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Alejandra Ciriza Perspectivas Feministas PDF

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1

Perspectivas feministas desde América latina: habitar/ migrar/ tomar la


palabra desde el sur

Por Alejandra Ciriza


Unidad Sociedad, Política y Género
INCIHUSA- CONICET
Mendoza, Argentina

Este trabajo busca establecer algunos de los puntos de acuerdo y tensión


entre los feminismos desde una perspectiva que considera decisivo el carácter
encarnado y situado de la mirada, e incluye las marcas que el cuerpo, la clase y la
ubicación geográfica y cultural imprimen sobre la teoría y las prácticas feministas.

Escribo este texto pensando en mujeres feministas significativas para mí,


unidas por el delgado hilo de nuestras genealogías: Mary Wollstonecraft, Simone
de Beauvoir, Carla Lonzi, las feministas anarquistas que a principios de siglo
editaban en mi país La voz de la mujer, pienso en Mirta Henault y en Martha
Rosenberg, tan próxima a mí, pienso en lo que nos liga y lo que nos separa:
lengua, época, contexto, posiciones ideológico-políticas1. Y sin embargo nos une
un combate universal contra la opresión que padecen miles de mujeres alrededor
del mundo, consideradas como inferiores sólo en razón de la diferencia entre los
sexos. Pienso en los gestos realizados por muchas feministas antes que yo, en lo
decisivo que ha sido y es para devenir feminista la atención hacia la propia
experiencia: el situarse en la propia piel para poner palabra desde el registro
anclado al cuerpo, marcado por el sexo, la sexualidad, la raza, pero también el
saber que tal experiencia se realiza en el terreno histórico de la lucha de clases,
de la propia cultura, de la lengua llamada materna2.

1
No considero necesario hacer referencia a las europeas, pero sí a las argentinas. La voz
de la mujer fue un periódico anarquista escrito y publicado por obreras a fines del siglo
XIX en una Argentina convulsionada y cosmopolita. Como señala María del Carmen Feijóo,
su editora en 1997, el diario había desaparecido completamente de los repositorios
nacionales ya a comienzos del siglo XX. Las referencias que pueden hallarse son escasas:
en 1927 Max Nettlau lo menciona en su “Contribución a la bibliografía anarquista de
América latina hasta 1914” y en 1978 Iaakov Oved hace referencia al periódico en el
anexo de su libro El movimiento anarquista en la Argentina (Cfr. Feijóo, 2004: 9-11). Mirta
Henault fue la editora de Nueva Mujer, una editorial feminista que en los años 70 publicó
una compilación de textos emblemáticos para lo que podríamos llamar la segunda ola del
feminismo en mi país. En Las mujeres dicen basta Henault escribió “La mujer y los
cambios sociales”, un inteligente balance sobre las relaciones entre marxismo y feminismo
que incluye además un señalamiento de los lugares ganados y perdidos por las mujeres en
procesos revolucionarios en la Unión Soviética, China y Cuba (Henault, s/ f: 13-38).
Finalmente Martha Rosenberg: psicoanalista y feminista, Rosenberg es una activa
militante por los derechos de las mujeres. No sólo ha realizado una tarea propia de
escritura y reflexión, sino que es una activa traductora y editora de textos feministas. Vale
la pena destacar especialmente su tarea editorial y de traducción en dos revistas que
sostuvieron espacios de reflexión feminista: El Cielo por asalto, publicada en Buenos Aires
entre 1991 y 1994 y El Rodaballo, publicada entre 1994 y 2006.
2
La cuestión de la lengua materna ha dado lugar a una multiplicidad de debates. Me
limitaré a rescatar, realizando una síntesis propia, algunas puntuaciones vinculadas a la
línea de análisis sostenida por Luce Irigaray y Luisa Muraro, aún cuando me halle alejada
de algunos de sus supuestos (Irigaray, 1992; Muraro, 2000). Desde mi punto de vista se
trata de hacer visible que hacer referencia a la lengua materna no es, como supone
2

Me pregunto por la cuestión de la toma de palabra y la traducción para las


mujeres desde el sur, teniendo en cuenta, como señala Agamben que “el ser
humano es el parlante viviente que tiene un lenguaje, pero puede no tener
lengua, puede no hablar” (Agamben, 2002: 135 s.) tal como ha sucedido durante
siglos con las mujeres de la mayor parte de las culturas, como si el ser una mujer
hubiera puesto y aún pusiera en particular evidencia la discontinuidad entre tener
lenguaje y la posibilidad de hablar, como si existiera alguna clase de difícil relación
entre el cuerpo sexuado de mujer y la palabra cuando su uso se relaciona con el
espacio público.

