Un Hijo Secreto
Un Hijo Secreto
Un Hijo Secreto
1
N. de la T. —En inglés, Hunter significa cazador. Por ese motivo, el nombre de Diana, diosa de la
caza (hunt) y el del protagonista (Hunter) están relacionados.
Capítulo Siete
Hunter
—Necesito un trabajo.
Estaba de pie en la biblioteca tapizada de libros, delante del viejo escritorio
de caoba de mi padre, con la cabeza inclinada, como había estado muchas veces
antes durante mi infancia y mi tormentosa adolescencia. Solo que esta vez no era
mi padre el que me miraba desde el otro lado de la mesa. Era mi hermano
pequeño.
Pero era extraño lo mucho que veía a mi padre en los fríos y calculadores
ojos marrones y en la boca curvada irónicamente de mi hermano. Quizá por eso,
pensé, era por lo que Austin y yo nunca nos habíamos llevado bien. Quizá había
demasiado de mi padre en él.
Au me miró, juntando las puntas de los dedos debajo de su barbilla. La
comisura de su boca se levantó en esa sonrisita de suficiencia paternalista que
tanto odiaba.
—¿Hoy no me vas a gritar para que deje libre tu silla? —preguntó, con la
voz suave y tranquila. A pesar de su tono cuidadamente civilizado, todavía tenía
la sensación de que se estaba burlando sarcásticamente de mí, y sentí que me
ponía a la defensiva. Pero mantuve la cabeza baja. Me dolía admitirlo, pero no
era el macho alfa en esta situación. No estaba al mando. Au sí.
—No, —respondí. —Como te he dicho, necesito un trabajo.
—Y ya te he dicho, Hunter, que la Junta Directiva…
—No estoy pidiendo ser el presidente, —solté abruptamente. —Ni siquiera
un mando intermedio. Aceptaré cualquier puesto, Au, no importa lo
insignificante que sea. Solo… necesito un trabajo, de verdad.
Inclinó la cabeza hacia un lado, estudiándome.
—Qué interesante, —dijo, pensativamente. —¿Por qué necesitas un trabajo
precisamente ahora? ¿Has olvidado que eres billonario por derecho propio? No
necesitas trabajar en un McDonald’s para pagar tus facturas, ya lo sabes.
—Lo sé. Yo solo… —dejé escapar un profundo suspiro. No pude explicarle
que necesitaba probarme a mí mismo ante Char, para hacerle ver que ya no era
un niño rico mimado. Que quería trabajar, esforzarme, para hacerme un hombre
mejor, por ella y por Diana. —Quiero hacer algo de provecho, maldita sea. Eso
es todo.
—No me digas. ¿Y qué podría haber obligado al chico malo de Pinecone a
querer cambiar?
Ahora se estaba burlando de mi abiertamente, y lo que de verdad quería era
inclinarme hacia delante, cogerle por su corbata de seda de Hermes y ponerle de
pie para después darle un puñetazo en la mandíbula. Pero él había dejado lo
suficientemente claro en nuestra última conversación que cualquier
comportamiento violento por mi parte me llevaría de nuevo a la cárcel. No
dudaba de que no le temblaría la mano a la hora de presentar cargos. Después de
todo, sabiendo lo que sabía sobre él, era un riesgo para él en este momento y, si
yo estaba en la cárcel, él estaría más seguro.
El hecho de que mi propio hermano no fuera a titubear para meterme en la
cárcel una segunda vez hizo que me doliera el corazón, pero ignoré el dolor y
contesté tan calmadamente como pude.
—Supongo que la cárcel me ha cambiado.
—¿La cárcel? ¿De verdad? ¿Eso es todo?
Estaba claro que estaba pinchándome en un intento de encontrar las grietas
en mi armadura, así que me negué a dejarle ver ninguna. Sabía que no podía
mantener a mi hija en secreto, pero no estaba listo para hablarle de Diana justo
ahora, especialmente desde que sospechaba que no dudaría en usarla como arma
contra mí.
—Eso es todo, —dije obstinadamente.
—Mmmm… —Apoyó la barbilla en los dedos juntos y se quedó congelado
asó, como si estuviera pensando largo y tendido sobre mi problema. —Supongo
que podría encontrar un puesto en el servicio de mensajería, hermano mayor. ¿Te
gustaría?
El pensamiento me llenó de ira, pero luché para que no se reflejara en mis
ojos. Incluso entonces, podía oír la voz de mi padre dentro de mi cabeza, tan
claramente como si estuviera en la habitación con nosotros.
—Un Kensington, ¿trabajando en una posición tan baja? ¡Un Kensington
antes moriría!
Silenció la voz y respondí calmadamente.
—Ya te lo he dicho, Au. Estaré contento de aceptar cualquier trabajo que
puedas darme.
Él asintió, como si hubiera pasado alguna especie de prueba.
—De acuerdo, Hunter. Veré lo que puedo hacer.
—Gracias, —las palabras se atascaron en mi garganta, pero conseguí
escupirlas. Me giré hacia la puerta, pero la voz de Austin me detuvo.
—Oh, a propósito, ¿has visto los periódicos de hoy?
Sujetaba un ejemplar del Pinecone Gazette. Había sido la primera empresa
de medios de Kensington Media, hacía mucho tiempo y era el periódico básico
de una ciudad pequeña: dos páginas de noticias locales, y unas pocas páginas
más de eventos deportivos escolares y similares, salpicado de abundantes
anuncios de empresas locales. No era el tipo de periódico que no solía
molestarme en leer, estaba tan alejado del New York Times o del Washington Post
como era posible.
Lo cogí, con un interés tibio, y bajé la mirada hacia él.
La sangre de me congeló en las venas.
Porque ahí, en la primera página, había numerosas fotos de Diana, Char y yo
mismo dando de comer a los patos juntos. Y todas estas fotos estaban agrupadas
bajo un enorme titular: “¿HIJA SECRETA?”
Au levantó la mirada hacia mí, con su boca curvándose en esa odiosa
sonrisita de suficiencia.
—Realmente, parece como si hubiera algo que no me hubieras contado, —
dijo. —Dime, Hunter, ¿de verdad es tu hija?
No me molesté en contestar. Bajé la mirada hacia las fotos, sintiendo como el
mundo se resquebrajaba y se abría bajo mis pies.
—Oh, Dios mío, —pensé. —Char va a matarme.
Si Jacob no lo hace primero.
***
Charlotte
—¿Qué demonios es esto?
Acababa de poner un plato de huevos fritos con bacon delante de uno de mis
clientes habituales cuando oí una enfadada voz masculina.
—Oh, no, otra vez no, —pensé. Pero cuando miré alrededor, no vi a Hunter,
sino a Jacob, cerniéndose sobre mí, agitando furiosamente un periódico con la
mano.
No tenía ni idea de lo que estaba agitando delante de mí, puesto que mis
mañanas eras siempre frenéticas. Preparar a Diana para la guardería y ponerme
decente era todo lo que tenía tiempo de hacer. En cualquier caso, ¿quién leía
periódicos ahora? En los raros momentos en los que podía ponerme al día de los
acontecimientos actuales (y llorando sobre mis sueños perdidos de una carrera
de periodismo), utilizaba mi teléfono para navegar por Internet, como todo el
mundo. Los periódicos eran tan del siglo pasado…
Pero ahí estaba Jacob, agitando lo que parecía ser el Pinecone Gazette, entre
todas las cosas y parecía absolutamente enfurecido por su causa. Miré a Howie,
disculpándome (siento que haya tantos hombres enfadados en mi vida), y fui
hacia Jacob, intentando conducirle fuera.
Él se quedó allí plantado testarudamente, de pie justo en mitad de la cafetería
y empujó el periódico hacia mí.
—Dime que esto no es verdad.
Lo cogí, perpleja, y bajé la mirada hacia el titular. Las enormes palabras
“¿HIJA SECRETA?” me golpearon como un martillo, cortándome la respiración,
y las fotos de nosotros tres pasando tiempo en el parque hicieron que perdiera el
oxígeno que quedaba en mis pulmones. Pensaba que el parque estaba
completamente vacío, pero alguien había estado vigilándonos. Alguien había
estado oculto detrás de los arbustos y haciendo fotos. Alguien había estado
acechándome.
Otra vez.
—Lo siento, —dije, hablando muy bajito. No podía mentirle a Jacob, no
después de todo lo que había hecho por mí, de todo lo que había sacrificado para
ayudarme. De todas maneras, ahora que había visto esto, sabría que era verdad
solo con mirar la cara de Diana. Después de todo, los rasgos de los Kensington
estaban impresos en ella, en miniatura. —Es verdad.
—Tú y Hunter… vosotros dos… —Pareció darse cuenta de que estaba
farfullando y recuperó el control de su voz. —¿Cómo pudiste, Char?
—¿Sería posible que no habláramos de esto en mi lugar de trabajo?
—Ese hombre es un delincuente, Char. Y lo que hizo, en el instituto, si
supieras lo que hizo… —dijo bajando ligeramente la voz.
—Me acosté con él antes de que fuera un delincuente, —repliqué.
—Pero ahora estás pasando tiempo con él, ¿no es verdad? O sea, mira estas
fotos. Vosotros dos, divirtiéndoos juntos, con Diana… Puf. Juro que voy a
matarlo.
Sujeté la manga de su parka azul oscuro.
—No lo vas a hacer, Jacob. Escucha, prométeme que no vas a hacer ninguna
estupidez. Estábamos hablando. Eso es todo. Tenía derecho a saber lo de Diana y
no podía evitar que se enterara de todas maneras. Estaba destinado a
imaginárselo, tarde o temprano.
—Solo hablando, —dijo despectivamente, bajando la mirada a nuestras fotos
riendo juntos. —Seguro.
—Sinceramente, no estoy volviendo con él, Jacob. En realidad, ni siquiera
estuvimos nunca juntos al principio. Solo fue una noche…
—No tienes que decirme qué tipo de hombre es, —me cortó, levantando la
mano para pararme. —Ya lo sé, Char. Confía en mí. Lo sé.
Pensé que tal vez ahora que Jacob había dejado parte de la ira y Ia traición
fuera de sí, podría irse tranquilamente, pero, por desgracia, la puerta se abrió de
nuevo en ese momento, permitiendo que entrara una ráfaga de aire frío… y
Hunter Kensington.
Jacob se volvió furioso, soltando su brazo de mi restrictiva mano.
—¡Lo sabía! —su voz se elevó hasta un tono de enfado, y todo el mundo en
la cafetería que todavía no nos estaba mirando levantaron la cabeza de sus
desayunos y miraron hacia el drama que se estaba desarrollando. Nunca pasaba
nada en Pinecone, al menos no había pasado nada importante desde el arresto de
Hunter, y ahora, aquí estaba Hunter otra vez, una vez más en el centro de una
lasciva situación. —¡Os habéis estado viendo!
Se dirigió hacia Hunter, con mirada asesina. Traté de sujetarle desde atrás
por la capucha, pero él se liberó y levantó el brazo, claramente para pegar un
puñetazo. Hunter no cerró el puño, no levantó la mano para defenderse,
simplemente se quedó allí, esperando la llegada del golpe.
De repente, Howie estaba interponiéndose entre ambos. El bueno y viejo
Howie. Era un tío enorme, incluso si ya no estaba en la mejor forma física
posible, y atrapó el puño de Jacob en su mano grande y callosa, y se lo bajó
fácilmente.
—Caballeros, aquí no va a haber peleas a puñetazos, —les informó,
manteniéndoles apartados el uno del otro. —Hagan el maldito favor de salir de
mi local, ambos, o llamaré a la policía.
La mirada de Hunter se volvió hacia mí y yo le devolví la mirada,
contestando su muda pregunta con los ojos: “Hablaremos más tarde.” Él asintió
ligeramente, entonces se giró hacia la puerta y desapareció en el sombrío día de
febrero. Jacob se volvió para mirarme fijamente, después gruñó audiblemente y
también se fue.
Me quedé allí de pie, temblando. Howie se acercó a mí, y puso una mano en
mi hombro amablemente.
—Necesitas arreglar los dramas de tu vida, —dijo, no sin amabilidad. —No
puedo tener jóvenes enfadados entrando en mi cafetería a pelearse contigo. Es
malo para el negocio, ya sabes. Tomate la tarde libre y arregla tu vida, Char. Y
por amor de Dios, mantén los dramas fuera de mi cafetería de ahora en adelante,
¿de acuerdo?
—De acuerdo, —contesté, paralizada. —Lo intentaré.
***
Hunter
—Necesitamos hablar.
Había estado sentado de nuevo en el banco de hierro del parque, mirando al
estanque delos patos y tan concentrado en mis sombríos pensamientos que no
había oído las pisadas acercándose. Levanté la cabeza de golpe, y descubrí a
Char allí de pie, mirándome.
No podía leer su expresión, pero asumí que estaba enfadada por lo que había
pasado en la cafetería. ¿Quién no lo estaría? Claro que realmente yo no había
hecho nada, pero incluso así…
—Siento lo del artículo en el periódico, —le dije. —Y lo que ha pasado esta
mañana en la cafetería.
—No ha sido culpa tuya. Yo siento el comportamiento de mi hermano. Saber
que eres el padre de Diana… bueno, creo que ha supuesto una conmoción para
él. Te odia.
La horrible franqueza de esas palabras me hirió como un puñal. Por
supuesto, intelectualmente sabía que Jacob me odiaba, pero oírlo tan
brutalmente… dolía. Después de todo, una vez fue mi mejor amigo. Realmente,
nunca le reemplacé en mi corazón, nunca encontré a otro hombre al que pudiera
llamar amigo íntimo. En la universidad, me convertí en un solitario y me aseguré
a mí mismo que lo prefería así.
Pero en el fondo, sabía que no era verdad.
Ella se acomodó en el banco de hierro a mi lado, su muslo cerca del mío.
Estuvimos en silencio un rato largo, mirando el pequeño estanque de los patos.
Hacía tanto frío que los bordes estaban cubiertos de hielo, pero los ánades reales
nadaban rápidamente en círculos en aguas abiertas, levantando los traseros casi
constantemente mientras buscaban comida. El cielo era de un sombrío y
premonitorio gris metálico, y el sol que había brillado tan alegremente el día
anterior estaba en algún sitio donde no podía encontrarse, escondido detrás de
oscuras nubes que se desplazaban rápidamente.
Por fin habló.
—Siento haber tratado de dejarte fuera, —dijo.
—Está bien, —bajé la mirada hacia ella sorprendido. Había esperado enfado,
no una disculpa. Entiendo por qué lo hiciste.
—No está bien. Es solo que… bueno, me he acostumbrado a pensar en Diana
como mía en el último par de años. Mi madre y Jacob me han ayudado a criarla,
pero incluso así, pienso en ella como mía y solo mía. Pero sinceramente…. Ella
nunca ha sido solo mía, ¿verdad? También es tuya y debería haberte hecho saber
de ella en el momento que nació. Pero estaba asustada.
—¿Asustada porque ella supiera que era hija de un delincuente?
—En parte, —admitió ella, y la realidad de las palabras volvió a herirme
como una puñalada. Porque, por supuesto Diana era hija de un delincuente y
ahora lo sabía toda la ciudad. Pronto, pensé tristemente, lo sabría todo el país. A
la gente le encantaba un buen escándalo Me preguntaba por cuantos malos
momentos tendría que pasar mi hija en su vida a causa de mis elecciones. —Pero
también por tu familia. En aquel momento, tu padre aún vivía, y yo tenía miedo
de que, si él sabía que era tuya, intentaría obtener la custodia de algún modo.
—Probablemente fue lo sensato, —coincidí. —Mi padre hubiera querido
criarla como a una Kensington.
—Sí. Lo que hubiera significado que habría vivido en una mansión, no en
viejo y ruinoso adosado. Que hubiera tenido niñera y hubiera ido a la guardería
más exclusiva. Y llevado la mejor ropa, jugado con los mejores juguetes, y…
bueno. La habría perdido, Hunter. Sabes que es así.
