Historia de Las Sociedades Comerciales
Historia de Las Sociedades Comerciales
Historia de Las Sociedades Comerciales
El recurso técnico de las formas asociativas con una finalidad comercial, surgió como una
manera de satisfacción a las necesidades de diferentes comunidades, en cuanto a la facilitación
y expansión del tráfico comercial. Es decir, la organización jurídica de la sociedad comercial fue
precedida por una realidad en donde la reunión de esfuerzos permitía un mejor logro de
determinadas finalidades.
2.- Grecia.
En Roma, la actividad privada tuvo una amplia libertad, lo que permitió un importante
desarrollo del comercio. Ello posibilitó el bienestar de los ciudadanos romanos, más allá de las
cruentas luchas por las que atravesaron. Las formas asociativas que existieron en Roma eran
tomadas como meros contratos asociativos, donde no existía un patrimonio diferenciado al de
cada uno de los asociados, el capital afectado no constituía una garantía preferente para los
acreedores sociales. Además, no constituían un sujeto de derecho distinto a los integrantes, por
lo que no gozaban de personalidad jurídica. Eran sociedades estrictamente personalistas, la
muerte de alguno de sus integrantes determinaba necesariamente la disolución del negocio.
Los beneficios y las pérdidas eran estipulados; no existiendo, en principio, la responsabilidad
solidaria, ya que cada socio respondía por su parte.
Por su parte, aquellos que se dedicaban a realizar préstamos cobrando intereses, realizaban su
actividad uniéndose en otra forma asociativa denominada sociedad de argentarii. Estas
sociedades tuvieron una importancia relevante en el desarrollo de la actividad económica de
Roma, estableciendo el derecho romano ciertas normas específicas sobre la materia. Estas
sociedades de argentarii carecían de personalidad jurídica; los socios poseían una
responsabilidad solidaria, constituyendo ello un precedente de lo que sería la sociedad
colectiva.
Durante el Imperio (siglo II), se produjo un auge en el desarrollo de la actividad mercantil, que
propició la organización de asociaciones bajo la forma del contrato de commendas, teniendo
como elemento característico que el socio capitalista fuera un individuo que no se daba a
conocer y las participaciones en la sociedad estaban divididas en partes negociables.
La sociedad quedaba disuelta por voluntad de los socios, o bien por la decisión de uno de ellos,
extinción del negocio, o muerte de algún socio. Producida la causal de disolución, cada socio
tenía la actio pro socio, la cual consistía en una bonae fidei, consistente en una rendición de
cuentas, liquidación y reparto del saldo resultante de la compensación realizada entre
ganancias y pérdidas.[5]
En la Alta Edad Media, las invasiones bárbaras provocaron la despoblación de los grandes
centros urbanos y para poder subsistir, los pueblos volvieron a la caza y al pastoreo.[7] El
período que abarca los siglos V a XII configuró una era de estancamiento y paralización en el
desarrollo de la actividad mercantil. Cada uno de los territorios feudales, trataban de
autoabastecerse.
