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Cuatro miradas al narcotráfico desde la antropología económica

Marcos García de Teresa


Licenciatura en Antropología Social
UAM-Iztapalapa
guerobich@hotmail.com

Resumen
En este artículo se propone un análisis crítico del narcotráfico a partir de la utilización
de cuatro enfoques o perspectivas provenientes de la antropología económica: el
formalismo, el sustantivismo, el materialismo cultural y el marxismo. El punto de
partida para este breve análisis es el particular proceso de producción de la droga en su
totalidad, es decir, desde el productor directo de materias primas hasta llegar al
consumidor o adicto. Se distingue entre el uso y el abuso de las drogas, y se proponen
algunas soluciones ante las problemáticas derivadas del narcotráfico y la drogadicción.

Palabras clave:
narcotráfico, drogas, formalismo, sustantivismo, materialismo cultural, marxismo

Introducción

En este trabajo proponemos cuatro miradas que, desde la antropología económica, nos
permiten estudiar el tema del narcotráfico incluyendo todos los intercambios
comerciales, desde la producción de la droga hasta su venta al menudeo. El negocio de
las drogas está controlado por mafias transnacionales muy poderosas que manejan
enormes cantidades de dinero. Por lo general, el tráfico de drogas viene acompañado de
grandes niveles de violencia y de graves problemas de salud pública. En un intento por
contrarrestar las serias consecuencias que este fenómeno acarrea, los gobiernos del
mundo han empleado recursos cuantiosos para diferentes medidas. Sin embargo, todas
ellas parecen haber tenido pocos resultados. En América Latina y en el mundo entero, el
narcotráfico es un problema creciente que, cada vez más, amenaza a las instituciones del
Estado.
En un intento por comprender mejor este problema, en este trabajo analizamos el
narcotráfico desde cuatro diferentes enfoques teóricos de la antropología económica.
Empezaremos con el enfoque formalista bajo el cual se puede explicar la existencia del
narcotráfico por la falta de alternativas; la droga termina siendo entonces una solución a
los problemas de gran parte de la población. En seguida, utilizaremos el enfoque
substantivista para explicar este fenómeno a través de la existencia de una cultura de las
drogas y la falta de instituciones capaces de controlarlo. A continuación analizaremos el
problema desde el materialismo cultural, perspectiva que busca en el narcotráfico un fin
práctico. Para terminar, estudiaremos el tráfico de drogas desde una postura marxista, la
cual nos permite mirar las relaciones de poder involucradas en este jugoso negocio. En
conjunto, se presenta un breve análisis crítico de este enorme problema que impera en el
mundo actual.