Creo por ello necesario dar cuenta de la dificultad referida a la cuestión de la


palabra, y las traducciones a sabiendas del hiato entre cuerpo y palabra desde un
punto de vista situado, en una lengua considerada no filosófica como es el caso
del español rioplatense, a la luz de una doble perspectiva: la de mi propia
experiencia, pero también la de las condiciones históricas y sociales no elegidas en
las cuales esa experiencia ha sido posible para mí y para muchas de nosotras a
partir del retorno de la democracia en Argentina a mediados de los años 80, del
ascenso de una agenda feminista internacional que incluía como asunto prioritario
la cuestión de la ciudadanía de las mujeres en el marco de un proceso de veloz
institucionalización y oenegización del feminismo y de avance arrasador del
capitalismo globalizado, cuyos efectos sobre América latina han sido el aumento
de las desigualdades hasta un punto tal que ésta ha devenido la región más
desigual del planeta3.

Braidotti, síntoma de nostalgia alguna por el retorno hacia los orígenes, ni trae aparejada
ninguna exacerbación de regionalismo, ni nacionalismo alguno (Cfr. Braidotti, 1995:14).
Con la idea de lengua materna retomo la referencia que hace Muraro a la primera lengua,
“aquella con la que hemos aprendido a hablar” (Muraro, 2000). “La que aprendemos sin
haber aprendido ninguna regla…”sólo porque quienes nos rodean la hablan (Muraro,
2000). El hecho de que tanto Muraro como Irigaray hayan hecho referencia a esta lengua
como lengua materna se liga no sólo a que habitualmente son mujeres las que cuidan a
niños y niñas durante el primer tiempo de vida, sino también a que se trata de la lengua
hablada en el espacio privado – doméstico, aquella que luego es preciso refinar y
homogeneizar con el ingreso a la educación y los espacios públicos. Desde luego también
me interesan de las reflexiones de Irigaray y Muraro la idea de que las lenguas no son
meros nombres, sino formas complejas de ordenamiento del mundo que sitúan de
diversos modos a los sujetos. Irigaray señala que el lugar de las mujeres ha sido y es
precario pues las operaciones de neutralización (el uso de hombre como equivalente a
mujeres y varones, o de masculinos plurales aún cuando se incluya a varones y mujeres)
sólo ha servido para privilegiar genealogías y códigos lógicos masculinos que sitúan el
sexo (y las mujeres, identificadas con él) en las proximidades de la animalidad (Irigaray,
1992).
3
Un informe del Banco Mundial publicado en 2003 señala que: “La desigualdad ha crecido
en la mayor parte de las economías sudamericanas durante la última década… Argentina
experimentó de lejos el mayor saldo (7.7 puntos según del índice de Gini entre 1992 y
2001). Venezuela la siguió con un crecimiento cercano a los 4 puntos Gini. La distribución
del ingreso ha devenido también más desigual en Bolivia, Chile, Ecuador, Perú, Uruguay y
probablemente Paraguay… Colombia no ha experimentado cambios significativos respecto
de la desigualdad en los años 90. Brasil es la única economía sudamericana en la cual ha
habido una clara reducción de la desigualdad, sin embargo ese cambio es suficientemente
pequeño como para no cambiar la posición de Brasil como el más desigual de todos
aquellos países respecto de los cuales hay información disponible para los años 90.
(Ferranti y otros, 2003, CII: 9, 27) De acuerdo con la información recabada por los
investigadores del Banco Mundial (una fuente poco sospechosa de parcialidad en favor de
3

Feminismos en América Latina en el siglo XXI. Una perspectiva


situada.

Los feminismos son y han sido históricamente posiciones teóricas y políticas


internacionales, de manera que el carácter internacional del feminismo
contemporáneo no es una novedad.