El siglo XIII comienza con el fin de las invasiones bárbaras y el crecimiento de la población
impulsó el intercambio. Con este último, se produjo una expansión de la economía marítima, y
precisamente fue en las ciudades italianas de Génova y Venecia en donde la actividad de tráfico
comercial marítimo se desarrolla con más auge. El instrumento a través del cual se concretaban
los negocios asociativos, se denominaba de diferentes maneras en las distintas ciudades
portuarias. Así, en Venecia recibió el nombre de collegantia, mientras que en Génova se las
denominó societas maris. Estos eran contratos que reunían a dos o más socios. A uno de ellos
se lo denominaba gestor o tractans, el cual era quien, además de aportar una cuarto del capital,
se encargaba también de efectuar el transporte; su socio era el denominado capitalista, quien
aportaba las dos terceras partes de los gastos de la empresa marítima. Finalmente, en la
distribución, que se efectuaba al finalizar la expedición, el tractans acarreaba su cuarta parte de
aporte más un cuarto de los beneficios obtenidos. El socio dueño del capital, recuperaba su
aporte con más la ganancia de la empresa marítima en sus tres cuartas partes. Esta forma
constituyó un antecedente de la sociedad accidental o en participación, básicamente por la
presencia de un socio capitalista y uno capitalista e industrial.[8]
Similares a estas sociedades eran los contratos de commendas, sólo que en éstos, el
denominado commendator o socius stantus realizaba el aporte en un 100%, es decir proveía el
capital o las mercaderías o el buque; mientras que el tractator o commendatario utilizaba
dichos bienes para efectuar la expedición marítima. La distribución de los dividendos era en un
75% para el commendator y el resto para el commendatario. Sin embargo, el socius stantus
asumía todo el riesgo de la empresa, ya que si la expedición fracasaba él soportaba todas las
pérdidas. Este, a su vez, no se daba a conocer frente a los terceros, solo se tenía conocimiento
del tractator. La vinculación entre ambos era interna y se regulaba por escrito.[9] Así, los
terceros que pudieran contratar sólo conocían nombre y patrimonio del tractator. Esta práctica
fue utilizada hasta tanto se obligó, en Florencia en el siglo XV y en Bolonia en el siglo XVI, a
registrar el contrato de commendas, y que dicha sociedad adoptara una razón social y a su vez,
llevara adelante una cierta contabilidad. Cabe destacar que el instituto de las commendas,
contribuyó al nacimiento de las sociedades colectivas y en comanditas.[10] En efecto, respecto
de esta última, la estructuración bajo esta forma, permitía al capitalista permanecer en el
anonimato, sin que los terceros tuvieran conocimiento de su participación, lo que era
beneficioso para aquellos que ocupaban una función pública y ocultaban su actuar en negocios
comerciales.
El comercio terrestre, por su parte, también poseía formas organizativas semejantes a las
commendas, pero con una mayor variedad de supuestos, entre ellos los dos más destacados
son la Compagnia y la Societas terrae. En la primera, los integrantes poseen vínculos entre sí y
comparten los riesgos de la empresa. La Societas terrae, en cambio, tenía una misma estructura
a la de la commendas, quedando su vigencia reducida a la concreción del negocio o del viaje.
Surgen de esta manera, estructuras más complejas, constituyéndose las compañías generales o
colectivas, tomando al término “compañía” en el sentido moderno de la palabra. En un
principio, estas compañías revestían el carácter de familiares; eran asociaciones cerradas donde
todos los integrantes de la familia tenían la representación de la sociedad y eran responsables
personal y solidariamente por los actos realizados en su nombre.[11] Algunas de las compañías
referidas, se orientaron a la actividad bancaria. Los banqueros florentinos tuvieron una
relevancia superlativa, entre las principales familias deben citarse a los Bardi y a los Peruzzi. Sin
embargo, en el siglo XV surgieron los Médicis, cuya fama habría de superar rápidamente a los
primeros.[12] La vinculación societaria, seguía consistiendo en un contrato, en el cual se
establecía la duración de la sociedad por períodos limitados o para determinadas operaciones
comerciales. Sin embargo, se producía una constante renovación de estos contratos,
convirtiéndose estas compañías en agentes financieros de empresas de gran importancia, en
donde aportaban grandes sumas de dinero.
En los finales del siglo XIV, la gran trascendencia que habían adquirido las compañías en la
actividad económica, llevó a que su organización tuviera que aceptar el ingreso de terceros que
procuraran mayores capitales de acuerdo con la envergadura de los negocios que se llevaban
adelante. En las compañías que tenían una actividad bancaria, el fondo social estaba
compuesto por dos recursos de diferente origen; por un lado el capital que cada uno de los
socios había aportado, y por el otro, los depósitos obtenidos de los terceros. En esta época, la
estructuración administrativa de estas sociedades se encontraba fuertemente centralizada, la
dirección de las mismas estaba en cabeza de uno o varios dirigentes, quienes se encontraban
en la sede central, mientras que las sucursales de las diferentes ciudades estaban a cargo de
gestores o socios.