El enfoque formalista: la droga como alternativa

1
Comencemos nuestro análisis del narcotráfico desde la perspectiva formalista. Esta
escuela define la economía como la relación entre fines y medios escasos que tienen
usos alternativos. De esta manera, el individuo es el actor central de los procesos
económicos puesto que tiene la capacidad de decidir qué hacer con estos medios escasos
para que, de la mejor manera posible, alcancen a saciar determinados fines. En palabras
de uno de sus máximos representantes, “lo económico es únicamente la relación entre
fines y medios, la manera en que un individuo manipula sus recursos técnicos para
conseguir sus objetivos” (Burling, 1982: 113). Una de las principales herramientas de
este enfoque es la teoría de la maximización cuyo axioma central es que “[…] las
necesidades humanas son ilimitadas, pero […] constantemente tendemos a maximizar
nuestras satisfacciones” (Burling, 1982: 115 y 116). Evidentemente, no sólo se trata de
maximizar el dinero o los bienes materiales sino que el hombre intenta satisfacer todo
tipo de necesidades, incluidas la de placer, prestigio, conocimiento y muchas otras cosas
más. Después de haber descrito de manera breve la postura de la escuela formalista,
ahora concentrémonos en analizar el narcotráfico bajo esta mirada.
El tráfico de drogas se explica básicamente por la existencia de un enorme
mercado de narcóticos destinado a y generado por millones de consumidores a nivel
mundial. Sin este mercado sería imposible explicar la producción de drogas a gran
escala. Por lo tanto, partimos de esta idea para explicar primero el consumo de drogas y,
de este modo, después acercarnos al problema del narcotráfico.
De acuerdo con el enfoque formalista tenemos que partir de la idea que los
individuos, para alcanzar sus fines, toman las mejores elecciones posibles. Podemos
suponer que el objetivo inmediato de quien consume drogas es obtener algún tipo de
gratificación al ingerir estos productos (o sustancias). Pero es aquí donde nos
encontramos con un enorme problema: el consumidor de droga por lo general no tiene
en mente los daños que puede causarle a su organismo, o bien, ni siquiera dispone de la
información que pueda advertirle acerca de los riesgos que está tomando. De ahí que
mucha gente que consume drogas llegue a tener problemas de salud. No obstante, la
falta de información no es la única explicación para el deterioro físico y mental de los
consumidores de droga. Si analizamos el caso de algunas drogas legales, como el tabaco
y el alcohol, vemos que varios de quienes consumen estos productos enfrentan
exactamente los mismos problemas. El tabaquismo es una de las principales causas de
distintos tipos de cáncer y de enfisema pulmonar y el alcoholismo (asociado con la
cirrosis hepática, los accidentes automovilísticos y varias formas de discapacidad) es
uno de los principales problemas de salud en nuestro país.
Es aquí, entonces, donde nos encontramos con una contradicción al utilizar la
mirada formalista. El consumidor de droga no toma sus decisiones considerando los
riesgos a mediano o largo plazo y, en la mayoría de los casos, puede cuestionarse si sus
decisiones son completamente racionales. Por ejemplo, el caso de alguien que, estando
borracho en un bar, decida tomarse una y otra copa a sabiendas de que tiene que
manejar de regreso a su casa. De igual manera, el consumidor de drogas ilegales decide
consumir sustancias sabiendo incluso que el camino de las drogas puede llegar a ser
sinuoso, oscuro y lleno de peligros. Asimismo, es posible también cuestionar que
alguien una mañana se levante y decida ser adicto; todo parece indicar que las cosas no
suceden así, que las personas se vuelven adictas a alguna sustancia luego de periodos de
tiempo más o menos largos.
Por otro lado, quien consume una droga (incluso el adicto) no es un ser
completamente irracional. Antes se creía que los consumidores de drogas respondían a
una necesidad incontrolable que no permitía tomar en cuenta ni los riesgos a la salud ni
2
las fluctuaciones de los precios. En realidad, podría distinguirse entre quienes tienen una
dependencia o adicción a alguna droga (quizá una minoría de consumidores) y entre
quienes la consumen de manera ocasional o eventual (tal vez el grupo que reúne a la
mayoría de los consumidores), es decir, personas que están concientes del daño que la
droga puede causar o, de hecho, causa en su cuerpo (conciencia que toman
especialmente cuando termina el efecto) y que, muchas veces, incluso racionan su
consumo como estrategia para enfrentar los precios altos y la dificultad que supone
conseguir drogas ilegales.
No hay duda, pues, que las drogas otorgan al individuo cierta sensación de
bienestar ya que, de lo contrario, evitarían consumir ciertos productos. Los conflictos de
intereses se presentan cuando grupos distintos persiguen alcanzar diferentes objetivos.
Por ejemplo, el grupo de los así llamados moralistas que luchan desesperadamente
contra las drogas, utilizan como estandarte de su lucha la vida en tanto valor supremo y,
por lo tanto, lo que buscan maximizar es la buena salud y la sobriedad; mientras que los
consumidores, por otro lado, consideran prioritaria la gratificación inmediata y no
necesariamente el mantenimiento de un estado de salud bueno.
Los motivos que llevan a las personas a drogarse son muchos y muy variados y
en realidad no se sabe con claridad cuáles son las verdaderas causas de este fenómeno.
El escritor estadounidense William S. Burroughs puede darnos una pista: “uno se vuelve
adicto a los narcóticos puesto que no se tienen motivaciones poderosas en algún otro
sentido. La droga gana por default”.1 Otra pista, una opinión diferente a este respecto, la
encontramos en la correspondencia del poeta francés Arthur Rimbaud:
“El poeta se hace vidente a través de un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los
sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; busca él mismo, se gasta en él
todos los venenos, para no guardar más que la quintaesencia. Inefable tortura que requiere de toda
la fe, de toda la fuerza sobrehumana, donde se convierte de entre todos en el gran enfermo, el gran
criminal, el gran maldito, -¡y el Sabio supremo!- ¡puesto que llega a lo desconocido!”2
Vemos entonces que hay muchas explicaciones posibles en torno al porqué del
consumo de drogas: desde la ausencia de motivaciones de cualquier tipo hasta la
búsqueda razonada de lo desconocido y la locura. Es necesario un estudio exhaustivo
acerca de los motivos de la drogadicción para llegar al fondo del problema;
indispensable, sin duda, si queremos resolver algún día la situación crítica que se vive
en nuestro país.
Luego de presentar unas cuantas hipótesis acerca de las posibles causas del
consumo de drogas, podemos comenzar a analizar el tráfico de las mismas. En realidad,
si se toma en cuenta la existencia de una enorme demanda de este tipo de productos
resulta bastante fácil explicar el narcotráfico: las personas producen y venden drogas
porque hay personas que las consumen. En efecto, el narcotráfico aparece como una
excelente alternativa para muchísima gente que se dedica a actividades no muy
rentables. No es difícil entender por qué alguien decide dedicarse al narcotráfico para
tratar de procurarse una vida acomodada en vez de trabajar arduamente para ganar un

1
Citado en Revista Universidad de México: “You become a narcotics addict because you do not
have strong motivations in any other direction. Junk wins by default.” Traducción propia.
2
Lettre à Paul Demeny (15 mai 1871) “Le poète se fait voyant par un long, immense et raisonné
dérèglement de tous les sens. Toutes les formes d’amour, de souffrance, de folie; il cherche lui
même, il épuise en lui tous les poisons, pour n’en garder que les quintessences. Ineffable torture où
il a besoin de toute la foi, de toute la force surhumaine, où il devient entre tous le grand malade, le
grand criminel, le grand maudit, -et le suprême Savant!- Car il arrive a l’inconnu!” Traducción
propia.