Sin embargo la globalización está preñada de interrogantes. Ligada a nuevas


formas de dominio imperialista, plantea desafíos nacidos de este momento
histórico. Si por una parte el feminismo ha devenido con más fuerza que nunca
mundial, las relaciones asimétricas entre el norte y el sur se han profundizado en
un doble sentido: las mujeres encarnadas traspasan fronteras de sur a norte,
desde América Latina hacia Estados Unidos e incluso Canadá, desde América
Latina hacia la Unión Europea; desde Asia, África hacia la Unión Europea, desde el
este hacia la Europa occidental4. Al mismo tiempo las agendas internacionales, las
convenciones y tratados, los procesos de institucionalización, las teorías
feministas también parecen transitar en una vía de sentido único, desde el norte
hacia el sur. Quienes elaboran teorías y Convenciones, quienes viajan y debaten
en los foros internacionales son las mujeres o llamadas mujeres que trasponen
fronteras en condiciones determinadas por la clase a la que pertenecen:
feministas académicas, “sujetos nómades”, como quiere Braidotti, no migrantes;
funcionarias internacionales “sensibles al género”, feministas institucionales,
feministas educadas, en una lengua privilegiada, el inglés.

En mi entender, sin embargo, es preciso puntuar el uso de la noción de


“sujetos nómades”, establecer precisiones que permitan delimitar la experiencia
del nomadismo de la de la migración. Rosi Braidotti, teórica ítalo-australiana
residente en Bélgica recurre a la noción de nomadismo, acuñada por el filósofo
francés Gilles Deleuze, para poner de manifiesto su crítica a toda forma de
esencialismo, a la vez que para caracterizar su propia experiencia de circulación
entre países y lenguas. El devenir nómade es, desde el punto de vista de
Braidotti, una elección, es decir “…devenir… un sujeto en tránsito…” (Braidotti,
1995: 14). De allí que el post-estructuralismo se presente como la representación
conceptual “que se adhiere perfectamente a su propia experiencia y al modo como
vive su propia forma de ser” (Braidotti, 1995: 14). Poliglotismo y nomadismo son
las marcas de su experiencia. Sin embargo, si esto es posible para una/un filósofo

los sectores subalternos) el decil más rico de la población de América Latina y el Caribe se
queda con el 48% del ingreso total, mientras que el decil más pobre sólo recibe el 1,6%.
El informe señala además la relación entre los índices de pobreza en América latina,
calculados según el índice de Gini: 44.0 puntos, “lejos de los asiáticos (36.6) y de los de
Europa del Este y apenas por encima de los de Africa (43.3) (Ferranti y otros, 2003, CII:
27). Nota: en todos los casos en que los textos son citados en otras lenguas la traducción
es mía.
4
La economista feminista Saskia Sassen ha señalado en al menos dos de sus trabajos que
las mujeres se hallan cada vez más presentes en los circuitos transfronterizos. Para
Sassen estos circuitos, profundamente imbricados con las dinámicas de la globalización,
generan beneficios a costa de quienes se hallan en condiciones desventajosas: en la
mayor parte de los casos mujeres migrantes (indocumentadas o no) en procura de
trabajo. Ellas forman parte de las personas destinadas al mercado del sexo y a varios tipos
de trabajo en el mercado formal e informal. Esos procesos migratorios son, señala Sassen,
el efecto de los programas de ajuste estructural en los países del otrora tercer mundo, y
de las transformaciones provocadas por la caída del socialismo real en los países de
Europa oriental (Sassen, 2002: 11-35).
4

post-estructuralista, no lo es para sujetos migrantes que transitan fronteras


hostiles en condiciones no elegidas. Los y las miles de migrantes que transitan de
sur a norte no lo hacen en condición de políglotas, sino de hablantes de lenguas
consideradas en los países de destino como meros dialectos, o variante dialectales
de alguna lengua europea, que desde luego se habla “correctamente” en la
“madre patria”. Braidotti olvida que la marca de la corporalidad puede ser
considerada como irrelevante precisamente cuando sobre ella no se asientan los
estigmas de la discriminación y la subordinación clasista, racial y sexual, esos que
condenan a muchas mujeres a la prostitución mientras otras (yo misma incluida,
aún cuando sea latinoamericana, hispanohablante de la variedad rioplatense del
castellano y criolla) pueden concurrir a la universidad a escuchar clases de
filosofía.