Pensé en la obsesión de mi padre con la familia, y la cantidad de dinero que
tenía a su disposición, en comparación con Char. Asentí.
—Tenías razón, —admití. —Mantener la verdad en secreto era la única
manera de conservarla.
—Sí. Hice lo que tenía que hacer, pero aún lo lamento. No fue justo para ti.
Pero ahora…
—No quiero separarla de ti, Char. Lo sabes, ¿verdad?
Ella levantó la mirada hacia mí, y una ligera sonrisa apareció en sus labios.
—Lo sé, —dijo ella, —aunque no podría decirte cuando lo he sabido.
Cuando oí que habías salido de la cárcel y volvías a casa, lo primero que pensé
fue que podrías llevarte a Diana de mi lado. Pero ahora que te conozco… No
creo que fueras capaz de semejante cosa.
—Tienes razón. No podría. Ayer vi cuanto te quiere. Cómo la adoras. Nunca
podría separarla de ti, de ninguna manera. Te necesita.
—Pero necesita a su padre, también. —Se inclinó y, suavemente, puedo una
mano en la mía. Me di cuenta de que había estado cerrando los puños sobre los
muslos, y conscientemente, traté de relajar las manos. —No es justo por mi parte
guardármela toda para mí. Al principio, pensé que era lo que quería, pero ahora
me he dado cuenta de que ella te necesita, Hunter. Y tú a ella.
Nunca había necesitado a nadie en mi vida, y la idea de que yo necesitaba a
alguien, y menos aún a una niña de dos años, era absurda, casi insultante. Debí
dejarlo ver en mi expresión, porque ella se rio suavemente.
—Es verdad, —insistió ella. —Deberías haberte visto la cara ayer. ¿Has
mirado bien las fotos del periódico? Toma, echa un vistazo.
Sacó el periódico de debajo de su brazo y me lo tendió. Lo tomé, con
curiosidad. Realmente no había visto de cerca el periódico cuando Au me lo
había lanzado por la mañana, así que me tomé mi tiempo para mirar las fotos
ahora. Los tres estábamos sonriendo juntos mientras dábamos de comer a los
patos, con todo el aspecto de ser una familia feliz. Había incluso un par de fotos
en las que claramente nos estábamos riendo.
Me había reído con Char y mi hija.
Yo nunca me rio.
Miré las fotos y me asombré. Tal vez necesitaba de verdad a mi hija.
Y tal vez, solo tal vez, también necesitaba a Char.
Giré la mano, con la palma hacia arriba y enredé mis dedos con los suyos.
Ambos miramos nuestras manos unidas durante un largo rato.
—Diana no es solo mía, —me dijo suavemente. —Es nuestra.
Sentí una inmensa ola de gratitud recorriendo mi cuerpo, tan cálida en
intensa que no podía ponerle palabras. Quería darle las gracias, pero, en cambio,
simplemente me giré hacia ella y la envolví con mis brazos. Ella deslizó los
brazos alrededor de mi cuello y nos abrazamos el uno al otro durante un largo
instante.
No me importaba nada quién pudiera estar acechando en los arbustos,
mirando o haciendo fotos. Sinceramente no me importaba.
Este momento era solo nuestro.
Respiré el aroma de su pelo, el olor a fresas y supe que era mi turno de
sincerarme. Ella me había devuelto a mi hija, y ahora era el momento de que yo
le diera a ella la verdad. Se lo debía.
—Tengo que decirte algo, —susurré en su oído.
Sentí sus pestañas aletear en mi mejilla mientras parpadeaba, confusa.
—¿Qué tienes que decirme?
Suspiré profundamente, y luego escupí las palabras con prisa.
—La acusación de malversación… no fui yo, Char. No lo hice. Lo juro.
Echó para atrás bruscamente la cabeza y me miró fijamente.
—¿Qué quieres decir, Hunter? Te declaraste culpable, ¿no fue así?
—En realidad acepté un proceso sin disputa. Y… no puedes decírselo a
nadie. Prométemelo. Promételo.
Ella pareció entender, por mi tono, la enorme repercusión de lo que iba a
decir, porque asintió muy solemnemente.
—Te lo prometo.
Nunca le había dicho a nadie la verdad, y no sabía por qué se lo iba a decir
ahora, excepto porque era la madre de mi hija y se merecía saber que no era tan
terrible como ella pensaba que era. Admito que no era ni parecido al concepto de
hombre ideal, pero tampoco era un criminal. Y de alguna manera, necesitaba
desesperadamente que ella lo supiera.
—Au… Au fue quien malversó ese dinero de la fundación, —dije por fin,
vacilando solo un poco. —Mi padre me pidió que asumiera la condena por él, así
que lo hice.
—¿Me estás diciendo que fuiste a la cárcel para proteger a tu hermano
pequeño? —me miraba fijamente, con la boca abierta.
Asentí.
—La devoción de los Kensington a la familia —dijo secamente, —es
bastante más jodida de lo que yo pensaba.
El comentario me hizo soltar una risa entre dientes.
—Supongo que tienes razón. Pero en ese momento, Au solo tenía
veinticuatro años. Era solo un crío. No se merecía arruinarse la vida por culpa de
un error estúpido.
—Oye, que yo tengo veinticuatro años, muchas gracias. Y no soy una cría,
soy una adulta. Y si quieres mi opinión, si Austin era lo bastante mayor para
cometer el delito, también era lo bastante mayor para ir a la cárcel. —Vio que
estaba a punto de responder y rápidamente levanto las manos en un gesto
defensivo. —Pero puedo ver que tú no lo sientes así. Que tú todavía no lo sientes
así. Yo… solo siento que tu padre decidiera pedirte que te sacrificaras de esa
manera, Hunter. No te debería haber pedido que lo dejaras todo por tu hermano.
Fue un error.
—Está bien, —dije, aunque realmente no lo estaba. Me había estado
afligiendo durante años… ¿Mi padre me había pedido que pagara en lugar de Au
porque le quería más a él? No podía ver otro motivo para su elección, y de
alguna manera lo entendía. Yo había estado lejos de ser el hijo perfecto, mientras
que Au había sido todo lo que el viejo había querido en un hijo. Au era
inteligente, amable, y un líder nato, mientras que yo había sido…
Bueno, la verdad es que había sido un imbécil. Quizá todavía lo era.
—No lo está. —Char sonaba más indignada que antes. —Es lo más alejado
de estar bien, maldita sea. ¿Por qué todavía le proteges? ¿Por qué no lo cuentas,
simplemente? Podrías limpiar tu nombre…
—Au es mi hermano, Char. Admito que no me gusta mucho, pero le quiero.
Si fuera Jacob, ¿No lo dejarías todo por protegerle?
Se quedó en silencio un momento, pensando en ello.
—Sí, —contestó finalmente, en voz baja. —Supongo que lo haría.
—En cualquier caso…—suspiré, mirando de nuevo a los ánades reales,
nadando despreocupadamente en el agua. Los patos tenían una vida simple y con
pocas complicaciones. Que afortunados. —La verdad es que, sinceramente
pienso que ha resultado ser lo mejor. Au siempre ha tenido más cabeza para los
negocios que yo, y realmente está siendo un buen presidente. He estado leyendo
sobre Kensington Media, y está haciendo un trabajo condenadamente bueno en
la empresa. Mejor de lo que yo hubiera hecho, imagino. Es posible que mi padre
hiciera su elección por eso, porque pensaba que Au, con todos sus defectos, sería
mejor para la empresa.
—Pero…
—Sin peros, Char. Se acabó y nada puede cambiarlo ahora. No tiene sentido
remover los viejos problemas. Ya estoy fuera de la cárcel y tengo una
oportunidad para empezar de nuevo. Y me gustaría hacerlo, en gran parte…
contigo y con Diana.
Me miró durante un largo m omento, sus ojos azules brillando con las
lágrimas. Su mano apretando la mía, apretando tan fuerte que casi dolía.
—¿Por qué no vienes a cenar esta noche, Hunter?
Capítulo Ocho
Charlotte
Decir que la cena fue incómoda sería no hacerle justicia en absoluto.
Hunter llegó a las seis. Parecía como si hubiera cuidado su aspecto, su pelo,
oscuro como la medianoche estaba recién cortado y bien peinado y estaba muy
bien afeitado; pero, sabiamente, tampoco se había puesto un traje de 10.000$ en
un erróneo intento de impresionar a mi familia. Bajo la omnipresente cazadora
de cuero, simplemente llevaba un polo a rayas azul marino y burdeos y unos
vaqueros de color índigo oscuro.
Jacob insistió en recibirle en la puerta, para mi consternación. Lo último que
quería era que se pusieran de nuevo a pelearse a puñetazos. Pero solo se miraron
fijamente el uno al otro durante un largo instante, después Jacob abrió la puerta
del todo y, simplemente, le dijo que pasara.
Hunter entró en el recibidor, se quitó la cazadora y la colgó en el perchero de
los abrigos, exactamente igual que lo hacía cundo visitaba a Jacob en la época
del instituto. Antes de que pudiera dar otro paso, mi madre llegó corriendo desde
la cocina, se estrelló contra él y le echó los brazos al cuello con su habitual falta
total de dignidad.
—¡Cuánto me alegro de verte, cariño! —gorjeó en su oído. —¡Estás tan
mayor y tan guapo!
Los ojos de Hunter se abrieron del todo por la sorpresa, como si no hubiera
esperado encontrarse en el lado que recibiría un abrazo de madre, pero,
educadamente, trató de devolverle el abrazo.
—Mmm. Yo también me alegro de verla, Sra. Evans.
Él la soltó y miró dubitativamente a Jacob, cuya cara se había vuelto asesina.
Parecía como si pudiera matar allí mismo a Hunter después de todo. Me
interpuse entre ellos, cogí el brazo de Hunter y le dirigí hacia el comedor.
Él había comido en nuestra casa muchas, muchas veces cuando era
adolescente, y yo le recuerdo comiendo la comida de mi madre con un
entusiasmo tremendo, tanto que a menudo me preguntaba si le daban de comer
en casa. Por supuesto, toda la ciudad sabía que su familia tenía un chef francés
que preparaba comidas maravillosamente exóticas para el clan Kensington,
cualquier cosa desde filet mignon hasta escargots, que se ponían en bandejas de
plata y un mayordomo inglés se las serviría a la familia. Hunter debía disfrutar
una comida increíble en su casa.
Pero siempre parecía preferir el pastel de carne.
Mamá lo había recordado, también. Cuando la informé tímidamente de que
Hunter vendría esa noche, se dirigió corriendo a la cocina y empezó a preparar
pastel de carne. Ahora estaba poniendo grandes pedazos en cada plato, junto con
raciones generosas de puré de patata y judías verdes. No teníamos bandejas de
plata, solo la misma vieja vajilla que mamá tenía desde los setenta. Pero la cena
valía para mí un millón de dólares.
—¿Queréis poner la mesa, chicos? —dijo ella.
Había dicho lo mismo docenas de veces cuando eran adolescentes; y siempre
se habían apresurado a poner la mesa mientras charlaban y reían. Ahora los dos
se miraron el uno al otro con cara de póker y después fueron a por los cuchillos y
tenedores, que seguían estando en el mismo cajón en el que habían estado diez
años antes. Momentos después la mesa estaba puesta para satisfacción de mi
madre, senté a Diana en su trona y nos sentamos todos a cenar. Vi cómo Hunter
parpadeaba confuso cuando mi madre le puso delante un gran vaso de leche.
—Recuerdo que siempre te gustó la leche, —le dijo ella.
Yo sospechaba que ahora estaba acostumbrado a saborear Chablis y Burdeos
con la comida, pero mamá aparentemente había tomado la decisión imperativa
de tratarle como si no hubiera pasado el tiempo y todavía fuera un adolescente.
Lo que quizá era lo mejor, considerando todo lo que había pasado desde
entonces.
Comimos con ganas y, a pesar del silencio incómodo que prevalecía, la cena
parecía ir bien. Hunter devoraba su pastel de carne con tanto entusiasmo como si
lo hubiera preparado por el chef francés más del mundo, y engulló la leche como
si estuviera sediento, también.
Pero nadie parecía tener nada que decir.
No pasó mucho tiempo hasta que Diana decidió que el silencio reinante era
inaceptable y decidió llenarlo con un largo monologo sobre su día en la
guardería, que ella parecía estar dirigiendo sobre todo a Hunter. Como a todos
los niños de su edad era difícil entenderla cuando se lanzaba, pero Hunter la
escuchaba con una apariencia total de intenso e intervenía en los momentos
adecuados diciendo cosas como “¿es así?”, “guau, que emocionante”, y
“¡suena divertido!”.
Viéndolos juntos a los dos, no pude evitar pensar que era mucho mejor padre
de lo que jamás hubiera imaginado. Les recordé a los dos corriendo juntos
alrededor del parque, él riendo mientras ella chillaba encantada, y parecía que no
podía dejar de mirarlos interactuar. Debía estar poniendo cara de dibujo
animado, con corazoncitos saliéndome por los ojos, porque de repente Jacob me
lanzó una mirada de disgusto total y tiró su tenedor en el plato con una violencia
totalmente innecesaria. Tintineó claramente contra el plato y todos miramos
hacia él.
—Lo siento, —dijo él, poniéndose en pie tan rápido que casi tira la silla. Su
cara, que normalmente era amistosa y feliz, estaba oscurecida de la ira. —No
puedo hacer esto. No puedo sentarme aquí y fingir que es perfectamente normal
invitar a alguien… alguien como él a nuestra casa. Sencillamente no puedo, ¿de
acuerdo?
Mi madre levantó la mirada hacia él, después se puso en pie lentamente.
Jacob medía un metro ochenta y cinco y ella solo un metro sesenta, pero de
repente parecía tan imponente como una reina, su cara redonda y con arrugas de
expresión, coronada de plata.
—Siéntate, Jacob, —dijo ella, la voz cortante como el acero.
—Te lo he dicho, no puedo.
—Puedes y lo harás. Hunter es nuestro invitado, y el padre de Diana. No te
atrevas a marcharte de esta mesa.
—Sra. Evans, no quiero ser la causa de un conflicto… —dijo Hunter,
poniéndose también en pie.
—Silencio, —dijo ella, severamente, lanzándole una mirada y (para mi
diversión) se calló inmediatamente. —Hunter, querido, esto no es culpa tuya y tú
tampoco te vas a ir. No sé qué pasó entre vosotros hace años, pero vais a tener
que aprender a llevaros bien de nuevo, por el bien de la niña.
—Pero él…. —balbuceó Jacob y mamá volvió su mirada taladrante hacia él.
—Silencio.
Él se cayó, y Hunter, sensatamente no dijo nada. Incluso Diana, que se había
embarcado en un largo y sincero monólogo comparando los columpios del
parque con los de su escuela, se sumó al silencio. Mamá no se enfadaba mucho,
pero cuando lo hacía, nadie quería cruzarse con ella.
—Vosotros dos, sentaos.
Se sentaron.
—Toma otro trozo, Hunter, querido. Hay mucho. —Le pasó la bandeja de
rebanadas de pastel de carne, y él, educadamente, se sirvió otra. Después de
dudar un momento, le pasó la bandeja a Jacob, que también tomó una rebanada.
—Gracias, Sra. Evans.
—Gracias, mamá.
—Así está mejor, dijo ella, sonriéndoles a ambos. —Poneos más patatas,
chicos.
Obedientemente, se sirvieron más patatas.
***
Charlotte
Pocos días después, me encontré pasando rápidamente por las estrechas
calles de Pinecone en una limusina. Y no una limusina cualquiera, sino una
Rolls-Royce. Era un viejo coche señorial que había estado rodando por las calles
de Pinecone desde que puedo recordar, llevando a los Kensington a sus
diferentes sucursales por toda la ciudad. Su pintura color ébano brillaba al
atardecer, casi tan brillante como la parrilla cromada en la parte de delante,
rematada con un ángel.
