Prólogo y Prefacio Levet PDF
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O EL MUNDO SOÑADO
DE LOS ÁNGELES
LA IDENTIDAD SEXUADA COMO MALDICIÓN
Bérénice Levet
Índice
Prefacio 31
Michel Onfray
Epílogo 183
Prólogo a la edición chilena
Gabriela Caviedes y Manfred Svensson
1 Bérénice Levet, Teoría de Género o el mundo soñado de los ángeles (Santiago: IES, 2018), 110.
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de querer cambiar el mundo con una prosa apenas inteligible; las reacciones
adversas, en cambio, tienen sus propios problemas: desde su simple incom-
prensión de los registros de la discusión, hasta su tono puramente reactivo.
Entre estas reacciones Levet deja caer este ensayo, cuyo registro es eminen-
temente polémico: Levet nos habla de un “desconocimiento y un despre-
cio fundamental por la condición humana” en el mismísimo “corazón del
Género”2. Pero este tono no nos debe ocultar el hecho de que su argumento
es tan filosófico como polémico. Entiende el conflicto entre partidarios y
enemigos del Género no como el de oposición entre los defensores de la
libertad del individuo a un lado y los del orden natural y divino al otro,
sino como un conflicto entre concepciones del hombre y de su mundo. El
eje principal en el cual aborda dicho conflicto, como no es de extrañar, es el
clásico marco de la relación entre naturaleza y cultura.
Parece saltar a la vista que nuestra condición de mujeres y hombres, tal
como otras dimensiones de la vida, tiene algunos aspectos naturales y otros
culturales. La discusión contemporánea sobre el género se levanta, desde
luego, contra la aparente ignorancia de sus predecesores respecto de esta
dualidad. Descuidando esta dualidad, se habría puesto todo el énfasis en el
lado de la naturaleza; las diferencias culturales se habrían, pues, naturali-
zado. Así, los papeles socialmente asignados se tratarían cual si fuesen algo
inmutable como la eternidad. No está en absoluto de más notar que Levet
concuerda con esta crítica: la “captura de la identidad sexual por la natura-
leza”, la “creencia en una continuidad perfecta entre el sexo biológico y el
comportamiento sexual” es algo que considera tan errado como la tentación
simétrica. En el mismo sentido, y de la mano de Margaret Mead, este ensayo
reconoce la historicidad de lo masculino y lo femenino, el hecho de que
aprendemos a ser hombres y mujeres.
Pero el ensayo se dirige desde luego al otro polo: Levet dispara contra la
desaparición del concepto de naturaleza de la ecuación, un alegato contra el
2 Ibid., 53.
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del marido, ni en tanto potencial madre, sino que esa búsqueda debe pro-
venir, para ella al igual que para el hombre, de una conexión con su propio
deseo y placer.
En ese sentido, la libertad sexual es parte de una lucha contra el patriar-
cado, es decir, contra la concepción de la sociedad, sus instituciones y la in-
terpretación de sus valores desde el prisma del varón5. Pero la expresión “no
se nace mujer” tuvo recepción en un feminismo que no tenía por objeto úni-
camente la abolición de los modelos patriarcales. La feminista materialista
francesa Monique Wittig leyó la idea beauvoireana de modo radical: si no se
nace mujer, es porque la diferencia sexual no tiene nada de natural, sino que
es el fruto de relaciones opresivas de dominación. Estamos acostumbrados
a considerar la división de los sexos como algo natural. La metafísica nos
instruye acerca de afecciones propias de la sustancia que instauran diferen-
cias sexuales. La ciencia nos provee datos acerca de las diferencias biológicas
entre ambos. Y la economía marxista nos recuerda que hay una división na-
tural del trabajo en la familia6. Pues bien, la heterosexualidad tiene entonces
una base económica: la mujer no es sino una máquina productora de capital
humano, y el hombre luego se apropia del producto de su “trabajo”. Mutatis
mutandis, la mujer es una esclava. Así pues, la categoría de sexo, la distinción
entre hombres y mujeres, es fruto de una economía heterosexual, y la lucha
de clases toma aquí la forma de lucha de sexos. Para Wittig, “lo único que se
puede hacer es resistir por sus propios medios como prófuga, como esclava
fugitiva, como lesbiana”7. Para la autora, la lesbiana “no es una mujer”, por
supuesto. Con la defensa sistemática del lesbianismo por parte de Monique
Wittig y otras autoras, parte del feminismo adopta una bandera de lucha, no
ya contra el patriarcado, sino contra el heteropatriarcado. En otras palabras,
el lesbofeminismo arremete no contra el sistema social mirado exclusiva-
mente desde el lente masculino, sino contra una sociedad enfocada desde el
hombre heterosexual y la mujer bajo su dominio. Así, el lesbianismo resulta
una alternativa (la única) de abolición del sistema. La francesa publica sus
textos entre los años 60 y 90, en pleno auge del movimiento de liberación
homosexual, y la teoría feminista establece alianzas con el naciente colectivo
LGBT.