Migraciones, traspasos de fronteras, traducciones parecen a primera vista


asuntos diversos. Sin embargo se hallan articuladas en un doble sentido: por una
parte la llegada de las otras, las mujeres del sur, las migrantes, no las
intelectuales nomadizadas, hablantes de lenguas, sino las que una vez en Europa
o Estados Unidos lavan, planchan, cocina, cuidan para otras acunando hijos e
hijas ajenas en lenguas extrañas, debiera plantear interrogantes a las feministas
académicas del primer mundo (y también a nosotras, académicas del sur); por la
otra las teorías transitan de norte a sur y sólo muy excepcionalmente de sur a
norte. Aún así en ese tráfico las teorías y las agendas se transforman, se
trasladan, se traducen en una serie de operaciones que no son un mero asunto de
palabras. Si de una parte no se trata sólo de cuerpos mudos, del otro no es una
simple operación de traspaso de un idioma a otro.

¿En qué sentido es el carácter internacional del feminismo una


novedad?

Ya a comienzos del siglo XX los feminismos latinoamericanos estuvieron


ligados a movimientos internacionales e incluso internacionalistas de diverso signo
político, vinculados indudablemente a las intensas corrientes migratorias que, en
el caso argentino le cambiaron el rostro al país. También entonces la clase
marcaba diferencialmente las experiencias de las mujeres. Mientras socialistas y
anarquistas compartían una serie de preocupaciones ligadas a la organización
sindical y la regulación del trabajo y tendían redes de solidaridad a ambos lados
del océano Atlántico, las mujeres educadas de las clases dominantes procuraban
también tejer redes que cruzaran allende las fronteras. Mientras unas, las mujeres
feministas y educadas de los sectores dominantes estaban movilizadas por la idea
de lograr un reparto del poder político menos sexista y presionaban por el derecho
al voto y la intervención en el espacio público en calidad de representantes
políticas (cabe recordar que ya en 1899 Cecilia Grierson había participado en el
Congreso Internacional de Mujeres, inspirado en las ideas de ciencia, educación y
progreso); las otras, las mujeres de sectores populares, entre ellas las
anarquistas, actuaban en nuestros países publicando periódicos en los que
agitaban contra “…la codicia del patrón que os explota, las acechanzas del cura
que os llena la cabeza de supersticiones, la autoridad del marido que os
maltrata...” (Moulineux, 2003). En 1895 los escritos de Ana María Mozzoni eran
publicados en Buenos Aires bajo la forma de folletos de propaganda entre las
anarquistas, un movimiento feminista del que participaban italianas, españolas y
criollas (Vassallo, 2000; 177-197; Moulineux, 2003: 25-60).
5

Traer a la memoria a las anarquistas supone recuperar una parte de nuestra


propia genealogía como feministas latinoamericanas, a la vez que hacer visible
que los feminismos vienen migrando y traduciéndose desde hace mucho tiempo.
Existe, desde el siglo XV, un intenso tráfico de ideas y sujetos entre Europa y la
América española, un tráfico que ha incluido sujetos y lenguas, pero también la
construcción de relaciones de subordinación inicialmente materializadas a través
de la explotación colonial del continente americano y de la desposesión
sistemática de sus habitantes. Si las cosas cambiaron en algún punto para
sectores minoritarios a partir de las guerras de emancipación americanas, la
inflexión marcada por los inicios del siglo XX es significativa para los sectores
populares a ambos lados del Atlántico. Por entonces el periódico anárquico La voz
de la mujer, publicado en Buenos Aires entre enero de 1896 y el mismo mes de
1897, contenía artículos en castellano e italiano; la intelectual chilena Martina
Barros traducía a Stuart Mill; Belén de Sárraga, nacida en Puerto Rico y recibida
de médica en Barcelona, recorría la América toda dictando conferencias sobre
librepensamiento, feminismo y anarquía (Gumucio Rivas, 2004: 23-57)5.

De manera que no hay novedad en los tráficos de seres humanos y de ideas,


en la frecuencia de las traducciones, de los cruces de fronteras por parte de
diversas versiones de los feminismos, por parte de muchas mujeres que
transitaron en distintas direcciones norte/sur, este/oeste. Sin embargo algo ha
cambiado entre los inicios del siglo XX y el comienzo del XXI. Si el capitalismo ha
sido siempre internacional y ha colocado a proletarios y proletarias en un terreno
internacional de batalla como condición no elegida, si el patriarcado atraviesa
fronteras y culturas, el capitalismo de fin de siglo ha cambiado profundamente.