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salario miserable. No obstante, no hay que caer en prejuicios: el narcotráfico no es
exclusivo de las clases bajas. Podemos imaginar perfectamente a un empresario que
decide abandonar un negocio del que obtiene ganancias marginales, donde hay mucha
competencia y obstáculos burocráticos y que requiere un enorme esfuerzo de trabajo e
imaginación para sobresalir. Es probable, entonces, que este empresario decida
participar en el narcotráfico, un negocio con ganancias millonarias que, además, ofrece
la posibilidad de aniquilar la competencia a balazos y no a través de innovaciones y
mejores precios. Además, no hay porqué pensar que el único fin de los narcotraficantes
es buscar la maximización de sus ingresos, sobre todo, en un país como el nuestro, en el
que puede llegar a ser mucho más prestigioso ser narcotraficante que policía. Así que
hay muchas posibilidades de que, para aquellas personas que quieren ser ricas y
poderosas en nuestro país, una alternativa para el éxito sea convertirse en
narcotraficantes.
Ahora veamos cuáles son las soluciones que, desde esta perspectiva, se proponen
para resolver el problema del narcotráfico. En general, estas propuestas se enfocan en la
eliminación del mercado a través de lograr que dedicarse a las drogas deje de ser una
actividad rentable. Desde las posiciones más apegadas a la teoría se afirma que, para
eliminar el mercado, en primer lugar se tendría que eliminar el consumo. Para la
eliminación del consumo se han propuesto muchas alternativas. Por un lado, se dice que
es necesario castigar a los consumidores para disuadirlos de ingerir drogas. Por otro
lado, hay la propuesta de brindar información certera sobre los daños que causan las
drogas para que cada quien esté al corriente de los riesgos que corre al consumirlas.
También habría que encontrar qué buscan los consumidores al tomar drogas para, de
este modo, poder ofrecer alternativas más saludables a través de las cuales satisfagan
sus necesidades. Por ejemplo, se habla de fomentar el deporte como una manera de
combatir todo tipo de adicciones. Desde otras posturas se afirma que es necesario
eliminar la oferta de drogas para que los consumidores no tengan acceso a estos
productos, ignorando que es la misma demanda lo que genera su producción. Para
lograr este objetivo se ha propuesto imponer castigos a productores y distribuidores de
droga; sin embargo, una vez más, el castigo no es suficiente. Es necesario que, al mismo
tiempo, se genere otro tipo de oportunidades para la gente que suele dedicarse a este
negocio, como por ejemplo, ofrecer cultivos alternativos a los productores para que no
tengan que dedicarse a cultivar de drogas. De igual forma, se podría brindar otro tipo de
ofertas de trabajo a quien se dedica al narcomenudeo.

El enfoque sustantivista: la droga en la cultura

Es evidente que el consumo de drogas no es reductible a las decisiones individuales que


toman los actores económicos. Contemplado con la lente del enfoque sustantivista, este
problema puede analizarse desde una perspectiva completamente diferente. Para esta
escuela de la antropología económica, la economía es un proceso institucionalizado, es
decir, que lo económico son procesos que están regulados por reglas, normas e
instituciones dentro de una sociedad determinada. Para este enfoque lo central no es ya
el individuo sino la sociedad.
A lo largo de la historia, y en casi todas las culturas, los hombres han encontrado
formas de alterar la conciencia y, en la mayoría de los casos, este tipo de
comportamiento es tolerado siempre y cuando se respeten ciertas normas. En
Mesoamérica, por ejemplo, los aztecas y los mayas consumían drogas alucinógenas en
rituales religiosos. Sin embargo, en realidad, no contamos con mucha información sobre