Hacia los años 90, la mujer había abandonado ya en buena medida su
rol exclusivo y a tiempo completo de madre, esposa y dueña de casa. En gran
parte de Occidente, las mujeres estudiaban y trabajaban, participaban en
las mismas actividades que los hombres, y tanto la anticoncepción como el
aborto empezaban a extenderse del modo en que lo había concebido el fe-
minismo de segunda ola. Buena parte de la libertad que Simone de Beauvoir
había soñado para las mujeres se había logrado. Sin embargo, la puesta en
cuestión del estatus ontológico de la categoría “mujer” agitaba las aguas para
dar lugar a una tercera ola del feminismo: la del feminismo posmoderno.
La segunda ola había buscado una caracterización de la condición fe-
menina, en el entendido que las mujeres compartían una cierta experiencia
vital que las unificaba y que les daba un objetivo común por el cual luchar.
El feminismo de tercera ola quiso distanciarse de sus predecesoras, porque
ya no cree en una “condición femenina”, ni en las “mujeres”. La tercera ver-
sión del feminismo traslada el énfasis desde la colectividad a la individuali-
dad. En ese sentido, es un feminismo sin mujeres. Este es el punto que Levet
tiene en consideración al afirmar que “el Género presenta esta ‘superioridad’
7 Una de las críticas más frecuentes que se le hace al feminismo de Wittig es que su alternativa
contra la dominación no es efectiva, porque nada obsta a que haya otro tipo de estrategias de
dominación, también económicas, en un mundo lesbiano paralelo.
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Para Levet, sin embargo, el interés por los asuntos de Género es más
vital que académico. Ella, que es fenomenóloga de formación, cuenta que
la teoría de Género le resultaba perfectamente indiferente, convencida de
que solo se trataba de peculiares indagaciones intelectuales que difícilmente
permearían la cotidianeidad. Su preocupación por los fundamentos meta-
físicos del Género surgió más bien a raíz del creciente impacto de la teoría
queer en las políticas públicas, en los reportajes mediáticos, en las modifi-
caciones de los proyectos educativos desde la primera infancia en adelante.
Como muchos, Levet “tropezó” en la vía pública con el Género, moldeado
por la teoría queer. Pero, ¿qué le resulta preocupante de él?
Los críticos del Género se agrupan en torno a distintas inquietudes. ¿No
se niega aquí de plano la biología? ¿Y no está esa biología en la base misma
de la vida humana en general y de la vida social en particular? ¿No pierde
todo sentido el discurso del Género una vez que pensamos en los sencillos
fenómenos de la reproducción y la generación? ¿No lleva la implementación
de este ideario en la educación incluso a la vulneración de los derechos de
los padres? ¿No trae también consigo, y más temprano que tarde, alguna
vulneración de la libertad religiosa? Y, si no se trata de la libertad religiosa,
¿no es la mismísima libertad de expresión la que no pocas veces es puesta en
jaque por respeto al Género?13. Este tipo de preocupaciones suelen estar en
la primera línea de las objeciones que circulan en estos debates; se encuen-
no serán jamás idénticas a las que el hombre sostiene con su propio cuerpo, con el cuerpo
femenino y con el hijo; los que tanto hablan de “igualdad en la diferencia” darían muestras
de mala voluntad si no me concedieran que pueden existir diferencias en la igualdad” (Ibid.,
724). Ella no pensaba que la liberación de la mujer pasara por negar las relaciones de erotis-
mo y complicidad con el hombre. Pero Butler llevó a Beauvoir al límite: si se busca desligar el
género construido del sexo biológico, ¿qué opción queda sino asumir que no tienen ninguna
relación? Al género no le queda ninguna atadura: puede desplegarse a voluntad del sujeto.