Tal vez sea necesario tener en cuenta un doble registro para precisar la
singular articulación entre feminismo y capitalismo propia de esta coyuntura
histórica. David Harvey señala que el imperialismo de comienzos del siglo XXI se
caracteriza por la “acumulación por desposesión” en perjuicio de los países del
otrora tercer mundo cuyos recursos naturales son saqueados. No sólo se trata de
arrebatar los derechos que los sujetos tienen de disponer de sus propios recursos:
el petróleo, el agua, el gas, a través de intervenciones imperialistas de diverso
tenor y grado de violencia, que van desde la extorsión económica a la invasión
territorial, sino de la implementación de una serie de mecanismos institucionales a
través de los cuales se ha producido una desregulación de derechos ciudadanos a
favor del mercado, como ocurrió en Argentina a partir de los años 90 con los
fondos de pensiones, la seguridad en el trabajo, la salud, la educación (Harvey,
2003). A la vez que se producía un proceso de desposesión y privatización de la
administración de lo que otrora era asunto público un clima de ampliación de
derechos ciudadanos para las mujeres y de sensibilidad hacia las diferencias
parecía ofrecerles a éstas, y particularmente a las feministas, nuevas
oportunidades emancipatorias. Una vez más el ejemplo argentino me parece
ilustrativo: a partir de la restauración democrática se producía la suscripción de
tratados internacionales como la CEDAW, y se creaban organismos mujer en el

5
La agitación promovida por La Voz de la Mujer no sólo está vinculada a la defensa de los
derechos de las trabajadoras, sino a la reflexión sobre la sexualidad, la religión y el
matrimonio burgués, la infidelidad, el amor libre y las nuevas formas de relación entre los
sexos. En uno de los avisos señalan “La voz de la mujer dará respuesta a todo trabajo que
se le envíe en Español o Italiano. Siempre que sean útiles para la propaganda del
Comunismo- Anárquico que tal es nuestro ideal, lo publicaremos, de lo contrario diremos
la causa” (La voz de la mujer, Año 1 Nº 1, 8 de enero de 1896: 53).
6

aparato del Estado. Ello no sólo produjo políticas públicas con perspectiva de
género, sino un cambio en las estrategias y formas organizativas de los
feminismos: se multiplicaron los proyectos y programas, los afanes de
especialización y los espacios en la academia, además de las expertas entrenadas
para la elaboración de informes y contrainformes relativos al cumplimiento de los
compromisos internacionales contraídos.

Historiadoras y teóricas del feminismo han señalado los momentos en los


cuales ha habido objetivos universalmente compartidos: el derecho a la
educación, fue el leit motiv que acompañó las revoluciones burguesas y las
guerras de emancipación americanas; los combates por el derecho al sufragio,
iniciados a finales del siglo XIX, ocuparon a las feministas hasta mediados del siglo
pasado. La expansión de la consigna célebre “lo personal es político” en los años
60 -70 es un hito decisivo. Bajo la iluminación de esta idea las europeas
occidentales y las estadounidenses conquistaron el derecho a decidir sobre el
propio cuerpo, y el feminismo se asentó con un perfil específico presentándose
como una nueva manera de mirar el mundo, sus fronteras y relaciones habituales.
Por fin, desde la década de la mujer esto que provisoriamente llamaré la “agenda”
de los feminismos, está marcada por la cuestión de la ciudadanía y la cuestión de
los derechos siguiendo los grandes lineamientos trazados en la CEDAW.

A grandes rasgos se puede decir que los feminismos son y han sido
proyectos teóricos y políticos universalistas, en cuanto ligados a una utopía
emancipatoria que ha procurado interpelar a la mitad de la humanidad apelando a
la construcción de una hermandad universal entre las mujeres sobre la base de la
instalación de la cuestión de las consecuencias políticas y sociales de las
diferencias entre los cuerpos sexuados de la humanidad como un asunto de
debate teórico y de lucha política. Sin embargo una mirada más cuidadosa
permite advertir que los procesos históricos no son ni han sido homogéneos y
menos aún simultáneos, que nuestros tiempos históricos a menudo no coinciden
con los de los países del norte.