Era un coche que decía clase, dinero de familia y quítate de mi camino, don
nadie; con cada suave ronroneo de su motor. Nunca habría esperado encontrarme
en su interior.
Y, sin embargo, aquí estaba, apoltronada en los asientos de suave piel y
bebiendo un refresco que encontré en la nevera (sí, el coche realmente tenía una
nevera).
No estaba exactamente vestida para un coche como este. Hunter me había
enviado un mensaje, sugiriéndome que fuera a cenar, y volví a casa del trabajo y
me cambié rápidamente, poniéndome unos vaqueros y una vieja camiseta
alabando el Festival de los Cacahuetes de Pinecone (el punto álgido del verano
en Pinecone cada año). Y entonces, justo como Hunter había prometido, el viejo
Rolls había parado delante de nuestra casa y el chófer salió y se puso de pie
rígidamente a su lado, esperándome.
Había visto a los vecinos quedarse mirando con los ojos como platos
mientras yo entraba. Yo ya había sido causa de un pequeño escándalo entre los
vecinos más mayores, debido a que había tenido un hijo fuera del matrimonio
(algo que solo a la población mayor de sesenta años parecía preocuparle, para ser
completamente sinceros). Pero subir en el bien conocido Rolls de los
Kensington, mientras el conductor me sujetaba la puerta como si yo fuera una
famosa rica y con mucho glamur en lugar de la vulgar camarera de todos los
días, parece que hizo que todas las puertas de la calle se abrieran y todos mis
vecinos salieran a la entrada a pesar del frío. Se quedaron allí, mirando como si
el circo hubiera llegado a la ciudad y yo protagonizara el espectáculo de los
monstruos.
Y después, me llevaron como a Cenicienta en su carroza, dejándoles a todos
murmurar sobre mí.
El coche rodaba suavemente por las afueras de la ciudad y, al dar la vuelta a
una curva, vi Hilltop.
Era una vieja mansión, construida en los años veinte. Se le habían hecho
añadidos a lo largo de los años y, como consecuencia, se había ido extendiendo
en todas direcciones. En algún momento se había pintado de blanco para ocultar
las diferentes tonalidades de ladrillo que se habían utilizado a lo largo de los
años, y, bajo los rayos del último sol de la tarde, brillaba como un templo
celestial en lo alto de la colina que dominaba Pinecone, mirando a la ciudad
sobre las alturas precisamente de la forma en la que siempre lo hacían los
Kensington.
Nunca había estado en Hilltop. Estaba bastante segura de que Jacob
tampoco. Hunter siempre se había dejado caer por nuestra casa y siempre tuve la
impresión de que, de alguna manera, Jacob no era bienvenido a la mansión. Y
era triste, porque en aquella época eran los mejores amigos y si Jacob no era
bienvenido en su casa, entonces, ¿quién iba a serlo?
Se me pasó por la cabeza que crecer siendo un Kensington debía haber sido
muy, muy solitario.
El Rolls seguía su camino subiendo por la larga entrada de coches, llena de
curvas, y avanzó hasta pararse delante de una enorme puerta doble. El conductor
salió al instante, dio la vuelta y me abrió la puerta. Le di las gracias y miré hacia
la larga escalera que llevaba a la puerta, que chirrió al abrirse.
Hunter estaba allí de pie, esperándome.
—Hola, —me saludó.
Capítulo Nueve
Hunter
Cuando invité a Char a Hilltop, le había dicho que era para que pudiéramos
conocernos un poco más. Eso fue lo que dije, pero tristemente era consciente de
que mis motivos eran bastante menos puros.
La oscura realidad era que lo que realmente quería era impresionarla. Quería
que viera todo lo que podía ofrecerle a nuestra hija: una casa impecablemente
decorada, la mejor comida, estar en contacto con arte, música y literatura. Podía
ser un criminal, pero era un criminal billonario, maldita sea.
Me reí tristemente para mis adentros. En cierto sentido, no era mejor que mi
padre. Admito que él hubiera querido llevarse a Diana para que pudiera tener lo
mejor del mundo. Yo no quería separarla de Char, pero también quería que ella
tuviera esas cosas.
Lo que era ridículo. Era feliz con Char y su familia. Una mansión con un
ejército de criados no la haría más feliz.
Cuando era niño, nunca me había hecho feliz. Como adolescente, lo había
odiado, y había añorado tener una vida más sencilla, por un lado, pero
disfrutando los privilegios que ser un Kensington me proporcionaba, por otro.
Había mirado la casa de los Evans con ansía, añorando el calor y la vida familiar
que compartían… a la vez que los miraba desde arriba, también.
No sabía que era lo que quería, pero lo que sabía era que no quería que
creciera para ser el tipo de imbécil arrogante y consentido que había sido yo.
Quería ser mejor padre de lo que había sido mi padre. Por encima de todo, quería
que Diana fuera feliz.
Aun así, le enseñé a Char toda la casa, empezando por el vestíbulo con suelo
de mármol, enseñándole después el salón lleno de antigüedades francesas, el
comedor con su deslumbrante araña de cristal de Baccarat, la sala de cine
(decorada como un teatro Art Decó, incluso con las butacas de terciopelo rojo), y
el largo pasillo que unía la parte original de la casa con uno de los nuevos
edificios, que servía como galería de arte. Había estatuas que iban desde estatuas
originales griegas y romanas hasta el orgullo de mi padre, un bronce de Rodin.
Pinturas originales adornaban las pareces, incluyendo un Warhol y un Picasso,
entre otras menos conocidas. Char debía haber seguido uno o dos cursos de
historia del arte, porque sus ojos se abrían más y más mientras caminábamos a
través del largo pasillo.
Y al final del pasillo, empujé la pesada puerta de arce de la biblioteca para
abrirla.
—Y esta, —dije, —es…
Me detuve al ver que Au se ponía de pie desde detrás del escritorio. Levantó
una ceja hacia mí.
—¿Tenemos compañía, hermano?
Sentí que mis dientes se iban hacia atrás en un gruñido a pesar de mis
mejores intenciones. Au sostenía mi futuro en palma de su mano, y por eso sabía
que necesitaba tratarle con respeto y cortesía. Pero era tan irritante. Todo lo que
tenía que ver con él, me irritaba, desde su tono desdeñoso hasta la maldita ceja.
—Clive me dijo que estarías en Nueva York esta noche.
—Sí. Justo ahora me iba. —Au se pasó una mano por el pelo dorado,
alborotándoselo con estilo y se acercó a nosotros. Llevaba otro traje, este era
azul marino con un sutil estampado de raya diplomática, con una corbata de un
profundo color burdeos destacando sobre su brillante camisa blanca. Habló con
su tono más formal. —¿No te importaría presentarme a esta encantadora joven?
La última cosa que quería era que Char y Au se conocieran justo esta noche.
Todo lo que le había contado debía estar todavía fresco en su memoria, y
recordaba cuánto se había indignado al defenderme. Si a ella se le escapaba
algo…
Pero no. Había jurado que guardaría mi secreto, sim importar cuánto le
enfadara la situación, y yo confiaba en ella. De hecho, creía en ella mucho más
de lo que nunca había creído en nadie. Lo que era extraño, cuando pensaba en
ello. Pero en las últimas veinticuatro horas, mi fe en ella había llegado a ser
absoluta.
Podía confiarle a Char mi vida.
—Esta es Char Evans, —dije, finalmente. —Char, mi hermano Austin.
Ella le ofreció la mano, sin demasiado entusiasmo y Au la tomó en la suya y
la acercó a la suya, besándola el dorso como si ella fuera una princesa.
—Estoy encantadísimo de conocerte, —dijo él, liberando su mano y la miró
a los ojos honestamente. Había una sinceridad en su voz que la hizo parpadear
de sorpresa y, de alguna forma, a mí también me dejó de piedra. Estaba tan
acostumbrado a que Au fuera un capullo mordaz y sarcástico conmigo que me
había olvidado de que podía ser encantador con el resto del mundo.
La verdad es que ambos éramos unos imbéciles. Simplemente, él era mejor
ocultándolo.
—Yo también, —dijo ella, y le miró fijamente, con una mirada asesina. —He
oído hablar mucho de ti.
Au no parpadeó, no delató que estuviera preocupado ni siquiera por el
movimiento de una pestaña.
—Bueno, —dijo él, sus fríos ojos marrones dirigiéndose hacia mí, —te dejo
te dejo tu apreciada habitación para ti, hermano, necesito llegar a Nueva York y
necesito instalarme antes de la reunión de negocios de mañana. Algunos de
nosotros tenemos trabajo importante que hacer, después de todo. —Miró de
nuevo a Char, y su mirada se suavizó. —Siento que no hayamos tenido tiempo
de hablar esta noche, Srta. Evans. Espero llegar a conocerla mejor con el tiempo.
Se separó de nosotros y salió de la habitación. La puerta se cerró tras él y me
quedé allí de pie, sintiéndome desconcertado. Había sido el imbécil habitual
conmigo, pero había tratado a Char con respeto y cortesía, bastante más de lo
que hubiera hecho mi padre en las mismas circunstancias. Nada en su
comportamiento había sugerido que pensara que era inferior a él. Mi padre
hubiera tratado a Char como algo que se acabara de quitar del zapato. Au la
había tratado de la misma manera que hubiera tratado a cualquier dama de
sociedad o a una actriz mundialmente famosa.
¿Era porque sabía que Char era la madre de mi hija? ¿O simplemente era
más decente de lo que yo había imaginado?
Bajé la mirada hacia Char y me di cuenta de que estaba tan desconcertada
como yo.
—No es como yo lo esperaba, —dijo despacio, como si estuviera
reflexionando sobre el encuentro. —Es obvio que vosotros dos no os lleváis
bien, pero eso no es en absoluto inusual entre hermanos. Pero incluso asó, creo
que te mira con… no sé, respeto.
Yo resoplé.
—Y ha sido realmente educado conmigo. En general, parece bastante buen
tío, Hunter. ¿Estás absolutamente seguro de que fue él quien malversó esos
fondos? —continuó ella, obstinadamente.
Algo en mi pecho se volvió duro y frío. Pensé que era mi corazón,
convirtiéndose en hielo. Diez segundos en compañía de mi hermano, y había
cambiado de bando. Y eso que le hubiera confiado mi vida, pensé amargamente.
—¿Estás sugiriendo que yo…?
—No.—Puso una mano suavemente en la parte superior de mi brazo para
detenerme. —Por supuesto que no estoy sugiriendo que lo hicieras tú, Hunter. Ya
me has dicho que tú no lo hiciste y te creo. Lo que me estoy preguntando es,
¿Estás seguro de que Au fue quién robo ese dinero? ¿Habría alguna posibilidad
de que hubiera sido tu padre?
—¿Mi padre? —Me reí suavemente. —La fortuna de mi padre era de más de
diez billones de dólares, Char. ¿Cuál podría haber sido su posible motivación
para robar unos pocos cientos de miles de la Fundación Kensington?
—No lo sé, —dijo ella, frunciendo el entrecejo con perplejidad mientras
miraba la puerta cerrada por la que había desaparecido Au. —No lo sé, Hunter.
Pero…
—Mira, —dije impaciente. —Tú no conoces a Au como yo, ¿de acuerdo? Es
muy bueno fingiendo ser un tío diciendo. Pero no lo es. Siempre ha sido… no sé,
un pelota.
—Ser un pelota no es lo mismo que ser un criminal. Mmmm… —Parecía
estar reflexionando sobre ello. —He notado algo más, ¿sabes? Estaba cojeando.
—Sí. Comenté en el desayuno la otra mañana que se había hecho daño en la
pierna jugando al ráquetbol.
—Ahá…. Pero… bueno, ¿recuerdas al tío que me asaltó la otra noche? Le di
una patada bastante fuerte.
Definitivamente, me acordaba. Le había dado una patada tremenda, de
acuerdo, y el tío probablemente estaría cojeando todavía. Incluso así, apenas
podía reconciliar las dos ideas en mi mente y me puse la mano en la cabeza,
bajando la mirada hacia ella confuso.
—¿Estás sugiriendo que, entre todas las personas del mundo, Au estaba
vagabundeando por Pinecone de noche, atrapando chicas guapas y arrastrándolas
a los callejones?
La idea de mi hermano como malversador era una cosa. Siempre había sido
un poco entrometido de niño y ahora, por lo general, estaba reconocido como un
genio de los negocios. Podía haber robado fácilmente ese dinero sin dejar pistas
detrás de él. Realmente, lo único que me preguntaba era como le habían cogido.
Pero imaginar a Au; al refinado, pretencioso y pomposo Au, como un ladrón
o un violador era otra cosa totalmente distinta. Era verdad que desde que yo
había vuelto, él había salido casi cada noche, pero estaba seguro de que solo
estaba haciendo lo que decía que iba a hacer: ir a la ópera, a la inauguración de
la temporada de la sinfónica o de una galería de arte en Richmond y Washington.
Esa era la clase de cosas que siempre le habían encantado. Y tenía aún más
motivos para no estar en casa ahora. Después de todo, yo estaba allí.
La idea de mi remilgado hermano pequeño esperando en callejones oscuros y
abusando de inocentes chicas jóvenes era un concepto que no entraba en mi
cabeza. Pero antes de que pudiera discutir el asunto, movió la cabeza.
—No digo a chicas en general. No he oído que hayan asaltado a nadie más
en los últimos días, y la gente habla en la cafetería, ya sabes. Si hubieran estado
atacando a mujeres, lo había oído. De lo que habla la gente últimamente es de tu
vuelta a la ciudad. Lo que estoy sugiriendo es que Au me atacara a mí,
específicamente.
—¿Por qué diablos iba a hacer eso?
—No tengo ni idea, —se encogió de hombros, desechando la idea. —
Supongo que era una idea tonta. Probablemente se hizo daño jugando al
ráquetbol, como has dicho. No te preocupes. ¿Esta es la biblioteca? ¡Es como la
biblioteca de La Bella y la Bestia! De todas formas, ¿cuántos libros hay en esta
habitación?
Nos pasemos al menos media hora rodeados de libros, mientras se
maravillaba ante los tomos más antiguos, encuadernados en piel, y las altas
escaleras rodantes y me dio varias sugerencias para reorganizarla por tema y
autor, de forma que los volúmenes individuales fueran más fáciles de localizar.
Considerando que la biblioteca estaba compuesta de cientos y cientos de libros,
que mi padre parecía haber distribuido aleatoriamente por las estanterías, era una
buena idea, y decidí empezar a trabajar en ello al día siguiente. Aunque no
tuviera un trabajo de verdad, pagado, al menos podía empezar a organizar mi
habitación favorita. Era mejor que nada.
También miró las fotos de familia distribuidas por las estanterías, y sonrió al
ver mis fotos enmarcadas en plata, vestido con mi cazadora de cuero, frunciendo
el ceño a la cámara como James Dean.
—No es de extrañar que estuviera colada por ti en aquel momento. Mira lo
guapísimo que eras.
Pensaba que parecía un joven idiota y odioso, pero me lo guardé para mí. Era
agradable saber que había estado colada por m, incluso después de tanto tiempo.
Debía haber sido su primer cuelgue, y también había sido su primer amante. Eso
hizo que algo dentro de mí se encendiera, algo que me hizo extrañamente
posesivo.
—Gracias, —dije, bruscamente.
—Pero no hay ninguna foto tuya con tu padre, —dijo perpleja. —Hay
muchas fotos tuyas con Au, y de Au y tu padre. ¿Tu padre y tú nunca pasabais
tiempo juntos?