13 Una obra que abarca varias de estas preguntas es Ryan Anderson, When Harry Became Sally:
Responding to the Transgender Movement (Londres y Nueva York: Encounter Books, 2018).
Véase también: Stephen Road, Taking Sex Differences Seriously (California: Encounter Books,
2004) para la relación entre la biología humana y la vida en sociedad; y Leonard Sax, Why
Gender Matters (Nueva York: Harmony Books, 2017) para la relación entre género, infancia y
educación.
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14 Levet, 51.
15 Ibid., 101.
16 La orientación sexual y la identidad sexual son conceptos diferentes, usualmente enmarcados
en discusiones distintas. La orientación sexual hace alusión al género hacia el cual una per-
sona se siente sexualmente atraída. Un heterosexual posee una orientación sexual distinta de
la de un homosexual, un bisexual (que se siente atraído por hombres y mujeres por igual),
un pansexual (al que le resulta indiferente el género de su pareja sexual, y que no reduce a
hombre o mujer, sino que integra la gama más amplia de posibilidades) o un asexual (que no
siente atracción sexual alguna). La identidad sexual, en cambio, dice relación con el género al
que una persona dice pertenecer en su fuero interno. En esta categoría, el cisgénero (es decir,
quien no percibe disconformidad entre su sexo y su género) es distinto del trans, del neutrois
(que no se percibe de ningún género en particular), o del gender fluid (que siente que su iden-
tidad de género es fluida y cambiante). El intersex, por su parte, posee características físicas
de ambos sexos, por lo tanto puede identificarse con cualquiera de los dos, con un tercero, o
con ninguno.
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17 Notará el lector que “ficticio” y “cultural” son sinónimos. El Género no solo quiere desligarse
del dato natural, sino también de la herencia cultural, como se verá más adelante.
18 La palabra “heteronormatividad” hace alusión a la norma cultural y moral que establece la
relación sexual heterosexual como obligatoria, y la única natural posible.
19 En efecto, Levet declara que “el Género se lanza en una cruzada contra el deseo heterosexual”
(102), y que hay una “obsesión y una repugnancia del deseo” (113). Quizá sea necesario ma-
tizar esas afirmaciones. No es que los emisarios del Género quieran eliminar el deseo de la faz
de la tierra. Lo que buscan es más bien erradicar la norma heterosexual de la cultura, para que
los deseos y placeres estén liberados de todo esencialismo. Al liberar las identidades de todo
correlato biológico fijo, se desata también el deseo en todas sus formas.
20 Para Foucault, los griegos poseían una regla ética que se ha olvidado. En La hermenéutica
del sujeto explica que la clásica fórmula del Oráculo de Delfos, “conócete a ti mismo”, va
acompañada y precedida por otra no menos importante: “cuida de ti mismo”. Este precepto
implica dos cosas: volver la mirada desde lo exterior hacia uno mismo, y además aprender a
actuar sobre sí. De aquí derivan, dice Foucault, una serie de prácticas y técnicas que buscan
operar sobre el propio individuo para transformarlo. Foucault las llama “técnicas de sí”, que
buscan un gobierno de sí mismo en tanto objeto de los propios actos. El mandato de cuidar
de sí mismo es además políticamente relevante: no se puede gobernar a los otros sin un pre-
vio autocuidado. Ahora bien, las técnicas de sí para el francés están lejos de comprenderse
dentro de un código de normas prohibitivas. Se trata de una “intensificación de la relación
con uno mismo por la cual uno se constituye como sujeto de sus actos”. Ver en Historia de
la sexualidad, tomo III: el cuidado de sí. (Madrid: Siglo Veintiuno Editores), 47. Constituirse
en sujeto de los propios actos, y así por tanto también en objeto de sí mismo, no implica que
haya un “sí mismo” domeñado, dispuesto a rebelarse apenas se presente la oportunidad: “es
la [fuerza] de un placer que toma uno en sí mismo. Aquel que ha llegado a tener finalmente
acceso a sí mismo es para sí mismo un objeto de placer” (Ibid., 77). En ese contexto, los deseos
y placeres (aunque para el último Foucault los placeres externos son secundarios) están, en
primer término, orientados al cuidado de sí.