En Argentina en los años 70, por ejemplo, no es sencillo hallar feministas a la


usanza europea o norteamericana ¿Significa eso que las ideas feministas en
América Latina son reflejo de vida ajena, producto de la importación de teorías?
Sucede que a menudo nuestros dilemas, los de quienes habitamos y migramos
desde el sur del Río Bravo, son otros, o al menos se articulan de manera
diferente, imbricados con las determinaciones sociales e históricas, con las formas
que adopte la lucha de clases y la dominación imperialista. Sin embargo a menudo
se piensa como si la dificultad estuviera en la relación con algún modelo del cual
los feminismos en América Latina no son sino una mala copia.

La inveterada costumbre de mirar el mundo desde el norte, ha producido la


idea, generalizada entre muchas feministas, de que “Las mujeres blancas de
clases privilegiadas son algo así como las “propietarias del movimiento”, mientras
las “mujeres blancas de la clase trabajadora, las mujeres blancas pobres, y todas
las mujeres de color son meramente sus seguidoras” (hooks, 2000: 44). Y
continúa bell hooks: “Relaciones parasitarias de clase han arrojado sombras sobre
los asuntos de raza, nacionalidad, y género en el neocolonialismo contemporáneo.
Y el feminismo no ha permanecido al margen de esa dinámica” (hooks, 2000: 44).
El señalamiento de bell hooks permite iluminar algunas de las dificultades que
enfrentamos hoy las feministas.
7

Los años marcados por el decenio de la mujer y por las cuatro conferencias
mundiales sobre mujer paz y desarrollo que jalonaron el siglo XX han dejado
según se dice, la herencia de una agenda global, compartida urbe et orbis, una
serie de convenciones y escenarios internacionales que han generado, se supone,
un feminismo más internacional que nunca, un feminismo de sujetos nómades.

Sin embargo sostendré que el escenario es menos alentador de lo que podría


creerse, pues las feministas no sólo somos diferentes, sino desiguales. Como ha
señalado bell hooks, muchas feministas educadas, blancas y occidentales tienen
dificultad para advertir sus puntos de complicidad con el imperialismo y el
colonialismo, su propio lugar en el sostenimiento del capitalismo patriarcal, racista
y neocolonial. Por añadidura los escenarios internacionales no son neutrales, no
sólo en lo referido al peso excesivo de los intereses del gendarme del norte en las
decisiones de organismos como la ONU, sino también porque, como ha señalado
Jules Falquet, la ONU ha ido realizando un lento y seguro trabajo de imposición de
su agenda a través de una operación de desviación, en su provecho, de la
legitimidad del movimiento de mujeres y feminista (Falquet, 2004).

Pensar una agenda universal. Notas sobre tráficos, traslados,


traducciones desde una mirada periférica

Las líneas de tensión entre lo universal y lo singular, entre lo universal y lo


específico se hacen hoy particularmente agudas. ¿De qué clase de universalismo/
universalidad se trata cuando se habita y se teoriza desde el sur? Los
universalismos, se sabe, han portado y portan marcas etnocéntricas, y como lo ha
señalado Chandra Talpade Mohanty, han estado improntados por perspectivas
colonialistas. El colonialismo, dice esta autora “…implica invariablemente una
relación de dominación estructural y de supresión -a menudo violenta- de la
heterogeneidad de los sujetos en cuestión” (Mohanty, 1991: 52).

Si el mundo ha devenido global, y sensible a las diferencias, los efectos sobre


las vidas de los sujetos (en el caso que nos ocupa, de las mujeres y las llamadas
mujeres) son profundamente, tal vez más que nunca, desiguales. Mientras tanto
las teorías y conceptualizaciones continúan el rumbo que han seguido durante
siglos asegurando la primacía del punto de vista llamado occidental. Una vez más
Mohanty señala que “bajo los ojos occidentales”, las mujeres del tercer mundo
devenimos “constreñidas por nuestra sexualidad, pobres, ineducadas, vinculadas a
la tradición, domésticas, orientadas hacia la familia, victimizadas, etc.” (Mohanty,
1991: 56) En todo caso siempre inapropiadas.

