Cuento de Pinocho
Cuento de Pinocho
Cuento de Pinocho
Había una vez, un viejo carpintero de nombre Gepetto, que como no tenía familia, decidió
hacerse un muñeco de madera para no sentirse solo y triste nunca más.
“¡Qué obra tan hermosa he creado! Le llamaré Pinocho” – exclamó el anciano con gran
alegría mientras le daba los últimos retoques. Desde ese entonces, Gepetto pasaba las
horas contemplando su bella obra, y deseaba que aquel niño de madera, pudiera moverse
y hablar como todos los niños.
Tal fue la intensidad de su deseo,
que una noche apareció en la ventana de su cuarto el Hada de los Imposibles. “Como eres
un hombre de noble corazón, te concederé lo que pides y daré vida a Pinocho” – dijo el
hada mágica y agitó su varita sobre el muñeco de madera. Al momento, la figura cobró
vida y sacudió los brazos y la cabeza.
– Soy yo, papá. Soy Pinocho. ¿No me reconoces? – dijo el niño acercándose al anciano.
Cuando logró reconocerle, Gepetto lo cargó en sus brazos y se puso a bailar de tanta
emoción. “¡Mi hijo, mi querido hijo!”, gritaba jubiloso el anciano.
Los próximos días, fueron pura alegría en la casa del carpintero. Como todos los niños,
Pinocho debía alistarse para asistir a la escuela, estudiar y jugar con sus amigos, así que
el anciano vendió su abrigo para comprarle una cartera con libros y lápices de colores.
Al verle, el dueño del teatro quedó encantado con Pinocho: “¡Maravilloso! Nunca había
visto un títere que se moviera y hablara por sí mismo. Sin dudas, haré una fortuna con él”
– y decidió quedárselo. Este aceptó la invitación de aquel hombre ambicioso, y pensó que
con el dinero ganado podría comprarle un nuevo abrigo a su padre.
Durante el resto del día, Pinocho actúo en el teatro como un títere más, y al caer la tarde
decidió regresar a casa con Gepetto. Sin embargo, el dueño malo no quería que el niño se
fuera, por lo que lo encerró en una caja junto a las otras marionetas. Tanto fue el llanto
de Pinocho, que al final no tuvo más remedio que dejarle ir, no sin antes obsequiarle unas
pocas monedas.
Cuando regresaba a casa, se topó con dos astutos bribones que querían quitarle sus
monedas. Como era un niño inocente y sano, los ladrones le engañaron, haciéndole creer
que si enterraba su dinero, encontraría al día siguiente un árbol lleno de monedas, todas
para él.
El grillo trató de alertarle sobre semejante timo, pero Pinocho no hizo caso a su amigo y
enterró las monedas. Luego, los terribles vividores esperaron a que el niño se marchara,
desenterraron el dinero y se lo llevaron muertos de risa.
– Vamos al País de los Dulces y los Juguetes – respondió uno de ellos – Ven con nosotros,
podrás divertirte sin parar.
Y así se fue Pinocho acompañado de aquellos niños al País de los Dulces y los Juguetes.
Al llegar, quedó tan maravillado con aquel lugar que se olvidó de salir a buscar al pobre
de Gepetto. Saltaba y reía Pinocho rodeado de juguetes, y tan feliz era, que no notó cuando
empezó a convertirse en un burro.
Sus orejas crecieron y se hicieron muy largas, su piel se tornó oscura y hasta le salió una
colita peluda que se movía mientras caminaba. Cuando se dio cuenta, comenzó a llorar
de tristeza, y el Hada de los Imposibles volvió para ayudarle y devolverlo a su forma de
niño.
– Ya eres nuevamente un niño bello, Pinocho, pero recuerda que debes estudiar y ser
bueno.
– No, para nada, nunca he dicho una mentira – pero la nariz le creció un poco más – ¡Y
siempre me porto muy bien!
Pero al decir aquello la nariz le creció tanto, que apenas podía sostenerla con su cabeza.
Con lágrimas en los ojos, Pinocho se disculpó con el Hada y le prometió que jamás
volvería a decir mentiras, por lo que su nariz volvió a ser pequeña. Entonces, él y el grillo
decidieron salir a buscar a Gepetto. Sin embargo, cuando llegaron al mar, descubrieron
que el anciano había sido tragado por una enorme ballena.
Enseguida, se lanzó al agua, y después de mucho nadar, se encontró frente a frente con la
temible ballena. “Por favor, señora ballena, devuélvame a mi padre”. Pero el animal no
le hizo caso, y se tragó a Pinocho también. Al llegar al estómago, se encontró con el viejo
Gepetto y quedaron abrazados un largo rato.
– Hagamos una fogata papá. El humo hará estornudar a la ballena y podremos escapar.
Y así fue como Pinocho y su padre quedaron a salvo de la ballena, pues estornudó tan
fuerte que los lanzó fuera del vientre y lograron escapar a tierra firme. Cuando llegaron a
casa, este se arrepintió por haber desobedecido a su padre, y desde entonces no faltó nunca
a clases, y fue tan bueno y disciplinado, que el Hada de los Imposibles decidió convertirlo
en un niño de carne y hueso, para alegría de su padre, el viejo Gepetto, y del propio
Pinocho.