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21 Cabe aclarar que la renuncia al placer sexual se limita al campo de la genitalidad. La reasigna-
ción de sexo no impide otros modos de satisfacción sexual.
22 Levet, 146.
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y pregunta por el ser que se le presenta sin que él lo haya buscado. Levet
muestra cómo los pensadores del Género, en cambio, introducen no solo la
sospecha nietzscheana, sino el desprecio y la “rebelión contra todo dato de la
existencia, tanto natural como cultural”. Al Género le repugna la idea de que
algo pueda escapársele, de que existan aspectos en su propia constitución
que no dependan de su voluntad, y más aún que aquellos datos tengan algún
significado relevante que pueda limitar la infinitud de posibilidades que
cada individuo tiene ante sí. Por esa razón, la misma noción de naturaleza
toma aspecto de violencia, de norma impositiva y dictatorial; y un defensor
de la validez e irreductibilidad de lo dado se presenta inexcusablemente
como un enemigo de la libertad.
El Género quiere creer en un individuo absolutamente causa sui. Ahora
bien, o uno es causa de sí mismo desde el principio, o no lo es en absoluto.
El ser humano debe “llegar a ser lo que es”, según el corolario de Nietzsche.
En ese sentido, las normas, los roles asignados y las identidades impuestas
(los nombres y pronombres, pues como pensaba Derrida, las palabras crean
la realidad que dicen nombrar) lejos de facilitar la tarea, la entorpecen. De
ahí la resuelta aplicación de los principios del Género en los programas es-
colares y preescolares. Ante todo, se trata de dejar “florecer” a nuestros niños
para que ellos descubran quiénes son, aliviados de las odiosas cargas impo-
sitivas que insistimos en asignarles. “La gran ilusión de nuestro tiempo —
señala Levet— es pensar que se puede construir lo que sea a partir de nada.
No es la libertad, la originalidad, la inventiva de nuestros niños lo que se
favorece al amputarlos de todo lo dado y al abandonarlos a sí mismos”23. Y
un niño abandonado a sí mismo es, ante todo, un niño abandonado.
El nihilismo creacionista del Género parte de la premisa de que tanto
la naturaleza biológica sexuada del cuerpo como la herencia cultural de los
roles de género son herramientas de dominación y alienación de indivi-
duos originariamente indeterminados. En terminología foucaultiana, los
23 Ibid., 96.
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24 Levet no aborda la pregunta por la diferencia sexual desde la biología, pero hay numerosos
estudios científicos que se hacen cargo de ella. Buena parte de esos estudios están recogidos
en dos volúmenes de la revista científica The New Atlantis (Sexuality and Gender 2016-2017).
En ellos se recogen investigaciones acerca de las diferencias sexuales, homosexualidad, tran-
sexualidad e intersexualidad. La mayoría de ellos deriva en la modesta conclusión de que no
hay evidencia científica para indicar que el género no tiene relación con el sexo biológico.
El Género no desconoce estos trabajos, pero los invalida a ojos del público general, acusán-
dolos de falta de seriedad y errores metodológicos. En realidad, el problema es que para el
Género estos estudios no son imparciales, sino que sus hipótesis y pruebas están moral y
culturalmente cargadas con antelación. Son, en definitiva, una manifestación científica de la
heteronormatividad. En cambio, otros trabajos como los de Fausto-Sterling rompen con esa
norma, y promueven el camino hacia un individuo desligado de estructuras naturales fijas.