Si el carácter internacional que históricamente ha tenido el feminismo y


nuestras propias prácticas migratorias y traductoras a lo largo del siglo XX
posibilitan el trazado de genealogías allende las fronteras, como contrapartida
acentúan la dificultad para advertir la relevancia del lugar como marca que incide
(no sólo desde el punto de vista axiológico, sino praxeológico, y epistémico) sobre
los conceptos y categorías de una teoría (Todorov, 1993). Un asunto sobre el cual
tanto las unas como las otras debemos prestar atención y cuidado, si
verdaderamente creemos que es posible (o al menos deseable) generar entre
nosotras solidaridades y relaciones fraternales capaces de cruzar las fronteras
nacionales y continentales.
8

El derrumbe del muro de Berlín en 1989 implicó una redefinición de fronteras


que afectó al mundo entero dando lugar a una reorganización del espacio mundial.
Los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI han implicado una situación
que la filósofa yugoeslava Rada Ivekovic considera excepcional en lo referido a la
cuestión de las migraciones, los traslados poblacionales, las traducciones, las
redefiniciones de fronteras (Ivekovic, 2005).

Por decirlo de alguna manera: si tránsito de mujeres y traducción han sido


situaciones frecuentes en la historia de los feminismos, hoy se hace urgente tener
en cuenta las prácticas de traducción /traslado, pues globalización capitalista,
escenarios internacionales y agendas compartidas dan lugar al uso de nociones,
tales como la de género, derechos ciudadanos para mujeres, derechos sexuales y
reproductivos, diversidad sexual, que son traficadas silenciosamente, traducidas
con algún grado de inocencia, como se traducen las convenciones y se redactan
los informes para los organismos internacionales. Como si se tratara simplemente
un asunto de palabras, de un plano meramente discursivo, y no de procesos
históricos complejos que implican relaciones de dominación que es preciso
considerar. Es por ello que las agendas feministas internacionales rara vez
contemplan, como supo verlo hooks, la idea de que nosotras, las mujeres del sur
del Río Bravo, seamos otra cosa que simples seguidoras, alumnas, discípulas
mejores o peores, pero difícilmente pares, iguales con las cuales entablar un
debate y sostener un conflicto y no simplemente imponer lo que es
“feministamente correcto”. La cuestión de la traducción está imbricada en la del
tránsito de las mujeres, es por ello algo más que un asunto de discurso, es una
práctica cultural y política que implica no sólo diferencias lingüísticas sino
desigualdades materiales y de poder asentadas durante siglos de dominación
imperialista, capitalista y patriarcal que aún pesan como una pesadilla sobre el
cerebro de las vivas, y son las bases sobre las cuales se construye el conocimiento
(Said, 1996:56). La relación con esos otros y otras no sólo se vincula a las
incesantes intervenciones militares, Europeas o norteamericanas sobre otros
países, sino a la reducción del mundo no europeo a una región subsidiaria que
resulta fácil invadir, pacificar, sobre la cual se puede decidir respecto de las
prioridades económicas y políticas, y sobre la que se imponen relaciones de
dominio y desigualdad (Said, 1996).

Desde la perspectiva asumida por Ivekovic traducción y tránsito, traslación y


traducción se hallan vinculados pues la traducción es un intercambio entre
diferentes (y desiguales) formas de vivir. Es por esto que si bien la traducción
hace lugar a la reciprocidad a menudo se la considera como un tránsito en una
sola dirección: desde el occidente blanco, masculino, europeo y burgués hacia la
periferia otrora tercermundista, poblada de sujetos (varones, mujeres, llamadas
mujeres, sujetos trans) bárbaros, ingobernables, incivilizados sujetos en algún
punto aún primitivos.

Si la traducción, como la mayor parte de las operaciones que realizamos en


el orden del lenguaje se halla vinculada a la materialidad de las condiciones de
existencia, y a las prácticas de intercambio entre culturas, retrazado de fronteras
y construcción de nuevas relaciones de dominación, las feministas
latinoamericanas tendremos que ser cuidadosas pues, bajo las actuales
condiciones la situación de tránsito hacia el sur de las teorías no es sino la
contracara de una situación inequitativa en la que no sólo están implicadas la
redefinición de las relaciones entre los géneros, sino el repetido empeño de los
9

países del norte por imponer, aún a sangre y fuego, el nuevo orden imperialista,
que incluye la apropiación de nuestros recursos naturales y la privatización de
nuestros derechos, el desconocimiento de nuestra historia y la renegación de
nuestra presencia con igual derecho en este mundo.