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este periodo puesto que durante la colonia los españoles prohibieron categóricamente el
uso de este tipo de sustancias, ya que consideraban que a los indígenas les producían
visiones demoníacas (igual que a las brujas, aspecto que abordaremos en el próximo
apartado). Las plantas alucinógenas eran motivos frecuentes en las artes prehispánicas y
continuaron apareciendo durante la colonia, prueba tanto de que los pueblos
prehispánicos veneraban y admiraban este tipo de substancias como del poco éxito que
tuvieron los españoles al intentar erradicar por completo estas costumbres.
En la actualidad muchos grupos indígenas de nuestro país, como los huicholes y
los mazatecos, siguen utilizando alucinógenos ya sea en rituales religiosos o con fines
medicinales. No obstante, este tipo de prácticas no son exclusivas de los pueblos
indígenas. En la tradición católica, por ejemplo, durante la misa oficiada los domingos,
antes de la comunión se utiliza vino para simbolizar la sangre de Cristo; y en los
hospitales, con fines terapéuticos, se utilizan drogas muy fuertes como la morfina. En
este sentido, existen muchas maneras a través de las cuales se busca alterar la
conciencia, por ejemplo, hay quienes ayunan o permanecen despiertos durante periodos
de tiempo muy largos e incluso hay gente que se tortura a sí misma con tal de “tener
visiones”. Al mismo tiempo, en la sociedad contemporánea, sobre todo en el ámbito
urbano, se ha generado una suerte de cultura de las drogas. Dicho fenómeno se refleja
de manera clara en conciertos y fiestas donde miles de jóvenes y adultos se reúnen a
escuchar música, socializar y consumir drogas de todo tipo, sean legales o ilegales.
En la cultura popular mexicana la droga se encuentra muy presente. La canción
de La cucaracha, los narcocorridos, el culto a la Santa Muerte y a Jesús Malverde, el
santo de los narcotraficantes, son algunos de los muchos otros ejemplos a partir de los
cuales se muestra que la droga está incrustada en nuestra sociedad. Luego entonces,
afirmar que la droga forma parte de la cultura mexicana no es una exageración. Sin
embargo, en fechas recientes, se ha observado un incremento significativo tanto en el
consumo como en la comercialización de estupefacientes.
Una explicación al crecimiento desmedido del consumo y tráfico de drogas en
nuestro país podría ser la falta de instituciones sólidas que puedan contrarrestar este
fenómeno. Por ejemplo, es posible sugerir que el sistema judicial, es decir, algunos
policías, pueden estar completamente infiltrados y corrompidos por el narcotráfico y,
por su parte, los sistemas públicos de salud parecen no tener ni la capacidad ni la
vocación de atender a los consumidores que han devenido en adictos. De esta manera,
las soluciones que aquí se proponen para resolver el problema del narcotráfico giran
alrededor del fortalecimiento de aquellas instituciones que busquen y puedan revertir
esta tendencia. Se necesita, entonces, un sistema judicial sólido, una policía bien
capacitada y honesta. También se requieren centros especializados para atender a los
adictos y, al mismo tiempo, es necesario que en las escuelas se informe, tanto a los
padres como a los alumnos, sobre los peligros que implican las drogas.
Se podría intentar también incidir en la cultura para crear la percepción de que
las drogas son malas. En efecto, parece ser que las normas culturales han resultado ser
la mejor manera de evitar que la gente consuma determinados productos, mucho más
que las leyes y disposiciones penales. Por ejemplo, entre los musulmanes y los
protestantes está prohibido el consumo de alcohol y, en forma generalizada, al interior
de estas culturas se respetan estas normas, aunque algunos escépticos se resisten incluso
a este tipo de prohibiciones. Cuando los talibanes gobernaron Afganistán se permitió el
cultivo de amapola a gran escala para la producción de opio, aun cuando existe la
prohibición de su consumo, condenado de principio por las reglas coránicas. Con la
caída del gobierno talibán, en ese país se disparó la producción de amapola.
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La perspectiva sustantivista permite pensar en otra posible solución, que sería la
de fomentar una cultura del consumo responsable, tal y como se intenta hacer con el
tabaco y el alcohol. En este caso se necesitan instituciones fuertes que puedan regular el
mercado, vigilar la calidad del producto y, además, asegurar que el costo de la atención
que requieren los adictos venga incluido bajo la forma de impuestos en el precio de
estos narcóticos. Al mismo tiempo, habría que tomar otro tipo de medidas como la
prohibición de otorgar espacios para la publicidad de estos productos.

El materialismo cultural: la gran locura de las drogas

Para analizar el narcotráfico desde el enfoque del materialismo cultural, aquí


comenzamos por recurrir al capítulo “La gran locura de las brujas” del libro de Marvin
Harris (1980) Vacas, cerdos, guerras y brujas. Para Harris, la economía es un proceso
de adaptación al medio ambiente; el hombre es un animal y tiene que satisfacer sus
necesidades de alguna forma. Entonces, para estudiar de manera eficiente a las
sociedades humanas, hay que localizar los problemas prácticos en la estrategia de
sobrevivencia del ser humano.
Marvin Harris se propone analizar las cacerías de brujas que se dieron en Europa
durante la Edad Media. El autor habla, en efecto, de la existencia de grupos de mujeres
que se reunían para consumir una droga llamada beleño, que provoca sueños eróticos y
proporciona una sensación de ligereza en el cuerpo. De ahí las historias de brujas que
vuelan por los aires y que tienen relaciones sexuales con el demonio. En principio, la
Iglesia afirmó que, en realidad, estas mujeres no volaban sino que se trataba de sueños
provocados por el demonio. Pero, de repente, la Iglesia cambió de opinión y empezó a
afirmar que las brujas en realidad sí volaban y sí tenían relaciones sexuales con el
diablo.
Según Harris, el cambio de opinión se debe a la necesidad de la Iglesia de
legitimarse a través de hacer más creíble el cuento de las brujas, ya que en ese momento
se sentía amenazada por la aparición de grupos protestantes y de movimientos
mesiánicos dirigidos contra la corrupción y los abusos cometidos por la jerarquía
eclesiástica. Como lo señala el propio Harris, la gran locura de las brujas:
Desmovilizó a los pobres y desposeídos, aumento la distancia social, les llenó de sospechas
mutuas, enfrentó al vecino contra el vecino, aisló a cada uno, hizo a todos temerosos, aumentó la
inseguridad de todo el mundo, hizo a cada uno sentirse desamparado y dependiente de las clases
gobernantes, centró la cólera y la frustración de todo el mundo en un foco puramente local
(Harris, 1980: 207).
En el siguiente capítulo, “El retorno de las brujas”, Harris se lanza en contra del
consumo de drogas como parte del movimiento contracultural, y lo critica de esta
manera: “las drogas psicodélicas son útiles porque permiten que las relaciones ‘ilógicas’
parezcan ‘perfectamente naturales’” (Harris, 1980: 209). En mi opinión, Harris comete
aquí un error: relaciona el consumo de drogas con el movimiento de la contracultura
exclusivamente. Como ya lo hemos mencionado, la búsqueda de la alteración de la
conciencia es algo relativamente común en la historia de la humanidad. De esta manera,
podemos decir que no son “las brujas” las que han regresado puesto que siempre han
estado ahí. Lo que regresó fue “la cacería” de brujas. Este tipo de persecuciones sólo se
dan en situaciones extremas; tanto el momento que Harris describe como lo que
observamos en la actualidad son situaciones en las que el orden social está en crisis.

