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1_ El patrimonio espiritual de la colonia- Zanatta
En el curso de la extensa era colonial, España y Portugal implantaron en
Iberoamérica las hondas raíces de su civilización: tanto las estructuras materiales como las espirituales quedaron profundamente impregnadas por ella. La herencia política A lo largo de casi tres siglos (XVI a XIX) América Latina fue Europa. Tres siglos durante los cuales cambio el mundo y, con él, se transformó Iberoamérica. Cambiaron ideas y tecnologías, las mercancías y su modo de circulación, las sociedades y la forma de organización social. En América Latina nació una nueva cultura (producto de su herencia y patrimonio espiritual), la cual compartió rasgos con la civilización hispánica, cuyo elemento unitario era la catolicidad. En términos políticos, los Imperios Ibéricos fueron organizados y concebidos para dejar en herencia tanto un principio de unidad (basado en el poder espiritual del rey) como de fragmentación (debilidad política). La sociedad orgánica En estos tres siglos las relaciones entre la corona y América fueron complicadas. Es aquí donde se generó una sociedad donde los derechos y los deberes de cada individuo no eran iguales a los de cualquier otro, sino que dependían de los derechos y deberes del cuerpo social al cual se pertenecía. Como todas las sociedades occidentales de aquella época, también la ibérica en América era orgánica, y presentaba dos rasgos fundamentales: era una sociedad “sin individuos”, en el sentido de que los individuos se veían sometidos al organismo social en su conjunto; y era jerárquica, porque, como en todo cuerpo orgánico, tampoco en este todos sus miembros tenían la misma relevancia, ya que se consideraba que cada uno debía desempeñar el papel de dios y la naturaleza le había asignado. Estas sociedades orgánicas, sin embargo, eran ricas en contrastes y ambivalencias. Contrastes porque, a pesar de haber sido fundadas sobre desigualdades profundas e institucionalizadas, sobre roles de dominantes o dominados establecidos desde la conquista, se veían sujetas a revueltas recurrentes y a una sorda hostilidad contra el orden establecido. Ambivalencias porque la naturaleza orgánica de la sociedad dejaba a los más oprimidos (por ejemplo, las comunidades indias) amplias posibilidades de autogobierno una vez satisfechas las obligaciones preestablecidas, ya fuera prestando pesados tributos con su fuerza de trabajo o pagando impuestos. Españoles, indios y esclavos africanos Los blancos de origen europeo ocupaban la cima de la jerarquía y se concentraban en los centros urbanos. Con el tiempo entre estos comenzaron a surgir artesanos, funcionarios, profesionales y gente de oficios, en general en oficios menores. Esto acrecentado por la distinción entre criollos y españoles. En tanto la población india estaba separada con nitidez de la blanca. Tanto socialmente, sometida a severos regímenes de explotación de su trabajo, como territorialmente, ya que, en su materia, se hallaba relegada a los márgenes de la ciudad o a las zonas rurales. A esta población era común referirse como la “republica de indios”. Al mismo tiempo, la población india de la Nueva España (el futuro México) se mezclo más a fondo con la población blanca que las poblaciones indias del área andina, donde los contornos étnicos se mantuvieron definidos. La población africana llego a América ibérica a través de la trata de esclavos tendió a concentrarse en las áreas tropicales, donde la población india era escasa o ausente, o donde, como en las Antillas, había sido diezmada y desapareció a causa de las epidemias causada por los contactos con los conquistadores. El grueso de los esclavos africanos termino trabajando en las plantaciones, integrando numerosas filas del servicio doméstico, o bien sirviendo de intermediario a los dignatarios blancos, en zonas habitadas mayoritariamente por indios. Su elevado valor comercial y la gran resistencia física los volvieron, en muchos casos, codiciables a los ojos de la elite criolla. Una economía periférica La América ibérica ingreso a los imperios de España y Portugal para desarrollar una vocación económica complementaria a sus necesidades globales. Esto no significa que hayan faltado reciprocidades entre América y Europa, dado que hubo un intenso intercambio que modifico radicalmente los consumos en uno y otro sentido. Lo que resulta más relevante es comprender la herencia económica que dejo la era colonial a la América independiente, en esos siglos, América se volvió periférica de un centro económico lejano. Un centro que ejercito el monopolio comercial de los territorios americanos y que busco conservarlo, puesto que se entendía que el monopolio económico sobre las propias posesiones era un decisivo instrumento de poderío, que debía salvaguardarse a toda costa de la competencia de las otras naciones. Crecimiento económico y nuevas potencias América ibérica creció económicamente durante la era colonial, en especial desde el siglo XVIII, cuando los Borbones en España y el marqués de Pombal en Portugal introdujeron profundas reformas. Las estadísticas de la época, nos muestran que el crecimiento obedeció a la fuerte recuperación de la actividad minera, tanto en Perú y Nueva España. En Europa Creció la demanda de metales preciosos y el desarrollo productivo de la industria incipiente indujo a buscar en las colonias nuevos mercados de exportación. En este panorama es que América se redujo a la producción primaria para satisfacer las necesidades de la corona. Fue en el curso de este siglo cuando en México se aceleró el crecimiento demográfico y de sus cajas llegaron dos tercios del total de los ingresos fiscales españoles en América. La apertura de nuevas rutas y los progresos del comercio interoceánico, creación condiciones que acercaron, como nunca antes, a Europa y América. Un régimen de cristiandad Este diseñaba una sociedad organizada como una comunidad orgánica, entendida