A partir del siglo XV, el capital comenzó a tomar un papel preponderante para el desarrollo del
comercio. Este era el motor de la economía. Los descubrimientos territoriales provocaron la
necesidad de explotar los mismos, y con ello el nacimiento de nuevas formas asociativas,
tendientes a la obtención de gran cantidad de capitales individuales.
En 1602 se creó la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, conformada en principio por
ocho sociedades de navegación. En Francia se crearon las llamadas Compañía de las Indias
Occidentales y la de Indias Orientales creada por Colbert en 1664; la Compañía de Santo
Domingo, del Canadá y de la Bahía de Hudson en el mismo año; y la Compañía General de
Seguros y Préstamos a la Gruesa en 1686. Por su parte, en Inglaterra se formó la Sociedad
inglesa de las Indias Orientales en 1612. Semejantes se dieron en Dinamarca en 1616 y Portugal
en 1649.
Estas compañías tenían básicamente una estructura semejante a la de las sociedades anónimas
actuales. En ellas, la participación en la sociedad estaba representada por acciones negociables
y existía la limitación de la responsabilidad de los socios por las obligaciones que surgieran del
contrato. Los aportes podían ser desiguales lo que permitía un mayor ingreso de socios.
Finalizada la vigencia de la sociedad, los socios se repartían el aporte más las ganancias de las
expediciones. Los repartos de dividendos, generalmente se efectuaban cada dos años; además
de establecerse normas para que dichas sociedades llevaran adelante una adecuada
contabilidad de sus ingresos y egresos.
Sin perjuicio de lo expuesto, los antiguos juristas no se ocuparon de estas compañías, por
estimar que eran cuerpos de derecho público y no sociedades privadas.[14] Y ello, por la
circunstancia de que en las mismas, el Estado era el accionista principal, lo que determinaba
que en las asambleas de accionistas, fuera éste quien tomaba en definitiva las decisiones y por
ende, quien manejaba la compañía. No ocurrió así en Inglaterra, donde el Estado adoptó un
sistema de compañía privilegiada (chartered company), siendo el empresario particular la figura
principal, quien recibía la protección del Estado inglés a través de monopolios.
España, dictó las Ordenanzas de Bilbao de 1737, en las cuales en su Capítulo X reguló a las
“Compañías de Comercio”, lo que hacía referencia a las sociedades generales o sociedades
colectivas. Como innovación, esta normativa introdujo cierto requisitos de publicidad, tal como
la exigencia de que la constitución de las sociedades generales se hiciera ante escribano quien
entregaba un testimonio al archivo del Consulado. Cabe destacar que las Ordenanzas de Bilbao
de 1737, tuvieron una determinante influencia en nuestro Código de Comercio de 1862.
La Revolución Francesa trajo aparejada una sensible reducción del papel del Estado en la vida
económica de las naciones. La libertad, como un derecho regulado, adquirió un papel
fundamental en las diferentes legislaciones.
El Código de Comercio francés de 1807 constituyó el primer cuerpo normativo en consagrar una
regulación general de la actividad comercial y prever allí el régimen jurídico de las sociedades
comerciales.[15] Este cuerpo legisló la sociedad colectiva, haciendo una marcada diferenciación
respecto del régimen de las sociedades de capital. Introdujo dos institutos importantes: la
empresa y la sociedad anónima. La empresa apareció como un acto de comercio configurativo
de la calidad de comerciante; mientras que la sociedad anónima, fue considerada como
adecuación de la empresa bajo la forma de sociedad comercial.[16] Con relación a la libertad de
constitución de sociedades, otorgó una libertad total para las sociedades en comandita por
acciones, pero la restringió en referencia a las sociedades anónimas, en razón de que todos los
socios de este tipo limitaban su responsabilidad, y no necesitaban estar identificados
individualmente a través de una razón social, ya que podían carecer de ella. La autorización
para la constitución de las sociedades anónimas bajo este régimen, era otorgada por la
autoridad gubernativa, a través del Consejo de Estado. Esta restricción se extendió en el
sistema jurídico francés hasta 1867, año en el cual se reformó el Código autorizándose la libre
constitución de sociedades anónimas.
