplina es primordialmente empírica, otra cosa es que luego uno trate de
hacer inferencias y de teorizar, pero es práctica, por eso además se aprende con la
experiencia, y por eso además es inductiva, es decir, se parte de la observación de muchos
casos singulares para establecer no leyes, sino criterios de carácter general. La jerarquía,
reitero, es que hay una situación clínica y diversas modalidades o aproximaciones
teóricas, y no a la inversa, una teoría a la cual se deba subordinar toda la experiencia. En
general, lo que se observa en ateneos o en comentarios es que nada queda por resolver, está
todo explicado. Así, cada observación que hace este supuesto clínico, es una confirmación,
una constatación del modelo teórico. Por otro lado, desde el punto de vista técnico la
aplicación a ciegas, apriorística, de un modelo técnico cuando más es un esfuerzo
loable unilateral, de alguien que ha establecido una forma de trabajo pero no una
planificación acordada. En relación a esto quiero referir que para nosotros la situación
clínica es singular, es única, tiene analogía con otras, es equiparable; por algo es que
nos remitimos al diagnóstico, porque hay un perfil, porque hay cierta regularidad de
aparición. Pero las dificultades y las potencialidades en cada situación son patrimonio
exclusivo de esa. Que está determinada por la concurrencia de las aptitudes del
terapeuta y el aporte del consultante, que cualquier perspectiva teórica no la abarca en su
totalidad ni la agota. Por eso mismo es que no hay leyes inexorables, esto es, no hay
determinaciones seguras, es probabilística la inferencia que uno hace.

Y desde el punto de vista técnico tal vez el desideratum de la formación del


psicoterapeuta, habida cuenta de que hay diversos recursos técnicos, el desideratum de la
formación del psicoterapeuta es la adecuación de sus series personales a los diversos
recursos con los que contamos en nuestra práctica. Cualquiera no puede hacer
cualquier cosa, cada uno deberá ir percibiéndose y viendo la eficacia de aquello con lo que
opera, ir adecuando los recursos dentro de esa coda personal o manifestación
particular que tiene, y algunos serán mucho más hábiles para los recursos dramáticos,
y otros tendrán mucho más éxito o serán mucho más aptos para discernir en forma reflexiva
determinaciones inconcientes.

Otra cuestión que hace a estos criterios, fundamentales a mi juicio, ha sido


desarrollada reiteradas veces por el Dr. Fiorini como los términos derepetición y
diferencia, actividad y pasividad por parte del terapeuta.
Una última reflexión en relación a estas generalidades, es que luego de la
diversidad de investigación en distintos ámbitos de la conducta humana, de la
determinación de móviles de la conducta humana que hasta entonces no habían sido
establecidos, ni siquiera sospechados, cuando Freud tiene que establecer un criterio de
clasificación no lo divide de acuerdo a esos psicodinamismos. Lo divide de acuerdo a si son
capaces de establecer un vínculo o no.

La población de pacientes se divide en o narcisistas, o de transferencia. Esto se ha


perdido de vista para el establecimiento de un criterio prevalente en el curso de un
proceso terapéutico. El terapeuta ha privilegiado los psicodinamismos y la
estructuración del aparato psíquico, desentendiéndose de lo otro que es anterior, que es la
vigencia o no de esta posibilidad de vínculo. Nosotros tratamos de rescatar esto que es
primordial.