Si es posible y necesaria una agenda universal, las feministas blancas del


norte deberán revisar los supuestos propios, aquellos que las pretenden inocentes
de las relaciones de expansión imperialista, aquellos que les conceden el privilegio
de ser autoras de conceptos traducidos en una sola dirección. La renegación de la
presencia de las otras, ya sea teórica o política, es claramente visible no sólo en la
dificultad que las feministas del norte tienen para pensar en las otras que hoy
pueblan su propio territorio, sino en la pretendida inocencia con la que repiten en
nuestros escenarios discursos cuya pertinencia es dudosa, como lo hiciera Nancy
Fraser en el cierre del Congreso sobre Estudios de Género en Córdoba, Argentina,
en octubre de 20066. Entre las observaciones que puedo formular al discurso de
Fraser es que, sin inmutarse, parece suponer que:

Durante muchos años, las feministas de todo el mundo tuvieron a los


EstadosUnidos como el referente más avanzado de la teoría y de la
práctica. Actualmente, sin embargo, el feminismo estadounidense se
encuentra en un impasse, bloqueado por el clima político hostil, posterior al
once de septiembre. Ante la duda de cómo plantear la justicia de género en
las condiciones actuales, les estamos devolviendo el favor al buscar
inspiración y guía en las feministas de otras partes. Hoy, en consecuencia,
la punta de lanza de las luchas de género se ha trasladado desde los
EEUU a espacios transnacionales, como “Europa”, donde las
posibilidades de operatividad son mayores. El resultado es un mayor
desplazamiento en la geografía de las acciones feministas (Fraser,
2006). Los destacados son míos y no merecen comentario.

Si es posible y necesaria una agenda universal para los feminismos


deberemos revisar la pretendida inocencia renegadora de nuestras propias
operaciones de intercambio, las supresiones que se realizan cuando, en el terreno
de la moda, importamos la letra muerta para repetirla sin variación, inadvirtiendo
nuestra propia historia, nuestras tradiciones políticas, las nuestras de mujeres del
sur, las singularidades de nuestros recorridos, la especificidad de nuestras
genealogías, que desde luego incluyen a Wollstonecraft, de Beauvoir y a Rich,

6
Fraser cerró uno de las reuniones científicas más importantes de Argentina, las VIII
Jornadas Nacionales de Historia de las Mujeres y III Congreso Iberoamericano de Estudios
de Género, que agrupan a estudiosas feministas y especialistas en estudios de género. La
reunión se realizó en Villa Giardino, Córdoba, entre el 25 y el 28 de octubre de 2006. No
sólo su discurso fue pronunciado en inglés ante una audiencia compuesta en casi un 100%
por hispanohablantes, sino que la conferencia, titulada, “Cartografías de la imaginación
feminista: De la redistribución al reconocimiento, a la representación”, había sido ya
pronunciada en la Universidad de Cambridge, Inglaterra, en marzo de 2004, y luego
modificado y enviada a la conferencia sobre “Género en movimiento”, en la Universidad de
Basel, en marzo de 2005. Seguramente no hay en ello nada de extraño, pero tal vez
Fraser debió haberse siquiera preguntado por el escenario donde esta vez, dos años
después de haber preparado la conferencia en cuestión, pronunciaba su bienintencionado
discurso sin siquiera considerar que lo hacía ante una enorme mayoría de sudamericanas.
Probablemente muchas de quienes escuchaban tampoco se interrogaban por su ubicación
en ese “¿diálogo?”.
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pero también a Manso y a Gorriti, a Engels por cierto, pero también a las mujeres
anarquistas de La voz de la mujer.

Si es verdad que una larga tradición de traducciones, tránsitos, traslados es


la marca distintiva de los feminismos desde el siglo XIX, lo cierto es que la
operación de traducción es mucho más que un simple traslado de una lengua a
otra, es una operación marcada por los cuerpos, las relaciones políticas entre
sujetos y sujetas situados, determinados y determinadas por la clase, la raza, la
cultura, la lengua y la posición geográfica, que es también un tema de ubicación
política.

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