a la vez como reflejo de un orden divino revelado, y en la cual no existía ningún distingo licito entre unidad política y unidad espiritual, entre ciudadanos y feligrés, entre esfera temporal y esfera espiritual. A su modo, los imperios ibéricos fueron regímenes de cristiandad: lugares donde el orden político se asentaba sobre la correspondencia de sus leyes temporales con la ley de dios y donde el trono (soberano) estaba unido al altar (la iglesia). América quedo por fuera de lo que fue la Reforma protestante, y, por ende, esta quedo fuertemente ligada al catolicismo, y gracias a esto la iglesia católica asumió en esto territorios un rol sin parangón. Esto se debió, en primer lugar, a que constituía el pilar ideológico de aquel orden político. Legitimar la soberanía del rey sobre estas tierras era la obra de evangelización que habían emprendido los misioneros en América, así como su preservación del cisma religioso; asimismo, el peso único de la iglesia se debía a que la catolicidad era el eje de la unidad de un territorio y una comunidad muy fragmentados en todo otro aspecto. Iglesia y estado en la era colonial Real patronato: este era un privilegio concedido por el pontífice de Roma a los reyes católicos de España en virtud de la obra de evangelización que desarrollaban en América. Dicho privilegio consistía en reconocer a la Corona española amplias facultades en el gobierno de la iglesia e incluso en el nombramiento de los obispos, lo cual robusteció la trama que volvía la religión y la política casi indistinguibles la una de la otra. La erosión del pacto colonial La reforma Borbónica del siglo XVIII erosionó el pacto que hasta entonces había mantenido unidos a los imperios ibéricos. Las reformas afectaron los centros vitales de la vida imperial. Los ganglios políticos, de los que Madrid y Lisboa acrecentaron los poderes; los militares, donde incrementaron el poder del ejercito real; los religiosos, donde favorecieron al clero secular, sujeto a la Corona, y penalizaron al regular, hasta la expulsión de los jesuitas; y los económicos, donde racionalizaron y aumentaron los intercambios, acentuando sin embargo la brecha entre la Madre Patria, encargada de producir manufacturas, y las colonias, relegadas al rol de proveedoras de materias primas. Todo esto buscaba encaminar un proceso de modernización de los imperios y de centralización de la autoridad a través del cual la Corona pudiera administrarlas mejor, gobernarlas de manera más directa y extraer recursos de modo más eficiente. Con todo esto la corona buscaba enfrentar la decadencia y las nuevas potencias que los desafiaban, presentándose como modernos y agresivos estados-nación antes que como los imperios universales pasados. Cabe destacar que estas reformas no fueron eficaces, ni alcanzaron el objetivo esperado. En América se difundió la idea de que el vínculo con la Madre patria había cambiado y ahora existían evidentes jerarquías en donde las metrópolis era más importante que la colonia (a esto se le sumaba la idea de que ya no era la obediencia al rey lo que mantenía unidas a las partes). había sido sustituida por la obediencia a España y a Portugal, a partir de entonces unidos en su interior y entendidos como modernos estados-nación. Las elites criollas se vieron perjudicadas porque se encontraban sujetas a las necesidades económicas de la corona. Es a partir de aquí que empiezan los movimientos independentistas. Las reformas borbónicas Introducidas en la primera mitad del siglo XVIII buscaba el cobro efectivo de más impuestos en las posesiones americanas, tanto para abastecer la demanda de la Corona, como para asegurar la defensa de las colonias, estas reformas se ocuparon a la economía y la administración publica en un intento de hacerlas más eficientes. Se reorganizo el imperio, en donde al virreinato del Perú y de la nueva España se sumaron los de Nueva granada y el rio de la plata. Un eje de la reforma administrativa fue la institución de intendencias, a imagen y semejanza del ordenamiento francés. Buscaba así crear una administración más racional y centralizada, y quebrar los fuertes lazos entre las autoridades coloniales y las elites criollas, fuentes de corrupción, malas prácticas e ineficiencia. No obstante, el resultado no fue el esperado. En cuanto a las reformas militares, se tornaron más urgentes debido a las presiones ejercidas sobre las colonias españolas por las flotas inglesas y francesas que se estacionaban en el mar Caribe, donde las dos potencias en ascenso también poseían colonias. El ejército fue reorganizado y modernizado; el aumento de su fuerza y de su poder tuvo efectos imprevistos. Por un lado, genero descontento entre la mayor parte de la población criolla, a la que disgustaban el largo servicio militar y el pesado costo del mantenimiento de las tropas, que de hecho la corona les hacía pagar. Por otro lado, la americanización del ejército, sometido sin embargo a oficiales peninsulares, con el tiempo representó un peligro para los mismos españoles: precisamente de esas fuerzas surgieron los oficiales que guiaron las guerras de independencia. Por último, la reforma religiosa respondió a razones más amplias. En primer lugar, numerosos intelectuales de la corte juzgaban a la iglesia un lastre para el desarrollo económico y para los planes de modernización de la Corona, tanto a causa de su doctrina como de sus inmensas riquezas improductivas. En segundo lugar, consideraban que su enorme poder limitaba la autoridad del rey y sus funcionarios. En este contexto, en 1776 los jesuitas fueron acusados en España de haber urdido un motín contra el soberano y Carlos III decreto su expulsión. A ella le siguió, en América, la secularización de sus conspicuas propiedades, es decir, la expropiación de sus bienes, y el potenciamiento del clero secular, sobre el cual el rey ejercía jurisdicción a través del Real patronato, con respecto al clero regular, sobre el cual no contaba con ningún privilegio.