Una pregunta que parecería obvia es si es posible planificar, porque de


planificar a suponer que uno puede gobernar la evolución -que es una de las ilusiones de la
ciencia de nuestro siglo, de la ciencia en general de nuestro siglo y que ha tenido reveses
bastante importantes en las últimas décadas- hay nada más que un paso. Y en ese sentido,
¿qué se entiende por planificar? Habitualmente, para hablar de planificación a veces
se apela a un lenguaje algo castrense, en términos de estrategia, de táctica o logística. En
general, planificar -en Occidente por lo menos- se tiene por establecer objetivos y
medios para llegar a esos fines. Es decir, se supone racionalmente que hay una
secuencia anticipada de pasos para acceder a un estado ya previsto por el que planifica.
En otros lugares del mundo no es tan así. En otros ámbitos se supone que la
planificación debe ser solamente dejar al sujeto en condiciones de que él desarrolle lo
propio. Es decir, hay un plan, pero no hay un plan que tienda o que fuerce hacia algo
predeterminado por aquél que lo ejecuta; sino que el plan consiste en poner en las
mejores condiciones a aquél que tiene en sí una modalidad, un proceso, un destino, una
forma a la cual va a ir dando curso a lo largo de ese proceso. Planteo esto solamente
como interrogante, sin pronunciarme porque personalmente creo que así como en la
clínica uno puede por momentos abogar por lo fenomenológico y por momentos por lo
psicoanalítico, depende de la situación clínica. Por ejemplo, si una persona tiene un riesgo
inminente de suicidio, andar pensando en las determinaciones inconcientes de su conducta
es distraer una oportunidad que a lo mejor después no se vuelve a dar para poder asistirlo.
De la misma manera, creo que en la planificación habrá cuestiones hacia las cuales uno
tiende, situaciones clínicas que merecen el diseño de un objetivo claro y tratar de
alcanzarlo; y otras cuestiones que quedan libradas al patrimonio personal, no
solamente ya del consultante, sino también de lo que el terapeuta en esa relación
pueda desarrollar, y que es difícil de anticipar.
Voy a referirme ahora, en la segunda parte de mi exposición, a algunas de las
implicancias que a mi criterio supone el concebir procesos terapéuticos planificados.
Entendiendo por procesos terapéuticos planificados a la organización de recursos
articulados en sucesión esperable, de acuerdo a una situación clínica determinada.
Supongo que lo que yo voy a enumerar son corolarios esperados de esta petición de
principio de que hay una situación clínica singular y que es organizable, una secuencia de
procedimientos en una sucesión determinada. Suponiendo esto como postulado, es decir,
como axioma, a mi criterio, debe seguirse necesariamente una serie de corolarios
de implicancias, supuesto lo anterior. Es decir, teniendo como premisa que es planiflicable
un proceso terapéutico, desde el punto de vista clínico, teórico y técnico se seguiría lo
que voy a referir.

Esto intenta examinar el alcance de los principios postulados, cosa que en nuestra
disciplina muchas veces no se tiene en cuenta. Dado que es relativamente reciente, tanto
la verificación de lo propuesto como la ampliación de lo establecido, el
demarcamiento de los límites y el examen de los alcances de lo postulado es algo que
muchas veces no se hace, y se da como hallazgo algo que necesariamente se sigue de lo que
se había planeado.

Desde el punto de vista clínico, suponer entonces así concebida una


planificación, implica la observación de fenómenos en más de un ámbito de
manifestación, es decir en el discurso, en el cuerpo, en la mímica, en la organización
familiar, es decir, una semiología múltiple. Implica también la posibilidad de un
pronóstico, de un diagnóstico-pronóstico, porque poder planificar implica una
probabilística lo cual no quiere decir una certeza en el curso del proceso a desarrollar pero
por lo menos la anticipación de una secuencia a develar. Este pronóstico se basa en la
inducción, esto es, tras la observación de casos particulares uno establece una previsión
a través de lo que ya tiene observado en situaciones similares. También implica la
posibilidad de una evaluación clínica, esto es, de objetivos verificables. Aclaro que
evaluar no significa poner un número sino medir en el sentido de comparar, comparar entre
el motivo de consulta y la situación en el momento de ese re-test, o comparar entre el
momento evolutivo esperable y la situación vigente en ese momento. Y por último
entonces, desde el punto de vista clínico incluye necesariamente un diagnóstico
evolutivo o un criterio evolutivo.

Teóricamente, es decir, para el diseño de un objeto teórico que dé cuenta de un


proceso planificado, nosotros tenemos un antecedente en eso que fue el esbozo
incipiente que Freud hace de metapsicología, en "Psicoterapia de la histeria". Él
establece ese esquema que denomina de las catáfilas de cebolla donde da una
secuencia del proceso de desmontamiento del complejo traumático infantil sexual,
como forma de ir reduciendo y atenuando las manifestaciones sintomáticas de la
histeria. Esto es, el objeto teórico para explicar un proceso planificado debe
necesariamente contemplar un escalonamiento, una estratificación, o una secuencia a
develar.