—La mayor parte del tiempo intentaba evitarlo, —admití. —El viejo y yo…
no nos llevábamos bien. Tú sabes cómo era yo de crío… aunque bueno,
probablemente no recuerdes lo peor, en realidad. En el instituto, me arrestaron
unas cuantas veces por faltas. Un poco de vandalismo, un par de peleas a
puñetazos. Los abogados de papá siempre me sacaban de aquellas, pero…
bueno, tuve una adolescencia bastante dura. Supongo que me estaba revelando
contra el viejo, la verdad sea dicha.
—¿Por qué? ¿Era violento? —preguntó ella, mirándome con curiosidad.
—No exactamente, —contesté. —Frío. Cruel, tal vez. No es que nos
levantara la mano, ni siquiera cuando éramos niños, pero podía destrozarte con
una bronca, o hacerte llorar con una de esas miradas glaciares suyas. Él quería
moldearme para convertirme en el hijo perfecto, y…bueno, yo no quería ser
moldeado. Al final, supongo que en algún momento decidió dejarme e intentó
moldear a Au, en cambio.
—Humm. ¿Quién es esta? Me mostró una foto de una mujer, mayor, pero
todavía muy guapa, su abundante pelo castaño recogido en lo alto de su cabeza
en un estilo tan elaborado que la Princesa Leia hubiera estado orgullosa de
llevar. —¿Tu madre?
—No, esa está hecha bastante después de que mamá muriera. Esa era una de
las muchas novias de papá. Era Rose Ambrose, una de las que más duró. Yo
solía llamarla Cruella, porque siempre de contoneaba con un abrigo de piel.
Salieron durante al menos tres años, de hecho, todavía estaban juntos cuando él
murió. Ella era una viuda rica que se movía en los círculos sociales locales, y yo
creo que ella tenía la optimista idea de que papá, un día, la convertiría en una
mujer honesta. No lo hizo, por supuesto. Y con el tiempo, empezó a engañarla,
igual que había engañado a mi madre.
Podía oír la amargura en mi propia vos. Char me miró con simpatía.
—¿Así que te rebelabas contra tu padre porque seguía intentando encontrar
sustituta a tu madre?
—No lo sé, —pensé en ello, luego me encogí de hombros. —Quizá era parte
de ello. De todas formas, ¿quién sabe qué pasa en la mente de un adolescente?
Todo lo que sabía era que le odiaba y le quería, y todo eso formaba un nudo
confuso en mi pecho. Supongo que me hizo hacer algunas cosas estúpidas y
locas.
Los abogados habían conseguido trampear una manera de sacarme de todos
mis pequeños líos, e incluso si no lo hubieran hecho, esos registros hubieran
quedado sellados de todas formas, puesto que era menor. Pero todo el mundo en
Pinecone y Richmond había visto los artículos y las noticias sobre mus
desafortunados pecadillos y yo estaba seguro de que, incluso si me declaraba
inocente, un jurado hubiera decidido que era culpable, a los ojos del mundo, yo
había sido una causa perdida durante mucho, mucho tiempo.
Y, pensé tristemente, a los ojos de mi padre también.
Demasiado temprano, el viejo reloj del abuelo dio las siete desde su rincón y
tomé a Char del brazo para conducirla hacia el comedor.
—François está preparando marisco, —le dije. —La cena se servirá en una
media hora. Mientras tanto, ¿puedo ofrecerte algo para beber?
Ella soltó una risita, como si la idea de tomar un jerez antes de la cena fuera
bastante absurda. Se me ocurrió demasiado tarde que quizá no era el tipo de cosa
que hace la gente normal.
—Es posible, pero antes quiero ver la cocina.
—¿La cocina? No voy allí muy a menudo.
—¿Ni siquiera para coger un refresco?
Si quería un refresco, por lo general llamaba a uno de los criados para que
me lo llevara, pero decidí que eso era menor no decirlo. Pensé que era algo que
me haría parecer un niño rico mimado y consentido y probablemente lo hiciera.
Por primera vez, se me ocurrió que quizá era un poco ridículo tener un ejército
de criados dedicado a atender cada uno de mis caprichos. No había ninguna
buena razón por la que Au y yo no pudiéramos simplemente ir a la cocina y
coger nuestros malditos refrescos si teníamos sed.
—A François no le gustará que nos crucemos en su camino mientras cocina,
—expliqué.
Ella hizo una pausa, su brazo todavía en el mío y levantó la mirada hacia mí.
—¿Y qué hay de ti? ¿Nunca cocinas para ti?
Solté un pequeño resoplido.
—La triste verdad del asunto es que ni siquiera sé hervir agua.
—Oh, Dios mío. —Parecía horrorizada y divertida al mismo tiempo. —No
podemos estar así. Venga, enséñame ahora mismo donde está la cocina.
—¿Por qué? —preguntó tirando de mi brazo, pero me quedé clavado en el
sitio.
Ella miró hacia mí, sus ojos azules bailando con humor.
—Voy a enseñarte a hacer pastel de carne.
***
Charlotte
A François, un joven solemne, de cabello oscuro, con un gorro de cocinero
que no parecía mucho mayor que yo; no le hizo muy feliz que le
interrumpiéramos, pero le convencí de que guardara la maravillosa cena que ya
nos había preparado en la nevera. Entonces, Hunter le dio el resto de la noche
libre, lo que le hizo sonreír.
La cocina era preciosa, diseñada para parecer una cocina rustica francesa,
con vigas de madera en el techo y una enorme chimenea de ladrillos. Las
encimeras eran de piedra desgastada, y el suelo estaba hecho de anchas planchas
de madera, probablemente pino que, a juzgar por el desgaste, llevaban allí
muchos años. Ollas de cobre brillante colgaban de un bastidor que bajaba desde
el techo y cerca de la chimenea había una gran mesa de estilo francés provenzal,
con patas graciosamente curvadas y pintadas de blanco roto, desgastado por el
tiempo.
Si esta fuera mi casa, pensé, nadie podría sacarme de esta cocina. Era la
perfección absoluta, y consideré muy desafortunado que nadie más que el chef
pareciera aventurarse en ese espacio.
Con François fuera del camino (porque estaba bastante segura de que un
Cordon Bleu estaría horrorizado por la cena que íbamos a preparar), rebusqué en
el frigorífico, que era absolutamente enorme; podría meter fácilmente tres veces
la nevera de mamá dentro de esa monstruosidad. Encontré algo de carne de
ternera picada (alimentada con hierba, orgánica, criada en los pastos y,
probablemente, cuatro veces más cara que la carne picada que comprábamos
nosotros) y huevos, y encontré algo de harina de avena, junto con todo lo demás
que podríamos necesitar en la igualmente enorme despensa. Le dije a Hunter que
nos encontrara un bol, y él dio vueltas indefenso, con pinta de desorientado, pero
buscando en varios armarios consiguió encontrar un gran bol para mezclar de
acero inoxidable. No pude evitar reírme de él.
—¡No puedo creer que no sepas dónde encontrar un bol en tu propia cocina!
—He estado fuera un par de años, —murmuró a la defensiva.
—Cierto, pero ¿hubieras podido encontrar un bol aquí hace dos o tres años?
¿Lo has intentado siquiera?
Su ceño fruncido me mostró la respuesta. Me reí y empujé la carne hacia él.
—Lávate las manos, después saca esto del paquete y ponlo en el bol.
Lo hizo, y después yo añadí la harina de avena, los huevos, la leche y las
especias que utilizaba mi madre.
—Muy bien, —dije. —Ahora tenemos que mezclarlo.
Miró alrededor como si estuviera deseando ser de ayuda.
—Hay cucharas ahí, —se ofreció él, señalando un bote lleno de cucharas
cerca del fogón.
—Si, pero no vamos a usar una cuchara. Usaremos nuestras manos.
—¿Nuestras manos? —repitió él, sonando ligeramente horrorizado.
—Síp. Vamos, mete las manos.
Los dos usamos las manos para mezclarlo de forma tradicional, a la
acostumbrada manera de hacer pastel de carne. Al principio a Hunter le pareció
repulsivo el frío y la textura, pero al final trabajaba con la mezcla con tanta
confianza como lo hacía mi madre.
Pusimos la mezcla resultante en un molde para pan, después extendimos la
salsa (kétchup, azúcar moreno y salsa Worcestershire) por encima y lo pusimos
en el inmenso horno para que se cocinara durante una hora.
—Ya está, —dije satisfecha, lavándome las manos en el fregadero de cobre
batido. —Cenaremos tarde, pero al menos ahora sabes cómo preparar pastel de
carne, para cuando te apetezca.
—Debería haber escrito la receta. —Él se lavó las manos también, su frente
arrugada como si estuviera preocupado de verdad.
—No te preocupes, te la enviaré por el móvil.
Cogió una toalla de papel para secarse las manos y bajó la mirada hacia mí.
—Sé que antes te he enviado un mensaje, pero me ha parecido un poco raro.
¿Ahora vamos a mandarnos mensajes el uno al otro?
—Bueno, tenemos una hija. —Me senté de un salto en la encimera, de cara a
él. —Además, mi jefe me ha dicho que mantenga el drama fuera de la cafetería,
así que dejarte caer por allí cada vez que tengamos que hablar de algo, realmente
no va a funcionar. Así que sí, después de todo creo que mandarnos mensajes es
un sistema de comunicación más adecuado, ¿no?
—Solo…—dejó escapar un profundo suspiro. —Todavía es difícil para mí
aceptar que quieras dejarme ser parte de la vida de Diana. O de tu vida.
Me incliné hacia él y le puse una mano en la mejilla.
—Hunter, —dije suavemente. —Te convertiste en parte de mi vida esa noche
que hicimos el amor en el callejón. No creo que pudiera cambiar eso ahora,
incluso si quisiera. Y… no quiero. Quiero que seas parte de nuestras vidas,
Hunter. Siempre.
Sus ojos se abrieron del todo, y entonces lentamente se inclinó hacia mí,
acariciando mis labios con los suyos, suave y tiernamente, como si fuera la cosa
más importante del mundo para él. Su beso fue tan suave, tan reverente, que
acudieron lágrimas a mis ojos.
—Char, —susurró él. —Mientras estaba en la cárcel pensaba en ti, todo el
tiempo. No podía parar de pensar en ti.
Esas palabras hicieron que el corazón me saltara en el pecho, pero apenas
podía creérmelo. Sacudí la cabeza.
—Te conozco, Hunter. Has estado con muchas otras mujeres. ¿Por qué ibas a
pensar en mí, entre todas ellas?
—No lo sé. —Sus labios recorrieron mi mejilla, en una suave caricia. —
Después de esa noche, después de que hiciéramos el amor… era como si fueras
la única mujer en el mundo, por lo que a mí respecta. Si no me hubieran
arrestado esa noche, si mi vida no se hubiera ido al infierno…—Hizo una larga
pausa. —No fui a la cárcel inmediatamente, ¿sabes? Estuve fuera bajo fianza
durante un tiempo. Pero no me acosté con nadie, ni siquiera intenté tener una
cita. Desde que lo hice contigo, no ha habido nadie más.
Era difícil de creer que realmente quisiera decir eso, que no me lo estuviera
diciendo solo para meterse en mis pantalones. Pero había una sinceridad tan
llamativa en sus palabras que era difícil dudar. Más lágrimas quemaron mis
pestañas, y traté de parpadear para eliminarlas, sin demasiado éxito. Giré la
cabeza y deposité besos por toda su mejilla, tratando de imaginar cómo
responder.
Tener a Diana me había obligado a madurar más rápido de lo que lo hubiera
hecho de otra forma. Pero no quería decirle eso, porque no quería que él
imaginara que lamentaba haber tenido a Diana, o nuestra noche juntos. No lo
había. Pero había cambiado las cosas definitivamente. Me había cambiado.
—No estoy segura de si estaba lista para algo serio en ese momento, —
admití. —Era tan joven, apenas tenía veintiuno, estaba en mitad de mis estudios.
Había estado colada por ti durante mucho tiempo, y me encantó que
compartiéramos una noche juntos, pero… No estaba preparada para nada serio.
No entonces.
Él se apartó hacia atrás solo un poco, y me miró directamente a los ojos.
—¿Y ahora? —preguntó.
Suspiré profundamente.
—Estoy lista, —dije.
Capítulo Diez
Hunter
Char me quería.
Cuando deposité mis labios sobre los suyos, ella se inclinó había mí,
envolviéndome el cuello con los brazos y besándome con abandono. Su abierta y
generosa respuesta hizo que se me hiciera un nudo en la garganta.
También hizo que mi verga se despertara reclamando atención. Había pasado
mucho tiempo, después de todo. Hasta que fui puesto en libertad, ni siquiera
había visto una mujer en más de dos años, y a diferencia de otros tíos en la
cárcel, no me había interesado aceptar a otro hombre como sustituto. No es que
tenga nada en contra del sexo gay, es que no tengo esa inclinación
personalmente.
Así que habían sido un par de años largos y difíciles sin nada para sacarme
del apuro más que un montón de fantasías tórridas. Y la protagonista de esas
fantasías estaba justo aquí, entre mis brazos.
Estaba razonablemente seguro de que Char no había estado con nadie más
desde la noche que concebimos a Diana, porque sus besos todavía eran un poco
torpes, aunque muy ansiosos. La intensa forma en la que se aferraba a mí me
dejaba claro que me había echado de menos tanto como yo a ella. Puede que
más.
Todavía estaba sentada en el borde la encimera, así que me moví entre sus
muslos abiertos, envolviéndola en mis brazos, y atrayéndola hacia mí. Juro que
podía sentir como su piel quemaba la mía, incluso a través de nuestra ropa.
Ropa. Eso tenía que desaparecer.
Cogí el borde de su camiseta, pero ella se apartó, dándome un golpecito en
las manos.
—¡Eh! ¿Qué estás haciendo?
Parpadeé, porque era probablemente la pregunta más tonta que una mujer me
hubiera hecho nunca en esas circunstancias.
—Quitarte la camiseta. Es obvio.
—¿Me estás tomando el pelo?
La indignación de su vos empezaba a calar en mi cerebro cegado por la
pasión y retrocedí un paso, mirándola.
—Lo siento. Pensaba…
—No me malinterpretes, —continuó hablando ella. —Estoy totalmente a
favor de quitarnos la ropa. Solo que… aquí no. Cualquiera podría entrar, Hunter.
¿por qué no buscamos una habitación con cerrojo?
Miré alrededor. En una noche más cálida, podía haberla llevado fuera, al
enorme patio de ladrillos y hacerle el amor con unas maravillosas vistas sobre
Pinecone. Pero era una fría noche de febrero, y si lo intentaba podríamos quedar
congelados juntos para siempre.
Al ver mis dudas, suspiró, sonando, de hecho, muy impaciente.
—¿Qué hay de la biblioteca?
Había un largo pasillo, y considerando como me sentía, cómo palpitaba mi
verga, también podía haber estado a una distancia de diez millas. Pero podía
respetar su deseo de privacidad, especialmente después de que el tiempo que
pasamos con Diana en el parque fuera invadido tan rudamente. Lo que estaba
creciendo entre nosotros era una cosa pequeña, nueva y frágil, un pequeño y
tierno brote que no podría crecer y desarrollarse si los extraños seguían
pisoteándolo.
—De acuerdo, —asentí. La levanté de la encimera, la puse en el suelo y
tomé su mano en la mía. Juntos, nos dirigimos hacia la biblioteca.
A lo largo del camino, nos detuvimos más de una vez para besarnos,
ignorando los ojos vacíos de romanos y griegos muertos mucho tiempo atrás que
nos miraban. Una vez estuvimos peligrosamente cerca de tirar un valioso busto
de Calígula de su columna se mármol. Riéndonos como chiquillos culpables, nos
sujetamos las manos y corrimos la poca distancia que nos separaba de la
biblioteca.
Cerré la puerta de golpe detrás de nosotros y eché el cerrojo y, antes de saber
qué estaba pasando, sus brazos estaban cerrados alrededor de mi cuello, su boca
buscaba la mía ansiosamente. Era una pequeña descarada muy resuelta, pero me
di cuenta de que no tenía problemas con ello. Pero tampoco tenía intención de
que ella llevara la iniciativa por completo. La empujé contra la puerta,
presionando contra ella con una violenta y repentina desesperación.