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El narcotráfico, a mi parecer, genera un fenómeno similar. La responsabilidad
del Estado en la crisis de la sociedad actual es desviada hacia las drogas, un enemigo
omnipresente pero difícil de detectar. Convencida de este discurso, la gente comenzó a
adjudicar sus males al narcotráfico y a la drogadicción en vez de adjudicárselo a la
corrupción e ineficacia del gobierno. Y otra cosa más, este fenómeno no sólo exculpa al
gobierno sino que también le da una razón de ser. Al creer que está siendo atacada, la
sociedad necesita un protector. Así, el gobierno aparece como “el salvador” frente a este
enemigo aparentemente invencible.
Al igual que con los movimientos militar-mesiánicos de la Edad Media, la gran
persecución de las drogas sirve como una política discrecional en contra de los
enemigos políticos. Es común que cualquier grupo guerrillero o movimiento social que
aparece en la región sea rápidamente asociado con narcotraficantes, justificada o
injustificadamente. La guerra contra el narcotráfico es, al mismo tiempo, la excusa
perfecta para echar abajo las garantías individuales y legitimar el espionaje, la tortura y
toda una amplia gama de prácticas que son completamente ilegales. Por ejemplo, en
Estados Unidos, el principal argumento en contra de políticas migratorias más abiertas
es la seguridad nacional y, especialmente, el narcotráfico. Es posible sugerir, entonces,
que probablemente no haya un interés real por desarticular el narcotráfico en su
totalidad, en la medida en que otorga a los gobiernos una excelente forma de
legitimarse.
Es necesario agregar otros aspectos para fortalecer nuestro análisis del
narcotráfico. En México, el narcotráfico puede llegar a tener tanto éxito, en gran parte,
por las condiciones geográficas de nuestro país. En primer lugar, tiene un clima ideal
para el cultivo de diferentes tipos de droga, como marihuana y amapola. Al mismo
tiempo, hay zonas muy remotas en las que es fácil esconder los cultivos. Por último,
tiene frontera con Estados Unidos, el país con el mayor número de consumidores a nivel
mundial.
Respecto al consumo de drogas, el materialismo cultural podría explicar este
fenómeno de una manera muy simple: las drogas hacen más soportable las exigencias
de la vida moderna. Por ejemplo, la gente del espectáculo, los corredores de la bolsa de
valores o los médicos que tienen que soportar mucha presión y mantenerse despiertos
durante largos periodos de tiempo, pueden encontrar algún tipo de alivio en el consumo
de determinadas drogas. Otro ejemplo, en Vietnam, los soldados consumían drogas para
poder soportar los horrores de la guerra y, al mismo tiempo, les daba más fuerza y
energía a la hora de luchar contra el enemigo. El uso de drogas desde siempre ha estado
íntimamente ligado con la guerra y el desarrollo de la química y la medicina.
Desde la perspectiva del materialismo cultural, en realidad, no hay muchas
propuestas para solucionar el problema de la droga. Si el hombre considerara las drogas
como algo prejudicial o inútil, automáticamente las descartaría.

El marxismo: la lucha por las drogas

El marxismo plantea que la economía es una lucha entre grupos que buscan apoderarse
de las riquezas. Se necesita entonces analizar las relaciones de poder que regulan el
narcotráfico. El valor de las drogas, como el de cualquier otra mercancía, está
determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. El
carácter de “ilegal” obliga a los narcotraficantes a vender la droga a un precio que
contrarreste los costos que implican la clandestinidad y la corrupción. Es decir, el