El Código de Comercio francés de 1807 tuvo una importante influencia en los posteriores
cuerpos normativos semejantes, tales el español de 1829, el portugués de 1830, el brasileño de
1850, el Código alemán de 1861 y el italiano de 1865; y fundamentalmente en nuestro Código
de Comercio de 1862.
Durante estos años se produjo en Europa la Revolución Industrial, la que trajo aparejada la
expansión de las sociedades por acciones, principalmente la sociedad anónima, como
instrumento para el funcionamiento de las grandes empresas industriales.
Sin embargo, las sociedades anónimas tenían un alto costo de constitución y funcionamiento, lo
que determinaba que a los pequeños y medianos empresarios les fuera difícil acceder a este
tipo societario. Fue entonces el momento en el que se buscó un tipo de sociedad simplificado
que tuviera menores costos que la anónima, pero que al mismo tiempo permitiera a los socios
la limitación de su responsabilidad a los aportes efectuados. Si bien la “Companies Act”
sancionada en Inglaterra en 1862, estableció la posibilidad de constituir sociedades con los
rasgos de la sociedad de responsabilidad limitada; fue en Alemania en 1892 donde que
estructuró completamente la organización legal de este tipo societario. Esta ley alemana
significó un modelo y antecedente para otras legislaciones que posteriormente regularon la
sociedad de responsabilidad limitada de Portugal en 1901, Austria en 1906, Brasil en 1919,
Polonia en el mismo año, España en 1920, Rusia en 1922, Chile en 1923, y Francia, recién en
1925, así como también el Código de Comercio de Italia de 1942, entre otros.
Las primeras compañías inglesas fueron creadas a través de cartas reales o bien leyes especiales
del Parlamento, destinadas principalmente a servir al Estado para comerciar con los territorios
descubiertos y colonizados por la Corona británica. En los siglos XVI y XVII, era la Corona la
única que otorgaba las autorizaciones para que las compañías pudieran ejercer el comercio
internacional. Ejemplo de éstas fue la llamada the Russia Company (1555); the East India
Company (1600); the African Company (1619); The Bank of England (1674); y la South Sea
Company en 1711, a quien el Parlamento otorgó el monopolio para comerciar con las islas
británicas del Pacífico. Estas sociedades, al ser habilitadas para ejercer su actividad, quedaban
incorporadas a un sistema, es decir, eran reconocidas como tales. Sin embargo, prácticamente,
las referidas empresas trabajaban en definitiva para la Corona británica, ya que comerciaban
con los territorios descubiertos que eran colonizados en nombre del Rey. Antecedentes
anteriores a estos siglos, remiten a categorías de compañías de carácter municipal, educacional
o eclesiástico, las cuales constituían instituciones de derecho público y no responden al
concepto moderno de sociedad.
El poder discrecional que tenía la Corona, fue posteriormente reemplazado por la Charteres
Companies Act de 1837. Esta, otorgaba gran poder a la Corona para reconocer privilegios
especiales a las compañías, además de poder limitar su responsabilidad patrimonial a todos o
algunos de los integrantes por las obligaciones de las mismas.
A partir de los últimos años del siglo XVIII, el Parlamento inglés otorgó autorizaciones especiales
para la constitución de compañías cuyo objeto era la realización de obras de infraestructura,
construcción de canales, extendido de rieles, o bien para la prestación de servicios de gas,
electricidad o de transporte. También, aunque en menor medida, se efectuaban estas mismas
habilitaciones, a través de escrituras de constitución reales.
De una u otra forma, las compañías sólo eran incorporadas cuando tenían una actividad que era
considerada de interés público. Las demás sociedades, con un objeto netamente comercial, no
tenían posibilidad de ser incorporadas, quedando englobadas en las llamadas joint stock
companies. Las empresas organizadas bajo esta forma asociativa sufrieron, durante los
primeros tiempos, numerosas desventajas con respecto a las compañías incorporadas; tales
como la responsabilidad total de los accionistas por las obligaciones sociales, especialmente
respecto de aquellos socios que poseían una participación ínfima en la sociedad, con la
consecuente imposibilidad de tener ingreso al órgano de administración o management.