Lo que uno supone inconciente a develar no debe tener las características que
luego tuvo la metapsicología en Freud de libre desplazamiento y condensación, sino que
debe tener las características que tuvo en la época de la terapia de los complejos, esto es,
discreta, no un continuo, no algo homogéneo, sino con ámbitos de prevalencia de las
representaciones y prevalencia de los representantes afectivos que vinculen esas
representaciones. El complejo de Edipo y la angustia de castración dan un marco general a
las operaciones inconcientes en el proceso neurótico, sin modelizar sobre el proceso
terapéutico. Supone también desde el punto de vista teórico un modelo evolutivo del
aparato mental. Sea evolutivo por agregación en el sentido cuantitativo de adquisición
incrementada de diversas funciones, o sea evolutivo desde el punto de vista de un salto
cualitativo como a la manera de los niveles de integración, de niveles evolutivos. También
desde el punto de vista teórico suponer un proceso planificable implica de alguna
manera tener en cuenta el tiempo físico, el tiempo físico como variable aunque no
pueda acotarse, porque planificar es ejercitar una labor durante un lapso, lo cual no quiere
decir que sea previsible ese lapso. Al planificar se establece un correlato implícito o explícito
entre el desarrollo del proceso terapéutico y el tiempo real de tratamiento. Por otro
lado, planificar limita la aplicación de conceptos universales, es decir que implica
adecuar modelos teóricos a una determinada situación. Universalizar es
homogeneizar, si nosotros partimos de que la situación clínica es singular y es primordial,
todos los objetos teóricos quedan subordinados a su posibilidad más adecuada de
aplicación o no. Quiere decir que cada uno se valdrá con la teoría que en cada situación
crea más pertinente o con el aspecto de esa teoría que crea más adecuado. En mi
experiencia, es decir, en la personal y en lo que yo observo en otros colegas, habitualmente
uno opta por la teoría que está vinculada con lo que ha sido su tratamiento personal, las
más de las veces esto ocurre así. En segundo lugar opta por aquello que cree que sabe más,
que cree que de esa manera entiende mejor, y por último por aquella disciplina teórica o
por aquel punto de vista teórico cuya concepción del sujeto y de la persona desde el
punto de vista filosófico e ideológico al que es más afín, a lo que uno tiene por bueno
desde el punto de vista filosófico e ideológico. Planificar implica optar entre más de una
línea teórica o entre más de una teoría. Además, implica postular diversidad de mecanismos
de cambio o, por lo menos, la concurrencia de más de un factor de cambio. Por otro lado,
si se supone que hay una eficacia dirigida, esto es que la gestión o la actividad del
terapeuta obra, jerarquiza los factores externos y, en este sentido, requiere un modelo
intrapsíquico abierto. En alusión a esto creo que todavía está por describirse más
minuciosamente la secuencia del proceso terapéutico que dé cuenta de aquello que en
teoría se llama beneficio secundario, pero que para nada es secundario desde el punto
de vista clínico. Freud denominó beneficio secundario a la organización que la
enfermedad impone al
conjunto de relaciones externas con los objetos, denominando beneficio primario, en
cambio, a la satisfacción de la descarga, es decir, a la tramitación de la descarga. Esto en
teoría, pero en clínica lo que uno observa es que el beneficio secundario
frecuentemente es el hueso más duro de roer en el curso del proceso terapéutico.
Entre hacer conciente lo inconciente y el cambio de la función o una alteración
caracterológica o de la conducta se reclama de un tiempo, en realidad, este tiempo no es
solamente una cuestión elaborativa translaborativa, como habitualmente se dice, sino
que es posibilitar el ejercicio de esa adquisición merced a un cambio en el afuera. Porque
la neurosis se organiza y sustenta afuera, nosotros tenemos una teoría
endopsíquica y sujetocéntrica, la neurosis es relacional y se construye en las
relaciones. Poder resolver el conflicto de forma intrapsíquica no asegura el cambio
psicológico, falta todavía ocupar el ámbito externo que es dar un curso distinto a estas
relaciones. Así, desde el punto de vista clínico, el beneficio secundario requiere con
frecuencia del proceso terapéutico mucho más tratamiento que la resolución del
conflicto en cuanto a su intelección y hallazgo intrapsíquico. Por último, desde el punto de
vista teórico, la planificación exige una conceptualización del objeto y de la relación con éste
y no solamente del sujeto.