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tráfico de drogas sería imposible sin la complicidad de las autoridades. Gran parte de los
ingresos generados por el narcotráfico se destinan a corromper policías, militares,
agentes aduanales y también a funcionarios del poder ejecutivo en todos los niveles de
gobierno.
Los grupos que controlan el mercado de las drogas tienen tanta influencia que
incluso han llegado a lavar dinero en las campañas de algunos candidatos
presidenciales. La presidencia de Ernesto Samper (1994-1998) en Colombia, por
ejemplo, estuvo rodeada por el escándalo luego de que se hiciera pública la utilización
de dinero del narcotráfico en su campaña electoral. Este episodio lo hizo más vulnerable
a las presiones de Washington, desde donde se intentó imponer en ese país, con el
mayor descaro, la política antidroga estadounidense. La negación de Samper a renunciar
desató una campaña de desprestigio encabezada por Estados Unidos. Se calificó a
Colombia como una “narcodemocracia” (Castro, 2006) y como la mayor amenaza para
la seguridad nacional estadounidense. Durante dos años consecutivos Estados Unidos
detuvo el envío de recursos destinados al combate al narcotráfico en ese país. El Estado
colombiano, en lo que puede calificarse como un intento desesperado por obtener la
certificación del combate a las drogas por parte de los Estados Unidos, lanzó una ola de
represión. Los estadounidenses incluso llegaron a enviar personal militar para auxiliar al
Estado colombiano en su lucha contra el narcotráfico y los grupos guerrilleros,
interviniendo así, de manera directa, en un conflicto armado en ese país. A la salida de
Samper, Estados Unidos condicionó los recursos a cambio de un programa que
correspondiera con sus prioridades e intereses en la región. Quizá olvidando que es el
principal consumidor de drogas en el mundo, Estados Unidos lanzó una cruzada
represiva en contra de la producción de drogas en Colombia y aprovechó los vínculos
con la insurgencia para volverla blanco de su ataque. El combate a las drogas es, por lo
tanto, una excusa perfecta para que Estados Unidos imponga sus intereses en los países
latinoamericanos.
La parte de las ganancias del narcotráfico que no se utiliza para corromper
autoridades, por lo general, se usa para comprar armas, en su mayoría, producidas en
Estados Unidos o Europa. No olvidemos tampoco que los narcotraficantes tienen un
enorme poder adquisitivo y que gustan mucho de tener bienes de lujo producidos, sobre
todo, en los países industrializados.
En la medida en que el precio de venta depende más de una relación de fuerza
con los países compradores que del precio de producción, se privilegian las actividades
de distribución a costa de las actividades de producción. Aquí las nociones de
productividad y rentabilidad no son decisivas, como sí lo son en el caso de la mayoría
de las actividades económicas. Es decir, la ilegalidad de las drogas genera relaciones de
producción particulares. Es muy común que sea un comerciante o un cacique local
quien empuje a los campesinos a sembrar drogas. No obstante, sólo una mínima parte
de los ingresos de la producción de drogas beneficia a los campesinos. Según un estudio
hecho en 1990 (Grimal, 2000: 63) de los 100 dólares que un consumidor estadounidense
se gastó en cocaína, 92 se quedaron en Estados Unidos, de 4 a 5 fueron para el
intermediario (generalmente colombiano o mexicano) y, finalmente, tan sólo 2 fueron a
parar a las manos del productor.
El consumidor se vuelve dependiente del traficante en la medida en que no
puede conseguir drogas en ningún otro lugar. La calidad y el precio, por lo tanto, son
establecidos por el narcotraficante. En la enorme cadena de las drogas, cuando el
producto llega al interesado, éste ya ha sido rebajado varias veces. Se han documentado
casos donde el traficante mezcla, por ejemplo, crack con marihuana, para incitar al
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consumidor a ingerir productos más interesantes en términos de dependencia y de
ganancias. El precio elevado de las drogas exige al consumidor habitual un poder de
compra bastante superior al de cualquier otro individuo. El adicto se ve entonces
obligado a comprometerse en pequeños actos criminales; comenzar a traficar es, a la
vez, el paso más simple y práctico para procurarse su consumo. El consumidor-
revendedor se vuelve entonces un actor muy dinámico en el comercio de drogas en la
medida que necesita desarrollar una clientela creciente con el fin de financiar su propio
consumo.
Al mismo tiempo, el carácter de “ilegal” provoca que los grupos que controlan
este mercado no compitan por los cauces legales. En lugar de competir en función de los
precios y la calidad de sus productos, los narcotraficantes compiten en función de su
poder político y su fuerza militar. Sus ganancias extraordinarias les permiten corromper
a los funcionarios hasta en los más altos niveles de gobierno, quienes los protegen
usando todo el aparato estatal. De igual forma, crean ejércitos paramilitares capaces de
enfrentar a las fuerzas del Estado, que a veces incluso están mejor equipados y
entrenados que los mismos policías. Los grupos que controlan la droga buscan
apoderarse por completo de este jugoso negocio y son capaces de matar y de
desestabilizar al Estado con tal de conseguirlo. Han logrado consolidar poderosos
monopolios verticales que controlan desde la producción hasta su distribución en el
mercado y que operan en una veintena de países en todo el mundo.
El comercio mundial de drogas es todavía reflejo de la división internacional del
trabajo que se estableció a partir del siglo XIX. Las materias primas con las que se
fabrican drogas ilegales, como son el opio, la coca y la marihuana, se producen en
países del tercer mundo. La venta de los productos transformados en los grandes
mercados de consumo es controlada por los grandes países industrializados. La
distinción entre drogas legales e ilegales estigmatiza y penaliza a los países pobres
mientras que las empresas farmacéuticas y las multinacionales del tabaco y el alcohol
inundan el mundo con sus productos. Las ganancias del comercio de drogas benefician
casi exclusivamente a un pequeño sector de traficantes y, de manera muy reducida, a los
productores. En este sentido, el narcotráfico concentra el poder financiero al mismo
tiempo que acentúa las desigualdades sociales en un mundo donde éstas son ya de por sí
preocupantes.
Mientras que los criminales de cuello blanco, que lavan el dinero de la droga en
los mercados internacionales, actúan con completa impunidad, es a los consumidores y
a los productores directos, que dependen de los grandes traficantes, a quienes se
persigue y estigmatiza. En efecto, la represión se enfoca en los productores, los
consumidores y en los pequeños distribuidores. Mientras el Estado se concentra en
destruir plantíos, capturar narcomenudistas y reformar a los drogadictos, casi nunca
aplica la ley a los grandes traficantes, quienes fácilmente cambian de proveedor y de
clientela. Por lo tanto, al haber un mayor control sobre el tráfico y la producción de
estas substancias, en realidad, se está ejerciendo un mayor control sobre la población.
Si hubiera que proponer una solución al problema del narcotráfico desde la
posición marxista –sin llegar al extremo de la Revolución– el Estado debería asumir el
control de la producción de drogas. De este modo, el Estado se aseguraría que el
excedente de esta empresa millonaria sea destinado a desalentar el consumo y a cuidar a
los adictos; sobrarían incluso recursos para mejorar los sistemas de salud y para
combatir al crimen organizado en beneficio de las mayorías.