Esta situación se mantuvo hasta la Joint Stock Companies Registration Act de 1844, la cual fue
considerada como la vía para la registración, incorporación y regulación de las joint stock
companies en Inglaterra. Además de establecer un procedimiento de registración para este tipo
societario; en ella, se establecieron los caracteres tipificantes de la figura: se la definió como
una sociedad comercial, con un mínimo de 25 socios y cuyo capital estaba dividido en acciones
libremente transmisibles. A pesar de ello, dicha ley no admitió la incorporación de la limitación
de la responsabilidad de los socios por las obligaciones sociales.
A través de la Limited Liability Act de 1855, se otorgó, finalmente, a los miembros de la joint
stock company, la limitación de responsabilidad. Esta ley requería para la referida limitación,
que el capital se encontrase dividido en acciones con un valor nominal cada una de no menos
de diez libras esterlinas; a su vez se requería un mínimo de 25 accionistas, debiendo los mismos
integrar al menos un 20% del capital al momento de su constitución. Además, la denominación
social debía ser acompañada por la palabra “Limited”. Esta ley no incluía a las compañías cuya
actividad fuera bancaria o de seguros.
La Companies Act de 1862, estableció la limitación de responsabilidad para todas las compañías
que tuvieran una actividad comercial legítima. Por su parte, redujo el número mínimo de socios
a siete. La liberalidad de esta ley dio origen a numerosos abusos que tratóse de subsanar por la
Companies Act de 1900.[18] Sin perjuicio de ello, esta ley de 1862 significó el basamento de las
modernas Companies Acts que se dictarían en Inglaterra en el futuro.
The Company Act de 1907 definió de una manera completa la llamada Private Company,
estableciendo como elementos caracterizantes, el mínimo de dos socios, y un máximo de
cincuenta; algunas restricciones para la transferencia de la participación de cada socio, y el
requisito de publicidad previa a la regularización de la sociedad.
En la evolución del corporate law británico, las necesidades del tráfico comercial, fueron
forjando las diferentes formas de actividad empresaria existentes en el Reino Unido, tal como
las Limited Company (similiar a nuestra Sociedad Anónima); el Sole Traders (equivalente al
empresario individual); y las Partnerships (Sociedades Colectivas).
En el año 2000, nació un flamante tipo societario, llamado Limited Liability Partnership; el cual
se estructuró bajo la organización de una Sociedad de Responsabilidad Limitada. Este tipo de
sociedad logra conjugar la limitación de la responsabilidad de una Corporation, con la
flexibilidad de estructura, unido al tratamiento impositivo de una Partnership.[19]
Durante el período que fue desde la post guerra revolucionaria, hasta los primeros años del
siglo XIX, en los Estados Unidos de Norteamérica, las corporations eran creadas exclusivamente
a través de leyes especiales para operaciones tales como las financieras, los seguros o
construcciones de caminos, canales o puentes. Es decir, que estas sociedades tenían un
carácter casi de personas jurídicas públicas, dado las actividades a las que estaban abocados.
A los efectos de lograr este tipo de legislación especial, quien estaba interesado en constituir
una sociedad, debía obtener que el proyecto fuera tratado por la correspondiente legislatura
estadual, para que finalmente, una vez aprobado por ambas Cámaras, fuera firmada dicha ley
por el Gobernador del Estado. Este régimen, también favorecía situaciones de corrupción y
favoritismos inequitativos.[20]
Esta situación se mantuvo hasta tanto comenzó a ponerse de relieve, la necesidad de otorgar
más flexibilidad a la constitución de las corporations, de abrir dicha estructura a otras
actividades del ámbito privado; de igual modo, se propició también la limitación de
responsabilidad patrimonial que los socios integrantes debían gozar como consecuencia de las
obligaciones sociales.
Esta circunstancia, fue ayudada por la adopción por parte de algunos Estados, de la
interpretación de cláusulas constitucionales por las cuales, las corporations solo podían ser
reguladas a través de leyes de carácter general y no particular.