En cuanto a las implicancias técnicas, implica diversidad de abordajes,


diversidad de recursos y del empleo de estos recursos, implica, también la atención
dirigida y diversidad de estilos terapéuticos, lo contrario es un clisé técnico para
cualquier situación. Este apriorismo en la técnica lo que hace es experimentar el
modelo técnico. Habitualmente se dice con ligereza que la clínica es el laboratorio de las
prácticas, pero la clínica no es sólo el laboratorio de prueba de las prácticas, se planifica
un tratamiento y secundariamente la experiencia sirve para verificar el proceder
técnico.

Por último, si es que admitimos que la planificación no se efectúa sobre un


objeto inerte, sino que el objeto objeta, que no solamente determina los recursos a
emplear sino que además participa con su colaboración, es decir, si reconocemos la
existencia de acuerdos sobre el proceso terapéutico, esto implica un permanente
examen del vínculo y de sus vicisitudes. Por otro lado, implica conceptualizar la
posibilidad de la relación, es decir, qué indicios hay que nos determinen que esa
relación es posible y además la existencia de evaluación de los acuerdos establecidos.

Mi propósito al presentar esto es que podamos discutirlo y yo supongo que


estas implicancias existen más allá del conocimiento y de la voluntad de aplicación del
terapeuta que planifica una psicoterapia. Esto es, que más allá que uno se disponga o no a
examinar el vínculo, éste está vigente en la relación más allá que uno se disponga o no a
tener una diversidad semiológica ésta se impone si es que uno va a planificar, etc. Como
básicamente yo quería hacer estas referencias, creo poder ampliarlas a lo largo de la
discusión, el propósito de esto además es una contribución a lo que va a ser
posiblemente el tema de las próximas jornadas, que van a tener que ver con algún
tema de planificación seguramente.

COMENTARIOS

Coordinador: Vamos a abrir un poco el diálogo con respecto a estas cuestiones que
ha planteado Pedro, y como hay una serie de cuestiones, yo creo que el diálogo
puede empezar por cualquiera de ellas, es decir, se puede usar como disparador
cualquiera de los asuntos que son varios.

Dr. Menéndez: En realidad, lo que yo he referido tiene dos desarrollos: uno, una
caracterización acerca de nuestra actividad, y otro, una serie de corolarios obligados
y de consecuencias de organizar nuestra actividad en determinada forma, es decir,
planificando una serie de recursos. Algunas cuestiones, tal vez, parecen obvias; tratan de
señalar lo que es nuestro quehacer regular. Por ejemplo, yo he recibido hace un mes atrás
un paciente en consulta, a quien al cabo de la primera entrevista le pareció
notablemente asombroso que le respondiera acerca de qué me parecía a mí lo que le estaba
ocurriendo y qué perspectivas tendría él de corregir algo de lo que había planteado, y siendo
que esta persona es alguien que es un médico psiquiatra, es decir alguien que se dedica a
nuestra misma actividad, yo le pregunté por qué a él le parecía esto tan raro, a una
persona con cierta formación dentro de nuestra especialidad. Existía el antecedente
que él tenía una experiencia anterior de tratamiento donde habitualmente no había
obtenido ningún tipo de respuesta.