Sin embargo, una verdadera imparcialidad tendría que reconocer que los estudios de Anne
Fausto-Sterling ponen su foco, cual lupa, en las excepciones anatómicas y las interpretan
como el caso que anula toda regla.
25 Levet, 165.
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26 Ibid., 131.
PRÓLOGO IES • 27
de los sexos”. Así, incluso si las diferencias entre hombres y mujeres fuesen
enteramente construidas, Levet no vería ahí razón para deconstruirlas. Ve,
por el contrario, razón para un intenso afán por comprender y defender esa
diversidad de sexos y los “tesoros de experiencia” que ella alberga.
Su marco de referencia en tal empresa es la obra de Hannah Arendt,
Maurice Merleau-Ponty y Albert Camus. En ellos la autora encuentra ins-
piración para recuperar el rumbo de la dialéctica sexual que hemos tenido
desde siempre, y que el Género ha pretendido abolir. Como es lógico, este
ensayo no pretende adentrarse en la lectura de ninguno de estos autores,
como tampoco detenerse en la de los pensadores del Género, sino más bien
proponer un trayecto filosófico que retome la realidad del cuerpo sexuado.
Es en este tipo de filosofía donde Levet busca “una réplica que no tome pres-
tados de Dios o de la teología sus argumentos, ni de la neurobiología o de
otras ciencias sus motivos”. Las palabras de otro francés, Gilles Lipovetsky,
son tal vez las que mejor recogen este propósito. Levet lo cita afirmando
que ya ha llegado la hora de “renunciar a interpretar la persistencia de las
dicotomías de género en el seno de nuestras sociedades como arcaísmos o
‘retrasos’, inevitablemente condenados a desaparecer bajo la acción eman-
cipadora de los valores modernos. Lo que se prolonga del pasado no es en-
clenque, sino que es portado por la dinámica del sentido, de las identidades
sexuales y de la autonomía subjetiva”27.
Salvo por Arendt, este es un trasfondo intelectual distintivamente fran-
cés. Tomar en cuenta dicho contexto permitirá comprender —y mirar con
algo de distancia— algunas aseveraciones del texto. Levet se manifiesta re-
petidamente sorprendida de que el Género haya acabado por hacer una
entrada triunfal en Francia. Al lector puede costarle algún esfuerzo com-
prender las razones de tal sorpresa, cuando pocas cosas nos parecerían tan
esperables en la tierra de Deleuze, Blanchot y Derrida. Ya hemos menciona-
do antes la fuente de su sorpresa: la creencia en que “más que cualquier otro
27 Ibid., 181.
28 • IES GABRIELA CAVIEDES Y MANFRED SVENSSON
28 Ibid., 146.
29 Bérénice Levet, Le crépuscule des idoles progressistes (París: Stock, 2017).
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1 [N. del T.] El prefacio de Michel Onfray fue publicado con anterioridad en Le Nouvel Obser-
vateur bajo el título “Le genre, ce nouveau puritanisme” (“El género, ese nuevo puritanismo”)
el 11 de diciembre de 2014.
32 • IES MICHEL ONFRAY
asistida, “la obsesión del deseo” heterosexual heredada de san Pablo que
celebró la castidad. El género es un nuevo puritanismo. Como prueba, valga
el ejemplo de la filósofa Beatriz Preciado, columnista de Libération, quien
invita a abolir la dupla vagina-pene en beneficio de otra, ano-consolador, lo
que permitiría “una huelga del útero”. Ella propone entonces: masturbación,
sodomía, fetichismo, coprofagia, zoofilia. Su programa: “No permitamos que
una sola gota de esperma nacional católica penetre nuestras vaginas”.
Frente a este sinsentido, la joven filósofa apela al uso de la razón, a la
transmisión de la lengua y de la cultura, al arte de la argumentación rigurosa
para luchar contra “la inoculación de una idea prefabricada fácil, indiscu-
tida, indiscutible”. En el espíritu de Merleau-Ponty, Bérénice Levet, con su
fenomenología de la seducción, del caminar, de las piernas cruzadas, de la
elegancia, del vínculo maternal, muestra que todavía se puede filosofar sin
mostrar las garras, y eso es una bendición.