La necesitaba. La necesitaba desde hacía mucho tiempo, y la añoranza de
ella se había hecho más fuerte con los años, hasta que había estallado en un
intenso deseo. De repente, mi cuerpo la anhelaba tanto que no podía soportar
esperar más.
Sus labios se abrieron bajo los míos, y deslicé mi lengua en su boca,
bruscamente, no como lo había hecho esa noche tanto tiempo atrás, pero con
deseo. Fieramente. Ese extraño sentimiento de posesividad volvió a crecer en mi
interior. Era mía, mía y yo quería tomarla, marcarla, de manera que nunca, nunca
pudiera olvidar que me pertenecía.
Y yo le pertenecía a ella.
Sus dedos se enredaron en las profundidades de mi cabello, rogando más,
exigiendo más. Recordé como la había levantado y aplastado contra la pared de
ladrillos esa noche, entonces puse mis manos bajo su trasero cubierto de tela
vaquera y la levanté. Su culo era justo tan redondo y formado como lo había sido
entonces. Envolvió mis caderas con sus piernas, su espalda onduló, de forma que
nos frotamos el uno contra el otro y ambos gemimos al mismo tiempo.
—Hunter, —susurró ella contra mi boca, entre besos. —Te necesito.
Quería decirle que yo la necesitaba a ella también, de la misma forma que
necesitaba el aire y el agua, que no podía vivir sin ella un momento más, pero no
parecía ser capaz de formar palabras. Estaba demasiado perdido en las
sensaciones: cómo se sentía su cuerpo suave y cálido contra el mío, el suave
aroma de su piel, la forma en la que su pelo caía como una cascada a nuestro
alrededor como una nube gloriosa, del color de la puesta de sol. Ella debió sentir
mi respuesta en la manera en la que la tocaba y la besaba, porque enterró la cara
en mi cuello y se sujetó con más fuerza que antes.
Mi cuerpo se movió contra él de ella con fuerza y pensé que me iba a correr
en los vaqueros. Aunque habitualmente eso me hubiera avergonzado muchísimo,
estaba tan sobrepasado que no me preocupó demasiado. Solo necesitaba
correrme y sentir como ella se estremecía mientras se corría, también. Eso era
todo lo que quería.
Pero en lo más profundo de mi mente, recordé como habíamos hecho el amor
la última vez, casi sin respirar, apresuradamente. No me tomé tiempo para
explorar su cuerpo, para acariciarla como ella se merecía y no podía tratarla así
otra vez. Significaba demasiado para mí.
Lo significaba todo para mí.
La deslicé por la pared, suavemente, y me paré, temblando, tratando de
controlarme. Ella levantó la mirada hacia mí, con las cejas juntas a causa de la
preocupación.
—¿Qué pasa, Hunter?
—No pasa nada. —Podía oír mi propia voz temblando, y me aclaré la
garganta, intentando calmarme. —Es solo que…la última vez lo hicimos deprisa.
Esta vez… quiero más.
—Oh, —dijo ella, pensando sobre ello. De repente, un brillo travieso
apareció en lo más profundo de sus ojos, y se puso de rodillas delante de mí.
Intenté protestar, decir que no era eso lo que tenía en mente, pero mi voz
había dejado de funcionar. Mi cerebro parecía estar paralizado, también. Sus
manos pequeñas y elegantes se dirigieron a mis vaqueros, desabrocharon la
hebilla de mi cinturón con una destreza bastante sorprendente y después,
desabrochó los pantalones y bajó la cremallera. Un momento después, me había
bajado los calzoncillos con mucho cuidado, dejándome totalmente expuesto.
No podía apartar la mirada de su cara. Estaba mirando fijamente a mi verga,
su expresión mezcla de sorpresa y asombro, sus ojos brillando como si nunca
hubiera visto nada más fascinante en su vida. Mi verga ya estaba un poco
húmeda, pero a causa de la expresión de su cara, volvió a palpitar y salió más
líquido de la punta.
—Eres hermoso, —susurró ella, su voz suave y reverente, y yo gemí,
pensando que ella podría hacer que me corriera solo con sus palabras. Yo
quería…quería…. pero ella era prácticamente virgen, no podía pedirle que…
No tuve que pedirlo, tal y como fueron las cosas. Ella envolvió mi verga con
su mano, con mucho cuidado, y luego se inclinó hacia delante. La aterciopelada
punta de su lengua acarició la sensible cabeza y me oí a mí mismo jadear
explosivamente. Había estado conteniendo el aliento con anticipación y ni
siquiera me había dado cuenta.
Su lengua me acarició alrededor de la cabeza en cuidadosos círculos,
tímidamente al principio, pero se fue volviendo más atrevida y lo empezó a
hacer más rápido, acariciando y lamiendo. Cada vez ella derramaba gotas de
presemen y cada vez, cada vez, me oía jadear. Era mucho más de lo que habría
esperado de alguien con tan poca experiencia.
Era el paraíso en la tierra, lo mejor que había sentido nunca, y antes de que
pasara mucho tiempo mi verga estaba hinchada y roja, mis pelotas apretadas y
anhelantes. Necesitaba tanto el alivio que apenas podía soportarlo.
—Char. —Mi voz era ronca y grave. —No puedo, necesitamos…
Me ofreció una sonrisa pícara, y después, para mi completa sorpresa,
entreabrió los labios y se metió la cabeza de mi verga en la boca.
Me habían hecho mamadas mujeres que se las habían hecho a docenas de
hombres, pero nunca había sentido nada tan intenso como los labios de Char en
mi carne más sensible. Eché la cabeza hacia atrás y grité hacia el techo, sintiendo
que mis caderas temblaban debajo de mí, mientras ella empezaba a meterme en
su boca. Era exquisito, tan bueno que no estaba seguro de poder mantenerme en
pie.
Estaba lejos de ser la mamada más experta que me habían hecho nunca, pero
era, de alguna forma y con diferencia, la más increíble.
Ella se movía sobre mi implacablemente, succionándome hacia las
profundidades de su boca húmeda y caliente, después deslizándose hacia atrás y
pasando la lengua sobre mí. Sabía que estaba derramando presemen en su boca y
un pequeño rincón de mi mente se preocupó por si lo encontraba desagradable o
asqueroso, pero la mayor parte de mi cerebro había sido tomado por
pensamientos básicos y primitivos, y estaba ocupado solo con las avasalladoras
sensaciones que me estaba proporcionando. Mi verga se sacudía y latía
implacable, y, a pesar de todos mis esfuerzos por contenerme, sabía que en
menos de un minuto iba a perder el control y correrme a chorros en su garganta.
Era todo con lo que había soñado durante mis años en la cárcel. Era todo lo
que había querido.
Y aún no era suficiente.
La agarré por el pelo suavemente, separándola de mí. Levantó la mirada
hacia mí, los ojos muy abiertos y oscuros.
—¿No te gusta?
No pude evitar resoplar ante su ingenuidad. Enséñame un hombre al que no
le guste una mamada y yo te enseñaré un cadáver.
—Claro que me gusta. Pero…
—Nunca lo había hecho antes, —continuó ella, como si yo no hubiera
contestado. Su ceño estaba fruncido con preocupación. —Lo siento si te he
hecho daño. He intentado de no rozarte con los dientes, pero…
—No es eso, Char, es…
—Sé que has estado con mujeres que sabían cómo hacerlo mejor, y…
—Para, —dije, utilizando mi tono más imperativo y, maravilla de las
maravillas, dejó de hablar y dirigió la mirada hacia mí. Me incliné y la sujeté por
la parte de arriba de los brazos, poniéndola de pie, mirándola a los ojos. —Ha
sido maravilloso, Char. Ha sido alucinante. Es solo que…yo también quiero
hacerte feliz.
—Oh, —dijo suavemente, mirándome. —Si yo soy muy feliz solamente
estando aquí contigo.
Las tranquilas palabras se me clavaron como una puñalada en las entrañas.
Sentí que me picaban los ojos y parpadeé rápidamente antes de hacer algo poco
masculino, como derramar una lágrima. (Ahí estaba de nuevo la voz de mi padre
en mi cabeza: Los hombres de verdad no lloran, Hunter)
—Quiero que seamos felices juntos, —dije, cuando me aseguré de que mi
voz saldría firme.
La tomé de las manos y la conduje hacia el viejo sofá de piel. Había pasado
muchas horas en ese sofá cuando era niño, leyendo a Robert Louis Stevenson,
J.R.R. Tolkien, Julio Verne, Rudyard Kipling y todos los otros libros que mi
padre consideraba lo bastante masculinos, dejando que mi imaginación me
llevara a reinos mucho más excitantes y mágicos que Pinecone, Virginia. Este
era un lugar sagrado para mí, y nunca había estado con una mujer aquí.
Hasta ahora.
Senté a Char en el sofá, después me senté junto a ella y levanté el borde de
su camiseta. Esta vez no me detuvo, solo levantó los brazos y me dejó
desnudarla. Bajo la camiseta llevaba un sujetador negro de encaje tan fino que
podía ver sus rosados pezones a través de él. Recordé mi viejo deseo de verla
cubierta solo de seda y encaje y respiré con fuerza, tratando de tranquilizarme.
Su piel era pálida y perfecta y las pecas rojizas desperdigadas por aquí y por
allí solo añadían encanto a su perfección. Era la cosa más bonita que había visto
nunca. Quería contemplarla durante horas, pero mi verga estaba pidiendo más de
forma insistente, así que me incliné y rodeándola por detrás, desabroché su
sujetador, dejándolo a un lado.
Sus pechos eran absolutamente increíbles, llenos y adorables, terminados en
unos pezones sonrosados que ya estaban duros y turgentes. Adelanté una mano,
una mano temblorosa, noté un poco avergonzado, y acuné uno de los pechos,
acariciando el pezón con mi pulgar. Ella se estremeció.
—Oooh, —susurró. —Hunter… creo…
Sonaba como si eso fuera totalmente nuevo para ella, y por supuesto que lo
era. Recordé con cierta vergüenza que no me había tomado tiempo para jugar
con sus pezones la última vez que estuvimos juntos. Solo la había follado contra
la pared. Se merecía más. Mucho más. Acaricié de nuevo su pezón ligeramente y
ella gimió.
La empujé hacia abajo, para que se tumbara en el sofá y me incliné sobre
ella, provocando su pezón con los labios hasta que ella estuvo gimiendo sin
parar, después lo tomé entre mis labios y lo chupé. Sollozó y gimió y dijo mi
nombre, sus dedos retorciéndose en mi pelo, y no pude evitar sonreír contra su
pecho, porque era lo que más deseaba, que ella supiera lo bueno que podía ser.
Transferí mis atenciones al otro pezón, pellizcando al descuidado
ligeramente entre el pulgar y el índice, y sus caderas comenzaban a moverse
mientras ella buscaba alivio. Continué prodigando atención a sus pezones, pero
dejé que mis manos se deslizaran hacia abajo para desabrocharle los vaqueros.
Los empujé hacia abajo por sus caderas y ella ayudó, ansiosa, pateándolos hasta
quitárselos.
Levanté la cabeza (con un gemido de desacuerdo por su parte) y la miré,
tumbada sobre el viejo sofá, cubierta solo con encaje negro y rubor. Su piel
estaba rosa, no sé si debido a la excitación o a la vergüenza (o a ambas).
—Eres hermosa, —le dije, y el rubor se hizo más intenso. Vergüenza,
entonces.
—No soy… quiero decir, que no soy la misma que era la última vez. Tener
un bebé deja… bueno, tengo estrías… y mis tetas son demasiado grandes…
—Eres perfecta, —le dije, y era verdad. Las estrías en su vientre eran tan
leves que apenas se veían, y, además, la marcaban como la madre de mi hija. Me
incliné y besé las pálidas estrías. —Esto solo te hace más hermosa, Char.
Ella exhaló un tembloroso suspiro.
—Pero…
—Sin peros. Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida, de lejos.
Besé su vientre durante un largo momento, mientras ella gemía suavemente
debajo de mí. Finalmente, enganché los pulgares en la cintura de sus braguitas y
las bajé despacio, muy despacio, por sus caderas.
Y entonces quedó desnuda debajo de mí, completamente expuesta, y casi me
corrí al verla. No la había mentido, de hecho, era la cosa más bella que nunca
había visto, una obra de arte digna de ser esculpida por los antiguos romanos
como Venus, excepto que no había mármol que pudiera captar adecuadamente su
belleza cálida y suave.
Casi me pongo los ojos en blanco a mí mismo, porque no era propio de mi
perderme en pensamientos poéticos sobre mis compañeras sexuales.
Pero Char no era simplemente una compañera sexual. Era mucho más que
eso.
Para mí, lo era todo.
Bajé la cabeza y besé su vientre un momento más, después me moví hacia
abajo. Había estado relajada, pero sus muslos se cerraron de repente.
—Hunter. —Su voz sonaba escandalizada, y yo reprimí una sonrisa.
—No haré nada que no te guste, —dije, muy suavemente. —Pero creo que te
gustará esto.
—Pero yo…tú no puedes…
Su piel estaba del mismo color que las premiadas rosas Queen Elizabeth que
florecían en el jardín de Hilltop en verano y cuando se ruborizaba, se ruborizaba
en todas partes. Era una mezcla tan encantadora de entusiasmo y timidez que no
pude reprimir una sonrisa.
—¡No te rías de mí!
—No me río. No me río, te lo juro. —Puse una mano en su muslo, adorando
la suave y sedosa sensación de su piel bajo mi palma. Hablé más suavemente
que antes. —Solo quiero hacerte sentir bien, Char. Eso es todo.
Ella me miró durante un largo instante, sosteniendo mi mirada. Finalmente,
asintió.
—Está bien, —dijo.
Dejé salir un explosivo suspiro que no había sabido que retenía y bajé la
cabeza hacia ella.
Al principio besé su montículo, hábilmente afeitado y ella se movió sin
descanso debajo de mí, moviéndose como si no pudiera permanecer quieta. Por
fin, deposité un suave beso sobre su carne más sensible y ella dio un gritito.
Animado al saber que, de hecho, a ella le gustaba, la abrí con los pulgares y,
con mucho cuidado, pasé la lengua sobre su clítoris.
El ruido que hizo fue indescriptible. Lo hice otra vez, y otra, y sus manos se
enterraron en mi pelo con tanta fuerza que casi dolía, como si estuviera en una
montaña rusa, sujetándose por su vida.
Ya estaba húmeda y tierna y lista para mí, y por debajo de la fragancia de
vainilla, olía caliente y picante. Estaba bastante seguro de que podría
embriagarme con ese olor. La exploré, lamiéndola por todas partes con largas y
lentas caricias de mi lengua, pero volviendo siempre a su turgente clítoris.
Pronto estaba jadeando, temblando y supe que estaba a punto de correrse.
Me incorporé sobre las manos y las rodillas, listo para hacerle el amor, pero
ella me sujetó por los brazos.
—No, —susurró. —Así no.
Una sensación terrible de traición me desgarró el pecho. Por supuesto, nunca
me impondría a una mujer, pero la idea de que solo había estado jugando
conmigo, de que no quería compartir lo más íntimo conmigo… dolía.
Inmediatamente recordé que era un delincuente, que ninguna mujer decente
podía quererme realmente, que no era importante para ella…
Ella debió ver mi expresión, porque parpadeó, mirándome perpleja y después
se rio suavemente.
—Pues claro que te deseo, idiota, —me dijo, incorporándose para darme un
golpecito en la mejilla. —Solo es que creo que tú también deberías quitarte la
ropa.
Oh. Eso podía hacerlo. El dolor de mi pecho retrocedió y yo me senté y me
desnudé rápidamente. Saqué el condón que había guardado antes en el bolsillo
de mis vaqueros y después los lancé al suelo. Sujeté el condón envuelto,
mostrándoselo.