La primera ley general reguladora de estas figuras asociativas se sancionó en 1811 en el Estado
de New York. En ella, se limitaba la vigencia de la sociedad a un máximo de 20 años y el capital
social no podía exceder de los cien mil dólares. En muy poco tiempo, otros Estados de la
Confederación siguieron los pasos del de New York, y comenzaron a dictar leyes tendientes a
aceptar la creación y funcionamiento de corporations, principalmente dedicadas a las industrias
manufactureras. Sin embargo, hasta 1835, en general, no existieron legislaciones estaduales
que promocionara abiertamente la formación de formas asociativas con una iniciativa
netamente privada, en cuanto a la actividad a desempeñar. De todas formas, la tendencia fue
irreversible, en cuanto al aumento progresivo de leyes generales sobre corporations, lo que
produjo una mayor certidumbre en los hombres de negocios, respecto del marco legal en el
cual ellos podían llevar adelante sus proyectos empresarios.
En 1888, el Estado de New Jersey sancionó una ley, otorgando ventajas importantes para
aquellas empresas que decidieran asentar su sede principal en su jurisdicción. Ello produjo que
numerosas compañías se vieran tentadas en asentarse en New Jersey, creando empresas
holding, con varias subsidiarias distribuidas a lo largo del país. Este fenómeno de legislación pro
corporativa fue rápidamente seguida por otros Estados.
En 1896, otra vez New Jersey se adelantó al promover una política legislativa para fomentar la
instalación de coroporations, lo cual puede ser considerado como el primer antecedente
concreto de lo que en el futuro serían las llamadas incorporations modernas. Las leyes
permitieron a los promotores la constitución de estructuras asociativas bien flexibles;
estableciendo a su vez un sistema de limitación de responsabilidad y de protección para los
administradores corporativos, por los actos sociales efectuados en ejercicio de sus funciones.
Esto llevaría a que New Jersey fuera bautizada con nombre de “la madre de la confianza” (“the
Mother of Trust”).
Sin embargo, en 1913, con el impulso de Woodrow Wilson, New Jersey frenó la permisividad en
cuanto al contenido de la legislación corporativa. Este fue el momento en el que otros Estados,
entre ellos Nevada, Maine, West Virgina y principalmente Delaware, aprovecharon esta
circunstancia para obtener provecho en cuanto a la radicación de corporations. Fue así como
otorgaron excepciones impositivas y amplia flexibilidad en cuanto a estructuras asociativas;
fomentando que sus empresas locales no emigraran a otros estados más permisivos. Pero en
definitiva, éstos no obtuvieron el éxito esperado, y solo fue Delaware, el que obtuvo una
preeminencia en cuestión de radicación de nuevas compañías. En el proceso, tuvo una gran
importancia el desarrollo alcanzado por la Court of Chancery de dicho estado, en el tratamiento
de cuestiones societarias.
En 1914 The Conference of the Commissions of Uniform State Laws (Conferencia de Comisiones
de Leyes Uniformes Estaduales) aprobó la Uniform Partnership Act y recomendó la adopción de
ella por parte de todas las legislaciones estaduales.[21] Anterior a esta ley, las partnerships eran
reguladas por las normas del common law y el civil law. En 1992, la misma institución adoptó la
Revised Uniform Partnership Act, revisión de la originaria de 1914, siendo ésta ley reviso la que
fue adoptada por la mayoría de los Estados de la Unión.
En el año 1916, se dictó la Uniform Limited Partnership Act, que regulaba este tipo societario.
Tuvo dos revisiones, la de 1976 y la de 1985, ésta última incluyó radicales cambios en el
régimen. Referentes a este tipo, cabe destacar que los Estados de Vermont y Virgin Island,
siguieron desde siempre aplicando la ley original de 1916. Así también, el Estado de Louisiana
sigue adoptando estatutos basados en el common law.