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Conclusiones

Si bien las cuatro perspectivas utilizadas para el análisis del problema del
narcotráfico aportan elementos para su comprensión, ninguna de ellas, de manera
individual, ofrece una solución satisfactoria.
Según el sociólogo francés Emile Durkheim, “un acto es criminal cuando ofende
los estados fuertes y definidos de la conciencia colectiva. […] No lo reprobamos porque
es un crimen, sino que es un crimen porque lo reprobamos” (Durkheim, 1973: 75). Para
Durkheim las leyes penales no sirven para corregir a los criminales; su principal función
es la de mantener la cohesión social. Sin embargo, el consumidor es criminalizado con
base en un prejuicio ante la relación entre droga, adicción y crimen; se confunde el uso
con el abuso de estas substancias. Así, alientan la discriminación y el aislamiento de los
consumidores, quienes incluso llegan a ser percibidos como criminales por sus familias
y por el resto de la sociedad. La imagen del adicto como un ser aislado, enfermo y
criminal es totalmente injustificada. Como lo señala Benedict (1971: 275), “resulta claro
que la cultura puede valorizar y hacer socialmente aprovechables aun tipos humanos
altamente inestables.”
Los huicholes y los mazatecos pueden consumir ciertas drogas alucinógenas sin
ser penalizados. En estos pueblos el consumo de estas substancias está regulado por
normas muy estrictas y todo abuso es castigado. El consumo de este tipo de drogas no
causa ningún tipo de desastre social en estas comunidades. Es difícil entonces entender
cuál es la razón que justifique que algunas personas puedan consumir drogas y otras no.
A mi parecer, todo individuo tiene la facultad de decidir si consume o no cualquier
producto. Pensar que sólo determinados grupos sociales sí pueden consumir ciertas
drogas es caer en el culturalismo; no hay nada que haga a los indígenas menos
vulnerables a las drogas o más capacitados para decidir si las consumen o no. Al mismo
tiempo, si las personas pueden decidir si consumen o no drogas legales, como tabaco y
alcohol, porqué no habrían de poder decidir sobre el consumo de otro tipo de sustancias.
Tal como escribió Paracelso, médico del siglo XVI, “todas las cosas tienen un veneno, y
no hay nada que no lo tenga. Si una cosa es veneno o no, depende solamente de la
dosis” (cit. en Schultes y Hofmann, 1982).
Lo que sí hace falta es que la población tenga información certera acerca del
peligro de consumir drogas. No es mi intención insinuar que se debe fomentar el uso de
drogas, al contrario, pienso que hay que desalentarlo y, sobre todo, que hay mejores
maneras de hacerlo que la aplicación de disposiciones penales. El gobierno y los medios
de comunicación mexicanos se han concentrado en difundir información sesgada sobre
estas sustancias para disuadir a la gente de consumirlas, pero incluso llega a parecer que
se burlan de la racionalidad e inteligencia de las personas. No se puede pensar que se va
a solucionar el problema del consumo de drogas únicamente distribuyendo castigos y
mentiras. De hecho, ya se ha mostrado con claridad que este método es ineficiente para
combatir el uso de drogas. Hace apenas un siglo que existen tales disposiciones penales
y, desde entonces, no se ha logrado más que popularizar la droga y el consumo no ha
hecho más que aumentar.
Sin embargo, la lucha contra las drogas ha resultado muy beneficiosa para
ciertos grupos sociales, especialmente para el crimen organizado, las autoridades
corruptas y los traficantes de armas. El crimen organizado tiene la oportunidad de
obtener cuantiosos ingresos y no pagar impuestos; no hay controles de calidad ni
restricción de venta a menores de edad; además, este negocio les permite corromper a
todos los niveles de gobierno e inclusive tienen la capacidad de poner en jaque al