—Esta vez me he acordado.
Ella sonrió con agradecimiento, pero su expresión se hizo más intensa, más
concentrada, mientras yo sacaba la goma. Su mirada parecía dirigirse
irresistiblemente a mi verga y sus ojos se volvieron más oscuros al dilatarse las
pupilas, ocultando el azul en una inundación de negro.
No parecía asustada, solo excitada, así que me arrodillé entre sus piernas.
Puse una mano en cada muslo y los separé suavemente, asegurándome de que
estaría abierta y lista para mí.
Lentamente, me incliné sobre ella, dejando que mi verga presionara contra su
sexo cálido y húmedo.
La sensación era increíble y supongo que para ella también lo era porque
ambos gemimos. Me obligué a tomármelo con calma, deslizándome en su
interior un centímetro cada vez. Antes de estar a medio camino en su interior, sus
manos en mis caderas, sus dedos clavándose en mi culo y su voz me animaban a
ir más deprisa:
—Por favor, Hunter, por favor, no puedo esperar, te necesito ahora…
Finalmente entré del todo en ella. Se sentía tan bien que mi verga no paraba
de palpitar. Sabía que no iba a poder durar mucho, pero me obligué a retroceder,
moviéndome dentro de ella despacio, con contención.
Ella no tenía nada de eso. Sus largas piernas me envolvieron, sus talones
descansaron en la parte final de mi espalda y ella se movió debajo de mí,
intentando obligarme a moverme más deprisa.
Ya casi me había dejado ir, y sus ansiosos movimientos me hicieron perder el
control. Un momento después me encontré a mí mismo palpitando en su interior,
fuerte y rápido. Clavó sus uñas en mi espalda, pidiendo más sin palabras y se lo
di, follándola casi brutalmente hasta que ambos estuvimos gritando con cada
empujón.
Ella dijo mi nombre mientras se corría, estremeciéndose, y apenas un
segundo después sentí mi propio orgasmo recorriéndome, una ola cálida de
éxtasis tan intensa que no estaba seguro de si sobreviviría.
Yo gemí su nombre también, y después capturé su boca en un en un beso
largo y suave.
Capitulo Once
Charlotte
No tenía ningún sentido.
Tres días después, limpiaba las migas y los restos de huevo de una mesa de
la cafetería, perdida en mis pensamientos. Había estado dándole vueltas en la
cabeza a la supuesta malversación por parte de Hunter desde la noche que
hicimos el amor, y todavía no estaba más cerca de una solución que cuando
había empezado.
Todo de lo que estaba segura era de que no tenía ningún sentido.
Oh, la historia que Hunter me había contado no era difícil de creer,
superficialmente al menos. Había sido conocido como un chico malo en la
ciudad y no dudaba de que había sido culpable de mal comportamiento también
en Richmond y en Washington. Además, los Kensington estaban continuamente
en las noticias y estaba segura de que un hombre joven tan guapo y carismáticos
como Hunter había sido blanco de paparazis la mayor parte de su vida. Sus
pecadillos sin duda eran bien conocidos, y por eso tenía sentido que su padre le
hubiera pedido que cumpliera la condena por su hermano. Nadie se habría
sentido inclinado a concederle el beneficio de la duda.
Y tampoco era difícil de creer que Au pudiera haberle tendido una trampa a
su hermano. Puesto que Hunter había aceptado un proceso sin disputa, no había
habido necesidad de un juicio con jurado, pero la parte culpable todavía
necesitaba cubrir sus huellas lo bastante para que la policía no sospechara. Si Au
era tan inteligente como todo el mundo decía, no habría tenido problemas para
conseguirlo.
Y, sin embargo, volví a revisar la otra noche en mi memoria, recordando
cómo Au había mirado a su hermano. Si, había sido sarcástico, pero también era
cierto que yo había visto respeto y deseo de aprobación en sus ojos marrones
cuando miraba a Hunter. Mandar a un miembro de la familia a la cárcel durante
casi dos años parecía una maniobra sorprendentemente malvada y desalmada.
Por algún motivo, no podía creerme que Au fuera capaz de ello.
Estuve tentada de seguir el camino directo y sensato y, sencillamente, ir y
preguntarle a Au por ello. Pero podía entender por qué Hunter me había pedido
que guardara el secreto. Cuanta más gente supiera de la inocencia de Hunter,
más posibilidades había de que el secreto fuera revelado por un periodista. Y,
además, si Au fuera de verdad culpable, y pensara que Hunter iba a traicionarle y
posiblemente enviarle a la cárcel…
Bueno, imaginaba de los Kensington probablemente también podría ocultar
un asesinato.
Si Au era realmente el malversador, no podía correr el riesgo de poner a
Hunter en el punto de mira de su hermano. No, era necesario que resolviera esto
por mi cuenta.
¿Pero cómo?
—Querías ser periodista, —me dije, empezando a barrer el suelo de
baldosas de la cafetería. —Ahora es tu oportunidad de escarbar en la porquería
de los Kensington y sacar la verdad a la luz.
Una hora después, conducía hacia casa. Había abierto el restaurante y era
uno de los raros días cortos de trabajo, así todavía no era ni siquiera la hora de
comer y Diana estaba todavía en la guardería. Me retiré escaleras abajo al
sótano, abría Google y busqué a Hunter Kensington.
Había cientos y cientos de entradas, y una buena cantidad de ellas se referían
a los cargos de malversación. No había habido juicio y el caso apenas había
implicado drama, aunque la notoriedad de los Kensington y lo bien parecido que
era Hunter, habían atraído la atención a nivel nacional.
Había seguido la historia con avidez cuando ocurrió, y los artículos no me
aportaron demasiada información nueva. Hunter Kensington, de veintisiete años,
había sido acusado de malversar los fondos de la fundación de la familia, la
Fundación Kensington, de la cuya Junta Directiva había sido miembro. A través
de la manipulación de los archivos informáticos, se había hecho con más de
trescientos mil dólares, una cantidad tan grande que fue clasificada como delito
y podían haberle enviado a prisión hasta veinte años
Estos eran los supuestos hechos del caso. Algunos artículos se adentraban en
la especulación, señalando que tenía un fastuoso estilo de vida (como todos los
Kensington) y no tenía ingresos independientes. La teoría era que el dinero que
recibía del fondo familiar no era suficiente para cubrir sus excesivos gastos.
Otros hipotetizaban que quizá sus bien conocidas discusiones con su padre ke
habían llevado a avergonzar al viejo, creando un escándalo de relaciones
públicas al coger dinero de la fundación familiar.
Por un lado, todo sonaba muy posible, y una leve duda empezó a asomar en
mi cerebro. ¿Y si Hunter estaba mintiendo? Supongamos que el malversador no
hubiera sido Au, y Hunter solo estuviera intentando hacerse querer para caerme
en gracia, de forma que pudiera tener acceso a nuestra hija. ¿Y si Hunter era un
criminal, después de todo?
Me encontré con una foto de un Hunter más joven, y le miré mucho tiempo
con intensidad, recordando la noche que habíamos echado un polvo en aquel
callejón, cuando todavía era joven, salvaje y temerario. Después pensé en la otra
noche, la forma en la que me había tocado, tan tiernamente, como se había
asegurado de que yo también sintiera placer, la forma en la que me había besado
al final. Me había llevado a una cumbre de éxtasis que nunca había
experimentado antes, y, aun así, la parte que más me había gustado cuando
hicimos el amor fue la forma en la que me había sujetado después, sujetándome
como si nunca quisiera dejarme marchar.
—No me creo que lo hicieras, —pensé. —Simplemente, no me lo creo.
La foto del artículo mostraba a Hunter en la ópera, en Nueva York. Estaba
con su familia; pude ver a Au entre la gente detrás de él y un caballero más
mayor, majestuoso, al que reconocí como Trevor Kensington. Llevaba del brazo
a una mujer que me pareció bastante familiar.
Amplié la foto en la pantalla y la estudié intensamente. Era una mujer mayor,
con un escote demasiado atrevido para su edad. Sus uñas eran demasiado rojas y
demasiado rojas, su maquillaje demasiado atrevido para una mujer de más de
más de cuarenta años. Llevaba una pequeña fortuna en diamantes sobre sus
generosamente mostrados pechos y, aún más joyas colgadas de las orejas. Su
perlo estaba apilado hacia arriba en su cabeza, y finalmente recordé donde la
había visto, en una foto en la biblioteca cuando estaba mirando las fotos de
familia de Hunter.
Una viuda rica que se movía en los círculos sociales locales. ¿Cómo se
llamaba? Rose, me acordaba. Rose Ambrose.
Accedí a más artículos, esperando encontrar más fotos, y estaba repleto de
ellas. Los Kensington habían sido fotografiados juntos a menudo, pero en
prácticamente cada foto, todos parecían amargados, como si lo que desearan
realmente fuera estar pasando la noche con otra persona. Y vi a Rose agarrada al
brazo de Trevor, foto tras foto tras foto.
Yo creo que ella tenía la optimista idea de que papá, un día, la convertiría en
una mujer honesta. No lo hizo, por supuesto. Y con el tiempo, empezó a
engañarla, igual que había engañado a mi madre.
Realmente, Rose había estado siempre muy pegada a Trevor, en
prácticamente todas las fotos. Parecía como si imaginara que ya era suyo.
Supongamos, pensé despacio, que hubiera estado intentando conducir al viejo
Kensington al matrimonio, bien porque le quisiera o porque quisiera su fortuna.
O ambas cosas. Y después, se lo hubiera encontrado teniendo sexo con una
mujer más joven. ¿Qué habría hecho?
¿Qué habría hecho cualquier mujer?
Vengarse, eso es lo que habría hecho.
Pero no, eso no tenía mucho sentido. ¿Cómo era posible que hubiera tenido
la oportunidad de hundir sus garras pintadas de rojo en los fondos de la
Fundación Kensington? Por supuesto, era obvio que pasaba mucho tiempo con
Trevor, pero probablemente no habría tenido acceso a su ordenador.
Medios, móvil y oportunidad. Recordaba de una clase de periodismo en la
universidad que estas tres cosas tenían que probarse antes de que a alguien se le
pudiera declarar culpable de un crimen en un juicio. Que Rose quisiera vengarse
de Trevor Kensington por ser un mujeriego podía ser un móvil muy creíble, pero
¿qué pasaba con los medios y la oportunidad? A la caza de más información,
busqué en Google su nombre.
LA DAMA DE SOCIEDAD ROSE AMBROSE ACEPTA UN TRABAJO
EN KENSINGTON MEDIA, leí en un titular de la Pinecone Gazette, entre todos
los medios posibles.
Tenía fecha de había cinco años y lo leí cuidadosamente. El artículo estaba
escrito de una forma cuidadosamente halagüeña, pero, leyendo entre líneas,
parecía que Rose estaba pasando un mal momento, incluso hasta el punto de
perder su mansión familiar. Trevor Kensington había tenido lástima de ella y le
había dado un puesto de mando intermedio en Kensington Media.
Y, por tanto, acceso al sistema informático de la empresa.
Entonces hay oportunidad, pensé, y también móvil. Quizá quisiera vengarse
de Trevor, pero también puede ser que solo necesitara dinero. Pero ¿y los
medios? ¿Rose Ambrose tenía el conocimiento y la capacidad para malversar ese
tipo de fondos?
Busqué más, y después de mucho rato de caza, encontré que tenía una
licenciatura en sistemas informáticos de contabilidad, obtenida en Virginia Tech
en los años ochenta.
Rose Ambrose sabía de ordenadores.
Sí, pensé, reclinándome hacia atrás en mi silla con una sensación de
satisfacción. Apuesto la batería nueva de mi coche a que ha sido Rose.
***
Hunter
No había visto a Char en tres días y deseaba tanto verla que me dolía el
pecho.
Nuestra noche juntos había sido espectacular. Pero solo había reavivado mi
deseo de probarle que no era un criminal o un vago, sino un hombre que podría
ser un miembro funcional y valioso de la sociedad. Había acudido a Au tan
pronto como había vuelto de su viaje de negocios y le había recordado que
necesitaba un trabajo. Él había suspirado, como si realmente fuera incapaz de
lidiar conmigo, y me informó fríamente de que la Pinecone Gazette podría
necesitar un nuevo jefe administrativo.
La Pinecone Gazette era una empresa extremadamente pequeña, al menos en
lo que respecta a Kensington Media, pero era una de las que menos dispuestos
estábamos dispuestos a deshacernos, puesto que había sido el primer paso de la
familia en el negocio de los medios de comunicación, décadas atrás. A diferencia
de la mayor parte de Kensington Media, que tenía sus oficinas centrales en un
moderno rascacielos de cristal en Washington DC, la Gazette todavía operaba en
Pinecone, en sus oficinas originales, varios edificios viejos de una sola planta en
un parque empresarial aún más viejo.
El antiguo despacho de mi padre en el edificio de Kensington Media (ahora
era el despacho de Au) era enorme, con gruesas alfombras, un enorme escritorio
de caoba y dos paredes con ventanales con vistas a la ciudad. Mi despacho tenía
un suelo de linóleo que se estaba pelando, el tipo de escritorio de aglomerado
que se puede comprar habitualmente en una tienda de material de oficina y una
pequeña ventana con vistas al aparcamiento. Además, era tan pequeño que yo
sospechaba que en algún momento se había utilizado como cuarto de la
limpieza.
Sin embargo, era un despacho de verdad, con una puerta de verdad, y
representaba mi primer paso real en el mundo de los negocios. En resumen, era
un trabajo, y ahora mismo era suficiente para mí. Estaba agradecido por la
oportunidad de ser parte de los negocios de la familia, incluso si solo era de una
forma mínima.
Mis primeros dos días en el trabajo habían sido muy ajetreados y no había
tenido tiempo para ver a Char (al menos nos habíamos estado mandando
mensajes el uno al otro con frecuencia). La llamé la primera noche y le hablé de
mi nuevo trabajo y ella me dijo lo orgullosa que estaba de mí.
Pero tener un trabajo producto del nepotismo no era como para estar muy
orgulloso, realmente. Quería estar orgulloso de verdad de mi trabajo, y eso
significaba marcar un hito en la Gazette. Para ello, había pasado dos días
estudiando los artículos que producíamos y como podíamos llegar a ser más
relevantes en la era moderna, y como podíamos pasar de ser un periódico de un
pueblo pequeño a uno regional. Investigando en mayor profundidad, me
sorprendió descubrir que la Gazette ni siquiera tenía página web. Decidí que
tener una web en marcha y funcionando tenía que ser mi principal prioridad.
Estaba echando un vistazo a algunos bocetos de página web que me había
enviado el departamento de informática cuando la puerta de mi oficina se abrió
de golpe y Char entró corriendo.
—¡Sé quién lo hizo!
Parpadeé, mirándola.
Vestida con vaqueros y una sudadera con capucha gris, estaba respirando
pesadamente, como si hubiera corrido todo el camino hasta allí. Probablemente
lo había hecho, puesto que no estaba lejos de su casa. Se inclinó, puso las manos
sobre mi escritorio y tomó unas cuantas respiraciones profundas.
—Ya sé quién es el malversador, —resolló por fin.
Me incliné hacia atrás en la silla y la estudié durante un largo momento.
—Cierra la puerta y echa el cerrojo, —dije.
No tenía ayudante, así que el riesgo de que nos escucharan era pequeño, pero
después del incidente del parque, no estaba dispuesto a dar oportunidades. Hizo
lo que le dije y después se volvió hacia mí.
—Fue Rose, —soltó de golpe.
Fruncí el ceño.
—¿Cruella?
—Tu padre le dio trabajo en Kensington Media, ya lo sabes. Pero a lo mejor
lo que no sabes es que él le dio el trabajo porque estaba al borde de la
bancarrota.