Con antecedentes legislativos en los Estados de Wyoming (1977), Florida (1982), y en los demás
a partir de 1988; en el año 1994 The Conference of the Commissions of Uniform State Laws
adoptó la Limited Liability Company Act, la cual reguló un tipo societario semejante a la
Sociedad de Responsabilidad Limitada, pero sin personalidad jurídica.[22]
De acuerdo con el sistema federal de los Estados Unidos, en materia de sociedades, los Estados
pueden dictar sus propias normas sobre la materia. La existencia de leyes uniformes, adoptadas
por The Conference of the Commissions of Uniform State Laws, no implica que los Estados
deban aplicar las mismas. Cada uno de ellos tiene la facultad de incorporar a su régimen
jurídico toda o parte de una ley uniforme, o bien no adoptarla en ninguno de sus términos. Sin
embargo, especialmente desde 1960, ha existido una concientización en los legisladores
estadounidenses en cuanto a la necesidad de flexibilizar y armonizar la legislación corporativa,
de modo de responder a las dinámicas necesidades del tráfico comercial.
Una segunda parte del mismo título (Capítulos VII a X) se refería a los derechos y obligaciones
de los socios, la disolución, liquidación y modo de dirimir los conflictos inter socios; totalizando
un total de 126 artículos del Código de Comercio, dedicada a la regulación de los entes con
actividad comercial.
Anterior a la ley 19.550 de 1972 tres anteproyectos fueron encargados para la creación de una
ley general de sociedades comerciales; estos fueron los de 1959, 1963 y 1967.
La ley 19.550 fue reformada en 1983 a través de la ley 22.903. Esta reforma incorporó al
derecho societario argentino, entre otras, la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad
jurídica, introdujo modificaciones en cuanto al régimen de regularización de sociedades e
aceptó la posibilidad de que las Sociedades Anónimas pudieran emitir acciones escriturales.
También agregó un capítulo a la ley de sociedades relativo a los Contratos de Colaboración
Empresaria, en el cual se establecieron los institutos de las Agrupación de Colaboración y la
Unión Transitoria de Empresas.
Durante el siglo XX, se ha producido una tendencia cuyo objeto fue la sistematización del
derecho de las sociedades en regímenes normativos especiales. Tal es el caso de la ley alemana
de 1937 y su reforma de 1965, la ley española de 1951, la ley francesa de 1966; la holandesa de
1971 y nuestra ley de sociedades comerciales de 1972 reformada en 1983. En todas estas
normativas, el tipo societario que ha significado el eje de la estructuración de las sociedades
comerciales fue la regulación de la Sociedad Anónima, como técnica jurídica de materialización
de la empresa moderna.
Uno de los elementos que provocó una alteración en los moldes legislativos referidos al actual
derecho de las sociedades, fue el fenómeno mundial de la globalización; aquella que durante el
pasado siglo ha caracterizado el actuar de grandes empresas en diferentes partes del mundo.
Sociedades que dejaron de actuar casi exclusivamente en el ámbito nacional, se transformaron
en entes que extendieron sus actividades fuera de las fronteras donde fueron creadas.
A ello también se agregó la aparición de los denominados grupos económicos multinacionales
que presentan verdaderos conflictos en cuanto a la identidad de los entes y las
responsabilidades de éstos por las actividades de otros de un mismo grupo en diferentes
naciones. La aparición de los grupos es consecuencia del crecimiento y desarrollo del
capitalismo, que lleva a la necesidad de concentrar capitales, para establecer relaciones de
coordinación y de subordinación entre las sociedades de un mismo grupo.
Otra tendencia de estos últimos años está dada por las legislaciones que han incorporado la
constitución de la sociedad unipersonal. Esta realidad, tiene como finalidad la protección del
empresario individual en su patrimonio personal respecto de las obligaciones surgidas como
consecuencia de los negocios de su actividad comercial. Sin embargo, no es poco el número de
doctrinarios que ven desvirtuada la naturaleza intrínseca de la sociedad, ya que el concepto de
sociedad posee en su raíz medular la existencia de al menos dos personas para su existencia.
10.- Conclusión.
[1] Villegas, Carlos Gilberto, Derecho de las Sociedades Comerciales, 2ª ed., Abeledo-Perrot,
Buenos Aires, 1986, pág. 10 y ss.
[2] Zaldivar, E.; Manovil, R., Ragazzi, G.; Rovira, A.; San Millán, C., Cuadernos de Derecho
Societario, tomo I, Ediciones Macchi, Buenos A