Lo que uno observa es que se tiende a concebir la actitud del paciente como
alguien que, luego de la consulta es alguien que sabotea permanentemente la
posibilidad de la relación; esto es que el terapeuta, y por eso es caricaturizado de esa
forma, está muy atado a su lugar, muy cauteloso de ser objeto de alguna distorsión de lo
que está planteando, y muy prevenido a que cualquier mentira del paciente sea una forma
distractiva, aberrante o en todo caso perversa de establecer ese vínculo. A mi criterio esto
obedece a que supone una relación inicialmente hostil del sujeto con su medio. Las
teorías psicológicas con las que nosotros contamos suponen una situación de hostilidad y
de tensión entre el medio ambiente y el sujeto. Recuerden esa diferencia de
potencial a la que aludía Freud en una época, y en general, todos los desarrollos
prevalentemente kleinianos, donde la primera actividad que hace el yo es sacarse de
encima lo malo, y luego vivir perseguido por la retaliación. Más allá de la crítica que uno
pueda hacer desde el punto de vista filosófico a esta concepción del sujeto, desde el
punto de vista clínico esto no da cuenta de la actitud que un sujeto puede tener para el
abordaje terapéutico, de la colaboración, del sostenimiento de la tarea, de la aptitud
evolutiva que tiene todo ser humano en el curso de su vida; inclusive no da cuenta de
los factores de cambio que operan en el curso del proceso terapéutico. A mí esto me
llamó especialmente la atención, porque la persona que
consultaba era alguien de nuestra actividad y además con bastante experiencia, y él se
mostró notablemente asombrado de que yo le respondiera. Después se carga a la
transferencia lo que es un defecto de técnica, es decir, la frustración, la abstinencia,
retornan en la relación terapéutica como hostilidad en el vínculo, y se supone que eso es un
indicio de la regresión y que claro, es que estamos llegando a un nivel un poco más
profundo, y que ahora se ve la verdadera cara o la verdadera esencia del conflicto.

En un ámbito de deprivación y de abstinencia habitualmente todo sujeto, aun


equilibrado, reacciona de esa forma. Es decir, hay una privación acerca del sabotaje o de la
resistencia que al proceso terapéutico pueda hacer el paciente, y no en cambio una dosis
de confianza. Lo que yo he observado, es que lo que los teóricos del psicoanálisis,
los psicoanalistas en general suponen de la relación del yo con la realidad, es lo que
luego van a suponer de la relación del paciente con el terapeuta. Entonces, las disciplinas
teóricas que suponen que inicialmente hay un contacto hostil del yo con la realidad, que
el yo permanentemente se tiene que defender de los embates que retornan en
forma retaliativa, producto de una primera agresión u hostilidad en forma proyectiva
hacia la realidad, hacia el objeto, los psicoanalistas que conciben eso, van a concebir
luego la relación con el paciente con esa prevención, como si ellos pudieran ser objeto
de este tipo de ataque. Esto es universal a punto tal que también se confirma con aquellos
analistas que en cambio conciben una buena relación, inicialmente del yo con la
realidad. Los analistas del llamado "grupo intermedio", como Winnicott o Fairbairn,
que suponen una relación inicial de confianza del yo con el objeto, suponen también en
el curso del proceso terapéutico la prevalencia de esa relación con el terapeuta.

Otra cuestión que también se observa es como lo que una teoría dentro del
psicoanálisis postula en términos del desarrollo del aparato mental, lo traslada luego al
desarrollo del proceso terapéutico. Aquéllos que suponen que hay un aparato mental
funcionando al nacer, suponen que existe la posibilidad de interpretar y de intervenir
desde el inicio del proceso terapéutico. Aquéllos, en cambio, que suponen que se
requiere un ámbito y un tiempo de organización de este aparato mental para luego
establecer relaciones objetales, esperan un tiempo de desarrollo de la transferencia y de
recolección de la transferencia, de instauración de la neurosis de transferencia, y luego
suponen apto al paciente para el inicio del proceso terapéutico en forma
interpretativa regularmente. Ejemplo clásico de esto son los kleinianos que suponen un yo
funcionando al nacer con capacidad de fantasía y con discriminación con el objeto, sin
una etapa narcisística previa y que interpretan desde el inicio del proceso terapéutico; en
cambio, los analistas más ligados a la corriente freudiana ortodoxa, Anna Freud,
suponen una etapa de recolección de la transferencia correlativa con esta etapa de
organización narcisista y después la posibilidad de instauración de un vínculo.

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