—Sí, pero…
—Mi teoría es que ella no cubrió demasiado bien sus huellas y cuando la
gente empezó a darse cuenta, hizo que pareciera que el culpable era Au.
—¿Y entonces mi padre decidió que yo debía ser arrestado en lugar de Au?
—La idea hizo que se encogiera dolorosamente el corazón. Ella debió ver mi
dolor, porque se acercó a mí y me paso una mano por el pelo, consolándome.
—No lo sé, —contestó ella. —Puede que nunca sepamos cuál fue el
razonamiento de tu padre, puesto que no está por aquí para preguntarle. Pero
Rose todavía está vivita y coleando, y trabajando para una organización de
caridad, creo. La Fundación para el Linfoma Infantil. ¿Quieres apostar si están
perdiendo algunas donaciones?
La idea de que yo había ido a la cárcel durante dos años y medio mientras el
auténtico ladrón podía estar todavía ahí fuera, robando; robando a los niños con
cáncer, nada menos, prendió un fuego en mi interior. Cogí el teléfono y marqué
un número del departamento de contabilidad de Kensington Media, y le expliqué
la situación a Dave Norton, un viejo conocido de la universidad, pidiéndole que
lo comprobara. Después colgué el teléfono y levanté la mirada hacia Char,
sintiendo una extraña mezcla de sentimientos en mi interior.
Por un lado, la idea de que mi padre me había arrojado a los leones para
proteger a Au me dolía muchísimo. Pero si tenía que ser totalmente sincero
conmigo mismo, siempre había sabido que Au era su favorito, y quizá con algo
de razón. Dios sabía que había hecho todo lo posible para avergonzar a la familia
y arrastrar nuestro nombre por el barro durante toda mi juventud.
Por otro lado, la idea de que Au pudiera ser totalmente inocente hizo que la
esperanza creciera en mi interior. Todo este tiempo, durante tres años, había
llevado la pesada carga de pensar que mi hermano pequeño era un ladrón. En
cambio, podía ser que fuera totalmente inocente. Podía ser que no supiera nada
de lo que había hecho nuestro padre, y creyera sinceramente que yo era un
criminal.
La idea hizo que mi corazón se aligerara, y hasta creí que podría flotar hasta
el techo, feo y manchado de humedad.
Me puse de pie, rodeé el escritorio y envolví a Char en mis brazos.
—Gracias, —dije, en las profundidades cobrizas de su cabello.
—No me des las gracias todavía. Puede que no seamos capaces de probar
nada de esto.
—Sí, pero tú…—aspiré profundamente, metiendo su suave fragancia en mis
pulmones. —Tú creíste en mí, Char, incluso cuando no tenías ninguna razón
para hacerlo. Gracias. Gracias por creer en mí.
—De nada. —Ella presionó su nariz contra mi americana de lana y soltó una
risita. —¿Sabes? No estoy acostumbrada a verte con traje y corbata. No te tomes
esto a mal, pero voy a echar de menos la cazadora de cuero y los vaqueros.
—Estoy tratando de parecer un ciudadano responsable y trabajador.
—Lo sé. —Levantó la mirada hacia mí con una sonrisa seductora. —Solo es
que creo que me gusta más el chico malo.
Sus palabras me golpearon justo en el plexo solar, dejándome sin respiración.
—Char. Realmente no deberíamos…
—Solo unos minutos, —dijo persuasivamente, pasando la mano por mi
pecho. —Uno rapidito en tu mesa. Eso no sería tan malo, ¿verdad?
En realidad, sonaba como lo mejor que podíamos hacer. De repente fui muy
consciente de que habían pasado tres días, tres días enteros, desde que habíamos
hecho el amor. Lo que me dejaba como un auténtico, auténtico tonto. ¿Por qué
no había mandado la limusina de nuevo a recogerla las últimas tres noches?
Bueno, porque ella había tenido unos días de trabajo muy largos en la
cafetería, y yo había estado estudiando los últimos números publicados, así
como ediciones anteriores de la Pinecone Gazette, por eso. Pero todavía me
sentía como si hubiera sido un estúpido.
Necesitas ordenar tus prioridades, Kensington.
Esta vez no era la voz de mi padre la que oía en mi cabeza, sino la mía. Y era
verdad. Estaba cansado de vivir una vida de lujo vacía y sin significado, y por
eso el trabajo era importante, e intentaba dedicarme a él por entero. Pero eso no
significaba descuidar a la mujer que yo…
Bueno, la mujer que significaba tanto para mí.
Tomé su mano justo antes de que terminara su camino por encima de la
hebilla de mi cinturón. Joder, estaba ansiosa.
—Por lo menos, déjame bajar la persiana, —dije con la voz ronca.
Lo hice, y después la agarré y la empujé hacia mí.
Era cálida y suave, y mi verga (que ya se había subido a bordo con la idea de
echar uno rapidito) respondía a su cercanía, poniéndose cada vez más dura.
Gemí, apretando la cara contra su pelo.
—¿Qué fue lo que más te gustó? —murmuré en su pelo. —De todo lo que
hicimos el otro día, ¿qué fue tu cosa favorita?
Su voz sonaba muy pequeñita contra mi hombro.
—Los besos.
Me aparté hacia atrás y la miré, parpadeando.
—¿Los… besos?
Ella asintió, con un rubor empezando a extenderse por su pálida piel.
—Me gusta besarte, Hunter.
¿Eh? Yo nunca había sido de los que besaban, realmente, pero recordaba
compartir besos largos y tiernos con ella mientras nuestros cuerpos se unían en
uno. También había pasado la primera vez que hicimos el amor. Casi nunca
había besado a una mujer mientras lo hacíamos, pero algo en Char me empujaba
a buscar su boca con la mía.
—De acuerdo, entonces. Besos. —Bajé la boca y la besé, muy suavemente.
Ella se aferró a mí y compartimos besos suaves y castos durante un tiempo
largo e incalculable. Finalmente, no pude soportarlo más, y deslicé mi lengua
entre sus labios, pidiendo que me permitiera entrar. Ella lo hizo, y deslicé mi
lengua en su boca, explorando, acariciando. Dubitativamente, ella tocó la punta
mi lengua con la suya y el calor se extendió a través de mí. Se me aflojaron las
rodillas y me senté pesadamente encima del escritorio.
A ella pareció gustarle, porque trepó rápidamente a mi regazo. Los dos
intentamos torpemente acomodarnos juntos sobre mi escritorio, lo que no era
fácil, porque no era precisamente una superficie muy grande. Al final lo dejé por
imposible y me senté en el borde, con ella en mi regazo, a horcajadas.
Pareció gustarle la idea de estar encima. Sus besos se hicieron más calientes,
sus caricias más atrevidas, y sus caderas se movieron contra mí.
—Mierda, —gruñí. —Tienes que parar, ahora mismo, o voy a correrme en
los pantalones. Y este es un buen traje.
—De acuerdo. —Se apartó, y lamenté inmediatamente haberle dicho que
parara. De todas formas, ¿a quién le importa un traje? Era billonario, joder.
Podía comprar todos los trajes que quisiera.
Pero lo lamenté un poco menos cuando se puso de pie y empezó a quitarse la
ropa como una estríper.
Bueno, no como una estríper, no exactamente. No bailaba, no había miradas
excesivamente abrasadoras. Pero a diferencia de la otra noche, cuando ella
dudaba si dejarme verla, parecía tan confiada con su cuerpo y su propio atractivo
como cualquier bailarina en un club de caballeros. Se quitó la camiseta, lenta y
deliberadamente, mientras yo miraba. Después se contoneó para salir de los
vaqueros, quedándose cubierta tan solo por dos piezas de seda. Hoy eran rosa
pálido, apenas un poco más oscuro que su pálida piel. Tragué saliva con fuerza.
—¿Quieres que me quite el resto? —Su voz era ronca, sensual, y yo asentí,
incapaz de quitar la mirada de encima de ella.
—Sí. Por favor.
Lentamente se quitó las últimas prendas, quedándose desnuda, cubierta por
tan solo una nube de pelo del mismo color que la puesta de sol y una sonrisa. La
miré fijamente, consciente de que tenía la boca abierta, pero, por algún motivo,
incapaz de cerrarla.
—Eres hermosa, —dije por fin, y ella soltó una risita.
—Tú también. Quítate ese traje.
—No. —Salí del coma inducido por la lujuria, y empecé a desabrocharme el
cinturón. —No puedo esperar tanto.
Segundos después, tenía los pantalones desabrochados, los bóxers apartados
del camino y un condón puesto. Tiré de ella hacia mi regazo, y ella tomó mi
verga con la mano y la guio hacia su sedosa vaina, mientras yo echaba la cabeza
hacia atrás y gemía.
—No olvides besarme, —me recordó.
Una de mis manos estaba ocupada en mantenerla sobre mi regazo, pero
enterré la otra en su pelo, tiré de ella hacia mí y capturé su boca con la mía. Ella
cogió el ritmo para moverse sobre mí con bastante facilidad y empezó a
montarme mientras yo la besaba, con besos largos y embriagadoras que me
debilitaban. Esperé que hicieran lo mismo para ella.
La sensación era maravillosa y en algún rincón profundo de mi cerebro, me
pregunté porque nunca me había gustado besar durante el sexo. Era increíble.
Era tan íntimo.
En ese momento me di cuenta de que había respondido mi propia pregunta.
El sexo con las otras mujeres nunca había sido íntimo. Divertido, sí. Placentero,
seguro. Pero no íntimo.
Pero con Char, el sexo no era solo sexo. Ni siquiera era solo hacer el amor.
Era algo tan profundo y, sí, íntimo, que ni siquiera tenía un nombre para ello
Incluso un polvete rápido a mediodía en mi escritorio era un como un
destello del paraíso.
En esta postura, podía sentir sus respuestas más claramente. Sentí sus
músculos interiores empezar a palpitar, la sentí temblar y supe que estaba a
punto de correrse. Se movió más rápido encima de mí, y no pude contenerme
más. Me corrí con una explosión larga y caliente y su cuerpo se tensó sobre mí
mientras ella llegaba también al clímax, nuestros gritos amortiguados en la boca
del otro.
Después la abracé durante mucho, mucho tiempo. Sabía que tenía que volver
al trabajo, pero de alguna manera, no quería salir de ella.
No quería que se fuera nunca.
Capítulo Doce
Charlotte
El aire de la noche era frío, pero no tan helado como había sido. Febrero se
había deslizado hacia marzo, y aunque la primavera aún estaba lejos… estaba
llegando. Podía sentirlo en el aire.
Me senté en el porche delantero, con mi hija en el regazo, y aspiré
profundamente el aire fresco. Había llegado a casa hacía solo una hora, y antes
de eso había pasado el día en la cafetería, respirando los olores de la comida
grasienta. Era agradable solo estar sentada y relajarse en el exterior. Mamá y
Jacob estaban recogiendo la cocina y yo disfrutaba de este pequeño momento
sola con mi hija.
Estaba adormilada y se acurrucaba contra mí. Incliné mi cara sobre su pelo,
oliendo el champú y el jabón de bebe, porque la habíamos bañado justo antes de
cenar, y el dulce e indefinible aroma de niño pequeño. Esa fragancia me llenaba
con una extraña sensación de melancolía. Ya había dejado de ser un bebé y
dentro de poco, dejaría tras ella también los días de preescolar.
Pensé en Hunter, que no había tenido la oportunidad de verla cuando era un
bebé, que no había podido compartir las alegrías de su primera sonrisa y su
primer diente y verla aprender a gatear. Por no hablar de las alegrías de los
vómitos y los cólicos y de estar despierto toda la noche. Ser padre de un bebé
tenía altibajos, pero todavía sentía una punzada cuando pensaba en que él se
había perdido todos esos preciosos momentos.
Durante el último par de semanas, había tratado de compensarlo por ello
hojeando con él todos nuestros álbumes de fotos, incluso dejándole ver las fotos
no demasiado buenas que no me había molestado en imprimir pero que estaban
guardadas en mi ordenador. Pero, por otro lado, imaginaba que le dolía incluso
más, puesto que era un duro recordatorio de que él no había estado para verlo en
persona. Había visto una mirada melancólica en sus ojos cuando veíamos juntos
fotos de Diana, y eso hacía que mi corazón sufriera por él.
Pero el pasado era el pasado, y estábamos tratando de hacer algo en el
presente y construirlo para el futuro. Al menos yo lo había. No estaba segura de
lo que Hunter quería. Desde que le había dado la información sobre Rose
Ambrose, sentía que él se había echado para atrás de alguna manera. Oh, todavía
me hacía el amor con entusiasmo, cuando se presentaba la oportunidad, pero
tenía la clara impresión de que él estaba esperando algo.
Y estaba bastante segura de que yo sabía qué era ese algo.
Se abrió la puerta y Jacob salió a la noche, y se sentó a mi lado.
—Parece dormida, —dijo, mirando a Diana con una cariñosa sonrisa.
—Ambas estamos dormidas. —Bostecé.
—Vete a dormir. Ya la acuesto yo.
—Gracias, pero quiero quedarme un poco más.
—¿Por si llama tu novio? —Sus ojos brillaron con enojo. Había tolerado que
Hunter estuviera allí por mi bien y el de Diana, y no había empezado una
discusión ni siquiera una vez, pero estaba dolorosamente claro que todavía
odiaba a Hunter visceralmente.
—No le llames así. No es mi novio. No sé lo que es, realmente.
—Lo que es, —dijo Jacob entre dientes, —es un delincuente.
No era poco razonable, puesto que no le había contado mis sospechas sobre
Rose Ambrose, por si acaso no salía nada de ellas. Incluso así, habíamos tenido
esta discusión muchas veces antes, y suspiré.
—Realmente lo está intentando, Jacob.
—Sí, seguro, ha pasado página, de acuerdo. Me pregunto cuando tiempo
pasará antes de que lo eche todo a perder, como hizo en el instituto.
Estaba demasiado cansada para reprimir mi lengua por una vez. Las palabras
parecieron salir de mi boca por su propia voluntad.
—De todos modos, ¿qué pasó entre vosotros dos en aquella época?
Jacob pareció sorprendido, pero después se encogió de hombros.
—Supongo que nada demasiado trascendental. Había una chica.
—¿Una chica? Le odias tanto que siempre había asumido que había sido algo
realmente gordo.
—Supongo que fue realmente grande en cierta forma. —Sus ojos se
desenfocaron, como si estuviera mirando al pasado. —Era la primera chica que
realmente me importaba. Se llamaba Marjorie Dougherty. Estaba muy colado
por ella, Char. Quiero decir que realmente la quería. Le pedí que fuera conmigo
al baile de graduación…y dijo que sí.
—¿Y entonces qué?
—Estábamos haciendo manitas en el pasillo una semana después y llegó
Hunter. Y dijo: “Eh, nena, no tienes que conformarte con un pequeño y sucio
guijarro cuando puedes tener un gran diamante. Ven conmigo al baile y te
recogeré en una limusina. Pasarás la mejor noche de tu vida. “
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire un largo rato.
—¿Y? —pregunté al final.
—Me plantó y fue al baile con Hunter, —dijo, encogiéndose de hombros. —
Eso fue todo. Pero fue suficiente.
—Era un gilipollas.
Al oír la voz de barítono detrás de nosotros, Jacob y yo nos dimos la vuelta a
la vez. Allí, al final de la escalera, estaba Hunter.
Aparentemente, se había dejado la Harley esta noche y había venido
andando, porque no había forma de que no hubiéramos oído el rugir de su moto
destrozando el silencio de la calle. Subió las escaleras y se sentó en la silla de
mimbre vacía.
—Lo siento, —dijo, mirando directamente a Jacob. —Era un capullo
arrogante y elitista en el instituto, y también en la Universidad. Creo que hasta
que me arrestaron, la verdad. Siento haber hecho que Marj y tú rompierais. Sabía
que la querías.
—Entonces, ¿por qué coño lo hiciste? —los labios de Jacob dibujaron una
mueca.