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Estado. Mientras tanto, el narcotráfico y la drogadicción se muestran como si fueran los
culpables de todos los males de la sociedad. Por su parte, Estados Unidos utiliza esta
idea como pretexto para imponer sus intereses en la región, presionando a los gobiernos
latinoamericanos para que instrumenten severas medidas en contra de las drogas,
mientras en aquel país la demanda de sustancias ilegales sigue aumentando. Es así como
los traficantes de armas se benefician, toda vez que pueden vender armas tanto al
crimen organizado como a los gobiernos que intentan combatirlo.
La guerra contra el narcotráfico ha sido, pues, una simple excusa para atropellar
los derechos de gran parte de la población. La satanización de las drogas es parte de un
discurso de grupos dominantes que quieren anteponer sus intereses y su forma de ver el
mundo. Como lo estableció Durkheim (1973: 70), “[…] si acontece que una disposición
penal se mantiene algún tiempo aunque sea puesta en duda por todo el mundo, es
gracias a un cúmulo de circunstancias excepcionales, por consiguiente, anormales, y tal
estado de cosas nunca puede durar.” Entre 1920 y 1933, en Estados Unidos se intentó
prohibir el consumo de alcohol imponiendo castigos a los traficantes. Pero la medida no
funcionó puesto que seguía existiendo una enorme demanda de alcohol dentro de la
población estadounidense. Poderosas mafias tomaron control del mercado y
protagonizaron sangrientos enfrentamientos en aquel país. Resulta absurdo pensar que
se va a poder eliminar por completo un problema de salud pública con el uso de la
fuerza. “Hay ciertamente algo que anda mal, cuando la ley que está hecha para el bien
de la multitud, en lugar de suscitar su reconocimiento, suscita continuamente sus
murmuraciones” (Foucault, 1976: 118-119).
El problema no es el uso de drogas en sí mismo sino el abuso; cada quien paga
sus excesos con su cuerpo y su mente, no es necesario ningún otro castigo ya que ése es
lo suficientemente cruel. “Su enajenación del mundo real puede ser con frecuencia más
inteligentemente tratada de una manera distinta que el insistir que adopten los modos
que les son extraños” (Benedict, 1971: 277). Se necesita entonces generar el marco
institucional para poder disuadir a la gente de abusar de las drogas, atender a los adictos
y al mismo tiempo regularizar y regular la venta controlando la calidad y supervisando
que se produzca bajo normas establecidas. El mito contra las drogas es completamente
absurdo y es evidente su sesgo político. El discurso del consumidor de drogas, visto
como un ser enajenado y fuera de la realidad, es ridículo y contraproducente. “En una
época ávida por experimentar estados de conciencia alterados, fuera de lo corriente,
tendemos a pasar por alto hasta qué punto nuestro estado mental ordinario es ya una
conciencia profundamente mistificada –una conciencia aislada de un modo sorprendente
de los hechos prácticos de la vida” (Harris, 1980: 12). Queda claro entonces que las
leyes que criminalizan a las drogas no sólo no controlan el narcotráfico sino que
tampoco aseguran la cohesión social. Todo lo contrario: polarizan y confunden a la
población evitando así tanto la recuperación de los adictos como su debida integración a
la sociedad.

Bibliografía

Burling, Robbins (1982). «Teoría de maximización y estudio de la antropología


económica», en Godelier, Maurice (comp.), Antropología y economía,
Anagrama, Barcelona.
Benedict, Ruth (1971). El hombre y la cultura, Pocket Edhasa, Barcelona.

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Castro Ramírez, María Eugenia (2006), «El Plan Colombia: un instrumento de la
geopolítica estadunidense de dominación y destrucción ambiental», en Castro
Ramírez, María Eugenia y Laura Isabel Romero Castillo (coords.) Los
problemas de los espacios habitados y el medio ambiente, Universidad
Autónoma Metropolitana-Xochimilco, México.
Durkheim, Emile (1973). De la división del trabajo social, Ed. Shapire, Buenos Aires.
Evans Schultes, Richard y Albert Hofmann (1982), Plantas de los Dioses, Orígenes del
uso de los alucinógenos, Fondo de Cultura Económica, México.
Foucault, Michel (1976). Vigilar y castigar, Siglo XXI Editores, México.

García Venegas, Isaac (2003-2004). «En favor de la legalización de las drogas», en


Universidad de México, núms. 630-631, UNAM, México.
Grimal, Jean Claude (2000). Drogue: l’autre mondialisation, Gallimard, París.
Harris, Marvin (1980). Vacas, cerdos, guerras y brujas, Alianza Universidad, Madrid.
Rimbaud, Arthur. «Lettre à Paul Demeny, 15 mai 1871», en el sitio de Internet:
http://www.mag4.net/Rimbaud/

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