—Ese lenguaje, —dije reflexivamente, incluso aunque Diana ya se había
dormido en mi hombro.
—Era un estúpido, —dijo Hunter con un suspiro. —Estabas pasando todo el
tiempo con ella y era… bueno, era como si te hubieras olvidado de mí. Yo no
tenía muchos amigos, Jacob, y tenía esa situación tan tensa en casa. Tú eras todo
lo que tenía, Jacob, tú y tu familia. Y cuando empezaste a pasar tiempo todas las
tardes con Marj, supongo que yo solo…
—Sí. —Jacob asintió despacio, como si una luz se hubiera encendido en su
cerebro, iluminando el pasado. —Supongo que dio la impresión de que te
abandonaba, ¿no?
—Un poco. Y ya sabes, eso… hizo que me pusiera furioso. Admito que en
esa época no hacía falta mucho para ponerme furioso. Como he dicho, era un…
—miró a nuestra hija dormida. —Un capullo. La verdad es que no me importaba
Marjorie. Solo quería herirte. Lo siento, Jacob.
—Bueno, chicos, ya es hora de que dejéis que eso se quede fuera. —La
puerta se abrió otra vez y mi madre salió, cargada con un plato atiborrado. —
¿Alguien quiere galletas?
Hunter se levantó, ofreciéndole su silla, y después se acomodó a mis pies con
una galleta con chispas de chocolate y una expresión satisfecha en su rostro.
Tenía sujeta a Diana con una mano, pero le acaricié el pelo con la otra. Apoyó la
cabeza contra mi rodilla, prácticamente ronroneando. Sus largas y oscuras
pestañas aletearon al cerrarse.
Mamá se sentó en la silla vacía, sonriendo beatíficamente.
—Ahora que la historia antigua ha quedado definitivamente atrás, quizá
podáis ser amigos otra vez, niños.
—Mamá, —Jacob sonaba irritado. —No somos niños, y no vamos a volver a
ser amigos íntimos otra vez. Hunter es un…bueno…
—Realmente, —dijo Hunter perezosamente, sin molestarse en abrir los ojos,
—no lo soy.
—¿No eres qué? —Jacob parpadeó hacia él.
—No soy un delincuente. —Hunter abrió los ojos y le miró. —Eso era lo que
estabas a punto de decir, ¿no?
Mi corazón palpitaba tan fuerte en mi pecho que me preocupó que Diana
pudiera despertarse. No dije nada, solo escuché.
—¿De qué c… diablos estás hablando, Hunter? Sabemos lo que hiciste.
Todos lo saben.
Hunter levantó la mirada hacia mí, con una leve sonrisa en la boca. Contesté
por él.
—Hunter no robó esos fondos, Jacob. Fue a la cárcel para proteger a su
hermano Au.
—¿Me estáis diciendo que Austin fue el que robó el dinero? —Jacob puso
los ojos en blanco. —¿El niño bonito de los Kensington es un malversador?
¿Realmente esperáis que me lo crea?
—Nop, —contestó Hunter.
Jacob sacudió la cabeza, tan fuerte que su pelo castaño rojizo, demasiado
largo, cayó sobre sus ojos.
—Me estás haciendo un maldito lío, hombre.
—Pensé que Au era el que había robado los fondos, —dijo Hunter. —Eso
fue lo que mi padre me dijo. Me pidió que cumpliera la condena por Au, y
porque era mi hermano pequeño, lo hice. Di dos años y medio de mi vida por ese
niño. Pero Char empezó a escarbar, —me sonrió, con los ojos haciéndole
arruguitas, —y empezó a sospechar que la auténtica ladrona era la novia de mi
padre, Rose Ambrose. Le pedí a un amigo mío del departamento de contabilidad
de contabilidad de Kensington Media que lo comprobara. Lo hizo para mí, y
llevamos las pruebas a la policía.
—¿Y? —dije, sin aliento.
—Y Rose ha sido arrestada.
Di un gritito y le revolví el pelo. Él sonrió.
—Me han dicho que seré exonerado, —dijo, —y, dadas las circunstancias,
los policías pasarán por alto el pequeño detalle de que les mintiera. Así que todo
se ha acabado. Gracias a ti, Char. Saldrá mañana en los periódicos.
—Oh, Dios mío. —Jacob le miró fijamente, atónito. —Hunter, lo siento
muchísimo.
—No lo sabías. —Hunter extendió una mano hacia mi hermano, que se la
estrechó con firmeza.
—¿Qué pasa con Au? —pregunté. —¿Lo sabe?
—Sí. —Los ojos de Hunter se suavizaron. —Lloró al enterarse, Char. Todo
este tiempo ha creído seriamente que yo era el malversador y se le ha roto el
corazón al saber la verdad. Incluso me ha ofrecido la presidencia de Kensington
Media.
Inhalé una corta respiración.
—¿Vas a aceptarla?
—No creo que no, —dijo moviendo la cabeza. —Realmente no creo que
tenga lo que hay que tener. No ahora mismo, y puede que nunca. Puede que Au
sea joven, pero está haciendo un trabajo realmente increíble con la empresa.
Tiene un cerebro para los negocios y la formación necesaria para respaldarlo.
Después de todo… —dijo, con una nota de mal disimulado orgullo en su voz, —
el chaval ha ido a Harvard.
—De acuerdo ¿y entonces tú? —preguntó Jacob. —¿Qué vas a hacer ahora?
—Humm—Hunter se apoyó de nuevo en mi rodilla. —Au me sugirió una
vicepresidencia en Kensington Media, ¿pero sabéis qué? Estoy disfrutando
bastante mi trabajo en la Pinecone Gazette. Puede sonar tonto, pero realmente
creo que quiero intentar levantarlo, hacer de ello algo más que un hazmerreír.
Quiero que sea un medio regional y convertirlo en un periódico serio. —Levantó
la mirada hacia mí. —Para hacerlo, en cualquier caso, necesitaré contratar
algunos buenos reporteros de investigación. ¿Conoces a alguien que pudiera
estar interesado?
—Creo que podría conocer a alguien, sí, —dije, sonriéndole por encima de la
oscura cabeza de mi hija con lágrimas en los ojos.
—Bien, —se puso de pie. —Realmente solo hay una cosa más que quiero de
la vida, Char.
—¿Y qué es?
—Tú. —Él bajó la mirada hacia nosotras solemnemente. —Bueno, Diana y
tú. Supongo que son dos cosas. —Buscó en el bolsillo de su vieja cazadora de
cuero, después hincó la rodilla en el suelo, sujetando un anillo de diamantes. Era
enorme y ovalado, y brillaba como un glaciar a la luz de las lámparas del porche.
—Te quiero, Char. ¿Quieres casarte conmigo?
Miré el anillo un largo instante, después levanté la mirada hacia su rostro. Su
adorado rostro.
—Por supuesto, —contesté.
Jacob y mi madre vitorearon y Hunter deslizó el anillo en mi dedo, con una
amplia sonrisa. Con todo el escándalo, Diana se despertó. Parpadeó somnolienta,
mirando a Hunter.
—¿Hunter? —dijo.
—Creo que ahora puedes llamarme papá, —dijo, mirándola con una tierna
sonrisa en el rostro.
Ella parpadeó un poco más. Esa palabra no significaba nada para ella en ese
momento. Pero lo hará, pensé. Dentro de poco, lo significará todo.
—Papá, —dijo.
Epílogo
Hunter
—Ya la echo de menos.
Tomé la mano de Char en la mía.
—Lo sé. Pero ella quiere a su abuela y al tío Jacob, y, además, ahora tiene un
nuevo tío al que embrujar y hacer bailar a su antojo. Estará bien.
Ambos estábamos sentados en el jet privado de la familia Kensington, un
Boeing 747-8 lujosamente decorado. Entre los paneles de madera de arce ojo de
perdiz, los sofás de cuero y la enorme televisión, había mucho que ver a bordo,
pero estaba claro que su mente estaba con la niñita a la que habíamos dejado en
casa durante dos semanas mientras nos dirigíamos a nuestra luna de miel en
Nueva York.
—Estaba tan bonita hoy, ¿verdad?
—Si que lo estaba. —Siempre feliz por tener la oportunidad de hablar de
Diana, saqué mi teléfono. —Mira esto…
Miramos una foto de nuestra hija, ataviada con un vestido largo blanco,
bailando con un Au de esmoquin que parecía complacido pero un poco perplejo,
como si todavía no estuviera lo suficientemente reconciliado con su reciente
adquisición de una sobrina. Me desplacé a un video corto en el que Au había
cogido a Diana en brazos y giraba con ella.
Se nos escapó un “Ooooooh” a los dos.
Nuestra boda, más temprano ese mismo día, había sido preciosa, celebrada
en una iglesia episcopaliana, una catedral, realmente, en Richmond. Char había
estado absolutamente espectacular con un modelo blanco de seda y encaje con
una larga cola. No había llevado velo, solo su precioso pelo cayendo por su
espalda, y su mejor amiga Angela Robinson había sido su dama de honor. Lo
que tenía todo el sentido, porque Angela la había animado la noche de la fiesta
de su vigésimo primer cumpleaños, y había desencadenado una larga cadena de
acontecimientos. Si no hubiera sido por Angela, Char y yo nunca nos
hubiéramos encontrado.
Angela y las otras damas habían llevado un vestido de un azul profundo que
había hecho girar casi tantas cabezas como la propia Car. Creo que yo estaba
razonablemente guapo con un esmoquin negro de Kiton, aunque, por supuesto,
nadie mira realmente al novio. Que es lo que debe ser. La madre de la novia
había estado resplandeciente vestida de rosa pálido, y yo había bailado con ella
casi tanto como lo había hecho con mi esposa y mi hija, para su deleite. El
vestido de Diana había sido una copia en miniatura del de Char, excepto la cola,
y también había atraído mucha atención.
Lo que también es lo que debe ser.
—Ha sido una preciosa niña de las flores, ¿verdad? —dije.
—Estaba increíble. Y Au era un padrino muy guapo.
—Jacob también. Es gracioso, he pasado gran parte de mi vida como un
ermitaño. Nunca tuve amigos de verdad en la universidad y tampoco he estado
muy unido a mi familia. Nunca pensé que acabaría teniendo dos padrinos en mi
boda.
—Estoy contenta, —dijo ella, inclinando la cabeza sobre mi hombro. —Si
quieres que te diga la verdad, nunca he pensado que fueras realmente un
solitario, Hunter. Necesitas a la gente. Estoy contenta de que tengas a Au y a
Jacob de nuevo en tu vida.
Desde que Char y yo habíamos empezado a trabajar en la Pinecone Gazette,
tratando de convertirlo en un periódico del que pudiéramos estar orgullosos,
habíamos tenido muy pocos días libres. Por tanto, ambos estábamos deseando
tomarnos este descanso. Pero dejar a Diana era duro; para Char porque nunca
había pasado la noche sin su hija antes, y para mí, porque todavía me estaba
acostumbrando a ser padre. Todo era nuevo y maravilloso, cada día era una
delicia y sentía que estar lejos de Diana durante dos semanas sería una tortura.
Creía que iba a echar de menos a Au casi lo mismo. Durante los últimos
meses había aprendido a admirar al chaval por todo lo que había conseguido. No
era el gilipollas que yo creía. Y, de hecho, no se parecía en nada a mi padre.
Y después estaba Jacob. Una vez que habíamos dejado atrás la mala sangre,
era alucinante cuanto teníamos todavía en común. Íbamos juntos a Zippo’s un
par de veces a la semana a tomarnos unas cervezas y siempre nos divertíamos
riendo, jugando al billar y hablando de los libros que estábamos leyendo. Char y
yo pasábamos también pasábamos mucho tiempo en casa de la Sra. Evans y yo
disfrutaba de sus atenciones maternales. Cuando rechazó mi tímida oferta de
pagar a un pintor, me subí a una escalera y pinté yo mismo todo el exterior de la
casa. Estaba planeando cambiar los tablones torcidos del porche a continuación.
De repente, ya no era un solitario, y de hecho estaba un poco preocupado por
si pasaba todo el tiempo que estuviéramos en Nueva York hablando por Skype
con mi gran familia en lugar de ver cosas. Pero Char me había prometido que iba
a hacer que me comportara y yo confiaba en su habilidad para mantener mi
atención donde debía estar.
En ella.
Sin embargo, pensar en Au me hizo recordar algo.
—Oye, le hice confesar, ¿te lo había dicho?
—¿A quién? —Char parpadeó, confusa.
—A Au. ¿Recuerdas al tío del callejón, al que pegaste una patada?
Sospechabas que era Au porque cojeaba, ¿te acuerdas? Con seguridad, era él.
Ella levantó la cabeza y se me quedó mirando.
—¿Au fue quién me asaltó?
—Bueno… —Me encogí de hombros. —No fue realmente un asalto. Él no
quería hacerte daño. Aparentemente, se había enterado de que te estaba visitando
en el restaurando y sumó dos y dos y se imaginó que Diana era mi hija. Pero
también había oído que no estabas ansiosa por dejarme volver a tu vida. Así que
estaba tratando de juntarnos, y por alguna razón decidió que obligarme a
rescatarte podría ayudar. Solo estaba tratando de crear una especie de escena de
damisela en apuros. Aunque él no había contado con que fueras tan rápida con
los pies.
Char se rio, pero luego se puso seria.
—¿Y el fotógrafo que había en el parque aquel día? Ese no era Au, ¿verdad?
—No, solo un paparazzi cualquiera. Me temo que ahora que eres una
Kensington, tendrás que acostumbrarte a que invadan tu privacidad con cierta
frecuencia.
Era verdad, y ambos lo sabíamos. Nuestra boda, que había sido lo
suficientemente grandiosa como para ser de la realeza, ya había acaparado
titulares de costa a costa. Los Kensington siempre habíamos sido interesantes
para la prensa, y la incorporación a la familia a una reina pelirroja y a una
pequeña, aunque preciosa princesa solo nos hacía más atractivos.
Char sonrió y me apretó la mano.
—Creo que puedo vivir con ello, —dijo. —Me encanta ser una Kensington.
Te quiero, Hunter.
El avión empezó a rodar por la pista, y Char miró por la ventana con los ojos
brillantes de emoción.
—Guau, esto es tan excitante. No me puedo creer que vaya a ver Nueva
York. Nunca había estado fuera de Virginia.
Yo había estado en Nueva York tantas veces que ni siquiera podía recordarlas
todas. Pero todo lo que era viejo y habitual para mí era nuevo y emocionante
para Char y de algún modo eso hacía que mi vida fuera nueva y excitante de
nuevo. Me encantaba ver su cara iluminándose con las nuevas experiencias.
Hacía que algo se encendiera también dentro de mí, también.
Seis meses antes, pensé, caminé de vuelta hacia Pinecone como un
delincuente recién liberado y casi al mismo tiempo la encontré de nuevo. Quizá
había sido el destino o quizá había sido solo suerte. Pero, de cualquier manera,
había sido lo mejor que nunca me había pasado. Ella era lo mejor que me había
pasado.
—Voy a enseñarte el mundo, Char Kensington. —Me incliné y la besé
ligeramente en los labios. —Más tarde o más temprano, veremos cada gran
ciudad que haya que ver. Roma, Madrid, Atenas, Tokio… créeme cuando te digo
que Nueva York es solo el principio.
Ella enredó sus dedos don los míos y le sujeté la mano con fuerza mientras el
avión se elevaba en el brillante cielo azul de verano. Pensé que era un buen
principio.
Un muy buen principio.
FIN
¡HAGA CLIC AQUÍ
para suscribirte a nuestro boletín informativo y
obtener actualizaciones EXCLUSIVAS sobre ofertas,
adelantos y novedades.
OTRA NOVELA QUE PUEDE DISFRUTAR
La Amante Embarazada del Mal Jeque
Por Ella Brooke y Jessica Brooke